■co

■00 IG> ■O

=o ¡S

PQ

OcTEq

J. MORENO VILLA

■m:

CALLEJA

Digitized by the Internet Archive

in 2010 with funding from

University of Toronto

http://www.archive.org/details/evolucionescuentOOmore

BIBLIOTECA CALLEJA

PRIMERA SERIE

J. MORENO VILLA

EVOLUCIONES

OBRAS DE J. MORENO VILLA

GARBA (poesías).

EL PASAJERO (poesías).

LUCHAS DE PENA Y ALEGRÍA (poema).

EVOLUCIONES (prosa y verso).

]. MORENO VILLA

EVOLUCIONES

CUENTOS, CAPRICHOS, BESTIARIO, EPITAFIOS Y OBRAS PARALELAS

EDrrOP>¿AL"SATUIVN INO CALLEJA- S.A.

CASA FU-NDADA EL AftO 187»

M A D IV_ 1 D

PROPIEDAD

DEIÍECHOS ?E3ERVAOOS

9 8556Í4 .

EVOLUCIONES

CON GARCILASO

... busquemos otro llano, busquemos otros montes y otros ríos, otros valles floridos y sombríos, donde descanse y siempre pueda vsrte ante los ojos míos sin miedo y sobresalto de perderte.

EXPLICACIÓN

-T^RES son los sentidos que se pueden dar a ia palabra o mote con que se bautiza este libro. El primero es pintoresco, metafórico; el segun- do, algo alambicado, metafísico; ei tercero, ju- guetón y natural.

Para explicar el primero me sirvo de los avio- nes, esos pájaros (no esos aparatos) que, du- rante los crepúsculos vespertinos, acuden sobre las anchas plazas y los puertos de mar a descri- bir giros veloces y sibilantes, a subir y bajar, a trazar curvas, elipses y figuras arbitrarias. Aquel ajetreo, aquel ir y venir, aquel desenredar figu- ras lineales inconsecuentes en el espacio, me parece imagen, si no cumplida, aproximada de mi libro.

Para explicar el segundo hay que creer en la facultad evolutiva de todas las cosas.

La facultad evolutiva del pensamiento es la que llena de novedades sin fin los silos de la conciencia, del arte y de la vida.

La facultad evolutiva es la bengala mágica, el palito de virtud que empuña el poeta.

Pero esta facultad evolutiva del pensamiento tendría poca fuerza si los objetos y las presen-

15

J. MORENO VILLA

cias todas del mundo que nos cercan no solici- taran también una evolución ininterrumpida.

Si del granito de arena pasamos al dolmen y al sillar con que se fabrica el palacio, y a los cimientos que sostienen la catedral, y a los fun- damentos del mundo y de la vida y a los pelda- ños que forman la escala celeste, es tanto por la facultad evolutiva de mi pensamiento como por la que vive callada en el granito de arena.

Para explicar el tercero hay que hacer un poco de historia.

Hace ya varios años emprendí un viaje raro en compañía de unos hombres sabios; es decir, raros también. En ese viaje está el origen de la mitad de este libro. Dimos, sobre el mapa de Castilla la Vieja y la Rioja, unos cuantos saltos de cabra montes. Aquello fué vertiginoso. Yo no lo que mis amigos, los sabios, sacarían de tales piruetas en el espacio. Yo saqué bien poco: unas cuantas notas de sabor agridulce, la visión movida y, por lo tanto, poco precisa de unas aldeas, unos edificios, unos rasgos de cos- tumbres genuinas, y..., eso sí..., un gran apego al arte medioeval, debido, sin duda, al baño de misterio que le envuelve, encanto éste sin el cual no creo pasible arte ninguna.

Recuerdo la visita a la catedral de Falencia. Bajamos a estudiar las medidas y planta de la

16

EVOLUCIÓN ES

cueva de San Antolín. Tenía un palmo de agua el suelo, y era tanto el frío de sus paredes ben- ditas, que —en pleno mes de Agosto— cada cinco minutos había que salir a buscar la cari- cia furiosa del sol. Dije «paredes benditas» por- que lo son y están probadas de santidad. Las raspaduras de su piedra caliza, echadas en un vaso de agua, curan no qué molestias del estómago, según las vecinas.

Así como también estas paredes devuelven, o infunden —porque ello no está muy claro , el talento a los chicos con sólo golpearles la sesera contra ellas.

Este recuerdo, de digna memoria, saqué de Falencia. Luego estuvimos en Burgos, pero no vi nada en aquella visita. Mi segundo recuerdo es de Haro. Casi todas las calles están ocupa- das por hombres y mujeres sentados en sillas, haciendo alpargatas.

Hay en Haro rincones bellos de línea y de color. Tiempos después he reconocido uno de ellos en un lienzo de Zuloaga.

De Haro en adelante puedo precisar poco más. Recuerdo que alquilamos un coche para ir a Santo Domingo de la Calzada y que con nosotros venía un cura, también en calidad de sabio, el cual, no si por las irritaciones de un viaje tan duro y sostenido o porque el vinillo

17

EVOLUCIONES 2

J. MORENO VILLA

de Haro no le cayera bien, se tuvo que apear repetidas veces, meterse en los sembrados y remangarse los hábitos.

Al anochecer llegamos a Santo Domingo. Ya no recuerdo si hubo cena. Creo que no. Nues- tros cuartos, en la posada, caían sobre el esta- blo. Todo era de madera. Unid esto a la fiebre de agosto y no tomaréis a locura ni capricho el que yo durmiera, o mejor dicho, velara, en ca- misa de dormir, toda la noche en el balcón.

Muchas veces, en otros viajes, he renegado de los viajantes de comercio; pero el hecho es que por donde ellos van hay fondas. ¡Lástima que a los jóvenes de Santo Domingo de la Cal- zada no les guste el paño de Sabadell!

Me olvidaba de algo que siempre recuerdo con gusto. Vi en la Iglesia Mayor un enorme gallinero, una verdadera habitación, a unos tres metros de la solería, con verja dorada, en una pared del crucero. En el interior se agitaban y cacareaban un gallo y una gallina blancos, según ritual. Por lo que me dijo el sacristán, no se trataba de la ofrenda venusina de las tórto- las; era una tradición que arrancaba de un mi- lagro hecho por Santo Domingo. Lo único un tanto lamentable es el desgraciado olor a galli- nácea que flota en el aire. Tampoco es muy edificante para un forastero sentir que al punto

18

EVOLUCIONES

y hora graves, en que el oficiante se recoge para la consagración, cruja en el ámbito del templo la estridencia del cacareo.

De allí fuimos a San Millán de la Cogolla, pasando por Berceo, aldeuela tapizada de paja y boñigas.

El paisaje es bonito por allí. Verdes laderas, colinas suaves, sin horizontes abiertos.

jSan Millán de la Cogolla! Aquí sigue habien- do monjes todavía, en el monasterio de Yuso, o de abajo, que en San Millán de Suso, o de arri- ba, no queda más que el edificio mozárabe y la viga del milagro, que se halla incrustada en un pilarote. Dice la tradición que estando en fábri- ca la iglesia, y los obreros colocando una viga, vieron que era corta y que ya no era posible retirarla sin peligro. Entonces, ante los votos de los monjes, hizo San Millán que la viga cre- ciera un palmo o dos, a la vista de los concu- rrentes.

Después de esto volvimos, por Berceo, a la bonita villa de Haro, y de allí, no por dónde ni adonde. que estuve también en León.

Los años han pasado desde aquel primer viaje por pueblecitos españoles. Es cierto que saqué poco fruto en aquel entonces y que las moles- tias sobrepujaron a las comodidades y a las gra- tas emociones; pero nada es baldío en absoluto.

19

J. MORENO VILLA

Después de aquello ha venido a ser casi un de- seo pertinaz en el recorrer aldeas y villorrios antiguos. Nada hay en España que tenga mayor misterio. Parece, en ellos, estancada la vida en siglos muy pretéritos, en siglos que ya nadie, en ninguna parte del mundo, puede saborear. Estoy, en realidad, ligado a la Edad Media, su- jeto por su misterio. Sus realidades vivas, gro- seras o delicadas, espirituales, sensuales y gro- tescas, me asaltan de un modo discontinuo a lo largo de mi vida ciudadana madrileña.

Las emociones de aquel primer viaje no digo se reflejen en las páginas que siguen; pero en- tiendo que la viga de San Millán, la aldea de Berceo, las gallinas de Santo Domingo, las al- pargatas de Haro y la cueva de San Antolín fueron buenas bases para templar un espíritu juvenil férvido, amigo de lo sobrenatural y se- ráfico. Sobre tales bases estudié luego la cate- dral de León, y del contacto con el mundo gro- tesco del gótico, lleno de alimañas, salió la se- rie del Bestiario.

La primera cosa suscitada por el viaje fué un cuento. Luego, caprichos medioevales, pen- sando en el mundo románico y en el gótico, y como consecuencia de lo grotesco, una mirada a los bufones del Museo del Prado, y, por últi- mo, la serie del Bestiario.

20

EVOLUCIONES

El segundo libro, de otro carácter ya, tiene por arranque un artículo en que se comparan dos lápidas sepulcrales : una cristiana y la otra griega. Mi pensamiento evolucionó entonces hacia la poesía lapidaria.

Las poesías sueltas que siguen a esta serie de Epitafíos representan aquí esas labores parale- las y, en cierto sentido, secundarias que todo hombre ejecuta al cabo del año. En realidad, ellas son lo único nacido sin evolución; al me- nos, sin evolución explicable ya.

21

LIBRO PRIMERO

EXIMINO, EL PRESBÍTERO

.«•Asi

F

«

•*

i

yhQ&ftottséh

^<m^tt

uno

■■^

: i s

al cerl ! I. Allí me fueron edu-

ueva ka A la luz celeste de mi

ustituiíiüía visión rosada y hen-

Aesas, ^ e arrebató y me hizo

'.na m rociada de aceite de

é a colar libros santos que me

». Per sus adornos en color no

y losiii sustituyendo por otros

m. Ftinn muchas las alabanzas

faena,' ímc ¡i yo las tomé por su-

2 ninpí^o de los felicitantes era

oficie Mas subí a los ojos de mis

i;bí M jerarquía. Después, el

.gano aquel delirio novel y fué

nansanente la vida para mí. Lo

en Ifl ierra no es duro de hacer.

as n luchas. Se me pide, sola-

umb' para mi labor pesada y

¡ue i alma tullida dio con su

ina e la mala obra resbalase de

■ueli traición rompe mi paz.»

[ueror, este molino lento que

j eficiencia no era suficiente

de . apatía. Su voluntad des-

2rrc ante los obstáculos con-

ilade ébano suave - sobre la

n Uo grasicnto.

29

\

í

i

it

Eximinus presbiter scrípsii; Era 954.

I

T^EJÓ el lecho áspero en que dormía y se vis- -^ tió la ropa talar. Eran las cinco de la maña- na. Bajó, a través de las tinieblas, hasta la fuente del patio, en la que dejó el frío mojándose la cabeza y las manos. Esta sencilla ablusión le hizo añorar el baño de otros días. Todo su pre- térito vivir musulmán pasó como una cinta no- velesca por su memoria, con relieve, color y movimiento. Pero la espina de una acción re- prochable, esa, no pasó. Asentada en la puerta misma del alma, todo lo que del mundo venía, o lo que ella rumiaba, había de arañarse en aquella punta aguda. En silencio dijo:

«Tullida mi alma ¿qué pude hacer? No tuve brío de varón y me escondí entre unos fardos, como el conejo tímido. Dejé indefensa a Zadí. Los asaltantes la sustrajeron de nuestro hogar. Fué una mala acción la mía huyendo, rehuyen- do la defensa y el peligro. Pero Dios me puso dentro del cuerpo un alma sin alma. La mata endeble del campo, que no resiste el peso de una mariposa, es la imagen misma de ella. Por

27

./. MORENO VILLA

esto, los enemigos de Aláh se llevaron mi zafiro. Zadí era la piedra azul transparente, a cuyo tra- vés la vida era un templado y dulce afán. En la barahunda del asalto perdióse. Cuando los ene- migos de Aláh se alejaron me vi solo y la vida empezó a ofrecérseme bajo nueva máscara. Vino primero la confusión, después la miseria.

Hace ya diez años de aquello. Mi Zadí tenía diez y seis; yo, veinte.

Pobre me vi entre los pobres, porque yo care- cía de virtudes guerreras o cristianas.

Un monje, un día, dedujo, mirándome a la cara, mi origen musulmán. Me llamó y me dijo:

perteneces a la gente del Sur. Hara- piento vas y no estás tullido. ¿Qué oficio practi- cabas entre los tuyos?

Señor, nunca tuve oficios. Amaba y leía. *

Tanto más debe dolerte ahora la pobreza, si vivías con holgura y bienestar. ¿No saben de ningún trabajo tus manos?

¡Míralas!

Manos de caballero son; nada deshizo la pureza de sus líneas. Sólo veo una huella en el dedo del corazón.

Es de la pluma y del pincel. Me gustaba copiar los buenos libros.

¿Ves tú? j7 decías que tus manos eran in- expertas! Si es tu gusto ya tienes trabajo,

28

EVOLUCIONES

Y me llevó al cenobio. Allí me fueron edu- cando en la nueva idea. A la luz celeste de mi zafiro vino a sustituir una visión rosada y hen- chida de promesas, que me arrebató y me hizo arder como una mecha rociada de aceite de oliva. Comencé a copiar libros santos que me encomendaban. Pero sus adornos en color no me satisfacían y los fui sustituyendo por otros de mi invención. Fueron muchas las alabanzas que atrajo mi faena, si bien yo las tomé por su- perfluas porque ninguno de los felicitantes era maestro en mi oficio. Mas subí a los ojos de mis hermanos y subí en jerarquía. Después, el tiempo fué mitigando aquel delirio novel y fué un deslizarse mansamente la vida para mí. Lo que se me pide en la tierra no es duro de hacer. Vivo sin zozobras ni luchas. Se me pide, sola- mente, mansedumbre para mi labor pesada y lenta. He aquí que mi alma tullida dio con su marco.

¡Ayl jSi la espina de la mala obra resbalase de mi alma! Sólo aquella traición rompe mi paz.»

Pero este resquemor, este molino lento que se agitaba en su conciencia no era suficiente para arrancarlo de la apatía. Su voluntad des- madejada y su terror ante los obstáculos con- ducíanle — góndolas de ébano suave sobre la lisa planicie de un lago grasiento.

29

J. MORENO VILLA

Por el claustro bajo, en la penumbra todavía, pasaban lentas las sombras de los monjes. En el cielo alto, frío e incoloro, que se ve desde el patio, los luceros vigorosos resistían el empuje de la luz cercana y se les veía temblar, temblar, como espirantes.

A esta hora de alba, como a la del ocaso, los objetos se destacan por siluetas negras e incor- póreas sobre los fondos luminosos. Las ramitas secas de los árboles ofrecen un aspecto insos- pechado. Eximino, como los pintores asiáticos, se ha fijado en esos aspectos de las cosas cuan- do nace o muere el día.

Eximino caminaba a lo largo del claustro de una manera automática. De vez en cuando, sus pensamientos llegaban a una tensión tal que le cerraban la marcha. Los nudos de la concien- cia pueden anudar los pies.

Sonó la campana y entró en la iglesia. La ce- lebración de la misa fué un suplicio aquel día porque le acosaban sin cesar visiones y recuer- dos. Hubo momentos en que hasta creyó distin- guir palabras lejanas. El pobre monje se batía con las sombras irresponsables del recuerdo.

Cuando salió de la capilla y cruzó el patio para subir a su cuarto de faenas, al scríptoríum,

■30

EVOLUCIONES

ya la luz de la mañana corría en triunfo, y vi- mos su figura espigada y seca, un tanto do- blada ya por la espalda. Eran los diez años de escriba, los diez años inclinado sobre el ta- blero.

Llegó al cuarto, que estaba en lo alto de la torre. Iba a comenzar el trabajo. Aguzó las plu- mas, miró los punzones, escogió las tacitas don- de tenía las tierras o colores disueltos, y se puso a la tarea. Ahora traza la silueta de un pavón, luego la de un ciervo, luego la de un pez. Son figuras esquemáticas. En la boca del pez pondrá una hojilla rizada; por cresta caprichosa le pone al ave una grácil campánula. 7 para pintar es- coge dos entre aquellos colores que tiene de- lante, que él llama cardlno, vermicio, pardo, virij indicum y cernul, y le tiñe al cuadrúpedo las patas de un color por la parte de fuera y de otro por la interna. El capricho anda suelto. Eximino, hay ratos en que se distrae como un niño con sus juegos. Pero cuando no logra en- cajar una silueta o no le satisface la solución del adorno, deja el punzón y se asoma al ven- tanuco de la torre.

Ya la mañana es un himno triunfal en los campos. La vista se engríe, se zambulle gustosa en la profusión de colores y en las vanantes de la luz y en los giros de las sendas y los arroyos.

31

J. MORENO VILLA

Al pronto, Eximino, pierde hasta el pensa- miento mismo.

Pero cuando sale del arrobo y decide prose- guir la tarea, anda unos pasos y vuelve la cara temeroso de romper el hilo que le une a lo que hay tras los montes aquellos lejanos y azules, leves según creencia de los ojos, invencibles y graves según dice el corazón.

Se pasa las manos por los ojos; se sienta y escribe un momento. Luego deja otra vez la pluma. Es evidente que no puede escribir. Zadí aparece sobre las negrillas letras del códice. Apenas puede reconocerla. Sus vestidos ya no son aquellos tan leves, tan abundosos, tan refi- nadamente encubridores de su belleza. Va des- calza, mal peinada; parece una miserable. Arras- tra una criaturilla de la mano. Con ese aire de los mendigos tristes que se esfuerzan por son- reir, se acerca a un grupo de soldados. Uno de ellos le empuja y le hecha con modales bruscos.

Eximino vuelve a pasarse las manos por los ojos, y luego, sin aparente emoción y deseoso de librarse de aquella estampa fija, dice: «No es nada. Son cosillas de aquí dentro.»

Pero la paz no vuelve. Su monólogo sigue de esta manera:

«¿Qué fuerza clara hay en mis pensamientos hoy? ¿Por qué veo aquellas cosas lejanas con

32

BVOL LICIONES

un sentido más hondo de mi responsabilidad? Hoy por vez primera comprendo la vida como lucha y no como sueño manso. Ayer y siempre la novedad, el sobresalto, el ataque, la alegría, la salud, el pan, los veía llegar impasiblemente, justificados de antemano. Hoy creo que el hom- bre ha de dar la cara a lo que llega, con el es- píritu lo bastante despierto para rechazarlo o acogerlo dignamente.»

El pobre Eximino comprendía esto a los tren» ta años. Después de estas consideraciones, algo más tranquilo ya, cogió la pluma y trazó un pá- jaro lleno de gracia y espíritu. Entre las alas, y en caracteres microscópicos escribió: Emete- rius presbiter scríprit. Mementote mei.

En seguida se puso de pie, cerró el códice de pergamino, sobre el cual había, como la barra sobre el yunque, encorvado su cuerpo; miró por la ventana el campo una vez más, bajó al patio, empujó la puerta y salió.

Ningún monje le vio salir. Nadie tampoco le vio volver.

Cuando pasaron días y meses, el abad dispu- so que otro monje continuase la escritura del códice. El sucesor, ni corto ni perezoso, escri- bió al margen de la columna terminada por Exi- mino la siguiente nota: Hic obiit Eximinus, IV. Kls. October, Era Q54.

33

EVOLUCIONES 3

J. MORENO VILLA

En realidad, había muerto para los monjes recluidos en el valle de San Millán.

Ante de los matines una grant madrugada, levantóse est monje rezar la matinada; tuvo no qué cambio en la raíz su alma, pero juzgó la vida con una luz más clara.

II

Andaba Eximino como entre nubes densas. Negros pájaros le cruzaban por el cerebro.

Ni adonde iba, ni para qué, sabía. Mas iba sin titubeos a la venganza justiciera.

El azar le guiaba. No tenía sendero el punto adonde iba. Pero no erraban sus pasos vaci- lantes.

Al llegar la noche se vio cerca de una ermita abandonada. El ánimo le impulsaba a seguir su camino sin rumbo, pero la pobreza muscular se opuso. Empujó la puertecilla, palpó en la oscu- ridad y se recostó en el suelo, sobre unas hojas secas, sin sobresalto ni miramiento.

En aquella noche, ni las visiones demoniacas más espantosas, ni los ruidos misteriosos, ni la presencia de almas gemebundas, en pena, ni la muerte misma .hubieran logrado sacarle de la pasividad. Sus nervios estaban laxos. Una fría y clara noción de la maldad humana le hacía

34

EVOLUCIONES

ver el crimen como lo más justificado y normal del universo. La compunción, la caridad para el prójimo, eran cosas incorpóreas, irreales.

En poco tiempo se desligó de todo lo regular y cuotidiano. La fibra sarracena volvía a recla- mar en él su puesto de honor.

«Manos blancas, manos impolutas, manos ineficaces, manos que no habéis sabido todavía lo que es apretar, y apretar y perderse en la blandura de un cuello» , decía, gesticulando en la negrura de aquella noche adversa.

«Boca sosegada y limpia, que no has sabido maldecir ni condenar; que no has escupido so- bre el malvado la saliva del odio.»

«Corazón blando, que has temido siempre el choque, ahora serás, ahora eres, al fin, como el cuarzo, duro; como el basalto, negro.»

«jBoca sosegada y limpia! Ya vas a escupir tu odio y a morder gustosa la venganza.»

«¡Manos impolutasl /a vais a tener, entre vuestras garras, la viscera que amasó el cri- men.»

Los negros pájaros seguían describiendo círculos cerrados en la cabeza de Eximino.

Al mediar la noche fué turbada la soledad si- lenciosa del campo y de la ermita. Sonaban palabras, risas y relinchos, con progresiva niti-

35

J. MORENO VILLA

dez. Maquinalmente se puso en pie y buscó una piedra. Luego se subió a la primera meseta de la escalerilla que iba al coro alto.

Al cabo de unos instantes empujaron la puer- ta. Había salido la luna, y pudo ver, en silueta sobre el campo iluminado, las sombras chines- cas de dos hombres y dos caballerías.

Los hombres, dos soldados cristianos que ron- daban por las cercanías, entraron y se tendie- ron. Debían conocer bien aquel refugio, porque uno de ellos se fué sin titubear a la cueva, a la gruta del ermitaño, y el otro se acostó sobre las hojas secas.

Eximino sintió un júbilo feroz al oírles hablar en cristiano. Contenía, a duras penas, la respi- ración encaramado en su atalaya. Los minutos eran como horas. Su vista, queriendo vencer la oscuridad, se desleía vanamente en puntos y círculos luminosos y movibles.

Al fin, el ronquido que partía del montón de paja fué como el aviso; descendió poco a poco, y fué acercándose. 7a a dos pasos del durmien- te, se detuvo, y calculó algo, mirando a la cue- va. Sus ojos, avezados ya a la oscuridad, veían al hombre acostado. Enarboló la piedra y la descargó resueltamente sobre la cabeza. El hombre cimbreó el cuerpo, mas no dijo palabra.

Rápidamente se volvió Eximino hacia la cue-

36

BVOL UCIONBS

va. Esperaba verse acometido del de allí. En efecto: a rastras salía del agujero, dando gritos extraños, medio beodo de sueño todavía. Él se acogió a la defensa que le brindaba una gruesa columna. Un certero instinto le decía que aquel hombre venía ciego y que sus pasos habían de ir hacia el montón de paja. De modo que fué dando la vuelta a la columna a medida que el otro avanzaba, y, cuando pasó de ella, le des- cargó por detrás un golpe serio en la nuca. Des- pués, en el suelo, le hizo sacar un palmo de lengua. »

Eximino se puso en pie y miró a la puerta, que era un cuadrilátero de luz clara y fría; luz de luna en campos calizos.

jBuena noche para huírl Y a poco, diri- giéndose a los rendidos: —¡Por que sois de la chusma que la convirtió en pingajo del arroyo!

No dijo más. Tembloroso como una brizna, deshizo el nudo de las riendas atadas a un clavo del exterior, y se alejó, con trote dudoso y tor- pe, por la campiña muda y solitaria.

No cruzaban pájaros por el cielo; pero unos muy negros seguían aleteando dentro de su co- razón.

III

La mañana era luminosa y limpia cuando lle- gó Eximino a la vista del pueblo fronterizo.

37

.) . MORENO VILLA

Comprendió que lo era, por los trajes del vecin- dario, que comenzaba a derramarse por el cam- po. A una mora joven, que venía hacia él con el cantarillo a la cabeza, le preguntó:

—¿Cómo se llama este pueblo?

Albafría, señor.

Eximino hizo esta pregunta en árabe, sin re- flexión previa. Hacía muchos años que no lo hablaba; pero, al ver trajes árabes, brotó incon- tinente la lengua casi olvidada. La chica, a su vez, reparó en el traje talar cristiano, y le dijo:

- Señor, ¿cómo venís en ese traje? Porque no tengo otro.

- Pero ¿sois cristiano?

- Soy de tu pueblo.

Pero os recibirán mal si entráis vestido así.

Gracias, pequeña. Haré por cambiarme. Adiós, y perdona.

Eximino se fué aproximando al poblado. AI pasar junto a una finca enorme de las afueras, cercada de tapias, vio en un torreón una figura de mujer que le miraba fijamente, sin duda ex- trañada del hábito. Se fué acercando, acercan- do, y cuando estuvo a tiro de voz, quedó un momento suspenso.

Una ola de sangre le cerró la garganta. Cuan- do pudo hablar, dijo:

¿Es vuestro nombre Zadí, señora?

38

/? VOLUCIONES

Ese es mi nombre.

¿Os acordáis de Abel-Krin? Os traigo noti- cias suyas.

Entrad, entrad. Dad la vuelta por aquí; a la derecha hay una puerta.

Eximino entró. Zadí le dijo:

¿Qué es de él? ¿Cómo vive? ¿Dónde está?

—Vive lejos de aquí, entre monjes cristianos.

¿Está contento?

No. Hay algo, que él no dice, pero que, sin duda, le atormenta en la memoria.

—¿Os habló de los suyos?

—Sí.

¿Por qué no hizo nada por buscarlos, en- tonces? ¿Cómo pueden pasar los días y los años sin que los busque? No será tan vivo su amor familiar. Si fuera tan vivo no aguantaría tanta separación.

Zadí estaba más hermosa que nunca. El calor que ponía en sus preguntas brillaba en sus ojos y latía en todo su cuerpo. Eximino pensó: Ella es todavía una mujer hermosa. Yo soy ya un viejo achaparrado. No me reconoce.

Zadí siguió preguntando:

¿y cómo está?

Está muy viejo. Ha trabajado mucho. Le ha trabajado mucho también la pena. Está car- gado de espaldas, canoso y pálido. Tiene unas

J. MORENO VILLA

barbas largas, como estas. (7 se señaló las su- yas.) y una profunda arruga vertical en la fren- te, entre las cejas, como esta. (Y se señaló la suya.) y las manos huesudas y ásperas, como estas, (y se señaló las suyas.)

¿Sabéis si guarda cicatriz de una herida?

Sí, sobre la oreja, le falta el pelo. Es una vieja cicatriz de la herida que le hicieron la mis- ma noche en que fué preso o abandonado. Es una cicatriz así como esta.

Zadí se puso pálida. Comprendió que tenía delante a Abel-Krin, su amor antiguo, su amor de siempre. Se llevó las manos a la cara, horro- rizada.

¿Eres tú? ¿Es posible? eres , y al ha- cer esta afirmación hubo un cambio en sus sen- timientos.

Sí, eres. eres el mismo de siempre. ¿Quién, sino tú, tarda tanto en darse a conocer? ¿Quién, sino tú, deja pasar los años sin buscar el camino de su tierra? Imposible que la tortura se haya cebado en ti. La gran tortura espolea, da impulsos. Si hubieras querido a alguien alguna vez con toda el alma, es decir, con alma, no hubieras aguardado un día lejos de tu cariño. eres como la planta; donde la ponen allí se está. eres como la-arcilla fresca; se le aprie- ta y no recobra la forma. eres como el agua;

40

EVOLUCIONES

se la hiende y sigue sin huella. Ninguno de los nuestros lamentó tu pérdida. Todos decían que eras hombre sin alma. Yo te defendí entonces, porque yo entonces estaba cegada. Luego vi que tenían razón. Abel-Krin era algo sin movi- miento propio, Abel-Krin había sido moro, por- que nació moro, y era renegado porque cayó entre los fronterizos. Mañana podrá ser otra cosa. ¿Por qué te has salido del convento? Ya no pviedes vivir aquí con nosotros. Mi marido no lo consentiría.

IV

Eximino salió de aquella finca sin haber excu- sado su conducta. En realidad él era así, y le repugnaba buscar trampas o sofismas.

Comprendió, además, que su prematura de- crepitud había de enfriar las relaciones amoro- sas, y que Zadí buscaría un hombre menos gas- tado. Gastado por la falta de lucha humana.

Durante algunos días vagó por aquel pueblo. La gente fué sabiendo quién era. Al cabo de una semana los mozos comenzaron a perderle el respeto.

Una mañana salió de la aldea, como otro día salió del convento, y se fué campo adelante.

Él ya no era para vivir entre cristianos, ni en- tre moros. En realidad él era para no vivir.

41

CAPRICHOS ROMÁNICOS

LAS CEREMONIAS

T TN día, en su gran mañana, cabalgó el Cid ^-^ con mil y quinientos hombres para encon- trarse con un emisario del Sultán de Persia que le traía infinitos regalos: ricas telas, plata y oro en joyas, finas piedras, aves singulares y otras exóticas alimañas. El Sultán, con un agudo sen- tido político, había discurrido que a tan alto personaje cristiano había que hacerle caranto- ñas; y a este fin pone en camino a un pariente que, una vez en Valencia, transmite al Cid su arribo; y éste sale, como he dicho, a su encuen- tro con magnífico alarde gueiTero.

En su trato famiHar el héroe tiene un modo llano de comunicarse. Pero a la franqueza, la sencillez y la lealtad une en su corazón una gala que, como tal, luce en los momentos so- lemnes; una cortesía ceremoniosa.

Ya el Cid, rodeado de su brillo, esplendoroso y fuerte, divisa al emisario sobre la polvorienta ruta. Entonces contiene con un firme tirón de bridas al Babieca y lo para. El Cid saluda y, el otro, al oir la voz del héroe comienza a tremer con todas sus carnes y olvida el don de la pa- labra.

45

J. MORENO VILLA

Al Cid aquel temblor no le extraña, le satis- face; pero como es hombre fuerte domeña sus debilidades y nada trasluce.

Vuelve Ruy Díaz a decirle bien venido y el otro sigue callado. Va Ruy Díaz y le abraza, y cuando el persa recobra el sentido de la lengua quiere besarle las manos, a lo cual se opone el Cid retirándolas.

En pos de esto viene el discurso: «Humilló- me, Cid Ruy Díaz el Campeador, el mejor cris- tiano, el más honrado que cinchó espada y que cabalgó caballo de mil años acá. Mi señor, el gran Sultán de Persia, allá do está...»

Después del discurso desfilan las pintorescas alimañas de Oriente y, concluido el desfile, se encaminan a la ciudad. Una vez on ella despide el Cid a todos, recomienda la eficaz custodia de los animales y entra con el embajador en el Alcázar.

Aquí, ante los ojos cristianos de doña Ximena, doña Sol y doña Elvira, se abren las arcas de Oriente donde venían los objetos menudos por el tamaño y grandes por su valía. 7 el Cid, cuan- do vio tan extrañas y tan nobles cosas, fué ma- ravillado. Por encima de todo ajuste, por enci- ma de toda tasa o aforo estaban aquellas pren- das, «y con el gran sabor que tuvo, comenzóle a reir el corazón y a tomar gran alegría en sí.»

46

E VOLUCIO N HS

Y comprendiendo el poder, i a riqueza y la magnanimidad de quien enviaba todo aquello, dijo al embajador: «Quiero hacer honra a su se- ñor cual nunca la hiciera a ningún moro desde el día que nací.» Y le ciñó los brazos al cuello, diciendo; «Abrazo al Sultán en la persona de su emisario, ya que no está presente.»

Cuando el persa oyó esto comprendió el alto linaje del Cid y dijo lleno de alborozo:

«Señor Cid Campeador, si estuvieseis en presencia de mi señor el Sultán, la mejor honra que os haría, sin duda, fuera daros a comer la cabeza de su caballo.

Esta es la costumbre en mi tierra; más ya que aquí no lo es, llevaros, en remembranza de mi señor, este caballo vivo, y que él os sirva más que su cabeza cocha.»

47

J. MORENO VILLA

LA VENGANZA

"X NTE los mismos ojos de la infanta doña San- -'^"^ cha han dado muerte los Velas al infante don García, su prometido. Y esto después de la primera y última entrevista de amor; cuando aún jadeaban los pechos al acoso de las palabras íntimas. Nunca se habían visto, pero bastaron unas horas para encender aquellas almas pú- beres.

Ante la ventana de doña Sancha abofetearon y acuchillaron al infante don García, su novio.

La escena es un cuchillo venenoso en el co- razón de la infanta.

Pasan días y meses. Llega la hora de serle propuesto un nuevo esposo. Celebra Sancha su casamiento con don Femando de Castilla y, al punto mismo de concluir la ceremonia, exige de su padre la persecución del criminal.

«Si no me vengas le dice nunca mi cuer- po llegará al de don Femando, tu hijo.»

Entonces el rey don Sancho cercó y escudri- ñó los montes, apresó a Fernando Laynez, lo condujo ante la infanta y entregándoselo, dijo: «Haz la justicia que tengas por bien».

y entonces, ella, hizo lo que sigue:

48

EVOLUCIONES

Tomó un cuchillo en sus manos ella misma y tajóle las manos conque hirió al infante, des- pués tajóle los pies conque anduvo en aquel hecho, después sacóle la lengua conque con- certó la traición y los ojos conque lo viera todo. Concluido lo cual mandó traer una acémi- la y ponerlo en ella y pasearlo por las villas y mercados de Castilla y de León.

Así se sacaba doña Sancha los cuchillos ve- nenosos.

49

EVOLUCIONES

J. MORENO VILLA

LA OBEDIENCIA

TT'L pueblo sabe a medias este cuento de amor -^ salvaje. Por eso unas veces dice que el hé- roe fué moro y monarca, otras que rey cristiano y otras que mero labrador rico.

Pero no está en lo cierto. El héroe es un mag- nate cristiano y fronterizo; uno de aquellos con- des medioevales que tuvieron por vida la guerra en la frontera española, que era la moruna.

Aún existe su fortaleza en una pecinosa villa castellana. Es una construcción sombría, de si- llares grises contorneados de negro. El conde edificó junto a su palacio-fortaleza la colegiata, y en ella, en vida, se labró su sepultura.

Un macizo berroqueño, rectangular, almena- do sobriamente y provisto de dos pequeñas ven- tanas a cada lado, es la torre. Su aire sombrío y hermético suscita reminiscencias negras en el que va pasajero por la villa.

Más tiempo pasaba el conde fuera de la for- taleza que en ella. Le reclamaba la lucha cons- tantemente. Hubo años en que apenas la gozó unos días.

Hace poco llegó a descansar, después de una

50

EVOLUCIONES

de esas largas ausencias. Es un hombre recio y de magnífica estampa. Tiene la piel dorada y roja de los que viven al aire, y el cabello y las barbas, de un rubio pardo, grave y fosco. La mujer le admira, le ama y le teme. Es la verda- dera sierva, pero de una sumisión voluntaria y gustosa. Los hijos, tres hembras y dos varones, sienten por el padre un respeto que raya con el terror. Se le ha hecho por todos los de la casa un recibimiento real. La vida laxa y floja de cada uno se ha cimbreado y erguido ante la presencia del dueño.

Éste ha congregado a sus hijos; los ha besa- do, los ha contemplado detenidamente. Ha vis- to si los varones van teniendo dureza en las piernas y en los brazos y si las hembras ganan en esbeltez y donaire.

Todo va bien. El cielo le ha concSdido una prole gallarda. Está satisfecho de los hijos; pero especialmente de una de las chicas, la menor de las tres.

Luce en ella la sangre goda, de ascendencia germana; así es alta y fina. Pero no encubre por eso su porción ibera, y así es de ojos gran- des y pelo negro. ¿Sabéis qué imagen de la es- cultura universal la recuerda? Tem.o que no la conozcáis: una virtud de la catedral de Estras- burgo. El mismo ritmo melodioso y honesto, la

51

J. MORENO VILLA

misma belleza corporal y el mismo sentimiento recogido y severo en el semblante.

El conde está orgulloso de su hija. Pero al sentimiento de orgullo se mezcla el de admira- ción. Es la belleza de su hija un milagro que no dejaríamos nunca de contemplar. Y así, los días de aquel descanso los pasa absorto, viendo cómo su hija danza, corre, juega, ríe o habla. Todo en ella es fascinación, hasta los momen- tos de gravedad o de tristeza que algunas veces le acuden.

Pero pasó aquel sabroso alto concedido al cuerpo fatigado. Partió el conde a la guerra, y la casa volvió poco a poco a su tensión baja y normal.

El conde no salió aquella vez de su fortaleza con el entusiasmo guerrero de otras veces. 7 esta grave falta en un caudillo tuvo sus conse- cuencias.

Perdió, fué batido en el primer encuentro. Una segunda derrota vino a pesar sobre sus huestes. Un tercer descalabro le deshizo la mi- tad de ellas. 7 el descalabrado volvió a su for- taleza más pronto de lo que solía.

Vuelto a su hogar, una pasión negra y pode- rosa cae sobre él. Tenían las pasiones en esta época formas bestiales. Es posible, pues, que el

52

EVOLUCIONES

conde estuviese bajo la seducción maléfica de una sirena; el hecho es que comenzó a sen- tir una indomable, impetuosa atracción por su hija.

y no bastaron frenos de la razón. Un día, sen- tado a la mesa con su mujer y su prole, después de mirarla y remirarla de un modo voraz, le dijo:

«Delgadina, has de ser mi enamorada.»

Un frío de terror vino sobre aquellos corazo- nes, ya medrosos de por sí; pero nadie protestó. Ante la palabra del amo enmudecieron todos. Únicamente Delgadina, con sencilla voz y áni- mo seguro, dijo :

«Dios no lo permitirá nunca.»

En la hermética y sombría torre gris está Del- gadina. Allí, en una sala cuadrada, pasea unas veces su desgracia, y otras se arroja al suelo y se arranca mechones de la cabellera larga y ne- gra. La gargantilla de oro rueda, hecha mil pe- dazos, por el pavimento frío.

Allí la mandó encerrar su madre. No puede comer más que cecina, no puede beber más que zumo de retama, no puede dormir más que so- bre las duras losas.

Al cabo de tres días, deshecha en llanto, se asoma por una de las ventanitas estrechas y ve, abajo, a sus hermanas, que bordan con hebras

53

./. MORENO VILLA

de oro, en la tibieza de un sol invernizo y en la calma de la villa labriega.

«Hermanas, si sois las mías... dadme un vasito de agua, que tengo el corazón seco y la vida se me acaba.»

y no dice más. No reclama su inocencia, no profiere un grito de rebeldía ni sale de su boca una simple acusación. «¡Agua! Un poco de agua, que tengo el corazón seco.»

y las hermanas la injurian. «Quítate, perra. Si el padre nos viera nos mataba.»

y la pobre, alejándose del hueco, se arrinco- na, hecha un ovillo de dolor.

«¿Por qué me llaman perra mis hermanas? ¿Qué hay, madre mía, qué hay en hoy que no hubiera ayer? La desobediencia; ¿es esto posible? ¿Obedecerían ellas a tal mandato? No; nunca. Son buenas. Pero, entonces, ¿por qué no están de mi lado? ¿Cómo no ven que mi pa- dre delira, que yo no puedo quererle así, con deseo, con anhelo? ¿Cómo no tienen horror a esta suerte funesta que pesa sobre mí? Una pa- labra de inteligencia refrescaría mi corazón.»

y la pobre.

Con lágrimas de sus ojos toda la sala regaba; con las trenzas de su pelo toda la sala esteraba.

y pasa otro día. En nadie halla eco el dolor

54

EVOLUCIONES

de la prisionera. Han vuelto a ponerle delante un trozo de carne salada y un pocilio con jugo amargo.

Delgadina se pone en pie, se adelanta y ve por el hueco de la torre a su padre. Un escalo- frío de horror la sacude. Siente repugnancia. No quiere solicitar nada de él; pero está como flor tronchada, sin nervio.

«— jPadrel ¡Mandadme un poco de agua, que ya no puedo, que ya no vivo, que siento que la vida se me val»

« ¡Ya te lo dije! ¡Mira! Agua tengo en las fuentes, y en el río, y en este jarro de plata. ¡Di que sil ¡Di una sola cosa, y correrán como gamos mis criados en tu socorro!

Delgadina se yergue, queda un momento con la cabeza altiva y, al cabo, la deja caer sobre el pecho. Luego se retira de la ventana.

« ¡Suban, suban mis criados! Llevadle agua, llevadle de todo lo que pida.»

Los criados han abierto los cerrojos y entrado en la cárcel. Un profundo estupor les embarga el ánimo. No aciertan a ver lo que están viendo. Las frías paredes están ahora vestidas de raso; en el centro de la sala hay un lecho con dosel. Inclinada sobre él, y sosteniendo la cabeza de Delgadina, hay una noble señora que ninguno ha visto jamás, pero en la que todos reconocen

55

J. MORENO VILLA

a la Virgen, a la Gloriosa, conio la llama el de Berceo. Un corro de ángeles, tocando laúdes y guitarras, hay en torno. Una fuente de agua cla- ra brota a los pies del lecho. La Magdalena, a un lado, cose, con dedal de oro y con aguja de plata, en un vestido blanco, el último de Delgadina.

Los criados no dejan de mirarse. No habla nadie. Sólo se oyen unas campanitas claras titi- near a gloria en el cielo azul.

De pronto, alguien sube. «jEl conde ha muer- to!», dice. Los criados bajan presurosos. Al cabo de un rato se oyen, lejos, campanas negaras.

66

CAPRICHOS GÓTICOS

MONOLOGO DE UN HOMBRE ANTIGUO

15 Abril 1263.

CjANTA María, eres bella. Me gvistas y yo soy ^^ rico. Te voy a levantar un palacio que ten- ga lo que tienes: transparencia de alma y li- gereza de cuerpo.

Cuando te paras en el extremo de una calle siempre con tu nene al cuadril, tu sonrisa parada y tus vestidos enjutos, de largos plie- gues— y tornas a remirar lo andado, hay un es- tremecimiento de frío y de placer en todos los viandantes. Se detienen los pasos y enmudecen las bocas.

Indudablemente, Santa María, eres la más perfecta unión de la alegría y del respeto que vi en el transcurso de mis años. Todos los que te vemos adoramos la gracia de tu sonrisa, mas nadie es capaz de alabarla.

Yo tampoco. La palabra, sugerida por un en- tusiasmo férvido, puede pasar la raya decorosa. Haría falta un tacto que yo no tengo. Así, pre- fiero levantar una casa y callar el piropo. Una casa transparente y ligera, en consonancia con tu cuerpo y con tu espíritu.

59

J. MORENO VILLA

ya tengo hechos los preparativos. El plano está en mi mesa y el arquitecto viene atrave- sando los Pirineos en un caballo rojo y veloz como mi voluntad. Los oficiales y peones ven- drán de la Borgoña; voy a dejar deshabitada esta hermosa región, pero tu eres lo primero, Santa María.

Ya van trescientos pedreros a la cantera de levante a picar la blanca piedra caliza que lue- go el tiempo ennoblecerá con su oro.

Los canteros y aparejadores, los sotas y artí- fices de toda laya que van llegando promueven entre los convecinos míos exclamaciones sobre mi locura. Dicen que yo atento a la integridad de la población y que los extranjeros de se- guro gente aviesa perturbarán los coloquios y relaciones familiares. Yo no comparto ese miedo castizo y plebeyo, pero aunque lo com- partiera te juro que lo vencería, porque eres antes que nadie.

Llamo a gentes de otro país, desatendiendo a mis compatriotas, no porque yo les niegue peri- cia ni entusiasmo, sino porque mis ojos han re- cogido a través de largos espacios de tiempo y de países la emoción de una belleza que me gustaría ver transplantada, y transplantada para ti.

En cántico de dolor, o en himno sacro, quie-

60

EVOLUCIONES

ro que se transfiguren los duros sillares de la cantera. ¿A qué otro esfuerzo más noble pode- mos dedicar nuestras horas que a este de con- vertir lo duro, grave y muerto, en blando, leve y dinámico? A uno solo: al de allegar para ti lo bueno y bello que por el mundo hay.

Ya sé, Santa María, que por la corteza de la tierra se deslizan lágrimas y que su santo fuego escala los montes. Lo sé, Santa María, lo sé. ¡Tengo ya blancos islotes de plata en las sienes! y conozco la fibra compasiva de tu alma. ¿Quién duda de que el dolor será el más activo de los obreros que en ella trabajen? ¿Quién, además, ha visto que se levanten las piedras sin que crujan los huesos? ¿Quién, por fin, sabe de algo hermoso y pleno que no esté amasado en llanto?

Pero también los pobres locos, los truhanes, los bufones, los hijos de Saturno; los que lleva en la sangre oscuros hervores demoniacos; los que llevan la cabeza abrigada con caperuzas rojas sembradas de cascabeles y tienen tan cor- covada el alma como el tronco del cuerpo; esos que hacen la fíesta del asno, adoradores del po- llino y de toda gran locura; esos que se visten de pontifical y ofician en la iglesia una vez al año, su día, el día de los locos, han de tallarme también una piedra para la casa.

El amor y el dolor, la locura y el éxtasis, to-

61

J. MORENO VILLA

dos a una, resueltos y exaltados, cantaremos el himno del dolor en un lenguaje de piedra impe- recedero.

Los templados y ecuánimes dicen que estas obras son bárbaras, confusas y dislocadas. Pero yo digo, Santa María, que a tu belleza y a nues- tra emoción le van estas obras como ningunas. Ellos dicen eso porque no ven la regla que las regula. Ellos no saben que un ciprés guarda en germen la estructura de una torre y que la selva misma es un tratado de posibles fábricas. ¡Dé- jalos morir de asco! ¡Muriéndose y todo ellos han de imitarlas!

62

EVOLUCIONES

AL HABLA CON EL ARQUITECTO

"\ /A están en el pueblo los artífices. Ya el ar- quitecto ha visitado a la señoría.

¡Mira! —le ha dicho ésta—. Aquí tienes los planos. Yo quiero que me hagas un edificio li- gero y diáfano. ¿Qué materiales vas a emplear?

Piedra, señor. La piedra caliza que se da por aquí.

¡Piedra, noí La piedra pesa mucho. Has de buscar algo más ligero que la piedra. Emplea sólo pensamientos. Yo quiero que la iglesia sea un puro pensamiento que suba con audacia y claridad hasta la hondura azul del cielo.

¡Señor..., yo no levantar obras si no es con piedras!

Pues que no se vean las piedras. Que se vea sólo el pensamiento.

¡No os entiendo, señor! Yo me sujetaré al plano.

Sí; te sujetarás al plano. no eres más que un plano. Pero has de oir antes, de mis labios, lo que es el pensamiento. Quiero ver si cae algo de éste sobre ese plano, aunque mejor sería que ese plano se adhiriese a este pensa- miento.

63

J. MORENO VILLA

Señor, no os comprendo. ¡Perdón!

jNo seas pollino! No me impacientes. ¡Calla!

¿Tú sabes lo que es una columna?

¡Señor! Repare que soy arquitecto.

¿Tú sabes lo que es una columna? Bueno; pues la columna que yo quiero no es ni como la griega, ni como la romana, ni como la ger- mana. ¿Sabes? Yo quiero una columna fina y alta como el tronco de un abeto. Pero de tronco pelado. Únicamente arriba, en el cogollo, ten- drá ramas y éstas serán y se abrirán como las de la palmera. ¿Tú sabes lo que es un ábside, lo que es un muro?

¡Señor! Estáis ultrajándome.

Yo no ultrajo a nadie. Te hablo así porque no entiendes lo que son pensamientos.!El ábsi- de de mi templo ha de ser de cristal. sabes lo que es un farol. sabes lo que es el esque- leto metálico de un farol. sabes lo poco que representa ese esqueleto junto a la superficie cristalina. Pues así ha de ser el ábside de mi templo y las paredes de mi templo. Ahora com- prenderás por qué hay tantos sostenes de mu- ros apuntados en el plano. Yo quiero que mi templo sea como ui\ ciprés y como un farol.

¡Señor! Así es la iglesia que yo levanté en la Borgoña. A ella corresponden los planos. Todos vuestros pensamientos están en estas lí-

64

EVOLUCIONES

neas de lápiz y estarán luego en las líneas de piedra. No nos ofusquemos. Yo admiro el entu- siasmo que posee al señor, pero yo soy arqui- tecto, yo soy matemático. Esto no quita para que con matemáticas pueda obtener líneas exal- tadas. 7o os haré un templo que responda a vuestra exaltación, pero bien medido.

Así se entendieron el castellano y el francés un día de un mes, de un año del siglo xiii,

65

EVOLUCIONES

J. MORENO VILLA

EL ENTALLADOR SOMBRÍO

>y/rucHOS años, muchos años han transcurrido desde aquella entrevista. Ya no hay hom- bres valientes andando por los aleros, ni por las cornisas. Ya no hay artífices colgados del intra- dós de una puerta como las arañas. Ya el templo es un pensamiento hecho piedra y ellos se han ido del pueblo. Ya las mujeres han enriquecido la raza con algunos nenes rubios. El templo es como una flecha que la tierra quiere mandar al cielo.

Aunque han trabajado hombres de tan diver- sos temples hay una perfecta unidad de senti- miento en toda la obra. En un florón, en una ojiva, en un gárgola bestial o demoniaca, en un fuste, en un rosetón, en un canecillo, en una vidriera, se ve el mismo, el único espíritu. Todo habla en ellos de exaltación y vuelo, de ascen- sión y deformación de la materia. Todo es un puro pensamiento, un puro anhelo.

Faltan por rematar algunos detalles del inte- rior, sin embargo. Falta el coro. Para eso, todas las mañanas cuando comienzan a cruzar por la silenciosa plazoleta negras figuras de mujeres con rosario y chepa y negras figuras de hom-

66

EVOLUCIONES

bres con manteo y cogote rojizo, entra en la nave del Señor vm sujeto sombrío, con unas herramientas brillantes como cuchillos en la mano. Es el entallador.

Con este hombre no pudo hablar el hombre antiguo porque hace años que está durmiendo en el claustro, bajo una losa donde a su vez duerme una figura estirada y sonriente, con las manos enguantadas y cruzadas sobre el pecho.

y es lástima. ¡Qué feroces, qué pintorescos diálogos hubiéramos podido escuchar! Porque este hombrecillo de nariz aguileña, ojos hundi- dos y boca sumida como las viejas, es la encar- nación del espíritu contrario al del muerto. Él no se deja arrebatar por el entusiasmo fervoroso. El se encoge como el caracol y se sonríe como el conejo. El no sabe de flechas ascendentes, ni de cipreses arquitectónicos, ni de anhelos de infinito. El anda entre las gentes, como un zo- rro, cogiendo lo que puede. 7 así ha cogido al fraile lividinoso, y al hombre sin bragas, y al engreído, y al poseso, y a la madre locura, y al borracho.

Como no cree en la virtud y, en cambio, mu- cho en el vicio, entra en la iglesia con la boca torcida, haciendo irónicos perrengues.

Ya está en su sitio. 7a ha llegado a lo que ha de ser el coro futuro. Se dispone a tallar las pa-

67

J. MORENO VILLA

ciencias y remates, agarradores y demás ador- nos de la sillería.

Allí, en la sombra y en la soledad del templo, le acuden a la memoria las cosas más feas, más grotescas, más burlonas. Su gubia no sabe ta- llar ángeles ni personas bellas, pero, en cambio, talla un mono rijoso, un zorro ladino, una vieja tercera, un frailón obeso y borracho, unas nal- gas al aire, unos pechos lacios o unos hombres invertidos.

¡Qué peleas, qué disputas feroces hubiéramos presenciado entre él y el hombre antiguo! Y, sin embargo, eran dos caracteres que se completa- ban: el de la ironía y el de la exaltación.

EVOLUCIÓN BS

LA DAMA DEL PARTELUZ

T A Virgen ha bajado de la consola que le sir- ^^ ve de apoyo en el parteluz. Ha chafado con la mano los pliegues y frailes de su larga vesti- dura blanca tachonada de estrellas doradas, le ha cogido los redonditos labios a su Niñín con la punta de los dedos finos y sonrosados, como quien coge una guinda, y luego le ha puesto en la frente un beso chascado como los que dan las mujeres del pueblo. Esta Santa María la Blanca es una maja. No sabe dar besos lángui- dos ni doloridos. La negra visión futura no le acongoja.

Se pone en marcha y, al pasar por mi vera, dice :

«Voy a la feria a comprarle un juguete a mi Niño. ¡Pobrecito mío! ¿Tú no sabes lo que me dijo Simeón, ese viejo sabio de las barbas lar- gas?...»

«Pero no te apures tú, corazoncito mío. Tu madre tiene puños para defenderte. ¡Anda, va- mos, vamos a la feria, que te voy a comprar un juguete

y allá va, con un garbo gentil, sonriendo, ufa- na de lo que lleva en los brazos.

«¡Dios te bendiga, reina del cielol», le dicen los hombres.

69

J. MORENO VILLA

LOS DIABLOS

T TNA de las piedras imperecederas de la cate- ^-^ dral es la que hay sobre el dintel, en la puerta de Nuestra Señora la Blanca.

En aquella piedra figuran los justos y los re- probos, camino de la bienaventuranza eterna o del eterno dolor. Los unos hallan, cerca ya de las puertas celestiales, ángeles y querubines que salen a recibirlos con las entrañables melo- días del órgano; los otros sólo ven, como heral- dos de peores realidades, las tres calderas fogo- sas rodeadas de diablillos. Luego vienen las gigantes fauces de Satanás. Los diablejos me- nores tienen la divertida misión de zambullir en las calderas los enclenques desnudos precitos.

No diré que aterre la plasticidad de esta es- cena; pero puedo afirmar que no está la insufi- ciencia en la obra, sino en nosotros. Es que ya la representación abstracta de aquello no es hélice que remueva nuestras emociones. En cambio, la figura ideal del diablo, aislada de todo lo demás, se nos presenta como estribo de posibles pensamientos.

¿He visto yo alguna vez al diablo?

Soy hombre de memoria enteca, pero asegu-

70

EVOLUCIÓN ES

ro que no le he visto por mismo. Yo he visto al diablo que ven todos los de mi época, el cual es un diablo que tiene bastante de aquel diablo copto que tentó a San Antonio; por consiguien- te, del diablo medioeval y mucho del diablo ba- rroco y jesuítico. Si yo fuera pintor y alguna dama devota y ocurrente me hubiese encargado un San Miguel venciendo a Satanás, tal vez, si- guiendo la norma de los artistas chinos, me hu- biera entregado por un largo tiempo a la sole- dad y a la vigilia, que son las grandes celadoras de la reflexión. Después de esto, acaso obtu- viera la estampa clara y mía, francamente mía, del diablo.

Pero no soy pintor, y al oficio en que torpe- mente me desenvuelvo tengo la casi absoluta seguridad que no hacen tales encargos las pia- dosas damas. Lo bello sería someterse a esos trabajos por cuenta propia, pero estas pági- nas urgen (no por qué), y no puedo de- dicarme ahora un mes de soledad, vigilia y re- flexión.

Puedo decir, así, de momento, que he visto al diablo de color blanco, de color negro y de co- lor rojo, no cómo, ni cuando, ni en qué cali- dad corpórea. De la forma conservo una idea: era semejante a la del sátiro clásico, de quien lo creo hijo bastardo.

71

J. MORENO VILLA

Entre las gentes medioevales, el diablo tenía cuerpo de bode o buco, orejas puntiagudas y barba en cara humana. Exactamente el retrato de un sátiro. Eso era lo tradicional y vago; pero los escritores afinan un poco más y lo describen como «ser velloso y de una deformidad mons- truosa». Ya esta segunda parte no tiene nada de clásica. Ya le han inyectado al sátiro jovial de las florestas un centigramo de odio negro y de miedo pajizo. Algunos escribas añaden que es negro. No hay inconveniente: hay cabrones o bucos de color caoba, de color lechoso y de color negro. Pero no negaréis que es prurito de buscar lo tenebroso. Añaden, por último, que lo más característico en su fisonomía es la mue- ca de satisfacción radiante y brutal.

Tal era la estampa que, a cinco céntimos o de balde, circulaba entre los cultos y analfabetos del siglo XII.

Si alguno de vosotros es curioso puede seguir un poco hacia atrás en el tiempo y trasladarse rápidamente a la Tebaida. Veremos una estam- pa más vieja, una estampa del siglo tercero de nuestra era; porque aquellas estepas son los es- cenarios clásicos del virulento espíritu infernal. En una ciudad del alto Egipto, llamada Coma, el diablo, el año 251, aparece asediando al monje copto, que luego se llamó San Antonio.

72

EVOL LICIÓN ES

Hubo otro santo, San Atanasio, que dejó escrita en griego la historia del anacoreta.

Todos sabemos que San Antonio fué un es- clavo de las alucinaciones. En su opulento pa- lacio de hombre rico entró a gatas el miedo una vez. Comenzaron a parecerle las delicias de la vida invencibles monstruos, y, rompiendo su alcancía, repartió el oro y se fué h\iyendo, hu- yendo a la Tebaida.

Mas el diablo, aunque San Antonio no lo vis- lumbrase, tenía dos firmes y poderosas alas. San Antonio, como buen anacoreta o como buen ricacho, no llegó a sospecharlo, y mucho menos a pensar que con alas, cuernos, patas cabrías y todas las jibas y fealdades juntas, el demonio estaba dentro de su misma piel de san- to, y así, apenas había hundido la turbulenta cabeza en las estériles arenas de la soledad, cuando aparecieron los cuadros voluptuosos y las gratas escenas de su vida muelle.

«Hay que ahogar, hay que sofocar, hay que vencer estas acometidas del demonio», se decía el s^nto; y redoblaba sus penitencias, con lo cual se debilitaba el cuerpo y lo disponía más y más a las alucinaciones.

Quien* tenga una gota de bondad en el alma y un poco de serenidad en el espíritu ha de sentir y comprender la horrible tragedia de este

73

J. MORENO VILLA

hombre, que se batía con las sombras mons- truosas que él mismo iba fatalmente creando. Él vio al diablo en forma de león, de toro, de áspid, de serpiente, de lobo, de escorpión, de pantera, de oso.

Las bestias aullaban en la negrura de la no- che. Antonio se maceraba las carnes. Las bes- tias rugían, levantando las fauces amenazadoras al cielo sin estrellas. Antonio arrojaba lejos de el pan que le traían del poblado. Las bestias redoblaban sus cavernosos aullidos y se preci- pitaban en las ruinas donde oraba el santo. Sus gritos se oían a tres leguas de allí.

Pero hay otro San Antonio; hay un San Guth- lac, a quien llaman el San Antonio anglo-sajón, que se retiró a las marismas de Croyland. Yo he pensado alguna vez que el pintor Patinir, en el cuadro incomparable de las Tentaciones, que guarda el Museo del Prado, ha puesto a San Antonio en el paisaje de San Guthlac, viendo aquellas lagunas y aquel campo verde.

Pues bien; una noche, cuando este santo re- zaba en su celda, cayeron sobre él innumerables y fantásticos seres. La descripción nos interesa mucho. Eran patizambos, cabezudos, cuellilar- gos. Tenían las mejillas chupadas, las barbas puercas, las orejas largas, los ojos feroces, las

74

EVOLUCIONES

bocas fétidas y los dientes de caballo. Sus gaz- nates despedían llamaradas y voces estridentes.

Otra noche, al tiempo de la oración también, oyó rugidos de bestias salvajes. Y vio aves, rep- tiles, fieras..., todos en tropel, venir sobre su cuerpo. Un león le amenazaba con sus dientes sangrantes; detrás había un toro y un oso furi- bundos. Sucesivamente se vio acometido por gruñidores puercos, cuervos carniceros, víboras, lobos y multitud de alimañas.

Leyendo estas descripciones comprendemos las fantasías de Schongauer, Van Mechen y Lucas Cranach. Comprendemos, sobre todo, que viniera al mundo aquel maestro culminante de la diablería, el flamenco Pedro Breughel; pero comprendemos también que la estampa del diablo había llegado a ruin término. Los te- rribles demonios góticos vinieron a ser capri- chos morfológicos, abstracciones cómicas dis- paratadas.

¡Qué lejos todo ese mundo, fantástico y diver- tido, de este otro, serio, que se ve en la puerta de la catedral I Los engendros del Bosco imi- taciones de los de Breughel no son ya diablos, aunque hagan sus veces. Les falta seriedad. Un centinela a la puerta de un castillo no puede estar vestido con librea de portería bur- guesa.

75

J. MORENO VILLA

Ya no entienden la gravedad de vuestro oficio. No se os conoce. El Dante no os podría nom- brar por vuestros nombres ni cualidades; él, que distinguió al diablo marrullero, pérfido y feroz; al cruel y colérico; al zaino y chismoso; al que se mofa de la divina gracia; al que tiene forma de jabalí; al que tiene ponzoña de dragón; al satírico desenfrenado; al fanfarrón y maligno; al iracundo y colérico; al que descuartiza, fla- gela y mesa los cabellos.

jQué espantosa confianza, la de los hombres, con vosotros, pobres viejos diablosl ¡Aquel te- rror que infundíais en Oriente a los egipcios, a los caldeos, a los asirlos!

Ante el funesto enemigo se postraron todos, sin excluir a los griegos ni a los romanos, mexi- canos, indios. 7 el diablo, como puede verse hoy en una efigie annanita conservada en San Petersburgo, se volcaba de risa ante las mues- tras de pavor. Ya fuiste pagado. Llegó la hora de que se rieran ellos.

Es cierto lo digo para no desairarte del todo— que los artistas que así te trataron son los de la Nave de los locos y que luego el Re- nacimiento te prestó nobleza de formas, gallar- día humana. Luego fuiste el diablo barroco, lle- no de rizos, cotas, uñas, garabatos, contorsio- nes y garambainas. Después. . . no pudo ele-

76

EVOLUCIONES

varte más el teutón, el divino Goetke, ni hablar de ti con más elegancia el saladísimo Heine.

«Llamé al diablo, y el diablo vino; y le contemplé con estupefacción. No es feo ni contrahecho. Es un sujeto amable, encantador; un hombre en sus mejores años, atento, cortés y experimentado. Es un diplomático sag"az,

y habla de la Iglesia y el Estado cuerdamente. Algo pálido es; pero esto no es un milagro: no cesa de estudiar Sánscrito y Hegel. Su poeta dilecto sigue siendo Fouqué. Sin embargo, ya no quiere seguir ocupándose de Ahora se le ha dejado por completo [crítica,

a la querida abuela Hecate. Alabó mis aficiones juristas. Antes estuvo él también entregado a ellas. Me dijo que mi amistad no le era excesivamente cara, al tiempo que hizo un saludo, y me preguntó si no nos habíamos visto ya una vez en casa del embajador español, y, al contemplar su cara atentamente, descubrí en él a un antiguo conocido.»

Por cierto que otro Heine, contemporáneo mío, parece que vuelve a mirarte con el respeto medroso de la gente medioeval y antigua. Se- gún su modelado, eres plantígrado, corto de

77

J. MORENO VILLA

patas, pesado de asentaderas y vientre, enclen- que de torso y largo de cuello; un cuello largo, largo que remata en cabeza de caracol. En con- junto parece una testa de caracol enchufada por el cuello al cuerpo barrigón y culón de un Herr Professor.

78

SABANDIJAS HUMANAS

EVOLUCIONES

SABANDIJAS HUMANAS

T OS niños deformes, los jorobados, los cabe- ^^ zudos, los raquíticos, los bobos, pero er\ particular los enanos, me han producido siem- pre malestar físico y, algvma vez, hasta temores supersticiosos. Y, sin embargo, hay quienes ha- llan un deleite mirándolos. No si este deleite es signo de rudeza primitiva o de refinada deca- dencia. Ni me importa.

En cambio, me interesa un hecho indudable. Los enanos, los bobos y todo ese mundillo ruin, cuando pinta Velázquez, no es repulsivo; al contrario, atrae. ¿Qué es esto? Brindo el he- cho a los que niegan todo lirismo a la obra del pintor sevillano. Y les recomiendo que vean algún otro enano que sea factura de pintor me- diocre, por ejemplo el Soplillo, enano de Fe- lipe rV, pintado por Villandrando. (El cuadro tiene en el Museo del Prado el número 1234.)

Esto me interesa por ser para prueba su- ficiente de que la vibración del arte destruye lo repugnante de todo objeto feo y le presta, en cambio —sin alterar su presencia , un atracti- vo que no tenía. Esto es, sencillamente, admi- tir en el taller del artista, no sólo las bellas o

81

EVOLUCIONES 6

J. MORENO VILLA

costosas baratijas que han de servirle de apoyo para sus ensueños, sino las baratijas feas, risi- bles o despreciables. La cosa está en saber uti- lizarlas.

Así, ya no me avergüenza la seducción que he sentido ante las sabandijas humanas que pintó Velázquez. Y no tengo inconveniente en trasladar aquí algunas notas escritas bajo tal seducción, ya que, entre las notas sugeridas por un arte dinámico, exaltado, y las de mi fau- na grotesca o sentimental, no han de caer como un estampido.

82

EVOLUCIONES

LA MARI-BARBOLA

T A Mari-Bárbola es rechoncha y fea; pero... ¿qué quiere usted? Ha nacido para figurar.

En el pueblo la tenían por chata (¡injusticial), buchona, bisoja y cuerpo de botija. Pero... ¿qué quiere usted? Nació ella para vivir entre prínci- pes y para figurar.

En el pueblo, jclarol, como la veían sin com- poner, con sólo cuatro harapos pegados a las robustas carnosidades y tan raquíticos que ape- nas le cubrían el mondongo, decían que era una pepona rrisible. Pero... ¿qué quiere usted? Vestida con guardainfantes, ella puede y sabe figurar.

iNo faltaba más! jEllaí

83

J. MORENO VILLA

EUGENIA MARTÍNEZ VALLEJO

"rpuGENiA Martínez Vallejo, en cambio, está "^ muy a mal con tantos perifollos, brocados, cintas y guardainfantes.

¿Por qué no la dejas, Carreño, irse a la era a revolcarse, a que la revuelquen los chicos y le den manotazos en las rollizas exuberancias, en donde chascarán como en culata de yegua?

¿Por qué no la dejas, pintor, en vez de ator- mentarla con posturas? Eres malo. ¿Para qué la vistes de rojo sino para escarnecerla?

jDéjalal Si no le importa pasar a la poste- ridad.

84

El OLUCIONES

DON SEBASTIÁN DE MORRA

T~>vON Sebastián de Morra va y viene, patizam- "^ bo, tambaleándose. Tiene cabeza y torso de hombre normal, pero harto exiguas las extre- midades, en especial los brazos, que apenas le llegan al vientre. Una barba negra y cuadrada le abriga el mentón y le busca el bigote por las comisuras de la boca. Es su nariz chata y de tan pocos amigos como el entrecejo. Viste co- leto y calzón verdes, medias negras y zapatos de becerro. Sobre el coleto, valona flamenca transparente.

¡Acércate! le manda Velázquez.

y este gran pintor, tan amigo de lo serio, coge un gabancillo carminoso galoneado de oro, que, sin duda, abrigó los hombros de un rey de la farándula, y se lo hizo poner, para retratarlo así.

¡Tome asiento, don Sebastián! ¡Ahí mismo, en el suelo! -- seguía diciendo aquel pintor gra- ve, rarísima vez captado por la ironía.

85

J. MORENO VILLA

EL NIÑO DE VALLECAS

^T^AMBiÉN es patizambo este fruto ruin de la carne. Pero nocorre. No es ágil, ni travieso, ni pendenciero. Él es un magnífico pan de boro- na, una grande y reposada torta de pueblo.

Todo lo que se mueve a su alrededor le en- canta y extasía. Pero no entrevemos si le gusta o le desagrada lo que ve. Tuerce su cabeza de cuello corto hacia atrás, y así queda, sea un es- cuadrón militar, abigarrado y pintoresco lo que pase, o una insignificante mosca.

El niño de Vallecas no corre, no juega, no riñe. Si le dan de comer, come. Si le abrochan coja la ropilla, la deja.

Vive ausente, remoto, como los bienaventu- rados.

EVOLUCIONES

"EL PRlMO„

Q<E sale del coro de sabandijas. Ya la postura ^^ aplomada de su cabeza revela un cerebro normal.

Tiene la cabeza en su sitio, y el sombrero ca- lado de través como los guapos galanteadores y conquistadores. Velázquez no se atrevió a es- carnecerle con ropas o símbolos grotescos. Si le puso de lado el chambergo no hizo más que ate- nerse a lo que veía y al run run de la gente. «El Primo» estuvo una vez a punto de morir a manos de un marido celoso.

No por esto deja de ser hombre serio. Le ve- réis rodeado de libro, tintero y pluma; vestido completamente de negro. Él no quiere telas lla- mativas.

Supo conciliar, pues, los esfuerzos de la men- te con las flaquezas del corazón, como atesti- guan su frente rayana en calva y sus endebles cabellos alborotados. De ambas cosas son resul- tas: de cavilaciones y de noches de gaudeamus. Los ojos sin pestañas suscriben lo mismo.

87

J. MORENO VILLA

'EL INGLÉS„

T7L enano don Antonio, el Inglés, no era de- ^^ forme. Le daba por el lujo y la compostura personal, los encajes valones, las plumas riza- das, las telas de Utrech, las pelucas y los moños rojos.

Era hombre despierto, mas de un carácter tan avinagrado que le tienen que recluir a veces en un cuarto. Allí, para su diversión, le permi- ten la compañía de un perro, pero le cierran la puerta con llave. No le pueden dejar muebles en la habitación.

88

EVOLUCIONES

NIC0LASI70

■pxoÑA Isabel de Velasco, que figura junto a ^^ Mari-Bárbola, hace poco le ha reñido seria- mente a Nicolasito Pertusato,muñequito bailarín que, ahora, con precauciones, hostiga al soño- liento perrazo con su pie de juguete.

Nicolasito había cometido un grave atentado. Figuraos que la Mari-Bárbola tendida, boca al techo, sobre un diván, estaba durmiendo. Esa postura hace que, en sueños, se abra la boca, y Nicolasito, corto, pero no perezoso, se la fué llenando con bolitas de papel.

La pobre pepona se despertó falta de aliento, morados los mofletes, retorcida y espantada. A poco más, se ahoga.

Por eso doña Isabel de Velasco l^dió un tirón de orejas y le amonestó.

Nicolasito ahora se divierte hostigando al pe- rro, como si tal cosa. En su pequeña persona no duran mucho los sermones, y dentro de poco se esconderá tras un tapiz para dar un susto a don Felipe IV, cuando pase.

LIBRO SEGUNDO

BESTIARIO

Non nova sed nove.

II I

4

f

■^^^i^^^^ «■i»'

i

BEST. I RIO

nova sed nove.

EVOLUCIONES

DEDICATORIA DEL BESTIARIO

~\ laSra. D."

•^~^ «Dedícame un libro. ¿Harás un libro para mí?»

Tales fueron tus deseos durante una época breve, pero sabrosa, ya lejana. No llegaron a ser una obsesión, pero una tarabilla insisten- te, un repiqueteo alegre y superficial. A tus pre- guntas yo contestaba afirmando y sonriendo, y volvías a insistir dudando y sonriendo. Sin darnos cuenta, los dos afirmábamos y dudába- mos; yo, afirmaba con la palabra y dudaba con la sonrisa; tú, al contrario. En realidad temía- mos que la obra resultara de inferior altura, intensidad y vibración que aquella otra em- prendida por ambos, sin preparación ni estu- dio y que, unas veces iba formándose y hacién- dose a fuerza de silencios abarrotados de ilu- sión, otras con diálogos vivos, saltantes, locue- los, y otras con recriminaciones de arrugado entrecejo.

Con frecuencia vuelvo la cara hacia las horas aquellas. Verdaderamente, nunca jamás, ni ni yo, haremos una obra más vivífica, com-

95

J. MORENO VILLA

plicada y chispeante que aquélla. La guardo como si fuera un modelo precioso.

Después... después vino la vida; quizás fuera mejor decir, la muerte. La vida verdadera está en horas como aquéllas; en horas tan cargadas y bendecidas por la emoción que, todo, hasta el tiempo, parece que se extasía para que lo vi- vamos larga y entrañablemente.

Después vino la vida. Hace poco te vi senta- da en un banco del parque, rodeada de chiqui- tines, hijos tuyos. Tu figura corporal, que había sido toda de ensueño, no guardaba de él más que un poquitín, en torno a los ojos. A qué in- sistir, ni a qué preguntar. La plumita del som- brero tiene a veces una elocuencia...

De mí, ¿qué decirte? Muchos errores tengo en la vida corriente. Pero como sigo pensando que esos errores son los que me procuran ratos de vida verdadera, lamento que no sean más. En los no errores, en las sensateces, también me ejercité; pero esos están al alcance de cualquier doctorzuelo en Derecho.

Con esto verás que tengo un espíritu más con- servador y tradicionalista que tú, ya que algo me queda en el alma, todavía, de aquella intui- ción del mundo y de la vida que nos arrebató y sostuvo horas y horas en las más altas regiones.

En ese algo me sujeto como en la pensión el

96

E VOLUCIONBS

inválido, o como en el arbotante la bóveda gó- tica. jQue la suprema bondad no me lo retire, ya que yo derrocho tanto entusiasmo por rete- nerlo!

Sólo a ese espíritu debo este libro. Este li- bro que viene a sumarse a los otros tres, per- fectamente inútiles, ya publicados.

¿Es también éste absolutamente inútil? No; absolutamente, no. Va dirigido a ti. He pensado que acaso sea éste el libro que me pedías. 7 tengo la esperanza de que levante un vuelo el pasado que duerme en tu memoria y que reco- nozcas en él muchos de aquellos diversos obje- tos que fueron motivos de comparaciones y ex- clamaciones en nuestros zigzageantes e inde- terminados diálogos.

Sin duda faltan muchos. Ahora mismo, al es- cribir esta dedicatoria, cuando el libro está, como quien dice, cerrado, echo de ver que me falta el abejorro.

¡Mira que habérseme olvidado el abejorro! Es- pecialmente al abejorro negro, fatídico, debí hacerle su correspondiente jaula, y haberle puesto en ella severos y amargos apostrofes. ¡Qué cantidad de oscuras preocupaciones de- positaba entonces en tu pechito su presencial ¡Cómo y cuánto le maldije!

Pero si no va el abejorro, van en cambio al-

97

EVOLUCIONES 7

J. MORENO VILLA

gunos otros contra los cuales he soltado la es- pita de los reproches. Y es que sin estar a flor de conciencia, sin acudirme a la memoria, re- cluido allá en lo profundo estaba el animalejo incitándome al reniego y a la imprecación.

Nada hemos perdido con ello. Así el libro tie- ne más cambiantes, facetas y destellos. Al eno- jo seguirá un gesto de caricia, y uno de melan- colía, y uno de burla, y uno de entusiasmo. Aquí admiro y desdeño como admirabas y desdeñabas, sencillamente, o, mejor dicho, es- pontáneamente, porque la sencillez en el pen- sar no es cosa de nuestra época.

No, no es la sencillez la virtud cardinal de este libro. Las cosas visuales se mezclan aquí con las intelectuales, las preferencias sentimen- tales y estéticas con las morales del orden más rígido. Tiene todo esto un claro entronque con el arte gótico, aquél complicado arte septentrio- nal que tuvo la osadía de querer fundir o amel- gar lo abstracto y lo natural, la geometría y el mundo palpable, vegetal o animal.

No, no puede ser sencillo. Pero, ¿es que nos- otros amamos la sencillez? Tal vez como viejo residuo nos quede alguna admiración por ella, pero nosotros somos hijos de un mundo compli- cado, que cada día exige más. Advierte que no han sido nuestros años de juventud y aprendi-

96

EVOLUCIONES

zaje, años abiertos a las satisfacciones externas. Hemos tenido bien abiertos los ojos hacia la calle, pero hemos permanecido detrás del bal- cón, recogidos, y hasta detrás de nuestras pu- pilas, si es que te sirve esta frase.

Detrás de nuestras pupilas, en los porches de la interna morada, es donde ha estado siempre el centro de nuestra vida; es decir, en el límite mismo donde acaba lo que vemos y empieza lo que pensamos. Así, participan nuestras cosas de lo uno y de lo otro y, acaso, con la prepon- derancia de lo otro sobre lo uno.

¿Qué te pasa? Veo que estás inquieta. ¿Te canso? No, no puede ser. Estoy haciendo, ex- plicándote lo que es tu libro, este libro que adivinaste y quisiste c5n la vehemencia de la juventud. Si te tienta el fastidio atribuyelo a que tu espíritu va perdiendo la virginal pureza de cuando era hermano gemelo del mío, capaz de remontarse y hundirse hasta lo más azul y en lo más negro. Sin duda, entró en tu alma el diablejo de lo superficial, enemigo acérrimo de los deleites puros. ¡Arrójalo de til Volverás a sentirte joven, como eras cuando juntos mirá- bamos pacer al ternerillo, volar a la golondrina, escurrirse a la sierpe, nadar al pez.

j Arrójalo, arrójalo fuera, a fin de que estos pobres papeles, escritos para ti, no se queden

99

J. MORENO VILLA

desairados y vayan al montón de lo inútil! Ellos tienen un valor por sí, claramente lo veo; pero el valor absoluto se lo das aceptándolos, comprendiéndolos.

Antes de hacerte la ofrenda sentí, sin embar- go, un toque de la vacilación. ¿La encontrarías impropia, baladí? ¿Tal vez ofensiva? ¿Supondrías que un tema como el de estas seudofábulas, es- critas sin el arrebato de mis primeros tiempos, cuando ya las canas van constituyendo audaces colonias en la cabeza y las fibras de oro, que son el alma de la juventud, van sustituyéndose por otras de plata, más frías, llevan embozado el desdén?

Nada más ajeno a mi ánimo. Los libros de ayer eran libros apasioifbdos y altamente reli- giosos. Nacieron al primer contacto de la vida y de las cosas, de los misterios. Un alma fervo- rosa da estos primeros pasos con la seriedad y tribulación del ciego, que camina a tientas. El ciego, cuando entra en un aposento nuevo, hueie el misterio, abre los ojos más, levanta la cabeza como para ayudarse con el olfato y con el oído, y percibe el peligro. En cambio, cuando entra por segunda vez, conocedor ya de las co- sas que en el aposento hay, los palpa y sonríe.

¡Sonríe! Me alegra haber dado repentinamen- te con esta palabra, porque ella puede explicar

100

EVOLUCIONES

por sola la clara intención de mi dedicatoria. ¡Sonríe! Un libro de ayer hubiera acumulado sobre ti presentimientos, tristezas, desvarios. Un libro de hoy cubre la gota de amargura con los estambres cosquilleantes de la sonrisa.

Además, será recibido sin suspicacias por el esposo. No puede hallar en él nada que sea in- sinuación, desfallecimiento amoroso, perpleji- dad o éxtasis ante bellezas corporales o aními- cas de tu propia persona. Tu marido lo leerá; contribuiré también a su regocijo, y, luego, tal vez le indique a los pequeñuelos las virtudes, los rasgos, las deformidades de las alimañas campestres y ciudadanas.

Mira por dónde voy a coadyuvar a vuestra la- bor pedagógica. ¡Yo maestro!

¿No éramos aprendices los dos en aquella buena época? ¡Qué nostalgia, pensar que el aprendizaje ya no volverá tampoco; que perte- nece a las múltiples cosas pasadas irremisible- mente! ¡Qué pena, verse maestro, verse peda-

gogo, y ya para siempre

101

J. MORENO VILLA

LA CABRA

y^ECOSTADA en el suelo enseña las ubres color -^^ de ceniza, brevales en su forma y esta- llantes. No tardará en venir un mozo que se las deje como pipas hueras.

Mantiene erguida la cabeza tenebrosa, de ojos luctuosos y demoníacos.

¿Tiene dos almas la cabra? ¿Cómo es infantil, amiga de los niños, y retorcida, colega de las viejas brujas?

Es que lo absurdo lo lleva dentro y lo tiene fuera. ¡Qué andares los suyos cuando no cabe una gota más de leche en sus mamas! Tropieza y choca consigo misma, con sus propios miem- bros hiperbólicos, que han adquirido un valor descomunal, y toda la hermosa bestia se supe- dita al valor de sus glándulas.

De sus ornamentales cuernos todo está dicho al decir que son ornamentales. Cuernos inútiles por su retorcimiento inverso. Acaso un artista heleno, pozo de ironías y criador de cabras, fué quien halló la peregrina idea, y la puso en prác- tica, de invertir la dirección. Porque de Grecia vino todo arte, y el arte convierte lo útil en in- útil para satisfacción mera del gusto. 102

EVOLUCIONES

Tiene todavía otra cosa ineficaz: las carúncu- las o teticas pendulares del cuello. ¿Para qué las quiere? Tal vez para que una criaturilla, como la que ahora se aproxima, juegue con ellas...

La cabra se ha puesto en pie. Ha venido el cabrero y la echa a la calle con otras muchas. Va con la cabeza baja, pegada a la pared, pen- sando en negruras ultraterrenas. Cuando llegue al prado y haya comido la jugosa y buena mata verde, convendrá con otra un disparatado duelo frontal. Levándose sobre las patas postreras, dibujará una gentil pirueta en los aires y, al tiempo de recoger la barba en el cuello, su frente buscará el topetazo en la próxima testuz. Luego, sin más explicaciones, volverá las nal- gas, dará unos pasos, se alejará y se pondrá a pacer como si nadie hubiera en el contorno. Es cosa de todos los animales gregarios el pacer en compañía, con la fe absoluta de que son únicos, solitarios, dueños.

¡La cabra, la cabra infantil y diabólica, orna- mental y absurda!

103

J. MORENO VILLA

EL GALLO

"TAARECE que va con las manos en los bolsillos del pantalón y que anda sobre el mantillo del corral temeroso de percudir los flamantes botines: tanto alza los pies.

«¡Mírame, míramel Tengo de este lado una rodaja blanca como la espuma de la nieve, y a este otro lado, jmírameí, tengo otra; y si te fijas en mi cresta, verás color; y si unes el blanco y el rojo con el negro de mi plumaje tendrás la bandera germana.

A la influencia de este símbolo debo el pisar bien, el llevar la cabeza erguida y el tanto filo- sofar. Filosofo a lo Nietzsche, con gallardía. Siempre solo estoy en el corral, siempre solo, meditando, luciendo, dando vueltas, sin que entorpezca ello m.i oficio de garañón. Comparto la filosofía con la carne, aunque sea carne de gallina. Fecundizo y hago filosofía, que todo es uno.

Cuando se avecina el alba yo canto; pero no siempre; se exagera mucho. Canto al alba como a tantas horas, porque yo canto mucho para que no se me olvide ni desatienda. El uni- verso propende a la distracción, y si no fuera

104

EVOLUCIONES

por mis voces de alerta, mal andarían los cuer- pos siderales y el hombre.»

Todo esto lo decía paseando su empaque por entre cascarones de huevo, costras de melón, una espuerta vieja más alta que su cresta, una escoba desmedrada y una sartén roída. Quien se mueve en un panorama tan ruin, con tan al- tos pensamientos, es muy grande o es muy...

105

J. MORENO VILLA

EL ASNO

"X L asno, de tiempo en tiempo, se le acaba la "^^ cuerda y se petrifica. En la noria quedó a medio volcar un cangilón. Mas él no repara en eso; no mira. Tiene la vista en el infinito, que es la pantalla cromática donde vemos proyectarse en pensamientos nuestras emociones. Esto ve; es decir, esto piensa.

«Yo no lo que de querrán. Hice todo lo que pude por atraerme la simpatía del hombre. Muevo el molino, la noria y el carricoche. Tomo lo mismo piedra dura sobre mi espina, que ma- tas en flor, y las llevo impertérrito por veredas en que la hormiga sentiría vacilar su corazón. No soy exigente a la hora de comer; si me po- nen hojas de cardo las como. Nunca veréis en mi linda boca palabra de queja. No hago más que mis meditaciones en la pantalla del infinito. Así, revivo la historia mía y la de mi ascenden- cia. Se han olvidado los hombres de que en mis lomos huyó la Virgen a Egipto, de que el vaho de mi cuerpo calentó el cuerpo del Kombre- Dios, de que hice con éste la entrada en Jeru- salén. No se acuerdan de nada. No se acuer- dan, porque no tienen pantalla, una pantalla

106

EVOLUCIONES

lejana y fiel donde se desenrosquen y aclaren los sucesos de la vida. No se acuerdan de que mi mujer abastecía de leche las tinas romanas, contribuyendo así al esplendor de la belleza de Venus.

Si el hombre estima la aristocracia, cuyos factores son esfuerzo y tiempo, ¿por qué, siendo tenaz y provechoso mi esfuerzo, y mi cuna leja- na en el tiempo y en el espacio, no me quieren?

Acaso porque tengo mi voluntad. Cuando me veáis andar de lado, decid que opino al revés que el arriero. Si veis que cogiéndome del rabo me impele en el sentido de su deseo, no creáis que someto mi voluntad. Ella grita en el vértice de mis orejas, por donde escapa mi libertad cuando sucumbe la carne.

Tales desavenencias ocurren por la endiabla- da propensión del hombre a salirse de lo nor- mal y cotidiano. Un día, cercana ya la miseri- cordiosa muerte, unos malévolos gitanos qui- sieron reavivarme de momento para sus tráficos, y me pusieron bajo el rabo, en delicado reco- beco, maldecido espino, con el que hube de fingir el trote más garboso de mi existencia. Pero como yo tengo mi voluntad, apreté con el rabo los espinos de tal modo, que provocaron la sangría y la muerte. Así burlé las malas artes de la germanía.»

107

J. MORENO VILLA

EL CARACOL

T ENTAMENTE sube poF la rama utilizando los "^ sutiles periscopios de sus cuerr\ecillos tác- tiles.

jTienta, tienta; levanta la cabeza y otea los alrededores! ¿Te hacen falta gemelos de cam- paña?

Su discurso, intermitente y medroso, dice:

«No hay nadie; parece que no hay nadie. Y el piso es firme. ¡Ay! Ya me di en el ojuelo de la antena, que se ha contraído y enfundado en la cabeza. ¿Me verán? No hay nadie. Para es- currirse tácitamente la baba es buena, pero es delatora, aunque el viento la oree. Deja unos cristalinos traicioneros. Me van a descubrir, me van a descubrir. Será mejor ocultarse.»

y se mete en su concha para que no le vean. Pero el pobre tímido, suspicaz y medidor de movimientos, agítase de tal modo al recluirse, que cae con su cascarón desde el árbol a un banco de cañas, moviendo un ruido hueco y alarmante.

Un chico le coge, le mira y le estrella contra la pared.

108

EVOL UC/ONES

LA COTORRA

T A cotorra y San Bruno son dos ideales con- trapuestos. El santo cartujo, para sosteni- miento de su voluntad en la hora de la tentación, cuando los pensamientos le bailaran en la punta de la lengua, debió de tener colgada en su ca- marín una jaula con uno de estos pintorescos pajarracos. (Es un dato a perseguir en los archi- vos de la Orden.)

He dicho pintoresco a impulsos de la rutina, y debo aclarar que, pintado por un impresionis- ta, puede serlo; pero si el que lo pinta es un primitivo, resultará lo que es: una roñosa mo- neda de cobre envuelta en papel de estaño ver- de, como los bombones. ¡No le quitéis el papel; no pelarla!

109

J. MORENO VILLA

LA ARAÑA

T Te aquí una figura escapada de un manual de Geometría o de un tratado de Lógica.

Esta delicada operaría se identifica de tal modo con su obra, que no sabe uno dónde aca- ba ella y comienza el artificio. El globulillo cen- tral de su organismo es el foco de toda la red sutil que va elaborando.

Pertenece al grupo de los dotados de vida in- terior. Busca un ángulo, un sitio apartado, y allí, con la mirada en el ombligo, va tejiendo sutilezas, donde las moscas serán atrapadas. ;, Su andar es pulcro y coquetón. Lleva el cuer- po sostenido con sopandas como las antiguas carrozas o las damas de miriñaque.

110

EVOLUCIONES

EL BUEY

-npAL como le vemos hoy le vimos toda la vida. El buey tiene siempre sesenta años. ¿Le re- cordáis bullicioso? En cambio le recordáiscacha- zudo y pacífico, barbicano y con gafas. Lleva la paz consigo. Los melíficos ojos de la bestia en- dulzan el paisaje, la hora y las palabras del con- templador. Su larga y lenta cola impone compás a los objetos y seres que le rodean. Su boca es blancucha y blanducha, y mastica de lado para que la operación sea menos dura, más dulce. Cualquiera diría en esta mañana cruda que le están ardiendo las entrañas. Por este abundan- te vaho fué llamado al Portal de Belén, al me- diar una noche, cruda también. El buenazo se levantó de la cama, se limpió los mocos y se dirigió al Portal.

Su calma y sus sesenta años le hacen muy recomendable dondequiera.

111

J. MORENO VILLA

LA RANA

"p\ASAMOs junto a una charca. jPatsch! Una pequeña parábola verdinegra se dibuja desde las matas al barro. ¡Quieto! Allí ha caí- do. Cualquiera diría que cayó del séptimo cielo.

Esperamos a que nos mire; pero ¡caí Esas protuberancias oculares que lleva sobre su apuntada cabeza no tienen vida. Son como cuentas de vidrio, y granos de pimienta, y ojos de pez ahogado, y un algo de intestino muerto.

La contemplamos en silencio y en espera de que se anime. Pero es inútil. Aquello no es un ser vivo; más parece un pisapapeles de mal gusto.

Levantamos la vista para ponerla en el hori- zonte, que se va pintando con los colores gra- duados de la tarde. Es la hora predilecta, ínti- ma y recogida. Véspero, jugoso y rutilante, llama a el pensamiento...

¡Cra! ¡eral ¡eral

Nos levantamos eléctricamente y, al echar a andar puesto que todo se fué al diablo , ve-

112

EVOLUCIONES

mos que la rana saca, de bajo el vientre, unas ancas inverosímiles y vuelve a describir la pa- rábola, que ahora es negra.

¡No estaba muerta, no! Ni perdió su agilidad. Viene a ser como la criatura-serpiente de los circos, más saltarina cuanto más descoyuntada.

113

EVOLUCIONES

J. MORENO Vil. LA

EL MONO

T Tbwte. siglos de civilización cristiana, por lo menos, ha tardado el hombre en notar su parecido con el mono. El mono, en cambio, lo sabe de siempre. Como asistió al progresivo me- joramiento del hombre, conserva la sensación del rezagado. Esquiva mirarnos directamente y procura escapar y ejercitarse en cosas que le distingan y separen del hombre. «Ya que no fui como él, sea cada vez más distinto.»

Sin embargo, este odio es efímero, aunque intermitente. No es posible que se sustraiga al influjo de la sangre, y así acude a nuestra vera, pone unos ojitos tristes, humildosos y nos imita. Hasta que de nuevo la insolente belleza huma- na le acogota y da un brinco, enseña sus inno- bles posaderas y se queda colgado de una rama por el rabo.

Allí se columpia sobre el mundo y distrae su melancolía.

114

BVOLUCIONES

LOS GANSOS

^ LLÁ van, al estanque, mohínos, con una jeta '^^ de tres cuartas. Son como niños palurdos que no se mueven a gusto en el traje limpio y dominguero. No saben cerrar las manos dentro del guante.

¡Andad, amiguitos patojos! No refunfuñéis, daos prisa, no miréis tanto atrás, que no llevo caña. Poned un semblante más benévolo a este sol que os embellece el traje. Es un encanto la mañana de Dios. ¡Desarrugad el entrecejo!

115

J. MORENO VILLA

EL CERDO

/'"NON SU cabeza en forma de embudo, sus orejas ' plácidas, caídas sobre los ojos, lacias como el pañuelo a medio meter en el bolsillo del cur- si, y con su rabillo ensortijado., de una ruindad inverosímil.

¡Pobre marrano! La bestia más pudorosa de la creación.

¿Le habéis visto, por esas carreteras y calles, esconder la cara en el pelotón, para que no le reconozcan, traspasado de vergüenza, paciente de una desnudez sólo comparable a la de la mu- jer cincuentona, de carnes bofas? Sobre todo en el mes de Noviembre, cercana la matanza, cuan- do está en plena seriedad, cuando es una cosa hecha y acabada plenamente, cuando agotó la elasticidad de su pellejo. Porque en estío es otra su apariencia. Es más movida, un poco zascan- dilesca y chiflada.

Cuando asisto a una conferencia sin miga o a una conversación de esas que tratan de en- taponar y ahogar los sentidos, traigo a la me- moria la entrada de los cerdos en el corral. jQué trotes, qué movimientos de orejas y de patas!

116

EVOLUCIONES

LA LAGARTIJA

T^ÁPiDA y flexible, uniformada como la milicia moderna, conforme al suelo que pisa. El color verdi-pardo del dorso es pura medida táctica.

Después de una corta, pero desenfrenada ca- rrera, se para.

Parece que mira al cielo y escucha; le gusta el sol y el silencio.

Muy lisa, muy aseada, de línea coquetona, elegante y fugaz, atrae a los chicos que más tarde serán hombres y seguirán jugando con limpias, bien dibujadas, coquetonas y fugaces figurinas y aguantarán la vejez junto a ellas, aunque menos atildadas, menos dibujadas, me- nos coquetonas y menos fugaces.

117

J. MORENO VILLA

EL PERRO

/"NuANDO veo a esta llama de atención que es el ^^ perro; cuando le veo seguirme con los ojos, saludarme con los brazuelos, espiar, ladrar en mi defensa, mover el rabo alegre a mi llegada, echarse a mis pies hecho un ovillo, todo sumi- sión, surge al instante en mi memoria la ima- gen del hombre que, por su voluntad, converti- ría en perros a todos los seres que le rodean, a la mujer, al hijo, al inferior jerárquico. 7 enton- ces me voy al perro y le digo con toda la efu- sión de que soy capaz:

«Mira, perro, yo no te voy a pegar nunca, ni te voy a suprimir la comida, ni a echar de la casa, ni a disminuir mi benevolencia para con- tigo. No me temas; no seré nunca el superior. Pórtate como te portarías en mi ausencia. No quiero esclavos ni aduladores.»

y el perro tuvo por idiota.

118

EVOLUCIONES

- BL FA/SAN

X JADA más peripuesto y lindo que este corte- sano; casquete de oro, pechera roja, casaca azul y larga cola, fina como un espadín damas- quinado. Todo brillante y pulido.

Pertenece al cuerpo diplomático; sabe la lem- gua inglesa, sibilante, insinuante, y la pronuncia en tono bajo. Presume con las damas y juega al brídge.

119

MORENO VILLA

EL ANTÍLOPE

"ps un anarquista de guardarropía. General- ^^ mente lo tienen encerrado, pero algunas veces, cuando surgen algaradas y temblores so- ciales, le vemos salir de una calleja hedionda con su semblante fosco, sus barbas mates y sus greñas sucias, un traje pardo y un roten formi- dable.

Es una criatura selvática; fuera de la socie- dad; atrabiliaria.

120

EVOLUCIONES

EL BUHO

T7l campo está solo y negro. La luz baja, sobre ' mi mesa, ampara la intimidad. Pálpase e^ recogimiento; parece que más allá de la luz no hay nada, nadie.

De repente abre el buho, con un puntazo de opaca sonoridad, un boquete en la maciza ne- grura.

¿Qué dices pobre buho inmóvil en el manteo silencioso de la noche? Una vaga som- bra que se aleja es tu voz puntual. ¿Lamento amargo? ¿Ves mvicho abriendo los ojazos circu- lares? ¿Ves más de lo que vemos los tristes en la negrura sin fondo?

¡Pobre buho! Sí, pobre. ¿Por qué no has de serlo? ¿Por qué tu cebo está en las visceras de las bestias y en la carroña de cien días?

¡Nada tienen los hombres, ni los dioses, que echarte en cara!

121

J. MORENO VILLA

EL ELEFANTE

X/TONUMENTO fotundo, con fachada prediluvia- ~ na, que soporta y transporta castilletes en los países lentos y que con una suave caricia de su nariz derriba a un hombre.

A pesar de su lentitud conservadora sospecho que sea un redoraado anticlerical. ¿Cómo es po- sible que a estas alturas, en el siglo xx, no sepa el desventurado que si le hacen la dolorosa ex- tracción de los colmillos es para tallar Cristos o Santas-Marías?

También sospecho que se trata de un ser pu- doroso. Obediente al sentimiento del pudor en- coge las indecorosas nalgas con que sus proge- nitores le agraciaron. Por ellas se le puede ca- talogar entre el cochino y el hombre fondillón. ¡Estaba por regalarle unos tirantes!

122

BVOLUCIONES

LA HORMIGA

x To te parece que es un expolio eso que estás haciendo del granero?»

y luego, ¿por qué? Por puro afán acaparador.

jAh, diligente comunidad, acaparadora y re- cia de pico; consigues que cada sencillote la- brador se sienta, por unos instantes, un disol- vente Combes!

123

J. MORENO VILLA

LA ZORRA

"T^L corazón le ha dado un vuelco al sentir la ^^ cuerna espantosa.

Pero ha sido un vuelco nada más.

Ella sabe...

Ella sabe que es la cuerna.

124

EVOLUCIÓN ES

EL PEZ COLORADO

npoPANDO con el hocico en el vidrio de la bola, •*- tornando arriba y abajo lentamente, sin un destello de luz interna, este animalillo es un po- bre idiota non nato.

El hombre lo agarró y lo metió en este globo transparente, inverosímil, que cuelga de un hilo y está quieto en el espacio, para ver en el ju- guete representada su alma.

El alma es un globo muy diáfano, irreal casi, suspendido y quieto, donde se agitan cosas.

Cuando tenga, lo que en ella se agite, pare- cido con un pez colorado, el alma pide plaza en un hospital.

125

J. MORENO VILLA

EL PAVO VULGAR

/^uÉ tendrá esta criatura en el gaznate, que ^^ así lo estira y así tose?

Con lento y medido paso paso de parada , discurre, sin sentirse vejado por la caña del pa- vero que amaga sobre su cuerpo. El ñato que le posee le hace decir:

«Tú fíate de mú,. Eso que te han dicho es falso; yo de buena tinta... ^Nada, nada! No le des vueltas; las cosas son como son y todo eso es de gentecilla ruin y melindrosa. Hay que tener altura de miras. jGlo-glo-glooo!

126

EVOLUCIONES

EL CANARIO

"T^ARA este rapazuelo virtuoso tengo yo siete jaulas. Es toda una fiera.

Podrá lucir un plumaje gualda, muy noble; ostentar desenvoltura picaruela y grácil; po- drá tener unas patitas delicadas y sonrosadas y un pico...

]Ah! jEsto que nol

Las gargantas famosas y los picos de oro bien están en el jardín una hora, unos instantes y que luego el viento se los lleve a otro lado. Pero vivir con ellos es como vivir con una de esas temibles personas que han leído sólo un libro en su vida y se lo saben muy bien, sea el de Darwin o sea el de Kant,

127

J. MOREMO VILLA

EL CISNE

T?STE es el cisne bello, Narciso de los estan- ques, nadador sin ajetreo que desvirtúe su magnífica silueta.

Cuando ve que le contemplamos se acerca y evoluciona con saber muy femenino. El sol pe- netra en las nevadas oquedades de su plumaje acuciadoras del beso, más que de la admira- ción, por lo soberanamente bellas.

Es todo lo que hace. Y cuando lo ha hecho se aleja tan pechisacado y orondo como tenien- te de húsares.

Si en vez de blanco es negro, el cisne cambia de humor. ¡Ah, la influencia del traje en el ánimo!

Sus evoluciones y paseos lacustres son las evoluciones y paseos de una sombra.

Es la sombra de su hermano el victorioso.

128

EVOLUCIONES

EL FLAMENCO

"V To he visto escupir a los flamencos. Tal vez no escupan. 7 es lástima.

Contaba un pulcro y amado maestro que en las reuniones o claustros ¡en la Universidad Centrall , las flemas de los catarrosos descri- bían parábolas, a veces de largo tiro, por enci- ma de su calva, buscando el lejano escupidor.

Aquellos catarrosos profesores de balística, dotados del pico de los flamencos, hubieran de- positado la salivilla en el escupidor con toda calma y sin peligro para los compañeros.

129

EVOLUCIONES

J. MORENO VILLA

LA MOSCA

T?RÓTASE con verdadera fruición las patitas de •^ atrás. Luego, con las delanteras se atuza el cogote, bajando la cabeza, como para degollarse. Luego trenza y retuerce de nuevo las otras. Lue- go se remonta, describe unos pequeños círculos en el aire sin salir del mismo sitio, ni más alto ni más allá, en el centro de la habitación, don- de permanece girando horas y horas y persi- guiendo a sus hermanas. De pronto, como sien- te fatiga, decide que otra la lleve en volandas, lo que suscita furiosa protesta de la comadre.

Todo pasa pronto, y sigue la rueda hasta que vuelve a detenerse en el visillo y hace otra vez gimnasia de remos, frotándose y retorciéndose de gusto. Sin duda, en estos momentos piensa: «no estaría mal otra vueltecita».

Ayer le vi comiendo, es decir, tocando con su pequeña trompa en la matadura de un mulo viejo, hoy le veo sobre el pan de bizcochos.

130

EVOLUCIÓN BS

LA PALOMA

T?ROS y Mercurio unifícanse en ella. Dice la pa- -*-^ loma: «7o soy el amor del Padre y del Hijo, el gancho que hace de tres uno. Los tres somos uno en el amor».

Otras veces dice: 7o soy la mensajera. Como orientarme; como desde el cielo cuál es la morada y el ventanal de Teresa en Ávila, puedo trasladar a la oreja humana la palabra que me dicta el Señor».

Por lo demás, ella es guapa y fina de cabos, más grata que la seda es su vestidura al tacto y más mimosa y dispuesta al arrullo que las no- vias en luna de miel.

Es un piropo fácil para el galán y es una dis- tracción decente para los ancianos.

131

J. MORENO VILLA

EL DROMEDARIO Y EL CAMELLO

A van el de la giba y el de la doble giba. "^"^ Creo que son parientes lejanos de Martín, el que vende billetes de lotería en la calle. Mas no se tratan.

Por los infernales desiertos en que arde la arena y el sol taladra como la espada de San Miguel, van pacientes, arrastrando sus cordille- ras peludas. Cordilleras en cuyos senos faltan los manantiales, pero hay útilísimos aljibes.

¡Útiles y bondadosos jorobetas, sois una pa- radoja! No os parecéis a ese bicho malo, colé- rico, torcido y envidioso, que es el hombre cas- tigado con giba por Dios. Vosotros sois servi- ciales y pobres de espíritu. De vosotros es el reino de los cielos,

132

EVOLUCIONES

EL OSO

T7l oso es el oso porque adopta en ocasiones "^ la postura del bípedo, que no le cuadra, y porque se pone a tocar la pandereta o a bailar al son de ella. No se da cuenta de nada: ni del largo de sus ancas, ni del ancho de su torso, ni de su divina gracia. Si se le ocurre dibujará en el aire, gentilmente, una verónica belmontina. Es tan oso, tan oso al fin, oriundo de países fríos , mientras más al Norte menos se conoce el ridículo—, que no le preocupa ni su figura ni el qué dirán. Hace lo que hace por el hecho mismo.

133

J. MORENO VILLA

EL ESCARABAJO

Qii el escarabajo levantara la cabeza! *^ Pero no tiene cuello; es su tragedia. ¿No has reparado nunca en lo que vale ética y estética y lógicamente, eso de mover el cuello y por ende la cabeza? Recuerda la estampa de un ter- nerillo que mire al cielo o a la madre.

Quien no mueve el cuello no ve a Dios, que está en el cielo, que es el cielo; no puede mirar hacia lo pasado.

Quien no mira atrás, quien no vuelve la ca- beza en el punto preciso, ni es bello, ni es bue- no, ni es sabio, puesto que lo pasado no le sir- ve, y es lo pasado lo que endulza el carácter y lo que moldea y enriquece el entendimiento.

Créeme: lo más trágico del mundo es no po- der ver más que la bola sucia y fea del momen- to. jSi el escarabajo levantara la cabezal

ÍU

EVOLUCIONES

LA TORTUGA

T?STE curita, de paso torpe, es viejo. Tiene ten- ^^ dinoso el cuello largo y ha caído en la lo- cura de vestir siempre de pontifical.

Los rapaces le dan con el pie, como a las pe- lotas, y cuando cae panza arriba le abandonan, y el bueno y paciente clérigo ha de permanecer en tan indecorosa postura, a causa de la rigidez del ornamento, hasta que un alma bondadosa le socorra.

i 35

J. MORENO VILLA

LA AVISPA

-T^iENE SU parecido con la mosca grande y con -^ la abeja. El cuerpo lo lleva listado de ama- rillo y negro como las ruedas de los simones.

Como la abeja, tiene un aguijón; pero no le sirve más que para pinchar, pues ella liba en las flores como hace su modelo y no saca miel. En esto es hermana de los malos poetas.

136

EVOLUCIONES

LA INNOMINABLE

TT^N medio de todo, da lástima que arrastre por ^^ el suelo su tenue camisa, su cuerpo de liso mosaico polícromo. ¡Qué bonita cuando se yer- gue en medio del camino, retadora, con su ca- beza lisa de gitana!

Pero la gente no comparte esa lástima. Pesa sobre ella su papel bíblico. Desde hace siglos viene siendo, es y será siempre, acaso, la que con su lengua —¿con esa lengüecilla que parece un pistilo rizado?— musitó al oído de la madre Eva unas fatales palabras de rebeldía.

13t

J. MORENO VILLA

EL LAGARTO

"TNOR SU nombre y por sus hechuras es padre de la lagartija y bizr\ieto del caimán. En España es el antídoto de la innominable.

13S

N'

EVOLUCIONES

LA CIGÜEÑA

o le bastan sus propios zancos; ha de subir- se a las torres. ¡Qué manía de alturas tiene este guarda rural, siendo, como son los malhechores que persigue, ruines y apegados al terruñol

Como San Simón, el Estilita, y como la gru- lla, es capaz de dormirse en un pie.

Como el flamenco, guarda su pico bajo el ala y luego lo saca, cual si desenvainara un sable.

139

J. MORENO VILLA

EL CONEJO

QiENTADO a la morisca, sobre las piernas, ofre- *^ ce ur\a silueta boliforme con orejas de burro.

El más bonito de los conejos, el blanco, en- ciende y apaga las rojas bombillas de sus ojos.

Un resorte burlesco tiene en la nariz y otro en las patas. Merced al segundo, escapa; mer- ced al primero, se ríe del cazador.

Sabe mirar de reojo, de un modo impertinente y contraído, como las viejas desconfiadas.

140

EVOLUCIONES

EL RATÓN

"V Tariz para llevar quevedos; mirada aguda; ^ simpatía infantil; barullo y sobresalto. Baja por la cortina, recorre a lo largo la cornisa del zócalo, luego se lo traga la tierra.

Aunque se le contemple parado sigue siendo la imagen de la rapidez azorada, no si por las orejillas o porque tiene en guardia las patas.

Las vivas cuentas de azabache de sus ojuelos ven, se les nota demasiado que ven. Otros ani- males, con mayores ojos, miran y ven menos. 7 son ojuelos febriles en medio de su agudeza.

Le atraen los boquetes. No le he visto pasar por el de una aguja, mas no me extrañaría,

Las mujeres le temen.

141

J. MORENO VILLA

EL BUITRE

"^T'A en los ojos inteligentes brilla la rapidez y

en el pico inentrañable arma guerrera ,

y en las patas, gruesas, ganchudas y arrugadas.

Viste hábito monacal franciscano ¡oh vene- rable santo de Asísl y para complemento del hábito tiene pelada la cabeza y le sirve de cer- quillo la hirsuta gola.

¡Carne, carne y carne! ¡7 carne podrida! ¡Cómo te gustaron los ojos amarillos de aquél francés en una colina del Marne! ¡Cómo te supo aquél corazón beduino en las vertientes del Atlas! ¡Carne, carne y carne podrida! Así te ves de ese color. Si comieras mata verde o grano rubio, entonces... entonces no serías buitre.

142

E VOLUCIONES

LA ARDILLA

/'^ON la rapidez de un convoy en el cine, pasó ^-^ este conejillo de cola peluda y levantada como penacho militar equivocado de sitio.

Se agazapa y escudriña, da un salto y mira atrás. ¿Qué le solivianta, qué le mueve?

Corre por las ramas, salta de un árbol a otro, pasa por los sitios más difíciles poniendo sus patitas en apoyos endeblísimos. Pasa por el Ins- tituto como una estrella fugaz, por la Universi- dad como un cohete ratero, por el distrito como una exhalación, por las Cámaras como la traca. Llega al Ministerio.

¡Mírala, mírala! Allí está, en lo alto.

Da gusto verla correr, pero ¡es tan ardillal

143

J. MORENO VILLA

EL CANGURO

T?STA buena madre tiene perpetuos dolores de "^ tripa a juzgar por la postura. En apariencia son dos bichos acoplados, aunque no lleve al hijo en la bolsa.

Sobre dos patas de madera en escuadra y un rabo gordo y largo que viene a ser la tercera pata del trípode, queda montado un segundo bicho menos fuerte, pero más armónico, que contrae sus manitas y juega su cabeza de cabra orejuda.

144

E VOLUCIONES

EL AVESTRUZ

TT-s una solterona inglesa trotamundos, llena de -^ plumajos que un día tuvieron esplendor. Su largo cuello rosa, es de caucho. Su cabecilla pelona e impertinente, rematando el tubo, sube y baja como un émbolo a lo largo de la pared donde mira constantemente, no se si con el fin arqueológico de averiguar el despiezo, analizar las junturas y tomar notas del material emplea- do en la obra.

En sus patas descarnadas, sostiene un cuerpo que tiene algo del dromedario.

145

BVOLUCIONES 10

J. MORENO VILLA

LA LLAMA DEL PERÚ

T tolaI ¿Qué hay? ¿Me esperabas? Perdona mujer.»

Pero la llama es la altanería y el desdén.

No se inmuta. Sigue con su cabeza carneril levantada, avisora, retadora.

Como tiene un lomo plano de azalea jamu- ga natural—, me acerco pensando en que tal vez no fuera un disparate utilizarla como ve- hículo. Mas, de pronto, sin salir de su gallarda portara, me despide un salivazo hediondo que me da en el pecho.

Da media vuelta y se pone a morder las ma- tas del cercado.

146

EVOLUCIONES

EL CABALLO

/^^ABEN todos los caballos en un molde? Pe-

^^ ¿1^350, Aquiles II, Rocinante.

Todos los que ves por la calle, no. ¿Cómo vas a meter en un mismo molde la sardina del alquilón, que anda de lado como las agujas del reloj, sin adelantar longitudinalmente, y el ro- busto normando o percherón?

¡Perdona! ¿Es que no tienes un caballo en la cabeza?

¡Hombre!

Sí, un caballo matriz de todos los caballos.

No sé, no sé.

¡Bah! ¡Qué falta de sentido científicol

Por lo demás, el caballo, es el bicho predilec- to de los héroes. No vemos al germano Atila sin su caballo, ni al castellano Alonso Quijano, ni siguiera a la Reina Católica.

Sólo Jesús —en esto como en todo humil- de—, rehusó el caballo e hizo, como sabéis, su entrada en Jerusalén sobre una tranquila po- llinica.

147

J. MORENO VILLA

LA MULA

T ta de ser negra. Negra y bien pelada. Las grandes tijeras del gitano dibujaron en su culata, con el mismo pelo, una labor denticular de realce y brillo o trazaran una línea horizon- tal a medio cuerpo de modo que el animal apa- rezca forrado en las partes bajas. Con estas labores y los madroños variopintos, la mulilla siente un brío majo, zaragatero y festivo.

Existe una estrecha relación entre sus atavíos y la mantilla española. Madroños, campanillas, cintas y, luego, una cara sombría y unos ojos de azabache, enormes.

No me gusta la sonrisa de la muía, ni sus na- rices atrompetadas.

Que es testaruda, dicen. Sí; herencia asnina irremediable. Además, ¿vale la pena? ¿Es cosa tan mala la testarudez? ¿No estamos conven- cidos de su eficacia?

148

EVOLUCIONES

EL LEÓN

X To conozco más leones que los del Retiro de Madrid y esos como son falsos, como son de Benlliure, no me interesan.

149

J. MORENO VILLA

ANÉCDOTA DEL BESTIARIO

"T^iEz, doce, catorce personas acudieron a ver "^ los bichos. Unas tenían caras amables, go- zaban sencilla e ingenuamente con la visión de cada jaula. Otros llevaban monoclo y jeta criti- cona.

Una de éstas se dirigió al embalador, apare- jador o custodio, al bestiario y le dijo:

¡Oye! que tanto sabes y tan bien distin- gues unas alimañas de otras, ¿puedes decirme la diferencia que hay entre las enjauladas y el hombre? Entre y ellas por ejemplo.

Contúvose un poco antes de responder, como advirtiendo al interlocutor que había sido apre- ciada la insolencia y luego:

—En que los animales no pueden ponerse fre- no a mismos y el hombre a mismo y a los demás.

150

a VOLUCIONES

PREOCUPACIONES

A L meterse en la cama el bestiario, piensa en '^^ las habitaciones y confort de las alimañas del mundo. Es por lo mismo por lo que el buen burgués piensa durante las noches de invierno, pegado a la chimenea, en las criaturas sin paño ni hogar.

La madriguera, el hormiguero, el nido, la cueva. Aun los albergues que con destino a las bestias fabrica el hombre: establos, pocilgas, gallineros, palomares, conejeras, casillas perru- nas y jaulas de toda especie.

|Qué desnudez, qué frialdad, qué hórrida desolación en las humildes moradas!

jCuánto daría la jirafa por una almohada en que descansar el artilugio de su cuello! se dice el bestiario.

¡Qué almohadón querría el mono para sus nalgas! ¡Qué cojín, el conejo!

Insectos hay que duermen agarrados por la boca a la varilla de un arbusto, guardando su cuerpo un perfecto plano horizontal. Por mucho pico que se tenga ¿es posible que sea divertido dormir así?

Por lo que atañe a la indumentaria ¿no agra-

151

./. MORENO VILLA

decería unos calzones de abrigo el flamenco?

La cigüeña debería usar brasero de camilla. Al oso no le disgustaría tener una mesa de mi- nistro. Acaso le agradase ai gallo una panoplia. La sierpe se embobaría con un fonógrafo. La gata no sabría separarse de la alfombra.

En las pocilgas no estarían mal unas bañeras. Ni unos urinarios en las cuadras.

Al loro hay que ponerle un vasito con clara de huevo, para la voz, en la mesita de noche. Hay que buscarle una bufanda al avestruz y a la tor- tuga, un reloj.

El oso, el tigre, la pantera y el leopardo no se preocupan de su pellejo y yo no quiero ser más papista que el Papa. Dicen que al morir pasan a una vida mejor, a los salones ricos, donde les acarician los diminutos y aristocráti- cos pies.

Pero he de tomar nota de lo que cada uno precisa. La buena organización se impone. Por- que... jes un fastidio! ¡Aquí todo está por hacer!

152

EVOLUCIONES

LOS PROBLEMAS DEL BESTIARIO

"X ero GUBERNAMENTAL. Las alimññas fueron ^^"^ incorporándose a la corte de mis pensa- mientos a lo largo de mi camino. Yo ni las aten- dió. Las miraba, y adelante. Así se fueron api- ñando y creciendo, hasta que una noche, falan- ge poderosa ya, se levantaron, como los hom- bres menospreciados, en demanda de atención o solicitando sus derechos dentro de la farsa mundana. Yo entonces, como los monarcas des- póticos que ven su causa perdida, les di consti- tución. Esta es la constitución de las bestias.

Amiga mía, no es más que un acto de libe- ralismo. /

Higiene y decoro público. Poco a poco, las alimañas van entrando en razón y acogiéndose a las ordenaciones municipales y domésticas. El gato, verbi gracia, va como una persona bien nacida a un determinado lugar a su hora preci- sa. Orden acatada por él que revela un instinto de limpieza incomparable. También para sus amores, obedeciendo a mis consejos, sale de casa en busca de tejados propicios.

Si la luna ríe tanto en el cielo es de ver sus coloquios.

153

J. MORENO VILLA

Lx ENSEÑANZA Y LAS Bellas Artes. Hoy vino el grillo, en calidad de artista, a protestar de que se tenga con la chicharra tanta benevolen- cia y a pedir la exclusiva para tocar en las no- ches estivales.

Los caballos, en comisión recién llegada, pi- den nuevo reglamento para las escuelas de doma. Dicen que así como los maestros de pal- meta se suprimieron en las escuelas humanas, deben suprimirse en las suyas los profesores del zurriago y las espuelas. Les parece mucho más honorable el método persuasivo.

Yo he ordenado que se impriman cien ejem- plares de este método y se repartan a los profe- sores de equitación.

El problema de la alimentación. No cómo me las voy a arreglar. Los fletes están carísimos y los trenes no andan por falta de carbón. No sé, no sé. Será preciso abrir algunas jaulas y que los bichos se busquen el sustento a su albedrío. Acaso tendré que disolver la co- lección.

El hecho es que me piden trigo, maíz, avena, yeros, alfalfa, cebada, afrecho, lechugas, pan, alpiste, algarrobas, chicharrones...

Ya hace tiempo que les reduje la ración y que el gato no prueba las sopitas de leche. Y ahora

154

EVOLUCIONES

como se alimentan menos me piden más des- canso.

Pronto irán a la huelga.

Antes de que lleguen a ella disuelvo el Bes- tiario.

De Gobernación. Hace unos días el perro guardián se marchó de mi casa. Entonces traté de que le sustituyera otro, mas vi que ninguno quería servirme sino bajo ciertas condiciones. Habían constituido un sindicato, y esta es la hora en que estoy sin perro y amenazado de que vengan los lobos y caigan sobre mi corral.

No lo que va a pasar aquí. El desquicia- miento que yo temía se inicia. Las gaviotas, aves marinas adscritas al Ministerio de ídem, lanzan un manifiesto amenazando con no dar escolta a los buques. Los quebrantahuesos, las gigantescas aves procelarias, de plumas oscuras y formidables picos, están dando la puntilla a los peces más listos y fieles de mi reino.

Los albatros gruñen furiosamente, agorera- mente. Entre las águilas y otras aves de rapiña se notan movimientos sospechosos. El aspecto de los buitres no es nada calmante.

No me cabe duda de que se aproxima el fin del mundo. Hay señales inequívocas de corrup- ción y aberración : las marranas se timan con

155

J. MORENO VILLA

los camellos, las mariposas revolotean sobre el estiércol, las ranas piden un presidente de re- *pública.

jEsto se va! ¡Esto se val

Resolución. He disuelto el Bestiario. He acabado con él o él ha terminado conmigo. No puedo luchar más. Ahora me voy a mi retiro; a mi huerto y mi jardín, donde no permitiré la entrada de bicho alguno. Allí tengo flores, ár- boles, agua, una casita solariega, un jardinero fantástico y unos bancos de bambú que yo fa- briqué de niño. En ellos compuse las primeras poesías y en ellos quiero seguir versificando.

Atrás queda ese mundo revuelto, agrio, feroz, turbio, pestilente. En cambio, se abren ante las delicias de la paz.

«¡Ya salimos de la cotorrita!»— Ahora puedo repetir esta frase afortunada de un amigo nues- tro, que la inventó siendo niño. Para entenderla hay que relatar el episodio, la comedia trágica que la motivó.

Habíanle regalado a este niño un juguete, una cotorrita de latón. Se la entregaron una mañana y, durante todo el día, anduvo como loco de felicidad, de un lado a otro, mostrándosela a la cocinera, a la costurera, a los amiguillos, a los

156

EVOLUCIÓN HS

de la familia, al portero. Su fantasía estuvo tra- bajando desde las nueve de la mañana hasta las seis de la tarde, sin momento de tregua. Pero al llegar esta hora se dio por vencido. En- tonces fué al ojo de patio y desde el tercer piso la tiró con furia a las baldosas del fondo. Luego, volviéndose a su hermano, dijo con un gesto decisivo:

«¡Ya salimos de la cotorrita!»

157

J. MORENO VILLA

EL BESTIARIO EN SU RETIRO IDEAL

TT'L Bestiario es un hombre un tantico soñador. ^^ Vosotros, los que ya os columpiáis sobre los treinta años, por fuerza habéis de saber lo poco envidiable que es este don divino. El buen hom- bre ha vuelto a la finca donde pasó su niñez. Yo estimo que tales vueltas no debieron hacerse nunca. Veamos lo que ha escrito al día siguien- te de llegar al pueblo andaluz:

Aquí, querida amiga, voy a darte cuenta de mi nueva situación. Quiero hablarte de muchas cosas, que ahora vuelven a rodearme y que para ti fueron un día tan familiares como para mí. Es esta una empresa difícil, sobre todo si queremos huir de lo sentimental. A fin, pues, de preca- verme contra esto en lo posible, voy a dejar la carta y a enumerar sencillamente las cosas que vuelvo a encontrarme, añadiendo a cada una la pequeña nota descriptiva que me suscite.

Los HIGOS CHUMBOS. Esta mañana, cuando me hube levantado y salido al jardín, vino la criada y me dijo: Señorito, ¿quiere usted unos jiguitos chumbos, que ahora por la mañana es-

158

I

[i VOI.UCIONES

tan más frescos que la nieve? Sí; tráemelos aquí.

La mujer se fué, y a poco vino de nuevo con un lebrillo colmado de chumbos.

Pero mujer, a qué traes un lebrillo. ¿No sa- bes que yo me contento con comerme tres o cuatro higos?

¡Señorito, si esto se come sin sentí! Yo me desayuné esta mañana con docena y media, y esto es una ridiculez el decirlo.

-^Bueno; te puedes comer los que te la gana.

Frasquita, con una escobilla, fué sacudiendo las frutas, para quitarle en parte las espinas pe- queñísimas con que se precaven de la tentación ajena. Luego agarró el cuchillo y dio los -tres cortes clásicos: dos para cercenar en limpio los extremos y uno para poder abrir y hacer que se despegue el higo de la cascara.

En esto, llegó Pepe el jardinero,

Buenos días, señorito.

—¡Hola, Pepeí

Se stá sté desayunando ¿eh?

-Sí.

Es, indijcutiblemente, la fruta más sabrosa de toas. Yo, si tuviera dinero, jacía una fábrica de azuca sacándola del jigo chumbo. Pa que no hay otra fruta que más durce. La única

159

J. MORENO VILLA

contra que tiene son las pipas, que se le meten a uno en las muelas. Si no juera por eso, estoy segxiro de que en el extranjero se vendía mejó que el aguacate y que la chirimoya.

Esta ensarta de sentencias, exactamente la misma la recordarás—, la repetía Pepe, alié, en aquellos tiempos, y la volverá a repetir mañana y pasado y siempre que me vea co- miendo higos chumbos.

El jardinero.— Pepe, el jardinero, no es un hombre vulgar. Tiene lengua; es decir, sabe explicarse. No es como aquel palurdo que venía a visitarme hace años, cuando yo estaba bajo el dominio de unas interminables calenturas de de Malta, cogía una silla, se sentaba frente a y no sabía decir otra cosa que esta: «Conque calenturitas, ¿eh? ¡Puñemeras calenturitas!»

Pepe es un hombre de palabra fácil y pinto- resca. En el pueblo le llaman Castelar. Lo que más le admiran sus paisanos es el uso de las palabras cultas que intercala en su pintoresco lenguaje.

A lo que más me divirtió siempre fué ver el aplomo con que, después de enfrontarse con algo desconocido por él, dictaminaba. Cuando yo era estudiante del bachillerato y andaba a vueltas con la geografía astronómica, me em-

160

EVOLUCIONES

peñé en hablarle del cielo, de las estrellas, de la órbita que la tierra describe en tomo al sol y de la redondez de la tierra. Pero Pepe se oponía a esto último. Lo del cielo no le hacía efecto; me escuchaba sin replicar. Pero no admitió nun- ca la redondez de nuestro globo, por más que yo falto ya de argumentos , recurriese a mi palabra de honor.

De los caminos del mundo y de la situación de los continentes tenía una idea mucho más pobre que San Isidoro en el siglo vii. Una vez, un individuo del pueblo, que había determinado emigrar a América, se acercó a un grupo, en que estaban un tío mío y Pepe el jardinero, para comunicar su partida. Mi tío tenía no qué hacer por aquellos días en Cartagena y le había dicho a Pepe que pensaba marchar allá. Así es que, cuando llegó el emigrante y anunció lo que deseaba, saltó Pepe: «Oye, entonces puede ser que te encuentres con el señorito en Carta- gena».

Tenía también sus teorías sobre la Aritmética. Aseguraba que con dos, de las cuatro reglas, tenía suficiente un hombre, «/o —me decía le hago a usted todas las cuentas que quiera, no sabiendo más que sumar y restar».

Así era y así sigue siendo Pepe el jardinero. En la casa contigua a la nuestra tiene un com-

161

EVOLUCIONES n

J. MORENO VILLA

pañero que le da ciento y raya en originalidad. Este hombre, los domingos por la mañana va a vestirse de limpio a tres leguas del pueblo, donde viven sus padres. A la noche, cuando vuelve, está tan sudoroso y empolvado como la mañana del domingo.

Ahora recuerdo también a Rafael el capataz. Su recuerdo me repugna. Cuando éramos chi- cos mi primo y yo nos contaba cuentos de un impudor brutal.

Las flores. De todas las que había en el jardín, tres eran las predilectas. El jazmín, el carambuco y el heliotropo. El jazmín era para nosotros algo así como lo limpio, lo pequeñito, lo fresco y alegre. El carambuco, esa borlita, tan grande como un botón del chaleco, amari- llenta y mate, es de un olor tan suave y gusto- so que nos atacábamos la nariz con ella. El he- liotropo era también muy preferido, pero la verdad es que nos empalagaba. Es el único de los tres que ya no existe. ¿Recuerdas dónde es- taba la mata? Allí, junto al portón del cau.

AI pie del jazmín, oculta en el suelo, estaba la llave del saltador de la alberquilla. Hoy me acerqué al registro y le di a la llave, pero no funcionó. En cambio, sobre la alberquilla y las macetas que la circundan, siguen como locos

162

I

EVOLUCIONES

los brillantes y multicolores caballitos del dia- blo. Los mismos.

Las herramientas. ¡El amocafre, el rastri- llo, el peine, el azadón y la azada! jQué de su- tiles escalofríos de bienestar debemos a estas rústicas herramientas! Cuando el jardinero cogía el amocafre ese pico curvo como dedo de ar- pía— , y lo hincaba en la tierra para sembrar un clavel; cuando el jardinero iba limpiando los paseos de las hojas caídas del níspero; cuando luego peinaba la arenilla de los senderos; cuan- do agarraba la azada y volvía una toma de agua, una torna; qué de pequeños embelesos!

Mariquilla. La hija del jardinero sigue sin casarse. Al volverla a ver he notado en sus ojos ese frío desolado de las mujeres cuando les pasa en vano la edad del amor. Frente a ella, estuve por decir: «Mariquilla, y yo, somos dos seres inútiles para la humanidad».

Lo más horrible es pensar que todos, absolu- tamente todos, incluso ella, sabíamos que no se casaría nunca. Ella, no me cabe duda, lo sa- bía. ¿Por qué, si no, aquella eterna mudez de la niña, aquella eterna tristeza, hasta cuando la sonrisa apuntaba en sus mejillas?

Todos conocíamos su sino. Había venido al

163

J. MORBNO VILLA

mundo raquítica y llegó a mujer. Su cuerpo es de enana.

jPobrel Hubo una noche hace años , en que vi con toda claridad y relieve el hondo des- consuelo de aquel alma condenada a no gozar jamás del amor. Fué una noche en que, la ser- vidumbre, se reunió a cantar y a tañer la guita- rra en casa del jardinero. Yo no había oído nun- ca en boca de Mariquilla más de dos palabras. De repente, a una reiterada petición de todos, Mariquilla rompió a cantar una copla. El senti- miento que puso en ella no he vuelto a oirlo jamás. Fué una confesión en voz alta, como la de los antiguos cristianos.

«El pater». El cura del pueblo, «el pater» como le decían algunos de la casa, ha venido a verme en cuanto llegué. El pobre tiene también su tragedia. Ya está viejo y muy mellado. Este desmedramiento de la boca hace que su charla sea más confusa de lo que era. Apenas si le en- tiendo.

no te habrás olvidado de él. asistías como las hijas de las demás familias veranean- tes a la misa, los domingos. tienes que acor- darte de las maneras y gestos de este hombre. Era la curiosidad la que le perdía, la que le arrancaba de cuajo todo el matiz de recogimien-

164

EVOLUCIONES

to que exije aquella ceremonia religiosa. Así al pronunciar el dominus vobiscum, lo prolonga- ba mucho, lo prolongaba más, a fin de hacer con la vista un paseo por la concurrencia devo- ta. Ya estaba vuelto al altar otra vez y seguía con el rostro torcido acabando de escudriñar lo que había en la nave del evangelio.

Pero es un buen hombre. Lleva más de cua renta años en este curato. Ya no aspira a una parroquia ciudadana. Ha fabricado, por sus ma- nos, una casita que comunica con la iglesia y en ella vive con su hermana, una soltera vieja de rostro varonil, feo y lleno de berrugas, de voz ronca y ojos henchidos de agua siempre. La pobre es de una cortesía de tratado de urba- nidad muy digna de agradecer, pero algo azo- rante.

Con esta señora y con sus hortalizas vive el buen pater. No tiene amigos en el pueblo. Se ha defendido lo posible del salvajismo que le rodea, pero en cambio, el apartamiento le ha ido entumeciendo más y más la ya de joven poco activa sesera.

Sin embargo voy a buscar su conversación. Para tienen mucho interés las costumbres del pueblo, que él puede estudiar mejor que na- die, dado su oficio. A él le una vez que las devotas no si de la Virgen del Carmen

1^

J. MORENO VILLA

cuando estén en la agonía, han de tener el cuer- po en la misma dirección que las vigas de la te- chumbre. Otras hay que han de morir con la cabeza apoyada en un ladrillo. Sí; el pater sabe muchas cosas curiosas de esta gente.

y ahora te contaré la tragicomedia de su vida, que, claro está, no he sabido por él. Re- sulta que, una feligresa viuda, le ha estado re- quiriendo de amores durante cuatro o cinco años, y no de un modo insinuante o velado; a la luz del día y atacándole de frente. Por lo pronto, viendo que el cura rehuía su conversa- ción, discurrió que le confesaría sus amores en el confesonario. «Aquí no tiene otro remedio que oirme», se decía.

y se presentó en la iglesia una mañana. Las comadres del pueblo, que conocían la desorde- nada afición de La Marrullera, como le decían, corrieron la voz y medio pueblo estaba en la iglesia al poco tiempo.

Las penitentes iban pasando por el confeso- nario. Al fin le llegó el turno a La Marrullera. El silencio del templo se hizo más intenso. Los curiosos contenían la respiración.

Apenas La Marrulleía hubo iniciado su sa- crilega confidencia, vieron todos que el señor cura se puso en pie y salió del confesonario, dttjando a la pecadora sin absolver.

EVOLUCIONES

Llegó a la sacristía tembloroso. Apenas acer- taba a revestirse para dar la comunión. El desa- sosiego se transmitió al sacristán y a los mona- guillos. Todos se miraban como inquiriendo lo que iba a pasar allí. De pronto, penetra en la sacristía una señora y dice: La Marrullera se ha acercado al altar para recibir la comunión.

Pues no la doy a nadie. Ya comprenderá usted que otra cosa sería contribuir a un grave delito. Así es que haga usted el favor de expli- car a todas las señoras amigas suyas la causa por la que voy a decir misa sin dar la comunión.

La Marrullera no se dio por vencida. Un fra- caso no es nada para un ánimo antojadizo. Ella siguió espiando todos los pasos del cura. Si ha- bía un entierro, se apostaba en las cercanías del cementerio aguardando la ocasión de hallar- lo solo. Tuvo que suprimir los paseos por el campo porque le seguía. Un aliento demoniaco trabajaba dentro de aquella mujer.

Como el cura tenía enemigos, uno de ellos se encargó de ir a la ciudad y referir el escándalo de manera que el cura quedara algo al descu- bierto. Por fortuna, el pater, había dado cuenta al obispado de todas las escenas desde que co- menzaron; pero de todos modos le ocasionaron un disgusto más.

y la mujer sin transigir. Como no era loca

167

J. Moreno villa

manifiesta, loca de atar, no podían recluirla. El cura acabó por no salir solo a la calle.

Este tragicómico estado de cosas no hubiera cesado nunca, si no interviene brutalmente un hijo de La Marrullera, el cual la amenazó pri- mero con la muerte y luego acabó yéndose del pueblo y arrastrando consigo a su madre.

Estas son las personas y estas son las cosas que aquí me rodean. Con ellas sostengo mis diálogos y mis meditaciones. No se cuanto tiempo podré seguir a gusto entre ellos. De to- dos modos si la melancolía cae ciega sobre mí, ya conozco un remedio bastante eficaz: la dis- tracción metódica, es decir, escribir todos los días un número de horas en un Bestiario o en un libro semejante.

Adiós, mi buena amiga, creo haberme salva- do en todas estas páginas de las terribles caídas sentimentales. no sabes el esfuerzo que me ha costado. Acaso, acaso es el único mérito de ellas.

168

LIBRO TERCERO

EPITAFIOS

MVOL UCIONBS

UN POCO SONAMBULO

Artículo que vino a ser prólogo.

T A Semana Santa pasada me invitó un amigo a ^ entrar en la iglesia. Conservo grato recuerdo de aquel templo, que no dónde está ni cómo se llama.

Vi, apenas entramos, una losa sepulcral que me sujetó férreamente en su presencia. Mi ami- go, hombre de curiosidades más varias, me dejó allí, solo, por espacio de media hora y al vol- ver me dijo:

Pero hombre, ¿qué haces?; ¿todavía estás ahí delante de la losa y como sonámbulo?

Sí, aquí estoy. He visto la losa; la he visto en su cara externa, la he visto en su sentido ín- timo y hasta he visto algo de los caracteres que incorporaban el muerto y su hijo, que fué quien aderezó la sepultura.

Bueno, pero ¿qué tiene de particular ese epitafio?

No tiene mucho de particular si excluímos la belleza de la expresión, pero, si quieres, lo leeremos.

Oye, antes, una pregunta: ¿Has visto alguna vez un epitafio de la antigüedad clásica? Pues

173

J. MORENO VILLA

te diré uno que recuerdo ahora. Es griego; dice así: «Lenio y Pablo, hermanos, tuvieron una vida común y unida; y unos mismos hilos de} hado; y lograron una misma sepultura a la ri- bera del Bosforo. Jamás pudieron vivir separa- dos, hasta el punto de marchar juntos a la otra vida. ¡Alegraos felices y unánimes! Sobre vues- tro sepulcro debiera levantarse el altar de la amistad.»

¡Qué raro, un epitafio tan explicado!

Sí; puede ser. Esto se halla bien lejos de lo que hoy se estila. Sobrenada en la forma sere- na del lenguaje una templanza espiritual bien- hechora que nada tiene de común con lo nuestro.

Así me parece.

Grábalo bien en la memoria y lee conmigo esta otra, completamente cristiana. Lo primero es un encabezamiento latino: Deo cui omnia vivunt. Este lema, en el cual aparece Dios, tie- ne ya la complejidad de las cosas teológicas. Repara en que, puesto con ocasión de una muerte, habla de la vida (Dios por el que todo vive). Se habla de la vida porque a la muerte se la considera como vida y como vida mejor aún. Es la conocida paradoja cristiana, de un barroquismo al gusto de hoy. Pero vamos a lo romance.

174

EVOLUCIO NES

«Aquí yace García de Tal y Tal, caballero de hábito de Santiago, señor de las villas de Fuentes y Baldezar, que como sus virtudes co- rrespondió a la nobleza de su linaje. Fué mo- desto, templado, amable, liberal con los vivos, piadoso con los muertos, amparo de pobres y necesitados. Murió en paz, lleno de días y de buenas obras, de edad de 93 años, en 9 del mes de Febrero de 1613. D, Jerónimo de Tal y Tal, con agradecimiento y tristeza, lo hizo poner a la buena memoria de su padre muy querido.»

¿Qué te parece?

Muy bonita; más bonita que las nuestras. Pero no veo mucha diferencia con la recordada por ti. Es larga y de lenguaje sereno.

- Bonita, es. Acaso la más bonita de las que yo he visto. Su estructura es magistral. Es- tamos viendo a este buen hijo don Jerónimo de- purando la expresión días y días, a fin de pres- tarle altura, cristianismo, limpieza y algo de diafanidad clásica.

Pero la objetividad clásica no se satisface solo con un lenguaje diáfano y sereno. 7 los hom- bres posteriores a Cristo han logrado rara vez la objetividad. El individualismo con que Jesús enriqueció la vida, asoma en todo lo cristiano.

A lo que más me interesa de esta losa es

175

J. MORENO VILLA

SU fisonomía castellana. Ella se manifiesta sobre todo en las palabras: «.Fué modesto, templado, amable, liberal con los vivos, piadoso con los muertos, amparo de pobres y necesitados. y> La templanza, la continencia, la sobriedad; eso que envuelve a las más claras figuras de Casti- lla como a los rudos pegujaleros. Luego lo otro: piadoso con los muertos, amparo de pobres y necesitados. La religión y la caridad. No, digo mal. Ni la religión ni la caridad, como concep- tos absolutos, son los que caracterizan a estas gentes. Es el hecho religioso concreto de apia- darse con los difuntos y el hecho caritativo es- tricto de socorrer al menesteroso.

En esas palabras están resumidos hasta los aspectos exteriores de los pueblos castellanos que se conservan inmóviles desde aquella épo- ca: un señero palacio y mucha miseria a su al- rededor. Un palacio de arenisca, que alardea de italiano, y un caserío mísero; de adobes o tie- rra oocida al sol, cuando no es de cuevas, en donde !as personas y las bestias cruzan herma- nadas sus jadeantes respiraciones.

También se ve entre líneas la decrepitud de un linaje. Yo no decirte quién fué don García ni he de enterarme. Pero de fijo no fué uno de aquellos hombres de empuje inafrontable que, como saetas, salían disparados de sus pueblos,

176

EVOLUCIONES

andaban medio mundo, enriqueciendo el alma, los sentidos y la bolsa, y luego volvían glorio- sos al lugar nativo. Las empresas en que hubie- ra tomado parte lucirían en !a inscripción, por- que el hijo, bien orgulloso de su linaje, se ve que busca títulos. Sí; asoma un poco la vanidad en medio de tanta belleza. Porque al fin y al cabo don García nada 'hizo, sino ser virtuoso.

Don Jerónimo, el hijo, hubiera llenado muy a gusto con breves referencias de hazañas o he- chos valientes, la piedra. Pero al pensar en su querido padre no halló sino virtudes de bonda- dosa pasividad. Le vería en un sillón de baque- ta, junto a la mesa de camilla, Jleno de días ya, en las mañanas invernales, en la quietud de su casa, en su villa de Fuentes, más quieta todavía, por sobre la cual las nubes parece que navegan menos raudas que sobre Madrid, y las personas, de hecho, hablan con más lentitud.

¿No crees, le dije a mi amigo, que así debió ser concretamente su vida?

Me parece bastante lógico todo eso. Y aho- ra, te diré que ya veo por qué te quedas sonám- bulo delante de cualquier cosa.

y tú, ¿qué has visto? le interrogué.

—Pues he visto la iglesia, la sacristía, los al- tares...

177

BVOLUCIONES 12

J. MORENO VILLA

¿y qué has visto? insistí. Pues... nada.

¿Ves tú? Hay que ser un poco sonámbulo, y de esta visita comenzaron a brotar los epi- tafios.

178

EPITAFIOS

EVOLUCIONES

ERA INMORTAL

T A muerte vino

y le rompió la lanza; pero también la muerte huyó alanceada.

ERA MÍSTICA

QjOBRE un cielo gótico, azul y blanco, *^ su alma una antorcha— prendía. Cuando se apagó la antorcha ya estaba toda, toda arriba.

181

J. MORENO VILLA

ERA FRANCESA

T?RA granja cultivada ^-^ y jardín. Era severa y sutil. Ahorrativa y regalona era.

ERA TOLERANTE

T?N el tribunal de su conciencia:

■^-^ MEMORIA, JUICIO Y CORAZÓN,

el último era un cacique,

que imponía siempre el perdón.

182

E VOLUCIONES

ERA OSADO

■\ BRió puertas encerrojadas, '^^ pisó sobre claves deshechas, cruzó la mar sobre un hilo y entró en el cielo sin voleta porque en la entrada dijo: «Pase» sin mirar a Pedro siquiera.

ERA BELLA

"r?RA de porcelana, fina y leve. ^^ De su paso dejó transparencias, gratos silencios, besos apuntados, ritmos de marcha, sonrisas, bucles... Monadas, que con ella se rompieron.

183

J. MORENO VILLA

ERA EL espíritu

'\ su vera llegaba un pobre '^^ debilitado por el fardo de la vida y se alejaba recio y ágil como el cóndor o el águila altiva.

y es que su lengua pesaba y su ademán impelía.

ERA LA INDIFERENCIA

\ YER murió, pero moría "^^ desde que vino al mundo, casi. Echado al sol, contra una tapia, fumaba, mirando al aire... Se lo comían los parásitos más nada, nada le movió, ni nadie.

184

EVOLUCIONES

ERA VALIENTE

/"^OMO al tajo el torrente, se lanzaba al peligro. ^-^ Él vivía tan sólo la fe de su entusiasmo y no paraba en que a la fe sigue el cuerpo y que a éste le acecha la punta del peñasco.

ERA TAIMADO

"rpNTRABA por los desagües, "^ salía por las gateras... Nunca topó con el portero que preside la honrada puerta.

185

J. MORENO VILLA

ERA GENEROSO

T?RA nube de lluvia

^^ que repartía y rociaba dones;

bautismo de sol manso

que hace fructificar los corazones;

nave siempre dispuesta

a sufrir la borrasca y los tifones

por traemos el trigo

de lejanas regiones.

ERA FARSANTE

TT^N las naves de Dios, dulzuras cantaba; "^ en las celdas propias, cieno maldecía; sus señas personales en el fichero humano riñen con las sentadas en las fichas de arriba.

EVOLUCIONES

ERA EL HÉROE

"T^iERON las hienas

al sonar el tin de su muerte. Ya se fueron con él la firmeza y el sentido del fin para siempre.

ERA EL ORGULLO

'T'^ODA curva altanera le encantaba.

Supo más de las piedras celestiales que de las guijas duras de la tierra; si bien las puso el pie como quien sabe.

187

MORENO VILLA

ERA LO INATACABLE

/^^uisiERON comer de su carne; ^^ mas la carne del hombre puro es, para las fauces del grajo, cosa indigesta y sin jugo.

ERA FLOR DE IDEAS

Q<us ideas

*^ se las robarán los cuervos; mas perderán su temblor y serán ideas de yeso.

188

EVOLUCIONES

ERA LA PASIÓN

TTuÉ como un aspa giratoria, -^ como una turbina sin freno: Al grupo, al hermano, al país agitó de la cruz hasta el seno.

FUÉ LA CONTINENCIA

/■"^ON la brida, refrenando, ^^ y con un sentido severo, pasó, como pasa el astro, serenamente el firmamento.

189

J. MORENO VILLA

ERA.,.

"TJ^RA el júbilo del alba: ^^ voz sencilla, frente clara; nunca perdió la sonrisa, nunca ganó la esperanza.

ERA LA MAESTRÍA

TTl supo de peso y medida, ^^ y supo de coloración, y de rayas de geometría, y del momento y la sazón y de toda gran harmonía.

190

EVOLUCIONES

ERA EL DESENFADO

"X L desgaire, como sin gana, '^~^ pero al vuelo, supo labrar. En la selva de sus acciones sus biznietos se salvarán.

ERA LA INQUIETUD

1~^URA sábana blanca la del último lecho. ■^ Únicamente su dureza pudo anular el movimiento perenne de su alma inquieta.

191

J. MORENO VILLA

FUÉ LA RESIGNACIÓN

"T^E sus meditaciones cristianas "^ dedujo que lo mejor es bien poco; y desde entonces hoja suelta se fué abarquillando en el lodo.

ERA POETA

"p\OR el aire quieto cruza

un pico loco cantando. ¿Dónde va? ¿Qué fuerza errante le guiará en el espacio que no tiene caminitos seguros ni perfilados?

Pasó como una saeta romántica, delirando...

Los corderos que pacían se quedaron extasiados.

192

EVOLUCIONES

ERA UN HOMBRB

'Hpocó la tierra y floreció la tierra.

jSirioI ¡Venus! ¿Estáis a su llegada alerta?

FUÉ CASQUIVANA

TruÉ mantilla de blondas, abanico de nácar, faldilla de volantes, castañuela y guitarra *

193

EVOLUCIONES 13

J. MORENO VILLA

FUE LA MUSA SILENCIOSA

x To escuchamos su voz.

Andaba, sonreía, miraba. ¡Con qué pies, con qué boca, con qué ojos... I ¡y otra vez miraba, sonreía, se alejabal

ERA LA MESURA

T7RA un moderno mecanismo ^^ lleno de válvulas y frenos. Yo le vi bajar por un tajo, paso a paso, fumando y riendo.

194

á

MVOLUCIONMS

ERA OTRA COSA

QJi acibarada fué su palabra ^^ y despectivo el brusco ademán, yo digo: jCulpad a los otros! Él, por dentro, era miga de pan.

SRA LA ENVIDIA

Qii da con el punto de apoyo ^^ y con la palanca arquimédea, él, deja al hombre en el vacío quitándole de los pies la Tierra.

195

J. MORENO VILLA

NO ERA DE aquí NI DE ALLÁ

/'^OMO el corcho, para el cielo grave

^-^ y para la tierra ligero,

él no pudo subir un palmo

ni ahondar una cuarta en el suelo.

VIRGEN

/^^OMo la cernida nieve ^-^ silencio, frío, pureza- que cayó en cercado, fuese inmaculada a la tierra.

196

EVOLUCIONES

ERA LA PALABRA SANTA

"T^ARA los pobres veleros,

para los que bogan mal, fué un ojo de luz, un faro alegre en la oscura mar.

ERA EL RESENTIDO

"TAETRÁs de un árbol, espiaba "^ eyaculando amarga saliva los afanes con que todos trabajábamos nuestra vida.

197

J. MORENO VILLA

FUÉ LA DELICADEZA

"X DIVINANDO una muerte '^~^ brutal, de calambres rojos, apartóse de los suyos y murió en el campo, sólo.

ERA CÁNDIDO

X LGuiEN le dijo y él le oyó embobado: ■^^ «La vida es sólo una estación de tránsito», y el infeliz sentóse, pidió copas, lió un pitillo y esperó la hora.

198

EL ÚLTIMO EPITAFIO

EL QUE NUNCA HUBIERA QUERIDO HACER

E\ OLUCIONBS

NOTA

TrL tema y la manera de concebir el epitafio ^^ me ilusionaban. No había punto ni coma con tinte macabro en ellos: no iban dirigidos a per- sona alguna fallecida; flotaban en regiones más puras. Eran epitafios ideales a caracteres ver- daderos que peregrinan por el mundo anónima o luminosamente.

Pero he aquí que la vida real y tangible se atraviesa en el camino. La muerte de una per- sona bien amada.

y no pude volver a mi tarea.

Puse unos gruesos puntos suspensivos, y ple- gué con desencanto las hojas de la cartera. Frente a estaba el nicho donde enterraron a mi prima y la losa en blanco.

201

J. MOREhlO VILLA

RECUERDOS DE UNA NOCHE SINIESTRA

"T^ERMÍTEME, niña bien amada, ponga aquí los recuerdos de aquella noche última que pa- saste sobre la tierra, fría ya, en aquel cuarto abierto al relente perforador de la madrugada, donde ardían los seis cirios, y yo, con la con- ciencia rota, entré y salí tantas veces!

Ahí, en una esquina, está el cadáver de la virgencita, envuelto en los blancos hábitos de Lourdes e iluminado por blancos cirios. He con- templado largos ratos las manecitas cruzadas, que ahora son de cera lívida. ¡Ellas, que, hasta en las palmas, tenían rubores cálidos! ¡Yo las había besado tantas veces! Esta noche no quie- ro besarlas, pero tampoco me atemorizan. jHay en ellas tal prestigio de las formas y distinción de líneas! La ausencia del color es lo que les hace parecer muertas, parecer figuradas. Si tu- vieran color serían vivas, verdaderas, y segura- mente yo pondría con sumo recato mis labios en ellas. Pero se fué el color, se fué la vida, y ya embozado en mi dolor sordo, difuso y exte- nuado, entro, salgo y vuelvo a entrar, por ver si vuelve el color a las manos.

202

E VOLUCIONES

Vuelvo a pasear por las calles estrechas que dejan los sepulcros, las losas, las rejas, los ár- boles. Son las tres de la mañana, las cuatro, las cinco. Hay una claridad sin luna que sólo deja ver las negras lanzas de los cipreces y las blan- quecinas superficies de las losas sobre la tierra oscura, como carpeta llena de tarjetones. En el cielo hay un verdadero hervor de estrellas. Pa- rece que se agitan, que luchan por situarse en primera línea, para ser más bellas, más lucidas y mejor apreciadas.

Indudablemente, no me inquietan los cemen- terios. Subo y bajo escalones, doy vueltas, en- tro en un patio y luego en otro. Paso por el de las Ánimas, llego al de la Visitación el que es asimétrico, tiene soportales y los más románti- cos cipreses , y doy, al fin, en el que parece un patio pompeyano. jLa luz velada de la noche ennoblece tanta cosa fea! Luego, de día, he visto con desencanto este último rincón, y ape- nas he querido volver a pasear por entre los se- pulcros.

En el patio de las Ánimas, estando adivinan- do su losa, noté un ruidito corto. Era entre dos luces. El cielo era blanco, de plata lechosa. Le- vanté la vista, porque el ruidito vino de lo alto, y vi, en una rama seca, un pájaro.

203

J. MORENO VILLA

jAhí ¿Eres tú? ¡Creí que tu manifestación pri- mera y matutina era el canto, el alborozo y el gorjeo!, le dije sin palabras, con el pensamien- to, y él volvió a hacer el mismo ruidito con el córneo pico en los secos palitroques.

Yo, entonces, pensé en ti. no tuviste una infancia alegre. Tampoco fué tu manifestación primera y matutina el canto, la risa, el alborozo. Te contentaste con hacer un ruidito leve en los secos palitroques de las gentes con tu bondad, con tu belleza y con tu modestia. En eso fuiste como este pajarito de la aurora, que no quiso cantar.

Siempre se empeñan en lo mismo. Todos di- cen: «Está como dormida». «Está mejor des- pués de muerta».

y es una piadosa, pero también cruel mentira.

¿Cómo había de quedar? Fué una lucha sorda y traicionera por parte de la muerte. Para rendir la plaza le quitó la apetencia, y la plaza se rin- dió por falta de energías.

Sin embargo, en las horas últimas, ¿de dónde recogiste la sublime entereza?

Sin duda, las energías de tu espíritu sobrevi- vieron a las energías físicas. Así, pudiste hablar, con palabras serenas, firmes y sencillas pa- labras que ponían hirsutos de frío los cabe-

204

./^

aVO LUCION ES

líos , a tu novio, a tu hermano y a tu madre.

«Ven» ibas diciendo a cada uno , ven. Voy a morir dentro de unos instantes. No me interrumpas, que no puedo hablar más que al- gunas palabras... Te he llamado para pedirte, para decirte... para despedirte; ¡pobre madrel, ¡qué sola te quedas!

y la niña tenía veinte años e hizo llorar sin llorar ella , a hombres y mujeres.

¡Que no muramos en un hotell ¡Que muramos en una choza o en un camino antes que morir en una fonda! Por evitar escalofríos ligeros a los sanos huéspedes, nos arrojarán de ella recién muertos y acrecentarán el dolor de nuestros deudos. Tendremos que salir por las escaleras de servidumbre, empinadas y estrechas, como corridos de vergüenza, temerosos de la mirada ajena, dando golpes con nuestros pobres huesos en las maderas del féretro.

Así bajaste tú, pobre niña querida, a las tres de la madrugada, como a escondidas, por la es- calera falsa.

Tú, para quien tus padres no encontraban pa- lacio bueno en el mundo, ni cariños, ni comodi- dades bastantes.

Tu madre había vivido para ti, absolutamente para ti, minuto por minuto, la vida entera, y de

205

J. MORENO VILLA

pronto vino un tío con galones y ordenó que habías de salir al amparo ¡al desamparo! de la noche por la escalera falsa.

Esta fué tu primera separación de tu madre.

Volvimos a salir. Recuerdo que nos acompa- ñaba el conserje de la sacramental y que habla- mos de las personas conocidas que había por aquellos suelos, y del número de patios, y de la posibilidad del ensanche, y del frío y de las estrellas. También, de vez en cuando, exclamá- bamos: «Parece que hay más luz; debe empezar ya el alba». 7 era sólo el deseo.

El ánimo no podía permanecer en la misma tensión horas y horas; por eso hablamos de co- sas baladíes. Y hasta pedimos café para recon- fortar el cuerpo aterido. Sin embargo, todo esto nos parecía una gran irreverencia. 7, en des- cargo, volvimos a ir al depósito.

Dove vai? Chi ti chiama Lunge dai cari tuoi, Bellissima donzella?

De estos versos de Leopardi me acordé varias veces.

206

LIBRO CUARTO

LABOR BREVE Y PARALELA

EVOLUCIONES Í4

I

EVOLUCIONES

DUDAS DEL LABRADOR

TROJAS garbas de ensueño, que en los silos de mi conciencia os vais amontonando ¿llegaréis al otoño de mi vida? ¿me bastaréis para un viaje largo?

211

J. MORENO Vll,LA

OTOÑAL

/^ TOÑO, has penetrado con sigilo en mis venas. ^^ ¿Qué son, si nó, estos soplos de crudeza y

[templanza que matan los verdores, que doran la esperanza? y estos oros ¿no son la ironía de las penas? Otoño, ¿has escalado las erectas almenas de mi torre? jOh vencida torre, donde mi lanza juvenil es juguete del aquilón que avanza! ¡Cómo sonríes, pobre torre de mis cadenas, torre de mis escapes, de mis vuelos románticos de mis horas sin luz!... Es Otoño el que ha puesto la sonrisa en tu

[boca y ha de poner especia nueva en tus nuevos cán-

[ticos, y en el asta eminente, en vez de seda loca, una piadosa cruz.

212

EVOLUCIONES

RITMO ROTO

T TE perdido el ritmo

y sólo veo fealdad: deshechas las arquitecturas; los colores sin separar; las palabras, vasos rotos, que cortar\ la verdad.

He perdido el ritmo y sólo veo mi maldad. No entiendo mis palabras viejas ni tampoco lo que es suspirar. El bien se quebró en mi alma y no lo pegaré jamás.

¿Son los años?, ¡dimel Yo sólo supe meditar; y acaso, acaso se deforme el mundo con el pensar. ¡Dime! ¡Dime! ¿Dónde hallo el ritmo de dulce y hondo compás?

¿En el mundo de las personas? ¿En la selva montaraz? ¿En el río, en el cielo? ¿En dónde?

213

J. MORENO VILLA

Dios me pudiera mandar un afinador, de su cielo, para este armonio que anda mal: que decae, disuena y chilla, y es, la avellana de mi mal.

214

EVOLUCIONES

LA MEDITACIÓN

TIN cerco de finas púas ^-^ ciñe toda meditación; cada entrada en el cercado es estría en el corazón, o cabello cano en el pelo, o en la frente duro tachón. Pero, ¿quién rehuye la entrada? ¿Quién se queda sin ver a Dios?

215

J. MORENO VILLA

COMO UNA COPLA

NA estrella se corrió. Es el alma de un pe que va camino de Dios.

U'

Es el alma de un penado

216

EVOLUCIONES

NOCHES CLÁSICAS

I

T A luna fresca

de Agosto, lleva lejos, muy lejos, la incontinencia del pensamiento.

¿Quieres huir conmigo, a donde yo solo fui por los amores para ti?

Pon tu mejilla junto a la mía; dame la mano; quiéreme y mira el disco santo.

Lo demás, ello solo se hará... lejos, muy lejos es donde está lo que queremos.

217

J. MORENO VILLA

II

Suenan tintanes bellos, lejanos, breves...

¿Hay algo que se compare con la falange de estrellas?

«jAlgo!» me dice alguien que mucho amo. i Algo!...

¡Tú eres la clave! digo, y... lejanos suenan tintanes bellos y largos.

UI

Estoy mirando en mi pensamiento, lo negro y vacuo de todo esfuerzo, de todo aplauso.

Estoy mirando

218

EVOLUCIONES

sin pensamiento, lo azul y amplio del universo cuando te amo.

219

J. MORENO VILLA

EXTRAÑEZA

■rpRES mismo "^ quien ayer hablaba en aquellos sitios, con aquellos hombres y aquellas mujeres? ¿Te reconoces?

Atiende, amigo: El sol del alba cambia en su giro por luz de cobre su luz de oro; mas siempre es luz y lo contrario noche.

¿Cómo han podido, tu paladar

y tu lengua, unidos, hallar los nombres de sentimientos pardos y pesares deformes?

¿Eres mismo entre aquellos hombres?

Tu espíritu antiguo no te reconoce.

2gt

EVOLUCIONES

TARDE ROMÁNTICA

r~^óuo te gusta la tarde! ^-^ Paloma quisiera ser; volar al cielo que arde.

Arde sólo en un rincón. Pasa en el cielo lo mismo que pasa en tu corazón.

221

J. MORENO VILLA

¡QUE DIGA.../

"X y, nuevo sol, nuevo día...! ■^~^ ¿Os enfurece mi gesto? Que diga la noche fría, que diga dónde se fueron las cosas que yo tenía para vivir más contento...

222

EVOLUCIONES

COINCIDENCIAS

npiENE la luna

belleza y frío: en ambas cosas está contigo.

Tiene el infierno fuego y suplicio, en ambas cosas está conmigo.

223

J. MORENO VILLA

CUANDO

/^^UANDO tú, con esa cara ^-^ de morita pensativa, me dices: «Yo me confío a tu mano; mi guía»; noto más brillo en el campo, más rosa en la perspectiva, y una sutil confianza en el centro de mi vida.

Cuando tú, con esa cara de morita pensativa me dices: «Ya, para siempre, es tuya la mano mía».

224

MVOLUCIONMS

AL PASO DE LAS NUBES

I

T?N qué orillas detendréis "^ vuestro impulso aventurero, blancos navios celestes? En las orillas del cielo, donde se sientan las vírgenes a saludar pensamientos.

II

Nubes de cañón, redondas, hay en la azul lejanía. ¡Bellos disparos, sin fuego, sin artilleros, sin víctimas!

III

Son de un linaje subido. Son aristócratas, saben moverse en el infinito.

IV

Las pocas nubes que había se corrieron al ocaso. Ellas son agradecidas. ¡El sol, les prestaba tanto...!

225

EVOLUCIONES 15

J. MORENO VILL\A

¡Nubes sin amor, oscuras, nubes sin inteligencia, nubes sin luz ni alegría, alejaos de mi conciencia!

226

EVOLUCIONES

A DESTIEMPO

'\/'A es tarde:

Son de oro los picos de los árboles; acuden los vencejos; el silencio se expande; vienen los luceritos a ver al sol en balde.

Ya es tarde:

Se han perdido un ocaso admirable. jPobresí Pobres luceros si acaso, acaso saben que están predestinados a llegar siempre tarde.

ya es tarde:

Sí, querida; cien posibilidades han quedado, por siempre jamás, sin desflorarse. Yo he buscado... yo tuve... ¿a qué voy a con-

[tarte.

Es una historia gris, una fábula mate. Una explosión de afecto lanzada un día al aire, a la que el eco dijo:

«Ya es tarde».

227

J. MORENO VILLA

LO QUE ES LEY

"rpsTE derroche lento, pertinaz, voluntario

^^ del corazón transido,

tendrá su fin, su triste decadencia de Otoño

y de sol vespertino. Entonces la crudeza de estas cosas tempranas,

se habrá desvanecido y no será la fibra de la pasión quien lleve

el lábaro divino. La diosa esquivará trato con mi ruina.

Entonces mi dominio del matiz, del adorno, la gracia y la armonía

tocara lo infinito y sobre una carroza de marfil y de oro,

como el rey don Rodrigo, recamado de joyas, moriré como debe

morir lo decaído.

238

EVOLUCIONES

A UN HOMBRE SIN TACHA

o hay muchas canas puras. La plata que serpea por el mundo, se ensucia.

N'

Tu barba noble y cana, es nieve sin mancilla en este Guadarrama

negro, cortante y frío, de gentes sin conciencia o picaros de oficio.

Quien llegue a los cincuenta como el almo vellón, y maltratada vea

su personalidad, como el gallo del alba decir su canto límpido podrá.

¡Pureza! ¡Un cielo puro donde torres y chozas perfilen su dibujo...!

¡Pureza! Mantel blanco para que el pan moreno se destaque más cálido...

229

J. MORENO VILLA

jPurezal Cristal vivo donde destelle el alma a los ojos divinos...

¡Pureza! Recio escudo contra el dragón que arrastra la inmundicia del mundo...

Vengan a ti los malos; vengan a ti los fuertes; contra el justo varón no hay veneno de sierpt.

Preñada de ufanía, tu bandera en el asta dirá: soy de la torre pura que Dios amasa.

y el enemigo torvo que escucha a la bandera, tendrá que hundir la nuca para siempre en la tierra.

230

EVOLUCIONES

SALPICONES DEL MAR

TROZOS

TT'L mar tiene enseñanzas para toda ocasión: ^^ el verdadero mar, el del agua y los peces, que el mar de la campiña, el de las muchedum-

[bres, ése sabe de historia, de lógica y de leves.

El mar lame la roca, el mar tritura amarras, el mar es imponente y es sedante, y resuella y escupe al cielo, y ruge, y susurra amoroso, y es negro, y se tachona de lunas y de estrellas.

No pierde nunca el móvil, y en su rimar eterno hay latente un zarpazo puro y sanguinolento.

Caben en él las flores y los bichos absurdos. La perla y el erizo, el veneno y el fruto.

En el mar, ondulado como una cabellera, flotan inverosímiles nuececillas con velas. Son las aspiraciones, los ideales blancos que bogan por el alma de los gentíos sanos.

231

J. MORENO VILLA

¿ES UN LAGO?

"T^UEBLO mío, la duda me tienta con su amago. ¿Eres como el San Jorge de acero, me-

[dioeval, o eres un pusilánime y melindroso lago, sin bucles tormentosos en tu faz de cristal?

^ El lago se rodea de empenachados montes que no dejan pasar los vientos insurgentes; el lago es un miope que no tiene horizontes y sonríe a la paz como los inocentes.

Las orillas del mar ¡qué abiertas y qué llanas! Por ellas cruzan libres los céfiros cambiantes, y son tibios regazos para las caravanas y pájaros nacidos en países distantes.

232

EVOLUCIONES

LA FACA VIRGEN

"rpsTE hierro de la calle "^ con sus tufos— tiene horas. Por eso, mientras no llegan, duerme en la faja o la cómoda.

jOh, luna creciente y fría, afilada y silenciosa! Todos los enamorados plebeyos aman tu hoja; y en una noche de vinos o de celos, y de sombras, partirás, fría y callada, las entrañas temblorosas con la firmeza impasible con que parte el mar la proa.

233

J. MORENO VILLA

SOMBRAS y LUCES

'N una colina señera

E'

-^ que atalaya el mar y la tierra.

invadido de amor por las cosas y bañado en sus puros aromas,

yo me di a la madeja que arde, y salí de las cosas avante.

Ya la luz, y la forma, y el tono, la marina, y el bosque y el lobo,

realizaron en su misterio, y quedaron huidos reflejos.

Fueron luz que prendieron mi mecha; aspas raudas de mi inteligencia;

porque luego entendí que eran sombras de algo incólume y grácil las cosas

Al dejar la madeja que arde comenzaron de nuevo a brindarme

su alegato la mar, la colina, el pastor y la bestia maligna.

234

EVOLUCIONES

Y yo dije: Benditas las cosas, porque son proyecciones y sombras;

y provocan la adivinación

de las últimas, claras verdades.

Por aquéllas yo vivo en amor y por éstas daría mi sangre.

3d5

J. MORENO VILLA

EN MEMORIA DE DON FRANCISCO GINER

DE SU RELIGIÓN

^T^ú, fuerte en ia luz lenta, eras un corazón, y por serlo manabas en una estepa dura como fuente que vierte su trémula emoción generosa, impelida de célica ternura.

Tú, fuerte en la luz lenta, eras un corazón. Llena tu vida está de eñuvios fervorosos. Yo no he visto más honda y firme religión que la desparramada por tus labios gozosos.

DE su GRACIA

Por una cobardía bien humana, huyo a buscarte al encinar del Pardo que inundaste de gracia redentora, hoy que un sudario blanco sujeta férreamente

tus pies inquietos y ardorosas manos, inertes para siempre como tu corazón iluminado.

236

B VOLUC JONES

DE SU AMOR A LAS FLORES

Las que son alma del campo, las florecillas silvestres, el jacinto y el romero, y el tomillo dulce y fuerte, como los quisiste tanto vinieron del campo a verte; te rodearon el lecho, y con sus aromas leves, van abriéndote el camino por los espacios celestes.

237

J. MORENO VILLA

PENSANDO EN DON FRANCISCO días DESPUÉS

"X BUELO, ¿y aquel deseo ■^^~^ de catar todas las fuentes, de morder todos los frutos, de besar todas las frentes?

236

EVOLUCIONES

DIRÁN USTEDES MAÑANA

r^mÁN ustedes: En cada letra de cada hoja

remuévense como pajarillos en el nido las aflicciones, las esperanzas, los entusiasmos, las endebleces, la vida de un desconocido.

Dirán ustedes: Como la espada de Roldan en

[la piedra fué su sentimiento marcando las hojas. Resulta bueno, torpe, malo, experto. ¡Verdad! Mas le llegaban lágrimas a la boca.

y dirán ustedes, al llegar, al llegar a ios días serenos de la virilidad, cuando resulta vana toda caligrafía , dirán ustedes: Este no me quiso engañar.

239

. MORENO VILLA

SENTIMIENTO DE TRASLACIÓN -

T Temos abierto el día con penosa labor;

después, volviendo a casa, nos bañamos

[de sol, de céfiro suave, parqueño, y de armonía: la que daban al parque las púberes chiquillas.

Hemos partido el pan y el vino en nuestra

[mesa como los pescadores y Jesús de Judea; y el resto de la tarde fué para la fatiga normal que exige Dios al oscuro adanida.

jUna jornada más de esperanza que huye y presa realidad, de ocasión escapada y de bendito afán! Pero todo en un ámbito tranquilo y patriarcal.

7 en tanto...

Verdes aguas marinas, bullidoras o serenas, y amargas, son escenario frío de fulminantes dramas. ¡Mira cuántos destilan sangre bebiendo aguaí

240

EVOLUCIONES

y en tanto...

Negras zanjas, abiertas cara a Dios, henchidas de fantasmas, son escenario estrecho de impetuosos dramas. ¡Cuánta noble cabeza es colmena de balas!

y en tanto...

Por las mansas y etéreas altitudes pasan rígidas bandas; y es el aire también escenario de dramas, ¡Mira cómo voltea un hombre y se desalma!

y en tanto...

Nieves llanas, nieves de pico, nieves de cabezas de anciana, nieves de corazón que nunca tuvo alma son escenarios blancos salpicados de grana.

y en tanto...

En tanto, pasan y no vuelven... El cielo no puede con las almas, y en la tieira millones de cabecitas blandas, sin saber su orfandad, miran al cielo extáticas.

241

BVOmClONES 16

J. MORENO VILLA

TRES VICTIMAS DE LA GRAN GUERRA

MUJER BELGA

SEMBRADORA vestida de azul y cofia blanca rubia, mucho más rubia que la reina de

[España que ayer, cuando esparcías la simiente dorada, tus virginales pechos puramente mostrabas, ¿qué te pasó, querida?

Nada, no pasó nada. Fueron... los invasores...

y en un plato de plata sus dos senos traía como antaño la santa.

242

EVOLUCIONES

II MUJER FRANCESA

(Trozo de carta desde un pueblecíto.)

«Vinieron por el potro y el coche esta mañana. Aún me quedan mi Jacques que es médico

[y su jaca. La pobre tiene un bulto maligno que le salva. Mi Jacques y el viejo preste son las únicas al-

[mas de varón que transitan por las calles extáticas. Jacques triste, /o, no paladear la gracia de ser la única madre junto a cien aldeanas.»

243

J. MORENO VILLA

III

MUJER ALEMANA

La famosa doncella del Rhin, no canta más. Huyó de Heine; en cambio lleva un «Hut» de bazar. Prefirió a las romanzas lunáticas, la paz que le ofreció dichoso un «social-democrat».

Mas todo fué al diablo. (Zum Teufel noch ein malí) armado hasta los dientes se han llevado a su Franz.

Nota:

«Heine», vate francófilo y semita, además. «Der Hut», es el sombrero. «Zum Teufel noch ein mal» es una imprecación, y «social-democrat», es el hombre pacífico que se llamaba Franz.

244

E VOLUCIONES

BROMAS

QJE hacen bellas trenzas ^^ de cabellos largos; si el cabello es corto la trenza es un rabo.

Pretende mi amigo trenzar sus ideas; pero como tiene rasa la mollera...

De cabellos largos, ¡qué bonitas trenzas! Los cabellos cortos sólo dan coletas.

245

ÍNDICE

Páginas

Explicación 15

LIBRO I.

Eximino, el presbítero (cuento) 27

Caprichos Románicos:

Las ceremonias 45

La venganza 48

La obediencia 50

Caprichos Góticos:

Monólogo de un hombre antiguo 59

Al habla con el arquitecto 63

El entallador sombrío 66

La dama del parteluz 68

Los diablos 70

Sabandijas Humanas:

Sabandijas humanas 81

La Mari-Bárbola 83

Eugenia Martínez Vallejo 84

Don Sebastián de Morra 85

247

El niño de Vallecas 86

«El Primo» 87

«El Inglés» 88

Nicolasito 89

LIBRO II.

Bestiario:

Dedicatoria: Carta a una señora 95

La cabra 102

El gallo 104

El asno 106

El caracol 108

La cotorra 109

La araña 110

El buey 111

La rana 112

El mono 114

Los gansos 115

El cerdo 116

La lagartija 117

El perro 118

El faisán 119

El antílope 1 20

El buho 121

El elefante 122

La hormiga 123

La zorra 124

El pez colorado 125

El pavo vulgar 1 26

El canario 127

El cisne 128

El flamenco 129

248

La mosca T 30

La paloma T31

El dromedario y el camello, 132

El oso 133

El escarabajo 134

La tortuga 135

La avispa 1 30

La innominable 137

El lagarto 138

La cigüeña 1 39

El conejo 1 40

El ratón 141

El buitre 142

La ardilla 143

El canguro 144

El avestruz 145

La llama del Perú 146

El caballo 147

La muía 1 48

El león 149

Anécdota del Bestiario 150

Preocupaciones 151

Los problemas del Bestiario 152

El Bestiario en su retiro ideal 1 58

LIBRO IIL— Epitafios:

Un poco sonámbulo 1 73

Era inmortal 181

Era mística 181

Era francesa 182

Era tolerante 182

249

Era osado 183

Era bella 183

Era el espíritu 184

Era la indiferencia 184

Era valiente 185

Era taimado 1 85

Era generoso 186

Era farsante 1 86

Era el héroe 187

Era el orgullo 187

Era lo inatacable 188

Era flor de ideas 1 88

Era la pasión 1 89

Fué la continencia 189

Era 191

Era la maestría 190

Era el desenfado 181

Era la inquietud 191

Fué la resignación 192

Era poeta 192

Era un hombre 193

Fué casquivana 193

Fué la musa silenciosa 194

Era la mesura 194

Era otra cosa 195

Era la envidia 195

No era de aquí ni de allá 196

Virgen 196

Era la palabra santa 197

Era el resentido 197

Fué la delicadeza 198

Era candido 198

250

El último epitafio:

Nota 201

Recuerdos de una noche siniestra 202

LIBRO IV (Poesías).

Labor breve y paralela:

Dudas del labrador 211

Otoñal 212

Ritmo roto 213

La meditación 215

Como una copla 216

Noches clásicas 217

Extrañeza 220

Tarde romántica 221

]Que diga... 1 222

Coincidencias 223

Cuando 224

Al paso de las nubes 225

A destiempo 227

Lo que es ley 228

A un hombre sin tacha 229

Salpicones del mar 231

¿Es un lago? 232

La faca virgen. . 233

Sombras y luces 234

En memoria de D. Francisco Giner 236

Pensando en D. Francisco días después. 238

Dirán ustedes mañana 239

Sentimiento de traslación 240

Tres víctimas de la Gran Guerra 242

Bromas 245

251

FE DE ERRATAS

Página Línea

Dice

Debe decir

31

17

142

2

148

3

161

21

ce mu I cei-uul

rapidez rapacidad

dibujaron dibujarán

después de Car- Esto era en Má-

tag-ena

lag-a y el barco salía de Cádiz para Buenos Aires

202

17

de las formas

de formas

203

25

su losa

una losa

253

^

o

p

PLEASE DO NOT REMOVE CARDS OR SLIPS FROM THIS POCKET

UNIVERSITY OF TORONTO LIBRARY

Ó623 067E9

Moreno Villa, José Evoluciones

o OJ

LU <£>