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Precio: 3 pesos.

SANTIAGO

mPRElTTA CERVANTES

1881.

B. VICUÑA MACKENNA. é

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EDAD DEL ORO EN CHILE

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LA

o SEA

una demostración histórica de la

maravillosa abundancia

de oro que ha existido en el país,

con una reseña de los grandes descubrimientos

arjentíferos que lo han enriquecido,

principalmente en el presente siglo, i algunas

recientes escursiones

a las rej iones auríferas de Catapilco

i quebradas

de Alvarado i Maleara

POR

B. VICUÑA MACKENNA.

SANTIAGO

IMPRElírTA CERVANTES

1881.

•^

A LOS SEÑORES

•«>»}i»f<«<>-.

Como a los representantes mas entusiastas, mas animosos i mas activos de los dos sistemas que se disputan en Chile, i especialmente en la Arauca- nia, la esplotacion de sus ricas comarcas auríferas, el uno conforme al procedimiento esclusivista i anti- cuado de las Indias, que ajuicio del autor ha hecho ya su camino i su cosecha, i el otro como campeón del procedimiento poptdar de California i de Aus^ tralia, que está llamado probablemente a revolucio- nar la producción del oro en el suelo de la repiiblica mediante el trabajo Ubre i la inmigración espontci- nea, este pequeño trabajo de actualidad i de propa- ganda comparativa, es sincera i cariñosamente de-

dicado por el amigo de ambos, que desea a los unos i los otros, sistemas i hombres, descubridores i empresarios, ricos i pobres, capitalistas i obreros de un progreso caro i común, larga vida, risueñas ilusiones (parte esencial de la vida larga) e ilimi- tada prosperidad, complemento forzoso de aquélla i del minero

B. Vicuña Maekenna.

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PRELIMINAR.

«Una de las provincias mas opulentas de oro que se an descubierto en la América, es el Reyno de Chile, y en tiempos pasados fueron muchísimos los minerales que se la- braron, porque todos los pueblos y lugares teuiau minas riquísimas en sus distritos.» Rosales. Historia de Chile, vol. I, páj. 209.

«En general, ont peut diré que tout le Pays est fort riche, que les habitans nean- moins y sont fort pauvres d'argent; parce qu'au lieu de travailler aux mines, ils se contentent du commerce qu'ils fout de cuirs, de suif, de viande seche, de chanvre et de bled.» Freziek. Voyage a la Mer du Sad—\1\2, 13— U— París 1716, páj. 103).

I.

El título del presente trabajo, mas histórico que estadístico, mas demostrativo que industrial, mas ameno (si ello se alcanza) que económico i espe- culativo, esplica suficientemente, a nuestro enten-

M

der, su objeto, su significado i su alcance. «La

EDAD DEL ORO EN GhILE.))

En esa sencilla carátula, una sola letra del alfa- beto castellano pone en transparencia su tela i su argumento, porque no decimos «la edad de oro de Chile» sino «su edad deloYO.y>

Los siglos de la colonia no fueron ciertamente la «edad de oro» que cantan los poetas i han fin- jido los historiadores de este remotísimo suelo, claustro emparedado de las Indias, sijilosamente mantenido en el apartamiento del mundo, cual bajo la llave de celosos conventuales, por el rei i las leyes de Indias, por los Andes i el Océano.

Todo lo contrario. Esa edad fué de abatimien- to, de ignorancia, de catástrofes, de vergüenza i de lágrimas.

Pero al mismo tiempo fué positivamente la «edad del oro», porque, como decia el conquista- dor Pedro de Valdivia, todo el país no era sino «una mina de oro», si bien cada grano de éste costaba a sus vasallos, por las inclemencias del tiempo, de la guerra i de la conquista, «cien gotas de sangre i el doble de sudor». (1)

(1) «Por costamos cada peso de oro (cada castellano) cien gotas de sangre y doscientas de snáor.D— (Carta de Pedro Val- divia al emperador Carlos V. Concepción^ setiembre 15 de 1550.)

II.

El oro era abundantísimo en aquellos siglos de oro: el suelo parecía a la verdad cuajado del pre- cioso metal, i a nuestro juicio lo está todavía, sal- vo que se hallaba, entonces como hoi, diseminado en moléculas tan diminutas i difíciles de amalga- mación i recojida, que solo por el esfuerzo de una gran innovación en los procedimientos de solici- tación individual o colectiva se habrá de llegar en el presente a grandes resultados, especialmente en el suelo vírjen de la Araucania.

No son en verdad gotas de sudor ni menos de sangre las que la esplotacion del oro en grande o en pequeña escala habrá de requerir en los tiempos de libertad i de progreso moral i mecánico que he- mos alcanzado en nuestros dias, sino gotas de inje- nio, condensadas por el vapor o la fuerza hidráuli- ca, palancas colosales destinadas a remplazar al in- dio esclavo, débil i abatido de las Encomiendas i al lento i fatigoso trapiche que molia durante las lluvias el duro cuarzo aurífero, a razón de tres o cuatro onzas de oro en polvo cada dia.

III.

I a este propósito, i como una demostración jeneral i palmaria de lo que decimos, será oportu-

LA E. DEL O. 2

10

no recordar que así como todas las ciudades i al- deas del llano central desde Santiago a Concep- ción, las dos capitales de la conquista i la colonia, debieron su oríjen a la fertilidad agrícola de su topografía, así casi todas las ciudades i villas, al- deas i asientos del Norte i de la estremidad aus- tral del territorio, tomaron su oríjen del descu- brimiento i riquezas del oro.

Copiapó, como lo demostraremos mas adelante en el curso de este libro, no arrancó su fundación de Chañarcillo i sus portentos arjentíferos, sino del oro de su propia planta, del oro de Palpóte, del mineral del Inca i del célebre cerro de Capote.

La Serena, a su turno, no debió su antigua prosperidad ni a Arqueros ni a Tamaya, que todo esto es comparativamente fortuna de ayer, sino a Andacollo, mineral inagotable de riquísimo oro.

I lo mismo puede i debe decirse de Illapel, que en indio significa «pluma de oro)>, milla (oro) peí (pluma); de Petorca i sus famosos laboreos del Bronce; de la Ligua i de su ponderada mina Amazonas, que hoi una compañía desaterra per- siguiendo un gran problema aurí^ero-jeolójico, i en jeneral de todos los lugarejos de alguna nom- bradla en esa rejion de la república, desde las mi- nas desaparecidas de San Cristóval de Lampa- gui, que despoblaban las ciudades de Chile cuando en 1713 visitara la colonia el hábil injeniero de Luis XIV, Frezier, hasta Casuto, aldea de oro,

11

que siglo i medio mas tarde hemos divisado no- sotros desde alto monte, en el fondo de una árida quebrada, en el departamento de Illapel.

lY.

I de igual manera acontecia en el Sur, porque si bien algunas antiguas poblaciones eran impues- tas al reino por la configuración de su terreno, por las distancias, por los alojamientos (los tam- hos indíjenas), i con mayor particularidad por las necesidades de la guerra i su estratejia, como Chillan, en los llanos del Nuble i Nacimiento en la confluencia del Biobio i del Yergara, los An- jeles en el centro de la isla de la Laja, Angol co- mo punto intermedio entre la antigua Penco i la floreciente Imperial (i de aquí su primitivo nom- bre Los Confines), i Cañete, por último, hacia la costa; i así como otras ciudades nacian espontá- neamente del comercio, cual la de Talca, en la medianía de los cambios del largo trayecto de un confín a otro del pais, i algunas (que éstas fueron las menos) se delineaban en la superficie a virtud de un simple decreto del capitán jeneral, como Rancagua i el Parral, San Carlos i Cauquenes, así las mas ñxmosas ciudades de la conquista en los lí- mites australes de Chile civilizado i cristiano, sur- jieron de la riqueza del oro, como Osorno, que tuvo casa de moneda para sellar el opulentísimo metal

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de Ponzuelos, como Yillaríca, que lleva en su nombre i en sus seculares ruinas la historia de su esplendor pasado, i como Yaldivia, cuyo metal fué reputado, junto con el de Andacollo, en la opues- ta zona del pais, el mas puro i saneado de las Indias. La lei media del oro de Chile i probable- mente del mundo es de 20 a 21 quilates; pero el de Andacollo subia a 23 i el de Valdivia a 24, lo cual equivalia a su máximun de limpidez, malea- bilidad i pureza.

El que hoi se saca como muestra del oro arau- cano en las montañas de Lebu es de la misma o mejor lei, porque éste tiene, conforme a los ensayes de compra de la casa de Moneda, hasta 969 milési- mas de fino, que es casi la pureza absoluta del me- tal, o sea una fracción pequeña menos de los 24 quilates de la denominación i prueba españolas.

V.

I precisamente estas demostraciones, arranca- das, no a la ciencia, porque el que esto escribe no es ni químico, ni minero, ni jeólogo i menos que todo esto no es ni podria ser hombre de ne- gocios, sino a la jeografía i a la historia en cuyo estudio ha consumido dos tercios de su vida, es lo que nos ha movido a escribir este libro que nada tiene que hacer ni con la especulación ni con las empresas,

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Es sencillamente una compilación de hechos i de observaciones históricas i tradicionales cuya responsabilidad queda a cargo del suelo a que se refieren, a los autores que las han conservado i a los numerosos datos inéditos recojidos especial- mente en los archivos i en las oficinas públicas del pais, que dan constancia de esos fenómenos.

I esta convicción deribada de la riqueza aurífe- ra de Chile no es en nosotros ni aislada ni reciente, porque en diversos libros le hemos dado antes for- ma i aliento, i porque la hemos llevado hasta la lejislacion pública en una náocion lejislativa que ha recibido ya su primera sanción jeneral en el Senado. I como ese proyecto de lei coopera en no pequeño grado a esplicar los móviles i los fines que nos inducen a dar a luz el presente trabajo, nos parece de utilidad i conveniencia reproducirlo íntegramente en seguida, i con tanta mayor efica- cia cuanto que la presente publicación está desti- nada a circular de preferencia entre los diputados i senadores que en la inmediata renovación de los poderes co-lejislativos van a decidir con su estu- dio i con sus votos cuestión de tan vital trascen- dencia para el porvenir de la república.

YI.

Esa moción presentada en julio último al Se- nado está concebida en los términos siguientes:

H

«Honorable Senado:

j)El hermoso porvenir que aguarda a la Arau- cania. redimida i civilizada no se halla limitado únicamente a la estension i feracidad de sus terre- nos adaptables a la agricultura i a la colonización, sino a las riquezas mineralójicas que, según una tradición constante i autorizada, encierra su es- tenso i vírjen territorio. Nadie ignora que Chile fué, especialmente en el siglo XVI, un país seña- lado en el mundo como uno de los centros pro- ductores i esportadores de oro en mayor escala entre los conocidos; i los nombres de Yillarica y Madre de Dios, en el rio Valdivia, se hicieron fa- mosos entonces i mas tarde hasta la gran rebelión del primer año del siglo XVII que arruinó todas aquellas florecientes poblaciones llamadas las «sie- te ciudades», tal vez en razón misma de su riqueza y de la codicia exaltada de sus pobladores. Es un hecho histórico comprobado hasta por las ruinas hoi existentes, que la Antigua Imperial, a orillas del Cautin, i Osorno, a orillas del rio Rahué, ali- mentada la última ciudad por el famoso mineral aurífero de Ponzuelos, tuvieron casa de moneda, dos siglos antes que Santiago, i el único metal que allí se elaboraba era el oro. Es un hecho también averiguado que este metal pasaba, por su pureza i maleabilidad, como el mejor i mas obrizo del uni-

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verso, al menos el que se esportaba por Valdivia: «el oro de Valdivia.»

]í)Hoi mismo, los últimos reconocimientos he- chos, mas por un hallazgo casual que bajo un plan i propósitos dados, en las faldas occidentales de la cordillera de Nahuelbuta, especialmente en las quebradas de Pilpilco i Caramávida, esta última de fama aun entre los primitivos españoles, auto- riza a creer que no es infundada la espectativa de que esos territorios, cuya posición jeográfica i per- files jeolójicos mas acentuados recuerdan «los pla- ceres» de California (situados éstos en una posi- ción completamente análoga en el nuestro a la del hemisferio norte del Nuevo Mundo), sean tan ricos aquéllos como los últimos. Esta es también la opinión vulgar de unos cuantos esploradores californienses que han visitado últimamente «los placeres» de Lebu, no como hombres de ciencia sino como simples lavadores de oro (goldivashers).

»Mas, sea como sea, el hecho que hoi se pre- senta como el mayor obstáculo a la esplotacion i progreso de la industria aurífera en la Araucania, es el de que la ordenanza de minas vijente, si bien sabia i amplia en muchas de sus disposiciones, es- tá fundada respecto de la esplotacion del oro en bases que, habiendo desaparecido con el trascurso de los tiempos, dañan hoi profundamente esos in- tereses i aun los esterilizan.

»Estribando, en efecto, la esplotacion antigua

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del oro, como la de los demás metales preciosos de las Indias, en el principio del trabajo servil i barato, es decir, él de la mita del indio, la enco- mienda del inquilino i la tarea del negro esclavo, se otorgaba al minero, esto es, al señor feudal, al conquistador, con el nombre de «pertenencia» o «estaca», una porción considerable del suelo, du- plicándola para los que el código de minería llama todavía «descubridores».

»La pertenencia o estaca de oro abarca hoi mis- mo un espacio de diez mil metros cuadrados, i co- mo un solo individuo puede pedir i obtener con diversos nombres, dos, cinco, veinte o mas esta- cas, resulta que, amparado por las disposiciones terminantes de la ordenanza, el réjimen feudal, es decir, el monopolio, queda sancionado hacién- dose el que tiene influjo o solo la prioridad del denuncio, daeño esclusivo de un vasto placer aurí- fero o de una montaña entera, como se asegura ha sucedido últimamente en la cordillera de Na- huelbuta, paralizándose así toda labor i malver- sando en pleitos las riquezas arrancadas por la industria libre al suelo.

»Si los esplotadores de oro tuviesen hoi a su disposición, como en remotos tiempos, las cuadri- llas de indios que sin mas salario que el látigo i sin mas alimento que un puñado de maíz tostado lavaban en sus bateas de palo el cascajo de los es- teros, como sucedía en Andacollo, en Casuto, en

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Marga-Marga, en Talcamávida i en Villarica, el réjimen legal que dejamos recordado^ tendría to- davía su esplicacíon, porque la leí española favo- recía en todo la cupídez del conquistador í del reí, que iba en compañía con él, interesado forzo- samente en el veinte por ciento de la producción neta «los quintos reales.»

5) Pero hoi no existe en todo el mundo para la esplotacion en grande escala del oro, sino un sis- tema útil i racional, el trabajo libre e individual, el sistema de California i de Australia, que dejan- do al lavador, esto es, al minero, la mas amplia libertad de acción, ha producido riquezas que han asombrado al mundo moderno, sobrepasando muí lejos todas las leyendas i todas las realidades de la conquista de América i, como consecuencia, im- provisando, mediante la inmigración espontánea de las razas, como consecuencia forzosa de la li- bertad de industria, nacionalidades verdadera- mente portentosas.

»Se hace, pues, indispensable cambiar la base de la esplotacion del oro, es decir, sustituir a la pertenencia inamovible, que es el monopolio feu- dal, la estaca o pertenencia reducida pero movible que permite al minero recorrer i esplotar sucesi- vamente una vasta estension de territorio, dando por este procedimiento cabida a millares de obre- ros a la vez.

y>A este respecto el réjimen que se ha adopta-

LA E. DEL O. 3

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do en California i en Australia, los grandes mer- cados del gro nativo en la época presente, es el que en breves palabras pasamos a esponer.

))E1 Estado reconoce como minero no al que pide tal o cual estaca o pertenencia determinada, sino al que paga o mas bien compra anualmente una licencia cuyo precio es jeneralmente de cinco pesos en California i de una libra en Australia. Esta licencia da derecho al que la posee para ca- tear, trabajar i esplotar un espacio cuadrado, mas o menos de diez metros por costado, sin perjuicio de que uno, diez, cien, mil, diez mil mineros tra- bajen conjuntamente en sus respectivos lotes den- tro de una legua o diez leguas cuadradas, sea en llano o en quebradas.

3) Sucede de esta manera que el trabajo libre descubre i esplota una comarca aurífera en un mes, cuando por el réjimen antiguo del monopo- lio, un solo propietario, asediado de pleitos, tar- d'aria diez años en la misma esplotacion, porque ha de tenerse presente que si bien nadie puede invadir el cuadrado movible en cuyo centro plan- ta su barreta el obrero, si nota éste que su lote es de mala lei, o no contiene metal, o se agota, se muda inmediatamente a otro paraje que mejor le acomode, sin mas trámite que mostrar su licen- cia al superintendente o subdelegado que para la policía jeneral del «placer» delegue la autoridad vecina o el gobernador del departamento.

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))Será también digno de observarse que este sistema, aunque completamente individual en su base, no se opone al principio fecundo de la aso- ciación, sino que lo favorece, porque deja espedito el campo a la agrupación de los mineros en ac- tual trabajo, formándose entre ellos asociaciones i cuadrillas de muchos centenares para esplorar o poner en beneficio un campo dado. Se halla así el trabajo aurífero protejido eficazmente contra el monopolio de uno solo; pero el capitalista, el res- catador, el habilitador de oro, pueden encontrar fácil acomodo a su industria i a su capital desde que existe un trabajo colectivo i una producción abundante. Por lo jeneral, las cuadrillas de lava- dores de oro se forman en grupos de a cuatro indi- viduos para cada lote, distribuyéndose entre las tareas especiales del trabajo, el que cava, el que lava, el que cocina, etc. Sábese que por su estraña i parsimoniosa distribución jeolójica en todo el universo, el oro requiere un trabajo esclusivamen- te individual i por lo mismo no exije mas capital que una batea de mano ni mas fuerzas que las de un niño o una mujer.

í)No es fácil, por desgracia, implantar el nuevo réjimen en la parte ya ocupada i sometida a las leyes antiguas o modernas del país, porque los in- tereses creados entrarían en choque con la indus- tria, especialmente por lo que toca a la propiedad del suelo, del agua, del combustible, la formación

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de caminos, el derecho de tránsito i demás ele- mentos propios de las faenas mineras.

j)Pero la posesión futura del territorio arauca- no, mas a título de reincorporación de suelo que de conquista, por cuanto aquellas comarcas fue- ron civilizadas i los indios rebeldes las subyuga- ron, permite sin dificultad alguna el planteamien- to de un réjimen completamente nuevo, que abra horizontes a una basta i espontánea inmigración, necesidad absoluta e imperiosa de nuestro país, especialmente respecto de lo que pasa en nacio- nes vecinas i diez veces mas vastas que la nuestra.

»En esta virtud i alentado con la esperanza de que las ideas contenidas en esta brevísima esposi- cion, encuentren una favorable acojida en el seno del Congreso, por cuanto una bienhechora i fecun- da esperiencia las ha sancionado en pueblos mas ricos i mas adelantados que el nuestro, tengo el honor de formular el siguiente

PROYECTO DE LEÍ:

» Artículo 1.° El Estado es el único i esclusivo dueño legal de todos los yacimientos auríferos que existen o se descubran en el territorio com- prendido entre la actual línea del Traiguén i la del rio Cruces i las cordilleras de Nahuelbuta i de los Andes, sea que aquéllos existan en forma de lavaderos («placeres») o de minas de pozo de es-

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plotacion regularizada por las galerías subterrá- neas.

D Artículo I!" El cateo, trabajo i esplotacion de esos yacimientos es completamente libre, i su concesión no se otorgará por via de merced i de estacas medidas i fijas, sino por medio de licen- cias personales concedidas a los que las soliciten ante el gobernador del respectivo departamento o la autoridad especial que éste delegue.

» Artículo 3.° Las licencias serán esclusivamen- te personales e intrasmisibles por ningún título, i su precio no podrá esceder de diez pesos para las licencias de «placeres», por cada individuo, i de doscientos pesos para las licencias de minas de pozo. La ausencia de licencia se penará con el diez tantos de su valor i su falsificación con una cantidad equivalente a cincuenta veces su impor- te, sin perjuicio de las demás penas impuestas por el Código Penal.

» Artículo 4.*^ Cada licencia da facultad al que la posee para trabajar una estaca o pertenencia de veinte metros en cuadro sin constituir por esto ningún derecho de propiedad sino el del simple usufructo mientras la pertenencia se halle en ac- tual trabajo. El abandono o suspensión del traba- jo de una pertenencia por espacio de veinticuatro horas consecutivas, constituye despueble i da de- recho a nuevos ocupantes sucesivamente.

)) Artículo 5.° Las aspas o prolongación hori-

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zontal de las pertenencias de minas de pozo o galerías verticales, en ningún caso podrán tener mas de cien metros a uno i otro costado del pozo de ordenanza.

j) Artículo 6.° Las licencias se otorgarán por un año, pero pueden prorogarse indefinidamente pa- gando en cada renovación el precio correspon- diente.

» Artículo 7.° El producido del ramo de licen- cias de minas será aplicado por mitad al fisco i a los respectivos municipios, deducidos los gastos que su aplicación requiera.

» Artículo 8." Las disposiciones de esta lei se harán ostensivas a los placeres auríferos del terri- torio magallánico cuando el gobierno lo tenga por conveniente.

» Artículo 9.° El presidente de la república dic- tará los reglamentos que la planteacion de esta lei exija, especialmente respecto del otorgamiento de licencias i las penas,

» Artículo 10. Queda abolida la ordenanza vi- jente de minas en cuanto sus disposiciones fueren contrarias a la presente lei.

DSantiago, julio 11 de 1881.

DBenjamin Vicuña Mackenna, ))( Senador por Coquimbo).»

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VIII.

Presentada esta moción al Senado el 17 de ju- lio de 1881 fué aprobada en jeneral i pasó a co- misión en la^sesion del 24 de a^^osto con un solo voto en contra que fué el del señor senador su- plente por Coquimbo don Teodosio Cuadros, mi- nero de profesión, intelijente en su ramo, pero tal vez familiarizado en demasía con los privilejios esclusivistas de la ordenanza vijente de minas.

Por lo demás, las bases que preceden i que le- jos de ser definitivas contienen apenas el bosque- jo de una evolución industrial de notoria impor- tancia i susceptible de considerables perfecciona- mientos, al ser aprobadas como simple punto de partida casi por la unanimidad del alto cuerpo a cuya deliberación fueran presentadas demuestran su importancia i su actualidad; i si bien ha reci- bido algunas impugnaciones por la prensa, estos mismos debates han contribuido a darle vida i a suscitar sobre ella una interesante i provechosa discusión. (1)

(1) En la sección de anexos que figurará en la parte fiual de esta publicación i que tiene por objeto acopiar aquellos docu- mentos esplicativos que no encontrarían oportuna cabida en el testo, reproducimos del Diario Oficial la parte de la sesión del Senado en que se aprobó la moción anterior i las cartas que so- bre los propósitos i resultados que la última pudiera alcanzar

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IX.

No dejaremos ciertamente de llamar la aten- ción en esta palabra preliminar a dos circunstan- cias de notoria importancia que habremos de es- forzarnos por desarrollar mas adelante i que aho- ra nos limitamos simplemente a enunciar en bos- quejo; a saber: 1.^ la estraordinaria semejanza jeolójica i jeográfica que Cliile presenta con el aspecto esterior del territorio de la Alta Califor- nia, situada en las mismas latitudes, entre el Pa- cífico i la cordillera Nevada en el hemisferio norte del Nuevo Mundo, i aun con Australia, continente fronterizo al nuestro, océano de por medio; i 2.^ la tradición universal que han conservado todos los antiguos historiadores i cronistas de Chile, so- bre la estraordinaria riqueza aurífera de la Arau- cania i la taciturna pero inquebrantable tenacidad con que los araucanos persisten hasta hoi en ocul- tar sus catas i minas de oro, especialmente desde la ruina de, las siete ciudades que en los tres pri-

se cambiaron, a mediados de setiembre último, entre el señor Francisco Ovalle Olivares, esforzado minero am-ífero de Lebu, i el autor, correspondencia en la cual uno i otro concluyen por ponerse de acuerdo sobre la necesidad de alterar la leí vijente sobre el descubrimiento i esplotacion de los minerales auríferos de la república.

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meros años del sigio XVÍI sepultó, junto con la codicia insaciable de los conquistadores, el secre- to de la desdicha de los naturales reducidos a la condición de esclavos en las encomiendas del oro, desde Quilacoya, que fueron minas riquísimas i personales de Pedro de Valdivia, junto a la actual Concepción, hasta la Madre de Dios, opulento la- vadero de oro en el rio Cruces, junto a Valdivia.

X.

Con este mismo propósito de ilustración nos proponemos dar a luz o simplemente reprodu- cir algunas escursiones hechas por nosotros en época remota a diversos lugares de antigua fama como productores de oro, buscando en esto, junto con la comprobación de nuestro tema principal, el solaz del lector i ej nuestro propio, en cuanto nos sea dable obtenerlo.

XI.

Dos razones de índole diversa, que podríamos llamar subsidiarias pero de palpitante actualidad, nos han inducido también a emprender este rápi- do trabajo de acopio i de demostración, en que co- mo faena de curiosidad el mayor esfuerzo queda confiado a la investigación.

La primera de esas razones es puramente mo-

LA E. DEL O. 4

26 ~

Y'cú, O si es posible decirlo así, sintomática, porque si es cierto lo que reza el proverbio filosófico a propósito de que «la privación es causa eficaz del apetito», de creer es que ninguna oportunidad seria mejor escojida que la presente, por cuanto el oro ha comenzado a ser para los chilenos, al menos en su calidad, un mito de otras edades.

En ciertos papeles antiquísimos hemos leido en efecto que un célebre capitán chileno del siglo XVn,don Pedro de Amasa, feudatario de Purutum i de Quillota, prestó, cuando tenia mas de sesenta años i era por consiguiente de sobra mayor de edad, una declaración judicial de la cual resultaba que jamas hahia visto un doblón de oro, es decir, una onza de oro sellada, como las que hace un cuarto de siglo eran el tipo de la riqueza, el lujo i la fastuosa pompa de Chile la edad ya lejos pa- sada del «oro en polvoí) i de la «plata labrada» de nuestros bisabuelos, que así llamaban las bue- nas prendas i aun las virtudes humanas.

I por el camino que hoi recorremos ¿no es de temer- que la jeneracion inconvertible que hoi se forma ha de verse antes de mucho en el caso del noble encomendero de Quillota respecto de nues- tros tipos monetarios antiguos i modernos, el do- blón i el cóndor?

Por esto nos ha parecido que un bosquejo de la desvanecida abundancia en la producción de las mas ricas pastas monetarias conocidas, el oro i la

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plata, habrá de despertar alguna novedad entre las jentes i distraer su espíritu de la monotonía i pe- sado olor de las sustancias fósiles que han tomado hoi el puesto de aquellas ricas, brillantes, malea- bles i doradas pastas tan apetecidas desde el co- mienzo del mundo i del latin... Aiiri sacra fames (Virjilio).... Áurea mediocritas (Horacio).

XII.

Pero mucho mas importante que aquel preca- rio i transitorio motivo existe, en concepto nues- tro, para tratar del oro en la ausencia del oro. Aludimos a la circunstancia económica del poder incalculable de ese metal como medio civilizador i como elemento de progreso para un país i para la humanidad. Nunca, a la verdad, fué mas cierto el áurea mediocritas («el elemento del oro») del poe- ta que en la presente edad, porque es preciso con- venir, contra el vulgo, que aparte de su estima- ción como metal raro i nobilísimo bajo su pun- to de vista químico i mineralójico, aparte de su mérito como joya i como arte, aparte de su re- presentación irremplazable como moneda i tipo monetario, el oro es una gran fuerza económica que tiende a revolucionar con su producción al mundo, sirviendo de poderoso caduceo al comer- cio i de potentes alas a la industria.

Observa con razón Levasseur, que desde las es-

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tupendas producciones de California i de Austra- lia, corrientes solo desde la medianía del presente siglo, rendimiento aurífero que ha alcanzado mas de cien millones de pesos en un año, i que lia mas que duplicado la existencia de esa pasta en el co- mercio humano desde los dias del diluvio, todo ha marchado en el mundo industrial con una pujan- za asombrosa.

No habria por esto metáfora en decir que la ma- yor parte de los ferrocarriles del orbe moderno, las grandes compañías de vapores, las fábricas de to- do jénero montadas en pié jigantesco para abara- tar la producción, como las del Creussot en Fran- cia i las de Essen en Alemania, todo eso ha veni- do del ensanche fabuloso de la producción del oro en los últimos tiempos.

I esto por una razón muí sencilla. Porque las reservas metálicas de los erarios pú- blicos, de los bancos i de los particulares, ha permi- tido a todos los dispensadores del crédito centupli- car el medio circulante fiduciario; i de aquí las notables facilidades otorgadas a la producción en grande escala, de aquí los enormes acarreos que aquellas traían aparejados como resultado indis- pensable, i las transacciones i cambios mercanti- les que su distribución en el globo requerían. El oro ha sido, mas que la corrmna i el nihilismo, el gran transformador del siglo; pero en el sentido de favorecer los intereses lejítimos i no los egois-

29

mos salvajes de la humanidad. Decíamos por esto que de ese concepto económico i verdadero se de- riba la estimación latente i positiva que el ensan- che de la producción del oro hoi alcanza.

XIII.

iSTo se han abierto suficiente camino todavía entre nosotros estas ideas, porque la rutina here- dada i antigua nos hace mirar en el oro simple- mente el símbolo, la moneda, «la onza», «el cón- dor», es decir, la materialidad del medio, i no sus influencias ajenas al elemento circulante. I a la verdad, solo cuando se ha tenido la fortuna i el placer de visitarlas bóvedas del Banco de Inglate- rra o de otros establecimientos de este j enero, en que las barras yacen cautivas en rimeros duran- te larguísimos años, o cuando para cubrir un che- que ocurren los pagadores de las grandes casas de comercio a la romana o a una poruña de, me- tal para vaciar en los talegos o en los bolsillos de los cobradores rimeros de libras esterlinas sin con- tarlas, llega el chileno, montaraz como el cóndor, a formarse cuenta de que el oro es una mercade- ria cualquiera, como el trigo i la chuchoca, i que su valor intrínseco no le viene de haber pasado por el volante de una casa de moneda, sino por sus cualidades valiosísimas, como sustancia mi- neralójica.

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A crear impresiones semejantes a ésas, que son las correctas, está encaminado este pequeño libro, i de su lectura resultará talvez algún pequeño bien, colocando bajo su verdadera, luz social, po- lítica i económica una producción nacional de tan señalada importancia, que aun siendo C^ile, tris- te i apartada colonia de un estado sórdidamente avaro del oro como metal sellado, nos colocó en el segundo o tercer rango entre los grandes territo- rios productores de él en el ancho Universo.

XIY.

Dirijidos a ese mismo fin, si bien de una mane- ra correlativa, van los datos en su mayor parte inéditos que agrupamos mas adelante (i talvez en volumen por separado) sobré los estraordinarios i aun maravillosos descubrimientos de plata ocurri- dos en Chile en los últimos dos siglos; i no antes, porque parecería, conforme a la fabulosa teoria de los alquimistas del viejo mundo de i los aboríie- nes del nuevo, que la plata, hija de la luna,! habia de brillar en nuestros arenosos páramos solo des- pués que el oro, enjendro directo del sol i de su ro- jo fuego, hubiese escondido su disco tras la loma.

En realidad todos los hallazgos arjentíferos do gran cuantía ocurridos en Chile desde los de San Pedro Nolasco en el Cajón de Maipo al de Tres Puntas en los yermos de Atacama, desde el de

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Arqueros al de Chañarcillo, desde el de Caracoles al de Chañaral, (segiin se demostrará) han sido obra no de la ciencia ni siquiera de la perseveran- cia, sino del acaso, del leñador, del arriero, del pastor, del indio trajinante como el Diego Huaica de Potosí en el siglo XVI i como Juan Godoy, el indio del Potosí chileno en el primer tercio del siglo XIX.

I esto está probando lo que antes deciamos, i forma el tema principal de este libro, a saber, que el suelo de Chile se halla cuajado de riquezas ig- notas, especialmente en plata i oro, faltando solo para traerlos al alcance del pico, del fuego i del vajel el gran ájente de todos estos misterios i portentos humanos la casualidad opaca pero feliz linterna de las ciencias subterráneas.

XV.

Dadas estas indispensables esplicaciones i es- tampados los corolarios que preceden, va a ser para nosotros tarea senqilla i hasta grata entrar en el terreno de las demostraciones históricas i de las revelaciones autorizadas de la tradición i de los archivos públicos i privados, que si no habrán de conducirnos como a Jason i sus argonautas a las playas fabulosas de la Colchida i su ((vellocino de oro», nos llevaran al menos a los placeres i vene- ros auríferos reales en que los «pellejos de carne-

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ro» (que son los verdaderos vellocinos de la fábu- la), puestos a la salida de los ti^apiches de Chile para recojer las menudas partículas del precioso metal según se ejecuta actualmente en California i en Australia, en Catapilco i en Llampaico, ha- brán de hacernos llegar al pleno reino de «la edad del oro en Chile.»

I dicho todo esto, entraremos en materia para conducir al lector en el mas breve espacio de tiempo que sea dable i con la menor fatiga posi- ble a los reinos encantados, amenos i hasta festi- vos del oro, rei del mundo desde don Pedro de Valdivia a don Alfredo Paraff.

CAPITULO I.

EL ORO DE CHILE EN TIEMPO DE LOS INCAS.

Los primitivos chilenos no conocian ni el uso, ni el valor, ni la esplota- cion del oro. Arte que les enseñaron los peruanos i tributo que les im- puso el Inca Ideas de los peruanos sobre el oro. Lo usan solo como ornamentación, pero no como medio de cambios Nociones de Garcilaso de la Vega. Almagro encuentra en Copiapó minas de oro cientificamen- te trabajadas. En qué consistia el tributo de Cbile. Derroteros fabu- losos sobre el rescate de Atahualpa en Chile. Vaso de oro hallado en Copiapó i regalado al presidente Prieto. Imponderable acumulación de oro hecha por los Incas, mediante la producción de las minas del Pe- rú i de Chile. Noticias de Cieza de León i de Gomara. La maroma de Huáscar 1 la cadena de oro de los jesuítas de Santiago. Riquezas de los templos del Sol i de las minas de Carabaya. Ocultaciones de oro según Garcilaso i otros antiguos cronistas. Comprobación auténtica de las riquezas acumuladas en el Perú, mediante el rescate de Atahualpa, i su acta de repartición. Lo que cupo a Carlos V. i a Francisco Pizarro. Las riquezas del palacio de verano del emperador de la China en 1860, i los tesoros de Arjcl i de Caxamarca. Comparaciones i anéc- dotas.— Verificaciones posteriores. Remates recientes de ofrendas de oro i plata del Perú en Londres.

«Decimos, pues, que el Oro y Plata que davan al Rey, era presentado y no de tri- buto forzoso, porque aquellos Indios (como oy lo usan) no supieron jamas visitar al Superior, sin llevar algún presente.»

(Garcilaso de la Vega. Comentarios Rea- les, Lih. V.) LA E. DEL O. 5

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I.

Es im hecho de tradición constante que los pueblos salvajes no conocieron el valor del oro, ni como elemento i símbolo de cambio ni siquie- ra como arte i ornamentación.

El oro i sus usos dan al contrario i por todas partes testimonio evidente de los comienzos de la civilización.

El oro ha sido civilizador, porque ha creado el trabajo i el obrero.

I de tal hecho ha sido comprobación viva la historia de ese metal en Chile, porque hai cons- tancia que sus primeros pobladores bárbaros no lo conocieron, ni lo esplotaron, ni menos lo ne- cesitaron para su áspera vida.

II.

Verdaderamente, cuando un siglo antes de la conquista castellana, los Incas, que ya habían ocu- pado a Quito, descendían desde el Cuzco a las lla- nuras de Tucuma (el Tucuman) i recibieron de los embajadores de este pais la noticia de que mas allá de la cordillera nevada existia una comarca llamada «Chile», estos emisarios i solicitadores de la conquista incarial hablaron, no de sus riquezas,

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sino de su población; no del oro, sino de la indó- mita bravura de sus tribus.

Por consiguiente, la invasión incásica de Chile no fué una empresa de codicia sino una cruzada de civilización i predominio, conforme al admira- ble i paciente sistema de aquellos conquistadores que dominaron un mundo con un hilo de lana de vicuña i una borla roja en la cabeza por via de diadema.

Pero los peruanos, aunque bárbaros en el sen- tido de la moderna civilización material i cristia- na que al presente prevalece sobre la tierra, cono- cían el valor del oro como sustancia química de sobresaliente mérito, como pasta dúctil i brillan- te, como elemento precioso de arte, de placer i de culto. A semejanza de los palacios i de los tem- plos del Indostan, todos los palacios i todos los templos de los Incas eran de oro, o estaban recamados de oro como el de Salomón.

III.

No conocían los Incas ni sus subditos el valor mercantil de esa sustancia, ni el de la plata i en realidad el de ningún metal precioso, porque nada vendían ni nada compraban sino a virtud de la permuta directa de sus frutos i consumos. En este sentido era i ha sido hasta hace poco tan ruda la condición de los aboríjenes en la parte austral del

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continente, que los araucanos preferían por ejemplo al oro i a la plata las piedras de color o simplemen- te jaspeadas que encontraban en el pedregal de sus esteros i denominaban llancas; i todavía cam- bian alegremente sus prendas de mayor estima por los vidrios i chaquiras de los buhoneros. -ccEl Oro y Plata y las Piedras preciosas que los Reyes In- cas tuvieron con tanta cantidad, dice en efecto Gar- cilaso de la Vega, que en esto i a guisa de indíjena, es buen juez, no eran de tributo obligatorio que fue- sen los Indios obligados a darlo, ni los Reyes lo pe- dían, porque no lo tuvieron por cosa necesaria para la Guerra ni para la Paz; y todo esto no estimaron por Hacienda, ni Tesoro, porque como se sabe, no vendían, ni compravan cosa alguna por Plata ni por Oro, ni con ello paga van la gente de gue- rra, ni lo gastavan en socorro de alguna necesidad que se les ofreciese; y por tanto lo tenian por cosa snperflua, porque ni era de comsr, ni para comprar de comer: solamente lo estimavan por su hermo- sura y resplandor, para ornato y servicio de las Casas reales y templos del Sol y Casas de las Vír- genes.»

I en otra parte el nieto de los postreros incas anadia: «Quando hablan (los vasallos) al Rey en sus negocios particulares, o en los de sus tie- rras, o quando los Reyes visitavan el Reyno, en tod¿is estas visitas jamas le besa van las manos, sin llevarle todo el Oro i Plata y piedras preciosas

- 37 -

que sus indios sacavan, quando estavan ociosos: porque como no era cosa necesaria para la vida humana, no los ocupavan en sacarlo, quando avia otra cosa en que entender. Empero, como veian que lo empleavan en adornar las Casas reales i los templos (cosas que ellos tanto estimaban) gastav.an el tiempo que les sobrava, buscando Oro i Plata i piedras Preciosas para tener que presen- tar al Inca i al Sol que eran sus Dioses.» (1)

lY.

Bajo este punto de vista especial de la conquis- ta peruana, los lugartenientes del Inca impusieron a sus vasallos de Chile, desde Copiapó hasta el Maule, el tributo anual del oro, i así como les en- señaron a cultivar la tierra, a sembrar el maiz, a abrir canales, a ejemplo del que el sombrío Vita- cura labró para Santiago i que todavía sirve para proveer de agua corriente a la ciudad en sus barrios del norte, así les enseñaron a lavar las arenas auríferas de sus rios, a abrir hondas ca-

(1) Garcilaso. Comentarios Reales, lib. V. páj. 139.

El lector chileno se dará fácilmente cuenta, a virtud de lo que cuenta Garcilaso, de la costumbre que todavía rije en todos nuestros campos de llevar algo, si mas no sea que una gallina o una docena de huevos, o un atado de berros al señor, al feudata- rio, al inca, es decir, al patrón, es decir, al moderno Vitacura. Los indíjenas bolivianos llaman hasta hoi Viracocha o. ioáo hombre blanco i rico.

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tas i hasta laboreos en el duro cuarzo de sus cerros. Cuenta el ilustre Gonzalo Fernandez de Oviedo, contemporáneo de Almagro i su amigo de intimi- dad (puesto que le confiara a su hijo, el cual vino con el Adelantado a Chile i se aho2:ó a su resrreso en el rio de Arequipa), que el viejo conquistador cuyas cartas él viera en la isla de Santo Dominólo antes que el rei, encontró minas de oro formales en los valles de Copiapó i el Huasco, Coquimbo i hasta el rio de Aconcagua. «I el general se partió de allí (de Copiapó), dice, tierra adentro é visitó lo que della mejor avia y envió mineros é higo dar catas, é hallaron las minas é quebradas é naci- miento dellas tan bien lahy^adas como si españoles entendieran en eUo.y> (1)

V.

Los infelices chilenos pagaban en consecuencia al blando conquistador indíjena el mismo lujoso tributo que los tucumanos, los quiteños i todas las tribus dominadas por los emperadores del Cuzco, i esto lo verificaban forzosamente en aquella pasta mas preciada i de mas fácil trasporte, o para decir mejor, en la única materia trasportable a brazos de

(1) Oviedo i Valdés. Historia jeneral i natural de las lu- dias, vol. II. páj. 273.

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hombre, el cual, junto con la llama, era la bestia de carga usual en sus dominios. El ilustre ma- drileño Diego de Rosales, historiador que disfrutó papeles antiquísimos, no conocidos de los cronis- tas que le precedieron o le copiaron, afirma que a la época de la entrada de Almagro a Chile, el tributo de oro de este país alinea ascendía acaloree quintales i medio al año, i que este injente caudal llevábanlo con gran aparato sus subdito en andas de cañas que paseaban triunfalmente en la distancia de quinientas leguas que se contaban del Mapocho al Cuzco. (íEl tributo anual que rendían al Inga, Emperador del Perú, dice el bien informado jesuí- ta, los chilenos en distrito de ciento y cincuenta le- guas que conquistaron al principio sus capitanes, fué de catorce quintales de oro azendrado^ de mas de veinte y dos quintales y medio, en tejos de a cincuenta pesos, señalados con la marca de un pe- cho mugeril. El último tesoro que cerca del Cuzco embargó y repartió entre sus soldados el Adelan- tado Don Diego de Almagro era de mil y doscien- tas libras de oro y entre ellas llevaban dos granos que el uno pesaba setecientos pesos y el otro mas de quinientos.)) (1)

(1) Rosales, vol. I, páj. 209. «Trajinaban los indios del Pe- rú, agrega el cronista, este tesoro por tierra con mucha majestad y pompa, en vaules de cañas brabas curiosamente texidas. So- bre las tapas estaban labradas de la misma caña las armas del rey Inca, que eran un sol en manos de dos rapantes tigres pen-

40 ~

Es oportuno advertir aquí que Almagro i sus compañeros vinieron precisamente a Chile, no persiguendo un interés jeográfico i de descubri- miento, sino en demanda de aquello que tan feliz- mente les salia al encuentro, del oro. «Por el informe que hicieron los indios peruanos (dice Kosales) a don Francisco Pizarro y a don Diego de Almagro en el Cuzco de la fertilidad y riqueza de oro del Reyno de Chile, se concertaron en su nueva amistad y concordia, aviendo estado antes mui enemistados. 2)

El oro, que las mas veces es pábulo de guerra i de discordia como el acero, suele ser pacificador i aun apaciguador de pequeñas i de grandísimas querellas.

VI.

No nos es fácil comprobar la exactitud métrica

dientes de los rayos, y una borla roja, de finissima lana, insig- nia de los Reyes, que la train en la frente, de lana de vicuña, y a los otros señores se les consentía el traer borla colgada ha- zla la oreja, pero en la frente era solo de Reyes, como lo refiere el Padre Acosta. Cada cofre iba en andas en ombros de cuatro indios, y assistian otros para irse remudando. Precedían cua- trocientos flecheros, asegurando los caminos y previniendo los aloxamientos. Por cualquiera pueblo que pasaban los recivian con singular aplauso y regocijo, celebrando el poder y soberanía de su Rey.»

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del tributo chileno, cuya devolución hoi, a nuestro turno, reclamamos a los vencidos por nuestras ar- mas; pero en lo que están de acuerdo todos los cro- nistas primitivos de Chile i del Perú es en referir que el Adelantado don Diego de Almagro, al llegar desbaratado a Copiapó, por el camino de Jujui i Catamarca en el rigor del invierno de 1536 (a fi- nes de junio), encontró en ese valle o algo mas adelante, un injente tesoro, i que regocijado por este hallazgo, con su acostumbrada jenerosidad, tan conocida i alabada por los conquistadores en contraposición a la terca codicia de los Pizarro, rompió las escrituras que por adelantos i avios de guerra le hablan firmado todos sus compañeros de descubrimiento. La deuda así cancelada pasaba, según Herrera, de doscientos mil pesos, magnifi- cencia de rei, o mas bien de minero de oro en al- cance de oro.

VII.

Es mui posible que los conductores del tributo del Inca se dieran maña para ocultar una parte considerable de su contenido; i a esa causa débese talvez el hallazgo que hace mas de cuarenta años se hizo en un solar del actual pueblo de Copiapó de un rico vaso de oro macizo, en el cual libaron jeneroso vino al patriotismo i la victoria el presi- dente don Joaquín Prieto i sus ministros cuando se recibiera en Santiago la noticia de la batalla de

LA E. DEL O. 6

Yungay, por febrero de 1839. Ese vaso, que hoi existe en poder de la familia del hijo del jeneral Prieto, de su mismo nombre, le fué obsequiado por el intendente de Copiapó don Juan Melgarejo, i entendemos que el doctor Philippi ha publicado hace poco una descripción i grabado de él.

El tributo del Inca, interceptado por Almagro, ha dado también lugar a la inestinguible leyenda popular, cana de tantos famosos derroteros del desierto i de las gargantas andinas, según la cual existen en Chile no menos de cien parajes, espe- cialmente rios, lagunas i quebradas, en cuyo fondo los portadores del tesoro lo arrojaron, espantados al saber que Atahualpa habia sido ajusticiado en Caxamarca... I de aquí las mil patrañas en «busca del tesoro del Inca».

El esplorador Pertuisset ha llevado en esta parte la petulancia de la fantasía hasta forjar una disparatada novela según la cual el tesoro del In- ca ha ido a parar a la Tierra del Fuego «Les

trésqr des Incas á la Terre dii Feu....-»

VIH.

Sea como fuere, lo que importa saber para nues- tro propósito es que muchos años antes de la in- vasión castellana existia en Chile el oro en es- traordinaria i casi prodijiosa abundancia, i como tal era enviado en forma de tributo anual al Perú.

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I es llano calcular que si el homenaje anual era de mas de 14 quintales de metal, en el largo siglo que duró el dominio incarial contribuyó nuestro suelo con no menos de mil i quinientos quintales DE ORO a la vajilla, al placer i al culto de aquellos emperadores de la América, como los llama el cronista. - cíVisitava por sus gobernadores, dice del Inca a este respecto Garcilaso (Comentarios Eeales, Jjib 8, páj. 274) el Reyno de Chili, cada dos o tres años y embiava mucha Ropa fina, y Pre- seas de su persona para los Curacas, y sus Deu- dos, y otra mucha ropa de la común para los Vasallos. De allá le enviavan los Caciques mucho Oro, y mucha plumería y otros frutos de la Tie- rra: y esto duró hasta que Don I¡)iego de Alma- gro entró en aquel Reyno, como adelante vere- mos.»

I era esa corriente aurífera, que en el lugar oportuno la estadística nos ayudará a comprobar como cosa asombrosa, junto con el raudal de las minas de Carabaya, no lejos del lago Titicaca, ve- neros de oro que trabajaban con tesón los perua- nos, i agregados los suministros de otros tributos, lo que esplica la fabulosa acumulación de oro que los primitivos narradores de las maravillas del imperio incásico no se cansan de referir ni de ponderar.

Escuchémosles un instante, si mas no sea que por la grata impresión que produce, al través

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de los siglos i de las pobrezas sucesivas, su pro- pio injénuo deleite. «Tenian en gran estima el oro, (dice Cieza de León, el mas antiguo narra- dor de los portentos del Perú i contemporáneo de los Pizarro, así como el contador Agustin de Za- rate, que en ello también anduvo), porque de él hacia el Rey y sus principales sus vasijas para su servicio, y dello hacían Joias para su atavio y lo ofrecian; y traia el Rey un Tablón en que se sen- tava, de Oro, de diez y seis quilates, que valió de buen oro mas de veinte i cinco mil ducados, qué es el que don Francisco Pizarro escojió por su joia al tiempo de la Conquista, porque conforme a su capitulación le avian de dar una joia que él escogiese, fuera de la quenta común.»

I tomando por su cuenta propia la palabra el cronista que se jactaba de ser hijo i nieto de los emperadores i de sus reales collas (princesas), el inca Garcilaso, anadia lo que sigue, como cosa i tradición de familia i de su casa: «Al tiem- po que le nasció vn Hijo el primero, mandó ha- cer Guayuacava vna Maroma de Oro, tan grue- sa (según ay muchos indios vivos que lo dicen) que asidos a ella mas de doscientos Indios Ore- jones, no la levantavan mui fácilmente. Y en memoria de esta tan señalada joia llamaron al Hijo Guasca que en su lengua quiere decir Soga, con el Sobrenombre de Inga que era de todos los Reyes, como los Emperadores Romanos se llama-

- 45

van Augustos. Esto he traído aquí por desarrai- gar vna opinión que comunmente se La tenido en Castilla entre la gente, que no tiene platica con las cosas de las Indias, de que los indios no te- nían en nada el Oro, ni conoscian su valor. Tam- bién tenían muchos Graneros i Troges hechas de Oro y Plata, y grandes figuras de hombres i Mu- geres, y de Ovefas, y de todos los otros animales, y de todos los géneros de yervas, que nascian en aquella tierra con sus espigas y bastigas y ñudos, hechas al natural, y gran suma de mantas, y hon- das, entretegidas con Oro tirado, y aun cierto nú- mero de leños, como los que avia de quemar, hechos de Oro y Plata.»

IX.

«En todas las casas de las Doncellas escojidas para el Inga, agregaba todavía el inca Garcilaso, aumentando la maravilla de sus predecesores que comenta, la Bajilla i los demás vasos de servicio, eran de Plata y Oro, como los avia en la Casa de las Mugeres de el Sol, y en su famoso Templo; y como los huvo (según diremos) en las Casas Rea- les: que hablando en suma, se puede afirmar, que toda la riquega de Oro, y Plata, y Piedras precio- sas, que en aquel grande imperio se sacava, no se empleava en otra cosa sino en el adorno, y servi- cio de los Templos del Sol, que eran muchos, y

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de las Casas de las Viíjenes, que por consiguien- te eran otras tantas; y en la Sumptuosidad, y Magestad de las casas reales, que fueron muchas mas. Lo que se gastava en el servicio de los se- ñores y Vasallos era poco o nada porque no era mas de los vasos de beber i esos eran limitados por su cuenta i número, conforme al privilegio que el Inca les dava para ellos; atro poco se em- pleaba en los vestidos, y arreos con que celebra- van sus fiestas principales.» (1)

X.

Entrando en la enumeración de casos particu- lares, el mismo historiador mestizo, o mas propia- mente indíjena, deleitábase i aun gastaba la ufa- nía de un príncipe caido en referir los que por su amenidad en seguida copiamos, i en los cuales presentóse al público de la Península mas como que historiador como testigo de vista, cuando es- cribía en Córdoba, en cuya magnífica catedral diez años hace vimos con respeto su sepulcro. (cDe las riquezas de Oro i Plata que en el Perú se sacan es buen testigo España, dice el real mesti- zo en el Lb. 8.° de su famosa historia, pues de mas de veinte y cinco años, sin los de atrás, le traen cada año doce, trece Millones de Plata i Oro, sin

(1) Comentarios Reales, lib. IV. páj. 110.

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otras cosas que no entran en esta cuenta: cada Millón monta diez veces cien mil ducados. El Oro se coge en todo el Perú: en vnas provincias es en mas abundancia que en otras, pero generalmente lo ai en todo el Eeyno.

«Hállase en la superficie de la Tierra j en los Arroios, y Rios donde lo llevan las avenidas de las lluvias: de allí lo sacan, lavando la tierra o la arena, como laban acá los Plateros la escudilla de sus Tiendas, que son las barreduras dellas. Lla- man los Españoles lo que aquí sacan, «Oro en polvo)), porque sale como limalla. Algunos granos se hallan gruesos de dos, tres pesos i mas. Yo vi granos de a mas de 20 pesos, llámanles Pepitas; algunas son llanas como Pepitas de Melón, o Ca- labaza, otras redondas, otras Lirgas como Huevos. Todo el Oro del Perú es de diez y ocho a veinte quilates de Ley, poco mas, poco menos. Solo el que se saca en las minas de Callavaya o Gallahua- ya es finísimo de veinte y cuatro quilates, y aun pretende pasar dellos, según me lo han dicho al- gunos Plateros de España.

))E1 año de mil y quinientos y cincuenta y seis, se halló en vn resquicio de vna Mina de las de Callahuaya vna piedra de las que se crian con el Metal, del tamaño de la cabeca de un hombre, el color propiamente era color de bofes, i aun la he- chura lo parecía porque toda ella estaba aguge- reada de vnos agugeros chicos y grandes que la

48 ~

pasavan de vn cabo a otro. Por todos ellos aso- mavan puntas de Oro como si le huvieran echado Oro derretido por cima, vnas puntas salian fuera de la piedra, otras emparejavan con ella, otras quedavan mas adentro. Decian los que entendían de Minas que no la sacaran de donde estava, que por Tiempo viniera a convertirse toda la pie- dra en Oro. En el Cozco la miravan los Españoles por cosa maravillosa, los indios la llamavan Hua- ca, que como en otra parte digimos, entre otras muchas significaciones que este nombre tiene, vna es decir Admirable, Cosa digna de admira- ción, por ser linda, como también significa Cosa abominable, por ser fea. Yo la mirava con los vnos y con los otros. El dueño de la piedra, que era hombre rico, determinó venirse a España y traerla como estava para presentarla al Rey Don Felipe II que la Joia por su estrañeza era mucho de estimar.

))De los que vinieron en el Armada en que él vino, supe en España que la Nao se avia perdido con otra mucha riqueza que traia.3)

" XI.

/su fai

Pero Garcilaso ño'^se contentaba con contar lo que él mismo habia visto con sus ojos, siendo ni- ño i palpado con sus manos cuando anciano, por- que citaba los prodijios del oro que otros hablan

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referido antes que él, i a este respecto, por no acumular las citas, varaos a cederle otra vez la pa- labra en su justamente celebrado libro.

«Estando yo allí, dice el nieto de los últimos Incas, en el Cozco, tomando de los principales de allí la relación de los Ingas, decir que Paulo Inga y otros principales decían que si todo el te- soro que avia en las provincias y guacas, que son sus templos, y en los enterramientos, se juntase, que baria tan poca mella lo que los españoles avian sacado, (de oro) quan poca se bacía, sacan- do de una gran vasija de agua una gota della. I que haciendo mas claro y patente la comparación, tomaban una medida de maíz de la cual sacando un puñado decían: Los cristianos han ávido esto, lo demás está en tales partes que nosotros mismos no sabemos dello. Así que grandes son los tesoros que en estas partes están perdidos. Y lo que se ha ávido, si los españoles no lo hubieran ávido, cier- tamente todo ello o lo mas estuviera ofrecido al diablo i a sus templos y sepulturas donde, enterra- van sus difuntos; porque estos indios no lo quie- ren, ni lo buscan para otra cosa, pues no pagan sueldo con ello a la gente de guerra, ni mercan ciudades ni reinos, ni quieren mas que enjaezarse con ello, 'siendo vivos, y después que son muertos llevárselo consigo. Aunque me parece a que todas estas cosas eramos obligados a los amones- tar que viniesen a cmiocimiento de Nuestra Santa

LA E. DEL o. 7

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Fe Católica, sin pretender solamente henchir las bolsas, etc.»

XII.

«Lo que Francisco López de Gomara escribe en su Historia de la riqueza de aquellos reyes es lo que se sigue, sacado a la letra del capítulo 121. Todo el servicio de su casa, mesa y cocina era de oro y de Plata y quando menos de plata, y cobre por mas recio. Tenia en su recámara estatuas huecas de oro, que parecían gigantes, y las figuras al propio y tamaño de quantos animales, aves, ár- boles y yervas produce la tierra, y de cuantos pe- ces cria la mar y aguas de sus reinos. Tenia asi- mismo sogas, costales, cestas y trages de Oro i Plata, rimeros de palos de oro, que pareciere leña rajada para quemar. En fin no havia cosa en su tierra que no la tuviese de oro contrahecha y aun dicen que tenían los Incas un vergel en una isla, cerca de Puna, donde se iban a holgar quando querían Mar, que tenia la ortaliza, los árboles y flores de oro y plata invención y grandeza hasta entonces nunca vista. Allende de todo esto tenia infinitísima cantidad de oro y plata por labrar en el Cuzco que se perdió por la muerte de Guascar, que los indios lo escondieron, viendo que los es- pañoles se lo tomavan y embiavan a España. Mu- chos lo han buscado después acá y no lo hallan.»

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XIII.

«Hasta aqui es de Francisco López Gomara, y el vergel que dice que los reyes incas tenian cerca de Puna, lo tenian en cada casa de todas las rea- les que avia en el Reyno, con toda la demás ri- queza que dellas escrive, sino que como los es- pañoles no vieron otro vergel en pié sino aquel, que estava por donde ellos entraron en aquel rei- no, no pudieron dar relación de otro; porque luego que ellos entraron, los descompusieron los indios y escondieron la ríqueza, donde nunca mas ha parecido, como lo dice el mismo autor, y todos los otros historiadores. La infinita cantidad de plata y oro que dice que tenian por labrar en el Cuzco, allende de aquella grandeza y Majestad que ha dicho de las Casas reales, en lo que sobra va del ornato de ellas, que qo teniendo en que lo ocupar, lo tenian amontonado.

2)No se hace esto duro de creer a los que des- pués acá han visto traer de mi tierra tanto oro, y plata como se ha traido (concluye el historiador indíjena pero avecindado en Cái'dova) pues solo en el año de 1595, en espacio de ocho meses, en tres partidas, entraron por la barra de San Lúcar, treinta y cinco millones de plata y oro.»

52

XIY.

Es mui posible que en lo que contaron a sus contemporáneos el viajero Cieza de León (que era andaluz), el tesorero Zarate, Pedro de Xeres, secretario de Francisco Pizarro, i otros conquista- dores, conforme a la tendencia hacia lo portento- so que en aquel tiempo dominaba especialmente en Cádiz, en Sevilla i en Córdoba, puertos i ciu- dades de entrada i pasaje del oro, i era hasta cierto punto un sistema (como aconteció trescien- tos años mas tarde en California), hubiese alguna ponderación del lenguaje o de la credulidad. Pero la operación metálica i de banco que se ha llama- el rescate de Atahualpa, hecho positivo i compro- bado por cuentas reales i archis^adas, viene a dar razón a los prodijios mismos, porque de las listas del reparto que se han conservado i que esplica minuciosamente el concienzudo Prescott, resulta que lo que juntó el Inca en el famoso aposento que todavia se muestra en Caxamarca, ascendió a la suma fabulosa de 1.326,539 pesos de oro, i 51,610 marcos de plata. El peso de oro, equivalen- te al actual castellano i tomando en cuenta el valor del metal en aquel tiempo, representaba, según Prescott, la suma de quince millones i medio de pesos; pero si la comparación de los valores hubie- ra de hacerse con los del presente según don Diego

- 53 -

Clemencin, resultaría que el rescate de Atahual- pa importó mas ele sesenta millones de pesos, sin contar con el valor de la plata. -Tan solo a Pizarro le cupo del botin la suma de 57,222 pe- sos de oro i 2,350 marcos de plata i, como simple galantería de los suyos, el trono del Inca de que habla Cieza de León (quien lo viera i en él pro- bablemente se sentara), el cual era compuesto de una tabla de oro reluciente que valia por si sola en aquel tiempo mas de cien mil pesos o sea 25,000 pesos de oro. (1)

(1) «La joia qae dice que don Francisco Pigarro escogió, fué de aquel gran rescate, que Atahualpa dio por sí, y Pizarro como jeneral podía, según Ley Militar, tomar del montón la Joia que quisiese, y aunque avia otras de mas precio, como Tinajas y Ti- najones, tomó aquella porque era singular y era asiento del Rey (que sobre aquel Tablón le ponían la silla) como pronosticando que el Rey de España se avia de sentar en ella.

dDc la maroma de Oro diremos en la vida de Huayna Capac, vltirao de los Incas, que fué vna cosa increíble.» (Garcilaso. Comentarios Reales citados.)

Respecto de esta maroma de oro, que dio por ser imitación de una soga, según vimos, su nombre al heredero lejítimo del imperio peruano, i que, a ser cierto lo que de ella cuentan, debió pesar algo mas que las cadenas de toscu) fierro del Huáscar mo- derno, ya hemos copiado lo que dice el historiador indíjena, i partidario, como cuzqueño, del inca Huáscar contra el quiteño Atahualpa, a quien trataba de usurpador. Piérola contra Gar- cía Caldei;p'^, García Calderón contra Piérola....

I mui probablemente de esta estupenda maroma de oro viene la leyenda popular, que nosotros oimos muchas veces en nuestra

54

XY.

Los soldados de a caballo recibieron confor- me al Acta de repartición del rescate, docuraento que aun existe en los archivos de la Península, 8 mil pesos de oro i a los infantes les cupo la mi- tad, o sea 4,440 pesos de oro, sin contar la plata que de suyo se hizo vil, como en el saqueo moderno del palacio de los emperadores de la China, a quienes no se dio tiempo para ofrecer su rescate, porque lord Elguin i el conde de Palikao, este Pizarro i este Almagro de la época presente, se^lo tomaron todo para sí, i para borrar la huella del despojo, incendiaron sus grandiosas arcas. «Los aposentos inmediatos a la sala del trono del pala- cio de Yuen-min-yen, residencia de verano de los emperadores de la China, situado en los suburbios de Pekín i que los aliados ingleses i franceses pu- sieron a saco e incendiaron en octubre de 1860, dice el mas serio de los historiadores de la espe- dicion a la China, i después de haber descrito el fabuloso lujo i riqueza de esas mismas salas, rebo-

niñez, según la cual los jesuítas de Chile tenían una cadena de oro con la que daban una vuelta entera a la plaza cuando hacían sus procesiones, cuya cadena echaron a un pozo de la Compañía en la noche que precedió a su espulsion i no ha vuelto a saberse mas de ella

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saba de objetos de oro i desplata adornados de pie- dras preciosas, de armas ricamente adamasquina- das, de porta-copas de oro i plata incrustados de turquesas, de flores i de frutas formadas de per- las finas, de pequeños palacios, árboles i animales raros festonados por las sustancias mas precio- sas». (1)

XYI.

Mas adelante, agrega el mismo sobrio narrador, i sin pretender en lo mas mínimo hacer contrastes ni acordarse del rescate de los incas en vista del de los emperadores, i después de atravesar por un puente espléndido de mármol echado sobre un de- licioso lago artificial, se penetraba en los aposentos reservados de la emperatriz i del emperador; i sobre la portentosa riqueza de estos aposentos re- servados, se espresa como sigue: «Es preciso re- nunciar a describir lo que contenían esos depar- tamentos. Las palabras faltan para pintar las ri- quezas materiales i artísticas que esas habitaciones encerraban. Todo lo que hasta ese momento ha- bían encontrado los visitantes del palacio de ve- rano no era sino una pobre muestra (icn miserable échantülon) del espectáculo que ahora se les pre-

(1) Paul de Y hV,i^>~Expédition de Chine, Paris 1862, páj, 234.

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sentaba a la vista. Era una visión de las Mil i una noches, un cuento de liadas que la imajinacion ha- bria sido impotente para forjar i comparar con aquellas realidades que todos tocaban con la ma- no Sobre los altares relucían candelabros, va- sos e incensarios de oro macizos, i en uno de estos templos se encontró una espléndida armadura cuyo casco estaba coronado por una perla fina del mas puro oriente i del tamaño de un huevo de palo- ma.» (1)

(1) Varin. Obra citada, páj. 245. En cuanto al botin en lingotes de oro i de plata de Pekín, aunque inferior al de Caxa- marca, fué tan enorme que apesar de la rapacidad de los jefes, cupieron a cada soldado (sobre cinco o seis mil) 100 francos por cabeza, i esto sacado de unas pocas barras de oro encontradas en los departamentos de la emperatriz. De la plata dice el historiador francés que era tan abundante, que los soldados, despreciándola, daban hasta cien pesos fuertes por una o dos botellas de mal coñac, i respecto de las mas ricas sederías bor- dadas de plata i oro, las arrojaban como basura a lo largo del camino solo por librarse de su peso, sin embargo de llevar mu- chos indíjenas cargados con ellas i atados por su larga trenza a

un botón de sus casacas para que no se les escaparan Ardid

espiritual i eminentemente propio de francés! ;. Por lo demás, estas grandes acumulaciones de riqueza no son raras en los países despóticos. Sin hacer mención de los incal- culables tesoros de Mahoma en la Meca, ni de los del sultán en Constantinopla, ni la del último i pródigo Khedive de Ejipto Martin de Monssy dice en su obra, sobre la República Arjentina, vol. III que el tesoro encontrado por los franceses en la ciudad de Arjel cuando la tomaron en 1830 ascendió a mas de 53 mi- llones de francos.

67

XXVII.

Fué esta riquísima joya entre muchas otras desti- nada al emperador i a la emperatriz de los fran- ceses, exactamente como Francisco Pizarro mandó a Carlos V. con su hermano Hernando los esplén- didos vasos, jarrones, figuras de animales i choclos de oro con su cabello i su grano todo macizo i de- liciosamente imitado que vio i admiró en Santo Domingo Oviedo i Yaldés, cuando el emisario pa- saba para España.

Pero mas feliz el emperador en cuyos dominios no se ponia el sol que aquel que hoi yace en pres- tada tumba, vio llegar a sus pies todos los tesoros de Caxamarca, mientras que el último i su impe- rial consorte, que hoi vaga solitaria por las mon- tañas de la Suiza, no conocieron la famosa perla de la emperatriz de la China sino de nombre por cuanto jamas llegó a sus manos....

XVIÍI.

Ahora bien, en vista de esto, i tomando en con- sideración la inverosímil profusión de oro que existia en el Perú al comenzar la conquista, pro- fusión que hace afirmar al padre García que el Perú era el verdadero Ofir i que de sus playas lle- vó Salomón las planchas de oro con que tapizó su templo, envista de todo esto, preguntábamos,-¿hai

LA E. DEL O. 8 .

58

motivos suficientes para tildar de exajeradas las descripciones de los prin\eros cronistas de la con- quista, testigos de vista de aquellos prodijios, co- mo el narrador francés parece haberlo sido de los del palacio de verano de Pekín?

Nosotros (lo decimos injenuamente) no lo du- damos; i como habremos de justificarlo con cifras estadísticas acumuladas en nuestros archivos res- pecto de la abundancia positiva del oro de Chile, en su edad del oro, abrigamos al contrario la per- suasión, de que esceptuando las formas del len- guaje todos los portentos de que se nos hablan fueron en el fondo cosa cierta. Las cuentas de la repartición de Caxamarca están allí; los presentes a Carlos Y. todos los vieron a sus pies; i mas ade- lante i por capítulo separado presentaremos noso- tros las comprobaciones inéditas del oro de Chile que en nada desdicen de las del Perú i de las del Celeste Imperio.

Por esto mismo damos remate al presente con esta última cita del Inca peruano que bien pudie- ra apropiársela el historiador de la romántica i fa- bulosa campaña de la China.

«En todas las casas reales tenían hechos jardi- nes y huertos donde el Inca se recreava. Planta- ban en ellos todos los árboles hermosos y vistosos, posturas de Flores y Plantas olorosas y hermosas, que en el Eeino avia: a cuia semejanga contraha- cían de Oro y Plata muchos Arboles, y otras Ma-

so- tas menores al natural, con sus Hojas, Flores y Frutas: vnas que empega van a brotar, otras a me- dio sazonar, otras en todo perficionadas en su ta- maño. Entre estas y otras grandecas hacían Mai- gales, contrahechos al natural con sus hojas, ma- gorca y caña, con sus raices y flor: y los cabellos, que echa la majorca, eran de Oro y todo lo demás de Plata, soldado lo vno con lo otro, y la misma diferencia hacian en las demás Plantas, que la flor, o cualquiera otra cosa, que amarilleara, la contrahacían de Oro y lo demás de Plata.

)) También avia Animales, chicos y grandes, contrahechos y vaciados de Oro, y Plata: como eran Conejos, Ratones, Lagartijas, Culebras, Ma- riposas, Zorras, Gatos monteses, que domésticos no los tuvieron. Avia pájaros de toda suertes, vnos puestos por los árboles como que cantaban; otros, como que estaban bolando, y chupando la miel de las flores. Avia Penados i Gamos, Leones y Tigres, y todos los demás animales y aves que en la tierra se criavan, cada cosa puesta en su lu- gar, como mejor contrahiciese a lo natural.

))En muchas casas, o en todos tenían baños con Grandes Tinajones de Oro y Plata, en que se la- bavan, y caños de Plata y Oro por los cuales ve- nia el agua a los Tinajones.» (1)

(1) Comentarios Reales, lib. 8,° páj. 172. Esta aficiona imitar en oro i plata los objetos especialmente los animales, ha

60

XIX.

De todas suertes, i rebajando cnanto se quiera por pasión, credulidad o afición a lo estupendo propio de aquellas edades i de las presentes, sobre lo que no puede establecerse la mas pequeña du- da es sobre que el Perú indíjena era el mas rico país del orbe en oro. Ahora en cuanto a que Chile fué su principal tributario en tan espléndida for- tuna, habrá de cabernos la satisfacción de demos-

quedado todavía viva hasta hoi entre los indios del Cuzco, de Quito i con mas primor en los de Guamangas (hoi Ayacucho) cuyos plateros fueron eximios, especialmente en las labores de filigrana, rivales en esto de los joyeros de Malta i de Flo- rencia. Hasta hace pocos anos los plateros de la América espa- ñola, incluso los de Chile, imitaban todo i con particularidad gallinas, pavos, gansos, vacas, caballos, etc. I apropósito de esto se cuenta de un caballero que en el siglo pasado llevó en Lima a un fiscal famoso por su venalidad un venado de plata maci- zo, i habiéndole rehusado aquél, observándole que tenia dos hi- jas i no acostumbraba dar a la una lo que no podia dar a la otra, enten-dió en el acto el solicitante la fina alusión, salió a la calle, entró a la primera platería de la calle de Espaderos, compró un huanaco del mismo peso i tamaño del venado, i volvió al estu- dio del letrado, con lo cual las hijas del fiscal quedaron iguala- das i él sacó una vista a su paladar i deseo.

De todas maneras, el talento i gusto por las artes manuales ha sido común a chinos i a peruanos, i esta es mas seria analo- jía de razas que las que algunos han encontrado afirmando que Ancón procede de Hong-Cong i Chancay de Shangay...

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trarlo con nuevos i no menos peregrinos i com- probados antecedentes i noticias mas adelante. (1)

(2) Respecto de las al parecer inagotables riquezas del Perú en oro, los europeos i especialmente los ingleses han tenido oca- sión de ver muestras casi tan espléndidas como las enviadas a Carlos V. por los Pizarros, en algunas de las ofrendas o despo- jos patrióticos de sus paisanos que el dictador Piérola ha envia- do a Londres para convertirlas en libras esterlinas. Los diarios de esa ciudad dan cuenta en efecto de haberse rematado en agosto último en su Galería Artística de Pall-Mall por los se- ñores Foster, antiguas joyas del Perú de oro i plata hasta la su- ma total de 10,778 libras esterlinas. Entre los objetos mas dis- putados por los entusiastas ingleses que se imajinarian talvez asistir al «rescate de Átahualpa,» cuando era solo al derroche de Piérola, figuraban un mostrario o relicario de oro con peso de 378 onzas por el que pagaron 10 mil pesos, otro del peso de 185 onzas vendido en 940 libras esterlinas i así varios otros restos de la pasada opulencia incarial i di^atorial de aquel des- dicliado país.. Posteriormente se ha dicho que la venta total de estos objetos ha producido en Londres mas de cien mil libras esterlinas, o sea varios millones de soles. El Perú no se des- miente.

CAPITULO II

EL ORO EN CHILE EN TIEMPO DE DON PEDRO DE VALDIVIA.

I. MARGA-MARGA.— II. QUILACOYA.— III. LA IMPERIAL.

IV. OSORNO. - V. VILLARRICA. 4

El Adelantado don Diego'de Almagro llega hasta el territorio de Casablanca i Melipilia. Causas verdaderas de su regreso al Perú. A pesar de que- dar Chile «mal famado» por los de Almagro, conserva la tradición de su gran riqneza aurífera, i esta es la que mueve a Valdivia i a sus compa- ñeros a emprender de nuevo el descubrimiento. Los primeros siete años de la conquista i sus miserias. Ardides de oro de que se vale Val- divia para traer socorros. Las estriberas de Monroi i el sombrero de oro de Concón. Los ochenta mil dorados de Camacho. Descubrimiento de las minas de oro de Marga-Marga i su prodijiosa riqneza. La de- mora.--Cómo el oro comenzó a promover la emigración espontánea a Chile. Los primeros emigrantes del oro en Marga-Marga, según el contemporáneo Marino de Lovera. Cálcalo de lo que produjeron las minas de Marga-Marga basado en el incierto quinto del rei.— ha, lejisla- cion del oro colonial. Primeros acuerdos del cabildo de Santiago, en ausencia de Valdivia, sobre las cuadrillas, estacas, denuncios, juegos, etc., en las minas de Marga-Marga Cómo las multas de Marga-Marga comenzaron a servir a la ciudad de Santiago para su hijiene, su Cate- dral, sus calles, etc., Curiosa carta de los mineros de Marga-Mar- ga pidiendo una guarnición militar para defenderse contra los indios. Acuerdo del cabildo concediéndola i manda bien pagado al verdugo Or- tun Xerez i tres compañeros de a caballo. Regresa del Perú Valdivia, i notando el incremento de las minas, nombra alcalde de ellas en enero de 1550. Los ediles de Santiago acuerdan turnarse para hacer la justi- cia en las minas. El primer abogado en las minas de oro. Aspecto

63 -

actual de los lavaderos del Rio de las minas i su imponente estension. Visitas del autor en 1851 i en 1877. Una faena de oro en el Rio de las minas, en el último año nombrado. Abundancia de oro en polvo en Santiago a mediados del siglo XVII. Se prohibe su uso como moneda en esa forma con severas penas, pero en vano. El oro en polvo es el tipo de la fortuna i de la moneda en Chile hasta el obispo Cienfuegos que en esa forma lo llevó a Roma. Descubrimiento de las minas de Quilacoya en octubre de 155-3 i su prodijiosa riqueza. Dos quintales de oro diarios, según alguien que los vio. Descubrimiento de placeres en la Imperial, i cómo ayudan sus productos a erijir su Catedral i su mitra. Las minas de oro de Villa Rica i la calidad de su metal. Aspecto que las ruinas de esta romántica ciuda»d ofrecían en 1640 i en 1858. Los esploradores Lee-Smith i Colé. Riqueza aurífera de Osorno antes del descubrimiento de Ponzuelos. Minas de oro olvidadas i la cofradía de Puigato. Estraordinaria opulencia per.sonal de Valdivia i sospechas de que quiso coronarse en Chile, declarándose independiente. La inde- pendencia del oro antes de la independencia de la libertad. Visita Valdivia sus minas de Quílacoya enl a víspera de su muerte, i su profé- tico desabrimiento en presencia de las ofrendas del oro. El sací'ificio de este grande hombre perturba la riqueza aurífera de Chile para rena- cer con mayor aliento.

«Lo que puedo decir con verdad de la bondad de esta tiera es que cuantos vasa- llos de V. M. están en ella y han visto la Nueva España dicen ser mucho mas can- tidad de gente que la de alia; es toda un pueblo e una simentera y una mina de oro.»

(Carta de Pedro Valdivia á Cái'los V. Concepción, setiembre 25 de 1551.)

«Las primeras minas que labraron los Españoles fueron las de Marga-Marga, mas cerca de Quillota que de Santiago. I de solo aquella mina rendían a los quintos Reales cada año treinta mil pesos, ensa- yados de oro de ley. Fué tanto el oro que daba aquella mina, que se pesaba con ro- mana.»~(Rosales, Historia de Chile, pái. 210)

I.

Dimos cuenta en el capítulo precedente de có- mo los placeres de oro contribuían con notoria abundancia al tesoro del Inca peruano por via de anual tributo i de cómo adueñándose don Dieojo

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de Almagro de una de estas remesas periódicas, o según dicen algunos, de una colecta extraordi- naria destinada al «rescate del Inca)), creyóse aquél el conquistador mas favorecido del Nuevo Mundo i rompió todas las escrituras de empeño que al partir del Cuzco le habían firmado sus lugar te- nientes i sus soldados i pecheros.

Pero fuera que los indios se dieran maña para ocultar sus mejores minas, fuera impaciencia de la jente, flaqueza de ánimo del anciano esplo- rador, o lo que es mas probable, resultado de su recelosa enemiga con los Pizarros, a quienes ha- bla dejado dueños absolutos del campo i el poder a su espalda, el resultado fué que él personalmen- te no llegó sino hasta las vecindades que forman el promedio entre Casablanca i Melipilla («la tierra de los FiconesD dice el Adelantado en sas cartas al rei, i es por donde está todavía la hacienda de Pico, a dos o tres leguas de la última ciudad), donde hizo lavar un poco de oro, i calculando por lo fríjido de la temperatura i lo rudo de sus pobla- dores «que en toda aquella tierra no hallarían una punta de oro», (1) dio la vuelta al Cuzco para mo- rir en el garrote vil a manos de sus avarientos i crueles espoliadores.

(1) Oviedo, vol. IV. páj. 272.

65

II.

No dio tan punzante espina la noticia de aque- lla tierra «mal famada» (así por ufania la llama él mismo) a su sucesor en el descubrimiento don Pedro de Valdivia, el animoso, porque desdeñan- do las riquísimas minas de plata de Parca que le tocaron en encomienda, marchó el último cuatro años mas tarde a Chile; i en doce de proezas i de aventuras lo conquistó entero, al tranco del caba- llo i al bote de la lanza, hasta el rio i pueblo que llevan todavía su glorioso nombre.

III.

En los primeros siete años de la conquista (los años de Faraón) fué todo penalidades, hambres, lluvias i miserias para los pobladores, incluso el invierno de 1543 que el jefe déla hueste compara con el diluvio; i aun para atraer alguna junta de socorro necesitó Valdivia ocurrir a una estrataje- ma cuyo aliciente como de costumbre fué el oro. «Determiné, dice en carta escrita a Carlos V. des- de la Serena el 4 de Setiembre de 1545, cuatro años después de la fundación de Santiago, de- terminé para mover los ánimos de los soldados llevando muestra de la tierra, enviar hasta siete mil pesos, que en tanto que e&tuve en el valle de

LA E. DÉLO. 9

^~ 66

Canconcagua entendiendp en el bergantín los ha- bían sacado los anaconas, y talvez anaconcillas do los cristianos, que eran allí las minas, y me los dieron todos para el común bien, y porque no lle- vasen carga los caballos hice seis pares de estribe- ras para ellos. Y guarniciones para las espadas y un par de vasos en que hehiesen.y> (1)

VI-

Venian los primeros pobladores de Chile engan- chados por sus capitanes exactamente como las «peonadas» que algunos hacendados i buscadores de oro de Cliile llevaron cuando en 1849 vinieron en alas de la codicia las primeras noticias i alboroto de California, en tantas cosas semejante a los pri- meros ensayos de' colonización en las Indias; i por esto, hablando de sus dificultades i escaseces, el gobernador agregaba en la misma carta que aca- bamos de citar, estas palabras. «Y estando al presente en esta tierra doscientos hombres, que me cuesta cada uno mas de mil pesos puesto en

(1) Por este mismo tiempo ocurrió la matanza de los españo- les que construian un barco en la caleta de Concón, a conse- cuencia de haber descuidado sus armas al mostrarles los indios del valle un sombrero lle?io de oro. De aquella matanza escapó solo un negro, i el mayordomo del gobernador, Gonzalo de los Ríos, abuelo de la famosa i abominable Quintrala, doña Cata- lina de los Ríos, la Lucrecia Borjia de Chile.

67

ella; porque a otras tierras nue ras van por la bue- na fama a ella los hombres, y desta huyen todos jpOT la mala en que la hahian dejado los que no quisieron hacer en ella como tales; y así me ha convencido hasta el dia de hoi para la sustentar, comprar los que tengo a peso de oro.»

V.

I sin embargo la constancia invencible de aquel grande hombre, que araba el suelo con su propio caballo de batalla i andaba vestido con pellejos como su último soldado, recompensóle en breve de sus imponderables afanes, porque se descubrie- ron las minas de Marga-Marga, en la vecindad de Valparaíso, i de sus primeras bateas sacó el go- bernador, o mas bien sus subditos a quien las pi- dió en préstamo forzoso, los primeros «ochenta mil peces dorados» del gracejo Camacho, que fueron ochenta mil pesos de oro (algo como dos millones de hoi), con los cuales fué el gobernador al Perú en 1547 a darse aire de opulentísimo señor i traer con su munificencia refuerzos. (1)

(1) De este despojo tan parecido a robo de Valdivia i que mag tarde le recordó en un sermón de burlas un gracejo llamado Ca- macho en las bodas de la sobrina del gobernador celebradas en Concepción, hablan casi todos los historiadores primitivos, espe- cialmente Marino de Lovera que fué testigo de vista o poco me- nos. Marino de Lovera era hombre verídico, natural de Ponteve- dra, la patria de Méndez Nuüez.

68 ~

vf.

Las minas, o mas propiamente los lavaderos de Marga-Marga (Malga-Malga, dice el venerable Lihro-hecerro del Cabildo de Santiago) fueron en su principio riquísimas i de sus estupendos traba- jos liállanse visibles las huellas en todas partes en aquel hoi solitario i yermo valle. Aunque se tra- bajaba solo durante el otoño (después de la cose- cha) i en el invierno, que era lo que se llamaba la demora, (1) sacaban con unas pocas cuadrillas de infelices indios hasta mil pesos de oro al dia. I no debian ser tan numerosos los indíjenas por cuan- to, aun en tiempo de rebelión, bastaban cuatro hombres a caballo i pagados por el rei para man- tenerlos a raya, mientras que hasta el último ga- ñan se enriquecía. «Era la grosedad de estos minerales tan abundante, dice un soldado que an- duvo con Valdivia i estuvo destinado a morir con él (Marino de Lovera) que venian hombres con mujeres e hijos tan pobres que para los fletes no tenían, y se remediaban luego con la grosedad de la tierra.»

(1) La demora duraba en todos las ladias ocho meses i varia- ba probablemente en cada país según el clima. En Chile dobia comenzar a fines de enero, cuando ya estaban guardadas las co- sechas en las trojes, i terminaba por fines de setiembre cuando

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VII.

Resulta claramente de este pasaje de un con- temporáneo, que la primera inmigración espontá- nea i no enganchada por dádivas o levas que penetró en el «mal famado Chile» fué encaminada por su riqueza aurífera o mas propiamente por las minas de Marga-Marga: i de estos mismos place- res hace referencia el padre Rosales en su libro que escribió un siglo cabal mas tarde cuando dice: (íDe las minas de Quillota y Limache sacaban mil pesos de oro cada dia. En las minas de Culacoya, distante de la Concepción seis leguas, se sacó gran suma de oro y hasta oy se saca. Y se halló allí un grano que pesó cuatrocientos pesos, y en otras muchas de a ciento. De la encc>mienda que tenia el governador D. Pedro de Valdivia en los valles de Tucapel y Arauco, travajaban en la labor de las minas de aquellos paises cada semana noventa y seis marcos de oro, como refiere Arcila.p (1)

comenzaba el sembradío de chácaras, que era en lo que enten- dían los indios.

(1) Ercilla.Como se sabe, el marco de oro pesa media libra i equivalia'a 50 pesos de oro, o sea 150 pesos de plata, de aquel tiempo, equivalentes a quinientos o mil del presente. Sobre el va- lor mercantil del primer oro de Chile, aquí lo que dice el pa- dre Rosales en el Lib. V. de su Historia citada, «El marco de oro es de ocho onzas, que montan cincuenta pesos de oro, cada peso

70

VDI.

Es a la verdad tan interesante bajo el punto de vista no solo de los oríjenes de la primitiva in- dustria minera en Chile sino con relación a nuestra lejislacion, vijente todavía en su espíritu, que no podemos menos de echarnos a pesquisar en los vo- luminosos acuerdos de los primeros cabildos de la capital todo lo que en ellos fué materia de acuerdo con referencia al primer asiento regular de minas de oro, únicas riquezas propiamente tales que hu- bo en Chile durante dos siglos, sometidas a cier- tas reglas de esplotacion mas o menos bien esta- blecidas.

I desde luego tropezamos con una serie de re- soluciones tomadas cuando Valdivia aun no re- gresaba del Perú, en su viaje vengador contra los Pizarro, medidas reglamentarias cuya aplica- ción en el terreno, limitando los privilejios de los esploradores en el empleo de sus cuadrillas, en el reparto de las estacas, en la obligación de llevar el trabajo bástala circa ((i la peña») i hasta en la prohibición del juego, enfermedad incura- ble de todo asiento minero, no seria infructuoso

ocho tomines, cada tomín doze granos, y cada cuatro granos de oro puro es un quilate. Assi se practica en el Perú, como lo dicen Miguel Jerónimo de Santa Cruz y Juan de Arze en su quilata- dor. El peso de oro valia eu Chile siendo de })erfecta ley 450 maravedís castellanos.»

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retener en la memoria para lejislar en los presen- tes tiempos sobre el oro venidero.

IX.

He aquí en efecto estos curiosísimos acuerdos de los primeros ediles de Santiago que correspon- den al 10 de diciembre de 1540 i dicen testual- mente como sigue:

«En la ciudad de Santiago del Nuevo Extremo de estas provincias de la Nueva Estremadura, lu- nes diez dias del mes de diciembre de mil e qui- nientos e cuarenta e ocho años, se juntaron a ca- bildo e ayuntamiento en las casas de S. M. los magníficos señores Salvador de Montoya e Rodri- go de Quiroga, alcaldes ordinarios, y Juan Fer- nandez Alderete, y Rodrigo de A raya, y Juan Go- dinez Alderete, y Juan Bautista de Pastene, regi- dores, e Juan Gómez alguacil mayor e así juntos por ante Luis de Cartagena, escribano de este su cabildo, acordaron y ordenaron lo siguiente, sobre lo tocante a las minas de donde se saca oro.

» Primeramente, que se eche a las minas a sa- car oro desde 15 de enero primero venidero del año de 1549 años; porque salgan las cuadrillas a tiempo que tenga lugar de sembrar al fin de la demora.

))Item ordenaron y mandaron: que de hoi en adelante, que cualquier persona que hobiese sido

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minero y traído cuadrilla, a su cargo de cualquier persona, que dentro de tres años no pueda traer cuadrilla suya propia en ninguna mina de oro, aunque tenga jente para ello; so pena de perdido todo el oro que sacare, aplicado en tres tercias partes: la una para la cámara del rey, y la otra pa- ra la persona que lo denunciare, y la otra para las obras públicas de esta ciudad de Santiago; y que tenga perdidos el tal minero las piezas con que lo sacare.

j)Otrosi ordenaron i mandaron los dichos seño- res: que cualquier señor de cuadrilla que tuviere y trajere mas de una cuadrilla en tales minas de oro y de un minero, y descubriere minas que no puedan estacarse ambos a dos a una estaca, sino que se le salteada y que el alcalde de minas allí mina al primero qae la pidiere.

3)Otrosi, que si algún esclavo o anacona que trajere cuadrilla de su amo sacando oro, que si las catas que diere y no llegare a la peña, que pa- gue de pena y se lleven dos pesos de buen oro por cada cada cata que diere y no llegare a la dicha peña,

j)Otrosi mandaron: Que ningún minero ni otra persona sea osado de jugar ni jueguen en las di- chas minas y termino de ellas a naipes, ni a da- dos, ni bolas, ni a otros juegos; so pena de cien pesos de buen oro de lei perfecta, aplicados en cuatro partes: la una para la cámara de S. M. y

^ 73 -

la otra para la persona que lo denunciare, y la otra para las obras públicas de esta dicha ciudad, y la otra para el alcalde de minas que lo ejecuta- re; y que si el diclio alcalde lo disimulare y no lo ejecutare, que se ejecute en él y se le lleve la misma pena en que desde ahora le dan p07^ condenado, lo cont7'ario haciendo.

))Otrosi, que ningún negro, ni esclavo, ni ana- conas no jueguen en las dichas minas, sopeña por la primera vez de cien azotes, y por la segunda doscientos i que esté todo un dia atado a la picota que está en las dichas minas. I de como lo acor- daron y mandaron, lo firmaron aqui de sus nom- bres. I mandaron se pregone todo lo susodicho publicamente, para que venga a noticia de todos.

))Otrosi ordenamos y mandamos: que ningún minero ni otra persona alguna mande trabajar, ni trabajen los indios ni anaconas que sacan oro, los domingos y fiestas que se guardan en ellos en cosa alguna que sea de trabajo; sopeña de 20 $ de oro, en los cuales les damos por condenados a la persona que los mandare trabajar, aplicados en tres partes: la una para la iglesia mayor de esta ciudad de Santiago, y la otra para la persona que la denunciare, .y la otra tercia para las obras pú- blicas de esta dicha ciudad. I el alcalde de minas que luego lo ejecute e reciba los dichos veinte pe- sos i los reparta en los que se aplican; so pena que si lo desimulare, sea ejecutado en la dicha

LA E. DEL O. 10

74

pena, én la cual le damce por condenado lo cod- trario haciendo.»

X.

I fué de esa manera (obsérvese ello bien), con las multas, es decir, con la cosa mas aborrecida por el santiaguino, i otro con multas de oro, como comenzó la ciudad a tener calles i acequias, ace- ras i empedrados, templos e hijiene; siendo asun- to digno de nota, en aquellos ascéticos tiempos que la multa por quebrantar la santidad i el ocio del domingo era en realidad leve, cuando la del juego no podia ser ni mas severa ni mas humi- llante.— Cien pesos de oro componían entonces una pequeña fortuna i cien azotes serán siempre un castigo mui poco apetecido aun por los que nacen envilecidos i esclavos.

XI.

No es menos interesante respecto de la guarda i de los lavaderos de Marga-Marga la siguiente resolución que en un caso de apuro, por amenaza de un levantamiento jeneral de las indiadas, tomó dos meses mas tarde el ayuntamiento de Santiago, cuando iba a comenzar la demora, es decir, la épo- ca de sudor i de azote de los lavaderos. El acuer- do dice testualmente como sigue:

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«En la ciudad de Santiago del nuevo Extremo de estas provincias de la Nueva Estremadura, miércoles 13 días del mes de febrero, año de mil e quinientos e cuarenta y nueve años, se juntaron a cabildo e ayuntamiento los magnificos señores capitán Francisco de Aguirre y Juan Fernandez Alderete, alcaldes ordinarios, y Salvador de Mon- toya y Rodrigo de Quiroga, y Gaspar de Vergara y Francisco de Riberos, rejidores, y Juan Gómez alguacil mayor, y así juntos por ante Luis de Cartagena, escribano de este su ayuntamiento, acordaron y proveyeron lo siguiente:

))Dió en este cabildo Gaspar de Yergara reci- bida una carta misiva que traia del asiento de las minas de donde (se) saca oro; la cual venia diri- jida para los dichos señores justicia y rejidores, del tenor siguiente:

«Muí magnificos señores: Pedro Gómez de las Montoyas, en nombre de todos los mineros que están encestas minas de Malga-Malga, digo: por cuanto la tierra está rebelada, y han muerto todos los españoles de Coquimbo y los de Copiapó, se- gún los indios dicen, lo cual todas vuestras mer- cedes mejor saben; suplico a vuestras mercedes en nombre de todos los mineros, pidan y requieran a los oficiales de S. M. que para que se puedan sus- tentar estas minas y estén seguras y no den los indios en todos los que estamos aquí, manden pro- veer de alguna gente de a caballo a costa de la ha-

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cienda de S. M. y de sus quintos reales como en otras partes donde hay m'eas se suele hacer, por- que si no se envia jente que sustente las minas y nos guarden, yo y todos los dichos mineros esta- mos determinados de desamparar las minas, y ca- da señor de cuadrilla venga a poner cobro en ella dentro de ocho dias si no lo proveyeren. I de esta manera los quintos reales de S. M., por no gastar lo que pueden dar a seis hombres a caballo que nos guarden y sustenten las minas, perderá S. M. cantidad de veinticinco o treinta mil pesos de oro de quintos. I porque me pareció a mi y a todos los dichos mineros, conviene al servicio de Dios y de S. M., y aumento de sus quintos reales, y pro y seguridad de la tierra, lo pido y suplico por mi y en nombre de todos los dichos mineros (que) lo piden y requieren, como arriba digo, a los dichos oficiales de S. M. que lo hagan como arriba su- plico.

)) Besan las magnificas manos de vuestras mer- cedes.--Pec?ro Gómez.-— Juan Gutiérrez. Fran- cisco de Loarte. Pedro Dominguez. Francisco Gómez. Sebastian Vázquez. Alonso Pérez Jura- do.—Francisco Gómez.— Francisco Moreno. Fran- cisco Rubio.— Juan de Chavez. Amador de Silva. Francisco Gallego. »

))E leida la dicha carta los dichos señores jun- tamente con los señores oficiales de S. M., visto y acordado que así conviene se provea de alguna

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jente de a caballo que esté y resida en el dicho asiento de minas, para la buena guardia i susten- tación de los españoles que allí están sacando oro; se proveyó 4 de a caballo y que estos sean paga- dos de la real hacienda de S. M., y que se les de salario 50 pesos de oro cada mes a cada uno de ellos, atento a que al presente vale mui caro el herraje, y todo lo demás para sustentar sus armas y sus caballos y sus personas. Lo cual se les ha de pagar, como es dicho, de la caja .del rey a cada persona de los dichos cuatro de a caballo, 50 pe- sos de buen oro y lei perfecta, cada mes, para que estos tengan cuidado de velar cuando fuere me- nester a los cuartos del alba y andar paseándose con sus armas y caballo al tiempo que cada noche vienen las cuadrillas a dar el oro que han sacado^ a los mismos; y que se les escriba que todos juntos los dichos mineros y las demás personas que resi- den en las dichas minas, duerman todos en las dos calles principales que están en las dicha's mi- nas y que todos estén con sus armas apercibidas; pues conviene así para la sustentación y buena guardia de las dichas minas. I como lo acordaron y proveyeron y lo firmaron aquí de sus nombres. Francisco de Aguirre, Jua7i Fernandez Alde- rete. Salvador de Montoya. Gasp)ar de Ver gara. Ante mí, Luis de Cartajena.f) (1)

(1) Los guarda de a caballo que eran solo cuatro, i entre es-

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xii.

Un año habia pasado. Era el mes de enero de 1550, i el dadivoso Pedro de Valdivia, que en es- to igualó a Almagro, habia vuelto mas gallardo i poderoso que antes de su segunda campaña del Perú en la que vengara a aquél i «a los de Chile»

tos el que hacia el oficio de verdugo i se llamaba Ortum Xerez cumplieron al parecer su contrato i el cabildo su compromi- so, porque en el mes de setiembre (el 25) de ese mismo año, el ayuntamiento mandó pagarles sus salarios de la fenecida demora conforme al acuerdo siguiente.

«Acordóse por los dichos señores justicia e rejidores que por cuanto por muchas peticiones que en este cabildo han dado por parte de Antonio Muñoz y de Juan Hermosa e Ortum Xerez y Bartolomé Camacho que fueron las personas que por este libro de cabildo parece haber sido tomados e concertados para ir a las minas donde se saca oro, nombradas Ma]ga-Malga, para la vela e guarda de ellas, por estar la tierra e los naturales de guerra y convino así al servicio de Dios y del Rey y aumento de sus de- rechos e quintos reales; se les proveyó de un libramiento de quinientos y veinte pesos que se les debia a todos cuatro de dos meses e veinte dias que estuvieron con sus armas y caballos en las dichas minas hasta el dia en que fueron despedidos.»

El padre Rosales que indudablemente consultó en Santiago el casi inintelijible libro-becerro, cita equivocadamente la sesión del 1." de febrero por la del 13, cuande dice: «Y dize assi el li- bro de el Cabildo: «Viernes primero de Febrero de 1549. Los mineros de Malga-Malga escribieron al Cabildo de esa Ciudad querían desamparar las minas, sabido lo que pasaba en Coquim- bo y Copiapó. Y escriben perderá el Rey en solas afjuellas mi-

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haciendo cortar la cabeza en Ayaciicho a Gonzalo Pizarro. Iba a comenzar la demora de Marga-Mar- ga; que ya producía al reí solo de quintos 30 mil pesos de oro, i a tanto subia la fortuna del mine- ral que el gobernador juzgó necesario nombrar al- caldes que allí residieran por turnos para admi- nistrar justicia, conforme al rescripto que copia- mos a continuación:

«Don Pedro de Valdivia, gobernador e capitán general por S. M. en este nuevo Extremo, &^ Por cuanto me conviene nombrar alcalde de minas en el asiento de Malo-a-Malsra donde sacan oro las cuadrillas mias e de los vecinos de esta ciudad de Santiago, para qu€ determine los pleitos, cau- sas y diferencias que sobre el estar de las minas del oro e sobre las demás cosas que se suelen mo- ver entre los mineros e las demás personas pobla- dores de las dichas minas, que sea hábil e suficien- te e tenga esperiencia de lo que al tal oficio con- viene; e porque vos Mateo Diaz sois tal persona y en quien concurren las dichas cualidades y las de-

nas de quintos, si las desamparan, cantidad de 25 o 30 mil pesos de oro.»

En la junta del 1.° de febrero no se trató absolutamente de las minas de Malga-Malga, siiio del alzamiento de los indios de Coquimbo, cuya mala nueva llegó probablemente ese día, i en consecuencia se acordó mandar a Francisco de Villagra a apa- ciguarlos, quedando de gobernador interino Francisco de Agui- rre, que para ello tenia poder de Valdivia.

so- mas que se requieren teno*aii las personas que han de ser nombradas para semejantes cargos, Vos nombro e proveo para alcalde de las dichas minas de oro en el rio de Malga-Malga e asiento de ellas, e vos doi poder para que como tal alcalde podáis conocer e conozcáis de todas las causas, pleitos e negocios que se ofrecieren en lo que a vuestra ju- risdicción tocare sobre las tales minas; e los tales pleitos e causas difinir e sentenciar difinitivamen- te, ejecutando las dichas sentencias como en todo lo acostumbran hacer los demás alcaldes de minas puestos en estas partes de Indias por los goberna- dores e justicias de ellos. E así mismo os doi po- der para que si en dichas minas y términos de ella sucediere entre los vasallos de S. M. alguna cues- tión, los podáis prender, y hecha vuestra infor- mación enviarlos a esta ciudad remitidos al licen- ciado de las Peñas, (1) mi justicia mayor, o a los alcaldes de S. M. para que conozcan de la tal causa e la lleven conforme a derecho a debida ejecución. E así mismo porque conocéis los indios naturales cuan mentirosos son e huidores, no por el mal tratamiento que ahí se les hace, ni por traba- jos excesivos que se les dan en el sacar el oro,

(1) Este licenciado fué el primer abogado i embrollón de plei- tos de minas que hubo en Chile, por lo cual, sobre sus honora- rios, llevó sendas palizas, según consta de la historia. El segun- do abogado se llamaba Altamirano, era natural de Huete i hombre de guerra.

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ni por falta de mantenimiento que tengan, sí- no por ser bellacos y en todo mal inclinados e por esto ser necesario castigarlos conforme a justicia: vos doy poder para que los podáis castigar dándo- les a.^o¿es e otros castigos en que no intervenga cortar miembros; ni tampoco castiguéis cacique ninguno que merezca por el delito de cortar al- gún miembro o la muerte; y en tal caso teniendo información, merece así ser castigado, yo os man- do le enviéis a esta ciudad al dicho licenciado para que él lo determine conforme a justicia e la pena que mereciere.» (1)

(1) Acuerdo semejante a esto celebraron los ediles de Santia- go un año mas tarde, esto es, el 29 de enero de 1551, estable- ciendo alcaldes de turno entre ellos mismos, conforme a una resolución que es del tenor siguiente:

«Asi mesmo acordaron y proveyeron sus mercedes que por cuanto en esta ciudad hay personas de confianza e conciencia y de fidelidad en quien concurren las calidades que se deben te ner para el efecto susodicho y para que estén y residan en las dichas minas por sus términos de mes a mes. E los tales reji- dores de este dicho Cabildo, al tiempo que se hallaren en las di- chas minas de Malga-Malga, puedan conocer e conozcan de to- dos los casos anejos e pertenecientes a las dichas minas de oro, e juegos e rescates y en otras cosas que por sus personas e bienes (de los) que rebeldes fueren; e conforme a las dichas ordenanzas y lo demás que está mandado e proveído, por este dicho Oabil- do, aplicando las tales penas parala cámara e obras públicas de esta ciudad. Y en todo hagan e administren justicia, en todo aquello que conviene al servicio de S. M. e de la ejecución de su justicia e bien e pro de la república e de esta ciudad. E cono-

LA E. DEL o. 11

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xiii.

Eran tan abundantes i tan ricas en polvo aurí- fero los páramos del distrito que es hoi departa- mento de Casablaaca, que aceptando la base su- mamente mezquina del derecho que los mineros pagaban al rei (cuando ello se les antojaba) su pro- ducción llegaba a cien mil pesos de oro en cada año, pero la realidad entre jente tan áspera, apar- tada de la lei, de suyo revoltosa i que andaba de continuo con la espada en la mano contra el mis- mo rei, no podia menos de superar en muchos co- dos de oro a esa cuenta.

Del aspecto que esos lugares presentan hoi da- duciríase en efecto que fueron trabajados largos años i por millares de obreros, porque el cascajo es- tá revuelto, grietado i en montones por espacio de varias leguas i horadada la tierra con hondos po- zos hasta la circa. Mas suponiendo que no hubie- ran sido esplotadas sino en los primeros veinte años de la conquista, esto es, hasta 1561, en que fueron descubiertas las minas de Choapa que las eclipsaron, resultarla que sin salir de la tasa es- tablecida, i trabajándolas solo durante ocho me-

ciendo en todos los casos civiles y criminales, lo podáis conocer y ejecutar asi en pena pecunial como en pena corporal y como mas convenga al servicio de S. M. e de la república.'»

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ses en cada año, habrían producido dos millones de pesos de oro, equivalentes a seis de plata i a veinte i cuatro millones de pesos de la actual mo- neda, computada la diferencia de valor del oro i de la plata de aquellos i de los presentes tiem- pos. (1)

XIV.

Recorrimos nosotros en la primera edad de la vida, peregrinos de la política i sus sentencias.... políticas, el Rio de las minas, o de Marga- Marga, que es el mismo de Viña del Mar, en el mes de julio de 1851, i no cual señor dictando leyes a usanza de don Pedro de Valdivia, que también estuvo preso i condenado a muerte, sino en pobre rocin, prófugo de una cárcel, donde quedárase el

último Ortum Xerez ejerciendo su fatal oficio I a

la verdad que no pudimos menos de maravillar- nos de aquellos imponentes escombros del trabajo servil i de la tiranía humana.

(2) Respecto del valor del castellano de oro (que era lo rjiie se llamaba jí?g5í) de oro) aquí lo que dice Rosales de acuerdo cou cálculos posteriores de Clemenciu i de Prescott.

«Mandóse avaluar, por cédula de 13 de marzo de 1613, cada peso castellano de oro por quinientos y ochenta y nueve raara- vedis, como lo refiere Gaspar Escalona en su Glasofilacio, con que montan los treinta mil pesos: sesenta y cuatro mil, nove- cientos y sesenta y tres pesos, un real y treinta maravedís de plata.»

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Veinte i seis años mas tarde (marzo de 1877) volvimos a visitar el Bío de las minas, qne así se llama, i custodió el verdugo Ortum Xerez i sus tres socios tres siglos antes; pero solo hasta sns juntas con los esteros de Quilpué, tierra antigua de oro, i de Keculemu que viene del fondo de la hacienda jesuítica de la Palma, cuyos ricos lavaderos! trapi- ches de oro visitó espresamente Frezier en 1713.

I todavía en el tiempo de nuestra última corre- ría habia allí una faena de oro, impulsada por va- por i perteneciente a un esforzado, si bien poco fe- liz, minero atacameño; su nombre, don Antonio Covarrubias. Un motor que habia sido arrastrado por 13 yuntas de bueyes desde la estación del Salto habia' remplazado las cuadrillas de don Pedro de Valdivia i de los encomenderos de Santiago, pero con mucho menor fortuna i recojida. (1)

(1) De temer es ciertamente que esos veneros, como muchos otros de pasada ñima, estén hoi completamente agotados porque los españoles los trabajaron hasta la «peña,» es decir, hasta la circa o roca plutónica, según se observa en los documentos i es- combros ya citados.

Por otra parte,^i en el lugar elejido por el industrial arriba nombrado, era preciso luchar con las capas de arenas arrastradas, que allí miden mucho metros de espesor, i con la abundancia de agua que aquellas mantienen en suspensión i que es la que hoi dia surto a Valparaiso. Por esto nos pareció poco propicia aque- lla empresa, i de ella en su época dijimos lo que en seguida co- piamos: —«Pero este trabajo no seria de importancia si no fuera que es preciso luchar en estos parajes a brazo partido i hora

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XV.

Mas, volviendo de regreso a los siglos i a los la- vaderos de Marga-Marga, vecinos de los de Llani- paico, Quilpué, Malacara (que es Maleara) la quebrada de Alvarado i otros parajes circunveci- nos de la provincia de Valparaíso notorios por los vestijios de su antigua opulencia, fueron tan pro-

por hora, miouto a minuto, con el agua, esa misma agua que vienen a buscar como oro los hidróscopos de Valparaíso.

3)E1 actual esplorador del Rio de las minas ha tratado de de- saguar su pozo de reconocimiento con una bomba a vapor. No dio ésta abasto, i el tenaz empresario llevó al sitio, hace un mes, un enorme caldero arrastrado por once yuntas de bueyes que andaban un quilómetro por dia. I como esto fuera todavía in- suficiente, practica ahora otra esploracion a vapor algo mas arriba del estero, a pocos pasos de una f lena abandonada por los españoles, al pié de una palma, cuyos escombros acusan un es- fuerzo colosal i cuya tradición habla, como siempre, solo de «ca- pachos de oro» ....Por nuestra parte, deseamos solo uno, pero bien colmado, al esforzado compatriota quo allí tiene empeñada su fortuna i su vida por realizar un inmenso problema nacional.

»Notaremos, de paso, que así como en los lavaderos de Cata- pilco se lucha con la carencia de agua, aqiií el constante enemigo del éxito es esa misma agua que brota límpida i brillante a ca- da golpe de barreta. I así, como en este cajón de cerros, vive siempre el hombre entre la esperanza i la fortuna en la redon- dez entera del mundo, malogrando en las mas ocasiones su ha- do, imas veces crpor cartas demás i otras por cartas de menos». {Be Valparaíso a Santiago, por B. Vicuña Mackenna, páj. 120.)

líficos los primeros de oro en polvo, que se hizo indispensable tomar medidas serias para obligar a sus dueños a fundirlo, marcarlo i sacar de él el tributo que antes se pagaba al Inca i ahora al Rei, el quinto del oro, o sea el veinte por ciento, estilo del salitre de Antofagasta, Iquique i Aguas Blancas.

aquí en efecto una curiosa resolución del ca- bildo de Santiago del 24 de enero de 1551 (enero era de ordinario, como víspera de la demora, el mes en que se lejislaba sobre minas en Chile), que hoi parecería a los que mandan a la plaza sus desgarrados billetes un delicioso pero inverosímil sueño.

))Este dia (enero 24 de 1551) acordaron i man- daron sus mercedes: que por cuanto a noticia de sus mercedes era venido como muchos yanaconas, indios, indias, asi naturales de estas provincias como de las provincias del Perú, van a comprar con oro en polvo a las casas de los mercaderes que residen en esta ciudad y los mercaderes reciben de ellos el dicho oro e venden su ropa en mas cre- cidos precios que a otras personas, yendo los di- chos mercaderes contra la orden y mando de sus mercedes que antes de ahora está mandado. Por tanto dijeron «que mandaban e mandaron a todos los mercaderes y otras personas que al presente residen o residieren en esta dicha ciudad, que ellos ni otra persona ninguna por ellos vendan

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ninguna ropa de la tierra ni otra mercadería a ningún yanacona, ni india, ni indio a trueque de oro en polvo sino fuere a trueque de oro fundido e marcado, so pena de cada cincuenta pesos de buen oro, aplicados la tercia parte para la cámara de S. M. y los otras dos tercias partes para las obras públicas de esta ciudad, e lo firmaron de sus nom- bres.

))Asi mismo acordaron sus mercedes: que por cuanto antes de ahora e ahora han usado e usan de nombrar por alcalde de minas de oro, persona que siempre ha tenido e tiene cargo de cuadrilla de indios, que en él están encargados, no pueden ser de derecho tal persona por alcalde, sino una persona que no tenga cargo de indios ni minas, por tanto dijeron sus mercedes que mandaban e mandaron que de hoi en adelante no puede ser ni sea por alcalde de minas de oro persona ninguna que tenga cargo de indios de cuadrilla, ni nigun minero; e si tal persona fuere alcalde, sea en si ninguno el tal oficio, e lo que por él fuere hecho tocante a las dichas minas y lo demás que por él se hiciere e fuere proveído. Rodrigo de Quiroga. Rodrigo de A raga, Pedro Gómez --Francisco Miñez. Diego Garda de Gáceres. Pedro de Mi- randa.— Juan Gómez. Pasó ante mí, Pascual de Ihazeta escribano publico de Cabildo. (1)

(1) Durante todos los siglos del coloniaje se repitieron reales

1

XVI.

Antes de la muerte de Valdivia, acontecimien- to funestísimo para Chile ocurrido en los últimos dias de diciembre de 1553, la riqueza aurífera de Chile alcanzó un desarrollo verdaderéxmente pro- dijiososo. Un cronista del siglo pasado refiere que el despierto cuanto infatigable primer gobernador ordenó se hiciese pesquisa formal de minas de oro entre los indios i añade que el éxito coronó su empeño i la fortuna de los cateadores o deman- deros. (1)

Pero un soldado contemporáneo, que militaba

cédulas i peuas para prohibir el uso del oro eu polvo como mo- neda; pero era inútil como se vio eu este mismo siglo eu Cali- fornia, prueV»a de que el oro no vale como moneda sino como sus- tancia. Los patricios de 1810 que pudieron emigrar eu 1814, lle- varon su fortuna en oro en polvo, i en oro en polvo, de sus minas del Chivato llevó sus donas al papa León XII el obispo Cienfue- gos cuando fué dos veces a Roma a sus acuerdos espirituales, al- gunos años mas tarde i trajo consigo wa papa, el futuro Pió IX. (1) «Dispúsose el que se solicitare el descubrimiento de mi- nas que mejorarían el rey no, para cuyo efecto se despacharon va- rias personas inteligentes en busca de ellas, y después de haber corrido mucho, volvieron los emisarios gozosos por la descubier- ta que hablan hecho y que demostraban ser mui ricas, princi- palmente las de Quilacoya, cuya noticia la celebraron los espa- ñoles con demostraciones singulares de alegría: mas no así el gobernador, quien la recibió con ánimo indiferente sin que se le observase mutación exterior.» {Córdoba i Figiieroa Historia de Chile páj. 54).

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bajo el estandarte de Valdivia i anduvo con él hasta el dia víspera de su muerte, Pedro Marino de Lovera, natural de Galicia, cuenta sencillamen- te el descubrimiento del famoso mineral de Quila- coya, que hoi besan los rieles del ferrocarril entre Concepción i San Eosendo, en los naturales térmi- nos siguientes, i como hombre que lo viera i lo palpara:

«Poco después de su partida (la de Valdivia pa- ra Santiago) se descubrieron unas minas en un lugar llamado Quilacoya que está cinco leguas de la Concepción cuya riqueza es tan excesiva que so- lo los indios que sacaban oro para el gobernador, le daban cada dia cinco libras y mas de oro fino.

)) Hallada esta opulencia tan grande se hizo un asiento de minas en aquel lugar, el cual se comen- zó en el mes de octubre de 1553, poniendo para ello españoles mineros que gobernasen a los in- dios porque pasaban de 20,000 los que venian a trabajar por sus tandas, acudiendo de cada repar- timiento una cuadrilla a sacar oro para su enco- mendero. Fué tanta la prosperidad que se gozó en este tiempo que sacaban cada dia pesadas de L)Os- ciENTAs LIBRAS DE ORO, lo cítal testifica el autor co- mo testigo de vista, cosa de tanta opulencia que quita la vanagloria a los famosos rios Idaspe de la India y Pactólo de Asia.» (1)

(1) Marino de Lovera, Historia de Chile, páj. 144. Marino an- LA E. DEL o. 12

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La oscura colonia brillo entonces como deslum- bradora centella en el horizonte de las Indias, po- blada de codicias, i lo que habia sido rincón del Universo comenzó a ser emporio. De todas partes en los dos mundos afluyó de tropel la jente mer- cenaria i rebuscadora, como a California tres siglos justos mas tarde, i esa California del siglo XVI fué la Araucania. «Con estas poblaciones, dice el historiador Eosales, que en esta parte merece mu- chas veras, como hombre grave i de la época, ha- daba cou Valdivia en calidad de simple saldado cuando éste, a mediados de diciembre de 1553, se dirijió a 0')nce[)GÍoii para ir a morir en Tucapel, i estuvo de paso unco dosdias inspeccionando sus ricas minas, con ánimo triste i sombrío, al decir de quienes lo acompañaban. «Aquella misma iniñana eu que llegó a las minas, dice en efecto Marino de Lovera que allí estaba, trajo ol mayordomo al gobernador llamado Rodrigo Volante, una fuente de plata con seis libras de oro en polvo, i se la puso delante di- ciéndole que aquel oro hablan sacado sus indios el día antes, y que cada dia le sacaban otro tanto; por otra parte le trajeron una hermosa fuente llena de diversas conservas, (dulces), mas él estaba tan amargo que ni lo primero le alegró el corazón, ni lo segundo endulzó el gusto, antes mirando el oro dijo: Yo alabo aquel que tal cria, i cou esto mandó quitarle de delante; pues era tiempo de tomar las armas i no de cobdicia de riquezas i de las conservas tomó una tajada de diacitron (dulce de cidra), el cual al parecer se le atravesó en la garganta, donde parecia tener un nudo que lo impedia.» (Obra citada, páj. 152.)

~ 91

blando de las ciudades araucanas nacidas del oro como la Imperial, Valdivia, Villarica, Osoruo, An- gol i muchas otras, se puso cuidado en todas partes en catear (1) la tierra y descubrir minas de oro, y se hallaron algunas riquísimas, particularmente en Culacoya (Quilacoya), la Im23erial, Valdivia, Cal- coimo, Relomo, Tucapel y Angol, donde los indios al princij)io juraron de no descubrir oro ninguno porque no los obligasen a trabajar en las minas; pero después las descubrieron a ruego e instancia de los españoles-y se sacaron granos muy gruesos de a ciento y doscientos pesos.

))E1 oro que los españoles poseían era mucho, añade el concienzudo jesuíta, porque todo el tra- to de compras y ventas era en oro en polvo y en tejos, y las penas de las Justicias eran también de a quinientos y mil pesos de oro. Lo común era que a Valdivia le daban cada día mil pesos de oro y

(1) Es curioso observar que esta palabra anticuada que en español significa buscar, descubrir, coincide con el araucano, en el cual la palabra cata significa agujero, como el que se hace ]iara escavar las minas de oro, i así dicen todavía por los para- jes donde ha habido lavaderos que «hai muchas catas j> Cata- pilco es lugar de catas i las hai en mucha abundancia. El pe- queño canal que corría para conducir el agua a las catas se Ví'á.- maba 7;27(7í>, (i así también se llama en indio el paladar) i de aquí Catapilco.

¿Llamarían también por ventura los indijenas catas, catitas, etc. a las hembras de los loros })orque vivían i ponían sus huevos en agujeros labrados [)or ellas en las l>arrancas de los ríos?

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clias de mil doscientos, como lo declararon los maiordomos que tenia en las minas para recojer los tributos, y todos los sábados pesaban lo que se juntaba.)) (1)

XYIII.

Hallóse tan poderoso i tan acatado don Pedro Valdivia con tan estupenda riqueza, que en el sentir del mismo historiador que esto cuenta, hu- bo jentes que pensaron se alza^/i contra el Kei, como Gonzalo Pizarro i el tirano Aguirre. Pero el leal i astuto gobernador de Chile que acababa de

(1) Rosales. Lib. 7 vol. I páj. 470. —Se observará que de algu- nos de los minerales de oro cuyo nombre apunta Rosales se ha perdido toda huella como los á¿ Calcoimo i Relo?no (junto al Cautín) i así mushos otros. En el Libro-becerro de Santiago existe constancia por ejemplo de un mineral enteramente desa- parecido llamado de Puigato, el cual debió ser tan rico que dieziocho años después de la fundación de Santiago habia dado ya lugar a una cofradía ~la cofradía de Puigato, que supone- mos-no fuera del Tupungato.

aquí lo que de esa mina i cofradía dice en efecto el acuer- do del cabildo de Santiago en 20 de mayo de 1559. «Este di- cho dia eu el dicho cabildo los dichos señores proveyeron e nom- braron por diputados de la cofradía do las minas de Puigato, a Alonso de Córdoba e a Juan de Cuevas, vecinos de esta ciudad, para que ellos e cada uuo de ellos entiendan en todo lo que con- viniere tocante a la dicha cofiudia de sus ])ieaes.» —Alonso de Escobar i Juan de Cuevas figuraban entre los uiaü pudientes i respetados vecinos de Santiago.

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llegar del castigo del primero de esos caudillos, era demasiado hombre i demasiado sensato para acometer tan riesgosa empresa, i esta ambición de coronarse rei no pasa, en concepto nuestro, de una dramática leyenda tan falta de verdad como la de que los indios le mataron en Tucapel hacién- dole tragar oro derretido, o como la de que hombre tan fastuoso i principal tuviera su casa en un sitio de adobon a espaldas del Santa Lucía en Santia- go, i no en la Plaza de Armas, como la tuvo, i era de práctica i de le i. (1)

XIX.

De los famosos lavaderos de la Imperial, que

(1) «No faltaron calumniadores que viendo a Valdivia en tanta prosperidad riqueza i mando, quisieron decir que se pre- tendia hacer Virey de Chile», Rosales Lib. 1 vol. I páj. 470.

El padre Rosales se indigna con la sospecha de que don Pe- dro de Valdivia se hubiera levantado contra su rei i señor natu" ral. Pero olvida que desde el primer año de su estadía en Chile, el fiero estremeño se sublevó de hecho i de derecho contra don Francisco Pizarro, de quien vino como simple lugar- teniente, haciéndose gobernador del Nuevo Estremo por aclamación po- pular. Por otra parte, no se crea que la revolución de 1810 fué toda nacida de causas políticas, porque si pusieran hoi (como es fácil hacerlo) en una balanza la idea i el oro, como causas jene- ratrices de la independencia de Chile no seria empresa de ro- manos demostrar que el platillo del último era el que inclinaba con mas vigor el fiel.

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dieron a esta ciudad tan justamente famosa su altivo nombre, pueblo de ^heroínas por cuyas soli- tarias ruinas cruza en los momentos que escribi- mos a manera de fénix misterioso el fluido eléc- trico que resucita, sino las cenizas, la luz, habla también con entusiasmo el jesuíta misionero que tuvo a su disposición sus archivos i visitó su ame- nísima campiña medio siglo después de su deso- lación.

I es digno de advertir aquí que sus lavaderos dieron a la Imperial mitra i catedral antes que a Santiago porque el oro era entonces, como hoi, todopoderoso i la pobreza sierva, «según consta dice el padre Rosales, que en aquellas comarcas vi- viera 40 años, del libro de las rentas de la iglesia catedral de la Imperial. Con que le sacaban cada semana cuatro mil y ochocientos pesos de oro fino. Pero de los libros de cuenta de sus mayordomos consta que la tarea de cada dia era de setecientos pesos en oro, y a esta proporción le acudían de otros minerales.»

))Las minas de aquella tierra, agrega el mismo historiador mas adelante de su crónica, fueron muchas y mui ricas porque los cerros por donde vaja el rio de las Damas las avia abundantísimas y en las lomas de Calcoimo y Relomo fueron mas célebres por ser el oro allí mas crecido y de ma- yores pepitas o granos.»

«Por donde entra el rio de Repocui'a al rio de la

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Imperial, se sacaba muchissimo oro y también mili crecido, que como los indios no avian hecho caso de él ni sacádole jamas, porque no llegó a la Imperial el imperio de los Reyes Ingas y no le tributaron oro, y ahora que labraban las minas, como era a los principios, hallábanle mui crecido, y en muchas partes los granos tan grandes como Abas.))

XX.

Visitó también el prolijo i andariego jesuíta en la medianía del siglo XVII la ponderada ciudad Villarica i atravesó hacia las pampas su camino que llama ^íde flores)) por lo ameno i por lo lla- no. I él aludiendo ala riqueza que le dejó su nom- bre, su fama i su actual codicia, en vísperas talvez de ser saciada, se espresaba de ellas como sigue: -ccLos indios eran muchos y de buenos naturales, las minas riquísimas, pues se hallaban granos de doscientos pesos, y de las otras ciudades venían los indios a esta a sacar oro para dar tributo a sus encomenderos. Y aquí también acudían los tribu- tarios de Valdivia a sacar oro de Puren, Tucapel y Arauco por la mucha abundancia i crecidos gra- nos.)) (1)

(1) Por la agradable forma de su estilo, digno de Solis i de Quintana, i por el atractivo de actualidad que todo lo de la

96

XXI.

En cuanto a los placeres de Osorno, aunque no nombra a Ponzuelos, el ilustre misionero e histo-

Araucauia i especialmente lo relativo a Villarica tiene al presen- te, cuando se habla de ir a repoblarla, no podemos menos de co- piar la siguiente admirable pintura quede ese encantador paraje hace Rosales, que lo conociera personalmente hace dos siglos i medio, i medio siglo después de su destrucción.

«El sitio de la Villarica es el mas deleitoso, el mas ameno, y de mexor vista que ay en todo el Reyno, porque está en una mesa un poco levantada a la orilla de una deliciosa laguna que está en la parte austral, de seis o ocho leguas de circunferen- cia, de donde nace el famoso rio de Tolten; quando el tiempo está sereno parece desde la eminencia de la ciudad un hermoso y re- luciente espejo, Y cuando los vientos la turban, un pequeño mar humanamente bravo y suavemente espumoso, siempre se deja tratar y nunca avara da regalados peces y en una isla que for- ma en medio mucha arboleda y deleitosas sombras para el re- creo, y era uno de los grandes que los vecinos y las damas de aquella ciudad tenian el discurrir por las apacibles aguas de la laguna en vareos, el ir a gozar de las frescuras de la frondosa is- la, y de las meriendas y regalos qu3 en ella servían al apetito; por esta laguna acarreaban con gran comodidad sus comidas y cosechas en embarcaciones, porque por todos lados estaba la tie- rra poblada de indios en grande abundancia, que el gobernador repartió liberalmeute entre los primeros pobladores y vecinos, los quales hicieron estancias en los pueblos de sus indios y por la laguna iban de unas partes en otras a cuidar de sus estancias y al tragin de sus cosechas, siendo la principal asistencia la ciu- dad."

A propósito del aspecto, de las tradiciones i de las ruinas de

riador que tanto lustre i novedad ha dado a las noticias antiguas de Chile, pondera sin embargo su riqueza, porque de ella dice lo siguiente. «El terreno de Osorno es de un cascajal que trajo el rio y sobre él, medio estado de tierra cenicienta; es sujeto a heladas, abundante de aguas, porque demás de los dos rios dichos tiene dos arroyos a los dos costados llamados Pilauco y Molí ule o don- de se hicieron dos molinos; es abundantissimo de arboledas de todo genero, tiene minas de plata i oro, y este se sacaba en tanta abundancia, que con un día o dos que los indios trabajaban sacaban la tassa que avian de dar a sus encomenderos cada se-

Villarica, aquí lo que un amigo, noblemente entusiasta por el oro, nos escribe desde Valparuiso hace pocos dias:— «Me ha referido el doctor TrurabuU, distiusruido médico de Talcahuano quo en 1858 los jóvenes don Juan Lee Smith i F. Colé penetra- ron hasta Villarica, siendo estos tal vez los únicos hombres ci- vilizados que hasta allí han llegado, i se persuadieron que el distrito en torno a Villarica era metalífero en alto grado. Al- canzaron a traer algunas piedras mui ricas de plata i cobre, ape- sar de la vijilaucia de los indios, que era tal que casi no les per- mitían bajarse de sus muías ni para los usos mas necesarios. Anadian los esploradores que los restos de edificios i aun 7na- quinaria.... (trapiches?) en Villarica demuestran haber sido esa ciudad mui importante, i que allí i en muchas partes vieron res- tos de lavaderos de oro mui estensos.»

Hablaban también los esploradores norte-americanos del fa- moso boquete de Villarica i de su paso a las pampas con la mis- ma admiración que Rosales, don Luis Cruz i actualraeute el injeniero Frick de Valdivia.

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mana y les sobraba, y sacaban granos tan grandes que los partían y iban dando a 'pedazos por su tarea.'s>

XXII.

I bien: todo eso desapareció, o mas bien se eclip- só en un dia con la muerte del hombre grande que liabia hecho en el país el primer asiento de la civilización, del gobierno i del oro en Chile; pero para reaparecer con mayor brillo todavía en pocos años de paz, según habrá de verse en seguida: tanta era la portentosa e inagotable riqueza de esta primitiva California en que el oro se r^oma- neaba por quintales!

CAPITULO III.

LA CRÍSIS DEL ORO EN EL SIGLO XVII

Influencia de la muerte de don Pedro de Valdivia en la producción del oro en Chile. Abandono total de la Araucania. Despueble de Concepción i de la3 minas de Quilacoya. llestoá de éstas visibles en 1879. El casti- llo de don Pedro de Valdivia. A la muerto del primer gobernador se su- ceden los disturbios de sus lugartenientes por el mando hasta la llegada de don Hurtado de Mendoza en 1557.— Pone ésto en orden el reino i se descubren las riquísimas minas de oro de Choapa i del rio de Valdivia. Noticias que de éstas da el contemporáneo Góngora Mannolejo i el pa- dre Rosales. El oro se hace mas barato que el fierro, i los colonos le usan en lugar de este metal para oficios viles. El oro servido en salvillas en los banquetes de Santiago, según el padre Ovallo. La fama de esta riqueza inunda el mundo i viene el Drake a piratear en esto» mares. Captura en Valparaíso 00,000 pesos de oro de Valdivia. El Cacafiieyo i el Caca plata. El corsario «Richarte» captura oro, gallinas i una dama de la vircina del Perú en A'alparaiso. El mineral de Pon- zuelos i oscuridad que reina sobre su oríjen i su ubicación. Un clérigo de Osorno tunda las monjas Claras con dos tejas de oro de Ponzuelos.— Inmensa opulencia de oro en el siglo XVI La primera edad de la edad de oro.--Sobreviene la rebelión jeneral de principios del siglo XVII i comienza la crisis en la producción del oro.-- La Araucania es otra vez desamparada por los españoles i sucumben sus siete ciudades —El oro i su menosprecio durante el asedio de Villa Rica,— Se s^uccdrn grandes secas, pestes i esterilidades. El terremoto de 1647. El Señor de Mayo es el emblema de Chile durante aquella fatal cJad. .\ estos cataclis- mos siguen los bucaneros i sus robo*. Sharp o Charqui en Coquimbo. Ocultación sistemática en les indios de las rique/as auríferas de Chile después de la conquista. Casos que refieren los jesuítas Ovalle i Ro- sales, los viajeros Ulloa i .Tuan i el capitán de injenieros Mackenna La tradición de Manan-Chili en Lampa i los tesoros de Rocha en Potosí. —Profundo abatimiento en que cae la colonia durante el sigjo XVII i su indecible miseria. La taza de la pila de la plaza i el badajo de la

-- 100

campana de cabildo. La apatía i la abundancia do mantenimientos del país hacen que los chilenos no se ifoocupen del laboreo de sns minas. Opiniones del padre Ovalle i del viajero Frezier pobre este particu- lar.—El descubrimiento de AndacoUo i su esplotacioii es lo único que mantiene la vitalidad económica del reino durante el siglo XVII. An- dacoUo es la casa de IMoneda de Chile i su oro el único tipo de las transacciones. Noticias encontradas por el autor en el Archivo de Indias sobre este rico mineral. La disminución de la producción del oro no provino en el siglo XVII de agotamiento sino de causas estrañas a las fuentes de prodnccion. Igual fenómeno se observa en 181U al comenzar la era de la Independencia.

«Quien viese tanto oro en aquellos tiem- pos en Chile i tan poco en éstos, no dude que Chile íiejie ahora el 7nis7no qne anfes, i advierto que el no verlo ahora en tanta abundancia es por la guerra i jwr la falta (le yVn/í!.»— (Rosales e.scribiendo en 1674. Hütoria de Chile, lib. III, cap. II.)

I.

La muerte del primer gobernador de Chile don Pedro de Valdivia, si no fué la primera i dolorosa crisis del reino, fué la mayor de su historia en el temprano siglo de su vida.

Todo se paralizó como por via de sortilejio, i aun tratóse de desocupar totalmente el país, como lo ejecutara dieziocho años antes el Adelantado don Diego de Almagro, volviéndole airado la es- palda como a tierra ingrata i maldita «tierra sin oro.»

La ciudad de Concepción, («el fuerte Penco» de los antiguos, junto al mar), fué abandonado por sus pobladores en medio de los varoniles denues- tos de doña Mencia de los Nidos; i Lautaro, ele- vado de paje del gobernador muerto a caudillo de su patria, llegó con sus huestes vencedoras has-

101

ta tres jornadas del Mapocho, es decir, hasta Pe- teroa, i allí rindió heroico i sorprendido la vida, donde yace hoi el fértil valle de Nancagua.

Las opulentísimas minas de Qüilacoya, que en un dia natural rendian hasta «dos quintales de oro», según lo afirma quien lo s^iera i lo pesara, fueron precipitadamente desamparadas, i no que- dó de ellas mas memoria que la de dos botijas de oro que junto a unos perales enterró uno de los mayordomos de Valdivia al huir, i que mas tarde misterio de encantadores trasmudaron de lugar i de sepultura para hacer perder la huella a los áv i- dos cristianos. (1)

(1) En mayo de 1879 algunos de mis amigos del sur, entu- siasmados por las leyendas del oro que en esa época i aun desde 1877 circulaban profusamente en el pais, se dirijieron a reconocer los vestijios de las minas de Qüilacoya, i aquí lo que uno de ellos nos decia en carta de Chillan, junio 4 de 1879.

«El estero de Qüilacoya nace en la cima de la montaña de la costa i, después de recorrer cinco leguas por inmensas pendien- tes i después de pasar al pié de altos cerros todos auríferos, de- semboca en el Biobio.

2)Es ""^idad que antes de la caída al último rio nombrado re- corre una planicie inclinada do dos leguas, pero no por esto deja de tener bastante corriente.

»Se tiene la evidencia que lo que se llama vega de Qüilacoya está compuesta del solevantamiento del terreno a causa de la constante corrida de arenas, todas auríferas, que han ido depo- sitándose ahí desde hace mas de 300 años. Hace algún tiempo que a don Manuel Barragan se le ocurrió hacer un pique en la ribera del rio, i a los 12 metros de profundidad encontró palas

102

ih

Agregóse a todo esto una plaga mas estirili- zante que la guerra, la discordia civil.

gruesas i trabajadas con serrucho i, bajo esas palas, cieno de mal olor. Este trabajo estaba ubicado frenta al fuerte de don Pedro de Valdivia.

»Existen todavía, añade nuestro corresponsal, los fosos del fuerte de Valdivia i los perales que circundaban el castillo. Existe también el ras<ío de un canal que sacaron sobre los ce- rros. I como para decir a los codiciosos, como a los viajeros, que también en aquellas tierras se muere, existe aun una cruz sobre la tumba de alguno de los compañeros del conquistador, conser- vada por los moradores de aquella comarca con respetuoso cui- dado.»

A propósito de ruinas i vestijios de los minerales de oro en la parte austral de nuestro territorio, nos parece oportuno citar es- tas cortas líneas que dimos a luz en El Mercurio de mayo últi- mo (1881), con motivo de los antiguos trapiches o molinos de oro en los lagos de la provincia de Valdivia.

«Mucho ruido se hace con las piedras de molino fabricadas a orillas del lago Llanquihue por el colono alemán don Juan Klocker.

»Celebramos mucho el descubrimiento, pero como «no hai nada nuevo bajo el sol,» podemos asegurar que esas mismas piedras volcánicas fueron usadas por los conquistadores españo- les que poblaron a Osorno i Villa-Rica.

»Cuando el capitán de injenieros don Juan Mackenna repobló la ciudad de Osorno por orden del virei O'Higgins a fines del siglo pasado (1788-1800) visitó los lagos interiores de aquellas comarcas, especialmente los de Rauco i Villa-Rica, i en una de sus notas al virei, que orijiual hemos visto, le asegura que eu

103

Por disputarse un reino vacio, que era solo un nombre jeográfico, una fatiga diaria i una alarma permanente de la vida en el hogar i en la batalla, apellidándose los mas briosos de los lugartenien- tes de Valdivia sus herederos, estuvieron al venirse a las manos a golpes de lanza i de escritos de abogados, siendo los mas inquietos don Francisco de Aguirre i don Francisco Villagra. Pero des- pués de largos años de riñas i arbitrajes, que trajeron toda la colonia en zozobras i alborotos, vino a ponerlos en paz un mozo de tan cortos años que aun no le crecia el bozo en el labio, pero que tenia muchos pelos en el pecho. Embarcó el recien venido a los émulos para Lima, i fué tal su severidad i su enerjía, que además de lo que cuenta Ercilla sobre que le mandó cortar la cabe- za en la Imperial, por cierto enojo en un palen- que, cuando se recibió en Santiago, los ediles de la ciudad firmaron el acta de entrega a la luz de las mechas de los arcabuceros que las tenian en- cendidas sobre sus cabezas i sobre la mesa i el papel.

Puso don García Hurtado de Mendoza (que

la» orillas de ese último lago encontró grandes piedras de moli- no de orijen volcánico, i que habian sido labradas i usadas por los primitivos castellanos.

»E1 descubrimiento es bueno, pero lo mejor t^ue tiene es que nadie podrá pedir por él primle'/io esclusivo.y)

104

este era su nombre) en reposo el reino con su enerjía i los grandes refuerzos que por engrande- cer su flima juvenil diérale el virei su padre; i gracias a esto, con la quietud i el trabajo, volvió el oro a aparecer en mayor abundancia i en mejor leí, a semejanza de ciertos raudales de Chile que se pierden en los pedregales de su lecho para apa- recer mas caudalosos i límpidos, cual el Mapocho después de besar la orla de basuras i de flores de Santiaofo.

III.

En el penúltimo año del corto gobierno de don García, que duró solo cuatro (1557-1581), des- cubriéronse en efecto los lavaderos llamados pro- piamente de Valdivia i que en su tiemo fueron conocidos por el nombre de la Madre de Dios, a ori- llas del rio Cruces, i al mismo tiempo halláronse las minas de Illapel i Choapa, que como un arroyo de oro inagotable no han dejado de rendir su tribu- to, en ocasiones pingüe, escaso en otras, pero nun- ca completamente desfallecido, al caudal de Chi- le. «Poco antes de su partida, dice de don García un soldado que militó con él, el rudo Góngora Marmolejo, fué Dios servido se descubriesen las minas de Choapa, cosa riquísima de oro i las minas do Valdivia por estremo ricas, que de ellas unas i

105

otras se han sacado en catorce años grandísimo número de pesos de oro.» (1)

Esto escribía un contemporáneo sobre aquellos descubrimientos en 1775, cuando ya mui anciano; i estando a diversos testimonios, la riqueza conti- nuó después de sus dias. «Cessó, dice en efecto el investigador jesuíta Rosales que escribió sobre es- tas cosas cerca de un siglo mas tarde, cessó por algún tiempo la guerra y el trato de conjuración, y con la paz común que en todas partes avia se descubrieron las minas de la Madre de Dios en Valdivia, y las de Gliuapa pasado Coquimbo. Y fué admiración el oro que en ellas se halló, particular- mente en Valdivia, donde a la f¿ima de aquellas minas concurrió mucha gente de varias partes. Y tiénese averiguado, que de las dos minas se sacó este año un millón y ducientos mil pesos de oro, atribuyéndolo a dicha de don García porque jamas en Chile se avía sacado tanto como entonces se sacó. Porque en Valdivia cada catorze indios mi- neros sacaban al día quinientos pesos, y el día en que se sacaban cuatrocientos dezían los señores de minas quando se comunicaban: oy no se ha saca- do cosa que de contar sea.» (2)

I en otro pasaje, confirmando con sano criterio la ponderación casi fabulosa de esta abundancia

(1) Gó^gora-'Mar-molis.jo. —Historia de Chile, páj. 91.

(2) Rosales. Historia de Chile, lib. IV, páj. 23.

LA E. DEL O. 14

106

que hacian bueno el dicho de Valdivia cuando de- fine a Chile como «una gran mina de oro,» puesto que en todas las zonas de su territorio aparecia el espléndido i deslumbrador metal, espresábase to- davía el mismo autor en los términos que en se- guida pasamos a copiar de la pajina 210 del pri- mer volumen de su historia:

<iEl oro mas celebrado fué el de Valdivia, de las minas de la Madre de Dios: están en uq valle, dos leguas de la Mariquina y doze de la ciudad de Valdivia, de donde se sacaba el mas fino oro que se conoce, porque se graduó bruto y como sale de la mina en veinte y tres quilates y' dos granos. La pensión que pagaba cada dia un indio eran treinta pesos de oro y treinta y cinco, sin fatigar- se mucho para enterar la tarea, y le sobraba mu- cho que guardaba para sí. Adquirieron tanto oro los españoles, que tenian por mas barato labrar de oro los frenos, espuelas, estribos, evillas y errada- ras de los caballos, que de yerro; no corría en el comercio sino oro en polvo para comprar el pan, la tíarne, fruta, ortalizas y todo lo demás. No avia otra moneda sino oro, y andaban todos los mer- caderes, taberneros, tenderos y vendederas, carga- dos de pesos y valanzas para comprar y ven- der.» (1)

(1) A la producción i a las leyes del oro en el siglo XVI se refiere también el siguiente interesante pasaje del historiador

107

lY.

No contradice estas demostraciones, i por el con- trario las confirma con datos domésticos i casi pre- senciales, en su historia el padre Alonso de Ovalle

jesuíta.

«Y aunque después se prohibió por cédula Real, hasta que se quintase, ordenando que se usase de moneda de reales para las compras j ventas, como consta de cédula de 26 de abril de 1 550, y por provission del virrey D. Luis de Velasco, como lo refiere Escalona, pero siempre dispensaron los virreyes, juzgando que importaba mas este tnito que el de los Reales.

3) Adquirían esta riqueza de oro los Españoles, añade el histo- riador, a poca costa, sin gasto de azogue ni estraordinarios ins- trumentos y otros materiales, por que la mayor cantidad la cojiau en los arroyos y vertientes, que todo lo beneficiaban en lavaderos, aun lo que desenterraban en los socabonesque hazian, sin ahondar mucho la tierra, que si hubiera intervinido el azo- gue sin duda alguna doblaran la ganancia. Las minas de la Im- perial, en el rio de las Damas, fueron mui celebres, y sobre to- das las de Galcoimo y Relomo, donde sacaban graudissimas pepitas. Y en fin, no ay parte en todo Chile donde no aia mucho oro. Y en Coquimbo solamente falta el agua para labarle, que llueve poco en aquella tierra, y en lloviendo en cualquiera parte se lava oro.»

I tan cierto es esto último que habiendo sido lluvioso el pre- sente i el pasado año (1880-81) ha salido mucho oro en todas las quebradas de Andacollo. Según datos del actual diputado por la Serena don Pedro N. Videla, hijo i nieto de antiguos mi- neros de oro de aquel lugar, los habitantes de este hoi decaído mineral han recojido no menos de 40 mil pesos «de buen oro de Andalloco,)) sacando cada lavador de uno a tres pesos por dia.

108

cuando refiere que en l^as fiestas de banquetes de matrimonios, óleos u otras semejantes, era cos- tumbre poner en los salones de las casas solarie- gas de Santiago, en lugar de sal, oro en polvo; i el lujo i la gala de los fastuosos colonos era derra- marlo como quien derrama sal para que al dia si- guiente los domésticos lo barriesen, i esto era su despojo i su «barato.»

Y.

Prosiguió el curso de la abundancia verdadera- deramente prodijiosa del oro en este suelo, con- vertido en una verdadera California, durante todo lo que restaba por correr del siglo XVI, de suer- te que no seria aventurado asegurar que en los primeros sesenta años de la dominación española Chile fué el pais mas rico en oro en todo el uni- verso, puesto que a la conclusión de ese dominio, ocupaba todavía el tercer puesto.

Candió indudablemente por el mundo la fama de esa riqueza, por mas que la España la guardara en sijilosos cofres, i de aquí la aparición que en los mares de Chile comenzaron a hacer sucesivamente desde el último tercio de aquel siglo los piratas i corsarios ingleses; i el primero entre éstos el ilus- tre Drake. Cuando este afortunado navegante asaltó a Valparaíso el 4 de diciembre de 1578, apresó allí 60 mil pesos de oro de Valdivia, i se-

109

gun el almirante Lamero Gallegos a él solo le tomó 800 mil pesos, en compensación de cuya pérdida el presidente don Alonso de Sotomayor le regaló la hacienda de Longotoma, en el depar- tamento de Petorca, que el agraciado, cuando vie- jo, dio en trueque por una sepultura a los padres de San Agustin, sus actuales afortunados due- ños. (1)

VI.

Cuando 14 años mas tarde i tras las huellas de Drake, visitó a Yalparaiso el famoso i romántico Kicardo Hawkins (el «Richarte» de los españoles) se apoderó también de una remesa de oro de Val- divia, i de algo que el galante marino británico acariciara mas que el oro, la bella doña Teresa de Castro, dama de honor de la ^ireina que se di- rijia al Perú, llevándole por presente o solo como compañeras de navegación, ademas del oro, dos mil gallinas ....

(1) Sir Francisco Drake (el Draque) capturó en seguida en este famoso viaje, primero de los ingleses al derredor del mun- do, un buque con 57 barras de plata de Potosí en Arica, i poco mas adelante un pequeño galeón que llevaba 23 toneladas de plata i un quintal de oro^ oro probablemente de Chile, es decir, oro de Valdivia. El galeón se llamaba Caga fuego, el Draque que era chistoso, le puso, en celebración de esta presa, el Caca plata.

- lio

vñ.

De todas suertes, i si bien se carezca casi por completo de datos estadísticos precisos, porque todo el oro salia en crudo, es decir, en polvo, del país, i se empleaba como único medio de cambio en su forma primitiva (por lo cual todo el mundo, así como hoi usa cartera de marroquí para los bi- lletes, llevaba en los bolsillos una pequeña pesa de metal); es un hecho que no admite duda el de que el suelo de Chile produjo pingües rendimien- tos de oro durante toda la segunda mitad del si- glo XVI, i que a ello debió su mediana prosperi- dad, balanceando ésta los estragos de la guerra con los araucanos, que consumía todos los cauda- les i agotaba toda la sangre.

Hemos leido una antiquísima escritura de fun- dación, de la cual aparece que el monasterio de monjas de Santa Isabel en Osorno (que es el mis- mo de Las Claras en Santiago) fué fundado en aquella ciudad con dos tejos de oro que para el caso legó o donó en vida un clérigo llamado Hur- tado, que así devolvía probablemente al cielo lo que el altar le habia dado de las misas ricamente pagadas «a peso de oro», oro de Villarrica i la Im- perial, de la Madre de Dios i de Ponzuelos. (1)

(1) Es curioso observar que de este mineral de oro, el mas fa- moso talvez de Chile, estando a la tradición, no hable nominati-

111

YIII.

Tal fué, diseñada en ancho bosquejo, la mara- villosa riqueza aurífera de Chile en el siglo XVI. Pero así como el sacritício de Pedro de Valdivia en la vega de Tucapel marcó una edad de pasajera si bien significativa decadencia en su producción, así la aleve matanza del gobernador Oñez de Loyola, sobrino de San Ignacio, ocurrida a fines de 1598 en la quebrada de Curalaba marcó lar- guísima época de quebrantos.

A la verdad, el siglo XVII todo entero fué una edad de angustias i de miserias, como el que le precediera se alternó entre abismos i portentos.

Comenzó aquél con una gran rebelión que estu- vo al despoblar por la tercera vez el reino, huyen-

vamente ningún cronista antiguo. Las noticias que tioi mismo tenemos son vagas e incompletas. —Únicamente dice de él don F. S. Astaburuaga en su escelente Diccionario Jeográfico de Chile, que existia en la bkuda izquierda del rio Negro, afluen- te del Rahue, a 35 quilómetros al sudoeste de Osorno, donde se descubren todavía sus ruinas. Añade que las minas de Pon- zuelos fueron descubiertas en 1561, esto es, cuando don García se retiró del reino, i sobre la calilad de su metal aofrea-a. -'«El oro, ademas de haber sido mui abundante, era el mas obrizo i puro de los de Chile i casi no se diferenciaba del verdaderamen- te acendrado. Este mineral podrá rendir pingües beneficios si se trabaja de nuevo conforme a los métodos modernos.'»

112

do de sus calamidades iiasta los mas sufridos vas- tagos de la conquista.

En los primeros tres años de ese siglo se per- dieron las siete ciudades i con ellas injentes rique- zas i millares de vidas.

Desde entonces (1603) con la caida de la fuer- te Yillarica, con la desocupación de Osorno, la ruina de la Imperial, defendida por heroica hem- bra, i la pérdida de Valdivia i sus cautivas, la Araucania dejó de ser española para ser otra vez bárbara, como sigue siéndolo hasta hoi dia, para mengua eterna de nuestras clases dominantes.

IX.

Pero en todo esto hubo de notable que aun en aquella terrible brega con los bárbaros en que to- maban parte las mujeres como amazonas i los sa- cerdotes como héroes, tuvo ocasión de mostrarse la profusión de oro que a la sazón existia en las ciu- dades araucanas. «Encarecia el hambre el valor de la comida, dice el historiador Rosales del cerco de Yillarica, ciudad que no sucumbió sino cuando solo quedaban en torno de su campeón, el ínclito capitán Bastidas, once hombres i doce mujeres, (1602), encarecía el hambre el valor de la comi- da y haz i a despreciar el oro y la plata, que nunca falta quien la codicie aunque sepa que la ha de perder. Valia una morcilla de sangre de caballo

113

diez pesos oro, un tasaxo catorce, un celemín de zebada cuarenta. Hombre ubo que durante la am- bre se comió media cuera de ante de Castilla y dos panes de jabón. Una muger se comió, acababa de parir, la criatura de sus entrañas. Carne huma- na la comieron muchos, y de los indios que ma- taban hazian cecina. Creció tanto la necesidad que los hombres querían echar suertes para co- merse unos a otros.»

X.

Vinieron después de todo esto las pestes, las se- quías i las hambres.

I en pos de esas plagas sobrevino el gran cata- clismo terráqueo que se llamó el temblor grande del 13 de mayo de 1647, del cual nos ha quedado vinculado el terror i la misericordia en el rostro airado de una efijie i una corona de espinas caída a su garganta. El «Señor de Mayo» es el emble- ma histórico de aquella fatal edad, como la abo- minable «Quintrala» fué su emblema social: í ambos tipos están ligados por íntima tradición de vecindad, de profanación i de culto.

Pereció, en la horrenda noche del temblor de mayo, la cuarta parte de la población española o criolla de Chile, i se trató de desalojar a Santiago llevando la planta de la ciudad a otro paraje, como antes se había tratado de desalojar el reino.

LA E. DEL O. 15

114

xr.

A las rebeliones, a la inseguridad de las ciuda- des, a las sequías, a los terremotos, a las siete pla- gas de Ejipto, se siguieron todavía los bucaneros o salteadores del mar que invadieron todas las costas del Pacífico, desde que el atrevido Enrique Morgan pasó al Darien con sus voraces filibus- teros atravesando a pié el Itsmo de Panamá en 1670.

Las principales fuentes del oro habian quedado sepultadas en las selvas de Arauco, i, lo que era peor, los indios alzados mostraban una aversión som.bría i terrible a revelar los secretos perdi- dos, causa de su esclavitud i de su esterminio. Refiere el padre O valle que habiendo en su tiem- po ofrecido un indio de Santiago conducir a un estanciero a cierto paraje de la cordillera en que habia una rica mina, i aunque el feudatario tuvo la precaución de ocultarlo para que nadie sospe- chara su dilijencia, amaneció el revelador ahorca- do, porque esta era la pena de todo el que traicio- naba la lei del invencible arcano que para ellos rije todavía. «Están las principales minas de oro, dice el jesuíta Rosales, que en esto afianza el tes- timonio de su contemporáneo arriba citado, están las princijjales minas de oro en tierra del enemigo, j por verse trabajados los indios y maltratados so-

115

bre sacar oro a los españoles, se revelaron y arro- jaron el oro que tenían en el rio de Valdivia y se concertaron de no descubrir minas ningunas, ame- nazando de muerte al que las manifestare, y con aver también en tierras de paz minas muy ricas las "'^ienen ocultas, y por el temor de que no les quiten la vida otros indios no quieren descubrirlas.» (1)

(1) Rosales.— Historia de Chile, vol. I, páj. 211.— El padre Oval le abriga la misma opinión i cita varios casos particulares que la confirman. aquí sus palabras en la edición italia- na de su historia, única que tenemos a la mano. «Che cause trace, che qiiefte ricchezze non fi godino, ne fi manifeftino. La ])rima é la commune ragione di ftato & inviolabile refolutione, che communemente hanno gl' Indiani di coprirle e non manifes- tarle a neffun altra natione il che ofíeruano con tanta gran pun- tualitá, che non v'é minor pena, che della vita fra di loro il violare quefto filentio, ch' effi ftimano per cofa facra & indif- penfabile; e fe alcuno per intereffe, o halordangine, o per altro motivo a lui con vene volé, fcopre qnalche c )fi di quefto, é infallibile ¡a fuá morte, ne v'é difefa humana, che poffída que- 11a liberarlo.» - (Ovalle; Historia de Chile, páj. 116.)

I esto mas o menos era lo mismo que habia sucedido en todas las indias. «Perdiéronse, dicen Juan i Ulloa en su Relación del viaje a la América meridional, hablando de las ricas minas del Ecuador (vol. II. páj. 602), perdiéronse las minas de oro que en- cierra la jurisdicción de Macas, por la sublevación de los indios, y no se procuraron recuperar; de suerte que con el trascurso del tiempo hasta la memoria de los sitios donde determinadamente estaban, se oscureció: descaecieron los labores de las minas de Zaruma porque empezó a olvidarse allí el arte de beneficiar los metales y faltó la aplicación en Jas jentes para dedicarse a ello; y al mismo respecto fué esperimentando su decadencia de toda la

116

XII.

I como los cronistas antigaos siempre citan en su abono casos particulares de lo que cuentan, como si temieran no ser creidos por la posteridad bajo su sola respetabilísima palabra, el jesuíta Kosales, a ejemplo del padre O valle, su discípulo i amigo, refiere el siguiente lance de ocultación de minas de oro ocurrido en su tiempo en la enton- ces restaurada ciudad de Valdivia: «Y a acon- tecido ir algunos indios importunados y acaricia- dos de los Españoles a enseñarles algunas minas y huídoseles del camino, porque si ven una zorra

provincia.»

I un poco mas adelante, los mismos autores agregaban: «Lo mismo que las minas de Zaruma esperimentan otras también de oro que hay en la jurisdicción del gobierno de Jaén de Bracamoros: de estas se sacaban grandes porciones havrá cosa de 80 años; pero desde que los indios de aquellas partes, a imitación de los de Macas se sublevaron, quedaron olvidadas en- teramente; y nunca se ha hecho diligencia de volverlas a descu- brir para beneficiarlas.» (Vol. II. páj. 607.)

En realiadad, las tradiciones de la América española están tan empapadas de estas ocultaciones misteriosas de tesoros por los indios como de las del rescate, del inca o los millones de los je- suítas en la noche de su expulsión. El viajero ingles C. B. Mar- ckham, que visitó el Cuzco en 1853, refiere que un siglo atrás un cura de Lampa, en la provincia de Puno, habia descubierto un inmenso tesoro en un paraje del cual un indio sacaba con fre- cuencia objetos de oro para empeñarlos en los tambos. Denun-

117

O un guanaco dizen que les es mal agüero y les sale al camino a anunciarles la muerte. Quanclo dieron la paz los indios de Valdivia y la Mari quina por los años de 1646, fué allá el capitán D. Martin de Santander, que avia sido vecino muy rico de aquella ciudad, a sacar algunos parientes cautivos, y de camino hizo grandes diligencias con algunos indios porque le mostrassen las minas y no lo pudo conseguir, y aviendo pagado mui bien a uno, lo mas que hizo fué llevarle por unos cerros muy do- blados y señalarle desde uno dellos una quebrada, y le dixo que alli estava la mina, que la fuese a buscar, que él no podia pasar adelante, y como no le quiso dar mas que esta noticia confusa, se hubo

ciado el indio por la mujer que recibía aquellas kuacas ea pren- da, fué azotado por el cura hasta que confesó i mostró el sitio del entierro; i de este sacó el codicioso párroco, ayudado por don Pedro Aranibar, vecino de Arequipa, la enorme suma de dos millones i medio de pesos. El lugar donde este tesoro fué des- cubierto se llama hoi Manan chili, i conforme a las predicciones del iufeliz indio se ha convertido en un lao^unato de agua. {Marckham. Ajourney to Cuzco, Londres 1856, páj. 217.)

El célebre escritor potosino, don Julio L. Jaimes, dio también a luz en la Revista de Lima en 1873 una tradición de este jé- nero con el título de Los Tesoros de Rocha, tesoros que parecen una fábula calcada sobre la de los subterráneos que el abate Faria mostró en el castillo de Iff a Montecristo, pues se trata de infinitos millones ocultos en una caverna del cono de Potosí a mediados del pasado siglo. Pero el señor Jaimes nos ha asegura- do que el hecho es cierto i consta de documentos orijinales que é! ha rejistrado en Potosí.

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de volver. Y los indios^ que de nuevo avian dado la paz se quexaron al Governador de que andu- viese haziendo diligencias por descubrir minas, que avian sido la ocasión del alzamiento general, con que le dixo el Governador que desistiese por entonces de aquel intento, que era temprano, y los indios, como nuevos, estaban delicados.» (1)

XIII.

Fué por todo esto el segundo siglo de la exis- tencia de Chile estreraadamente infeliz, porque fué un siglo sin oro, es decir, un siglo sin comer- cio, sin cambios, sin esportacion, sin inmigrantes.

(1) Rosales Ibid, lib. Y. Los araacaaos no solo han recela- do siempre de divulgar las antiguas minas sino hasta los asien- tos de las antiguas ciudades arruinadas. Dando cuenta el capitán de injenieros don Juan Mackenna de la manera casual como en 1792 fueron descubiertos los escombros de Osorno con sus cinco iglesias i cuatro conventos de frailes, se espresa así en un manuscrito que existe en la Biblioteca Nacional. «El go- bernador de Valdivia, de orden superior, después de varias es- ploraciones en requerimiento de las ruinas de Osorno, pero todas en vano por motivo de la estremada cautela i recelo de los in- dios, a quienes infundia terror la menor pregunta de Osorno, cuyas ruinas miraban como a objeto de abominación, todo nacido de la triste idea que por medio de tradición conservaban de lo que sus antepasados habian padecido bajo el duro i tirano yugo de los encomenderos; pero al fin una casualidad descubrió lo que no pudieron los mas bien combinados reconociniientos.s>

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El oro tan abuadante en los dias de Valdivia i de Drake, habia desaparecido como si las entra- ñas de la tierra que lo producía se hubiesen en- fermado de esterilidad, cual los valles del Perú res- pecto del trigo.

I así era la verdad, porque a mas de estar ce- gadas las fuentes productoras de Ponzuelos, de Yillarica, de la Imperial, de la Madre de Dios i de la rejion que hoi mismo vuelve a aparecer en las cordilleras de Caramávida j unto a Lebu, los habitantes del reino desalentados, pesarosos i pro- vistos sin embargo de lo que sobraba a su existencia material, no se imponían la menor fatiga para pro- curarse aquellas riquezas que tantos afanes, sangre i desengaños hablan impuesto a sus mayores.

El oro habia hecho mucho mas viudas que el acero en Chile, i por él hablan perecido dos gober- nadores del Estado, don Pedro de Valdivia eu un totoral junto a .Tucapel i don Martin Garcia Oñez de Loyola en una garganta estrecha llamada Cu- ralaba.

I en este particular, es decir, en la poca dili- jencia de los colonos para incrementar sus inte- reses por la industria i bienestar, hállanse de acuerdo el padre Ovalle i el viajero Frezier, que con el intervalo de 70 años (1640 a 1715) escri- bieron sobre el país, sus riquezas i sus habitantes. «La segunda causa que encuentro, decia el prime- ro para esplicar la disminución de la producción

120

del oro a mediados del s%lo XVII, por la cual los chilenos no aprovecharon estas riquezas, era la gran abundancia de mantenimientos que ofrece la tierra, de suerte que la hambre, que es el aguijón de la codicia, no quiere arriesgarse a nada i nadie quiere perder la comodidad de su casa para lan- zarse a las asperezas de los montes en busca de minas.» (1)

Los chilenos de aquel tiempo dedicidamente no eran cateadores porque no tenian hambre:

XIV.

A la verdad, a tal grado habia llegado el abati- miento i la miseria del reino, que habiendo queri-

(1) «La fecouda caufa che trouo, che non fi godaDO quefte ricchezze, e la molta abboudanza che v'é íq tatta la térra delle cofe neceffarie per paffare la vita, fiche mancando la farae, che é il follecitatore della cupudigia, non v'é chi fi rifchi, vogli perderé la commoditá della fuá cafa per andaré per Tafprezza de monti alia cerca delle miniere.» (Ovalle. Historia de Chi- le, páj. 16.)

Exactamente de esta opinión i como hombre que la habia comprobado por sus propios ojos, era Frezier cuando hablando de la indolente pereza de los colonos de Chile, decía en 1713: «Quoiqu'il en foit, il est vrai que ees lavoirs sont tres ivé- quans dans le Chili, que la nonchalance des Espagnols et le peu d'ouvriers qu'ils ont, laissent des trésors inmenses en terre, dont ils pourroient facilemeut jouir, mais comme ils ne se bornent pas k des profits mediocres, ils ne s'attachent qu'aux miniares, ils peuvent trouver un gaiu considerable.»

121

do el presidente ERriquez construir la taza de cal i ladrillo de la primera pila que tuvo Santiago en el centro de su plaza principal i única, hubo de valerse de un criado suyo que sabia alg'o de alba- ñilería; i cuando el famoso bucanero Bartolomé Sharp asaltó a Goquiínho— (Ya llegó charqui (Sharp) a Coquimbo) solo se encontraron en la sala de armas de la capital tres trabucos viejos para salirle al encuentro. (1)

(1) Sobre este punto de si fué cierto el alboroto que producía la aparición de Bartolomé Sbarp i sus compañeros de salteo eu la Serena lo que dio oríjen al curioso i espre.sivo refrán Ya llegó charqui a Goquimbo! o si el dicho viene de la alegría que en aquella provincia i capital producía eu tiempos remotos la llega- da del charqui del sur, hacemos nuestras reservas, si mas no sea en honor de la lengua castiza de la provincia que de la cual so- mos por ahora, i con harto honor nuestro, lenguaraz.

Parecería en efecto ser natural la priiuera aunque estropeada derivación porque en nuestra niñez oíamos decir.— Fa llegó charqui a Coquii:-ibOy cuando llegaba alguien haciendo bulla i za- lagarda. Apropósito de esto, el tesorero Madariaga que escribió a mediados del siglo pasado una relación que se mantiene iné- dita sobre el obispado de Santiago (17-14) dice estas palabras con motivo de la alarma continua de los serenenses. - «A la menor noticia de vela de alguna magnitud que aportase a su puerto, no quedaba persona que no dispusiese su retirada, por la ninguna defensa con que se consideraban.»

Pero al propio tiempo el mismo escritor ea oLro pasaje añade, comentando la pobreza de mantenimientos de aquella provincia en los pasados tiempos. «Siendo preciso siempre el que de otros parajes se lleve porción de vacas i carneros para su abas- to, charqui, grasa i sebo, sin cuyo socorro lo pasarían con mu-

LA E. DEL o. 16

\

XV.

De esta misma época data también el siguiente cmioso acuerdo del cabildo de Santiago que por gráfico i característico de la época trascribimos íntegramente como sigue:

c(En la muí noble y mui leal ciudad de Santiago de Chile, en 17 dias del mes de enero de 1681 años. Los señores del Cabildo, justicia y regimien- to se juntaron en su lugar acostumbrado para tra- tar y conferir el bien y útil de la república. Este dia acordaron que por la falta que ace la campana del cabildo, assi para llamar a los capitulares los dias acostumbrados, como para combocar los mi- nistros eu las ocasiones de las fugas de las cárce- les y accr la señal de la queda para que a las nue- ve se recojan las personas que lo deben acer a esta hora, se llame a Nicolás López, maestro herrero que paga censo a los propios de este cabildo y se le obligue a que, por cuenta de los réditos, aga se pon- í'-a la lensfüeta a la dicha campana dentro de diez i neis días y se comete esta diligencia al S. Licen- ciado don José González Manrique, abogado de es- ta real audiencia y alcalde ordinario de esta ciudad

cho trabajo.» I agregan los antiguos que cuando entraban las recuas con charqui ala Serena, repicaban las campanas; i de aquí el Ya llegó chargui a Coquimbo.

-. 123

y con esto se cerro este cabildo. - Don José Gonzá- lez Manrique. D. Pedro Recalde Briseño. D. Jerónimo de Villalon. D. Diego del Águila. D. Juan Antonio Bar a. Antonio Ponce de León. Matías de Uga (escribano público y de ciudad). »

XVI.

I sin embargo de todo esto, en el largo i penoso curso del siglo XVII existió una mina de oro, una sola mina de copiosa riqueza, i que por si sola, a nuestro juicio, sostuvo a todo el reino impidiendo con su provisión constante un verdadero cata- clismo.

Esa mina fué la famosa de Andacollo, de la cual al comenzar aquel siglo siglo decia el presi- dente García Kamon al rei, en carta de abril de 1607: «el cerro de Andacollo es uno de los r ios que hai en el mundo de oro.» (1)

(1) No existe constancia cierta de la época en que fuera des- cubierto el mineral de Andacollo. De nn raanu.scrito del siglo pasado, que citaremos ampliamente mas adelante, resultaría que pudo ser conocido antes de la conquista castellana, porque se habla de labores trabajadas «en tiempo de los jentiles,» i ademas el nombre parece de etiraolojía peruana: talvez Anta-Colla, dos palabras quichuas. Fuera de esto, en el Archivo de Indias de Sevilla encontramos en 1870 una comunicación del presiden- te Bravo de Saravia fechada en la Serena (puerto donde desem- barcó para venir por tierra a Santiago) el 19 de agosto de 1568 en que agradece a los mineros de oro de aquella ciudad el je- neroso donativo que le hicieron de los productos de un mes de

124

I el tosco conquistado^,^creyendo tal vez usar solo una figura para describir la abundancia, denuncia- ba sin embargo una gran verdad jeolójica, que la ciencia ha venido a comprobar dos siglos mas tar- de; a saber, la de que la mayor parte i los mejores panizos de oro son aquellos que han corrido como rios, sirviendo de poderosos estuarios a corrientes antediluvianas, que trituraron las montañas i re- dujeron a polvo sus veneros.

Teníase a la verdad por fenomenal i prodijiosa la riqueza aurífera no agotada todavía de Anda- collo en pasados tiempos i aun hoi mismo, todos los cascajos (la circa como allá se dice) de aque- lla vasta i árida subdelegacion, enclavada en un riñon de cerros entre la Serena i Ovalle, contie- nen oro, bastando la menor lluvia para hacerlos producir no despreciables sumas. Era por esto mui exacta la definición de García Ramón, cuando de- nominaba aquellas secas quebradas fcnn rio de oro,5> porque cuando el agua corre el oro se li- quida. I de esto volveremos a tratar mas adelante con datos recojidos a fines del pasado siglo i en el presente que no tardará en acabarse.

No es posible, entretanto, ni hai barómetro

los ocho de la demora para los gastos de la guerra. En corres- pondencia, el presidente se proponia enviar a Coquimbo una guarnición de cien soldados para defender a sus vecinos en caso de una sublevación de los indios, i todo esto prueba que el oro era allí abundantísimo en el último tercio del sitólo XYI.»

125

adecuado para valorizar la riqueza que Andacollo ha rendido a nuestro suelo, a no ser por las pre- seas de su vírjen milagrosa i por las ofrendas de sus devotos que han solido producir hasta 40 mil pesos en un año, o sea cuatro millones en un si- glo. Pero a juzgar por los documentos públicos i particulares de aquel tiempo, Andacollo no solo era el mercado proveedor de Chile sino su verda- dera casa de Moneda, porque invariablemente to- do*s los contratos i escrituras públicas de esa época (i de éstas hemos visto nosotros algunos centena- res) se hacian «en buen oro de Andacollo,» que era jeneralmente de 23 quintales.

A semejante período de nuestra historia mer- cantil i social, cuando todo se hacia con oro en polvo, se refiere también la declaración que antes citamos del feudatario Amaza, cuando por el año de 1660 declaraba que no conocía las onzas de oro sellado sino íde oidas.»

El oro de Andacollo sirvió por consiguiente de pilar a Chile, i en medio de una crisis que duró un largo siglo, le ayudó poderosamente a vivir.

XVII.

Pero una considerable reacción, fruto tal vez del esceso de la miseria, o del acaso, vinieron a abrirse en los primeros años del siglo subsiguiente nuevos horizontes a la industria, al trabajo, a la produc-

126

cion; i como acontece ^siempre fué el oro el que dio la voz del despertamiento i la fortuna.

Después de un largo eclipse, la edad del oro, que habia comenzado en don Pedro de Valdivia, volvió a renacer con el siglo que en el viejo continente se ha llamado de la luz, i que en Chile con razón debería denominarse «el siglo del oro», como en breve vamos a dejarlo demostrado.

Es suficiente entretanto que quede establecido aquí, porque este ha sido el principal propósito del presente capítulo, que la riqueza aurífera de Chile, tan prolífica i comprobada en el siglo XYI, no se paralizó por agotamiento de sus ve- neros naturales, sino por fenómenos económicos completamente ajenos a la tierra que lo rinde, i especialmente por los efectos de la guerra que cegó de golpe todos los afluentes del oro en la Araucania, dejando solo en curso los del Norte i especialmente el de Andacollo.

I, cosa digna de tomarse en cuenta, igual nove- dad.va a producirse muchos lustros mas tarde por causas completamente análogas cuando habria de comenzar la guerra de la Independencia.

Con datos completamente irrecusables, sacados de las oficinas públicas de Santiago, demostrare- mos en efecto i en el lugar oportuno que el año X fué el año del oro por escelencia en Chile, i que sin embargo, junto con la guerra, comenzó la esteri- lidad, como en 1553 i como en 1603.

CAPITULO IV.

LA RESURRECCIÓN DEL ORO EN EL SIGLO XVIII

Favorables auspicios con qne comienza el siglo XVIII para los mineros de oro de Chile. La pobreza jeneral producida por las catástrofes del si- glo XVll incita a los trabajos i a los descubrimientos. El mineral de oro de Tiltil eu 1713. Los trapiches de oro. «Entre solera i voladora». Escritura de venta de un trapiche de oro en la Serena. El mecanis- mo de un trapiche, su trabajo i sus obreros. Importantes descubrimien- tos auríferos en Copiapó en 1706. Frezier en Copiapó i en la Serena.— Lo que era un buitrón o trapiche real. El oro de Capote. Opiniones científicas de Frezier sobre la formación del oro conforme a las teorías modernas. Singulares creencias de los padres Rosales i Olivares, se- gún las cuales el oro crecía como las semillas. Petzolt i Suess. Incre- mento que toma Copiapó con sus minas de oro un siglo antes de aparecer la plata.— La aldea es elevada a villa i el valle a correjimiento. Ins- trucciones al correjidor Saravia en 1740. Antigüedad de la «cangalla». Las minas de Lampagui i por qué se abandonaron.— Pobreza relati- va de las minas de ciarzo respecto de los placeres de oro en Chile i en todo el mundo. Proporción de Laveleye. Descubrimiento de las minas de Petorca i de la Ligua. Lampagui i don «Bartoio Intento». Cálculos de Ulloa, de Molina i de Olivares sobre la producción del oro en Chile a mediados del siglo pasado. El oro de los buches de gallina. Las ga- llinas de Truz-Truz i la perdiz de Petorca.— La abundancia de oro in- duce a los vecinos de Santiago a solicitar la fundación de una casa de Moneda desde 1730. La Moneda de Santiago no nació de la plata ni, del cobre, ni de una «equivocación del rei», sino del oro.

«Los lavaderos de oro son tantos, que algunos piensan, no sin razón, que en todas partes del reino los hai, poco o mucho. En Tiltil, Petorca, Ligua, Coquimbo, Huas- co, Copiapó, Talcamávida, Culacoyan, es-

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tanOia del rei i Valdivia. De este último podemos hablar sobre el informe de nues- tros ojos, visto en varias partes de la cir- cunferencia esterior de la plaza, aun a po- cos pasos fuera del cuartel, ocuparse en la- var tierra algunos pobres, sin azogue ni otro adminículo, de los que tocan a este beneficio i quedan raui bien pagados de su trabajo, aun cuando acusan de adversa su fortuna, pues cuando menos logran, con la dilijencia de una o dos horas, el peso de un tomin de oro de ganancia.»— Olivares, Historia de Chile, páj. 27.)

I.

El siglo que abrió la puerta al que hoi a su turno se va, comenzó para los infelices colonos de Chile bajo auspicios harto mas dichosos que el que le habia precedido.

Los indios se mantenian quietos, i desde el Bio- bio al norte se encontraban completamente do- mados.

A los rapaces bucaneros del mar, a Morgan, a Davis, a Sharp, estos dos últimos azote de la cos- ta del reino desde Coquimbo a Chiloé, habian sucedido los ricos armadores de San Malo que vinieron al Pacífico con permiso del rei francés Felipe V, nieto de Luis XIV, i abarrotaron nues- tras ciudades con las baratas comodidades de las fábricas de su país.

I por último, la miseria misma i las escaseces producidas, trocadas en enseñanzas i en estímulo, a virtud de la sabiduría del viejo probérvio, segim el cual nada a^uza mas el humano entendimiento

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que la inhumana necesidad, los colonos echando al suelo sus capas de perezosos hidalgos se hicie- ron, como en los dias de Paraíf, (días de penu- ria), solícitos rebuscadores de oro.

I de aquí surjieron los descubrimientos casi coe- táneos de Tiltil, de Copiapó (1706) i de Lampa- gui (1710) en las cordilleras de Illapel.

II.

No hemos llegado a desenterrar de los archivos la fecha exacta del descubrimiento de los mine- rales de cuarzo de Tiltil, cuyo vocablo en indio tiene el nombre de un metal que no es el oro («el estaño»); pero un viajero eminente que visitó sus trapiches en 1712, nos ha dejado una idea bastan- te cabal de su riqueza i de la industria de los chi- lenos. El mineral era comparativamente pobre, como sigue siéndolo hoi mismo; pero bastaba que cada cajón de 64 quintaks españoles rindiera en la molienda dos onzas de oro para que costease su esplotacion. Todo lo que de esa lei de rendi- miento subiese era prov^echo, i cuando el minero encontraba entre el vacio i recovecos de las grie- tas una «bolsa» o «riñonada» de oro, como la que a principios de este siglo disfrutaron los famosos «Osorios de Tiltil», entonces el provecho se con- vertía en pingüe fortuna.

LA E. BEL O. 17

130

ill.

El sistema de los trapiches era primitivo, pero eficaz, barato i tal vez el mas apropiado a la pecu- liaridad del oro cuarzoso de Chile, que es laminar mas que granulado, i por lo mismo sumamente su- til, delgado i susceptible de ser arrastrado por las fuertes corrientes de la presión hidráulica como ha sucedido, de seguro, en Niblinto i talvez en Ca- tapilco. El ilustre injeniero Frezier que vino a re- correr la América del Sur con ojos de Argos i con encargo especial de Luis XÍV i a sus espen- sas, compara los trapiches de Tiltil a los que se usan en Normandia para moler manzanas i es- trujar de su jugo la cidra; i los restos de esos aparatos que todavía existen, i que el viajero puede al acaso divisar desde el fondo de su veloz asiento en el trayecto de la quebrada, entre Polpaico i Montenegro, componíansasolo de dos piednis gra- níticas o calcáreas como las de molino, de las cua- les lá que servia de lecho llamábase solera^ i la que la oprimía con su pe-¡ojirando en torno a su eje de madera, voladora: i de aquí el refrán chileno de decir cuando se halla alguien en aprietos que ha sido puesto «entre solera i voladora.»

Un rodezno de palo i un cauce de temporada cuando llovía, completaban el aparato industrial del minero, i permitian así a cualquier hombre me-

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dianamente empeñoso, emprender las risueñas tareas del oro tan espléndidamente favorecidas por las leyes españolas. (1)

(1) Sin embargo i apesar de su simplicidad primitiva, un tra- piche de la colonia representaba cierto capital i solia valer al- gunos centenares de pesos equivalentes a otros tantos miles hoi dia. Como cosa de curiosidad para el minero de oro, reproduci- mos en seguida la escritura de una venta de trapiche de oro celebrada en la Serena entre un rico minero de Copiapó i una viuda pobre, hace justamente un siglo.

(íEn la ciudad de la Serena en 27 días del mes de abril a 1779 años: ante el escribano y testigos doña María Antonia Santelices, viuda del Maestre de Campo don Francisco Bergara, su Albacea testamentaria, tutora y guardadora de sus menores hijos, dixo: Que en consequencia de haver fallecido su dicho marido en corta fortuna debiendo crecidas cantidades de pesos, que aun con todas sus fincas y vienes no alcanzaba a satisfa- cerlas y por evitar el trance y remate que nesesariamente se habia de executar formándose concurso de los acrehedores y que muchos de ellos por su menor antigüedad saldrán perjudi- cados en sus principales, expecialmente los combentos del señor San Juan de Dios, casa de exercicios y nuestra señora de Mer- cedes de esta ciudad; por los caídos que se le debían de varios zensos impuestos en su favor en dichas fincas; consiguió de to- dos en alguna parte perdón general de sus respectivas depen- dencias y créditos, con tal que se aseguren los principales y para ello trató con el maestre ds campo don Miguel Riberos y Aguirre el venderle la hacienda de el Mol le y con el capitán don Francisco Súber Caseaux un trapiclie que dejó fundado el fina- do su marido en la otra banda del rio de esta ciudad libre de todo empeño, zenso é hipoteca tácita ni expresa, que no la tiene ni le queda en manera alguna, ])orque la venta que hizo el dia de ayer de la hacienda de el Molle, quedaron en ella cargados

132

\ IV.

De Tiltil el viajero francés se dirijió a Copiapó, i después de haber levantado los planos de Santia- go, Valparaíso, La Serena i Caldera, se internó en

quatro mil y quatrocientos pesos a favor de los ya citados com- bentos y casa de exercicio, y tres mil pesos que reconoce, dos mil al cómbente del señor San Francisco y los mil restantes a favor de don Lucas Fernandez de Ley va, están impuestos i si- tuados en las casas de esta ciudad

i)...I dice que da en venta pública y real al referido capitán don Francisco Caseaux para el susodicho, sus sub-cesores y he- rederos y para quien de el y a cualquiera de ellos uviere titulo, voz y recurso: A saber: el referido trapiche que está situado, plantado y edificado a la otra banda del rio en tierra de doña María Calleja, avil y corriente, con todos sus aperos, usos, libre de zenso, empeño ni hipoteca como dicho es, y lo asegura en todo tiempo en cantidad de 700 $, que por su valor le ha dado y pagado en plata corriente, i porque su recivo no es aprescente, renunció la excepción y Leyes de la non numerata pecunia y demás a este caso y le otorga recivo en forma.»

construcción de los trapiches de oro continua siendo hasta ahora una especialidad de ciertos parajes i de ciertos obreros. El valle de lllapel desde el pueblo actual i desde su asiento viejo, situado una legua mas al oriente, hasta el mineral de Chillan, está sembrado de trapiches de oro en número de 12 o 15, como la fiímosa rivera de Potosí de injenios de plata.

L& gran dificultad para formar un trapiche es procurarse las piedras, es decir, la voladora, la solera la contra solera. Se trabajan éstas por canteros especiales, tardan hasta seis meses en cantear una parada, i suele valer cada piedra de 80 a 100 pe-

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el pobrísimo valle que un siglo después debia ha- cer abaratar la plata en todos los mercados del mundo en la misma proporción que lo hablan he- cho antes en el Alto Perú Potosí, i Guanajuato en Méjico.

Copiapó antes de 1706 era un simple tambo de indios para el escaso trajin del desierto; pero los ricos placeres i minerales de oro que en los cerros que emparedan al pueblo actual por el norte i en su propia aurífera vega se descubrieron en aquel

sos, medido su diámetro por cuartas, a razón de 10 pesos la cuarta.

I este es uu gasto fuerte, si bien único, porque la voladora es devorada en un año cuando muele metales duros. La vida de la solera es el doble mas prolongada i la de la contra solera, o ci- miento, es eterna. Los demás gastos son menores, con escepcion del peón, o grueso tronco de quillai o de higuera que sirve de eje perpendicular a la voladora. Un buen peón suele costar 30 pesos, i el resto del aparato se compone de cuatro pilares de al' garrobo, i algunas vigas fuera del rodezno o cuchara del mo- lino.

En Illapel son famosos como canteros de piedras de trapiche en el asiento viejo los dos Aracena, padre e hijo, sucesores de Lorenzo Albornoz, ya difunto. Un trapiche de oro vale hoi en Illapel 1,500 pesos, el doble de lo que importaba durante la co- lonia.

Los trapiches están jeneralraente a cargo de dos moledores, hombres peritos que ganan seis reales, alternándose en la noche i en el día. Jeneralmente los mineros de oro llevan sus metales a maquila al moledor i pagan a razón de 2 pesos por cajón el metal blando i el doble por el cuarzo duro. Suelen tomarse en arriendo a razón 200 i 250 pesos por año.

134 --

año, hicieron emigrar casi en masa a los pobla- dores de la Serena, al punto de que cuando Fre- zier visitó ésta última ciudad, no se hablaba toda- vía, seis años mas tarde, sino del oro de Copiapó, conocido en aquel tiempo con el nombre de oro capote, por la riqueza de su lei marcada en el ce- rro del último nombre.

El distinguido injeniero i espia político (pues tal lo era a la sombra del nieto de su rei), encon- tró en la incipiente i desparramada ranchería de Copiapó, especie de placilla de Juan Godoy del oro, seis trapiches como los de Tiltil; pero la abun- dancia del metal habia alentado a un industrial de empuje a implantar lo que entonces se llamaba un huit7^on o «trapiche real», esto es, un aparato hidráulico de pisones que trituraban en un dia do- ce veces mayor suma de metal que los trapiches antediluvianos de solera i voladora. El trapiche real de Copiapó estaba destinado a moler seis ca- jones diarios de metal, al paso que los antiguos trituradores de granito o ala de mosca convertían en harinas (este era el nombre lugareño) los gui- jarros en la proporción de medio cajón por dia. El primer buitrón de Copiapó estuvo talvez estable- cido en el mismo lugar de la Chimba de esa ciu- dad, en que hoi, según noticias, existe habilitado i en actual esplotacion el buitrón, llamado por el nombre de su dueño «el trapiche de Sierra.»

Por lo demás, estos trapiches eran tan numero-

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sos en el país que sus restos han sido encontrados en las mas altas cordilleras del norte i del centro, como en lagunas australes de Valdivia, fabricados éstos por los primitivos conquistadores, al paso que todos los asientos urbano de la plaza de la villa Alhué situada encima de la montaña de este nombre, frente a Rancagua i háíia el poniente, están sencillamente formados por aquellas piedras circulares desgastadas i disminuidas por el uso i que hoi la decadencia de la industria mantiene en descanso.

Y.

Adquirió en vista de sus observaciones perso- nales el esplorador francés de comienzos del pa- sado siglo la convicción ilustrada de que Chile era un país de oro, i así con toda claridad lo espuso en la imparcial relación que redactó de sus viajes a su reo'reso a Paris en 1715.— «En este valle de

o

Copiapó, dice, se encuentran ademas de los lava- deros tan gran número de minas de oro, i algunas de plata en las montañas, que habría como ocu- par cuarenta mil hombres, según lo que me comu- nicó el gobernador de Coquimbo.»

Era considerado ent»ónces por su lei como el mas aquilatado oro de Chile, cual el de Valdivia lo fuera en el siglo XVI, el que producía el hoi estinguido mineral de Capote en los cerros de es-

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te nombre qne marcan e\ lindero entre los actua- les departamentos de Freirina i Yallenar. Apun- ta Frezier que este oro, el oro capote, que este nombre jenérico tenia, era el mas dúctil, obrizo rebuscado i el verdadero tipo monetario de la colonia, como el de Andacollo lo fuera en el siglo precedente «el buen oro de Andacollo». Agrega el esplorador francés que algunos emprendedores vecinos se proponian levantar en aquellos parajes nuevos trapiches, pero faltaban brazos. (1)

(1) «Dans cette méme vallée, outre lea lavoirs, il se troave sur les montagnes une si grande quantité de miniéres d^or et quelques unes d'argeut, qu'il y auroit de quoi occuper plus de 40,000 hommes, áce que j'eu ai appris du Gouverueur de Co- quimbo; 011 se propose d'y faire iucessammeat des moulins, mais les ouvriers y manquent».— (Fr^^z^r, obra citada, páj. 121.)

El mismo autor añade sobre este antecedente particular i a propósito de las grandes riquezas auríferas de Chile en el siglo XVII J., lo siguiente:

«Un trouve dans presque toutes les coulées du Chili, de la te- rre d'oü on peut tirer de l'or, il n'ya que les plus et le moins qui enfasse la difference; elle est ordinaireraent rougeátre, et minee vers la surface; á hauteur d'homme elle est mclée de grains de gros sable commence le lit d'or; et en creusant plus bas, sont des bañes de fond pierreux comme d'uu roclier pourri, bleuátre, melé de quantité de pailles jauues qui on prendroit pour de l'or, niais qui ne sont effectivement que áñ^ pintes ou marcasites, si minees et si legéres, que le .couraut de l'eau les entraine. Au- dessous de oes bañes des pierres on ne trouve plus d'or, il sem- ble qui il est retenu dessus pour étre tomhé de plus haut.S)

Discurre el hábil iujeniero francés cou detención sobre las causas físicas i jeolójicas de la producción de oro, i esplica su

137

VI.

Hallábanse completamente de acuerdo a este respecto el viajero científico de Luis XIV i un humilde jesuíta chillanejo que vivió i escribió me- dio siglo después que él, el padre Miguel de Oliva-

existencia eu Chile por el diluvio, las lluvias, los terremotos. Pero ciertameute no piensa como el padre Rosales que atribuye su orijen a la acción de los rayos solares en las entrañas de la tierra, agregando como ejemplo de su sutileza que la jeute recia i granada del valle de Aconcagua, tierra de oro, lo es tal porque ha absorvido por sus plantas el nobilísimo jugo aurífero de su suelo. Los jesuítas de Chile, a ejemplo de los alquimistas de la Edad-Media, creían que el oro nacía i se desarrollaba como una semilla cualquiera, i de aquí el decir con frecuencia del padre Rosales que el oro de tal i tal parte estaba ya mas o menos crecido, según el tiempo en que se le habia trabajado.

Pero Frezier era un verdadero hombre científico i es de notar la analojia que existe entre su opinión marcada en su última fra- se del párrafo que arriba copiamos, con las ideas dominantes de los mineralojistas que, como el alemán Petzholfc i el profesor de la Universidad de Viena, Suess, en su libro (no reñido del todo este último con el presente, al memos en su título. «El porve- nir del oro») los cuales esplican la escasez antigua, actual i per- manente del oro por la leí de su peso específico que lo ha preci- pitado a las entrañas de la tierra a donde apenas alcanza el ingenio i la maquinaria humana. Sobreestás curiosas teorías, en todo conformes a las de Frezier, puede leerse un interesante articulo publicado en la Bevue des deux Mondes por M. Emilio Laveleye con el título De la producción i el consumo de los metales preciosos,

LA E. DEL O. 18

138

res, quien cuenta, a la p^r con Molina, verdaderos prodijios de la abundancia del oro en Chile en los dias a que hacemos raferencia. ccLas minas de me- tales, dice el buen jesuita, suelen hallarse en paí- ses áridos: pero a Chile lo mejoró tanto el Hace- dor de las cosas, que a mas de la abundancia de frutos que produce la tierra, ayudada de la indus- tria, son sus senos otros tantos ricos cofres en que guarda para sus habitadores los mas preciosos me- tales. Los asientos mas principales de minas de oro están en Copiapó, Huasco, Coquimbo, Anda- collo, Talca, Amallanca, Illapel, Petorca, Tiltil, Quebrada Honda, Caren, Illagüe, Algüé, Guillipa- tagua, Apalta, Pichidegua, y los mas de estos asientos son tan ricos de metales, que en muchos asientos se hallan mas de cien boca-minas, y en algunos no mui raros )nas de quinientas: unas se trabajan actualmente; otras (mas no de las nom- bradas) se abandonan porque no satisfacen en el todo a los deseos de los mineros, que acostum- brados a elejir entre muchos, desechan todo lo que no es mui soh^esaliente; y mas quieren el torpe ocio que la diligencia que produzca una moderada conveniencia. En la tierra que habitan los indios de BioBio para el estrecho, hay opulentas minas; pero éstos repugnan tanto que las trabajemos, que aun querrían que las ignorásemos; pero nunca po- drá el tiempo borrar la memoria de las de la Im- perial, Villa-Rica y Osorno, las cuales solas, sin

139

ayuda ele otros frutos tenian pobladas tj felices aque- llas ciudades, y habiendo pasado mas de siglo y medio sin trabajarse, deben reputarse al presente

COMO VÍLJENES.D

I en confirmación de las maravillas que nos cuenta el honrado fraile que esto escribía en el retiro a mediados del siglo XVIII (1760) refiere como comprobación personal que una señora de Valdivia se hacia labrar sus alhajas con el oro que sus sirvientes le recojian en los alrededores de su casa cuando llovia (que allí esto sucede to- dos los dias), agregando que un capitán amigo suyo residente en esa ciudad, ni ese trabajo se im- ponia porque se proporcionaba algún oro sin mas trabajo que ordenar a su cocinera sacase del buche de las gallinas el que estas de ordinario guardaban sin dijerir.,.. (1)

(1) Esto que parecería singular en cualquier pais del mundo s comuu en Chile. Existe en el norte una tradición según la cual el mineral de oro de Hierro Viejo fué descubierto por una perdiz que no pudo volar a causa de tener el buche lleno de oro i, atrapada por un minero, le dio el buche i el oro la pista del descubrimiento.

Hemos oido decir tauíbian al comandante don Eafael Vargas que cuando hizo la espedicion de ultra-Cautín en I8G8 con el ministro de la guerra don Francisco Echáurren, encontraban en los buches de la mayor parte de las gallinas que mataban, espe- cialmente en la reducción de Truz-Truz, algunos granos de oro que fueron traídos por curiosidad a Santiago.

Pintorescamente se ha llamado i>or algunos esa correría la «.Campaña de las cazuelas de gallina;» pero ¿no seria igualmen-

140

I todo esto que parecoa'ia patraña no lo es tal, porque aun hoi dia mismo se Ve a los muchachos de las calles de Ancud andar a la cosecha de oro después de un aguacero, exactamente como via- jando nosotros en nuestra mocedad con frecuencia a Coquimbo (1851-52) íbamos encontrando en cada una de sus quebradas i riachuelos, en la Li- gua, en Longotoma, en Quilimarí, en Choapa, en Illapel, en el Lirnarí, en todas las aguadas, grupog de infantiles lavadores de oro sin mas instrumento que un pedazo de mate para recojer la arena en el ancón, es decir, en aquella parte del cauce en que el curso del agua hace curva, i en seguida lavarla.

No habia mentido ciertamente Valdivia al em- perador cuando desde la Serena decíale: «Sacra- tísimo príncipe, toda esta tierra es una mina de oro.D

VII.

Entretanto, i por el camino de los lavaderos i de los trapiches de cuarzo, i otros sistemas case- ros conocidos en Chile para la esplotacion del oro, antes del ensayo hasta aquí poco afortunado del sistema californiense de la presión hidráulica, ha- bíase hecho Copiapó, por el oro antes que por la plata, un mineral tan importante de Cuile que en 1744 se elevó su aldea al rango de villa por el

te apropiado denominarla en adelante— «la campaña de los bu- ches de oro?i>

141

laborioso i organizador presidente Manso de Ye- lasco, i, aun con anterioridad a esta fundación, ve- mos que aquel intelijente funcionario liabia toma- do medidas de incremento i orden económico en aquellas ricas i, por lo mismo, turbulentas faenas.

Orijinales tenemos a la vista las instrucciones que en 29 de octubre de 1740 diera aquel capitán jeneral a su delegado en Copiapó don Antonio de Saravia, encargándole guardase el orden, adminis- trase buena justicia, persiguiese a los ladrones, atajase a los contrabandistas que introducían mer- caderías desde Buenos Aires por los puertos de la cordillera, i autorizándolo para otorgar, por es- cepcion, estacas i dar permisos para heridos de trapiches, prefiriendo en todo caso a los dueños de la tierra, que era precisamente lo contrario de lo que los subdelegados hacian, a títult) de que los dueños del suelo eran indios.

Recomienda también el celoso capitán jeneral a su delegado, como medida de buen gobierno, que tenga la vista fija en un tal don Juan de Dios Arias, hombre tumultuario i probablemente tinte- rillo, algún «licenciado Las Peñas» del oro de Co- piapó, que en los minerales andaba revolviendo las jentes, por lo cual el presidente habíale des- terrado el año de 1739 por dos años al Huasco. Se imponían también severas penas a los ladrones de metales en las canchas, prueba de que el mine- ral era rico i la «cangalla» antigua.

142

Por lo demás, Copiapó>como comunidad de oro, habia crecido tan aprisa que el presidente re- comend¿ibaa su correjidor hacer alarde de jente de armas, i le autorizaba para formar con ellas un rejiraiento si su número llegaba a seiscientas plazas de guerra.

VIII.

Coincidió con el auje de las minas de oro de Copiapó, o mas bien, vínole de refuerzo, el descu- brimiento de las minas de oro de Petorca i de su célebre mina del Bronce, mas animada sin embar- go entre los mineros que por su notoria riqueza por la trájica muerte de los siete mineros que fue- ron a robar oro i se quedaron convertidos en es- tatuas de piedra, según da cuenta una rima popular de aquellos tiempos, que mas adelante haremos conocer. (1)

(1) En cuanto a las minas de Lampagui de que habla Fre- zier, como si hubieran sido mui ricas, no solo en oro sino en plata, cobre i otros metales, no ha quedado huella conocida, i lo único que se colije por el grado jeográfico que él les asigna, (pues en su tiempo se descubrieron, i despoblaron con la nove- dad i la codicia a Santiago) deben haber existido en la serranía, en un paraje medianero entre los departamentos de Combarba- e Illapel. Parece que el mineral era verdaderamente rico pero demasiado duro, por lo cual hubo de abandonarse, como muchas minas de cuarzo aurífero en Chile. Sabido es que casi la totali- dad del oro existente en el mundo procede de lavaderos o place- res, en la proporción de 83 por ciento, mientras que el oro de minas, según los cálculos dje Laveleye, solo ha contribuido a la

143

La ponderada mina de la Amazonas, junto a la Ligua, que boi desaterra el injeniero aurífero Simpson con capitales extranjeros, i en seguida los trabajos del rico minero Gamboa, fundador de Alhué, frente a R-ancagua, a fines del pasado si- glo, completaron la red de riquezas auríferas que ostentaba Chile en sus entrañas i que le colocaron en primera fila entre los paises productores de oro en aquel siglo.

masa comim en la proporción de un 1 2 por ciento.

Frezier es el único autor que menciona a Lampagui i fija pa- ra su ubicación el grado 31°.

El cordón de Lampagui i el de Llavin (o Llaliuin) que tam- bién menciona el viajero francés, forman hoiel límite que separa a Illapel de Combarbalá por el lado de la cordillera; pero es mui posible que el mineral de oro de que habla el viajero fran- cés, sea el llamado lioi por los mineros de Illapel i de Combar- bala íLampago» o «Mampago» en el cerro de los Hornos, alta cuesta medianera entre ambos departamentos, como el cerro de Capote entre Vallenar i Freirina.

A tres o caatro cuadras del camino real del norte, hacia el oriente, se ven en efecto todavía grandes desmontes de metales durísimos, i hace pocos años que un minero de oro de aquellos parajes, llamado Rudesindo Aguirre, a quien hemos conocido, «yendo a la leña,» encontró en ese desmonte un pequeño guija- rro tan tachonado de oro que un cambiasta de Illapel le dio por él 3 pesos. Consérvase toclavia en aquella ciudad la tradi- ción del iiltimo dueño de la mina de Lampago, el mentado «don Bartolo Intento» (Atieuzo?) hombre tan rico que «cuan- do salían a ladrarle los perros, los espautaba con pesos fuertes.»

La famosa mina de la Curia, que hoi se trata de rehabilitar, está en la misma corrida de los Hornos.

14Í

IX.

De todo esto habremos de dar cabal cuenta mas adelante, pero en nada se aventm-a la verdad al anticipar desde ahora la formal creencia de que el siglo XYIII fué la segunda Edad deloro que nosotros hemos inscrito como carátula de este trabajo histórico i de prueba.

Dos viajeros científicos que en su medianía vi- sitaron de lijera nuestras costas, como Frezier en sus comienzos, don Jorje Juan i don Antonio de Ulloa, capitanes de fragata de la armada españo- la, resumen, en efecto, las impresiones favorables que de la somera inspección del reino recibieron, en las palabras que a continuación copiamos:

«Entre Quillota i Yalparaiso en un paraje que dan el nombre de la Ligua, hai un mineral de oro muí abundante i de buena lei. También en Co- quimbo se trabajan algunas minas de oro i del mismo modo en Gopiapó i en el Huasco: a el que se saca de estas últimas dan el nombre de oro ca- pote, siendo el mas sobresaliente de el que se co- noce. Hai en aquel reino otra especie de minas del mismo metal distintas de las antecedentes, i estas son tan superficiales, que a poco de haber empezado a trabajarlas i rendido alguna porción se desparece la veta; estas son en grande número como también las de lavaderos-, las cuales se ha- llan como a una legua de Yalparaiso, entre este

145

lugar i las Peñiielas; (1) otras en Yapél, en las fronteras de los indios jentiles i en las inmedia- ciones de la Concepción: de todas estas i otras varias que se conocen en aquel reino se saca oro en polvo, encontrándose tal vez algunas pepitas de bastante grandor, por el qual han solido hacerse particulares.

))Todo este oro que se estrae en Chile se vende allí, añaden los navegantes españoles, para llevarlo a Lima, que es donde se sella, porque en Chile no hai casa de Moneda, i se tiene averiguado por la razón que se toma de él, que sale anualmente la cantidad de seiscientos mil pesos; pero aseguran que el que se extravía por la cordillera pasa de quatrocientos mil, i así compondrá el todo un mi- llón o algo mas. (2)

(1) Este lavadero podía ser o el actual de Llámpaico, tan lleno hoi de panizos para sus esplotadores, o el que los jesuítas tenían en su hacienda de las Palmas i que visitó Frezíer eu 1713. Pero uno i otro distan algo mas de una legua de Valpa- raíso.

(2) Aunque los célebres navegantes españoles no hicieron mas que asomarse a las costas de Chile en persecución de Lord Anson i su escuadrilla en 1741-43, se quedaron mui atrás déla verdadera producción del oro al hablar de un millón al año, asf como a Molina se le pasó la mano, según lo observa Huraboldt, al hacer subir el rendimiento del oro a cuatro millones de pesos por año. Mas adelante se restablecerá la verdad con cifras es- tadísticas; pero entretanto no estará demás recordar que un mi- llón en la medianía del siglo pasado equivalía como valor mer- cantil a cuatro millones del presente.

LA E. DEL o. 19

146

í)Coqmmbo i el Huasco, países donde los minera- les de todas suertes de metales son tan comunes que parejee que la tierra está convertida en ellos, son los parajes donde se trabajan los de cobre, de que se abastece todo el Perú i reino de Chile: pero aun de este metal, cuya calidad es lo mas sobresalien- te, que se conoce, solo se hacen labores en aquellas minas que se consideran necesarias para el consu- mo que hai de él, quedando intactas lamayor parte de las otras de que hai noticias i se tienen descu- biertas.» (1)

Fué a la verdad tan notable el incremento de la producción del oro en Chile desde el primer tercio del siglo XVIII, que sus pobladores comen- zaron a solicitar del rei el planteamiento de una casa de Moneda para sellar oro, desde 1730, liber- tándose de los riesgos de mandarlo a Lima i de los contrabandos a Buenos Aires i a todas partes.

La actual Moneda de Chile no debió su oríjen, por consiguiente, a la equivocación de una real cédula, según corre en una patraña popular, que la destinaba a Méjico, sino a la abundancia de su pro- ducción i esportacion de oro. I hecho tan significa- tivo es el- que vamos a comprobar en el próximo capítulo, valiéndonos de los propios archivos de la Real Casa, en los cuales encontraremos también mas de un autorizado dato estadístico que confir- me por completo lo que venimos sosteniendo.

( 1 ) Juan i Ulloa. Relación riistórica de viajes hechos a la, América Meridional Española, vol. III. páj. 350.

CAPÍTULO IV.

LA CASA DE MONEDA DEL ORO.

La abundancia de la producción del o induce a loa chilenos en ITLIO ;v solicitar una casa de Moneda para acuñarlo. Desaire i menosprecio do los magnates de Lima a propósito de esta solicitud. Insisten los mag- nates santiagumos i va a I'yspaña el caballero vizcaíno don Francisco üarcia Huidobro, quien obtiene el privilejio de establecer la casa do Moneda por su cuenta. Curiosas condiciones de este monopolio perso- nal.— Viajo do Garcia Huidobro a Chile, su captura por los ingleses en Portugal i su rescate. Regresa a Santiago i edifica Ja Ca?a Real de ht cual se hace marqués. Celos de los santiaguinos con el marqués do Ca- sa Real i se oponen a su privilejio.^ Datos inéditos. -So instala la pri- mera Casa de Moneda i comien/.a a funcionar en 1759. ]\Ionto do la amonedación hasta 1770. Trescientos ochenta i cinco quintales do oro en once años.^Pingües provechos del marqués de Casa Real. Se renue- van los celos de los santiaguinos i. ayudados par el codicioso Vírey Amat, obtienen la abolición del privilejio del man(ués. «Los testigos del Virey Orcasitas.» Knérjica defensa que de su derecho hace el mar- qués Huidobro i cómo prueba el gran incremento que ha tenido la pro- ducción del oro i la renta del reí con su Casa do Moneda. Es expropia- do, i Carlos HI trampea el valor de la Moneda i lo paga la República un siglo ma? taide. Regocijados los santiaguinos con el despojo del marqués, ofrecen al presidente Morales «El Basural» para fundar la «Casa de Moneda del oro.» Se oponen los padres de Santo Domingo o inician un pleito que dura veinte años. Documentos inéditos. Los ci- mientos del r3asural dan en agua i se traslada la planta de la Casa do Moneda a la Arboleda de los jesuítas, donde hoi existe. Relación del Virey Amat solare la planteacion do la nueva Casa de Moneda i su plan de sueldos. Presupuesto de estos en 1810. El archivo de la Moneda. Compra do oro en 1772 a 1781. Gastos semanales do amonedación. «El volante.» Rendimiento del oro i de la plata conforme a las compra'* hechas en el decenio de 178U a 1798.— Cuadro del oro comprado desdo 1799 a 1817. La producción máxima del oi'o en 1800 i en 1810.— «Dos rail quintales do oro». Comienza la decadencia do la producción junto con la guerra de la Independencia.— Nuevas comprobaciones.

148

«Realza i multiplica el júbilo a los veci- nos i moradores do esta ciudad (Santiago) í aun de todo el reino, la noticia que tienen de la concesión i permiso de la Casa de Moneda que S. M. se ha dignado permitir en ella.» (M.vdakiaítA Relación del obis- pado de Santiago, inédita, 1744.)

«Mayores eran las cantidades de oro que pasando por alto para fuera del reino o consumiéndose en obras antes de sellarse, defraudaban el derecho deljrei.» (Miguel DE OlivaiíES, obra citada, páj. 28.)

1.

Decíamos poco lia que la Casa de Moneda de Santiago de Chile era un perdurable monumento levantado a su oro, o, como es mas propio decir^ a la «edad del oro» cuyos anales aquí de prisa bos- quejamos, I así en efecto lo afirma el virrei Amat en la parte inédita de sus Memorias que se con- serva en nuestra Biblioteca Nacional, como un documento precioso para la historia económica, mercantil i financiera de esta pobre colonia sacada en aquel tiempo del lodo. . . por el oro.

II.

A consecuencia de la abundancia de producción que comenzaron a rendir todos juntos los minera- les de Tiltil, de Copiapó, de Capote, de Lampa- gai, de Limadle, del Asiento de la Ligua (Lúa, dice Fernandez Oviedo), todo el norte en fin, (como antes liabia sido todo el sur), los santia-

140

guiños, que nunca fueron cortos en pedir, se atre- vieron en efecto por el año de 1730 a solicitar directamente, poniéndose a los pies del rei de Es- paña, una Casa de Moneda propia, que les liber- tara del yugo, de las trampas i de la soberbia de Lima, aborrecida ya desde entonces.

Tenian por ese tiempo casa de Moneda, como cosa o casa propia, ademas de la opulentísima i despótica Ciudad de los Eeyes, Potosí, Méjico i hasta Popayan; i por aquello talvez de que «todo el mundo es Popayan 5», los chilenos, acordándose que sus mayores hablan disfrutado de los pingües beneficios de aquella institución real en la remo- tísima Osorno, exijieron con ahinco un privilejio que no era sino una devolución.

III.

Pero los §rvandes mercaderes i potentados de Lima, condes i marqueses, que-miraban entonces a Santiago exactamente como Santiago miraba hace pocos años la ce villa del Cóbil,» antes de in- corporársela como uno de sus mas sucios arrabales, echaron a la risa la pretensión de los colonos del sebo, del charqui i del afrecho de trigo. Los lime- ños pretendían seguir lisa i llanamente usufruc- tuando el oro de Chile, como usufructuaban el sebo de sus ramadas de matanza para el alumbrado de sus casas i de la ciudad, del charqui para la paila

150

de sus negros esclavos i del trigo para los amasi- jos de sus panaderias.

Negáronse por consiguiente a tal enormidad, i las cosas quedaron así entre peticiones i papeles por mas de una década de años.

lY.

Lo mas curioso del caso era que el virei de Li- ma, informando en contra al rei, daba por razón, del desaire que hacia a los cliilenos, el riesgo de sus terremotos para edificar casas reales; de suerte, que, a juicio de aquellos majistrados, los in- felices habitantes de este pobre reino estaban des- tinados a vivir solo en ranchos, al aire libre o ba- jos los árboles, como los indi^ i los pájaros. Pero lo cierto fue que aquelki escusa labro alguna me- lla en el real ánimo, por cuanto lo que mas se encargó mas tarde al arquitecto Toesca, traido espresamente de Roma para edificar la actual Mo- neda, faé que la hiciese «aprueba de terremotos.» I de aquí la inquebrantable solidez i enormísimo peso de este mausoleo de piedra que a tantos ha aplastado i sigue aplastando con su mole de cal, ladrillo i canto, «cal i canto.»

V.

Pero al fin los magnates del Ptimac encontra-

151

ron la horma de su zapato en iin caballero vizcaí- no, intelijente como su raza, especialmente para el negocio, i tenaz para sus empresas, como el fie- rro de sus montañas. Llamábase este hidalgo don Francisco García Huidobro, i se habia avecindado en Santiago como negociante i como minero, ca- sándose con una de las mas ricas herederas de la ciudad i de la familia que dio todas las grandes dotes, si no las grandes bellezas, a la coloaia en su último período, la familia Larrain, llamada por su número prodijioso la «de los Ochocientos.» Empeñado el caballero vizcaíno en la obra de acuñar el oro de Chile en casa propia i no alqui- lada, fuese a España; i tan buena maña se dio que en 1744 obtuvo el real permiso para poner de su cuenta casa de Moneda en la capital de Chile, con el título de tesorero perpetuo de ella, i sin mas gravamen que reconocer el derecho de señoreaje por el cuño (llamado el uno i medio de G)bos, por el secretario dd Carlos V. a quien el emperador dio esto regalo de millones) i la obligación de enajenarla al rei, si éste alguna vez lo tenia por conveniente, pagando la empresa, a tasación de peritos, i abonando un cinco por ciento por los ca- pitales que al tiempo de ajustar el pago quedasen en moras. El rei era el mayor tramposo de todos los deudores de Indias, i esto harto lo ha conoci- do la familia del fundador de la Moneda que solo en plena república, i hace pocos años, ha recibido

152

el importe de lo que S. M. Carlos III quedó de- biendo a su abuelo i bisabuelo don Francisco Gar- cía Huidobro, marques de Casa-Real.

VI.

Gozozo con su espléndido monopolio, embarcó- se el emprendedor vizcaíno en Cádiz con su maqui- naria i obreros con rumbo a Buenos Aires para desde allí atravesar las pampas i las cordilleras con su volante í su cuño-, que eso era con algunos po- cos fierros i crisoles lo que entonces se llamaba Casa de Moneda.

Pero al principio le cupo poca fortuna, porque como la España era rica i la Inglaterra pobre, estaban las dos monarquías en eterno pleito en aquellos siglos; i esto de tal suerte que a poco de sa- lir de Cádiz apresaron al tesonero vizcaíno, i con su maquinaria i obreros, lo llevaron a un puerto de Portugal, entonces como hoi, sucursal de la Gran Bretaña, i allí lo declararon buena presa.

VIL

Mas como los ingleses son jentc práctica, cono- cieron a poco que mas les valia soltar la presa, con la esperanza de atrapar algún dia los doblones de oro sellados de Chile; i por un rescate del doble del precio de fabrica o de factura de la maquinaria,

153

le dejaron seguir su camino. Esto mismo cuenta el fundador en un documento de reclamación al rei que existe en el Archivo de la Cámara de Di- putados, agregando que la prima que pagó a los ingleses por su soltura fué de 100 a 150 por ciento.

VIII.

Llegado al fin a Chile, compró el futuro mar- qués de Casa-Eeal un sitio en parte central i pre- destinada de la ciudad, edificó casa adecuada, «la Casa Real)), que es la misma que hoi reedifica de cal i ladrillo con zócalos de Regolemo la Caja Hi- potecaria, esta moderna casa real de Chile; i así, en la medianía cabal del siglo por escelencia del oro, quedó instalada la fábrica de moneda con el gasto, injente entonces, de noventa mil pesos, en cuya suma dice el caballero vizcaíno invirtió ce el cau- dal de sus amigos i la dote de su mujer.»

El mismo fué nombrado, por su propia virtud, administrador i tesorero, cuyo título debia pasar a sus sucesores hasta la mas remota jeneracion, por juro de heredad, como el derecho de correos que tenia monopolizado en el Perú i en Chile la familia de Caravajal, sin que pudieran perderlo sus herederos, ni aun por el mayor delito, con tal que éste no fuera uno de estas tres enormidades, lesoe magestatis, «pecado nefando», i lo que era mucho peor que todo esto la «herejía» . ..

LA E. DEL O. 20

154 ^

IX.

No se habia engañado el sagaz vizcaíno en sus cálculos, porque el oro afluyó a sus cuños como un verdadero raudal, i estando alas cuentas compro- badas del virei Amat, en solo doce años, esto es, desde 1759 a 1770, selló la casa de moneda la enorme cantidad de 77,344 marcos, o onzas i 8 octavos de oro, o lo que es lo mismo, 38,672 li bras o trescientos ochenta i seis quintales de oro, todo oro chileno, fuera del que se pasaba por alto (que así se decia porque llevábanlo de contraban- do por encima de la cordillera), que probable- mente era el doble o el triple. Los chilenos no querian ser menos que el rei i, como dice el padre Olivares, a su vez, lo trampeaban . . .

X.

Por su parto, el contratista vizcaíno hacia pin- güe cosecha, rindiéndole tal provecho los golpes del volante sobre la blanda pasta, que luego com- pró un marquesado real, dándole el título de su propia casa. Según el avaro i cuidadoso cálculo de sus contemporáneos, el marqués no ganaba me- nos por año de veinte mil pesos, lo que era como ganar hoi un millón. (1)

(1) aqiü las curiosas e importantes revelaciones que a

155

XI.

Pero esto mismo fué al fin la perdición del marqués, porque ha sido también i es todavía achaque eminentemente santiaguino esto de no dejar que otros ganen cuando no ganan todos con él, como si no fuera refrán tan cierto como la luz del sol i el agua de los aguaceros que- -«cuando llueve todos se mojan», i aquel otro de que «mas da el duro que el desnudo.»

Fué de todas maneras lo cierto que la negra en- vidia comenzó a afilar sus colmillos; ayudó a los murmuradores el avariento virei Amat; despertóse la cupidez del rei; fueron talvez regalos i las tale- este respecto contiene la memoria inédita de Amat:

((Desde el año 1759, hasta el de 1770 (ambos inclusive) que se comprenden doce años, y en que se mandó incorporar a la Corona dicha Real Casa, se habian labrado, y amonedado en ella 77,344 marcos, 5 onzas, 8 octavos de oro. En los primeros tiempos huvo menos labor; pero posteriormente pasaron de 4,000 marcos los que se acuñaron al año; Suponiendo que en la es- presada Casa, únicameete se acuñasen 4,000 marcos, importan éstos, a razón de 135, pesos 544,000 pesos. Y pagándose a 128 pesos 32 maravedís según ordenanzas de Casas de Monedas únicamente 512,470 pesos 4 reales 28 maravedís, lograba el Asentista 31,527 pesos 3 reales 10 maravedís; y aunque consu- miese mucha parte en materiales y salarios, con todo, le queda- ba una crecidísima utilidad, que es la que al prese7ite reporta su Majestad, con mas las correspondientes que ofrecen las mone- das de Plata.»

156

gas del virei Orcasitas como testigos, i de repente vino la real orden de quitar al marqués de Casa- Real su casa i adjudicarla al real tesoro de Carlos III, que en agarrar lo ajeno no fué corto. (1)

XII.

En vano fué que el monedero mayor de Chile hiciera toda clase de argumentos. Ponderó en sus defensas el estraordinario incremento del reino con el derrame del oro acuñado en el pais, lo que

(1 ) El bando promulgando la Real Cédula de San Ildefonso que mandaba crear la casa de moneda de Santiago por cuenta de un particular, fué publicado en la capital el 10 de setiembre de 1544, i en él se prohibía que se sacase del reino ningún haro. Así, al menos testual mente dice el libro de actas del comercio de Santiago durante el siglo XVI II que orijinal teníamos en nuestro poder hasta que hace poco nos lo robó alguien^ junto con los seis volúmenes de preciosos manuscritos del jenerál Mackenna i otros importantes documentos i hasta valiosos li- bros.

Pero los caballeros santiaguinos, verdaderos perros de hortelano (aunque jamas robaron libros, ni manuscristos, m.horo), se con- gregaron inmediatamente enjuntá, i pidieron al reí que revocara al permiso dado a García Huidobro como obtenido «por informe i relación subsepticia» (por subrebticia), i pidieron "que el rei tomase la erección de su cuenta.

En cuanto a los testigos del virei Orcasitas, de Méjico, dicen que fueron 200 talegos de a mil pesos que presentó en un armario para probar su inocencia, i así la obtuvo en un caso de peculado, de un ministro de España, a quien le habia prome- tido probarle su acrisolada honradez «con doscientos testigos.»

157

era efectivo; probó que los quintos reales del oro, que antes no pasaban año con año de 9,300 pe- sos, habian subido en 1773 a 30,749 pesos, fuera del derecho de señoreaje o privilejio de fabricar moneda que él habia pagado, doblón sobre doblón, hasta la enorme suma de 116,217 pesos en los años corridos de 1750 a 1766. Todo fué inútil, i aun contraproducente, porque ni siquiera le valió haber hecho en 1767 un donativo de 1,300 pesos contra el inglés (dulce venganza del cautiverio i rescate de Portugal!) ni haber regalado diez mil pesos al presidente Morales para la guerra con los Araucanos en 1770.

Citaba también el acongojado marqués en sus memoriales el progreso visible del reino: «la ma- yor labor y descubrimiento de minas; la ninguna extracción del oro a Keinos Extranjeros; el au- mento de Mineros; la extensión del comercio y población tan ventajosa al Estado en el floreciente en que hoy se halla la capital y reino de Chile.» (1)

(1) Los regocijados santiaguinos, vencedores del opulento marqués vizcaíno, acordaron regalar, i de hecho regalaron al rei, el sitio llamado el Basural para la nueva casa de Moneda. Pero no contaban los ediles con la huéspeda, es decir, con los padres de Santo Domingo, quienes, llamándose a dueños del terreno, pusieron pleito, el cual duró veinte años, conforme a los documentos inéditos que en seguida copiamos i que existen orijinales, el primero en la Biblioteca Nacional i el segundo en

158

XIII.

Mas, no hubo arbitrio. El presidente Morales tomó posesión de la casa real a nombre de Carlos

el archivo del cabildo, i dicen así:

I.

«En esta ciudad de Santiago de Chile; en uno dia del mes de junio de 1772 años, los señores de este ilustrísimo Cabildo, con- sejo de justicia y reximiento, estando juntos en su sala de ayun- tamiento como lo han uso y costumbre, a saber los que abajo firmarán sus nombres. En este dia disponen que haliándose no- vissimamente adjudicada al real Patrimonio la casa de Moneda de esta ciudad, con noticia de que para su construcción se deli- bera'sobre el sitio de mejor propósito y siendo de este el que posee esta ciudad a continuación de los solares de el convento de Santo Domingo, assi (hacia?) a su espalda, acordaron (para?) que las tales intenciones tengan su logro, debían hacer y hacían oblación de dicho sitio para que en él pueda plantificarse la cas- sa sin que Su Majestad tenga precisión alguna de ninguna exhi- bición para la consecución del terreno y sitio correspondiente a dicha casa y que assi mismo contribuirá poner con sueldo, (con- suelo?) con todo aquello que se conbíniere en sus facultades para ofrecerlas en su servicio y obsequio de Su Majestad. Así lo acordaron y firmaron de que doi fé. Luis Manuel de Zañartu. José Miguel de Prado. Mariano Zavalla. Miguel Pérez Cotapos y Villa??iil. Pedro Andrés de Zagra,—Jna7i Ignacio de Goycolea. Juan de Santa Cruz. Dtor. Aguistin Seco y Santa Cruz, licenciado. Ante José Gómez de Silva, escribano pú- bli&o,»

(L Santiago, \\ de junio de 1772. j)Admítese en nombre del Rey la oferta que hace el procura-

159

IIT; rechazó la compra del edificio del marqués por «estrecho)), i sin embargo de haber hecho tasar la maquinaria por peritos de tan poca leí

dor jeneral de esta ciudad por represen tacioii de sa Cabildo, Jus- ticia y reximiento del sitio que posee a inmediación del Puente y al Convento de Predicadores, para que en él se levante la nue- va Casa de Moneda incorporada a la Eeal Corona, en perpetui- dad y con proporción a todas sus oficinas y se le dan las gra- cias a nombre de Su Majestad, informándole de este servicio como de la continuada demostración de su fidelidad y del celo de propender al maior beneficio de la real hacienda; y los oficiales reales tomarán posession del precitado sitio con las formalida- des prevenidas en derecho mandándole medir por^-el alarife, con citación de todos los circunvecinos y darán cuenta de su deli- gencia para que se provea lo mas que convenga.

Morales. {Luqite. ) »

II.

Cabildo estraordinario de 24 de julio de 1791.

«Instruidos de los autus formados entre el señor Procurador Jeneral de ciudad y el convento del señor Santo Domingo sobre el derecho a un sitio nombrado el Basural en que se declaró para el Supremo Gobierno de este Reino, a consequencia de la sentencia dada por el Tribunal de esta Real Audiencia tocan y pertenecen a dicho convento el sitio, según la mensura hecha por el alarife Vicente Marcelino de la Peña, acordaron que en atención a no haber acreditado dicho convento mas dominio que de siete solares, según documentos de f. y fs., lo que no tuvo presente el enunciado alarife para la mensura que practicó a que por el citado auto de f. 83 quaderno 1.° se dejó reservado a dicho señor Procurador para que sobre el error que notaba la indicada mensura y demás pretensiones que constan de los autos para que usase de el en esta Real Audiencia y a que tiene

160

que, según las palabras del agraviado, valori- zaron en doce pesos tres reales i un cuarti- llo, ciertos utensilios que ellos mismos hablan fabricado haciéndose pagar 425 por cada uno, quedó debiendo el rei a su subdito 79,600 pesos,

demostrada el convento a la calle del Monasterio de Capuchinas que debia dirijirse a la nombrada de las Ramadas, en cuio terre- no tiene parte la ciudad, el señor Procurador Jeneral de ella, con reflexión a estas consideraciones, esforzándolas lo mas que le dic- tare su celo, se presente al tribunal de esta Real Audiencia con- testimonip de esta causa, a fin de que se declare por dicha su- perioridad que el dicho convento está bastantemente enterado de los siete solares a que tiene dominio con lo que se halla de claustrada y que el demás terreno que intenta edificar pertene- cen en ambos derechos de posesión y propiedad a los propios de esta ciudad, y quando a esto lugar no haya, exponga que en aten- ción a la necesidad pública de todo aquel terreno, así por el be- neficio de la población como por otras circunstancias que este Cavildo tiene consultado con el M. I. 8. Presidente, se obliga a la ciudad a comprar a dicho convento la parte que tenga del citado terreno ú beneficio de sus propios.

j>Y assi lo acordaron y firmaron dichos señores que doy fee.» Con todos estos trámites la construcción de la actual casa de Moneda tardó 36 años, desde 1772 en que se dio el sitio del Ba- sural hasta 1808 en que la instaló definitivamente el presidente Muñoz de Guzman con un gasto de 922,263 pesos, según cuentas archivadas en la Contaduría mayor. El gasto del edificio había corrido desde el 1.° de junio de 1783 en que se principió la obra actual hasta el 1.° de julio de 1808.

En la Historia de Santiago, vol. II., hemos hecho la historia de la Moneda, pero solo como edificio, i con relación a la edilidad. Los datos publicados aquí sobre la Moneda del oro, son entera- mente nuevos e inéditos.

161

los mismos que un siglo mas tarde pagó la hon- rada república a sus herederos.

Carlos Iir, rei flaco i cazador, fué ciertamente manilargo, i al ver lo que sus lugartenientes i es- pecialmente el odiado i temido Amat habian he- cho con los jesuítas, vecinos de calle del marqués, debió echar éste la barba en remojo. I en efec- to, los unos i los otros fueron, con diferencia de pocos años, despojados: los padres en^l767 i el marqués en 1770.

XIV.

En consecuencia, la maquinaria de la casa de Moneda fue trasladada temporalmente al claustro desocupado de la Compañía de Jesús, en la parte que caia a la calle de la Catedral, i allí estuvo va- rios años hasta que el presidente Benavides, des- pués de haber hecho cavar los cimientos de la nueva casa en el basural del rio (donde hoi está el Mercado central), i dando aquéllos, como se le habia anunciado, en agua, la ubicó definitivamen- te en la arboleda que en el sitio en que hoi se levanta tenían los jesuítas, en torno de una cuarte- ría de teatinos, i de esto vino el nombre de la calle de atravieso. La calle de Huérfanos, destinada a ser calle de plata, i que hasta entonces habia vi- sado huérfana de nombre, como todas las de la capital, pasó a denominarse calle de la Moneda

LA E. DEL O. 1

1G2

vieja (por la desocnpada habitación del marqués de Casa-Real) i la de Morandé tomó este nombre por la alianza i edificio de esta familia con la del marqués. Antes llamaban vulgarmente a la últi- ma calle de la botica de los jesaitas, por la que estos buenos servidores de la ciudad tenian en el preciso sitio en que hoi se levanta el peristilo del Senado, bptica i mortero de la república. (1)

XY.

Tal fué la historia de la primera casa de la Mo- neda del oro^ i queremos completarla cediendo la palabra a su principal autor en la forma i planta que hasta el presente tiene, esto es, al sagaz i co- dicioso pero resuelto virei Amat, el catalán de la Pe rrichola, insaciable de amoríos i de oro. He aquí su interesante relación tomada del capítulo 26 de su Memoria inédita citada, el cual capítulo lleva este rubro: Beal casa de Moneda de Chile, i di- ce así:

ccLiSi porción crecida de oro, que se sacaba en el Reino de Chile, se pasaba a amonedar a esta ca- pital; pero mucha parte se extrahia por la vía de Buenos-Aires, y así por el cabildo Justicia, y Re- jimiento de la ciudad de Santiago, se solicitó la

(1) Memorial orijinal en el archivo de la Cámara de Dipu- tados.

163

creación de una RL casa, para labrar Oro y Plata ofreciéndose a su construcción, y a la satisfacción de salarios y demás gastos á sus propias expensas, Don Francisco Garcia Huido1)ro, con tal de que se le concediese el empleo de tesorero perpetuo para sí, sus hijos herederos y subherederos, lo que visto por su Majestad en Rl. Cédula de 16 de Oc- tubre de 1744, vino en semejante solicitud, bajo de las condiciones, calidades, ampliaciones, y pri- vilejios contenidos en dicha Real determinación, previniéndole a mi Antecesor ausiliase el referido establecimiento, que corrió de este modo por al- gunos años.

))Por Rl. Cédula de 8 de Agosto de 1770 se mandó incorporar a la Corona la referida casa, cometiéndoseme su ejecución, y cumplimiento, y que al mencionado Huidobro, se le satisfaciese lo que correspondiese a su contrata y certificase en toda forma haber gastado en semejante habilita- ción; pero que se le mantuviese en dicho empleo de Tesorero durante sus dias.

í)Para esta resolución fué preciso tomar varias medidas, que orientasen mas los conocimientos, que yo tenia de antemano de aquel Reino. Al Pre- sidente de aquella Real Audiencia, con fecha 11 i 13 de Marzo de 1772 le comuniqué las órdenes, y advertencias respectivas, con cirreglo a las orde- nanzas de la casa de esta capitah para su planti- ficación. A las personas que tuve provistas para

164

Intendente, contador, y Ensayador, que son los móviles de primera plana, les mandé se instruye- sen en esta Real casa, con formal estudio del me- canismo de estas operaciones, para que se acom- pañase a la especulación la práctica tan necesaria para su puntual desempeño. Nombré Intendente, Contador, Oficial de Tesorero, Guarda materiales y Portero marcador, quedando los demás empleos reserbados a la discreción de aquel Presidente, mediante lo que se estableció, provisionalmente el reglamento comprehensivo del número de ofi- ciales, y sueldos, que havian de gozar, de que di puntual noticia a S. M., quien se sirvió aprobar mis providencias por Rl. Cédula de 30 de julio de 1774.

Sueldos que se satisfacen a los Dependientes de la

Bl. Casa de Moneda de Chile, por Decreto

de 12 de marzo de 1772.

Al Intendente 3000

Al Contador 2050

Al Tesorero 2050

Al primer Ensayador 1500

Al segundo Ensayador 500

Al Balanzario 550

Al Fiel de Moneda 1000

Al Fundidor mayor 1000

Al Guarda cuños que ha de suplir de Contador de Moneda en la sala de

165

libranzas 300

Al Guarda materiales j maestro de Moneda que sirve también de guar- da-vist^ de la fundición 450

Al Oficial de Contaduría que debe su- plir por el Balanzario 480

Al tallador mayor ^

A su oficial y 1400

Al Aprendiz de Talla J

Al oficial de Tesorería que sirva de ayudante de Balanzario y Contador

de Moneda 300

Al Escribano 200

Al ayudante de fundidor mayor que

suple por el guarda materiales .... 000 Al Portero mayor que sirva de Conta- dor de Moneda 200

A un sirviente 90

A un cerrajero, su oficial i soplador. . 300 A un guarda de noche 150

Total 15520

i)La cantidad de quince mil quinientos veinte pesos destinada para los sueldos de Oficiales, y Dependientes es fuera de los gastos ordinarios que se consumen en la labor de Oro, y la plata.

))Para esta referida Real Casa como igualmente para la de Lima, y Potosí, según llevo anterior- mente dicho, remitió su Majestad nuebos cuños,

^ 166

sellos, y Punzones con arreglo a la Real Pracrna- tica de 29 de mayo de 1772 ya citado, comunicán- dole Yo, á aquellos oficios las reglas é instruccio- nes que pide el mas exacto cumplimiento condu- cente al Real servicio, como podrá Y. E. ber, por los autos, y papeles que se le entregarán por mi secretario de Cámara.» (1)

(1) Los sueldos de la plana mayor de la Casa de Moneda cuando en 1810 pasó de manos del reí tramposo a las de la Re- pública buena pagadora, quedando así vengado de los desaires su fundador, estaban reducidos a 10,381 pesos según un docu- mento orijinal de la época i con el siguiente personal.

Superintendente don José Santiago Portales | 3,000

Contador dcfn Santiago Vicente O'Rian » 2,050

Tesorero don Silvestre Martin Ocliagaví a » 1,500

Ensayador mayor don Francisco Rodríguez Bro-

chero » 1,500

Asesor don José Gregorio xirgomed). » 150

Capellán don Manuel Cañol » 250

Escribano don José Ignacio Zenteno » 200

El total do gastos de empleados era de | 10,381.

El primer ensayador de la Moneda que vino a Chile se llama- ba don José de Larrañeta, i fué nombrado ensayador de las cajas reales por el virrei del Perú; pero los desconfiados mercaderes de Santiago se reunieron en jauta de comercio el 20 de enero de 1756 i elevaron una representación para tener ensayador por su cuenta.

El último ensayador del rei fué don Francisco Rodríguez Brochero, hombre mui intelijente i de cuyos trabajos nos ocupa- remos mas adelante.

167

XVI.

El despojo real de la Casa de Moneda del mar- qués de Gasa Real pudo ser injusto como la es pulsión de la archi-millonaria Compañía de Jesús i, a nuestro juicio, lo fué; pero en el fondo una i otra disposiciones tuvieron un alcance profunda- mente político i benéfico para la industria i la prosperidad de la colonia, por cuanto eran la re- dención de un doble monopolio, monopolio de la agricultura que los padres esplotaban i esportaban sin pagar ningún tributo, a título de relijiosos, i el monopolio del oro que el marqués de Casa Real habia resumido en su familia, a título de empre- sario contratista.

XVII.

La casa de Moneda siguió, en consecuencia, fun- cionando por cuenta del rei; i de sus libros, que he- mos rejistrado en su enorme i polvoroso archivo, resulta la comprobación del incremento gradual d"e la producción del oro en todo el país, sin to- mar en cuenta sino el que allí iba a sellarse, que era lo menos. ,

Hemos, en efecto, formado un prolijo estado del oro que se amonedó en la primera década de la administración por el rei, i de esa demostración

168

perfectamente comprobada, libro por libro, fecha por fecha, resulta que se compraron por el teso- rero real no menos de 45,955 marcos de oro, que al precio de 128 pesos, que era el de ordenanza, valia 5.948,118 pesos conforme al siguiente pro- lijo estado:

Marcos. Importan.

1772 1.382 253.257

1773 3.953 506.505

1774 5.042 646.040

1775 4.382 567.538

1776 5.002 640.877

1777 5.138 646.418

1778 5.248 660.900

1779 5.429 695.550

1780 5.168 662.772

1781 5.216 668.261

45.955 5.948.118 XYIII.

No va comprendida en esta cuenta la ganancia que dejaba al erario la diferencia siempre favora- ble de la calidad del oro, porque éste se compraba indistintamente como si fuera de 22 quilates, siendo de ordinario su lei mucho mayor.

Hubo año (el de 1781), según los libros de

-- 160

cuentas de la casa de Moneda, en que esta diferen- cia rindió una utilidad de 11,575 pesos 3 reales i 2 maravedises. La utilidad media de la amoneda- ción del oro era para el tesoro de 40,000 pesos al año, siendo los gastos, con esccpcion de los suel- dos, comparativamente insignifícantes. I esta pre- cisamente liabia sido la astuta cuenta sacada por los santiaguinos al marqués de Casa-Real cuando comenzó a enriquecerse hasta dar celos a los mis- mos jesuítas. (1) i

(1) aquí algunos items de los gastos ordinarios de la amo- nedación del oro:

Carbón en un año 94 pesos 50 centavos.

A don Agustín Tagle por 6 quintales 38 libras de fierro ver- gazon para componer los hornos de afinación, a 20 pesos quin- tal, 129 pesos.

El cobre se compraba a 2 i medio real¿s la libra para las liga- ciones i el cobre en granalla a 4 reales libra.

El azogue era traído directamente de España i llegó a vender- se a 84 pesos el quintal, pero en 1781 estaba cargado solo a 70 pesos i 5 reales.

Había también algunos gastos estraordinarios, como el que se incurrió en el año arriba recordado para «asegurar el volante,» operación que costó 90 pesos i medio real. Jeneralmente la fun- dición del oro se hacia en cuatro porciones al año i el gasto total no pasaba nunca de 3,000 pesos. En 1781 este gasto fué de 3,099 pesos 6 i medio reales i en 1782, de 2,301 2 reales.

En estas cuentas no están comprendidos los pailones o boca- dos de oro que se sacaban de cada uno de las monedas que se fundían, onzas, medías onzas, cuartos de onzas i octavos de on- za i que se remitían directamente por los tesoreros de las casas de Moneda de la América española, al cofre del reí, destinados a LA E. DEL ü. 22

170

XIX.

Los libros de la casa de Moneda colonial que en número de varios centenares se conservan to- davía en sus armarios, dan completa luz sobre la estraordinaria riqueza aurífera de Chile en la épo- ca que hemos recorrido, porque de ellos resulta que lejos de ir en desmedro, la producción aumen- tó a pesar de los cortísimos medios i herramientas de que en aquel tiempo, fenecidas de hecho i por lei las encomiendas, disponían los mineros con sus bateas de palo i sus trapiches de piedra.

La compra de oro i su amonedación, que según el vireí Amat había sido de cuatro mil marcos, término medio por año en la mitad del siglo, fué subiendo hasta llegar muchas veces a la cifra de cinco mil marcos i aun a la de seis mil.

Notable es como coincidencia la de que el pri- mer año del presente siglo se estrenara con la ma- yor producción de oro conocida por el asiento de

servir probablemente para comprar alfileres al cofre de la reina.

En cnanto al volante del marques de Casa Real, le conocimos nosotros funcionando, manejado por dos robustos peones que lanzaban alternativamente sns brazos de fierro provistos en la estremidad de una pesada bola de fierro, a fin de apretar el cu- fio. Funcionaba especialmente los jueves (dia de cimarra) por los años de 1845, i después que se remontó la Moneda en su pié ac- tual so vendió como fierro viejo.

J71

los libros que hoi justifican nuestra teoría, como los del Cabildo dieron antes razón de nuestras ideas sobre los períodos de secas i de lluvias que el cielo i las nubes se ha encargado de justificar des- de su publicación hasta el presente.

La compra de oro en la tesorería de la Moneda, alcanzó en efecto el año de 1800 a la cantidad de 6,476 marcos o sea mas de 32 quintales, que al precio de compra importaron 829,689 pesos, des- preciando fracciones.

XX.

Cosa no solo de curiosidad sino también de in- terés político i económico es el hecho estadístico de haber alcanzado la producción del oro su máxi- mun después de aquella fecha, precisamente en el año que podríamos llamar de oro en nuestra vida política de pueblo libre, ce el año de 1810.»

Las pastas compradas en ese año pesaron, en efecto, 6,359 marcos, o sea cerca de 32 quintales. I ¡cosa curiosa! apenas aparece la revolución con sus inquietudes, sus turbulencias i sus desconfian- zas, se advierte la disminución gradual de la pro- ducción, descendiendo a poco mas de cinco mil marcos en 1811 i en 1812 i declinando a 4,594 el año 13, año de guerras i a 3,455, en 1814, año de desastres.

He aquí la comprobación de lo que acabamos

172

(le esponer, formada en vista de los pergaminos de la Moneda de Santiago que de esta manera se han convertido en nuestros testigos irrecusables como «las talegas del virei Orcasitas».

El cuadro siguiente que abraza un período de 15 años hasta 1817, arroja una producción de 77,837 marcos, mui superior (en los años que abra- sa del coloniaje), a las que fijaba el virei Amat para la mediania del siglo XVIIT, i dice así:

1799

5,193

m.

665.314

1800

6,476

7>

829,689

1805

5,256

))

692,873

1806

4,686

»

600,359

1807

4,625

3)

592,544

1808

4,642

y>

594,722

1809

4,815

))

616,886

1810

6,359

D

814,700

1811

5,230

))

670,055

1812

5,631

»

721,430

1813

4,574

D

586,010

1814

3,455

))

442,646

1815

4,778

3)

612,145

1816

4,719

)>

604,587

1817

4,398

m.

563,461

77,837

9.087,422 (1)

(1) Estos cuadros columnarios han sido formados por noso- tros en vista de los respectivos libros dol archivo de la Moneda.

173

XXI.

No habría, por consigaiente, en vista de estos datos numéricos i auténticos, razón alguna para no colocar a Chile durante su edad del oro en el piná- culo de los paises productores de este metal, mu- cho mas tomada en cuenta su estension, su esca- sez de brazos i la pobreza de sus medios de pro- Pero aquí un cuadro completo de un decenio, comprendido el oro i la plata, que se encuentra orijinal en la Biblioteca Na- cional i arroja con corta diferencia un millón de amonedación por año.

El cuadro a que nos referimos se refiere precisamente a los 10 años que preceden al que nosotros hemos formado arriba i dict^ así:

Estrado que manifiesta las cajiticlades de oro i ¡ilata que se han labrado en, esta real Casa de Moneda en un decenio corrido del de enero de 1789 hasta ün de diciembre de 1798.

Años. Marcos de oro. Su valor. Marcos da plata. Su valor Valor de am- bos metales.

1789

5012

081.632

29.645

251.982.4

933.614.4

1790

5307

721.752

21.770

185.045

906.797

1791

5621.4

704.524

23.882.4

203.001

967.525.2

P92

5403

734.808

21.324

181.254

916.062

1793

4850

059.600

29.895

254.107.4

913.707.4

1794

5708.4

776.356

24.164

205,394

981.750

1795

6072.4

825.860

2S.306

240.601

1.066,461

1796

6245

849.320

28.141

239.I9S.4

1.088.518.4

1797

6005

816.680

27.490

233.605

1.050.345

1798

5838

793.968

23.076

196.146

090.114

10

56,602.4

7,625.-500

•257.693.4

2,190.394.6

9,814.894.6

174

duccion. Porque suponiendo que el término medio del rendimiento del oro hubiese sido solo de 4,500 marcos por año durante el siglo que comenzó en el viaje de Frezier i terminó en la batalla de Chaca- buco, tendríamos, conforme al cómputo de la amo- nedación, que es el mas ínfimo, una producción to- tal de 4.500,000 marcos, equivalentes a 2.225,000 libras, o lo que es lo mismo a la enorme suma de 2,250 quintales, o sea una verdadera montaña de oro acumulada durante un siaio.

XXIL

I en esto no hai engaño sino estadística mez- quina, porque en realidad la amonedación repre- sentaba solo la mitad o un tercio del total produ- cido, i esta rectificación, sin esfuerzo, alguno ele- varia la cantidad anterior a 4,000 i aun a cinco mil quintales de oro.

Pero aceptando solo la cifra de 4,000 quintales españoles de oro producido en Chile desde 1700 a 1818, en que el rendimiento desapareció casi por completo junto con la libertad política que hizo del obrero esclavo i barato un trabajador li- bre i dispendioso, tendríamos, que vendida esa suma de metal por el precio hoi corriente del oro, que es de 32,890 pesos el quintal español, habría producido la colonia en el pasado siglo, verdadera

California lavada en bateas, la enorme s.uma de 131.560,000 pesos. (1)

XXIII.

Para formar los cómputos anteriores no hemos dispuesto únicamente de los libros de la casa de Moneda, pues existen a niiestro alcance medios no menos importantes de comprobación, cuales son los de la inspección local de los minerales de oro que produjeron esas sumas, lioi al parecer fabulo- sas, con medios verdaderamente miserables, i los estudios comparativos que sabios eminentes,

(1) Los precios que hoi (octubre de 1881) se pagan en la ca- sa de Moneda por el oro son los siguientes, conforme a uu apun- te que ha tenido a bien suministrarnos su intelijente fundidor i ensayador don Antonio Brieba :

Un kilogramo de oro fino (1,000 1,000) ^ 715

ün quintal métrico de id. id d 71,500

Un id. español de 100 libras » 32,890

Un marco de oro fino (media libra) » 163.45

Una libra de id. id » 328.90

Dada la diferencia del kilogramo al marco antiguo, i supo- niendo que el kilogramo contenga poco mas de 4 marcos, no ha habido un aumento demasiado exajerado en el precio del oro en bruto cuando éste se compraba en oro sellado, respecto del que hoi se paga con papeles inconvertibles. La diferencia del peso de 4 marcos o 2 libras españolas al de un kilogramo es de 512 pesos oro, a 715 pesos papel.

'(]

(JcsiIl* Jiiuubolt u Ohcviilior, desde Jjuvoleyc a Si- iTionin, linu heclio de. la ])roduccion del oro en el inundo, ion los cuales hace Chile sieinj^re fii.nira distinguida i preeminente.

A tan interesantes objetos consagraremos por separado el próximo i subsiguientes capítulos.

CAPITULO VI.

EL ORO EN EL NORTE DE CHILE EN EL SIGLO XVIII.

ATACAMA I COQUIxMliO.

Las quebradas i las quiebras de los .hombres] del «cuño antiguo».— Falta do datos sobro la procedencia del oro que se amonedaba en la Moneda. Aproxiniacionos Uii^urüñas.— Las tros zonas dol oro en Chile.— Hl oro de Ataoaina on el siglo X.VIII.— Minerales do oro del Inca, do Chamo- nate i C/í«>ic7ío^m>í.— Colección do muestras díil corrojidor do Copiu|)6 Pinto i Cobos, i sus cuentas. Sm ideas sobre la opulencia verdadera do aquella comarca. VA muestrario del rei i el de la academia do San Luis en Santi.igo —Trabajos del ensayador mayor Rodrigue/, Brochero. Kl oro en Co;iuimbo La Pescadora i el mineral do Talca. Quebrada Hon- da.— La b Lamenca descubierta por un indio on la cordillera do Kl(|ui.

El mineral do Chintjoles do oro, plata i cobro. (Jarácter errante do lo^ mineros de oro. Los asientos de minas i las placillaa. Proverbios do la colonia sobre el oro.— ICl oro es el único arlículo do exportación ul- tramarino do Chile durante el siglo XVUl.—Kl mineral de Andacollo durante el siglo pasado.— -Trabajos do los jentiloi.— Las minas del Toro i Churumata dol canónigo Contador. Don José Tomás Urmenota como

minoro de oro. Las lluvias i la producción permanente de Andacollo.

Noticias individuales do las labores do Andacollo en 17Ü2.— líl oro en lllapel.— Restos de su opulencia. Sus quince trapiches.— La dureza do su cuarzo. La mina Chamuscada. Minerales del «Chillan» i del cerro dol Cuyano. Las arenas auríferas do lllapol. líasuto i sus pepas de un

quilogramo. La pepa do cinco libras do oro do don .Santiago Lira.

Planta que se da a oste mineral on 18 tU i su actual decadencia.

«Así viven los que trabajan minas do oro on el reino. Kilos so inclinan a ellas. Pre- valecen en su oficio. Ninguno o mui poco LA K. uF.i, O. 23

178

vemos logrado. En el conjunto de todos se logra anualmente un comercio de bastante entidad, respecto al poco fomento con que empiezan, sus dependencias en pié, los rea- les quintos aumentados a su gremio que cada dia se van estendiendo en nuevos des- cubrimientos, accidentes que en unos i otros son dignos de admiración i solo la esperan- za mantiene a todos.»— (Madakiaga, Re- lación del Obispado de Santiago, en 1744 (inédita.)

I.

No cuidaron nuestros mayores de apuntar en sus libros la procedencia del oro que fundían i menos del que «pasaban por alto».... Ni para qué? La estadística era para ellos una ciencia tan desconocida como la jeolojía, i les bastaba la «ciencia de los números», que es la ciencia, si no del minero, del chileno. Verdad es que las cuen- tas de aquel tiempo acababan casi siempre en que- brados de reales i de maravedíes i los libros, como la circa de las minas de plata, acababan en quie- bras. I a la verdad, no hemos con.ocido sino mui pocos, (si alguno) entre los memorables tesoreros reales de la colonia que no se alzase con los cau- dales del rei «i tomase iglesia» para cancelar en el asilo la doble cuenta da su conciencia i de la cárcel. I por esto cuando oimos con frecuencia hablar de la honradez de «cuño antiguo»., .tene- mos buen cuidado de mirar i remirar el cuño, para ver si no es algún desecho del cuño de la tesorería real o de la Moneda antigua.. .

179

Felizmente, no es difícil con nn poco de perse- verancia desaterrar el cauce ya casi del todo bo- rrado por el cual corría el oro líquido del colonia- je, i dejar espedito el camino que de costumbre seguia para llegar desde su criadero de empeder- nido cuarzo al volante de fierro de Vizcaya de la casa de Moneda a convertirse allí bajo el cuño real en «doblones», que así llamaban los colonos las «onzas» con la efijie de los narigones reyes de la estirpe borbónica de España (la única ra- ma que disfrutó en Chile de este privilejio), de donde vino llamar familiarmente a las onzas sim- plemente— «narigonas».

II.

Con el ausilio de los archivos i especialmente el de la paciencia, linterna sorda pero de dura que alumbra aun en las mas profundas entrañas de la tierra i sus veneros, vamos en consecuencia a esforzarnos por comprobar, sitio por sitio, la cuenta del raudal de oro que a fines del siglo pa- sado Humboldt hacia subir a doce mil marcos de peso, o sea seis mil libras, o sesenta quintales por año en Chile, peso líquido i destarado que repre- sentaba cuatro tantos justos del tributo del inca en la época prehistórica. Este, según el lector ha- brá de recordarlo, era de catorce quintales i medio.

Comenzaremos por el Norte, porque así como

180

para su clima i su agricultura, nuestro largo terri- torio, faldeo continuado de los Andes, puede di- vidirse en tres zonas auríferas:

La zona del Norte.

La zona del Centro.

La zo7ia del Sur. Termina la primera en el Choapa, la segunda en el Maule i la tercera en el Rahue o rio de Osorno, i todas son igualmente ricas, como lo es la de Magallanes i la de la Tierra del Fuego que hoi va a esplorarse.

De esta última, que a su tiempo llamaremos zona austral, diremos también algo.

III.

En el lugar oportuno dimos noticia de los des- cubrimientos de oro que a principios del pasado siglo formaron los cimientos de la actual ciudad de Copiapó i fijaron los arranques de su fama hoi universal.

No nombran los escritores antiguos los lugares precisos de la primera estraccion del oro; pero parécenos que entre otros que han perdido hasta su nombre con su broceo a agotamiento, el mine- ral del Lica, en que el apreciable ciudadano don José Ramón Sánchez, hijo de Valparaíso i de viz- caíno, ha invertido injentes caudales, es de los mas antiguos.

181

En viejos papeles conservados en la Biblioteca nacional encontramos también la huella de los minerales de oro de Ghamonate i Chanchoquin^ que todavía sudan (al menos el último) algunas gotas de oro bajo el pico i la batea. Según unas muestras que en 1806 se conservaban por el pro- lijo i rebuscador afán del ilustre patriota don Ma- nuel Salas en la Academia de matemáticas de San Luis, fundada por él en Santiago, el mineral de Chamonate rendia, cinco onzas por cajón i el de Chanchoquin el doble.

Existia ademas en beneficio a fines del siglo XVIII una mina de oro en el partido de Copiapó descubierta por un «José Diaz» (buen nombre para descubridor, pues es el de Caracoles) quien la con- sagró al santo patrón de su pila. Llamábase San José, i según los análisis practicados por el ensa- yor mayor de la casa de Moneda don Francisco Eodriguez Brochero, llevaba aquel mineral a principios del presente siglo tres estacas a firme que hablan producido ocho cajones i medio de metal de lei de cinco onzas por cajón: harto es- caso rendimiento en verdad, a menos que el me- tal o criadero fuera blando, porque lo que arruina al minero de oro son dos cosas, la dureza del cuarzo i la cangalla de oro. T este es peor que el pedernal porque aquélla se ejercita sobre el sudor ya logrado de la industria.

182 IV.

El mineral de San José era notable sin embar- go por hallarse el oro embutido en una gran por- ción de cobre, oro, plata, hierro i azufre, i parecía tan rico en la primera de estas sustancias acceso- rias (si bien hoi seria principalísima) que su lei, según los ensayos de la casa de .Moneda, en aquel tiempo (1806) era de 14 o 15 quintales de cobre por cajón o sea un 25 por ciento. (1)

En la segunda mitad del siglo último habia comenzado por las causas arriba mencionadas, i la distancia de los parajes socorridos, la decadencia del oro en Copiapó. Mas verificábase esto solo pa- ra que el broceo del oro fuese sucedido inme- diatamente por la riqueza de la plata, según en el lugar a propósito lo dejaremos demostrado. En 1744 según el tesorero real Madariaga (que bien debia saberlo) existían treinta i dos estacas de oro en el partido de Copiapó; pero añade que era «de poca fama su beneficio como lo demuestran lo desaviados que están sus dueños. ^^

(1) Puede verse en la Biblioteca Nacional el interesante do- cumento titulado: «Informe a los señores del Real Tribunal de Minería de este Reino de Chile por el ensayador mayor de esta Real casa de Moneda don Francisco Rodríguez Brochero. San- tiago, enero 10 de 1806.»

Este informe, que contiene 26 pajinas en folio, se refiere a 128 muestras de diferentes minerales, i de estas corresponden 50 al partido de Rancagua, 35 al de Copiapó i 43 al de la Serena.

183

Sin embargo, al terminar el siglo i habiendo visitado en persona todos los minerales de aquel distrito su correjidor don José Joaquín Pinto i Cobos (que entendemos fué bisabuelo del último presidente de la república) para dar cumplimien- to en 1792 a una real orden, se espresaba en es- tos términos sobre las verdaderas causas del aba- timiento de la producción minera en aquella mas tarde opulentísima comarca. «Finalmente es mui digna de traerse a consideración la actual suma decadencia de este opulento mineral, no siendo otra la principal causa que la total escasez que se es- perimenta de bastimentos y demás preciso y ne- cesario para la manutención diaria de los peones y demás operarios empleados en las faenas de mi- nas de que pende la subsistencia y estabilidad de estos importantísimos laboreos tan recomendados por S. M. como que de ellos resultan conocidas ven- tajas a su real erario y bien público en jeneral , Pues siendo este reino, principalmente este parti- do, TAN ABUNDANTE DE VETAS DE TODAS CLASES DE METALES, COMO LO HAN RECONOCIDO LOS HOMBRES MAS INTELTJENTES I PERITOS QUE HAN VENIDO A ÉL, CaUSa

una gran lástima ver que las causas antedichas sean las que desaniman y acobardan a los mineros y aniquilan sus fuerzas y destruyen su constancia en estos útiles laboreos.» (1)

(1) Hemos copiado el interesante párrafo anterior, que está

184

V.

En cuanto al valle i serranías del Huasco, que en aquel tiempo formaban parte del partido de Copiapó, (así como la provincia de Coquimbo se

de acuerdo con las opiniones del tesorero Madariaga sob'-o la minería de Chile a mediados del pasado siglo, de un importante manuscrito que existe en la Biblioteca Nacional, el cual tiene la fecha de 8 de marzo de 1782 i la siguiente larga i demostrativa carátula.

«Relación instructoria y circunstanciada que el subdelegado don José Joaquín Pinto y Cobos, diputado del R.^ de San Fran- cisco de la Selva, ha extendido a consecuencia de la orden que le comunicó'con fecha 16 de abril de 1791 el administrador general del Real importante cuerpo de minería, doctor don Antonio Martínez de Cuata para la colección de nuestros minerales de este reino, mandada practicar por Real Orden de 15 de marzo del año anterior, con arreglo a la instrucción que se ha dirijido para el efecto, y advertencias que sobre el particular se le han hecho, en cumplimiento de lo resuelto y determinado acerca de este importante asunto por la superintendencia general de Real Hacienda en decreto de 11 de noviembre de 1790 que se ha te- nido presente, con una breve y clara explicación de las minas que se hallan en actual laboreo en la jurisdicción de dicho Real de minas, la distancia en que se halla cada veta, su rumbo, su- jetos que la trabajan, y demás especificaciones conducentes al exclarecimiento y mejor comprensión de cuanto se relaciona para la cabal inteligencia de la superioridad o superioridades lespec- tivas, practicada para dicho diputado en consorcio de las gentes que le acompañaron.»

Por vía de curiosidad estampamos también en seguida la* cuenta que por su trabajo de buscas i muestras i su acomodo,

185

estén dia desde el Choapa al Loa), la única noti- cia de minerales de oro que ha llegado hasta no- sotros es la que apunta el subdelegado de Valle-

pasó al correjidor don José Joaquín Pinto al capitán jeneral, i dice así:

«Razón de los costos impendidos en la colección de muestras minerales practicada a consecuencia de superiores órdenes co- municadas a esta diputación de villa de San Francisco de la Selva en la forma i manera siguiente:

Precisamente por el costo que han causado mis salidas a la enunciada colección de muestras de todo este mineral, compren- diéndose los costos de arrieros, manutención y otros gastos que han sido indispensables como líquido importe, asciende. 8o » Id. a los peritos facultativos que me acompañaron a es- ta dilijencia, los que fueron en cabalgaduras propias y manteniéndose joor sí, treinta y cinco pesos a cada

uno, y hacen 70 »

Por el cütense, clavos, ylo y precintar (poner bandas

de cuero?) los cajoncitos, dos pesos dos reales 2 »

Por los diez pesos pagados al escribiente que copió las referidas relaciones,.y gasto de papel 10 00

167 2

Según parece de las partiias arriba nominadas ascienden a la cantidad de ciento sesenta y siete pesos, dos reales. S. Y., y para que conste lo firm;>, Gopiapó y abril 24 de I7d2. —José Joaquín Pinto y Cobos. ^

Como se habrá observado, la cuenta es en demasia moderada; pero es preciso tener también presente la pobreza que en todo lo demás reinaba en aquel estrecho valle. Según Madariaga, todo el partido de Copiapó (incluso el Huasco) no tenia sino 800 va- cas que no alcanzaban para la comida, ni siquiera para la leche de sus moradores, i producía apenas 200 arrobas de vino que se bebían sus mineros i su cura en el cáliz bajo el pajizo techo de LA E. DEL o. 24

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nar don Gregorio del Villar, cuando aquel bonito pueblo era una sucia ranchería. Llamábase aquel mineral San Fernando viejo, i había sido descu- bierto por don Juan Cortés. «En su actual laboreo, dice el subdelegado de aquel tiempo, se han es- traido de ella 100 cajones de metal que han pro- ducido 50 marcos de oro.» (1)

YI.

En cambio de esta penuria lugareña la riqueza aurífera del distrito de la Serena fué, i lo es toda- vía, un solo i prodijioso riñon de serranía que se empina en su centro el famoso Andacollo.

Trabajóse, es verdad, el oro en diversos parajes de aquel suelo, que es todo un solo manto abigar- rado dé metales, sin esceptuar el hipizlázuli i el cristal de roca; i a mediados del siglo iiabia no me- nos de treinta minas de oro en beneficio sin con- tar el derrame nunca agotado de Andacollo.

' Notables entre aquellos veneros fué el llamado

'. - ' "■ '^'.. ■- .

su iglesia parroquial, r todo esto comprendida la hacienda del convento de la Merced (que tolavía existe) «que es la que en sustaücia se señalaba en todo el partido.»— {Madariaga, 1744.)

Ko sefáfüérá lugar ági'ega'r que el correjidor Pinto no pudo acomodar las muestras conforme a las instrucciones de Madrid, porque nj pudo hallarse en todo Co])iapó el samíí? o jénero a propósito para enfardelar las muestras.

(1) Informe inédito fechado en San Ambrosio de Vallenar del fíuasco, enero 30 de 1792.

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de la Pescadora en el mineral de «Talca», «riquí- simo)) de fama pero de cuarzo tan intratable por su resistencia a la barreta i al trapiche, que al fin fué preciso desampararla, como el mineral de Lam- pangui a principios del siglo XVflI. Según un informe que tenemos a la vista de las postrime- rías del último, producía todavía la veta Pescadora «de casi invencible dureza», 100 pesos por cajón, «de modo que no se costea, decía de ella el reji- dor de la Serena don Víctor Ibañez de Cor vera, i solo con la esperanza de que, habiendo sido mui rica pueda hallar los metales en mayor profundi- dad, la trabajan.»

YII.

Había también en Coquimbo un mineral lla- mado el Potrero de Quebrada Honda del cual ha- bla el historiador Olivares, así como menciona al de «Talca», i aquel producía en 1792 hasta una libra de oro por cajón; pero era tal su dureza i la exi- güidad de los medios de explotación, que en seis años sacaron sus dueños solo ochenta cajones de metal. Los productos de estas minas se traían a la Serena i se molían en el trapiche de la viuda Santelices, que en 1779 compró el caballero fran- cés i opulento minero de Copiapó don Francisco Subercaseaux, según antes contamos,

VITI.

A la fama aurífera del mineral de Talca, en las sierras de la Serena, sucedió a fines del siglo la de La Flamenca, fríjido asiento de temporada situado en las cordilleras de Elqui, que encontrara por acaso un indio cazador de huanacos llamado Ense- bio Palta, exactamente como tres siglos antes Die- go Huaica descubriera a Potosí cazando vicuñas. Distaba aquella mina 40 leguas de la Serena i den- tro de la cordillera real, i de ella una relación inédi- ta que tenemos a la vista da los curiosos detalles que a continuación copiamos. «Trabaja en ella al presente (1792) una estaca mina de oro en la veta de Palta don Miguel Lastarria en compañía del teniente coronel don Thomas Shee. Su primer des- cubridor fué Eusebio Palta indio, que la halló cazando Guanacos a pié el año 1784 en un cerro escarpado mui alto. Este indio trabajó poco tiem- po esta pertenencia nominada la Descubridora por haverle quitado la vida en el rio de Rapel.

«Cayetanos Baras, con quien parece havia for- mado compañía, suscitó pleito j quedó con ella, formó compañía con don Thomas Shee y la tra- bajaron hasta el presente año de 92 con poca uti- lidad, pues resultó (la compañía) descubierta en 2,000 pesos.

3) Posteriormente vendió su parte Baras a don

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Miguel Lastarria, quien sigue en compañía con Shee. Se ignora los cajones que se han sacado. En el dia tiene dos boca-minas, la primera con un ca- ñón de 30 estados perpendicular y seis labores en beneficio, la otra dos cañones en 40 estados y dos labores en beneficio, unas y otras llevan desde uaa mano de metal hasta una tercia. La lei de estas es varia. La muestra número 13 da 28 a 30 pesos por cajón, la número 14, pesos 70 y la 15, qua- renta, de modo que unos con otros salen de 50 a 60 pesos por cajón. La saca con 4 barretas es de tres tercios por dia, que componen 6 quintales de metal.

))En este mineral solo se trabajan seis meses en el año por estar en lo ríjido de la Cordillera. Tie- ne aguas y leña en la inmediación. Los caminos no obstante haverlos hecho componer, son peli- grosos y se conducen los metales al rio de Rapel que dista ocho leguas de la mina. En el beneficio se pierde de un real a 2 de azogue.»

IX

Menciona también el ya recordado ensayador de la Moneda, Kodriguez Brochero, un curioso mi- neral del norte llamado de Chingóles (Chineóles?) que, como las papas arjentíferas de Huantajaya en Tarapacá, ofrecian la peculiaridad de contener el oro en piritas de plata. Hallábase el codiciado me-

—.190

tal en matriz de cuarzo i hasta de leí de 7 i 8 on- zas por cajón, pero aliado, sin estar en combina- ción, con el cobre i con la plata, i aunque se traba- jaba por ésta, el ensayador de una muestra de ella decia en 1806: «Si todo el mineral fuera como esta muestra tendría mas cuenta beneficiarla por oro que como plata.»

X.

Gomo jente enérjica e independiente, los co- quimbanos han sido de sujo cateadores, i era re- gla antigua de la colonia la de que las minas ricas de oro se hallaban solo en ^am^os pobres i estéri- les como los de su suelo. «No son las minas de oro en mucha abundancia, decia el tesorero Ma- dariaga, ni tan ricas como se han encontrado en parajes secos i áridos.»

Pero preciso es también recordar un refrán de la colonia que esplica, a su manera, la especial pros- peridad de la industria minera en Chile, porque aun en aquel tiempo se decia que así como «una mina de oro empobrecía a sus dueños, i una de pla- ta los mantenía en su caudal, las de cobre los en- riqícecian.-» 1 así al menos ha acontecido en lo que va corrido del presente siglo,

En jeneral \8.s minas de 07^o no han hecho la for- tuna particular de los individuos, con escepcion de la del Toro i la Churumata en Andacollo i la del

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Chivato en Talca; pero los lavaderos de Chile lo- cupletaron de fortuna el país en conjunto, tomado como comunidad, desde los dias de la conquista, i junto con esas mismas minas de duro cuarzo i esca- sa lei formaron durante tres siglos su mayor sus- tancia, i lo que parecería increíble, durante dos de ellos, su único artículo de esportacion a ultramar.

XI.

Venia de aquí i de la colecta del oro que es £9,-^ cil en ciertos mantos mas o menos superficiales, que los mineros de oro eran esencialmente am- bulantes i formaban pueblos i prósperos asientos de minas denominados jenei:almentep¿acz7/as, co- mo la posterior de Juan Godoi en Chañarcillo i las antiguas de la Ligua, la Placilla de Colchagua i la de Nancagua, etc. que quedaban después desiertos como Potosí, ciudad de mas de cicA mil almas, o estacionarios como la mayor par- te de los pueblos del norte de Chile que no vi- ven de su agricultura. «lio que les alegra el co- razón, decia un observador del pasado siglo, ha- blando de los errantes coquimbanos, es el oro i la vida suelta que llevan, que en aquella jurisdicción i cur¿ito donde se descubre el mineral, aquélla por aquel tiempo es la mas rica i el mejor curíito i el mejor correjimiento.» (1)

(1) Madariaga, Relación inédita citada, ■'■'* -

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«Todos los dias, añadía sin embargo el mismo narrador hablando de la j urisdiccion de la Serena, se descubren nuevos mineriiles de oro i se mantie- nen con esperanzas, dando al tiempo lugar con la muerte i la esperanza.»

XII.

Pero el gran sustentador de la industria aurífe- ra del norte i del país en jeneral fué, desde fines del siglo XVII, Andacollo, la casa de Moneda de Chile de oro en polvo antes que se estableciera la casa de Moneda del oro sellado.

En otra ocasión hemos dicho a la lijera lo que a este estraordinario mineral correspondía en su época de mayor auje, i ahora nos limitaremos a señalar algunas de sus condiciones mas peculiares en el siglo a que hemos llegado, i que podria lla- marse en términos de minero, que fué su época de disfrute i despilaramiento.

El mineral de Andacollo ofrece la peculiaridad de ser un nudo árido i montañoso, todo metalífe- ro, i en el cual el cobre abunda tanto como el oro en sus proporciones naturales. Andacollo es todo una mina, desde la cúspide a la circa, i aun sus poderosas i tenaces venas suelen pasar mas allá del duro pedernal i de la roca plutónica.

Como el vecino i portentoso cono de Tamaya ha sido el emporio del cobre en Chile, así An-

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flacollo lo fué del oro, i continúa siéndolo, por- que apenas llueve en mediana abundancia, como lo observaba hace doscientos años el jesuita Ro- sales, i nosotros lo recordamos antes, se saca oro de todas partes. En el presente i pasado año (1880-81) que han sido regularmente lluviosos en el norte, se han obtenido notables cantida- des de oro en las pobres bateas indíjenas de Andacollo i de su circuito que han rendido a ra- zón de 2 pesos diarios termino medio, por cada operario, sea varón, mujer o niño. (1)

XIII.

Andacollo es mineral de lav^adero i al mismo tiempo es mineral de pozo, i hai indicios para creer que bajo una i otra forma lo trabajaron los aboríjenes bajo la dirección intelijente de los co- lonizadores peruanos. Era, a la verdad, tal la abun- dancia prodijiosa de sus catas hasta hace poco tiempo, que el mayor trabajo que impuso la for- mación del camino carretero que hoi pone el mi- neral en comunicación con los rieles, fué el relleno

(1) Según el señor P, N. Vidala, diputado por la Serena, se ha sacado de Andacollo algunos miles de pesos de oro en cada temporada, i el mismo ha vendido a la Casa de Moneda por encargo de los cambistas de aquel lugar una pequeña parte de él, especialmente el oro en polvo que le ha remitido don Pru- dencio Hidalgo, conocido comerciante de aquel lugar. >fc LA E. DEL o. 25

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de los hoyos con que indios i cristianos liabian lite- ralmente sembrado el suelo convirtiéndolo en ar- nero.

Existen todavia galerías abiertas del tiempo cede los jentiles» i las célebres minas del Toro i Chu- rumata, que enriquecieron a un canónigo de la Serena llamado Contador (apellido apropiado pa- ra él que tanto oro tenia) han sido de probervial riqueza en Chile. En la última, i trabajándola con maquinaria a vapor para el desagüe i chanca de los metales, gastó varios centenares de miles de pesos el emprendedor ciudadano don José Tomas Urmeneta; pero con poco retorno, porque según antes dijimos, la época del «disfrute» habia lle- gado para Andacollo.

XIV.

Por otra parte, sus minerales son casi todos óxidos mui duros i ofrecen combinaciones quími- cas poco comunes, lo que aumenta las dificultades de la esplotacion. Su condición, por tanto, afines del siglo pasado era ya mediocre, como hoi, i pa- samos a dar cuenta de algunas de sus labores, con- forme a un testimonio antiguo que tenemos a la vista, del cual estraemos los siguientes párra- fos: (1)

(1) El título de este informe es el siguiente:

«ColeccioQ de metales de oro hecha en la diputación del Bl. de

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«El asiento y mineral de Andacollo está situa- do en el cerro nombrado la Centinela distante 14 leguas de esta ciudad de la Serena y trabaja en él una estaca-mina de metales de oro en la veta del mismo nombre don Juan de Dios A.lvarez. Su pri- mer descubridor Tadeo x\lvarez, que la trabajó el año 1763, sacó, según noticias, 8 cajones de metal de lei de 30 pesos por cajón.

DEn 1773 pidió esta mina Agustin Zuleta que la trabajó hasta el de 77 en el que la d'sfrutó por hallarse los planes en bronces blancos deslavados, mucha dureza y sin ley: sacó dicho Zuleta 100 cajones de metal que empezaron por 30 pesos de ley y se aumentó hasta 200 por cajón, todos en metales colorados.

3)En el mismo mineral y cerro de San Pedro Nolasco trabaja una estaca mina de metales de oro en la cabeza del mismo nombre Pedro Ga- llardo, en compañía de don Miguel Malbran. Su primer descubridor fué Francisco Rojas. Se igno- ra qué años trabajó, pero se dice sacó mas de 6 mil pesos en metales colorados.

))En el propio mineral, en el paraje denominado de Veneros, que fueron trabajados j90?' los gentiles

la Serena con espresion de las minas de donde se han extraído la que ha verificado de orden superior el capitán de exército don Víctor Ibañez de Corvera, diputado del importante ramo de minería del partido de Coquimbo. Empezó en 4 de marzo de 1792 y íinalizó el 30 de junio del mismo año,»

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a tajo abierto hasta que hallavan dureza, pidió el año de 1763 Ginés Marin por criadero de oro, y siguió trabajando hasta el año de 74. Se ignora lo que sacó, pero hai noticia de que le fué bien.

))E1 año mismo de 74 entró el actual poseedor Felipe Marin, desaterrando siempre trabajos anti- guos que han sido a tajo abierto. Los planes del actual están en 7 estados de profundidad con un solo cañón. Dichos veneros son una mesa de pie- dra dura en las que van dos criaderos y en ellos, en donde se halla el oro, algunas veces no pro- fimdan. En los 16 años ha sacado 30 cajones de metal, su ley de 12 hasta 30 p. por cajón con una barreta continua, y conjetura haber hallado en oro en todo el espresado tiempo mas de 3,000 pe- sos en los términos que aparece de la muestra n." 8, la que vino a mis manos hace dos años por ca- sualidad, y remito por no haber de esta clase en la actualidad; de modo que solo esta esperanza los hace seguir y el trabajar personalmente pues de lo contrario los peones robarían el oro sin que su- piese el dueño cuando se havia alcanzado: es mu- cha la dureza y se laborea a fuerza de pólvora.

))En el mineral de oro en el cerro de Malbran trabaja una estaca mina de metales de oro en la veta del mismo nombre Antonio Guerra. Ancho del metal desde tres dedos hasta una cuarta.

)>E1 metal n." 9 se llama cobrizo i el 10." llaman arenilla: el primero se ensayó por menor en ley de

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125 pesos y el segundo por 60, pero contiuuamen- te aumenta o baja.

))En seis meses ha sacarlo 6 cajones que ha be- neficiado sin separarlos i le han rendido hasta 600 pesos hasta purificar el oro. (1)

XV.

No es mas aventajada hoi dia la condición de los placeres i minas de pozo del departamento de Illapel, aquellas «minas de Choapa», descubiertas en tiempo de don Garcia Hurtado de Mendoza que tan^ pondera su compañero de armas, el viejo, agraviado i regañón cronista Góngora Marmo- lejo. Pero no por eso ha dejado de ser Illapel, co- mo Andacollo, uno de «esos rios de oro que co- rren por el mundo» según la gráfica espresion del presidente Garcia llamos en 1607; i dan testimo- nio de su opulencia hasta época reciente sus quin-

(1) En la colección mineralójica de la Academia de San Luis existia también una muestra de metal de oro de Andacollo, la que fué ensayada en 1 806 por Rodríguez Brochero, i de ella dice éste lo siguiente:

«Muestra del mineral de Andacollo j sitio de los Veneros, en diputación de Coquimbo. Es de oro nativo interpuesto entre matriz de arcilla rojiza u ocrácea, esto es, impregnada de óxi- do o cal de hierro: es muestra sumamente pequeña, mas no obstante, se ha reservado por curiosa para el gabinete de la Academia en donde existe entre los minerales de oro, con el N.° 2.»

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ce trapiches machos de ellos corrientes toda- vía i las ruinas, visibles en todas partes, de los que existieron, especialmente en el cerro de Chi- llan, hacia la cordillera, los desmontes de duro cuarzo de Lampagui i de los Hornos i las diver- sas minas que hasta hoi se trabajan.

Fué notable entre éstas hasta la medianía del presente siglo, la mina del Indio, descubierta por un indio en el cerro llamado del Cuyano, i que enriqueció a su primer dueño i esplotador don José Agustín Undurraga, el banquero del oro en Illapel.

Como en Andacollo, el oro se presenta en esta comarca en diversas combinaciones, i especial- mente en óxidos i en piritas. (1)

Pero su criadero mas jeneral es como en todo el resto del mundo el cuarzo, i éste se presenta en tal dureza que hoi se acostumbra en algunas mi- nas hacer en el interior grandes fogatas de cardo- nes para reblandecer, por la trituración, la caja im- penetrable al pico que contiene la angosta veta aurífera. Existe todavía hacia la costa una mina de esta naturaleza que rinde hasta una libra de oro por cajón a sus dueños, vecinos de Mincha; i se llama la Chamuscada, porque continuamente

(1) En el muestrario de la Academia de San Luis encontró el ensayador Brochero auna pirita de hierro i cobre aurífero de Illapel. Su leí era de mas de un marco de oro por cajón.»

199

la chamuscan con fuego para esplotarla. Sin la escesiva dureza de su criadero, que fué lo que hizo improductivo el rico mineral de Lampagitl, esta mina seria lioi comq muchas otras una verdade- ra fortuna. (1)

XVI.

De época presente se citan todavía los nombres de las minas de oro «la Jote», que fué de la fa- milia Izquierdo, de lUapel; la Matamoros, la de los Portugueses, la del Divisadero, los Guayaca- nes i principalmente la de la Curia, en el cerro de los Hornos, camino real de Combarbalá, la cual fué descubierta por un indio llamado Coco, por cuyo motivo suele denominarse la mina de la Curia-Coco. Según noticias recientes trata de ha- bilitarse en grande escala esta pertenencia de oro en todas sus labores.

XVII.

En cuanto a lavaderos, se cita todavia en el de- partamento de lUapel el caso de haberse enrique- cido con el hallazgo de un manto superficial al pié del cerro del Cuyano un vecino de aquel pueblo llamado don Antonio Kamirez, quien, en pocos

(1) El nombre de Lampagui lo escriben todos diversamente. Juan i Ulloa en sus Noticias secretas lo llaman Lampaguay.

200

dias, logró una fortuna de 40 mil pesos; pero puede decirse que en jeneral todas las arenas de los enca- jonados ríos de aquel departamento, especialmente las del Illapel i las del Ghoapa, son un inagotable si bien escaso lavadero de oro. En 1851-52 hemos visto lavar las arenas hasta en sus sombreros a cuadrillas de muchachos no solo en esos rios sino en la profunda quebrada del Negro que formaba su límite meridional. No sin razón dieron los pro- pios indios el nombre de Mülapel a esa re j ion, porque milla es oro. (1)

XVIII.

Esto no obstante, i según lo observaba el teso- rero Madariaga en 1744, en todo el norte de Chile ha acontecido que donde se debilitaba un mineral aparece otro. A la fama i riqueza de (das minas de Choapa» sucedió la de Casuto, célebre asiento de minas descubierto a fines del siglo último en una quebrada a distancia de dos o tres leguas del puerto de los Yilos, i fué tal su riqueza que dio su propio nombre a una planicie aurífera de Anda- collo, ya humillado por su decadencia.

Fué mui persistente el rendimiento de este mi-

(1) En Illapel conocen esta etímolojía i dicen que su nombre md!i)Qnd. úgniñc-A pluma de oro, pero mas propio es decir />e5- cuezo o garganta de oro.

201

iieml, i todavía se habla en su esparcido asiento de la «punta de oro» de cinco libras de peso que se halló en una batea el afortunado vecino de la Ligua don Santiago Lira, que con su valor «puso tienda» i fué mas tarde hombre de pro en Illa- peí. (1)

La fortuna de Casuto, eclipsada hoi pero no agotada, se mantenia todavía intacta a mediados del presente siglo, i en los anales de la Cámara de Diputados correspondientes al 11 de junio de 1849 se encuentra una lei de espropiacion de terrenos que autorizaba para fundar en aquel asiento una población con una área de doce cuadras de es- tension.

XIX.

Tales han sido, descritos a grandes rasgos pero con fidelidad, los mas notables veneros de oro de

(1) El señor Astaburuaga dice en su Diccionario Jeográjico que este mineral ha sido notable por sus grandes pepas de oro, «de mas de un kilogramo de peso.» El señor Cuadra habla en sus Apuntes sobre la, Jeografla de Chile de pepas de 300 i 400 gramos .

Hoi el asiento de Casuto está muí decaido. Últimamente nos ha informado un minero de ese lugar que entre dos trabajadores sacaron en 15 días solo seis castellanos de oro. Sin embargo, al- guna cantidad llega todavía a la Casa de Moneda.

Casuto pertenece políticamente a Petorca, pero es mineral iUapelino.

hk E. DEL o. 26

la rejion del Norte, esto es, del territorio que yacia en la antigua provincia de Coquimbo, desde el Choapa hasta el Salado.

En la primera parte de este trabajo bistórico dimos a conocer los veneros del Sur, i por este motivo no volveremos hoi sobre este tema, pasan- do directamente a la zona del centro.

CAPITULO VII.

EL ORO EN LA REJION CENTRAL. DEL «BRONCE» AL (ÍCEIVATOÍ.

Carácter jeolój ico especial del departamento de Petorca. Tbdat sih po- blaciones han nacido del oro. Las familias fundadoras de Petorca. Lo.s Bueras. El frasco de. oro del coronel Mendiburu. La famosa mina del Bronce viejo i la muerte de los siete ladrones de oix). La relación de Carvallo i la leyenda del pacto coa el diablo. «La visión del Bron- ce».— La uoesia del minero de oro, Las décimas del lego Guevara ao- bre la «Vision del Bronce.» Los asientos mineros de Petorca i su antigüedad.- -Longotoina, el Hierro viejo i Pupio. La mina de la Ama/.ona ea la Ligua Escursioaes auríferas a Gatapilco i a las que- bradas do Maleara i Alvarado. La riqueza auFifora de Quillota a fines dal siglo pasado. El cambista de oro Avaria i sus remesas. Caleo. La riqueza aurífera de Melipilla. i Casablanca. Curacaví i su tra- piche de oro. Pobreza aurífera da Santiago i los denuncios de oro en el Santa Lucia 1 minas do fieiTO en un solar de la calle de Agustinas. Estraordinaria riqueza aurífera do la rejion montañosa de Rancagua. Descubrimiento de Alhué i su considerable opulencia. La mina del Escarpi lia. del Agua fría El lapizlázuli de Caren. Estadística Yaquil, Apaltá i Millahue. Las plac illas de Nancagua i doña Elena Valladares. Las minas del Chivato i sus cuatro millones. ChuchuiiCo, Gialleco i los Tajos Hallazgos de oro según Molina. Pobre7a rela- tiva de la cuenca del Maule. El mineral de Pocillas i el de Niblinto. (Jomo queda hecha la comprobación lugareña de Jas vertientes de oroquG formaban el caudal de la colonia. La comprobación univer.-al.

<tEn la mina de oro denominada Bronco viejo, jtórteneciente a don Martin de Bri- to, distinto cuatro leguas de la villa

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Santa Ana de Brlviesca, el 24 do octubre de 1779 se hallaron siete hombres muer- tos sin herida ni contusión.»

(Carvallo Goyeneche Histoi-ia de Chile, vol. V. del testo manuscrito )

I.

El vasto departamento de Petorca es talvez el mas montañoso de toda la república, porque no tiene llanuras, ni mesetas, ni esconde siquiera valles sino í^rietas.

El valle central i sus ramificaciones han desa- parecido por completo al pié de la cuesta del Me- lón por el lado de la costa, i al pié de la cuesta de los Alíjeles por el lado de oriente. Divisado desde una altura, como lo hemos contemplado mas de ima ocasión en la niñez, o visto de plano en el mapa de Pissis, presenta aquella interesante i ris- pida serranía solo la imájen de un inconmensura- ble caos de abismos i de montañas. Las horada- ciones por donde corre el rio de Longotoma desdo Alicahüe, el cajón de Tílama i el de las Vacas no son propiamente valles sino desfiladeros, i los llamados «llanos del Huaquen» no pasan de ser un médano arenoso. A la verd'\d, Petorca no puede envanecerse de tener mas llanura propia que su cancha de guerra, junto al pueblo, don- de los antiguos mineros del oro corrian gruesas apuestas de oro en polvo, o de oro en pellas, o de oro en tejos, en las carreras de los famosos ca-

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ballos longotominos, i donde un siglo mas tarde los partidos armados en guerra civil libraron el 14 de octubre de 1851 sangrienta batalla. Petor- ca no tiene siquiera los llanos del Rayado ni los lamederos de Catapilco, canchas dilatadas^ de su vecino i reducido departamento de la Ligua.

II.

Pero por lo mismo que es todo de montes, el departamento de Petorca forma un solo nudo metalífero, i es curioso observar que todos sus es- parcidos centros de población Petorca, Quilima' W, Pupio i q\ HíeiTO Viejo han debido su oríjen al oro i nada mas que al oro. Esceptuando las haciendas de riego de Longotoma i de Chincolco, no hai en Petorca agricultura, pero en todas sus laderas hai minas; i como lo observaba su joven gobernador actual en un informe oficial de no re- mota data, sus venas de oro, desgastadas por el pico i la batea no han sido del todo consumidas todavia ni para la insaciable codicia ni para h\ injeniosa industria.

III.

Descubriéronse sus principales minas de oro en los cerros que dominan la actual ciudad por el nor- te en la primera mitad del siglo XVIII, i a ese remoto paraje ocurrieron pobladores de todas

206

las provincias i aun de España. Al oro de Petor- ca debióse el establecimiento de las conocidas familias de los Montt, que emigraron del departa- mento aurífero de Casablanca; de los Borgoño, procedentes de un caballero aragonés que allí hi- zo vecindad, de los Bueras i de los García, cuya parentela conserva todavía sus lares entre aque- llas ásperas montañas (1)

(1) Don Manuel Montt, los dos jenerales Borgoño, don José- Manuel i don Pedro Antonio, (este último al servicio del Perú,) don Juan, don Ramón i don José Antonio García, el bravo Bueras, de Maipo, son orijinarios de Pe torca i retoños de la- inmigración que atrajo el descubrimiento i la esplotacion di su oro.

Bespecto del último apellido hemos encontrado una transac- ción sobre arriendo de las haciendas de Choapa de la famosa benefactora doña Matilde Salamanca en que firma, como marido de doña Joíjefa Avaria, pariente inmediato de aquella señora, don Santiago Bueras, i éste fuó probablemesite el padre del hé- roe petorquino. El inííferameato está otorgado en Santiago el D de setiembre de 1797.

Eu cuanto a los Grarcia, saberao'^que el beaemérito fundador de esta familia obtuvo un premio de virtud de la república, i entre otros títulos que justificaron su acrisolada probidad, se ci- ta el haber devuelto a un patriota desterrado en 1814, el coro- nel don Antonio lUendiburu, a su regreso en 1817, un frasco de oro en polvo que valia 15,000 pesos, siu que faltara un solo to- mín.... La prueba era evidente <íla mujer i)or el hombre, el hombre por el oro, el oro por el fuego.» Iso pudieron talvea decir otro tanto los amantes i aplaudidores de las famosas «Pc- torquinas.,..»

2Ü7

IV.

Fué la mas famosa de estas minas, i lo es toda- vía, la del Bronce Viejo, que como las del Hierro Viejo, liigarejo de deliciosos limones, produjo a sus afortunados dueños riquísimos jugos hasta que, estando a la tradición popular predilecta de los mineros del norte de Chile, la maldijo el demonio, matando éste a siete de sus operarios de un solo bufido....

El hecho en su tanto fué cierto, porque en la noche del 23 de octubre de 1879 amanecieron muertos, mostrando en los semblantes raras se- ñales de espanto, siete mineros que se hablan introducido furtivamente en la galería subterránea para robar el oro de copiosa labor en beneficio. Por una casualidad verdaderamente singular ocur- rió sin duda en aquella precisa noche una esplosion o desagregación de gases mortíferos, probable- mente una descomposición de azufre i antimonio semejante a las que han tenido lugar en la famosa mina de plata llamada La Hedionda, en el mineral de Lipez i que por este motivo no se trabaja desde hace siglos, apesar de su conocida opulencia.

V.

El historiador Carvallo i Goyeneche, hijo de Valdi- via, que en su condición de soldado era mucho mas

208

ladino que crédulo i superticioso, refiere en los tér- minos siguientes la estraña catástrofe, dando a en- tender que pudo ser obra de sortilejio, pero sin re- conocerlo ni testificarlo como contemporáneo. «El primero de los mineros muertos, dice en el volumen Y. de su obra manuscrita, estaba a doce estados de profundidad boca abajo en el escalón de una es- calera. El 2." a distancia de dos varas mas abajo del primero. El 3.° y 4." juntos cuatro estados mas abajo que el 2.°. A corta distancia del cuarto es- taba el 5." detras de un escombro de metales for- mando cruces con los dos primeros dedos de las dos manos y con el rostro vuelto hacia atrás en ademan de apart¿ir la vista de algún objeto. El 6." y 7." distaban 6 vairas del 5." a mas profundi- dad, y en tal posición que el último tenia la cabe- za a los pies del 6.", formando ambos cruces con los dedos y los rostros en el mismo ademan que el 5.". Estos entraron a la mina prevenidos de lu- ces y de saquillos para robar metales la noche del sábado 23 del espresado mes y dejaron uno fuera de ella para que observase si se acercaba jente al cerro y viendo que ya aclaraba el dia siguiente, se retiró v estuvo a la mira de las resultas.»

VI.

La anterior es probablemente la relación exac- ta del caso, pero los mineros, jente adicta a lo

209

misterioso que vive en eterna noche emparedada en las entrañas de pedernal de la tierra, inventaron una leyenda según la cual el que hacia cabeza en la banda de nocturnos hurtadores, i cuyo nombre lue- go sabremos, habia ajustado pacto con el diablo....

En consecuencia, pro tejido por el último el exco- mulgado entraba todas las noches a robar oro, «montado en un cardón», al que azuzaba para ha- cer su jornada gritándole incesantemente Arre diablo!

Pero habiendo convidado a algunos de sus com- pañeros en la noche mencionada para participar- les de su hallazgo i de su impunidad, olvidó pre- venirles lo del pacto; i sucedió que al resbalarse uno de los mineros esclamó: Ave- María purísi- ma! i sin mas que esto el demonio, que andaba en- tre ellos en figura de cardón, reventó instantá- neamente abriendo ancho agujero en la bós'eda de la mina por el cual escapóse el espíritu infer- nal, dejando muertos al estallar a todos sus cóm- plices, que se hallaban no solo en pecado mortal sino en delito infraganti de hurto de oro.

VII.

A la terrible aventura que conmovió entonces a todo el país mas que la catástrofe de la Compañía, sucedió naturalmente la leyenda i a la leyenda el romance que en celebradas rimas escdbió el le-

LA. E. DEL O. . 27

210

go chileno Bernardo de Guevara, poeta contem- poráneo, i que vivia todavía en Lima por el año de 1824, ya mui anciano. I como esta troba es de fama universal en los asientos de minas de la re- pública, vamos a copiar aquí algunas de sus prin- cipales décimas descriptivas del suceso, porque no todo ha de ser positivismo en el amarillento pára- mo en que se cria el oro.

Todo lo contrario. Para que la lira de la poesía sea sonora al viento i grata al corazón i al oido, ha de ser lira labrada de oro, por aquello del poeta herrero de Madrid que contestó a Felipe IV cuan- do le interrogaba sobre su estro poético.

((....Dícenme que viertes perlas.... Sí, señor, mas son de cobre I como las vierte un pobre Nadie se baja a cojerlas....»

I sin mas que este preámbulo, pasamos a reci- tar las estrofas del oscuro lego chileno, que fué en su época el «padre Gal vez» de su comunidad i el herrero de Felipe IV....

VIII.

Viendo que la media noche Mediaba su curso lento, De sus pajizos albergues I sus mal mullidos lechos Salieron pisando horrores

211

Como lo habían dispuesto Siete inquilinos peones Cuyo laborioso empleo Era de ser en las minas Apires i barreteros.

El uno es Andrés Gallardo, Rejis i Manuel Carreño José Piñones i un Tapia Con otros dos compañeros. Xavier Soriano, i José Lugo que habian dispuesto Robar en aquella noche La mina del Bronce viejo Llamada asi porque tieno Su piedra el color bermejo I lo mas como el imán Cristalizado i broncero. Mas es tan grande el caudal Del oro que tiene dentro Que a robar en algún ojo De metal, que descubrieron,

0 alguna puente, o estribo Se determinaron estos, Habiendo pactado ser Con un profundo recreto Para su seguridad Arpocrates de si mesmos,

1 atropellando temores Sobresaltos i recelos

Que son de la culpa siempre Bastardos hijos del miedo.

Llegaron pues a la boca De la mina, cuyo seno, Parece que de! abismo

212 Es un lóbrego bostezo

En fin entre tantas ansias Temores i desconsuelos Poseídos de tanto espanio Los delincuentes murieron I de su terrible juicio Lo que fué no lo sabemos; Solo si la po itura En que quedaron los cuerpos. Do^, que con las cruce 5 hechas Tenían los rostros vueltos, Pasados i en ademan De un tímido movimiento Los otros tres que tenían Inclinada obre el pecho La cabeza, con el rostro Vuelto como los primeros. El otro estaba sentado En un recodo pequeño. I el último en una puente Estaba de bruces puesto. I es esta la misma forma En que los hallaron, luego Que por el balcón de oriente Los matutinos reflejos Crepúsculos precursores De la luz aparecieron

Cosa de las nueve i media Entró (l)con dos compañeros El uno Manuel del Pino

(1) El mayordomo,

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Otro un esforzado arriero, Que fué quien primero vio A Manuel Carroño muerto I los tres certificados Del caso reconocieron Que aquel que estaba de bruces Era difunto: i con esto Saliendo despavoridos Avisaron al momento A don Nolasco de Unieres, Juez comisionado, i luego Juntando bastante jente I a la mina descendiendo Los miserables despojos De la muerte conocieron Que sin herida ninguna Los siete estaban ilesos.

Mandó el juez que los sacasen I a la plaza del asiento Los llevasen donde al punto La noticia dio corriendo De unas en otras personas Con mui diferentes ecos Con temerosa impresión Parece que iba diciendo: «Venid a ver la justicia Que quiere hacer el Supremo Como señor absoluto Juez de vivos i de muertos, Venid a ver la justicia Preparada para aquellos Que quebrantando la lei Roban caudales ajenos Venid, oid la sentencia Justa que se intimará presto

214

Contra los falsos tratantes Mercaderes usureros 1 hacendados que retienen Del jornalero el dinero I lo precisan a que Por su sudor i desvelo Reciban jéneros malos Por exorbitante precio. «Venid, aluínnos de Baco Plebeyos i caballeros Que en embriagueces tenéis Cifrado vuestro contento, Venid, j ugadores grandes, Maldicentes i blasfemos Que empobrecéis las familias, Que perdéis todo el comercio, I a vuestros hijos dejais A mendicidad'sujetos.

Supuestas pues estas cosas Que de antemano dijeron Profetas i evanjelistas. Vuelvo a deciros: si ciertos Justos i severos juicios Hai en estos siete muertos. Desde luego os notifican Se acerca el dia tremendo De la muerte que será Eterna en los que queriendo Permanec 3r en sus culpas Despreciaran este ejemplo.

Oyeron pues estas voces Palparon este portento, I temieron el castigo Los petorquinos mineros

-215 -

1 después de medio dia Que los difuntos tuvieron A la vista, se les hizo Un decentísimo entierro I la fama voladora Con sus ecos vocingleros Por todas partes llevó La noticia del suceso.

I moviendo el corazón Del poeta, dispuso en verso Dar al mundo la noticia Para el aprovechamiento, I suplica humildemente Le perdonen los defectos.» (1)

IX.

No daremos aquí cuenta particular del mineral de oro de Hierro Viejo, que parece fué de placeres i lavaderos mas que de minas de pozo; ni de los de Pupio, asiento aurífero no lejos de la célebre mi- na de las Yacas de que habla Humboldt i que en- riqueció hasta hace pocos años a la honorable fa- milia illapelina de los Montes i Solar; ni de las minas de oro de Peldehue, hacienda de don Die-

(1) Esta famosa poesía popular fué publicada en Santiago en 1824 en un pequeño folleto, hoi sumamente raro, con el título de Romance de los siete ladrones, por el impresor Pérez en la imprenta llamada de Valles. Según Carvallo, la mina del Bron- ce Viejo en que esto pasó era de don Martin de Brito; pero se- gún la publicación referida pertenecía a doña María del Rosario Munchástegui.

216

go Portales, ni de las minas de Longotoma que daban ya materia de charla i hasta de pleitos en los tiempos del Señor de Mayo i de la Quintrala, señora feudataria de la Ligua i Longotoma (1).

X.

Por análogos motivos no nos ocupamos en el presente capítulo de la antigua riqueza de la Li- gua, revivida hoi por la empresa norte-americana titulada Ligua Mining Company, porque de es- te punto especial trataremos cuando habremos de reproducir, un tanto rejuvenecida, nuestra escur- sion a los placeres auríferos de Gatapilco en 1878. Agregaremos, al presente para no dejar nada ol- vidado, que la famosa mina Amazonas que dio

(1) En el archivo jeneral de Santiago existen los autos de un pleito sobre cierta mina de oro ubicada en el «Asiento de Longotoma» i que ventilaron ante el diputado i juez de minas don Pedro de Mena ea 1637 dos mineros llamados don Pedro de ürquieta (apellido de minero todavía) i don Domingo So- riano, apellido de uno de los siete mineros de la Vision del Bronce i que ahora vuelve a aparecer entre los descubridores de Lebu.

En los legajos correspondientes al escribano Hinostrosa, que funcionó un siglo mas tarde, existe también un poder otorgado el 21 de octubre de 1742, «en la jurisdicción del asiento de Santa Cruz de Petorca.D Fué eáte el primer nombre de esta ciudad que once años mas tarde cambió el presidente Ortiz de Rosas, denominándolo, en honor de su esposa, Santa Ana de Bribiesca.

217

oríjen a fines del siglo pasado al asiento de minas de la Placilla de la Ligua, dentro de la hacienda i marquesado de Pullally, se halla también en ma- nos de una compañía norte- americana que se ocu- pa de desaterrar su socabon abierto en cerro re- blandecido, i a tiro de piedra en la banda norte del rio de la Ligua del camino real que de la ca- pital conduce a Coquimbo.

XI.

El departamento de Qaillota, que pertenece también a la rejion central, fué abundante en mi- nas de oro durante el siglo XVIII, pero de ese punto, como del oro de Limache i de Yalparaiso, habremos de hablar en nuestr¿is escursiones iné- ditas a las quebradas de Maleara i Alvarado. No pasaremos adelante, esto no obstante, sin decir que en 1744 existian en trabajo en el partido de Quillota, que llegaba por el norte hasta el Choa- pa, no menos de 36 estacas de oro, «fuera de los relámpagos (así dice el tesorero Madariaga que apunta esta noticia) de muchos que a cuatro dias se desaparecen i llaman de cabeza, porque a corto trecho o se pierde la guia o dan en agua.»

Otro motivo agrega el estadista del obispado de Santiago para esplicar el poco rendimiento de las minas de Quillota en su tiempo; i era éste el de la «pereza de sus pobladores i la poca jen te que

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abunda (sic) en el reino, su flojera i ramos que tiene en que divertirse, que junto con la abundan- cia de él, se les da muí poco en trabajar o no.»

No debia ser sin embargo ni tanta la pereza de la jente, ni los ccramos de divertirse» en que los colonos gastaban su vitalidad durante la mitad justa del año i del siglo, ni la «escasez de brazos que abundaba en el país», por cuanto tenemos a la vista iorijinal la correspondencia de un cambista de oro establecido en Quillota para el rescate de esta pasta en el último tercio del siglo pasado, es- pecialmente en los años de 1767 (el de la espul- sion de los jesuitas) a 1769; i en cada una de sus cartas acusa remesas que sumadas en una serie de meses importan no solo arrobas sino quintales de oro en polvo i en pellas. (1)

(1) Correspondencia de don José Avaria, administrador de estnnco de Quillota a su hermano don Francisco Avaria, rico comerciante de Santiago que le habilitaba para la compra del oro.

aquí algunas partidas asentadas en sus cartas: (remesas de 1767) una libra de oro (otra) 210 castellanos— (otra) 317 id (otra) 425 id— (17G8)— oro de Petorca 203 castellanos oro de id 306 castellanos i 22 pellas— oro de Illapel 359 castellanos (1869) una remesa de 2 libras i 20 castellanos de oro, otra de 3 libras, otra de 530 castellanos, otra de 689 id, etc. I esto era casi todas las semanas.

219

XII.

En los actuales departaniontos de San Felipe, los Andes i Piitaendo, no escaseaba tampoco el oro, el jeneroso «oro de Canconicagaa» de que habla don Pedro de Valdivia i el padre Ovalle, el cual se infiltraba por la planta de los pies a sus bizarros hijos... Hablando de Catemu en su Diccio- nario jeográfico el señor Astaburuaga, dice que en esa valiosa hacienda «i en sus contornos han exis- tido ricas minas de oro». Otro tanto observa el mismo autor con respecto a la aldea de Caleo si- tuada en una meseta al pié del cerro del Eoble entre Tiltil i Llay-Llay. Hoi mismo venden sus habitantes un poco de oro a la Moneda con el nombre de (coro del Roble.»

XIII.

Prosiguiendo en consecuencia desembarazados nuestra tarea que va siendo, etapa por etapa, i ca- si sin alojamiento, el itinerario del oro, pasamos de lijera por el departamento de Santiago, que solo ha tenido un mineral de fama, el de Tiltil, si bien no ha faltado quien denuncie minas de oro en el peñón de Santa Lucía (1872), solicitud que fué denegada aunque se probó que allí habia íiabido

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traba]os. ¿I a dónde irá el buei que no are i el hombre que no desaterre el oro?

En aquel mismo año se denunció, en efecto, una veta de fierro en un solar de la calle de Agustinas/ i esto que faltaba todavía una larga era para la aparición de Paraff...

En cambio de la esterilidad del terreno de alu- vión de Santiago, lia sido fértil en oro el de Meli- pilla, especialmente en las serranias de Lepe, Ca- ren i el Colliguay, que en unas ocasiones, (según las proximidades de la sierra) alimentaban los trapiches de Limache, i en otras el del Curacaví, cuyas ruinas vimos en nuestra niñez junto al estero que corre por la hacienda del mayorazgo i feuda- tario don Pedro Prado de la Canal, quien dejó su nombre al trapiche, a la hacienda i a su cuesta.

Curacaví no nació, como se ha creido, de las carretas sino del oro, como nació Casablanca. Cuando el virei O'Higgins labró las carreteras de las cuestas en 1795 ya corrían muchos trapiches de oro en la vecindad de esos lugarejos i se habla- ba hasta hace poco del oro de Tapigüe que trabajó don Juan de Vargas (no el novelesco de Navarin, sino el verdadero de California i la Tierra del Fue- go); el oro de Llampaico; el oro jesuítico de las Palmas i el oro de las Dichas, que no es desdicha- do apelativo para quien busca tan escondida i casi impalpable sustancia,

221 -

XIY.

Como en el llano intermedio i sus ramificaciones, nacieron del decreto del oro las aldeas ya nombra- das, así en una áspera montaña de la provincia de Santiago que mereció de los indíjenas por su cerril fragosidad el nombre de «El Infierno)) (Alhué) surjió también una pintoresca aldea que hoi llora sobre los vestijios de sus innumerables trapiches, convertidos en asiento de paseo, su pasada gran- deza.

Encontrados los veneros de oro de aquella mon- taña fronteriza por el poniente al pueblo de Rancagua, mas o menos en la misma época que que las de Petorca (1739), llegaron a tener una verdadera opulencia a fines del pasado siglo, cuan- do el fundador de la villa don DiesfO de Gamboa, jeneroso como minero de oro, la delineó a sus es- pensas, en 1776, en memoria de lo cual pusimos nosotros a su plaza un siglo cabal mas tarde, su nombre i su plancha, la cual habria merecido ser no de quebradizo fierro sino de oro reluciente.

XV.

Señalábanse en 1792, año en que se hizo una es- pecie de estadística jeneral de las minas de Chile, en el cerro titulado de la Leona, que desde la pía-

222

za de Alhué se divisa como plomizo páramo, la famosa mina del Escarpe, descubierta en 1755 por un minero que no tenia «donD, i se llamaba Ig- nacio Brito, como el de Peto rea, pero que debia poseerlo mas tarde con la agregación de asia, por- que el escarpe le produjo sesenta mil pesos.

Hallábase esta mina, por escepcion, en cuerpo de cerro blando como la del Toro en AndacoUo, i era preciso trabajarla con gran costo enmaderán- dola. En 1792 tenia tres labores de pobre lei (de 20 a 25 pesos cajón), dos de ellas de doce estados de profundidad i la tercera de treinta estados.

XYI.

Fueron también riquísimas las minas del Agua fría (hacienda que fué de don Juan Estephany, llamado por sobrenombre «el diablo», sin saber sin duda lo que significaba Alhue) la cual habia descubierto en 1756 don José Zúñiga i trabajaba varios años hacia don Francisco Madariaga. Era mina mui sobresaliente, jeneralmente de lei de cien pesos por cajón, pero su producto solia ascen- der hasta dos mil pesos, lo que favoreció a tal punto a su dueño ya nombrado, que en pocos años dispuso de una fortuna de cien mil pesos, equiva- lente a un largo millón en la actualidad. La mina de don Ambrosio Aransiora produjo hasta 1790 mas de ochenta mil pesos i la del alto de Salinas

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de don Juan Ugarte, descubierta en 1768 mas de setenta mil. (1)

Un poco al occidente de Alliué existe la hacien- da de secano i ancha quebrada de Caren en la cual se saca también oro, aun hoi dia, siendo de notar que este nombre indíjena de Caren va casi siempre asociado a minerales de oro, plata, cobre i aun de lapizlázuli. Así al menos se observa en el paraje de este nombre situado en el departa- mento de Ovalle, en el Caren de Melipilla i en el de Rancao-ua. En el Caren de Ovalle abunda el lapizlázuli, de tal suerte que habiéndolo llevado por quintales a Europa un señor Aracena, según

(1) Tomamos estas noticias de un manuscrito titulado Re- lación histórica, de las minas del actual laboreo que mantiene es- te partido deRancagua, enero de 179¿.— Sehace en él referen- cia a 50 minas de oro i se lee en su testo esta nota: «En este partido no hai laboreo de minas de plata ni cobre, por lo que no van muestras de estos metales, si solamente de oro.»

En otro manuscrito de 1790 encontramos que se computaban en esa época 100 minas de oro, situadas al sud de Santiago, 26 en Rancagua, 2-4 en Alhué, i éstas últimas hacen las 50 ya men- cionadas. Esas minas produjeron en ese año 2,581^ libras de oro, rendimiento que en 1825 habia decaído a 158 libras.

En 1806 se ensayó en la Moneda una muestra del mineral micáceo de la mina de las Animas, 18 leguas distante de Ran- cagua, que reudia de 20 a 21 onzas de oro por cajón, pero solo de lei de \Q a 17 quilates. Otra muestra de pirita ferrujinosa aurífera del cerro de la Leona Vieja rindió lei de 6 a 7 marcos por cajón, con indicios de contener algún cobre en combina- ción.

224

el iiitelijente escritor Juan de la Roca, lo hizo de- caer de precio como cosa vil, o poco menos.

XVII.

Al sur del Cachapoal las minas auríferas esca- sean. En el valle de Nancagua fueron abundantes en tiempo de la conquista i aun en los de doña Elena Valladares, fundadora de la placilla de aquel nombre i cuya casa de corredores, mas vetusta que los siglos, todavia se muestra. I aun a orillas del Maule trabajaron los primitivos castellanos minas de oro desde la conquista, porque en su paso por aquella rejion solitaria desbarató Lautaro una fae- na que allí tenían los secuaces de Valdivia, proba- blemente en el Cerro de las minas que da frente a Talca.

Fué también ése el primer escarpe de la famo- sa mina del Chivato que enriqueció a los Zapatas de Talca i que según don Pedro Lucio Cuadra produjo desde 1775 a 1797 cuatro millones de pe- sos en oro. Su rendimiento decayó rápidamente con su hondura, que según la creencia de los mau- linos atraviesa, a manera de túnel, por debajo de su rio, así como la de Chuchunco que con escaso provecho usufructuó para la Casa de Ejercicios de Talca, por donación de uno de sus dueños, el obis- po Cienfuegos. (1)

(1) Hemos visto en poder de don José Francisco Opazo el li-

225

El desmedro de las minas del Chivato no ha sido 23roducido, sin embargo, por agotamiento, si- no por una causa jeneral que ha paralizado mu- chas ricas faenas en Chile. La inundación. A cierta profundidad las labores daban en agua i en aquel tiempo se carecía de todo medio de estrac- cion, escepto el capacho. Sin embargo, en 1839 se hizo un imperfecto desagüe del Chivato i en tres meses se sacaron 80 mil pesos. En 1868 se traba- jaban todavía en ese mineral siete labores i aun hoi mismo, según entendemos, se las esplota. El cerro de las minas, desde cuyas faldas muchos «aficio- nados» (hoi llamados cucalones) presenciaron la batalla de Loncomilla, el 8 de diciembre de 1851, dista siete leguas de Talca.

XVIII.

El abate Molina, entusiasta por su patria, que era entonces Talca, porque el ilustre sabio nació en el delta del Maule i el Loncomilla, refiere varios hallazgos riquísimos de oro ocurridos en su tiem- po, i entre otros cita el de un tal Basso que aran- do un campo descubrió un manto copioso de oro, i el de un tal Tiznado, que abriendo una acequia

bro de cuentas que llevaba el señor Cienfiiegos de los rendi- mientos de la mina Chuchunco, por los años de 1820 a 1835, i rara vez posaba aquella de dos mil pesos libres al año.

LA E. DEL o. 29

226

de regadío en Huilquilemii cerca ele Talca, desen- terró, como el molinero del capitán Sutler en Ca- lifornia, al abrir el cárcamo de un injenio, un ver- dadero campo de oro. Por su parte Tiznado sacó cincuenta mil pesos de aquel placer o manto su- perficial de oro.

Pero en jeneral i esceptuando el oro de Guayeco i de la hacienda allí vecina de los Tajos (hoi pro- piedad de un señor Urzua), (1) hacia el poniente del departamento de Talca, la hoya del Maule ha sido hasta hoi reputada comparativamente po- bre en oro, i de ella decia el tesorero Madariaga en 1744 estas palabras:

«En este partido i su jurisdicción hai algunos lavaderos de oro que con mucha dificultad i tra- bajos no correspondientes a él, se juntan algunos castellanos, i en el partido de la isla (del Maule) se han descubierto algunas minas de corta fama, i su utilidad la suficiente para proseguir sus labo- res. De los demás metales de plata, cobre i demás no se tiene noticia porque sus naturales no se in- clinan a este trabajo.»

XIX.

Ko entra en nuestro propósito de comprobacio-

(1) «La villa de Guayeco contiene lavaderos de oro, que en época anterior eran ricos, especialmente en los terrenos llamados los Tajos. :!>-'{ Asi ABURVAGÁ., Diccionario Jeográfico de Chile.)

227

nes lugareñas, al menos por el presente, pasar mas allá del Maule, puesto que ya en varios capítulos anteriores hemos consagrado bastante espacio a la rejion aurífera de la zona del sur, i por esto nos limitamos a decir que en diferentes épocas se ha esplotado el oro, si bien en comparativa esca- sez, en Cauquenes, en Rere, en la Florida, en Las Pocillas, donde el jeneral i presidente Prieto, tra- bajaba este mineral, llamado así en razón de sus nu- merosas catas de oro, por los años de 1830 a 35, i el mineral de Niblinto en las cordilleras de Chi- llan, que acaba de cerrarse con tan lamentable mal éxito para sus habilitadores, si bien esplican algunos la causa del malogro por defectos inhe- rentes a la esplotacion, que no son del todo insub- sanables, allí como en Catapilco. (1)

De todas suertes, parécenos que con lo que pro- lijamente hemos ido caminando, descubriendo i narrando al lector interesado o simplemente cu- rioso, sobra para probar que este pais ha tenido i tiene todavía entrañas de oro que la mano del hombre ha desgarrado sin convseguir agotarlas

(1) El mineral de las Pocillas, situado una legua al norte de esta aldea i a cinco o seis de Quirihue, en el departamento de Itata, es el mismo de íJuülipatagua, de que tanto hablan los escritores del siglo pasado Fué descubierto por el año de 1730 a 740, mas o menos, al mismo tiempo que el mineral del Chivato i el de Alhué, i por esto dice Molina de él que era co- mo los dos últimos «:de receuto scavameuto.»

228

en sus mas recónditos o mas superficiales cria- deros (1).

I así, por nuestra parte, creemos haber dejado cumplida nuestra tarea demostrativa en corrobo- ración de los datos sacados de los libros de la ca- sa de Moneda de Santiago i de aquel famoso di- cho de Pedro de Valdivia, según el cual el Reino de Chile era todo «una mina de oro». I como a tal le pusieron nombre i título de «Reino», cual el «Nuevo Reino de Granada», quedando Méjico, el Perú i el Rio de la Plata reducidos a la condi- ción de simples «Vireinatos.»

XX,

Cúmplenos ahora verificar las mismas demos- traciones ofrecidas, por el ancho método de la cien- cia i de la estadística universal.

De cualquier manera que sea i por cualquier ca- mino que vayamos al oro, sea que le fundamos en crisol de humilde greda nativa o en delicada co- pela de arcilla inglesa refractaria; sea que lo en- sayemos por la via seca o por la via húmeda,

(1) No hemos hecho mención en esta revista aurífera del norte i del centro de Chile, de ciertos conocidos minerales, com- el de Yaquil, las tierras auríferas de Peñuelas, etc., por per- tenecer su mayor rendimiento conocido a una época posterior i casi contemporánea, de que hablaremos mas adelante.

229

siempre resulta que Chile ha sido pais riquísimo en oro, i tal vez en su tanto i dadas sus condiciones de población, estension i carácter, el mas cuan- tioso del mundo, sin esceptuar a California, ni a Australia ni al Ofir de Salomón.

CAPITULO VIII.

CHILE CONSIDERADO COMO EL PRIMER PAÍS PRODUCTOR

DE ORO.

DE LA AMERICA I DEL MUNDO ANTES DEL DESCUBRIMIENTO DE CALIFORNIA.

La estadística del oro del nuevo mundo. Cálculos de Sancho de Moneada i Pedro de Navarrete sobre los metales preciosos importados de Amé- rica a España en los siglos XVI i XVII. Períodos de producción i es- portacion que establece Humboldt hasta principios del presente siglo- Cálculos de Marcoleta i de Robertson, de Carapomanes i de Pezuela. Estudios i estadística de Chevalier sobre el oro i la plata en el Nuevo Mundo hasta 1846. Parte principal que en todas estas demostraciones se asigna al oro de Chile. Por qué el nombre de esta colonia no figura directamente en los primeros siglos, sino como un apéndice anónimo del Perú. Humboldt es el primero que hace justicia a Chile como país pro- ductor de oro, i lo coloca mucho mas arriba del Perú i de Méjico. Chi- le produce tres veces mas oro que el Perú. Comparación de la casa de Moneda de Chile con las de Popayan, Potosí i Lima, según datos inédi- tos, i cómo la primera ha sobrepujado a las otras en el oro. «Una onza de oro» de la casa de Moneda de Lima. Demostraciones del viajero ingles Helms i de Humboldt. El acarreo del oro de Chile desde el Callao a Cá- diz i flotas prodijiosas de metales preciosos. Estadística de Chevalier sobre el oro de Chile. La lejislacion española sobre el oro como de- mostración de su producción jenuina i verdadera.

«M. Pluch, il P. Bufñer, ed altri scrit- tori francesi, e inglesi afferifcono, che l'or del Chili e il piü puro, e il piü pregevole del mondo».

«Quefto Regno de Chile é abbondante di miniere d'ogni fpecle, ma fpecialmente d'oro, di raine. Le miniere di quefta fpecic

231

fono coinuniffime: Coquimbo, Copiapó e Guafco hauno rainiere d'oro ildi'cuime- tallo viene per eccellenza chiamato Oro Capote, effendo il piú pregiabile de qualun- que altro fcoperto fin qui».

{Gazzetiere Americano).

(Autores citados por Moliü a. —Historia naíuralle., lib. II, páj. 108).

I.

Considerable es el número de autores que en diversas lenguas han hecho la cuenta i formado la estadística del prodijioso rendimiento de meta- les preciosos que el Nuevo Mundo ha tributado al antiguo, especialmente en oro i en plata. Sancho de Moneada, que escribió en Alcalá en 1619 sobre los tesoros de España i de América, es el mas ve- nerable de estos estadistas del oro. Humboldt, que visitó con ése i otros propósitos ambas Américas, es el mas correcto. Chevalier, el último que con- densara tan interesante materia, antes del descu- brimiento de California (1846), es talvez el mas comprensivo. Después de los hallazgos portento- sos de la Alta California i de la Australia, los es- critores i comentadores de las maravillas cuén- tanse por centenares.

11.

Segiin Sancho de Moneada los tesoros traspor- tados por los galeones de las flotas en los prime-

232

ros 103 años del descubrimiento i la conquista, es decir, desde 1492 a 1595, ascendieron a dos mil millones de pesos, de los cuales solo el diez por ciento, o sea solo doscientos millones, habian quedado en España, mísero, si bien obligado puen- te por donde pasaba el metálico a pagar la indus- tria, el trabajo i el comercio ajenos. Estando a los cálculos de ese antiguo escritor peninsular, i sin contar el metal que pasaba por contrabando «o fuera de rejistro,» según entonces se decia, la im- portación de metales preciosos de América ascen- día, mas o menos, a 20 millones de pesos por año.

III.

Pedro Fernandez de Navarrete, otro docto es- critor del siglo XYII, que no es ciertamente el gran historiador náutico del presente, llevó la cuenta del oro i plata de rejistro desde 1519 a 1617, i obtuvo como resultado 1,536 millones, o sea poco mas de 13 millones por año, en un pe- ríodo de 98 años; i el célebre economista Jeróni- mo de Ustáriz, autor intelijente i liberal que trató sobre el comercio español i sus trabas en su libro de la Teoría i práctica del comercio, acu- mula la montaña de oro i plata que esplotó la Es- paña hasta la época en que escribió (1724) en la suma de 3,132 millones de pesos. (1)

(1) La edición de este notable libro que nos ha servido para

233

IV.

Mas metódico i mas sagaz, el ilustre Humboldt divide ea tres épocas o cauces el raudal de meta- les preciosos (oro i plata) que del Nuevo Mundo fluyó hacia las costas de Europa, como si hubiera sido aquél la corriente de marque lleva el nombre del insigne viajero.

La primera de esas edades sucesivas, de la edad del oro de la América española, duró solo ocho años (de 1492 a 1500), i se limitó a la producción del oro famoso de Cibao i las Antillas, que rendia solo 250,000 pesos por año. La segunda época (1500 a 1545) se cuenta durante los 45 años que en el siglo XVI precedieron al descubrimiento de Potosí; es decir, la época del oro de Oarabaya, del Cuzco, del Chocó i un poco de plata de Porco i de

consultar los datos del testo, es la infolio de Madrid 1757. Según Marcolcta que coadeasa eu su obra sobre los estableciuiieutos eu- ropeos en las Indias (vol. I páj. 244) todas las cifras de Monea- da, Navarretei Ustáriz, la producción i esportacion de los metales preciosos de América a Europa ascendió eu los 248 años tras- curridos desde 1492 a 1740, a nueve mil millones de pesos. Pero Robertson en su Historia de la A-nérica (vol. IV páj. 152) disminuye la proporción a la mitad, porque afirma que en los 283 años corridos desde Colon a 1775 en que él escribió, la produc- ción total solo llegó a 5,094 millones de pesos. Campumanea calculaba la producción de metales preciosos de América, sin contar probablemente el contrabando, que era la mitad, en el mismo año que Robertson (1775), en 30 millones de pesos al año.

LA E. DEL o. 30

234

Oruro. La producciou anual no pasaba de 3 mi- llones de pesos.

La tercera época, que fué la de los potentes sur- jideros de Potosí, Zacatecas i Guanajuato, cua- druplicó la producción anual de metales preciosos, porque el sabio alemán en su reparto anual la hace ascender a 11 millones desde 1545, en que se descubrió Potosí, al año de 1600, i a 16 millo- nes por año desde 1600 a 1700.

Desde esa época comenzó a decaer Potosí, pero luego vino en su remplazo el cerro de Pasco, que, como Huanchaca en Bolivia, es toda una masa de plata de baja lei, que se ccestrae con palas». I con esto, el rendimiento del siglo XVI 11 subió al do- ble del precedente i aun al triple, porque Hum- boldt apunta en su cuenta estas dos cifras:

De 1700 a 1750, por año, 22.500,000 pesos.

De 1750 a 1803, por año, 35.300,000 pesos.

Según el mismo autor, la producción había as- cendido en 1802, época en que él visitó a Méjico i el Perú, a 54.742,033 pesos. (1)

(1) El lector liabi'á parado raieütes eii qtie, con corta diferen- cia, todos lo3 autores que haii escrito a propósito de las ri- quezas del Nuevo Mundo están de acuerdo sobre el monto de las cantidades rejistr acias (es decir, sin tomar en consideración el contrabando). Moneada, Navarrete i Ustáriz establecen, en efec- to, mas o ménus las mismas cifras que Marcoleta, Robertsou, Campomanes i Humboldt. El moderno historiador Pezuela en su Reseña histórica de la casa de contratación de las flotas i ga-

235

Y.

En cuanto a la producción de la primera mitad del presente siglo, que marca visible decadencia, sino en sus veneros, en la intermitente esplotacion que de ellos se hizo desde las turbulencias de la emancipación, i tomando en cuenta solo el oro, asegura Chevalier que la producción de esta sus- tancia en el Nuevo Mundo alcanzó, desde 1810 a 1845, tiempo en que escribió sa epítome sobre las riquezas del suelo americano, a 14,934 kilogramos que valían, conforme a la tarifa de la Casa de Mo- neda de Paris, 51.434,000 francos, o sea unos once millones de pesos. (1)

El estadista francés que se complacía, a ejemplo de los divulgadores modernos, en reducir las ári- das cifras del cálculo aritmético a figuras gráficas i tanjibles, manifiesta que todo el oro que a me- diados de este siglo existia en el orbe habitado, habría cabido, como el rescate de Atahualpa en

leones, acepta, como el jeógrafo Torrente, la cifra de 5,350 mi- llones de pesos producidos i rejistrados por el Nueyo Mundo desde 1492 a 1807. Pero tomando en cuenta los valores que no se rejistrahan, siempre se llega a una cifra aproximativa de DIEZ MIL MILL0NF3 de pesos csportados en pastas de oro i plata por la América española en los trescientos diezioclio años que duró el coloniaje (1492—1810.)

(1) Chevalier, Des mines cVargent et il'or du Nouveau Mon- de.—Tsltís, 1846.

236

Cajamarca, dentro de un pequeño salón de París, que midiese solo ocho metros de largo por ocho de ancho i cinco de alto.

Después de los descubrimientos i fenómenos que se sucedieron desde 1848, la producción del oro se ha mas que duplicado en 35 años, pero aun así no llegaría a reconstruirse con su masa, ni si- quiera hasta la mitad de su altura, la columna Ven- dóme que Courbet derribó durante la Comuna bár- bara i niveladora de 1871: tanta es su estraordina- ria escasez intrínseca en las entrañas del orbe! (1)

(1) Según Laveleye, la producción total del oro de California hasta 1861, fué 2,508 millones de fríuicos, o sea quinientos millo- nes de pesos, i el de Australia 1,095 millones, o sea, entre ambos países, unos ochocientos millones de pesos. Según Roswag el oro existente hasta 1848 equivalía, en números redondos, a 14 mil millones i medio de francos, i esa cantidad se aumentó de 1848 a 57, en 6 mil millones, i de 1857 a 71 en 9,719 millo- nes. Es decir que el oro se ha mas que duplicado en 23 años, en esta forma:

Antes de 1848 14,426 milis, de frs.

Después de 1848 15,723 » » »

Total 30,149 y> » »

O sea mas de 6,000 millones de pesos, que con el aumento de los últimos diez años a razón de 100 millones por año, puede arrojar hoi un total de siete mil millones de pesos como total tanjible de la existencia de este escasísimo metal eu el mundo.

237

VI.

I bien! De cualquier manera que se haya hecho el reparto de la riqueza entre sus diversas zonas, en el continente americano, Chile ha hecho siem- pre una figura principal en la producción de los metales preciosos i especialmente del oro, i si se toma en consideración su estrechísima área com- parativa, ha sido tal vez su suelo el que se ha man- tenido a la cabeza de la línea. Porque aquí es preciso tener presente que este pobre, remoto, oscuro i maltratado ((Reino», nunca fué tomado en cuenta por solo sino como un simple apén- dice del Perú, como un casi invisible satélite del país del sol: por manera que haciendo ahora es- trecha devolución, según ha quedado demostrado en este libro, Chile debe considerarse, por lo me- nos como el mas rico afluente aurífero del Perú, cual si fuera el Marañon o el Madera respecto del Amazonas.

Como Cádiz, o mas propiamente Sevilla i su torre del oro, que existe todavía derruida i solita- ria a orillas del turbio i barrancoso Guadalquivir, eran el forzoso peaje del oro de las Indias, de igual manera, Lima i Panamá, con sus flotas de galeones, fueron los acarreadores i esplotadores del oro anónimo de Chile.

238

VII.

Tan cierto es esto último, que cuando los escri- tores o viajeros peninsulares hablaban por acaso' de Chile, lo consideraban solo como una mera dependencia i provincia del Perú, dignándose, a lo mas, tratarlo como una sola entidad, cuando los ponian juntos. «Son los reÍ7ios del Perú i Chile, dicen, a este propósito, los navegante JuaniUlloa en sus Noticias secretas sobre la América, tan fecundos en minerales i plantas, que parece se es- moró la naturaleza en enriquecerlos en las cosas que pueden ser mas apreciables para el servicio de la vida humana.» (1)

I como lo dijeron los dos ilustres náuticos es- pañoles, así lo han reconocido todos los escritores europeos que comenzaron, desde principios del si- glo actual, a poner las cuentas a granel de los antiguos bajo un método estadístico i ordenado.

VIII.

De esta suerte, Humboldt distribuye la produc- ción del oro en 1803, dando en realidad a Chile el puesto de honor sobre el Perú i aun sobre Méjico,

(1) JoEJE Juan i Antonio de Ulloa. Noticias secretas de América, publicadas por David Barry; Londres 1826, parte II, cap. IX.

239

porque, reconociendo su total ele producción de 41,400 marcos de oro para el Nuevo Mundo (in- cluso el Brasil), fija las fuentes principales de su rendimiento en este estado comparativo:

Perú 3,400 marcos

Méjico 7,000 (1)

Chile 10,000

IX.

Solo el Nuevo Reino de Granada que con Ve- nezuela formaba casi la mitad |del continente his- pano-americano, superaba a Chile (18,000 mar- cos); pero en realidad, hecha la cuenta por el área de terrenos, la ventaja quedaba mui lejos por Chi- le. El mismo Humboldt hace subir mas adelante

(Ij Chile ofrece en su territorio el doble i singular fenómeno de ser al mismo tiempo rico productor en oro i en plata. El Perú sin Potosí, sin Oruro i sin Cerro de Pasco, es decir, sin sus mon- tañas de plata, no habria tenido la fama universal que ha al- canzado, i lo mismo habria acontecido a Méjico sin Guanajuato, Zacatecas i, en el presente siglo, sin Real del Monte. Pero Chi- le ha tenido al mismo tiempo a Agua Amarga i a Audacollo, a Arqueros i a Casuto, a Chañarcillo i a Illapel; es decir, que ha producido el oro i plata en igual abundancia.

Respecto de Méjico, la desproporción de los dos metales era tanta que Robertsou, citamlo a Villasenor, a fines del siglo pasa- do, establece esta proporción enire los derechos que percibía el rei: por la plata 700 mil pesos i por el oro solo 60 mil pesos: es decir, que el oro producía menos entrada fiscal en la Nueva España que los naipes, porque éstos rendían 70,000 pesos i la bula 150,000. El derecho de gallos producía 21,000 pesos.

240

la producción del oro en Chile (1810) a 12,212 marcos (1)

(1) El eminente químico Dotneyko en su Tratado de ensa- yes, (páj. 320), no se maestra pródigo para con Chile, pues aumenta la producción de Colombia hasta 19 o 20 rail marcos eu la época de la colonia, i rebaja la nuestra a 11 mil marcos. Según esta cuenta^ Chile ocaparia el tercer lugar en la jerarquía de la producción del oro en el Nuevo Mundo, después del Brasil i de Colombia; pero dedúzcase la estension del territorio esplotado, i Chile, que es al menos diez veces menor que aquellos países, subirá por cien codos a la preeminencia.

Apropósito de la casa de Moneda de Lima, consignaremos aquí un interesante dato práctico que debemos a la obsequiosa ga- lantería del coronel don Demófilo Fueuzalída, comandante del Tejimiento Santiago en la tercera toma de Lima por los chile- nos. Este dato es nada menos una onza de oro fundida í sellada en Lima el año memorable de 1810 í que aquel distinguido jefe nos ha enviado, no como las famosas «pastillas de Paraf» sino a título de amistoso i buen recuerdo.

Esta moneda es naturalmente preciosa, no solo por su metal i su calidad jenuina de oro americano, como el que sirvió para dorar la techumbre de Santa María la Mayor en Roma, en tiem- po de Felipe II, sino por su venerable fecha, 1810.

Las inscripciones que contiene, traducidas mas o menos, in- terpretativamente, dicen así:

Anverso.— .FERDiN. vii. D. g. hisp. et ind. íi. 1810.

Reverso. .auspice. deo. i. p. lim^. in. utroq. felix.

Traducción.

Anverso. Fernando VII, por la gracia de Dios, Rei de las Espurias i de las Indias.

Reverso. Con la 2)>'Oteccion de Dios, impera felizmente en uno i otro reino. Lima.

Es posible también que las letras I. P. que siguen en el re-

241

Pero esto no obstante, la casa de Moneda de Po- payan no sellaba en realidad mas oro que la de Chile a fines del último siglo, si se comparan los datos que nosotros hemos estraido de sus archivos con los que allí tomó en persona Alejandro de Humboldt. De 1780 a 1795, el oro amonedado en aquella ciudad ascendía, en efecto, a 6,830 marcos por año; i se recordará que, con cortísima diferen- cia, esa era la misma cantidad sellada en Chile, se- gún en su lugar quedó demostrado (1)

verso a la palabra Deo, signifiquen Imperium Peruvianun; pero de todos modos la traducción anterior nos parece bastante fiel i es hecha por persona competente.

(1) Según Humboldt ( Viajes a la Nueva 'España, vol. III, cap. XI.) el producto de las minas de Chile se habia aumentado mucho hacia a fines del siglo XVIII. En 1790 se acuñó en efec- to en Santiago por valor de 721,000 pesos en oro i 146,000 en plata.

De 1782 a 1786, año común, se selló solo 521,644 pesos; pero desde 1789 a 1803, mas de 971,000 pesos.

I estas cifras, que Humboldt debió comprobar en Lima, son las mismas que arrojau los pergaminos de la Casa de Moneda de Santiago.

En cuanto a la proporción de rendimiento del oro por conti- nentes, he aquí, eu efecto, las que fijaba Humboldt al principio del presente siglo.

La Europa producia anualmente 1,297 kilogramos de oro.

El Asia solo 53 klgs.

La América 19,726 klgs.

Hablando del único territorio de la América española que a mediados del siglo pasado aventajaba a Chile en oro, es decir, de la Nueva Granada, he aquí como se espresaban los naveo-an-

LA E. DEL O. 31

242

X.

Igual i aun mas ventajosa demostración podría verificarse comparando el rendimiento del oro en

tes españoles Jorje Juan i Antonio de Ulloa en su obra varias veces citada (vol. I, páj. 176.)

«Fueía de iKs perlas tenia el reino de Tierra Firme en los tiempos pasados el renglón del oro, que se sacaba de los mine- rales de su dependencia, con el cual se aumentaban sus riquezas considerablemente; parte de estos minerales están en la provin- cia de Veraguas, otros en la misma de Panamá, y el mayor nú- mero, los mas abundantes en metales, y los que daban oro de mejor calidad son los que están en la provincia del Dañen, por cuya razón han sido siempre estos los que se llevaron la atención de los mineros; mas después que los indios se sublevaron , y se hicieron dueños quasi de toda la provincia, fué preciso abando- nar las minas, y quedó la mayor parte de ellas perdida, y redu- cidas las que pudieron conservarse a solo aquellas que se halla- ban en las fronteras, de las quales se sacan algunas cortas por- ciones de oro; y pudieran ser mayores, si el temor que infunden los indios con su acostumbrada inconstancia, y la falta de segu- ridad que debe haber en su amistad, no diese motivo a que, cautelándose los dueños de minas de los contratiempos que pueden sobrevenirles, dejen de empeñarse en el aumento de las tareas con la eficacia que se necesitaba para su mayor fomento.

«Aun sin estar espuestos al antecedente peligro, las de Vera- guas y Panamá, no es mayor el fomento que esperimentan, y es- to procede de dos causas; la una es el que los metales son poco abundantes en ellas y el oro que dan no de tanta lei como el de las del Darien; y la otra (que es así mismo la mas poderosa)* que teniendo en aquellos mares el rico producto de las perlas con que cuentan aquellas gentes mas seguras las ganancias, se

243

Chile por el que se sellaba en su casa de Moneda como el que pasaba en igual fecha por los cuños de la aduana de Potosí, porque según papeles ori- jinales que tenemos a la vista correspondientes a 1780 el total del oro comprado en esa casa desde el 1.° de enero al 31 de julio de ese año, alcanzaba apenas a 468 marcos i el amonedado en igual plazo solo a 1,361 marcos, esto es, casi la quintaparte del fundido i sellado en Chile. El rezago de oro que habia quedado del año anterior en la callana de la casa de Moneda de Potosí, según las cuen- tas del visitador don Jorje Escobedo, que vi- no por esa época a Chile, i trajo de escribiente o secretario a un joven natural de Moquegua, que fué padre de Manuel Rodríguez, habia sido de 1,327 marcos, cantidad mínima que al precio de 128 pe- sos 32 maravedises, importaba 170,034 pesos. El re- zago de plata apenas pasaba del doble. A ese punto habia llegado el paulatino decrecimiento de Potosí: 51,638 marcos a 8 pesos2 r, o sea 413,486 pesos!

XI.

Pero la comparación positiva i numérica (por- que este es el sistema demostrativo que ahora per-

aplicau a él, prefiriéndolo al oro de las minas, mas costoso de adquirir, pero no por esto dejan de trabajarse algunas, aunque pocas, sin las que ya se han dicho de las fronteras del Dañen. »

244

seguimos) que restituye a Chile toda su pujanza auiíferai esplica en gran manera la fama adquiri- da a costa nuestra por el Perú colonial- -«Es un Perú,)) es el parangón de lo que redituaba en oro la famosa casa de Moneda de Lima respecto de la de Santiago.

Cualquiera, dadas las condiciones i la forma de los dos paises, se imajinaria que la amonedación del oro del Perú, comprendido Quito i todas las zonas de aquel vireinato, que abarcaba la mitad de los dominios del rei de España en el Pacífico, se- ria diez, quince o veinte veces superior a la de Chile. Pero sin contar con el dato ya apuntado, que establece, bajo la i la inspección personal de Humboldt, la superioridad de Chile en produc- ción, un viajero que visitó el Perú poco después que el sabio alemán, el ingles Helms, afirma que el oro amonedado en la casa de Moneda de Li- ma en 1789 importó 766,768 pesos i subió en 1790 de 6,038 marcos (1)

(1) Voy ages dans V Amériqíie méridionaU par Antoine Za- carías fíelms. lS15.

Hablando de las condiciones desfavorables en que se encon- traba Chile i el Perú respecto de Méjico para la producción de los metales preciosos, el viajero ingles, que era hombre perito, se espresaba en los siguientes términos en la páj. 75 de su libro.

«Si le Perou, le Chili et Buenos Aires, jouissaient des mémes avantages dont jouit le Méxiqne, je soutiens que le Pérou mé- me, tout est encoré dans la confusión et le cahos, pourrait fonruir auuellement quatre fois plus d' argent que le Méxique.»

245

Ahora véase en la pajina respectiva de este li- bro (de la 168 a la 180) las cifras que correspon- den a la casa de Moneda da Chile en igual época, i se estimará lo que era en realidad este pais co- mo productor de oro respecto del Perú.

XII.

Asombra ciertamente leer en los documentos inéditos del vireinato del Perú la manera como hasta en el último tercio del pasado siglo acarrea- ban sus galeones i sus navios de rejistro por el cabo de Hornos los tesoros reputados propiedad esclusi- va de aquel pais, porque en sus partidas de rejistro no se nombraba jamas a Chile ni sus puertos sino al Callao. Desde 1761 a 1775, se trasportaron en efecto en solo 45 cascos 71.677,526 pesos cinco reales i un cuartillo, según la prolija cuenta de Amat. Pero ¡cuántos de esos valores habian sido arrancados por los oscuros i humildes colonos de este reino a sus entrañas!

Entretanto, i como cosa digna de curiosidad, pu- blicamos por la primera vez la siguiente lista del movimiento naval del Pacífico en cuanto al acarreo del oro i la plata hajo partida de rejistro (que no era sino lo que hoi se llama el conocimiento de embarque) i que consta de la siguiente nómina de barcos i de millones conservada por el virei Amat en sus Memorias inéditas depositadas en

246

la Biblioteca Nacional de Santiago, las cuales abrazan un período de dieziseis años:

XITI.

CANTIDADES REMITIDAS DESDE EL PUERTO DEL CALLAO

A LOS DE ESPAÑA DESDE 1761 A OCTUBRE DE

1775 EN LOS SIGUIENTES N AVÍOS DE

REJISTRO:

Año 1761 La Galera Esperanza "1

» » Nuestra Señora del Pilar.,. > 4.648,899 | 5 rls.

» y) El Toscano )

» 1762 La Ermiona de S. M. (de'J

guerra) f 3 567 917 » 2^- »

j) » Los Parajes (alias) la Con- ( ? « 4

cepcion )

» 1763 San Miguel \ 930,239 » 7| »

» 1764 La Liebre de S. M. (de^

^,5!j^^''^)-; \ 5.612,980.3 »

» » El Diamante i '

» •» El Torero , . 3

» 1766 La Ventura 1 rooA'-an. ai ^

D . Los Flaeeres j •'^•224,.60 i. 4i »

^ 1766 La Concordia \ g i27,479 d 7| i>

» » -&/ Gallardo j ' *

» 1767 La Famosa

» » La Ventura

» » El Águila

» » El Matamoros } 6.588,367 » 4^ »

» y> El Toscano

» 7> El Peruano de S. M. (de

guerra)

j) 1768 Santa Bárbara. \

j> )> La Concordia... ( 4.734,871 )) U d

» » El Buen Consejo í ' *

» » El Rosario í

» 1769 El Águila ^

» » San lliguel V 5.430,911 » 4;^^ »

» s> La Ve?itura j

247

Año 1770 La Galga.. » » La Aurora

D D La Concordia > 4.543,537 | o^ rls.

» » El Hércules i

» » El Diamante y

» 1771 No hubo rejistro |

» 1772 El Sete?itrion de S. M. (de

guerra)....

» ^ ÍT/^'T^', '^- '^ V 9.163,603 » 4i D

» » ¿^/ J.5¿!mí;í? id. id / ' *

» 7> La Liebre id. id

» » «Sa?íía i?í?sa/ia id. id

» 1773 El Príncipe ")

» » ElAquUes V 5.812,500 » 4 »

» » El Toscano j

» 1774 Za Industria de S. M. ("de \

guerra) ... f 5.015,916 y> O i>

» » La Liebre m. í '

» » El Águila 3

» 111 o El Astuto ")

» » El Buen Consejo >■ 4.275,540 » 7^ »

» » El Hércules 3

Total 71.677,526 $ 5^ rls.

XIV.

Se habrá notado seguramente por el lector que este proclijioso raudal de oro salia de nuestras cos- tas, con destino muchas veces a naufragar i otras a ser capturado por los ingleses, como las famosas cuatro fragatas de Cádiz de 1804, en solo tres o cuatro buques por año, i en ocasiones en menos. En 1766 la Concordia i el Gallardo condujeron en su bodega 6.127,479 pesos, o sea mas de tres mi- llones cada uno. Ah! Si lo hubieran sabido los in- gleses!....

248

XV.

Decíamos hace poco que parte no pequeña de esos tesoros trasportados a España mas o menos de la misma manera que los vapores de la com- pañía inglesa remiten hoi a Liverpool i a Burdeos los cueros, la lana i el trigo de Chile, correspon- dian de justicia a la estadística de nuestro país, i en efecto Chevalier, haciendo la distribución del oro i de la plata con parca mano fijaba a Chile en su estudio de 1846 las siguientes cantidades a uno i otro metal.

Plata producida por Chile antes de 1810 30,0000 kilogramos: -Oro 217,000 kilogramos; o sean 4,739 quintales 13 libras de oro directo i re- jisTRADO, por solo 652 de plata.

XVI.

Quédanos todavía por demostrar, mediante un cuarto método, la incalculable riqueza aurífera de Cliile en su edad de oro, es decir, mediante su le- jislacion sobre el oro, equivalente al contrabando del oro; i a esta interesante tarea consagraremos el breve capítulo que va a continuación del presente i como su comprobación lójica i sucesiva.

CAPITULO IX.

LAS IVIERMAS DEL ORO EN GHILF.

Caisa? que fomentaron el cont rabando del oro en las Indias. Impuesto del ¿2 por ciento. Cómo se repartían estas gabelas. El quinto del rei. Eli uno i medio de Cobos. La quilca i graves sucesos a que dio lugar en Chile a principios del siglo XVIII. Protestas de independencia en 1778. Los chilenos consiguen la abolición de este impuesto en 18Ü3.— El impuesto de aueria i enérjicas protestas a que dio lugar. Los mer- caderes .santiaguinos cobran la «aparta» del oro i de la plata; pero se oponen a que se establezca un banco de rescate El cacuo de oro i pa- ra qué servia Seis causas de detrimento para la industria del oro eu la época de la colonia. Los pleitos. La canr/alla i la pena de muer- te.— Penuria i carestía de capital i de utensilios. Falta de pn teccion publica. Benéfico gobierno del presidente Manso, i .sus frutos. Bajo

firecio del oro p«r lis imperfecciones de su elaboración i las artes de 05 raercadens de Lima. Desaparición completa de los indios de enco- mienda.— Los precursores de Paratf —El fraile Andia i su secreto de millones. Los químicos Blanca i Palazuelos. Termina con la indepen- dencia la edad del oro en Chile, i motivos porqué continuamos nuestra tarea mas allá de esa época i de nuestra promesa.

«L'oro é ¡1 metallo che piú abbonda nel Chili. non vi ha, per cosí diré, un monte, o un colle, dove non fi trovi in maggiore o in minore quantitá; perfino fra la polve- re delle pianure, e piú fpesso fra lafabbia dei fiume, dci torrenti incontrafi questo metallo.»

(Molina, Aliona iVaíuroZZfjlib, II, páj. 108) LA E. DEL O. 32

250

Hemos comprobado la abundancia del oro de Chile en sus crisoles, en sus asientos reales, en sus ensayes químicos i en sus leyes jenerales i comparativas de esportacion i de comercio.

Cábenos ahora la tarea de justificar nuestros asertos, exhibiendo en sustancia la lejíslacion del oro, es decir, sas gabelas i sus fraudes, o lo que tanto vale, su necesario e inevitable contrabando, resultado lójico de aquéllos.

II.

En diversos lugares de este libro hemos mani- festado que por la avara lejislacion española el minero de oro de las Indias iba forzosamente a medias con el fisco, a virtud del quinto que pa- gaba por impuesto al rei. I ya se calculará, da- do el carácter español, indómito i enemigo de suyo de la lei, si el minero suelto de Chile estaría dispuesto a someterse a pagar de buena gana la quinta parte de su ganancia a S. M.: veinte pesos sobre cada cien!

Por esta sola causa i cortapisa el contrabando del oro, sustancia dúctil i casi microscópica, era universal i es apenas un dato inductivo el del oro que se quintaba por los tesoreros reales o se com-

~ 251

praba por los fundidores en las casas de amoneda- ción. Por lo que acontecia antes con el diezmo, que no era del rei sino de Dios, quien de ello tomaría cuenta, i por lo que acontece todavia con las bulas que son de las ánimas del purgatorio, i las primi- cias, que son, mas que ofrendas, trampas hechas al altar, i no obstante las llamas vivas del infierno, se dejará ver lo que seria aquello del veinte por ciento del oro, la materia de mas fácil contrabando que existe en el orbe. Don Manuel Salas, como se- cretario del Consulado de Chile, da cuenta en una memoria que publicó el Mercurio de Valparaiso en 1843, que en la cordillera de Uspallata se per- dió un correo con cuarenta mil pesos en oro que llevaba sobre su cuerpo... Un peón o un arriero chilenos podian contrabandear, por lo menos, igual suma en un dia i hasta en una hora.

III.

Los viajeros españoles Juan i Ulloa estimaban por esta razón el contrabando del oro en la pro- porción de 3 a 2; pero Kobertson, que, era a virtud de su nacionalidad, mas sincero i no menos bien informado, estima que el contrabando del oro en las Indias representaba por lo menos la mitad de la producción. Molina iba mucho mas lejos cuan- do a fines del siglo pasado aseguraba que la pro- ducción del oro era de 4 millones de pesos; i bue-

252

nos motivos tendría para decirlo, convÍDÍendo no- sotros en esto con el sabio talquino, i defendién- dolo del cargo de «ponderativo», que por ese ca- pítulo le dirijió su amigo el sabio Humboldt. (1)

IV.

Pero el 20 por ciento no era suficiente a la re- jia insaciable codicia de España; i Carlos Y, na- da mas que por agnidar a su secretario Cobos, le regaló el iino i medio por ciento del oro, impuesto inverosímil que se llamó «de Cobos» por su primer usufructuario. I con esto la tasa jeneral del oro era de 21 i medio por ciento. En Chile el ano i medio de Cobos rendía a mediados del siglo pasado 15,000 pesos al re i.

Y.

Aplicábase esa pauta a todas las Indias. Mas los infelices mineros de Chile se vieron forzados a sopoitar otro jénero de odiosos impuestos locales que alimentaban el tributo hasta un 22 por cien- to; i entre aquellos señalaremos solo estos dos;

(1) Según Molina, el oro que en Cliile se pasaba ^or alto, o «se estraviaba para Buenos Aires,5)estandü a la espresion del virei Amat, ascendía sobre cuatro millonea a 2.750,000 pesos. Pero en esta cantidad estaba comprendido el que se destinaba a víiji» Ha, joyas i otros u^us caseros a que tan afectos eran los criollos aniorican(^s.

253

El Humado de quüca, que erasolo un fastidio, i el de averia, que era de uno i cuarto por ciento sobre la plata i de medio por ciento sobre el oro.

VI.

La quüca, mas que una contribución era una impertinencia, a virtud de la cual los tesoreros por sellar cada tejo que se les presentaba, cobraban cuatro reales de impuesto. I de la resistencia cons- tante i enérjica que los santia^uinos, hijos i nie- tos de vizcaínos i del país de los Fueros, han opuesto siempre al fisco, se recuerda en un libro manuscrito que nosotros tuvimos (i porque nos lo robaron no lo tenemos hoi) un caso curioso ocu- rrido al caballero don Domingo do Yaldés, sue- gro del conde don Mateo Toro Zambrauo, el mis- mo que con su injente caudal contribuyó ostento- samente al edificio de Li actual iglesia de la Mer- ced, donde descansan sus cenizas. I el caso fué co^ mo sÍL>;ue:

Presentó el caballero Valdés a los tesoreros reales en un dia de noviembre de 1726, cuando no existia sino en escondidos deseos la espectativa de una casa de Moneda, cierta cantidad de tejos de oro que pesaban 15, 20 i hasta 25 libras cada uno, i por aplicarles su real sello los tesoreros exijieron cuatro reales por tejo, a título de quüca; i do aquí la disputa i el enojo. Siguióse en consecuencia un

254 ~

espediente de cuarenta fojas, i como siempre el mercader perdió su pleito contra el rei.

Rejia este nimio pero odioso impuesto, en con- secuencia, a fines del siglo XVIII, i en un dia de 1781 (el 11 de julio) reuniéronse airados, hace de esto justo cien años, los comerciantes de Santiago en casa de su presidente i juez de comercio don José Pérez García, el historiador, i firmaron una acta solicitando la abolición del repugnante im- puesto de la quilca. En materia de palabras ento- nadas contra el rei i sus gabelas no se quedaban eortos los chilenos treinta años antes de la inde- pendencia.

YII.

Aplicóse también al oro de Chile en el última tercio del pasado siglo el impuesto llamado de ave- Tía, el cual existia antes como una especie de se- guro para el comercio jeneral de flotas i galeones.

Ocurriósele, en efecto, al comercio de Lima cuan- do vino la famosa espedicion de Cevallos contra ios portugueses al Rio de la Plata, prestar al rei para este gasto millón i medio de pesos en 1777; i a fin de resarcirse de su adelanto, i acostumbra- dos los limeños de aquel tiempo a hacer con los chilenos i aun con los arjentinos lo que los niños con sus volantines, les impusieron la contribución de medio por ciento sobre el oro.

S55

Eaérjicas i hasta significativos de graves suce- sos venideros fueron los términos en que los veci- nos de Santiago, puestos de acuerdo con los de Buenos Aires, reclamaron contra aquel escanda- loso abuso del Consulado de Lima en una junta especial que para el caso celebraron el 11 de junio de 1775, dia, a escondidas, precursor del 18 de setiembre de 1810.

«El consulado de Lima (así dice el acta oriji- nal) no ha podido tenernos presente solo para coar- tar la libertad de nuestros jiros i deprimir la esfera de nuestras negociaciones, siempre que los celos o los discursos le presentan oportunidad. I todo esto sucede en fuerza de la odiosa plenitud de poder con que hasta ahora ha oprimido a este comer- cio, i qi¿e quiere aun mantener después del Real Bescripto de independencia que queda referido.»

VIH.

Aludia el grave acuerdo que precede, a una real cédula de 1767 por la cual se habia mandado crear en Chile, a ejemplo de Bogotá i de Méjico, un tribunal de alzada, independiente del Consulado de Lima, el cual era una especie de rei chico del Pacífico. Mas, el espíritu de las palabras que he- mosjcitado, i las palabras mismas, son a la verdad, una justificación de lo que en otra parte dijimos, esto es, que el oro pesó mas en la balanza del

25G

año X.j año por escelencia de oro, que la idea je- neradora de la independencia. Mas, por ventura, el oro no es también idea?

IX.

El derecho de averia continuó, sin embargo, co- brándose implacablemente. Los arjentinos, que de ordinario iban a nuestra vans^uardia, lo hicieron suspender en 1793; pero en Chile se ejercitaba con pleno vigor en 1800, año en que el Consula- do establecido ya en Santiago solicitó su abroga- ción. Vino esto a ser concedido solo por real cé- dula de 22 de octubre de 1803.

X.

En un sentido diferente, pero dirijido a los mis- mos fines de espoliacion, los ensayadores de la casa de Moneda aplicaban al fisco (o a ellos mis- mos) el valor de la plata que estraian del oro i que en el metal de Chile se estimaba en una onza por cada libra. Ya el famoso Fagoaga habia verificado en Méjico el descubrimiento que le hi- zo merecer el título de «marques del Apartado,» sistema que hoi se ha llevado a tal perfección que hasta de la moneda vieja sacan un milésimo de oro con provecho los laboratorios de afinación en Europa. Poro los tesoreros reales de la casa de

- 257;-

Moneda no se daban cuenta de tal maravilla, i en junta de comercio, celebrada en la casa del mer- cader decano don José Pérez García el 8 de agosto de 1782, se solicito, ignoramos con qué re- sultado, que se abonas3 por el rei la aparta de la plata que los ensayadores sacaban del oro.

IX.

Justo es también reconocer aquí que los celos de perro de hortelano que los mercaderes de San- tiago mantenían entre sí, como sucedió en el caso del marqués Huidobro, no eran parte a aliviarlos de sus cargas, porque habiendo solicitado en 1776 el caballero don Juan José de Santa Cruz, segun- do o tercer abuelo de un héroe malogrado, que se le permitiera establecer en Chile un rescate de plata i oro, en el cual los particulares habrían ob- tenido las ventajas de la competencia, se opusie- ron todos sus colegas en masa, apellidando mono- polio lo que era redención.

Hubo con este motivo una acalorada junta de comerciantes el 2[8 de febrero de 1776, en la que se dio por argumento en contra, «la escasez de plata seticilla», i firmaron don Lorenzo Gutiérrez de Mier, don Domingo Muñoz de Salcedo, don Cele- donio de Yillota, don Pedro Palazuelos, don Anto- nio de la Lastra, don Juan Anjel Berenguer, don Miguel Pérez de Cotapos i Villar, éste con pulso

LA E. DEL O. 33

258

trémulo de anciano, don Agustín de Tagle, el mis- mo que vendía el fierro a precio de oro (20 pesos por quintal), don JoséPerez García, don José Ea- mirez i don Salvador de Trucíos, en una palabra, la flor i nata del caudal i de la prosapia vizcaína en Santiago de Chile. (1)

XII.

I con esto que llevamos dicho sobre las gabelas jenerales i locales del oro, podrá el lector valori- zar en su conciencia si los chilenos de antaño pa- gaban con fidelidad su tributo al reí, i si era el oro quintado solo la mitad, la cuarta parte o solo el quinto del oro que producía de suyo la agradeci- da i rica tierra.

Nada era por esto mas común que el oro pasa- se directamente de la boca de la mina o de la ba- tea del lavadero a sus dueños, i así, en crudo, en polvo, lo llevaban hasta España en las gavetas. Hablando el opulento comerciante don Francisco Javier Errázuriz (abuelo del penúltimo presidente de Chile) a un hermano que tenif^n Lima de otro

(1) El argumento déla i^lata sencilla no dejaba de tener al- gún valimiento, porque a mediados del presente siglo no era cosa sencilla cambiar una onza de oro en pesetas, reales, medios i cuartillos de carita, ni aun por sucia plata de cruz o macuqui- na. El premio que entonces se pagaba era el de dos reales por cada 1 7 pesos, o sea algo como el uno i medio de Cobos.

259

hermano de ambos que fué canónigo (el doctor don José Antonio Errázuriz), de las dilijencias que para obtener su prebenda iba a hacer perso- nalmente a España el último contra sus rivales de oposición en la cátedra, los doctores Palacios i Arteaga, le decia desde Santiago: (El 20 de abril de 1783 salió para Buenos Aires José Anto- nio, a disputar la canonjía doctoral en Madrid. Va con muchas recomendaciones, i lo que es mas con harto cacao. ...d El cacao era el oro en polvo, el mismo cacao que llevó a Roma el canónigo Cien- fuegos; i así como el presbítero Errázuriz vino a sentarse en el coro a título del cacao servido en las bruñidas chocolateras de Madrid, de igual suerte el digno cura de Talca i condueño de las minas del Chivato, volvió de Boma unjido obispo

de Rétimo, cuarenta años mas tarde Efectos

del cacao de Chile, es decir, del oro

XIIL

Causas económicas de orden diverso pero no menos eficaces que las mencionadas, contribuían también de consuno a embarazar i limitar la pro- ducción del oro i, entre otras, figuran en primera línea estas seis:

I. Los pleitos.

II. La cangalla.

IIÍ. La penuria de capital i utensilios. IV. La falta de protección pública.

260

V. El bajo precio del oro.

YI. La estincion de las encomiendas.

XIV.

Los pleitos, porque si los hombres, i en espe- cial los chilenos, pelean poruña raja de leña en la montaña o un almud de trigo en la era, o lo que es mas común, por una cerca vieja en los potreros, por el oro han acostumbrado matarse. California en- jendró junto con el oro el revólver, esto es, el arte de matar aprisa. «(Está también de manifiesto, decia un acuerdo del comercio de Santiago del 4 de enero de 1754, que si alguna miña descubre buenos metales, la codicia de todos lo reduce todo a pleitos, en cuya profesión se gasta mas de lo que se da.»

XV.

La segunda plaga del oro, después de la del papel sellado, de los tinterillos i de los abogados «los doctores Las Peñas» del coloniaje, era la cangalla, i el robo de metales en las canchas de las minas. Ya hemos dicho como se perseguía este fraude en Copiapó a mediados del siglo pasado; pero contra la tentación del oro en polvo no hai al parecer remedio humano. -El rei, es cierto, castigaba al que le robaba en sus canchas, es decir, en el vo- lante de la Moneda, con la pena de muerte. Pero

261

los pobres mineros de Chile no eran reyes para defenderse con la horca. I era mucho que tuvieran a su disposición el rollo.... (1)

XVI.

La tercera causa eficaz que esterilizaba la pro- ducción del oro en Chile no era en realidad la es- casez de operarios, que abundaba en el reino según las palabras del tesorero Madariaga, sino con mucha mayor eficacia su ignorancia, su falta de capital i de utensilios, junto con la tiranía de los cambistas 'que imponían a los infelices labriegos la lei de su usura o su capricho. No habia compe- tencia, porque habia monopolio.

No tenían, ala verdad, mas medios de producción los mineros de aquel tiempo que la barreta cuando el fierro costaba tanto como la plata, ni mas ma-

(1) «En cédula de 22 de marzo de 1786 se mandó ejecutar en Indias la pena de muerte que las leyes de Castilla imponen con- tra los operarios y empleados de las casas de moneda de Indias que roban el oro o plata de ellas.

»Pero debe tenerse muy presente, que sucedido posteriormente eu la misma casa de Méjico donde acaeció el robo que motivó la anterior resolución, otro de unos pedazos de rieles, S. M. en cé- dula de 11 de junio de 1792 se sirvió declarar, que la pena de la ley de Castilla no comprende los robos de metal en ¡teísta, sino la saca de moneda empezada y no acabada y librada por el te- soro, y que en este delito y no en aquel debe solamente ejeca- tarse la pena capital, conforme a la lei. d - {Leyes de Indias, nota .3.'^ al t. 23, lib. 4.°)

262

quinaria que el trapiche primitivo, ni mas utensilio que la batea, ni mas capital que su sudor, ni mas cajón de seguridad que el buche de las gallinas, preparado para convertirlo en diminutos receptá- culos de oro cuando no eran las criadillas de los carneros o el cañón de las plumas de ganso los que le servían para almacenarlos...

Por lo jeneral, los mineros trabajaban personal- mente sus labores, por temor de que los peones les robasen el oro, como aconteció en el caso famo- so de los siete escomulgados del Bronce de Petorca.

XVII.

Ni el gobierno jeneral del reino, i ni los avaros correjidores de partido, se preocupaban tampoco en lo menor de ofrecer algún intelijente estímulo a la industria; i hai constancia de que-en tiempo del presidente Concha, a principios del siglo XVIII, no se podian beneficiar las ricas minas de plata de San Pedro Nolasco en el cajón de Maipo, porque nadie se cuidaba de hacer venir azogue de Huan- cavélica, que era monopolio del rei i do Potosí.

Solo durante el gobierno del ilustre Manso, el mejor i el único administrador que tuvo la Espa- ña en Chile, con escepcion de don Am.brosio O'Higgins, se concedió alguna atención al laboreo i réjimen de las minas de oro, según Jo notamos al hablar de Copiapó, en 1740. «Todas estas minas

263

de Chile, decían ]>or este motivo con justicia en sns Noticias secretas los viajeros españoles tantas veces citados, que en esa misma época visita- ron este reino, estuvieron totalmente abandonadas hasta que en los años de 1728 empezaron a ha- cerse en ellas algunas labores: estas fueron ade- lantándose poco a poco, i entrando la emulación entre aquellas jentes, procuraron poner corrientes muchas de las que estaban entregadas al olvido i a la omisión.» (1)

I esta era la cuarta causa del abatimiento de las minas de oro.

XVIII.

Figura como la quinta causa del atraso de la producción en suelo tan rico de suyo como el de Chile en pastas metálicas, el bajo precio que en primer término los cambistas locales i en seguida los mercaderes de Lima pagaban por su rescate de oro al infeliz minero, a título de que el metal no era bastante puro i acendrado, o porque en reali- dad los mineros de aquel tiempo no sabian resfo- gar sus pinas por los métodos adelantados que hoi se emplean. Uno de los medios mas usuales para

(1) Obra citada, páj. 568. Según Madanaga,lo8 quintos rea- les que antes de esa época estaban arrendados en el obispado de Santiago en la miserable suma de 4,50o pesos, se remataron por algo más del doble, esto es, por 9,188 pesos duante el gobierno de Manso.

264

dí^jDurar el oro i estraer el azogue de la amalgama, era escupir con tabaco las pellas al machacarlas en una piedra, a fin de «botar las mugres;» i por este beneficio, que muchos practican todavía, se com- prenderá cuan intenso era el atraso de la industria del oro i cuan crecidas sus mermas. No por esto dejaban de lucrar con él el minero, el cambista lu- gareño, el mercader de la capital o del puerto, el naviero i, sobre todo, el feudatario limeño. A la verdad, era Lima en esos años el pozo i el arca que absorvia toda la sustancia de este suelo escla- vo suyo, que hoi se ha trocado en vengador i en señor. «No es obstáculo la merma del oro, de- cían a este propósito los autores de las Noticias secretas de América, para que queden ganancias mui suficientes para los que compran oro en Chi- le i lo llevan a vender a Lima.»

xrx.

La sesta causa que influyó, aun dentro de la co- lonia i de sus escasísimos medios de esplotacion, en la disminución del oro, fué la casi absoluta es- tincion queesperimentó el trabajo servil por el aca- bamiento total de los indios de encomienda desde la medianía del siglo XVIII. En un artículo que en 1878 publicamos sobre el orijen del nombre de Chile (1), dimos cuenta de la mísera condición que

(1) Eelaciones Históricas. 1.* serie.

265

arrastraban a principios del presente siglo los pue- blos de indios, que mas bien debieron llamarse «co- munidades de libertos.)) Mas para que el lector se forme una idea dv^ los estragos que hablan hecho en la raza indíjena desde Copiapó al Maule las vi- ruelas i el látigo, la codicia i el oro, será suficien- te recordar aquí el dato iuédito que apunta el tesorero Madariaga en su relación citada, según la cual, en 1744 los mayores feudataríos de Santiago tenian en sus haciendas indios de encomienda en la forma que vamos a espresar. El marques de Villapalma, don Diego de Encalada, 33 indios en Codao. Don Diego Salinas, en la Angostura de Paine, 3. Don José Aldunate en Chada, 4. Don José Nicolás de la Cerda, 3, i don Juan Francisco Larrain en Acúleo, un indio.... I en esto hablan venido a parar los diez mil, los veinte mil, los cien mil, ios «doscientos mil indios de encomienda)) i sacadores de oro de que hablan los viejos cronis- tas en diversas comarcas de Chile!

XX.

No concluiremos este capítulo, destinado mas a las curiosidades del oro que a su producción i a su estadística, sin mencionar siquiera algunos de los predecesores que en materia de inventos o de hallazgos de oro tuvo el insigne químico alsaciano don Alfredo Paraff en el último tercio del siglo

LA E. DEL O. 3-4

«inconvertible» en que vivimos. T entre los pri- meros de aquellos augures de las ciencias incóg- nitas figura un fraile que no es ni el que inventó la pólvora en Friburgo ni aquel famoso cura de Potosí, Alonso de Barb-i, por cuyo libro ofre- cieron, en la época de la aurífera locura, hasta cinco mil pesos, por tenerlo, i hasta mil solo por leerlo en veinte i cuatro horas (histórico), sino un astuto monje de Santiago llamado frai Domingo de An- dia, quien, deseando probablemente ir tcde guerra» a España, es decir, sin pagar pasaje en los galeones del rei, ahorrándose tres mil ducados, que era el precio de un camarote con derecho a dos años de ración, escribió a S. M. una carta por el año 1618, anunciándole que, si lo llamaba a sus reinos, le revelarla un secreto por el (iual lucrarla su exhaus- to er¿irio dos millones de ducados en cada año i por término indefinido.

Era el soberano austríaco de aquella época el beato don Felipe III; pero no cayó en la trampa del fraile mercedario con la fixcilidad que otros en la del hábil químico de Mulusa, porque S. M. escribió al gobernador de Chile, el buen don Lo- pe de Lemus, que también era beato, no le envia- se al fraile «porque agora (así dice una real cé- dula de 3 de junio de 1620 que existe en el ar- chivo de la Curia de Santiago) no conviene que este relijioso venga a estos reinos». Pero al mis- mo tiempo agrega, con la sospecha del que codi-

267

cia i espera... «quesera bueno reducir el fraile mis- terioso a clausura para arrancarle su secreto, bajo precepto de obediencia, i si por ese camino nada se obtuviese, habria de ocurrirse a medios persuasi- vos, haciéndole ver, que se tendrá de él la cuenta que es justo i se le agr£idecerá como lo verá por los efectos»... Concluia el cauto rei recomendando a su lugarteniente en Chile pusiera manos a la obra con urjencia, tanto cuanto «la nece'sidad obliga»

XXI.

Mencionan también otros papeles que orij i na- les tenemos a la vista i de diversa procedencia, a un don Miguel Blanco que pidió permiso i plazo de dos años al virei Guirior para fundir metales preciosos a fuego; un apreciable caballero de San- tiago que propuso al presidente O'Higgins el be- neficio de las mismas sustancias por medio de un menjurje parecido a lalejia, i al caballero don Jo- séJoaquin Fernandez de Palazuelos, que en 1778 pasó a Potosí para venir a enseñar a los copiapi- nos el arte de Alonso de Barba i que, sin la fama i el lustre de su maestro, murió como Juan Godoi, en suma indijencia i en la patria del último, en 1783. ¡La eterna opaca estrella que alumbra a los descubridores!

268

XXII.

Pero de todo esto, que mas pertenece al reino de la plata que al del oro, habremos de ocupar- nos en libro por separado, conforme a nuestra promesa, así como de las curiosas pruebas i mali- cias a que dio lugar la enseñanza técnica de la esplotacion i beneficio de aquel metal en Potosí i en Lima, arte que vino a enseñar a los criollos ame- ricanos el insigne mineralojista alemán i barón de Nordcnflyclit, cuyos nietos vagan hoi, como el Fer- nandez Palazuelo de Potosí i como el Juan Go- doi de Chañarcillo, a manera de sombras entre las sombras.

XXIII.

Debiéramos, por el orden, la lójica i la carátu- la del presente libro ponerle aquí término, por cuanto hemos llegado en el camino de las demos- traciones i de las pruebas a la cima reluciente en que el oro de Chile ostentó su mayor edad i su mayor pujanza, en aquel año del presente siglo que se ha mirado como la cuna de la independen- cia política de la república.

En esa cima culminó la edad de oro a que es- tas pajinas están consagradas; i si hubiéramos de descender por la pendiente llevados solo del pro-

269

pósito, a nuestro ánimo vedado en lo absoluto, de aconsejar empresas temerarias o prestar alas a sórdidas especulaciones, de seguro no pasaríamos adelante, dejando así fielmente cumplido nuestro empeño para con el lector i el patriota, con el minero i el lejislador.

Mas como los posteriores descubrimientos de California, de Australia i de la Nueva Zelanda han sido hecbos i esplotados bajo leyes, costum- bres i sistemas enteramente diversos de loR que rijieron la esplotacion servil del oro de Chile du- rante sus tres períodos de crecimiento, que se dilatan desde Diego 5e Almagro adon Mateo To- ro Zambrano el Descubrimiento la Conquista la Colonia, será fuerza prolonguemos todavía un tanto nuestra fatiga, a fin de sacar airosa, sino triunfante, la innovación nacional que hemos pro- puesto a una rama del Congreso, i cuyo proyecto de lei es el motivo i la eficacia esclusiva de 'este libro.

CAPITULO X.

LA DECREPITUD DE LA EDAD DEL ORO EN CHILE.

Influencia esterilizadora de la guerra de la independencia en la producción del oro. Ocultación de capitales i dismffiucion de brazos.— Decreto de la junta de 1813 en favor de los mineros. La producción del oro decae a la mitad en 1814, i en 1821 casi no hai pastas que amonedar. Cua- dro de la amonedación del oro desde 1818 a 1821. La amonedación des- ciende a 400 marcos por año en 1830 i 1831, años de esterilidad para Chile. Demostración del oro amonedado en Santiago desde 1822 a 1830.— Gabelas que gravan la esportacion del oro, i sus atenuaciones en 1832. Se aumenta en este año el precio de compra de oro en la casa de Moneda i la venta se quintuplica. Intluencia adversa de los descu- brimientos de plata de Arqueros i Chañarcillo en la producción del oro.— «El libro de la Plata.» Cálculo de la producción del oro desde 1844 a 1875. Casos de esplotaciones ricas de oro de 1830 a 44. El yankee Yansen en Yaquil. El oro en la rejion central desde Acúleo a «Las Palmas» en el departarmento do Curicó. «El hoyo de la Vieja,» en el San Critóval. Las tierras auríferas de Peñuelas en 1840-44. Oro chileno amonedado en el trienio de 1879-80-81, según Brieba.-- Condensacion de la producción de treinta lugaren diferentes en los últi- mos tres años. Amonedación del oro de Catapilco, de Llampaico, de Niblinto i de Lebu. El oro en Illapel durante el invierno de 1881, i minas qne en ese departamento existen i se trabajan. Descubrimientos auríferos de California, i cómo éstos redundan en daño directo de la pro- ducción del oro en Chile. La tercera edad del oro en California, i có- mo esta nueva faz de la industria ha abierto nuevos horizontes a la esplotacion del oro eel país.

«Una de las provincias mas opulentas de oro que se an descubierto en la Améri- ca es el Reyno de Chile, y en tiempos passados fueron muchíssimos los minerales que se labraron, porque todos los pueblos y lugares tenían minas riquissimas en sus distritos, unas halladas por arte i otras

211

por fortuna; i mayor número manifesta- ron las corrientes de las aguas que se des- cuelgan en las serranías, robando las prime- ras capas de tierra; otras p)or los pedazos de los cerros que se derrumbaron con los temblores, enfiaqueciéndose los cimientos en que estribaban., Diego de Rosales. HiSTO- UE Chile, lib, 1, cap. V.)

«¡Cuántas riquezas minerales están se- pultadas hajo las arenas o espuestas a la mirada atónita del intelijente viajero' El oro se encuentra al N. N. O. de Tres Pun- tas, sobre la pendiente de los Andes i en las montañas de la costa cerca del puerto de Taltal, así como las que rodean al nor- te el valle arenoso donde se pierde el rio deJiCopiapó.» {Vicente^ Pérez Rosales. Ensayo sokre Chile, páj. 411).

I.

La guerra de la Independencia produjo en Chi- le sobre el oro una revolución semejante a la que habia traido aparejada la guerra de la rebelión in- díjena en los comienzos del siglo XVII.

Paralizó casi por completo la industria de su esplotacion i de su beneficio.

I ello era natural i en realidad inevitable, por- que todas las industrias viven de la paz; i ningu- na con mas especialidad que el oro, en razón de su estraordinario valor, de las dificultades de su estraccion, de los riesgos continuos de su fraude i lo manual i mecánico de sus procedimientos. A la verdad, en la esplotacion del oro corno en la de los diamantes, los rubíes i los záfiros todo es cuestión de confianza i desconfianza, de economia i de pro- digalidad, de carestia en el precio i baratura en los

272

procedimientos i en los jornales. No debió por esto ser Jason eltipoauriferode la Mitolojía, sino Argos. I como la guerra desbarata todo esto, a la ma- nera de un colosal trapiche en que la locura hu- mana arroja todos sus tesoros de bienestar i opu- lencia, aconteció que la era de la independencia inició lo que podriamos llamar con propiedad la decrepitud de la edad del oro, porque no fué su esterilidad ni su agotamiento, sino simplemente un período de debilidad i languidez de la cual, a semejanza del ave férdx, volverá tal vez a reco- brarse mas adelante de los tiempos con mas pu- jante vuelo su industria.

II.

Las batallas de la Patria vieja (1813-14), las tiranías de la Reconquista (1815-16) i las victo- rias mismas de la Patria nueva (1817-26), desa- rrollaron en consecuencia en nuestro territorio el mismo fenómeno que la rebelión de Caupolican i de Lautaro contra Valdivia (1553-1561) i la rui- na de las siete ciudades en tiempo de Oñez de Lo- yola (1598-1603).

Pero con esta notable diferencia:

Que en aquellos siglos el campo de la esplota- cion vedado a la industria i la codicia, quedó ] e- ducido al suelo rico pero limitado de la Arauca- nia, al sur del Biobio, al paso que en la guerra je-

273

neral de la emancipación las causas de la paráli- sis del oro fueron jenerales i afectaron todo el cuerpo del reino.

La escasez de capitales, la timidez de los habi- litadores, la fuga i el secuestro de los ricos penin- sulares que hablan ejercido casi esclusivamente el comercio de cambiadores i de aviadores del oro; la escasez déjente, arrebatada por las levas i el pánico de la guerra; el alza consiguiente de los salarios, todo se conjuró contra el oro.

I por esto, en el lugar oportuno dejamos com- probado con datos oficiales i autéaticos que la proporción del oro, que iba en creces hasta 1810, quedó súbitamente detenida como en las crisis in- díjenas ya recordadas, descendiendo a casi la mi- tad de esa cifra su producción antigua, conforme a los rejistros de la casa de Moneda.

III.

Clara cuenta de estos fenómenos diéronse los primeros gobiernos nacionales, i entre otras me- didas de protección para la decadente industria minera, la Junta que sabia i patrióticamente rejia la naciente república en 1813, dictó el siguiente decreto de exenciones i protección al minero:

(L Santiago, mayo 1.° de 1813.

Teniendo el Gobierno declarado de antemano

LA E. DEL O. 35

274 --

que los mineros que se hallen trabajando minas en virtud de haber obtenido merced del Tribunal Jeneral o las respectivas diputaciones, i sus ma- yordomos i operarios i los pirquineros i cateado- res, sean exentos de todo alistamiento i servicio de armas, conforme a lo prevenido en las orde- nanzas de minería i militíir, i a la utilidad i con- veniencia que en las actuales circunstancias del Reino resulta al Estado del fomento i laboreo de las minas, ningún jefe militar molestará a estos individuos. Para que lo tengan entendido, se im- primirá en el Monitor i con esto se tendrá por bastante circular. Ferez. Infante. Eijzagui' rre-)) (1).

IV.

No cesó por esto el mal, i al contrario, con la prolongación de la guerra se hizo mas intenso.

A la verdad, tres años después de la batalla de Maipo i pocos meses después de la ocupación de Lima por el Ejército Libertador, no habia casi oro que amonedar en la callana de la Moneda, i en la Gaceta ministerial de aquel tiempo hemos encon- trado una disposición que tiene fecha de 26 de octubre de 1821, por la cual se disponía que se aumentasen «los remaches», i que cuando hubiese doce o quince tejos de oro juntos, se avisase alpü-

(1) Monitor Araucano, mayo de 1813.

275

hlico, (no dice si por bando callejero o simplemen- te por avisos), que iba a «haber amonedación», co- mo quien hubiese dicho que iba a «haber óleo»

Tan escaso habíase hecho con la guerra el precio- so metal! El fierro habia remplazado al oro.

y.

En el lugar correspondiente de este libro deja- mos en efecto asentada la escala ascendente de la producción del oro, según los datos del archivo de la Moneda hasta 1810, i su escala descendente has- ta 1817. 1 ahora habrá de ser de oportunidad jus- tificar con números oficiales los conceptos que hemos venido emitiendo i formar una nueva es- cala que abrace los cuatro años posteriores que nos conducirán al que acabamos de mencionar. He aquí esa triste proporción:

Producción del oro conforme a las compras he- chas en la casa de Moneda desde 1818 a 1821.

1818 3,702 marcos.

1819 4,603 »

1820 4,290 »

1821 1,192» » (1)

YI.

Continuó desde esa época viviendo en estado

(l^ Estos datos fueron publicados eu el Araucano niím. 14, correspondiente al año de 1831.

276

enfermizo i precario la industria del oro, i esto a tal punto, que para su amonedacian, según el discurso inaugural del presidente Prieto en 1834, no se ha- bia llevado a la casa de Moneda durante los años de 1830 i 31, que fueron años negros de esterili- dad i discordia para Chile, sino 932 marcos de oro en 29 meses, o sea mas o menos 400 marcos por año! I, como se notará, esto era apenas la vi- jésiraa quinta parte del rendimiento acusado por aquel vehículo en 1810.

I ¡cosa, a la verdad, harto en senadora! en el año de 1827, que fué de intensas ajitaciones, casi no hubo amonedación (282 marcos) i en el de 1829, que fué período de sangrientas revueltas civiles, el oro se escondió de tal manera en las entrañas de la tierra o en las gabetas de los cambistas, que no se llevó un solo marco a los crisoles de la Mo- neda. I para justificar lo que decimos aquí, va en seguida la demostración, conforme a los libros de compra de la casa de Moneda durante el nove- nario de años corridos desde 1822 a 1830, con los precios respectivos de su adquisición:

Marcos de oro. Su importe en pesos.

1822 3873 527.278

1823 2300 313.160

1824 1388 189.001

1825 1152.7 156.953

1826 1294.4 116.220

1827 282 33.390

277

1828 565.7 77.031

1829 (No hubo amonedación).

1830 410.1.6 55.937

YII.

Llegó ciertamente la disminución, sino propia- mente en el rendimiento del oro, en su venta an- tigua i cuotidiana, a tal estado durante los últimos años marcados en el cuadro anterior, que hízose preciso dictar una lei nacional aumentando el pre- cio de compra del oro a 136 pesos el marco de 22 quilates, i esta medida produjo resultados prontos i favorables, fl)

Según el testimonio del ministro Renjifo, autor de esta cuerda medida, la venta del oro a la ca- sa de Moneda se cuadruplicó en el acto, porque en 9 meses pasaron por sus balanzas 1,790 marcos. El beneficio neto que la casa de Moneda dejó en

1831 al erario fué de 19,646 pesos, o sea la mitad de lo que a fines del siglo pasado rendia al rei. En

1832 la venta fué mas o menos la misma i aun esperimentó una corta merma, 19,536 pesos.

YIII.

Era, entretanto, el aumento de venta del oro al

(1) Lei de 23 de agosto de 1832. Boletín de las Leyes, lib. V. núm. 7.

~ 278

laboratorio de la casa de Moneda de Santiago que acabalónos de señalar, prueba palmaria de que el oro no habia disminuido ni como criadero ni co- mo metal de veta en las entrañas del país, sino que su disminución en el mercado obedecía a causas i a perturbaciones económicas que nada tenian que hacer con su sustancia intrínseca. I en esto esta- ban de acuerdo todos los hombres observadores i aun los murmuradores de profesión o de desquite que en aquellos tiempos visitaron esta apartada tierra, Caldcleugh, que se hizo después vecino de Chile por el oro, el cáustico John Miers, que trajo de Inglaterra una maquinaria completa de amo- nedación, el mineral oj i sta Schmidtmeyer i hasta la varonil i en cierta manera ahombrada» María Graham.

I aunque de todos estos viajeros i de otros que recorrieron los valles, ciudades i páramos de Chile hurgueteándolo de arriba abajo, habremos de ocu- parnos en el libro jemelo del presente i ya ofreci- do como su natural compañero con relación a la plata, que en Chile fué albacea del oro, no pode- mos menos de citar aquí la opinión del primero respecto a la decadencia del metal rei. «Su prin- cipal decadencia, decia Mr. Caldcleugh (después «don Alejandro Caldéelo-») en 1821, i como hom- bre entendido en el oficio, proviene de la deficien- cia del capital, mal que la revolución ha aumen- tado, por cuanto los principales poseedores del

279

dinero eran españoles, i éstos, lejos de proseguir en especulaciones mineras, se empeñaron, al con- trario, en desprenderse de ellas.» (1)

IX.

Visitando en 1821, a su paso de Valparaíso a Santiago, el trapiche de Curacaví, cuyos escombros dijimos antes conocimos en nuestra niñez, el via- jero ingles de que venimos ocupándonos presajia- ba melancólicamente i para dentro de breve plazo su completa paralización, no por faifa de oro (oro de Caren i Colliguay) sino por falta de bra- zos i de salarios. I así aconteció.

Igual pronóstico formulaba tres o cuatro años mas tarde el descontentadizo e impertinente me-

(1) «The chief falling off, therefore, has heen owing to a defi- cience of capital, wich the revolutioii has naturally much aggravated; for the chief capitalist were oíd spaniardj, who, ins- tad of investing their funds in speciilatioas of this sort, were rather calculating how to withdraw and conceal them». (A Caldcleugh. Travelsin South America, 1S19-20~81. Londres 1825, vol. II. páj. 363.)

Mr. Caldcleugh vino a Chile como ájente de las famosas com- pañías inglesas que malbarataron millones de millones de li- bras esterlinas en empresas ideales i en una especie de delirio que recuérdala fiebre aurífera de 1877-78. Pero de sus apreciaciones, así como la délos ajentes Andrews, Head, Cameron, Schmidtme- yer, Barry i otros, habremos de hablar con esteusion en la obra que probablemente llamaremos el Libro de la Plata, como el presente pudo llamarse Liber aureolus.

280

cánico John Miers, el viajero que mas desaforada- mente haya calumniado a Chile, respecto de los lavaderos de oro en jeneral, cuando decia que la alza sucesiva del salario i las ocasiones de me- jores industrias i mayores provechos, esterilizarían por completo la producción de esa antes fácil i barata fuente de riquezas para los «bárbaros chi- lenos» (1).

X.

La verdad era que el oro dejaba de cosecharse, pero no habia cesado de existir ni en el campo ni en la troj. I la prueba de ello, era que no obstan- te el cúmulo de dificultades nacidas de la situa- ción, el oro continuaba esportándose gracias a la libertad de comercio, habiendo desaparecido la pauta antigua de la amonedación que era la única estadística aproximativa de la colonia.

Miers, que deprime sistemáticamente todo lo que pertenecía a Chile (porque no le compraron sus máquinas....), reconoce que la producción del oro podia estimarse en los años de su residencia en Concón (1822-24) en cinco mil marcos por año, i en el estudio publicado en el Araucano núm. 14, a que hemos ya aludido, se afirma que la

(1) «Wheu ever labour becomes more valuable, and greater incitemeats lead the uncimlized Chileno to more active employ- ments, gold washing mili never be rcorth following,^ Miérs. Travels in Chile and La Plata, London 1826, vol. II. páj. 399.)

281

producción del oro desde 1803 a 1830 no fué in- ferior a diez millones de pesos.

Mas, como era natural, casi en su totalidad el dúctil metal salia por alto, es decir, se esportaba de contrabando, no obstante las absurdas trabas impuestas por las leyes antiguas i modernas a su libre jiro en el país.

X[.

A fin de obviar en parte los inconvenientes de esta esportacion que seguia llamándose todavía clandestina, se dictó el 5 de febrero de 1835 un decreto por el cual se aboban las estrechas corta- pisas impuestas a su jiro interno, dejándolo com- pletamente libre de contribuciones guias i torna- guias que el contrabando eludia cada hora. (1)

(1) Por decreto de 21 de setiembre de 1832, el ministro Reii- jifo habia ordetiado que los remisores del oro enviado a las adua- nas marítimas o terrestres del país (así como las dueños de re- mesas de plata) estavieseu sujetos a justificar que no lo espor- taban al estranjero, por medio de torna-guias que debían presen- tar bajo severas penas en el término de tres meses.

En el caso de ^no justificar que hubiesen vendido el oro i la plata a la casa de Moneda o no habían convertido esas pastas en alhajas o en vajilla, deberían pagar los derechos establecidos para la salida de uno í otro metal.

El decreto de 1835 abolió estas gabelas en la parte en que se referían al oro respecto a su jiro interno; pero dejólas subsisten- tes en lo que se refería a su curso por las aduanas marítimas. LA E. DEL o. 36

282

XII.

Tocio esto no obstante, prosiguió el oro su curso subterráneo, engrosando el caudal estranjero, sin pasar por los cilindros de la casa de Moneda ni por las pólizas de las aduanas. I esto era a tal punto en los años que se llamaron en Santiago del «hoyo de la vieja» i en Valparaíso de las «tierras auríferas dePeñuelas)) (1840-1844:), que un minero yankee llamado don Zacarías Yance sacó, confor- me a su nombre, del mineral de Yaquil, i especial- mente de lamina de Cocinilla, en los cerros aurí-. feros que rodean a San Fernando i a Nancagua, no menos de 150 mil pesos que remitió directa- mente a su pais, donde se fué a gozarlos (1)

(1) Este dato uos ha sido comuaicado por nuestro ilustrado amigo el doctor don Wenceslao Diaz.

Según las observaciones personales de este distinguido natu- ralista, toda la rejion montañosa del centro comprendida entre el Cachapoal i el Teño ha sido i puede ser todavía abundantísi- ma en oro, i esto lo confirman no solo las minas de oro que dan vista a San Fernando sino los minerales de Yaquil, Apalta i Pichidegua de que habla Olivares i otros historiadores del siglo XVIII. Según el doctor Diaz, que visitó en 1861 la hacienda de Las Palmas, ubicada en el centro de ese nudo monta- ñoso en el departamento de Curicó, todas las quebradas arras- tran oro i existen en ellas todavía los vestijios de trapiches an- tiguos. Cuando nosotros hicimos la visita oficial de la provincia eu 1874, un clérigo italiano, llamado Quagliotini, habilitado por el gran minero chileno don José Tomas Urmeneta, trabajaba mi-

283

En jen eral toda la hoya que formaba hasta hace pocos años la laguna de Tagua-Tagua era podero- samente aurífera, i allí está todavía Milla/me que quiere decir lugai^ de oro para justificar la tradi- ción indíjena del ioro de los cachos de oro de Tagua-Tagua

XIII.

Una nueva causa vino a debilitar la producción del oro en Chile, como habia acontecido antes en Méjico i en el Perú, los grandes descubrimien- tos arjentíferos de Arqueros en 1824 i los de Cha- ñarcillo poco mas tarde. Los mineros de todo el

ñas de oro en los cerros de Acúleo, que según Pissis forman parte de ese nudo central, i tenia trapiche de oro en Valdivia, junto al Maipo.

En cuanto a la tradición del «hoyo de la vieja», fué una fábu- la aurífera que raetió mucha bulla en SantiafTO, asegurándose que una vieja habia descubierto en el cerro de San Cristóbal, allá por el año de 1840, una mina de oro que era toda de metal macizo i de 22 quilates »

Lo de las tierras auríferas de Peñuelas. que enloquecieron al mismo tiempo a santiaguinos i porteños, fué también una patra- ña como la de Paraff; pero en los dias de su voga escasearon en las dos ciudades las tazas de lavatorio, i aun otros tiestos de mas humilde uso, porque todos pasaban de cabeza dia i noche lavan- do las tierras que en costales traian de la vecindad de Casablan- ca. Nosotros, que como niños andábamos en ello, lavando i des- parramando tiestos, recordamos perfectamente haber visto al jeneral don F, A. Pinto haciendo igual operación en mangas de camisa,

284

pais acudieron, Terificándose el fenómeno que hoi mismo se esperimenta en California, respecto de Nevada, Arizona i Colorado, a los nuevos veneros con su industria, sus capitales i sus brazos. I de esta suerte Chañarcillo. como la prodijiosa mina de Comstock en 1861, creó, mas que la alianza, la ri- validad del oro i de la plata i del sistema bimetá- lico que hoi está a la orden del día de los gobier- nos i de los economistas. Según el apreciable jeó- grafo chileno Cuadra, la producción del oro al menos en sus comprobaciones estadísticas, comen- zó a disminuir de tal suerte en Chile, que desde 1844: a 1875 solo se han computado 2.017,364 pe- sos. Según este mismo autor en 1864 se esportó al estranjero un valor de 18,802 pesos en oro en polvo i 768,745 pesos en oro sellado: total 787,647 pesos. El señor Cuadra fija para esa épo- ca un ancño márjen a la incierta producción del oro, esto es, de 2 a 4,000 marcos por año. (1)

(1) Por este mismo tiempo se fijó por decreto de 27 de mayo de 1864 el premio de la compi-a del kilogramo de oro en 715 pesos i con fecha 21 de ese mismo mes i año se decretaron las siguientes formalidades para su adquisición.

Mayo 21 de 1864., He acordado i decreto:

1." Los precios de pastas de oro i plata se fijaran por una jun- ta compuesta del Superintendente, del Tesorero i del Interven- tor.

2.* Estajunta se reunirá cada vez que el Superintendente la

~ 285

XIV.

Mas, cuanto hemos venido estableciendo ¿signi- fica por ventura que el oro se había agotado en sus veneros naturales i antiguos, en sus lavaderos, en sus mantos superficiales, en sus minas de pozo cavadas a centenares de metros?

Muí lejos de ello.

La competencia, la agricultura, el comercio, la plata, el carbón de piedra, i mas que todo, el lú- jente desarrollo de la producción del cobre habia desviado la esplotacion i el acopio del oro, pero no la habia aniquilado.

I esto podria constatarse hoi mismo con los li- bros de la casa de IMoneda, aparte de la corriente subterránea i clandestina, que como sus vetas es- condidas en el duro cuarzo, arranca por la mano de los cambistas libres, especialmente los estable» cidos en Valparaíso, casi toda la producción je- nuina del pais, en dirección a las casas de mo- neda i a las joyerías estranjeras.

convoque.

3." El máximnn del precio del oro será de 715 pesos por ki- logramo en la lei de mil milésimos. El mínimun será de 700.

4.° No podrán alterarse ni modificarse los precios que se es- tablecieren sin qne trascurra un mes a lo menos, etc., etc., etc.

Pérez.

Alejandro Reyes.

286

Andacollo, Illapel i Petorca continúan, en efec- to, destilando todavía en los crisoles de la casa de Moneda de Santiago algunas gruesas gotas de de su antiguo raudal, porque de nuestras investi- gaciones resulta que, no obstante la absoluta li- bertad de comercio que hoi reina respecto del oro, llegan cada año a las arcas del superinten- dente de Santiago algunos puñados de pellas, al- gunos frascos o haches de oro en polvo, algunas pepas que pesan de uno a cien castellanos, algu- nos tejos fundidos con lei de una a cien libras.

En los 33 meses corridos hasta si 1." de oc- tubre del presente año desde el 1*° de enero de 1879, meses de guerra, ingrata para el oro, pro- fusa para el papel, que es su capital enemigo, han entrado en efecto a la retorta de la casa de Mo- neda mas de 15 kilogramos de oro de Andacollo, otros tantos de Petorca i mas de seis kilogramos de Illapel, al paso que los nuevos minerales des- cubiertos han contribuido a la faena en la propor- ción siguiente:

Catapilco con 4.950 kilogramos.

Niblinto con 7.874 «

Llampaico con 15.348 «

Lebucon 29.988 a

Aun el exhausto Casuto ha hecho su ofrenda de 2 kilogramos de oro i Tiltil, como mas próximo a

287

Santiago, ha contribuido con un buen medio quin- tal (24.057 kilogramos).

En resumen, el oro comprado en la Moneda desde que estalló la guerra i en no menos de treinta parajes diferentes, todos de antigua nom- BRADÍA aurífera, cstá representado por estas ci- fras oficiales.

1879 156 kilogramos.

1880—186 id.

1881 (hasta el 1.° octubre) 139 id. (1).

XV.

Una última i grave causa vino a influir todavía en el decaimiento aparente de la producción del oro en Chile, aunque, en apariencias también, esta- ba destinada a influir de mui diversa manera: ta- les fueron los maravillosos descubrimientos aurí- »

(1) En el apéndice de este libro pablicaraos un cuadro com- pleto de estos tres años que debemos a la atención del primer ensayador de la Moneda señor Antonio Brieba, i un resúmeu por las calidades que sobre esos mismos datos hemos preparado nosotros.

Según se observará en esos estractos, la huella del oro de Co- piapó, el oro capote de Frezier i de ülloa, ha desaparecido casi por completo, encontrándose solo pequeñas cantidades corres- pondientes al Huasco i a Freirina.

Sin embargo, según Pérez Rosales, (obra citada) había en 1853, 17 minas de oro en Copiapó, 3 en Vallenar i 2 en Freiri- na: total en la provincia de Atacama 22.

288

feros de California en 1848. Con la escepcion de los Estados Unidos i de Méjico, no hubo talvez ningún pais en el orbe que acudiera con mayor número de brazos a las jigartí;escas e improvisadas faenas de aquella comarca en cuyos valles, con- vertidos en hormigueros vivos por la hambre in- saciable del oro, muchos mas fueron los que cojie- ron lágrimas que pellas, dejando centenares de nuestros compatriotas el polvo de sus huesos don- de habian ido a buscar las partículas escondidas del codiciado metal.

Mas que esto todavía.

Abrigamos la convicción de que dado el núme- ro proporcional i escaso de sus habitantes, Chile fué el que en mayor escala engrosó la tripulación de los argonautas del siglo XIX, porque no hubo casi minero de aventura, hacendado de caudal o chacarero de hortaliza i alfalfa que, no enganchara cuadrillas desde cinco a cien peones, especial- mente mineros de oro, destinados al pais del oro. I esto era a tal punto que en 1849 i 50 escaseaban en Valparaíso los buques para trasportar tantos millares de animosos rebuscadores como los que fueron a disputar sus estacas, cuchillo en mano, a los galgos i sus rifles en los placeres del Sacra- mento. No es Chile a la verdad la cuna^i el yunque del corvo: fuélo California.

289

XVI.

Empobrecióse por consiguiente el pais de bra- zos, i la esterilidad i decripitiid del oro alcanzó su mayor intensidad por aquella causa homologa que liabria parecido estar destinada a fomentarla. (1)

Mas, a virtud de las compensaciones i devolu-

(1) Cuando el presente capítulo se hallaba en prensa, liemos recibido de nuestro intelijente amigo don Carlos de Undurraga, de Illapel, datos que con tirman todo lo que por vagas noticias habíamos dicho de la riqueza aurífera de ese departamento. «Puedo asegurar (nos dice nuestro entendido corresponsal, hijo de minero de oro i que paga hoi en oro el arriendo de la valiosa hacienda de Illapel) que no hai en Chile un mineral de oro tan estenso como el departamento de Illapel,» i como prueba de ello nos refiere que con las creces de los últimos inviernos las hierbas de los barrancos en las quebradas han quedado saturadas de par- tículas de oro. Sin embargo, la producción actual de Illapel, en razón de la escasez de sus medios, apenas alcanza a uno i medio quintal de oro, cuando hai memoria que en los años corridos de 1840 a 50, uno o dos cambistas de Illapel compraron mas de un millón de pesos.

Por esto creemos que una nueva edad de oro ha de sobrevenir a este departamento que recuerde la mina de los portugueses» déla cual sus tres dueños, que le dejaron su nombre, sacaron, según la tradición del último siglo, diez quintales de oro que se llevaron consigo, o el beneficio más reciente de la Churumata de AndacoUo, que en pocos dias produjo, según el profesor de química i mineralojía del Liceo de la Serena en 1859, don Ma- nuel Araceua, tres o cuatro quintales de oro en un solo alcan- ce...— (Véanse los Anales de la Universidad, correspondientes a 1858, páj. 223.)

LA E. DEL O. KN C. 37

290

ciones naturales que forman la balanza de la existencia económica de los países, la nueva ñiz i el extraordinario desarrollo que adquirió la esplo- tacion hidráulica del oro en California, después del agotamiento de sus venas superficiales, ha venido a despertar en Chile, sobre sus estinguidos campos auríferos, el mismo interés, imitando idénticos procedimientos, i planteando al propio tiempo, uno de los mas serios i trascendentales problemas reinantes en el dia para la industria i la riqueza públicas de Chile.

A semejante estudio de analojía consagraremos el próximo capítulo de este libro que llega ya a los límites naturales de su programa i de su pro- pósito.

CAPITULO XI.

CALIFORNIA I CHILE.

Las tres épocas de la edad aurífera do California i las dos de Chile. La época de los Inraderos, la época de las minas, i la época de los cascajos inihterráneos. Procedimientos hidráulicos para esplotar los últimos, e injentes capitales invertidos en los estados norte-americanos del Pacífi- co.— ^Existe el problema de la tercera zona en Chile? Asimilaciones con California. Latitudes, ejes i sistemas, Clima, orografía, rio.s, llu- vias, secas, sucesión en la producción de los metales, etc. California corresponde jeográficamente a la Araucanía con mas propiedad que a Chi- le.— Cómo sobrevino en aquel país el descubrimiento de los cascajos auríferos después del agotamiento del oro superficial e intermedio. Opiniones de Bowie i Whiteney.— Escesiva pobreza de los cascajos de Ca- lifornia i pingües ganancias que dejan mediante el sistema hidráulico Tres centavos por cajón. Chile-Gulch i su prodijiosa riqueza. Cascajos azules. Opinión de Mr. Shanklin.--Los rinocerontes fósiles de Chile- Gulch i los mastodontes de las Dichas. Fabulosas cantidades de meta- les de oro i plata combinados. Demostracicnes i datos hasta 1876. Prodijiosa amonedación de pastas, en Estados Unidos. Las principales; amonedaciones en 1875 según Soetebeer. Aplicación del sistema hi- dráulico a Chile i sus primeros ensayos. ¿Han sido estos ejecutados en la misma forma i con los mismos recursos que en California? ^Deben darse por definitivos? Opiniones de Shanklin, Holcombe i Sewelí.

«Para demostrar mas evidentemente la gran riqueza de los depósitos auríferos de Chile, voi a hacer una comparación entre éstos i algunos de los mas importantes de California.» (Articulo publicado en El MercAirio de Valparaíso del 5 de diciembre de 1878 por Mr. T. B. Shanklin, esperto i corredor, con el título de \oi Depósitos au- ríferos de Chile.)

292

I.

En lo que hasta aquí va corrido del presente libro hemos cumplido como mejor nos ha sido da- ble nuestra promesa.

I aun hemos ido mas allá .

Porque no solo hemos referido sucinta pero leal mente lo que hemos llamado «la edad del oro en Chile», sino que, llevados de una mira patrió- tica i puramente especulativa (que es todo lo con- trarío de sórdida especulación), hemos seguido paso a paso el período de su decrepitud, a lo cual no estábamos obligados por ningún empeño.

II.

Orillábamos con el último motivo i a la postre del capítulo precedente el problema de California en razón de la influencia dañosa que sus placeres verdaderamente prodijiosos i víijenes ejercieron sobre la ya enfermiza producción de los por tantos siglos de trabajo agotados mmitos de Chile, i to- mando pié de esa circunstancia, sentábamos senci- llamente el problema, mas jeolójico que iiidustrial, de si sobrevendría para los yacimientos auríferos de este país una segunda o mas bien una tercera evolución de esplotacion i de riqueza como la que en los últimos veinte años i con labor de verda-

293

deros jigantes ha rendido California al jénio, a la tenacidad i al caudal de sii8 intelijentes esplota- dore^.

III.

California ha tenido en efecto tres edades aurí- feras, completamente distintas i marcadas por pe- ríodos i productos conocidos.

La edad de los lavaderos o «placeres» superfi- ciales (shalloiu placers^ del descubridor Sutter, que corresponde a la de Pedro de Valdivia i sus inme- diatos sucesores en Chile, la cual duró, allá, diez años (1848-49).

La edad de las minas de pozos (deep placers), que en Chile corresponde al largo período del co- loniaje, época de activa esplotacion que duró en aquel país del vapor i de la electricidad otros diez- años (1859-70).

I la edad que podríamos llamar de \£ifuer?xi M- dráulica por el método aplicado en escala tan co- losal i tan fructífera a los cascajos, residuos i re- laves, comparativamente pobres, legados por los dos períodos precedentes a la nunca fatigada i siempre injeniosa codicia humana.

IV

Esta división progresiva de la esplotacion del oro en California ha sido marcada por todos los injenieros i escritores que en los últimos diez años

294

se han ocupado de ese metal, sea en su faz econó- mica como elemento monetario, sea simplemente como producción química i jeolójica. «La segun- da etapa del oro (dice un escritor eminente cuyos artículos fueron le idos en Chile con avidez en 1876) i que corre de 1859 a 1870, puede ser con- siderada como período de transición. Los placeres, o por lo menos, los planos arenosos de superficie, son poco a poco abandonados, i las minas de cuar- to aurífero trabajadas mas profunda i activamen- te. Sin embargo, la producción del oro va dismi- nuyendo de afio en año hasta ser reducida a la mitad; i de 50 millones de pesos que producía en 1849, baja a 25 millones en 1870. En 1853, año del mayor producido, éste liabia pasado de 65 mi- llones.»

V.

I pasando inmediatame nte al tercer período, es decir, a la evolución operada sobre las masas enor- mes de cascajos esplotados por la presión hidráuli- ca, realidad potente i tanjible de la misteriosa fuerza bíblica «que allanaba las montañas», he aquí como se espresaba el mismo distinguido au- tor francés.

«El tercer período de la esplotacion del oro es talvez el mas curioso i lleno de enseñanzas, ya que no sea el mas productivo. Empieza en 1870 i llega hasta nosotros. La etapa actual es aquella

295

en que, con una audacia i una paciencia que asom- bra y por medio del método hidráulico perfeccio- nado, se ataca a los criaderos apenas esplorados, los lüaceres subterráneos de una época diluviana o glacial, pues los otros placeres, los superficiales, pertenecen a la época fluvial o contemporánea, jeolójicamente hablando. A nadie detiene el te- mor de los gastos. Fúndanse las compañías mas poderosas, a fin de proseguir i poner en buen pié esos inmensos trabajos, que exijen anticipos con- siderables. Constrúyense canales de centenares de quilómetros, venciendo dificultades de toda clase, no ya canales de poco aliento sino muchos cuyo- inmenso volumen de agua podria bastar para la provisión de una gran ciudad. La fuerza hidráu- lica que proporcionan esas masas acuosas adquiere una potencia décupla de la que tenian en las es- plotaciones precedentes; su fuerza es irresistible, i en efecto, no hai cosa que no sea destruida por ella. ¿Es esto todo? A través de los valles se cons- truyen enormes recipientes i represas para alma- cenar las lluvias que en tanta abundancia caen en otoño e invierno i alimentar los canales durante todo el año, mediante estos inmensos estanques. Gracias a la liberal lejislacion que aquí preside a los trabajos mineros, gracias al espíritu de asocia- ción que reina en todas partes en este país del self government, ejecutan los particulares lo que en un Estado no se atreveria siquiera a intentar.);

296

YL

I bien! aquí calcado sobre esas mismas pa- labras i conceptos el gran problema planteado por el tiempo, la naturaleza i el ejemplo en nuestro suelo de cascajo, o como dicen con propiedad los mineros californienses, de losplaceres subterráneos.

Evidentemente, Chile lia pasado ya de sobra, en el espacio de trecientos cuarenta años, por las dos primeras etapas de su desarrollo como país jene- rador de oro. I a la verdad, esceptuando el terri- torio de la Araucania, que hemos probado se halla comparativamente vírjen, i uno que otro placer o lavadero de corta dura hallado por algún acaso en remoto i poco visitado paraje, no liai fundadas espectativas de que pudiera llegarse a la esplota- cion primitiva fácil i barata de los conquistadores castellanos aquí, o de los primeros pioneers, o gas- tadores, allá.

De suerte que la cuestión que entre nosotros se suscita (el territorio de Arauco dejado aparte) sencillamente es ésta:

¿Se halla Chile e?i las mismas favorables o me- jores condiciones que California para esplotar sus cascajos pobres i densos de 30, 40, 100 i hasta dos- cientos pies de profundidad, por medio de la tritu- ración de la dinamita i la segregación de la presión hidráulica de los pitones o monitores californienses

297

que han derribado i perforado, reducido a átomos colinas i montañas con un simple chorro de agua?

Esa i no otra es la cuestión.

Ese i no. otro es el punto culminante, capital i único que marcó el poeta ingles cuando enfática- mente dijo: That is the question. O como con i;o menos propiedad pero estilo mas pintoresco, de- cian nuestros abuelos, harto mas ladinos, que lo que es corriente creer Esa es la madre del corde- ro,.... o lo que es lo mismo, en el presente caso, esa es la madre del oro, que en lo antiguo fué un vellocino o pellejo de ese popular i útil cuadrú- pedo, el vellocino de oro de Jason. (1)

VIL

En lugar mas oportuno i ya cercano a esta paji- na, nos haremos cargo prácticamente de la solución del problema en el término práctico de sus ensa- yos, en cuanto éstos nos son conocidos personal- mente, pero para acercarnos en lo posible a la verdad teórica por analojía i asimilación, será de indisputable conveniencia i luz, echar una mirada rápida a los dos países que nos sirven de término de comparación.

(1) A este propósito de la madre o criadero del oro, nuestro corresponsal de Ulapel, recientemente citado, nos refiere una cai-acteiística anécdota del indio que descubrió el mineral de su nombre, el cual desparramaba el Dio sin decir su procedencia, hasta que intei rogado sobre el caso contestó testualmente: «Al hijo (el oro) lo conocerás, pero a la madre no la olerás.-»

LA E. DEL O. 38

298

VIIT.

Que Chile, país situado en el hemisferio sur del Nuevo Mundo en una lonja horizontal de llanos i de valles que se estrechan entre el Pacificó i los Andes, posee un territorio de estructura física, jeolójica i jeográfica, semejante a la de California, es asunto que salta a la vista natural i que cono- cen hasta los niños que han dibujado con tiza un mapa-mnndi en la pizarra.

Los grandes rasgos, de los sistemas de ejes que ideó el ilustre jeólogo Elias de Beaumont i que ha seguido fielmente en sus estudios su discípulo Pis- sis en Chile, corresponden, en efecto, casi simé- tricamente en los dos territoritos como la compaji- nacion de un libro, o mas propiamente como esos calcos que las láminas recientemente grabadas suelen dejar impresos en la pajina fronteriza de su encuademación. ciüna línea recta o eje máximo (main axial Une), dice un distinguido injeniero de minas de gran reputación en California, pasan- do por las cumbres de sus sierras, marcaría la lí- nea divisoria del Estado de California por el Este en una estension de 500 millas. Una segunda lí- nea, que recorriera al pié de esas montañas, esta- blecería en la misma distancia su eje central i una tercera paralela, muí distante de la última, mar- caria la base occidental de las costas californienses.

299

«Estas líneas paralelas dividen, en consecuencia, el Estado de California en tres zonas de norte a sur que podrían denominarse La Sierra, el gran valle central del Sacramento i las colinas o cerros de la costa. y) (1)

(1) Estractamos esta escelente definicioQ topográfica de Califonia de un iateresaute i compeadioso artículo publi- cado por el injeaiero de minas de aquel estado Mr. Aug. F. Bowie eu el Mining and Scientific Press, revista de indus- tria i minas publicada en San Francisco i correspondiente al 13 de octubre de 1877, que tenemos a la vista. El título del artí- culo, ilustrado por un corte jeolójico perpendicular, semejante a la perforación de los pozos artesianos, es el siguiente: Hydrau- Uc Mining in California, i nos parece del caso, por la circula- ción que este libro pudiera alcanzar entre los hombres de la profesión, copiar las propias palabras del conocido esperto norte- americano, que dicen así:

«A straight or mam axial Une, whose course would be north 31° west, passing tlirough the culmiuating peaks of the Sierras for a distánce of 500 miles, can be assumel as the wes- tern boundary of the State. A second parallel drawn 55 miles west of the 7nain axial Une will skirt the westeru base of the Sierra Nevada, aloug the edge of foot-hills. A third parallel run equidistant from the second will represent, as ?iearly as possi- ble, the western base of the Coast ranges. These parallels di- vide the State into three belts, namely, the Sierra, the great Valley of California, and the Coast ranges.'»

Agregaremos todavía que el injeuiero Bowie es citado con elojio por el esperto Shanklin que ha visido la Australia i la Nueva Zelandia para implantar el sistema hidráulico en los cascajos auríferos,

300

IX.

No es diferente la definición topográfica que de California ha hecho un sabio prominente de la Universidad de Cambridge, el profesor J. D.Whit- ney, en su espléndida i lujosa obra sobre los cas- cajos auríferos de Califoimia recientemente publi- cada con gran costo en Cambridge hace por estos dias un año. (1)

X,

I a la verdad, no podia suceder de otra manera al ejecutar el calco topográfico de aquel país, que siendo en. cierta manera nuestro antípoda, parece- ria por su planta, su orografía, su latitud, sus producciones, su clima, sus fenómenos jeolójicos, solo una reproducción del nuestro o vice -versa.

Saltan, en efecto, aun al ojo mas superficial, en Chile las tres líneas capitales marcadas por los jeólogos californienses i se amoldan de maravilla a su estructura.

El primer eje forma su zona de la cordillera o

( l ) The auriferous gravéis of the Sierra Nevada of Califor- nia, by F. D. íK7¿¿¿«í?y. —Cambridge, october, 1880.

Somos deudores de la ventaja de haber consultado un eje'ii- plar de eata obra a nuestro intelijeute amiga don Carlos Row- sel, el verdadero pioneer de los cascajos auríferos de Chile.

301

rejion andina correspondiente, pico por pico, que- brada por quebrada (salvo la magnitud), rio por rio, al sistema californiense. Viene en seguida el gran valle central que en California es el del Sa- cramento i el de San Joaquin, con una área de 18 mil millas cuadradas, i por último, la montaña de la costa, que, nudo por nudo i garganta por gar- ganta, equivale al de nuestra costa.

Divisada ciertamente desde las calles de Sa- cramento, como la apercibiéramos nosotros en una diáfana mañana invernal en enero de 1853, la blanca silueta de la Sierra Nevada, nos parecería haber sido trasportados a Chile para contemplar desde los perfiles de su valle central, como en An- gol, los cordilleras de Trapa-Trapa hasta el vol- can de Llayma, o el Yillarica desde el rio Futajun- to a Valdivia, en latitudes casi equivalentes en uno i otro hemisferio. Sacramento, 38'' 33' N. Val- divia, 38° 40' S.

I aquí de paso observaremos que la rejion pro- piamente aurífera de California corresponde, eje por eje, latitud por latitud, mas a la Araucania que a Chile, i que los rios auríferos de Sacramen- to, San Joaquin, el Plumas, el Yuba i otros que arrastran como el Pactólo antiguo arenas, pajue- las i plumas de oro, corresponden mucho mejor al Biobio, al Renaico, al Bureo, al Cautin, al Tol- ten, al Calle-Calle, al Rio Bueno, etc., que al Aconcagua, al Mapocho o al Tinguiririca.

M

302

XI.

Pero esas semejanzas no solo existen en los grandes rasgos de los dos sistemas comparados, sino aun en los detalles. Así, por ejemplo, lo que se ha creído una peculiaridad de los rios de Chile, es decir, la de que corran éstos sobre cauces sole- vantados i de mas alto nivel que la planicie que recorren e irrigan, se observa también en los rios de California, según lo hace notar Whitney i es- plican así sus propensiones a desbordarse, como acontece de ordinario en Chile, especialmente con el Cachapoal i el Tinguiririca, que figuran entre los mas empinados del sistema. (1)

xri.

Análoga en semejanza es la descripción cientí- fica de las cerrilladas de la costa de California a la que a nosotros corresponde i que forma tan señalado rasgo de la fisonomía de nuestro terri- torio. (2)

(1) «As is usually the case with large rivers iu broad va- lleys, the Sacramento River nins oii aii elevated ridge, the hanks of the river heing decidedly higber than the strip of land adjacent ou both sides íbr a distauce of three or four railes.» (Whitney, obra citada, páj. 3.)

(2) aquí las testuales palabras del autor citado que por la

303

XIII.

En cuanto a las analojías de clima, de produc- tos i de aspectos, son aquellas demasiado conoci- das aun para el mas rudo de los chilenos que ha- ya visitado aquel remoto pais. En California las estaciones son tan marcadas como en Chile; allí llueve solo en un período igual al nuestro i con fuerza solo durante dos meses, que son los que equivalen a junio i julio entre nosotros. I en esa corta época cae por junto la mitad del agua fluvial que empapa incesantemente el suelo, sobrevinien- do los mismos fenómenos de períodos lluviosos i de secas que han sido el lote secular de nuestra tierra. Todavía una singularidad mas que hace notar Witney.

En California llueve con nubesque vienen siem- pre del sud o del sudoeste como en Chile.

I para llevar las asimilaciones mas allá de nues- tro territorio, i aunque la Sierra Nevada no sea sino una gran meseta o mas propiamente el contrafuerte que envían hacia el Pacífico las Montañas Ro- callosas, los territorios que yacen a espaldas de sus crestas, como Nevada, Arizona, Colorado etc.,

fidelidad del concepto dejaniMS copiadas:

«The Coast Ranees form tiie limits of the Greai Valley on tlie western side and extend to the Pacif Cecean, there beina: no where in that side more than a narrow space between the foot hills and the occean...»

304

son tan secos i naturalmente estériles como las provincias que quedan a espaldas de nuestra gran cadena andina, Mendoza, Sati Juan, La Rioja, Catamarca etc.

Por último, i como si todas estas anal ojias, que no son transitorias ni casuales sino tan fundamen- tales como las estratas del suelo, no bastasen, ob- servamos que en California no solo los grandes veneros de plata han seguido a los del oro como en Chile, sino que últimamente se ha descubierto en aquel maravilloso territorio, o en sus vecinda- des, no solo cobre en estraordinaiia abundancia (en las montañas de la Muía, distrito del estado de Arizona), sino carbón de piedra 'de primera ca- lidad en las montañas de Humboldt, en Nevada, i hasta salitre en Carson River! . . La misma progresión histórica i sucesiva de Chile.

XIV.

Llegando ahora a conclusiones prácticas i apli- cables a la esplotacion del oro i sus edades, los dos espertos que hemos citado, el injeniero i el jeólogo, el minero i el sabio, están de acuerdo en es- plicar sencillamente los fenómenos que en el cur- so de millares de millones de años han ido crean- do en diversas estratas de la costa terráquea las diferentes zonas del oro.

De la capa superficial, es decir, de los placeres o lavaderos, no necesitamos dar esplicaciones por-

305

que conocen eso hasta los peones mas rústicos de Chile, siendo las tierras auríferas meras desagrega- ciones de las rocas, especialmente del cuarzo, del granito i de la sienita que lo contenían embebido en su forma primitiva.

No es menos sencilla la esplicacion jeolójica de la existencia del oro de minas, pues al alcance do todos está que ésa es simple cuestión de profun- didad, de hondura artificial en la prosecución de vetas que han asomado al sol, i que van a desa- parecer en las vertientes subterráneas o en el bro- ceo de la roca plutónica que le sirve de base.

XV.

Mas, respecto del tercer fenómeno, o sea la es- plotacion de los cascajos profundos, que en Chile son todavía un enigma i en California un pingüe negocio, cuando han sido acometidos con los capita- les, constancia e iiiteUjencia que requieren en vasta escala, exijen como formación jeolójica i como his- toria industrial, que nos detengamos un breve ins- tante para mejor comprenderlos. «Cuando los pri- meros lavadores del oro, dice el injeniero Bowie ya citado, vieron agotarse a sus pies el metal superfi- cial, reflexionaron, i siguiendo el curso de los ríos hacia su oríjen, se propusieron encontrar la fuente deloro {The source oj the gold) ; i como era natural, al llegar al arranque de las quebradas, desaterraron

LA E. DEL O. 39

306

en sus roturas i solevantamientos las capas de cas- cajo que marcaban el cauce de antiguos rios ante- diluvianos, que corrían completamente opuestos a los que hoi siguen el curso de los estuarios existen- tes. Esas capas de cascajo (ripios, decimos en Chi- le), es decir, de tierras trituradas por acción de las aguas, contenian en mayor o menor escala i a di- versas profundidades el oro que habia asomado a la superficie, i el atacarlo por medio de piques (^shots o minas de pozos), fué el primer trabajo de reconoci- miento, exactamente como en las minas de carbón de piedra, i en seguida vino el sistema de tritura- ción hidráulica para separar el precioso metal de la parte inerte, de la basura (dirt), como llaman propiamente los mineros de oro de California lo que nosotros conocemos con el nombre mas culto de desm.ontes, relaves o ripios. Esplicado así senci- llamente el hallazgo i formación de los cascajos auríferos, aquí cómo se procedia, según la rela- ción gráfica i animada del escritor francés que an- tes hemos citado.

«Antes de abordar de frente los nuevos />/ace- res, se los analiza, se los sondea, por medio de pozos, estensas o^alerías, enterradas en las llanuras o en el costado de las colinas. Estas galerías que son verdaderos túneles, tienen muchas veces, mas de un quilómetro de largo. La ejecución dura muchos años, i si la roca es dura, cuesta un precio exorbi- tante, mas de 200 pesos por metro. Una vez reco-

307

nocido el criadero, es necesario desmoronarlo i se penetra en él construyendo una galería mucho mas corta. De la estremidad interior de aquella se des- tacan, a derecha e izquierda, otras dos galerías que dan a todo el trabajo la figura de una T. Colócase metódicamente en la escavacion muchos centena- res de barriles de pólvora o de diaamita, cada uno de los cuales contiene 25 libras, o sea, 12 quilogra- mos o menos. Se les une a todos por medio de un hilo metálico, en seguida se tapa sólidamente la entrada del túnel, i después se les envia el fuego desde afuera por medio de la chispa eléctrica. En- tonces se produce un enorme quebraj amiento, al- go como una conmoción volcánica, un verdadero terremoto; toda la mole se conmueve i un espacio de 50,000 metros cúbicos se encuentra hendido, desmenuzado, en punto de ser atacado por el chorro hidráulico.

X)En seguida, los hombres se aproximan, dirijien- do el agua comprimida por medio de tubos per- feccionados, de hierro o de acero, llamados moni- t(wes, que permiten lanzar, sin la menor dificultad, el chorro de derecha a izquierda, de arriba abajo. En otro tiempo se conducía el agua por una man- ga impermeable de tela; hoi se la lleva por tubos de fierro colocados sobre caballetes: entonces se creia bastante una presión de dos atmósferas, o sea 20 metros de altura i un volumen diario de 50 pulgadas de agua (3.800,000 litros), medidas

308

usadas en las minas; hoi dia se emplea por lo me- nos 1,000 o 2,000 pulgadas i una presión de 8 a 10 atmósferas.

XYI.

))La palabra monitor está mui bien aplicada; el tubo con que se opera es un verdadero cañón. La lámina líquida sale de él lisa i trasparente, firme como una barra de cristal, sin ondulaciones ni di- visiones, i hiere los bancos del terromontero como esos arietes de guerra que en otro tiempo golpea- ban los bastiones de las plazas fuertes. Tiene la impetuosidad de la bala i hiere, hiere sin cesar. La roca no tarda en ceder. Se forma por lo pron- to una especie de arco, cuyos pilares son luego echados a tierra; entonces ya no es sino una an- cha caverna, cuyo techo carece de sosten i se des- morona. Se necesita mucha atención i mucha vis- ta para dirijir este trabajo i escapar ileso de los desmoronamientos.

); Demolidos, pulverizados por el choque indo- mable que los mina, las colinas o mantos de cas- cajo son arrastrados con el agua. El piso del ca- nal del lavado, que se abre ante el frente que se ataca está pavimentado con piedra o madera; la piedra que se usa es una especie de guijarros suel- tos o bien adoquines de madera que están dis- puestos de modo que las fibras estén contra la

309

corriente. Adoquines i guijarros detienen el oro en sus intersticios. También se coloca cubetas de azogue en el curso de los areniscos.

))Casi en todas partes el trabajo no tiene lugar sino en la estación de las lluvias, a causa del tan abundante volumen de agua que se necesita, i en California no llueve jamas de junio a octubre, en la rejion en que están situados los placeres. Los canales del lavado no se vacian i limpian sino en lejanos intervalos, i ya se comprende cuan grade emoción reina en esos momentos. ¡Allí está toda la cosecha de oro! Hai puntos en que se hace la limpia dos veces en la temporada, en otros tan solo una.

))E1 largo de los canales puede estenderse has- ta dos quilómetros, entre el banco en esplotacion i el arroyo donde se arrojan las tierras lavadas. En esta estension se colocan algunos saltos, de mo- do que la línea de la corriente no sea continua; por lo demás, también tiene una pendiente va- riable.

)>N() es raro que el peso del azogue arrojado en el caucil sea de 2,000 quilogramos, dando al qui- logramo de este metal el precio de 3 pesos 20 centavos a que alcanzó en 1874, este solo gasto llegaria a 6,400 pesos. (1)

(1) Esta operación de limpiar los canales o sluices que a ve- ces son de madera eu forma de cajones herméticamente cerra- dos o verdaderos túneles i cajas de piedra^ es lo que los mineros

310

XYII.

sLa cantidad media de oro, prosigue el escritor citado, es variable según los criaderos i baja has- ta 1 franco 50 céntimos por metro cúbico de ri- pio, duchado i lavado. Estas cifras representan el mínimun que se puede esplotar con utilidad, gracias a los medios a la vez tan perfeccionados i poderosos como económicos de que se echa mano. En otro tiempo con el sistema hidráulico primiti- vo, un minero se daba por satisfecho con obtener un beneficio de 2 a 3 francos de oro por metro cú- bico en algunos terromonteros. Mucho mas babria costado tan solo el derribar un metro cúbico de cascajo sólido, si no se hubiera tenido a mano el agua, tan injeniosamente adoptada aquí como ájente mecánico, tanto para la demolición como

llaman cleaning itp, es decir, lira])iar o barrer el oro, como se practicaba antiguamente en la Colchida i en Chile con los pe- llejos- de carnero que se ponian a la salida de los trapiches, a fin de retener entre las hebras de la lana las mas delgadas partí- culas del metal, i de aquí el vellocmo de oro de Jason, precursor del toisón, o trasquila de oro de Carlos V. Hablando de un good cleaning up, es decir, de una buena cosecha de oro por amalgama, el Transcripta diario de Nevada,- correspondiente al 4 de agosto de 1878, refiere que la sociedad aurífera denominada Manzanita Cowjoa/??/, habia hecho en esos días una «espléndida cosecha,i> porque después de un lavado de veinte dias i con solo 25 hom- bres recojió 280 libras de amalgama valorizadas en 35,000 pesos, osea 125 pesos por libra de azogue i oro.

311

para el lavado i acarreo de las arenas i de los gui- jarros colectores. Pero después, los perfecciona- mientos introducidos en el método hidráulico han sido tales, que pueden al presente ser beneficia- das con provecho algunas tierras diez veces mas pobres.

XVIII.

Entra en seguida en terreno mas sólido el ilus- trado autor que por su claridad de esposicion ve- nimos fielmente siguiendo, i cita algunos ejem- plos prácticos de la ejecución i resultados de los procedimientos de que ha venido dándonos cuenta.

«La Compama Americana en Sebastopol, con- dado de Nevada, habia lavado a fines de 1871, cer- ca seis millones de metros cúbicos de cascajos, que le habian producido 1.800,000 pesos en oro, lo que equi valia a un provecho de quince centavos por metro cúbico. El banco de cascajo que esplo- taba tenia una altura media de cincuenta metros i reposaba sobre un lecho de granito. De 1871 a 1873 el producido en oro habia sido el mismo. Algunas compañías vecinas, mas favorecidas, sa- caban hasta tres pesos por metro cúbico; otras, cuyos ripios eran demasiado duros i se resistían a desmoronarse bajo la presión hidráulica, se veian obligados a romperlos a polvorazos i molerlos con pisones o baterías mecánicas. Estos cascajos ha-

312

bian rendido hasta seis pesos poT' tonelada (1). Teniendo en cuenta los gastos de pólvora i mo- lienda, es preciso convenir en que esos cascajos debian ser mucho mas ricos, pues de otra manera, los gastos de esplotacion habrian dejado en zaga al beneficio del oro.

c(I no se crea que todo este oro se encontrara en estado microscópico, mezclado como polvo imperceptible en la composición del cascajo; liai también pepitas, muchas veces de un regular vo- lumen, i pajuelas, (las antiguas bolsas de los mine- ros de Chile.J nidos de oro semi-cristalino, conte- nido en las junturas i cavidades de los trozos de cuarzo.

XIX.

»Guando se lava en la artesa la composición de los ripios auríferos se encuentra, como entre las arenas de los placeres superficiales pero en menor cantidad, fierro magnético negro oxidulado, lo que es fácil separar de los otros cuerpos mezcla- dos con él por medio de una barra de imán, gra- _____ _

(l) Algo eqaivaleate a IS pesos p)i' cajón en Chile. ¿Quién habria trabajado jamas por el sistema de trapiches metales de tan pobre lei entre nosotros? Recuérdese que aun en tiempo de Fi*ezier el cascajo debia rendir dos onzas de oro para que costease sim- plemente, pero sin dejar la menor ganancia. I ahora que se es- plotan cascajos que riiulen 15 es. el cajón!

313

nos ele platina, los que se dan a conocer por su color gris i su gran densidad, rubíes de un her- moso color rojo, pero demasiado pequeños para tener algún valor, algunos záfiros azules trasluci- dos, granates, circones, igualmente sin valor al- guno, restos de cristal de roca i según algunos hasta chispas de diamantes; pero se ha reconocido que no tenían un valor mayor que las piedras an- tedichas. En resumen, solé el oro constituye la verdadera cosecha de estas grandes esplotaciones. ))De todas las compañía del condado de Neva- da, la mas poderosa es la de North-Bloomfield, cu- yos trabajos hemos seguido en 1868 desde sus prin- cipios. Pcsee en propiedad una estension de 635 hectáreas de cascajo aurífero. En un estrecho va- lle ha construido un gran dique que limita un in- menso depósito que puede contener 21 metros de agua, los que luego subirán a 30. En la primera de estas profundidades, el volumen de agua alma- cenado es de 15,000 millones de litros, o sea 15 millones de metros cúbicos. El canal que corre desde el dique hasta los bancos de cascajos, tiene 72 quilómetros de largo i no ha coí^tado menos de 500,000 pesos. Está adherido a los flancos de las colinas rocosas que encajonan el lecho del Yuba o South Yiihci, i el viajero que recorre este valle salvaje admira desde abajo tan audaz construc- ción. El canal desemboca a 300 metros sobre las minas i allí se encuentra uu segundo depósito.

LA E. DEL O. 40

314

«En 1873 se constrnia otro canal de 32 kilóme- tros, que debia reunirse el precedente en la mi- tad de su camino. Si se ha terminado ya esta obra, la compañía de North Bloomfield podrá trabajar durante todo el año i gastar diariamente a la vez en todos los puntos de esplotacion, cer- ca de 380 millones de litros, que corresponden al volumen de 5,000 pulgadas de agua de minero.

«El total del gasto de estas jigantescas empre- sas llega a un millón de pesos, de los que 700 rail se han empleado en los 104 kilómetros de ca- nales i 300,000 en los diques i depósitos. La com- pañía posee ademas una parte sobre depósitos en los cascajos vecinos i allí construye también 50 kilómetros de canales, con el gasto de 250,000 pesos. Ademas le pertenece esclusivamente una línea de agua canalizada de mas de 150 kilóme- tros, que desde la cumbre de las montañas i de los flancos nevados de la sierra, se estiende hasta el pié de los valles adyacentes.»

XX.

Podríamos por nuestra parte aumentar estos ejemplos con numerosos casos que hemos acopiado en la lectura no remota de diarios californienses, pero nos será licito únicamente recordar, si mas no sea que por su nombre (que casi es un título de nacionalidad) el célebre lavadero superficial i de

315

casc.'ijo llamado CMU-Gkdch (o garganta de Chi- le) en la veeindad de la ciudad de Mokeluna, con- dado de Calaveras, asiento de fabulosa riqueza, porque cada una de sus claims o estacas, aun cuando no median mas de 15 pies cuadrados, pro- dujeron, según un mineralojista francés, 250 libras o sea dos quintales i medio por cada cinco metros cuadrados.

Era aquello una verdadera plancha maciza de oro, descubierta por algún chileno. (1)

(1) P. Laur. Metaux précieux de Californie páj. 27. Se- gún el diario The Calaveras Gkronicle del 12 de enero de 1878, im viejo minero llamado Garland había comprado estos cascajos cuapdo habia dado ya ea la circa (cement,) i se proponía tritu- rarlos, para cuyo fin estaba levantando una batería de pisones que tendrían una presión de 260 pies por pulgada: era esto lo que se llama cement mining, dirijido a estraer el oro de su base roas dura i mas profunda.

En la revista titulada The liessources of California corres- pondiente a agosto de 1877 encontramos también un prolijo es- tudio sobre trabajos ejecutados en llevada en una estension in- calculable de cascajos auríferos que allí tienen el nombre de cascados azules de plomo (the blue gravel íí^aí/) que han produ- cido muchos millones de pesos a las compañías que los espío- tan.

El minero australiense Mr. J. B. Shanklin, que ha sido uno de los primeros esploradores de los cascajos auríferos de Chile, cita también como actor i artífice, en un artículo publicado el 19 de marzo de 1878 en El Mercurio de Valparaíso, una serie de grandes trabajos de este jénero logrados en California.

Por último, nuestro amigo i colaborador Rowsell, «el bombe- ro de treinta años,» nos ha enviado la siguiente lista de los

316

XXT.

Una peculiaridad, o mas bien, una anal ojia chi- lena de Chile- Gulch. En estos cascajos se han

principales túneles i galerías abiertas para la esplotaoion de los cascajos.

Costo i largo de los tímeles practicados en la rejion sur e inter- media del rio Yuba en California.

Pies. Costo.

North Bloomfield 7,874 % 500,000

Bortón 1,600 j> 40,000

American 3,900 » 140,000

Manzanita 1,740 » 62,000

Sweetland Creeck 2,200 » 90,000

French Corral 3,500 » 145,000

Lista de túneles abiertos en terrenos de la compañía Excelsior

(Smartsville.)

Buhl i Michigan largo 2,000 pies.

Pactolus »

Cement Claim »

Blue Gravel »

Enterprise »

Movney lias »

Se ha estimado que Smartsvilia ha producido $ 13.000,000 i ha contenido término medio 23 es. de oro por yarda cúbica, i se calcula que producirá de 18 a 22.000,000 mas.

I ahora preguntamos - ¿se ha hecho algo semejante o parecí- do siquiera en Chile? ¿Puedeu considerarse como verdaderos trabajos i menos como esplotaciones de lavado de cascajos aurí- leros los simples ensayos i reconocimientos de Catapilco, Llam- paico i Niblinto? Pero no anticipemos.

1,600

»

1,800

»

1,808

»

3,092

»

3,300

»

317

encontrado fósiles de rinocerontes a la profundi- dad de 243 pies. Pues algo parecido ha ocurrido en la vecindad de Llampaico, donde se nos ase- gura se desenterró un diente de mastodonte u otro animal antediluviano, con la singularidad de con- tener en sus cavidades una porción considerable de oro. Se nos ha informado que esta curiosidad existe en poder de don Carlos Waddington, en Valparaiso, i fué encontrado en las Dichas, es de- cir, en el fondo del estero aurífero de Casablanca.

XXII.

De toda suerte, es un hecho sobre el cual no cabe duda el de que casi la totalidad del oro pro- ducido por la América del Nort3 en sus estados del Pacífico, desde 1871 hasta la fecha, se deben no a los agotados lavaderos superficiales de oro, sino a los cascajos auríferos de que detenidamente nos hemos ocupado.

Vimos ya en la pajina 235 que, según Lavele- ye, la producción total de California en los 13 años comprendidos desde el descubrimiento, 1848, a 1861, ascendió mas o menos a 500 millones de pesos, lo que hace aproximativamente 40 millones de pesos por año.

Veamos ahora, según datos de reciente i auto- rizada data, cual ha sido el rendimiento del oro en aquellos paises, según los libros de la Compa-

318

nía acarreadora de metales preciosos el conocido i universal Expreso de Wclls-Fargo i Compañía, para los siguientes años:

1873 * $ 40.456,593

1874 40.103,045

1875 41.745,147

1876 44.328,301

1877 46.129,547 (1)

Se notará que la proporción del oro ha ido siempre en aumento, i esto mismo ha sucedido

(1) Haciendo la cuenta por libras de estos verdaderos cerros de metales preciosos que tanto eclipsan los prodijios antiguos del Ofir i del Perú, encontramos el siguiente resultado.

«La producción total de oro i plata en los Estados Unidos, durante el año 1870 se elevó a 17.076,080 libras, a cuyo valor el oro contribuye con 9.370,000 i la plata con 7.700,000 libra?. Según el informe dado por el director de la moneda, doctor Lin- derman, el estado de ^Nevada contribuyó con 57 por ciento de la suma total de plata, o sea 5.00.5,000 libras; Utah figura con 1.155,000; Colorado con 808,400 libras; Montana, con 231,000.

»Eü la estadística de la prodaccion total de metales preciosos desde 1860 hasta fin de diciembre de 1876, consta que la pro- ducción total en el primer año ascendió a 9.230,000 libras, ha- biendo desde entonces aumentado en progresión creciente hasta 17.070,000 libras, que constituyó la estimación para el último año. El aumento es debido casi esclusivamente a la obtención de plata, la cual ha aumentado desde 30,000 libras (en 1860,) hasta 7.700,000 (en 1876.)

» Así, en 17 años, la producción total de oro ha sido de 153.355,418 libras, i la de plata de 57,971,000, lo que un to- tal de211.326;418 libras.»

319

con la plaüi, coa el plomo i todos los demás valio- sos metales de aquellas zonas verdaderamente portentosas. I a fin de comprobarlo, nos será líci- to reproducir del Mining Beview de San Francisco de 1877, el siguiente cuadro que representa el valor total de los metales producidos por los once esta- dos del Pacífico que reconocen en el de California su cuna i su matriz:

lí^7S 19741 1975 iS76

California $18.025,722 $20300,531 $17.753,151 $19.000,000

Nevada 35.254,507 35.452,233 40.478,369 49.300,000

Oregon 1.376,389 609,070 1.165,046 1.200,000

Washinhton 200,395 155,535 81,932 100,000

Idaho 2.343,654 1.880,004 1.-554,902 1.700,000

Montana 3.892,810 3.439,498 3.573,609 2.800,000

Utah 4.906,337 5.911, ¿78 5.687,494 5.600,000

Arizona 47,778 26,066 109.093 1.400,000

Colorado 4.083,268 4.191,405 6.299,817 7.000,000

N. México 868,798 798,878 2.408,671 2.200,000

3r. Columbia 1.250,035 1.636,557 1.776,953 1.500,000

Totales $72.258,693 $74.401,055 $80.889,037 $91.800,000

XXIII.

En cuanto al año de 1877, un estado prolijo publicado en el estudio estadístico a que hacemos referencia, aumenta la producción de metales pre- ciosos en mas de siete millones de pesos, llegando la estadística a la suma, verdaderamente fabulosa, de 98.421,754: pesos estraidos en su mayor parte por el sistema de la presión hidráulica en un solo año.

320

El autor de los cómputos que seguimos, corri- jiendo un tanto los cálculos de Laveleye, afirma que la producción del oro i plata en California desde desde 1848 a la época de los descubrimien- tos arjentíferos de Nevada en 1861, fué de 700 millones de pesos, estableciendo que la contribu- ción de la plata a esta cifra no fué mui conside- rable.

Ahora bien, desde que el rudo minero Coms- tock, creyendo haberse encontrado un pedazo in- forme de escoria, reveló al mundo, como Juan Godoi en 1832, la prodijiosa riqueza arjentífera de Nevada, este Potosí moderno, el rendimiento del oro ha sido en proporción mucho mas del do- ble de la plata, en esta forma:

Oro $ 876.000,000

Plata 372.000,000

Esplícase este fenómeno por la circunstancia de que las minas de plata de Nevada contienen jeneralmente un 43 por ciento de oro.

Los metales sacados en 1877 de las minas Con- solidated VirgÍ7iia i California, que son las descu- bridoras de Nevada, i estraidos de la profundidad de 1,500 pies, contienen en igual proporción el oro i la plata, maravilla nunca vista hasta aquí.

Sin embargo, en los estados norte-americanos del Pacífico, como ha sucedido en Chile, la plata va tomando cada dia mayor ascendiente, pues la

321

proporcionen que estaban uno i otro metal en 1877 en aquellos territorios era de 51 millones de pesos, producción del oro i de 49 millones de pesos, pro- ducción de la plata; i de aquí el bimetalismo que tanto desespera a los sabios, como si fuera posible dar un valor fijo, «a lo Piérola», a sustancias que alteran su precio de una manera indefinida, año por año, i casi mes por mes. (1)

(1) Como un dato interesante de la asombrosa riqueza metalí- fera de los Estados Unidos, reproducimos las siguientes cifras sobre las cantidades de oro i plata amonedadas en las tres casas de moneda de ac[uel país en el año de 1877, como sigue:

Casa de moneda de Filadeljia.

Oro 7.679,844 pesos.

Plata 10.651,04.5 »

Nickel! 8,525! »

Total en Filadelfia 18.339,414 »

Casa de moneda en San Francis- co (oro i plata) 49.772,000! »

Casa de moneda de Carson, esta- blecida en 18 'O en Nevada (oro i plata) 4.020,000 »

Gran total de amonedación

en uníalo 72.131,434!!! »

Lo que amonedó la casa de Moneda de Chile en un siglo!

aquí todavía un dato de importancia que tiene apropiada cabida en este libro i que reproducía hace poco el Economiste Frangais, a propósito de la debatida cuestión del bimetalismo, asegurando que aun cuando la produ.-cion del oro haya decrecido

LA E. DEL o. 41

322 --

XIV.

Llegado es ahora el caso de proponer la solu- ción práctica i similativa que hemos venido per- siguiendo i que podria concretarse a esta simple i comprensiva fórmula:

¿Tiene Chile una tercera zona aurífera esplotahle, asi como ha tenido dos zonas arjentiferas perfecta- mente demarcadas?

I si así esa zona existe, como parece fuera de duda, ¿es ésta susceptible de ser esplotada con las pingües ventajas que en California i por los pro- pios medios usados en este pais i en Australia?

El problema queda así lealmente establecido; pero los ensayos ejecutados hasta aquí desde 1877

en los últimos cuatro años, no por esto dejaría de sobrar para las necesidades verdaderas o ficticias del mundo.

«Soetbeer, que es uu estadístico mas minucioso que los pre- cedentes, da las cifras de la acuñación de las monedas de oro i plata en el período mas reciente, es decir, de 1851 a 1875, en

los doce principales estados del mundo civilizado fabricantes de moneda en la siguiente forma: Australia, Gran Bretaña,

Indias Inglesas, Estados Unidos, Francia, Béljica, Italia, Alemania, Austria-Hungría, Escaudinavia i los Países Bajos. Esos Estados reunidos han amonedado en ese período 5.785,580 kilogramos de oro, que valen 16,142.000,000 de marcos o sea 4,035.400,000 de pesos fuertes, i 42.098,340 kilogramos de pla- ta, que valen 7,578 millones de marcos o 1,896 millones de pesos. Según estos datos puede admitirse que debe haber a lo menos o niil millones de pesos en oro, en estado do moneda, t-n todo el Djundo civilizado.»

323 '-

en Catapilco, en Maleara, en Llampaico, en Ni- blinto, ¿alientan o desprestijian semejante indus- tria hasta el presente.

«Sí!», responden los entusiastas decidiendo el primer término a su favor, i esplicando el poco éxito alcanzado hasta aquí por causas ajenas a la riqueza intrínseca, jennina i probada de la tierra, es decir, por la escasez de agua, la penuria de ca- pitales, las intrigas del ajio, i mas que todo, por la inconstancia cúpida que se fatiga i desespera del primer malogro.

c(Nó!)) dicen los otros invocando testimonios contrarios i hechos desconsoladores.

En cuanto a nosotros, colocándonos fríamente en el centro de la controversia, nosotros que bus- camos solo la solución de un gran problema na- cional, i esponemos los hechos i las doctrinas que tienden a ilustrarlo, nos limitaremos a narrar sen- cillamente lo que sobre el particular vimos en es- cursiones auríferas que cuentan ya la autoridad de algunos años (1878) i a esto consagraremos, con- forme a nuestro programa, los dos capítulos sub- siguientes.

XXV.

No pondremos remate, sin embargo, al presen- te, sin citar, sin com.entario alguno, la opinión del esperto, Mr. Shanklin, quien en el artículo recien-

324

teniente citado i correspondiente a diciembre de 1878, se espresa en los términos siguientes:

((Es un hecho demostrado por hi esperiencia obtenida en los lavaderos de Australia i Califor- nia, que el manto o stratum que contiene la ma- yor parte del oro, está situado en los ocho o diez pies que se hallan sobre la circa o roca primitiva, aunque hai casos, como en el (cGreat-blue lead» de California, en que ese manto alcanza hasta 40 pies de espesor sobre la circa; pero esto es escep- cional. El North Bloomfield Grcwel Mining Cora- 2)(iny, tiene un depósito de unos trescientos pies de espesor, de los cuales solo los 40 mas profundos son del manto verdaderamente aurífero. En los años 1870 a 1874 esta compañía lavó de la parte supe- rior del depósito tres i un cuarto millones de casca- jo, con un resultado de 2.9/10 centavos por yarda.

((En 1874 a 1875 lavó 1.858,000 yardas cúbicas de la misma parte superior, hasta la profundidad de 160 pies, con un resultado de 3.9/10 centavos por ya,rda cúbica, i con un costo de 2.84/100 cen- tavos. En 1875 a 1876 la misma compañía lavó 2.919,700 yardas cúbicas hasta la profundidad de 260 pies con un resultado de 6.6/10 centavos, es- traidos a un costo de 3.19/100 centavos por yar- da. El cálculo, por estudios prolijamente hechos, del valor de todo el depósito, daba unalei común de 25 centavos, siendo la de los mantos superiores aumentada por la de los inferiores.

325 -

))Esta compañía es una de las mas importantes en California.

))La Compañía Light en un ensaye hecho para estimar el valor de los mantos superiores e infe- riores, lavó 58,340 yardas cúbicas del cascajo su- perior con un resultado de dos centavos por yar- da, (dos centavos en lugar de dos onzas de oro sellado por cajón! , i en seguida lavó el manto situado a cuatro pies sobre la circa, dando 55 por yarda cúbica.

))La compañía La Grange lavó también con el mismo objeto de estimar el valor de los cascajos superiores e inferipres, 41,038 yardas cúbicas, con un resultado de tres centavos por yarda, i 7,242 yardas del manto inferior que dieron 94 centavos por yarda cúbica.

))La Compañía Ceder-Creeck tiene un depósito de 130 pies de espesor, de los cuales 90 pies de la parte superior no contienen nada de oro. Puedo citar muchísimos ejemplos como éstos, i otros en Australia, donde el manto pagador no tiene jene- ralmente mas de un pié de espesor sobre la circa, con escepcion del distrito de Ballarat, donde varia entre siete i diez pies sobre la circa.

y) Compárense ahora estos depósitos con los hasta la fecha reconocidos en Chile. Los ensayos en Ca- tapilco han dado una leí mínima de 30 centavos por yarda cúbica; en Llampaico de cuarenta a ochenta centavos, sin saberse todavia lo que pueden

326 -.

producir los mantos inferiorQs; en Marga-Marga, desde 30 centavos hasta dos pesos; en Petorca des- de 50 centavos hasta un peso; en el Romeral desde 50 centavos hasta dos pesos; i en Garen desde cin- cuenta centavos hasta cuatro pesos j) (1)

(1) Sobre este mismo particular i en el mismo sentido han escrito los espertes o cateadores de oro Mr. Holcombe i Sirap- son, que han recorrido una buena parte del país, i también el químico chileno don Enrique Sewell-Gana. Este último hizo un llamamiento especial a los p?'ospecfors i mineros californienses en un artículo publicado en enero de 1878 en El Minimj i Scienfic Press de San Francisco, ofreciendo todo jénero de ven- tajas a nombre del presidente Pinto i de su ministro el señor Lastarria.

Se nos ha informado que el injeniero aurífero señor Messerer, el mas versado talvez de los hombres de ciencia i de práctica auríferas combinadas que haya venido a Chile, no abriga una esperanza raui lisonjera de la tercera zona aurífera de Chile por la formación de sus estratas. Pero, al mismo tiempo, se uos dice que el señor Messerer trabaja minas de cuarzo en Tiltil, en Pe- torca i donde las halla...

Escrito i en prensa lo precedente, el Mercurio de Valparaíso del 9 de noviembre anunció la llegada a esa ciudad de la segun- da remesa de oro de Llampaico (13 libras) producto de 130 ho- ras de lavados de cascajos con un monitor hidráulico de mínima presión i aprovechamiento... I no es este el caso de esclamar, como respecto del oro de Lebu: oiSanto Tomas, ver i creerh

CAPiraLO XII.

LOS CASCAJOS auríferos DZ CATAPILCO.

El pr'imev prospector o cateador de los cascajos auríferos de Chile, el doctor Buriles. Catapilco i su fama aurífera. Llega este emisario a Chile i regresa el doctor Burnes a Estados Unidos en 1876. Mr. .John Flagler i prolijos reconocimientos profesionales que ejecuta en Catapilco. íSe re- suelve a establecer trabajos por la presión hidráuliga i regresa a Esta- dos Unidos. Vigoroso planteamiento inicial de las faenas. El injenie- ro Simpson. La fiebre de Paraff i nuestras escursiones en 1878. Es- cursion a Catapilco. La comitiva, la partida, los adioses i los aco- modos.— «Ambrosio Lámela.» De Viña del Mar a Concón.— La cazuela de Colmo. Los gringos de Semana Santa i la aventnra del arriero de los qringos. Quinteros. Puchuncaví.— La laguna de Catapilco. Una acojida yankae i sus brindis. Visitas de las faenas del oro. El Cule- brón i el Quemado. El cambista Román i sus tesoros. Pedro Cruz i Montenegro. Una arroba de oro por semana. Descripción de los tra- bajos.— Los canales. Los Jlumes i los acueductos. La revelación del indio en el hospital de Santiago. Risueñas ilusiones. Cartas de Mr. Flagler que las confirman.

«Desde que se ha dado publicidad a los notables trabajos auríferos de Catapilco, se ha despertado un verdadero entusiasmo por este jénero de empresas.

»Varias personas recorren los campos de la costa, estimulados por las mismas era- presas, i entre otras se nos asegura que una caravana compuesta de los señores Luis i Patricio Lynch, Juan de Dios Merino Be- navente i otros caballeros se han diriji- do últimamente a Catapilco para hacerse cargo prácticamente de este nuevo siste- ma de esplotar las riquezas dsl paí'í, el

328

cual, manejado con mediana discreción, nos sacaria sin duda de la aflictiva situa- ción que atravesamos.

(Crónica del Ferrocarril del 4 de marzo de 1878.)

Por el año de 1875 hizo su aparición en Chi- le el ^vuíieY prospector o «cateador de panizos de oro», en demanda de la antigua i universal fama de Chile así como de la aplicación de los sistemas californienses que hemos descrito en el capítulo precedente de este libro. Era este nuevo Jason en busca del perdido vellocino de la Colchida, un médico de profesión, llamado Mr. Burnes, que con el grado de coronel habia servido en las filas de la rebelión de Estados Unidos i consagrádose en se- guida a las labores de oro en California i aun en los Estados del Sur de la Union, a que pertenecia.

11.

El doctor Burnes fué en seguida enviado, i al pa- recer era sostenido i estimulado, por una compañía de capitalistas resid-entes en San Francisco i Nue- va York, que deseaban esplorar los casc¿ijos aurí- feros de Chile, o sea su tercera i todavia vírjen zona subterránea, a fin de esplotarla por los pro- cedimientos hidráulicos.

Llamaron desde luego la atención del pioneer

329

de los cascajos auríferos las renombradas tierras auríferas de Catapilco, estensa hacienda situada en la costa del departamento de la Ligua i en los confines setentrionales de la de Valparaíso.

Allí no habia en efecto dejado de trabajarse ja- mas el oro, desde el tiempo de los aboríjenes, i hoi mismo continúa dando pábulo i sustento a la vida de algunas familias i al provecho de uno o dos cambiadores de oro, por el método antiguo de la batea i el buche de la gallina, especialmente en el lugar denominado La Laguna, que es don- de en un remanso de playa desemboca en el Pa- cífico el estero aurífero de Catapilco. Esta noble estancia ha sido durante dos siglos bien patrimo- nial de la familia Yicuña, i hoi es propiedad de una rama de este los señores O valle-Vicuña.

III.

Después de un año de esploraciones, el doctor Burnes dio la vuelta a Nueva York, i a mediados de 1876 regresó a Chile acompañando a un ho- norable, intelijente i entusiasta industrial, Mr. John Flagler, que disponía de los poderes i de los capitales de una rica compañía organizada en Boston i en Nueva York i de la cual era él el mas influyente accionista.

Mr. Flagler trasladóse inmediatamente, acom- pañado de su apreciable familia, la señora Flagler

LA E. DEL O. 42

330

i una encantadora hija única, a Catapilco, i des- pués de haber hecho con rara perseverancia i per- sonalmente durante el invierno de 1877 cuantos trabíyos preliminares i reconocimientos previos juzgó necesarios hasta convencerse de la riqueza de aquel suelo, cinco, diez o mas veces superior a la que habia producido tantos millones en los últimos seis años en California i en Hevada, regresó a su pais para enviar los obreros, las máquinas, las herramientas i los capitales que la planteacion de la empresa de lavados en grande o mediana esca- la requería.

No tardaron estos elementos en llegar al terre- no con gran costo de trasporte, organizándose una verdadera compañía de esplotacion por medio de la presión hidráulica i con el nombre de Ligua Mining Company.

IV.

Creyóse al principio mas económico i producti- vo levantar las aguas de la laguna de Catapilco por medio de bombas a vapor a la altura suficien- te para alcanzar lo que los injenieros californien- ses llaman un good head, es decir, una posición tal que produjese la presión requerida a los pistones o monitores destinados a lavar los cascajos.

Iniciáronse los trabajos bajo la dirección de un injeniero práctico, un prospector de profesión, lia-

331

mado Mr. Juan Sknpson, traído espresamente de los cascajos i esplotaciones de California para el caso. T durante el verano de 1877-78, se adelan- taron éstos, canales, tímeles, represas, acueductos, etc., lo suficiente para llamar la atención de todo el país, que contemplaba en ese momento, ator- mentado por las aletargadoras impresiones del sueño o pesadilla de Paraff, la solución de aquel gran problema práctico.

y.

Habia algunas personas, poquísimas en núme- ro, i entre ellas el autor de estos apuntes, que no creyeron jamas, ni por un solo minuto, en las pa- trañas de aquel aventurero tan inj enloso como au- daz; i juzgando que era mas acertado, mas juicioso i mas práctico llamar la atención de los capitalis- tas i de los trabajadores comunes hacia los intere- ses auríferos, mas lentos pero menos fantásticos, que desarrollaban los industriales californienses, ejecutó en compañía de varios amigos diver- sas escursiones a los lugares de mayor i mejor reputada fama aurífera que existían al alcance de su residencia habitual en aquella época, que^ era la aldea de Yiña del Mar. '^^'^

Con esos propósitos visitó sucesivamente 'Mié' quebradas de Eeculemo, de Maleara i de Alvárá^' do en la provincia de Valparaíso, i los Vastos^

332 -

campos de Catapilco en la de ^concagua, depar- tamento de la Ligua. I hoi, en cumplimiento de los propósitos que ha venido desarrollando en el presente libro, se propone dar a conocer el fruto de esos reconocimientos, o mas propiamente sim- ples visitas de escritor ejecutadas por placer a los placeres auríferos, usando para ello el llano len- guaje de una relación familiar.

Comenzamos en consecuencia la jornada de Ca- tapilco sin escluir ninguno de sus incidentes i epi- sodios, que acaso llevarán algún solaz al ojo del lector, cansado ya de la aridez del páramo,

VI.

Esa relación, contenida en una carta escrita al pié de la estribera, cual el prólogo del inmortal Manchego, al Ferrocarril de Santiago, en las ca- sas de la hacienda de Catapilco el 20 de abril de 1878 (sábado santo) estaba concebida con levísi- mas variantes en los términos que en seguida pa- samos a copiar:

En la mañana del jueves santo, dia 18 de abril, de 1878 la pequeña i de ordinario tranquila ca- lle Bohn, este pequeño camino de cintura del moderno Versalles (pero que mas parece, por lo estrecho, pretina que avenida), presentaba el mas animado espectáculo. Todo era carreras, gritos, caballos en pelo, sueltos los unos conducidos por el diestro los otros, maletas i sacos de viaje lleva-

333

dos en hombros por las aceras, sillas de montar pe- didas aquí i allá en préstamo, sirvientes que iban i venían, i entre el revuelto i pintoresco enjambre de jinetes de bota fuerte, de pedestres a pié pelado, de huasos que aparejaban lozanos machos de al- mofrej, las dulces i curiosas caritas de los niñosque venian a decir al «papá» i al «tio» el último adiós junto con el último encargo «¿Qué me trae?»

YII.

Nuestras buenas amigas, las señoritas E ,

con su intelijente i nunca desmentido comedi- miento, se hablan encargado de la colación mati- nal, de suerte que a la siete de la mañana, con un sol radioso de otoño, pero que refrescaba la brisa del mar vecino, estábamos listos todos los «viaje- ros de Catapilco», que éramos siete, como los pe- cados mortales, en el orden en que vamos a nom- brarlos de memoria, cosa que no es difícil, porque desde el elegante aposento de las casas de Cata- pilco en que esto escribimos, oigo que en el salón superior están seis de ellos «cantando gloria» (la gloria de la resureccion) con voces tan destempla- das que de lejos saben a notas galopadas a razón de quince leguas por dia. Para esta noche tiene también anunciada, la misma alegre comparsa, un concierto a favor del hospital de la vecina Ligua, en que se representará una petipieza titulada Pa-

334

raff en Gatapilco, i uno de los actores remedará al

«ciego Acuña en e ñor de Pelequen».

«ciego Acuña en el Santa Lucía» i otro al «ruise-

VIII.

Formaban, pues, la festiva i animosa comitiva los amigos que siguen con sus respectivos títulos de guerra, que para el caso usaremos como mas discretos i de mayor llaneza:— Juan Ashley Wal- ker, que como recien llegado de las arjentíferas co- linas (o mentiras) del Rio Colorado, le cupo en es- ta escursion aurífera de las costas el importante papel de capitán de rancho; mi hermano Antonio Subercaseaux, nombrado tesorero «in partibus»; Osvaldo Rodríguez, secretario de la intendencia de Santiago, el simpático capitán Borgoño, ayu- dante de la intendencia de Valparaíso, a quien sus jefes dejaron a pié, cuyos dos personajes ofi- ciales conservan sus respectivos títulos en la mar- cha, con la sola circunstancia de que para mayor respeto de la caravana fué el último ascendido a coronel, (i hoi ¡oh profecía! ya lo es); el respetable capellán i futuro cura, cuando haya iglesia, de Viña del Mar, quien no teniendo como oficiar en el lugar, se proponía misionar a lo largo de la costa; mi inseparable i querido primo Januario Ovalle, a quien nunca he sabido si quiero mas co- mo a primo que como hermano, i al cual los hua- sos de esta tierra, sus inquilinos i subditos, lia-

335

man solo don «Juan Arias», i nosotros por cariñosa abreviatura «clon Juanitoí', i por último, el que es- to escribe, que tomó para el empleo de nunca cansado cronista o como dice irónicamente ce don Jaanito)),de «Tata de los costinos» o el «Tostado».

IX.

Decíamos que el coronel ayudante del intenden- te de Valparaíso habia sido dejado a pié, i así era la verdad, porque su asistente no parecía con el «caballo del gobierno», i ya iban a sonar en el reloj de la estación las nueve de la mañana.

Echóse el tesorero con este motivo no previsto a buscar un rocinante de ocasión, i con tanta suer- te, qae cuando «el tren de nueve» venia haciendo sonar su bocina de. alarma por la Ptrntilla de los Burros, (que es por donde se entra a Viña del Mar viniendo de Santiago) , ya salíamos de tropel por la boca occidental de la callejuela de Bohn hacia la que se llama Plaza de la Libertad i que no es todavía sino de «las basuras».

X.

Pero he aquí que mientras perfilábamos la ca- balgata para atravesar el pesado médano del es- tero, que en futuros tiempos se llamará, por. de- creto de 1875, Avenida de la Marina, aparece

336

hacia nuestra izquierda un grupo de elegantes se- ñoritas, que en un abrir i cerrar de ojos ponen en desbandaba a los viajeros. Son las graciosas

señoritas C que se dirijen a tomar el

«tren de nueve», razón por la cual los jinetes se arremolinan i parten en esta dirección, i en la ,otra sin escuchar voz de mando, a mas que lijero trote llevando la vanguardia el secretario de San- tigo i el coronel de Valparaíso, para rendir sus homenajes i decir sus finos adioses a las bellas aparecidas, con el nunca olvidado apéndice de «Qué me encarga?»

Hasta «don Juanito» puso a mas que a un tercio de rienda su dorado caballito de paso llamado por buen nombre el Tomate, i no parecía sino que cual Sancho enviado por su enamorado amo el de la Triste Figura, iba a decir algún discreto recado i razonamiento a aquellas hermosas Dulcineas de esta aldea que han dado por manía cortesana en llamar Versalles, cuando en realidad no es sino

un dulce Toboso Solo el capitán cronista i su

capellán, como Pedro de Valdivia i el fiel padre Pozo en la batalla de Tucapel, quedáronse firmes sobre sus estribos, atravesando con tardo paso el ñitigoso arenal.

XI.

Al cabo de un mas que mediano cuarto de hoía la cuadrilla de la santa hermandad se hallaba

337

otra vez reunida i compacta en la opuesta banda del estero jauto al sitio en que estuvo la viña de Alonso de Rivera, i que hoi sombrean como tris- tes memorias del pasado, grupos de amarillosos álamos.

Comenzó aquí una escena de diversa especie de la ya pasada de juveniles amoríos que se lle- van los suspiros, porque era cuestión de enjal- mas, de asentaderas i de rocines. Quién estribaba demasiado largo, quién demasiado corto, como si fuese en cuclillas, a cual se le liabia caido los sudaderos por llevar floja las cinchas, i cual liabia

olvidado los cigarros i cual otro los fósforos. Solo

*

el cauto capellán llevaba todo su apero en regla i cabal como lo demostró sacando su breviario de- bajo del poncho i la sotana, i «don Juanito» una buena marraqueta de pan francés de que habia he- cho prevención en la cariñosa mesa de nuestro ma- tinal desayuno. —«No se lo decia yo, esclamó en tal conflicto de apreturas, uno de los de la.cuadri- 11a, no se lo decia yo que debíamos hacer ayer por la tarde lo de los jesuitas, que siempre que sallan de viaje montaban la víspera a caballo, cargaban las muías, i los pozuelos, daban una vuelta por los claustros i en seguida se alojaban poniendo cosa con cosa, los lazos sobre los lomi- llos, los pellones en el suelo, las espuelas junto al freno i la manea, i por almohada el misal?

LA E. DEL O. 43

338

XII.

Quedaron los compañeros edificados con aquel sermoncito de vieja de jueves santo, i prometieron viajar en otra ocasión cea lo jesuita)) para no tener atrasos ni andar a la disparada como liabia acon- tecido aquella mañana.

Organizamos en seguida la marcha tomando la vanguardia los de a caballo de buen galope, los del trote al centro i los de paso menudo la reta- gu¿irdia que cerraba don Juanito en su mentado caballo el Tomate.

* En cuanto al mozo de la carga, un despierto muchacho catapilcano llamado Manuel Pérez, con mas cábulas que Ambrosio Lámela, el arriero de Jil Blas, pero de voluntad lista como la malicia, destacámoslo adelante en calidad de emisario del estómago. Es de advertir que casi toda la caba- llada era de Catapilco, asi es que los rocines con no menos velocidad que alegría iban tragándose las leguas i el viento salino i vigorizante de la costa.

XIII.

Haciendo un vuelco hacia la playa de aquélla, abandonamos a poco el camino real de Quillota, en el punto en que el desdichado Portales tomó

339

SU postrera taza de caldo, que le dieron de caridad en un rancho que todavía se halla de pié, i pushno- nos a galopar sobre el cómodo sendero macadami- zadoque, con poco costo pero no pequeño injenio, ha echado sobre las arenas muertas el caballero ingles que habita la antigua posesión de «Las Sa- linas», esta Inglaterra en miniatura situada ala sombra de las encinas i los pinos entre las colinas i el mar.

En seguida, penetrando por un desfiladero de rocas rotas a pólvora, comenzamos a seguir la huella del antiguo trazado del ferrocarril hecho por Alian Campbell, via Concón, i que fué aban- donado por el túnel de San Pedro i los cinco puentes de las Cucharas, arrojando al mar cuatro- cientos mil pesos en cortes i terraplenes que toda- vía existen como camino i como protestas. El sendero es angosto i escarpado hasta el paraje de Cochoa, pero no existe en comarca alguna del mundo sendero de calzada mas valioso^que aquél. Una cuadra de adoquines importa en Santiago o Valparaíso de dos a tres mil pesos; pero estas la- deras rebanadas desde las cumbres i estos rellenos de cascajo i piedra que después de veinte años resisten inmóviles al embate de las olas, han cos- tado a razón de seis, de ocho, de diez i hasta de veinte mil pesos cuadra. Así avanzamos un par de leguas sobre verdaderos adoquines de plata, de- leitados con el panorama, las cristalinas aguadas

340

que se desprenden de los farellones, los ranchos de los pescadores suspendidos sobre las rocas, i a los pies del sendero, i tan lejos como la vista alcanza, el azulado océano dormido todavía entre sábanas de espuma... Pero ella hacia el sur viene alguien a turbar su sueño i su pureza; es el vapor de Euro- pa que llega al puerto contorneando la punta de Corumilla para echar en nuestra empobrecida costa su rico cargamento de letras por pag¿u'...

XIY.

En la mitad de aquella travesía hemos tenido entretanto un gran encuentro. Teatro de este ha sido el rancho de una india pescadora, chascona como un pan de luche i desabrochada como el cochayuyo, tipo i vestijio de los antiguos Changos, raza peculiar de nuestra costa i de la del Sur-Perú que no era ni araucano, ni quichua, ni aimará, sino una especie aparte i anfibia como los lobos de cuyo aceite vivian i de cuyos cueros hacían sus balsas de pescar junto con su tosca vestimenta. Era aquella una antigua conocida de la calle de Bohn, donde coloca de ordinario su cosecha de marisco; pero ceña María» está hoi de gran fiesta i mantel largo porque un mingaco de rudos obro- ros de la «fundición de la Victoria)), con su maes- tro mayor a la cabeza, grupo pintoresco que en- contramos una noche marchando por los rieles

341

desde Valparaíso a la luz de la luna, ha venid o a pasar el feriado de Semana Santa en su espacioso rancho marisqueando (i se llamaba Marta..?) con ella entre las rocas. Noble ejemplo de sobriedad i amor a la naturaleza, raro en el jornalero de la chi- cha, i que consuela por el porvenir de nuestra clase obrera.

XY.

Después de fraternizar un breve momento con aquel grupo de rudos i hollinados fundidores, proseguimos nuestra jornada a paso de jente que comienza a sentir el aguijón de la cazuela, i al cabo de dos horas estábamos sobre las altas coli- nas de Concón, al pié de dos hermosas palmas je- suíticas i jemelas, macho i hembra, viendo dila- tarse delante de los deleitados ojos los verdes campos de aquella feraz hacienda i de su vecina tierra de Colmo en la opuesta banda del rio, que allí llega como cansado i se echa en unos laguna- tos de agua dulce que el mar envidioso lame i sala.

XVI.

Pusímonos allí a conversar con los pescadores de la caleta sobre el fenómeno de la Fata Alorga- na que desde aquella altura suele divisarse hacia el norte sobre la saliente península de Quintero en estos dias de plácido otoño, i que por ciertas

342

coincidencias de estación llaman aquellas sencillas j entes el encanto del viernes santo.

Abrigaban muchos conconinos la persuasión de que al dia siguiente se abriría como en otros años el encanto, i no habria faltado algún curioso de los de la comitiva que hubiera querido hacer allí nuestro primer alojamiento, para divisar la mara- villa que muchos tienen todavia a cuento. Pero consultado el capellán de la espedicion sobre el negocio, como cosa de brujeriajentilicia, i el capi- tán ranchero como cosa de almuerzo, fueron de opinión de pasar adelante, lo que en el acto púso- se por obra.

XVII.

Hace, por estos dias cuatro años que vadeába- mos por este propio paso el ex-caudaloso Aconca- gua en la grata compañía de dos o tres amigos, de los cuales uno se halla hói en el pináculo de la política, sin desearlo tal vez. (1). I entonces el rio humilde diónos comedido paso humedeciendo ape- nas entre bulliciosos guijarros la pezuña de nues- tras monturas, haciendo un viaje a la inversa de Quintero a Yiña del Mar. Pero ¡oh inconstancia de los ríos i de los hombres! Habíase sumerjido ahora tan hondo el vado, que, sin el auxilio casual de dos canoas que vinieron por los lagunatos, nos

(1) Viaje hecho desde Quintero a Viña del Mar en 1874 con don Vicente Keyes, ministro del interior en 1878.

~ 343

habríamos quedado donde estábamos o dado la vuelta atrás. Pasamos por tanto a la márjen se- tentrional del rio, los caballos desensillados i a volapié, i los jinetes sin mantas ni espuelas, lis- tos para un naufrajio, como cosa que está de moda, i encaramados cual sartas de corbinas, los unos sobre los otros en el fondo. No dejó de darnos cuidado la segunda remesa porque se balanceaba el angosto leño como potro chucaro bajo la mano de inesperto amansador. Mas en breve divisamos a don Juan de Arias, que era la mejor parte de su lastre, dar un salto con airosa pirueta desde la borda, i quedamos en paz con el susto. El coronel, i el que esto escribe hablan sido el lastre i la es- tiva de la primera canoa.

XYIII.

Ensillamos los caballos que tiritaban todavía a influjos del hielo i del miedo, i fuimos a un confor- table grupo de ranchos que por allí habia i desde cuya puerta, el dilijente Ambrosio Lámela de Ca- tapilco, llegado una hora antes que nosotros, nos hacia apetitosas señas. Eran, por el reloj abdomi- nal de la comitiva, las doce en punto.

XIX.

Diez minutos después estábamos en la cómoda i elegixnte posesión i ranchería del honrado inqui-

344 ~

lino de Colmo, ño Dionisio Arancibia, cuya com- pañera ña Juanita Jorquera rodeada del fogón con sus hijas i sus nueras, apuraban a soplidos la cazuela, porque habia llegado oportunamente a su noticia que entre aquellos viandantes de Se- mana Santa venia también «el patrón».

Habría sido nuestro deseo ir a participar de la caballerosa hospitalidad del hacendado del paraje, don Domingo Fernández Puelma, cuya mesa i cordialidad eran conocidas i alabadas de mas de uno de los circunstantes, pero esto nos habria im- puesto un rodeo de varias leguas, porque las casas de la hacienda están mui arriba del valle; i así nos quedamos con aquella buena jente que dejó mas que bien puesto el nombre del lugar. Todos los viajeros de Gatapilco i especialmente el coro- nel i don Juanito han jurado por las plumas i la cresta de los dos millones de gallináceas que se- gún la estadística duermen cada noche en Chile, que no se olvidarán en los dias de su vida de la «cazuela de Colmo».

XX.

Sazonada la vianda nacional por unos cuantos tragos de esquisita chicha que de sus lagares de Curacaví nos habia enviado espresamente para el caso nuestro amigo don José Kamon Armazan, que la fabrica deliciosa para su gasto, trabóse lúe-

315

go en las lenguas la cuestión de la política, que se parece en muchas cosas a la chicha i especialmen- te en que fermenta... I a la verdad que estábamos en el panizo clásico de las iniquidades tradiciona- les de ese j enero, porque es éste el territorio elec- torral que decide el voto de Quillota, i como tal i por apartado, ha sido i será, si el caso vuelve a precisar, teatro de las mas negras i villanas tro- pelías. 2Ísí, contó uno, que un piquete de soldados traidos de Quillota habia asesinado con una des- carga a un infeliz en la plaza de Puchuncaví en las elecciones de 1871, i otro contó, que una espe- cie de visir sid generis, que reinó aquí a sablazos durante tres meses en 1876, concluyó su campaña llevando amarrados por los lagartos de los brazos a la espalda i atados a los correones de los Navales a los cinco vocales de la mesa de Pucalan, como a otros tantos ladrones de camino real, todo por supuesto de «orden suprema». En cuanto a los inquilinos de Colmo, no se dejó votar uno solo por la sencilla razón, estando al dicho de don Dioniosio, de ser ((colminos)).

XXI.

Eepletos de aquellas miserias mas que del sa- broso caldo de la memorable cazuela, en tierra de legumbres, i habiendo cantado el coronel coa voz llena i sonora, a falta de té, el i el Tcí, mon -

I. A, E. DEL O. 44

340

tamos otni vez, a las dos de la tarde*, a caballo i piisímonos a recorrer a mediano paso la abierta j)laya de Ritoqiie, que se estiende en forma de media luna i por espacio de dos leguas entre las bocas de Concón i la península de Quintero, que a la manera de colosal cetáceo se avanza hacia el mar como si fuera a sume rj irse de cabeza en sus profundos senos. I a fin de distraer aquella mono- toma travesía, comenzó don Juanito a contarnos la aventura que se llama en estas partes «lá de- voción del ingles», i que según su memoria ocurrió allá por los años de 1820, cuando Lord Cochrane <íra señor del Pacífico i de Quintero.

Fué el caso, i para abreviar lo contamos con mucho menos gracia que su narrador orijinario, que en un naufrajio ocurrido en la costa de E,ito- que, ahogóse un marinero ingles, i por consiguien- te hereje, naal mirado por los changos i arrieros cristianos de la costa. Sin embargo, sus compa- ñeros de infortunio que escaparon con vida, dié- ronle compasiva sepultura en la enjuta arena i al pié de unas rocas que todavía sirven de lindero entre Duguño i Colmo.

Pues, señor, continuó contando don Juanito, pasaron los meses i los años desdo aquella mala- ventura hasta que en una ocasión en que viajaba entre Catapilco i Valpar¿iiso el contra-almirante de Chile, don Carlos Wooster, acompañado de un huaso mucho mas devoto al parecer que nuestro

347

Lámela, al pasar cerca de las rocas consabidas pidió aquél al marino permiso para apartarse un tanto del sendero i hacer de a pie cierta clilijen-

cia Concedióselo el viajero, i cuando volvió

el arriero a alcanzarlo a pocos pasos, clavando la rodaja en los hijares de su muía, contóle que de- jaba cumplida «su devoción con el ingles»... I por- que nó? No dice un iluste jeólogo, a propósito de la estructura de Chile, que muchas de sus estratas son impermeables i otras meablesf

Habrá adivinado el lector en lo que consistía aquella húmeda ceremonia del bárbaro fanatismo de los campos en aquellos remotos años. Peit) ail ¿han hecho acaso menos que eso con mas aflijidos náufragos nuestros campesinos de la costa de Illa- pel tan bárbaros como sus abuelos? (Naufrajio del Eten en 1877.)

XXII.

Conversando de éstas i otras cosas parecidas, i marchando cual vandada do gaviotas en fila por la playa que la resaca acaba de endurecer, llega- mos a los lindes de Quintero, donde un esterillo remanso que va formando pajonales i trechos de verdura, a manera de islotes de césped, convida a descansar. I a poco, sobre uno de esos ta])ices naturales divisamos cuatro caballos ensillados a la inglesa, i luego descubrimos por el suelo echa-

348

clos alegremente entre sus patas otros tantos jine- tes, sus señores, que allí sobre la fresca yerba re- posaban ele su primer duro galope desde las caba- llerizas del «Puerto». Eran estos cuatro jinetes, simpáticos i esforzados jóvenes ingleses del comer- cio de Valparaiso que hablan salido a «rodar tie- rras» sin ningún rnmbo fijo, mientras durase el aliento de sus pingos alquilados i el feriado de tres dias en que los bancos i los almacenes atrancan, mas por descanso que por devoción, sus puertas.

Acércamenos i preguntárnosle s con el acento de buenos camaradas i en ingles, de dónde venian? hacia a dónde iban? i a qué iban?

Contestáronnos que respecto del lugar de dón- de venian podian decírnoslo sin mayor embarazo, i para esto bastaba ver la catadura de sus jadean- tes bucéfalos; pero en cuanto a dónde se encami- naban mas sabian sus caballos que ellos mismos. Hablan oido hablar de cuatro o cinco lugares de recreo esparcidos mas o menos en aquella direc- ción, de «Quintera», de «Catapilca», de «Campi- cha» i de la «Ligua»; pero tenían los novedosos bretones mui vaga idea de cuál de aquellas co- marcas estaba antes i cuál después en su camino. En cuanto a Pa,chuncavi, que es el mas próxi- mo poblado mediterráneo, nuestros camaradas sa- jones no intentaron siquiera hacer el áspero dele- treo de su jerigonza indíjena. La cuestión para ellos no era de jeografía, ni de alojamiento, ni si-

349

quiera de casuelly (como llaman en las listas de a bordo la cazuela), sino simplemente de galopar a media rienda durante tres dias de seguido. Por manera que si la Semana Santa durara en Valpa- raíso lo que en Santiago, aquellos buenos gringos, vestidos de diablo fuerte, habrían llegado a Com- barbalá o a Mendoza, i dado la vuelta de redondo. Después de empinar sus redomas de delicioso whisky de Escocia a la salud de S. M. B. con un chistoso brindis que don Juanito pronunció en in- gles de Australia, dijimos adiós a los galopadores, asegurándoles que si llegaban a «Catapilca», allá mudarían caballo o el cuero, a su gusto una cosa u otra, aunque es mas que probable que habrán necesitado mudar ambas...

XXIII.

Habíamos olvidado decir que desde Colmo des- pachamos al afanoso Lámela catapilcano, con una esquela para nuestra querida prima i amiga, E. U. de S., castellana de Quintero, que sabíamos esta- ba pasando, qh su cómoda masion del puerto, la estación de baños, i anunciándole que nada menos que los Siete Infantes de Lára le pedían aloja- miento en su castillo.

Mas, por desdicha nuestra, solo el dia prece- dente habíase regresado la familia a Santiago al toque de semana santa, i así vino a decírnoslo el

350

arriero cuando ya avistábamos desde las lomas, donde existen todavía las ruinas del rústico alber- gue de Lord Gochrane, el caserío de la península quinterana, con su dédalo de pajizos ranchos coro- nados de hermosas casas veraniegas de teja i es- tuco.

XXIV.

Citó en el acto, en vista de aquella inesperada emerjencia, el capitán de rancho a consejo de guerra, i se debatió sobre si en ausencia de nues- tras amables primas, se tomarla la casa por asal- to, (que otro remedio no habia) o seguir bregan- do hacia Puchuncaví. El debate fué largo i un si es no acalorado; pero al fin prevaleció la opi- nión de don Juan Arias, que estuvo por el asalto

o por la muerte Debemos agregar, en obsequio

a la verdad, que el caballo Tomate parecia añadir su triste opinión a la del cónclave, cerrando lán- guidamente los ojos.

Descendimos, en consecuencia, a la amena vega de 'Quintero, asiento de su futura ciudad, cuando, como en Granada, vuelva a aparecer entre noso- tros un rei Boabdil; i nos dirijimos al lugarejo en pelotón, a la manera de guerrilla i a \q, pelamesa, como cuenta Marino de Lo vera del encuentro que tuvieron en esta propia vega, chilenos i holande- ses el año del Señor de 1586.

351

XXV.

Debo yo confesar injémiamente en esta parte, que a fuer de hombre precavido, aparté buen tre- cho hacia im hido de la linea de la arremetida para visitar cierta posesión que allí entre las coli- nas tengo desde algunos años, no mas grande en tamaño que una regular sepultura, i en la cual i en un pozo que allí hice cavar, sin hallar jamas agua, tengo enterrados en piedras i en sanjas, mas que un regular puñado de billetes; de suerte que no me encontré en el asedio i embestida de las posiciones amigas a donde habriamos entrado de paz i casi en triunfo, si hubiéramos llegado en mejor liora.

XXVI.

Mas, cuando me apeé de mis ocho leguas, en- contré a la comitiva réjiamente instalada en un espacioso comedor, cubierta la mesa de blanca por- celana, mientras que el ruido del plumero en los postigos i vidrieras, anunciaba que a la soculenta cena habría de seguir el blando dormir en mulli- das camas no reñidas ni con el holán de hilo ni la Jacaranda.

Contáronme entonces, los afortunados asaltan- tes, que-la cuidadora de la casa «Doña Mariquita»,

352 -

como le decian todos con el mas melifluo puchero, cada vez que en su presencia la nombraban, les había recibido junto con el intruso Lámela, cual si hubiesen sido los siete Macabeos regresando vencedores a la ciudad de Dios; pero que ape- nas comenzó el capellán a descolgar de debajo de la manta carí^ de los telares de Pirque, que ocultaba el misterio de su profesión, su larga so- tana, cuando, a la par con los pliegues de la túni- ca sacerdotal, iban deshaciéndose las arrugas del ceño ¿e la huésped. Mas estando a la opinión unánime del colejio de habrientos caminantes allí congregados, quien decidió del todo de su volun- tad, fué el incomparable don Juanito saliendo de las filas con su cara de Nueva Holanda, mitad en ingles i mitad en chileno, i haciéndose conocer co- mo quien era, primo i señor. Don Juan Arias es conocido en toda la costa norte de Chile, desde la Serena a Yin a del Mar, i donde se apea de su ca- ballo no hai puerta que se le cierre, ni brazos que no -se abran de par en par para estrecharle cari- ñosos, como a una noble i dulce naturaleza. I esto último a tal punto llega, que mañana de madruga- da, mientras ciertos de nosotros regresamos a Yiña del Mar por la cuesta del Melón i la Calera, él si- gue viaje con el np menos piadoso i filántropo ca- pellán hasta la Ligua, para dejar allí una valiosa ofrenda que en dias pasados hízole el ministro ac- tual de hacienda de su noblemente distribuido

353

sueldo, debiéndose agregar a aquella la colecta del anunciado beneficio de esta noche que se regula en buenos pesos, por hallarse aquí de paseo i de visita al oro, dos ricos negociantes del alto co- mercio porteño.

Mas volviendo a lo de Quintero, no hizo don Juanito mas que divisarme de regreso de mis rui- nas, cuando echándome un brazo sobre el hom- bro, me dijo al oido con marcado saboreo: «Ya hai dos pollonas en la cacerola» ....

XXVII.

Mientras alegremente comíamos i empalidecian unas en pos de otras las botellas de Curacaví a la par con las de Subercaseaux que habia traído en la carga de Lámela nuestro tesorero in partibus, divisamos que un bote cruzaba rápidamente la bahia, impulsado a cuatro remos. Nos asomamos con curiosidad, i con el anteojo de larga vista que allí existe, descubrimos que los cuatro vogadores eran nada menos que los cuatro ingleses de Rito- que que, en vez de comer como nosotros, iban a gastar las pocas fuerzas que les habian dejado las riendas en los brazos, voltejeando por la esplén- dida i anchurosa bahia, cuyos sombríos perfiles iluminaban lentamente los primeros raudales de la luna: como la cabra tira al monte, así el ingles tira a la mar.

LA E. DE 45

354

Al día siguiente, i cuando antes de que apa- reciera el sol montábamos a caballo, frente a las deliciosas tinas de granito de Quintero, por- que allí cada baño es un estanque en miniatura, divisamos otra vez una cabeza en cada tina a flor del agua. Eran todavía nuestros infatigables grin- gos que tomaban su primera ablución antes del galope del segundo dia, viernes santo.

XXYIII.

Acabada la comida, el devoto capellán se fué á misionar a la capilla de los pescadores, i después del rosario i de la plática hubo canto ¡eneral, en que las voces del coronel, del capitán de rancho, del secretario i don Juanito rivalizaron en célicas armonías con los ánjeles.

Nunca la fiesta del jueves santo habia sido ce- lebrada con mas unción por los pescadores de la bahia de Alonso de Quinteros. Pero inmediata- mente después de los maitines vinieron las tinie- hlas, i a las diez de la noche dormían los siete Macabeos de Quintero con mucho mas placentero sueño que los judíos que prendieron al Señor en el huerto de Jetsemané, solo que algunos de los camaradas, i especialmente los que hablan canta- do, roncaban como judíos. . . .

355

XXIX.

Teñían apenas con leves vapores luminosos las líneas de las sierras los primeros lánguidos boste- zos del alba, cuando don Juanito i el coronel an- daban ya en sus trajines despertando la perezosa muchedumbre, al paso que Lámela, sacudido de sus pellejos con el primer trino de las loicas, cin- chaba su muía i metia el freno en el hocico a los macilentos rocines, sus paisanos. De suerte que cuando el sol apareció tras de las crestas, radioso cual si no alumbrara fúnebre memoria de cristia- nos, nos hallábamos todos echados de brazos sobre los balcones de la casa principal de Quin- tero, contemplando el maravilloso espectáculo de la bahia i sus contornos. Desde ese sitio di- vísase aquélla completamente cerrada, cual di- latado i remanso la^jo, mientras que los cerros de la costa quebrándose a trechos, permiten al ojo desnudo divisar la zona de la cordillera del medio en toda su majestad, desde los empinados cerros del Colliguay, cuyas laderas orientales mi- ran hacia Santiago, hasta los picos de Cachagua, que forman la ladera setentrional de Catapilco: un panorama de cuarenta leguas en un solo anfi- teatro.

Por una de las quiebras (el portezuelo de Puca- lan) del primer cordón que forma el atalaya de la

356

costa, divisábamos las altas i afiladas cumbres de Curichilonco (la montaña del «hombre de la ca- beza negra») que se empinan sobre los valles de Ocoa i de la Ligua. Por otra, (el portezuelo de Chillicauquen, que se divisa desde las calles de Qui- llota) álzase majestuoso i solitario el cerro de la Campana que en aquel momento el sol tenia de oro antes de asomar sobre los valles. De ningún paraje de las cuatro provincias a que aquel pico pintoresco sirve de común divisadero i de mojón, colúmbranse con mayor ventaja que desde la pla- ya de Quintero, porque destácase únicamente el cono superior, sin ramificación alguna, i así ofrece la exacta imájen de colosal campana suspendida por hilos invisibles a la bóveda celeste. Debió ser Alonso de Quintero, descubridor de esta bahía i compañero de Almagro, quien le puso desde en- tonces ese apropiado nombre.

XXX.

No nos dejó Ambrosio Lámela regocijarnos lar- gamente con aquel grandioso espectáculo, porque era preciso seguir sobre las movedizas arenas de Puchuncaví las huellas de su muía de vaqueano, i y^ iba saliendo a mas que apresurado trote por la playa i ponia en ello la misma dilijencia que nues- tros Baviecas, conocedores del rastro de su nativo suelo. Asi es que en menos de dos horas estábamos

357

a las puertas de la famosa ciudad de los costinos, que se compone de una sola calle interrumpida en el centro por una especie de cambucho triangular que se denomina «la plaza de Puchuncaví», junto a su parroquia, cuya iglesia bastante espaciosa está todavía a medio hacer i así se estará por mu- chos años.

XXXI.

íbamos a paso de camino, horondos por la ca- lle, a cuyas puertas i ventanas se asomaba mas de una cabeza femenina, de no mui malos bigotes i ojos de lucero, cuando suscitósenos un grave e inesperado obstáculo en la marcha.

No se trataba por fortuna de ninguna desgracia personal, digna de la crónica de un diario santia- giiino, ni siquiera de un corcobo de la mansa ca- ballada, sino de un mozalvete de menos de quince años que, a pié descalzo, mote de maiz en la cabe- za, i mal traida manta, prenda segura de difunto o del sacristán del pueblo, salió con un sable del tiempo de San Bruno que llevaba desnudo en la diestra e intimónos que por allí no pasaba nadie, «porque era viernes santo.»

Con que se quieren meter Uds. en camisa de once varas como si fueran santiasruinos! esclamó nrial aj estado el coronel al toparse con aquella es- traña barrera. I frunciendo el entrecejo guió el

358

avance de la caravana que habia hecho alto, pa- sando el capellán i don Juanito bajo el sable de Puchimcaví con rostros compunjidos.

Era aquella guardia sin la menor duda orden disparatada i autoritaria del sacritan, porque ¿có- mo podia irse a la iglesia ni salir de ella sino dejando franco el paso de la calle única, a los fieles? De manera que absueltos por la iglesia ba- jo aquel capítulo i pro tejidos por la voz de la mi- licia humana, quebrantamos la mística orden i seguimos adelante.

Mas si tal hicimos, tuvimos para nosotros que los andariegos cuatro ingleses de la víspera, que habian salido a rodar tierras, no pasaron un pun- to mas allá de la raya que hizo el sable del rotito en la polvorosa calle, lo, cual de seguro tomaron por las fronteras de la lei de Chile; i como tal la respetaron volviéndose de mal talante al puerto, salvo el caso de que por un ííirdo de quimones o cosa parecida, como el sable i el mote de maiz del guardián puchuncavino, sus ftiinistros a lo Pal- merston, nos manden una visita del Shah i sus

cañones.

XXXII.

La laguna da Catapilco donde esta famosa ha- cienda toca al mar i se acaba por el occidente, objetivo principal de nuestra esforzada caminata

359

de 25 leguas, no dista sino tres escasas leguas de Puchuncaví, de suerte que a las once de la ma- ñana nos paseábamos en medio de sus rústico ca- serío de lavadores de oro que viven bajo la totora i a la puerta hospitalaria del superintendente del oro de Catapilco, Mr. Artui'o P. Burnes, este je- neral Sutter de la California subterránea que se trata de sacar a flor de tierra en Chile.

XXXIII.

Como Mr. Burnes es un antis^uo amio-o i estaba prevenido de nuestra llegada, nos aguardaba con el mantel puesto, i así todo fué llegar i cortar es- cobas. Mr. Barnes es un distinguido cirujano i médico de la universidod de Baltimore, su ciudad natcpl, i por esto nadie le conoce en estos parajes sino con el nombre de «el doctor». Comprometi- do por afecciones de corazón i de intereses en la guerra civil de su patria, e íntimo amigo del ñimo- so Stone Wall Jackson, a quien acompañó, a su decir, hasta su última i gloriosa batalla, ha busca- do, como muchos de los jefes de la rebelión vencida, en climas estranjeros, si no reposo i olvido, trabajo i fortuna. Por esto, i por motivos especiales que mas adelante apuntaremos, c(el doctor» ha escoji- do a Chile, i es hoi su voluntad pujante i varonil el alma que anima estas antes inertas rejiones.

El doctor Burnes es un hombre joven todaTÍa,

360 :— ;

alto, flexible, de mirada meridional, de alma in- domable i de una enerjía muscular a toda prueba, embarazado apenas por una sordera bastante in- tensa adquirida en una recia tempestad de nieve en que estuvo perdido en su país natal.

Todo a su lado revelaba que estábamos en una faena de herejes: las tropas de muías que bajaban por las laderas, las rumas de maderas, desembar- cadas recientemente del vapor Hércules en la ve- cina ensenada del Maitencillo, las rojas caras sa- jonas, las botas de cuero, las encendidas camisas i cotonas, las huascas con sólido puño de acero de los capataces, los puestos de frutas, los grupos de pililos con camisa limpia i hasta las conversa- ciones i cuchicheos en gringo que oíamos a nues- tro paso, todo nos traía a la memoiia que había- mos pasado la raya del Chile viejo i español para penetrar en la tierra ignota de la Yanquicia, llena de novedades, alborotos i estrañas aventuras.

I aquí propiamente entramos en el verdadero objeto de nuestro viaje i narración, al cual las peripecias ya contadas solo sirven de marco i de preludio.

XXXIY.

Hacíanos la laguna de Catapilco, que no es si- no un grupo de treinta o cuarenta ranchos, situa- dos en la márien meridional del remanso estero

~ 361

que allí desemboca, hacíanos, decíamos, recordar a lo vivo las faenas carrilanas, que en 1863 visita- mos junto con el, a la sazón, adelantado propieta- rio de Catapilco cuando trabajaban a la par en aquéllas, distribuidos en siete u ocho grupos, hasta siete mil carrilanos. La población estacionaria de la Laguna i su territorio adyacente es de solo 530 almas, pero con el trajin del dia suele subir al do- ble. Mr. Burnes ha tenido hasta 700 obreros so- bre el pico i la barreta, pero hoi que los trabajos se aproximan a su conclusión, solo conserva la mitad de esa cifra.

XXXV.

Entretanto, i antes de hablar a fondo del oro de Catapilco, sentámonos a la mesa con un ape- tito mas de cordero pascual que de calvario, pues hacia seis horas que trotábamos por las riberas del mar; harto mejor estimulante que todos los inventados por Holloway i Lanman i Kemp.

Aprovechando en efecto de la sordera de «el doctor», preguntó don Juanito al mozo de mano que servia «cuántos nudos tenia la muía», i resul- tando ser cinco, las mandíbulas tomaron la cosa con reposo: cazuela de gallina, gallina asada i es- tofado de gallina, que por diferenciar llamaremos fricasé. Tal era el menú de la Laguna. Los otros dos nudos eran el uno de costillas de puerco, boca-

LA E. DEL o. 46

362

do para viernes santo de viajero, si mas no fuera que para hacer rabiar a los ¡udios, i el otro un gui- so de congrio con tomate i papas, es decir, un nu- do gordiano. Llegado el turno de este nudo, em- pleó don Juanito su mas fina persuasión para disuadir a Mr. Burnes de aquella horrible promis- cuación en viernes santo, gallina, cliancho i pes- cado,— -pero el doctor se hizo sordo como un con- grio, i alivió el lebrillo de sus mejores presas.

No impidió esta herejía, represalia tal vez de la «devoción del ingles», que alguien propusiera un entusiasta brindis a fin de que la ciudad futura de la Laguna hubiera de llamarse Barnes-Gity, a lo cual don Juanito con su acostumbrado i anjelical donaire observó que si el doctor volvia a promis- cuar en viernes santo o no sacaba tantas tonela- das de oro como «cóndores ParaíF» corrieron entre los hábiles, se le cambiase a la ciudad la r por una I quedado asi Balnes-Citi/, lo cual fué unanima- mente aprobado con un entusiasta chivateo jene- ral a la araucana, cosa que el coronel sabia por principios.

XXXYÍ.

Terminado el almuerzo de la Laguna i su pos- tre de charla, i el siguiente lacónico brindis de don Juanito: 3Iy felicitas hions to Mr. Burnes and when he is over in his gold, he will give to every

;-. 363

one of the es cur sionista h'f piece of gold of Cata- pilco; i recibidas algunas visitas de antiguos cono- cidos de la niñez, i entre otras la del señor Mar- tin Montenegro, el mas antiguo banquero i cam- bista de la Laguna, donde reside desde 1835, montamos otra vez a caballo i comenzamos ^ su- bir las colinas que allí, al desembocar el estero de Catapilco, en el mar, formando un pequeño la- gunato largo i angosto, encumbranse en todas di- recciones hasta formar un verdadero dédalo de agrestes montañas.

El doctor iba a mi lado como guia, i mas biza- rro i erecto jinete sobre brioso caballo cbileno no he conocido nunca.

XXXVII.

Habíamos andado apenas como ocho o diez cua- dras cerro arriba por escelente camino carretero recientemente labrado, cuando llegamos a la fa- mosa colina del Quemado, de la cual en el curso de los siglos los mineros de la Laguna han estrai- do un largo millón de pesos, sin mas elementos de trabajo que la poruña, la batea i el capacho. Hoi se trata de remplazar todos estos utensilios por un simple pistón de agua que hará en veinnti- cuatro horas lo que antes hacian, a fuerza de azo- tes, diez mil indios.

364

XXXVIII.

Es aquella colina una loma suave de un color amarilloso tirando a bayo, sin ninguna vejeta- cion, i tan blanda i redondeada que cualquier la- cho elejiria su cima para una buena cancha de carreras. Tiene, a ojo, diez cuadras de largo i dos de ancho, i se halla como atravesada de norte a sur, a caballo sobre el estero de Gatapilco, que la envuelve por el norte a considerable i selvática profundidad, i una áspera quebrada llamada de Casuto que baja por el sur.

Yénse en todas direcciones en esta curiosa for- mación catas, picados i lumbreras, que es el nom- bre técnico que los mineros de oro dan a los pi- ques de reconocimiento o de esplotaciou, i los des- montes son de una forma calcárea, como un cuar- zo o quijo de oro reblandecido, que éste es siem- pre criadero de oro en Chile como en California i en Australia.

Algunas de esas lumbreras tienen hasta cin- cuenta metros de profundidad, i de una de ellas llamada la «mina del Caballo» en la Loma del Quemado, sacó el mas afortunado de los mineros de la Laguna, Juan del Carmen Koman, mas de 150 mil pesos durante catorce años de bonanza, los mismos que, tomin por tomin, remolió en to- das las chinganas de la costa desde P'jichuncaví

365

hasta el Maintop. Cuentan sus contemporáneos que cuando no tenia a quien feriar, porque toda la comarca estaba ya~ dormida b^o el trago, se hacia hacer ponche en leche, para que viniesen a beber a su jenerosidad los perros del lugar que lengüeteaban el suelo; i así el mentado Koman vino a morir en el hospital de Santiago, como Juan Godoi de Chañarcillo, como los Ossorios de Tiltil, como los Volados de Agua Amarga i todos los mineros de la redondez de Chile, que sin eso no serian mineros i menos mineros de oro cual los de la Laguna.

El mas influyente i respetado de los mineros antiguos del Quemado es Pedro Cruz, hombre de notable enerjía, natural de la Laguna, que ha via- jado doce años a bordo de buques de guerra in- gleses i americanos, i residido largo tiempo en Estados-Unidos i en California. Posee Cruz bas- tante bien el ingles i está ahora al servicio de Mr. Burnes como jefe de faena e intérprete.

Reside también en la Laguna un enérjico joven liguano, don Nicanor López, que en el carácter de subdelegado ambulante maneja a las mil ma- ravillas las turbulentas peonadas, i un intelijente mozo del nombre de Reyes, de Valparaíso, hijo de un antiguo minero, i tenedor de libros en in- gles i en español.

366

XXXIX.

Cuando nos ftallábamcs en la cumbre de la lo- ma del Quemado, púsose el doctor bondadosa- mente a esplicarnos su teoría jeolójica de la for- mación i distribución del oro en Chile, como en California; i aunque reservamos, según dijimos al principio de esta carta, ese punto para detalles teóricos posteriores, diremos que en Catapilco, como en Marga-Marga, como en Casuto, como en Andacollo, se trata simplemente de la existencia de un rio subterráneo del período plioceno, cuyas arenas, depósitos i cascajo de acarreo son mas o menos ricos en partículas i pellas de oro.

El término medio de los picados hechos por el doctor i sus hombres prácticos de California da un rendimiento de un peso veinte centavos de oro por cada metro cúbico de tierra; i se podrá calcular la riqueza de este suelo cuando se sepa que en Ca- lifornia existen compañías hidráulicas que lavan- do cascajos por el sistema que se va a plantear en Catapilco (i en el cual cada pitón puh^eriza diez mil toneladas de cascajo cada veinticuatro horas) ganan millones obteniendo un rendimiento de tres o cinco centavos solamente por yarda cúbica.

Por supuesto hai trabajos en Catapilco en que se han sacado hasta mil pesos de un metro cúbico i hasta de un capacho, no siendo raro hallar pe-

367

lias de una libra o cien castellanos. Lavando los desmontes de Román que nos mostró Pedro Cruz a diez metros del camino, unos cuantos mineros han sacado en el invierno último hasta tres mil pesos.

Hubo época en 1883, en que los cuatro princi- pales cambistas de la Laguna, don Martin Mon- tenegro, don Francisco Benavides i los hermanos Gómez reunieron durante varias semanas a razón de una arroba de oro por semana que iban a ven- der a Valparaiso a los joyeros Moyon i en Santia- go a la casa de Moneda, a rayón de tres pesos castellano.

El oro de Catapilco es como el mas rico del mundo, lei jeneral i subida del oro de Chile, pues que mientras que el mejor oro de California se vende en la Moneda de San Francisco a razón de 15 pesos 50 centavos, el doctor Burnes vendió a ese establecimiento cincuenta onzas que llevó co- mo muestra de Catapilco a 20 pesos la onza.

XL.

«Cuánto oro habrá en la loma del Quemado? pregunté al doctor cuando nos hallábamos domi- nándola desde una altura superior.

«No podria decirlo, me contestó, pero aven- turarla mi cabeza a que en esa colina (hill) hai mas oro que el que existe depositado en el banco de Inglaterra.

368

«Mire, doctor, le repliqué, que he visto el úl- timo balance del banco, i habia en sus bóvedas en febrero 57 millones de libras esterlinas. . . .

«Pues entonces, volvió a decirme el doctor de Baltimore con su imperturbable i a todas luces leal serenidad. Pues entonces habrá 60 millones de libras esterlinas.»

Trescientos millones de pesos en una loma que seria caro comprar por medio real!

Esplica el doctor Burnes la riqueza especial de la loma del Quemado, tan probada ya por el ca- pacho, i cuyo depósito aurífero desde la superficie hasta la circa, es decir, hasta la roca plutónica, estima en doscientos pies de profundidad (riqueza i fenómeno que no existe en parte alguna de Ca- lifornia), por la circunstancia de estar aquella atravesada como una barrera o taco en el lecho del rio ante-diluviano de que ya hemos hecho su- perficial mención.

XLI.

Nosotros no podemos dar de todo esto sin embargo, ni como hombres científicos, ni como hombres prácticos, ni siquiera como «aficionados», porque, a Dios gracias, si alguna sed puso la natu- raleza en el fondo de nuestro ser, no fué cierta- mente la del oro. I aprovechamos este momento para declarar de la manera mas esplícita i solem-

369 -^

ne que esto que hemos escrito i lo que escribamos de otros parajes del país que nos proponemos vi- sitar, es puramente a título de escritor, sin que nuestra franca palabra pueda dar el mas mínimo asidero ni a la especulación, ni a la bulla, ni si- quiera a la natural oscitación que de ordinario producen en el espíritu del hombre los descubri- mientos de los metales preciosos.

Mas que esto: los que han leído nuestros escritos históricos desde hace mas de veinte años, saben cuan profunda i antigua es nuestra convicción de que Chile es un pais que está cuajado de oro. I hoi, en vista de lo que vemos en este lugar nos afir- mamos en esa convicción. Pero al mismo tiempo es evidente que para que esa riqueza subterrá- nea se convierta en verdadero caudal, se necesita, no de aventureros, ni de ajiotistas, ni de corredo- res de acciones, ni de fabricantes de sociedades anónimas, sino al contrario, de hombres profun- damente serios, prudentes, tranquilos i metódi- cos, que procedan en los reconocimientos con la mayor cautela i calma, como han procedido los capitalistas americanos, que sin hacer el mas leve ruido han habilitado estos vastos trabajos i pre- parado el campo, no para futuros bribones, sino para los hombres de trabajo, de esperiencia i de honradez.

I sobre este particular adv,ertimos que si estas pajinas fueran en lo menor, parte a que se levan-

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370

tara im intempestivo i funesto clamoreo de em- presas temerarias, que serian una ruina mas en el país, nos arrepentiríamos mil veces de haberlas escrito i preferiríamos que antes de ver la luz pú- blica se convirtieran en hediondas cenizas.

XLII.

Por otra parte, si bien el lecho aurífero de Ca- tapilco (estando siempre a los reconocimientos i esperiencias del doctor Barnes) puede medirsfé por millas i por leguas cuadradas, la compañía espío- tadora tiene denunciadas en ciento seis pedimen- tos legales los mejores panizos que a razón de diez mil metros por denuncio, ocupan una estension do 250 cuadras. I fuera de esto el monopolio de la compañía norte-americana de Catapilco queda asegurado con la posesión esclusiva de agua sin cuyo elemento todo trabajo es del todo inútil. Los intereses de la hacienda, liberalraente represen- tados por don Olegario Ovalle, están enteramente vinculados a los de la empresa, i francamente que a la caballerosidad i llaneza del último débese la rapidez i fortuna de los trabajos que en otros lu- gares es mas que de seguro habrían costado un pliego de papel sellado por cada barretazo.

Esa es al menos la opinión del doctor Burnes, quien asegura que hai todavía en Chile, después

371

del rebusque superficial de los españoles, mil Ca- tapilcos subterráneos que denunciar i demoler.

XLTII.

Avanzando de la loma del Quemado, continua- mos visitando los trabajos ejecutados bajo la ins- pección personal de Mr. Burnes desde el I."* de diciembre último, i que pueden resumirse de la manera siguiente:

I. Un canal de seis leguas de largo, dos metros de ancho i uno de profundidad, que va rebanando las faldas de los cerros meridionales de la vasta hova jeolójica de Catapilco i que tiene su punto de partida en la ensenada llamada las Casas Viejas.

II. Ese canal ha encontrado en su desarrollo hasta la loma del Quemado (objetivo actual de los trabajos) tres túneles en roca viva que han sido abiertos a fuerza de dinamita i miden una esten- sion de 131 metros el mas largo, de 121 el del medio i de 90 el último.

TU Este canal-madre tiene varias desviaciones laterales, sea para recojer las aguas de las que- bradas, sea para llevar aquéllas a otros parajes en que el pistón debe atacar el cascajo. De trecho en trecho poseen también todos esos canales, compuertas de desahogo i de entrada de aguas, i el desmonte ha sido dispuesto de modo que sirve

372

como un camino de a caballo para los que han de estar encargados de su servicio i vijilancia.

lY Atraviesa también el canal del Quemado no menos de trece quebradas, mas o menos an- chas i profundas i en cada una de éstas se ha cons- truido un sólido acueducto de pino del Oregon fiume, obras todas ejecutadas con admirable lim- pieza i solidez.

Hállase en construcción el mas formidable de estos pasos, i francamente que su aspecto impre- siona casi tanto como la vista del viaducto de los Maquis porque tiene 320 pies de largo, 82 pies de profundidad, i el agua pasará a esa altura enorme descansando sobre trece columnas de pino del Oregon, con la misma fuerza i abundancia que en los mas cuantiosos canales secundarios del llano de Maipo.

LIV.

En el avance de nuestra escursion hacia el in- terior del valle donde, a la distancia de cinco le- guas, existen las hermosas casas centrales de Ca- tapilco, visitamos durante cuatro horas todos los trabajos, los canales, los acueductos que los mine- ros californienses llaman flumes, las compuertas i los túneles.

Para bajar a algunos do éstos era preciso for- mar verdaderas escaleras humanas, sirviendo los

373

mas flacos de la comitiva de balaustres i los mas macizos de pisaderas. Visitamos también los hed rock tunéis, es decir, los socavones o galerias en la roca viva destinados a recibir las tierras que el pitón va lavando con terrífica fuerza (porque un golge de pitón mata como la bala de un cañón) de los flancos de las quebradas. Para este fin aquéllas han sido abiertas en el fondo a gran costo.

Tienen estos túneles mas altura que la de un hombre, i dentro de su bóveda, como talegas guar- dadas e'n caja de fierro, se va guardando el oro, quedando el mas grueso i pesado en la parte su- perior del túnel i lo mas delgado esparcido hasta cerca de la boca. Para este fin colócanse cajones sucesivos en graderias que remplazan a las mari- tatas españolas, i en su fondo va quedando depo- sitado el oro, bajo candado. La «cosecha» (así se llama en California) se hace solo cada dos o tres meses, i el doctor nos tiene convidados para que vengamos a presenciar en junio la primera trilla asegurándonos que no será como la de los «labo- ratorios del Estado en la Moneda.» No dice tam- poco Mr. Burnes que él va a rescatar la Alsacia ni a armar a sus bravos virginians para marchar contra Washington, ni a vengar la bala que mató a su amigo Stone-Wally sino simplemente que comprará una buena hacienda (cuando pueda) en el valle de Aconcagua o en el llano de Maipo pa-

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ra traer a su esposa i sus hijos que residen en Baltimore. Si el año es lluvio.so espera lavar un millón de pesos limpios de polvo i arena, i así cree poder seguir la cosecha con la maquinaria que viene en camino con solo dos docenas de obreros durante cincuenta años.

XLY.

Poco antes de las tres de la tarde llegamos a la parte mas interesante de nuestra escursion, es decir, al fliime num. 13, situado en la quebrada que los vaqueros de Catapilco llamaban antes de los Maitemes, como los vaqueros de las Mazas lla- maban quebrada de los Maquis a la del famoso viaducto.

Aun cuando era viernes santo, hallábanse tra- bajando unos quince robustos carpinteros i peo- nes ingleses, presididos por un hombre de ancha espalda i membrudos brazos, que dirijia el jigan- tesco trabajo. Gruesos chorros de sudor rodaban por su mejilla, cuando a nuestros gritos alzó la vista i Te saludamos descendiendo al fondo de la quebrada. ¿Quién era ese rudo obrero? Era nada menos que ol director científico de todas estas obras notables en cualquier pais, i ejecutadas con tan maravillosa rapidez, discreto silencio i exacta ejecución técnica i barato precio de jornal. Su nombre es Mr. John Sirapson, injeniero hidráuli-

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co, natural del Estado de Nueva York, pero que ha paoado la mayor parte de su vida en los bos- ques de Michigan i en las quebradas auríferas de California.

Mr. Simpson es un hombre de 45 años i tiene las formas de un verdadero titán. De suerte que, entusiasmado a su vista uno de los de la comisión, sacó el reloj, i notando que eran las tres en pun- to, pidió, a manera de sermón de tres horas, tres hurrahs! por el trabajo, que fueron dados por vi- gorosos pulmones, repitiendo las voces los agres- tes ecos de la montaña.

XLVI.

Llamónos también no poco la atención en aquel lugar una circunstancia verdaderamente poética, pero que en la vida del trabajo es un hecho de todos los dias, de todas las horas. Una apuesta i bizarra dama, cubierto el rostro con un velo i de- fendidas las manos por elegante cabritilla, estaba presenciando la faena, sentada en una roca. ¿Qué hacia allí aquella señora? Era sencillamente la es- posa de Mr. Simpson, que iba a acompañar a su es- poso en la hora de la fatiga. Otro hurrah por ella!

XLYII.

Proseguimos ahora nuestra jornada hacia el ameno sitio en que existen las casas de Catapilco,

376

albergue feliz de la niñez, que allí en ejercicios varoniles preparó los años de esta vejez todavía ájil i robusta que se acerca.

En toda la estension del camino fuimos encon- trando innumerables catas i escavaciones del te- rreno evidentemente prehistórico, porque es un hecho altamente curioso i singular que el nombre mismo de CatapUco tenga como signiñcacion in- di] ena algo de mui semejante a lo que hoi se está ejecutando, por artífices de afuera. Porque cata quiere decir en araucano^ agujero (i de aquí ca- tear) i pilco significa literalmente cañuto o conduc- to estrecho, como los túneles de roca viva que hoi construyen los yankees para lavar las tierras.

Existen todavía algunos pilcos o pequeños ca- nales que llevan el agua a las tierras auríferas, especialmente en la quebrada del Culebrón de tra- dicional fama por su riqueza.

I séanos permitido agregar a propósito de esta tradición doméstica que durante el largo siglo que'Gatapilco ha sido uua propiedad de nuestra familia, el oro ha existido siempre en abundancia desde los bisabuelos del que esto escribe hasta sus primos que hoi la poseen.

De suerte que de tiempos mui antiguos se re- cuerdan casos que rayan en fábula, pero que nosotros escuchamos muchas veces en nuestra ni- ñez, especialmente el de un indio del Culebrón, que al morir cu el hospital de Santiago a fines

377

del pasado siglo, reveló, agradecido a un enfermero, la existencia de un depósito de oro tan copioso que no bastándole al último, cuando vino al derrotero, sus alforjas, llevó a la Ligua un sombrero lleno de gruesas pellas. Hoi mismo han venido aquí mien- tras escribimos, a vender oro de otras quebradas de la hacienda a mis compañeros, si bien con di- versidad de precios porque al «tesorero» de la ca- rabana, como tal, ha pagado el castellano al pre- cio de la Moneda, es decir, a 3 pesos, i el capellán al precio de la Catedral, es decir, a 21 real. La iglesia siempre por delante, i especialmente en sábado santo!

XLVIII.

Un punto delicado nos queda por tocar -el personal, el de quién fué el primero en llamar la atención de los americanos del norte a esos cam- pos subterráneos del oro de Chile después que es- taban agotados los de la superficie, etc. etc. Pero, detestando todo lo que es de interés en estas em- presas, cuyo aspecto público, franco i jeneroso es el único simpático, nos contentamos con decir que los señores Thorner e Ildefonso Vargas trajeron a la Laguna en 1875 a un intelijente corresponsal del New York Herald llamado Mr. Quiraby que habia venido a Chile con motivo de la Esposicion, i que éste llevó unas cuantas libras de oro como

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muestra a California; que habiendo encontrado en Panamá a bordo del mismo vapor en que se diri- jia a San Francisco (el vapor Glty of Sidney) al señor Burnes conferenció con éste, i el ultimo to- mó a su cargo la empresa.

Trajo con este motivo Mr. Burnes a Chile en el verano de 1876, dos hombres prácticos, trabaja- dores (le oro por el sistema hidráulico de Califor- nia llamado el uno Seven-Oaks i el otro Hol- comb; i persuadido de que los lechos auríferos de Chile eran tanto o mas ricos que los mejores de California, se dirijió a Nueva York, donde, bajo la influencia de un respetable i emprendedor mi- llonario Mr. G. H. Flagler logró organizar una compañía por cinco millones de pesos que con el nombre de Ligua gold mining compang of CatapU- co, fué incorporada bajo los estatutos de la lei americana de 2 de marzo de 1877.

En consecuencia, en el invierno último vino a Chile el distinguido caballero ya nombrado, acom- pañado de su esposa, tan bella como amable, i cuando después de veinte dias de incesantes reco- nocimientos personales, se persuadió de la efecti- vidad de lo que la tieriM encubría en su seno, de- terminóse a dar alas a los trabajos en la forma que hasta aquí han llevado.

Mr. Flagler tenia, sin embargo, desde Nueva York la mas viva en los informes preliminares del doctor Burnes, i en varias ocasiones le oimos

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estas palabras cjae son en estos tiempos el mejor pasaporte para un hombre de bien. «No hai en los Estados Unidos un solo hombre que pueda decir que el doctor Burnes ha mentido una sola vez .

Llegará alguna vez para Chile el dia en que pueda decirse otro tanto de los organizadores de sociedades anóüimas? (1)

(1) Seis meses mas tarde, i cuando las faenas preparatorias de la esplotacion de los cascajos de Catapilco se hallaban terminadas se cambiaron eutre el señor Flagler, jefe de la empresa, i el autor de la precedente relación las siguientes cartas:

Catapilco, octubre ?>\ de 1878. Mi apreciado señor:

Como usted ha manifestado siempre el mas vivo interesen el desarrollo de la industria aurífera en Chile i ha visitado i he- cho conocer al públicD la empresa a cuya cabeza me he puesto, bajo la denominación legal de La Ligua Gold Mining Coni- pany, me tomo la libertad de dirijir a usted estas dos palabras, anunciándole que mi segunda visita a este país i a este distrito, después de un año de ausencia, rae ha confirmado plenamente no solo en las espectativas, sino en los propósitos que desde el principio he abrigado, en común con mis amigos de Nueva York, partícipes en la mencionada compañía.

Esas espectativas son las de una grande i positiva riqueza para esta república i para nosotros mismos, i esos propósitos son los de qn trabajo asiduo, constante i tan en vasta escala co- mo sea preciso para llegar al fin que buscamos, ejecutándolo todo con nuestro solo capital, sin que jamas hayamos solicitado la cooperación de ningún {•a})italista que no haya sido de

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XLIX.

Entretanto llegábamos al término de nuestro viaje; i por entre las copas de los árboles que hoi riega la copiosa represa de Catapilco, una de las obras que mas honra al injenio chileno i al es- píritu progresista de su autor i obrero don Fran- cisco Javier Ovalle, divisamos al fin la casa que-

los q»e formaron ea Nueva York la compañía orijinaria. El capital de ésta es de cinco millones de pesos, i con ellos se haráa todas las obras, cualquiera que sea su magnitud.

Ahora, me parece, señor, que con estos antecedentes, que me ha sido forzoso citar, no por jactancia, sino para definir i dejar bien establecidos los hechos i las posiciones, me parece que tengo derecho para dirijirme por conducto de usted al país en jeneral i a las personas ilustradas en el desarrollo tranquilo, honorable i bien entendido de las industrias auríferas, llamadas a tan im- portantes resultados en Chile, a fin de precaver a los industria- les i a las personas honradas c(»ntra las exajeraciones, fraudes i falsas especulaciones a que este j enero de negocios da jeneral- mente lugar, como ha acontecido en California, i pudiera suce- der en- Chile, si no reinara la prudencia i cordura debidas.

Doi este paso en cumplimiento de un deber de lealtad para con este país, i por cuanto comprendo que pesa sobre la empresa que represento cierta responsabilidad moral como orijinaria de este movimiento. I al hacer esto procedo de acuerdo con el re- presentante legal de la compañía, el honorable Guillermo Tri- pler que ha venido conmigo de Estados Unidos para todos los fines legales de la organización i trabajos de la mencionada com- pañía.

Esperando que usted sabrá apreciar los motivos de esta co-

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rida, nido de flores de los felices años que pasa- ron. .....

Entonces, mi corazón, lejos de entregarse á la espansion de dulce gozo, fruto de aquella jornada tan alegremente emprendida, se apretó dentro de mi pecho, como el párpado que esconde lágrima

municacion, tengo el honor de suscribirme de usted afectísimo i respetuoso servidor.

John H. Flagler. Señor senador Benjamin Vicuña Mackenna.

(Contestación.) Señor John H. Flagler.

Santiago, noviembre 5 de 1878.

Distinguido señor:

He recibido con verdadero placer la honrosa carta que usted se ha servido dirijirme, i en la cual manifiesta usted de una manera inequívoca los elevados sentimientos de caballero i de hombre de bien bajo cuyos auspicios vino usted a Chile con su respetable familia el año último i ha regresado otra vez con al- gunos de sus amigos.

La manera silenciosa, tranquila i perfectamente honorable como han sido dirijidos los costosos trabajos de Catapilco, in- virtiéndose en ellos sumas que constituirian una verdadera ri- queza, i sin solicitar del país ni de sus ciudadanos un solo ma- ravedí, en forma de bonos o acciones (sistema lastimoso i justa- mente desacreditado entre nosotros) ha sido siempre para la prueba mas evidente, no solo de la perfecta buena de los procedimientos de la compañía a cuyo nombre usted habla, sino

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silenciosa, escapada de lo mas íntimo del alma.... Ah! Catapilco no es ya juventud, no es el pla- cer, ni los ensueños primeros, ni el dulce calor del hogar. Mi venerable tia se ha ido al cielo des- de la última vez en que en estas salas besé su santa frente, i sus hijos, que son i han sido siem- pre mis hermanos, no están tampoco en el anti- guo nido, todos juntos con nosotros, cual solíamos en apartados dias, para cantar con una sola voz en la plegaria de la tarde el himno de respeto que los buenos deben siempre a sus mayores.

del distinguido carácter de sus representantes eu Chile.

Creo, por tanto, que u-^ted hace un verdadero servicio a los hombres honrados de esta república i al país mismo, tan honda- mente trabajado por una crisis, nacida en gran parte de locas especulaciones, haciendo un llamamiento a la cordura i al buen juicio de los que se arriesgan en empresas tan delicadas como la de que se trata i eu las cuales volveremos a encontrar nues- tra perdida prosperidad, si hai intelijencia, reposo i rectitud; pero que nos arrastraría infaliblemente a una ruina mayor, si hubiesen por desgracia de faltar en lo más mínimo esas condiciones.

Bajo esa intelijencia, acepto como dignas de usted i del hono- rable señor Tripler las esplicaciones que usted se sirve darme, i en ese mismo concepto las entregaré, antes de su próximo re- greso a Estados Unidos, al dominio de la publidad.

Me es grato ofrecer a usted mis mas atentas consideraciones.

B. Vicuña Mackenna.

CAPITULO XIII,

LAS QUEBRADAS DE MALCARA I ALVARADO EN LA PROVINCIA ÜE VALPARAÍSO.

El ailo de Pat'aft' i la fiebre parafina en 1877 Remedio que para la última habrían encontrad) los chilenos eu un refrán d imésiico de dun Manuel Salas i en el diccionario de la lengua en la palabra «piedra. »~Pánicü de fines da 1877, i lo que dijo don Manuel Montt al saberla quiebra del banco David Thoma?. El balance de la riqueza de Chile en 1875.— Bienes positivos que el engaTio— Paraíf prodjjo al pais despertándola afición al oro verdadero. El trabajo ha sido siempre la tabla del naufi'ajio de Chile. líevívense todos los derroteros i leyendas anti- guas— La laguna del Tigre en el camino de Hnspallata i Ponzuelos en Osorno. Escursiones en los campos auríferos de Pedro d-^ Valdivia. Organízanse no menos de siete compañías auríferas, i cuent.aque se da de ellas. Entierros i nuevas tradiciones. Alcances i poruñazos. Los Cristales i Cachiyuyo. Los Talayeras i Alfon.so Duque Ante-Cristo. El contajio de las escarsiones auríferas so radica en Viña del Mar. La compañía ds Maleara, i cabalgata que a ella se dirije en mayo de 1878. El cam no hasta Colmo. El jeneral Maroto en Conca i en Con- cón.— El canónigo de Caracas i el letrero del finado. La noche de Col- mo i el ascenso a la montaña de Manco. El hossanna i el ¡halloic! de las cumbres. El cabo Olivos i el vaquero Cortés. El descenso i el descubridor Molina. En el fondo de la mina i su maravillo.so aspecto. La piedra del descubridor i su ensaye en la IMoneda. Porqué no nos hemos ocupado en este libro de la faz científica íjeolojica de la cuestión díl oro.— Resumen por don Alberto Mackenna.— Los ingleses i los aboríjenes del caci'jue Maleara. Don Juan Palacios i su paila de oro. Estévan Silva, el ultimo minero de Maleara, i su salteo. Regreso déla carabana de Maleara a Quillota i a Viña d 'I Mar.— Una visita aurífera a la quebrada de los Alvarados, «el valle de Andorra» de Val-

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paraíso, Los lavaderos del «Peñón» i del «Morro»— Vestij ios de la riqueza aurífera del departamento de Limache i de la provincia de Val- paraíso.

(íMala cara sigue siendo el tema de las conversaciones del dia.

«Aquí no se trata sino del oro que da en abundancia la tierra en aquel lugar. El lieloton de oro que, según algunos diarios, compró el señor Abel Castro, ha hecho so- ñar a muchos con a luel precioso metal.»

{Correo de Quilloia, mayo 30 de 1878.) I.

El año del señor de 1877 fué el año de ParaíF, el año de los delirios, cuando un cuarto de barra de la sociedad de las higueras de Zapata (que dejó a tantos sin zapatos) se vendia por lo que se habia comprado antes una hacienda, o una buena chacra del llano de Maipo, de 15 a 25 mil pesos. Una acción completa, entre cien de fundadores, llegó a venderse en 80 mil pesos «por favor»; i aun díjose que en los consejos de gobierno, don- de se repartían los cóndores da oro ParaíF con el título limeño ^q pastillas (i de estas cupieron cien al presidente de la república) se habia discutido con la mayor formalidad del mundo i como cual- quiera otro negocio de Estado, sobre si se envia- ria un quintal métrico o solo medio quintal de oro Paraíf a la Esposicioii universal que en el año sub- siguiente iba a celebrarse en Francia... Porque a este punto de verdadero paroxismo habia llegado

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lo que con propiedad podía llamarse \sl fiebre pa- rafina de aquel tiempo. (1)

II.

Pero el químico alsaciano, en medio de sus locuras propias i ajenas, hizo a su manera a la co- munidad sensata del país un bien positivo por- que llamó la atención de los hombres sobrios i de trabajo a la industria i a la esplotacion abandona- da del oro natural de su suelo.

El país estaba pobre; la crisis había llegado al máximun de su intensidad; i aquel año memora- ble por sus crisoles, sus ilusiones i sus ruinas, se estinguia a manera de macilento candil con la clausura del primer banco que quebraba en Chile,

(1) Para curarse de semejante mania, que causó tantas ruinas i tantas lágrimas, i que hacia recordar el dicho usual del cáus- tico i espiritual taita Salas. «Dios ha de castigar a los chile- nos, mas que por diablos, por lesosy>, les habria bastado a los úl- timos hojear el Diccionario de la lengua i leer en la palabra piedra lo siguiente:

«La piedra de toque o la piedra filosofal es la materia con que los alquimistas pretenden hacer oro artificialmente, lo cual no pasa de ser una sustancia puramente imajinaria, una cosa basa- da en el absurdo, cuando no es la malicia engañadora la que suple por el imposible, depositando oro natural o verdadero en el crisol del alquimista para deslumhrar a los incaustos i atrapar- les su dinero, con achaque de esperiraentos conducentes a la su- puesta i mentida fabricación del oro.T>

LA E. DEL o. 49

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el Banco David Thomas, que cerró en Yalparaiso sus puertas a su numerosa clientela el 29 de oc- tubre de 1877. Recordamos perfectamente haber oido en el Senado, cuando circuló en sus bancos la noticia telegráfica, recibida al dia siguiente a las dos de la tarde, de aquella primera campanada del pánico, al sesudo señor Moatt que esclamó: «Es- to es el principio del fin!»

A la verdad, era preciso liquidar; es decir, era preciso trabajar.

El país habia vivido de ilusiones, los bancos ha- blan vivido del país i los particulares de los ban- cos. (1)

(1) El Ferrocarril^ diario de Santiago, a fin de atenuar la impresión de pánico que produjo la quiebra del Banco David Thomas, decia al dia siguiente 30 de octubre de 1877 estas pa- labras que son al mismo tiempo una verdad i una paradoja, co- mo todas las cosas de doble sentido.

«Se asegura i aun se grita con frecuencia que el público está a merced de los bancos, i las mas veces es su victima.

j)Error, profundo error económico.

»Son los bancos los que están a la merced del piíblico, i para demostrar esto no hai sino leer las cifras de sus depósitos, o lo que es lo mismo, el monto de la confianza pública que éstos representan.»

Respecto de las ilusiones i de las realidades de riqueza (fenó- meno relativo que reviste también una doble significación), aquí algunas halagüeñas cifras en que el intelijente corredor de comercio de Santiago don Francisco Riso Patrón, agrupaba el 1." de enero de 1876, el monto de la riqueza nacional, con relación al crédito i a los bancos, en el año precedente.

Según esta demostración, el capital de responsabilidad de los

387

III.

Lanzáronse por consiguiente los chilenos al trabajo con su vigor acostumbrado.

bancos i de las compañías anónimas del país alcanzaba a 118 millones 40,ü00 pesos en esta forma:

Capital nominal de los bancos | 59.610,000

En compañías chilenas de seguros 10.000,000

En ferrocarriles, sin contar los del Estado 11.415,009

En empresas de buques i vapores 6.800,000

En empresas de gas de Valparaíso i Santiago. 1.380,000

En id varias, telégrafos, etc 3.450,000

En compañías salitreras 4.650,000

Enicl.de agua 923,200

En minas de Caracoles 10.862,000

En id. de cobre i fundición de Chañaral 2.000,000

En id. de carbón 6.950,000

Total I 118.040,200

Pero sobre esta enorme suma de valores, solo la mitad, mas o

menos, habia sido pagada a las diversas empresas industriales i financieras en esta forma:

Pagados a los bancos de emisión , | 17.480,000

Por compañías de seguros 900,000

Por ferrocarriles 11.415,000

Por empresas de buques, vapores etc 5.159,000

Por compañías de gas 1.380,000

Por varias, telégrafos, etc 1 ,550,000

Por compañías de salitres 3.312,500

Porid.de agua , 303,200

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El trabajo ha sido siempre la tabla de salva- ción de esta angosta faja de playa, «en la cual, pa- ra no caerse al mar, es preciso agarrarse a las cor- dilleras d, en todos sus naufrajios.

El trabajo ha sido «el hueso de santo» que se- gún don Manuel Salas ha estado enterrado bajo el empedrado de la Plaza de Armas de Santiago i que ha hecho para Chile durante la era de la república tantos milagros de prosperidad i de ven-

Por minas de Caracoles 9.930,750

Por id. de cobre i fundición, etc 2.000,000

Por id. de carbón 4.035,650

Un total de 57.466,100

Así es que, resumiendo, existia un total de créditos respon- sables de 118.040,200 pesos con un efectivo de 57.466,100.

Los balances de los Bancos habían dado el siguiente resul- tado en 1875:

Banco Nacional de Chile, con un capital efectivo de 3.750,000, ha producido la suma neta de $ 334.882, 39

El Banco de Valparaíso, con un efectivo de 6.150,000, ha producido la utilidad líquida de.... 285,769 13

El Baiico de la Alianza, con capital efectivo de 1.000,000 pesos dio un líquido total de 77,484 00

El Banco Agrícola, capital efectivo 1.800,000 producto líquido del semestre 115,654 64

El Banco de la Unio7i, con un efectivo de 57,618, ha dado una utilidad líquida de 3,645 40

El Banco del Pobre, con un efectivo de 500,000, ha dado un resultado de 1-3,984 79

El Banco Garantizador de Valores, con un efectivo d 232,000 ha dado una utilidad de 70,403 36

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tura, i en ciertos casos de redención asombrosa.

Por consiguiente, el año de 1878 fué un año de trabajo, o mas propiamente, de preparación de trabajo, de cáteos de oro, de empresas auríferas, de lavados de cascajo, como el precedente habia sido un año de lavado de bolsillos.... Tenemos a la vista una carta dirijida al diario Los Tiempos desde Copiapó, a principios de aquel año (marzo 16) i en ella, describiendo la mísera condición a que habia descendido aquel suelo arjentífero an- tes tan afortunado, se aseguraba que la crisis habia reducido en un 90 por ciento la antigua opulenta fortuna de la provincia de Atacama.- -«Caldera, decia espiritualmente el corresponsal del diario santiaguino. Caldera, el puerto que otro tiempo era todo vida i movimiento, es hoi una deliciosa man- sión del sueño.

íYallenar, la ciudad mas pintoresca de Ataca- ma i donde hasta los niños se entretenían en con- tar los pesos //seríes que encontraban botados, no posee hoi ni sus sabrosos camarones.

))Freirina, la ciudad de la hermosura femenil, no tiene mas consuelo que recordar aquellos feli- ces tiempos en que se regalaba una onza por un jYiva Chile! seguido de la interjección que los chilenos aprendimos a Camhrone.

IV.

Por todas partes se buscaba en consecuencia la

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solución a la crisis, o como podria decirse mejor en términos caseros, «el remedio a la pobreza». Por todas partes se araba la tierra i se arañaba los cerros. Un diario de la capital de mediados de aquel año, daba cuenta de no menos de siete so- ciedades auríferas formadas para esplorar i lavar el oro natural i nativo, no por el procedimiento de Paraft" i su manipulador Rogelio, sino por el «sistema de California»; i aquéllas eran las si- guientes:

La compama de Gatapilco.

La compama de Marga-Marga i de la Palma.

La compama de Jjlampaico.

«Esto por lo respecto a la rejion del centro,» decia el diario citado, i anadia:

«Nos llegan también informes positivos del im- pulso que nuevas compañías imprimen en este momento a los terrenos auríferos del sur, que en épocas remotas fueron celebrados por su riqueza.

))Los trabajos del mineral de Niblinto, a corta distancia de Chillan, se prosiguen con actividad por una compañía chilena, al paso que otra socie- dad en ciernes ha denunciado precautoriamente i entrado en posesión de los valiosos terrenos aurí- feros de Rere i la Florida, que enriquecieron a Pedro de Valdivia i sus secuaces en el espacio de solo dos años.

» Otras compañías se organizan para esplotar los lavaderos de oro de Nahuelbuta, cerca de Ca-

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ñete; otras esploran a Valdivia i Osorno, donde estuvo el renombrado mineral de Ponzuelos, i aun los trabajos auríferos de Magallanes comien- zan a revivir.

))En la zona del norte no se han abandonado tampoco los antiquísimos i dispendiosos trabajos del mineral del Inca, en Atacama, ni los de An- dacollo i Casuto, en Coquimbo i Aconcagua.

))Al contrario, dos nuevas empresas se prepa- ran para esplotar en esa dirección conocidos pero abandonados veneros, entre la que vemos figurar los de la pequeña quebrada de Mala Gara, a seis leguas de Valparaiso.

))Han hablado también últimamente los diarios de importantes reconocimientos practicados por los señores Chase i Tyler, ciudadanos americanos, en los antiguos i riquísimos campos auríferos de Petorca, donde estuvo la mina del Bronce, que por sola alimentó durante algunos años los ba- tientes de nuestra Casa de Moneda.

)) Reconociendo la profundidad i lei de los cas- cajos auríferos por medio de los piques i minas abandonadas, se nos asegura que el doctor Chase ha llegado a determinar la existencia de un cam- po aurífero que mide muchas leguas cuadradas con una profundidad de 15 a 30 metros i con una lei media de 30 centavos por metro cúbico, como mínjmun, cuando la proporción media de los cas- cajos de California es de 12 i medio centavos, i

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aun se trabaja con provecho por compañías na- cionales o europeas los cascajos que rinden hasta 4 i medio centavos por yarda cúbica.

))Estos terrenos, provistos de abundante caida de agua, se hallan situados en la quebrada llama- da de los Tornos, frente a la aldea de Hierro Viejo.

))Se nos asegura que sus esplotadores han de- nunciado allí 384 pertenencias de diez mil metros cuadrados cada una, i que los trabajos de esplo- tacion comenzarán en el verano próximo.

)) Tenemos, en resumen, que en el espacio de seis meses se han organizado no menos de seis compañías europeas, sin contar la fundadora de Catapilco, i esto constituye ya un indicio consola^ dor para el pais de futura i talvez próxima reac- ción en su riqueza minera.» (1)

V.

Hácese mención en los párrafos anteriores de una sociedad en ciernes organizada en Rere so- bre los antiguos campos de oro que enriquecie- ron en menos de dos años i no lejos del Biobio a don Pedro de Valdivia; i a este propósito, como demostración de lo que en aquel tiempo ocurria, no podemos menos de copiar aquí lo que desde

*

(1) Ferrocarril del 6 de agosto de 1878.

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uno de esos parajes nos escribía, a fines de junio de aquel año, uno de los mas animosos esplora- dores de aquella comarca aurífera:

(íLa quebrada de Quilacoya (debe ser Quilaco- yan, agua de los tres robles) corre de este a oeste, desembocando sus aguas en el Biobio, mas al sur del pueblo de Hualqni.

«^(Uesde el nacimiento u oríjen de sus aguas, hasta el Biobio, tendrá una estension de cinco leguas, estension mas o menos igual de la cima de toda la montaña de la costa hasta el mar.

«El fuerte Valdivia i los trabajos que hicieron los españoles están situados como a dos leguas antes de entrar al Biobio.

«El rio Quilacoya es el divisor de los departa- mentos de Rere i Puchacai. De modo, pues, que los pedimentos han sido hechos en uno i otro de- partamento.

«Reconocimientos hechos por don Manuel Ba- rragan sobre la ribera del rio (de que antes habla- mos), prueban que en tiempos de Valdivia el suelo primitivo estaba en la Vega, ocho o diez metros mas abajo de lo que ahora se ve, pues a esa hon- dura ha encontrado maderas aserradas i labradas coaio en forma de tijerales. Aquella planicie ha sido formada con todas las arenas auríferas que han co- rrido en cada invierno sobre su fondo, desde el dia en que entró en el suelo la primera punta de arado i desde el momento en que el hacha del labrador

LA E. DEL O. 50

39i

cortó el primer roble. A uno i otro lado de la que- brada sé ven barrancas de tierras amarillas i co- loradas, compuestas de cascajos, cuarzo i arenas. «Sujetos mui formales del lugar nos aseguraron que ningún pobre trabaja por menos de seis cen- tavos batea. Es común oir contar que los padres mandan a sus hijos en busca de pepitas de oro en los dias de fuertes lluvias.

«Olvidaba decirte que la vega de Quilacoya se estiende como legua i media desde la montaña al Biobio, sobre cuya vega corre el mismo rio.

«El caudal de agua en el invierno es inmenso, i nos aseguran quedará con 50 regadores en el verano. Por ahí poco saben de regadores.

«Al pié del fuerte Valdivia existe un pajonal, \ las jentes del lugar han ido conservando la tradi- ción de que ahí estaba ubicado el cementerio. Aun se conserva una cruz.

Los fosos del fuerte aun no se han borrado i en casi toda la estension están rodeados de perales enormes.

«También se notan las señales del herido de un canal que llevaban a mucha elevación. Parece que esos hombres principiaron en aquella época a sos- pechar el sistema yanquee.

«Después de recorrer la quebrada de Quila- coya i de tomar nota de todo para hacer los pe- dimentos de tierras i aguas, nos encaminamos ha- cia el pueblo de Rere, como por ejemplo si salié-

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ramos de Cobquecnra hacia Quirihne, situado, co- mo aquí, en la montaña baja de la costa, en lo que llamamos llanos aquellos que vivimos entre hondas quebradas i bajo montes seculares.

ííRere está a cinco leguas de Quilacoya. Pueblo mui antiguo, en donde tuvieron colejio los jesuí- tas i célebre por cuatro cosas:— su pahua de 200 años; su campana de cobre puro, cuyos ecos co- rren por los aires ocho leguas i fundida ahí mismo el año de 1721; una preciosa niña, esbelta como la palma, pero con un cero menos; i finalmente el respetable cjira Arriagada notorio por los villanos palos que le dieron el 26 de marzo de 1876, inteli- jente joven, tio de la linda palma de veinte años i en cuya casa hospitalaria nos alojamos, a fuer de golpeados i perseguidos del mismo dia i año.

((Llegamos, lloviendo, i mojados hasta las uñas; pero llegábamos a casa de cura, i de consiguiente tuvimos buenas brasas, buena cama, buena sopa i para complemento de nuestro feliz alojamiento, la |?a/m¿if a cantó lindísimas canciones con una voz, sino tan sonora como la de la campana, mas dul- ce i (ñas seductora que aquélla. Así, a lo menos, rae lo manifestó con acento enamorado nuestro amicho F

'^cSalimos de ahí en camino para Yumbel, capi- tal del departamento.

((A legua i media de Rere estala quebrada lla- mada Oolchagua, receptáculo de todas las corridas

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de los ricos minerales de Matamala i Rere, al de- cir de aquellos habitantes, mas ricos que los de Quilacoya i La Florida. Ann quedan personas que vieron una pepita que se vendió en Santiago en 61 onzas de oro sellado. (1)

«La quebrada tiene como tres i media milla de largo i desemboca en el Biobio, estación de Hiie- nuraque.

«Corre a lo largo de ella un estero que lleva el mismo nombre i en sus pequeñas barrancas ma- nifiesta un manto de oro, segnn nuestro cicerom, de bastante lei.

«En mucha parte de su estension se ven las co- rrederas de los mineros de batea.

«Aquí se vendia en hierba el oro, a 10 pesos la onza.

(1) Este hecho es efectivo, i el comprador orijinario de esta pella fué el conocido comerciante don Juan Antonio González, natural de Concepción. El s-^ñor González compró la celebrada pepa de Quilacoya, que tenia la forma de un tejo de oro, en 51 onzas por los años de 1839, i la vendió a don Ricardo Price, ganando en la reventa nueve onzas. Díjose que el señor Price la habia remitido al Museo Británico. Por lo demás, son de tal modo auríferas las tierras del estero de Quilacoya que un aríiigo nuestro presenció el lavado de un adobe, sacado al albur de una pared en 1842, i vio estraec de él varias partículas de oro.

El mismo amigo que esto nos refiere, el señor Marcial Gon- zález, senador por Concepción, nos asegura que ea la vecindad de Nacimiento, a una Ugua hacia el sudeste del pueblo, existió nu riquísimo lavadero de oro i que como señas del paraje se mos- traban, en el tiempo en que él lo visitara, unos troncos de Sau- ce completamente petrificados,

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<íEl agua es abundante por ocho meses del año; pero liai lugares magníficos para hacer trauques a poco costo.

«Creo que este lugar es el mejor i lo mas en armonía con el sistema de Gatapilco. Mucho des- censo, mucho oro, mucho terreno i una salida o corrida hacia el Biobio rápida i espedita»

YI.

Hacíase continuamente también por aquellos dias en la prensa i en las charlas, memoria del famoso mineral de Ponzuelos, perdido como la fabulosa ciudad de los Césares, entre las selvas de la Araucania. I a este respecto, i como la afición a derroteros no se acaba todavía, no obstante las maldiciones de Jotabeche en su memorable es- cursion a la mina de los Candeleras, sino que va en creces, nos parece acertado reproducir aquí el siguiente derrotero que como el de Soria sobre la Laguna del Tigre en el camino de Huspallata, publicó el 29 de octubre de 1861 nuestro amigo i compañero de infancia Manuel Antonio Xime- nes Vargas eri el Mercurio num. 10,255 con el título de Os)r)io i sus lavaderos de oro. (1)

(1) Decíamos que la afición a los derroteros auríferos no de- crecía en el país, i precisamente en los momentos en que correji- mos esta pajina (noviembre 13 de J88J) un antiguo amicro, en- tusiasta minero i cateador, nos escribe de los Andes solicitando

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«....Entre los puntos reconocidos superficial- mente, decia nuestro amigo, se cree que exista el afamado mineral de Ponzuelos donde se asegura se encuentra enterrada la fabulosa suma de algu- nos millones de pesos de buen oro que los benefi- ciadores no tuvieron tiempo de esportar o llevarse, siendo repentinamente apremiados por la subleva- ción de los indios.

«La tradición i aun la historia misma habla de los minerales de Osorno con tan marcado interés que bien merece que consigne en este escrito al- gunos datos importantes de una i otra.

))La tradición nos dice que Osorno era o fué un verdadero pozo de oro, un pais encantado i nos refiere a este respecto verdaderos cuentos de los «Mil i una noches. X)

»Pero lo que hai de mas positivo es un derrote- ro encontrado por acaso en el archivo del convento de San Francisco de Ghillan., el que da poco mas o menos la siguiente noticia: El mineral de Pon- zuelos se encuentra a 15 o 16 leguas de la ciudad de Osorno en la dirección del sur; i en cuyo punto quedó enterrado el producto de tres años de tra- bajos! de seis mil operarios que trabajaban por año.

copia de la noticia que en 1856 publicamos nosotros en el libro titulado Viajes sobre el famoso derrotero de Soria, un pobre vi- sionario muerto en Cádiz, i que se refiere a la eterna leyenda de las talegas de oro en cueros de huanacos, el rescate de Atahualpa «arrojado a una laguna.»

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)) Ahora veamos lo que nos dice la historia so- bre el jaismo panto.

5) Habiendo salido el gobernador señor Rodrigo de Quiroga contra los araucanos (1577), pasó hasta el pueblo de Osorno para ver por mismo, a m¿is de su rica fábrica de paños i de linos, la fa- mosísima mina de Ponzuelos, de oro tan obrizo que a petición de Francisco Castañeda hubo que ligarla con seis qiLilates menos que el que se es- traia de las demás minas, para que el comercio corriera igual, como que los numilarios comenza- ban a no querer sino el oro de Ponzuelos.»

))Rápido hubo de ser su tiorecimiento, dice en otra parte refiriéndose al mismo pueblo, pues que poblado en noviembre de 1558 notamos que en 1576 Nieto de Loarte, uno de sus vecinos, (a los dieziocho años de su población), lega, antes de mo- rir, la enorme suma de 27,000 pesos de haen oro para los tres mil indios de su encomienda, in- vierte 54,000 pesos en obras pías i todavía le deja un inmenso caudal a su hijo Francisco, etc.»

c(Fj1 mineral de Ponzuelos, agregebael entusias- ta cateador austral, que en esto habia precedido en cerca de veinte años a los del centro, oculto hoi en medio de impenetrables bosques, existe, i no es difícil hallarlo; solo que para buscarlo se re- quiere constancia i plata ....

I conforme a esta sentencia, tan verdadera co- mo el oro, concluía por hacer la siguiente invita*

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cion práctica a los futuros buscadores de Ponzue- los, los cuales, estamos ciertos de ello, han de ir allí, como fueron ya de Caramávida (lugar tan fa- moso como el de Pocizuelos en la historia de Arau- co) i lo hallaron.

«Concluiré, decia en consecuencia el convenci- do autor del derrotero ya citado, concluiré convi- dando a todo el que quiera venir por estos mun- dos a probar fortuna, con el bien entendido que si no trae plata para trabajar, no hará mas que per- der el viaje, su tiempo i saborear las crueles amarguras que yo he apurado i apuraré todavía, pero debe advertir también que cualquiera que traiga de 500 pesos para arriba, le garantizo buea provecho en cualquier punto de los qne he reco- rrido.» (1).

I esto era fuera de los prodijios, de los alcances i de \o^ poruñazos (2)

Según una noticia publicada en El Mercurio dfel 2 de octubre de 1877 con el título de Este no es oro Paraff, se habia ensayado en la Moneda

(1) El señor Jiménez Vargas, autor del anterior derrotero, es hijo de Chillan pero casado i establecido en Osoruo. Antiguo i valeroso alumno de la Academia militar, oficial de marina eu 1846, comandante de la guarnición militar del Amazonas en la guerra con el Perú (1879) es hoi empleado supeiior e intelijen- te de la aduana de Puerto Montt.

(2) Poruñazos llaman los mineros de Chile los chascos i en- gaños que suelen ellos mismos dar a h)s incanstos sobre alcan- ces, mentiras, riquezas, etc., de las minas.

401

nna muestra de la mina de Los Cristales en el de- partamento de Itata, que rendía 9,440 castellanos de oro por cajón (algo como 30,000 pesos). Ha- blábase asimismo de otro ensaye de la mina Las Cardas, situada también en Itata, que habia dado lei de 432 castellanos. I mientras esto sucedía ha- cia el sur, por el norte, i solo una semana mas tar- de, El Constituijente de Copiapó del 8 de octubre, se estasiaba con estas nuevas leyendas de Mon- tecristo, a las que todos prestaban de ciegos. «En la mina Carmen del mineral de San Pedro de Cachiyuyo, propiedad del señor Juan B. Itu- rrieta i compañía, se ha hecho últimamente un fenomenal alcance en oro i cobre de una lei que asombra, decía el diario atacameño.

))La lei del oro es de cuatrocientos marcos, o sea tres mil doscientas onzas por cajón. La del cobre da un treinta por ciento. Me garantizan que las muestras fueron ensayadas en el laborato- rio del señor Francisco Sierralta.

íüSTosotros hemos visto piedras que se asemejan a una semí-harra de oro.D

Todo en aquel tiempo (1878) era a la verdad correrías, derroteros, cáteos, catas, cateadores, charla de oro i aventuras. I no solo se hablaba en Copiapó i en Rere, en Santiago i en Petorca de viejas minas aterradas i sacadas otra vez al sol, como la del Bronce i sus siete mineros muertos de un soplido por el diablo, sino de labores derrumba-

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das que como las de las Tórtolas en Tamaya dejó enterrados el doble de aquéllos, sacándose al fin trece vivos, después de diez días de oscuridad i de hambre: harto mayor milagro que el de la visión ■del Bronce ya contada en este libro! (1).

VIH.

I no era solo de los veneros de antigua fama de los que se ocupaban las jentes, sino délos inaca- bables entierros de los aboríjenes, del rescate del Inca, del caudal secreto de los jesuítas, del tesoro misterioso del jeneral Maroto en la calle de los Huérfanos, i de las talegas de San Bruno i de sus Talaveras en todas las calles de Santiago.

I a este propósito era efectivo que algunos años hacia (por el de 1863) habíase encontrado en una quinta de la Chimba, al pié del San Cristóbal, ima cartuchera llena de onzas narigonas, es decir,

(1) Este curioso fenómeno de vitalidad humana ocurrió en una mina de Tamaya a fines de 1873. Ei derrumbe se produjo el 22 de octubre i solo el 30, es decir, ocho dias mas tarde, pudo es- tablecerse una comunicación de aire con los aterrados. El 2 de noviembre logró sacarse a catorce de aquellos infelices de los cuales trece sobrevivieron, i hoi están otra vez gordos i tan fuer- tes como ilutes. Por supuesto, esta prueba harto mas convin- eente sobre el poder de resistencia que la del célebre doctor Tañer, que acaba de morir en la Haya, es completamente au- téntica, pues los sepultados vivos uo tuvieron aquí ni pan ni agua i apenas un poco de aire durante 240 horas

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onzas i cartuchera de Talaveras; i mientras todo esto tenia lugar en los estrados i en los clubs, las pajinas de avisos de los diarios rebosaban en casi todos los pueblos de la república con el calendario de los pedimentos con cargo de minas de oro. «La fiebre por descubrir entierros, decia un diario de la capital de mediados de mayo de 1878, se ha apoderado de algunos individuos.

((Últimamente han ocurrido a la intendencia dos solicitudes para sacar entierros que se dice es- tán en la via publica: uno en la calle de San An- tonio i el otro en la del Dieziocho.))

De este último se comentaba que existia bajo los viejos olivos que dan todavia sombra a la rejia mansión de la señora viuda de Cousiño, «al pié del espino del rei Fernando», i su descubridor de- cíase ser el hijo de un soldado de Talaveras que vino con el derrotero desde España i regresó para morir en la guerra franco-prusiana. El persegui- dor de esta resurrección del oro llamábase Fer- nando Duque de Antecristo.... I esto era algo como el ?Ioi/o de la vieja i las Tierras auríferas de Ca- sablanca en 1840-1844.

IX.

El contajio del oro habia cundido, según se habrá visto, a semejanza de las viruelas, bajo la lanzeta del inoculador Paraff. I como consecuencia de la

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inquieta e incesante novedad, algunos vecinos o transeúntes de Viña del Mar, oyendo hablar con frecuencia del mineral de oro allí vecino de Mal- cara^ tentáronse para ir a visitarlo en grata cara- rana de caballos; i como habiaraos ido a mediados de abril a Catapilco, así fuimos a principios de ma- yo a Maleara, que éste i no Malacara es su lejíti- mo nombre, porque en unos títulos de la familia de Iñiguez que fué i es propietaria de la hacienda aurífera de Chillicauquen, donde aquella célebre quebrada se halla situada en la banda norte del rio de Aconcagua, se dice que ésas eran tierras del cacique Maleara.

X.

Componíase ahora la alegre cabalgata, que vol- via a salir al trote franco de la estrecha calle de Bohn de Viña del Mar, de los mismos siete de la jornada a Quintero i Catapilco. Pero esta vez la comitiva había aumentado en rango, porque a mas del coronel Borgoño i del tesorero de la pri- mera andanza (don Antonio Subercaseaux), se hablan agregado de ocasión nada menos que dos jueces de letras, un diputado i un gobernador eclesiáotico en cuyas intelij entes sienes muchos han creído ver resplandecer desde tiempo ya re- moto las ricas pedrerías de una bien merecida mitra.... En cuanto a nombres, los jueces eran don

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Andrés H. Rojas, vecino de Viña del Mar; don Ea- mon Dominguez, vecino de Valparaíso; el diputa- do éralo don Juan E. Mackenna, huésped ocasio- nal del Versalles chileno, i el gobernador eclesiás- tico don Mariano Casanova, simple i grata visita en aquel dia. La escursion era toda de improviso i de humorada; i en cuanto a práctico i a Lámela, llevábamos ahora al famoso «cabo Olivos» de la policía de Valparaíso, que habiy, conocido a los Talaveras desbandados en los friitiUares de Ronca, su tierra natal, i tenia ahora la cara echa frutilla, con mucho mas arrugas que dientes.

El cabo Olivos iba a cargo del «caballo del go- bierno,» que era el de batalla del coronel Borgoño, préstamo de apuro del ya difunto coronel Niño, jefe de la policía del vecino puerto.

Era domingo, i si la memoria no nos falla el 3 o 4 de mayo de 1878. La tarde estaba fres- ca con la brisa del mar i del invierno, dos huéspe- des que allí i a esas horas viajaban vecinos; los cuerpos alivianados con la misa, misa de gober- nador eclesiástico; i la esperanza de dormir aquella noche en tierra amiga daba alas a las bien comidas cabal gaduríis. Solo el «caballo del gobierno» i su jinete solian quedarse atrás, que esto ha sido siem- pre achaque de cosas, de hombres i de animales de gobierno

40G

XI.

Siguiendo el camino real de Quillota, descendi- mos a puestas de sol a Concón, hacienda que fué de los jesuítas, de los Cortes Madariaga i del j ene- ral Maroto, duque de Yergara, albergue por tanto de dos notabilidades americanas.

En Concón vivieron en efecto el famoso jene- ral i pacificador que ya hemos nombrado i el me- morable aunque en Chile poco conocido canónigo tribunicio de Caracas don José Cortés i Madaria- ga. Fue éste hijo del feudatario que compró aque- lla estancia al rei después de la espulsion de los desdichados hijos de San Ignacio en 1767, cuya memoria recuerdan todavía con plañidero bullicio en su ramaje dos colosales palmas por su mano plantadas i benditas.

A virtud de una singular coincidencia de nom- bres, el jeneral Maroto, antiguo jefe de los Tala- veras en Chile, habia nacido en Conca, lugarejo de la provincia de Murcia en 1785, i habia pasado su vejez en Concón, de donde saliera solo para morir i ser enterrado en el cementerio de Yalparaiso el 25 de agosto de 1853. En cuanto a Cortés i Mada- riaga, el de Concón i de Caracas, ése duerme con su fama i su ignorada g-^loria en Kio Hacha, lejos, mui lejos, del rio pastoril que en Chile fuera cam- po i solaz de su niñez.

407 --

Aparte de estas memorias i sepulturas del pasa- do, no encontramos durante la jornada de aquel día, i terminada en su última mitad por lúgubre i purpurino sol que hendia como fúnebre antorcha las nubes del ocaso encima de las olas, sino una tosca cruz, que recordando otro triste desaparecido decia así testualmente, a un lado del camino. ((Aquí dejo de existir q\ finado Gregorio Olibares el 1.° de octubre de 1872,»

Pero ¡loado sea Dios! e\ finado no Labia dejado de existir a cucliillo, sino aplastado por una ca- rreta en un descuido.

XII.

Oscura ya la noche, cruzamos el rio de Aconca- gua que allí se llama de Quillota, ya agotado en sus postrimerías del otoño mas que por la sequía, por la codicia desbordada, por las acequias i por los pleitos; i no habiendo tenido la fortuna de en- contrar al hospitalario hacendado de Colmo, don Domingo Fernandez Puelma, dormimos aquella noche en las derruidas casas de aquella hacienda, que fué también patrimonio de San Ignacio i lo es hoi de los tiernos hijos del que esto a la carre- ra escribe i recuerda....

XIII. Forma la quebrada de Maleara parte de la ha-

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ciencia de Cliillicaiiqucn, denominada así por los pájaros cauquenes o patos aboríjenes del rio Chile, que era entonces el nombre de toda la comarca i del pais; pero toma su arranque de la de Colmo, con la cual aquella deslinda por los cordones, que se atan al pié del pintoresco cerro del Manco, de aurífera celebridad según Pissis. El pico de Manco, en cuya cima dicen, los que a su pié habitan, existe un malal o fortaleza de indios, es el nudo que ata como a una sola elegante pretina los faldeos de las haciendas de Quintero, de Chillicauquen i de Colmo, que forman toda la playa i sustancia de la rejion occidental del departamento de Quillota.

XIV.

Guiados por uno de los vaqueros de la hacien- da llamado «ño Cortés», quien despreciativamente echó id cabo Olivos a retaguardia con sas remu- das de caballos del gobierno, trasmontó la alen- tada comitiva los blandos i boscosos lomajes que forman la espalda de Colmo, abriéndose en no pocas ocasiones estrecho sendero por tupidos re- novales i corpulentos árboles, reyes seculares de la selva que el hacha i la «escritura de arriendo» ha respetado. De ellos por tanto podia decirse co- mo de las viejas encinas de los bosques de su na- tivo suelo lo que el poeta ingles:

409

«Long has it stood to grace this wood A lovely, sunny spot; Loug may it stand, tliis monarch grand. Brave axman, harin it not!» (1).

XV.

Eran apenas las 8 de la mañana del dia si- guiente, dia lunes, cuando el alentado gobernador eclesiástico, trepando con briosa espuela sobre el último cordón que da vista a la quebrada del buen cacique Maleara, ahora desfigurada por los estragos del tiempo, entonaba en las cumbres el hosanna! de las alturas. I a este grito, solemne entonación del peregrino que divisa en lontanan- za a Jerusalen, i en parte lejana de la colina, ha- cia eco el robusto i prosaico hallom! del coronel. Guiando este último su partida del poder lejisla- tivo i judicial, habia hecho su ascensión por una fragosa quebrada, repitiendo los árboles coposos i las ásperas colinas los gritos i los cantos.

En cuanto al gobernador eclesiástico a caballo, ése habia seguido adelante, como la cruz alta, por el camino recto, con el feudatario de la tierra i el vaquero, su vasallo... «La iglesia por delante)^,

(1) «Por largos años ha estado allí cubriendo con su sombra aquel hermoso sitio que el sol recrea, i tod'ivia enhiesto quedará aquel monarca de la montaña... Bravo leñador, no le hagáis mal!»

LA E. DEL o. 52

4Í0

que esto se cumple de ordinario en Chile aunque

sea en la punta de los cerros

Cúponos en seguida descender por abruptas la- deras al fondo de la pintoresca si bien estrecha quebrada que tanta celebridad tuvo en remotos años, i hoi es yermo solitario de leñadores, de ca- bras i de mineros.

XVI.

Hallábase por esos dias la quebrada de Maleara cubierta de minas de oro, pero solo en denuncios de papel, porque a la fama de un descubrimiento hecho por el caballero quillotano don Vicente Macaya, afluyeron los pedimentos de infinitas per- tenencias, especialmente demandadas por estran- jeros. Figuraban entre éstos los apellidos de los Mac Gilí de Escocia; de los Willson, de Inglate- rra; de los Boonet, del Pais de Gales; de los Con- dell, de Punta Gruesa, i hasta los Macay (Ma- cay contra Macaya), sin que faltaran elegantes nombres de damas en la polvorosa escribanía del notario Aris en Quillota, cuales los de las seño- ritas Antonia Chamang i Carolina Harailton, cu- ya última probablemente no seria de la estirpe de la que tanto amó Lord Nelson.

Encontrábanse aquellos pedimentos disemina- dos en todas las grietas i recovecos de la hacienda de Chillicauquen, en la quebrada de las Jari-

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lias, la de los Loros, la de las Canchas i aun la del Tíque, que allí es nombre de un árbol como el del teak en los bosques sagrados de la India. Pero la principal faena, la mina de Macaya, es decir, la Descuh^idora, estaba ubicada en el cen- tro mismo de la quebrada de Maleara; i a sus aseados ranchos llegamos a eso de las once del dia, hora de apetitoso almuerzo, para quien de madrugada ha subido i bajado una montaña.

XVII.

En Chile, como en Irlanda, el absentismo es una enfermedad de los campos i aun de las minas. En mayo, ese mes tan hermoso del otoño de Chile, nadie cuidaba su heredad ni su labor, ni siquiera el dueño de la Descubridora i de la bulla estaba allí para aumentarla con la algazara nuestra.

Recibiónos en cambio su jente con agrado, a estilo de todas las campañas de Chile, i cuando hablamos mascado, echados por el aurífero suelo, el liviano cocaví que el vaquero Cortés i el cabo Olivos acomodaron de parte de noche en sus alforjas, con el olor del charqui, guiado por su ol- fato, preséntesenos el minero capataz i por en- tonces único de la faena.

No era ya Maleara, como en los tiempos del afamado don Juan Palacios ni del minero indíje- na fio Jacinto Ulloa, que en nuestra juventud no-

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sotros, de paso por aquellos lugares, conociéra- mos (1852), lavadero superficial de oro sino mi- na de pozo. La barreta había penetrado en la se- gunda rejion californiense (que en Chile existe tan marcadamente para la plata,) i la pólvora in- glesa i la dinamita de Noruega hacían ya el oficio de la índíjena batea.

Llamóse a descubridor de la veta al minero que llegaba a disfrutar los restos de aquella mesa del pellejo que no había tenido manteles, í díjonos llamarse José Tiburcio Molina, personaje no poco conocido en aquellas canchas, que no tenía don ni siquiera ño (abreviatura plebeya de señor) pe- ro llevaba mas que apropiado nombre para moler duros metales i blandas credulidades.

I para cerciorarnos de que eran sus propias ma- nos las que había abierto en el duro flanco de la montaña la primera cata, ofrecióse a conducirnos hasta la boca -mina que distaba de allí unos cuantos centenares de metros, por la quebrada abajo i a mas, comidióse a bajarnos al apa a su fondo, si de ello teníamos intención i ganas.

XYIII.

Aceptamos el cómodo partido, si bien lo mas común en nuestra tierra es encaramarse sobre ajenos hombros para subir antes que para descen- der I después de unos cuantos minutos, asidos

413

a una mala escalera de patillas i al delantal de cuero del minero (prenda de vestimenta que por conocido no nombramos con su espresivo nom- bre), nos encontrábamos en los planes de la mi- na de Maleara, que tenia a la sazón unos siete u ocho estados de profundidad.

Para un lego que no perseguía el oro sino sus leyendas, sus curiosidades i sus desengaños, aque- llo era. a la simple vista, deslumbrador, maravi- lloso. Por todas partes relucía el oro, al resplan- dor del candil del minero, desmenuzado en finísi- mas partículas.

I en aquello no habia engaño.

El cerro cuarzoso mostraba sus delgadas vetas tachonado de moléculas riquísimas como vése, de noche, el firmamento brillar con las estrellas.

Era aquello a la verdad la visión del abate Fa- ria trasladada por encanto al pié del Mauco, i nadie habria dudado, en presencia de tantos visi- bles primores, que el primer señor de aquellos tesoros, don Juan Palacios, fué digno de su apellido.

La mina de Maleara parecía un palacio encan- tado, cuyo «Simbad el marino» habitaba bajo los sótanos de olorosos chirimoyos en los huertos de Macaya, al pié de la Moyaca....

I cosa estraña! entre los denunciantes de vetas en la quebrada de Maleara en mayo de 1878, apa- recía un segundo Juan Palacios haciendo pedi- mento de una mina que se llamarla de Los amigos.

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Serian éstos por ventara los amigos de \i\ paila de orof....

XIX.

Para convencernos mas a fondo de la riqueza natm'¿il del suelo que pisábamos, el minero Moli- na, (que en la cara, el jesto i la sospecha un tan- to parecía al célebre manipulador químico do Paraíf), cojió la yaucana, estrajo una piedra de mas que regular porte de la caja aurífera, i ofre- ciéndonosla de regalo nos suplicó la llevásemos al sol para verla i en seguida a Quillota i a Viña el Mar para que todos la admirasen i a Santiago para venderla o para ensayarla.

Hicímoslo como el minero fundador de la mo- derna Maleara lo queria, i sometida la piedra al honrado crisol de la Moneda bajo la mano de su entendido primer ensayador, dio el resultado que consta de la siguiente carta que de su orijinal copiamos i así dice:

Santiago, junio 26 de 1878,

((Muí señor mió i amigo:

))He retardado hasta hoi esta contestación por haber tenido que hacer varias operaciones a ^n de obtener la lei mas exacta del mineral que Ud. me remitió.

))E1 trozo del espresado mineral, que presumo

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proceda de Viña del Mar, pesó tres quilogramos i medio, i contiene peróxido hidratado de fierro i mili poca pirita arsenical de fierro, en criadero de cuarzo poroso i silicato de fierro. El común dio lei media de ciento sesenta castellanos por ca- jón de 64 quintales españoles, lo que da a razón de tres pesos castellanos, 480 pesos valor de un cajón de mineral. Si la veta es ancha i de buena formación no dado haya campo para un negocio de granices resultados.

))Soi de Ud. su afectísimo amigo i seguro ser- vidor,

A. Brieha.y)

XX.

No nos hablamos por tanto en manera alguna equivocado.

En la riqueza indíjena, nativa i verdadera del criadero de metal no habia engaño; pero aun sien- do así, el verdadero problema de aquella hora i de aquella faena era, como lo es al presente de todas las faenas aurífeías de Chile, si en t:iles condicio- nes de lugar, de distancia, de recursos, de vijilan- cia, de capital, etc., con venia o no la esplotacion en grande; i este es el problema que todavía se per- sigue. Todo lo cual queda dicho i afirmado a me- nos que el descubridor Molina fuese de la escuela del Rojelio de Paraff i hubiera tenido embutidas en el cerro las muestras del engaño, lo que por

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cierto no era imposible.... El poruñazo es arte de minero muí anterior en Chile al crisol del químico alsaciano, i a las pastillas de cóndores de las Higueras de Zapata....

Confesamos por lo que a nosotros toca que des- de ese dia no hemos vuelto a oir hablar de la mi- na de Maleara ni sus dueños; pero de lo que po- demos dar sincero testimonio, es de que estando a autorizados criterios científicos como los de los señores Pissis i Puelma, la quebrada de Malacara, o de Colmo, como aquellos químicos la denomi- nan tomando su frente por espalda, se encuen- tra en la coi-rida jeolójica i tradicional del oro en Chile i que su riqueza pasada fué considera- ble. (1)

(1) De propósito no hemos abundado en este QQixiáio puramente tradicional e histórico sobre el oro de Chile las cuestiones cien- tíficas a que esa sustancia se refieren, no solo porque tal asunto es ajeno a nuestra competencia, sino porque ha sido tratado con notoria maestria por el sabio jeólogo Pissis. Puede verse sobre ese particular su conocida Jeografia física de Chile, i en especial para el mineral de Maleara, el estudio que en 18o7 publicó so- bre la Provincia de Aconcagua i Valparaíso en los Anales de la Universidad. Don Francisco Puelma en una memoria jeoló- jica que en octubre de 1852 dio a luz, dice lo siguiente respecto de las rocas que forman el criadero de aquel mineral:

«La formación délas rocas feldespáticas presentan asientos un poco mas ricos en oro, i aun localidades célebres por la cantidad de oro que se ha sacado de eilas, i tales son entre otras el cerro de Mauco en la hacienda de Colmo.»

Sin embargo de todo esto i para satisfiícer a los que sobre lo

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XXL

En cuanto a su tradición, ya en otra oportuni- dad trazada por nosotros, he aquí lo poco pero auténtico que tenemos que decir:

Tuvo la quebrada de Maleara, en sus dias de fe- cundidad i de aguardiente, sus famosos calaveras, como los Volados de Agua Amarga, como los Guerra de Chañarcillo, como los Osorio de Tiltil, pues se hace todavía memoria entre la jente del oficio del renombrado «don Juan Palacios», de quien se cuenta que habiendo hallado una pella de oro que pesaba varias arrobas, la hizo colocar en el fondo de una paila i ordenó que se mantuviera ésta rebosando de ponche fino mientras hubiera es- tómagos de mineros que llenar, i sin que por nin- gún motivo quedará a descubierto la planchuela de metal, hasta que la quebrada entera se durmió em- briaí^ada en derredor del inaf^otable tonel. Es éste el cahuín, mingaco o remolienda mas reputado de moderna data en aquellas comarcas, i aña- den las crónicas que cuando don Juan de Mala Cara, como el don Juan de Manara de Sevilla, fue

relativo a la ciencia del oro pudiera interesar al lector de este libro, publicamos con gusto en el apéndice un interesante artí- culo claro i comprensivo que un modesto pero entendido quími- co (don Alberto Mackenna) ha preparado espresamente para esta obra.

LA E. TEL o. 53

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:a vender a Quillota su famoso hallazgo, ya lo de- bía todo, i lo metieron a la cárcel, acontecién- dole lo que a aquel soldado de Pizarro, Mansio Sierra, que ganó i perdió el sol del Cuzco en una noche.

Ignórase a punto fijo cuál fué la época del des- <3ubrimiento de este notable i ya desierto mineral, pues no hemos encontrado huella de su existen- cia en libro alguno ni en viejos manuscritos; pero acaso precedió a la conquista, i esto esplica los vestijios de poderío i de prosperidad que han soli- do encontrarse enterrados en estos sitios. ¿Fué de ^sus senos auríferos de donde los asaltantes de Gonzalo de los Eios, cuando construia éste por órdenes de Valdivia el bergantín histórico de la boca de Concón, sacaron el sombrero lleno de oro con que tentaron la codicia de los castellanos antes de pasarlos a cuchillo? ¿Fué el malal de Mauco la plaza fuerte del toqui de Colmo i de Quintero i señor de Maleara que allí guardaba los tesoros de sus lavaderos contra la coiicia de ios "vecinos valles?

XXII.

Sea de ello lo que fuere, desde esa época la que- brada, cerril mansión del cacique Maleara que '(lestronó don Juan Palacios, no ha dejado de ren- dir inagotable si bien parsimoniosa cosecha a la

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batea. Ea 1874 conocimos nosotros en Quintera un minero de oro (que fué a vendérnoslo) llama- do Estevan Silva, quien en cierta ocasión, sacu- diendo un matorral de la quebrada, hallóse una pepa que pesaba 16 castellanos, igual en su peso (asi decia él) a cinco cóndores fundidos; i no menos de 22 años atrás hablamos comprado no- sotros por tres cuartos de onza una pella de oro recojida en el sitio mismo i casi a nuestra vis- ta por un subdito del cacique de Maleara llamado ño Jacinto Ulloa, un venerable ermitaño que habia vivido allí cerca de un siglo recojiendo oro i des- tilando aguardiente... como don Juan Palacios, su- primer patrón.

Según nos informababa el minero Silva habia- años, o mas bien, temporadas como la del llu- vioso invierno de 1866 en que la cosecha de su batea le produjo 631 pesos, lo que fué para su mal^ pues supiéronlo unos bandidos de Quillota, i en numero de diezinueve asaltaron el desamparado rancho del lavador de oro en la noche del 6 de- marzo de aquel año i mataron a su primojénito,, gallardo mozo de 24 años. El infeliz padre estaba ausente, i solo un año mas tarde reconoció, ojen- do misa en la Matriz de Quillota, la manta de su inmolado hijo. Mas, como siempre, el asesino la habia emjjefíado, i el portador de la prenda resulta inocente. Mandó, empero, entregarla la justicia; i ese pedazo de trapo sangriento es todo lo que

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queda al anciano de una lozana vida, retoño i báculo de la ti-iste suya... (1)

XXIII.

Hecho todo esto, i porque en aquellas ásperas i solitarias serranías no nos aconteciese algo pare- cido a la del desdichado últi mo minero de Mal- cara, comenzamos a encumbrarnos hacia la una de la tarde,, todos los de lacarabana, clérigos i jueces, diputados i militares, vaqueros, policiales i cronis- tas, por el fondo de la quebrada del Tique, hacia la cuesta de Chillicauquen que por el oriente da vista a Qaillota; i en seguida penetrábamos a me- dia rienda por las calles de la hermosa ciudad de las chirimoyas i de las ojotas, a manera de gue- rrilla, como en Puchuncaví, con el capellán de ejército a vanguardia i el cabo Olivos en su puesto de táctica, cubriendo la retirada.

En un dia habíamos hecho una jornada de quin- ce a veinte leguas por inclementes asperezas; i sin

(1) Esfcraemos este fragmento de un folleto que en 1874 pu- blicamos con el título de Quintero, su estado actual i su porve- nir, i por no repetir, en lo demás de minas de Maleara a él nos referiremos.

Desde 1878 nada se ha vuelto a hablar de Maleara. Pero pare- ce que en estos días va a precederse a su esplotacion en grande escala, por el sistema hidráulico i bajo la dirección del enten- dido injeniero Messerer. Hacemos votos sinceros por su éxito

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esperar inquieto sueño en sábanas ele pulgas, to- mábamos a las ocho el tren espreso que venia de Santiago, i a las diez de la noche, en medio de desecho i comedido huracán de agua que había- mos visto arremolinearse en los picos i gargan- tas que en la tarde atravesáramos, dándonos avi- so i espera, llegábamos a nuestro punto de parti- da, quedando así felizmente terminada la segunda escursion del oro i dispuestos a emprender en bre- ves di as la tercera.

XXIV.

No tuvo esta última corre ri a aurífera, empren- dida ida i vuelta el jueves 16 de mayo de 1878 a la famosa quebrada de «Los Alvarados», este «valle de Andorra» de la provincia de Valparaiso, departamento de Limache, no tuvo decíamos in- terés de nota, por cuanto ese dia solo galopamos diez o quince leguas por campos que antes habían sido de oro i que ahora son de suculenta alfalfa, es decir, de oro enhierha. El departamento de Lima- che, fué durante la conquista una rejion estrema- damente rica en ese metal, i el famoso cerro de la Campana que le da sombra, horizonte i fama, ha- llábase entonces orlado, al decir de los viajeros, de los vestijios de trapiches de oro cuyas ruinas son hoi por todas partes una misteriosa estadística, como las de Alliué i un cómodo asiento para el fa- tigado caminante en sus caserios i paseos.

422

Nos contentamos por tanto con divisar desde la casa de la buena señora doña «Carmelita Hurtado viuda de Sagredo», los empinados lavaderos o man- tos de oro del Morro i del Fefion, dos plomizos i abruptos farellones que fueron lavados i demoli- dos mediante una acequia labrada por los antiguos, que la trajeron a gran costo desde la hoya del Co- lliguay, i que esplotaba ahora con mas ánimos que fortuna el caballero don Francisco Olmos de Agui- lera, vecino e industrial de Limache.

XXY.

La comitiva de la tercera carabana de los Al- varados mientras llega la cuarta de Llampaico, (para la cual tenemos ya grato i aceptado convite de otoño) habia sido mas o menos la misma del cacique de Maleara, salvo que la última no tenia capellán ni tesorero, remplazando a este el simpá- tico joven porteño don Alfredo Edwards, de modo que aquellos Jasones del oro limachino se queda- ron, vihuela en mano, en la casa de c(doña Carme- lita», mientras que el sosegado cronista dio la vuel- ta pacíficamente a su hogar villamarino en el mis- mo dia de su salida, por la via de Lliu-Lliu, tierra que también fué de oro i era hoi para el viajero solo visita do dulce cariño i de memorias.

423

XXVI.

En cuanto a los primitivos pobladores castella- nos que dieron nombre a la pintoresca, bonanci- ble i selvática quebrada, fueron siete como los es- ploradores de mayo i como los cajones de su enma- rañada sierra.

Hemos logrado trazar en nuestros rebusques su perdido oríjen hasta un don Pedro de Al varado que vivió en Quillota por el año de 1603; pero desaparecidos hoi como el oro, decia de sus des- cendientes un vecino del lugar, que, «acabados los troncos, no qued¿iban sino los renovales.»

Guéntanse entre éstos hoi, que son dias de de- cadencia, los Gamboas, apellido aurífero de Alhué, los Sagredo que lo son del Jil Blas, los Bañados de Limache, hijos, nietos i bisnietos del respetable minero de oro don Secundino Bañados, célebre en el lugar, i por último, de estranjera estraccion, don Bernardo Dupuch, antiguo herrero mecánico que se habia hecho rico mas como viñador que como minero. Los naturales llamábanle Lipuchi, i él a su quebrada i como represalia Cacon...

ZXVII.

De todas suertes, la quebrada o cajón de los Alvarados i su soñolienta lar£ruísima cuesta. Ha-

42i

macla con propiedad La Dormida, quG la separa de Tiltil, i que atravesó de una jornada Frezier, durmiendo a la helle étoile en 1712, ha sido una comarca rica en oro como lo ha sido, sin escep- cion, toda la provincia de secano de Valparaíso desde el cerro de la Campana, tierra adentro, has- ta el de Mauco, a orillas del mar; desde Maleara a Llampaico; desde el Gallito de oro en Pucalan de la Costa hasta el estero de Marga-Marga, que fué en tiempo de los jentiles i de los primeros con- quistadores un verdadero «estero de oro», como An dolió fué «rio.»

A la verdad, todo el suelo de la antigua comar- ca de Aliamapa («pais quemado») descubierto por Juan de Saavedra, natural de Valparaíso de Estremadura, en 1536, es una rejion de oro, co- mo lo observa el sabio Pissis en sus estudios jeo- lójicos de aquella parte de nuestro territorio. Nosotros mismos, recorriendo los cerros i colinas que hacen espalda a la ciudad i al puerto, con el propósito de trazar por ellos la huella del anti- guo camino de carretas que iba a descender a la Matriz, encontramos en el invierno de 1868 la- vadores de oro en todas las quebradas, i no sin esperanzas ni provechos, porque aquéllos hablan asentado sus reales con cierta comodidad de re- cursos en todos los parajes en que brotaba alguna escasa vena de agua.

425

XX VIH.

El oro, por consiguiente, existe en todo el te- rritorio que dejamos galopado. Pero la practicabi- lidad i la ventaja de su esplotacion en grande, continúa siendo hoi, como en los pasados siglos, la premisa no resuelta de un negocio que en Chile es todavia un problema insoluto, al paso que en California, cuna de la innovación, ha sido i es una cuantiosísima riqueza.

Xo poco ha contribuido a ese resultado en aquel pais, junto con los poderosos monitores de la presión hidráulica, su libérrima lejislacion minera, que ha creado, en lugar de las estacas, que en Chile estacan todavia la industria como los cue- ros en las ramadas de matanza. I por esto en el próximo i final capítulo de este libro habremos de tomar en cuenta algunas de las interesantes faces de esa cuestión que se halla sometida desde hace tres siglos a la vista del pais i desde hace tres meses a la deliberación del Congreso.

De su solución talvez dependa en gran mane- ra, si no el porvenir de Chile, asegurado bajo otros conceptos, el porvenir de la Araucania, este Chile aurífero del porvenir, i por esto habrá de escusársenos que por ese rumbo, que fué por don- de hace un mes comenzamos, hayamos hoi de con- cluir.

LA E. DEL O. 4

CAPITULO XII.

LA LEJISLACION DEL ORO EN CHILE I SU URJENTE REFORMA.

Escelencia del Código de Minería de 1875. Sus principales defectos i urjencia de su reforma. Estudios del actual ministro de justicia señor Vergara. Las tarifas de las mensuras de Lebu. El uso del agua para el lavado de cascajos auríferos i las prohibiciones del art. 6.° del C'ódi- go de Minería. Estension escesiva de las estacas i pertenencias. El despueble i su sustitución por la patente minera. Lejislacion criminal inglesa sobre las minas. El salteo del mineral del Inca en 1848. Las sociedades anónimas de minas, i precauciones minuciosas de la lejisla- cion inglesa Los espositores i tratadistas modernos de la lejislacion minera en Chile. El mayor peligro de las compañías i minas de oro en Chile no está en el broceo sino en el ojio i en la farsa. Limitación de nuestros propósitos solo al trabajo libre en la Araucanía. El oro de Magallanes i de Tierra del Fuego. Datos i noticias. Acertadas apreciaciones de la prensa sobre la condición actual de la industria del oro. Los ejemplos que de la situación i de los efectos de la lejislacion ofrece actualmente el mineral de Lebu, Maravillosas pepas de oro vol- cáni'co de la Montana Negra, i su comparación con las de otras comar- cas auríferas Reseña de los placeres de Lebu í su estado actual. Ven- tajas que reportaría al país (si no a los particulares) como comunidad, el trabajo libre de la Araucania. El remedio de la situación. La li- cencia del minero i su primer ejemplo para lo venidero. Conclusión.

«Las piedras i metales que se encuen- tren aislados en la superficie del suelo pertenecen al primer ocupante.» Código de Minería, art. 2.°)

«Son de libre aprovechamiento las are- nas auríferas... siempre que se encuentren en terrenos eriales de cualquier dominio.» (Id. del art. IV.)

427

I.

Que el código de minería vijente en Chile desde el I.'' de marzo de 1875 es una cosa escelente i aun óptima bastaria a dejarlo demostrado los dos artículos que de él dejamos copiados en el epígra- fe del presente i último capítulo de este libro» los cuales aplícanse a la libertad absoluta de ad- quirir la propiedad minera por el simple hallaz- go superficial del oro o de los metales preciosos.

Pero tenemos una razón de mayor valia para estimar el código de minería de 1875 como una innovación útil i ventajosa introducida en nues- tra lejislacion por el laborioso presidente Errá- zuriz, i esa razón es simplemente la de que es un sumario breve, el mas breve de nuestra moderna codificación.

Consta en efecto solo de dieziocho títulos con un total de 212 artículos que caben en 70 pajinas de abierta impresión tipográfica. ¿I no es este el mayor elojio que podria hacerse de un libro des- tinado a andar entre abogados?

Hijo de mineros, siempre oimos alabar la an- tigua Ordenanza de minas de Nueva España im- plantada en Chile como una de las obras que mas honraban el injenio español, si bien atribuyese su confección a un alemán. Mas sea como fuere, con- cebida la Ici española bajo el plan de dar al des-

428

cubridor i esplotador de los metales preciosos en América la mayor protección i elasticidad posibles, los resultados eran favorables en su aplicación, especialmente bajo el antiguo réjimen en que la maquinaria de mayor cuenta en el beneficio de los metales consistía en los dedos puestos en la batea i en los capachos de los apires a la espalda.

II.

Pero que el código de minas, como todas las co- sas que existen enjaretadas i aferradas al opaco globo terráqueo que habitamos i que la luz solo alumbra a intervalos, como para poner en eviden- cia su limitación i oscuridad, es un trabajo defi- ciente que necesita premiosa reforma, nos lo de- muestra no solo la aprobación casi unánime presta- da por el senado al simple bosquejo que sobre la esplotacion futura del oro tuvimos el honor de presentarle hace cuatro meses (i del cual el presente libro es obligado corolario i complemen- to), sino también las continuas notas, datos i es- tudios que está acopiando el ministro de justicia i distinguido juriconsulto don José Eujenio Verga- ra, apropósito de la lejislacion minera. Hoi mismo rejistra la prensa de la capital una circular notable de ese funcionario, relativa al cuerpo de injenieros de minas i a sus funciones, en cuyas miras se pone en trasparencia la necesidad de ocurrir al Gongre-

429

so (como ya lo habíamos hecho nosotros) para so- licitar su cooperación en el sentido de mejorar lo establecido en materia de minas i su beneficio. «A los informes que U. S. obtenga de las mu- nicipalidades, dice el señor Yergara en su circu- lar a los intendentes del 31 de octubre último, convendrá que se agreguen los de U. S. mismo i los de los gobernadores i jueces letrados de su provincia, a fin de proporcionar al gobierno el mayor acopio posible de datos, i ponerle en si- tuación de adoptar por solo o con la coopera- don del Congreso Nacional las medidas necesa- rias para llenar en nuestra lejislacion minera el vacio que dejo anotado.»

III.

Ahora bien, entrando en el terreno completa- mente práctico en que debe ejercitarse la lei, i sin salir siquiera mas allá de las causas que moti- van los empeños del actual ministro de justicia, ¿es posible dejar sin urjente reglamentación el servicio de los injenieros de minas, arbitros mu- chas veces de la fortuna al otorgar las mensuras de su profesión i responsabilidad? Hemos visto cartas recientes de Lebu en que se asegura que se ha exijido hasta 400 pesos por la mensura i entrega de una pertenencia de oro a un trabaja- dor coman que no tendría ni siquiera cu centavos

430

esa cifra. ¿I cómo, preguntamos, con tal réjimen puede darse espansion, garantías, fe i bríos a una industria que nace, o mas propiamente, que renace en las rejiones mas salvajes i remotas del pais?

IV.

En otro sentido ¿conviene mantener respecto de las minas o placeres o mantos de oro (que en to- das estas formas aparece su estructura i su labor), conviene mantener la antigua enorme estaca, fija, inamovible de la ordenanza española para cons- tituir la propiedad minera respecto del oro, pro- piedad singularmente versátil i variable?

Se nos ha asegurado que por poco que se es- tiendan los denuncios de minas o quebradas en Lebu, no solo rebasarán las mensuras i pertenen- cias de la Montaña Negra, oríjen i centro de aquel rico descubrimiento, sino que atravesarán las últi- mas de banda a banda la Araucania, i se llegará así hasta invadir antes de mucho los valles andinos de los pehuenches, que algunos suponen también ricos en oro.

V.

I respecto del uso del agua paríl el lavado de cascajos auríferos ¿cuáles disposiciones adecuadas ha podido contener una ordenanza i un código, dictado en '^ifH- cuando tal procedimiento era

431

solo conocido de oidas por lo que acontecía en California i en Australia?

Punto es este de la mayor importancia, porque si bien el Código de minería concede el uso mas liberal posible al minero, del agua, pastos, com- bustible, tránsito i demás servidumbres impuestas a la tierra i a su dueño, no hai provisión alguna que otorgue la preferencia de las aguas para usos industriales en gran escala, i todo se deja como hasta hoi, al albedrio i buena voluntad del pro- pietario del suelo para pactar o* no con el indus- trial lavador mecánico del oro i sus cascajos.

Al contrario, el art. 6." del Código vijente pa- recería poner su veto al derecho del industrial tan ampliamente favorecido en California i en Australia cuando en su parte final dice: ccEl due- ño del terreno no está obligado a consentir el es- tablecimiento de empresas industriales o comer- ciales de fundición o heneficioj>

¿No seria por lo mismo de cierta utilidad prácti- ca introducir alguna innovación respecto de los cascajos auríferos, al menos en los territorios va- cos a que nuestros actuales propósitos se estien- den?

VIL

Otra cuestión capital de la lejislacion minera vijente en Chile, en Méjico i en España ha sido

432

hasta hoi la pérdida legal i de hecho de la propie- dad minera por despueble, i su denuncio sucesivo por el primero que tenga a bien hacer uso de este privilejio.

Obvio es el principio que consultaba la lei de los reyes españoles, ansiosos siempre porque no cesara el golpe de la barreta en los injenios, a tí- tulo de socios en permanencia i sin mas carga que recojer sus reales quintos. Pero bajo la lejislacion libre de la república ¿cabe con desahogo seme- jante apremio? §e nos ha informado que en Espa- ña se ha reformado últimamente la lei en'el sen- tido de exijir una patente o contribución de mi- nas, i que el pago de ésta es la que constituye la continuidad i la preferencia de la propiedad ac- tual i amparo de todo j enero de minas, aunque no se trabaje con los cuatro operarios i se haga el pago de ordenanza actual.

I adoptando, en vista de este sistema mucho mas liberal, el sistema que al presente nosotros perseguimos de las licencias remuneradas, ¿no se lograrla mejor la protección eficaz del minero por el Estado i la ventaja del Estado mismo, ahorran- do, mediante el pago de una contribución como la que se aplica a los productos agrícolas de la tierra, los pleitos continuos, las intrigas subterráneas i los abusos de todo j enero a que da lugar el sistema actual de abandono i denuncio por despueble de que trata el tit. VI del Código de Minerial

433

VIL

No es menos deficiente talvez nuestra lejisla- cion en materia de penas para los abusos, las irre- gularidades i aun los crímenes que suelen come- terse en la esplotacion de las minas. Cierto es que la cangalla está sujeta a la leí común, lo mismo que el salteo de metales en cancha, operación que ha tenido lugar en Chile, como en Real del Mon- te en ]\[éjico; pero los castigos determinados a los casos especiales no existen en nuestra lejislacion, sin embargo de ser de notoria importancia en otros paises (1).

Asi, por ejemplo, en Inglaterra se estatuyó en el reinado de Joije IV que el que con dañada in- tención ahogase una mina desviando hacia ella un cauce de agua o por otro medio seria considerado culpable de felonía, i podia ser en consecuencia desterrado del pais hasta por siete años, con mas ser azotado el hechor públicamente, i no solo una,

(l) No han faltado en Chile casos de asalta a mano armada dado por bandoleros a las minas, i entre otros recordamos uno que tuv^o lugar al mineral de 01*0 del Inca en Copiapó en noviembre de 18i8. Los acusados llamados Antonio Troncoso, Pascual Quinteros i Lorenzo Salinas fueron absueltos por falta de prueba (lo de siempre), por sentencia de 20 de abril de 1849 rejistrada en La, Gacetct, de los Tribunales, correspondiente a ese año, páj. 2 117.

E. o. 55

434

sino dos i tres veces, como aditamento a su casti- go. El acto no poco frecuente en aquel pais de incendiar las minas de carbón de piedra estaba sujeto a ser penado con prisión perpetua i trabajo de cadena. A la verdad, tan severa ha sido en esta parte la de suyo rigorosa lejislacion criminal en la Gran Bretaña, que hasta hace poco se castigaba con la pena capital todo intento dirijido a dañar algún injenio o amotinar una faena minera (1).

(1) Llegado el caso, el lejislador chileno i especialmente el ministro del ramo consultaría con algún fruto, entre otros libros especiales relativos a California, un interesante resumen sobre la lejislacion minera de Inglaterra publicado por el abogado Mr. Whitton Arundel en 1862 con el titulo de A practical treatise on the law relating to mining companies. Con este mismo propó- sito se ha publicado liltimamente en Londres (marzo de 1881) un pequeño folleto que tiene el siguiente título: Gold mining from the investor's point ofview hy Alfred G. Lek.

El lejislador futuro haria bien a este mismo propósito en con- sultar algunas obras interesantes publicadas en Chile sobre le- jislacion de minas, especialmente por los señores Cobo (Manual del minero)^ Lira (Esposicion Je las leyes mmeras de Chile), P. F. Vicuña {Respuesta a la comisión de bosques), Quesada (Proyecto de reforma de la ordenanza de minería 1864; Güemes {Proyecto id, de 1866). Urmenet?, Tocornal i Domeyko {Proyec- tode reforma del tít. IV de la ordenanza) i con mas particula- ridad una estensa, laboriosa i erudita memoria leida ante la Fa- cultad de leyes en setiembre de 1874 i publicada ese mismo año en los Anales de ese docto cuerpo por el malogrado abogado i minero del norte don Mariano F. Saavedra, con el título de Le- jislacion de millas.

435

VIH.

Otra de las mas graves cuestiones que ajuicio del que esto escribe debería abordar el reforma- dor del código de minas en este pais, seria el de las sociedades anónimas para esplotar minas.

En este punto la lei inglesa es mui severa i de- biera serlo mas en Chile.

Puede asegurarse, en efecto, con perfecta razón i evidencia, que en las faenas mineras organi- zadas o trabajadas por asociaciones anónimas, no es el broceo lo que deben temer mas los accionis- tas, sino el ajio i \'¿i farsa. Poco después de la in- dependencia de la América Española, deslumbra- dos los ingleses i especialmente «la ignorante Lon- dres» (así la llama un autor recientemente citado a propósito de minas) por la fama de los tesoros del Nuevo Mundo, cayeron en mil estravcigaücias, se- gún cuenta Barry, i aun hubo una crisis jeneral en aquel opulento pais motivada por la fiebre mi- nera que cuhTiinó en 1825. Mas, por lo mismo, i especialmente después de 1856 en que se dictó el Joint Stock Gompanies Act, o lei de compañías anónimas, las precauciones del lejislador son tan minuciosas que seria difícil dar lugar al engaño i a la irresponsabilidad. La garantía principal de la fci británica no consiste tanto, a nuestro enten- der^ en el depósito en arcas fiscales de cierta su-

436

ma, como se requiere en Chile para las institucio- nes de crédito, sino en la responsabilidad concreta i determinada (limüed) de la asociación i de sus socios individualmente por un capital dado, i de aquí el limüed que se lee en todas las compañías inglesas o norte americanas, como el street en to- das sus calles.

El tratadista ingles que hace poco citamos (Arundel) maneja con mucha detención este asun- to i a él consagra la mitad de su libro de esposicion sobre la lejislacion inglesa en materia de minas. Confianza i no fraude es ciertamente lo que en Chile ayudará al oro a salir de las entrañas de la tierra a la superficie, i confesamos que para no- sotros el mayor peligro del porvenir lo vemos vinculado a este respecto al abuso del pasado. En jeneral, i por lo que a nuestro propio criterio in- cumbe, toda compañía de oro que vende accio- nes i juega al alza i baja de ellas se hace en el acto sospechosa.

IX.

Ocurresenos también que se prestaria a una re- forma saludable el cambiar el orden de funciona- rios políticos que por la lejislacion vijente tienen en Chile elprivilejío de otorgar i de tasar la for- tuna del minero, es decir, los intendentes, los go- bernadores i aun los subdelegados de minas.

437

¡Cuántos escándalos se han cometido en este orden desde los descubrimientos de Chañarcillo a los de Caracoles! ¿I no seria por esto mas acerta- do el principio de poner todo el réjimen de la pro- piedad minera, como el de toda la propiedad ci- vil, bajo el amparo de la justicia común?

X.

Lanzamos nosotros estas ideas como simples te- mas de discusión, i solo con el propósit(3 de con- vencer al pais, al Congreso i aun al gobierno, que el Código de minería necesita una reforma radi- cal, si ha de recojerse de él todo el fruto a que el adelanto industrial de la república tiene derecho.

Mas, según desde la primera pajina de este li- bro hemos venido declarándolo, nuestra aspira- ción propia i nuestra acción lejislativa es mucho mas modesta. Se limita a solo doá puntos esen- ciales, que al dar cima a nuestra tarea nos parece útil recordar; a saber, a la libertad industrial de tr¿ibajar el oro, mediante una patente o licencia barata i renovable cada año, i a la aplicación de este sistema a los vastos i comparativamente vír- jenes campos de la Araucania, territorio que es hoi esclusiva propiedad de la nación, puesto que por su rescate del bárbaro derrama la última a estas horas su sudor, su oro i su sano-re.

¿Puede pedirse menos?

438

XI.

I sin embargo, nosotros solo a eso llegamos i con eso nos damos por satisfechos para el presente, advirtiendo que en ese terreno no nos encontramos solos, pues vamos ya en la honorable compañía del ministro del ramo i de los mas ricos propietarios de pertenencias auríferas de la montaña de Cara- mávida, tanto en laj medidas i adjudicadas como en las por denunciar i por medir en Magallanes i en la Tierra del Fuego, para cuyos páramos i arrecifes va navegando a estas horas esforzada espedicion de argonautas. (1)

(1) Son interesantes algunos detalles publicados en la obra titulada Thomas Brasscy in Nineteenth Century sobre el oro de Magallanes i su riqueza. Su calidad es tan buena, según esos datos, que mientras el oro bien reputado de Ballarat en Austra- lia se ha vendido a razón de 3 £ 18 chelines i 6 peniques la on- za, el de Magallanes ha alcanzado mas o menos el mismo pre- cio, o sea 3 £ 16 chelines. Según esperimentos del vice-cónsul de S. M. B. en Punta Arenas, Mr. Shanklin, varias veces citado en este libro, de 3,^^00 yardas cúbicas de cascajos sacó 680 pe- sos oro o sea 37 es. por yarda, cuando en California ha producido millones lavar cascajos que solo rendían 4| por yarda cúbica.

Según nuestros amigos D. Dublé Almeida, antiguo goberna- dor de Magallanes, i Daniel C. Ramírez, comerciante de aque- lla colonia, el producido del oro pasa de 22,000 pesos un año con otro en la colonia; i el último, que se halla recien llegado de aquellos parajes, nos asegura que hoi mismo el que quiere lavar oro en el rio de las ininas, junto al pueblo^ saca uno, dos i hasta

439

c(Lo qae es indudable, decia liace poco iiu bien pensado artículo de la prensa de Yalparaiso, ha- blando de las espectativas i de los temores de la presente hora para los mineros del oro, lo que es indudable es que ni al pais ni a los que han ob- tenido concesiones de tierras auríferas, ni a los que han invertido algún dinero en reconocimien- tos i ensayes, puede convenirles la incertidambre actual. Unos i otros están sufriendo una especie de suplicio de Tántalo: creen que ya van a tocar la riqueza, i la riqueza se les escapa. Prolongar esta situación es perder tiempo i dinero, lo que, en los malos dias que corren, constituye una pér- dida doblemente sensible, porque esos capitales i esa actividad que se están malgastando, aplicados a otras industrias, podrían hacerlas prosperar.

))Esto por lo que toca a los particulares. El go- bierno también tiene algo que hacer en materia de lavaderos, i es 'preparar una leí que supla los vacíos de nuestras ordenanzas de minas que no tie- nen disposiciones aplicables a la esplotacíon de tie- rras awiferas.

);La analojía entre una mina i un lavadero no pasa mas allá de la semejanza de sas productos: del lavadero i de la mina se estraen metales pre-

tres pesos diarios. Todo el oro de Magallanes va directamente a Europa, i en 1875 el gobernador Dublé mandó hacer tres cajas o tarjeteros de ese metal a Inglaterra.

440

ciosos. Pero ni la forma en qne se hacen los pedi- mentos, ni la forma en que se plantea el trabajo, tienen en ambas industrias un solo punto de se- mejanza.

))Para que se vea cuan absurdo es pretender aplicar nuestra lejislacion minera a los lavaderos, recuérdese solamente que la lei obliga al dueño de una pertenencia en una mina a poner en ella cierto trabajo en un plazo determinado so pena de perderla. Ahora bien: como el que pretende esplotar un lavadero necesita acumular muchas pertenencias, estarla obligado a pouer trabajo en todas, lo que es inaceptable. ¿Cómo ha de poner trabajo el dueño de cien pertenencias en diez puntos diversos a la vez? Ello, lo repetimos, seria un verdadero absurdo.» (1)

XII.

Pero ¿a qué ocurrir a divagaciones ni a teorías sobre la necesidad i la urjencia de la reforma es- pecial i específica que reclamamos, cuando el mas próspero i el mas reciente descubrimiento aurífe- ro de Chile está sirviendo de ejemplo vivo del mal que lamentamos?— Hace, en efecto, por estos dias apenas un año que anos pobres hombres 11a-

(J ) Editorial del Mercurio de Valparaíso del 27 de octubre de

1881.

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mados Novas (i según otros irnos desertores del ejército) descubrieron el primer grano de oro na- tivo en una serie de quebradas que se vacian en el rio Pilpilco i forman, corriendo de sur a norte, el nudo que se llama la Montaña Negra en las vertientes occidentales de la cadena de Nahuel- buta, a cinco o seis leguas de Cañete i a mas cor- ta distancia de Tacapel viejo, donde fué ultimado el primer minero de oro de la conquista, don Pe- dro de Valdivia.

¿I qué se ha adelantado desde entonces? -Plei- tos, mensuras i contra mensuras, pedimentos con- tra pedimentos, balazos,^ afanes, contrabandos i robos escandalosos, que uno de los descubridores i víctima del mal réjimen actual ha estimado hasta en la cantidad de 200,000 pesos.... Ese es el inven- tario de un gran descubrimiento bajo el réjimen actual.

XIIT.

Esto no obstante, es tal la riqueza nativa de aquel suelo volcánico, el cual de seguro fué tra])a- jado por los españoles, conforme a demostracio- nes en todas parte visibles del paso de j entiles i cristianos, que su esplotacion continúa siendo una de las espectativas mas lisonjeras del país, al pun- to que el hallazgo reciente i auténtico de una de las puntas de oro mas valiosas de que haya memo-

LA E. DEL O. 56

442

ría, encontrada en la pertenencia de un pobre mi- nero del apellido de los de la Vision del Bronce en Pe torca (Soriano), ha producido una A^erdadera sensación en todos los círculos financieros de Chi- le. Hasta hoi, al menos, no se habia tenido noticia de una pepa de oro que sobrepujase ala de la que- brada 2)rimera de las pertenencias llamada Cali- fornia en la Montaña Negra, con escepcion de la punta de oro de don Santiago Lira que pesó en Ca- suto (mas según la tradición que en la romana) cinco libras de oro i la de don Juan Palacios de Maleara que pesó mas de una arroba. La píinta de oro de Lebu, que fué llevada al pueblo de este nombre el 10 de octubre último para ser examina- da i puesta en la balanza, dio por lei de peso 3005 gramos, i de éstos 2573 eran de oro paro i solo 432 de cuarzo. (1)

(1) Las pepas de oro de mayor volumen que se han conocido en el mundo después de la que hemos citado, bajo la autoridad de Garcilaso, han sido, según un apunte de nuestro laborioso ami- go Rowsell, las siguientes: Una que existe en el Colejio de" Mi- nería de San Petersburgo sacada de los Montes Urales que pesa 3 i medio kilogramos, o sea, cerca de ocho libras. Otra de Ca- null Creeck (California) de 18 libras, estraida en 1850 con peso de 18 libras. Otra del mismo pais en el mineral de Vallecito del peso justo de una arroba; varias de 50 libras de Nueva Zelan- dia i la mayor del mundo Ibuuada La Bien venida {The Well come) que un feliz minero sacó del famoso Ballarat en Austra- lia, la cual pesaba 184 libras; i ¿,sta no era pepa sino sandía. Valia este prodijio miueralójico, aparte de su precio de estima- ción, 45 mil p<^sos, i su dueño ganó una fortuna exhibiéndola.

443

XIV.

Las ((chispas», «pellas», «pepas», i «puntas de oro» de la Montaña Negra son de frecuente ha- llazgo, lo que prueba, junto con las lavas i las cenizas volcánicas que se encuentran en sus que- bradas, el oríjen igneo del metal. Hemos oido hablar, a mas de la punta citada de Soriano, de una chispa que se vendió en 131 pesos 25 centa- vos i una pepa propiedad de don Juan Waise que pesó 450 gramos. Los empleados de la casa de Moneda nos han asegurado haberse comprado hace

Véase a este propósito lo que de las minas de oro de Australia i especialmente del distrito de Ballarat cuenta el conde de Beauvoir en sus amenos e interesantes Viajes alrededor del mundo.

I a propósito ¿no debería adquirir el Estado estas que podría- mos llamar joyas de la corona que la naturaleza constituida en primoroso artífice regala al amado pais? En toílos los museos de Europa se exhiben preciosidades estranjeras de este jénero, sin esceptuar el de Historia Natural de Madrid, en cnyos estantes hemos visto riquísimas muestras antiguas de minerales de Amé- rica. Se nos ha asegurado también que la pepa de Quilacoya comprada por Mr. Price en 1839 fué a parar al Museo británico de Londres.

De todas suertes serian preciosas, como todas las que se han acopiado en Chile, particularmente por la intelijente Junta de minería de Copiapó. Esta asociación remitió al gobierno en fe- brero de 1878 cinco cajones de muestras para ser distribuidas en los diversos liceos de la república. (Anales de la Universidad, marzo de 1878).

444

poco en ese establecimiento una pepa de Lehu qne pesaba 487 gramos, por la cual se pagó 500 pesos. Según esa misma fuente de información, el oro de Lebu es delgado, pero de un hermoso amarillo i purísimo de lei, pues ha pasado de 23 quilates, o sea, de 969 de fino en mil partes de metal. En cuanto al rendimiento por lavado se ha dado cuen- ta de haberse sacado hasta tres pesos de 8 bateas de cascajo i 60 pesos de una tonelada.

XY.

c(Es ya fuera de duda (decia haciendo entusias- ta reseña del porvenir que aguarda a Lebu, un periódico austral) que los minerales de oro de Montaña Negra de este departamento son de una riqueza colosal que asegura, no solamente el por- venir de esta provincia, sino también el de toda la república. ,

))La situación en lugares abundantes de agua i maderas a poca distancia de esta ciudad, a cinco leguas de Cañete, a una legua al oriente del ca- mino público que une a estos dos pueblos i a inme- diacianes de la Caramávida i Temuco, lugares los mas poblados i productores de este departamento, reúne un conjunto de circunstancias que ofrece al minero todo j enero de facilidades i ventajas para hacer una esplotacion cómoda i económica.

))Hoi que, puede decirse, solo se practican los

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primeros ensayos de trabajos mineros en este gran- dioso descubrimiento, se han estraido ya centena- res de miles de pesos. I lo que es mas digno de no- tarse es que desde el descubrimiento hasta el presente no han dejado de estar apareciendo en sus diversas quebradas trozos de oro de admirables dimensiones. Hará cinco meses vimos uno de don F. Ovalle Olivares estraido de la quebrada Salto cuyo peso era de mas de trece onzas. Posteriormente fué vendido otro a comerciantes franceses de Ca- ñete, cuyo peso era de mas de 900 gramos. Últi- mamente hemos visto las muestras siguientes: dos trozos traídos de la Descubridora del Carmen perteneciente al señor Ovalle i Ca., uno de 223 gramos i el otro de 373 oro puro; de una pequeña quebrada denominada Primera que entra por el lado sur a la Descubridora del Carmen o Nueva California, han estraido los señores Smith i So- riano un pedazo de 140 gramos, otro de 419, am- bos de oro puro; i el 8 del presente mes estos mismos señores en la misma quebrada encontra- ron un enorme trozo que hemos tenido en nues- tras manos cuyo peso en bruto es de tres mil cinco gramos, oro puro dos mil quinientos setenta i tres i 432 de cuarzo, según el análisis practicado por los señores Mary i Barron. (1)

(l) E¿ Liberal del 15 de octubre último.

Igaoramos hasta el momento ea que escribimos cual haya si-

446

XVI.

«De la misma quebrada primera de California, decia otro periódico lugareño {^El Araucano del 10 de octubre), se trajo una gran cantidad de oro en polvo, como dos mil gramos. Todo este oro visto sobre una mesa no significa solo un valor de tres a cuatro mil pesos, significa tal vez el engran- decimiento de un pueblo. Esa piedra de dimen- siones poco comunes, no es una piedra única, ais- lada, es una parte insignificante de una inmen- sa riqueza.* Creemos, pues, fundadas las palabras que la vista de tanta abundancia de oro arran- có a muchos: «El porvenir de Lebu está asegu- rado!»

«En la pertenencia del señor Schliebener se ha sacado oro en polvo i algunas pepas, entre las cuales figuran dos de alguna importancia: una pe- só 373 gramos; la otra 233. Solo en el dia de ayer el señor Barron recibió siete mil i tantos pesos en oro.»

do la suerte de los mineros de la Montaña Negra en el último alzamiento de los indios. Pero ¿acaso el oro ha sido parte de la rebelión hoi como en 1553?

Se anuncia al menos que lian sido muertos muchos de los po- bladores de Temuco en la Montaña Negra, i por esos mismos parajes fué sacrificado hace 328 años el primer gobernador de Chile i señor de Arauco, don Pedro de Valdivia.

447

XVII.

I bien, apesar de todas estas tentaciones i estos francos i aun opulentos dones de la naturaleza; apesar de hallarse la propiedad de la Montaña Negra constituida en manos liberales i aun jene- rosas como las del señor Francisco Os'alle Oliva- res i los señores Cousiño de Lota, puede afirmar- se, sin cometer una exajeracion en ello, que el sis- tema de estacas fijas i de pertenencias acumulati- vas ha estado haciendo en la Montaña Negra el mismo esterilizante oficio que haria una barrera, siquiera fuera de oro, conteniendo dentro de re- mota represa, perdida en la montaña, las aguas que una vez sueltas darian fertilidad i opulencia a vasta campiña. A la verdad, el trabajo lejítimo i fecundo ha estado de para en Lebu, escepto en las faenas de propiedad particular ya citadas que persiguen sus aprestos con meritorio i dignísimo esfuerzo. Pero el trabajo libre, el que engrandece las comarcas, el que enriquece a los países como comunidad, se ha hecho, a virtud de la fuerza de las cosas i los defectos de la lei, materia de contraban- do, de celos, de peligros, de robos que alejan la confianza, salud de todas las empresas industriales.

I todavía, si la lei de estacas fijas i acumulati- vas que enjendra el monopolio no hubiese de re- formarse ¿no veríamos mañana, pas-ido, dentro de

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poco, cuando la aurífera Araucania, redimida del bárbaro mas por el colono que por el soldado, se halle toda en nuestras manos, i bajo la éjida de la civilización, no veríamos, decíamos, ese mismo peligro i ese grave daño crecer con el suelo i con la riqueza, hasta hacer necesaria una nueva cam- paña contra los ^perros del hortelano que no tar- darían en adueñarse de todo el territorio con sus estacas como hoi lo están los araucanos con sus lanzas?

XVIII.

He allí el peligro del porvenir, he ahí la llaga viva del código de minería respecto del oro; pero he allí también el remedio: la licencia que auto- riza el trabajo libre, remunerativo para el estado, que éste custodia sin gastar, que dirije sin oprimir i que al fin, como los hilos imperceptibles que en su oríjen forman el manantial de los rios. llevan la abundancia i el bienestar a todas partes.

I por esto ponemos fin a nuestro trabajo, ya demasiado estenso para tan sencillo si bien patrió- tico tema, reproduciendo en su pajina final algo que habríamos deseado hacer grabar con bien marcados tipos en su carátula; esto es, un facsí- mil de lo que en California, en la Australia i en la Nuev^a Zelandia constituye la base, el título, la lei, el amparo, la riqueza, la vida en fin i la

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fortuna ele la esplotacion del oro, todo lo cual consiste en una pequeña tira de papel de oficio o pergamino que vale 5 pesos cada año, i diria así testualraente, aplicándolo al mas vecino distrito de faenas de oro de la capital i al hombre que por su desinteresado entusiasmo mereciera tener en- tre nosotros el primer puesto en las filas de los ci- vilizadores de Chile por el oro:

LA E. DEL O. 67

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(1) El ofijinal en inglés qiK? nos ha servido para redactar el anteiio foi'mnlario con alguna licencia (como que es tal) pertenece al apveciabit cabaUiTO italiano don Arístides Cattabcui, antiguo njiuero libre de I;: Nueva Zelandia i dice testualmcate at,í;

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EPÍLOGO

«Articulo I." Se establece en Santiago una sociedad bajo la denominación de «So- ciedad Nacional de Minería».

»Art. 2.'' La Sociedad tiene por objeto el fomento i progreso de la minería.

»Art. 3.** La Sociedad, tan luego como el cutado de sus recursos lo permita, fundará escuelas especiales, laboratorios de quími- ca analítica i colecciones de todos tos mi- nerales conocidos.

»Art. 4." Ejercerá igualmente su acción por medio de la prensa por publicaciones periódicas, promoviendo congresos de mi- neros e industriales; estableciendo rela- ciones con sociedades o corporaciones es- tranjeras para el cambio recíproco de co- nocimientos, i propagando, en fin, los me- jores i mas nuevos sistemas de esplotacion i beneficio de las materias que son objeto de la industria,

( Estatutos de la dSociedad Nacio7ial de MineriaTü, noviembre de 1881).

I.

Estraño parecerá sin duda a muchos, que un li- bro tan llano como el presente, tan escaso de emociones como nutrido de números, humilde i prosaico como un risco de escasa lei, alcance los honores de un epílogo. Pero fuera de que el oro

453

ha dado oríjen a mayores dramas que la mujer, desde Colon a Humbold, desde Jason al capitán Sutter, desde Cagliostro a Parafí", lo cierto es que, tal como ha nacido en tosco pañal, la obra que hoi entregamos al público ha tenido sin esfuerzo epílogo, i por esto lo colocamos aquí, ensanchando- en unas cuantas líneas el márjen de la tela orijinal sobre la cual el bosquejo habia sido diseñado.

Ese epílogo está contenido en las pocas líneas que a su frente hemos puesto por epígrafe; pero no podemos menos de agregar el acta de instala- ción preparatoria de una sociedad llamada a pro- ducir para la industria minera en Chile los mismos opimos frutos que hoi rinde a su labranza la So- ciedad Ncicional de Agricultura. Esa acta dicQ así:

«PRIMERA REUNIÓN DE LA JUNTA ORGANIZADORA

)) Convencidos los que suscriben de la necesidad i conveniencia de organizar una Sociedad Nacio- nal de Minería que propenda al desarrollo i fo-. mentó de los intereses mineros,

)) Acuerdan:

)) Constituirse en junta a fin de trabajar en la realización de aquel propósito. Al efecto se convo- cará a una reunión a todas las personas que resi- diendo en esta ciudad, tengan interés en la indus-

451

tria minera, i se solicitará la cooperación ele todos los mineros de la república.

»Los señores Francisco Gandarillas i Agastin Nazario Elgiiin, nombrados secretarios de la Jim- ta, quedan encargados de ejecutar i transcribir sus acuerdos. Santiago, noviembre 17 de 1881.

dA. Sassi. Telésforo Andrada. José de Bes- paldíza. Lorenzo Elguin Bodríguez. Agustín Nazario Elgain. Washington Lastarría. Na- zario Elguin. Francisco Gandarillas. A. 2." Sassi. J. M. Ovalle O. Alberto Gandarillas. P. N. Videla. F. L. Luco. J. Francisco Bivas. Ramón F. O valle. N. González Julio. J. An- tonio Tagle A. Alejandro Pérez. Francisco de P. Pérez. ^

II.

Acompañan a estas albricias de una nueva edad para la minería en Cliile las siguientes importan- tes i eficaces reflexiones de uno de sus promotores i secretario que nosotros no podemos menos de acojer en un libro que se titula La edad del oro, metal matriz i tipo de todas las riquezas que las entrañas de la tierra rinden al esfuerzo humano.

«Se trata, dice el señor Francisco Gandarillas, en una carta a «La Época» del 25 do noviembre (que es la fecha en que escribimos) se trata de organizar una Sociedad Nacional de Minería, que

'' 455

fomente i vele por el progreso do esta industria, tan principal e importante en nuestro organismo económico.

((Queremos que la minería, imitando a la agri- cultura, que ha sabido ser mas previsora i que ha comprendido mejor, que la unión es la fuerza, tenga la posición social que le corresponde.

))La Estadística Comercial correspondiente al año último manifiesta que, mientras la esporta- cion de productos agrícolas solo ha ascendido a poco mas de once millones de pesos, la esporta- cion de productos de la minería, comprendiendo en ella todas las industrias estractivas, supera de treinta i siete millones de pesos.

5)Este solo dato bastarla para manifestar la im- portancia i el desarrollo que esta industria tiene i puede alcanzar en Chile.

^Nuestro pais es, sin duda, el mas rico de la tierra en productos minerales, i son muchos los que viven en él sin saberlo, como aquel ciudada- no que, ya viejo, vino a caer en que hablaba en prosa.

))Sin embargo, no hái intereses mas mal com- prendidos ni peor atendidos.

3) Desde que se constituye la propiedad de la mina hasta que el producto se embarca en nues- tros puertos para ir a cambiarse al estranjero, to- do es dificultades i gabelas.»

450

III,

Ocupándose en seguida de nuestro pequeñísi- mo proyecto presentado al Senado en agosto últi- mo, base orijinaria i casi esclusiva de este libro, el autor de las consideraciones anteriores, lo aco- je también en justicia con las palabras siguientes:

«A muchos de estos males se ha tratado de po- ner remedio inútilmente, i penden ante la consi- deración del Congreso algunos proyectos tendien- tes a ese fin.

5)E1 último talrez es el del honorable senador por Coquimbo, para hacer posible la esplotacion de los lavaderos de oro por los métodos hidráuli- cos modernos. Este proyecto, defectuoso i deficien- te como es, a nuestro juicio, porque se preocupa mucho del oro i nada del agua para lavarlo, po- dria servir siquiera para iniciar una verdadera re- forma.»

Aceptamos con verdadera satisfacción los cali- ficativos de «defectuoso» i «deficiente» del proyec- to senatorial de agosto, puesto que es lo mismo que el proyecto dice, limitándose al escliisivo pun- to del trabajo libre en la Araucania que era todo el alcance que por entonces la idea tenia.

Hoi vemos con sincera satisfacción que la idea innata crece, se desarrolla i brilla. I al tomar no- ta de tan consolador progreso, nos enorgullece-

457

mos de haber puesto el primer adoquín en la an- cha via, el primer pilar bajo la bóveda de la ina- gotable mina, la primera tenue lumbrera al sol del aspa, por la cual será dable penetre a los ricos planes i lavaderos del futuro, la luz de la reforma que es mas poderosa i mas fructífera dentro de las entrañas de la tierra que el brillo fugaz de la pólvora i el esparcimiento de sus es- f^^mbros en las canchas...

El autor.

Santiago, noviembre 25 do 1881.

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LA E. DEL O. 58

ANEXOS. I.

DISCUSIÓN HABIDA KN EL SKNADO CON MOTIVO DE I.A ArilOBACION EN

JENERAL DF.L PROYECTO QUE SIRVE DE BASE AL PKESENTK LIBKO,

JiN LA SESIÓN DE AQUEL CUERPO CORRESPONDIENTE AL

2-1 DE AGOSTO DE 1881

El señor Vicuña Mackenna. Hai. en la carpeta del señor Secretario un proyecto que tuve el honor de presentar hace algunos dias, tendente a regularizar la esplotacion de los ya- cimientos de oro en el territorio de Arauco.

Como sobre esta misma materia existe en Comisión otro proyecto análogo, pedirla que el mío pasara a esa misma Comisión.

El señor Presidente. Pero, como Su Señoría sabe, no se puede pasar un proyecto a Comisión antes de su aprobación en jeneral.

El señor Vicuña Mackenna. ^Nli objeto, señor, os pedir la ¿discusión jeneral.

El señor Presidente. En discusión jeneral el proyecto.

Se leyó la moción del señor Vicuña Mackenna, pMicada 'Cn la sesión de 11 de julio del presente año, moción que tiene por objeto regularizar la esplotacion de los yacimientos aurí- feros de la Araucania.

El señor Vicuña Mackenna. E?te proyecto, señor, corres-

459

ponde a una verdadera revolución industrial, que se ha ope- rado, desde hace treinta aiios, en las naciones productoras de oro.

Persiguiéndose en los tiempos de la colonia en América- casi esclusivamonte el beneficio de las minas de oro, la lejis- lacion se vio obligada, atendiendo a la escasez de conquista- dores que entonces poblaban el continente, a otorgar grandes porciones de tierra aun mismo individuo, para que esplotara esos yacimientos. De ahí venia que un simple individuo era dueño de grandes porciones auríferas, para esplotarlas sin otro medio que el sudor i la sangre de grandes manadas de indios, que trabajaban como esclavos.

Ese trabajo manual ha desaparecido junto con la población indíjena, i el progreso de la ciencia i de las industrias lo ha remplazado por los grandes descubrimientos modernos de la hidráulica i del vapor que han transformado esas faenas.

Ya que el Gobierno está resuelto a solucionar la cuestión de la Araucania, sometiendo definitivamente aquel territorio al imperio de nuestras leves, se hace indispensable dictar una lei sobre minas, que no sea como la que rije en la parte ya esplotada.

Ya la lejislacion vijente ha principiado a dar en Arauco el resultado que ha producido siempre en la primera época del descubrimiento de un gran mineral, resultado que producirá siempre, mientras tenga por base el derecho que concede a un solo individuo, para denunciar a titulo de descubridor dos pertenencias, i en seguida, a nombre de un hijo, de un ami- go, etc., otras tantas pertenencias. Ese resultado es que una sola persona se hace dueño de una comarca entera, con grave perjuicio de la riqueza pública i privada, porque naturalmen- te no puede espío tari a toda.

Es, pues, indispensabla cambiar la base de la lejislacion, tanto mas cuanto que Arauco fué en el pasado la provincia verdaderamente productora de oro, como lo prueba el hecho do haber habido una casa de moneda en Osorno, i hai autores

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que sostienen que había otra en la Imperial. Es posible quo con la ocupación total i pacífica vuelvan aquellos descubri- mientos. Ya, según parece, se han principiado.

En fin, señor, la idea jeneral del proyecto es esta: ¿convie- ne ensanchar la esfera del trabajo en los placeres de oro de la Araucania, o nó? Si el Senado cree que conviene, apriie - ba en jeneral el proyecto para pasarlo a Comisión, donde re- cibirá las variaciones a que so preste; porque en realidad el proyecto no hace mas que apuntar una idea, calcada de lo que pasa en California i Australia.

El señor Matiii. He pedido la palabra únicamente para hacer una reserva de opinión, que talvez puede llegar a ser enteramente opuesta a la solución que propone el proyecto.

Aceptando que la materia sobre la cual versa este debate es una de aquellas que deben sufrir alguna modificación, daré mi voto a la aprobación jeneral del proyecto; pero anticipo desde luego que ni sus disposiciones, ni las razones en que el Honorable Senador por Coquimbo lo ha apoyado, me parecen de acuerdo con nuestra lejislacion, ni con las costumbres de nuestra sociedad.

Precisamente, uno de los principales defectos de nuestra le- jislacion minera es la poca protección que presta al descubrí- dor. A mi juicio, los privilejios del descubridor deben ser mui verdaderos i positivos, i precisamente es esta aspiración la que tiende a contrariar el proyecto casi por completo.

Noto, por otra parte, que algunas de las disposiciones quo contiene, como la del art. 10, por ejemplo, son inútiles, dada nuestra lejislacion vijente, porque son disposiciones que están no solo en el Código de Minas, sino en el Código Civil.

Se votó ün jeneral el proyecto, en la intelijencia de que de- bía pasar a Comisión i fué aprobado j^or unanimidad. (1)

(1) Hai en esta parte un pequeño error en la redacción oficial del Bole- tín del Senado publicado en el /J/ario O/íCí'aí el 24 de setiembre de 1881* Propiamente no hubo unanimidad, porque hubo un voto en contra, i este fué el del spuor Cuadro.?, senador suplente por Coquimbo i minero del ^'ürtQ.

401

II.

EL OUO DE LA MONTAÑA NEGRA I EL ORO DE ARAUCAKIA.

(Cartas cambiadas entro el señor F. Oval le Olivares ¡ el autor en setiem- bre de 1881, con motivo de la discusión i aprobación en jeneral del proyecto de lei del último sobre reformas del Código de Minas con re- lación al oro de la Araucanía.)

Mineral de la Montaña Negra, setiembre 6 de 1881. Seiíor don Benjamin Vicuña Mackenna. Estimado señor:

El puesto que Ud. ocupa en el Senado, su prestijio de escri- tor i el interés que ha manifestado por defender los derechos del pueblo, me obligan a dirijirme por la prensa, ya que no rae es posible contestarle en la Cámara, a fin de hacer luz sobre los antecedentes que han servido de base al proyecto sobre «yacimientos de oro en Arauco», presentado por Ud. al Senado.

Ud., por segunda vez, en presencia del Senado, ha asevera- do «que un solo individuo ha llegado a denunciar en Arauco comarcas enteras.»

Para los que no conozcan las disposiciones vijentes del Có- digo de Minería; para los que no conozcan la tramitación obli- gada que los jueces de letras de la República están obligados a dar a toda solicitud o petición de minas, llegaría a creerse que, en el juzgado de Lebu, por una escepcion, se habían he- cho concesiones indebidas, otorgando a un solo individuo va- rias pertenencias mineras, con perjuicio de los demás.

Hai, pues, un deber de mi parte en manifestar al país i a las personas ilustradas la manera i forma cómo he llegado a ad- quirir las pertenencias mineras que poseo. El procedimiento que he seguido es el mismo que Ud. conoce i que se ha adop-

4G2

tado en Catapilco, Llampaico, Marga-Marga, Las Dichas, Ni- blinto i (lemas asientos mineros donde existen lavaderos de oro.

El articulo 24 del Código de Minería dice testualmente lo que sigue: «Fuera do los casos i personas espresamente es- ceptuadas en la lei, nadie podrá adquirir, a título de descu- brimiento o denuncio, mas de una pertenencia sobre una misma veta o corrida, pero cualquiera persona hábil puede adquirir por otros l'üulos las que quisiere, sin lirailacion alguna.^

Esto último os precisamente lo que ha sucedido en los la- vaderos de oro de «Montaña Negra». Llegué a este mineral uno de los primeros. Llegué con capital, con i conciencia propia, con la esperiencia que puede adquirirse en 25 años de estudios i esploraciones. Con la voluntad inquebrantable de esplorar i trabajar al amparo de la lei i de las garantías que la Constitución del Estado otorga a todos los ciudadanos.

Tuve en la importancia del descubrimiento, tuve confian- za que en mi paí.s debia al fin imperar el orden i ampararse a los hombres honrados i laboriosos, i fué por eso que en medio del desorden de los primeros tiempos i de la lluvia de balas que silbaban sobre nuestras cabezas, llamé a los primeros des- cubridores de la quebrada Fortuna, señores Juan de Dios i Sebastian Novas, José Candelario San-Martin i Maximiano Acevedo i les propuse comprarles sus derechos al descubri- miento. Ellos aceptaron gustosos, i tanto mas desde que una partida de aventureros, invocando las teorías del libre apro- vechamiento, avanzaba en pos de los descubridores, hasta arrebatarles su descubrimiento. De esta manera he llegado a ser dueño del primer descubrimiento titulado «La Fortuna.»

Viendo que el descubrimiento hecho era una pequeña mues- tra de la riqueza que debían encerrar estas comarcas mal esploradas, formó con los mismos descubridores señores Novas i varios amigos animosos i entusiastas una sociedad minera que se llama «Francisco O valle i C.S, sociedad por la cual mo obligué a suministrar los capitales necesarios para las espío-

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raciones i esplotaciones miner.is, contribuyendo, ademas, con mis estudios i dirección personal de la negociación, de la cual era el socio jerente. En compensación, tomé el 50 %. El resto lo dividí entre mis asociados.

Bajo estas bases i ayudado por mis socios, machete en mano i el barro hasta la rodilla, abriéndonos paso a través de raon i tañas impenetrables, llegamos a descubrir los importantes minerales que se llaman «El Carmen o California», «San Ben- jainin», «Lancoten» i «Santa Rita».

Los partidarios del libre aprovechamiento, sin querer reco- nocer la propiedad minera, llegaron a adueñarse d.j varios puntos de nuestros descubrimientos. Ha sido necesario soste- ner verdaderas luchas: i si no ha habido desgracias que la- mentar, ha sido porque hemos tenido la rara paciencia de de- jarnos arrebatar mas de doscientos mil pesos en oro a trueque de evitar conflictos. Hemos podido defender a viva fuerza nuestras propiedades; pero hemos preferido, por respeto a la lei i por la moralidad del pueblo, recurrir siempre a las au- toridades, pidiendo el castigo de los culpables.

En los primeros tiempos hubo varios señores que nos enta- blaron juicios alegando derechos a los descubrimientos Fortu- na i California. Como un medio pacífico de zanjar las dificul- tades, les propuse someter la solución de las cuestiones a la decisión de un juez arbitro. El señor don José Benitez, juez letrado de Yumbel, fué designado por mis contendores como juez arbitro, con facultades amplias; nombramiento que acep- té gustoso, pues se trataba de un intelijente i honorable fun- cionario. La resolución del juez compromisario me fué favora- ble, tanto en el descubrimiento Fortuna como en el titulado California. El señor Washington Lastarria, injeniero del go- bierno, fué encargado de mensurar i entregarme uno i otro descubrimiento. Las actas de mensuras se encuentran inscri- tas en el rejistro del conservador de minas del departamento de Lebu, todo lo cual puede certificarlo el escribano de minas señor Saavedra. Las demás pertenencias mineras que la socio-

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dad F. OvalL) i C.^ ha comprado a varias personas han sido también mensuradas por el injeniero don Carlos hyná i las actas de mensura se encuentran inscritas en el rejistro res- pectivo.

Esta ha sida, señor Vicuña Mackenna, la historia del des- cubrimiento de los lavaderos de oro de Montaña Negra i el procedimiento que hemos adoptado para adquirir nuestras pertenencias mineras. Si nuestros títulos no están ajustados a la lei; si alguien se cree perjudicado, puede ejercitar su derecho ante los tribunales do justicia. Yo, acatando sus fa- llos, entregaré todas i cada una una de mis pertenencias al que la Corte de Concepción declare ser dueño. Mientras tan- to, firme en mi derecho, i en la legalidad de mis títulos, segui- ré trabajando con actividad en las diversas faenas que tengo implantadas. I si he hecho, para algunos, la calaverada de sacrificar mi salud, mi tiempo i mi dinero, en adquirir varias pertenencias mineras, es porque creo que en Chile, i especial- mente en la Araucania, apesar del fracaso de las empresas de Catapilco, Llampaico, Niblinto i otras, es posible esplotar con ventaja sus ricos minerales i lavaderos, con buena admi- nistración pública, i con trabajos bien meditados i organiza- dos.

Espero que andando el tiempo se me hará justicia i mis es- fuerzos serán apreciados debidamente por los hombres de Estado, por la jente ilustrada i por los hombres de la ciencia. El' provecto presentado por Ud. al Senado, manifiesta: «que los privilejios que la lejislacion española concedía al descu- bridor eran escesivos» i trata, en los lavaderos de oro, de li- mitar la estension de las pertenencias.

Por mas trabas que se ponga en la lei, por mas que se limi- te la estension de la propiedad minera, dados los adelantos de la ciencia, ellas serian impotentes a detener el espíritu do empresa, la inversión del capital, i la asociación que pudieran hacer varios individuos para csp'otar o ejercitar cualquier acto traslaticio de dominio.

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El minero, como todo industrial, busca la solución de un problema, i una vez resuelto; tiende a asegurar en todo o par- te el resultado de sus esfuerzos i sacrificios.

¿Qué capitalista, qué esplorador serio habria que basase sus combinaciones en pertenencias mineras d(i la estension que Ud. señala? Los trabajos de esas pequeñas pertenencias volantes serian trabajo de pirquen, que no darian otro resul- tado que destruir o inutilizar importantes minerales, como ha sucedido con los miles de minerales que liai ea la República, aterrado^ i llenos de agua.

Permítame, señor Vicuña, ocuparme por un momento del minero descubridor, de ese elemento absorbente que, según üd,, priva a los demás de las riquezas destinadas a la comu- nidad. Para mi, como para los lejisladores españoles que san- cionaron la Ordena,nza de Nueva España, el descubridor es un ser benéfico, abnegado, el hombre de acero, que mientras sus amigos de ciudad se calientan al calor de la chimenea i apuran la copa de champaña en amorosas libaciones, él, intré- pido, a pié, sin mas elemento que su herramienta, un pedazo de pan i un poco de agua, se lanza al desierto, a las nieves perpetuas, a las montañas, a arrancar a la naturaleza sus se- cretos i a desafiar la muerte a cada paso. El transita por un témpano de hielo, socavado por los vapores de una solfatara; él pasa por un vertijinoso precipicio, la tempestad, la nieve, la lluvia, el sol, el frió, el hambre, la miseria, en fin, conclu- yen por conducirlo de un hospital al sepulcro. La riqueza soñada apenas ha alcanzado a acariciar los sueños de su fan- tástica imajinacion.

El descubridor es casi siempre el simpático roto, el hijo del pueblo, destituido de fortuna, falto de ilustración, que fiado en su fuerza moral i en la potencia de su brazo, busca el pan i el de sus hijos en apartadas rcjiones, donde los hombres re- galones no se atreven a llegar. Su fortuna tiene el orgullo de estraerla de las entrañas de la tierra i no de las lágrimas ni de las luchas de sus semejantes.

LA- E. DEL o. 59

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I si esto sucede, ¿por qué no premiar el esfuerzo individual la abnegación i el patriotismo? ¿Por qué igualar al deacuhridor con el ocioso, que con manos limpias viene a aprovecliarse del resultado, quizá, de 30 años de estudios i sacrificios?

Si hai alguna profesión que demande mayor fuerza de ima- jinacion, mayor fuerza material i moral, es la noble profesión del minero descubridor. En todo país culto, agradecido, justo apreciador de los méritos individuales, deberla al minero des- cubridor concedérsele, a mas de sus pertenencias mineras, una distincio'j especial, según fuese la importancia de su des- cubrimiento.

I tan cierto es que el noble sentimiento de la gratitud se encuentra arraigado en los grandes pueblos, que en la pro- vincia de Atacama, a la cual tengo el honor de pertenecer, en la ciudad de Copiapó, bai una estatua erijida en memoria del descubridor de Chañarcillo, Juan Godoy, estatua que el hombre de ciencia, el chileno agradecido, el estranjero, saluda con cariño i respeto, contemplando con asombro al compañero de labor de Abraham Lincoln.

Pero, volvamos al mineral «lavaderos de oro de Montaña Negra» que tanta bulla ha despertado i que ha merecido los honores de un proyecto de lei presentado por Ud. al Senado. ;Qué mas tiene este mineral que el de Catapilco que Ud. co- noce i cuy¡i colosal riqueza describió hace años? Recuerdo que en su descripción decia: que habia mas oro en el trayecto de un socavón, que en todo el Banco de Londres. ¿Qué se ha hecho esa colosal riqueza? ¿Dónde están esos jeni^s j'ankees que venían a abrirnos los ojos i a enseñarnos a trabajar? ¡Ilu- (Siones de la imajinacion, sueños fantásticos que han tradu- cido en una pérdida de mas de 200,000 pesos. La verdad es, «cñor Vicuña, que el papel aguanta todo i que es necesario pensar mucho, antes de dar una opinión, sobre asuntos que no se conocen.

Tongo profunda segundad que dados los hábitos de nuestras clases trabajudoia^, la insoguridnd que reir.a en los campos i

4G7

rej iones apartadas, la indolencia do los gobiernos, i la lentitud? de los procedimientos judiciales, aprobado el proyecto de Ud, el dia que se descii!)riera un rico mineral se convertirla en un campo de batalla, donde no escasearían ni los heridos n^ los muertos.

Creo, señor Vicuña, que la lei actual podría modificarse con ventaja oyendo la cpinion de los mineros prácticos, asociados a los jurisconsultos mas distinguidos i al dictamen de injenie- ros competentes. Yo estoi cierto que ello modificarla en parte sus ideas, i con sus luces i su entusiasmo ayudarla a hacer una obra de vital importancia para el p;i¡s.

Entretanto, le saluda afectuosamente su atento S. S.

Francisco Ooalle Olioare^.

(contestación.)

Santiago, setiembre 15 de 188Í. Señor don Francisco Ovalle Olivares. Mi estimado amigo:

He leido con verdadero placer la interesante carta que se ha servido usted dirijirme desde la «Montaña Negra» con fe- cha 6 del presente i que da a luz Et Ferrrocarril de hoi.

Antes de todo, permítame desvanecer un error que mi sin- cera estimación por usted no me consentirla dejar establecido.

Juzga usted qi:e e/itre los antecedentes que motivaron la moción que presenté al Senado sobie el oro de la Araucanía figuraban los importantes descubrimientos i posiciones adqui- ridas por usted en la Montaña Negra, i cuya franca i varonil historia usted nos traza.

Este es un error.

La base única de mi moción, aprobada ya en jeneral por el

Í6S

Senado, no es osa cuestión individual en la que cabe a iistiíd indisputable honra, sino los proyectos de pacificación i ocupa- ción total del territorio araucano desde el rio Traiguén hasta la laguna i ciudad arruinada de Villa-Rica.

He creido (i usted concluye por darme razón sobre este par- ticular en su carta) f^ue la lei actual sobro yacimientos de oro es estreclia, deficiente i tiende a estarilizar el trabajo pro- ductor del minero, esponiéndoio a caer en el monopolio o en las trampas de las sociedadf s anónimas di; minas, que tanto daño han hecho a nuestro país desde Caracoles a ParaíF.

Pero he estado tan lejos de atacar los derechos tan animo- samente adquiridos por usted, que he esceptuado esplicitaynen- ie del sistema que propongo, no solo la montaña que usted posee, sino toda la zona occidental da la cordillera de Nahuelbu- ta, de la cual aquella es una rama o espolón. Conozco lo sufi- ciente el derecho para saber respetar todo título lejítiraamente adquirido, i aprecio tanto como usted el mérito i aun la gloria del desculK'idor para vulnerarla, en lugar de ofrecerle estí- mulo.

Por consiguiente, los ricos yacimientos de Ja Montaña Ne- gra i todos los que estén ya en posesión de descubridores parti- culares, deb.^n, a mi juicio, dejarse incólumes, i esto es precisamente lo que he solicitado en la moción a que usted alude. ^-Pero no cree usted necesario, indispensable, absoluta- mente indispensable al mismo tiempo, que se declare el Esta- do absoluto dueño de todas las comarcas auríferas que nue.s- tras armas van a devolver por la segunda vez a la civilización, al capital i a la intelijencia? ¿No declara usted mismo, en su carta que contesto, que se ha visto forzado a dejarse robar m-'is de doscientos mil pesos en oro dentro de las pertenencias f^ue le ha otorgado la lei? ¿I no es esto una prueba flagrante <le que la lei actual es incompleta i desigual, que no establece la verdadera protección del descubridor i menos del trabaja- ■doi' suelto? Luego hai un punto en el que estamos completa- mente de acuerdo; i es el de que la lei actual es mala i nece-

4G9

sita una reforma radical, porque si es ineficaz para asegurar la propiedad i la esplotacion es una pequeña comarca cerno la de la Montaña Negra ¿cuánto no habrá de serlo cuando tenga su aplicación a un a comarca vírjen i tan estensa como la de la Araucania?

I en otro sentido, ¿no juzga Lsted que abolidas las enea' miendas, que eran la servidumbre perpetua del indio lavador de oro para el conquistador, es preciso introducir un nueva sistema de esplotacion jeneral?

aqui toda la cuestión que jo he sometido al Senado, co- mo una simple base, sin prejuzgar nada i solo como uua evo- lución económica i social del porvenir, que puede ser de gran trascendencia para el país i sus clases trabajadoras.

Yo parto de la impresión jeneral justificada por la historia i por la formación jeolójica de la Araucania, (tan semejante a la. de la Alta California), de que en ese territorio hai grandes riquezas auríferas; i a este prop'sito estoi preparando un fo- lie to demostrativo, con documentos inéditos sacados de nues- tros archivos i aun de las casas de moneda de Santiago i Po- tosí, para manifestar lo que racionalmente debe esperarse de la ocupación araucana bajo el punto de vista especial de la producción del oro.

I en ese mismo trabajo espero demostrar que lo que dije o presencié de la antigua riqueza de Catapilco, Llampaicoi otros parajes del norte, es una verdad histórica i un problema de actualidad, que Ud. cree ya resuelto, pero que no lo está ni con mucho todavía.

El verdadero enigma para esas zonas no es el oro: es el agua I como este elemento sobra en la Araucania, queda des- cartada una de las grandes dificultades del probL^ma.

Por lo demás, al decir de Ud. en su párrafo final que la lei actual es susceptible de una útil reforma mediante la acción combinada del hombre práctico, es decir, del minero i del le- jislador, dice exactamente lo que yo establezco en mi proyec- ta A la verdad no tiene aquel mas alcance,* como lo espresa

470

terminantemonto oii su preámbulo, que provocar una discu- sión i una solución satisfactorias para el pais; i esto es lo que veo con verdadera sati.sfaccion que comienza a suceder.

La publicación del folleto o libro (porque no todavía lo que será, pues me ocupo en acopiar los materiales) a que he aludido, avivará talver. esa discusión, i al fin todos llegaremos a enten lernos en bien del pais i de la comunidad, noble pro- I'ósito que a usted alienta i del cual yo mismo he podido dar testimonio respecto del jeneroso patriotismo que a usted ani- ma mientras fui intendente de Santiago i presidente de la So- ciedad Protectora.

Resiablecida la discusión en sus verdaderos propósitos i putitos de mira de interés jeneral, me es grato quedar a sus órdenes i suscribirme su afectísimo amigo.

Btujaiián 'Vicuña Mackenna.

III.

Razón del oko comimiauo i rtjXDiDo ev la casa de moneda le

SANTIAGO DURANTE EL TKIBNIO DE 1879,80, 81, O.vj ESI'EOII'ICACIGN IJE SU PESO, PROCEDENCIA I ESTADO EN QUE FUÉ ADQUIRIDO, SEGÚN DATOS SUMINISTRADUri POR LA OFICINA DE ENSAYES DE ESE E8TAULECI- MIENTU.

Año 1879. -Ovo fiuidido en la casa de Moneda de Santiago perteneciente a particulares..

úgs.

Gramos.

Procedencia

39

839

Santiago

10

065

»

g

569

»

2

888

»

4

470

>>

10

085

>

7}

500

Valparais

Estado del oro.

En chafalonía

En barras

Eu pellas

En polvo

En monedas de $ 1 i 2

En monedas estranjeras

Eu polvo

471

Ülóg8.

Gramos.

Procedencia.

Estado del oro.

3

179

» '

En pellas

4

705

»

En barras

1

000

»

En chafalonía

3

844

Talca

En pellas

1

478

»

En polvo

0

888

»

En barras

0

478

»

En chafalonía

12

313

Tiltil

En pellas

9

152

Illapel

En polvo

2

723

»

En pellas

4

923

»

En barras

8

040

Llampaico

En polvo

G

592

Petorca

En polvo

3

80G

Andacollo

En polvo

2

589

Rancagua

En pollas

2

487

Itata

En barras

1

943

Freirina

En pellas

1

758

San Felipe

En polvo

0

529

»

En chafalonía

0

742

Hualleco

l{n polvo

0

501

Lsbu

En polvo

0

803

Constitución

En polvo

0

315

Yumbel

En polvo

0

492

Maipo

En pellas

2

042

Limadle

En pellas

0

543

Catapilco

En polvo

0

612

Casuto

En polvo

0

175

Ocoa

En pellas

0

262

Ligua

En barras

0

337

Niblinto

En pellas

0

431

Perú

En chafalonía

156

360

472

Año 1880. Oro fundido en la casa de Moneda de Santiago perteneciente a particulares.

lógs.

Gramos.

Procedencia.

Estado del oro.

17

121

Santiago

En chafalonía

1

195

»

En pellas

2

540

»

En barras

5

245

»

En polvo

22

980

Valparaíso

En polvo

14

187

»

En barras

4

976

»

En pellas

0

444

»

En chafalonía

6

983

Chilenos

En monedas de $ 1

o

18

273

Estranjeros

En monedas

14

537

lUapel

Es pellas

10

119

»

En polvo

5

978

Tiltil

En pellas

1

198

»

En polvo

9

669

Petorca

En polvo

0

427

»

En pellas

7

308

Llarapaico

En polvo

4

813

Rancagua

En pellas

4

407

Catapilco

En polvo

9

745

AndacoUo

En polvo

3

695

Talca

En pellas

0

819

»

En chafalonía

0

820

»

En polvo

3

774

I tata

En barras

0

985

Concepción

En polvo

0

680

San Felipe

En chafalonía

1

310

Lebu

En polvo

0

629

Ocoa

pellas

0

451

Colchagua

En polvo

473 -

Kilógs.

Gramos.

Procedencia.

Estado del oro,

1

607

Curicó

En

barras

0

815

Ligua

En

polvo

9

352

Melipilla

En

pullas

1

734

Casuto

En

polvo

1

516

Ovalle

En

polvo

3

734

Bolivia

En

polvo

1

087

Maule

En

polvo

186

153

Año V^^X.— Oro fundido en la casa de Moneda de Santiago 'perteneciente a particulares.

ilógs.

Gramos.

Procedencia.

Estado del oro.

0

025

Santiago

En chafa onía

3

065

»

En polvo

1

420

»

En barras

31

880

Valparaíso

En polvo

15

215

»

En barras

8

808

»

En pellas

1

083

»

En chafalonía

7

592

Chilenos

En monedas de %

1 i2

5

275

Estranjeros

En monedas

22

828

Lebú

En polvo

5

349

»

En barras

<> t >

054

Tiltil

En pellas

2

214

»

En polvo

8

731

Illapel

En pellas

0.

308

»

En pdlvo

5

230

Nibrnto

En pellas

2

307

AndacoUo

En polvo

1

992

I tata

En barras

LA

E. DEL 0.

co

474

Kilúgs.

Graniüs.

Procedencia.

Estado del oro

1

355

Huasco

En barras

071

Talca

En barra.i

1

647

»

En pellas

1

000

»

En polvo

0

076

Rancagua

En pellas

0

220

En polvo

0

254

Roble

En pellas

2

174

Pe torca

En polvo

1

150

Copiapó

En barras

1

236

San Felipe

En pellas

139 159

Casa de Moneda, octubre 1." de 1881.

Nota. La suma de ciento treinta i nueve quilogramos cien- to cincuenta i nueve gramos representa el oro fundido hasta el 1." de octubre, es decir, en nueve meses del año presente.

RESUMEN POR LOCALIDADES EN LOS TRfCS AÑOS DB

1879, 80 I 81.

fH)9.

tHHO.

IH^I.

Total.

ks. gs.

Talca 5. 678

Tiltil 12. 313

Illapel 15. 799

Llampaico... 8. 040

Petorca 6. .592

Andacolio... 3. 806

Rancagua ... 2. 589

Itata 2. 487

o.

6.

24.

7.

gs.

334 176 656 308

10. 076

9. 745

4. 313

3. 774

ks.

5 4

2 2

O I

gs.

718 268 039

174 307

89(5 992

ks. ge.

13. 703

24. 057

64. 494

15. 348

18. 8.32

1.5. 858

7. 798

8. 253

475

IHÍ9. ISftO. lí»Hl. Total.

k^.

gs.

ka.

g«-

ks.

gs-

ka.

gs-

Fieiriiia:

1.

943

1.

943

San Felipe...

2.

587

0

680

1.

236

4.

503

Gualleco

, 0.

742

0.

742

Lebu

0.

501

1.

310

28.

177

29.

988

Constii,ucion

0.

803

0.

803

Yiimbel

0.

315

. . .

0.

315

Maipo

0.

492

0.

492

Limache

2.

042

...

2.

042

Catapilco....

0.

543

4.

407

4.

950

Casuto

0.

612

1.

734

. . .

2.

346

Ocoa

0.

175

0.

629

0.

804

Ligua

0.

262

...

...

...

...

0.

262

Niblinto

0.

337

7.

537

7.

874

Concepción ..

...

0.

985

...

0.

985

Colchagua ...

...

0.

451

...

0.

451

Curici'i

...

...

1.

607

...

...

1.

607

Melipilla

...

...

0.

352

...

...

0.

352

Ovalle

...

...

1.

516

...

...

1.

516

Maule

...

1.

087

...

1.

087

Huasco

Roble

...

1. 0. 1.

355 254 150

1.

0,

1,

355 254

Copiapó

150

RESUMEN.

ks.

gs-

1879 1880 1881

.. 155. .. 186. .. 139.

360 153 159

481.

672

176

IV.

EL ORO DE CHILE KAJO SU PUNTO DE VISTA CIENTÍFICO, QUÍMICO I JEOLÓJICO.

(Resumen escrito por don Alberto Mackenna para el presente libro.)

Lecho de los minerales i de los lavaderos de oro en Chile. *- Cómo se halla, el oro en la naturaleza. Lanaderos de oro en Chile. Producción de oro en Chile. Diversos sistemas de beneficio del oro que yju edén adoptarse en Chile. Memorias que con- tiene C07isulfar sobre el beneficio de minerales de oro. Memo- rias que seria útil consultar para tomar datos sobre el oro su- perjícial del terreno aurífero en California. Producción total de la plata i oro en el mundo, desde los primeros tiempos hasta fines de 1871.

I. Lecho de los minerales i de los lavader s de oro en Chile. Dice Domeyko que «el lecho de los minerales ele oro en Chile se halla en terrenos graníticos no estratificados, en las rocas que en jeneral constituyen la costa del Pacífico i la parte mas elevada de los Andes i que se conocen en la jeolojía bajo la denominación de rocas de solevantamiento, rocas de cristalización».

Los lavaderos de oro se hallan en los terrenos que provienen de la destrucción de los anteriores. (Domeyko.— Tratado de ensates, páj. 330. )

II. Cóino se halla el oro en la naturaleza. La mayor parte del oro que circula en el comercio proviene de lo** lava- deros de Estados Unidos. Rusia i Australia i la cantidad de oro que se estrae de las minas ha sido siempre insignifi- cante con relación a la del oro de los lavaderos.

De.spues del oro nativo los minerales mas abundantes son los metales de color de oro i los bronces de oro, en los que este metal está combinado en una forma no bien definida hasta hoi.

Los minerales de esta clase que dejan alguna ut'.lidad en

Chile tienen una leí de 20 a 30 centavos por cajón i en Rusia se esplotan iguales minerales con leí de 5 centavos i con nota- bles provechos.

Vienen en seguida los minerales de oro que dan unidades por ciento como es el teluro combinndo con oro que se ha en- contrado en Estados Unidos i Alemania, el paladio aliado con oro que se ha halbido en el Brasil i el rodio en combina- ción con el oro en Colombia.

Estos minerales tienen de un 2 a un 40 % de oro.

El oro se halla también en pequeña cantidad al estado de amalgama, aliado con la plata acompañando al estaño en te rrenos do Cornwall (Inglaterra) i con el iridio en Califor- nia.

III. Lavaderos de oro en Chile.— Lo^ lavaderos mas co- nocidos en Chile son los de Catapilco, Punitaque, Gualleco (Talca), Andacollo, Marga-Marga, Hierro Viejo (Petorca).

^<Es digno de notar, dice Domeyko, que aun en los paises donde las arenas auríferas se benefician en grande i producen riquezas inmensas, como por ejemplo, en los lavaderos de Ru sia, o bien en los del Brasil, la lei media de estas arenas no es mayor que la que se observa en Ch.i\e>-> .—(Tratado de ensayes, páj. 323.)

Es de advertir que la producción total de Rusia desde 1814 a 1860 ascendió a 582,885 kilogramos de oro, cayo valor al- canza mas o menos a 1 ,882.000,000 de francos. (Anales de minas. ISGl.)

IV. Prod'.íccion de oro en Chile. Al principio del siglo, la prciduccion anual de todas las minas de oro del mundo era de lOOjOOí^ marcos, en cuya producción Chile ocupaba el ter- cer lugar.

^<Eu efecto, dice Domevko, el Brasil era el país que al prin- cipio del siglo producía la mayor cantidad de oro (28,000 mar- cos); venia después Colombia i en particular Nueva Granada, cuya p:'üduccioii anual subía a 19 o 20,000 marco.s; i en Chile S9 estraian mas de 11,000 marcos anualmente, mientras ahora

478

la estraccion anual de oro de esta República apenas pasa de 3,000 marcos». (Tratado de ensayes, páj. 320.)

V. Diversos sistemas de beneficio del oro que pueden adop- tarse en Chile. Las máquinas para beneficiar los lavaderos de oro han llegado en Estado.^ Unidos a una perfección tal que se obtiene utilidad de ostraer el oro donde liai 10 centavos de este metal en una tonelada de tierra aurífera.

Respecto al beneficio de minerales, se puede practicar en Cbi- le ya por lavado i amalgamación, haciendo una calcinación pre- via con vapor de agua, como aconseja Rivot, o haciendo [asar el metal molido sobre un cilindro caliente como se hace en Boston, o ya empleando en el beneficio por fundición el plomo, para recojer el oro según se practica en los grandes estableci- mientos de Hungría, o por último, empleando el cloro como in- dica Plattes, lo cual ha dado buenos resultados en Alemania.

VI. Memorias que conviene consultar sobre el beneficio de minerales de oro. Beneficio de minerales de teluro on oro en el establecimiento de Boston, en Colorado (Estados Unidos.) [Anales de minas.— Año 1874 i 75.)

Nuevo sistema para tratar los minerales de oro i plata. M. Rivot. -'{Anales de minas. Año 1870.) (1)

Nuevo método para beneficiar las piritas i sacar el oro i la plata que contienen. —Anales de Química i Fisica. Año 1872, tomo 27.)

Nuevo método de ensaye i tratamiento de las piritas aurí- feras.— /. B. Boussingault. (Anales de minas.- Año 1827).

Viaje a Hungría, ejecutado e.n 1851 por M. M. Rivot i Du- chanez. {Anales de minas. —Año 1853.)

Nuevo método para separar el azufre i el arsénico do minH-

(1) Hablando Rivot (la primera lumbrera moderna de la MetaUírjia) de este procedimiento i del poco oro i plata ijue sacan en California por lo defectuoso de los procedimientos empleados, dice estas palabras.— «Estoi autorizado para pensar (jue el éxito completo de las últimas operaciones dará en un porvenir mui próximo un vuelo notable a la producción del oro i de la plata en América.»

4t0 ~

rales de oro. (Boletin de la sociedad de estimulo i. .iño 18G4.) Manera de operar el oro haciendo pasar el cloro por el me-

lal fundido. (Boletín de la sociedad de estímulos. —Año 1872.) Este procedimiento económico i rápido se emplea hoi en las

casas de moneda de Inglaterra i Estados Unidos,

VII. Memorias que conviene consultar para tomar datos je- uerales sobre la esplotacion del oro. -Metales preciosos. Sobre la producción i el consumo jeneral de los metales preciosos durante el período de 1857 a 1871. M.E. Roswag. (Boletin dr l'i sociedad de estímulos. Año 1874.)

Producción de oro i plata en Australia i Estados Unido.s, i datos sobre la producción total de oro i plata en el mundo, se encuentra en los Anales de minas.— Año 1868.

Minerales de oro en Italia i Escocia. (Anales de minas.-

1869.)

Minas de oro del Brasil. (Anales de minas, Serie l.% to- mo 2.", páj. 199.)

ViII. Superficie del ten-eno aurífero en California. La superficie de toda la zona de oro esplotada en 1863 ascendía a 19,000 kilómetros cuadrados i se hallan distribuidas estas mi- nas en una ostensión de mas de 130 kilómetros de largo sobre el curso de rios navegables como el San Joaquín i el Sacra- m.ento que conduce a la bahía de San Francisci>.

La facilidad de comunicación, la estraordinaria abundancia de agua i lo^, capitales hacen difícil que los terrenos auríferos •la Chile puedan dar los beivücios qn^ d-m In^ far-pno^ aurí- )-!ros de California.

En los lavaderos de oro la situación constituye la mitad de la riqueza, *

IX. Producción oiai de pial' fti el muiido desde

480

los primeros tiempos hasta fines de 1871 (1). En 1848, la producción total de metales preciosos era estimada en 30 mi- llares 152 millones de plata i 14 millares 426 millones de oro, sea en todo 44 millares 578 millones de francos. En esta suma están comprendidos como antiguos fondos, provinientes de los siglos anteriores al año 1500, 700 millones de plata i 300 millones de oro.

En 1857 encontramos la cifra total de 8 millares 174 mi- llones estraidos después de 1848, la cual se componía de 2 millares 170 millones de plata i 6 millares 4 millones de oro. Durante este periodo la producción de plata era constante i normal, pero la del oro habia llegado a ser estraordinaria; se elevaba en menos de nueve años a cerca de la mitad del oro que existia en 1848.

La Australia habia suministrado 1 miliar 695 millones; Ca- lifornia 2 millares 508 millones; Rusia G78 millones. En todo, 4 millares 781 millones de francos sobre un total de 6 milla- res 4 millones. El resto era la producción de diversos paises productores de América (Méjico, Nueva Granada, Estados Unidos, Perú, Bolivia, Brasil, Chile) sea 445 millones i a los diferentes centros europeos como 65 milloaes; a las i&las de la Garde i las Indias, 505 millones; i en fin a la costa de .Guinea i al resto del África, 108 millones.

Agregando las sumas de los dos períodos, el uno anterior a 1848 i el otro posterior a 1748, hasta 1857, se encuentra de la producción total en estj año la suma de 52 millares 761 millones, de los cuales 32 millares 331 millones en plata i 20 millares 430 millones en oro.

(1) Estos datos los ha tornado T. Roswai; de todas las publicaciones notables que se han hecho en cada país del muudo i es lo mas completo que se ha escrito sobro la materia. No estará de mas agregar que im mi- llar equivale a mil millones de francos, o sea a doscientos millones de pesoí fuertes.

481

La producción total de oro on el período de 1857 a 1871

es la siguiente:

ORO.

Mllrs. de fres.

California 2.241,150

Australia 4.491,275

Rusia 1.239,750

Paires americanos (Nueva Granada, Estados Unidos, escepto California, Perú, Bolivia, Brasil, Chile) término medio anual 49 millo- nes i medio 693,000

Europa. (Todos los países menos Rusia.) Térmi- no medio anual 7 millones i medio 101,500

Asia. (Islas de la Garde, Indias inglesas, Araw

<!tc.) Término medio anual 56 millones 784,000

África. (Costa de Guinea, Zanzibar Alto Ejipto, Kurdistan, etc.) Término medio 12 millo- nes 168,000

Total jeneral de la producción del oro 9.718,675

Como se ve, la producc'o.i total del oro en el período de 1857 a 1871 asciende a 9 millones %.

El fondo común habia subido durante este m'.smo tiempo de 3 millares 367 millones % de plata i de 9 millares 718 millo- nes de oro, en todo 13 millares mas o méno3, en un millar por año término medio. El oro representa los 74 o 77 % de esta producción (en números redondos los % ).

RESUMEN.

Mlh's. de frc3.

Total del oro estraido hasta el año 1857 20. 430 millones Oroestraido de 1857 a 1871 9.719

Total del oro producido 30. 149

LA E. DEL o. 61

482

MUrs. de fres

Total de la plata estraida hasla 1857.... 32. 331 millones

Plata estraida en el período de 1857 a

1871 3. 367 »

Total de la plata producida.. 35. 698 millones

Sumada la producción del oro i plata tendremos que la pro- ducción de todas las minas del globo asciende de 65 a 66 mi- llares de francos.

El oro representa el 45,58 %.

En 1856 el oro representaba solo el 38,7 %.

i^e 1856 a 1871 ha subido 6,88 % la producción del oro so- bre la de plata. Bulletin de la société cf encouragement. N.° 248. Métaux precieux. M. T, Roswag.

ÍNDICE.

Dedicatokia Páj. 5

Preliminar Páj. 7

CAPITULO I.

El oro de Chile en tiempo de los Incas

Los primitivos chilenos no conocían ni el uso, ni el valor, ni la esplota- cioa del oro. Arto que les enseñaron los peruanos i tributo que les im- puso el Inca Ideas de los peruanos sobre el oro. Lo usan solo corno ornamentación, pero no como medio de cambios Nociones de Garcilaso de la Vega. .\lmagro encuentra en Copiapó minas de oro científicamen- te trabajadas. En qué consislia el tributo de Chile. Derroteros fabu- losos sobre el rescate de Atahualpa en Chile. Vaso de oro hallado en Copiapó i regalado al presidente Prieto. Imponderable acumulación de oro hecha por los Incas, mediante la produeciou de las minas del Pe- rú i de Chile. Noticias de Cieza de León i de Gomara. La iiiaroma de Huáscar i la cadena de oro de los jesuitas de Santiago. Riíjuezas de los templos del Sol i de las minas de Carabaya. Ocultaciones de oro según fitarcilaso i otros antiguos cronistas. Comprobación atiténtica de las riquezas acumuladas en el Perú, mediante el rescate de Atahualpa, i su acta (le reparlirion Lo que cupo a Carlos V. i a Francisco Pizarro. Las riquezas del palacio de verano del emperador de la China en 1860, i los tesoros de Arjel i de Caxamarca. Comparaciones i anéc- dotas.— Verificaciones posteriores. Remates recientes de ofrendas de oro i plata del Perú en Londres Páj. 33

CAPITULO 11. El oro en Chile en tiempo de don Pedro de Valdivia

I. MARr.A-MAUGA.— II. QUILACOYA IIÍ. LA IMPKKIAL. IV. O.SORXO.

V. VILLAUHICA

El Adelantado don Diego de Almagro llega hasta el territorio de Casablanca i Mclipilla.— Oaisas verdaderas de su regreso al Perú. A pesar de que-

484 ÍNDICE

dar Chile «mal famado» por los de Almagro, conserva la tradición de su gran riqneza aurífeía, i esta es la que mueve a Valdivia i a sus compa- ñeros a emprender de nuevo el descubrimiento. Los primeros siete años de la conquista i sus miserias. Ardides de oro de que se vale Val- divia para traer .socorros. Las estriberas de Monroi i el sombrero de oro de Concón. Los ochenta mil dorados de Camacho. Descubrimiento de las minas de oro de Marga-Marga i su prodijiosa riqueza. La de- mora.— Cómo el oro comenzó a promover la emigración espontánea a Chile. Los primeros emigrantes del oro en Marga-Marga, según el contemporáneo Marino de Lovera. Cálcalo de lo que produjeron las minas de Marga-Marga basado en el incierto quinto del m.— La lejisla- oion del oro colonial. Primeros acuerdos del cabildo de Santiago, en ausencia de Valdivia, sobre las cuadrillas, estacas, denuncios, juegos, etc,enlas minas de Marga-Marga Gomólas multas de Marga-Marga comenzaron a servir a la ciudad de Santiago para su hijiene, su Cate- dral, sus calles, etc., Curiosa carta de los mineros de Marga-Mar- ga pidiendo una guarnición militar para defenderse contra los indios. Acuerdo del cabildo concediéndola, i manda bien pagado al verdugo Or- lun Xerez i tres compañeros de a caballo. Regresa del Perú Valdivia, i notando el incremento de las minas, nombra alcalde de ellas en enero de 1550. Los ediles de Santiago acuerdan turnarse para hacer la justi- cia en las minas. El primer abogado en la.s minas de oro Aspecto actual de los lavaderos del Rio de las minas i su imponente estension, Visitas del autor en 1851 i en 1877. Una faena de oro en el Rio de las minas, en el último año nombrado Abundancia de oro en polvo en Santiago a mediados del siglo XVII. Se prohibe su uso como moneda en esa forma con severas penas, pero en vano. El oro en polvo es el tipo de la fortuna i de la moneda en Chile hasta el obispo Cienfuegos que en esa forma lo llevó a Roma Descubrimiento de las minas de Quilacoya en octubre de 1553 i su prodijiosa riqueza Dos quintales de oro diarios, según alguien quo los vio. Descubrimiento de placeres en la Imperial, i cómo ayudan sus productos a erijir su Catedral i su mitra. Las minas de oro de Villa Rica i la calidad de su metal. Aspecto que las ruinas de esta romántica ciudad ofrecían en 1640 i en 1858. Los esploradores Lee-Smith i Colé. Riqueza aurífera de Osorno antes del descubrimiento de Ponzuelos. Minas de oro olvidadas i la cofradía de Paigato. Estraordinaria opulencia personal de Valdivia i sospechas de que quiso coronarse en Chile, declarándose independíente. La inde- pendencia del oro antes de la independencia de la libertad. Visita Valdivia sus minas de Quílacoya en la víspera de su muerte, i su profé- tico desabrimiento en presencia de las ofrendas del oro. El sacrificio de este grande hombre perturba la riqueza aurífera de Chile para rena- cer con mayor aliento Páj. 62

CAPITULO Ilí. La crisis del oro en el sig-lo XVII.

Influencia de la muerte de don Pedro de Valdivia en la producción del oro en Chile. Abandono total de la Araucania. Despueble de Concepción i de las minas de Quílacoya. Restos de éstas visibles en 1879. El casti- llo de don E*edro de Valdivia. A la muerte del primer gobernador se su- ceden los disturbios de sus lugartenientes por el mando hasta la llegada de don Hurtado de Mendoza en 1557. —Pone é.íte en orden el reino i se descubren las riquísimas minas de oro de Choapa i del rio de Valdivia. Noticias que do éstas da el contemporáneo Góngora Marmolejo i el pa-

)N I-ICE 485

dre Rosales. El oro se hace mas barato ¡[uc el fierro, i los colonos lo usan en lugar de este metal para oficios viles. --El oro servido en salvillas en los Ijanquetes de Santiago, según el padre Ovalle.— La fama de esta riqueza inunda el mundo i viene el Drake a piratear en estos mares. Captura en Valparaíso 60,000 pesos de oro de Valdivia. El Caca facijo i el Caca plata,. El corsario «Ricliarte» captura oro, gallinas i una dama de la virreina del Perú en Valparaíso. El mineral de Pon- zuelos i oscuridad que reina sobre su oríjen i su ubicación. Un clérigo de Osorno funda las monjas Claras con dos tejos de oro de Ponzuelos.— Inmensa opulencia de oro en el siglo XVI La primera edad de la edad de oro.- -Sobreviene la rebelión jeneral de principios del siglo XVII i comienza la crisis en la producción del oro.---La Araucania es otra vez desamparada por los espaiíoles i sucumben sus siete ciudades --El oro i su menosprecio durante el asedio de Villa Rica,— Se suceden grandes secas, pestes i esterilidades. El terremoto de 1647 El Seiior de Mayo es el emblema de Chile durante aquella fatal edad. A estos cataclis- mos siguen los bucaneros i sus robo?. Sharp o Charqui en Coquimbo Ocultación sistemática en los indios de las riquezas auríferas de Chile después de la conquista. Casos que refieren los jesuítas Ovalle i Ro- sales, los viajeros Ulloa i Juan i el capitán de injenieros Mackenna La tradición de Manan-Chili en Lampa i los tesoros de Rocha en Potosí. ---Profundo abatimiento en que cae la colonia durante el sigjo XVII i su indecible miseria. La taza de la pila de la plaza i el badajo de la campana de cabildo. La apatía i la abundancia de mantenimientos del país hacen que los chilenos no se preocupen del laboreo de sus minas Opiniones del padre Ovalle i del viajero Frezier sobre este particu- lar.— El descubrimiento de Andacolio i su esplotacion es lo único que mantiene la vitalidad económica del reino durante el siglo XVII. An- dacolio es la casa do Moneda do Chile i su oro el único tipo de las transacciones. Noticias encontradas por el autor en el Archivo de Indias sobre este rico mineral. La disminución de la producción del oro no provino en el. siglo XVII de agotamiento sino de causas estrañaa a las fuentes de producción. Igual fenómeno se observa en 1810 al comenzar la era de la Independencia Páj. 99

CAPITULO IV.

La resurrección del oro en el sig-lo XVIII

Favorables auspicios con qne comienza el siglo XVIII para los mineros de oro de Chile. La pobreza jenoral producida por las catástrofes del si- glo XVII incita a los trabajos i a los descubrimientos. El mineral de oro de Tiltil en 1713. Los trapiches de oro. «Entre solera i voladora». Escritura de venta de un trapiche de oro en la Serena. El mecanis- mo de un trapiche, su trabajo i sus obreros. Importantes descubrimien- tos auríferos en Copiapó en 1706. Frezier en Copiapó i en la Serena. Lo que era un buitrón o trapiche real. El oro de Capote. Opiniones científicas de Frezier sobre la formación del oro conforme a las teorías modernas. Singulares creencias de los padres Rosales i Olivares, se- gún las cuales el oro crecía como las semillas. Petzolt i Suess. Incre- mento que toma Copiapó con sus minas de oro un siglo antes de aparecer la plata.— La aldea es elevada a villa i el valle a correjimiento. Ins- trucciones al correjidor Saravia en 1740. Antigüedad de la «cangalla». Las minas de Lampagui i por qué se abandonaron.— Pobreza relati- va de las minas de cuarzo respecto de los placeres de oro en Chile i en todo el mando. Proporción de Laveleye. üescubriraiento de las minas

486 ÍNiHti;

de Petorca i de la Ligua. Latnpagui i don «Bartolo Intento». Cálculos de Ulloa, de Molina i de Olivares sobre la producción del oro en Chile a mediados del siglo pasado. El oro de los buches de gallina. Las ga- llinas de Truz-Truz i la perdiz de Petorca.— La abundancia de oro in- duce a los vecinos de Santiago a solicitar la fundación de una casa de Moneda desde 1730. La Moneda de Santiago no nació de la plata ni, del cobre, ni de una «equivocación del rei», sino del oro Páj. 127

CAPITULO V, La Casa de Moneda del Oro

La abundancia de la producción del oro induce a los chilenos en 1730 a solicitar una casa de Moneda para acuñarlo. Desaire i menosprecio de los magnates de Lima a propósito de esta solicitud. Insisten los mag- nates santiaguinos i va a España el caballero vizcaíno don Francisco García Huídobro, quien obtiene el privilejio de establecer la casa de Moneda por su cuenta. Curiosas condiciones de este monopolio perso- nal.— Viaje de García Huidobro a Chile, su captura por los ingleses en Portugal i su rescate. Regresa a Santiago i edifica la Casa Real de la cual se hace marqués. Celos de los santraguinos con el marqués de Ca- sa Real i se oponen a su privilejio.— Datos inéditos.— ~Se ínstala la pri- mera Casa de Moneda i comienza a funcionar en 1759. Monto de la amonedación hasta 1770. Trescientos ochenta i cinco quintales de oro en once años.^Pingües provechos del marqués de Casa Real. Se renue- van los celos de los santiaguínos i, ayudados por el codicioso virrei Amat, obtienen la abolición del privilejio del marqués. «Los testigos del virrei Orcasitas.» Enérjica defensa que de su derecho hace el mar- qués Haidobro i cómo prueba el gran incremento que ha tenido la pro- ducción del oro i la renta del reí con su Casa de Moneda. Es expropia- do, i Carlos III trampea el valor de la Moneda i lo paga la República un siglo mas tarde. Regocijados los santíagninos con el despojo del marqués, ofrecen al presidente Morales «El Basural» para fundar la «Casa de Moneda del oro.» Se oponen los padres de Santo Domingo e inician un pleito que dira veinte años. Documentos inéditos. Los ci- mientos del Basural dan en agua i se traslada la planta de la Casa de Moneda a la Arboleda de los jesuítas, donde hoi existe. Relación del virrei Amat sobre la planteacion de la nueva Casa de Moneda i su plan dj sueldos. Presupuesto de estosen 1810. El archivo de la Moneda. Compra de oro en 1772 a 1781. Gastos semanales de amonedación. «El volante.» Rendimiento del oro i de la plata conforme a las compras hechas en el decenio de 178'.) a 1708. Cuadro del oro comprado desde 179Ü a 1817. La producción máxima del oro en 1800 i en 1810.— «Dos mil quintales de oro». Comienza la decadencia de la producción junto con la guerra de la Independencia.— Nuevas comprobaciones Páj. 147

CAPITULO VL El oro en el norte de Chile en el siglo XVIII

ATACAMA I COQUIMBO

Las quebradas í las quiebras de los .hombres del «cuño antiguo». Falta de datos sobre la procedencia del oro que se amonedaba en la Moneda. .aproximaciones lugareñas. Las tres zonas del oro en Chile.— El uro de Atacaraa en el siglo XVIII. Minerales de oro del Inca, de Chamo- iiate i C/ianchO'/uin. Colección de muestras del correjidor de Copiapó

ÍNijicK 487

Pinto i Cobos, i sus cuentas.— Sus ideas sobre la opulencia verdadera de aquella comarca. El muestrario del rei i el de la academia de San Luis en Santiago. —Trabajos del ensayador mayor Rodriguez Brochero. El oro en Coquimbo —La Pescadoí'u i el mineral de Talca. Quebrada Hon- da.— La Flamenca descubierta por un indio en la cordillera de Elqui. El mineral de Chingóles de oro, plata i cobre. Carácter errante de los mineros de oro. Los asientos de minas i las placillas. Proverbios de la colonia sobre el oro. El oro es el único artículo de esportacion ul- tramarino de Chile durante el siglo XVI II. El mineral de Andacollo durante el siglo pasado. Trabajos de los jentiles. Las minas del Toro i Cliurumata del canónigo Contador. Don José Tomás Uraieneta como minero de oro. Las lluvias i la producción permanente de Andacollo. Noticias individuales de las labores de Andacollo en 1792. El oro en Ulapel. Restos de su opulencia. Sus quince trapiche.?. La dureza de su cuarzo. La mina Ciuumtscada.—'Mineva.les del «Chillan» i del cerro del Cuyano. Las arenas auríferas de Illapel. Casuto i sus pepas de un quilogramo. La pepa de cinco libras de oro de don Santiago Lira. Planta que se da a este mineral en 1849 i su actual decadencia... Páj. 177

CAPITULO VJI. El oro en la rejion central

DEL BRONCE \L CH1V.\T0

Carácter jeolójico especial del departamento de Petorca. Todas sus po- blaciones han nacido del oro. Las familias fundadoras de Petorca. Los Bueras. El frasco de oro del coronel Mendiburu. La famosa mina del Bronce viejo i la muerte de los siete ladrones de oro. La relación de Carvallo i la leyenda del pacto con el diablo. «La visión del Bron- ce».— La poesía del minero de oro. Las décimas del lego Guevara so- bre la «Vision del Bronce.» Los asientos mineros de Petorca i su antigüedad.- - Longotouia, el Hierro viejo i Pupio. La mina de la Amazona en la Ligua. Escursiones auríferas a Catapilco i a las que- bradas de Maleara i Alvarado. La riqueza aurífera de Quillota a fines del siglo pasado. El cambista de oro Avaria i sus remesas. Caleo. La riqueza aurífera de Melipilla i Casablanca. Curacaví i su tra- piche de oro. Pobreza aurífera de Santiago i los denuncios de oro en el Santa Lucia 1 minas de fierro en un solar de la calle de Agustinas. Estraordinaria riqueza aurífera de la rejion montañosa de Rancagua. Descubrimiento de Alhué i su considerable opulencia. La mina del JEscarpe lia, del Agua fría El lapizlázuli de Caren. Estadística Yaquil, Apaltá i MiUahue. Las placillas de Nancagua i doña Elena Valladares. Las minas del Chivato i sus cuatro millones. Chuchunco, Gualleco i los Tajos Hallazgos de oro según Molina. Pobreza relativa de la cuenca del Maule. El mineral de Pocillas i el deNíblinto. Cómo queda hecha la comprobación lugareña dejlaá vertientes de oro que for- maban el caudal de la colonia. La comprobación universal Páj. 203

CAPITULO VIII.

Chile considerado como el primer país productor en oro de la América i del mundo, antes del descubri- miento de California

La estadística del oro del nuevo mundo.— Cálculos de Sancho de Moneada

48» IXDICK

i Pedro de Navarrete -sobre lo? metales preciosos importados de Amé- rica a Espaaa en los siglos XVI i XVII. Períodos da producción i es- portacion que establece Humboldt hasta principios del presente siglo- Cálculos de Marcoleta i de Robertson, de Campomanes i de Pezuela. Estudios i estadística de Chevalier sobre el oro i la plata en el Nuevo Mundo hasta 1846. Parte principal que en todas estas demostraciones se asigna al oro de Chile. Por qué el nombre de esta colonia no figura (I ¿rec falliente en los primeros siglos, sino como un apéndice anónimo del Perú. Humboldt es el primero que hace justicia a Chile como país pro- ductor de oro, i lo coloca mucho mas arriba del Perú i de Méjico. Chi- le produce tres veces mas oro que el Perú. Comparación de la casa de Moneda de Chile con las de Popayan, Potosí i Lima, según datos inédi- tos, i cómo la primera ha sobrepujado a las otras en el oro. «Una onza de oro» de la casa de Moneda de Liuia. Demostraciones del viajero ingles Helms i de Humboldt. El acarreo del oro de Chile desde el Callao a Cá- diz i ilotas prodijio^as de metales preciosos. Estadística de Chevalier sobre el oro de Chile. La lejislacion española sobre el oro como de- mostración de su producción jenuina i verdadera Páj. 230

CAPITULO IX. Las mermas del oro en Chile

Causas que fomentaron el contiabando del oro en las Indias. Impuesto del 22 por ciento. Cómo se repartían estas gabelas. El quinto del rei. El uno i medio de Cohox. La quilca i graves sucesos a que dio lugar en Chile a principios del siglo XVIII. Protestas de independencia en 1778. Los chilenos consiguen la abolición de este impuesto en 180.3. El impuesto de arteria i enérjicas protestas a que dio lugar. Los mer- caderes santiaguinos cobran la «aparta» del oro i de la plata; pero se oponen a que se establezca un banco de rescate Ei cacao de oro i pa- ra qué servia Seis causas de detrimento para la industria del oro en la época de la colonia. Los pleitos. La cangalla i la pona de muer- te.— Penuria i carestía de capital i de utensilios.—Falta de prc teccion publica. Benéfico gobierno del presidente Manso, i sus frutos. Bajo precio del oro por las imperfecciones de su elaboración i las artes de los mercaderas de Lima. Desaparición completa de los indios de enco- mienda.— Los precursores de Paraff El fraile Andia i su secreto de millones. Los químicos Blanco i Palazuelos. Termina con la indepen- dencia la edad del oro en Chile, i motivos por qué continuamos nuestra tarea mas allá de esa época i de nuestra promesa Páj. 249

CAPITULO X. La decrepitud de la edad del oro en Chile

Influencia esterilizadora de la guerra de la independencia en la producción del oro. Ocultación de capitales i disminución de brazos. Decreto do la junta de 1813 en favor de los mineros. La producción del oro decae a la mitad en 1814, i en 1821 casi no hai pastas que amonedar. Cua- dro de la amonedación del oro desde 1818 a 1821. La amonedación des- ciende a 400 marcos por año en 1830 i 1831, años de esterilidad para Chile. Demostración del oro amonedado en Santiago desde 1822 a 1830. --Gabelas que gravan la esportacion del oro, i sus atenuaciones en 1832. Se aumenta en este año el precio de compra de oro en la casa do Moneda i lo vimú-i .¡.^ (ininlMiTi]if>íi. Influencia adversa de los desea-

ÍNDICB 489

briroientos de plata de Arqueros i Chañarcillo en la producción del oro. *E1 libro de la Plata.» Cálculo de la producción del oro desde 1844 a 1875. Casos de esplotaciones ricas de oro de 1830 a 44. El yankee Yansen en Yaquil. El oro en la rejion central desde Acúleo a «Las Palmas» en el departarniento de Curicó. «El hoyo de la Vieja» en el San Gristóval. Las tierras auríferas de Peñuelas en 1840-44. Oro chileno amonedado en el trienio de 1879-80-81, según Brieba. Condensación de la producción de treinta lugares diferentes en los últi- mos tres años. Amonedación del oro de Catapilco, de Llampaico, de Niblinto i de Lebu. El oro en Illapel durante el invierno de 1881,1 minas qne en ese «lepartamento existen i se trabajan. Descubrimientos auríferos de California, i cómo éstos redundan en daño directo de la pro- ducción del oro en Chile. La tereera edad del oro en California, i có- mo esta nueva faz de la industria ha abierto nuevos horizontes a la esplotacion del oro eel país Páj. 270

CAPITULO XI.

California i Chile

Las tres épocas de la edad aurífera de California i las dos de Chile. Ls época de los lavadero.", la época de las ininan, i la época de los cascajos subterráneos. Procedimientos hidráulicos para esplotar los últimos, e injentes capitales invertidos en los estados norte-americanos del Pacifi- co.— ¿E.xiste el problema de la tercera zona en Chile? Asimilaciones con California. Latitudes, ejes i sistemas. Clima, orografía, ríos, llu- vias, secas, sucesión en la producción de los metales, etc. California corresponde jeográficamente a la Araucanía con mas propiedad que a Chi- le.— Cómo sobrevino en aquel país el descubrimiento de los cascajos auríferos después del agotamiento del oro superficial e intermedie- Opiniones de Bowie i Whiteney.— Escesiva pobreza de los cascajos de Ca- lifornia i pingües ganancias que dejan mediante el sistema hidráulico. Tres centavos por cajón. Chile-Gulch i su prodijiosa riqueza. Cascajos azules. Opinión de Mp. Shanklin.--Los rinocerontes fósiles de Chile- Gulch i los mastodontes de las Dichas. Fabulosas cantidades de meta- les de oro i plata combinados. Demostracicnes i datos hasta 1876. Prodijiosa amonedación de pastas en Estados Unidos. Las principales amonedaciones en 1875 según Soetebeer. Aplicación del sistema hi dráulico a Chile i sus primeros ensayos. ¿Han sido estos ejecutados en la misma forma i con los mismos recursos que en California? ¿De- ben darse por definitivos? Opiniones de Shanklin, Holcombe i Se- well Páj. 291

CAPITULO XIL Los cascajos auríferos de Catapilco

El ]pr\mev prospector o cateador de los cascajos auríferos de Chile, el doctor Burnes. Catapilco i su fama aurífera. Llega un emisario a Chile i regresa el doctor Burnes a Estados Unidos en 1876. Mr. John Flagler i prolijos reconocimientos profesionales que ejecuta en Catapilco. Se re- suelve a establecer trabajos por la presión hidráuliga i regresa a Esta- dos Unidos. Vigoroso planteamiento inicial de las faenas. El injenie- ro Simpson. La fiebre de Paraff i nuestras escursiones en 1878. Es- cursion a Catapilco. La comitiva, la partida, los adioses i los aco- modos.— «Ambrosio Lámela.» De Viña del Mar a Concón.— La cazuela LA E. DEL O. 62

■^><¿í

490 ÍNDICE

de Colmo. Los gringos de Semana Santa i la aventnra del arriero de los /-/««y/os.— Quinteros. Pachuncaví.— La laguna de Catapilco.— Una acojida yankee i sus brindis. Visitas a las faenas del oro.— El Cule- brón i el Quemado. El cambista Román i sus tesoros.— Pedro Cruz i Montenegro. Una arroba de oro por semana. Descripción de los tra- bajos.— Los canales. Los fin mes i los acueductos.— La revelación del indio en el hospital de Santiago.— Risufiñas iinsioüeí;. Caitas de Mr. Flagler (¡ue las confirman Páj. 327

CAPITULO Xlíl.

Las quebradas do Maleara i Alvarado en la provincia de Valparaiso

El aüu de Paraft' i la ñehve pcirajjna en 1877 Rcnu dio que paia la última habrían encontrado los chilenos en un refrán doméstico de don Manuel Salas i en el diccionario de la lengua en la palabra «piedra.» Pánico de fines de 1877, i lo que dijo don Manuel Montt al saberla quiebra del banco David-Thoma*. El balance de la riqueza de Chile en 1875.^ Bienes positivos que el «engano-Paraff» produjo al pais despertándola aficjon al oro verdadero El trabajo ha sido siempre la tabla del naufrajio de Chile. Revívense todos los derroteros i leyendas anti- guas — La laguna del Tigre en el camino de Huspallata i Ponzuelos en Osorno. Esciu'siones en los campos auríferos de Pedro de Valdivia. Organízanse no menos do siete compañíaa auríferas, i cuenta que se da ■de ellas. Entierros i nuevas tradiciones. Alcances \ poniüazo'^. Los Cristales i Cachiyuyo. Los Talavoras i Alfonso Duque Ante-Cristo. El cjntajio de las cscursionos auríferas se radica en Viña del Mar. La compañía d j Iklalcara, i cabalgata que a ella se dirije en mayo de 1878. El camino hasta Colmo. El jeneral Maroto en Couca i en Con- cón.— El canónigo de Caracas i el letrero del finado. La noche de Col- mo i el ascenso a la montaña de Mauco.- El hossanna i el ¡halloic! de las cumbres. P]l cabo Olivos i el vaquero Cortés. El descenso i el descu!)ridor Molina.-— Kn el fondo de la mina i su maravilloso aspecto. La piedra del descubridor i su on.^aye en la Moneda. Porqué no nos hemos ocupado en este libro de la faz científica íjeolojica de la cuestión del oro. Resumen por don yVlberto Mackenna.— Los ingleses i Ijs aboríjenes del cacique Álalcara. Don Juan Palacios i su jiaila de oro. Estévan Silva, el último minero de Maleara, i su salteo. Regreso de la carabana de Maleara a Qulllota i a Viña del Mar.— Una visita aurífera a la quebrada de los Alvarados, «el vallo de Andorra» de Val- paraíso,— Los lavaderos del «Peñón» i del «Morro»— Vestijios de la riqueza aurífera del departamento de Limache i de la provincia de Val- paraíso Páj. 383

CAPITULO XIV. La lejislacion del oro en Chile i su urjente reforma

Escelencia del Códiqo de Minería de 1875. Sus principales defectos i urjencia de su reforma. Estudios del actual ministro de justicia señor Vergara. Las tarifas de las mensuras de Lebu. El uso del agua para el lavado de cascajos auríferos i las prohibiciones del art. 6.° del Códi- go de Minería. Estension escesiva de las esfaccis i pertenencias. El despueble i su sustitución por la patento minera. Lejislacion criminal in'.;í<va «obre las rainas. El salteo del mineral del Inca en 1848. Las

ÍNDICE 49

sociedades anónimas de minas, i precauciones minuciosas de la lejisla- cion inglesa. Los espositores i tratadistas modernos de la lejislacion minera en Otile. El mayor peligro de las compañías i minas de oro en Chile no está en el broceo sino en el ajio i en la farsa. Limitación de nuestros propósitos solo al trabajo libre en la Araucanía. El oro de Magallanes i de Tierra del Fuego. Datos i noticias. Acertadas apreciaciones de la prensa sobre la condición actual de la industria del oro. Los ejemplos que de la situación i de los efectos de la lejislacion ofrece actualmente el mineral de Lebu, Maravillosas ^ej:>a8 de oro vol- cánico de la Montaña Negra, i su comparación con las de otras comar- cas auríferas Reseña de los placeres de Lebu i su estado actual. Ven- tajas que reportaría al país (si no a los particulares) como comunidad, el trabajo libre de la Araucanía. El remedio de la situación. La li- cencia del minero i eu primer eiemplo para lo venidero. Conclu- sión Páj. 426

Epílogo Páj. 452

ANEXOS. I.

Discusión habida en el Senado con motivo de la aprobación en jeneral del proyecto que sirve de base al presente libro, en la sesión de aquel cuerpo correspondiente al 24 de agosto de 1881 Páj. 458

II.

El oro de la Montaña Negra i el oro de la Araucanía. Cartas cambiadas entre el señor F. Ovalle Olivares i el autor en setiembre de 1881, con motivo de la discusión i aprobación en jeneral del proyecto de leí del último sobre reforma del Código de Minas con relación al oro de la Araucanía Páj. 416

Contestación Páj . 467

IIL

Razón del oro comprado i fundido en la casa de Moneda de Santiago du- rante el trienio de 1879, 80, 81, con especificación de su peso, proceden- cia i estado en que fué adquirido, según datos suministrados por la ofici- na de ensayes de este establecimiento Páj. 470

IV.

El oro de Chile bajo su punto de vista científico, químico i jeolójico.— Resumen escrito por don Alberto Mackenna para el presente li- bro Páj. 476

FIN DE LA EDAD DEL ORO EN CHILE.

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TN Vicuña Ilackenna, Benjamín

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