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OBRAS COMPLETAS DE CURROS ENRIQUEZ

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Obras completas de Curros Enríquez

La Lira Mim

La Seóorlta íe aldea

Be mi álíoni

irlíGQíos 9 poesías

en gallego y castellano

Precedidas de un admirable estudio crítico

por el Excmo. Sr. D. Segismundo Moret; seguidas de importantes juicios

acerca de la labor literaria de Curros Enríquez, por eminentes

literatos, y con el aditamento de diversas notas,

escritas por el recopilador de estas obras.

MADRID

LIBRERÍ/V DE LOS SUC. DE HERNANDO Calle del Arenal, núm. 11.

1912

ES PROPIEDAD

Imprenta de los Sucesores de Hernando, Quintana, 33.

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Á GUISA DE PRÓLOGO

Eseucliaudo el ((Xouturiiio). (^)

Carta dirigida por su insigne autor á D. Manuel Casas Fernández, notable literato y elocuentísimo abogado coruñés, principal orga- nizador de la velada necrolóorica celebrada en memoria de Curros Enríqiiez en el Teatro Principal do Coruña la noche del 3 de abril de 1908.

Sr. D. Manuel Casas Fernández. Coruña.

Muy señor mío y de mi consideración: No me hubiera atrevido á aceptar la invitación que se sirvió usted hacerme el 15 de marzo para asistir al acto de conmemoración que Galicia dedica á su ilustre hijo Curros Enríquez, porque habiendo de leer en él sus poesías, sólo los que conocen á fondo el idioma en que están escritas podrían, sin mengua de la belleza que encierran, repetir sus musicales estrofas.

Tiene tales acentos de dulzura el lenguaje ga-

(1) Véanse las Notas del recopilador, que figuran después del índice de este tomo.

M. CURROS ENRIQUEZ

llego, me produjo tal impresión cuando lo escu- ché por primera vez en labios de las paisanas de Lugo, que sería atrevimiento imperdonable el intento de leer, por labios extraños á la pronun- ciación gallega, los versos de su más ilustre poeta contemporáneo.

Pero tampoco puedo dispensarme, ya que tiene usted la bondad de invitarme á ello, de consagrar un recuerdo á su memoria y de pagar, con algu- nas líneas de entusiasta elogio, la deuda de grati- tud contraída con quien me ha hecho sentir en sus versos la honda melancolía que en su alma . de poeta producía la contemplación de las mise- rias humanas.

Tuve yo noticia por primera vez de sus obras, en el Incio. Analizaba Benito Quiroga la psicolo- gía gallega, y atribuyendo á la tranquila belleza de sus valles y al color brumoso de su cielo la melancolía que refleja el carácter de sus habitan- tes, nos daba como prueba de sus asertos el sello especial de la poesía gallega. Alguien citaba los cantares de Rosalía de Castro, cuando uno de sus hijos trajo el volumen titulado Aires d'a miña térra. Tener el libro y empezar á hojearlo fué todo uno.

La casualidad hizo que nos fijáramos en el <Isouturnio».

Era el anochecer, y la hora y el paisaje algo agreste de aquel valle parecían responder á la primera estrofa en que la mano maestra del poeta traza en cuatro versos un admirable cuadro de paz y de reposo: i

Á GUISA DE PRÓLOGO

D'a aldea lexana fumegan as tellas; Detrás d'os petoutos vay póndos'6 sol; Retornan pr'os eidos co'a noite as ovellas Triscando n'as veiras o céspede mol.

Poro esos cuatro versos que ponen calma en el espíritu y bienestar en el alma, preceden á otros cuatro que con rudo contraste evocan la ligura del dolor encarnada en un anciano que trabajo- samente sube la cuesta del monte :

Un vello, arrimado n'un pau de sanguino, O monte atravesa de carN) pifiar.' Vay canso; unlia pedra topou n'ó camifio E n'ela sentouse pr'a folgos tomar.

Y apenas esbozado así el protagonista, surge la nota característica de la poesía, la voz de la Naturaleza, que responde indiferente á la angus- tia de los mortales:

¡Ay! dixo iqué triste, Qué triste eu estoul Y un sapo qu'o oía Repuxo: ¡Cro, ero!

Queda un momento suspenso el ánimo, presin- tiendo el obscuro drama que el poeta prepara y que aparece en las dos siguientes estrofas, sínte- sis desgarradora de la justicia humana, que el pobre anciano refiere en términos familiares á los paisanos de Galicia. ¡Cuántos las recordarán al oir sonar la campana de la torre!

¡As ánemas tocan!... Tal noite com'esta Queimóusem'a casa, morreum'a muiler.

M. CURROS ENRIQUEZ

Ardeum'a xugada n^a corte y-a besta, "N'a térra a sementé botous'a perder.

Vendín pr'os trabucos vacelos e hortas E vou pol-o mundo d'eníón á pedir; Mais cando non topo pechadal-as portas, Os cans sáyenm'elas e fanme fuxir.

¡Pobre criatura! Cuál se encoge el corazón j se cierra la garganta ante su cruel abandono. Él llora. ¿Quién le oirá? Ningún ser humano le tiende la mano, pero en medio del silencio suena la voz misteriosa de la Naturaleza, que le habla el lenguaje de lo infinito, y al oiría el caminante parece entenderlo y le dice:

Canta, sapo, canta: 7'i y-eu ¡somos dousl Y-6 sapo choroso Cantaba: ¡Cro, ero!

A cuya respuesta, para todos, menos para él, ininteligible, desborda la amargura de aquel corazón herido, y comparándose con el mísero ser que suspira en la obscuridad, solloza estas palabras:

Soliños estamos entrambos n'a térra, Mais n'ela un buraco ti alcontras y-eu non; A ti non te morden os ventos d'a serra Y a min as entrañas y-os osos me ron.

Ti, nado n'os montes, n'os montes esperas, . De cote cantando, teu térmeno ver; Eu, nado entr'os liomes, dormendo entr'as feras^ E morte non haclio, si quero morrer.

Á GUÍSA DE PRÓLOGO

Y mientras estas palabras que parecen lágri- mas caen de sus labios, la campana de la vieja torre lanza al aire su melancólico tañido, cuya vibración despierta en el alma la idea de un ser supremo que allá en la noche, en la obscuridad y en la desgracia, nos habla de algo que nuestro espíritu ignora, pero que presiente como su única redención. Y entonces, el alma dolorida exclama aquellos dos versos en los cuales la amargura se confunde con la desesperación:

Xa tocan... ; Recemos, Qae dicen qu'liay Diosl

Exclamación que el poeta recoge diciendo:

Kl reza, y-6 sapo Cantaba: ¡Cro, crol

Pero esto no basta. Faltaba algo en ese cuadro de suprema tristeza; faltaba el desenlace del dra- ma. Era precisa la nota que enlazase la primera estrofa con las demás y viniese á resumir el poe- ma de lágrimas y angustias:

A noite cerraba, y-o rayo d'a-lua N'as lívidas cumes comenza á brillar; Curisco que toUe n'os albores brua Y-escóitase ó lexos é lobo ouvear.

O probé d'o vello, c'os anos cangado, Ergueuse d'a pedra y-ó pau recadou; Virou par'os ceos ó puño pechado E car'os touzales rosmando niarchou...

10 M. CURROS ENRÍQUEZ

Y así desaparece la visión entristecida. Aquella silueta del mendigo errante parece la síntesis de la existencia humana. El cuadro en que se des- taca el cantar melancólico del sapo, la infinita tristeza de la versificación, son una página de sublime pesimismo que sólo encuentra seme- jante en el Eisorgimento de Leopardi. La inspi- ración inimitable de Curros Enriquez supo agru- par magistralmente los elementos todos de la existencia. La Naturaleza que vive, sonríe y dura; €l ser humano que sufre, marcha y desaparece <en la noche, y el destino fatal que enlaza ambos términos, y que Curros Enriquez resume en la última estrofa:

C'os olios seguindo-o ISÍ'a escura extensión, O sapo quedouse Cantando: —/Cro, ero/

El gran Quintana, en una inspiración seme- jante, lanza al espacio su vigoroso acento, y ele- vándose sobre la miseria humana exclama:

Y el mundo en tanto sin cesar navega Por el giélago inmenso del vacio.

Curros Enriquez dice eso mismo á sus olvida- dos tristes paisanos, pero se lo dice en el único lenguaje en que pueden entenderle, en su forma especial, inimitable, poética. Porque nadie que haya leído esta poesía, pensando y revolviendo en su memoria sucesos y momentos que se ase- mejan á los dolores del viejo y desgraciado cami-

Á GUISA. DE PRÓLOGO 1 I

liante, dejará de repetir, humedecidos sus ojos y temblorosa la voz, aquella desgarradora frase del ^Nocturno»:

Xa tocan... ;Recemos, Que dicen qu'liay Dios!

Y aquí termino. Leer en alta voz el «Nocturno» ante un auditorio que lo sienta y lo comprenda, debe ser fruición inmensa reservada á los que conociendo ese idioma y esa tierra puedan, al hacerlo, identificarse con el alma de Curros En- ríquez; pero ya que me está vedada esa fortuna, espero que si estas líneas llegan al auditorio reunido para honrar su memoria, sean miradas como modesta rama de roble que deposita sobré su féretro quien queda de ustedes atento seguro servidor q. b. s. m.,

Segismundo Moret.

Madrid, 29 de marzo de 1908.

*

La poesía «Nouturnio» una de las más bellas que produjo el maravilloso numen de Curros Enríquez— forma parte del tomo I de estas obras completas, y figura entre las composiciones de Aires d'a miña térra.

Después del magnífico estudio que acerca de «Nouturnio» lia escrito la galana pluma del Sr. Moret y que saborearán con deleite nuestros lectores, fuera complemento precioso el poder traducir en verso castellano las estrofas escritas por su autor en el dulce y armonioso dialecto gallego. Un muy querido amigo nuestro, el ilus- tre escritor y catedrático del Instituto de La Coruña, D. Leopoldo Pedreira, nos envió lia meses una notable traducción hecha por dicho señor y publicada en un periódico de la ciudad herculina á raíz del fallecimiento de Curros Enríquez. Aquellas cuartillas sufrie-

12 M. CURROS ENRÍQUEZ

ron extravío, y corao no queremos qne nuestras manos pecadoras Ijrofanen los versos del poeta, á continuación trasladamos á prosa, vil el asunto de la hermosa poesía, sin otro ánimo que el de que nuestros lectores tengan no más que una idea aproximada de cuan- tas bellezas atesoran aquellos versos del fenecido vate orensano.

Nocturno.

En la aldea lejana humean las tejas de sus ca- seríos; por sobre los picachos va ocultándose el sol; vuelven hacia el ejido los rebaños de ovejas,, ya con noche, triscando en las verdes hileras el césped en flor. Un anciano misérrimo que apoya su decrépito cuerpo en un palo de chopo, atra- viesa el monte con rumbo al pinar. Va cansado, y al hallar una piedra en su camino, siéntase en ella para tomar aliento.

Tocan las campanas en la vecina iglesia á áni- mas, y el desdichado exclama con tristeza: «Tal noche como esta ardió mi casa, perdí á mi compa- ñera, quemóse el establo, y la simiente, próxima á dar fruto, perdióse también. Vendí para el Fisco mis ganados, mis huertos... ¡De entonces, vago por el mundo implorando la caridad de las gen- tes, y cuando las puertas no hallo cerradas, lá- dranme los canes y me obligan á huir!»

En esto, cuando la angustia del pobre viejo es mayor, percíbese en cercana charca el canto de un sapo, y el anciano dice: «¡Canta, sapo, canta; y yo somos dos!» El sapo lloroso parece decir con su ¡ero, crol: Tienes razón; somos dos desgra- ciados.

Á GUISA DE PRÓLOGO 13

Y repite el viejo: «Ambos somos huérfanos en la tierra; pero tú, más afortunado, encuentras un albergue que á se me niega; á ti no te apuña- lan los vientos de la sierra; á me roen las en- trañas y los huesos. Tú, nacido en los montes, en los montes esperas, cantando, el fin de tu vida; yo, nacido del hombre, duermo entre las fieras, y la muerte no acude á mis repetidos llama- mientos... Ya tocan... ¡Recemos..., que dicen que hay Dios!...^ Y el viejo reza y el sapo repite: ;Cro, ero!

Por fin cierra la noche, noche hosca y fría; un rayo de luna comienza á brillar en las lívidas cumbres; un viento helador azota las ramas, y en la lejanía se escucha el incesante aullar de los lobos. El viejo, encorvado por el peso de los años y de los infortunios, levántase de su asien- to, coge el palo, dirige al alto el sarmentoso puño cerrado con rabia, y gruñendo, maldiciendo de su suerte, aléjase hacia la espesura. El sapo, que parece seguir con los ojos la silueta del anciano en la obscura extensión, queda cantando ¡crOy eró!, como si dijera: ¡Efectivamente, soy más feliz que tú! ¡Que Dios te acompañe, miserable viejo!

LA LIRA LUSITANA ^'^

POEMAS PORTUGUESES ORIGINALES DE LOS MEJORES VATES CONTEMPORÁNEOS

(2) Véanse las Notas del recopilador^ que figuran después del índice de este tomo.

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PROLOGO

La literatura portuguesa alcanza tan extraordi- nario y floreciente desarrollo en nuestros días, que su preterición á otras, con más ó menos for- tuna divulgadas, no se explicaría ciertamente en nuestro país sin inferir á la nación hermana una gravísima ofensa.

Apenas se comprende cómo siendo España y Portugal de un mismo origen; siendo tal la iden- tidad de sus razas; teniendo ambas casi una mis- mo lengua y una misma historia; uniéndolas unos mismos recuerdos del pasado y unas mismas esperanzas para lo porvenir; ligadas en lo moral por los mismos lazos y en lo físico por los mis- mos continentes, no han logrado todavía fundir €n una sus literaturas, viviendo, por el contrario, los dos pueblos gemelos identificados en todo menos en la santa comunión del pensamiento.

Convengamos, sin embargo, en que no es á Portugal á quien más debe reprocharse esa infe- cunda obstinación en un absurdo individualismo literario. Con tan buenos historiadores, con tan buenos novelistas, con tan buenos poetas como

18 M. CURROS ENRÍQUFZ

nosotros, la patria de Herculano, de Almeida Ga- rrct y de Ega de Queiroz, traduce á nuestros poetas, á nuestros novelistas y á nuestros histo- riadores; acude á sus teatros á escuchar las crea- ciones de nuestros dramaturgos y lee arrebatado de entusiasmo, de ese entusiasmo que nosotros, hombres serios, no sentimos ya por nada ni por nadie, la prodigiosa palabra de nuestros incom- parables oradores.

Si responde ó no España á la honra que así se le dispensa, no hay para qué decirlo: España no se toma el trabajo de traducir del portugués; si acaso, plagia; lo cual no es obstáculo para que, cuando á veces la hiere el recuerdo de sus pasa- das grandezas j medita en el papel importantí- simo que aun podría desempeñar en el concierto de las naciones de Europa, á serle dado presen- tarse en él cogida del brazo de Portugal, exclame con la copa de Champagne en la mano y hacien- do alarde de esa prodigiosa originalidad que la distingue:

Le monde, en s^ccíairant, s'óldüe a Vunité; Je suts concitofjen de tout honinie qui pense.

Empero, abrigar determinados ideales de re- sultados prácticos para lo venidero, y no traba- jar por ellos; hablar de la conveniencia de estre- char las relaciones sociales y políticas entre los pueblos, y no importarnos nada sus adelantos ni sus hombres eminentes; brindar en un banque- te por la unión y prosperidad de las naciones, y

PRÓLOGO 10

olvidarnos de si existen en el mapa, apenas so disipan los últimos vapores de la orgía, parece- nos profundamente lastimoso, mirado de lejos; mirado de cerca, parécenos infame.

Demostrar cuánto hay de criminal en el olvido en que tenemos la literatura de nuestros vecinos, y el contrasentido que resulta de la coexistencia de ese olvido con determinadas aspiraciones, no sin causa por aquéllos condenadas, es el objeto que nos proponemos al decidirnos á dar á la prensa este pequeño trabajo.

Nuestra tarea, hoy por hoy, no representa más que el producto de una rápida ojeada sobre la poesía portuguesa contemporánea.

La poesía lírica portuguesa cuenta en la actua- lidad con dos cultivadores eminentes: Teófllo Braga y Guerra Junqueiro.

De poderosa inteligencia ambos, al par que de fecunda y rica imaginación, quizá no haya un solo país en Europa y América donde sus obras no sean conocidas, excepción hecha del nuestro. Glorias las más legítimas de que puede envane- cerse en nuestros días el pueblo de allende el Miño, el primero debe su reputación, entre otros, á los magníficos libros La visión de los tiempos. Tempestades sonoras y Torrentes, y el segundo al notabilísimo poema, escrito á los veintidós años, La muertfi de Don Juan; siendo el uno jefe reco- nocido de lo que pudiéramos llamar escuela his- tórica, y el otro fundador de esa poesía extraña^ original, exuberante de belleza y gracia, que ar- moniza en brillantísima síntesis el clásico natu-

20 M. CURROS ENRÍQÜEZ

ralismo y el idealismo no romántico, polos inque- brantables del Arte.

Seis poemas tan sólo nos es dado ofrecer en esta colección. De los tres primeros nada tene- mos que decir: la sencillez de sus asuntos exclu- ye toda explicación que tienda á producir en el ánimo de los amantes de lo bello el efecto emo- cional que, á despecho de las imperfecciones de la traducción, es inseparable de las verdaderas obras de arte.

No para buscar ese efecto precisamente, sino para mejor inteligencia de los tres poemas res- tantes, conviene advertir que «La sombra del Profeta», donde se cantan los amores de los án- geles, ya elocuentemente cantados por Tomás Moore en sus leyendas preadamíticas, está inspi- rado, según el autor hace observar oportuna- mente, en el libro de Enoch, capítulos 7 al 17, y en el Génesis, capítulo 4, v. 1. Quien haya leído esos libros, recordará los nombres de los ángeles que se olvidan del paraíso por el amor de las hijas de los hombres.

El «Fin de Satanás» es una bella apología de la misericordia de Dios en el día del Juicio, que recuerda en lo atrevido de la idea una de las más originales obras de Juan Pablo Richter. Por úl- timo, la «Infancia de Homero» completa el pen- samiento de la «Vejez de Homero», poema del mismo autor, que no hemos podido proporcio- narnos. Esto no obstante, no hemos querido ex - cusamos de traducir ese fragmento, que como tal publicamos, en gracia al indisputable mórito

PRÓLOGO 21

que encierra. En este trozo se describe una sere- na y apacible noche en el archipiélago griego. El rumor de las brisas y de los mares y el zum- bido de los insectos confúndense en un coro in- menso hablando del poeta ciego, del sublime Aeda. Los ríos dicen: Le hemos visto nacer; nos- otros ahogamos sus primeros vagidos. Las ciga- rras cantan: Nosotras hemos arrullado su sueño, poblado de encantadoras imágenes. Las brisas murmuran: Nosotras hemos llevado en nuestras alas sus estrofas. Los mares: Le hemos transpor- tado de isla en isla. Las islas: Le hemos recogido cuando andaba errante y le hemos alzado altares donde se le rinda perdurable culto. La voz del Vesubio, simbolizando la voz de Vico, filósofo napolitano que negó la existencia del poeta, inte- rrumpe el general concierto, gritando: ¡Homero no existió! Pero los ríos, los mares y las islas con- tinúan: Le hemos visto, le hemos oído, le ama- mos, le sentimos en nosotros, porque él es el alma de la Grecia antigua.

Tales son las poesías cuya traducción ofrece- mos, traducción libre, en verdad, pero no tanto que hayamos prescindido en ella, tal vez con exa- gerada escrupulosidad, de detalles de fondo y forma que hemos considerado necesarios. Á pe- sar de eso, es posible que se resienta nuestro trabajo de muchos defectos; pero traducir bien y en verso es difícil. Ningún vaciado responde tan perfectamente al molde, que no deje algo que hacer á la lima.

Una traducción es un cambio de moneda. Al

22 M. CURROS ENRÍQUEZ

traducir á una lengua, como al penetrar en una nación, no debe exigírsenos la del país de donde procedemos, sino una equivalente. En este cam- bio sólo hay de sensible que tengamos que ofre- cer en cobre lo que nos dan en oro.

El Traductor.

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LA LIRA LUSITANA

GUERRA JÜNOUEIRO

Tragedia infantil. Lealtad. El Mirlo.

TRAGEDIA INFANTIL

I

Ella.

Son dos hermanitos : ella, De cuatro años solamente, Es como un ángel de bella

Y de una gracia esplendente.

Su cuerpo, que diera á Fidias Tormento, en lo esbelto y breve, Es dulce cual las orquidias,

Y cual la palmera leve.

Producir un cuerpo tal, Con tal encanto y primor. Sólo al cincel inmortal Le fuera dado de Amor.

24 M. CURROS ENRI'qUEZ

Tomándola, ciega y loca, Por una rosa bermeja, Mieles buscando, en su boca Vino á posarse una abeja.

Sus grandes ojos rasgados Con limpidez infantil, Fueron del azul formados De las mañanas de abril.

Tras ansia, una vez, prolija, Pero con toda ventura, Nacióle á Bebé una hija Ya casi de su estatura.

Lleváronla á bautizar

Y hubo alegría ruidosa: Un banco sirvió de altar. Sirvió de hisopo una rosa.

Bebé, con mimo divino, Concurrió al templo en su afán; Su hermano hizo de padrino, De cura y de sacristán.

Mimí le han puesto por nombre,

Y á f e que es nombre escogido, Pues no nació mujer ni hombre Con quien tenga parecido.

Muñeca más desdichada No se ha visto ni se ve:

LA LIRA LUSITANA

¡Fué de trapo fabricada En el taller de Bebé!

No tiene piernas, ni brazos, Ni garganta la infeliz. Su faz ostenta unos trazos Con ínfulas de nariz.

Sus bellos rizos dorados Son de pelo de baúl,

Y sus ojos, espantados, Uno negro y otro azul.

¿Qué importa? Mal que le cuadre, Bebé adora á su Mimí; La halla lindísima... Es madre,

Y las madres son así.

¡Santa ilusióíi! Para ella, Qae la alimenta á su seno, No hay una joven más bella, Nada tan perfecto y bueno.

¡Qué bien le está aquella cinta! La boca vale un tesoro; Los ojos, mancha de tinta. Son dos estrellitas de oro.

Ella misma lo confiesa : Es Mimí lo que más ama. Comen á la misma mesa, Duermen en la misma cama.

26 M. CURROS ENRÍQUEZ

Cuando enferma Mimí estuvo, Ella en cuidarla se esmera,

Y nunca una reina tuvo

Más solícita enfermera.

«

¡Y qué ternura exquisita, Qué gesto tan singular, Si la pócima prescrita Era mala de tomar!

Bebé entonces la llamaba, El remedio la ofrecía,

Y por ver si la engañaba : «¡Ay, qué rico!... >, le decía.

La enferma es impertinente Á veces; dice pecados; Se enrabisca; no consiente En tener los pies tapados...

Bebé, con mil sutilezas, Cuéntala cuentos de hadas, Donde hay reyes y princesas, Donde hay moras encantadas.

Y á poco, en lazos amantes, Bebé y su niña llorosa, Sueñan con genios, diamantes,

Y caramelos de rosa.

LV LIRA LUSITANA.

II

El.

Cuenta tres años el niño,

Y no hay nada más hermoso Que su altivez y su aliño

Y aquel andar orgulloso.

Cuando sale con su hermana, Cual si llevara una flor : Ella, la tímida y vana; Él, el fuerte, el protector.

Ella le habla de amor llena

Y él la mira con ternura: Parecen Paris v Elena, Por supuesto, en miniatura.

Tiene él en su erguido busto Tonos que del lino son; Es rubio, alegre y robusto, Como cachorro león.

Nadie á travieso le iguala; Nada para en torno á sí. Su risa parece el ala Ardiente de un colibrí.

28 M. CURROS ENRÍQUEZ

Es el vir trabajador Que ora destruye, ora crea, Hecho de crueldad y amor, De voluntad y de idea.

Dase á perseguir babosas Eq sus impulsos bravios; Hojas arranca á las rosas

Y hace con ellas navios.

Si acaso nadando observa En el estanque profundo Un palo, un trapo, una hierba, En fin, una isla, un mundo.

Sobre él, terrible almirante^ Lánzase sin más consejos. Con una flota brillante De dos periódicos viejos.

Detesta oficios sencillos, Ama empresas peligrosas. Es un Atila de grillos, Un Nemrod de mariposas.

Guarda en dos cofres estrechos Un magnífico rebaño

Y un grande ejército, hechos De media libra de estaño.

Cuando lo forma en batalla. En menos que canta un cuco

LA LIRA LUSITANA 29

Derriban una muralla Sus cañones de saúco.

Las fortalezas modernas Ruedan por allí en pedazos; Quedan jinetes sin piernas

Y granaderos sin brazos.

Y sobre el campo candente, El, el héroe imperturbable. Galopa soberbiamente Sobre una escoba indomable.

Después, harto ya de guerra, Deja su ros de soldado,

Y labra y siembra la tierra Dentro de un palmo cuadrado.

in

Los dos.

Una vez, todo anhelante. Andaba por el jardin, Ruidoso como un gigante Y alegre como un clarín,

Tratando de edificar, Bajo floridas cortinas, Una Roma secular Sobre sus siete colinas.

30 M. CURROS ENRÍQUEZ

Con lodo de un charco inmundo

Y mimbres de los juncales, Eleva al azul profundo Rotondas y catedrales.

No encuentra su instinto vago Dificultad que le amosque. Con una concha hace un lago,

Y con tres hierbas un bosque.

Por donde el reptil su baba, Tiende él la locomotora;

Y cae de su frente lava, Cual rocío de la aurora.

Alza palacios, bazares; Siembra campos, coge frutos, Construye templos y altares En menos de dos minutos.

Y si no inventa, aniquila; Es arquitecto y guerrero; Mirada de héroe tranquila

Y manos de carbonero.

Profesa un odio horroroso A las hormigas crueles. A Rhodas quita el coloso,

Y á Nínive los vergeles.

Lanza, con intrepidez. Del Ossa encima el Pellón.

LA LIRA LUSITANA 31

Es un carro cualquier nuez,

Y cualquier mosca un trotón.

Siempre que en su mente apunta Un proyecto, no desmaya; Dadle un palo y, aun sin punta, Perforará el Himalaya.

Con una valla cercó Los cuadros de las simientes,

Y un arado construyó

Con tres palillos de dientes.

En su mirar, que gobierna, Brillan fulgores de espadas. Suéltenle la hidra de Lerna: ¡La matará á dentelladas!

Con todas las cualidades De una hacendosa mujer, Mientras el niño ciudades, Hace Bebé de comer.

Mimí en un sueño ligero Dormita... De cuando en cuando, Su madre espuma el puchero

Y va á arrullarla cantando.

Torna el guiso á revolver, Ve si tiene sal bastante,

Y poniéndose á coser Con aire alegre y radiante.

32 M. CURROS ENRÍQUEZ

Mientras su niña hechicera Duerme en un sueño florido, Con ilusoria tijera Corta ilusorio vestido.

Mas ya es hora; el pequeñuelo Debe ya de andar cansado De tanto creador anhelo y tanto esfuerzo gastado.

Con lloros, Mimí, incesantes Va á despertar, de horror presa; Es necesario cuanto antes Poner la sopa en la mesa.

¡Ved cómo el servicio brilla! ¡Qué Trimalción infantil! La marca de la vajilla Tiene la firma de abril.

Jamás loza tan preciosa Vio mesas de embajadores: Los platos, hojas de rosa; Las copas, urnas de flores.

Hay allí el lujo extremado De una saturnal pacana: Para cada convidado... Dos pepitas de manzana.

LA LIRA LUSITANA 33

IV

El crimen,

En tanto, el pequeño, ardiendo Cual bajo un sol tropical, No se da paz, persiguiendo Un proyecto colosal.

Sobre una roca improvisa Una torre atrincherada, Más baja que la de Pisa, Pero harto más inclinada.

Para su coronamiento Fáltanle, empero, banderas Que agite furioso el viento Al son de marchas guerreras.

Búscalas con frenesí Por una y por otra parte: «¿Y el vestido de Mimi?... ¡Que magnífico estandarte!

Mas si lo nota Bebé, Que es lo que hay de más lloroso.. ¡Bah, no importa!» Y, pie tras pie, €omo un ladrón, cauteloso,

34 M. CURROS ENRÍQUEZ

Se acerca al lecho de amor Do yace Mimí tranquila; Quiere volverse... jValor! Sus piernas tiemblan..., vacila.

Bien se le alcanza al malvado Que un crimen va á cometer... Mas si el traje es encarnado

Y es nuevo... ¡qué le ha de hacer!

No resiste... Fuera en vano. Lo cog^... En el mismo instante Llega Bebé, y á su hermano Sorprende en robo flagrante.

Ya sus banderas perdidas, Hace una espantosa mueca,

Y á puntapiés homicidas Despedaza la muñeca.

Loca, consternada, absorta, Bebé dio un grito estridente, Como una flecha que corta El aire rápidamente.

La familia, que lo oyó. Corre llena de recelo. Bebé, pálida, cayó: La alza su madre del suelo.

<'¿Qué tienes? ¡Ay, qué agonía! ¿Te has h^cho daño? Á ver, ¿dónde?

LA LIRA LUSITANA 35

¿Dónde fué?... ¡Virgen María! ¡Habla!... » Bebé no responde.

Se ahoga, se desgañita, En lágrimas anegada. La decrépita abuelita Prométele mermelada.

Jura que la ha de enseñar Su padre, si á hablar no accede. Pero ella no puede hablar. ¡Vaya, está visto, no puede!

De una azotina no escasa Líbrala á tiempo el perdón.

Es de noche. Entran en casa. Tocaban á la oración.

El remordimiento.

El chico, desencajado, Mudo, quedó en el jardín, Inerte como un forzado, Sombrío como Caín.

Negros fantasmas quiméricos Daban hondas carcajadas.

36 M. CURROS ENRÍQUEZ

Veía lirios cadavéricos

Y flores ensangrentadas.

Contemplábanlo las piedras Con siniestra indignación. Las enmarañadas hiedras Gimen bajito: «¡Ladrón!»

«¡No, para ti no habrá cielo!», Dice un lucero argentino. Sobre un ciprés un mochuelo Silbaba ronco: «¡Asesino!»

Conteniendo el trote recio, De sus brutos desde el lomo, Mirábanlo con desprecio Sus cien soldados de plomo.

Y á sus pies, trizas la ropa, Yacía Mimí insensible, ¡Ay!, con los sesos de estopa Fuera del cráneo... ¡Era horrible!

Lamentando sus excesos, Alzó los restos del drama... ¡Iban juntas, con los huesos, Tripas de algodón en rama!

Guardó en su gorro estropeado Aquella carnicería;

Y cual marcha un condenado Por la dolorosa vía,

LA LIRA LUSITANA 37

Lleno de dolor sincero Entró en casa, hosco é imponente. Un gato sobre un alero Mayaba lúgubremente,

Y en el cielo esplendoroso La luna, roja, suspensa, Mostraba un disco monstruoso, Como una palmeta inmensa.

VI

La enfermedad de Bebé.

Desnúdanla, échanla en cama,

Y no encontrándola herida, El padre indignado exclama:

¡Una rabieta!... ¡Por vida!...»

Mas no cesa en su dolor Bebé. ¿Qué tendrá? ¡Misterio! Su madre llama á un doctor,

Y entra un doctor grave y serio.

Tómala el pulso, medita,

Y con aire autorizado : «Es una indigestioncita

Dice ; nada de cuidado.»

Y encargando una tisana, Se alejó la Medicina.

38 M. CURROS ENRÍQUEZ

Á veces la pena humana Es una garra leonina

Que se nos clava en el pecho, Nos aplasta, nos estrella, Y el cuerpo al fin cae deshecho, Postrado debajo de ella.

Así, la niña llorosa. Por el cansancio vencida, Aletargada reposa. Más bien muerta que dormida.

VII

El sueño de Bebé.

Bebé sueña que Mimí Su postrer aliento arranca Sobre almohadón carmesí. En lecho de guata blanca.

Al resplandor de los cirios Yace en ataúd estrecho; Sus blancas manos de lirios Puestas en cruz sobre el pecho.

Su boca ha sido asaltada Por la gangrena invasora; Boca color de alborada. Color de violeta ahora.

LA. LIRA LUSITANA 39

Tiene el seno macilento, Rígido é inmóvil el talle... Allá fuera gime el viento, Aullan perros en la calle...

Desde un rincón de la sala Bebé, que á su liijita adora. Hondos suspiros exhala

Y cual nunca gime y llora.

Allí está, yerta, tendida, Muda y en eterna calma, La que es vida de su vida. La que es alma de su alma.

¡Ya en su blonda cabellera Prender no podrá una flor! Tan hermosa como era

Y matarla... ¡Oh, qué rigor!

Sus grandes ojos velados. Dos firmamentos, quizás Estarán siempre cerrados

Y no se abrirán ya más...

¿Y si esto fuese mentira? ¿Si fué un sueño que pasó?... ¡Ah! Parece que respira... ¡Aun vive! ¡No ha muerto, no!

¡Mas las campanas doblando! ¡¡Mimíü ¡La van á enterrar!...

40 M. CURROS ENRÍQUEZ

Ya están los curas cantando... Ya se la quieren llevar...

Las criadas, compungidas, Besan á la niña muerta... ¡Ya con hachas encendidas Los pobres rodean la puerta!

Le echan el agua bendita... Van á clavar el cajón... La angustia, que es infinita, Revienta en una explosión.

Bebé, la mirada fija, Lívida, terrible, opresa, Se arroja sobre su hija Cual tigre sobre su presa.

Sus tristes ojos sombríos Lloran, lloran sin cesar. ¿Qué importa que sean ríos. Si dentro de ella hay un mar?

Suplica, blasfema, implora. Llama á la muerte inhumana... Despertó entonces... La aurora Entraba por la ventana.

Mira, y ve junto de (Maravilla que no espera) Á la ex difunta Mimí, Tan rolliza y tan entera.

LA LTRA LUSITANA 41

Radiando de gozo sano: ¿Quién hizo tal?», preguntó. Salta de un rincón su hermano, Y dice riendo: «¡Fui yo!»

* * *

LEALTAD

Había en su mirada dulcísima un profundo Rastro de íntima pena que nadie comprendió: Era un mastín decrépito, un perro vagabundo, El más vulgar de cuantos el fisco respetó.

Acostumbrado al viento y al frío y las heladas, Del barrio de la plebe las calles apartadas Víasele á deshora husmeando pasear;

Y á veces de la luna al rayo solitario

El viejo perro aullaba un canto funerario. Triste, cual las tristezas osiánicas del mar.

Cuando arreciaba el agua y el frío era incle-

[mente, Del templo guarecíase detrás del portalón; Echábanlo, y entonces huía humildemente. Sin que el trancazo innoble ni el puntapié inso-

[lente Un grito le arrancara de justa indignación.

Inofensivo, manso, del transeúnte amigo. Jamás ladró á la capa roída del mendigo. Ni miedo fué á la infancia, ni horror á la vejez.

Y del respeto á cambio que todos le debían,

42 M. CURROS ENRÍQUEZ

Si á palos por doquiera los viejos le seguían, Corríanle á pedradas los niños á su vez.

Un día, un pintor de esos de triste catadura Á quienes sobra genio, si falta protección, Hallóse en la revuelta de una calleja obscura Con la siniestra estampa del perro matalón.

Era el pintor un alma versátil y sencilla, Que en la estrechez viviendo de una épica buliar-

[dilla, Feliz en sus ensueños de nombre universal, La sed fatal sentía de aplausos y de gloria. Esa pasión que á veces conduce á la victoria,

Y á veces al hediondo lecho de un hospital. Quedóse, al verle, el perro mirándole y parado,

Y de un secreto impulso del corazón llevado. Hablóle así el Apeles, mirándole también: «¡Cuan rara semejanza entre nosotros noto! Yo soy, cual tú, ¡oh colega!, un proletario roto. Sin patria, sin familia, ni amigos ni sostén!»

Un rayo de la luna que se elevaba en calma. Vino en los tristes ojos del perro á sorprender Una lágrima ardiente, cual la explosión de un

[alma Que pugna sus cadenas de hierro por romper. No se ocultó al artista lo horrible de este an-

[helo Que el ansia revelaba de un mudo corazón,

Y continuó: «Comprendo tu amargo desconsuelo; Ven, y desde hoy vivamos en fraternal unión.»

L\ LIRA LUSITANA 43

Y leales compañeros, heroicos puritanos, Vivieron desde entoncee entrambos como her-

[manos, Placeres é infortunios sintiendo por igual,

Y no hubo dicha ó duelo, rigor ó bienandanza, Amargo desaliento ni próvida esperanza

En que no reclamase su parte cada cual.

Y cuando el pobre artista, hambriento y mise-

[rable, Desfallecer sentía su genio inquebrantable, Cual desfallece á veces el fuerte luchador; Cuando en su examen íntimo miro la fe perdida

Y quiso la monótona jornada de la vida Interrumpir, el hierro pulsando matador. Los ojos de su perro, entonces de amor llenos, Decirle parecían con lánguido mirar:

«¿No ves? ¡Yo también sufro! ¡Y el hombro sufre

[menos Cuando hay quien á su lado comparta su posar!...»

Mas la fortuna, al cabo, la diosa millonaria, Entróse en la buhardilla y díjole al pintor: <¡E1 hijo de las Musas viviendo como un paria! Arroja de tus hombros la hopa funeraria Y sigúeme : te esperan la dicha y el amor.»

El mundo desde entonces tuvo sólo placeres Para el artista, dulces sonrisas las mujeres, Lauros la patria, y oro y honor la sociedad; Deslumbradora gloria iluminó su vida,

44 M. CURROS ENRÍQUEZ

Y por doquier siguiéronle, escolta distinguida, El éxito, el aplauso, la popularidad.

Era feliz : su dicha velando satisfecho El animal, insomne del amo junto al lecho, El golpe contenía de su respiración;

Y cuando de la aurora la blanca luz rayaba, Dejando el sibarita su sueño, despertaba

De un beso de su perro sintiendo la impresión.

Empero, rodeado de goces y delicias. Pronto al pintor cansaron del perro las caricias, Que al ñn ya no tenían encantos para el. Le incomodó su aullido, y atarazó su boca; Le hastió su compañía, y, corazón de roca, Molióle á bastonazos, incompasivo y cruel.

Y como el desdichado ni pelo ya tenía. Su dueño, que mirarle sin asco no podía. Mandóle de los sótanos las cloacas á habitar; De allí le trasladaron á un frío cuarto obscuro

Y de alimento diéronle, de un hueso mondo y

[duro, La esquirla que otro perro no pudo atravesar. Ya todos le trataban peor que un asesino;

Y al grillo condenado y á bárbara prisión, En vano lamentaba, gruñendo, su destino, Que nadie de él tenía piedad ni compasión.

Su lomo, carcomido por el rigor del hambre, Cayó sobre sus llagas de moscas un enjambre,

Y un día, gangrenado, sintiéndose morir,

LA LIRA LUSITANA 45

<No moriré sin verle pensó de angustia hen-

[chido -~; Exhalaré á sus plantas mi postrer gemido; Le debo amor, y quiero con mi deber cumplir.» Y exhausto, y arrastrándose jadeante, mori-

[bundo, Humilde, acobardado, cual pordiosero inmundo, En la morada espléndida metióse del pintor. <:¡Tú aun vivo! exclamó este con ira en el sem-

[blante— . ¡Salgamos!...» Y partieron : el perro iba delante, Mirándole á intervalos con infinito amor.

Era una noche horrible, noche invernal, som- Del mar alborotado la augusta sinfonía [bría; En las desiertas playas dejábase sentir. Llegaron á unas rocas; el perro lazariento Detúvose, escuchando como un presentimiento Bajo sus pies las olas monótonas gemir.

Á un ademán del amo, postrado el triste perro, Mudo, impasible, inerme, dejóse amordazar; Sintió sobre la nuca la pesadez del hierro Y el ritmo oyó de un frío y erótico cantar...

Y en tanto que sublime, magnífico, sereno. La hora presentía fatal del Nazareno Al recibir de Judas el ósculo traidor, «¿Qué importa?— parecía decir su vista incierta—; Sólo él me llamó amigo; sólo él me abrió su

[puerta. ¡Muramos, si mi muerte complace á mi señor!»

46 M. CURROS ENRÍQUrZ

Mas éste, sin oirle, cogióle, y de repente Le sepultó en las aguas, su canto al terminar. Oyóse un sordo grito ahogado en la corriente,

Y luego, de la luna al resplandor naciente, Quedó una cosa blanca flotando sobre el mar.

El despiadado artista, en su malvado anhelo, Al arrojar su víctima al agua, no miró Que entre el dogal cogido del perro, iba el pa-

[ñuelo Que de su amor en prueba su amada le bordó.

«¡Maldito can! decía al retirarse airado . Mi nombre, mis tesoros, todo lo hubiera dado Antes que de esa prenda la pérdida sufrir...» No pudo aquella noche pensar en otro objeto,

Y se acostó iracundo, alucinado, inquieto. Queriendo vanamente en su ansiedad dormir.

Cuando del nuevo día la luz bañaba el suelo, Llamar sintió á la puerta; se levantó y abrió. El perro entró, y exánime, de lealtad modelo. Sobre la muelle alfombra abandonó un pañuelo, Lamió los pies del amo, miróle... y expiró.

EL MIRLO

Yo he conocido un mirlo Negro, vibrante, rápido, nervioso. Madrugador, jocoso; Apenas se anunciaba

LA LIRA LUSITANA 47

La luz clara del día, la arboleda Con sus gárrulas risas resonaba.

Cuando el cura del pueblo, importunado

Por el huésped alado.

Del todo aun no despierto, Salía á abrir la puerta que da al huerto Murmurando terribles ironías. Oculto del vergel en la espesura, Gritábale el volátil: «¡Buenos días!...»

Y al viejo padre cura No agradaban aquellas cortesías.

Éste era un vejestón bien conservado, Un tonel de alegrías y rencores; No ostentaba palomas su tejado

Ni su ventana flores. Tenía una pasión : la cetrería;

Y desde que en cazar se ejercitaba Ya la gota cruel no le aquejaba,

Á Dios gracias y á Noé..., como él decía. El mirlo, poco ó nada inteligente Del latín en los sabios solecismos. Continuaba cantando, indiferente Del párroco á los negros exorcismos. De su locuacidad incomodado

Y rebosando en santas intenciones, Pensó el cura una vez, viendo posado

Al mirlo en su sembrado : «¡Me acaban con el grano estos ladrones!...

¿Por qué habrá Dios criado Esta turba de mirlos y gorriones?» El pajarillo, en tanto,

Honesto como un santo,

48 M. CURROS ENRÍQUEZ

No bien allá en Oriente La estrella matinal resplandecía,

Cuando ya diligente

Por la troje, y risueño, Á perseguir se daba honradamente Todos cuantos parásitos veía, De la hormiga al insecto más pequeño. Á pesar de lo cual, el proletario, El buen trabajador, de vida obscura, Nunca ha pedido aumento de salario. ¡Y aun le persigue, loco, el señor cura!

Llevado á la era el trigo

Y sobre él puesto un espantajo vano, Díjose, hablando el buen abad consigo: «¡Á ver ahora quién se atreve al grano!»

Y durmió aquella noche satisfecho; Pero apenas lució la nueva aurora

Se despertó, escuchando, con despecho. Del mirlo audaz la jácara sonora. De pronto deja el lecho; Arrebujado á medias en su ropa Sale al balcón en actitud guerrera,

Y ve al mirlo saltando allá en la era, De su sombrero encima de la copa...

Llegó la cosa á tanto, Que enfermó el padre y enfermó de espanto; No hablaba, no reía,

Y fue tal su disgusto y tan constante. Que el bermejo color de su semblante Pálido se trocó desde aquel día. Hizo la enfermedad huella tan dura En aquel valeroso ánimo ahito,

LA. LIRA LUSITANA 49

Que por perderlo to^o el padre cura, Perdió... (¡quién lo creyera!) el apetito.

Leyendo en su jardín cierta mañana En voz alta el Antiguo Testamento, Descubrió entre la hiedra, que lozana Una pared vestía comarcana. De un nido con seis mirlos el asiento.

Al verlo el cura, dijo : ^La madre el fruto se comió vedado; Luego, si bien colijo, Se transmitió el pecado. ¿Pagó la madre? No. Pues pague el hijo. Es doctrina infalible. Estoy vengado.»

Y cogiendo las míseras parejas,

Hambrientas y desnudas. Metiólas de una jaula entre las rejas. Que sintieron cerrar de asombro mudas. Dejó luego la jaula suspendida En la rama de un sauce desgajada,

Y volvió á su lectura interrumpida, Con una sonrisita desdentada.

La noche iba cayendo silenciosa Y velaba su faz Naturaleza, Bajo un manto de sombra religiosa. Una bella tristeza

50 M. CURROS ENRÍQUEZ

Se extiende por doquier indefinida. El sol, al ocultarse tras el llano, Deja siempre en el alma dolorida Un misticismo heroico, dulce y sano.

Doradas por un rayo postrimero, Las torres de la iglesia resplandecen Como el casco y la lanza de un guerrero. En la cumbre del monte solitario, Inmóviles los árboles, parecen Las descarnadas plantas de un herbario. Tornaban al hogar los labradores

Y en paz dormían esas cosas suaves :

Los rebaños, las flores,

Los niños y las aves. Dormían..., mas el cura está despierto.

Con paso torpe é incierto Fué á descolgar la jaula de la altura,

Y la sombra de su árida figura

Como una mancha se extendió en el huerto. Entonces, con diabólica alegría, Murmuró al ver las aves inocentes : «¡Y qué gordas están! ¡Por vida mía! ¡Guisadas con arroz son excelentes!*

La luna apareció. De los arbustos Brillaban en las hojas las sonrisas Tranquilas y apacibles de los justos. Á las abiertas yemas arrancado De los tallos en flor, llevan las brisas Por doquier un efluvio perfumado.

En los senos profundos De la materia en sueños, escuchábase

LA LIRA LUSITANA 5{

Un himno vago, fresco, penetrante. Todas las fuerzas vivas de los mundos Sostenían un diálogo gigante. Es preciso un silencio concentrado, Una aptitud poética, nerviosa, Para entender la cifra misteriosa De ese lenguaje vegetal, no hablado. En el campo, en el bosque, en la laguna, Estallan como besos mil rumores,

Y al magnético rayo de la luna

La vega invade una explosión de flores.

El mirlo entonces fué derecho al nido,

Calor á sus hijuelos procurando;

Llevábales del pico suspendido

Con el tierno alimento el musgo blando.

Rápido se posó sobre la piedra

Del muro; alzó otra vez su ala de gasa,

Y separando el pabellón de hiedra. Miró... y ¡ay triste! no encontró su casa.

Convulso, atolondrado Al golpe de un dolor rudo, infinito. Recorre el huerto de uno al otro lado.

Busca, inquiere, se afana. ¡Todo inútil! De pronto suelta un grito, Sus hijos viendo en la prisión insana. ¿Quién aquí os encerró?»

Y el mayorcito Dijo, agitando al par su ala temprana:

<Fué ese hombre..., ese hombre negro! Cuando le vimos, todos te llamamos, Pero estabas lejos y no oías,

52 M. CURROS ENRÍQUEZ

Y al vernos solos frente de él... lloramos. Mírale... ¿No le ves? Mira... ¡Es tan feo! ¡Es tan feo! Mas ábrenos la puerta

Y escóndenos debajo de tus alas.

No nos tengas más tiempo en esta huerta. En el campo hay más luz, mejores galas. Todo allí es libertad y poesía, Del sol á los purísimos reflejos. ¡Quién tuviera tus alas, madre mía. Para volar, para volar muy lejos!»

Y el mirlo, alucinado.

Clamó:

«¡Cómo! ¿Es pecado, Es un crimen amar estas criaturas? ¡Dios mío! ¡Y me las han encarcelado, Tan candidas, tan buenas y tan puras! ¡Y lo ves. Señor, y lo consientes! Robármelos... ¡Y nunca daño hicieron Á nadie mis hijitos inocentes! Con mi calor yo los crié á mi seno,

Y para su alimento he separado, ¡Trabajo atroz!, del grano malo el bueno. Para darles abrigo he destrozado

Mi pico en los breñales, y hame herido En rudo encuentro el gavilán malvado. ¡Cuánto amor^ cuánto afán, cuánto desvelo Para buscarles ese pan que nunca, Nunca sin sacrificios nos da el Cielo!

Y cuando, ya criados, sonreía.

Con la esperanza de mirarlos, leves. Cruzar en jubilosa algarabía Los abismos del éter insondables.

L\ LIRA LUSITANA

¡Avaras de mi paz, manos crueles

Los privan de mi amor!... ¡Ah, miserables!

La luz, la luz, el cántico glorioso Que en ecos mil de la creación se exhala Al despertar la aurora, he ahí el arcano De nuestra vida, nota que resbala En el concierto inmenso y soberano.

Y ¡ay! sofocar un ala Es sofocar el pensamiento humano.

Mas yo tengo la culpa... Anochecía Cuando el nido dejé... Todas las tardes Salgo para volver al otro día, Pero hoy tardé. ¡La culpa es mía..., es mía! ¡Hicisteis bien..., hicisteis bien! ¡Cobardes!

Este aire me asesina. ¡Oh, quién tuviera

Las garras de una fiera Para romper esta prisión maldita!... ¡Y cuan dulce la noche y cuan hermosa! ¡Por todas partes luz, calma infinita! ¡Sólo en mi pecho sombra tenebrosa!»

Y la noche, serena, omnipotente, Sonreía entretanto castamente En su cendal envuelta de vapores, Mientras de la arboleda en las plateadas Copas, de hojas lucientes como espadas^ Gorjean los canoros ruiseñores.

Los vegetales, pálidos, felices. Hundían en la tierra sus raíces,

M. CURROS ENRIQüEZ

Procurando su savia dulce y buena, Con las feroces ansias monstruosas De las pequeñas crías vigorosas Al ubérrimo pecho de la hiena. La luna, melancólica, durmiente,

Desdémona doliente, Vagaba silenciosa por la altura. Su luz vertiendo soñadora y fría,

Blanca, cual la armonía

Y cual la verdad, pura. Y entre la luz, los cantos y las flores, En la atonía cruel y el paroxismo

De los grandes dolores.

El mirlo solitario Yacía inerte, exánime, sereno. Cual la madre inmortal del Nazareno En la terrible noche del Calvario.

LA LIRA LÍISITANA 0 3

TEÓFILO BRA&A

La sombra del Profeta: Samiaza ó el amor de los ángeles. Fin de Satanás. La infancia de Homero.

LA SOMBRA DEL PROFETA

Super fiu:nina..

El anciano murió, viendo á su hija En poder de las hordas imperiales, A su cariño santo arrebatada Para encantar las noches crapulosas Del palacio de Ciro, y mudo yace. Como la mole herida por el rayo, Rodó por tierra al instantáneo golpe. Jaliel, la más hermosa entre las bellas Vírgenes de Sión, va, cual paloma En las garras del buitre suspendida. ¿Adonde? No lo sabe. Sabe sólo Que deja atrás al pobre anciano muerto. ¡Niña y sola en el mundo! Había nacido En Babilonia, la imperial, mas nunca Viera los sitios que cantó el profeta: Los ríos sonorosos, los jardines De las campiñas del Sarón, las tumbas Donde duermen los viejos patriarcas.

56 M. CURROS ENRÍQUEZ

El dolor de su pueblo la hizo triste, Dio á sus labios la voz del vaticinio

Y á su faz la expresión del que refleja, Frente á frente de Dios, sus maravillas. Antes de darla á luz su pobre madre, Largos años estéril, lamentaba

No haber sido elegida y en su vientre No engendrar al mejor de los profetas. ¡Cuánto lloró!

La fe le abandonara. Aliento que al espíritu reanima

Y abre á los ojos horizontes nuevos. Un día hacia el desierto encaminóse,

Ansiando hablar de Elias con la sombra. Penetró en las cavernas del Carmelo

Y pronunció conjuro misterioso. Una voz contestóle, semejante

Al vendaval que azota la montaña: «Cuando florezca en tu jardín un lirio, Grato al Señor será también tu fruto.»

Inflnito placer, júbilo inmenso Su existencia doró desde aquel día. ¡Oh, esperanza! Alborada rutilante. Que en pos luciendo de la noche negra Llamas al alma á divinal concierto. Á tu luz, de relámpago bendito, Vese del cielo la dorada cimbra.

Al gemir de las tribus bajo el hierro Del cautiverio insano, vino á unirse De un nuevo ser el lánguido vagido. Era Jahel. Su madre presentóla Al templo abierto del espacio libre,

LA. LIRA LUSITANA 0/

Y en él de castidad formuló el voto. ¿Quién osará tocar con mano impía En su virgínea veste consagrada? ¿Quién beberá en el cáliz elegido Sin temer la sentencia de ruina?

En el palacio de marfil de Armenia Todo es luz y armonías j esplendores

Y fiestas y locura. Esclavos, príncipes Hacen la corte al déspota monarca. Los salones de pórfido luciente Tienen rosas y flores por alfombra; Luz de color suavísimo los baña, Que á somnolencia plácida convida. Las bóvedas inmensas repitiendo

El dulce son de las marmóreas fuentes, Adormecen el ánimo cansado. Bollas mujeres, las hurís de Tiro, Ceñida al hombro la flotante túnica, Olor de áloes y de mirra exhalan. Sostienen cien esfinges las columnas Del salón del festín, cubierto de oro

Y púrpura de Sidon. Apoyada

La cabeza en su cetro de diamantes, Que deslumhra los ojos, entró Ciro Rodeado de sensual magnificencia. Sus plantas, al andar, huellan las flores Más raras y preciosas que en sus lindes

58 M. CURROS ENRÍQUEZ

El imperial oasis producía.

Tiéndese en un diván de blanda pluma,

Y mientras de sus sueños fastuosos Reposa de grandezas y prodigios, Mano gentil su clámide desata

Y ungen su cuerpo jóvenes doncellas. La sensación sintiendo halagadora De los dedos que estallan en su carne, Suavemente retuércese el tirano. Como al son irritante de los pífanos Se enrosca en espirales la serpiente. De la estancia el rocío perfumado, Las danzas, los suspiros, los marciales Himnos de triunfo, el vino que chispea En los cálices de ágata, el ruido. Todo embriagaba al oriental monarca.

II

Ciro llamó á la esclava israelita. Quiere su arpa escuchar conmovedora, En sus brazos tenerla, fascinarla, Y robar á Jehová la flor divina Que la cautiva consagró en sus aras. Rumor confuso de lejana música La entrada le anunció de la doncella. ¡Hela allí! Viene lívida, ojerosa. Ciro le indica que levante el velo. Impaciente de amor y delirante. ¡Su belleza le arrastra y su ternura!

LA. LIRA LUSITANA 59

Ungiéronla con óleo perfumado,

Y el rey, loco de amor, así la dice : ¡Jahel, Jahel! Reclínate en mi seno

Como se inclina al sol y cae el dorado Racimo de Engadí, en la siesta ardiente. Ven, de las hermosas la escogida,

Y abrásame en el fuego de tus ojos. Rico es el polvo de oro que en tu crencha Mis siervos derramaron; rico el manto Con que quiero elevarte hasta mi trono; Pero es más rico aún lo que me ocultas.

III

Jahel aproximóse temblorosa. ¡Cuan bella estaba así, cuan hechicera Ella, tan pura, tan pequeña , casi Á la altura de un beso! Su mirada, En la húmeda pupila adormecida, Ofrece ala pasión sordo incentivo. Leve, flexible, como caña débil. Era la poma por el sol dorada Bajo el cielo oriental; falta cogerla. Ella desconocía ese deseo Que deja siempre el corazón hastiado. Ciro ardía en amor al contemplarla, Cual las brasas de sándalo y de mirta Que humean en los áureos pebeteros. Pero el señor de imperios y naciones, De su esclava humillado en la presencia,

60 M. CURROS ENRÍQUEZ

No se atreve á tocarla... Allá á lo lejos Sonar se oyeron arpas misteriosas :

«¡Jahel, Jaliel! Encantadora virgen^ Orgullo de Israel, sueño de amores : Dame te estreche, fugitiva nube. Quiero escuchar tu voz. ¡Habla! Te adoro.»

Desprendióse Jahel de entre sus brazos, Cual la paloma que remonta el vuelo, Y tomando una cítara, caída Sobre el tapiz de pieles de pantera Que revestía el gineceo, preludia. Sus trenzas sueltas por los hombros caen; Parece la inspirada profetisa Que bajo las palmeras del desierto Á las tribus anuncia su destino. Fijos los ojos en el cielo obscuro, Así cantó con voz tranquila y grave :

SAMIAZA Ó EL AMOR DE LOS ÁNGELES

THRENO PRIMERO

I

«Salve, amor inmortal, llama divina. Motivo eterno del eterno canto, Fuerza y ley de que todo se origina;

De la inmensa creación perenne encanto Reflejado en las formas que se enlazan; ¡Unidad, de nuestra alma anhelo santo!

Por ti los orbes rutilantes trazan. Arrebatados en febril cadencia, Surcos de luz que el infinito abrazan.

LA LIRA LUSITANA Gl

Sin ti fuera imposible la existencia, Quimeras las más puras realidades, Toda substancia inerte y sin esencia.

eres torrente que la vida invades, Sinfonía del himno de los mundos, Prisma ideal de celestes claridades.

Á tus ardientes besos y fecundos Estremécese próvida Natura, Agitada en anhélitos profundos.

Se abre la flor, prodigio de hermosura, Y su desnudo seno y aromoso Se ofrece al germen de la brisa pura.

Siente sed el estío caluroso; Son las nupcias motivo de alegría. ¡Tú el instante aceleras misterioso, ¡Oh, amor!, eterno verbo de armonía!

II

Foco brillante de ese amor inmenso Que en concentra inextinguible hoguera, El ángel es, en su éxtasis, suspenso.

Ante el Señor, en la celeste esfera, Los ángeles, con cántico yocundo. Su gloria ensalzan, que eternal impera.

Mientras otros, dispersos por el mundo, Contemplan cómo todo cuanto existe Cumple su fin, misterio el más profundo

De amor y muerte— ley obscura y triste. Antítesis fatal é inexorable. Que ningún ser elude ni resiste.

Del grande Amor enigma indescifrable,

62 M. CURROS ENRÍQUEZ

Cántanlo en salmos vividos, sonoros, Ascendiendo en escala perdurable Tronos, patriarcas, serafines, coros.

ÍII

Mas ningún ángel á Samiaza iguala: Vive en la luz, anégase en la aurora; Baña en el éter palpitante el ala.

Tipo gentil de gracia seductora, La bondad se revela en su semblante

Y es dulce su mirada soñadora.

De alas blancas, de un blanco deslumbrante^ El rumor que su vuelo producía, De una lira semeja el son distante.

¡Samiaza! Es su nombre una armonía, Un perfume llevado por el viento, Una estrofa de espléndida poesía.

Nunca á un ser á éste igual el pensamiento Dio forma del Señor, y Él lo enviara Por la extensión azul del firmamento.

Traspuso mundos de grandeza rara,

Y obediente á la tierra se transporta. Viene á escuchar la melodía clara Que se levanta de la vida absorta.

IV

Ya satisfecho el divinal mandato Dijo á Samiaza Dios: «Ángel, ¿que viste Sobre ese suelo á mi cariño ingrato?

»Pálido tornas, conmovido y triste.»

LA LIRA. LUSITANA 6.3

^Tá eros, Señor, la fuente de do mana El amor que en los seres infundiste.

Al fuego de ese amor, la forma humana De la nada sacaste; á ti debemos Nuestra inmarchita juventud lozana.

»Prototipos hicístenos supremos Del puro amor; nos distes el encanto En que tu trono altísimo envolvemos;

»Todo cuanto hay de bueno y noble y santo. Mas ¡ay! del Universo en el gran coro Vaga una nota de dolor y llanto.

»¡Muerte y amor van juntos! Yo te imploro^ Señor, me hagas sentir ese misterio, Cuyo secreto tenebroso ignoro.

>>Las nubes cantan en su azul imperio : »Nosotras nos amamos, nos buscamos, ^>Llevadas de hemisferio en hemisferio;

»Mas el ósculo santo que nos damos, »Bajo el sol que doró nuestra blancura, »Nos sepulta en la tierra que regamos.»

»Las aguas gimen con igual tristura: «Reflejamos los cielos transparentes, »Esmaltados de luz intensa y pura.

»Rodamos turbulentas é impacientes; -El almo Dios sobre nosotras pasa, »Y al fin nos sorben ¡ay! los continentes.»

>La mustia flor, ya de perfume escasa, Dice: <A1 romper la aurora fresca y roja >Ábrense nuestros pétalos de gasa;

»Mas un soplo de viento nos deshoja >Y el calor que fecunda nos marchita. »¡Dura ley que entristece y acongoja!»

64 M. CURROS ENRÍQUEZ

»El torpe insecto, dolorido, grita : Hijos del sol, su fuego nos calienta :^ Y á su luz agitámonos bendita;

»Pero al venir la noche soñolienta, » Cuando su rayo se extinguió en el cielo, » ¡Ráfaga helada mátanos violenta!»

Rompe, Señor, del grande arcano el velo. ¿Por qué pusiste en todo amor y muerte Y á me privas de sentir su anhelo?

» ¡Dichosos los que sufren! Grande y fuerte, al ángel das la gracia que lo exalta; Pero si ha de llegar á conocerte, Aún el dolor, aún el dolor le falta! »

IV

Ciro asombrado oía los arpegios De la doliente voz, que se filtraba De su pecho en lo íntimo. ¡Los ángeles No tienen lira tan sonora y dulce! Mudas están las báquicas orquestas. Todo parece que en redor escucha.

En cojines de seda reclinado. La languidez sintiendo del deseo, Ciro quiere más cantos, más suspiros. Jahel pulsa de nuevo el cinnor santo Que de sus manos trémulas cayera; La desceñida túnica de lino Deja entrever sus formas delicadas; Su voz adquiere el ritmo tempestuoso

LA LIRA LUSITANA 65

De la alta profecía. En ese instante

La inspiración volcánica, terrible,

Dio á su semblante una expresión siniestra.

THRENO SEGUNDO

«Junto al Hermon, al pie de la montaña, Del tiempo antiguo en las pasadas eras. Raza altiva vivía, audaz y extraña.

Sus hijos, vigorosos como fieras, Moraban ya en el bosque, ya en la gruta. Hermanos de chacales y panteras.

De inquieta sangre y cabellera hirsuta. Ellos poblaron la extensión de horrores. Viviendo en perdurable, honda disputa.

Pero en compensación á esos rigores. Las vírgenes aquellas engendraron, Por las cuales, muñéndose de amores, Á la tierra los ángeles bajaron.

II

El azote de Dios cayó tremendo Sobre la tribu miserable un día. De lepra y peste con castigo horrendo.

La tierra quedó estéril y baldía, Y del hambre temiendo las torturas. Loca la gente y consternada huía.

Débiles seres, candidas criaturas,

66 M. CURROS ENRÍQUEZ

Por sus madres al huir, abandonadas,

Poblaron las desiertas espesuras, Al furor de las aves entregadas.

III

Samiaza nuevamente el éter corta Para escuchar el inmortal concierto Que se levanta de la tierra absorta.

De pronto, triste queja, lloro incierto Oye exhalarse al borde del torrente. Allá, donde halla límite el desierto.

Acércase á la sima diligente. ¡Es una pobre niña la que llora. Que el frío helado de la noche siente!

Flor á quien niega en su primer aurora Su amparo el tallo, en que gentil se mira; Allí su madre la arrojó traidora, Y el buitre fiero en torno de ella gira.

IV

El ángel, contemplándola, bendijo El dolor que la vida nos revela,

Y de piedad vertió llanto prolijo.

Por su bien, nueva madre, se desvela; Lecho de rosas dale por guarida,

Y mientras ella duerme, el ángel vela. Y viene á despertarla á la salida

Del sol, y guía sus pasos en el suelo;

Y por verla y guardarla, hasta se olvida De sí, de Dios y de su patria, el cielo.

LA LIRA LUSITANA 67

V

De día en día más gentil y bella, La pobre niña huérfana crecía; Mas ¿cómo el ángel revelarse á ella?

Extraño afán su espíritu sentía; Le encantaba su gracia soberana, La amaba... ¡y ella nunca lo sabría!

Rebelde, sordo á su pasión tirana, Fáltale el verbo en que el amor se expresa, Noble atributo de la forma humana...

De infinito dolor el alma presa, Buscó para su amada un dulce nombre

Y la llamo Tamiel, de fe en promesa. ¡Nada que más conmueva y tanto asombre

Como el dolor de un ángel, en la fría Atmósfera agitándose del hombre! Tamiel, en tanto, en soledad vivía,

Y Samiaza le hablaba en el lenguaje De la naturaleza casta y pía.

Ora la sonreía entre el follaje. Ora la estremecía con el blando, Suave rumor del aura en el boscaje.

Y poco á poco, la ansiedad medrando. Del ángel puro en la divina esencia Iba el amor terreno penetrando.

Loco, por fin, de afán y de impaciencia, Á Tamiel prometió mostrarse un día De un hermoso galán en la apariencia.

Tamiel creyó morirse de alegría Al oír la promesa misteriosa,

68 M. CURROS ENRÍQUEZ

Y esperando la aurora que venía, Cuanto serlo aquí cabe, era dichosa.

VI

Corpórea forma pidió á Dios, sediento El ángel..., y sus alas se desprenden Cual hojas secas que arrebata el viento.

Las cuerdas de su cítara suspenden El cántico inmortal; de su pupila Á raudales las lágrimas descienden.

Sus ensueños de gloria, su tranquila Paz, todo en doloroso panorama. Ante sus ojos súbito desfila.

¡Ya de sus goces se extinguió la llama! ¡Perdió su sien el resplandor sagrado! ¡Hombre es el ángel ya!... ¿Qué importa, si ama?

De un sueño delicioso y regalado Despiértase Tamiel, y se estremece Viendo un lindo doncel, triste, á su lado.

í<¡Tú no eres la visión que resplandece En mis ensueños! Samiaza sonreía; lloras,» y tu llanto me entristece.

»¿Qué buscas junto á mí? Tamiel decía— . No; no tienes sus sonrisas francas... Mi amado sobre el éter ascendía, Y careces de sus alas blancas. >^

VII

Samiaza llora. Del dolor cautiva. Su alma tan ruda decepción no arrostra.

LA LIRA LUSITANA 69

Y es que el amor con el desdén se aviva

Y la pena que eleva es la que postra.»

Ciro dormía ya profundamente, Como el león cansado, oyendo en sueños La vibración del plectro cadencioso, Que dulce suavidad vierte en su alma. Jahel cantaba ahora más serena; Su canto la protege en el combate Contra el fiero monarca voluptuoso.

Pura como Judith, en vez de espada, Por prolongar el sueño del tirano, De nuevo va á pulsar el nablo augusto.

THRENO TERCERO I

«Samiaza en su destierro languidece, Como flor á una roca trasplantada Del vergel en que fresca y pura crece.

Mustia como la flor, su alma apenada Bebía la frescura que da vida De la hermosa Tamiel en la mirada.

Á veces, sorprendiéndola dormida, La contemplaba en su ardoroso empeño Con expresión de duelo indefinida.

Ver su semblante mágico y risueño

70 M. CURRf^S ENRÍQUEZ

Era su afán; su encanto más precioso Arrullar con sus cánticos su sueño.

En sus escasas horas de reposo Préstale el césped generosa alfombra. ¡Ya no sonríe en éxtasis glorioso, Hi alas ya tiene que le presten sombra!

II

ün día oyóse un grito sofocado Allá en la gruta en que Tamiel dormía,

Y al punto el ángel acudió á su lado. Tamiel no estaba allí. Legión impía

Sorprendióla de bárbaros guerreros, Que huyen con ella por la selva umbría.

Atajando caminos y senderos Samiaza corre, los alcanza y traba l«eha mortal con los salvajes fieros.

Y como si otra vez la fuerza brava De su vida pretérita tuviera. De cada golpe un monstruo derribaba.

¡Venció por fin! Tamiel libre ya era,

Y estaba en su poder ya rescatada. Ella le sonrió... ¡La gloria fuera Kuin premio á esa sonrisa comparada!

III

Del Hermon en la cumbre fué el combate; El sol ya en el ocaso se escondía Oíando, de la fatiga que le abate

LA LIRA LUSITANA 71'

Sin reposar Samiaza, descendía Al valle con Tamiel. Su sombra vaga Por doquiera el crepúsculo extendía.

La ave nocturna, á quien la sangre embriaga, Fosforesciendo á los airados ojos, En torno á los cadáveres divaga.

Y en tanto que devora sus despojos, Samiaza va faldeando la montaña. Destrozados sus pies por los abrojos.

Sudor sangriento su semblante baña. Teme otra horda encontrar asoladora,

Y una inquietud inmensa le acompaña. Llegó al valle; la frente soñadora

Reclinó de su amada sobre el seno;

Y durmiéronse así. La nueva aurora Iluminó aquel grupo casto y bueno.

IV

Abrió á la luz del sol sus ojos bellos Tamiel, y de Samiaza, que aun reposa. Acarició sonriente los cabellos.

Los ecos de la selva sonorosa Forman himno magnífico, uniforme, Que embriaga el alma en placidez dichosa.

De pronto una pantera horrible, informe, Que del monte bajó, rápida llega

Y hunde á Tamiel bajo la garra enorme. Al sordo ruido que en la ruda brega

La bestia hacía, despertó Samiaza,

Y de su puño á un golpe de ira ciega La aplastó, com.o al golpe de una maza.

M. CURROS ENRIQUEZ

V

Tamiel se desplomó, pálida, yerta. Su amado la llamó, y ¡ay! no responde... Y aun la llamó otra vez... ¡Estaba muerta!

Entre sus manos el doncel esconde Dolorido la faz. No se le alcanza Que á veces puede, sin saber por dónde. Venir á consolarnos la esperanza.

VI

Desde el cénit el astro rutilante Iluminaba el valle y la colina Con luz intensa, viva, deslumbrante.

La frente alzando que á la luz inclina Samiaza transfigúrase, y advierte - Que se remonta á la mansión divina.

Allá en el aire, un coro inmenso y fuerte Cantaba: «¡Bien venido el que ha tocado El misterio fatal de amor y muerte!

El amor que á la tierra te ha lanzado Te dio otra vez del ángel la hermosura. ¡Cuando el día del Hijo sea llegado, llevarásle el cáliz de amargura!»

VI

Luminosa aureola ciñe el rostro De la bella Jahel; la profetisa Siente el misterio aterrador, que ha sido

LA LIRA LUSITANA 73

El sueño incomprensible del Oriente. Ciro dormía aún, sueño profundo, Sueño letal que embarga los sentidos Del soberbio monarca de monarcas.

Un águila veloz desciende entonces Sobre su frente ungida, y la corona Le arrebató imperial. Ciro, convulso, Quiere seguirla, pero rauda el águila Corta el espacio azul y desparece, En sus garras llevando la presea. Vuela hacia la alta cumbre del Carmelo, Del torbellino en alas. Ciro sigúela; Tras ella trepa el escarpado monte, Pero el águila audaz al mar se lanza. ¡No importa! Lleva la corona, y Ciro Quiere reinar... Ahogado, jadeante, Del Carmelo tocó la cima ansiada. De una gruta salvaje salió entonces Sombra terrible, la espantosa sombra Del más grande de todos los profetas, Elias, alma eterna del desierto.

¡Despierta!», le gritó. Ciro, obediente. Despertó de la aciaga pesadilla. La pudorosa virgen aun cantaba,

Y su canto era fresco cual rocío. El rey, interpretando el fatal sueño, Teme al Dios de Israel, potente y grande,

Y acepta humilde el providente aviso. Ya del alba las tintas brilladoras

En el cielo oriental resplandecían. Cuando Ciro despide pura é intacta Ala virgen cautiva, sonriente.

74 M. CURROS ENRÍQUEZ

«¡Ve, mujer, á anunciar con la alborada Á tu pueblo, que llora al pie del río. De libertad feliz la ansiada aurora! »

Dijo, y las arpas, mudas, suspendidas Del árbol babilónico, que al viento Sólo quejas tristísimas lanzaran, Pulsadas por los míseros esclavos Canto grandioso de alegría entonan:

«La virgen de Adonai viene á anunciarnos El rescate que un sueño hemos creído; Mas si es sueño, ¿por qué del alma salen

Himnos en vez de quejas? De hoy más dirán las gentes, las edades:

«¡Dios bendijo á su pueblo!» Jehová nos protege; es nuestro escudo.

¡Aleluya! ¡Aleluya! Con lágrimas la tierra hemos regado, Mas hoy la mies segamos prometida. Jehová nos libró del cautiverio. Cual de las aguas del mar Rojo antaño.»

* ^ *

FIN DE SATANÁS

I

Diaes magnus.

De la trompa del Juicio el ronco acento Lúgubre y triste por doquier resuena; Á su voz, que recorre el firmamento. Surge la Humanidad, de espanto llena.

.A LIRA LUSITANA 75

Interrumpiendo el sueño á las edades, El mensajero del Eterno avanza.

Profundas ansiedades Vacilan entre el miedo y la esperanza.

Rotas las leyes físicas del mundo, Caótica sombra los espacios puebla, Cual si otra vez el «hágase > fecundo Fuese á escucharse entre la densa niebla. Los astros apagábanse en la altura

Chocando en rudo embate. Sólo una estrella en el cénit fulgura Como lejana aurora de rescate. Nítido y puro luminar sagrado, Aún ésa brilla, solitaria estrella, Flor olvidada en campo ya espigado, La obscuridad esclareciendo, bella. Su luz es suave y llena de armonía

Como un mirar divino. Faro que fulge en tempestad bravia, Paz imponiendo al negro torbellino.

Luce en las sombras, dulce, inmaculada. Cual lámpara colgada en templo augusto. Tímida, melancólica y velada, Caal la postrera lágrima de un justo. Hondo terror la Humanidad domina, Que espera el fallo de su juez severo.

De la inmensa ruina Quedaba únicamente aquel lucero.

76 M. CURROS ENRÍQUEZ

II

Génesis del mal. -

Entonces del abismo proceloso, En tumbos epilépticos saltando, Se alza Satán, siniestro y rencoroso, Con la mirada al cielo interrogando. Tendió al espacio los airados ojos, Por el fragor del trueno estremecido,

Y ante el Señor, de hinojos. Exclamó con acento conmovido: «Señor, bien ves perdida aquella estrella Que á solas brilla en la desierta altura. Es hija del dolor; dame por ella Mi destino final. ¡Ésa es mi hechura!»

Y al contemplar la estrella en lo infinito,

Resplandeció más viva É iluminó la frente del precito, Dolorosa, sublime, pensativa.

Y el Eterno, escuchándole abstraído, Como cuando en un ser la vida infiama, Ó cuando sobre el ánimo afligido Bálsamo de placer y amor derrama: «Espíritu increado y siempre en guerra Dijo , pero en esencia alto, divino; al par del hombre luchas en la tierra,

Y así luchando cumples tu destino. Llevaste al mundo la misión tremenda

De mantener la libertad humana

LA LIRA LUSITANA 77

Y de rasgar la sofocante venda Que el pensamiento esclavizó tirana. ¡Tú formulaste de protesta el grito Contra la violación de todo fuero,

É infundiste la sed de lo infinito Desde el hombre primero! La razón despertaste del letargo En que el dogma sumió la inteligencia,

Y le diste á probar en vaso amargo La negación, de la verdad esencia. Combatiste indignado la mentira

De cuantos en mi nombre anuncian muerte; Frente al que goza, has puesto al que suspira, Has dicho al débil por dónde era fuerte. Cuando en esclavitud al hombre viste, Inerme paria que asaltó el marasmo. á ayudarle colérico saliste Con el arma invencible del sarcasmo. ¡La carcajada acerba! Ella aniquila Dioses y reyes, que por tierra lanza. Ella expresa la duda que vacila, ¡Y también la esperanza! De la Naturaleza santa y pura Hediondo muladar hizo el asceta; Mas lanzaste en toda criatura La tentación, que el claustro no respeta. Las torturas por que has atravesado Apariencia te dieron vil é inmunda. ¡Álzate, serafín inmaculado,

Y anégate en la luz que me circunda! La por ti derrotada torpe hueste,

Malvado te pintó, te vio sombrío,

78 M. CURROS ENRÍQUEZ

Y comparó tu marcha con la peste y tu mirar terrible al odio frío.

Llamáronte Ahriman, Astaroth, Siva, Trono de sombras diéronte y de asfalto, ¡Á ti, que en la mirada franca y viva Llevabas luz bajada de lo alto!

Fué por la compasión, santa flaqueza, Por que el hombre del hombre se hizo esclavo. Tal de Hércules la impávida entereza Venció al flaco Euristeo, nunca bravo. Esa flaqueza me hizo un sacrificio De amor: la pura lágrima de Eva... En la tremenda hora del juicio, ¡Sus, hasta esa lágrima te eleva!»

III Stella salutis.

Mira de nuevo al astro luminoso Satán: su dulce claridad le embriaga. La paz su seno inunda tempestuoso

Y oye en el cielo una armonía vaga. Nimbo inefable cíñele, divino,

Y penetra en la gloria triste y lento. Mientras la estrella alumbra su camino Sobre el universal desquiciamiento.

% % H:

LA LIRA LUSITANA 7í)

LA INFANCIA DE HOMERO

Fragmento.

Niño aún, mas sediento de renombre, Anfínomo dejó el hogar paterno Y á las fiestas de Homero se encamina. Vencer creyendo á los poetas todos.

¡Con cuánta lentitud corren los días! Transida de dolor, Naís contempla Continuamente el mar, y halla desierto Siempre el confín azul del horizonte. ¡Ni una vela á lo lejos que en sus pliegues Le traiga una esperanza lisonjera! Un círculo de sombra en sus pupilas Vela la inmóvil, límpida mirada. ¡No sabe qué habrá sido de su hermano! Desde que el alba asoma hasta que en negro Crespón la noche se avecina, inquieta. Sentada en su azotea, al mar conjura. El ruido de las olas, estrellándose Contra la playa, ahoga sus sollozos; Su cabello y su manto al aire flotan. Revueltos cual sus tristes pensamientos.

¡Naís, la rubia hija de Mileto, Princesa encantadora! Su aya al lado Busca ansiosa consuelos que brindarle.

80 M. CURROS ENRÍQUEZ

Interroga al oráculo, mas éste, Eternamente mudo, no responde. Ansiosa hacia la playa se dirige,

Y á las divinidades sacrifica;

La más propicia invoca, y todo en vano. Naís suplica de este modo á Antémor:

«¡Padre mío, qué insólita tardanza! jMi hermano sin venir! Sueña ruinas Mi fantasía á veces, y... ¿quién sabe?... ¡Oh, mandad disponer vuestras galeras : Quiero marchar en una, mar adentro. Esperarle y de vuelta acompañarlo. Pues trae las palmas de inmortales triunfos!

Parte ufano el bajel, de rica púrpura

Y de oro recamado, en cuya popa Cantando van á coro las doncellas. Naís, más triste cada vez, miraba Cómo la quilla corta la corriente. Nada columbra en el cerúleo piélago; Lívida sombra nubla su semblante: De los nautas inquiere dónde sopla El monzón; hondo miedo la perturba. Cree á Anfínomo errante en mares fieros, Llevado en la borrasca á extrañas tierras. Perdido y muerto en tenebrosas sirtes.

En tanto, como un dios sobre las aguas. Deslizase el bajel en mar de leche. Bajo azul cielo, á impulso de auras suaves.

LA LIRA LUSITANA 81

De pronto, el alción cruza, perseguido. Las alturas y síguenle bandadas De aves que anuncian no lejana tierra. Allá en el horizonte, débil mancha Se descubre; se avivan los colores Y destácanse rocas y colinas Esmaltadas de mágica verdura. Embalsamada virazón terrestre Esparce en todos súbita alegría. ¡Han llegado ya á Chío! Naos innúmeras Atracan en el puerto, engalanadas, Venidas á las fiestas, de otras islas.

«Afinad, afinad mi plectro de oro, Dice Naís al coro de doncellas . Mi canto virginal debe escucharse En las sagradas fiestas con que honramos Al hijo de Chriteis. Allí, sin duda, Encontraré á mi hermano entre las gentes. Sólo él podrá con su armoniosa lira Vencer mi canto, en que el amor alienta; Sólo á sus pies pondré mi áurea guirnalda. Pero cuidad que no me reconozca. Como un vate menor quiero á las fiestas Acudir. ¡Oh, doncellas! Ocultadme La cabellera rubia bajo el lazo De la gentil corona. Que en vean. Cuando me miren, el más bello y noble Joven del Archipiélago. Hoy me inflama Sacrosanta alegría inspiradora. ¡Á tierra conducid al nuevo Aeda!»

Feliz con la esperanza que le guía,

G

82 M. CURROS ENRÍQUEZ

Tiende Naís los anhelantes ojos

Sobre la hirviente multitud... ¡No encuentra

Al hermano á quien ávida buscaba!

El general placer su pena acrece;

Atenta escucha los sonoros cantos,

Y en ninguno la voz oyó, querida, Ningún rostro al de Anfínomo semeja; ¡Entre el estruendo piérdense sus ayes! Naís estaba en ese instante hermosa; Era imposible verla sin amarla. Posada sobre el plectro la alba mano, Una marmórea estatua parecía Palpitando animada por el genio. Viéronla los cantores y aclamaron

El candor infantil del nuevo vate. Pulsó el arpa Naís: bajo sus dedos Despréndense torrentes de armonía Que por el aire silenciosos vagan. La multitud se agolpa en torno de ella^

Y con mudez de Oráculo la escucha. Por fin alzó la voz, dulce y sentida,

Y arrebatada y trémula cantaba.

Flébil concierto oíase en los aires Que la noche arrulló del Archipiélago... Eran susurros plácidos de río Mezclados al cantar de las cigarras; Era el gemir de brisas dulces, ledas, Agitando las aguas y las frondas; Eran los vastos, azulados mares, Bordados de islas, reflejando rosas

Y entonando canciones misteriosas.

LA LIRA LUSITANA

¡Hablaba todo del sublime Aeda!

Los ríos, en su marcha perezosa, Deslizándose, en místicos rumores, Como brazos que buscan otros brazos,

Y caen al fin del propio ardor rendidos, Iban diciendo á las vecinas selvas

Y á los lejanos ecos de los valles: «Nosotros le hemos dado blanda cuna,

Y escuchamos sus prístinos vagidos En las ruidosas fiestas confundidos.»

¡Hablaba todo del sublime Aeda!

Los insectos sonoros, en la noche Callada, con su cántico estridente. Decían en confuso acento gárrulo: «Nuestra voz arrulló su primer sueño,

Y mientras él dormía, no temido

Por los númenes patrios, vengadores,- Revelámosle en sueño los secretos Que ocultos yacen en la eterna lira, Á cuyo son la Humanidad se inspira.»

¡Hablaba todo del sublime Aeda!

Y en tropel caprichoso, locas^ rientes. Cual náyades flotando sobre el agua,

Ó cual bacantes que del bosque tornan. Brisas inquietas llegan murmurando: «Nosotras jugueteamos con sus rizos. El rumor escuchamos de su plectro,

84 M. CURROS ENRÍQUEZ

Esparcimos al viento sus canciones,

Y suspensas de encanto, todavía Repetimos al mundo su armonía.»

¡Hablaba todo del sublime Aeda!

La onda blanca y gentil, que desgreñada Pasa besando el alto promontorio

Y va á perderse de una playa en otra; El mar Egeo, en lecho de esmeralda,

Y el blando mar de Myrto, entre el ruido Que al nocturno concierto se incorpora: < Nosotros le llevamos de isla en isla; Misterios revelámosle eternales,

Y él los cantó en estrofas inmortales.»

Hablaba todo del sublime Aeda!

Y las islas, alzándose del agua

Como ninfas de un lago azul, tranquilo,

Conchas del mar profundo al sol luciendo,

Dicen también, su voz uniendo al coro:

«Acogímosle pobre y vagabundo.

Como viandante en quien el genio habita;

Altares le erigimos, y hemos dado

De nuestro amor al huésped tal ejemplo,

Que, por su asilo ser, somos ya un templo.

Al dulce canto á cuyo son en sueño Las horas de la vida se deslizan, Breve silencio sucedió, turbado Por espantoso estruendo, nunca oído.

LA LIRA LUSITANA 85

Como en un alto cráter que revienta, Vapor sulfúreo exhálase á los aires; Candente lava al turbio mar desciende, Iluminado por velada luna. Era el Vesubio, que con ronco grito: ¡Homero no existió dice ; es un mito!»

Mas de los ríos el susurro blando, El ardiente cantar de las cigarras. El gemir de la brisa melancólico, Jugando con las aguas y las frondas, El infinito mar, las verdes islas, Proseguían en plácido concierto: <Nosotros le hemos visto y escuchado, Disputámosle aún en liza honrosa, Dímosle el ser y entre nosotros canta, Cual ALMA PARENS de la Grecia antigua.-

De su alta inspiración en el delirio ígnea aureola el rostro á Naís rodea. La juventud le presta encanto y gracia. Cuando todos inquietos se preguntan: <^De dónde viene? ¿Quién le enseña el canto? ¿Será tal vez un Dios?» En ese instante Las trenzas caen sobre sus hombros, libres. ¡Eran cabellos de mujer! Sonrieron Locos de amor los vates, y arrojaron Á sus pies las coronas y las liras.

LA SEÑORITA DE ALDEA = '

(3) Véanse las Notas del recopilador, que figuran después del índice de este tomo.

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LA SEÑORITA DE ALDEA

Pocas veces las escuelas tradicionalistas cum- plen mejor la misión que representan dentro de la esfera del pensamiento moderno, como en esos momentos en que, extenuadas de fatiga por la violenta marcha á que las sujeta la civilización, viajera incansable de la luz, condenada á perse- guirla por entre asperezas y sombras, hacen un pequeño descanso en su jornada, y antes de sa- ludar la nueva aurora y de recibir en el soplo perfumado del aura emanada de las regiones altas, vírgenes aún, el beso de bienvenida, vuel- tos los ojos al pasado, cuyas esplendorosas mara- villas se desvanecen como los últimos rayos del sol en el ocaso, tienden hacia él sus brazos y sus- piran y lloran por los recuerdos que dejan tras sí, lamentando en su desesperación y maldi- ciendo esa continua sucesión de los tiempos, esa inexorable rotación de los astros, á compás de cuyo movimiento las generaciones se divorcian de las generaciones, las razas desaparecen, las leyes se humanizan, los usos se transforman, y todo progresa, todo mejora y adelanta.

90 M. CURROS ENRÍQUEZ

Partir de lo concreto á lo abstracto, de lo rela- tivo á lo absoluto; ascender desde la llanura á la montaña por un camino de abrojos y de preci- picios; buscar una luminosa alborada á través de una noche de espantosos crepúsculos; salvar las ásperas fronteras del mundo poblado, para ingre- sar desorientados en el mundo desierto; marchar á lo indefinido, partiendo de lo determinado; á la lucha, renunciando la calma; á la duda, genera- dora de ia verdad, dejando la fe entre las zarzas del camino, es una tarea de titanes, es un traba- jo colosal á pocas organizaciones posible y no á todos los espíritus dable, sin consentir en arran- carles un grito de protesta.

El yunque es vigoroso, y sin embargo gime bajo el golpe del martillo.

He ahí cómo se justifica la actitud hostil de esas escuelas enfrente de las teorías contempo- ráneas. Es condición del espíritu, á su inmersión en el Jordán de la nueva idea, no entrar en un período de renacimiento ni realizar una sola de sus evoluciones hacia la perfección, sin sentir- se presa de un escalofrío. ¿Y qué es el progreso para esas escuelas más que un río cuyas aguas purificadoras producen el espasmo?

Hay alianzas que no pueden aceptarse sin gran- des violencias.

Alejarse de la orilla, donde quedan nuestros penales, sin tender á ellos una vez siquiera nues- tros ojos humedecidos por las lágrimas; huir del hogar querido sin dirigirle desde la última re- vuelta del sendero la angustiosa mirada del rey

L\ SEÑORITA DE ALDEA 91

moro; sentir desmoronarse al soplo renovador de la idea la gigantesca fábrica de ese maravi- lloso mundo del pasado, cuyos muros creímos de diamante, y no conmovernos, sería exigir de- masiado á nuestra pobre naturaleza, que así vive de esperanzas como de recuerdos.

No; no pidáis al hombre que para entrar en la vida nueva se despoje por completo del polvo de ese mundo en que ha recogido los gérmenes que aun nutren su existencia; no le pidáis que renun- cie á sus encantos, y abra en su memoria una tumba á sus recuerdos para escribir sobre ella aquel tristísimo «¡No volverán!» del patriarca hebreo, porque al hacerlo anularéis en él la pre- rrogativa más bella del alma: el sentimiento; y privaréis al edificio que tratáis de levantar, del más poderoso é indispensable de sus atractivos: el Arte.

¿Qué sería de la Ciencia si el pensamiento, vencidos todos los obstáculos que en su carrera especulativa encuentra para realizar su objetivo, llegase á la posesión de la última verdad, y fran- queadas todas sus fronteras se cerniese en los horizontes infinitos, frente por frente de la inte- ligencia creadora? ¿Qué sería del Arte cuando, rebasados los hasta ahora indeterminados lími- tes de la belleza, no hubiese ya más que una sola religión, un solo ideal, una sola ley, un solo tipo? Satisfechos entonces con nuestras conquistas, co- locados á una altura, por decirlo así, periespi- ritual, conseguidos y realizados todos nuestros ensueños, viviendo una vida de pleno porvenir

92 M. CURROS ENRÍQUEZ

y plena luz, nos desdeñaríamos de escuchar la leyenda de los tiempos que pasaron y renuncia- ríamos al estudio de las sociedades muertas, in- útiles ya de todo punto, y ni siquiera aprovecha- bles por su fase cómica, que es la fase más triste de todas las cosas, sus caracteres y costumbres, por extravagantes ó sublimes que hayan sido.

Retardemos, sí, retardemos todo lo posible el advenimiento de esa época. ¿Qué sería entonces de la señorita de aldea?...

Y ello es, por inverosímil que parezca, que la señorita de aldea, nueva Circe, vive y se des- arrolla en proporción de la multiplicidad de los incultos bosques de nuestra patria, siendo, por lo tanto, exclusivamente gallega. Menos fantás- tica que el mito, aunque no participe de ninguno de sus encantos, ella os dará testimonio abruma- dor de su existencia cuantas veces os dediquéis á recorrer los pintorescos valles y montañas de Galicia, ora llevados del deseo puramente artís- tico de visitar sus silenciosas abadías, sus ruino- sos monasterios, sus castros y sus dólmenes; ora no tengáis otro objeto que saludar á vuestro an- tiguo camarada, beber á su mesa una botella de tostado y pagársela con esas puerilidades fraseo- lógicas de tanto precio para los amigos rurales, que casi siempre fundan en ellas vuestro dere- cho á su voto y el de sus colonos en la próxima elección de diputados.

Descuidado tal vez su tocado (y ya sabéis hasta qué punto antihigiénico puede llegar el descuido del tocado de las aldeas); inclinada sobre el bor-

LA SEÑORITA DE ALDEA 93

de de un estanque de un modo capaz de engen- drar deseos en las soledades, si las soledades tu- viesen pupilas, como alguna vez pretende Víctor Hugo; en una actitud que os induciría á confun- dirla con una náyade jugando con las aguas, si ciertos movimientos uniformes de sus brazos no os obligasen á sospechar que se emplea todo lo más poéticamente que le es posible en lavar una prenda de ropa, la señorita de aldea acaba de re- velarse á vuestros ojos con toda la exuberancia de su belleza silvestre, y en todo el vigor y en toda la fuerza de sus privilegiados pulmones, interesados solamente en dejar llegar á vuestro oído, al compás de las detonaciones producidas por la ropa jabonada que azota contra el lava- dero, la canción no tan moderna como soporí- fera de Átala, á trozos intercalados de ciertos sonidos extraños y ciertos trémolos y florituri emigrados de la muñeira.

Fascinados por el agreste atractivo de su her- mosura, no precipitéis, sin embargo, el penco monterrosino de paso cicatero en que cabalgáis, único artefacto locomóvil permitido en Galicia para ir á su encuentro y saludarla, porque será inútil. El escándalo hípico sobre que hacéis la travesía, quizá no comprenda el significado de vuestro acicate, cuyos afilados dientes jam^s le han producido otra cosa que un delicioso cos- quilleo en sus ijares, y la dama cuyas gracias queríais admirar de cerca, al divisaros camino del pueblo y en dirección á ella, abandonará de pronto la inocente diversión á que se dedicaba,

94 M. CURROS ENRÍQUEZ

dejará que el panal de jabón ruede envuelto en la ropa al fondo del estanque, y cubierta de rubor, toda confusa, loca, huirá, como la cierva herida, á refugiarse en el solar paterno, afortunadamente cercano, prorrumpiendo en gritos incoherentes y salvajes.

Y ¿cómo no, si, viajeros importunos, habéis querido sorprenderla traidoramente en uno de los misterios más transcendentales, aunque me- nos conmovedores, de su sacerdocio doméstico? ¿Cómo no, si abusando del habitual abandono á que autoriza la vida del campo, os habréis atre- vido á profanar el templo de la Ceres montañe- sa, sin anunciaros previamente con las palabras sagradas? Quince ó veinte días antes de vuestra llegada descolgaría de la percha el vestido con que de año en año, por la fiesta del Corpus, sue- le hacer su entrada triunfal en las ciudades; neu- tralizaría el efecto del intenso rojo de sus meji- llas, color de muy mal gusto en esta época, com- batiéndolo con algunas dosis de vinagre de la última cosecha, y de esta suerte, completada su toilette con el eficaz auxilio de la partera del lugar, podría presentarse á vosotros de una ma- nera más interesante y más digna del decoro de su casa y de su sexo.

¡Ah! No esperéis que os perdone jamás este allanamiento de morada, esta sorpresa que pudo exponerla á que formaseis de ella un concepto poco favorable. De hoy más, su carácter se hará receloso, su oído adquirirá una elasticidad pas- mosa para recoger á grandes distancias todos

LA SEÑORITA DE ALDEA 95

los rumores de la Naturaleza, y no confundir con el ruido del viento el trote de un caballo, sobre el cual se acerca á sus dominios un afortunado hijo de las ciudades, y ni una sola vez se asoma- rá á la ventana ni saldrá siquiera á la puerta de su casa sin presentarse convenientemente enga- lanada con su capota de terciopelo de Levante, su pelisa de raso de lana, su vestido de chacona con volantes y su zapato de rusel, traje que aun cree de última moda y que ella misma confec- cionó con materiales adquiridos por donación testamentaria de su difunta abuelita, en vista de un patrón que llegó á sus manos envolviendo confituras, y cuya fecha, que podría remontarse al año de gracia de 1832, ha sido alevosamente arrancada del papel por los ratones, inaprecia- bles colaboradores á veces de primorosas obras artísticas.

Inútil será ya toda estratagema. Prevenida has- ta contra lo fortuito, en vano las coincidencias conspirarán contra ella y querrán tenderle un lazo: su instinto de mujer acecha en continua vigilancia, y el amor de misma, que ha adqui- rido en ella el refinamiento de los fluidos im- ponderables, no os permitirá bajo ningún pre- texto que volváis á confundir á la señorita de aldea con su terrible rival, la grosera labradora.

Pero no es interesante nuestra heroína sola- mente en esos instantes, que pudiéramos llamar de descuido. Para estudiarla, para conocerla bien, es necesario transponer el dintel de su templo, su casa, penetrar en su gabinete y departir con ella

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largo rato, porque sólo así podremos adquirir la medida exacta de su valor y tener una idea aproximada de su modo de ser especialísimo.

Vedla si no al día siguiente de vuestra llegada á la aldea, cuando portadores de la visita de un amigo de su familia que vive en la ciudad, ó con cualquier otro pretexto, acompañado de vuestro huésped, vais á saludarla.

Á través de los cristales de su ventana, retira- do observatorio desde el cual ni un solo acciden- te de vuestra vida de forastero pasará inadverti- do á la poderosa atracción de sus pupilas, os ha visto abandonar la casa de vuestro amigo, y esto bastó para comprender que va á ser objeto de vuestras atenciones. ¿Cómo lo sabe?, preguntaréis. ¿Tiene acaso en ella el sentido profético privile- gios que ha solicitado en vano hasta ahora el sen- tido común? ¿Es tal vez adivina? Algo conoce la magia negra, y no es del todo profana á la inter- pretación de los signos cabalísticos; sabe, por ejemplo, echar las cartas, conjurar un alma en pena y firmar pactos de sangre con determinados poderes ocultos; cree en la eficacia de las raspa- duras de uñas como activo afrodisíaco, en la rosa de Jericó como garantía de buen suceso en los partos laboriosos, y en toda esa química sombría, muchos de cuyos experimentos, realizados in anima vili, entretienen agradablemente la mo- notonía de sus veladas de invierno; pero á más de esto, y sobre todo esto, la señorita de aldea suele tener presentimientos, y su corazón pocas veces se engaña.

La señorita de aldea 97

Así es que vuestra visita no le coge de susto : vive prevenida; y si por un momento habéis creí- do sorprenderla, os engañasteis, porque os es- peraba.

¿Verdad que está llena de gracia é insinuante como nunca? En sus labios retoza esa sonrisa dulce y seductora que la mujer menos cómica sabe arrancar del fondo de un espejo, como el alquimista de la Edad Media sacaba del fondo de la retorta, después de repetidos é infructuosos en- sayos, una aleación metálica desconocida, y á no ser por cierto aire de cortedad que embaraza to- dos sus movimientos, acaso la confundiríais con la más encopetada y desenvuelta cortesana. ¡Qué distinguido porte! ¡Qué circunspección al escu- char las razones que os^ mueven á visitarla! ¡Qué majestad y qué altivez en su apostura! ¿Quién creerá que pueda ser ésta la misma que ayer se dio á correr como un gamo á la simple aparición de vuestra cabalgata, camino de la aldea? Y sin embargo, en todo eso hay un fondo de rusticidad que la denuncia.

Bajo una triple capa de almidón machacado, específico que sólo ella hace substituir con ven- taja á los tan decantados polvos de arroz, median- te un procedimiento que es uno de sus secretos de tocador, pronto reconoceréis de un modo que no deje lugar á dudas el bermellón natural de sus mejillas, y cuando esto no fuese bastante á tranquilizaros, en la timidez con que responde á vuestro saludo, abandonándoos su dedo índice para que lo estrechéis en vuestras manos, per-

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fectamente envuelto en un guante, cuyo color originario no fué bastante á borrar un reposado baño de tinta, y en la dificultad de expresión con que tropieza al querer manifestar sus ideas, ten- dréis otros tantos signos mortales para conocer la legitimidad de nuestro tipo.

Una de las cosas que más contribuyen á carac- terizarle es su conversación, que participa de la doble amenidad de la novela y de las selvas, y que será culta hasta la gazmoñería si la habláis de amores, ó candorosa hasta la fatuidad si la obligáis, por una galantería propia de vuestro carácter, á lastimarse de la existencia triste y por demás obscura de las aldeas; pero en uno y otro caso, su elocuencia os dejará mucho que desear por lo que respecta á pureza de estilo y elegancia de dicción, pues si elogiáis sus ojos os dirá que no es nnerecente» de tantos favores; si la preguntáis por qué no ama, os contestará que porque tiene bastante «pedrominio» sobre sus pasiones; y una vez y otra os prodigará, con un lujo verdaderamente superfino, frases tan correc- tas como éstas: «haiga» por <haya», «deliriar» por < delirar», «meta» por «mitad , «zócalos» por «zuecos», «petar» por «llamar», «é yo» por «y yo», «deán por «den», y otras no menos intere- santes.

Extraordinariamente aficionada á la lectura, pero alejada del mundo literario lo bastante para ser exclusiva depositaría del gusto dominante á principios de siglo, la señorita de aldea reúne una escogida biblioteca, compuesta de las nove-

LA SEÑORITA DE ALDEA 99

las de D/^ María de Zayas, de las Noches lúgubres, de Cadalso, de Aladíno ó la lámpara maravillosa, y de varios entretenidos Trovos mievos para can- tar los enamorados, de autor anónimo, según se desprende de la franca y terminante declaración hecha por un ciego vendedor de coplas en el acto de rematar sus géneros por la «corta canti- dad de dos cuartos».

Mas no se crea por eso que carece de ilustra- ción y no conoce más ó menos á fondo los ade- lantos realizados por nuestro siglo en el terreno de la Ciencia y del Arte. Aventuraos á interrogar- la respecto de las dos más grandes conquistas de nuestros tiempos; preguntadle qué opina acer- ca de esa maravillosa máquina destinada á fun- dir en uno todos los pueblos del mundo, la loco- motora, y de ese liilillo mágico consagrado á transmitir de un polo al otro, con la rapidez del rayó, la palabra del hombre, el telégrafo. ¡Oh! exclamará . ¡La locomotora! Buenos caballos deben ser los que lleva dentro cuando corre tan- to... ¡El telégrafo! ¿Qué clase de veneno será el que circula por sus alambres, que produce la muerte instantánea de los pájaros que en ellos se columpian en el momento de transmitirse un parte?... Quizá os parezca candorosa la contesta- ción; pero yo os aseguro que no la escuchará un representante del país gallego sin sentir en su alma los remordimientos que Dante puso en el alma del suicida, y en su rostro la vergüenza del ladrón de corbata blanca, sorprendido in fra- ganti.

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Por lo demás, si como literata y erudita está muy lejos de satisfacer la señorita de aldea to- das las exigencias de nuestra época, como mujer hacendosa y como dama, es un prodigio de eco- nomía.

Para comprenderlo así, bastará que la veamos en el tocador y en la cocina.

En cuanto á su boudoir, sírvele ordinariamente de espejo un fragmento de cristal azogado, resto de una venerable luna de Venecia, cuidadosa- mente transmitida de generación en generación hasta los buenos tiempos de su mamá, en cuyas manos se hizo añicos una noche, no se sabe cómo ni por qué, en ocasión de hallarse arreglando su tocado delante de su esposo para asistir á un baile de elecciones celebrado en los salones de la abadía parroquial; utiliza á guisa de coldcream la manteca de lechón, y usa por cosmético la bandolina hecha con pepitas de membrillo, en. que es fecundísimo su huerto, y por pomada el aceite común, extraído en cantidades respetables de la repleta alcuza, con grave perjuicio del gui- so cotidiano, que resultará probablemente me- nos sabroso que de costumbre.

Su elixir dentífrico constitúyenlo por tempo- radas el carbón machacado y la ceniza de tabaco. Dada esta circunstancia, fácil es comprender la agradabilísima emoción que experimentará vién- doos fumar uno tras otro veinte coraceros, aun- que no sea más que ante la idea de recoger á vuestra espalda, del rincón adonde las arrojasteis con desdén, igual número de pudibundas colillas.

LA SEÑORITA DE ALDEA lOl

Así, pues, no vaciléis en sacar la petaca y fumar cuantas veces se os antoje en su presencia; tenéis su permiso. ¡Pues no faltaba más! os dirá . ¡Vaya! Sí, señor. Cabalmente no hay esencia para más agradable que el olor del tabaco.

Dicho lo cual, de la manera más delicada y me- nos sospechosa que pueda haber, si no apuráis el último cigarro, desechándolo á medio quemar, es porque no tenéis entrañas ó no veis más allá de las narices.

Lo grave es que, ni aun por ésas, blanquea su dentadura: la gran cantidad de hidrógeno disuel- to en el aire de las montañas y el excesivo hie- rro que arrastra el agua que brota de los peñas- cales para abastecimiento de la aldea, se la en- negrecen cada vez más, corroyéndosela poco á poco.

No siempre la señorita de aldea vive en la aldea. Semejante á esas parietarias llenas de fres' cura y lozanía que hermosean los vetustos mu- ros de nuestros viejos castillos, suelo presentarse á veces allí donde menos se espera, como en vir- tud de una misteriosa generación espontánea. Hija del poderoso indiano que á fuerza de pri- vaciones y fatigas logró reunir en América una fortuna respetable, ó del hacendado vincideiro que halló medio de reponer su capital amenaza- do dedicándose á la exportación de cereales y ganado, con lo cual ha conseguido entre la gente rústica que se le llame hoy tan mayorazgo como si nunca hubiesen existido las leyes de desvin- culación, allí la encontraréis dondequiera se ce~

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lebre una feria, donde haya una romería ó se disponga un baile, no siendo, por consiguiente, difícil verla así en la villa como en la ciudad, donde los instintos comerciales de sus progeni- tores la conduzcan, ganosos de prepararla una buena colocación, ya exhibiéndola montada á la antigua, indolentemente recostada en la jamuga, sobre una muía perfectamente enjaezada con co- llar de cascabeles y anteojeras, ya sobre un ju- mento de gran alzada, cuyas extremidades des- aparecen bajo el exagerado vuelo de su vestido de amazona, porque no hay que echar en olvido y esto nada tiene de extraño que la señorita de aldea, sin poseer la noción más ligera del arte de Equitación, monta como un númida, y salva con su caballo en pelo un precipicio con la mis- ma facilidad que un gaucho.

Atribuyese á Arquímedes, como una muestra de la potencia de su genio, el dicho de la palanca. ¡Gran cosa! Dad á la señorita de aldea una pieza de tela, y con ella deslumbrará al mundo. De ella saldrá el traje con que se pone de largo; con ella arreglará su traje de paseo, su traje de casa su traje de baño, su traje de luto y su traje de bodas. ¿Por ventura lo dudáis?... Entonces no conocéis las virtudes de la corteza del aliso, no sabéis hasta dónde alcanza el amarillo jugo de la cicuta, ignoráis que hay en América un árbol que se llama campeche, desconocéis en absoluto la utilidad de la caparrosa y de la zarzamora y, por último, no sabéis que en uno de los ángulos de la cocina hay un pote de quince ollas de cabida,

•LA SEÑORITA DE ALDEA 103

destinado única y exclusivamente á contener to- das esas materias que, puestas en infusión, han de producir el tinte que se desea, con todos los cambiantes del raso, el brillo mate del terciopelo ó la opacidad de la lana.

Pues, ¿y que diremos de sus conocimientos culinarios?

Poned en sus manos pecadoras la cabeza de un ajo, media pierna de vaca, un poco perejil, media docena de patatas, y veréis qué diversidad de platos, qué variedad de condimentos os pre- senta, Y no se diga que al levantaros de la mesa os sentís poco satisfechos. Hartos y muy hartos habéis de llegar á los postres, si es que antes no habéis renunciado á continuar vuestra función gastronómica, en presencia de tal cual hebra de finísima seda culebreando en un mar de roja salsa, ó de un incauto volátil que encontró en el vientre del redondo tubérculo digno mausoleo á sus gloriosas cenizas.

Por regla general, la señorita de aldea no ama. No porque carezca de la sublime facultad del amor que Dios colocó en el alma de todas las mujeres, y con especialidad en ésta, á quien la soledad y el apartamiento en que vive mantie- nen en una constante predisposición erótica, sino porque no encuentra en los estrechos lími- tes de la aldea en que vive objeto alguno acree- dor á la pasión inmensa que atesora. ¡Cuántas veces en las dulcísimas noches primaverales, en la estación lujuriosa de las flores y de los aro- mas, en esa época en que la Naturaleza toda

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parece prorrumpir en un misterioso himno de amor, que se desvanece en los cielos, perdiéndose más allá de sus serenidades infinitas; en esa épo- ca en que todo tiene par, en que nada está aban- donado, en que todo vela por todo, y desde el insecto al hombre no ha}^ un ser que carezca de amante compañía, porque la primavera es la Pas- cua de la creación, en que todos los odios se re- concilian y se firman los más duraderos pactos; cuántas veces en esas noches el desvelado espí- ritu de la señorita de ia aldea es el único que tiene que permanecer mudo en el concierto uni- versal, ahogando en los gérmenes do amor que le devoran! Nada más interesante entonces que su pensamiento, errando por los aires en busca de un protector halago, de un beso de ca- riño que lo haga olvidar la dolorosa orfandad en que vive, ni más expresivo y conmovedor que la silenciosa lágrima que se desliza por sus me- jillas, como la queja de amargura que bajo el peso de la maldición se escapa involuntariamen- te del pecho del excomulgado.

¡Pobre señorita de aldea! Los que te creen ri- dicula subdivisión del género á que perteneces, te calumnian. Esposa fiel y amante, capaz de toda la pasión y de toda la indiferencia que caracte- rizan la raza felina, cuando la mano de un foras- tero, enamorado de tus excepcionalísimas virtu- des, va á buscarte á tu retiro y te conduce hasta el altar; excelente y bonachona madre, cuando suena para ti la hora sublime de la familia, no suscitarás en el hogar, con tus caprichos, esas

LA SEÑORITA DE ALDEA 105

terribles escenas á que dan lugar las mujeres que, teniéndose por más ilustradas que tú, creen ver en el no siempre tranquilo semblante del esposo, trabajado por los afanes de la vida, la melancolía precursora del adulterio, ni consenti- rás que los hijos de tus entrañas, fecundados por docenas para bien de la patria y perpetuidad de tu nombre, se alimenten al calor de pechos merce- narios, pudiendo nutrirse de los tuyos, abundan- tes como los de Venus, cuj^o néctar es fama que al derramarse en los cielos dejó indeleblemente trazada la mancha blanquecina que aun conoce- mos con el nombre de Vía láctea.

DE MI ÁLBUM ^'^

poesías

(4) Véanse las Notas del recopilador, que figuran después del índice de este tomo.

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DE MI ÁLBUM

Á María Tubau.

En los serenos días De la paz, idos para siempre acaso, Te vi surgir, y vi cómo ascendías,

Y del Arte en los cielos te perdías Para en ellos brillar, sol sin ocaso.

Y entonces te admiré, porque yo admiro Con religioso culto el noble giro

Del ala ó de la nube Que, partiendo de abajo. No sin terrible, colosal trabajo, Obstáculos venciendo, al cielo sube.

Empero, hoy que á la tierra. Estremecida por fragor de guerra. Te veo descender y, semejante

Á la Beatriz del Dante, Vestida de color de llama viva, En medio á los que sufren apareces, Les brindas esperanza y les ofreces, Con tu óbolo y tu amor, rama de oliva;

lio M. CURROS ENRÍQUEZ

De tu piedad testigo, Que del soldado enfermo te hace hermana, ¡Oh Musa, del teatro soberana!, Hoy te admiro, te aplaudo y te bendigo. Que no es del horizonte allá en la altura Donde irradia del sol la luz más pura. Ni en la cumbre de altísima montaña:

Su llama creadora Brilla más á mis ojos cuando baña La humilde hierba que en los campos mora Y lleva la alegría á la cabana.

Á Amelia Pineiro.

SONETO

Para expresarte yo cómo te quiero. Ninguna lengua términos concilla: No es tan grande el amor de la familia, Ni el amor celestial tan verdadero.

Mira si te adoro y te venero Que pienso á veces, si tu fe le auxilia. Que Satanás con Dios se reconcilia Y el ángel vuelve á ser que fué primero.

Tan honda es la virtud que en ti se encierra Que, al rayo nada más de tu mirada, El mal se trueca en bien, en paz la guerra;

Y, como el que hizo todo de la nada, Harás un Paraíso de la tierra Con sólo una oración por ti rezada.

DE MI ÁLBUM 111

A Finita Vales Piñeiro.

Para expresarte mi amoroso exceso, Rompo las cuerdas de mi lira de oro,

Y de sus cuatro notas formo un beso Tierno, dulce, purísimo, sonoro.

Al través de los mares, No tan amargos como mis pesares, ¡Ojalá que á ti llegue blandamente,

Y al posarse en tu frente, Semejante á una estrella,

De toda sombra guarde, providente,

Y todo mal, tu cabecita bella!

Á Jesusito Vales,

Llegan noticias Por el Atlante Que es Jesusito Buen estudiante, Dulce, obediente Con sus papas Y cariñoso Con los demás. Si no me engañan Esas noticias, ¿Para qué quiero Yo más delicias?

112 M. CIRROS ENRÍQUPZ

De gozo salto: ¡Chuscurruschús! Ahí van mil besos Para Jesús.

Á Dolores Novo de Castillo.

Su nombre y su tarjeta Me hablan, ¡oh, Dios!, de cosas tan amadas, Que siente al recordarlas el poeta Sus mejillas en lágrimas bañadas.

¡Pobre Pepe! ¡Adorable Victorino! Con quienes de la vida en el camino Creí llegar al término lejano... ¡Antes que yo cumplieron su destino! ¿Cuándo del mío sondaré el arcano?

Á Rosa María O'Farrill.

(Dos m ajeros en ferrocarril.)

Ella con su gravedad Y él exhibiendo sutil Títulos de propiedad... Van en gran velocidad Al matrimonio civil.

Á Pastora Egües. (Ranchuefo.)

Chica: hoy no escribo postales, Pues como estamos en huelga, Si rompo la huelga yo. Me romperán la cabeza.

DE MI ÁLBUM 113

Á Carmelina Barón.

Con qué suave delicia Contra su seno virgen acaricia Esa dama gentil á esos palomos... Viendo yo cosas tales Suelo decir: ¿Por qué ciertos mortales En vez de animalitos hombres somos?

Á Emilia Calé y Quintero. (Madrid.)

El que, niña, tu genio ha celebrado

Y recogió el cadáver de tu tío

Y á la Musa cantó que te ha engendrado. En extranjeras playas desterrado

Tu recuerdo agradece tierno y pío.

Á Magdalena Martínez.

(Uaa mujer coa alas de mariposa.)

¡Una mujer con alas De mariposa! Y ¿para qué esas galas, Si á tan contrarios seres Un instinto contrario los acosa? Cándida y sin doblez la mariposa, Pérfidas é insensibles las mujeres.

Las unas, la caricia Buscan del aura riente entre las flores;

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114 M. CURROS ENRÍgUEZ

Las otras hallan, ¡ay!, en los dolores De nuestras almas su mayor delicia.

Muy mal, pintor, á la mujer retrata Tu lápiz, que, venal, adular quiere... Pues la mujer la luz que enciende, mata^ Y en esa luz la mariposa muere.

Á Matilde Martínez.

¿Ves los horrores que digo En lo que á Magda escribí? Pues si yo no soy amigo De la mujer, por castigo Denme á tu hermana y á ti.

Á María Hernández.

«Ponga usted algo, honrando Mi cartulina...» V^rdi poner, Marieta, No soy gallina. Algo he cantado un tiempo;

Mas ya me callo, Porque caí en la cuenta

De que soy gallo.

Á María Luisa Raluy.

Mirando esa coqueta. Que no se sabe si se burla ú ora^ Comprendo la Coleta,

DE MI ÁLBUM 1 15

Evocación sombría del averno,

Que nos pinta Burget en su encantadora

Fisiología del amor moderno.

Á Rosalía Iruch.

Niña: mi vida es un drama En que el galán y la dama Son la virtud y el dolor: Yo el que sostengo la trama Y Dios el silbado autor.

Á Magdalena Hernández.

Quiera Dios, cual me asedian

Estas postales, Que te asedien los novios

Cuando seas grande;

Pues de ese modo Verás que no se puede Cumplir con todos.

Á Magdalena Barceló.

(Regreso de D. Quijote, apaleado, á su aldea.)

Es humana condición: Cuando alguna decepción El ideal estropea. Todos entran en razón, Cual don Quijote en su aldea.

116 M. CURROS ENRÍQUEZ

Á Adolfina Fernández Lloréns.

(Un prestamista dando dinero con interés.)

Ese infame prestamista Es un hombre de talento : Postales llena á la vista, Pero al doscientos por ciento.

Á Irene Rodríg-uez.

(Paisaje de Bretaña, muy parecido á Galicia.)

Si viste el campo bretón

Y el campo gallego viste, ¿No te llamó la atención Qué alegres las tierras son

Y que el habitante es triste? Gallego y bretón dejaron,

Cometiendo un grave yerro, El Norte, en que se criaron,

Y la tristeza encontraron, Por castigo, en su destierro.

Á Luisa de León Madrazo.

(Salón desierto de un hospital, con una preciosa en- fermera en primer tór mirto.)

Puesto que me siento mal

Y la salud mucho se ama, ¿Habrá para una cama En ese santo hospital?...

DE MI ÁLBUM 117

Á Ang'elina Blanco.

(Dama coa calzón de punto ceñido, frac, chaleco muy descolado, sombrero de copa // bastón.)

Por el frac, por el sombrero

Y un detalle singular

Que aquí apuntarte no quiero,

Pudiera este caballero

Ser mi esposa ante el altar.

Á Mercedes Beci.

Para que tu álbum, que avariento encierra Tesoros mil, profane con mi nombre. Razón no aduzcas que me venza en guerra. Bástale á la mujer serlo en mi tierra. Para tener un siervo en cada hombre.

Á Carmelina Arechavala. (Cárdenas.)

La angelical Carmelina No ha cumplido trece meses,

Y ya, comiendo las eses. Me dice en carta muy fina:

«De usted, por esta región Tantos autógrafos veo. Que me entró de uno deseo Para honrar mi colección.»

Vaya, que me hizo reir...

Y no hay para qué decir

118 M. CURROS F.NRÍQUEZ

Que la chica hará fortuna, Sabiendo, desde la cuna, Con tanta gracia mentir.

Á María Menéndez.

(La bella Otero.)

Esa mujer, por Cristo, me persigue... ¿Cómo expresarla yo que no consigue Mi voto su belleza casquivana? Yo lo siento; no es fea, está nutrida. No viste mal del todo mi paisana; Pero siempre lo dije : Á ella, vestida, Prefiero yo, desnuda, una cubana.

Á la Srta. Mundo de Liada. (Placetas.)

Hubiera contestado tu tarjeta, De haber otra antes que ésta recibido. Español y poeta, Soy, como poeta y español, cumplido.

Versos me pides, y antes que los leas Debo advertirte, y súfrelo con calma. Que yo los hago á las mujeres feas, Pues tras de una fealdad siempre hallo un alma.

Á E. V. y P.

¿Una bella estrofa,,, á mí? ¡Por el Dios que me crió! Si la belleza está en ti, ¿Cómo producirla yo?

DE MI ÁLBUM 119

Á Victoria Meitin.

(La Cleo de Mórode.)

Ese peinado en bandos^ Cleo, dicen que lo dejas Para tapar dos orejas De asno, que debes á Dios.

Mal haces, si ello es así, Y tapándolas te excedes : ^ ¿Con qué otras orejas puedes Oir lo que hablan de ti?

Á Natalia Mesa.

La limosna que ofrecemos Al pobre y al desvalido Nos la recoge en depósito El Banco del Paraíso.

Á su hermana Maria Josefa.

La gloria es un gran convite Donde no tienen acceso Ni la mujer sin virtud Ni los hombres sin talento.

Á Maria Batlle.

Amargara más la vida Que una taza de café. Sin ese terrón de azúcar Que se llama «la mujer. >

120 M. CURROS ENRÍQüEZ

A ...

(Retrato de Alfonso XIII.)

Infortunado heredero De una raza que hundió á España, Ni odiarte ni te quiero, Ni que contrastes espero La estrella que te acompaña.

Á María Lucía Triay.

Tras de cantar á tanta mujer fea, De tu nombre á la sombra ya descanso, Como el cisne... del río en el remanso, Bajo toldo de flores se recrea. Un instante el arrullo dulce y manso Del perfumado céfiro me orea, Bato el ala... y prosigo mi camino. ¡Compadece, Lucía, mi destino!

Á Miss Concepción GaraL

Si es usted de este país Y el escritor que usté invita No es de Londres ni París, ¿Por qué se llama usted Miss En lugar de señorita?

DR MI ÁLBUM 121

A Sarah Heredia.

(Una (lama sahando un lago á la lu^ de la luna^ que la mira como (mojada por lo que deja ücrj

Cuando esa dama saltó . El lago, alzando la enagua, La luna se enfureció... ¡Más me enfureciera yo Si estoy debajo del agua!

Á Silvia Aballí.

No escribo en este papel Porqué usted á usar me invita La lengua francesa en él. ¿Acaso Madamoisell No es igual que señorita?

Á Clara Luisa Aballí.

Hablando con un inglés Decirse Miss no está mal. Con un español formal Pudiera ser descortés, Si quien le habla español es Y posee su lengua igual.

122 M. CURROS ENRÍQUEZ

Á Rosa de los Reyes López Saúl.

{En un jardín un galán ofrece una joi/a á una dama que está sentada en un banco de piedra: una estatua parece mirarlos con el rabillo del ojo.)

Asumo el trance : regalo La joya, ocupo el asiento; Pero me fijo en la estatua Y... ¡á rezar el Padrenuestro!

Á Luisa Fernández Martínez.

Con sobrada justicia Hace al perro su dueño una caricia, Pues si observarlo quieres, Verás en esta nuestra edad de hierro, Que hay hombres y mujeres Mucho menos leales que ese perro.

Á Isidora María Vázquez. (Cárdenas.)

Alguien, bella Isidora, que te adora, Versos me pide de hermosura llenos... Allá van. Malos son; pero, Isidora, Si es que amas y el amor todo lo dora, Con que los mires ya serán buenos.

DE MI ÁLBUM

Á Victoria Roura.

En la lucha por la gloria Que hace inmortal la memoria De un Hugo ó un César Cantú, Sólo acepto la victoria Si esa Victoria eres tú.

Á Glemencita Gener.

N-a miña térra, unha moza, Pra c'o as xentes se levar, Ten que barrer, cocinar, Rezar, fiar e ir á roza. A folgazana non goza De sona, nin lado ten; Fóxenlle os homes de ben, Mora en cabana sin tella E morre solteira e vella Sin que a encomendé ninguén.

Á Ángela García Fernández.

Como di (¡tal fué la siega!) Á mis pensamientos fin. Te mando éste del jardín Fértil de Lope de Vega :

«Del Sur, la China, Ceilán, Perlas, diamantes, rubíes;

124 M. CURROS ENRÍQUEZ

Holandas, telas, tabíes

De Flandes, Persia y Milán

Podrá tener en el suelo El señor ó el mercader; Pero la buena mujer Viene de mano del cielo. >^

Á María Juara y Arrondo.

(Una elegante de lindos ojos acules.)

N'ese olio d'azul tan rico, Nena, algo che se meteu, Faísca, aréa ou muxico : ¿Queres que ch'o tire eu? Eu quero, ¿e con qué? ¡C'un bico!

Á Blanca Hierro.

(Que me escribió una tarjeta quejándose de mi porque no voy por su casa.)

Me deja de asombro lleno Hayas llegado á pensar Que pueda enojado estar Un hombre con su ángel bueno.

No voy á verte, á conciencia De que mi ausencia y distancia Prestan virtud y substancia Á otra más grata presencia...

DE MI ÁLBUM 125

Es celosa la vejez, á Cupido rindes culto,

Y no yendo á verte, oculto. Las dos cosas á la vez.

Pero yo contigo sueño,

Y sin estar junto á mí.

Te amo siempre y pienso en ti Mucho más que tú... en Carreño,

Á Matilde Sánchez.

(Una belleza soberana,)

¡Hermosura singular! Por ella, así como suena. Iré al punto á rescatar Para Francia, la Lorena, Para España, Gibraltar.

Á María Teresa Medina.

Postal : si no eres traidora, Pon á los pies de Teresa (Si tiene pies tu señora) Los labios con que la aurora Á las azucenas besa.

Á'Rita Inda. (Guanajay.)

Que buena tienes que ser Dice tu carta galana. ¡Qué mucho, si eres cubana! ¡Qué extraño, si eres mujer!

126 M, CURROS ENRÍQUEZ

A Amalia Hierro.

De mis juguetes de niño Hice almoneda, mozuelo. Un viejo los remató... ¡Y era yo mismo aquel viejo!

Á María Lefebre. (Vedado.)

De todos los pensamientos, Aquellos los buenos son Que no encuentran expresión Y, mudos, viven contentos.

Á Concha Inda.

(Sobre uti busto del emperador Octavio.)

Sobre este seno de mármol Un surco de tinta dejo. ¡No lo dejes de sangre Sobre los humanos pechos!

Á Elisa Várela Jado.

(Una niña con una paloma en las rodillas.)

Tal envidia siento en Del idilio que ahí asoma, Que quisiera ser paloma Para contemplarte así.

DE ÁLBUM 127

Á Filomena Hernández.

Pide por esa boca, Cara de cielo; Que si tienes gracias, Yo tengo versos.

Á Lolita Agüero. (Santiago de Cuba.)

Las nieves de ese paisaje Frías, como nieves, son; Pero son mucho más frías Las nieves del corazón.

Á Mercedes Varona.

Yo guardo mis pensamientos Como guardas tus prendas; Si los que tengo te envío Me voy á quedar por puertas.

Á Carmen Pérez Galdós. (Paseo, 20. Vedado.)

Dos mil y trescientos versos En tarjetas llevo escritos. ¡Con quien me los pide, carguen Dos mil trescientos... maridos!

128 M. CURROS ENRÍQUEZ

Á María Julia Bolado.

(Dos niñas preciosas.)

Dos bellas niñas, ¡por Dios!, Si así vuestra dueña es. Por renunciar á las dos, Me quedaré con las tres.

A María Luisa Gener.

»

Las niñas muy aplicadas Que saben bien la lección, De sus profesoras son, Y sus papas, adoradas. Por su talento admiradas. Todos las rinden, cautivos, Homenajes expresivos, Y, de sus triunfos dichosos, Las saludan orgullosos Sus padrinos adoptivos.

A Mme. Flora Fernández-Andes de Rodrí- guez. (Sevilla.)

{La tarjeta representa un viejecito puesto en cuatro pies y su nieto montado en él y dándole con un látigo.)

¡Pobre abuelo, transformado Del nieto en rocín jocundo!... Pero, viéndole, he pensado ¡Que así se burla en el mundo El Porvenir del Pasado!

DE MI ÁLBUVI 129

Á Guillermina D. Molina y Feijóo.

(Una balaustrada, donde hablan dos amantes.)

Por esa balaustrada, Si no pasa el amor, no pasa nada. Viendo ese grupo, ocúrreme (y soy franco) Que ni ella es utia ingrata, ni él es manco.

Á Josefina Barraqué.

(La bella Olera.)

Á ese cuerpo anguloso y desgarbado, Con cara de torero. El gusto universal, degenerado, Hale dado en llamar la bella Otero.., ¡El gusto universal es embustero!

Á Nena Rivero.

Los que me dicen que pecas De dos cosas en tu edad: De exceso de gravedad

Y de horror á las muñecas. Óigante de vez en cuando

Dos melodías ó tres,

Y que me digan después Si eso se aprende jugando.

Dios, que en sus hijos mejores Pone su propia substancia,

9

130 M. CURROS ENRÍQUEZ

Cuando los priva de infancia Para hacerlos creadores,

Dales, en compensación De los juegos que les quita, La luz del genio bendita

Y la humana admiración.

Á Estela Andréu.

Las flores de esos tiestos medio mustias,. La actitud de Mimí que lee esa carta, Esa jaula sin pájaro..., interesan Mi sensibilidad... ¡Aquí hay un drama!

Á María Rodríg-uez. (Matanzas.)

Un amigo que se foy, E cuya ausencia me doy. Encárgame, Mariquiñas, Que che pona aquí unhas liñas N'a lengua que un can non roy- Pasmado me ten che praza Leer o meu idioma rudo. ¡Ti eres tola, pol-a traza; Mais queres que te compraza

Y ala che vay meu saúdo!

Á Rosa y Gabriela Dihigo.

Por complacer á un amigo De Rosa y Gabriela Dihigo,

I

DE MI ÁLBUM 131

Llamado don José Pego, De vuestro álbum al abrigo Deja su nombre un gallego.

Á Mercedes Fernández Fuertes.

(Una ¡oven á quien el Amor habla al oído,)

¡Qué cosas no le dirá Á esa doncella Cupido, Cuando ella se tapa ya, Por no escucharle, el oído.

Pero ¿no le oye?

¡Qué va!

Á Teté Rivero.

Tu frente refleja Celeste bondad, Candor tu mirada, Tus labios piedad. Siempre que te veo Digo para : ¡Dios hace sus ángeles De niñas así!

Á María Pereira RolandelL

Niña con alma de diosa Que, enfermo, me has visitado; No creas, no, que he olvidado Tu visita generosa.

•vo

M. CURROS ENRIQUEZ

Tu presencia candorosa

Me obliga á tal gratitud,

Que aun pienso en plena salud

Que, más que las medicinas,

De tus miradas divinas

Me ha curado la virtud.

Á Clarisa Cuero.

(Pidiéndome un pensamiento )

Tiene una hoja la espada, Tiene tres un pensamiento; Por eso, más que la fuerza Destroza y mata el ingenio.

Á Isabel Herrero.

Ese pintor galante Da á elegir al modelo la postura, El espejo poniéndole delante. Para mí, si se trata de pintura, Cualquier postura es buena á la hermosura.

Á Margot García.

(Un Amor disparando una Jlecha á unajooen que, sin- tiéndose herida, le dispara á su ve.^ un taponazo de una botella de Champagne.)

El Amor, aljaba al brazo, Hirió á esa dama, cruel.

DE MI ÁLBUM

Y ella, en venganza, sobre él Descerrajó un taponazo. Lo mereció el bribonazo, Pues la hirió en el corazón; Mas yo, en igual ocasión, No hiciera lo que hizo ella, No por perder la botella: ¡Por no perder el tapón!

Á Fidelia Testar.

(Retrato de Edmundo de AmicisJ

De todos los poetas italianos De nuestra edad, es el de más talento; Artífice sin par, bajo sus manos La forma es luz, la arcilla pensamiento.

Á Isabel Tabeada.

De Herodes llévenme á Poncio, Como llevaron á Cristo, Si en tu misiva no he visto Algo de Lauro ó Leoncio (1).

Suele Dios dar un amigo Á quien dos ha menester, Como le da á la mujer Belleza, por su castigo.

(1) Laureano Rodríguez ó Leoncio Várela.

134 M. CURROS ENRÍQUEZ

Quien, abusando de ti, Hacia te encaminó, Si es mi amigo, ¿por qué no Te liace los versos por mí?

El escaso rendimiento En ese giro fué tal, Que por irme en él tan mal Quemé el establecimiento.

Á Julia Montemar.

(Retrato de Enrique Rochefort.)

Es Enrique Rochefort Gran libelista, grande hombre; ¡Pero el queso de su nombre Es mejor!

Á Rosa Bacallao.

... Y luego las mujeres todavía Son mi dulce manía... » Dijo Espronceda, viéndose al espejo, Al notar de sus canas la blancura. ¡Yo soy mucho más viejo, Y la manía de él en es locura!

Á Elvira Grestar.

Psíquis rj Amor (enlazados).

Si alguna vez en mente humana cupo Mostrar cómo está el alma al cuerpo unida,

I

DE MI ÁLBUM 1H5

Bien conseguirlo el genio griego supo, Uniendo esencia y forma en ese grupo,' En pentélico mármol esculpido.

Á María Teresa Gener.

(Retrato de Juan J, Rousseau,)

¥\xé un sofista colosal Á quien loco Taine (1) llamó. Su contradicción fué tal, Que el Emilio que engendró. No aun nacido, lo mató Con su Contrato Social,

Á Marg'ot Gener.

(Retrato del trágico Pedro Corncille )

Genio tan grande es Corneille (2) Que, como hasta Rafael Lo bello al Arte faltó, La Humanidad careció De lágrimas hasta éJ.

Á Juana Suárez López.

Juana de mi vida : en ascuas Con tus elogios me pones,

(1) Se pronuncia Ten.

(2) Se pronuncia Cornel.

1 :i6 M. CURROS ENRÍQUEZ

Y te envío dos millones

De gracias para estas Pascuas.

Mándame dos lechones.

Á Carmen Suárez López.

Hechicera Carmencita: Tu atenta carta leí Con placer, pues de ti Que eres muy buena y bonita. Niña así no necesita Pensamientos en tarjetas Ni alabanzas de poetas, Sino un novio que reúna, Para labrar su fortuna, Honradez, fuerza y pesetas.

Á María Baquer.

(La bella Otero.)

Perdonada le queda la molestia Que dice usted me causa su pedido; Lo que yo no perdono es que á esa bestia Le cuelguen tanta plata en el vestido.

Á Guillermina Garrido.

Me lie descuidado un poco en contestarte; Hoy, robando un momento á mi tarea. Te saluda y mil dichas te desea Quien, sin verte jamás, sabe adorarte.

DE MI ÁLBUM 137

Á Carmen Pons.

En tu carta, que comento, Me dices: «Tenga el honor De enviarme un pensamiento.» ¡Caramba con el favor!

Á Úrsula Cobo.

Úrsula, si no te encuentras, Cual la del cantar, hilando, Con una rueca y un huso, Cáñamo, cáñamo, cáñamo », Ten compasión, ¡por tu madre!. De quien, tarjetas llenando, Vive entregado á un suplicio Bárbaro, bárbaro, bárbaro.

Á Irene Cobo Re villa.

Irene : si tu alma pía Siente dolor de mis males, Ó añádele horas al día Ó no me pidas postales.

Á Dulce María Vázquez.

Hija de un paisano mío ¿Y no complacerte yo? Estoy, con eso y sin eso. Siempre á tu disposición.

138 M. CURROS ENRÍQUEZ

A Miss Juanita Morales.

Si no nació Miss Juanita Donde nació Mister Bliss, ¿Por qué el señorita quita? ¿Acaso es más señorita Echándose encima el Miss?

Á Eloísa García.

(Una mujer miuj guapa y muy descolada.)

Aunque no sea más sobre este seno Que dejar un autógrafo, ya es bueno.

* Á Elvira García.

(Otra belleza también descolada. )

No más tarjetas de esa guisa mandes, Porque, al ver esos hombros, Como las nieves caen en los Andes, Pueden caer las almas en escombros.

Á Clementina Sarrapiñana.

Al son del caramillo Encanta una beldad á un pajarillo. no has menester tanto Para encantar los hombres con tu encanto.

DE MI ÁLBUM 1 39

Á Herminia Menéndez.

(El Peñón de Gibr altar.)

¡Gibraltar! Negro padrón Que la infamia perpetúa De España al par que de Albión; Llave de que hizo un ladrón Para sus robos ganzúa; Sangriento y bárbaro altar Donde á mi patria se inmola, ¡No se llame mar el mar, Mientras no engendre la ola Que te ha de hundir y tragar!

Á Celia Alonso.

Me pides, linda Celia, un pensamiento. Todos se me acabaron y lo siento. En mi jardín, plantado á la española. Dos flores quedan que hoy el gusto esquiva:

La gualda siempreviva

Y la roja amapola. Si alguna eliges, piensa que, en cualquiera, Eliges la mitad de mi bandera.

Á Rosa Sthenor.

Para el hombre que sabe lo que vale La gloria y el poder, No hay sepulcro que iguale Al alma tierna de una gran mujer.

140 M. CURROS ENRÍQUEZ

Á Caridad Mendoza.

Si algún día (y aun no es tarde) Me encuentro en necesidad, La Caridad que me ampare tú, bella Caridad.

Á Eloísa Mendoza.

Para un hombre como yo. Lo primero es la mujer, Después la fama, y, por último. Volver á empezar después.

Á Angelina Rodríguez.

Ante tu juventud, bella Angelina, Galantemente mi vejez se inclina.

Á Hortensia Villegas.

Esa casita, entre flores, Ese limpio lago azul, Ese bosque, un par de libros Y una niña como tú.

Á María Teresa Arenal.

(Una niña enseñando á comer á la mesa un perro.)

Esa niña á un pobre perro Á comer quiere enseñar. Puede que cuando sea grande El perro la enseñe á amar.

I

DE MI ÁLBUM 14 1

Á Elvira Barroso.

(La dolor a de Canipoanior donde dice : «£"/ alma mía goza tanto en sufrir...)))

El alma de una mujer Que encuentra placer .sufriendo, Puede sólo comprender Cuánto se llora riendo.

Á Elvira Villaverde.

¡Vaya un par de niñas bellas Segando hierba á placer! Después de cortarla ellas Estoy por irla á comer.

Á ... Ureña Heredia.

Aunque no tu nombre, Ni si eres linda ó fea, Con flores deja que tus pies alfombre, Que para honrarla el hombre, Bástale á la mujer que mujer sea.

Á Irene Mugía.

Si eres gallega, cal dis, Como o diafio non o torza. Entre as mozas máis xentís Tés que ser contada a forza.

142 M, ( URROS ENRÍQÜEZ

Á María Loinar de la Torriente.

Visto de frente, Di: este paisaje, Del sol ausente, ¿No te da horror? Nieve esparcida... Mustio boscaje... ¡Tal es la vida Sin el amor!

Mas ¡qué completa Distinta cosa Si la tarjeta Ves al trasluz! Tierra jocunda... Nubes de rosa... ¡Que así es fecunda De amor la luz!

Á Margot Schwayer Lainar.

Yo amé Ja independencia; Mas fué que no sabía, ¡Oh, colmo de la humana inconsecuencia!, Que hay una dulce y santa tiranía Que es preciso aceptar, y es tu presencia.

Yo amé la abolición. Joven ignavo, Luché por ella con esfuerzo bravo... ¡Quién me dijera entonces, ¡oh flaqueza!. Que el que impugnó la esclavitud, esclavo Vendría á ser de tu imperial belleza!

I

DE MI ÁLBUM 11:

Á Isabel de la Sierra (gallega).

Pra che comprir o antoxo, Un pensamento busquey Do meu xardín n'o rastroxo, E solasmentes topey Esa murcha fror de toxo.

Á Amalia Zárraga.

(La diosa Poniona llevando una guirnalda en la mano.)

¿Para quién tejió Pomona Tan espléndida corona? Me pregunté , y respondí : Si la gracia galardona Ó la virtud, ¡para ti!

Á la Srta. Glaudina Mimó.

(Una belleza semidesnuda.)

Ya es inútil ser gallego Para no abrasarse en fuego De amor ante ese retrato, Que volviera loco á un griego Del tiempo de Pisistrato.

De esa hermosura en presencia, Angustias siento mortales Que prueban con la evidencia La perniciosa influencia De las tarjetas postales»

144 M. CURROS ENRÍQÜEZ

Á Rosa de la Torre y Huerta.

Son el hombre y la mujer De nuestra vida el binomio. Dios lo plantea; el demonio Quien lo suele resolver. La fórmula : el matrimonio.

A Mercedes Glianat. (Sol, 99.)

Si vate tan bueno fuera Como en tu carta me dices, Mercedítas lisonjera, Aquí en mis versos felices Un testimonio te diera.

Mas que te engañas ya ves Ante la ofrenda mezquina Con que, humillada á tus pies, Celebra mi arpa, cortés, Tu hermosura peregrina.

A Consuelo Casal.

País nevado: un cazador: Un perro : un mar amarillo. ¿Quién nos pintara mejor La gloria y su falso brillo, El poeta y el editor?

DE MI ÁLBUM 14

Á Gloria Canales (duplicada).

¿Más pensamientos? ¡Por Dios! ¿Me toma usted por maceta? Yo soy un pobre poeta, Y un poeta... no son dos.

Á María Concepción Castañer.

(Una joven leyendo en cania la carta de su novio.)

¡Mira esa fisonomía! ¡Qué diferencia, alma mía, Entre un novio y un poeta!... No leerás esta tarjeta Con tan radiante alegría.

Á Obdulia Edelmann.

(Segadores al sol.)

Como no sienten el sol Esos pobres segadores, No sienten remordimientos Las que siegan corazones.

Á Teresa Azoy Pardo.

(Un molino ¡j un pajarito.)

¿Sabes, junto de esa aceña. Lo que el pájaro medita? Pues hace esta reñexión :

10

146 M. CURROS ENRÍQUEZ

«Un molino es esta vida Y la rueda la mujer; Bajo su presión activa, El hombre más fuerte y duro Entra grano y sale harina.»

Á Berta Ramos Merlo.

¿Qué versos esta tarjeta Podrá llevar en rigor, Á la que es la Oda mejor Del más ardiente poeta?

Á una hija de M. Rodríguez Valdés.

Cuando á tu atenta postal Iba á dar satisfacción, Rompime, de un tropezón. El izquierdo parietal.

No, pues, conceptos me pidas Al nivel de tus talentos. Que todos mis pensamientos Se escapan por las heridas.

Mas, si á una cabeza rota Suple un sano corazón, Él te envía la expresión De mi amistad más devota.

Á María Teresa Demeche,

Que mi nombre recuerdes, Niña, me asombra.

DE MI ÁLBUM 147

Ta infancia es luz y fuego,

Mi vejez, sombra;

Y tu camino Inauguras, ¡ay!, cuando

Yo le termino. Por ti las horas pasan

Vertiginosas, Como sobre las flores

Las mariposas;

Para mí, como Gusanos que se arrastran

Con pies de plomo.

Á Estelita Montero Piñeiro.

Mientras de rayo de oro Sea tu cabellera, Y parezcan tus labios Una granada abierta, Por más que la prohiban, Yo te prometo, Estela, Que he de pasear por Cuba Triunfante mi bandera.

Á Margot Montero.

En tus pupilas serenas Hay tal encanto, que al verte El alma de paz me llenas,

De tal suerte. Que en las ansias de la muerte Puedo exclamar : ¡Vengan penas!

148 M. CURROS ENRÍQUEZ

Así, pues me las quitas, No me dejes de mirar, Si quieres calmar mis cuitas,

Á pesar De que no está bien echar Á... poetas... margaritas.

A Lucia Hortsman.

Por que te quede, Lucía, Un buen recuerdo de mí, ' Si es que me muero algún día (Pues del Certamen salí. Que es salir de pulmonía),

Deja que le pida á Dios Que si ha de infligirte males. Para dicha de los dos No sea en forma de tos Ni de tarjetas postales.

Á Valentina Sarachaga.

¿Más tarjetas? ¡Oh, qué plaga, Señorita Sarachaga!... Hágame usted el favor si no no me lo haga) De darme empleo mejor.

Si la vida he de pasar Día y noche en escribir. Con tanto postalear.

DE MI ÁLBUM 149

¿Cuándo me he de abanicar? ¿Cuándo me podré dormir?

Á Luz Gay.

(Contestando á un ideal romántico en que dice que quiere morir de tedio // que en su sepulcro no caiga ni un rayo de sol.)

Luz : para la mejor Muerte es la muerte de amor; Y si tumba he de escoger, Por tumba pido al Señor ¡El alma de una mujer!

Á María del Carmen Cabello.

Que hoy cumples quince años cuentan Las vestes que te decoran, Los anhelos que te alientan, Tus sueños, que se acrecientan. Tus muñecas, que te lloran.

¡Quince años! ¡Con qué placer Todo en tu torno se apiña, La transformación por ver De la crisálida-niña En mariposa-mujer!

Al tender tus alas bellas Se alzan del bosque rumores. Canta el ave sus querellas,

150 M. CURROS ENRÍQUEZ

Tienen más luz las estrellas Y más esencia las flores.

Y en un himno triunfador, Naturaleza rendida Á tu encanto seductor, Te dice : ¡Sé bien venida Á los reinos del Amor!

Á Paz Broguer.

(Una mujer ante un espejo.)

Cuando de arreglarse trata Esa pecadora ingrata De un espejo ante el cristal, ¡Qué bien afila el puñal, El puñal con que nos mata!

Á Gloria Canales (triplicada),

Tal arte tienes, ¡oh Gloria!, Para pedir pensamientos, Que estoy, para que te surtas, Por remitirte el cerebro.

Á Dolores Troche.

(Fiesta gallega: la gaita.)

Pónme en tal obrigación Saber que tes afición A térra que o Miño rega,

DE MI ÁLBUM 151

E que d'a fala gallega Che gusta 5 prácido son, Que si un día vas parar Tarde ou cedo o meu lugar, Elche cantar a muiñeira, E como esté limpa a eirá Hémola os dous de bailar.

Á Ramona Ferrer.

Por la nieve invadido De esos dolientes pájaros el nido, Muerto se hubieran sin el dulce grano Que les da esa Hada con piadosa mano.

Amando ó socorriendo la indigencia De los más pobres seres, Las Hadas casi siempre son mujeres, Y la mujer es siempre Providencia.

Á Sofía Verdes.

No te conozco y lo siento : Me da el alma que eres bella, Y nunca miré una estrella Sin el impulso violento Sentir de acercarme á ella.

Á María Sola.

(Muiñeira.)

D'aquel curuto no máis empinado, Unha estreliña me tray namorado :

152 M. CURROS ENRÍQUEZ

Unha estreliña de tal craridá, Que todo é noite donde ela n'está.

É tan brilante, tan doce e sinxela, Que os anaquiños me morro por ela, E mentres eu desbagúllome aquí, Ela, n'os ceyos... ¡ri que te ri!

Como ela mora n'as grandes alturas, Non fay reparo d'as miñas tristuras, Y-eu xa non sey de qué me hey de valer Para de celos facela morrer.

¡Fóxesme^^ min mentres d'outros arrolasí D'home de ben xa me can as cirolas; E si esta noite non me has de falar, Co'a ama do crego m'tiey dir á folgar.

A Mercedes Gálvez.

Por respeto á tu apellido Te complazco, pues Dios sabe Que había hecho juramento De no escribir más postales.

DE MI ÁLBUM 153

A María Barcena.

Complaciente debe ser El hombre con Ja mujer; Pero no se ha de abusar, Que por el mucho tirar Suele la cuerda romper.

Á Lola Muxó.

En punto de discurrir He llegado al ideal, Pues ya no qué decir, ¡Oh Lola!, en una postal.

Á Carmen Fraga.

Cielo azul, montañas verdes, Nieves, un lago, un hogar... Alma que en sueños te pierdes, ¡Qué gran nido para amar!

Á María Reyling.

(Una niña representando ¿a Prensa.}

No extraño verte mover. Niña, impasible, esa prensa. ¡La Creación es inmensa Y la mueve la mujer!

154 M. CURROS ENRÍQUEZ

Á Conchita Alonso.

(Un pescador curtido.)

Digo siempre que contemplo Á ese rudo pescador. ¡Cuánto habrá pescado él!... ¡Qué poco he pescado yo!

Á Berta Ganle.

(Que me dice que tiene todos mis versos, menos uno.)

Dos son los versos que te faltan, Berta. Uno te dice : ¡Hermosa! El otro : ¡Alerta!

Á Octavio Montero.

Como naciste en una edad perversa, Ten siempre, Octavio, este precepto fijo : En la fortuna próspera y adversa No olvides nunca de quien eres hijo.

Á María Usabiaga.

Si sigue este vendaval, Que van á decir te advierto Muy pronto en mi funeral: ¡Pobre Curros! ¿De que ha muerto? De una tarjeta postal.

DE MI ÁLBUM 155

Á María de la Estrella González.

(Obispo, 90, altos.)

(El escudo de España en colores.)

Adora como á Dios en ese escudo La nación que domó dos continentes, Porque si Dios hacer el mundo pudo, Tan sólo España lo mostró á las gentes.

Á Mercedes Amézaga,

Los tabaqueros no tuercen. No amasan los panaderos, Nadie trabaja... y ¡me obligas Á que te escriba yo versos!

Á Margarita Carrillo.

Yo bien quisiera escribirte Versos en esta tarjeta, Mas lo impiden ]os huelguistas Y ama su vida el poeta.

Á Julia López García. (Cárdenas.)

Viendo que los tabaqueros Interrumpen sus tareas, Mi Musa rezagadora También se declara en huelga.

156 M. CURROS ENRÍQUEZ

Á María Esther Gutiérrez Massiá.

Salió mi Musa á la calle Con motivo de la huelga

Y la pegaron un tiro... Esther, ¡ruega á Dios por ella!

Á María Teresa Gutiérrez.

Dice el Comité Central Que, desde que nuestra huelga Se declaró general, Al que escriba una postal, Cubano, español ó belga,

Se le cuelga... Conque... ¡se acabó el percal!

Á Ángela Gutiérrez.

Harta de hacer versos gratis Mi Musa se unió á la huelga. Pidió aumento de salario

Y me la han llevado presa.

Á Carmen Amézaga. (Matanzas.)

Dos cosas están de más En estos tiempos de huelga: Las fábricas de tabacos

Y los versos del poeta.

DB MI ÁLBUM 157

Á Mercedes Amézaga. (Matanzas.)

Cuando iba, por complacerte, Un pensamiento á estampar, Viene un huelguista y me advierte Que no debo trabajar. ¡Vaya, adiós! Y buena suerte.

Á Isabel Méndez Plasencia.

Es el espacio corto en tal exceso, Que aún no me queda sitio para un beso.

Á Marg-ot Gener.

Quien por una lección deja una fiesta, Suma una perfección y un vicio resta.

Á Herminia Jerez y Mora.

La tocadora de pífano Que veo en esta tarjeta, Antes la he visto en un cuadro Del pintor Alma Tadema.

Como entonces, mis oídos No perciben sus cadencias, Pero perciben mis ojos Algo con que se recrean.

158 M. CURROS ENRÍQüEZ

Á Cecilia Velar.

¿Conque galleguita y quieres Que te haga versos, Cecilia? ¡Muchacha! Entre la familia No se conquistan mujeres.

Á Silvia Gutiérrez.

Á mi edad todavía una hermosura Vista así, al natural, me da tortura.

Á Mercedes M. Fernández.

Si á darse llega el caso De que vuelva á ser joven quien ya es viejo, He de ir tan paso á paso En elegir mujer, y tal consejo. Que á la que tenga una postal, la dejo^ Y con quien no la tenga... ¡no me caso!

Á Dolores Negrete Gacho.

(La bella Otero.)

Quien en la vida quiera Disfrutar de concordia. Líbrele Dios, en su misericordia. De hombre que guise y de mujer torera.

DE MI ÁLBUM 159

Á Stella Montero. (Santa Clara.)

Dichoso el peregrino Cuya senda de abrojos Ilumine, perenne ante sus ojos, ¡Oh dulce Stella!, tu fulgor divino.

Á Adelina Maresma. (Cárdenas.)

(Un borrico.)

«Hay quien piensa que no pienso»,. á un jumento ayer tarde. ¡Y escribí una enciclopedia Con mis tarjetas postales!

Á Margarita Ruiz. (Cárdenas.)

Que no se echen margaritas Á puercos, dicen doquier; Mas si son cual tú, bonitas, ¡Por Dios, que quisiera ser Puerco de esas Margaritas!

Á la misma.

Á pares en tus tarjetas Me pides los pensamientos. Así te Dios, casada, Á pares los herederos.

160 M. CURROS ENRÍQUEZ

A María Juana Galí.

¡Qué espléndida hermosura! ¡Qué guedeja! ]Qué ojos llenos de dulce poesía! ¡Qué arco triunfal el de su noble ceja! ¡Qué boca! Y... ¡quién diría Que la que á una madona se asemeja Pudiera en realidad ser una harpía!

A Margarita Nogueira.

Como yo tu postal no he recibido, Ésta te mando ahora y he cumplido.

A Mercedes Soler. (Guanajay.)

Yo tengo por misión en esta vida El querer bien á todas las Mercedes. Mercedes te llamas; conque puedes Ya figurarte si serás querida.

A María Meneses.

Mariquiñas, Mariquiñas, Quen s'estime non me chame. Olla que o ano é de fame Y-anda a garduña as galiñas.

DE MI ÁLBUM 161

Á Marcelina de Haro.

¡Qué lástima que un cuerpo tan bonito Aparezca velado!... ¡Y pensar que los griegos Hace ya dos mil años Toda manera de ocultar lo bello Tenían por escándalo!

Á Josefina Arango. (Guanajay.)

Siendo hija de un juez, serás justa, Y ser justa en la tierra es ser divina. Toda divinidad de altares gusta. ¿Quieres en uno adoración augusta? ¡Sube á mi corazón, que á ti se inclina!

Á Lucrecia de Haro.

Lindísima Lucrecia: Sabes que se te quiere y se te aprecia.

Á Elena Liñero. (Remedios.)

(Dos sevillanas.)

Llevan las sevillanas En la mantilla Un letrero que dice: «¡Viva Elenita! » Y en la guitarra La canción con que suelen Pasarme el alma.

11

162 M. CURROS ENRÍQUEZ

Á Angélica Saavedra.

(Una echadora de cartas,)

Ésta las cartas me echó, Y como en ellas saliere Que una Angélica me quiere, Se echó á reir... ¡Cómo no!

Á Cándida Castellón.

Por complacerte, tengo mucho gusto En dejarte mi nombre en ese busto.

A Ana Luisa Diago.

Si fueran originales Las que copias suelen ser, Bien pudiera yo tener Todo un serrallo en postales.

¡Oh, qué mujeres tan bellas! Pero aun siendo tan bonitas, Yo hiciera mis favoritas... Á las que están detrás de ellas.

Á Josefina Arango.

Tras de la huelga pasada. Mi Musa, que es una obrera, Hacerte versos quisiera, Pero ¡no está para nada!

DE MI ÁLBUM 163

Á Hortensia Poncet y Cárdenas. (Guanabacoa.)

¡Poncet! Yo he conocido Una familia de ese tu apellido, Familia noble, cariñosa, buena, De toda virtud llena

Y á todo mal extraña

Que, de origen francés, vive en España.

Si á ella perteneces, ya por cierto Debo tener que en tu recuerdo he muerto, Pues que bastan veinte años para, al cabo (¡Oh terrible castigo!), Olvidarse el amigo del amigo

Y el amo del esclavo.

Á Leopoldina Solis.

La dulzura en la mujer Es cual la calma en el mar, Que hace la nube esperar Y la borrasca temer.

Á Mercedes Solis.

(Loi bella Otero,)

Esa mujer me asusta; Es, como yo, gallega, y... ¡no me gusta!

164 M. CURROS enri'quez

Á Tula de Rojas. (Placetas.)

(Una joücn domesticando pichones.)

Cuando una mujer veas

Domar pichones, Es que se está ensayando

En domar hombres.

Déjala que haga, Porque, según domare,

Será domada.

Á Julieta S. Baluja. (Quemados de Marianao.)

Verso, prosa ó música Quieres que te escriba,

Y no tengo espacio Ni aun para la firma.

¡Qué odas, á tenerlo. Te escribiera aquí! ¡Qué cuentos de hadas De ingenio sutil!

¡Qué óperas! ¡Qué sclierzosl ¡Qué valses! ¡Qué danzas! ¡Y qué peteneras! ¡¡Y qué gallegadas!!

Respecto de música... No tengo rival En la ratonera

Y en la celestial.

DE MI ÁLBUM 165

Á María Teresa Villegas.

Hallo entre mis papeles Ta tarjeta olvidada. ¡Hay olvidos crueles! Imponme por castigo tu mirada.

Á Odilia A. Vassallo.

Vaya, por ser lo primero Que me pides, te pondré Aquí un pensamiento. ¿Y qué Te diré en él? ¡Que te quiero!

Nota.

Escrito lo que antecede. Me fijo en su nombre y caigo En que no es usted soltera... Torpe anduve, ¡voto al chápiro! Traslade usté esa postal Á sus diez ó doce años, Y como la firma un viejo, Todo quedará arreglado.

Á Josefina Cordero.

(Una belleza medio desnuda.)

Poeta natural, artista rudo, Digo con mi franqueza acostumbrada Que antes que una mujer así tapada Me gustaría al desnudo.

166 M. CURROS ENRÍQUEZ

Á Martirio Fernández.

(Colombina y Pierrot, de morros.)

Para desdeñarle así, Colombina hermosa, di:

¿Qué te hizo ese vil Pierró?

¿Y á usted le importa algo?

¡Sí!

¿Y á ti no te importa?

¡No!

Á Julia Cendras.

(Mesalina,)

¿Mesalina? ¡Jesús! Fué Mesalina De todos los soldados concubina Siendo la esposa del Emperador, Y hallándose éste ausente, aunque te asombre, Te diré se casó con otro hombre Porque era algo mejor que su señor. ¡Qué horror! Esto da pena. Sin embargo, alma mía, Mesalina era buena. Juzga lo que sería Del asqueroso Adán la prole obscena.

Á Luisa Superviene.

¿Complacida?... ¡Ya lo creo! Pide, manda, ordena, di.

DE MI ÁLBUM 167

Tu más mínimo deseo Un decreto es para mí.

Á Rosa Loriente.

(Un niño en la cama, orando,)

Dulce, ingenuo, sin aliño, Puestas las manos en cruz Mira al cielo con cariño... ¿Qué ve, qué escucha ese niño En la región de la luz?

Si ángeles son los que ve, Si es Dios el que le habla allí, ¿Qué me vale lo que sé? Yo con mi ciencia perdí Lo que él ganó con su fe.

Á María Martínez Tirado.

¿Más postales? Ya es un vicio. ¡Qué ensañaniiento! ¡Qué encono! Niñas, no más sacrificio. ¡Me matáis! Mas os perdono Be Dios en el santo juicio,

Á Patricíto Sánchez.

Te quiero sin conocerte, ¡Patricín! Quien es hijo de un patriota, Patriota ha de ser al fin.

1G8 M. CUaROS ENRÍQUEZ

Á Victoria Varona.

Sí, Victoria, estoy cansado De escribir tontunas mil; Pero quien escribió tantas, Aun tiene una para ti.

Á Amelia Álvarez.

(La esfera de un reloj .)

¡Ay! Pliegue á Dios que las horas Que señale ese reloj, De tristeza para mí, ¡Sean para ti de amor!

Á Elvira Rico.

Cuna mujer hermosa.)

Me agrada esta hermosura: Tiene gracia y se la ama y se la admira; Pero si he de decir la verdad pura. Más que ella me agradas, dulce Elvira.

Habana, 1897-1905.

ARTÍCULOS Y POESÍAS ESCOGIDOS

ESCRITOS POR SU AUTOR EN IDIOMA -CASTELLANO Y EN DIALECTO GALLEGO

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ARTÍCULOS Y POESÍAS

CONFIDENCIAS '"

No es fácil adivinar, entre las diversas corrien- tes en que hoy se divide el gusto por la novela, cuál será la favorable á este libro, que tiene para nosotros el doble atractivo de lo inesperado y lo agradable.

Primera producción en su género de un joven periodista en cuya intimidad, casi fraternal, vi- vimos hace muchos años, y que jamás en nues- tras conversaciones literarias nos había dejado entrever afición alguna á esta índole de trabajos, sus páginas sólo después de impresas nos fueron conocidas, y no ciertamente por voluntad del autor, sino por haber hecho la casualidad que cayeran en poder nuestro los números del perió- dico en cjiyo folletín se han publicado.

(5) Véanse las Notas del recopilador, que figuran después del índice de este tomo.

172 ^I. CURROS ENRÍQUEZ

Quienes conocen á Luis Pardo saben á qué atenerse respecto de estas reservas, hijas de una modestia nativa y de una desconfianza injusti- ficada en las propias fuerzas, virtudes ambas ni frecuentes ni cotizables en el mercado de las letras.

Pero vicios habían de ser las que estimamos virtudes, y todavía tendríamos que celebrarlos en la ocasión presente, como causa y origen, aparte la sorpresa recibida, del placer con que hemos saboreado la lectura de estas Confiden- cias.

Si de la novela española contemporánea pu- diera decirse, como decía Ganganelli de la cien- cia teológica de su tie'mpo, que era como la Luna, que después de haberse dejado ver llena, no muestra más que su mitad, para terminar ocul- tándose, nosotros no vacilaríamos en afirmar que ConfiAencias corresponde á la primera de las tres fases lunares; y lo demostraríamos con sólo ha- cer notar la sencillez de su argumento, la natu- ralidad de sus situaciones, la autenticidad de sus caracteres y la corrección de forma que aproxi- man tanto esta obrita á la manera de hacer de nuestros clásicos, cuanto la separan del estilo hoy en boga la falta de ese transcendentalismo, casi siempre fracasado, de ese juego de pasiones monstruosas, ofrecido como producto de la ob- servación y á título de «documento humano», sin serlo; de esa afectación de lenguaje, artificio- so y rebuscado, y de ese fatalismo científico de la escuela inglesa, que hará de Byron un degene-

ARTÍCULOS Y POESÍAS 173

rado, porque nació cojo, y un ladrón de Schiller, porque tenía la nariz torcida; defectos todos en que parece consistir el secreto del arte de nove- lar en nuestra época. Y, realmente, si en eso con- siste el Arte, ya puede echarse en el surco nues- tro amigo y renunciar á toda esperanza de feliz suceso.

Su obra comienza por no obligarnos á abrir el Diccionario para consultar el significado de la palabra íngreme, por ejemplo, palabra que suele no traer para mayor desgracia nuestra; ninguno de sus personajes se permite prorrumpir en in- terjecciones como ¡leñe!, ¡releñe!, bajo cuya aso- nancia no es difícil descubrir lo que fuera mejor quedase pudorosamente oculto; ninguna de sus situaciones nos pondrá en el caso de dejarel libro para echar mano de la botella de vino Catyllon, bueno contra la dispepsia; no hay en ella nada, en fin, que excite nuestros nervios, que abrume nuestro cerebro, revuelva nuestra bilis ó levante nuestro estómago.

Una tierna historia de amor, sencilla y sin contrastes, narrada llanamente y sin pretensio- nes por un amigo á otro,' tal es el asunto de estas Confidencias, título que indudablemente respon- de al carácter autobiográfico de las mismas. En ellas el escritor desaparece y se anula á si propio para confundirse con el narrador, apenas bos- quejados en el primer capítulo la índole del asunto y los principales personajes que han de animarle y sostenerle.

Cuando esa narración se interrumpe por con-

174 M. CURROS ENRIQUEZ

tingencias inseparables de los mismos aconteci- mientos que refiere, no es siquiera el autor quien la reanuda, sino una carta del protagonista, que pone, con la noticia de su enlace, inesperado fin á la historia.

El lector juzgará de su mérito por las emocio- nes que sienta; desde luego no serán fuertes, antes dulces y tranquilas, y un tanto melancólicas, por- que, á pesar del loable esfuerzo de nuestros hu- moristas por disfrazar cuanto la existencia tiene de penoso, el hecho es que en la vida entra por más el dolor que el placer, y mientras el dolor impere en ella tiene forzosamente que imperar en el Arte.

El lector nos dirá también si Matilde es un tipo real ó soñado; si las desventuras á que la somete la codicia de su familia, tienen ó no precedentes, y si el proceder de Bernardo, uniéndose á ella por indisolubles lazos, confirma ó contradice la noción eterna del deber moral, presente en todas las conciencias, y que están obligados á cumplir, cuantos alienten sentimientos caballerosos y honrados.

Por lo que á nosotros respecta, que no somos ni descontentadizos ni exigentes, Confidencias, humilde, y menos que humilde, pobre como es de aparato, de alardes y refinamientos artísticos, declaramos que nos ha satisfecho. Precisamente ha herido en nosotros una cuerda sensible, la del sentimiento, y nos ha dado una lección que agra- decemos, pese al orgullo de nuestro sexo: la de que ni la independencia, ni los goces que la so-

ARTÍCULOS Y POESÍAS 175

ciedad reserva al hombre joven y apto para lan- zarse con ventaja á la conquista del porvenir, son sacrificio bastante, ni precio de rescata suflcien-^ te, cuando se trata de evitar una sola lágrima á la mujer que amamos.

Madrid, 1891.

176 M. CURROS ENRÍQUEZ

LA MUJER GALLEGA

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Tiene adversarios, lo sé; pero también que pocos han podido sostener ante ella sus argu- mentos sin declararse vencidos ala postre por el terrible dilema de sus curvas.

Dios, que ha hecho de esa línea el sistema de los mundos; que ha encerrado en ella el secreto de la vida; que la ha puesto en el espacio para revelarnos el infinito; que la ha puesto en el cerebro para generar el pensamiento, y en la serpiente del Paraíso para hacer posible la reden- ción, púsola también, con mayor amplitud que en ninguna otra, en la mujer gallega, para ence- rrar en un símbolo de carne, que es una prome- sa de fecundidad, la consoladora idea de la per- sistencia de nuestra especie.

Pero esa mujer no posee la línea solamente: tiene también el color, que la. embellece, y la nota, que la anima, sin lo cual poco tendría que envidiar á las estatuas griegas.

No vo}^ á discutiros su gracia, porque para ello necesitaría fijar antes el sentido de ese vocablo.

(6) Véanse las Notas del recopilador, que figuran después del índice de este tomo.

ARTÍCULOS Y POESÍAS 177

Si por gracia se entiende cierta exuberancia de hermosura, cierta movilidad muscular, cierta elasticidad de tejidos puramente fisiológica y ex- terna, una sola lección de clínica bastaría á de- mostrar que la mujer gallega es más graciosa que la andaluza, dado que en ésta, por razón del cli- ma en que nace, son menos abundantes y dura- deras las savias que mantienen flexibles, bañán- dolos en tibia atmósfera de humedad, la compli- cada red de sus nervios, humedad que se agosta en breve bajo el ardiente sol del Mediodía.

Si, por el contrario, la gracia es el arte de ex- teriorizar el alma, dializándola, por decirlo así, á través de los poros, y haciéndola vivir en los ojos, en la boca, en la actitud y en todos los mo- vimientos, en este caso no os negaré que la mu- jer de mi tierra no ha llegado todavía á ser maes- tra en ese arte. Opónese á ello un imposible físi- co: la mayor densidad de su naturaleza, la mayor plasticidad de sus formas, su mayor solidez, en una palabra, que opone á la expansión de su es- píritu resistencia semejante á la que encontraría una luz para alumbrar á través de una muralla de bronce.

¿Acusa este fenómeno, perfectamente explica- ble por la ley de la impenetrabilidad de la mate- ria, una imperfección, ó constituye un privilegio en la mujer de mi raza?

Me inclino por lo último. Todos sabéis que el gallego ama como nadie su país; todos sabéis que la mujer gallega guarda como nadie su ho- gar. Con estos precedentes, ¿no encontráis lógi-

12

178 M. CURROS ENRÍQUEZ

co que el alma de nuestras mujeres guste poco de abandonar el templo de su corazón, donde tan feliz debe encontrarse, para ponerse á flanear por esos mundos de Cristo, envuelta en gasas y encajes, seduciendo cadetes y toreros, ó mara- villando á ingleses impresionables?

No quiere esto decir que no tengan gracia mis paisanas. ¡Vaya si la tienen! Sólo que no es una gracia que se eche á la calle al menor motivo: por asistir á la parada, por tomar parte en una riña, por curiosear lo que pasa al vecino, por de- tener con el trabucazo de una mirada provocado- ra al inadvertido viandante, no; su gracia es seria, augusta, majestuosa, dueña de misma, digna á la vez de quien la lleva y de quien sepa apreciarla.

Pasa con ella lo que con las minas de oro: que son muchos los que las buscan y pocos los que las encuentran; y no porque no existan, sino por- que no saben buscarlas.

Y, sin embargo, han calumniado á la mujer ga- llega. La llaman «sosa»... los que no la trataron.

Despreciemos también esa falsedad.

Falso también, y además ridículo, es lo que dice el inglés Mr. Ford en su libro A Handboock for trevellers in Spain, cuando afirma que las mujeres gallegas conservan sus encantos poco tiempo.

Podrá acontecer eso con la mujer que se dedi- ca á las labores del campo; pero esa mujer lo mismo puede ser gallega que vascongada, caste- llana que andaluza.

ARTÍCULOS Y POESÍA S 179

Y si en otro sentido pudo decirlo ese autor, la mujer gallega debe agradecer esas frases, porque perder los encantos de la juventud para ganar las veneraciones de la maternidad, lejos de ser una censura, constituye el más sublime elogio.

*

^ *

¡Los encantos de la mujer gallega! ¡Oh, si no la conocéis, haced por conocerla, y os pasará lo que á un amigo mío á quien llevé un día al templo de mi pueblo para enseñarle una imagen, obra acabada de escultura!

La imagen no había sido colocada todavía en el altar: alzábase sobre su peana en el suelo, y a su lado rezaba una joven de sorprendente her- mosura.

Mi amigo se adelantó, miró el grupo, y cayó de rodillas.

Cuando llegué hasta él, mírele prosternado, no delante de la imagen, sino de la mujer, y sus labios se entreabrían murmurando:

Dios te salve, María, llena eres de gracia... ¿Se había equivocado? No. ¡Las había confundido!

Preferidla á todas. Es la única que, á un tiem- po, hila, ama y ora.

Madrid, 1893.

180 M. CURROS ENRÍQUEZ

MORSAMOR

(Peregrinaciones heroicas y lances de amor y fortuna de Miguel de Zuheros y Tiburcio de Siinahonda, por D, Juan Valera, —Madrid, 1899.)

Tal es el título de la última obra de D. Juan Valera, celebrado autor de Pepita Jiménez, El comendador Mendoza, Las ilusiones del doctor Faustino y tantas otras producciones admirables, así por el ingenio que en ellas se derrocha, con profusión verdaderamente meridional, como por su erudición y su estilo.

Escrita, según nos dice él mismo en su dedi- catoria a su primo el conde de Casa Valencia, «para distraer sus penas egoístas al considerarse viejo y tan quebrantado de salud, y sus penas patrióticas al considerar á España tan abatida», y habiendo puesto en ella «cuanto se ha presen- tado á su memoria de lo que ha oído ó leído en alabanza de una época muy distinta de la pre- sente, cuando era España la primera nación de Europa», cualquiera creería que iba á encontrar sus páginas empapadas en tristezas y á echarse al cinto una completa apología de la España in-

(7) Véanse las Notas del recopilador, que figuran después del índice de este tomo.

AK.TÍCULOS Y POESÍaS 181

mortal del siglo xvi, en el cual se desarrollan los acontecimientos. Pero esto sería desconocer á Valora, hombre que sabe «comprimirse» cuando llega el caso y éste es uno de ellos ; en quien la razón se sobrepone siempre al sentimiento, y á quien si preguntáramos: Diga usted, D. Juan —pero dígalo sin sorna y con entera franqueza , ¿qué España le parece á usted más grande: la de Gonzalo de Córdoba ó la de Weyler?, de seguro que contestaría: La verdad, no por cuál de ellas decidirme; se lo diré á usted con el tiempo.

Quiere esto decir que cualquiera que dentro de un siglo ó dos tratara de sorprender en la lectura de Morsamor la impresión que en Valera había producido la pérdida de nuestras colonias, tendría que sufrir un desencanto, porque nada en este sentido le revelaría, á pesar de «las pe- nas» á que se refiere el prólogo y de las tristezas de que el escritor parece poseído.

Y es que Valera no da su brazo á torcer por nada de este mundo; y sintiendo mucho quizá es el hombre de letras de sentimiento más hondo con que hoy contamos —, posee como nadie el arte de contenerlo y diluirlo, de suerte que no llegue á nosotros en forma de chorro, sino como á través de un pulverizador, y nos conmueva, no por chapuzón y de golpe, sino por saturación y lentamente. El sentimiento de Valera es como esos alcaloides sutiles de la escala aromática que no matan sino á plazo largo, y con los cuales no se puede contar para improvisar herencias ó deshacerse de una mujer importuna.

182 M. CURROS ENRIQUEZ

En cuanto á reivindicaciones y apologías, ¿quién piensa en ellas, ni cómo Yalera, para con- seguirlas ó simbolizarlas, había de valerse de un pobre fraile miserablemente engañado por otro, que hace de él una especie de D. Quijote prema- turo, lanzándolo por el mundo en busca de aven- turas grises que no tienen nada de particular, convirtiéndolo en testigo pasivo de los grandes descubrimientos de portugueses y daneses, me- tiéndolo alguna que otra vez en aprietos graves, poniéndolo en contacto con mujeres de mal vivir y zarandeándolo por esos mares de Dios hasta obligarle á penetrar en la India, asistir en Bena- rés al culto de Crishna, presenciar el paso de la nao Victoria por el cabo de Buena Esperanza y volver, maltrecho y mohíno, á su convento, para morir convencido, no sólo de la inutilidad de su larga peregrinación, sino de que ésta no existió, porque fué el producto de un sueño provoca- do en él por Fr. Ambrosio, poseedor de secre- tos mágicos, eficaces narcóticos y ciencias esoté- ricas?

Cierto que semejantes personajes y tan largo itinerario, preséntanse á maravilla para que el Sr. Valera haga verdaderos alardes de erudición y conocimientos, ó por lo menos de las notas que en sus abundantes lecturas ha recogido, así como para describir admirablemente tipos, países y costumbres dígalo la corte del rey D. Manuel, en Lisboa, la de Roma bajo León X, el estudio de la religión India, los retratos de Olimpia y Urba- si, etc., etc.; pero, ni Fr. Miguel ni Fr. Tiburcio,

ARTÍCULOS Y POESÍAS 183

en lo poco que tienen de teólogos, ni en lo mu- eho que tienen de aventureros, realizan nada ni' descubren nada que, aplicado hoy al estado del alma nacional, pueda consolarla de las desgra- cias presentes ni la infunda esperanzas para lo futuro.

Parécenos, sin embargo, entrever en la figura de Fr. Miguel, religioso de escasa vocación, que rabia en el convento por lanzarse á emular en el siglo las proezas de los portugueses, lo cual con- sigue gracias á la intervención de Fr. Ambrosio, que hace con él lo que el diablo con Fausto, tor- nándolo de viejo en joven y hasta de monje en caballero andante, un símbolo de la España san- turrona del siglo XVI, que atacada también de súbito por un delirio de grandezas, salió del claustro para conquistar mundos, estimulada y deslumbrada por lo que veía hacer á otras na- ciones. Y este símbolo parece esclarecerse y to- mar cuerpo cuando, devuelto al convento Fray Miguel, y agonizando, le dice á Fr. Ambrosio en son de reproche: «Convencido estoy de que has querido darme una lección moral parecida en su traza á la que dio D. Ulan de Toledo, famoso má- gico, á cierto ambicioso... Alégrate y enorguUé- eete. Has querido curarme de mi ambición de- sesperada. Duro ha sido el remedio. Como quien con hierro candente quema un cáncer, has curado el que roía mis entrañas. No sólo te per- dono, sino que te agradezco la cauterización do- lorosa. Mi sed de poder y de gloria se aquietó y sació con satisfacciones soñadas. Hoy, al recono-

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cer que fueron sueño, reconozco también la va- nidad de tales satisfacciones, aun cuando sean reales. El sabio lo ha dicho : que ni la carrera es de los ligeros, ni la guerra de los fuertes, ni el pan de los sabios, ni las riquezas de los doctos, ni la gracia de los artifices, sino el tiempo y la casualidad en todo,»

Pero si Fr. Miguel representase á España en la intención del novelista, Isabel la Católica tenía que estar, siguiendo el simbolismo, representada por Fr. Ambrosio de Utrera; y como éste lo que hizo fué una jugarreta de mal género y á sabien- das á su compañero de claustro, sigúese que una jugarreta igual habría hecho á Colón la buena reina al enviarlo al descubrimiento de América, por lo cual, perdida ésta para España, bien per- dida está, y debemos agradecer el favor á todos los Ambrosios de Utrera que por varios modos han contribuido á su ruina, porque nos han hecho despertar de un sueño y nos han curado de nues- tras ambiciones.

Si ésta puede ser, que lo dudamos, la filosofía que se desprende de la última producción del Sr. Valera, declaramos que nos satisface menos, muchísimo menos que la de todas sus obras an- teriores, donde suele haber más sentido de la realidad y una noción más sana, más perfecta y acomodada al arquetipo eterno, de lo que aquí la tierra se entiende por responsabilidad, por moral y por justicia distributiva.

El dicho del sabio que el Sr. Valera subraya^ como lo hacemos nosotros, antójasenos de un

ARTÍCULOS Y POESÍAS 185

fatalismo á que no llegaron Hartmann ni Scho- penhauer; porque si hemos de conceder al tiem- po y á la casualidad importancia tal en los desti- nos humanos que decidan de las cosas y de los acontecimientos, creando el Derecho y sancio- nando la Historia, ¿qué falta nos hace la libertad, ni qué viene á ser el hombre sino materia inerte, manejada á placer por esas dos fuerzas ciegas? Y no es esto lo peor, sino que para colmo de contrasentidos, esa misma materia inerte, sin poder creador, ni iniciativa, ni espontaneidad, ni nada, tiene y se le reconoce, por el dicho del sabio, autoridad para, á la vez que se declara siervo humilde de la casualidad y del tiempo, decirle á la Providencia, convertido de pronto en dictador: «Tal día y á tal hora hundirás el mundo antiguo; tal día y á tal hora suscitarás un Cristo, un Gutenberg, un Lutero, un Mirabeau, porque si no lo haces, esa casualidad y ese tiem- po, que están por encima de ti, harán estéril la sangre del Calvario, no servirán para nada los caracteres de imprenta, pondremos la mordaza sobre la libertad de la palabra, y los derechos del hombre serán un nombre vano y una ridicula entelequia.»

¿Habrá necesidad de otro argumento para con- denar semejante doctrina, si por ventura viniese á preconizarla la última novela del autor de Pe- pita Jiménez? que lo habría: el aplauso que tendrían que tributarle los manes de los señores virreyes, adelantados, presidentes de Audiencia, veedores y capitanes generales, muertos, y los

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empleados rapiñas, separatistas, filibusteros y norteamericanos , vivos, que hicieron lo que han podido por despertar á España de un sueño de cuatrocientos años, y para quienes, en vez de censuras, tendrían que sonar desde hoy himnos de gratitud y cantos de alabanza.

No sabemos por qué, se nos figura que el señor Valera teme, sin embargo, que el público, y so- bre todo la crítica, puedan sacar esa deducción de su voluminosa y por lo demás encantadora y admirable novela. En sus páginas hay un halago muy significativo para Clarifij no por merecido menos extraño.

Clarín es reconocido, pero... dudamos que lo estime en todo lo que vale.

Habana, 1899.

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EL MAYORAZGO DE VILLAHUECA

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Entre los jóvenes españoles que con más for- tuna cultivan las letras en Cuba, merece lugar muy distinguido Atanasio Rivero, redactor del Diario de la Marina, de la Habana, donde se dio á conocer por sus chispeantes y graciosísimas Comidillas, que hubo de coleccionar y vender como pan bendito, bajo el título de Btielos y que- brantos.

Celebran en el sus partidarios, porque los tie- ne en crecidísimo número, á pesar del reducido teatro en que actúa, la frase correcta y castiza, de raíz puramente clásica, la agudeza y caustici- dad de la intención, la movilidad del estilo y la gracia la gracia sobre todo que fluye de su pluma con la facilidad y la frescura del agua en el manantial, y como ella ininterrumpida y bu- llidora.

Tal vez abusa á veces de tan singulares dotes naturales, dando tortura á los conceptos con pa- ranomasias y juegos de vocablos casi siempre pueriles, aunque siempre oportunos; pero, la verdad sea dicha, de esos tropiezos, por fortuna escasos, sabe salir con tanta majestad y gallardía,

(8) Véanse las Notas del recopilador, que figuran después del índice de este tomo.

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que casi nos vemos obligados á perdonárselos, á trueque de las compensaciones de que van se- guidos, para recreo del espíritu y deleite del buen gusto.

Brillante muestra de lo que vale Rivero como escritor, nos la ofrece en su última producción, El mayorazgo de Villahueca, lindísima novela de costumbres, con algo de tesis, y cuyo argumento vamos á exponer en breves palabras.

Manuel Pendueles, alias Manolote, de prosapia noble, buen chico, aunque un poco alocado, está destinado á la iglesia por su madre, señora muy religiosa y muy dada á frecuentar «los divinos» en un pequeño pueblo de Asturias; pero el rapaz, que ha visto á tiempo á una jovencita casquivana, la cual vive en la misma localidad, y que además está influido por Perico Berdiales, barbero del lugar, republicano furioso, tremendo librepen- sador y blasfemo empedernido, piensa en todo menos en hacerse cura. Esta contrariedad morti- fica á la buena de D.^ Ana de Gayanes, que es la madre en cuestión, quien, si puede tolerar que el cuerpo de su hijo se pierda casándose con Peri- nola— este es el nombre de la novia , sobrina de un capitán retirado de Carabineros, no está de ningún modo dispuesta á que se pierda su alma en los infiernos, juntándose con Berdiales y re- cibiendo sus perniciosas lecciones. Así, pues, se decide á alejar á su hijo de aquel medio ambien- te y á mandarlo á Oviedo, al lado de su hermano, el deán de la catedral, á quien quiere entrañable- mente D.^ Ana.

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ARTÍCULOS Y POESÍAS 189

Pero el deán, que es un señor algo laxo en ma- terias de moral, bastante despreocupado y que, como si esto fuera poco, no debe participar de las creencias de su hermana en punto á las per- fecciones de la vida religiosa, contesta á las reco- mendaciones de aquélla: «¡Oh, mater admirabi- lis! Bonito estoy yo para meter en pretina al bragazas de tu hijo. No hay que asustarse, her- mana; nos rascaremos juntos. No espero que por mis consejos vuelva al redil, porque no puedo darle consejos»; lo que equivale á decir que el tío se declara impotente para contener á su so- brino. Doña Ana lamenta el fracaso de su plan, y, colocada en la alternativa de casar á Manolote ó labrar su perdición haciéndolo cura, opta por lo primero, exigiéndole tan sólo que para ello se ponga bien con Dios y, en expiación de toda su vida de escándalos, acompañándose del barbero, poniendo motes á los curas y diciendo en públi- co, en descrédito de los santos, que el perro de San Roque tiene el moquillo, vaya el día de la fiesta de la patrona desde Villahueca al santuario del Vito, en actitud de penitente, de rodillas, des- nudas las piernas, los brazos en cruz, presidiendo la procesión, delante de todo el pueblo.

Manolote, sintiéndose querido por Perinola, accede, por lograrla, á tan humillante exigencia, aunque sabe que le fué ingerida á su madre por el elemento clerical de la villa, secundado por el alcalde, el boticario y las demás gentes de su par- tido; y aunque no sin protesta, se somete á tan atroz sacrificio, con gran contentamiento de los

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lugareños, que aprovechan la ocasión para ven- garse del descreído y reírse de él después de es- carnecerle.

Mucho sufre al cumplir esa penitencia el po- bre mozo; pero todo lo da por bien empleado, porque una vez terminada, sabe que va á obtener la mano de la mujer á quien tanto quiere.

Manolote concurre á la procesión; llega al san- tuario, de rodillas, arrastrándose por aquella cuesta, mientras el cura y el sacristán le cantan los salmos penitenciales, y cuando después de una escena terrible, en que el protagonista, ya cumplido el voto, toma un desquite muy propio de su carácter violento, en que le ayuda su tío el deán, regresa á su casa para ir á estrechar y unir- se para siempre á Perinola, sabe con asombro que ésta acaba de huir del pueblo en compañía de un militar, cuyos galones la fascinaron.

Tal es el asunto que sirve á Rivero para su úl- timo libro. Su protagonista, que recuerda por la ineficacia de sus sacrificios al Giliat de Trabaja- dores del mar, se hace interesante desde las pri- meras páginas, y tanto el hijo de D.^ Ana como el barbero y el deán están perfectamente trazados, por más que no para todos aparezca este último, en que el autor cargó la mano, con todas las con- diciones de observación y realidad que exigen los modernos cánones de la novela, aunque mu- cho pudiera decirse en su defensa, dada la relaja- ción que alcanzan en nuestra época ciertas insti- tuciones y las costumbres tolerantes, sencillas, del país en que se desarrolla la acción de la obra,

ARTÍCULOS Y POESÍAS 191

costumbres que no rechazan que un sacerdote entre con precauciones á beber sidra en una taberna, ni que haga alarde de determinadas ideas más ó menos ortodoxas, especialmente si esto se hace para contestar agravios y humilla- ciones que hieren el amor propio, que es el caso del deán saliendo en la ermita del Vito á vengar con justas increpaciones el cruel escarnio que en nombre de la religión acaban de hacer de su so- brino.

Pero si hermosos son los tipos que Rivero nos ofrece en El mayorazgo de Yíllahueca^ bellísimas merecen reputarse casi todas las descripciones en que abunda la obra, sobre todo la descripción de un ciclón en el capítulo «Tempestades», el suplicio de Manolote en el titulado «El Calvario», y la actitud de Perinola en «Consummáttim», To- das estas páginas están escritas con un senti- miento del Arte, una fuerza de análisis y una intuición psicológica prodigiosos, pudiéramos decir insuperables.

Deliciosas por la sal que hay en ellas y los ras- gos felices con que caracteriza á sus autores, son igualmente las cartas de Perdíales á Manolote y del deán á su hermana.

Como muestra del estilo de la obra, véanse los siguientes trozos, en que se describe la subida del penitente al santuario :

«A las cuatro de la tarde todo Villahueca esta- ba reunido en el Castañedo, de donde arranca el camino de cabras que conduce al santuario. Es- peraban con ansia la llegada de Manolote y con

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el deseo cruel de verle caminar de rodillas, pur- gando los pecados de todos, ofreciéndose en ho- locausto de la general impiedad. Allí estaban los que le habían empujado al sacrificio, los que ha- bían esgrimido contra él las armas de la artería, de la injuria, del testimonio malo que él había hecho bueno con sus desmanes. Todos afectaban seriedad, cuando el alma les bailaba en el cuerpo, y todos aparentaban murmurar oraciones, cuan- do mascullaban blasfemias. El cura, grave, emo- cionado, tembloroso, destacábase entre todos, acompañado de tres monaguillos armados de cruz y ciriales. Tenía en la mano un libro anti- quísimo forrado en pergamino, y leía para con- tener su inquietud. Un grito sordo, ahogado, anunció al votivo. Llegó el mayorazgo pálido, relampaguente de ira; miró á la multitud con desprecio, con odio al cura; besó á su madre y diciéndole angustiosamente «Por ti», se hincó de hinojos y empezó á andar torpemente. Á la ca- beza iban los monaguillos, en medio Manolote y detrás el cura. La muchedumbre los rodeaba; en todos los labios palpitaba la emoción; Manolote caminaba furiosamente, tropezando, lastimándo- se; D.'^ Ana, llorosa, medio muerta, se sostenía en brazos del alcalde; la policía imponía orden y el barbero sollozaba blasfemias.

»El cura leyó en aquel libro viejo de autor des- conocido: Memento homo quiapulvis est et inpul- veré reverteris.

s^Ensoberbéceste y te desvaneces con el nom- bre de mocedad. Miras á la flor de la vida y te

ARTÍCULOS Y POESÍAS 193

glorías, y te enamoras de ti por tu buena dispo- sición y hermosura; porque tu mano es vigorosa al movimiento, porque los pies te sirven al salto veloces, porque el viento esparce tus cabellos, porque tu vestido, embriagado de púrpura, arde prendido en la luz del veneno tirano. Á esto mi- ras, mas no te miras á ti. Yo te enseñaré cómo en este espejo eres lo que eres.

»¿No has visto en lugar público destinado á enterrar los muertos los misterios de nuestra Naturaleza? ¿No viste los rimeros y montones de huesos, sin orden, revueltos unos con otros? ¿Las calaveras, desnudas de carne, que con las obscu- ras cavidades que fueron, ojos se muestran en horrendo espectáculo? ¿Viste las bocas rígidas y los demás miembros arrancados y esparcidos al albedrío de la corrupción?»

Memento homo quia pulvís est

y>Manolote sentía el ruido de la lectura como si una catarata se despeñara de lo interior de su cabeza; las carnes, frías, rechazaban, doliéndose, aquellos pedruscos martirizantes; caminaba pre- suroso, limpiándose el sudor, firme en sus deseos de terminar aquel bochornoso espectáculo; los monaguillos gateaban delante de él trabajosa- mente, y D.^ Ana lloraba, renegaba el barbero, y la tristeza había embargado todos los ánimos.

»E1 cura con voz tonante leyó:

«Señor Dios délas venganzas, libremente obró; engrandécete que juzgas la tierra; da su mere- cido á los soberbios.

13

194 M. CURROS ENRÍQUEZ

»Había otro dentro de él, porque ya el diablo^ su posesor, se había entrado en sus entrañas, y quien se entró en el corazón de Jesús se había entrado en el secreto de su mente.

»La exaltación, la hinchazón, la arrogancia, la fanfarronería no son del magisterio de Cristo^ que enseñó la humildad; antes nacen del espíritu del Antecristo.

»Muchos soberbios fueron de la tierra traga- dos, y otros, con sus rayos encendidos.

»Si algunos se quieren levantar ante Dios, por la abertura de la tierra serán arrojados al pro-^ fundo.»

Memento homo quia ptilvis est,

>La ascensión por el camino de cabras conduc- tor de la fe de los villahuecanos, hacíase cada vez más penosa, y á la arena había sucedido la piedra,, á la grama y el helécho las espinosas argomas.

»Manolote seguía dolorosamente la ascensión,, rotas las ropas, desolladas las rodillas; un jirón de calzoncillo que rastreaba en el suelo estaba tinto en sangre; no veía; afanábase por terminar el martirio; respiraba roncamente; saltábanle los ojos en las órbitas, y la palidez de la muerte in- vadía su semblante. Algunos sollozos se escapa- ban de los pechos menos duros; acometió un desmayo á D.''^ Ana, y siguió la comitiva. Mano- lote corría con furia cuanto un hombre puede correr de hinojos.

»E1 cura siguió leyendo:

* Veránle los buenos, y temerán y reirán sobre

ARTÍCULOS Y POESÍAS 195

él, diciendo: «Veis el hombre que no puso en í>Dios su confianza, antes esperó en la multitud »de sus riquezas, y prevaleció en su dignidad.»

»Por eso Dios te destruirá en el fin, te arran- cará y arrojará de su tabernáculo, y tu raíz de la tierra de los que viven.

»Hombre, no viste cuando Dios te amasaba de polvo... No sabías de qué eras ni cuál eras. Por esto á la Naturaleza lo diste todo, á ti mismo te diste á ti, y á Dios nada.

»Pagástele con afrenta y maldiciones, y por el beneficio y la honra diste infamia.»

Memento homo quia pulvis esL

»Un pedrusco incrustado en las carnes llegó al hueso, arrancando un gemido al mártir; inclinó- se; apoyó la mano en el suelo, y se la destrozó en las argomas punzadoras. Escapóse entonces un rugido á su garganta, un rayo de sus ojos y una blasfemia de su corazón.

»Leyó el cura:

«Sobre el áspid y el basilisco pasearás y pisa- rás...»

»Los guijarros rodaban arrancados por las ro- dillas del mayorazgo, que continuaba su marcha con un arrastramiento de reptil enloquecido; una mueca dolorosa había fijado el temblor de sus labios; sacudía la cabeza dando al aire sus ca- bellos, que semejaban crines de potro bravio; se desgarró con las membrudas manos las mojadas ropas, descubriendo un pecho velludo de poten- te torso; una llamarada furiosa relampagueó en

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SUS ojos, y un hilo de amarillenta baba pendía de una de las comisuras de sus labios. Y siguió subiendo, subiendo el camino de cabras con do- loroso arrastramiento de reptil enloquecido...

:^Sólo una tercera parte de la cuesta faltaba por subir; allí terminaba la sombra de los árboles, y el monte pelado, pedregoso, estéril, sólo daba de rocas y espinos; el camino desaparecía en la pedrea y una senda marcada levemente se per- día más allá, y más allá todo era camino, zarzas secas, guijarros ardientes abrasados por aquel sol dormicero, que no sabía alumbrar, calentar ni arder á las ^ueve de la mañana, y que ahora se enseñoreaba en lo alto del espacio, rigiendo con candente látigo su carro de fuego.»

Por falta de espacio renunciamos á transcribir la terrible escena que sigue, toda ella descrita con el mismo vigor, con la misma verdad, con el mismo arte; pero lo transcrito basta para dar idea del mérito que entraña El mayorazgo de VilJahueca, y para que se apresuren á leerla los aficionados á lo transcendental y simbólico en el género que á tanta altura han colocado en nues- tros días Pérez Galdós, Pereda, Palacio Valdés y Valera.

1904.

ARTÍCULOS Y POESÍAS 197

HORAS DE OCIO

(9)

Supone una tan portentosa disciplina de todas las actividades cerebrales y psíquicas, un triunfo tan completo intentado ó realizado sobre las indolencias y las rebeldías del espíritu y de la materia el escribir libros, que nunca hemos po- dido abrir uno sin sentir profundísima emoción. Y esta emoción sube de punto cuando el libro que llega á nuestras manos es el primero que su autor publica, porque entonces parécenos asistir á la iniciación de un destino, á la revelación de un misterio, á una de aquellas sagradas metem- psicosis del viejo mundo oriental por virtud de las cuales, así como la fantasía de los antiguos convertía los hombres en héroes y lo héroes en dioses, de la misma manera, si bien con mayor exactitud y verdad, suelen convertirse en nues- tro tiempo los innominados en celebridades y las celebridades en arbitros de las naciones.

Toda primicia es sagrada, en efecto; y esto debían saberlo bien las pasadas mitologías cuan- do hacían de ellas ofrenda y holocausto á los dio- ses. Quizá poseían la revelación de que debían serles gratas. Y es que en los primeros frutos, aun sin sazonar, están contenidas las promesas de

(9) Véanse las Notas del recopilador, que figuran después del índice de este tomo.

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las grandes cosechas, el sacrificio de las vocacio- nes y la pureza inmaculada, valiosa como sím- bolo y como realidad, de la ofrenda misma. El primer perfume de la flor recién abierta, el pri- mer beso de la mujer amada, la primera victoria, el primer hijo, la primera luz que hiere los ojos del prisionero al través de los hierros de su cár- cel, abren el corazón á la esperanza, dilatan el alma con la seguridad de las propias fuerzas y tienen tales prestigios que, sin pretenderlo, se imponen á todo nuestro ser, y nos embriagan y seducen de igual modo á los hombres que á los dioses, pues no en vano participaban éstos de nuestra naturaleza, y por algo tenían nuestras propias pasiones.

Reúne, por consiguiente, títulos bastantes á nuestra atención la presente obra, con sólo ser la primera que da á la estampa su autor, carísimo amigo, paisano y compañero nuestro en la pren- sa, Sr. Somoza.

Esta amistad, este paisanaje y este compañeris- mo han de limitar forzosamente nuestra liber- tad para analizar su libro, ya, antes que por tales razones, limitada por nuestra irremediable in- competencia. Por fortuna no es un juicio lo que se nos exige, sino un prólogo; y en esta clase de trabajos no es de preceptiva cabalgar sobre las teorías, los principios y las tendencias del Arte, ni perderse en disquisiciones filosóficas ni aná- lisis lingüísticos para formular decretos inapela- bles. Basta á nuestro objeto consignar, al correr de la pluma, la impresión recogida en su lectu-

ARTÍCULOS Y POESÍAS 199

ra, emitir sencillamente nuestra opinión, sin ra- zonarla siquiera, desde el punto de vista indi- vidual en que nos es lícito hacer apreciaciones, y recomendar, citándolos, aquellos trabajos del tomo que han dejado más huella en nuestro espí- ritu ó herido más hondamente nuestra curiosi- dad, abandonando íntegra á la crítica la tarea de un estudio más inteligente y desapasionado.

Comencemos por denunciar una enorme super- chería estampada al frente de este volumen. So- moza le titula Horas de ocio, y en el ocio nos ha de perdonar le digamos que no se producen libros como el suyo. En el ocio, ni libros ni nada. Indudablemente ese título está buscado ex profeso por un refinamiento de poética coque- tería, para hacernos creer que el autor es una feliz excepción entre la prole de Adán, por Jeho- vah condenada á ganarse el pan con el sudor de su frente. ¡Qué más quisiera él! Pero, por des- gracia, no es así. Somoza se ha olvidado de que está en los trópicos, que es peninsular y que se procura el sustento trabajando veinte de las vein- ticuatro horas del día; lo cual, en todas partes, menos en la Habana y en la clase de periodistas, en que él figura, es trabajar más de lo que se puede y de lo que se debe.

No tratemos de averiguar si el pan que con tanta fatiga disputa á la concurrencia es sufi- ciente para su «congrua sustentación»; pudiera resultar que no á poco que hurgásemos en el ¿sunto; y un indicio grave de ello parece encon- trarse en la publicación de este tomo, qu,e, ó mu-

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cho nos equivocamos, ó más que gloria viene buscando un suplemento de crédito para inte- grar el vulgarísimo corrusco, siendo de sospe- char que el autor, que quiso engañarnos, resulte en esto engañado á su vez, pues no respondería- mos de que su obra le proporcionara, aunque no fuese sino que para contrariarle, más fama que provecho; que no dejan de ser frecuentes los casos de los que, escribiendo para salir del día, se encontraron á la postre con que, sin salir de él, se entraron de patitas en la gloria. Pero sea como quiera, y sin dar por un hecho que haya llegado este caso, hagamos constar la superche- ría. No existen tales ocios, y únicamente se ex- plica que Somoza nos hable de ellos en la por- tada de su libro como de una aspiración sibarí- tica, como de un ideal de bienestar y descanso que en fuerza de deseado se le antoja poseído. Titulárase aquél Horas de angustia ó de rabia, y nada tendríamos que oponer los que sabemos cómo han sido concebidas sus páginas: en el bre- gar continuo del pobre escritor, condenado á llenar cuartillas día y noche con artículos políti* eos y literarios, crónicas de arte, folletines, suel- tos, gacetillas y toda la balumba de materiales improvisados que la prensa exige de sus márti- res para llenar ese tonel de las Danaidas que lla- mamos periódico... No deja, por lo demás, de ser extraño que la pluma que trazó la monografía de El Periodista, sometido al suplicio del Tántalo, con que en breve tropezará el lector, se haya reservado para sí, perteneciendo al gremio, un

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oasis de que se olvidó de hablarnos en ese tra- bajo, autorizándonos por eso mismo para creerlo una pura fantasía, por completo inaccesible al «cuarto poder del Estado». No; Somoza no tiene horas de ocio de que disponer; ni él, por vani- doso que sea y no lo es ni poco ni mucho—, querrá que le tomemos por un Vanderbilt de minutos y segundos, ya que no pueda serlo de millones y billones. Es un trabajador heroico, siempre en la mina, en el yunque, en la rueda, bajo el látigo del destino implacable, como el forzado de las galeras del rey bajo el látigo del cómitre, y no le conocemos más ocios que los que le proporcionan sus grandes crisis nerviosas, con fiebres de 40 grados, curadas en la Quinta de Salud del Centro Gallego. Tampoco puede decirse que sea aficionado á las huelgas generales ni par- ticulares. Por ácrata le tenemos; pero ácrata de buena ley, con su socialismo cristiano (véase su Socialismo revolucionario) estilo León XIII, de los que, en vez de supresión, piden aumento de horas de trabajo; y en vez de aumento de jor- nal, disminución de ignorancia para el obrero; cosas todas que nos garantizan que Somoza, más que para la ociosidad, nació para la lacha, y más que para promover huelgas, para desha- cerlas.

Hemos hablado de las frecuentes fiebres á que someten á nuestro amigo sus excesos de produc- ción— que acabarán con él, si Dios no lo reme- dia—, y esto nos lleva como de la mano á con- signar que muchos de los artículos aquí coleccio-

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M. CURROS ENRIQUEZ

nados, tal vez los mejores, si entre ellos puede haber categorías, fueron escritos en el lecho del dolor y en estados morbosos verdaderamente crueles. No haríamos esta indicación, que parece excusada, si ella no viniese á demostrarnos el poderoso instinto artístico del joven escritor, perdurando en él hasta en circunstancias fisioló- gicas anormales, como se revelaba más intenso en Poe, Musset, Nerval y otros muchos, en anor- malidades análogas, aunque de origen bastante menos noble.

Y no hay duda: Somoza, como escritor, es un artista que cada día realiza un progreso en su arte, y ha de serlo más á medida que avance en años y experiencia. La afición al estadio de los maestros del lenguaje nos da por adelantado esa seguridad, y cuando eso no bastare, su rara per- cepción de la belleza y su sensibilidad para de- jarse influir del natural nos lo garantizaría.

Léase su estudio Galicia, acerca de las <^ Cróni- cas» del insigne Juan Rivero, y dígasenos si es posible realizar algo superior en esta clase de trabajos, más delicada asimilación de ideas, más perfecta correspondencia entre el asunto y la expresión, ni más lujo de forma para vestir los conceptos.

En ese estudio, así como en La mujer gallega, La emigración de la mujer, Las dos Galicias, Ga- licia romántica y El Cristianismo, la frase fluye abundante y sin esfuerzo alguno, como el agua corriente esmaltando de verdor cuanto á su paso encuentra y produciendo la sensación fresca de

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la cascada de una gruta goteando sobre un lecho de rosas.

Y no es que el escritor sienta más esos asun- tos porque toquen de cerca á su tierra y susciten en él ideas y recuerdos muy arraigados; porque asuntos distintos son Asturias pintoresca, Astu- rias en la Historia, Lazos de sangre. Apuntes lite- rarios, Redimida, y, sin embargo, no abundan menos en ellos el lujo de expresión, las notas de sentimiento y los brillantes matices del estilo.

Hagamos observar, ya que del estilo hablamos, la singular homogeneidad que presenta el de nuestro amigo, no obstante el desgaste á que obli- ga la constante labor del periódico, que tanto perjudica la elegancia literaria y altera el carác- ter de los peculiares tecnicismos. Por necesida- des del oficio, en el periódico las ideas tienden á sintetizarse, y las formas á reducirse á lo estric- tamente necesario á su expresión. Así, cuantos á él se dedican con asiduidad, acaban generalmen- te por adquirir cierta rigidez de dicción que la anquilosa, haciéndola perder su flexibilidad y gallardía y el relieve que parece ser parte esen- cial de toda belleza plástica. En este punto, So- moza es una excepción afortunada, porque, antes que por falta, peca por exceso de facundia y bri- llantez en sus producciones. Mas ¿no constituirá esto un defecto grave? Para muchos, indudable- mente; y nosotros en ese número figuramos.

No toda la belleza está en el color y en la car- ne. Hay más arte y acaso más verdad en lo que Rembrandt y Ribera dejan adivinar en sus som-

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bras y medias tintas, que en la profusión de color y riqueza de masas que Rubens puso en sus lien- zos, los cuales, no dejando nada por ver ni nada que desear, si no matan, limitan extraordinaria- mente la acción transcendente del Arte. Por eso Tácito y Alighieri son más celebrados en lo que no hacen más que insinuar, que Cantú y Lope en lo que expresan con plenitud abrumadora de léxico.

Perdónasele á Chateaubriand la exuberancia y ampulosidad de su prosa y su derroche de frase, en gracia á la magnificencia de sus pensamien- tos y sentencias; mas ya no sucede lo propio con la autora de Corina, que no ha podido hacerse admirar mucho más acá de sus contemporáneos, porque bajo las flores de su estilo, hoy marchitas y convertidas en lugares comunes, no ha encon- trado la posteridad otra cosa que una falsa crítica y un aparatoso y artificial sentimentalismo.

No quiere esto decir que Somoza abuse del Diccionario; pero en algunos de sus trabajos es evidente que se nota tendencia muy marcada á las amplificaciones que los hacen aparecer difu- sos; y quien así comienza, fácilmente pudiera ex- traviarse si á tiempo no tira de las riendas á Pe- gaso. De ese modo, lo que sus obras perdiesen en extensión lo ganarían en intensidad; su prosa no caería en amaneramientos á fuerza de repetir imágenes, giros y construcciones, y lograría im- primir juventud eterna á su estilo, para lo cual posee el secreto en la riqueza de sentimiento que anima todos sus trabajos.

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El sentimiento: he ahí lo que avalora y hará .vivir muchas de las composiciones contenida3 en este tomo, que ante todo y sobre todo es una obra sentida y vivida desde la primera á la últi- ma página.

Somoza comienza por sentir á Galicia, su pa- tria, como la sienten pocos de sus paisanos. El año nuevo en mi aldea y Galicia romántica son dos joyas literarias del género descriptivo que no leerá sin emoción ningún desterrado ni emi- grante. En ellas el poder de evocación es tal que el lector, por cosmopolita y partidario del pro- greso que sea, tiene que dejarse invadir irremi- siblemente por la nostalgia del terruño y pensar en él con la ternura que despiertan las patrias abandonadas, las soledades yermas, antes pobla- das de encantos para nosotros, los dulces lugares en que se deslizó nuestra infancia y donde yacen las santas memorias de todo lo que, á la sombra del campanario de la aldea, durmiendo en la paz del Señor, specta resurrectíonem mortuorum... Y acaba por sentir el compañerismo y la amistad como hoy no los siente nadie, porque sólo el alma entusiasta é ingenua de Somoza el alma del protagonista de Páginas de mi historia, que nos escuchan puede entregarse como él se en- trega á las efusiones del cariño sin el menor re- celo ni el más leve temor al cambio y mudanza de los afectos que trae consigo el comercio de la vida, dándonos por remate y corona de su li- bro las semblanzas de gran número de camara- das y hermanos de letras, de quienes estamos

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seguros que corresponden á la merced que reci- ben con la misma leal admiración que á él le ins- piran.

Ninguno de ellos traicionará, de fijo, la fe de su corazón con el aleve sarcasmo, la vil diatriba ni la cobarde é injustificada calumnia; ninguno pagará con ultrajes la espontánea apología de sus talentos y virtudes, demostrando en ello que carecen de unos y otras; y si en el duro com- bate de la existencia, que entibia tantos recuer- dos, pudieran olvidar el beneficio recibido, por lo menos no deshonrarán el nombre de quien les trata generosamente, ni morderán la mano honrada que hace justicia á sus méritos, emu- lando las hazañas de los Ginesillos de Pasamonte.

Nada más tenemos que decir de Horas de ocio, fieles á nuestro propósito de rehuir un análisis detallado de todos y cada uno de los artículos que contiene, porque sería adelantarnos al lec- tor ilustrado, privándole del placer de hacerlo por mismo, ó quizás estableciendo prejuicios que rechaza toda crítica independiente y seria.

Para nosotros es éste un hermoso libro que, lleno de ambiente gallego, ha de agradar á los gallegos antes que á nadie. Y si esas son, como parece, sus únicas pretensiones, casi nos atreve- mos á vaticinar que ha de satisfacerlas colmada- mente, obteniendo las simpatías de cuantos quie- ran recrearse en su lectura.

Habana, 1905.

ARTÍCULOS Y POESÍAS 207

EL ANIVERSARIO ""'

(para remedios ilustrado»)

Si hay algún día fausto para los pueblos, es aquel en que ven consagradas las instituciones por que han luchado contra la tiranía y las en- cuentran simbolizadas bajo la forma de gobier- no más en consonancia con sus aspiraciones.

Por eso nada tan legítimo como la alegría del pueblo cubano al alborear el 20 de mayo de 1906. Es su fiesta onomástica, porque le recuerda el día en que nació para la libertad y la indepen- dencia, para la dignidad y el derecho el 20 de mayo de 1902—; porque ese día fué inscripto en el registro de bautizados con el nombre de Re- pública, y porque desde entonces por él es cono- cido y saludado en todos los países del mundo.

Desde ese día, el pueblo cubano tiene persona- lidad, tiene libertad, tiene responsabilidad: tres cosas sin las cuales no puede vivir el hombre, á menos de confundirse con los brutos y con lo que hay de más abyecto y despreciable en la tie- rra: el esclavo.

Celebrar esa fecha es agradecer los sacrificios hechos por sus apóstoles y sus héroes para po-

(10) Véanse las Notas del recopilador, que figuran después del índice de este tomo.

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nerle en posesión de ese tesoro; es honrar las cenizas de los que cayeron en la lucha por la conquista del decoro nacional; es pagar una deu- da sagrada á los que aportaron á esa sublime empresa el capital de su sangre y de su vida, y notificar á las generaciones que vienen el deber en que están de asegurar los intereses de ese préstamo con un reconocimiento perdurable.

El pueblo cubano no debe profanar ese día, el más grande de su historia desde el de su des- cubrimiento, con ningún crimen, con ningún abuso.

Yo recordaré siempre con horror la noche del 11 de febrero de 1873.

Me retiraba de la tribuna pública del Congreso de los Diputados, de Madrid, donde acababa de proclamarse la República española, sin costar á mi patria una sola gota de sangre.

La plaza de las Cortes, la Carrera de San Jeró- nimo y todas las calles adyacentes estaban llenas de una multitud jubilosa que, loca de entusias- mo, aclamaba á los partidos republicanos y mo- nárquicos que, ante la gravedad de las circuns- tancias, vacante el trono y con dos guerras civi- les encendidas, habían llegado á tan feliz conjun- ción de voluntades y opiniones.

Cansado de gritar como ella, como ella ebrio de dicha y de contento, abriéndome á codazos camino por entre las apretadas filas populares, pude abandonar el edificio para dirigirme á mi casa, que estaba en uno de los barrios entonces más apartados del centro de la capital. Agitados

Á

ARTÍCULOS Y POESÍAS 209

todos mis nervios, emocionadísimo, secándome las primeras y las únicas lágrimas de alegría que han brotado de mis ojos; orgulloso de haber asis- tido á aquella proclamación, soñando para Espa- ña un porvenir que aún no ha llegado, bajé por la calle de Alcalá, doblé por el Ministerio de la Guerra, hacia Recoletos, seguí la larga avenida de la Castellana, y, cuando atravesaba sus hileras de murta para subir á la calle del Marques de Salamanca, en cuyo extremo Norte tenía mi ha- bitación, un hombre que me seguía se echó á como un tigre, en medio de las sombras de la noche, y, blandiendo sobre mi pecho una nava- ja, iba á despojarme del abrigo que me cubría y del dinero que llevaba en el bolsillo. Se entabló una lucha sorda y terrible entre los dos, á que puso término la oportuna intervención de un guardia que se interpuso y obligó á huir al sal- teador, mas no sin enviarme desde lejos la na- vaja abierta, que rastreó silbando á mis pies, y recogí y entregué en la próxima Sección de Po- licía.

Así celebró aquel malvado, que indudable- mente estaba entre las muchedumbres entusias- tas, el acto glorioso que acababa de realizarse, y por virtud del cual él, un bandido, quedaba ele- vado á la dignidad de ciudadano redimido é in- vestido de la facultad de un soberano.

No amara yo la. libertad como la amaba; no fuese yo entonces, como lo era, un republicano convencido, y ¡qué tremenda decepción hubiera sufrido en aquel mismo momento!, ¡qué choque

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210 M. CURROS ENRÍQUEZ

se hubiera producido entre el ideal que de niño acariciaba y la realidad grosera que se me impo- nía, entre la pureza inmaculada de mis ensueños y las bastardías de la vida práctica!

Pero la dura prueba que mis ideas y princi- pios pudieron resistir esa noche no pueden re- sistirla todos. Y un crimen semejante, en ocasión análoga, perpetrado por el ciudadano de una República, ingrato con los beneficios que recibe, bastaría á deshonrar esa institución en el con- cepto de muchos para quienes la Humanidad se halla ya purgada de toda imperfección y ha rea> lizado el tipo de la belleza suprema...

¡Hijos de la noble Cuba, gozad de vuestras fiestas sin profanarlas! Sabed ser dignos de la li- bertad que para vosotros conquistaron la toga y la espada, la propaganda y el fusil, y haced de modo que los mártires de la independencia que moran en la inmortalidad no tengan que decir, arrepentidos, con el príncipe de la elocuencia romana: «Me acusan de que hice erigir á Lépido una estatua en los Rostros, y de que yo mismo la hice derribar después. Es cierto: en lo primero lleve la mira de substraerlo á la insensatez; pero la locura de aquel hombre inconstante pudo más que mi prudencia. Con todo eso, no hice tanto mal erigiéndole aquella estatua como bien derri- bándola.»

Habana, 19ü6.

EN GALLEGO

A NENA N-A FONTE '"'

Nena que ii-esa fontiña Queres hencher a tua cántara, Sin conecer que non s'henche Vasixa que foy rachada; Por máis que baixes os olios, Por máis que xogaes c-o as sayas, Ben s^adiviña que choras N-o longo d'as tuas pestañas... Qu'esas pestañas longuiñas Non che creceron sin auga, Porque sin regó non crecen N-as veigas as espadañas.

Orense, 1874.

(11) Véanse las Notas del recopilador, que figuraíi después del íiidicc de este tomo.

212 M. CURROS ENRÍQUI1.Z

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A FOUCE D^O ABO '"

SONETO

Tres vecel-a afley : foy a primeira Cando, ardendo seara e mail as meses, Segou tantas cacholas de franceses Que non colleran en montos n-a eirá.

Foy a segunda cando, prisioneira A patria d'os teocráticos intreses, Esgazón tras mil loitas e riveses Do poder absoluto a ruin bandeira.

Pol-a vez derradeira afíoa agora... ¿E para qué, aboeliño?— excrama o neto, Póndose diante d'él, co-a faldra fora. —Para que segues ti repuxo inquieto O froito qu'eu semey, e que xa cora Dixo, e sorríu, con risa d'esquileto.

(12) Véanse las Notas del recopilador, que figuran después del índice de este tomo.

ARTÍCULOS Y POESÍAS 218

A CRISTOBO COLOMBO

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SONETO

Rebelde contr'os feitos consumados, O descubrir América bendita Fuciles d'a Cencia que a creación limita O primeiro entr'os grandes sublevados.

Por ti mares e térras ensanchados, Deducir pudo a mente que medita A maxestá de Dios, santa e infinita, D'a maxestá d'os mundos revelados.

Así, pr'o siglo que hoxe te saúda, Cando as sombras tirache un continente, Tirache a créncia as brétemas d'a duda;

E sabe dende entón a humana xente Que n-a loita d^a vida, forte e ruda, Vela ó seu lado Dios eternamente.

Madrid, 1892.

(13) Véanse las Notas del recopilador, que figuran después del índice de este tomo.

211 M. CURKOS KNRÍQUKZ

H-fl flPERTOBfl D'O CEHTBO GaLLE&O

(H)

(Poesía leída por su autor en la. celada inaugural de esta Asociación, verificada en el Teatro de la Come- dia de Madrid la noche del 27 de niar^o de 1893.)

I

Véndovos en roda, meus hirmaus queridos, A cantiga miña prestes a escoitar, Zómbanme as orellas, márranme os sentidos, Y-así Dios me salve, como estremecidos Todol-os meus osos, toupo por chorar.

¡Afóganme as bágoas!, que non é pra menos Ver aquí o meu pobo, ¡pobo dlsrael!, Porque como él cruza desertos estenos, Porque como él ceiba doloridos trenos, Porque como él sofre, por que é bon como él.

Soltos, esparxidos e desnorteados, Cal aves sin niño, d^aquí pr'acolá Fomos pol-o mundo sigros non contados, D'o tempo esquecidos, por nosos pecados, En que nos víu xuntos parva a humanidá.

(14) Véanse las Notas del recopilador, que figuran después del índice de este tomo.

ARTÍCULOS Y POESÍAS 215

¡Quién dixera, vendo tanto acabamento, Tanta testa baixa, tan mortas pasiós, Que non hay grandeza, que non hay portento, Que non hay conquista nin descubrimento Que feito non fose n-o antigo por nos!

II

A Cencia o pregoa ya Cencia non mente. Cando o mar 6 mundo todo sulagou, Pr'acá d'o Pirene y-o Apenino inxente Sobrias olas tráxicas quedou solamente O curruncho celta, que enxoito librou.

D'ese canto os homes, d'o Cosmos aislados, N-o pleno desfrute de pas secular. Fundaron costumes, leis, artes, Estados, E xa non cabendo n-os eidos poboados Tendo o mar aberto, botáronse o mar.

Diante des as térras d'o Océano salan N un resurximento de pombas, azul. Bravos que as aguas que o globo cobrían Os niveis polares buscando, fuxían As portas abríndoUes d'o Leste e d'o Sul.

Por elas entraron os bos navegantes Tendidal-as velas que o ábrego henchéu; Chegaron as costas d'o Egeo distantes, Picaron a arca d'as prayas sonantes E foy d'ese beixo que a Grecia nacéu.

216 M. CURROS ENRÍQUtíZ

Preguntade os héroes n-a litada cantados, De qué raza venen, de qué térra van, Y-os ventos d'as naves en que son levados, D'aromas dexertas e flunchos cargados, Diránvos que chegan d'o céltico chan.

Aquela subrime y olímpica xente, De fortes xigantes aquela invasión. Non fala os idiomas que falan n'o Oriente. Araban as térras, gardaban sementé... ¡Y-asi sólo labran onde 5 sol se pon!

Aquelas mulleres (Penélope o diga) Que mentres seus liomes van lonxe loitar, N-a casa quedaban fiando unha estriga, As mesmas son d'eses que, en mortal fatiga, D'os seus se separan pra máis non tornar.

Aquelas cuadrigas con pedra e con tellas Que van pr'a ciudade que funda Anfión, Ten as mesmas rodas, ladráis e chavellas Y-as mesmas xugadas de bois en parellas Que teñen os carros d'a nosa rexión.

Aquelas runfiadas e brincas silvestres De sátiros trencos e ninfas xentís, Son copea d'as festas e danzas campestres Levadas por somo d'as rocas alpestres Pr'as áticas térras, d'o noso país.

Aqueles respetos á mortos e vivos, Aquela acolleita que os hospedes dan,

ARTÍCULOS Y POESÍAS 217

Os cuetos, os dioses y-os xenios cativos, O amor á familia y-os lares nativos, Que venen vos dicen d'o druídico chan.

Aqueles viaxeiros, trocando as edades, Farán os seus Sócrates, d'os nosos Feijóos, D'os nosos Viriatos os seus Alcibíades, Seus Sumos Pontífices d'os nosos abades, D'as nosas cuadrillas suas grandes lexiós.

D'a nosa zanfona farán seu salterio, Seu pífano acaso d'a gaita farán. Que soné d'Eleusis n'o sacro misterio, D'as nosas pandeiras seu sistro funerio, E d'as nosas frautas a frauta de Pan.

III

Si a Grecia está chea d'os nosas costumes. Todo n-ela indica que a fundamos nos; Ten os mesmos nomes os ríos y-as cumes, Y-hastra os mesmos ceos y-os mesmos perfumes Que é nosa confirman co'a firma de Dios.

¡Sí! A nos tan axados e tan divididos, A nos, máis befados que fiUos sin nay, Cando vivíamos concordes e unidos ¡Sobre aras de pórfido e d'ouro bruñidos Queimábannos mirra tres mil años fay!

Cinguimos coroas en tempo lexano, Fomos dioses, héroes, primates e reís;

18 M. CURROS ENRIQUEZ

Diante nos postrábase o xénero humano Y-o cegó de Cheos y- o vate mantuano Cantaran os versos que vos ll'inspiréis.

IV

Os sigros pasaron; d'a Grecia say Roma, Que o xenio expansivo d'os celtas herdou; Destroy, y-esquecida d'o orixe que toma Cando chega á España y-os gallegos doma ¡Non sabe que n-eles sua raza domou!

Tal é a nosa historia n-o escuro pasado; Xunto ela as miserias presentes ¡ay! son Cecais o castigo d'un grande pecado. Galegos, ¿queredes millora d' estado? ¡Xuntaivos, pr'a nosa rexeneración!

Namentres que, errantes por patria estranxeira, Non nos axuntemos pr'a nosa honorar, Será a nosa vida como a lanzadeira, A tecer un lenzo sin venda n-a feira A dar moitas voltas sin sair d'o tear.

ARTÍCUIOS Y POESÍAS 219

ATURUXOS '''

Pol-a época y-o medio en que se conciben e say a luz, pode dicerse que este libriño é un es- tranxeiro.

N-unha era guerreira en que todas as letras de molde n-a isla de Cuba andan entretidas en com- binar aldraxes, en urdir calunias y-en estereoti- par órdes de Máximo Gómez e bandos de Wey- 1er, unha coleuci(5n de cantares se non representa a mor d'as insensateces, débese respetar, e ainda é pouco, a mor d'as rebeldías

Está fora d'o ambiente e fora d'a ley. Compre» pois, fusilal-a.

Representa a protesta d'o home-paxaro enfren- te d'o home-tigre; o verbo d'a paz, diante d'o brado de guerra; a voz d'a musa somo d'a d'o fu- sil Maüser, d'o cañón Ordóñez e d'a ametrallado- ra Whitworth; o amor a térra enfrente d'o odio as tradiciós, o fogar, a familia y-a propiedade.

Pois ben: os paxaros y-as musas nada teñen que facer eiquí, n-esta inmensa morea de cinzas e falseas, n'este gran buUeiro, n'este volcán de pasiós satanesas, n-este lamazal feito de carniza podre, de osos machacados e sangre humana

(15) Véanse las Notas del recopilador, que figuran después del índice de este tomo.

220 M. CURROS fclNUÍQUEZ

coallada, onde os pes esbaran como n-o chan d'un SpoUarium y-as almas se afogan faltas d'aire san, de consolo e de esperanza.

O dito: hay que fusilar estes Aturuxos, ¡Ora! Fálannos d'amor, de patria, de relixión, cousas todas vitandas ou redículas, hoxe por hoxe, en Cuba, e pra máis circunstancia agravante—, fálannos de todo eso en verso, como si os poetas puderan ser patriotas n-un país en que, pra sel-o, hayque facerse contratista d'o exército ou d'obras municipás, dependurar n-a porta, cando menos, sete varas de percalina, ou figurar n-o censo d'un partido político.

Apunten... ¡arm!

Mais agardade un pouquiño... ¿Cargástedes ben o fusil? ¿Aflástedes ben o machete?

¿Estades certos de que o descargar o golpe, non vos fallará o tiro ou se romperá a folla? E, anque 5 tiro non marre, ¿tendes seguridá de que, unha vez ferido, caerá o reo pra non erguerse máis?...

A Poesía non vos morre, meus queridos; é como a vaca vella: sempre cocendo e sempre crua... Dios deulle sete folgos como os gatos, e por máis que fagades, e por máis que patuxedes, non lograres nunca barrel-a de sobr'o praneta, onde ten a misión de vivir eternamente pra le- vantar os corazós y-arrincánd-os d'este entullo pezoñento en que s'atafegan, leval-os n-as suas áas os goces supremos d'os ideas soñados.

Pol-o consiguiente, será bon solicitar un in- dulto.

ARTÍCULOS Y POESÍAS 221

Estamos n-o tempo d'eles, e mércanse baratos.

¿Cómo habían de morrer estes versiños, que non fal mal a ninguen cantos de coto vía que chilra n-os aires, lonxe d'as miserias d'os homes, indifrente as pasiós d'o corazón y-ás fames ase- sinas d'o estómago—, mentras vive e trunfa a prosa apoléxica d'a imbecilidade, d'o rombo e d'a ingratitude imperantes?

¡Canta, paxariño, canta! Teus arpexios son nun- cios de paz, heraldos de vida, promesas de feli- cidade. Oíndote, pensó n-os meus eidos, n-os meus fiUos mortos, n-os país def untos, santas obrigas que teño cuase esquencidas n-o medio d'este inferno ensordexedor en que non respira- mos se non fume de pólvora e vapor d'inxofre.

¡Canta cotovía, canta! O teu canto é unha inxe- nua saudación de paz, un Te Deum laudamos d'os corazós fartos de sufrir, unha aspiración ó ceo, mudo, hostil e impenetrable xa os nosos rogos. ¡Quén sabe! ¡Ay! Pode que ese canto, tenro e sinxelo, como o de un neno n-o berce, logre cout movel o e faga descender sobre nos, que tanto a precisamos, unha rexenadora chuvia de perdós e misericordias.

Habana, 1897.

222 M. CURROS ENRÍQUEZ

EN CORSO

(16)

Mariñeiriños d'a Marola, D'illas Cíes e d'o Orzan, Remendade ben as velas, Daille sebo as cordas xa; Reparade as vellas redes. Os coitelos afiay Y aprestaivos, mariñeiros, PoFa patria á marinar.

Dende o Norte americano Chega á España occidental, D'ignominias e de aldraxos Unha negra tempestad, E n-as olas que levanta Y-a Galicia van parar, ¡Cuspos flotan de desprecio Para vos e vosa nay!

Mariñeiriños d'a Marola, D'illas Cíes e d'o Orzan,

(lf>) Véanse las Notas del recopilador, que figuran después del índice de este tomo.

ARTÍCULOS Y POESÍAS 223

Non seredes mariñeiros Si temedes hoxe ó mar; Unha fórca en cada verga, N-a cintura un bon puñal, N-o temón un brazo forte Y-a bogar, bogar, bogar...

Mariñeiriños d'a Marola, D'illas Cíes e d'o Orzan, Grande pesca vos agarda. Si sabedes ben pescar; Unha lancha de centollas Vinte e cinco pesos val. Un cargamento de yankees Valvos... ¡á imortalidá!

Habana, 1898.

224 M. CURROS ENRÍQUBZ

MADRIGAL

A fada Loreley, d'o Rhin n-os picos, Non mostra os pescadores a-as suas pescas Olios máis dulces nin d'azul máis ricos... ¡Dan ganas de sórbelos en dous biccs Coma si foran duas almexas frescas!

Non ten a sonolenta e roxa Aurora Cabeleira máis fina nin máis erara. S'en vez de ser quen son, Diana eu fora, ¡Con qué pente d'amor, miña señora, Con qué pente d'amor vos penteara!

Habana, 1900.

ARTÍCULOS Y POESÍAS 225

A ESPINA

(17)

(Poesía leída pol-o autor a noite d'o 11 de xaneiro de 1903, n-o Teatro de Tacón, d'a Habana, con mo- tivo d'o XXIII aniversario d'a fundación d'o «Cen- tro Gallego)^, dedicada ó Sr, D. Lisardo BarreiroJ

Pra que vos fale esta noite Metéronme certo empeño E un pouco á falarvos veno, Si hay por eiquí quen me escoite.

Anos fay que n-os riñós Levo Gravada unha espina, E como me doy aiña Vóum'a á quitar diante vos.

Si mentres m'arrinco berro, Disimulaime a molesta: Láyase a besta y-é besta, E ferro, e quéixase o ferro.

(17) Véanse las Notas del recopilador, que figuran después del índice de este tomo.

15

226 M. CURROS ENRÍQUEZ

Moito non s'han d'alegrar De ver que inda teño alentos Os que beberon os ventos Para facerme calar.

Mais d'eses que, aquí chegado, Con gaita me recibiron E cando enteiro me virón Quixeron verme aforcado;

D'eses, con almas de can, Que coidan, n-a sua insolencia, Que se merca unha concencia Por catro codias de pan;

D'eses que medrando vin D'os abusos d'o poder Y- a xornal quixeron ter Un cómprice mudo en min;

D'eses pra quen todo enteiro O orden moral ó un nagocio, A cubiza un sacerdocio Y-o millor Dios o diñeiro;

D'eses pra quen fun mambi Cando era máis español Y-henchén c'os mambís o fol Ida xa España d'eiquí;

D'eses entre quen semeey Sementé de paz y-amor

ARTÍCULOS Y POESÍAS 227

Pra coUer un deshonor Por cada gran que ceibey;

Dieses que n-a loite cega Que descontra min trabaron Rastra matar non pararon A probé Terra Gallega;

D'eses que cando a fundey Ofercéronme a sua caixa E... díronseme d'e baixa Cando á cobrarlla mandey;

D'eses que de rabia cheos D'a porta me despediron E abríronm'a cando virón Que m'a abrían os alíeos;

D'eses que n-a época vella Dixeron de min horrores En papes de duas coores: Alaranxada e bermella...

(Que pra eso a nosa bandeira Servíu n-a sua man odiosa: Pra erguerse ante a xente nosa E arriarse ante a extranxeira);

D'eses que, o nome calando, Non me quero eiquí ocupar: Quen as fay ten que as pagar, ¡Y-eses xa as están pagando!

228 M. CURROS ENRÍQUEZ

II

O amigo que me convida A cantal* n-esta velada, Pesante de ver calada A miña Musa ferida,

Quer que vos diga as razós Por qué non sallo nin entro N-a Benéfica, n-o Centro, Nin n-as gallegas reunios.

Según él, fuxindo o trato D'os peisanos que me queren, DouUes pe pra se ofenderen E pra terme por ingrato.

Quen conoce a miña hestoria E sen méretos m'ergueu; Quen dende que os deprenden Tray meus versos n-a memoria;

Quen onde se me aldraxou Sacou a cara por min, E cando un couce coUín DeuUe él sete á quen m'o dou,

Ten lexítimo direito Posto que o amor fay vasallos. Os máis finos agasallos D'un nobre o fidalgo peito...

ARTÍCULOS Y POESÍAS 229

Fala ben quen así fala Y-eu, coberto de rebor, Nada teño que repor, Que as veces calar é gala.

¡Son algo ingrato, é verdade! Mais podo decir en cru, Que n-a miña ingratitú Non entrou nunca a vontade.

Xornaleiro d'o porvir, Decote sobre 5 meu tallo, Eu vivo d'o meu traballo

r

E traballo pra vivir.

Y-así, á un xornaleiro tal Que non agarda milloras Nin d'a rebaixa d'as horas, Nin d'o aumento d'o xornal;

Que non ten casas nin tondas, Nin merca papel d'o Estado,. Nin da diñeiro ó fiado, Nin cobra foros nin rendas,

A deixar o seu meester Non-o podedes forzar Si é que non o querés matar D'o que non querés morrer...

E son eles dende entón Xefes d'a obreira milicia,

230 M. CURROS ENRÍQUEZ

¡Os que han de alzar a Xusticia Por cúpula d'a creación!

Pra a miña pedra labrar Nin forza nin tempo sobra, E debo dar fin á obra Antes de se o sol deitar.

III

Ahí xa tendes as razós Por qué non sallo nin entro N-a Benéfica^ n-o Centro Nin n-as gallegas reunios.

¿Nin para qué me queredes N-eses lugares? ¡Eu lixo! Botóume d'eles quen dixo Que iba á esculca de mercedes;

Botóume quen dixo un día Que n-os seus ricos estrados Están demáis os letrados, A Música ya Poesía.

Botóume (¡qué patrio apego!) Quen sentou, pérfidamente. Que d'o Centro o presidente Non precisa ser gallego.

Cando esa infamia escoitey Saín; fixen, n-o momento,

ARTÍCULOS Y POESÍAS 231

De non volver xuramento, E cumprín o que xurey.

¿Querés que falte o xurado? Penduray anaqueles muros As copias d'os homes puros Que teñen á Patria honrado:

Os nosos historiadores E sabios naturalistas; Nosos prezados artistas, Poetas e pensadores.

Adornado aqueles teitos Que o pincel galaico esmalte, Con frisos onde resalte A lenda d'os nosos feitos.

Onde, d'un sol que feitice Os rayos fecundadores, Reventón d'aroma as frores Y-a froita en mel s'esnaquice;

Onde fumegue o casar, Y-onde, cal dous desposados, N-o leito nupcial deitados, Dorma a térra e estronde o mar.

Facey que cando visite O salón d'a biblioteca, Quen alí leve a alma seca, Tope a fe que o rezusite.

232 M. CURROS ENRÍQUEZ

Lendo o Sabio Rey, Macía, Feixóo, Colmeiro, Pondal, Pastor Díaz, á Areal, Rosalía e máis Murguía.

Facede d'a nosa quinta Un lugar onde o doente D'a muller y-o filio ausente As extrañezas non sinta.

Facede que os emigrantes Que aquí chegan en precura D'o que lies nega a man dura De seus duros gobernantes,

Topen bo consello en nos, Caridá, agarimo, acobos, ¡Pra que non caya entre lobos Quen fuxe d'entre ladrós!

Facede, en fin, que os que vamos Sin patria a rodar o mundo, Con lazos d'amor profundo Unha eiquí d'tiirmans teñamos,

Onde, for cal for a sorte Que nos trazar nosa estrela, Xa que outra non temos, ela Nos peche os olios n-a morte.

Nada vallo e nada son; E tan ben fora cal dentro,

ARTÍCULOS Y POESÍAS 233

Si eu teño d'entrar n-o Centro Será e'o esa condición.

E inda á poner outra chego Aquí, didiante d'a xente: ¡Non terey por presidente A quen non nacer gallego!

Fólguense en festas rumbosas, Bailas, troníos e parrandas, Quen vay, cal santo n-as andas, Un chan trillando de rosas.

Perde 5 tempo en vaguexar Quen pense que n-esta vida Toda a brega está contida Entre un almorzó e un xantar.

Eu, que convencido estou. Vendo esta tracamundana. De que a gran misión humana Inda se non comenzou;

Cada vez que á soyas pensó Cómo inda entre as multitudes Soben o pau as virtudes Y-o crime quóimase incensó;

Que oyó tanto zorro listo Falar d'o chan adorado Despois de tel-o entregado Cal fixo Xudas con Cristo;

234 M. CURROS ENRÍQUEZ

Que o través d'os longos mares Vexo poboaciós enteiras Deixar as patrias ribeiras, Os doces nativos lares,

Para ir pidindo por Dios O negro pan forasteiro, Mentres se adona o usureiro D'as térras de seus abós;

Cando vexo escurecidos Os varos máis sinalados E acoUeitos e louvados Os treidores y-os bandidos;

Cando se cuspe n-a testa Onde a luz d'o xenio arde, E cínguese á d'o cobarde O loureiro en vez da xesta;

Cando o ñn da patria asoma; Cando a raza se aniquila E peta a lanza d'Atila De novo as portas de Roma,

Debo espreitar os caminos... Debo aspilleirar os portos... ¡Cardar as tumbas d'os mortos Y-os berces d'os pequechiños!

Dios, á quen prougo deixar Moitas cousas incompretas,

I

ARTÍCULOS Y POESÍAS 235

Impúxolles os poetas O deber de as terminar.

IV

E ahonda xa de poesía. Mais que decirvos non sey, Senon que non reneguey D'a miña casta hastra o día.

Dende que en Cuba surxín, O mesmo fun d'o que son: Nin troquey o corazón, Nin a concencia vendín.

O que é xusto defendín, Non me neguey á razón; Loéy o que entendo bon, O que malo, combatín.

Se n-a vella ley vivín E se loitey con tesón, Hayo de decir por min, Verme tornar pra o terrón C'os mesmos cartos que vin.

¡O terrón! ¡Ay! ¡A aldeíña Onde se nace e se crece, Que inda de lonxe parece Que nos aceña e aloumiña!

236 M. CURROS ENRÍQUEZ

¡O terrón, que cobre os osos D'os vellos que abandonamos, E que con fondos recramos Chamando están pol-os nosos!

¡O terrón! Se a sorte cruel Me fay o mundo deixar Fora del e d'o meu lar, Gallegos, ¡lévame á él! ¡Alí podrey descansar!

Catro cousas m'ensinou Meu pay, que Dios teña en groria, E pois véñenme á memoria. Aquí pra remate as dou:

«O millor vino, o d'a adega; A millor carne, a d'a alcatria; A millor térra, a d'a patria; ¡A millor patria..., a gallega!»

ARTÍCULOS Y POESÍAS 237

N-A TUMBA DE ROSALÍA

(18)

Coludas á pedir de porta en porta (Que eu non herdey xardíns nin hortas teño) ¡Sombra sin paz d'a nosa musa morta! Aquí estas frores á traguerche veno.

Y-o esparexelas sobre a pedra fría Que un Eesurrexit pra crebarse agarda, Sinto cuase o tremor que sentiría O ladrón que recéa e se acobarda.

Como él, ao che deixar a miña ofrenda, A soledade en miña axuda chamo, Que si él ten medo que xustiza o prenda, Temo eu que me marmuren os que amo.

Tanto d'o noso tempo a xente esquiva As patrias glorias burla y-escarnece: ¡Xeneración de mánceres cativa Que hastra o pay que a enxendrara desconece!

Que hoxe é pecado relembrar fazañas Porque impotentes pr'as facer nacemos, E cecáis que gabar grorias extrañas Nos consolé d'as propias que perdemos.

(18) Véanse las Notas del recopilador, que figuran después del índice de este tomo.

238 M. CURROS ENRÍQUEZ

O valor, o carácter, as ideas, Fala, costumes... son léndas douradas. ¿De qué coor serán, ¡ay!, as alleas Que nos fan 1er á couces e pancadas?

Mais dorme, Rosalía, mentras tanto N-as almas mingoa a fe y a duda medra. ¡Quón sabe si, d'este recinto santo. Non quedará maná pedra con pedra!

¡Quén sabe si esta tumba, n-ese día, Chegará á ser, tras bélicas empresas, Taboleiro de yankee mercería Ou pesebre de bestas xaponesas!

Santiago de Compostela, 1904.

ARTÍCULOS Y POESÍAS 239

»v r

A O POBO GRUÑES

Miñas donas, meus señores, Que pol-os papes chamados (Sempre extremosos comigo) Vindes honrarme á este acto : ¡Que non salla d'este sitio. Onde me trouxo o meu fado, Se sey cómo agradecervos Tan lisonxeiro agasallo! ¿Qué fixen eu, ¡voto á min!, Pra merecer estes laudos, Pra que me trates millor Que si fora o deputado? ¿Trouguen as agoas a Gruña? ¿Levey d'a Gruña á Santiago O ferrocarril directo, Fay medio siglo agardado? ¿Tireivos algún trabuco D'os que vos están matando? ¿Fíxenvos algún camino, Anque mesmo for de carro, Y-anque mesmo fose á dar As miñas casas de campo?... ¿Botey abaixo os Gonsumos? ¿Fundey tal ves algún Banco

(19)

(19) Véanse las Notas del recopilador, que figuran después del índice de este tomo.

240 M. CURROS ENRÍQUEZ

Agrícola, onde se axude Os que viven d'o traballo? Nada d'eso. Pois, entonces, ¿Qué razón hay nin qué diaños Pra que me henchades o fol De ousequios e de regalos? ¡Vítores, aclamaciós, Apoloxías y aplausos A min, habendo outros antes Eiquí que os teen tan ganados E... ¿quén son eu? Un poeta, Ou, como quen di, un paxaro A quen tallaron o bico Cando empezaba o seu canto; E que, dende aquéla, mudo, D'os patrios eidos xotado, Por longas térras e mares Arrastra as áas sangrando. Un poeta á quen un día Hasta ese nome negaron. Porque arrolar nunca soupo O sonó vil d'os tiranos; Porque despertaba os pobos C^os seus alegres recramos Y-agoiraba auroras novas Que xa están alborexando; Un poeta á quen xueces Que Dios teña en seu descanso, Condenaron á cadea Que levan os presidarios, E cuyos ferros, ¡outi Cruña, Terra de peitos fidalgos!,

ARTÍCULOS Y POESÍAS 241

Mandaches limar á rentes Por man d'os teus maxistrados. Mais coido que n-estas penas,- N-estes aldraxes y-escarnios, N-os que non hay groria algunha (Que d'homes son os traballos) Están as executorias D'o voso tolo entusiasmo. Y-ó tamén, cecáis, motivo Pra vir eiquí á demostrarmo O eco d'aquela palabra De prestixio soberano Conque o moderno Demóstenes, Sol e honor d'o verbo hispánico, Ponderou eiquí os meus versos En fulxentes ditirambos. Pero aquel eco abafouno A morte, ¡e ben abafado!, Pra que haxa paz e me estimen Todos n-o pouco que vallo. Que si esas razós puderan Abonar favores tantos, ¿A quen lie fora o loareiro D'a inmortalidá negado? ¿Quén non recolle inxusticias N-o mundo e non trepa cardos? ¿Quén non probou algún día D'a sorte o rigor amargo? ¿Quén pol-a cega amistado Non foy unha ves gabado, Nin qué corazón sinxelo Non se víu exposto á engaños?

16

242 M. CURROS ENRÍQUEZ

Os meus traballos, por meus, Débenvos ter sen coidado, Que s'eles son merescidos, Con sofrilos están pagos; Y os meus versos, se son bos, Anque eu os teño por malos (Y-a proba téndela n estes En que vos estou falando), Pois que os sabes de memoria Y-andan en tol-os los labios, ¿Qué outro galardón precisan Se con galardón soñaron? Por eso, anque agradescido A tantas mercedes, calo; Cando me mido con elas Topóme á seu par enano.

Cesade, pois, que estas festas Sentan mal á un emigrado E, máis que á mín, fanlle falla A o triste pobo galaico. Esta croa que me dades Pra cando él trunfe eu lia gardo, ¡Que abondo levou d'espiñas O corazón coroado! Namentras, lindas cruñesas, D'ollos como os meus pecados, ¡Adiós! ¡Adiós, pescadores D'o mar, n-a térra pescados Pol-as melgas, os caciques, A usura... y outros andados! ¡Adiós, Orzan tempestoso,

I

ARTÍCULOS Y POESÍAS 243

Mestre-cantor afamado, Que presides os concertos D'os trovadores cantábricos; Patria de meu pay querida, Montes irtos, verdes campos, Mallas, degruas, esfollas N-as noites de luar craro, Romarías, gaitas, festas Arredor d'o santuario, Adiós! ¡E adiós, compañeiros Y amigos d'o vello bardo! Con fonda pena vos deixa Meu corazón desolado; Mais así o quer o destino E non é ben contraríalo. Cuba, que amey delorida, Acólleme expatriado, E n-ela n'ha de faltarme Unha cunquiña de caldo. A todos aquí vos teño Dentro d'o peito cravados, A todos, porque non levo De nadie récordes malos. ¡Inda adiós! ¡E faga a sorte Que, xa que tristes nos damos A última aperta, vos tope A volta alegres e salvos!

Coruña, 21 de octubre de 1904.

244 M. CURROS ENRÍQUEZ

«A ALBORADA» DE VEI&A

(20)

Esa celeste música que vos regala a orella, Que vos gorenta a y-alma e arrula o corazón, Evos, trocada en moza, unha Alborada vella Que ten catro mil anos ou máis de tradición.

O celta, que didiante d'os astros s'axoella Deixóunos n-ese canto de multiforme son O matinal saúdo, á luz d'o sol bermella, Feito d'estrondos d'himno e rogos d'oración.

Com'oración, cantáron-a n-as festas familiares Nosos abós, n-as xuntas e reunios d'o clan, N-as procesiós sagradas, de noite antr'os pinares, Que un crego presidía c'unha segur n-a man.

N-as xornadas d'a pesca pr'a sosegar os mares, N-as sementeiras pr'a que nos apodreza o gran; Por vales, montes, corgas, comaros e casares Deixando de paz cheo e d^armonía o chan.

Como himno modulado n-a gaita d'os antigos Cantáron-a os gallegos qu'Aníbal comandou, E fixo d'as suas notas saetas e castigos Viriato cando co'eles á Roma escarmentou.

(20) Véanse las Notas del recopilador, que figuran después del índice de este tomo.

ARTÍCULOS Y POESÍAS 245

N-o cume d'o Medulio, e'os ceos por testigos, Inda unha vez con eco guerreiro resoou, Mais soballada a patria, y'a arbitre d'enemigos. Os himnos foran crime... e xa non s'escoitou.

E dend^entón os ritmos d'esa sonata amada A tan mezquino estado chegaron entre nos, Qu'entraban n-o turreiro, n-a esfolla, n-a fiada Y-andaban n-as zanfonas d'os probes pidinchós.

«¡Ergueivos! lie decía á raza dominada , Ergueivos e calzaivos zapatos de mallos»; E vinde, poFa perda d'a liberta preciada. Con dous lacós pr'o santo, á dar gracias á Dios.

As águias semellante que pelan pruma á pruma E morren d'extrañía cando en prisión se ven, N-a ergástola d'o escravo que soyo dor rezuma. Así perdeu suas galas esa canción tamén.

Aquela escada fónica con qu'astr'o ceo s'en-

Tcuma Aquel marcial refolgo qu'armara brazos cen, ¡Non máis zombar s'ouiron! ¿Qué falla fan, en su-

[ma, Si xa tempros os dioses, nin culto os héroes

[ten?...

Así, escrita n-os aires, a gorxa confiada D'a multitú versátil, que troca, quita e pon, Esfarrapada, coxa, ferida, mutilada, Mais entr'os seus farrapos mostrándolo seo bla-

[són,

246 M. CURROS ENRÍQUEZ

Hasta estes nosos tempos cliegou esa Alborada.,. Un grande artista víuna, moveuse á compasión, Coroull'os pes, vestiuna, limpióuma, e restaurada N-a xuventú primeira, levóuna ó Orfeón.

E ver ahí tendes, bella, magnífica, divina, Com-a inventara un día 5 numen ancestral, D'unha fe sona, nova pregarla matutina, De no vos héroes, marcha novísima triunfal.

¡Ouh Pange Ungua druídico, viaxeira pelegrina Que vés de longas térras e vas pr-o ideal, Como'os abós xuntache contr-a loba latina, Xunta os netos agora contra 5 lobo central!...

¡Gloria o xenio qu'en mares d'inspiración s'a-

[neiga E d'eles tira mundos que fay a luz surxir! ¡Gloria o mestre que volve á esa cantiga meiga A maxestá perdida n-as loitas d'o vivir!

¡Gloria á quen un texouro n-esa canción nos

[leiga, Qu'ha ser a Marsellesa galaica d'o porvir!,,, ¡Eterno aplauso, vítores eternos o gran Veiga D'un polo o outro polo, do cénit ó nadir!

Habana, 1907.

CURROS ENRÍQÜEZ Y OBRA LITERARIA

OPINIONES, JUICIOS Y COMENTARIOS ACERCA DE LA LABOR

POÉTICA DEL LLORADO CANTOR GALAICO, ESCRITOS

POR EMINENTES LITERATOS

IB IIUILIILIIl IH JU ID UUILIIUlUILm IIUIlJIUlUHllLWJILJIímilLnU^

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ADVERTENCIA IMPORTANTE

En la imposibilidad material de insertar en este tomo todo lo que acerca de Curros Enriquez se ha escrito, desde el punto y hora en que el poeta comenzó á ser conocido y admirado por sus hermosos versos, héme- nos limitado á publicar en el presente volumen lo que á nuestro humilde parecer constituye cuanto de más completo se ha dicho del vate fenecido, juzgándole en su triple aspecto de pensador, político y poeta.

Los prestigiosos nombres de Vicente Blasco Ibáñez, Modesto Fernández y González, Manuel Murguia, Ro- dríguez Carracido, Salvador Rueda, Alfredo Vicenti, Linares Rivas, Aurelio Ribalta, Vicente de la Cruz, Camba, Leopoldo Pedreira, Riguera Montero y otros no menos ilustres, nos relevan de todo encomio, ya que España entera conoce sobradamente sus méritos y ad- mira sus talentos privilegiados. Maestros en la novela, en el periodismo, en la historia, en la dramática, en la ciencia, en el foro, en la cátedra y en cuantas mani- festaciones comprende el humano saber, basta enun- ciar sus nombres para que tirios y troyanos sepan á qué atenerse.

Fué también nuestro propósito propósito cumpli- do— que al lado de estos nombres insignes fígurasen otros no menos dignos de alabanza, cuales son los de José Ojea, Galo Salinas, José Porras, Juan Neira Can-

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cela, Lisardo Barreiro, Benito Fernández Alonso, Ra- món Armada Teijeiro y Manuel Lezón , amigos éstos los más entrañables del bardo celanovés, compañeros •de la infancia unos, conterráneos otros, y todos admi- radores entusiastas del autor de A Vírxe d'o cristal.

De cuantos hemos mencionado, tres duermen con el poeta el eterno sueño : Modesto Fernández y González, José Ojea y Juan Neira Cancela.

Á requerimiento nuestro, y muy honrados por cierto con que sus nombres figuren en este tomo, verán nues- tros lectores dos hermosas cartas, una del doctor López Pérez, ex presidente del Centro Gallego de la Habana, y otra del Sr. Sánchez Anido (D. Juan), actual gober- nador civil de Sevilla.

Acompañó el primero los restos de Curros Enriquez desde la capital de Cuba hasta dejarlos depositados en tierra española, y el segundo, entonces alcalde de La Coruña, fué alma y vida del inolvidable, del magno ho- menaje tributado por el pueblo coruñés á su poeta más preciado, en la hora triste de dar sepultura á su ca- dáver.

Ambos queridos amigos respondieron á nuestro lla- mamiento de manera digna; y es justicia hacer público el reconocimiento á que se han hecho acreedores.

Lamentamos muy de veras que entre tantos nombres prestigiosos no figure el de D. Nicolás Rivero, director de El Diario de la Marina, de la Habana. No es nues- tra la culpa. En reiteradas ocasiones solicitamos unas lineas de tan insigne patricio, para que formaran parte de esta especie de corona literaria con que ponemos fín al tomo V de las Obras completas de Curros Enri- quez. Sin duda las múltiples ocupaciones que pesan sobre el señor Rivero, hanle impedido, como segura- mente fuera su deseo, complacer el nuestro vehemen- tísimo.

ADVERTENCIA IMPORTANTE 251

Otro tanto decimos del Sr. Armada Teijeiro, pero por fortuna, revolviendo papeles, hemos hallado unas líneas de este queridísimo y admirado amigo, que lo fué en- trañable de nuestro deudo. Gracias á esta grata casua- lidad, podemos ufanarnos de que el nombre de Ramón Armada Teijeiro figure en lugar preferente de este volumen.

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■OS ENBIPZ Y SU OBBH LlTEBiBIH

CURROS ENRÍQUEZ Y UBRO

(21)

Descubrámonos ante un poeta verdadero y demos las gracias al espíritu descentralizador del siglo que, eminentemente revolucionario, rompe las cadenas de esclavitud literaria que supedita- ban el genio de las provincias á la capital de la nación.

Pasaron ya los tiempos en que para ser una notabilidad reconocida era indispensable vivir en Madrid y publicar allí las obras.

Hoy, las más galanas manifestaciones del ge- nio nacional surgen en los últimos rincones de España. Pereda escribe sus inimitables novelas en Santander; Clarín, ese Voltaire de nuestros tiempos, tiene su Ferney en Oviedo; la Pardo Bazán concibe sus seductoras obras contemplan- do los melancólicos paisajes gallegos; el padre Coloma, encerrado en el colegio de jesuítas de

(21) Véanse las Notas del recopilador, que figuran después del índice de este tomo.

254 M. CURROS ENRÍQÜEZ

Bilbao, teje sus Pequeneces, escandaloso toque de llamada á la gente de dinero que, escéptica ya, se escapa de entre las garras de la Compañía; Llórente entona sus originales estrofas y traduce como nadie á Goethe y á Hugo á la sombra de las barracas y las palmeras de la valenciana vega; y en la industriosa Barcelona, bajo las nubes de humo que arrojan las fábricas y entre el chirrido de férreos engranajes y la agitación comercial, existen poetas que heredan la sublime lira que entonó La leyenda de los siglos, y novelistas que merecen el aprecio del huraño Zola, tan parco en elogiar méritos ajenos.

, En las provincias es, pues, donde hay qus bus- car hoy las manifestaciones del genio nacional, pues la Literatura, dando sin duda con esto un alto ejemplo á la política, se descentraliza y bus- ca para desarrollarse el amparo de una autono- mía regional, aspirando á que la antigua repú- blica de las letras no sea una república unitaria, sino federalista.

Las tendencias regionales que actualmente ani- man á la literatura española, han producido un suceso tan transcendental como la resurrección de los antiguos dialectos, los cuales, sacudiendo la inquisitorial ceniza que sobre ellos había arro- jado la tiranía de Austrias y Borbones, cuando constituyeron la unidad nacional sobre la base del despotismo, han recordado su pasada y bri- llante historia y hecho renacer literaturas que casi se habían perdido, facilitando el camino de la inmortalidad á genios que se ven atados y

CURROS ENRÍQUEZ Y SU OBRA LITERARIA 255

sin alas cuando tienen que usar un idioma que, aunque nacional, no es el que balbucearon en sus primeros años, ni el que guarda en cada una de sus palabras tesoros de inspiración que evocan en la memoria imperecederos recuerdos de pla- cer ó de dolor.

No creemos necesario pararnos á discutir con los que combaten las literaturas regionales que tienen lengua propia.

La patria no es la inmensa y variable extensión de territorio que se cobija bajo una misma ban- dera y obedece al mismo gobierno; la patria es el municipio, es el pueblo donde nacimos, el lu- gar sagrado en el cual cada casa, cada habitan- te y cada piedra nos recuerda un momento de nuestra existencia. Al nombrar á España, esta palabra no despierta ningún eco en nuestro pe- cho, si la imaginación no hace surgir ante los ojos del alma la silueta querida del lugar que presenció nuestra llegada al mundo; y siempre que evocamos la imagen de la patria para entu- siasmarnos con sus glorias ó enardecernos con la consideración de sus peligros, la nacionalidad de que formamos parte, y que es conjunto de mil pueblos de origen distinto y costumbres diver- sas, queda relegada á segundo término, y en lu- gar preferente se destaca en luminoso contorno la tierra en cuyo seno duermen los propios ante- pasados, la que recibió la caricia de nuestra cuna al mecerse, y la que sustenta á los seres queridos ligados á nuestra personalidad por los lazos de la familia y del amor.

256 M. CURROS ENRÍQUEZ

Legítimo, natural y lógico es, pues, que el va- lenciano y el gallego, el catalán y el vasco, el mallorquín y el asturiano, el que pertenece á una región con carácter propio tan duradero que tres siglos de centralismo absorbente no han conse- guido borrar, no intente desconocer á su patria, no se valga de un idioma que aunque nacional le resulta extraño, y para exteriorizar en forma sublime las impresiones de su alma, emplee como fácil y conocido vehículo el habla que le enseña- ron sus padres y la que á todas horas está acari- ciando sus oídos.

Aunque no existieran razones para defender y justificar las literaturas regionales, bastaría para que fuesen respetadas el haber producido en Cataluña un Jacinto Verdaguer y en Galicia un Curros Enríquez.

Hoy que se discute si la lírica está llamada á desaparecer, en vista de anemia que experi- menta la poesía castellana, es justamente cuando la religión del Arte encuentra más inspirados sacerdotes en esas literaturas regionales, calum- niadas y escarnecidas.

La poesía castellana languidece y se enfría, por lo mismo que es hija, no de una nación en- tera, sino de una región que se ha extenuado dando por muchos años espiritual alimento á las demás provincias, y en cambio el Parnaso de las regiones que tienen carácter propio crece con tanta rapidez como las plantas que surgen en campos yermos y sin cultivo durante muchos años.

CURROS ENRÍQUKZ Y OBRA LITERARIA 257

Los poetas españoles que hacen uso del caste- llano no son más que dos y medio (según la cé- lebre expresión de un crítico eminente); en cam- bio, las literaturas regionales cuentan á docenas los cantores inspirados, y por encima de todos éstos descuella el autor de L'Aüantida y Canigó, obras que, como todas las de un genio verdadero, gozan el privilegio de recibir los homenajes, no sólo de una nación, sino de todo el mundo civi- lizado.

Si Verdaguer es el sol en el cielo de la poesía regional, en Galicia se encuentra otro astro de primera magnitud, y éste es Curros Enríquez.

El suelo gallego, á pesar de sus hermosos pa- noramas, de sus montañas siempre verdes y de sus valles risueños, sólo comparables con los de Suiza, á pesar, decimos, de tales espectáculos de la Naturaleza, que excitan la imaginación del que los contempla y atraen á la esquiva inspiración, no ha producido poetas en cantidad abundante.

La patria de Maclas, esa región habitada por un pueblo tierno y melancólico que habla un dialecto suave, vago y dulce como los arrullos de una madre, ha sido pobre en cantores, como si necesitara todas sus fuerzas para llorar esa emi- gración que la devasta y que arroja á sus hijos al otro lado del mar, ó al corazón de la Península, donde mueren muchas veces asesinados por la fiebre que les produce la terrible nostalgia del país.

Curros Enríquez es la figura más saliente del Parnaso gallego. Esto lo debe á que sabe inter-

17

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pretar como nadie los sentimientos de su patria, y al par que enaltece la vida del campo y canta las costumbres populares, maldice las llagas que afligen á su tierra, la emigración que la diezma, la usura que la devora y el cura que la embru- tece.

Hay en los versos de Curros Enríquez algo nuevo que conmueve por su brillante novedad, algo que nos atrae por lo mismo que á ello no estamos acostumbrados, y que nos hace olvidar hasta la arrebatadora belleza de la forma para fijarnos únicamente en el fondo; y ese algo es que el poeta no reniega de su siglo, se tiene por legítimo hijo de él y se inspira únicamente en el ideal del eterno progreso.

Cayeron ya los viejos ídolos. La poesía no debe tener un tono dogmático, pues al ñn es arte, y la principal misión de éste es agradar evitando toda pesadez, pero ha de ser algo más que una tenue nube que se desvanezca en la memoria apenas leído el último verso; ha de dejar en el público huella indeleble de su paso, y para eso es nece- sario que diga algo y que resuma en sus estrofas las aspiraciones dominantes en la época en que nace.

Los poemas de Homero, La Divina Comedia y el revolucionario misticismo de Milton, viven y vi- virán mientras exista el mundo, porque son como fotografías instantáneas que recuerdan el pensa- miento de importantísimas épocas, y en cambio otras obras de gran valor artístico sólo conser- van hoy una relativa gloria y son conocidas de

CURROS ENRÍQUEZ Y SU OBRA LITERARIA 259

pocos, por lo mismo que pueden compararse á hermosos y cincelados vasos, cuyo interior está vacío.

La poesía regional goza hoy próspera existen- cia, pero aun aparecería más esplendente y ava- salladora si en vez de tener la vista fija en el pasado, mirase al porvenir.

Los dialectos, por desgracia, sólo se han em- pleado hasta el presente (salvo raras excepcio- nes) para cantar las glorias de ridiculas imágenes de santos y vírgenes autoras de milagros, cuya autenticidad testifica el bolsillo de la Iglesia; para enaltecer el derruido y odioso castillo feu- dal, nido de crímenes, y pintar con risueños co- lores al bestial caballero y á la casquivana seño- ra, y para hacer la apología de las trasnochadas libertades políticas de la Edad Media, llorando su pérdida después de dos siglos y queriendo acomodarlas al siglo presente, como si fuera po- sible vestir á un gigante con el trajecillo de un niño.

La poesía, para ser considerada como tal, debe ser semejante al dios Jano, y con ambas caras mirar al pasado y al porvenir; pero es absurdo y digno de censura que únicamente tenga abiertos sus ojos á lo que ya desapareció, porque esto sea lo más cómodo y lo más seguro, y no se tome el trabajo de desentrañar el porvenir y aportar su esfuerzo á ese inipulso sublime, que empuja cada vez con más fuerza á la Humanidad en su camino.

Y no hay que decir que la poesía para ser tal

260 M. CURROS ENRÍQUEZ

debe buscar su inspiración en las nieblas del pa- sado, porque los vagos celajes que envuelven los cuadros históricos cuando se contemplan á gran- des distancias, agigantan las figuras, dan mayor relieve á los sucesos y se prestan mejor á que el poeta rienda suelta á su imaginación. Esto es un error que, si por desgracia llegase á conver- tirse en verdad, daría derecho á creer que la poesía es un artificio que vive de la falsedad y de la mentira, y no que es la expresión artística de sentimientos sublimes que embargan á los seres humanos.

La edad presente y los períodos históricos que aun están latentes y como al alcance de nuestra mano, presentan más ancho campo al poeta que el resto de la Historia.

Desde fines del pasado siglo hasta el presente instante, se ha desarrollado una serie de sucesos que con su acompañamiento de choques, catás- trofes y apoteosis, merece mejor que ningún otro período histórico la atención de los poetas. La filosofía enciclopedista ha atacado las religio- nes positivas, no cejando hasta dar con ellas en el suelo; la doctrina republicana, removiendo los cimientos del mundo antiguo, ha derribado mu- chos tronos y falseado otros, hasta el punto de que hoy están próximos á caer; la regeneración so- cial ha apuntado con la enunciación de sistemas económicos, que ya han sido bautizados con san- gre de mártires; la Humanidad entera se encuen- tra hace más de un siglo en lucha con el abuso, la tiranía y la estafa intelectual, y este estado de

CURROS ENRÍQUEZ Y SU OBRA LITERARIA 261

ánimo se manifiesta con agitaciones, protestas y derroches de inteligencia ó de maldad, que re- claman la aparición de un poeta que los cante ó los maldiga.

Más natural y procedente, en los presentes tiempos, es entonar un himno á la última cena de los Girondinos, hombres sublimes y valerosos que mueren después de iniciar la revolución que regenera al mundo, que glorificar la cena de los Apóstoles, conciliábulo del que hace surgir la Iglesia la odiosa autoridad de los Papas; la Mon- taña de la Convención merece un estro quépante sus esfuerzos en pro de la libertad del humilde, como lo tuvo la grandiosa tragedia del Gólgota, y si en otras épocas la gótica catedral, erizada de caladas agujas y rasgada por las ideales ojivas, contó con vates que la celebraran como petrifi- cada personificación de la fe religiosa, hoy que ésta, por fortuna, está ya moribunda, debe la re- lampagueante barricada tener sus trovadores que la enaltezcan, como altar de sublimes venganzas elevado por los furores populares para sacrificar en ella al monstruo del despotismo. Que agote su inspiración el versificador, tomando por ideal de sus creaciones la personalidad incierta de Je- sús, figura sin contorno, vida ni colorido, que en la verdadera historia apenas si tiene el valor de una sombra, pero que no falten poetas que reco- jan las eternas maldiciones que exhalaban los herejes al sentir sus carnes chamuscadas por la inquisitorial hoguera, que recuerden las humi- llaciones que á los genios de la ciencia hizo su-

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frir la clerigalla ignorante, que encierren en viriles versos los lamentos de todos los márti- res de la emancipación intelectual, y después los escupan sobre la calva del diosecillo que alberga el Vaticano.

En este período histórico que atravesamos, período que se inicia con la Revolución francesa j que no sabemos con qué vivificadora tragedia terminará, la poesía debe decir y significar algo, y si es que quiere interpretar las tendencias de la época, si es que quiere dejar alguna huella de su paso sobre las agitadas masas, debe ser repu- blicana, racionalista y despreocupada, ó tradi- cional, fanática y rastrera.

Curros Enríquez es de los que rinden amoroso culto á la primera de ambas musas, y de aquí que su personalidad literaria sea para nosotros tan simpática y atrayente.

Entusiasmado por el espíritu de libertad que preside la marcha del siglo, ha querido ver- ter sobre el papel sus ideas y sentimientos, y como nació poeta, y la inspiración original, ar- diente y varonil le acompaña desde la cuna, ha empleado la sublime armonía para expresar su pensamiento, produciendo los Aires d'a miña térra, ese libro, honra del dialecto en que está escrito y perpetuo monumento de gloria para su autor.

Creo inútil hacer aquí un examen de tal obra cuando el lector, con volver tan sólo algunas ho- jas, puede abismarse en el mar de puras delicias que encierra cada una de sus páginas. Esto equi-

CURROS ENRÍQUEZ Y SU OBRA LITERARIA 263

valdría á que á la puerta de un teatro, cuando ya la orquesta estuviera ejecutando los primeros compases de la overtura, un oficioso detuviera al dilettante queriendo explicarle el argumento de la ópera.

En el libro de Curros Enríquez hay poesías, como el soneto ¡Peregrinos, á Boma!, formidable ataque que el autor dirige contra el gusanillo infalible que mora en la Ciudad Eterna, y que hace recordar á Víctor Hugo en su obra Los Cas- tigos, cuando golpeaba con su lira de hierro la cabeza de Napoleón el pequeño; acusaciones tan justas y consoladoras para la dignidad humana como los versos titulados Ante una imagen de Iñigo de Loyola, apostrofe enérgico é iracundo que recuerda al escéptico Musset cuando, en la introducción de Rolla, dice la verdad á Cristo; La Iglesia fría, magnífica descripción de aque- llos buenos tiempos de que nos hablan predica- dores y vates neos, cuando eran omnipotentes los frailes y el mundo estaba manejado por re- yes y papas; y... ¡pero á qué seguir relatando las bellezas de tal obra, si esto equivale á despojarla de una parte de su asombrosa novedad!

Callemos, pues, y ya que del libro no es pro- pio el ocuparnos, digamos algo de su autor, pues siempre interesa la existencia de los que logran la notoriedad reservada al verdadero mérito.

Curros Enríquez no ha escrito solamente en gallego, pues también la literatura castellana le debe notabilísimas producciones. En La Ilus- tración Republicana, que dirigía el infatigable y

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popular escritor Rodríguez Solís, publicó una hermosa poesía contra las odiosas quintas, titu- lada Tributo de sangre, y en Los lunes de El Im- parcial dio á luz una valiente Oda á la Guerra civil, obra tan excelente y que de tal modo entu- siasmó al público, que el propietario de dicho periódico, Sr. Gasset y Artime, comprendiendo que el joven poeta era una gran adquisición para el diario, le hizo entrar á ser uno de sus redacto- res. En 1869 escribió, en colaboración de D. Vic- toriano Rodríguez Moran, una crítica en verso contra la Constitución votada por los unionistas y progresistas, como siempre revolucionarios en la oposición y moderados en el poder, y tan chis- tosa resultó dicha obra y de tal modo interpre- taba la opinión popular, que en el mismo día de su ¡Dublicación se vendieron en Madrid 16.000 ejemplares.

Desde aquella época hasta el presente, Curros Enríquez no ha cesado de escribir, y, como él mismo dice, de todas sus poesías se podrían for- mar algunos tomos voluminosos; pero como son castellanas y les falta el aire de la tierra, no satis- facen al vate gallego, que las olvida apenas pu- blicadas. Suyo también es el hermoso drama titulado El Padre Feijóo,

Ha sido el poeta español que más y mejor ha traducido á los vates portugueses, y entre sus versos castellanos figuran notabilísimas traduc- ciones de Teófilo Braga, Guerra Junqueiro, An- tonio Feijóo y Anthero de Quental, que se han publicado en El Porvenir y en Las Dominicales

CURROS ENRÍQUEZ Y SU OBRA LITERARIA 265

del libre pensamiento, y que tal vez algún día re- produzca el traductor en un tomo que se titulará La Lira lusitana.

En gallego ha publicado Curros muchas poe- sías; pero, de todas sus obras, las que han alcan- zado más éxito han sido Aires d'a miña térra j O divino saínete.

Fué una de esas audacias que por lo inmensas resultan sublimes, la publicación del primero de dichos libros en un país tan fanático y dominado por el clero como Galicia. Muchas veces del seno del inmundo estiércol surgen más fragantes flo- res que de la tierra bien cuidada.

En junio de 1880, pocos días después de ha- berse publicado en Orense el libro Aires d'a miña térra, el obispo de aquella diócesis expidió un edicto en el que se condenaba la obra de Cu- rros Enríquez por contener proposiciones heréti- cas, blasfemas, escandalosas y algunas que mere- cen otra censura.

El edicto fué publicado en el Boletín Eclesiás- tico; los curas de aquella vasta diócesis lo leye- ron durante algunos domingos al ofertorio de la misa popular; las viejas beatas se santiguaron tres veces al saber que el diablo había aparecido en Galicia y se entretenía en escribir versos; los hombres pensaron que era muy del caso com- prar y leer aquel libro, por lo mismo que de él se hablaba muy mal; los sacristanes lamentaron con amargas quejas que hubieran desaparecido aquellos felices tiempos en que por mucho me- nos asaba la Inquisición á cualquier pelafustán;

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y el católico escándalo, con todo su acompaña- miento de excomuniones, rezos, funciones de desagravios y gerundianas declamaciones en el pulpito, tuvo digno coronamiento en el sumario de causa criminal que elJuzgado de primera ins- tancia de Orense instruyó contra Curros Enrí- quez, en virtud de oficio del gobernador civil de la provincia, por ser autor de un opúsculo en el que figuraban tres poesías que era extraño hubie- sen dejado de atraer sobre Galicia, no la cólera de un Dios, sino la de todos los dioses que tenía el Olimpo. Las tres poesías eran La Iglesia fría, ¡Peregrinos, á Boma! y Mirando al suelo.

Esta última, imitación preciosa de Béranger, poeta insigne y popular, con quien Curros tie- ne muchos puntos de contacto, fué la que me- reció con predilección las iras de la evangélica gente.

Era monstruoso, criminal y digno del mayor castigo hacer desfilar á los ojos del lector, en- vueltos en el ropaje de armoniosos versos, todos los vicios, arbitrariedades y engaños que cons- tituyen la hilaza de la tela social; hablar mal del sucesor de San Pedro, pintar la odiosidad de la pena de muerte, describir la miseria de los la- briegos y los ostentosos despilfarros de los ricos, é ir relatando todos los desaguisados de los que, por lo regular, son protagonistas las gentes pri- vilegiadas; pero aun era más censurable y mere- cedor de eterna maldición el presentar á Dios bajo la forma de un viejo y bondadoso señor, atacado del reuma por causa de la edad, que se

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siente cansado al menor paseo y que al mirar de lejos al terráqueo globo tiene que usar gafas ver- des; y los irritados católicos, al protestar contra tal irreverencia, pensaban sin duda en lo artísti- cos y dignos de respeto que son los figurones que en las iglesias evocan el recuerdo de ese ser creado por la imaginación de los fieles que, á pesar de todo su omnipotente poder, no logra evitar que sus adoradores lo adornen con unas luengas barbas de cáñamo y un triángulo dorado sobre la cabeza á guisa de tricornio de guardia civil.

Por fortuna, no fueron todo persecuciones é injurias para el poeta. Una parte del público de- claróse á su favor, y únicamente la gente que por no saber leer no podía enterarse del libro, y los representantes de las autoridades eclesiástica y judicial, combatieron al poeta y formularon mil acusaciones para perjudicarle. Excelentes aboga- dos encargáronse de su defensa, tanto en prime- ra instancia como ante el tribunal de apelación, y el autor fué absuelto libremente, terminando de un modo tan honroso para el poeta como ri- dículo para el obispo, aquella cuestión que puede considerarse como uno de los últimos mordis- cos de la intolerancia religiosa, que ya está en la agonía.

En aquel proceso hubo una rara coincidencia. La poesía Mirando al suelo, que fué la que más atrajo sobre la cabeza de Curros Enríquez las iras clericales, es imitación de la de Béranger titulada Le Bon Bieu, que valió al popular poeta

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parisién el ser procesado y perseguido por la reacción borbónica en 1821 y 1828.

Para el fanatismo no existen fronteras, es uni- versal, y lo mismo atropella en la patria de la Inquisición, que en la de la noche de San Barto- lomé.

Esta comunidad de desgracia reúne más al vate cantor de los risueños campos de Galicia con el Anacreonte de los empedrados de París, y si de Béranger se ha dicho que era un arpa eólica que tornaba en armonías los acentos de la multitud, de Curros Enríquez puede asegurarse que es la guerrera trompa de Rolando, y que así como éste conmovía las montañas, él remueve las caducas y absurdas creencias hasta derribar- las, y despierta á los pueblos más embrutecidos por el fanatismo.

En el Parnaso español debe existir un asiento para la poesía que toma al pueblo como musa, y ése nadie lo puede ocupar fuera de Curros En- ríquez.

Después de hablar del libro y de su autor, hora es ya que digamos algo de la traducción que el presente volumen contiene, no sin antes exami- narnos para alejar todo amistoso apasionamiento que pueda enturbiar nuestros juicios.

Si Constantino Llombart no tuviera una vida literaria que bien puede compararse á un des- lumbrante mosaico de glorias y de triunfos; si no poseyera la alta honra de ser permanente per- sonificación de una de las literaturas regionales que, aunque no la más importante, tampoco es

CURROS ENRÍQUEZ Y SU OBRA. LITERARIA 269

la última; si no contara con la enciclopédica con- dición de poder pasar á la posteridad como filó- logo é historiador, poeta armonioso y prosista irreprochable, erudito como pocos y hombre de conocimientos casi universales; si no gozara de popular renombre como político tan avanzado en las ideas como desinteresado en los actos, y si no hubiera merecido el envidiable honor de que un genio tan eminente como D. Francisco Pi y Margall dijera de él que es una de las personas que más quiere como hombre, como político y como poeta, bastaría á hacer su nortibre cono- cido y respetable el servicio que presta á la lite- ratura castellana traduciendo los versos de Cu- rros Enríquez para que toda la Península pueda apreciar la inspiración de éste, sin que la forma pierda ni un solo ápice de su belleza.

Es imposible encontrar un poeta y un traduc- tor que mejor puedan compenetrarse, y que más identidad presenten en- sus facultades y en su vida literaria.

Curros Enríquez ha animado con su brillante estro la literatura regional de Galicia, y Llom- bart ha resucitado la hermosa literatura lemosi- na, dedicándose con su perseverancia sin ejem- plo á su completa restauración; si el primero ha puesto á los pies de la imagen del siglo sus Aires d'a miña térra, el segundo ha compuesto sus Cantos Repiiblicanos, que, en épocas más felices para nuestra patria, entonaban las masas obre- ras, en la más poética de las provincias, como De pro fundís de la muerta tiranía y la agonizante

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superstición; y el autor de Mirando al suelo bien puede ser comparado con el que escribió La bo- rrachera, imitación también de Béranger, can- ción tan seductora como punzante que ridiculiza la soberbia de los Papas al declararse infalibles.

Son, pues, el autor y el traductor de Aires d'a miña térra dos seres ilustres que se complemen- tan y ajustan naturalmente, y el resultado de tal maridaje literario es el presente libro, en cuya antesala te encuentras, ¡oh benévolo lector!

Termina de pasear tus ojos por esta desabrida prosa, y apresúrate á gozar las bellezas que pron- to encontrarás, y yo te juro que si piensas igual ó aproximadamente al autor del libro, al traduc- tor ó á este humilde prologuista, de seguro que en muchas ocasiones la expansión del entusias- mo dilatará tu rostro al ver cómo hay poetas que se atreven á decir en forma hermosa las verda- des que mil veces han acudido á la imaginación de muchos, pero que en unas ocasiones han sido olvidadas antes que dichas, y en otras, por expre- sarse en burda forma, pasaron inadvertidas.

Atraviesa rápidamente este vestíbulo y entra pronto en el eterno teatro del Arte, donde un hijo de las musas deleitará tus oídos, no con la dorada arpa de la molicie y la voluptuosidad que adormece á los pueblos y les hace grata la escla- vitud, sólo porque las cadenas están cubiertas de flores, sino con la férrea lira que desde que exis- ten en el mundo explotados y explotadores, se- ñores y siervos, va pasando de mano en mano y guarda el recuerdo de Dante y de Milton, de

CURROS ENRÍQUEZ Y SU OBRA LITERARIA 271

Rouget de L'Isle y de Víctor Hugo, de Quintana y de Espronceda, de ese eterno instrumento que despierta á los déspotas de su sueño de gloria, y cuyas tres cuerdas, al sonar, conmueven el espacio, gritando el nombre de la trinidad mo- derna :

Libertad^ Igualdad y Fraternidad,

Vicente Blasco Ibáñez. ^

272 M. CURROS ENRÍQUEZ

LOS HIJOS DE GALICIA '"'

Un poeta or ensaño.

Nay, ¡adorada nay!, mártir escura, Branca pombiña, arruladora e tenra, ¡Ay! si souperas cómo me deixabas... Non te morreras.

f Aires (Va miña ierra.)

Un gran poeta y un eminente cirujano: he ahí las dos ilustraciones de que se envanece, y con justicia, la villa de Celanova : el uno literato so- bresaliente, cantor de la libertad; el otro clínico consumado, operador peritísimo; ambos gala y ornamento de las ciencias médicas y de las letras patrias : Manuel Curros Enríquez y Cesáreo Fer- nández Losada.

¿Quién no conoce á Curros Enríquez, el autor de libros tan populares como Aires d'a miña térra y El Maestre de Santiago?

¿Quién no conoce, siquiera sea de oídas, á Fer- nández Losada, por sus lecciones de Cirugía mi- litar?

Procuremos bosquejar la personalidad litera- ria de Curros Enríquez, harto importante en tie- rra de España.

(22) Véanse las Notas del recopilador, que figuran después del índice de este tomo.

I

CURROS ENRÍQUEZ Y OBRA LITERARIA 273

No faltan espíritus meticulosos y algún tanto suspicaces que se asustan, ó hacen creer que se asustan, de la literatura regional, por si afecta ó deja de afectar á la unidad de la patria.

Los que así discurren no se fijan en que todas las provincias son españolas, sin que haya decaí- do un solo instante el espíritu nacional.

El dialecto, el traje, las costumbres y la tradi- eión se conservan á través de los siglos y las generaciones, y no por eso se debilita, antes bien, se agranda, fortalece y propaga el amor á España.

La centralización, más ó menos exagerada, podrá temer peligros donde fructifica la paz, podrá inventar rebeldías donde existe la concor- dia, podrá ver antagonismos donde reine la ar- monía; pero las gentes de buena voluntad reco- nocerán que el cariño á la tierra y al pueblo del nacimiento constituye la base del cariño á la patria común de los españoles.

Hablar y escribir en gallego, es como si se ha- blara y se escribiese en español, porque Galicia forma parte del territorio nacional por los siglos de los siglos.

Dejemos á un lado temores pueriles y sigamos nuestro camino, ó sea el derrotero emprendido por Rosalía Castro, José García Mosquera, Juan

18

274 M. CURROS ENRÍQUEZ

Antonio Saco y Francisco Anón, de imperece- dera memoria.

Todo tende á unida, ley, d'entre todas, A máis ineusorabre d'o Progreso; Y-él que de cen naciós un pobo fíxo, Un idioma fará de cen dialeutos.

Conao paran n-o mar todol-os ríos, Com'os rayos d'o sol paran n-un centro, Todal-as lenguas han de parar n-unha, Qu'hemos de falar todos, tarde ou cedo.

Esa fala pulida, idioma úneco, Máis qu'hoxe enriquecido, e máis perfeuto. Resume d'as palabras máis sonoras Que aquelas n-os deixaran como en herdo;

Ese idioma, compendio d'os idiomas, Com'unha serenata pracenteiro, Com'unha noite de luar docísimo. Será ¿qué outro .sinón? será 6 gallego.

II

¿Qué español no ha leído en gallego ó en cas- tellano alguna ó algunas poesías del ilustre poe- ta celanovense?

Curros desde niño tuvo que andar por el mun- do solo y errante, y tuvo que trabajar para vivir. De ahí que parezca un joven viejo por la expe- riencia y por la reflexión. Amamantado en el infortunio, curtido en el trabajo y lleno de ins- piración, se dedicó á cantar melancólicamente

CURROS ENRÍQUEZ Y SU OBRA LITERARIA 275

las desdichas de Galicia y á versificar con gran vigor las excelencias de la libertad.

Ni los desengaños, ni las amarguras, ni los quebrantos, ni el tiempo, han debilitado su fe, su entusiasmo y sus opiniones.

La política le seduce poco; la literatura le atrae y le subyuga más. Y es que el carácter y la fan- tasía se amoldan más á las letras que á las luchas de los partidos.

Por eso Curros, con la independencia de su juicio y con la riqueza de su fantasía, ha pene- trado en el campo de la literatura regional, ad- quiriendo al punto personalidad propia, que le distingue de los demás cultivadores literarios.

La versificación, el ritmo y la armonía de las composiciones de Curros Enríquez se advierten fácilmente. El poeta revela más predisposición á los- asuntos que afectan á la vida del país, que á las ternezas y á los encantos del amor. Más se parece á Quintana, el cantor del Dos de Mayo, que á Ventura Ruiz Aguilera, el cantor de la ter- nura. Y es que Curros agiganta su estro poético cuando las pasiones se desenvuelven en la plaza pública, con preferencia á los dramas íntimos del hogar.

III

Las composiciones de Curros, ó son meramen- te descriptivas, en las que no tiene rival, ó entra- ñan la defensa de una idea, de un pensamiento ó de un proyecto. que interesa á la generalidad.

276 M. CURROS ENRÍQUEZ

Describe como Zorrilla, y se eleva á las más altas concepciones como López García.

En la leyenda, modelo de tradición popular y religiosa, La Virgen del Cristal, describe el pue- blo, la ermita y los alrededores de Villanueva de los Infantes con tan vivos colores, que parece hallarse el lector frente a la realidad.

En La boda en Einibó retrata las costumbres del país, inspirándose' en aquellos cuadros de la vida campestre que tanto encanto producen en los forasteros.

Y en M Gaitero presenta un tipo verdadera- mente popular en Galicia, con sus arrogancias juveniles y sus eternas satisfacciones.

Y si bien el poeta prefiere cantar el progreso, la democracia y las grandes conquistas de la civilización á través de la Historia, también rin- de culto al sentimiento y á la nostalgia nativa, cuando nos dice en su hermosa composición Os mozos :

¡Qué triste está a aldea,

Qué triste e qué solal ¡A térra sin frutos, a feira sin xente,

Sin brazos ó campo.

Sin nenos a escola, Sin sol ó liourizonte, sin fror a sementé!

A pedra y-as nubes

A sembra arrasando, Agoiran un ano de fame sombría;

Sin pan os labregos,

Sin herba pra ó gando, ¿Qué vay á ser d'eles n-acrua invernía?

CURROS ENRÍQUEZ Y SU OBRA LITERARIA 277

Hace años que en Galicia tararean una muí- mira, música de Alonso Salgado, con letra de Curros Enríquez. Empieza así :

N-o xardín unha noite sentada O refrexo d'o branco luar, Unha nena choraba sin trégolas . Os desdes d'un ingrato galán. Y-a Cuitada entre queixas decía : «Xa n-o mundo non teño ninguén; Vou morrer e non ven os meus olios Os olliños d'o meu doce ben.» Os seus ecos de malenconía Caminaban n-as alas d'o vento; Yo lamento Repetía : «¡Vou morrer e non ven ó meu ben!»

Desde que Curros perdió á su santa madre, las producciones del poeta están impregnadas de melancolía :

Dende que te perdin, a térra, ó ceo, Todo é pr'a min d'a mesma cor d'a morte; O sol non m'alumea, nin os campos Pra min ten frores.

Y en los piadosos recuerdos de la infancia, nunca olvidados, y en el íntimo afecto que con- serva á las tradiciones del hogar y de la tierra natal, se inspira el poeta para decir:

Leutores, se olvidando d'o mund'os traballiños Vos fórades de paseo de Vilanova ó val, Entrade respetosos, entrade caladiños, N-a primorosa ermida d'a Virxe d'o Cristal.

278 M. CURROS ENRÍQUEZ

Si escasos de fortuna bicades a sua pranta, Si á visitala vades faltiños de salú, Socorrerávos logo a milagrosa Santa; N-o mundo non hay outra que teña máis virtú.

De tristes agarimo, de probes esperanza, D'os namorados guía, sostén d'o labrador, Canto de Dios quixere, tanto de Dios alcanza; Non hay quen lie non deba consolos e favor.

Cando eu era pequeño, por miña nay levado^ D'aparición pedinlle a lenda celestial; Si cal a deixo escrita non for d'o voso agrado, A culpa non botedes -ciVirxe d'o Cristal.

IV

El gaitero es en Galicia el encanto de la gente moza, y la gaita regocija nuestros oídos y nos consuela en nuestras aflicciones. Curros presenta á sus lectores el vivo retrato del gaitero de Pe- nalta en los siguientes hermosos versos :

Dendesd'o Lérez lixeiro As veigas que ó Miño esmalta, Non houbo n-o mundo enteiro Máis arrogante gueiteiro Que o gueiteiro de Penaíta.

Sempre retorcendo ó bozo, Erguida sempre a cabeza, Daba de miral-o gozo: Era un mociño..., ¡qué mozo! Era unha peza..., ¡qué pezal

CURROS ENRÍQUEZ Y SU OBRA LITERARIA 279

Calzón curto, alta monteira, Verde faixa, albo chaleque Y-o paño n-a fraltriqueira, Sempre n-a gaita parleira Levaba dourado fleque.

Xentil, aposto, arrogante, En cada nota ó gueiteiro Ceibaba un limpo diamante, Que logo n-o redobrante Pulía ó tamburileiro.

¿Puede darse lenguaje poético más sencillo, más natural y más apropiado? ¿Puede encontrar- se poesía descriptiva, de costumbres populares gallegas, que encierre mayor parecido y más vivos colores?

Curros no sólo es el continuador de Zorrilla en la leyenda y el heredero de Quintana en la forma poética, sino que sus aptitudes y su ima- ginación y sus sentimientos le llevan á cultivar, con igual éxito, los más variados géneros litera- rios. Bien puede decirse y afirmarse que el ilus- tre hijo de Celanova es un poeta genial, trovador de altos vuelos en El Maestre de Santiago, román- tico y caballeresco en A Yirxe d'o Cristal, galle- go enxebre en Cantigas y Alboradas, y amante d'a terrina en aquellos versos inimitables dedicados á Mariquiñas Puga, días antes de que nuestra joven paisana saliese del puerto de La Coruña para la Isla de Cuba :

Pombiña mensaxeira De branca pruma.

280 M. CURROS ENRÍQUEZ

Fálalle os emigrados

D'a patria sua.

Dilles, mimosa, Que d'eles apartada,

Galicia chora.

Dilles que pr'os seus lares

Tornen axiña; Que sin eles non queren

Pintar as viñas,

Regar os regos. Madurar as castañas

N-os castiñeiros.

Dilles que non hay térra

Millor que a nosa, Máis ridentes paisaxes,

Máis frescas sombras,

Máis puros ceos, Nin lúa máis luscente

N-o firmamento.

Modesto Fernández González, f

(Fernán-González.)

CURROS ENRÍQUEZ Y SU OBRA LITERARIA 281

NUESTROS POETAS

(23)

Manuel Curros Enríquez.

Ha nacido para la lucha. Así como del golpe del eslabón sobre el pedernal brotan chispas de oro en brillante cascada , así del choque de opuestas circunstancias que informan el proceso de nuestra vida literaria, brotaron los versos de Curros, vestidos con todas las galas del lenguaje y armados con lanza y escudo, á un tiempo arru- llo é imprecación, canto de guerra y gemido de dolor, dulces y enérgicos, amorosos y batallado- res. Su lira posee todas las cuerdas y á su dulce son canta ya la placidez serena de animadas es- cenas campesinas, que describe con mágico en- canto, ya la ardiente lucha de pasiones y senti- mientos que al presente nos agita. Con la misma facilidad con que domina todos los asuntos, ma- neja todos los metros, y precisamente esta faci- lidad maravillosa, amen del nervio poético de todos sus cantos, han hecho que se le aclame sin reservas como uno de los pocos soberanos de la poesía gallega.

Ésta le debe no poco. Gracias á él y á Rosalía

(23) Véanse las Notas del recopilador, que figuran después del índice de este tomo.

282 M. CURROS ENRÍQUEZ

atravesó el Sil y extendió^ su fama por España entera. La traducción que Ángel Rodríguez Cha- ves hizo de A Igrexa fría, aunque bastante de- fectuosa, fué leída y comentada con avidez por todos los públicos españoles. El nombre de Cu- rros contribuyó poderosamente á despertar en los literatos de las demás regiones el deseo de aprender el gallego para leerle en su idioma, y hoy no hay nadie que, siguiendo el movimiento literario aun de lejos, no conozca las poesías de Curros Enríquez, y no las tenga en tan alto gra- do de consideración como las de los primeros poetas de otros países.

Nadie puede dudar del mucho mérito de Cu- rros, ascendido á la más alta jerarquía literaria por sufragio universal, cumpliéndose en él la que parece lej^ que rige la existencia de nuestros grandes maestros : Rosalía, Pondal y él. En efecto, ninguno de los tres ha corrido detrás de la fama para sujetarla por la suelta fimbria de su ligero manto que el viento agita : todos tres han vivido y viven (hecha lamentable excepción de nuestra insigne poetisa, que duerme para siem- pre en brazos de la inmortalidad) alejados del ruido del mundo, encerrados en su existencia modesta, pretendiendo anularse ante su público de devotos para todo lo que sea recibir honores y plácemes, y encerrándose en sus solitarios ho- gares, que ningún extraño profana, desde los que derraman sobre Galicia, como lluvia de perlas, las sonoras cadencias de sus versos, que parecen armonías celestes.Ningunode ellos es rico en bie-

I

CURROS ENRÍQUEZ Y SU OBRA. LITERARIA 283

nes de este mundo, y todos tres han dado á Gali- cia una riqueza más preciada que el oro: la honra que le reporta tener hijos tan ilustres; y, por últi- mo, todos tres han recibido las mismas heridas, ganadas en el combate; y en la vida de todos ellos, entre los laureles plantados á la puerta por la admiración de sus paisanos, ha hecho su nido la amargura eterna, que parece ser patrimonio de los que han hecho un pueblo. Curros, amante de su patria chica, vive alejado de ella; Curros, amante de la poesía, vive sujeto con ligaduras de hierro á la prosa aplanadora de la vida del pe- riódico, monstruo insaciable que todo devora : salud, energías, altos pensamientos; y así, sujeto á un trabajo diario que tiene de fatigoso lo que el trabajo de los antiguos esclavos, siente la amar- ga nostalgia del desterrado que vive siempre con la pena de no poder escapar de su prisión, ex- tendiendo en el aire sus hermosas alas de pájaro. Él no está en Galicia, pero Galicia está en él. Su amor late, vivísimo y ardiente, en lo más hondo de su corazón, y para ella son los más secretos afanes de su alma siempre soñadora, de sus des- fallecimientos, de sus horas negras. En una de éstas fué pasto del fuego aquella su colección de poemas gallegos titulada Brétemas, sobre cuyas cenizas llora nuestra poesía regional lágrimas in- extintas. ¡Ah!, sólo Dios y el que las pasa saben cuan amargas son estas horas de absoluto desfa- llecimiento en que el poeta reniega y maldice de propio y de su gloria, y con sus mismas manos destruye sus versos, que es lo mismo que arran-

284

M. CURROS ENRIQUEZ

carse un pedazo del alma y echarla al fuego y verla arder. Después, aunque el tiempo pase y la herida se cicatrice y los años transcurran y nue- vos dolores nos hagan olvidar el dolor pasado, no se pueden convertir los ojos á aquellos leños calcinados de la hoguera extinta y helada, sin sentir que ella ha destruido para siempre un pe- dazo de nosotros mismos.

Su historia es de ayer y su gloria es eterna. Posterior á Rosalía, á quien debemos nuestra poesía, que ella sacó de la nada; posterior á Pon- dal (hablo sólo de los que han vivido lo bastante para alcanzar la plenitud de mismos), Curros está fuera del suelo que nuestro Murguía llamó de Los Precursores. Curros vino al mundo litera- rio cuando nuestra poesía era ya nubil doncella que, armada, se había hecho lugar honroso entre los que (que ya los había) renegaban de ella y trataban de sepultarla de nuevo. Cuando el com- bate estaba iniciado ya, cuando por todas partes se oían los himnos de las victorias que se iban obteniendo, entonces fué cuando Curros vino á la arena al frente de todos los soldados de hoy, que manejan las espadas ennoblecidas en la mano de los héroes de ayer. Apenas apareció, todos le rodearon y, aclamándole, le alzaron sobre el pavés y le hicieron caudillo de la legión nueva; desde entonces, la espada y el cetro fueron para Curros una misma cosa, porque no podían ser otra, porque no se combate agitando el ligero tir- so, cuyo alegre ruido se escucha con deleite sólo en las fiestas de la paz. Tal vez fué más lejos de lo

CURROS ENRÍQUEZ Y SU OBRA LITERARIA. 285

que debiera y, cegado por el ardor del combate, estime enemigos á los que debiera respetar; tal vez extreme contra ellos sus ataques, obedecien- do acaso á una secreta ley que haya informado esta primera etapa de su vida, que se condensa en su libro Aires d'a miña térra, en su novela El tributo de sanyre, en sus perdidas Br eternas; pero sobre todo en el primero de los libros cita- dos. Su significación y su importancia condensan la significación y la importancia del autor. Vivo, inspirado y caliente en su estilo, realista en la más genuina acepción de este vocablo, tiene el secreto de conmover ó arrebatar el ánimo del lec- tor. Curros tiene fe sincera y ardiente, defiende sus creencias y ataca las contrarias con fiereza leonina, de frente, á pecho descubierto, expo- niéndose sin titubear á los tiros enemigos : va derecho á su fin y nada le detiene ni nada le im- porta. La palabra usual tórnase en sus labios enérgica y precisa; la enérgica, dura; la dura, punzante y demoledora : por eso el gallego en sus labios ha acentuado sus tonos de pasión y la lengua del enamorado y dulce Macías, manejada por él, tórnase en ocasiones ronca como el soni- do de la trompa épica, ó atronadora como el agi- tado doblar de una campana que toca á reba- to. En la indudable melosidad de su idioma ha encontrado como nadie acentos arrebatadores, capaces de arrastrar al pueblo en pos de sí, con- gregado á su voz, poderosa como la de un titán que llama á sus hermanos á la conquista del Em- píreo. Por esto, porque está en la plenitud de

286 M. CURROS ENRÍQUEZ

mismo y tiene la conciencia de sus fuerzas, le amargó más la herida, punzóle la contrariedad, y extremando sus convicciones, llegó desde la obstinación del apóstol á la exageración del sec- tario. Vióse corregido, y se revolvió con ira con- tra su corrector; creyó que se le declaraba la guerra, y la aceptó con orgullo, sintiéndose allá adentro capaz de sostenerla, por muchos y pode- rosos que fuesen sus enemigos, y de esta mala disposición de su ánimo nacieron más tarde sus ataques encarnizados, sus versos que manan sangre y atropellan y hieren y contunden y fla- gelan sin piedad y con furor reconcentrado. Aun en esta especial tesitura, que, hay que desenga- ñarse, no es su manera de ser; aun en esta extre- ma pendiente, en la que agota contra sus espe- ciales antipatías el vocabulario de las más enér- gicas reprobaciones, no desciende de su altura de gran poeta, y produce versos tan llenos, tan vigorosos, tan bellos, con siniestra belleza, como los que titula O Vento..., que Curros quiso hacer humorísticos y no hizo sino impregnados de una grandeza trágica tal, que no les ha hallado par en ninguna moderna literatura. Curros es, en nuestra literatura, el poeta de lo que se ha dado en llamar, con frase más ó menos bruta, la nota moderna, pero no (en sus poesías está la prueba) la nota antirreligiosa. Las que dieron origen á que el vulgo lo aseverase así, sólo son desahogos aislados que se salen de su carácter poético. Más que contra instituciones, se revuelve contra per- sonas, y más que contra los dogmas, que al fin y

CURROS ENRÍQUEZ Y SU OBRA LITERARIA 287

al cabo ninguno niega directa ni indirectamente, contra interpretaciones de los mismos, que no respeta ni estima justas. No es, pues, antirreligio- so Curros, ó mejor dicho, no se propone Curros atacar la Religión. Y á pesar de esto, pasa por antirreligioso y tiénesele por ateo, por hereje y por escéptico, cuando Curros, á mi ver, no es tales cosas, aunque en determinadas ocasiones haya dicho verdaderas herejías. No, no es esta Curros, sino algo diferente en esencia. ¿Quien ha calculado el sendero que seguiría si al co- menzar los albores de su fama no se hubiera distraído su atención con las incidencias de su ruidosa causa? Después de la explosión que estos días conmueve nuestro mundo literario, ¿quién sabe si, monumentalizadas, como diría Alarcón, estas pequeñas cosas, y libre Curros de su peso^ seguirá desembarazadamente y con nuevo brío^ en él jamás apagado, la senda luminosa que le llevó á la cima? No es posible juzgar hoy por entero á nuestro poeta; todavía tiene mucha vida por delante y una misión muy grande que llenar. Él dirige á la hueste joven, que recita de memo- ria sus versos con tanto entusiasmo como la ge- neración anterior, en toda España, los de Espron- ceda. Y si Curros falta, no hay nadie que le subs- tituya, aunque hay algunos, y de no pocos alien- tos, que le siguen. Aun hace pocas semanas he visto algunas de las magníficas acuarelas á una tinta con que Manuel Ángel está ilustrando un nuevo libro de Curros que aparecerá en breve, El Maestre de Santiago, en el cual veremos al

285 M. CURROS ENRÍQUEZ

poeta tal como él es, siguiendo libérrimamente el vuelo de su fantasía, en una obra toda espon- tánea y libre de influencias exteriores, y tras éste confío que hemos de ver otros que hagan brillar con resplandor aún más vivo la dorada aureola del poeta.

¿Cuál es el puesto que ocupa en nuestra lite- ratura? Lo he dicho ya. Curros es el caudillo de nuestros jóvenes poetas, es el que la mocedad gallega lee con más entusiasmo, porque parece que en sus versos bulle y alienta cierto fuego que enciende la sangre y despierta en el cerebro un brillante remolino de ideas, á través de las cuales se vislumbra la dorada perspectiva de un porvenir encantado con el encanto de lo desco- nocido. Las emociones de la guerra, las gratas dulzuras de la paz, esa pasmosa elasticidad con que las imaginaciones juveniles se sienten irre- misiblemente seducidas, lo mismo por la parte grata de la existencia que despierta con nosotros el deseo de entregarnos á dulces sentimientos, que por las asperezas de la vida que nos impul- san á acometer empresas difíciles y levantadas, tras de las cuales no se busca más premio que la satisfacción de haber vencido, de sentirse fuerte y animoso, todo esto late en los versos de Curros y le ha asegurado la jefatura, por decirlo así, de la juventud de Galicia, que se ve subyugada» por quien también es joven y tiene todos los subli- mes anhelos y los bríos de los que serán dueños del mañana. Ante ellos se abre un nuevo ciclo en que emular las proezas de los que ya conquista-

CURROS ENRÍQUEZ Y SU OBRA LITERARIA. 289

ron un jirón de gloria en que envolverse; ellos serán los que lleven la poesía gallega por los nuevos derroteros que las actuales tendencias señalan á todas las artes; ellos los que coronen el edificio que tantas víctimas ilustres ha costado, los que lleven á la plenitud nuestra poesía regio- nal. Curros amamanta á sus pechos esta legión brillante de poetas, que en sus versos beben el misterioso encanto de sus poesías, encanto sólo comparable al de algunos viejos poemas escan- dinavos, y ese vivísimo sentimiento de indepen- dencia que trae á la memoria el de los campesi- nos sardos. Los versos de Curros (los gallegos) están por completo libres de influencias extra- ñas, son por completo de la tierra á cuyo amor nacieron y cuyo amor anima cada una de sus estrofas. Y este amor pone en ellos tales acentos de verdad, tan poderosa fuerza descriptiva, tan amable encanto, que así como las novelas de Pereda despiertan el deseo de hacer un viaje á la Montaña, así los versos de nuestro poeta produ- cen en quien los lee vivo afán de conocer la tie- rra cuyos hombres hablan este admirable idioma en el que se pueden escribir tan lindas cosas. Los caracteres flsonómicos de nuestra raza, su vida, sus costumbres, sus desdichas, sus aspira- ciones, están en los versos de Carros trasladados con arte inimitable, arrancando á la verdad sus propios acentos: por eso se lee á Curros en las aldeas donde, aun en aquellos lugares que parece debían estar apartados de todo comercio litera- rio, no es su autor un desconocido.

10

290 M. CURROS ENRÍQUEZ

Lo que aún no puede saberse es adonde llega- rá. Su obra son, hoy por hoy, los Aires d'a miña térra, libro completo, aun desde sus primeras ediciones, que llena un vacío y cumple una mi- sión que ha separado la primera etapa de la vida del autor de las que en lo sucesivo recorra. Ini- ció su carrera con gloria. Mientras no nos pre- sente otro libro de importancia, en cuyas páginas esté escrito otro canto del poema de su existen- cia literaria, nada podemos prever, pues nadie sabe los anchos senderos por donde su musa continuará en lo sucesivo su carrera de triunfos

AUflELlO RiBALTA.

CURROS ENRÍQUEZ Y SU OBRA LITERARIA 291

LA REPÚBLICA Y SUS HOMBRES

(24)

Curros Enríquez.

Unid la más rica fantasía á la mayor profundi- dad filosófica, la ternura más exquisita y la ener- gía más viril; sentimiento artístico rayando en lo épico y patriotismo exaltado hasta la sublimi- dad; una lira de oro pulsada con diestra mano, arrancando acentos tan sentidos y poéticos que hacen vibrar las cuerdas más sensibles del cora- zón; forma robusta, armónica y cadenciosa en el verso; clásica, acerada, firme y siempre intencio- nada en la prosa: estos son los rasgos morales que caracterizan las obras del ilustre poeta galle- go, la fisonomía interna del escritor político Cu- rros Enríquez.

¿Quién no conoce sus Aires d\i mina ierra? ¿Quién como él ha sabido pintar esos cuadros llenos de melancólica luz que tan magistralmen- te pintan la región gallega? No, no hay un solo paisano suyo que no recite aquellos incompara- bles versos llenos de sentimiento y que traducen tan fielmente la nostalgia de los hijos de aquella

(24) Véanse las Notas del recopilador, que figuran después del índice de este tomo.

292 M. CURROS ENRÍQUEZ

Suiza española, tan mal juzgada por la inmensa mayoría de los españoles.

Allá en las verdes montañas de su país, en los risueños valles en que la Naturaleza brilla con esplendor incomparable, en las frescas riberas de sus poéticos ríos, en las playas de su mar Cantábrico y entre las abruptas rocas de sus cor- dilleras, preguntad al pastorcillo, al marinero, al paisano ó al labrador quién es Curros Enrí- quez, y os recitarán tiradas enteras de sus armo- niosos versos, impregnados de sentimentalismo alemán.

Y no solamente ha escrito como nadie en su dialecto; bien ha probado en El Caballero de Mal- ta el corte puramente clásico castellano; fuera inútil y prolijo hablar de las demás obras de este querido hermano en letras; mas no hemos de omitir en manera alguna sus Comentarios, que diariamente servía al público en El País, ¡Con qué vigor atacaba siempre el acto político vulne- rable! ¡Qué maestría para señalar siempre el de- fecto! ¡Qué acierto para el ataque y qué energía para la defensa! Sus comentarios políticos serán siempre página de gloria en la vida del escritor.

¿Que más vida pública ha de tener el que no ha tenido tiempo más que para sentir y expresar su sentimiento con esa forma admirable que tie- ne origen en el corazón ardiente del poeta, des- arrollo en su caldeado cerebro y manifestación en sus admirables composiciones?

Mas ¡ay!, como el atleta cansado del diario combate, abandonó las playas españolas por las

CURROS ENRÍQUEZ Y SU OBRA LITERARIA 293

fértiles riberas de Cuba: allí ha sido acogido por sus paisanos como su genio merecía, y está al frente de una importante publicación, y nosotros siempre lamentando la ausencia de aquel repu- blicano progresista de corazón, ardiente sacerdo- te de la idea y noble propagandista del derecho moderno, siempre en beneficio de los pueblos. La ausencia no debilitará el cariño y admira- ción que sentimos por el noble poeta é ilustre republicano, del cual, no ya la futura República española, sino la raza latina, de la que es, como nosotros, decidido campeón, esperan mucho, pues es uno de los más fuertes campeones del derecho político de los pueblos.

Vicente de la Cruz.

294 M. CURROS KNRÍQUEZ

TRIBUNA LIBRE

(2r>)

Curros Enríquez.

De los poetas regionales gallegos, es quien más cariño y más fama ha logrado haber en su tie- rra. Un tiempo luchó rudamente contra las envi- dias, hallando en los enemigos rencores impla- cables y sólo desamor en los hermanos. Su vida fué sañudo y constante batallar, con descansos fugaces de angustias y de penas. Por eso, al lucir la aurora dorada de la reivindicación, logró po- pularidad y cariño; que el pueblo, en virtud qui- zás de sabias intuiciones, únicamente se rinde ante el poeta cuando su obra es fecunda y es humana, cuando es verdadera obra de apóstol.

Desde hace ya mucho tiempo Curros Enríquez vivía en países lejanos. Vuelve ahora á su tierra, y el pobre llega enfermo, vencido por una lucha constante y dolorosa. Tal vez espera curarse res- pirando los aires de la región natal, bajo aquel cielo gris, con los olores agrestes de las campi-

(25) Véanse las Notas del recopilador, que figuran después del índice de este tomo.

CURROS ENRÍQUEZ Y SU OBRA LITERARIA 295

ñas y el canto saudoso de las zagalas. Mal de nos- talgia debe ser el suyo, y muy bondadosa es la influencia de cuanto hasta ahora sólo pudo ofren- darle el ensueño.

Pasea aún por las rúas de las ciudades y de las villas gallegas aquella su figura, un tiempo arrogante y varonil.

Los periódicos aroman con perfumes de in- cienso al hermano que viene adolorido y sin fuerzas. Toda la gente pudo oir voces santas, un- gidas con el bálsamo del amor, llenas con la fie- bre del entusiasmo: «Si alguna vez pasa á vuestro lado, descubrios. Ha luchado por vuestra reden- ción, ha sufrido por vosotros, á vosotros única- mente consagró su vida.» ¡Qué hermosas son es- tas palabras y qué alegría llevan á los corazones! Curros Enríquez vivió siempre en lucha; su voz alzóse ruda, obscureciendo todo otro rumor, vi- brante, apocalíptica. Él ha dicho con versos de gran belleza, acoplados en forma arcaica y gentil:

Triadas, miñas triadas. Que levadel-os tres ños D'as frechas envenenadas...

Miñas triadas valentes, Rachade os aires fungando Como fungan as serpentes...

Y á esta idea ajustó siempre su vida y su obra. Hasta él, la poesía gallega había sonado con ecos de lamentación doliente. Curros Enríquez co- menzó ya haciendo algo distinto. Fué su voz pri-

296 M. CURROS ENRÍQÜEZ

mera canto melodioso y dulce. Tiene estrofas de aquel tiempo donde los campos de Galicia pare- cen haber dejado todos sus aromas, todos sus colores. Vense allí los días siempre negruzcos, con la sonrisa pálida de un sol bien triste; se oyen esas baladas humildes de los pastores y hay en ellas olores de menta, de fresa en sazón, de resina húmeda, de flores silvestres... En estas poesías egiógicas duerme ya un secreto fondo que hace vibrar en el alma amargurada las cuer- das más íntimas del sentimiento. ¡Es que el poe, ta ve el paisaje de un modo suyo y llena la visión con fugaces resplandores de aquello que bien pronto había de explotar en cataratas de llamas iracundas!

Y cuando la nueva forma principia á iniciarse, los versos braman y rugen. Son constantemente una evocación á los humildes, una voz hermana que se revuelve contra los verdugos. Ondulantes y flexibles, cimbréanse como serpientes, ciñén- dose, mordiendo. Á veces llegan á movilizarse, y cada verso es una flecha de cristal candente. Parece que el poeta ansiara herir deslumhrando. Todo lo sacrifica á la causa de los humildes, de los vencidos. Oye el grito del anciano que va solo por la vida, ya que sus hijos han muerto en la guerra; y lo oye junto con el sollozar de los huérfanos y el gemir inconsolable de las viudas. Oye las cuitas del labrador que ve perderse sus cosechas; oye la voz amarga del que emigra en busca de pan... Estos dolores le invaden el alma; y sus versos, entonces, parecen ansiosos de todos

CURROS ENRÍQUEZ Y SU OBRA LITERARIA 297

los venenos y de todas las ponzoñas. Son casca- das de odio; se iluminan con luces de incendio...

Quieren los hombres amordazar al rebelde, al jabalí herido que los busca en vez de huir. Le condenan á varios años de prisión, le absuelven después... Y el poeta, lejos de enmudecer atemo- rizado, habla más fuerte aún, grita con vigor más grande. Sus versos, desde ahora, no son humil- des un solo instante, ni tienen jamás acentos dul- ces : corren como ríos de fuego por las campiñas, encienden en los corazones sentimientos ador- mecidos, van á estallar entre la alegría de los poderosos...

Cansino, al ftn, surcó los mares. Fué á Cuba. Su producción, lenta siempre, amenguó más desde entonces; pero su voz amiga no se mantuvo cons- tantemente en silencio. Siempre que fué necesa- ria, envió frases de consolación ó sonó con acen- tos de rebeldía. Yo recuerdo instantes en que gentes humildes lloraban grandes cuitas; y las recuerdo, en otros días, lamentando deslealtades crueles. Evoco al poeta, y su voz me parece el zigzaguear glorioso de un relámpago, ó la veo como una luz divina, que es para el alma bálsamo de gran dulzor.

Si alguna vez humilla algo el tono vibrante, aun entonces no son frivolos ni son infecundos sus versos; parecen el postrer sollozo de un arpa

298 M. CURROS ENRÍQüEZ

que cantó sólo victorias, y que al romperse vibra en gemidos ondulantes y trémulos. Viene á nos- otros enfermo. Viene buscando aires amigos que le den la salud del cuerpo y la paz del alma. Su obra es inmortal y es fecunda: nos lleva hacia nuevas visiones, engendra ansias de sublimo ^grandiosidad. Nacido en otro tiempo este poeta, al son de su lira hubiera, sin duda, infundido alientos en las huestes amedrentadas y hubiera guiado á los combatientes á la pelea: es aún uno de esos antiguos bardos que tenían á la vez in- vestidura de guerrero y sacerdote. Su voz reso- nará años y años sobre aquellas campiñas: las campiñas verdes y húmedas, donde cae mansa la luz del sol, donde cae mansa la lluvia perenne de los inviernos largos, donde las almas son hu- mildes y resignadas...

Yo siento amor gigante por el bardo y por su obra. Aquellos versos que vengo escuchando desde niño supieron darme á menudo alientos. Unas veces han alumbrado mi peregrinación, y otras veces han sido para como el divino as- tro de la leyenda bíblica, que señalaba el camino de los pastores.

Dicen bien los periódicos gallegos. En la figura de Curros Enríquez hay algo de sagrado. Viene ahora á la corte, y se hace preciso que sepamos cómo es en la vida; si es recio ó menudo de for- mas; si su barba, negra hace años, se ha encane- cido ya; si sus ojos brillan aún, profundos como en otro tiempo, animados por la luz interior de la idea. Es necesario conocerlo. Y entonces, cuan-

CURROS ENRÍQUEZ Y SU OBRA LITERARIA 299

do le veamos junto á nosotros, que nuestras ca- bezas se descubran como al paso de un apóstol ó de un Dios. ¡Sufrió por causa de los oprimidos y de los débiles, y en la pelea ciñó á su frente las espinas de todos los dolores y gustó con sus la- bios la hiél de todas las amarguras!

Francisco de Camba.

300 M. CURROS ENRÍQUEZ

HOMENAJE DE JUSTICIA

(26)

Hace ya bastante tiempo. Recuerdo que una tarde huroneaba por los rincones del desván de mi casa con esa curiosidad peculiar de la infan- cia, instintiva y destructora, que no se da por satisfecha hasta que no encuentra cosas nuevas y lo ha mirado y revuelto todo. Después de apar tar una infinidad de objetos de un montón en- contré, ¡oh dicha mía!, un inmenso cajón lleno de libros muy polvorientos y amarillos, pero que á me parecieron interesantísimos.

Y principié á sacarlos y ponerlos en el suelo, al mismo tiempo que miraba su título. ¡Qué de- licia tener tanto que leer! Pero ¿por cuál prin cipiaría? Aquellos novelones de Fernández y González eran demasiado voluminosos, y me acordaba del Gil Blas de Santillana, que me dio para leer mes y medio; La Araucana estaba im presa en caracteres tan diminutos que me can sarían la vista; los viejos folletines coleccionados de El Liberal y La Correspondencia no los quería

(26) Véanse las Notas del recopilador, que figuran después del índice de este tomo.

CURROS ENRÍQÜEZ Y SU OBRA LITERARIA 301

para aquel momento; me encantaban las viñetas de la Señorita del quinto piso, j hasta estuve por leer desde luego á Quintín Durvard; pero no, necesitaba saber lo que venía detrás.

Aquel cajón parecía inagotable, y yo, domina- do de un ardor febril, respirando el polvo que envolvían los viejos librotes, formaba en mi ce- rebro una confusa amalgama de nombres y títu- los. Por delante de mis ojos desfilaron las mejo- res producciones de Pereda, Balzac, Dumas, Es- pronceda, Xavier de Montepín, Pérez Escrich y otros muchos, juntamente con opúsculos de De- mófilo y antiguas colecciones de la Gaceta. De pronto, al coger un libro en rústica muy usado y maltrecho, se escapó una hoja suelta: eran unos versos preciosos en gallego. Me entusiasmaron de tal modo, que decidí leer primero, y antes que nada, aquella obra; me fijé en su título, y era Aires d'a miña térra; busqué el nombre de su autor, y vi escrito Curros Enríquez.

No se dónde había oído decir que Curros En- ríquez era enemigo de los cristianos y de los curas, y que el que tocase sólo sus libros cometía un pecado mortal que infaliblemente purgaría, tostándose en el infierno toda la eternidad. Sin embargo, cogí el libro y lo leí con ansiedad, por lo mismo que se me prohibía, y si admirable me pareció al principio, por grandiosa tuve al fin la genial inspiración de Curros. Y pensando en la campaña sin razón emprendida en contra suya, por reflejar en los ecos de su alma, que son sus versos, la verdad pura y diáfana exenta de incom-

302 M. CURROS ENRÍQUEZ

prensibles retóricas, levanté ya entonces en mi infantil pecho un altar de admiración al ilustre Curros y volví á guardar religiosamente el volu men en el fondo del inmenso cajón, mientras murmuraba entre dientes :

Si esto é xusticia Qu'o demo me leve.

II

Desde entonces he vuelto á saborear varias veces sus hermosas poesías. Y siempre me en- cantaron por esa inagotable armonía que, dando m.odalidad al pensamiento, nos conmueve; por el tesoro de ternura y delicadísimos sentimien- tos acumulados en forma tosca á veces; por esa viva compenetración del espíritu campesino y por los áureos resplandores brotados al calor de una inspiración fogosa que abomina del des- potismo, de la desigualdad y otras calamidades sociales, condensados aquéllos, bajo el marco del más dulce dialecto, en sus sentidas estrofas, me- lancólicas ó alegres, con su fondo inmutable de justicia, y todas sus poesías en que vaga esa nota melódica, sublime, arrobadora y fantástica, reco- gida en el puro manantial de concepción que prestan los dulcísimos valles y escarpadas mon tañas de la hermosa tierra gallega.

Y sobre todo, lo que hay que admirar es un acendrado cariño al suelo patrio, y ese espíritu

CURROS ENRIQUEZ Y SU OBRA LITERARIA 303'

moderno que se revuelve airado luchando con las opresoras garras de un clericalismo funesto y los podridos arquitrabes del armatoste social.

III

Por eso cuando supe hace pocos días que al insigne autor de A Igrexa fría se le había coro- nado en el Teatro Principal de La Coruña entre ovaciones delirantes, experimenté una inmensa alegría, la viva satisfacción que nos embarga cuando una idea nuestra se completa y armoniza, con la de otros.

Yo también pensé siempre que el vate gallego era acreedor á una recompensa, y por tanto, al dedicarle varias sociedades de Galicia una coro- na de oro y plata que simbolizase perpetuamente su admiración, no hicieron más que rendir un merecido homenaje al cantor por excelencia de aquella tierra, al famoso autor de Aires d'a mina térra.

Curros Enríquez ha sufrido inicuas persecu- ciones. ¿Quién no las sufre cuando se trata de levantar la voz en medio de esta atmósfera satu- rada del mayor nepotismo y de un ambiente de refinada hipocresía; cuando se protesta de fata- les imposiciones dogmáticas, y en el momento en que con patriótico anhelo se pide mucha luz y mucha justicia para caminar con paso firme en ese mar preñado de sombras obscurantistas que se llama sociedad? ¡Ah! Es necesario que haya.

304

M. CURROS ENRIQUEZ

muchos que se templen y acrisolen sirviendo de blanco á esas ruines asechanzas, porque será señal inequívoca de que la corriente de salvación €s impetuosa; es preciso que legiones enteras de hombres, imitando al insigne Curros, luchen denodadamente por extirpar del cuerpo nacio- nal el virus inoculador de la más creciente y es- pantosa de las ruinas.

Luis Méndez Calzada.

CURROS ENRÍQÜEZ Y SU OBRA LITERARIA 305

LITERATURA REGIONAL GALLEGA

iii)

Manuel Curros Euríquez y la nueva generación^

Mis simpatías y entusiasmos por la poesía ga- llega tuvieron origen en las páginas de un libro cuyo mérito me pareció insuperable : Aires d'a miña térra, de Curros Enríquez. Era yo demasia- do joven para haber oído hablar del poeta; pero á pesar de ello y de las dificultades que para tenía la lectura de su lenguaje, que me era extra- ño, no vacile en consagrarle mi admiración. De- letreando palabra por palabra, repitiendo estro- fa por estrofa, saboreando una por una aquellas hermosas composiciones conmovedoras, hondas, sinceras, intencionadas y viriles, sentía yo algo como la atracción de un imán poderoso que, ha- ciendo vibrar las fibras de mi alma con amor á la infortunada Galicia, despertaba en el deseo de pelear también por la hermosa región espa- ñola para hacerme digno de gozar en ella la soñadora paz de sus frondosos castañares, e) de- leitable encanto del habla, al que un filósofo inglés llamó el italiano de Occidente, la dulce cal-

(27) Véanse las Notas del recopilador^ que figuran después del índice de este tomo.

306 M. CURROS ENRÍQUEZ

ma de las escenas campesinas, la serena placidez de aquel cielo, cobijador solemne de proezas j glorias.

Después, tras algunos años, he sabido de Cu- rros Enríquez que nació en Celanova (Orense)^ que cursó la carrera de Derecho y fue desde sus mocedades periodista, y que los azares de sus campañas en la prensa y de su vida política le obligaron, primero á emigrar á Londres y des- pués á Cuba, donde desde entonces ha vivido soñando en su patria y deseado de ella.

Al estudiar más tarde la literatura de Galicia he podido, por mismo, apreciar la influencia grande que las obras de Curros han ejercido en la poesía contemporánea de aquel pueblo. Y no sólo en la poesía. Acaso el fuego sagrado de la patria gallega, mantenido cada vez con mayor entusiasmo y afán, se debe más á los emigrados ilustres que á los que no han dejado de pisar el patrio suelo. Al otro lado de los mares, el nom- bre sacratísimo de Galicia, diariamente bendeci- do y glorificado, preside corporaciones doctas, ilustrados diarios y revistas, libros y publicacio- nes notables. Defendiéndola y honrándola viven allí sus hijos, en ese vivo amor que enciende la ausencia de la tierra querida y que tan enardeci- damente inspira á los poetas, amor que llega lue- go hasta nosotros vigorizado por los ambientes que cruza y envuelto en las más sanas y fecun- das oleadas de regeneración y progreso.

Mariano Miguel de Val.

CURROS ENRÍQUEZ Y SU OBRA LITERARIA '307

EN BLO&IO DEL POETA

(28)

Transformada una vez en ave de pío dulcísi- mo y alas de nieve, de las que anidan en los cam- panarios, bañándose en luz celeste y en las ondas del incienso que trasciende de la nave, canta una tradición devota y popular, aprendida de los labios de su madre, y con tan sincero fervor como casi no es posible que brote de un ánimo ajeno del todo á las creencias en que se inspira

RvDo. P. Francisco Blanco García, f

(Fraile agustino, profesor del Real Colegio del Escorial

y autor de La Literatura Española

en el siglo XIX.j

: (28) Véanse las Notas del recopilador, que figuran después del índice de este tomo.

308 M. CURROS ENRÍQÜEZ

«EL PAÍS» Y CURROS ENRÍQÜEZ

(^9)

Seguimos hoy bajo la dolorosa impresión que nos causó en la madrugada de ayer la noticia de la inesperada muerte de nuestro antiguo compa- ñero, el gran poeta Curros Enríquez.

Habremos de dedicarle en números sucesivos repetidos recuerdos con la ternura que se con- sagra á un hermano muerto.

Hoy sólo escribiremos algunas líneas biográ- ficas.

Nació Curros en Celanova (Orense), en 1851. Su padre era notario en aquella población, muy bien reputado por su inteligencia y sus virtudes verdaderamente austeras.

Pero chapado á la antigua ó intransigente en materia religiosa, estalló en el hogar paterno una verdadera tempestad el día en que el adolescen- te Manuel Curros reveló, no sabemos si en escri- tos ó palabras, que ya no estaba de acuerdo con las prácticas y las creencias ultracatólicas de su padre.

Además, éste consagraba á su hijo á la carrera notarial. Imaginaba en él un fidelísimo deposita-

(29) Véanse las Notas del recopilador, que figuran después del índice de este tomo.

CURROS ENRÍQUEZ Y SU OBRA LITERARIA 309

rio de su archivo y de la fe pública de aquella comarca. La protesta literaria del hijo enojó tan- to al padre como su protesta religiosa.

Vino el rompimiento. Curros abandonó la casa paterna con lo puesto. Jamás su padre transigió con él. Hombre de carácter férreo, vivió hasta cerca de los noventa años sin querer oir hablar de los triunfos del poeta y mucho menos de sus campañas librepensadoras. Murió sin haber leí- do ni un solo verso de su hijo, y éste no volvió á cruzar el umbral de la casa paterna. Fué aquél el choque de dos trozos de granito de la misma cantera, porque Curros era tan entero, adusto y noblemente intransigente como su padre.

Adaptada á los tiempos modernos, aquélla fué una escena semejante á la del joven Cid con su padre Diego Laínez, cuando éste pone á prueba la paciencia del futuro Campeador.

Bien joven, pues, casi niño, sintió Curros las amarguras de las luchas por el ideal y por la existencia, que debían de ser su corona de glo- ria y de martirio.

Vino á Madrid, y no tardó en darse á conocer como insigne periodista. Durante la guerra civil fué corresponsal y cronista, corriendo los riesgos del combatiente en más de una ocasión.

Rupublicano de toda la vida, en la Prensa del partido halló constante acogida y cariñoso y de- bido amparo.

En 1880 publicó sus famosos Aires d'a miña terrcty versos gallegos de exquisita factura, llenos del sabor de la pequeña patria, pero con hori-

310 M. CURROS ENRÍQUEZ

zontes sobre España y Europa y con el ambien- te de libertad de la poesía moderna.

El fanático clero gallego persiguió las poesías de Curros Enríquez. Fué procesado, fué conde- nado en primera instancia por sus herejías líri- cas en las composiciones que se han hecho céle- bres, A Igrexa fría, Pelegrinos á Boma y Mirando 6 chau. La Audiencia le absolvió.

Fué aquélla una de las más escandalosas per- secuciones inquisitoriales con que la Restaura- ción avergonzó á España ante Europa, período que empezó con Curros Enríquez, siguió con Rizal y aun continúa ofreciéndonos el espectácu- lo de condenados á presidio por anticatólicos, ni más ni menos que en los tiempos de Felipe II.

He aquí algunos de los libros más hermosos del gran escritor : El Padre Feijóo. obra dramá- tica; O Divino Saínete^ poema; M collar de perlas, novela; Paniagua y Compañía, novela; El Maes- tre de Santiago, poema legendario, y otras muchas leyendas y poesías.

Los últimos días de su vida los consagró al periodismo casi por completo, redactando el Diario de la Marina, de la Habana. -

Allí ha muerto en la tarea devoradora y casi siempre anónima del periodista. Seguramente que la posición que supo conquistarse en Amé- ca no bastó nunca para hacerle olvidar la lejana patria y los días luminosos de escaseces, de ins- piración y de lucha de su primera juventud.

CURROS ENRÍQÜEZ Y SU OBRA. LITERARIA 311

GORROS ENRÍQOEZ Y Lfl PREHSfl GORflNII

(30)

(Con motivo de la muerte del poeta.)

El Diario de la Marina : Desde que la enfermedad le postró vivimos bajo la tortura de una obsesión angustiosa. Día por día, hora por hora, llegaban tristes noticias de nuestro amado enfermo. Cada momento también fingía el cariño una esperanza, y con ella nos en- gañábamos. Curros parecía no esperar; avanzaba hacia la muerte con entereza no sobrepujada por ningún hombre, con el consuelo de haber vivido fecundamente. Se dejaba conducir sereno hacia el país del reposo, y reposar parece desde que, al fin, cayó rendido.

Quién era, lo que valía, lo que su espíritu ate- soraba, lo que hizo en su penosa carrera de la vida, sólo una pluma pareja de la suya pudiera escribirlo; una pluma como la suya es la sola dig- na de su elogio. Necesitaríamos, además, no sen- tir tanto como ahora sentimos para escribir una

(30) Véanse las Notas del recopilador, que figuran después del índice de este tomo.

312 M. CURROS ENRÍQÜEZ

apología. Conturbado nuestro ánimo por dolor acerbísimo, apenas si nos es dado trazar con lágri- mas estas líneas, expresión torpe de nuestros sen- timientos en esta hora solemne en que aun con- servamos indeleble la impresión de la agonía y muerte de nuestro grande amigo.

Curros Enríquez era como una luz en la comu- nidad de nuestras tareas; su mesa de trabajo pa- rece aguardarle todavía; hoy, sola y abandonada, parece que encierra en la flor de los misterios del alma de su dueño, que á ella se confiaba abiertamente, en toda la plenitud de sus intimi- dades y en toda la extensión de sus desventuras.

Porque Curros Enríquez era también un már- tir: el infortunio se hizo amante de su vida. Pero de los labios del hombre valeroso jamás brotó una queja. Cada golpe, cada mordedura, cada pena le encontraban más fuerte. Su voluntad trazó recta la senda, y j)or ella caminaba sin vol- ver atrás las ojos, siempre noble, siempre bueno, siempre magnánimo, como si aquel golpear con- tinuo de la desgracia no sirviera más que para templar sus energías y purificar más y más el vigor de sus propósitos.

Tristezas en su vida y en su canto fueron los galardones de su honradez. Y él supo dar á los de- más sus propias tristezas convertidas en mieles. >

El Avisador Comercial:

«La Prensa de Cuba ha perdido uno de sus más preclaros miembros; las letras españolas uno de sus maestros más insignes; la poesía un sacerdo-

CURROS ENRÍQUEZ Y SU OBRA LITERARIA 313

te ejemplar; Cuba un enamorado, y nosotros un compañero que respetábamos y queríamos.»

El Mundo :

<E1 hombre fué un león con las zarpas cubier- tas de flores.

El poeta fué una estrella que brilló melancóli- camente en el cielo del Arte, bañando de luz sua- ve los abismos de la conciencia humana.

El literato fué un mágico prodigioso, cuyas ideas, al cristalizar en la cuartilla, semejaban be- llos cisnes que surcasen un lago fosforescente.

El periodista fué una abeja de aguijón brillan- tino, que hería sin zumbar, pero en lo más pro- fundo de su adversario.

Hijo de una raza fuerte, nacido en una tierra soñadora, educado en el fragor de la lucha, su voluntad no conoció límites, su espíritu abrióse al sentimiento artístico, su mentalidad floreció como un cerezo de marzo.

Galicia, cuna de tantas inteligencias superio- res, le dio la elasticidad de su fiero mar, la sono- ridad de sus anchas rías, la placidez de sus tran- quilos valles, la elevación de sus robustas crestas y la más inefable de todas sus gaitas.

De ahí surgió el vate insigne, el prosador ilus- tre, el combatiente incansable de la Prensa.»

La Unión Española:

<fEl poeta de Galicia ha muerto.

Su vida fué un canto de amargura dolorosa.

Nosotros le lloramos como sintiendo todo el

314 M. CURROS ENRÍQUEZ

pesar de una desgracia propia, que nos hiere en ese fondo noble del alma, adonde el amor frater- nal reside y la gratitud tiene su asiento.

Él, caballeroso, apóstol cruzado en la orden sin reglas de la más augusta nobleza, era espejo de hidalguía, honrado sin tacha, luchador sin desmayo, corazón de artista y genio singular... Era el noble aventurero que paseaba por el mun- do un génesis en la mente y un evangelio en el pecho.

Esos hombres como Curros son glorias vivien- tes; glorias sin pedestales de granito; glorias ex- celsas que alientan, deslizándose tristes y dolien- tes entre esta bulliciosa mascarada social...»

La Lucha :

«No podía vivir. La muerte implacable le ace- chaba, y por muchos que fueron los desvelos de la Ciencia, los cuidados de sus amigos y las ple- garias que se elevaban al Cielo, sus días estaban contados, y á las nueve y veinte minutos de esta mañana exhaló el último suspiro. .

La noticia de la muerte del poeta gallego, es- critor insigne y hombre todo bondad y todo cariño, será recibida en todas partes donde se habla el castellano con verdadero dolor.

Manuel Curros Enríquez era un gran estilista, un maestro del idioma. Sus producciones mere- cían la mayor estimación. Sus conterráneos ado- raban en él. Y cuantos disfrutamos de su amable trato aprendíamos muy pronto á quererle y á estimarle.

CURROS ENRÍQUEZ Y SU OBRA LITERARIA 315

Ya no existe. Nos sentimos muy contristados al escribir frase tan tremenda, y nuestro dolor pugna por manifestarse con lágrimas.

Descanse en paz el hombre ilustre, el buen amigo, el excelente compañero.,.»

La Discusión :

«La muerte tiene también sus reciprocidades: ese duelo del Diario velando las primeras lumi- narias de la víspera con los negros cortinones del dolor, haciendo de la casa el hogar del com- pañero muerto, dedicándole frases que se escri- ben con lágrimas y conceptos que brotan del corazón, y circundando el cadáver de todas las muestras del amor y de todas las pretensiones del sentimiento, son para Curros una compensa- ción; él tenía al Diario un amor inmenso, y el Diario le corresponde como él lo hubiera desea- do y agradecido. No siempre impera esa relación de justicia y de armonía, ni en la muerte ni en la vida.

Á Curros escritor, poeta, periodista, caballero y patriota le conocían todos: á Curros íntimo, muy pocos.

Su fondo bondadoso, tierno, generoso y hasta infantil estaba velado por una coraza de corte triste y casi huraño: los sufrimientos de su vida habían amargado y endurecido su exterior. Pero en lo íntimo era cada vez más sensible, más bon- dadoso y más dulce.

De ese doble aspecto de su personalidad, tan combatida por el infortunio y tan abrillantada

316

M. CURROS ENRIQUEZ

por la bondad, derivaba la consecuencia de que no fueran muy numerosos sus amigos particula- res; pero el que lo trataba, el que lograba comu- nicarse con el Curros íntimo, ése le tomaba in- tenso, profundo é inextinguible cariño.»

CURROS ENRÍQUEZ Y SU OBRA LITERARIA 317

MA&NA OFRENDA ""

Curros Enríquez.

Espíritu abrasado de sed de lo infinito; Alma que ardió inextinta cual taza de incensario; Llevaste en tus entrañas un buitre solitario Que retorció tu Boca con un eterno grito.

Formó una iglesia fría con aras de granito Tu congelado culto sin luz y sin sagrario; Rezaste con blasfemias, grandioso visionario,

Y en versos inmortales quedó tu rezo escrito.

Están en tus estrofas cual garfios vengadores. Colgados como en horcas, los viles y opresores Que son de la justicia baldón y vilipendio.

Lanzas los trenos hondos del agrio Jeremías; Escupes á los cielos las brasas de Isaías,

Y tienes en la lengua los filos de' un incendio.

(31) Véanse las Notas del recopilador, que figuran después del índice de este tomo.

318 M. CURROS ENRÍQÜEZ

II

Alma que fuiste sátira, blasfemia y alarido; Fué tu blasfemia espada, fué tu alarido trueno, Fué bisturí tu sátira nutrida de veneno Ó barra de nitrato de plata enrojecido.

Ardió tu vida en trenzas de fuego retorcido; Tu risa fué piqueta, tu burla duro freno,

Y siendo á un tiempo mismo Luzbel y Nazareno, Retaste á Dios y á un tiempo lo amaste conmo-"

[vido.

¡Y bien!, ahora es el cielo tu cúpula gigante; Un buque audaz, el seno de tu ataúd triunfante; Tu séquito, la raza que consagrarte quiere.

Y es órgano el Atlántico con salmos de pro-

[fetas Que extiende sus rodantes millones de trompetas

Y canta á lo infinito tu inmenso Miserere,

m

Un rayo hecho corona puso en tu sien la ira; Te dio dardos terribles el dios de las batallas; Sitiaste con tus versos de lumbre las murallas Y la ciudad cercaste con lenguas de una pira.

De tu flechero rojo salió mortal la vira Que atravesó los cascos y las guerreras mallas;

CURROS ENRÍQUEZ Y SU OBRA LITERARIA 319

Para morder el pecho de inicuos y canallas Seis víboras por cuerdas atéstele á tu lira.

Y vienes con tu torvo cordaje de culebras Que seis monstruos retiene por seis trágicas he-

[bras Y forman un azote que atónito contemplo.

Y en tu Pegaso ardiente con crines de chis-

[pazos, Marcando en las espaldas tremendos latigazos, Como una tromba bíblica penetras en el templo.

Salvador Rueda,

320 M. CURROS ENRÍQUEZ

Fragmento de un artículo necrológico dedicaio á Curros Enríguez. '""'

En el teclado del divino órgano de la sublime poesía, tan sólo les es permitido poner las manos á muy pocos. Apenas si aparece uno que sepa ta- ñerlo de siglo en siglo para cuidar de que no se deteriore del todo. Los impíos, los blasfemos y los míseros desaprensivos, carecen de fuerza para mover sus teclas: Dios habita dentro de él y sólo al que le siente y adora dentro de mismo, le es dada la merced de arrancarle majestuosas armonías.

Curros Enríquez se acompañó en él sus can- tos, compuestos del gemir de pechos, del llorar de ojos, del anhelar de almas y del rugir de gar- gantas oprimidas por los verdugos de su idola- trada tierra.

José Ojea, f

(32) Véanse las Notas del recopilador, que floran después del índice de este tomo.

CURROS ENRÍQUEZ Y OBRA LITERARIA 321

LA REBELDÍA DE CURROS

(33)

El discordante de la normalidad de la vida so- cial, á quien sólo mueve el propósito de satisfa- cer concupiscencias, es un rebelde nocivo que debe ser atajado por todos los medios de repre- sión en sus egoístas empresas.

El caballero de un ideal que con espíritu puro, y despreciando los beneficios mundanos, force- jea para vencer las resistencias que le cierran el paso, es digno en su lucha de la más alta estima- ción, porque con el poderoso influjo del ejem- plo vigoriza á los débiles enervados por la rutina de las mezquindades cotidianas.

La vida de nuestro Curros, desde su adolescen- -cia hasta su muerte, fué la de un rebelde contra todo género de imposiciones; pero ¡qué rebeldía la suya! Poseedor de todo un tesoro de exquisi- tos sentimientos y de elevadas concepciones, lo prodigó sin calculadas reservas en la satisfacción de anhelos ideales, rechazando con olímpico des- dén sugestiones de medro personal.

Curros fué de los que elaboran en la dignifica- ción de la Humanidad, menospreciando el mun- do y concentrando todas sus facultades de altí- simo poeta en conservar la inmaculada pureza del hombre interior.

José Rodríguez Carracido.

(33) Véanse las Notas del recopilador, que figuran después del índice de este- tomo.

21

M. CURROS ENRIQUEZ

El Ultimo a]3razo.

ALBORADA

Sus últimos versos. ''''

No esperábamos la fatal noticia. Sabíamos que una afección reumática articular le retenía en el lecho, pero no podíamos suponer que complica- ciones de carácter cardíaco habían de arrebatár- noslo para siempre.

¡Pobre Curros! ¡Con qué crueldad y con cuánta saña te ha herido el destino! ¡Pobre!, ¡pobre Ga- licia! ¡Con cuánta injusticia te arrebatan tus pro- ceres y sucumben tus dioses y desaparecen tus ídolos!

Él, sin embargo, parecía presentir su próximo fin. Á raíz, precisamente, de su viaje á Galicia, reverdecida entonces la flora gallega con el sa- ludo cariñoso del genio, hoy mustia, descolorida é inodora con su muerte, hermanos nosotros en sentimientos y aspiraciones, estrechamente uni- dos por vínculos sagrados de un afecto personal inquebrantable, pronto recibimos de él cariñosa salutación, en que nos decía :

«No quiero referirle nada respecto á la velada, pues harto me conoce usted, y sabe cuan opuesto

(34) Véanse las Notas del recopilador, que figuran después del índice de este tomo.

CURROS ENRIQUEZ Y SU OBRA LITERARIA 323

he sido siempre á demostraciones de esta índole. La de que se trata es un cáliz amargo, que me sentará como todas las pócimas que llevo toma- das desde mi enfermedad, y que me hará más daño, porque ésta, como sucede con todos los favores, no podré devolverla. Semejante agasajo en otra edad me hubiera estimulado; hoy, des- pués de lo sufrido, me entristece profundamente y lo considero una fiesta fúnebre, una especie de entierro á que me hacen asistir en vida, como dicen que asistieron á los suyos D. Juan de Ma- nara y Carlos V el Emperador...

» ... Haré presentes sus recuerdos á los com- pañeros de redacción del Diario, cuando llegue á la Habana; pero antes de marcharme tendría sumo placer en darle mi abrazo de despedida, qtie ya será el último, porque esto se va. Y las señas son mortales : ¡me aclaman! ^>

Del alma gallega, de aquella alma grande y gloriosa de la patria, procedía la excitación, y por realizarla era indispensable esforzarse. No transcurrió entonces mucho tiempo. Abrazados estrechamente dos días después; repetido el abrazo á bordo del vapor que á Curros con- dujo á Cuba, aquel abrazo fué el último en que se confundieron nuestros pechos : el del maes- tro con el del discípulo, el del hermano con el del hermano: la luz esplendorosa y radiante del sol de las musas, con la pálida y mortecina de la luciérnaga poética.

*

324 M. CURROS ENRÍQUEZ

Afirman algunos que la lira del poefea había enmudecido en las últimas épocas. No es exacto. Organizada en la Habana, hace unos tres meses, por el orfeón Ecos de Galicia, una velada necro- lógica á la memoria inolvidable de Pascual Vei- ga, arbitrando recursos, á la vez, para erigir una estatua en Mondoñedo al inmortal autor de la Alborada, en esa velada tomó parte Curros, leyen- do magistralmente, como él sabía hacerlo, una hermosísima composición, intitulada también ¡Alborada!, que valió al poeta aclamaciones y vítores inenarrables. Era la voz de la patria, re- presentada allí por su cantor excelso y glorioso, en honor á la inspiración y al genio de la músi- ca popular gallega.

No quiso Curros publicar entonces aquellos inimitables versos, los últimos que su lira con- sagró á Galicia. Deseoso el Diario de la Mari- na de reproducir ¡Alborada! en sus columnas, el poeta resistió cariñosamente el ruego de los su- yos, alegando que tenia preparados para dará la imprenta los últimos versos que él consagraba á su patria bien amada, entre ellos los que él leyera la noche anterior en el Teatro Nacional del Cen- tro Gallego.

Nunca, tierra querida, más grande y más glo- riosa, si en estos instantes, al enlutarse tu lira y al desaparecer por siempre tu egregio cantor, el cantor inimitable de Aires d'a miña térra, te aprestas á recoger, como reliquia gloriosa, las últimas inspiraciones del poeta, y á perpetuar su nombre erigiéndole soberbio mausoleo, edi-

CURROS ENRÍQUEZ Y SU OBRA. LITERARIA 325

tando sus obras, cubriendo de flores su cadáver, jurando sobre su cuerpo inerte defender cons- tantemente sus ideales de redención, las aspira- ciones perennes de aquella alma pura y noble, cuyas ansias constituían anhelos de justicia, afa- nes de reivindicación y de gloria para su patria bien amada.

¡Adiós, Curros; hermano, hermano querido! ¡Sobre tu tumba, flores y lágrimas, mías y de los míos, besos y oraciones, habrán de recordarte perdurablemente la devoción y el cariño que por ti sentíamos!

¡Adiós; y pues tus únicos afanes fueron siem- pre en la vida el porvenir y la grandeza de Gali- cia, vela, vela desde lo alto donde moras, á los pies de aquella Virgen Santa, á cuya veneración consagraste en Aires d'a miña térra estrofas su- blimes é inmortales, por que en tu tierra idola- trada resurja la voz de los precursores, llevando al corazón afligido de Galicia los consuelos y esperanzas de una era de redención y próxima justicia!

Ramón Armada Teijeiro.

326 M. CURROS ENRÍQUEZ

¡MUERTO, AHÍ OS VA! '"'

Los restos de Curros Enríquez.

Rumbo á la tierra de sus ensueños, Rumbo á Galicia, que tanto amó, Van los sagrados restos del vate Que aquí expiró.

Vivió soñando con que la muerte En él su presa no hiciera acá. Cayó vencido, pero no importa; ¡Muerto, ahí os va!...

Buscadle un sitio donde repose En el regazo de esa región. Por la que el bardo vertió á torrentes Su inspiración.

Hacadle el lecho junto á su casa, Junto á la cuna donde, al nacer, Salió á la vida tras de la gloria, Para volver...

(35) Véanse las Notas del recopilador, que figuran después del índice de este tomo.

CURROS ENRÍQUEZ Y SU OBRA LITERARIA 327

Cubran su tumba las florecillas Que perfumaron su vida allá. Sobre ella el ave lance los trinos Que al aire da.

Arrullen siempre su sueño eterno El riachuelo murmuradjor,

Y de los bosques el imponente

sordo rumor.

Que así tranquilo duerma el poeta •Que de Galicia lejos murió. Ese concierto serán los ecos

De aquella lira que enmudeció.

Cuando á vosotros lleguen sus restos, Cuando su cuerpo veáis después, El alma suya no reclamarnos, Nuestra no es.

Cerró los ojos, lanzó un suspiro,

Y en él envuelta voló hacia allá. El alma inmensa de aquel poeta

Ya por Galicia vagando está.

Adelardo Novo Y Brocas.

328 M. CURROS ENRÍQÜEZ

EL PROSCRIPTO DE HLPIENDeRES fl GORROS ENRÍQÜEZ

Cal pino de Breogán alto e subido, Manífico, arrogante, N-a ruda canle erguido Dereito e ben seguido, Armonioso e xigante Quezáis de edra cinguido Cando cae ferido Pol-os duros flos d'a segur cortante; Que sua pompa manífica en redondo Soe espallar con fragoroso estrondo.

E astillazos e polas,

E ramas e carolas,

E arpados arumes Niños de sinfonías e queixumes,

E armoniosos ramaxes

Que somellan cordaxes;

Instrumentos acordes

Por natura concordes A distancia grandísima espallados Como nobres trofeos quebrantados.

(36)

(36) Véanse las notas del recopilador, que figuran después del índice de este tomo.

CURROS ENRÍQUEZ Y SU OBRA LITERARIA 329

Tal ti, Curros amigo,

Eterno honor d'o noso Chan antigo;

Certo caestes non inadvertido, En un momento breve, Non como cousa leve, Que lanza un leve ruido; Mais como cousa grande Que o seu sonido espande,

Con un forte e grandísimo sonido.

Certo, tua caída estrepitosa Chorará para sempre Erin piadosa.

Eduardo Pqndal.

330 M. CURROS ENRÍQUEZ

Á CURROS ENRÍQUEZ

(37)

Insigne poeta, alma del alma gallega y gloria de España entera: caíste por la ley del cruel des- tino impuesta al hombre...

Prescindiendo ahora de lo que algunos han dado en llamar anverso y reverso de la brillante medalla de tu labor, saber me basta que la mágica armonía de tu lira fué el soberano aliento del mismo Rey de la Creación, que en tu alma des- pertó el sentimiento de lo bello, de lo grande y de lo sublime, para cantar A Virxe d'o Cristal, a imaxe santa cVa bendita Nay de Dios!,,,

José María Riguera Montero.

(37) Véanse las Notas del recopilador, que figuran después del índice de este tomo.

CURROS ENRÍQUEZ Y SU OBR\ LITERARIA 331

UN MUERTO ILUSTRE '

m

Cuando el cable transmitió la infausta nueva del fallecimiento del insigne poeta Curros Enri- quez, un grito de dolor y de indecible angustia se dejó sentir en todos los ámbitos de la región gallega. No debe causar sorpresa esta unánime explosión del duelo regional provocado por la muerte de un ingenio esclarecido, que dedicó á Galicia inspirados é imperecederos cantares.

Los dioses mayores se van. Hace pocos años se nos fué Rosalía de Castro, musa elocuente del dolor, de la ternura y del sentimiento; la siguió luego Valentín Lamas Carvajal, á quien la vida del campo arrancó conmovedores acentos, y ahora echamos de menos á Curros Enríquez, cuyo numen, abierto á los ideales del espíritu moderno, imprimió á la poesía galiciana nuevos rumbos y vigorosos derroteros.

Valentín Lamas, Rosalía de Castro y Manuel Curros forman una trilogía poética, que bastaría para repoblar nuestro Parnaso, si no contase éste antes de ahora, por fortuna, con vates renom- brados, que son timbre de gloria para la afortu- nada región en que vieron la luz primera.

(38) Véanse las Notas del recopilador, que figuran después del índice de este tomo.

332 M. CURROS ENRÍQUEZ

Curros Enríquez residía últimamente en la Ha- bana, en esa hermosa perla de las que fueron, hasta hace poco, Antillas españolas; pero su alma continuaba siendo gallega y su corazón latiendo al unísono de los nuestros. Galicia era el enérgico imán de sus afecciones, el preferente objeto de su culto, la prodigiosa hada que tejía con hilos de oro la urdimbre de su existencia y que miti- gaba las contrariedades que la amargaban.

En el hermoso drama de Schiller, Marta Stuar- do, hay un episodio conmovedor. Momentos antes de subir al cadalso aquella hermosa cuanto des- graciada reina, encargó á uno de sus leales ser- vidores que le extrajesen, después de muerta, el corazón y lo llevasen á Francia; y luego exclamó : Siempre lo tuve allí. Algo parecido habrá pasado por la imaginación de Curros Enríquez en el momento postrero, pues su corazón siempre lo tuvo aquí y aquí vuelve ahora, aunque, por des- gracia, insensible y yerto, saludado con efusión por todos los corazones gallegos.

Porque Curros Enríquez amaba á Galicia, como O'Connell á su Irlanda, con delirio, con frenesí, con el mismo amor que se quiere a una esposa ó á una madre. No se apartaba su memoria de la encantadora Suevia, de sus floridos vergeles, entre los cuales se yergue la blanca torre de la iglesia parroquial; de sus frondosos bosques, que parece como que guardan misteriosos el dolmen sagrado; de las rientes colinas, do se asentaron un día los antiguos castros ó los roque- ros castillos medioevales; de sus azuladas rías,

CURROS ENRÍQUEZ Y OBRA LITERARIA. 333

en las cuales la suave brisa gime dulcemente al hinchar la blanda lona; de su purísimo cielo, dotado de tan serena hermosura; de sus verdes maizales, por los cuales corre el huraño jabalí acosado por bulliciosa trailla; de sus poéticas verbenas, de sus bulliciosas ferias y de sus ale- gres romerías. Todos estos recuerdos de la pa- tria debían desfilar por su mente en óptica ilu- soria; pero al volver á la vida de la realidad y al contemplarse ausente de los lugares que sonrie- ron á su infancia, entregaríase probablemente á las mismas lamentaciones y tristuras que el pue- blo israelita cuando lloraba sus cuitas bajo los sauces de Babilonia.

Á quien sintió amor tan intenso por la peque- ña patria, no puede por menos ésta que signifi- carle profunda gratitud é imperecedero recuer- do. Al hacerlo así, Galicia patentizará á los extra- ños que siente con un solo corazón y piensa con una sola cabeza.

Yo sólo puedo tributarle mi admiración des- cubriéndome é hincando la rodilla ante los ilus- tres restos del inspirado autor de Aires d^a miña térra, de A Virxe d^o Cristal y de otras composi- ciones magistrales con que ha enriquecido la poe- sía gallega.

José Antonio Parga Sanjurjo.

334 M. CURROS ENRÍQUEZ

UN RECUERDO.-UNA PROPOSICIÓN

(39)

Conservo de Curros Enríquez el dulce recuerdo de la Nochebuena de 1876, que pasamos juntos en Madrid. La lucha por la vida en malas condi- ciones acentuara la misantropía de su carácter, y aquella noche estaba triste, muy triste. La falta de preocupaciones de mi situación de estudiante, me permitieron extremar en aquella noche la alegría, compañera de los pocos años, y al en- contrarse en casa del amigo Vázquez Reyes su melancolía y mis expansiones, tuve la suerte de contagiarle. Pasamos todos una Nochebuena ri- sueña, y cuando los dos solos, discurriendo hasta la madrugada por las calles de Madrid, hablába- mos de la tierra, había en su corazón alegrías y esperanzas, y con ellas alientos para la lucha. Los editores que rechazaban su novela Paniagua y Compañía eran su pesadilla, y juntos visitamos los días siguientes á muchos, sin obtener espe- ranza alguna.

No he vuelto á verle; sólo conservo de él el recuerdo de su rostro serio y triste y de su mi- rada vaga y profunda, propia de quien mira más

v39) Véanse las Notas del recopilador, que figuran después del índice de este tomo.

CURROS ENRI'qUEZ Y SU OBRA LITERARIA 335

hacia el mundo de su espíritu que al mundo ex- terior.

Y conservé este recuerdo porque entonces era ya para el verdadero poeta de Galicia. El can- tor de nuestra alma gallega, tan dulce, pero tan complicada.

Hoy que su cuerpo viene á descansar en la tie- rra que amó tanto, es la ocasión de que al salu- dar sus restos se rinda á su espíritu el merecido homenaje.

¿Cual será el mejor?

Curros Enríquez era un gran poeta. Pero sus versos escritos en gallego, sólo pueden hoy hacer vibrar el alma gallega; para el resto del mundo es un desconocido, por la imposibilidad de leerlo.

¿Por qué no hemos de poner en castellano sus poesías para que toda España y la América espa- ñola le lean? ¿Para que después puedan ser tra- ducidos á otros idiomas?

Este es el homenaje' que me atrevo á proponer para nuestro poeta regional. Que ocupe entre los poetas españoles el elevado lugar que le corres- ponde; que todos puedan saborear las bellezas literarias y la profundidad de pensamiento de A Virxe cVo Cristal y de Mirando ó chau. Que los versos de Curros Enríquez, como los de Bécker y Campoamor, los recite y los sienta toda la juven- tud española: la de la Península y la de América^

Manuel Olivié.

336 M. CURROS ENRÍQUEZ

iCURROSI"

0)

No precisamos hacer la apología del poeta muerto; bástanle sus brillantes versos, llenos de sentimiento y de fantasía unos; de escepticismo y de ternura inefable casi todos.

Entre varios de sus panegiristas que acuden ahora á rendir el último tributo al excepcional vate, algunos, llevados de un espíritu de secta, expresan que fué un conocido poeta, apostro- fándolo de impío; y otros, de ideas abiertamente contrapuestas, enorgullecen se en tildarlo de in- crédulo.

Curros no ha sido lo que pretenden demostrar esos espíritus sectarios; ha sido y seguirá siendo nuestro primer cantor gallego, porque ante todo fué un alma cristiana; y el que lo dude, desconoce en absoluto la hermosa filosofía que entrañan sus rimas admirables,..

5¡C *

Pondal, el gran Pondal, no el bardo arisco, <3omo le denomina un inocente escritor, sino el bardo de las sentimentales baladas, nos escribe

(40) Véanse las Notas del recopilador, que figuran después del Índice de este tomo.

CURROS ENRÍQÜEZ Y SU OBRA LITERARIA 337

desde su poética morada de Puenteceso, llorando la muerte de su hermano Curros:

«Fué un soldado extremo dice de la rege- neración de nuestra Galicia por medio de la Poe- sía y de las Letras. Estos soldados no deben mo- rir sino ocupando un lugar en la batalla de los intelectuales, bien diferente de los hombres polí- cos en su mayor parte, que no hacen más que destruir y alborotar... >^

* *

Más que amigo, fue el poeta nuestro hermano mayor, cuyos consejos observábamos con aque- lla religiosidad á que obligaba el gran cariño que nos tenía.

En sus últimas cartas, escritas hace poco tiem- po, nos decía:

« ... Esta la trazo con fiebre. No es nada; una jaqueca fuerte; pero no puedo fijar la vista. Adiós y recuerdos á todos... »

«Probablemente, en abril espérame. Prepára- me mi cuarto de Sergude... ¡Qué paz hay allí tan cara á los espíritus dolientes como el mío!...»

Y efectivamente, el nunca bien llorado vate cumplió su palabra: en la fecha que marcó llega- rá su cadáver, que recogerá con amor la tierra á quien él amó tanto...

4: * ¡If

Curros guarda perfecta analogía con el cantor de Dusselfort: era el mismo bardo en sensibili-

22

338

M. CURROS ENRIQUEZ

dad ardiente y en delicadeza exquisita; llena de contrariedades su vida, y de negruras su alma noble.

Y lo que del último expuso Eduardo Schuré, podemos aplicarlo con igual exactitud al prime- ro, como poeta de corazón desgarrado que dice al mundo:

¿Ves las heridas que me causaste?

Y cuando las gentes se aproximan, se yergue y hace chasquear el látigo á sus oídos...

Francisco Tettamancy y Gastón,

CURROS ENRÍQUEZ Y SU OBR/V LITERARIA 339

BANCO MEMORABLE '"''

Coruñeses:

Hoy llega á esta ciudad, acompañado por el señor presidente y otros miembros ilustres del Centro Gallego de la Habana, el cadáver del poeta excelso Manuel Curros Enríquez, gloriosa figu- ra del Parnaso español y orgullo de Ja región ga- llega.

Dispongámonos á rendir el merecido home- naje á quien tanto enalteció la Patria, y al hacerlo así, más aún que al muerto esclarecido, nos hon- raremos á nosotros mismos, porque el patrimo- nio más preciado de los pueblos, el título que en primer término los hace acreedores á la consi- deración universal, se hallan constituidos por los nombres y las obras de sus hijos ilustres.

El Ayuntamiento, la Academia Gallega, la Aso- ciación de la Prensa, las Sociedades de Recreo, los Centros de Enseñanza, las fuerzas vivas de La Coruña, en fin, trabajaron unidas para la realiza- ción de fines tan patrióticos.

Los restos mortales de Curros Enríquez se expondrán al público en la Casa Consistorial des-

(41) Véanse las Notas del recopilador, que figuran después del índice de este tomo.

340 M. CURROS ENRÍQUEZ

de las primeras horas de mañana hasta que sean conducidos al cementerio, á las tres de la tarde del próximo 2 de abril, y con el fin de que todas las Corporaciones mencionadas puedan testimo- niar públicamente su duelo, haciendo entrega de coronas al pasar la carroza mortuoria ante sus respectivos domicilios, recorrerá el cortejo fú- nebre las calles siguientes: Plaza de María Pita, donde se organizará la comitiva, Riego de Agua, Real, Cantón Grande, Santa Catalina y San An- drés, dirigiéndose por las de Cordonería y Pana- deras al cementerio católico.

No voy á formular una súplica, que no es nece- saria para este pueblo noble, culto y amante de sus glorias; me limitaré tan sólo á proponer álos vecinos de todas las vías mencionadas, que en la tarde del próximo jueves adornen las fachadas de sus casas con colgaduras, poniendo en ellas algún distintivo que indique el luto que Galicia guarda por su poeta, y al comercio en general, que cierre sus establecimientos desde las dos de la tarde del citado día hasta que haya recibido sepultura el cadáver del inmortal gallego.

Coruñeses : En la seguridad de que habéis de convertir en iniciativas vuestras las indicaciones mías, se une á vosotros para secundaros con orgullo y entusiasmo, vuestro alcalde,

Juan Sánchez Anido.

La Coruña, marzo 31 de 1908.

CURROS ENRÍgUEZ Y SU OBRA LITERARIA 341

EN EL ENTIERRO DEL POETA

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El pueblo avanza lentamente: parece que quie- re retrasar el momento terrible en que la nada es el final del augusto palpitar de la vida.

El sol se hunde en el Occidente; y sus últimos rayos, pálidos, débiles, se esparcen como una oración por la multitud que se agita alrededor del féretro.

Los estandartes refulgen sus colores, y en los aires se extiende el eco de la marcha fúnebre, como un suspiro de dolor que Galicia, la idola- trada del poeta, exhala para llorar la muerte de su excelsa cantor.

Los hombres, respetuosos, se descubren y murmuran una plegaria; las mujeres, las buenas mujeres del pueblo, se persignan y saludan el cortejo con frases cariñosas: todas piden sosiego para el gladiador brioso.

«¡Que Dios te acompañe! ¡Pohriño, descansa en paz!»

¿De quién es el cuerpo que se oculta bajo los ventanales de la carroza mortuoria?

¿Será un rey? Porque sólo los reyes reciben el homenaje de los poderosos.

(42) Véanse las Notas del recopilador, que figuran después del índice de este tomo.

342 M. CURROS ENRÍQUEZ

¿Será un caudillo? Porque sólo las masas popu- lares rinden culto á los héroes.

¿Será un santo? Porque sólo la Iglesia adora á los apóstoles de la religión.

¿Quién será, mejor dicho, quién fué el que se esconde en el fondo del ataúd?

Es rey, es caudillo y es apóstol. Su poder es la musa inspirada; su valor es el centellear de su genio; su santidad es el amor profundo que derrama en el alma de los humildes.

¿No recordáis cómo Guyan, el filósofo poeta, ausculta la Naturaleza y busca en ella el latido de un espíritu misterioso que se revela en el estro del vate, asociándose á nuestros sentimientos? Pues en esa masa viviente que se mueve y agita, vibra el himno de gloria con que el pueblo salu- da á su vate insigne.

Ya han cesado los ruidos de la manifestación imponente; allá queda en la sepultura el pobre trovador; los sauces velan su sueño, y en la fresca brisa hay una caricia para los corazones dolo- ridos.

Las pasiones todas enmudecen; ya no hieren aquella alma grande, altiva, las miserias de la tierra.

Callad, que descanse el luchador infatigable.

Alejaos de su tumba: él pide silencio, recogi- miento, devoción. El gigante de f aego se envuel- ve en sudario frío y quiere llorar el último llanto con que se despide del mundo que tuvo para él tan crueles infortunios.

Has cumplido, pueblo gallego, con tu deber.

CURROS ENRÍQURZ Y OBRA LITERARIA 343

Así se Konra á los genios, que son superiores á todas las potestades del mundo.

Pero volved á la ciudad bulliciosa que goza con las alegrías de la apoteosis ; dejadle en su sole- dad; ¡quiere dormir el sueño eterno! Pobre poeta: descansa en paz.

Manuel Casas Fernández.

344 M. CURROS ENRÍQUEZ

HLFBEDO VIGENTi A COBROS ENBÍQOEZ '"'

Miñas donas, meus señores...

Así comenzaba el romance con que en este mismo sitio, el 21 de octubre de 1904, se despi- dió de vosotros el poeta.

Es grata á mis labios la dulzura gallega de esa salutación, y creo que lo será también á vuestros oídos.

Me parece, al pronunciarla, que Curros habla dentro de mí, y que vosotros al escuchar mi voz no creéis que es mía, sino suya.

Le coronamos aquella noche, y pocas horas después le acompañábamos al trasatlántico que se le llevó á la hospitalaria Cuba, tierra para él, más que de forzado destierro, de amistoso asilo. Temíamos que no volviese los que conocíamos la índole y la gravedad de las heridas de su cora- zón; pero aun á los más pesimistas nos quedaba un asomo de esperanza: ahora no nos queda ninguna.

Ayer volvimos á acompañarle. Pero detrás del esquife por algo en nuestro vernáculo gallego-

(43) Véanse las Notas del recopilador, que figuran después del índice de este tomo.

CURROS ENRÍQUEZ Y SU OBRA. LITERARIA 345

lusitano se llama esquife á los ataúdes— no iba, como entonces, un pelotón de admiradores, de alumnos y de camaradas. Iba todo un pueblo. Este pueblo de La Coruña, que es grande y lo será más, porque siente, y ama, y acata las grandezas inmateriales, de que otros, mayores en riqueza ó en población, apenas si se forman idea.

Tras él descendimos por las terrazas del campo- santo como quien baja por los escalones de un muelle, y allí le dejamos en el camarote mortuo- rio, donde la carne esperará la transformación, que es resurrección, mientras el espíritu em- prende su último, su eterno, su glorioso viaje.

El mar se nos lo llevó vivo y nos lo devolvió muerto. Este otro golfo del Pinisterre, más pia- doso, aunque más insondable, permitirá que en las riberas de acá sigamos viéndole, oyéndole y amándole, siquier su alma tenga en las riberas de allá el deseado y bien ganado reposo.

Por él y por quiero, miñas donas, meus se- ñores, daros las gracias. Y también por todos los descarriados, por todos los itinerantes, por todos los ausentes.

En verdad os digo, que habiendo casi rodeado el mundo, no he contemplado jamás espectáculo tan bello, tan noble, tan grandioso como el que ayer ofreció La Coruña á los ojos y á las almas. Ni he sentido jamás emoción tan intensa, tan sa- ludable, tan tónica.

La ciudad que en 18S1 quebró la cadena del poeta; que en 1904 le dio á gustar, no la postrera, sino la primera alegría, y que ahora acaba de

346 M. CURROS ENRÍQUEZ

otorgarle una radiante apoteosis, sobre el título de capital que ya en justicia tenía, ha asumido el de madre espiritual de la familia gallega.

Amorosos y agradecidos lo reconocemos los que hemos nacido en otras partes de la región. De igual manera lo reconocerán los miembros todos de esta raza esparcida por mares y conti- nentes, y en quienes el afecto se depura y acri- sola con la distancia, no de otra suerte que acon- tecía á las colonias de la antigua Grecia, tal vez más enamoradas del suelo patrio cuando trabajan en Asia, en Sicilia ó en Marsella, que cuando mo- raban en Atenas, en Esparta ó en Corinto. Sí; madre espiritual de todos desde los comienzos del siglo pasado.

Como en otras eras las repúblicas italianas, y como en época más reciente Barcelona, La Co- ruña, dedicada al tráfago mercantil, ha honrado al mismo tiempo las Letras y las Artes, y ha pro- digado amor, calor y respeto á los que, viniendo de distintas partes de Galicia, se acogían á sus muros.

Díganlo y hablo tan sólo de los muertos aquellos grandes hombres, santiagueses unos, orensanos otros, que se llamaron Aureliano Lina- res, Luciano Puga, Juan Manuel Paz y Alfredo Vilas.

Y den testimonio por tres generaciones litera- rias los Juegos Florales de 1862, que fueron los primeros celebrados en Galicia, y de los cuales me complazco en evocar el recuerdo, por lo mis- mo que hoy está en moda el dar de mano y aun

CURROS ENRÍQUEZ Y SU OBFIA LITERARIA 347

de pie á las pobres violetas y eglantinas de Cle- mencia Isaura.

Barcelona, invocada siempre como modelo, no ha hecho por su gran poeta épico, Mosén Verda- guer, ni por su gran poeta cómico, Serafí Pitarra, lo que La Coruña, antes y después de la muerte, ha hecho por Curros Enríquez.

Yo vi cuando el cajón fúnebre rodaba sin pom- pa ni aparato desde el muelle hasta el Ayunta- miento— Ayuntamiento que es, por lo generoso y por lo hidalgo, digno déla ciudad ; yo vi san- tiguarse á las mujeres y descubrirse á los hom- bres. Y confieso que, no obstante el resecamiento interior, motivado por las contiendas y experien- cias de la vida, sentí primero escozor y luego humedad en los ojos, ante la tierna é ingenua sencillez del homenaje. Más tarde, en el entierro, lo grandioso de la manifestación popular me im- presionó tanto como me había conmovido lo íntimo y lo personal de las anteriores manifesta- ciones de duelo, pues entendí que millares de corazones, latiendo al unísono, concurrían á for- mar el gigantesco corazón de la muchedumbre.

Alto ejemplo de cultura y de civismo y conso- lador ejemplo de discreta tolerancia.

Se ha comprendido que Carros era el poeta de Galicia entera, de los rebeldes y de los sumisos, de los ingenuos y de los iracundos, y nadie ha pretendido vincularle en cotos cerrados, nadie ha querido restarle fieles, nadie ha osado meter bajo un celemín la luz universal de su gloria.

Alabados sean los que entornaron piadosa-

348 M. CURROS ENRÍQUEZ

mente sus párpados. Alabados los que, creyén- dole suyo, entendieron que no era dable ni líci- to monopolizar una fuente de salud, con cuyas aguas limpias y generosas tenían, tienen y ten- drán derecho á refrigerarse dos millones de se- dientos.

No en vano escribió Curros la cantiga de La Eira (Vo trigo, La Virgen del Cristal, La Iglesia fría, El Mago, La locomotora, los Tangaraños y El Divino Sainete, que alternativamente regalan el alma de los niños y las doncellas, de los que han hambre de pan y los que han hambre de jus- ticia, de los creyentes y los desengañados, délos que miran á lo que se ha ido y los que tan sólo piensan en los advenimientos futuros.

Á todos amó, porque amor era hasta su odio vehemente á la iniquidad, y de todos se hizo en- tender según el idioma y el corazón de cada uno; por eso en el instante de la suprema despedida le han rodeado y le han bendecido todos.

Hay algo que sobrenada en los mayores nau- fragios y que se salva en los más tremendos con- flictos: la nobleza de la aspiración, ungida con los óleos del Arte.

Testigo fué Toledo de no pocas matanzas de judíos. Y no obstante, la ciudad y la iglesia su- pieron respetar las dos maravillosas sinagogas de Santa María la Blanca y el Tránsito, ante las cuales coinciden hoy en la misma admiración hombres de las más enemigas confesiones y sectas.

Bien haya La Coruña, que ha registrado ó ins-

CURROS ENRÍQUEZ Y SU OBRA LITERARIA 349

crito títulos de una propiedad que antes se con- sideraba fantástica y nula.

Razón tiene, porque el patrimonio espiritual que no mengua ni caduca es el que más enaltece á los pueblos y á las colectividades. Los otros pa- san, se desmenuzan, se liquidan. Éste subsiste, incólume y perenne.

Los ricos, los fuertes, los poderosos, si volvie- ran al mundo después de un centenar de años, no encontrarían ni rastro de su hacienda, y verían cómo los propios descendientes los rechazaban por presuntos usurpadores.

El poeta, el bienhechor de la Humanidad, al resucitar á vuelta de años ó de siglos, recobraría íntegro su patrimonio y lo hallaría agrandado por el reconocimiento de los pueblos, llevadores del usufructo.

350 M. CURROS ENRÍQUEZ

FBfi&IHENTOS DE UN EL06I0 FÓNEBUE

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Triste cosa es, y á tristes comparanzas nos inclina, la ocasión de reunimos para rendir el último homenaje á quien sólo pueden alcanzar- le ya oraciones y recuerdos. Empleando estas dos palabras no estoy muy convencido de ex- presar dos ideas: quizás sean una sola y una misma, que si el rezo es la plegaria de los cre- yentes, el recuerdo es la oración de los incré- dulos.

Y allá se irán en fuerza y en valor, en inten- sidad y en eficacia, ante el Omnipotente Saber y la Suprema Misericordia, las voces de los que claman amedrentados y el gemir de los que su- fren silenciosos...

Yo no bien la historia juvenil del poeta, ni conozco á palmos su último caminar por la tie- rra hasta que bajo tierra lo dejamos, pero se que amaba la Poesía, y esta diosa no concede sus favores á los felices. Cuando alguno, por su es- tirpe, como Byron; por su ministerio sagrado, como Verdaguer; por su independencia, como Tennison; por su altivez, como Cai^ducci, ó por su cinismo, como Baudelaire, pudo estimarse al abrigo de pasar miserias, ó de humillarse en es-

(44) Véanse las Notas del recopilador, que figuran después del índice de este tomo.

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píritu ante las que pasaba, pronto acudió la Musa para demostrar una vez más á sus elegidos que la Poesía es fruto de dolor y que la inspiración, como la hermana de la Caridad, no acude sino cuando la invocan sufriendo.

que amaba y cantaba á su tierra, la nuestra, la de bravuras en el mar y nieblas en el mar y en el aire; la del sol pálido como galán que ena- mora y aguarda, no como galán indiscreto que desafía y se pavonea; la de los montes suaves y los valles abiertos, y en los montes árboles y en los valles prados; la que tiene un milagro en cada ermita y una superstición en cada aldea; la que ama el terruño y sueña con la emigración; la que ha tardado más en comprender que el amor pudiera ser pecado, creyendo sólo que era amor...

que la amaba y tuvo que vivir lejos de ella.

que las aves de rapiña y los pájaros más asustadizos, las fieras y los hombres, cuanto res- pira y tiene movimiento en la Creación, aunque sea á rastras, vuelven á morir en el nido, en el cubil ó en el hogar.

Curros murió lejos.

Y sabiendo ya que amaba á su patria, que vivió alejado y que no pudo morir aquí..., ¿que más necesito saber para asegurar que fue desdicha- do...?

¿Qué compendio mayor, ni qué hoja de libro más precisa y más clara? ¿Qué va á relatarnos una angustia con más aterradora concisión que este hecho brutal de un destierro y este desapa-

352 M. CURROS ENRÍQUEZ

recer trágico de un desterrado á quien consue- lan otros desterrados como él...?

No pretendo, pues, contaros su existencia, y dejo para otros la grata labor de halagar vues- tros oídos con el rimado murmullo de sus ver- sos. La mía, hoy, no es más que una voz que se une á otras voces, á manera y semejanza del coro en las tragedias griegas, cuando prolonga- ba el gemido de los héroes al terminar la rela- ción de sus homéricas peleas...

¿Y qué es una vida que acaba sino una histo- ria que termina...? ¿Que es la luz de una inteli- gencia que se extingue más que una sombra que empieza para nublarnos con mayor obscuridad las lindes insondables y misteriosas de esa tierra que llamamos cielo, porque nos repugna llamar- le tierra otra vez...?

Y si aquí, por cima de prejuicios ó de rumo- res, de ideas que tuvo ó de ideas que le atribu- yen, flota una inmensa verdad, la verdad inexo- rable de la nada, en que ya se ha confundido y de la muerte en que ya reposa, ¿qué más verdad buscaremos para darle derecho á nuestra com- pasión...?

Si morir es aniquilarse, aniquilado está; si mo- rir es renacer á un eterno castigo ó á una gloria eterna, dejémosle á Dios la inmensidad de su juicio.

Para los que veneramos el numen del poeta y la transcendencia social del pensador, el nom- bre de Curros Enríquez será siempre un guía y un respeto; y á vosotros, aquellos que os creáis

CURROS ENRÍQCEZ Y SU OBRA LITERARIA 353

más distanciados ó más ofendidos por sus opi- niones, también os pido que améis el nombre, del poeta, diciendo con el evangelista: «Amad á todos, á vuestros amigos y á vuestros enemigos, á los que os hacen bien y á los que os hacen mal, á todos..., que no amar sino á los que os aman á vosotros, es poco amor para un cristiano...» He dicho: perdonadme lo que dije.

Manuel Linares Rivas.

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SAÚDO

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¡Saúde, compañeiros d'o loitador xigante; D'a alma solitaria que tanto nos amoú!... ¡Saúde, liirmaus queridos d'o trovador errante, Qu'a térra en que nacerá hastra morrer loou!

. El foy de longos mares as illas misteriosas D'as penas prisioneiro e-altiva-a honrada sen, Creeu..., dudou..., cingueuse d'espiñas máis que

[rosas; ¡Sufren...! Para aldraxalo non ten razón ninguén.

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El era quen d'as noites de lúa erara, inxentes,. Os ritmos vagorosos sabía adivinar. Maldixo d'os tiranos, d'os déspotas serpentes, E tuvo pr'a virtude seu peito sempre altar.

Eu veno, ala d'Arousa, d'as prayas feiticeiras^ D'as rías briladoras tenxidas de zafir, D'os vales prefumados, d'as vírxenes ribeiras, A-os vosos frolecidos e célticos xardíns.

(45) Véanse las Notas del recopilador, que figuran después del índice de este tomo.

CURROS ENRÍQUEZ Y SU OBRA LITERARIA 355

Eu veno, nobre Gruña, c'o corazón doente, D'o morto idolatrado seus restos a bicar; O labio esmorecido, sin lus n-a torva frente, O pensamento murcho, a lira sin cantar.

¡Saúde, camaradas d'o loitador xigante; D'a alma solitaria que tanto nos amou!... ¡Saúde, hirmaus queridos d'o trovador errante, Qii^a térra en que nacerá hastra morrer lembrou!

LlSARDO BaRREIRO.

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HOMENAJE Á CURROS '"'

Señoras y señores :

Las excusas que hasta este momento opuse, no las imputéis á rebeldías de la voluntad; justi- ficadas venían por el natural temor de ocupar una tribuna que, si honra j enaltece, va por modo obligado á denunciar mis deficiencias.

Pero hay deberes que nos interpelan con des- potismo ineludible.

Celanova, mi pueblo, el que sintetiza cuanto de dulce con sus encantos, cuanto de doloroso con sus amarguras, tiene para la vida, quiere que hable, y yo debo estimar como honor im- pagable el sacrificio que me impone.

Degenerado el hijo que desoye los llamamien- tos de la madre, que si son siempre sagrados, lo son doblemente cuando, envuelta en crespones de luto, retuerce el corazón desesperado por la muerte del mejor de sus hijos.

Que nadie se moleste por el concepto. Curros llevó nombre y gloria á ambos hemisferios.

El verbo del sentido común, la voz de la ver- dad, que dotó á todos fundamentalmente de la misma conciencia, la reina del mundo, la opinión pública, dictaminó ya la valía y grandeza de nues- tro vate.

(46) Véanse las Notas del recopilador, que figuran después del índice de este tomo.

CURROS ENRÍQÜEZ Y SU OBRA LITERARIA 357

Mellado afirmando que fué uno de los poetas que más intensamente sintió; escribiendo Moret gallardos artículos sobre el Nocturno; admirando Alfredo Vicenti la poesis. A su madre; emocionán- dose Linares en la Muerte de su hijo, y arrodillán- dose todos ante La Virgen del Cristal, que el so- litario de Cortegada prologara, proclaman el en- canto del detalle, para que resulte la grandiosi- dad del conjunto y la apología del poeta.

Y cuando los que lo saben y lo entienden, y por nada torcerían la rectitud de sus juicios; cuando esas clases directoras, que van ilumi- nando el camino de la cultura humana con el faro de su inteligencia, proclaman la excelencia de Curros, nosotros, los suyos, los de casa, nada podemos decir ni hacer que no sea compartir, por ley de solidaridad, por derecho de familia, el aplauso universal que se tributa al poeta que tiene en las primeras estrofas de su primer poe- ma arrestos homéricos y bellezas dantescas, y que encierra, por que resalten ingenio y fecun- didad, tres imágenes en un solo verso, que todos saben y yo quiero recordar aquí para solaz de vuestros espíritus:

Primeiro desengaño d'o noso amor primeiro Que tras contigo ó frío d'unha maná sin sol. roesnos comaos vermes a fror d^o naranxeiro Y-o corazón nos trocas en seco pirifol.

No voy, pues, á definir al poeta de los fogo- sos arrebatos, de las tremendas osadías; pero

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poeta también de lirismos suaves y santos asce- tismos, que así era de compleja y varia la poesía de Curros; no vengo á decir de él absolutamente nada de lo que dije en otra velada más numero- sa, no más entusiasta, pero menos familiar y ca- sera que ésta. Vengo á poner al hijo de Celano- va fuera de las sombras que sobre él quisieron proyectar espíritus que, acostumbrados á la luz crepuscular, se perturban con la intensidad me- ridional; que es cosa averiguada que, cuando no se puede regatear al poeta, se vayan las envidias por otros caminos para regatear al hombre.

Di jóse de Curros que en su duro corazón no ha- bía una fibra que respondiese al amor. Mentira.

Yo también íjuiero aportar la voz de mi agra- decimiento á la justificación de sus bondades; que nadie como yo, volviendo la vista á aquel período calamitoso en que me faltó la mía, pudo advertir cuan acertado anduvo el que dijo que la sociedad nos da un hermano en el amigo, y que es la amistad concordia suprema de las almas; y si dudáis de mi palabra, que tengo por honrada, ahí está Castor Méndez, testigo inmediato de las prodigalidades del afecto de Curros conmigo. Mas yo quiero probar con el poeta mismo las ternuras del poeta. ¿Quién de vosotros desco- noce aquella poesía Á la -muerte de su hijo, en que se lee :

Non me acordó qué tempo m'estiven Sobrio berze de dór debruzado; Sólo sey que m'erguin c'o meu nono Sin vida n-os brazoís?

CURROS ENRÍQUEZ Y SU OBRA. LITERARIA 359

Yo no que Tirso, Selgas, ni Balart ni cuan- tos queráis seleccionar como tipos de delicado sentimiento entre nuestros poetas, hayan acer- tado á formular nada más tierno. Un padre que al peso del amor cae debruzado sobre su hijo, que €ubre maloliente viruela y manda desde el co- razón corrientes de amor al cerebro que apagan el sentimiento, haciéndole perder la noción del tiempo, es grupo, es cuadro tan sublime, que yo no que más mimoso lo haya pintado pensa- miento humano.

Así eran los afectos, así era el corazón de Cu- rros; y esos afectos y ese corazón tenían, seño- ras y señores, una orientación obligada, porque si el poeta convierte en realidad sensible la be- lleza concebida; si á sus versos no transmite sino los adentros de su ánimo, y si en las poesías de Carros no se ven otros nombres que Celanova, Villanueva, Cristal, Soutoverde, Milmanda, Pe- nalta y Einibó, no cabe dudar que en nuestros valles y vegas, en nuestros sotos y colinas for- mó su inspiración, que aquí infundió su ánimo en purísimos deleites, que con nosotros vivió vida permanente (Je espiritual comunicación, por lo que quiero pensar que á estos homena- jes veníamos obligados por ley de reciprocidad, por ley de gratitud, por ley que tiene fuerza co- activa para toda alma bien nacida, por ley que encadena los corazones obligándonos á querer á quien nos quiso y amar á quien nos amó tanto. Díjose también que en su corazón incrédulo no estaba consagrada ninguna religión. Mentira.

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Cuando llegaba á La Corufia, los librepensadores pensaron apoderarse de los despojos del poeta^ y como yo haya escrito á la eximia poetisa Filo- mena Dato anhelante carta para que lo estorba- se, arguyendo en favor de su comunión cristiana^ y buena parte de la prensa gallega me haya he- cho el honor de reproducirla, el juez de Valla- dolid, Sr. Serantes, y el forense de Vigo, señor Brandón, apresuráronse á escribirme para que yo corroborase mis afirmaciones con sus testi- monios, atinentes á demostrar un signo inequí- voco de predestinación : ellos vieran á Curros la última vez que estuvo en Vigo con el escapulario de la Virgen. ¡Ah, señores!; yo, que conocía la altivez de aquel carácter indomable; yo, que que jamás llevó antifaces quien fustigó rabiosa- mente la hipocresía; yo, que conocía la dignidad de su espíritu, yo que, de no haber sentido movimientos é inclinaciones del alma hacia la fe, pesarían sobre él y le agobiarían con mortal disnea las telas santas del bendito escapulario.

Pero también con el poeta quiero justificar al poeta creyente. En el Adiós á Mariquiña conclu- ye con este verso :

Y agora voa, Pombiña, e que te guíe Nosa Señora.

¿Creéis que un hijo de Celanova invoca a Nues- tra Señora sin que se levanten en él y asocie á la invocación todos los recuerdos benditos de nues- tra niñez? ¿Quién otra es Nuestra Señora para un hijo de Celanova que la Virgen de la Ermita,

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CURROS ENRÍQUEZ Y SU OBRA LITFRARIA 361

interpuesta entre los que no son y los que viven, entre nuestros padres, que duermen sueño de muerte en San Verísimo, y los que nos agitamos en este tráfago de la vida, empujados por el ca- mino del bien, porque Ella pone alientos de vida sobre los gérmenes santos que al pie de su altar depositaron en nuestros pechos nuestras aman- tes madres?

Soplos virginales..., rocío del cielo..., gérmenes de vida..., manos amorosas..., cultivo cuidadoso..., leyes biológicas..., haced vosotros el discurso, ya que apremios del tiempo permítenme sólo pro- clamar aquí que el que amó y cantó en sus poe- sías á Nuestra Señora lleva en su pecho las teolo- gales virtudes de fe y de esperanza; y si no hu- biese poesía, habría lógica, que es ley del enten- dimiento y enseña por inductivo método que el corazón muerto no puede generar la vida, que el espíritu lleno de negaciones no puede producir las afirmaciones sublimes de la belleza.

Curros ha creído; Curros ha querido.

No quiero abandonar esta tribuna sin dirigir un requerimiento á la gente moza. Jóvenes cela- novenses, cuyo corazón se mueve á impulsos de sentimientos nobles y generosos, en cuyas venas arde la sangre de la juventud : yo os requiero á que un día enseñéis el nombre de Curros á vues- tros hijos y se lo señaléis como un modelo, que bien merece serlo el que, además de su labor poética, la tiene periodística infatigable en de- fensa de la verdadera libertad, que es el primero de los conceptos en el trilogio de la emancipa-

Í62 M. CURROS ENRÍQUEZ

ción humana; que bien merece serlo el que vivió concertada sociedad interior entre una inteligen- cia creadora y luminosa y una voluntad recta y enérgica. Yo os requiero á que mantengáis las corrientes de cultura que hoy cruzan los hori- zontes de mi pueblo, que ofrece lista inacabable de hombres ilustres; y sin referirme á los que hoy se agitan y tanto valen y significan en nues- tra vida activa, permitidme que desde aquí man- de un santo recuerdo á Manuel Asensio, que dejó fama de teólogo en nuestro almo Seminario; á Burdeus, que no hubo menester de Universidad para ser un modelo de erudición; á Castor Ellees, entre cuyas bellas poesías se destaca As follas secas, que bastaran á darle puesto en el Parnaso; á Povadura y Enríquez, modelo de sabios y rec- tos jueces; á Eladio Casáis y Teófilo Saavedra, que brillaron como una aurora en las Universi- dades de Valladolid y Compostela; á Leonardo Mármol, que inundó con labor meritísima nues- tra prensa regional; á Modesto Fernández, publi- cista notable en materias de Hacienda pública, y á Luciano Puga, que dejó reguero de luz á su paso por el Supremo.

¡Maldita sea la generación que, anémica, pasiva ó negligente, consienta que descienda á su ocaso el sol que hoy alumbra esplendoroso la villa de San Rosendo!

José Porras Menéndez.

CURROS ENRÍQÜEZ Y SU OBRA LITERARIA 363

IN MEMORIAM '"'

No se puede entrar y salir en el valle de Cela- nova sin que la salutación y la despedida levan- ten enfrente nuestro la imagen becqueriana de la musa errante de Curros Enríquez. Desde que nos aproximamos hay más soledad, huele á tre- mentina, á madreselva, á lejanas brisas resino- sas, á las ramizas que alfombran los pinares y á la humedad de labradíos.

En los restos del castillo de Villanueva, en el santuario de la milagrera, de la agarimosa Virgen del Cristal, en la rústica capillita de la Encarna- ción, y en este grandioso monasterio que á todos nos cobija para celebrar por simpático con- traste— la fiesta necrológica del poeta, revolotea su musa, flota aún en lo alto de la torre el espí- ritu generoso é independiente de Curros, como surge en los altares de la Encarnación y de la Santa Pastora de su inmortal leyenda el senti- miento piadoso y el culto de la delectación su- blime á su madre.

Ni un solo instante podréis alejar de vuestra memoria la sonora sinfonía de los delicados ver- sos de vuestro poeta ausente; pero sus notas han

(47) Véanse las Notas del recopilador, que figuran después del índice de este tomo.

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de sonar siempre más dulces y efusivas en ia campiña refrescada por la lluvia caudalosa y en el anfiteatro de cordilleras y bosques, porque en esas robledas, por entre esas retamas espesas y derechos juncos, tocaba sus dolientes alboradas el gaitero de Penalta, y se juraron promesa de casamiento los enamorados mozos de Einibó.

Juan Neira Cancela, f

CURROS ENRÍQUEZ Y SU OBRA. LITERARIA 365

MI OFRENDA '''

En vuestra iglesia parroquial se ostentan las reliquias de muchos santos, y es esta villa y su tierra la cuna de los Feijóo, Riveras y otras no- bles familias; de generales como Francisco de Novoa, que lleva su ilustre nombre hasta el Po- tosí, y patriotas distinguidísimos como Domingo Rodrigáñez de Araújo, fundador de la iglesia parroquial de Santo Domingo de Orense; del no- table Colegio de PP. Calasanz; de jurisconsultos y literatos como los Iglesias, Porras, Lezón, Ojea, Elices, Marquina, Brandón, Míguez, etc., y espe- cialmente del eximio é inolvidable Curros Enrí- quez, en honra del cual os halláis aquí reunidos.

Curros, hombre de clarísimo talento, nuevo Munio de Veiga, de Penalta y Einibó, como el prior de los caballeros de Santiago de la Espada, levanta el estandarte de la libertad y de la inde- pendencia de su pueblo y rompe lanzas contra la forma de todas las tiranías; maneja la lira como espada de dos filos, que lo mismo suena como ave de pío dulcísimo, que dijo un severo crítico, cantando tradiciones devotas y populares apren- didas de labios de su madre, como escala forta- lezas, derriba castillos y arrolla supersticiones.

(48) Véanse las Notas del recopilador, que figuran después del índice de este tomo.

366 M. CURROS KNRÍQUEZ

El espíritu que rige su cuerpo débil y flaco, emprende así la cuesta de la vida, seca y árida y desierta, y con tan admirable tesón como luci- dez, derrama fulgor por doquiera, brillando en cada asunto que toca la luz de aquella su orgu- llosa inteligencia, siempre olímpica y suprema.

Astro de elevada magnitud, fué marcando su estela de oro, celeste, luminosa. Alma sin hogar, pájaro sin nido, vive como fuera de su cuerpo, sufriendo con heroica paciencia traiciones de la envidia, golpes de fortuna, mudanzas y adversi- dades, y sin respetos mundanos combate la tira- nía de los poderes, el orgullo de los soberbios y deñende la justicia de los desheredados.

Arrojado por el aluvión del infortunio, deja su ingrata tierra natal, buscando favor en extranje- ras playas más hospitalarias; y Curros Enríquez, respondiendo á su promesa, por tierras y por mares habla de la patria gallega á los desterrados y de la libertad á los siervos.

Adondequiera que va nuestro poeta, los hados llevan también su morriña, nostalgia de la tierra amada, melancolía..., tristezas..., y á semejanza de Homero, Virgilio, Dante y Camoens, graba con péñola de oro sus épicas jornadas, legando mo- numentos indelebles para la tierra de España.

Sus poemas literarios serán honra inviolable y firme para Galicia, especialmente para Celano- va, su cuna, sin duda para que vuestro ardiente deseo de dulce emulación no se desvanezca.

Benito Fernández Alonso.

CURROS ENRÍQUEZ Y SU OBRA LITERARIA 367

PÁRRAFOS. DE UN DISCURSO '"

De Celanova, donde recibió el primer beso de amor de las musas el alma solitaria y errante del poeta que glorificamos; donde lanzó el pri- mer gemido, porque allí derramó la primera lá- grima del humano dolor, que nunca le abandonó en su triste caminar por la tierra, os traigo, se- ñores, mensaje de adhesión cariñosa, tributo do bendiciones y de lágrimas ardientes de gratitud; de gratitud, sí, porque vosotros habéisnos hecho llorar dos veces : de pena y de agradecimiento; de pena, por el poeta para siempre ido; de agra- decimiento, por vuestros arrestos generosos, por vuestras ofrendas de admiración y de amor de- positadas en los altares que habéis levantado al genio céltico, que encarnó en áureos versos, en estrofas de inspiración altísima, el genio de una civilización y de una raza.

Sí, en el hermoso valle de Celanova, que rodea con un cinturón de eterno verdor el ex monaste- rio de San Rosendo, fundado por el santo tauma- turgo de la Edad Media, exhaló el primer hálito de vida el poeta inmortal; allí fué por Dios ungi- do el vate errante, porque obra de Dios es la

(49) Véanse las Notas del recopilador, que figuran después del índice de este tomo.

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Poesía, con el óleo santo de la inspiración; allí sintió los primeros acariciadores aleteos de las musas el poeta de las tristezas hondas, y allí de- rramó las primeras ardientes lágrimas de sangre.

Por eso cantó constantemente el dolor, que nunca en la tierra le abandonara; por eso la obra de su inspiración lleva ese sello de infinita tris- teza de las melancólicas tardes otoñales y de las tonalidades grisáceas de nuestro horizonte; por eso tuvo, á veces, rugidos de tempestad y fiere- zas de anatema; por eso fustigó á los tiranos y pidió consuelo para los esclavos y para los már- tii-es coronas; por eso lloró lágrimas de sangre por los ancianos sin pan y sin hogar, por los hi- jos sin padre y abandonados, com'os teus fillos decía á su santa madre , por los que lloran y por los que sufren, por los que han hambre y sed de justicia, por todos los caídos en el calva- rio de los humanos dolores; por eso hizo gemir hondamente su lira con acentos patéticos, con imprecaciones de apóstol, por los dolores de cuerpo y alma de tantos seres sin ventura. .

¡Ah, Dios mío. Dios mío!, que la inspiración, como la hermana de la Caridad, al decir de escri- tor ilustre, sólo acude cuando la invocan sufrien- do; y Curros Enríquez invocóla en el calvario dé- los humanos dolores, que no tienen nombre en el defectuoso lenguaje del hombre.

Furores paternos arrojáronle, en edad tem- prana, de los patrios lares; entró ya en los domi- nios de la Historia, y dueña es la posteridad de sus juicios. Su madre, su santa madre, quedóse

CURROS ENRÍQUEZ Y SU OBRA LITERARIA 369

clamando á la Virgen del Cristal que el poeta había de cantar más tarde en estrofas de áureo misticismo y de inspiración soberana piedad para el hijo sin ventura.

Y allá se fue, víctima de las adversidades del hado implacable, el vate errante.

Llevaba en su mentalidad vigorosa luz, mucha luz, el instinto creador, casi profético; en su co- razón, sed insaciable de amor, que luego se tra- duce en dolores inenarrables; en su espíritu in- gente, el tormento de lo infinito, el vértigo de la inmensidad...

Ansias inextinguibles del ideal, del ideal inase- quible, hacían en su alma presa para apartarle de lo efímero y perecedero del vivir terrenal y hacerle interrogar el arcano del Universo.

Él, que mucho amaba; él, que mucho sufría, porque amaba mucho; él, que sentía el tormento de lo infinito, que sienten todas las grandes vo- caciones que, en ascensión espiritual, en vuelo gigantesco, se levantan por encima del polvo vil del camino de la vida; él, que nacido en cuna de oro, viérase arrastrado por adversidades del des- tino á todos los dolores de cuerpo y de alma, que fueron el cortejo inseparable de su peregrinar por el mundo, no podía, no, del dolor desasirse. ¿Qué mucho, pues, que fuese el poeta del dolor?; ¿qué de extraño tiene que él fuese una de las musas constantemente inspiradoras de sus crea- ciones inmortales?

Alfredo de Musset, Carducci, Leopardi, Heine, Balart, ¿acaso como ellos, y más que ellos, no

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370 M. CURROS ENRÍQUEZ

apuró el bardo que lloramos las heces del cáliz; de amargura?

Más que ellos, sí; que ellos, al fin y al cabo, llo- raron en la adorada tierra nativa, y nuestro vate^ ¡ah!, lloró en el destierro, y en el destierro cayó en medio del fragor del combate por la idea; en el batallar rudo y tenaz por la redención de su Galicia idolatrada, por la manumisión de los pa- rias de los modernos tiempos.

... Poeta del dolor, de la ternura y del amor,^ bien pudo de decir lo que de Alfredo de Musset dijera: «El único bien que me queda en el mundo es el haber llorado algunas veces. Nada nos engrandece tanto como un gran dolor.»

Y aun añadir pudiéramos, ahondando en los océanos del alma del poeta, palabras que Guyán, en luminoso estudio psicológico, aplicara al poe- ta de allende los Pirineos, que, al mezclar á todos sus amores las ansias infinitas del ideal, que no pueden extinguir los pechos de bronce de la realidad, compara el deseo clavado en tierra, y aspirando siempre hacia lo alto, con el águila he- rida, que muere sobre el polvo, abiertas las alas y fijos los ojos en el sol.

Tal fué, creédmelo, creédmelo, el vate que llo- ramos, y al que, en esta apoteosis gloriosa, enal- tece «La Oliva», bajo la inspiración de su cultí- simo presidente D. Manuel Gómez Román, que tiene tan grande el corazón como la inteligen- cia, y á quien tanto debe el embellecimiento de este gran pueblo de Vigo...

Decidme ahora si quien, cual nuestro Curros,

CURROS ENRÍQUEZ Y SU OBRA. LITERARIA 371

en cimas tan altas explayó, como poeta, su vuelo ingente y en su alma sintió los aleteos purísimos del patriotismo é hizo latir, con los estremeci- mientos del éxtasis, tantos corazones, que aquí y allende los mares alientan, no merece que per- petuéis su memoria en lápidas y bronces, en mausoleos y estatuas; decidme si habiendo alta- res en las almas que sienten las glorias de la pe- queña patria, altares en las almas no tienen para el que tan santo amor en la tierra tuvo y amor tan divino en la inmortalidad debe gozar,

¡Ah!, que cuando con furia insana el dolor cla- vaba sus envenenadas garras en el corazón lace- rado del poeta de las tristezas hondas y de los cantos nostálgicos, y dábale un beso trágico en su alma, tuvo rugidos de tempestad y fierezas de anatema; que cuando la copa amarga y envene- nada de vida tan tormentosa cual la suya liba- ba, producíale exaltaciones de embriaguez y ha- cíale, de vez en cuando, asomarse á los abismos de la duda sin caer en las negruras del escepti- cismo; que momentos hubo en que sintió frío en el alma, quien en el alma también sintiera fe acendrada y fragua de amor santo. ¡Ah, Dios mío, Dios mío! ¿Y cuál de nuestros genios explorado- res de las miserias de aquí abajo, en un mundo de tantas lacerias sociales, no lo sintió?

... Una mujer excelsa, una mujer extraordina- ria de nuestra tierra, de la que tuve yo también el honor de tejer su corona de gloria, que fué águila caudal y explayó su vuelo ingente por los cielos inconmensurables de la Ciencia; que esca-

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lo, con su mentalidad soberana, alturas genera- doras del vértigo de la inmensidad, y descendió, á manera de buzo, á la sima del humano dolor, á los antros de la suprema miseria humana; una mujer que predicó la caridad y el bien, que pudo, del dolor por ella glorificado, decir que purifica lo que está manchado, santifica lo que es bueno y diviniza lo que es santo, tuvo anatema fiero, sangriento á veces, para los vicios sociales, para las babilónicas orgías que se ostentan con res- plandores siniestros en las alturas, y tuvo, en cambio, arrullos de tórtola amante para los dé- biles, para los pobres, para los que sufren y para los que lloran, para todos los caídos en la espi- nosa senda, en la efímera y tormentosa jornada de la vida.

Pues así Curros Enríquez.

Los grandes genios de la poesía; los que reco- rren, en vuelo gigantesco, los cielos del ideal; los que se elevan por encima de la masa á alturas inaccesibles; los que sintieron sobre su frente el aleteo misterioso y divino de la inspiración y lle- van en el alma el tormento de lo infinito, no en * las plácidas corrientes del arroyuelo del vivir, que serpentea por entre los verdes juncos de la alegría y de la esperanza, sino en las tormento- sas olas del mar de la vida, bañaron su espíritu.

Mas entendedlo bien; entre cuantos al dolor pagan tributo y del dolor recibieron el beso pu- rísimo de la inspiración, los unos, cuando el do- lor cantan, creen y esperan, y esperando y cre- yendo, rezan y lloran; rugen los otros porque no

CURROS ENRÍQUEZ Y SU OBRA LITERARIA 373

creen, y maldicen porque desesperan. Forman para éstos montañas de espuma las olas encres- padas del mar de nuestra vida, y ofrécense para aquéllos serenas en su imponente majestad; pero amargas son siempre del mar las aguas, y en el fondo, ¡ah!, en el fondo está siempre el abismo; mas hay para las almas creyentes otro Océa- no sin fondo en esas alturas, que producen el vértigo de la inmensidad y que están por enci- ma de los astros, adonde explayar anhelaran su vuelo.

... Pues Curros Enríquez, que recorriera todas las tonalidades del sentimiento y las notas todas del pentagrama del alma, fué creyente, y con arpa de oro cantó en estrofas inmortales á la Vir- gen del Cristal, que viera subir en magna visión esplendorosa á los cielos, en la hora solemne de su comunicación espiritual con las musas, en la hora augusta de su inspiración, y cantóla como sólo pueden los que llevan en el alma el lumi- nar bendito de la primera fe; y reanudando las cantigas marianas con que en el dulce y tierna- mente melancólico dialecto gallego honrara en los medioevales tiempos el Rey Sabio, dijo de esta suerte : « Yo soy el ave de pío dulcísim o y alas de nieve que sólo anidar en los campanarios sabe, y que bañándose en las ondas del incienso que trasciende de la alta nave, va á cantaros una leyenda recogida de los labios purísimos de mi madre en los días venturosos de la infancia. Vio eclipsarse la estrella de su pequeñuelo, y, padre aman simo, derramó lágrimas de infinita ternu-

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ra. Contempló á su madre muerta, y con lamen- tos que desgarran el alma, llamóla

Mártir escura, blanca pombiña Arruladora e tenra...»

Pudo ver legiones de emigrantes, combatidos por la negra ola del infortunio, lanzarse á las tenebrosidades del Océano, á las incertidumbres del porvenir, y cruzar para extrañas tierras ma- res de hiél, y conturbado su espíritu, hizo gemir hondamente su lira excelsa con los dolores de cuerpo y de alma de tantos seres sin ventura, y fué para ellos golondrina de píos amorosos, cobi- jándolos con sus negras alas, tan negras como la pena que anidaba en su alma, y arrullándolos con cantos de amor y de esperanza. Vio en su derredor millares de parias, los nuevos siervos de la gleba, que viven como gehenas, y entonces tuvo acentos de noble indignación y fulminó el rayo del anatema, del anatema fiero, contra los tiranos, y pidió consuelo para los esclavos y para los mártires corona. Que escrito el lo dejara, para que olvidarlo no podáis:

Que eu pr^a querer nacín todo caído, Pr'a dar a man á todo desgraciado.

Pues si fué creyente, y creyente cantó, en los centelleos de su inspiración, á la Virgen del Cris- tal, y si fierezas del destino, adversidades del hado implacable, jamás negruras del escepticis-

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mo, generaron á veces en su alma desmayos, cre- yente murió cantando á la Virgen del Cristal en la rica y sonora lengua de Cervantes, en que piensan y sienten dos mundos, en que piensan y sienten los setenta millones de almas que se dila- tan por el planeta.

¡Ah!, viles gusanos que os arrastráis por el pol- vo de los caminos de la vida y que ni, aun muerto, le permitís descansar; ahora que desprendido del barro deleznable del mísero vivir terrenal su- mergióse en el piélago insondable de la eterni- dad, sed, por Dios, piadosos; dejadle dormir en paz el sueño postrero; dejadle, sí, dejadle bañar- se en luz divina allá en las inmensidades de Dios.

Y ahora, señores, escuchad este ruego que el alma arroja á mis labios temblorosos: cuando paséis por delante de este monumento, que eri- gió la culta y floreciente Sociedad «La Oliva», €ompuesta por almas caldeadas por las divinas llamaradas del ideal y el fuego sacro del amor patrio, para perpetuar un nombre para nosotros tan querido, en esta apoteosis del poeta excelso, arrebatado á las charcas cenagosas del vivir terre- nal, mísero y caduco, para entrar, con irradiacio- nes triunfales, libre ya de la mácula infecta de la carne, sin cadenas de dolor, ni gemonías, ni arreos de martirio, ni cilicios de pasión, ni mor- deduras de canibalismo, en las regiones de la inmortalidad y del misterio, en el reino de la justicia y del perdón misericordioso, recordad. Dios mío, que él predicó el amor entre los suyos, el amor, la libertad y la solidaridad fraternal en

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la pequeña patria y en la patria grande, en las patrias materiales y en las patrias espirituales; recordad, sí, que él lloró lágrimas de sangre por todos sus hermanos caídos en el calvario de los humanos dolores; recordad que rompió cadenas y dijo: «Levantaos, siervos»; que fué apóstol de redención económica y social, pidiendo para sus hermanos el alborear de un nuevo día sin quin- tas, sin foros, usuras ni pleitos, y que un nuevo sol de ventura esplendiese para su bien amada Galicia, alumbrando sus hoy negros destinos; recordad, sí, aquellos sentidos versos que son como el canto del cisne:

¡O terrónl ¡Ay! ¡Aldeíña Onde se nace e se crece, Que inda de lonxe parece Que nos aceña e aloumiñal

;0 terrón, que cobre os osos D^os vellos que abandonamos, E que con fondos recramos Chamando están pol-os nososl

;0 terrón! Se a sorte cruel Me fay ó mundo deixar Fora del e d*o meu lar, ¡Gallegos, levaime á él, Ali podrey descansar!

Sí, querías reclinar la cabeza, por la postrera vez, en la nativa tierra; querías dormir en ella el último sueño, que ahí está tu testamento poé-

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tico, símbolo augusto de tu martirio en el mun- do, en ese grito hondamente nostálgico que, como el vago y apagado lamento de un mori- bundo, se escapó de tu alma solitaria. ¡Oh!, que acaso, cuando estos versos escribió, mantuviera su estro creador, desde las lejanas playas de Cuba, á través de los mares, en la hora solemne de su comunicación espiritual con las musas, ese diálogo misterioso con la madre Naturaleza, que llamaba á la materia al sueño perdurable de la muerte, en la tierra bendita de sus amores, y con el cielo, que llamaba al espíritu, evocador de la Virgen del Cristal, á las inmensidades de Dios.

Suelo adorado, bendito, suelo fecundizado con las lágrimas de tus mártires y tus músicos y tus poetas, que sintieron tus hondas penas y llora- ron, en estrofas y cantares de ternura infinita, tus desventuras. ¡Oh, idolatrada pequeña patria, donde nuestros mayores yacen en el eterno repo- so!, tú sola nos cubrirás con las flores que festo- nean y embalsaman el ambiente de tu espléndida floresta y nos besarás amorosa con las tenues auras de tus amenos bosquecillos y los murmu- llos de tus fuentes cristalinas y de tus rías de plata, cuando el soplo helado de la muerte nos brinde por sepultura el florido lecho de tus cam- posantos, arrullados por el toque de Ánimas de los campanarios de tus iglesias, que yérguense gallardas por entre las verdes crestas de los fron- dosos castaños y pinares de tus montañas, como un suspiro del alma á Dios.

Galicia, hermosa Suevia, idolatrada pequeña

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patria, por la que estamos unidos en dictiosa comunidad de afectos y aspiraciones á la patria grande; nereida gentil que, reclinada sobre un lecho de flores y cubierta por el regio manto de púrpura de los crepúsculos de tu cielo, pareces mecerte voluptuosa en las rizadas ondas de tus mares, que cruzan blancas gaviotas, para ser arrullada por las druídicas canciones de tus bos- ques seculares, que murmuran en sus frondas plegarias de amor, acariciada por las rielantes corrientes de tus rías de plata, en que reverbera el infinito azul y el verde esmeralda de tu flores- ta espléndida, y coronada, ya por las graníticas cordilleras, que te abrazan, fuertes como tu raza de héroes y de mártires, ya por las verdes cres- tas de los pinares rumorosos y los penachos de tus castaños frondosos, que parecen confundirse en amoroso beso con las ondulaciones etéreas del horizonte; despierta, sí, despierta, levántate y anda; sacude el yugo que te oprime; rompe las gemonías que te aprisionan; alza, alza tu noble frente, ungida de Dios, que tan bella te hizo; co- bra bríos de titán y marcha, con paso firme y ánimo resuelto, á la realización de los redentores ideales del progreso. Adelante, adelante, siem- pre adelante...

no mueres, no puedes morir, no quiere Dios que mueras; aun tienes que cumplir en el mundo grandes destinos.

Antes de poner á mis palabras remate, permi- tidme que del luchador gigante que murió con melancolías de añoranza en el destierro; del pre-

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cursor del resurgimiento glorioso; del que subió con cruz de martirio al calvario del progreso, y en medio de la montaña del progreso cae y en la jornada sucumbe, como el águila herida que cae con las alas tendidas sobre el polvo y mirando el Sol, os recuerde aquellos sentidos versos, que son grito hondamente nostálgico del alma lace- rada del poeta sin ventura en la tierra:

Si cand'á loita vaya

Tropezó n-uiiha foxa,

Os que, cal eu, subidas

A traballosa costa,

Cuando chegués á cima^

Sagrada e vitoriosa,

¡Arpas gue saudades

D'a nosa pátrea a aurora, D'a y-arpa acordaivos qué fúnabra queda N-a noita d'o olvido xemindo sin grorial

¡Ah!, ya no llorará tu arpa sin gloria en la no- che del olvido. Ahora que fúnebre sudario te envuelve, Vigo acoge la última palpitación de tu corazón grande y generoso y rodea tu nombre de aureola inextinguible. Ya puedes en paz dor- mir, ya reposas en el céltico suelo, en la pequeña idolatrada patria; ya te besa, acariciadora, la tie- rra bendita de tus amores; ya perduras en el amor de los tuyos y en la memoria de los buenos.

Y vosotros, señores, sabedlo. Si dicen, y dicen bien, que Dios bendice á los pueblos que honran á sus hijos ilustres, á los que son á manera de luminarias del pensamiento, que alumbran los

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humanos destinos en la yerta obscuridad del mí- sero vivir terrenal; vosotros que, con nobles arrestos, habéis erigido altares al genio y en los altares del genio depositasteis ofrendas fervoro- sas, bien merecidas tenéis las bendiciones de Dios y el reconocimiento de la Historia.

Manuel Lezón.

TRABAJOS ESCRITOS EXPRESAMEWE POR SUS AUTORES PARA ESTE TOMO

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TBBBIJOS ESCBITOS PHBB ESTE TBPIO

OAETA ABIERTA '"'

Sr. D. Abelardo Curros Vázquez.

Mi querido amigo : Me honra usted mucho al pedirme unas cuartillas para que figuren en el quinto tomo de las Obras de su padre, el insigne Curros Enríquez, recordando que he tenido el honor de presidir, como alcalde de La Coruña, el grandioso homenaje que Galicia entera tributó á los restos mortales del gran poeta, entregados á nuestra ciudad por la más alta representación del Centro Gallego de la Habana, y guardados amo- rosamente desde entonces por este pueblo, que aplaudió con entusiasmo á su Ayuntamiento, cuando acordó la construcción de un edificio que

(50) Véanse las Notas del recopilador, que figuran después del índice de este tomo.

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llevará el nombre de Curros Enríquez, y estará destinado á la enseñanza y á guardar las cenizas del poeta inmortal.

Pocas veces se habrá visto á un pueblo movido por sentimientos tan elevados.

No se trataba de pasiones políticas, de luchas de intereses, de corrientes de opinión, frecuen- temente ficticias y con frecuencia también rec- tificadas por los mismos promovedores ó por quienes, engañados, los corearon.

Nadie esperaba recompensa por sus iniciativas, y nadie habría de sufrir perjuicios por dejar de secundarlas.

Un pueblo, una región en masa, sin distinción de clases ni opiniones, testimoniaron su duelo por la pérdida de una de sus glorias más precla- ras, y demostraron con su unanimidad, con sus acentos y con sus emociones, que no hay amor comparable al que inspira la Patria, ni glorias tan imperecederas y tan gratas para la Humani- dad, como las cimentadas por una gran inteligen- cia y un gran corazón. '

Créame usted su amigo afectísimo q. 1. b. 1. m.

Juan Sánchez Anido.

septiembre 4-1910.

TRABAJOS ESCRITOS PARA ESTE TOMO 385

ol)

CARTA ABIERTA '"

Sr. D. Abelardo Curros.

Madrid.

Mi distinguido y estimado amigo : Me pide us- ted, honrándome con ello, en su atenta carta de 1.^ del pasado mayo, unas líneas para que for- men parte de una especie de corona poética que cierre con llave de oro el penúltimo libro de las Obras completas de su ilustre padre, agregan- do que no me otorga escape ni disculpa alguna, dada la circunstancia de haber acompañado des- de aquí los restos mortales de aquél hasta darles sepultura en tierra de Galicia.

Comprendo que las alegadas por usted son po- derosas razones; pero así y todo, convencido de que debía usted eximirme de tal encargo, por impedirme realizarlo, como es debido, mi falta de aptitud para el caso, requeriría, para lograrlo, de usted su benevolencia, si no temiera me tuvie- se por desatento, ó no pudiera juzgarse que, más por causas del puesto de presidente del Centro Gallego de esta ciudad, que desempeñaba en aquel entonces, que por espontáneo impulso,

(51) Véanse las Notas del recopilador, que figuran después del índice de este tomo.

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acepté el honrosísimo cometido de acompañar á la madre patria los restos del más notable de los poetas gallegos.

No corresponderán, pues, estas líneas, querido amigo, á lo que siento y quisiera con ellas expre- sar; mas, así como en los campos se dan humil- dísimas florecillas de poca apariencia y aroma, para que podamos por el contraste apreciar la hermosura y fragancia de otras más bellas, así esta pobrísima ofrenda mía podrá servir para hacer resaltar el mérito de otras producciones,, que serán como las rosas imperecederas del ge- nio, que hagan deslumbrante la corona que, rin - diendo culto á su amor filial y á la gloria de su padre, se propone usted formarle.

Á mi juicio, aparte la belleza de forma, son de apreciar en la obra poética de su señor padre tres marcados caracteres que le dan gran relie- ve y la harán inmortal, sobre todo para los hijos de nuestra amada Galicia. Me refiero al espíritu regional que la domina; al concepto transcen- dental ó filosófico, apareado á la profundidad de pensamiento que en seguida se nota en todas las producciones que la constituyen, aun en aque- llas que tratan de asuntos sencillos, y en lo per- sonal de la misma, por reflejar claramente, sin el más leve disfraz ni disimulo, la idiosincrasia de su autor, circunstancia que las hace ser tan sentidas é intensas.

El espíritu regional, en efecto, de tal manera se muestra en todas sus poesías, que aun aquellas escritas en castellano, revelan el temperamento

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netamente gallego de su autor, por su estilo, giros y desarrollo de las ideas.

Del concepto filosófico, debido á la profundi- dad del pensamiento que en todas se observa, es buena prueba su Nouturnio, tan admirable- mente estudiado por el Sr. Moret en el trabajo que remitió para que se leyera en la velada que se celebró en Coruña en honor á la memoria del poeta, á raíz de llegar sus restos á dicha ciu- dad, y en cuyo trabajo señala el Sr. Moret cómo dicha composición en pocos versos, y bajo una apariencia de extraordinaria sencillez, expone lo inexorable de las leyes que rigen al Universo, al par que, agregamos nosotros, contiene una acer- ba y justa crítica. de la crueldad con que nos tra- tamos los hombres.

Sobre el tercero de los indicados aspectos nada debo decir, pues magistralmente se refiere á él nuestro insigne poeta Rueda en la carta que usted pone de prólogo al segundo tomo de las Obras de su ilustre padre; pero me parece del caso señalar una circunstancia muy especial á tal res- pecto; y es que, para darse cuenta exacta de ello, era necesario haberle conocido y tratado. Hom- bre de bien á carta cabal y de extraordinaria sen- sibilidad, no podía menos de dejarse llevar ya de las ideas, ya de los sentimientos profundamente grabados en alma, y como algunos de éstos, sobre todo en los buenos, como él, suelen estar en contradicción con parte de aquéllas, porque las ideas, producto del estudio, conocimiento del mundo, cambio incesante de las cosas y madurez

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de juicio que se va adquiriendo con la edad, no es posible coincidan exactamente con los senti- mientos que la educación y tendencias predomi- nantes en el tiempo y en el hogar donde se des- lizaron nuestros primeros años, dejaron indele- blemente impresos en nuestro corazón, de ahí que exista en nosotros cierta dualidad, sólo así explicable, por virtud de la cual, y sin ser hipó- critas, lloramos, movidos por el sentimiento, la ruina de cosas que nos fueron y nos son amadas por los recuerdos que nos traen, no obstante ha- ber contribuido, á lo mejor, á tal ruina, llevados por la idea que nos impuso hacerlo como man- dato imperioso del deber.

Á siempre me pareció ver en Curros Enrí- quez, torturando su alma, esa dualidad en alto grado: ¿no habrá exclamado por eso, en su her- mosísimo poema A Virxe d'o Cristal,

Si amo tanto

O progreso y-a lus, ¿por qué n-a frente Grabado hey de levar ó desencanto D'esta doce ilusión qu'o peito senté? Por qué, cando profétecos levanto O porvir os meus olios, tristemente, Fírame a seu recordamento xordo, E d'os pasados tempes me recordó?

Suyo afectísimo amigo y s. s.

José López Pérez.

(Abofítido y ex presidente del Centro Gallego de la Habana.)

Habana, junio 22 de 1911.

TRABAJOS ESCRITOS PARA ESTE TOMO 389

DOLORA'"'

¡Ay, d'os que levan n'o bico uii cantarl

Así dijo, y en verdad que harto lo sabía, el des- graciado, que no tuvo en la vida ni paz ni sosie- go para su alma ni para su cuerpo, agobiado bajo el peso de todos los infortunios. Porque si hubo en el mundo poeta á quien el Cielo hubiese im- puesto la irremediable carga de expresar en sus versos las aflicciones que le abatían, él fué uno. Quien lo dude, lea los que produjo, mitad blanda queja, mitad implacable desesperación é ironía amarguísima. Como de fuente turbada, brotaban abundantes, únicos: no grato pasatiempo á un ánimo afligido, sino hijos de cuantos dolores pueden estrechar al hombre ante cuyos ojos se cierran todos horizontes

Mucha culpa tuvieron en ello el carácter del poeta, corazón duro como el hierro, para resis- tir toda violencia y toda herida; pero alma sen- cilla, de niño casi, para cuanto era piedad y amor para el desgraciado. Y ¿quién es el que vence, si viene al mundo en semejantes condiciones? No

(52) Véanse las Notas del recopilador, que figuran después del índice de este tomo.

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sería él, que parecía desafiar las inquietudes que le hostigaban, las luchas crueles que le afligían, y en cuyo ánimo, verdaderamente heroico, de que estaba dotado para el sufrimiento, hacía suj^as todas las amarguras que le cercaban, así sangrasen, así doliesen y matasen.

Ni aun leyendo sus versos, en los cuales las as- perezas de la vida soportada aparecen de mani- fiesto, podrá nunca adivinarse la intensidad de la tristeza que encierran en lo más oculto. Para ello es necesario haberle seguido en su peregri- nación y obtener sus íntimas confidencias: verle en el mundo y verle en su encierro. Sólo así se puede penetrar en los secretos que le agobiaban y en su sellado silencio. Por eso cuando en una hora de paz desbordaban en sus labios las pala- bras que se referían á los breves momentos feli- ces de su vida, podía comprenderse con cuánta piedad le trató el Cielo, cerrándole los ojos para siempre en una hora de descanso, y tal vez en el momento deseado. Como no me fué vedado el conocer el fondo de aquella alma atormentada como pocas, puedo decir que el amargo jtedio, como él le denominaba, no le dejó un momento, fué su compañero de toda hora y todo momento, reflejándose triste y sombrío en su producción literaria. Era forzoso, siendo, como f aé, un gran poeta lírico, que dominase en su obra la nota personal; que el dolor que á toda hora le tenía encerrado en su cárcel, predominase hasta el punto de que el amor—ni aun el que pudiera su- ponerse le hería ó subyugaba tiene en ellos la

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gran influencia que era natural. El odio que es las más de las veces manifiesto. El odio, hijo del infortunio, pasa sobre los versos como una fría onda que apenas templan las agitaciones del bon- dadosísimo corazón del poeta. Odia éste al tirano, no tanto por lo que es, como por lo que ama y compadece al que soporta las crueldades del láti- go que le hiere. Si en su poder estuviera romper cuantas cadenas atan al hombre á las tormentas de la vida, hechas pedazos caerían; si sus manos pudiesen abrirse y derramar la riqueza sobre los infortunados, las abriría sin tasa. Es más: aquella alma, que algunos se complacieron en suponerla alejada del cielo, ni siquiera negaba la ofrenda de sus oraciones á cuantos de su estimación no necesitaban ya de otro auxilio.

Qu'inda recey pol-a probé d'a tola Eu, que non teño quen rece poi* minl

exclamó dolorido al pie del sepulcro de aquella cuya obra fué su preferida, porque como él se vio maltratada de la suerte, clavada por el mis- mo dardo, sangrando por la misma herida. Igual desamparo los había envuelto en sus sombras y hecho hermanos por el destino contrario. Diríase que en su soledad buscaba el amor de los muer- tos, pues los vivos le parecían adversos. Diríase que le rodeaba la soledad de sentimientos, la so- ledad de ideas, la soledad de todo, menos la del agrio sufrimiento que le separaba de los demás, le hacía aborrecible la vida, le amargaba los más

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felices instantes y ponía un vacío inmenso entre sus agobios y el consuelo que le debían los cielos compasivos.

Y tan es así, que en aquella para él y para Ga- licia dichosa noche, en la cual espontánea, cari- ñosísima, tuvo lugar en La Coruña su corona- ción, no fué para nuestro infortunado tan santo triunfo todo lo satisfactorio que debiera presu- mirse. Parecía que una duda involuntaria lo em- pañaba, que un misterioso recelo le entristecía y velaba la íntima satisfacción que debía experi- mentar en tan gloriosos momentos. Y eso que el poeta amaba La Coruña y no dudaba de su leal- tad. En las sentidas estrofas de su poema Savdo puede verse cuánto la amaba y cómo conservaba todavía su alma algo de los alegres días de su niñez, porque para él había sido entonces, y era ahora, una ciudad franca abierta á todas las co- rrientes, á todas las glorias positivas, á los más generosos sentimientos. Porque al decir ¡Adiósf á su país, á toda esperanza y hasta á la misma vida, lo había hecho desde su puerto y entre los buenos amigos que le rodeaban en tan amargo momento.

En verdad, él agradeció con toda su alma esta despedida, como agradeció el amor con que se le recibió á su vuelta, la corona que el entusias- mo público costeó, y el entusiasta aplauso con que fué saludado en el escenario en que tuvo lugar su coronación. Conociendo su lealtad, ase- guro que en aquel instante fué tan grande su reconocimiento, que nada en el mundo podía

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aminorarlo. Sería sin límites, si pudiese adivinar entonces que había de ser tan grande, tan espon- tánea como fué la prueba de amor que dio La Coruña al poeta el día que recibió como una ma- dre dolorida los restos mortales de Curros Enrí- quez. Las cuarenta mil almas que le acompaña- ron á su última morada, llenas iban de dolor y de aquel santo respeto que la muerte de los gran- des hombres impone á las multitudes. Porque en tales momentos no se finge, el duelo sale del alma, de la sencilla pero amorosa alma popular, que sabía que algo suyo, algo que merecía el su- fragio de su pena, algo, en fin, que le pertenecía; porque en aquel corazón que había cesado de latir no hubo nunca sino piedad y amor para los heridos por la desgracia.

Puedo decirlo así; es más, debo decirlo; ¡porque fueron tan pocos aquellos a quienes merecí prue- bas de estimación en días más que amargos!... Sería un ingrato si así no lo dijera y si en honor de aquella grande alma no hiciese en este mo- mento, como quien dice, mi confesión. Procla- mando en estas páginas el generoso auxilio que le debí en momentos tan difíciles, que equival- drían á la muerte, pues me vi despojado de todo, no trato de librarme del peso de mi reconoci- miento, porque éste me es grato ó inolvidable y porque perdonad mi inmodestia hay algo de honroso para quien recibe beneficios, si el que los rinde es digno del general aprecio. Dios que todo lo ve y todo lo juzga y pone en la ba- lanza la justicia más estricta, sabe bien que si

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recibí de la mano bondadosa de mi amigo la necesaria ayuda, ni hice menos los favores reci- bidos, ni quiero que queden ignorados. Espero que el Cielo me permitirá verle bien pronto pues por mucho que tarde, la partida está cer- cana— , y entonces podrán las dos sombras con- tinuar los terrenales coloquios que una muerte inesperada vino á interrumpir. No deseo otra cosa, pues allá me esperan los que amé en este mundo. Y dejando á un lado toda la triste im- pedimenta de las ingratitudes humanas, partir libre, en busca de la paz que sólo puede hallarse en los lugares en que todo dolor se pierde y toda piedad se alcanza.

Manuel Murguía.

La Coruña, septiembre de 1911.

TRABAJOS ESCRITOS PARA ESTE TOMO 395

MANUEL CURROS ENRÍQUEZ '"^

Yo aprendí sus versos de memoria; y como yo, los ha aprendido el pueblo gallego; la cantiga N'o xardin unha noite sentada; los versos Ten a sere- na ó canto, a serpe ó alentó; la poesía burlesca Tangaraños, han pasado á formar parte del cau- dal de la música y la poesía popular en nuestra Galicia y en esa gran Galicia espiritual que se extiende al otro lado del Atlántico, donde dos millones de gallegos sienten palpitar, en la tris- teza inmensa de la ausencia, las fibras del alma regional.

Es Curros el príncipe de nuestros poetas, como es Cervantes el príncipe de los escritores de Cas- tilla; como es Shakespeare el gran poeta de Ingla- terra, y Dante el patriarca de las letras italianas.

Desde que allá, en el siglo xi, dio su primer vagido la musa galiciana hasta el renacimiento literario regional de nuestros días, no hubo un artista del habla gallega tan grande, tan excelso, tan inspirado como Manuel Curros Enríquez.

Hace ahora diez y ocho años, cuando el autor de La Virgen del Cristal estaba en el apogeo de sus maravillosas facultades, en torno de su corona de laurel y encina, de su corona de poesía y de

(53) Véanse las Notas del recopilador, que figuran después del índice de este tomo.

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civismo, se enroscaban las serpientes de la envi- dia y de la calumnia. Entonces publiqué mi libro El Regionalismo en Galicia. Dediqué todo un ca- pítulo á Manuel Curros Enriquez, y demostré que era Curros lo que hoy reconoce Galicia ente- ra— el primer poeta de la más poética de las len- guas de la Península.

Y si se compara á Curros con los otros grandes poetas españoles del siglo xix, será vencido por Zorrilla en la música y el ritmo de la rima, no igualará á Núñez de Arce en la clásica armonía de los versos, ni competirá con Campoamor en intención, filosofía y humorismo; pero superará á todos en entonación, en energía, en arrogancia viril; desde Quintana á Curros, no apareció en España un poeta de tanto nervio y que llevase tan de acuerdo sus actos con sus obras.

La musa de Curros es la musa triste de los pue- blos que perdieron su personalidad, musa de quejas y de protestas como la musa rumana y la musa polaca; pero hay en el vate gallego tan alto espíritu de rebeldía, tal sublimidad y grandeza en los apostrofes, tanta valentía en el estilo, tanta arrogancia en la frase, que elevan al poeta á las cumbres más altas de la gloria, recordando á Dante en las invectivas del Divino Sainete, y reme- morando á Víctor Hugo cuando, en la Virgen del Cristal, describe la muerte trágica de Martiño, tan semejante á la muerte de Gilliat en Los tra- bajadores del Mar.

Leopoldo Pedreira.

La Coruña, noviembre de 1911.

TRABAJOS ESCRITOS PARA ESTE TOMO 397

CURROS ÍNTIMO

(;í4)

... Que non abrir a portea cando chaman, E d'homes ruis, non de fidalgos peitos.

M. Curros Enríquez.

Poesía c<A Sociedade Lírica d'Habana».

Y como yo no soy, ni he sido, ni seré jamás hombre ruin, j como por otra parte fermentan en mi pecho todas las hidalguías con la venia de la modestia y sin rendir pleitesía á la vani- dad— , he aquí que con toda suerte de buenas intenciones, abro de par en par las puertas de mi voluntad al llamamiento de Adelardo Curros Vázquez, sin parar mientes en el éxito de mi em- presa y sólo atento á que reclama mi coopera- ción para la suya, en nombre de su padre, de aquel gran hombre que yo amé, y del que he sido amado; que conmigo rió y lloró conmigo, y que en las horas grises en que las almas de los bue- nos se asocian para sentir, las nuestras, unidas por el vínculo de la simpatía y el cariño, han co- mulgado juntas en el altar de los recuerdos, que tiene un ara para los días alegres de policroma y radiante coloración, y otra para las noches tristes de espantable obscuridad.

(54) Véanse las Notas del recopilador, que figuran después del índice de este tomo.

398 INI. CURROS ENRÍQUEZ

Todos cuantos de Curros Enríquez hablan en sus tertulias y en sus mudas conversaciones con el público, merced á los caracteres impresos, aseguran que lo han comprendido, y todos des- conocían á Curros Enríquez, porque al mencio- narlo veían en él al ser de potente mentalidad, al cerebro privilegiado que legó á su patria in- mortales producciones literarias, al excelso vate en cuyas manos el arpa de la divina poesía vibra- ba con seductores acentos, en los que ondulaba toda la gama de la inspiración; pero al Curros afectivo, al Curros familiar, al Curros íntimo, á ése, pocos, muy pocos pueden vanagloriarse de haberlo conocido y comprendido, porque elín- clito poeta, amargada su existencia por engaños é ingratitudes, habíase formado una segunda na- turaleza, y escudado tras ella como en inexpug- ble baluarte, escondía, huraño, sus pensamientos, para apartarlos de la profanación de que fueran víctimas aquellos otros de su adolescencia y de sus viriles días de titánica lucha.

No fué Curros Enríquez, por unas y otras cau- sas, gran sembrador de afectos, y aun aquellos pocos que esparció, no siempre cayeron en suelo grato; esto le tornó desconfiado, y tal vez en al- guna ocasión injusto, porque el dolor del des- encanto borró de sus labios la sonrisa, arrugó su entrecejo, puso saetas en sus mirares y endure- ció su corazón, determinando todo ello el escep- ticismo que engendró la melancolía, ya para siempre compañera suya inseparable.

Mortificado desde su infancia por crueles con-

TRABAJOS ESCRITOS PARA ESTE TOMO .^^9

trariedades, presumía de excéntrico, y displicen- te seguía su ruta hastiado de todo.

No pudo ser estoico y no quiso oficiar de cíni- co, quedándose en un perfecto misántropo.

Era preciso prodigarle mucha tolerancia, mu- cho cariño, mucha disculpa para sus genialida- des, si se quiere extravagancias, para ganar su voluntad y conquistar su confianza. Entonces, aquella almita enferma ó infantil se entregaba^ porque siendo asequible á todos los bellos afec- tos y sentimientos, se dejaba apresar, moldeán- dose á merced de quien, acariciándola, la trans- formaba.

Y éste era el secreto de nuestra entrañable é indisoluble amistad.

Nunca su errabundo paso tropezó con la dicha; no pudo ser feliz, no ensayó el abyecto caraco- lear para conseguir la fortuna. jNo debía ser feliz! El serlo, prerrogativa es de los que militan en la legión del egoísmo, de los vulgares, no de aquellos que él, compadeciéndolos, cantó en es- culturales versos:

¡Ay d'os que levan na frente unha estrelal ¡Ay d'os que levan n-o bico un cantar...!

* *

Poco más de un año antes de venir á España por la primera vez, Curros Enríquez leyó en el Teatro Tacón de la Habana, la noche del 11 de enero del año 1903, en la velada conmemorati-

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va del XIII aniversario de la fundación del Cen- tro Gallego, una valiente poesía titulada A espi- na, en la que ponía de relieve el proceder de al- gunos que habían convertido en odio la venera- ción que por todos conceptos merecía; él, que no vaciló en arrostrar toda clase de sinsabores y ti- rar su porvenir por la ventana en holocausto al buen nombre de la colonia gallega; yo, en 20 de junio del mismo año publiqué en mi bien recor- dada y queridísima Bevista Gallega la composi- ción mía O dardo, como respuesta á la suya, en la cual me dolía de la sinrazón con que era com- batido el amado poeta, y denostaba á los que tan desconsideradamente lo trataran. Al agradecérmelo decíame :

«Celebro le hayan complacido mis versos A espina. La llevaba dentro y me la saqué en pú- blico. La chusma bramó porque le cogí la cara y se la abofeteé de lleno. Ya que no debía me- dirme con ella; pero debo prevenirme contra las calumnias y justificar mi desvío de esta Galicia lazarina que, sin saber leer ni escribir, viene aquí á escupir sobre su historia y la de sus padres. Felizmente, los de esa Galicia son los menos, y hoy, faltos del apoyo que les daba España, vense impotentes; pero ellos me hicieron todo el daño que han podido, y yo, que 'he vivido y vivo sin ese apoyo, estaba en el deber de demostrarles que no había muerto...»

La carta á la que pertenece el párrafo trans-

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crito, vio la luz en el número del 23 de agosto de 1903 en la referida Revista Gallega^ y al ser conoci- da en la Habana levantó talpolvareda éntrelos que <íon sus desatenciones habían originado los apos- trofes del ofendido, que al mortificarle con sus denuestos recrudecidos, hicieron buena la razón que le asistiera para devolverles en parte míni- ma algo de la ponzoña que sobre él tan copiosa- mente, impíos y rencorosos, habían vertido, por- que en el mundo mientras á unos suele enalte- cérseles por sus maldades, á otros por sus bonda- des se les deprime, por raro que parezca el caso. Yo conceptué deber de amistad volver por sus fueros y lo hice en números sucesivos de mi heb- domadario, exponiendo enérgicamente verdades que borbotaban en mi cerebro pugnando por ex- pansionarse, que también los que no sabemos ofender tenemos á veces necesidad de defen- dernos: lo contrario sería hacernos indignos del respeto y de la estimación de los buenos, y con esto no transige ninguna conciencia honrada, ningún hombre de honor.

He de referirme, siquiera sea someramente, á la fecha, más culminante en la historia de Curros, su coronación por Galicia y su apoteosis en La Coruña; y he de recordar, también de una ma- nera sucinta, otra fecha memorable: su entierro en La Coruña y el homenaje que á su egregio poeta muerto tributó Galicia.

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402 M. CURROS ENRÍQUEZ

Pero antes daré unos ligeros datos biográficos del insigne pensador, del rimador sublime.

Don Manuel Curros Enríquez y Nogueira naci6 el 14 de septiembre de 1851 en la villa de Cela- nova, provincia de Orense.

Desde su primera edad sintió irresistible se- ducción por la literatura en general y especial- mente por la poesía, publicando muy hermosos versos en diversas hojas periódicas.

Cuando apenas se iniciaba su adolescencia hubo de abandonar el paterno solar, comenzan- do la odisea que terminó con el fin de su vida.

A causa de un artículo que á raíz de la revolu- ción de septiembre de 1868 publicó atacando al general D. Leopoldo O'Donnell en M Combate, que en Madrid dirigía el agitador D. José Paul y Án- gulo, se vio obligado á expatriarse, huyendo á Londres, donde se ganó el sustento dando lec- ciones de lengua española á una familia inglesa que llegó á profesarle entrañable cariño.

Sintiendo enervantes nostalgias por la patria, regresó á ella, estableciéndose en la Corte, y al paso que aprobaba en la Universidad Central al- gunos cursos de Derecho, colaboraba en varios periódicos republicanos de los de más renombre, haciéndose notable por sus viriles artículos, pues era Curros un polemista contundente que esgri- mía denodado su agresiva péñola.

Veinte años contaba cuando se casó con la se- ñora D.^ Modesta Vázquez, nacida en Puebla de Sanabria (Zamora), y de los varios hijos que tuvo

TRABAJOS ESCRITOS PARA ESTE TOMO 403

en su matrimonio, sólo al presente viven dos: Adelardo y Manuel.

En 1873 fué redactor en la Gaceta de Madrid, dirigida á la sazón por su excelente amigo don Felipe Picatoste, y ya en esta época el nombre de Curros Enríquez gozaba de la merecida repu- tación que le daban sus escritos.

Una bellísima oda que dedicó á la Guerra ci- vil, en 1875, le valió ser nombrado redactor de El Imparcial, siendo más tarde corresponsal de dicho diario en el campo de batalla, publicando admirables crónicas con el epígrafe Cartas del Norte.

Próximamente en la misma fecha se le premia- ron en un certamen literario, celebrado en Oren- se, su inspiradísimo poema gallego A Virxe d'o Cristal y sus encantadoras poesías descriptivas O Gueiteiro y Unha boda en Einibó,

Al promediar el año 1877 marchó con su fami- lia á Galicia para desempeñar un modesto empleo en la Administración de Hacienda de Orense, con- solidándose entonces el apogeo de su brillante historia literaria, que tan justamente había de confirmarse andando el tiempo.

En Madrid escribiera su ensalzada leyenda El Maestre de Santiago, prologada por el sabio quí- mico y catedrático santiagués D.José Rodríguez Carracido, y diera comienzo á su libro sin rival en la poética galaica Aires d'a miña térra, que prologó el malogrado erudito cortegadense don José Ogea, cuyo libro se imprimió en Orense.

La publicación de este volumen marcó el pri-

404 M. CURROS ENRÍQUEZ

mer paso en el horrendo Via crucís que hubo de recorrer el poeta filósofo.

Fué así:

En 1880, el entonces obispo de la Sede orensa- na, Dr. D. Cesáreo Rodrigo (bien es dar el nom- bre para que por su impertinencia e intoleran- cia se perpetúe y reciba su merecido de cuantos respiren aires de libertad); el obispo orensano, repito, anatematizó y denunció las composicio- nes que integraban la obra, por heréticas, blasfe- mas, escandalosas y excesivamente censurables.

El autor fué procesado, y en Orense, como no podía menos de suceder, se le condenó á destie- rro, indemnización de daños y perjuicios y pago de las costas, no obstante la admirable oración forense que en defensa de aquél hizo el ilustre jurisconsulto D. Manuel Paz Novoa.

No se conformó y era natural Curros con la sentencia del Inferior, y apeló al Superior, viéndose de nuevo la causa en la Audiencia de La Coruña.

El Sr. D. Luciano Puga y Blanco, insigne letra- do de bien cimentada fama, se encargó de defen- der al autor atropellado, y tal habilidad puso en su elocuentísima y doctrinal defensa, y de tal modo supo dirigir su discurso á la inteligencia del Tribunal, que éste, convencido y subyugado por la arrebatadora palabra del defensor, falló absolviendo á Curros Enríquez, declarando las costas de oficio y manifestando que la formación de la causa en nada perjudicaba el buen nombre y reputación del autor del libro, mandando de-

TRABAJOS ESCRITOS PARA ESTE TOMO 405

volver los ejemplares secuestrados y cancelar la fianza prestada...

¡El día 4 de marzo del año 1881, Themis se ata- vió con sus más preciadas galas y se presentó en la Sala de Audiencia de la capital de Galicia para entonar su más vibrante y armonioso himno de democracia y redención!...

Á consecuencia de este fausto acontecimiento, el nombre de Curros fué llevado en triunfo y repetido con admiración por todos los ámbitos de la Península y Américas españolas, y de Aires da miña térra se hicieron nuevas y copiosas edi- ciones, agotadas no bien vieron la luz.

Esta ha sido la malaventurada victoria del señor obispo de la diócesis de Orense, doctor D. Cesáreo Rodrigo (q. e. p. d.).

En Orense fundó y dirigió Curros un periódico titulado El Trabajo, del que era propietario su gran amigo el impresor D. Antonio Otero, editor asimismo de la obra denunciada y absuelta. Tam- bién en Orense estrenó su admirable loa El Padre Feijóo,

Vuelto á la Corté en 1882, fué redactor de El Porvenir, órgano zorrillista que defendía la polí- tica de D. Manuel Ruiz Zorrilla, y más tarde cola- boró en El Progreso, publicación asimismo repu- blicana avanzada, que vivió pocos años. En El Porvenir publicóse como folletín La Lira Lusita- na^ traducción de las mejores obras délos poetas portugueses Guerra Junqueiro y Teófilo Braga.

Publicó en 1888 su famosísimo poema en ocho cantos O Divino Sainete, escrito en rotundas tría-

40 i M. CURROS ENRÍQUEZ

das, estructura poética genuinamente gallega.

Sus tríadas recuerdan los sublimes tercetos con que el Dante construyó su Divina Comedia, y, como ésta, El Divino Sainete se dirige á fusti- gar vicios sociales y personales, falacias é hipo- cresías, fanatismos y convencionalismos que ejer- cen su maléfico inñujo en pueblos, familias é individuos.

En este poema se destacan el nervio rítmico flagelador y la inspiración del autor.

Por esta época tradujo el hermoso drama por- tugués de Pinheiro Chagas A Morgadinha de Val- flor, con el título de La Condesita, obra admira- ble por las bellezas que Curros aumentó á las muchas del original.

Al fundarse en Madrid M País, se le nombró redactor-jefe, y en él esculpía diariamente sus notables Comentarios, hasta 1893, en que partió para la isla de Cuba, con gran sentimiento de los que, como hombre y como intelectual, le que- ríamos.

Poco tiempo después de su llegada á la Ha- bana, fundó y dirigió su memorable revista La Tierra Gallega, y fué entonces que, por caballe- ro, desinteresado é independiente, le ocurrieron á Curros cosas de las que ya resulta extemporá- neo tratar, pues se relacionan con las causas que motivaron la publicación de A espina y con lo expuesto por él en el párrafo que dejo trans-

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<3rito de su carta, y no es bien oficiar de Eolo cuando la bonanza acalló ya las furias de la tem- pestad.

Desaparecida La Tierra GaUega,mgres6 Curros como redactor político, teniendo á su cargo la crítica de la Sección de la Prensa, en El Diario de la Marina, y en este puesto le sorprendió la muerte en 7 de marzo de 1908.

Tanto la Redacción de este importante perió- dico cubano como la colonia gallega, represen- tada por su glorioso y patriótico Centro, se por- taron en esta ocasión de un modo que son pocos todos los elogios para encomiar su conducta.

Una tarde de la primera semana del mes de mayo del año 1904 fondeó en la bahía de La Co- ruña el hermoso trasatlántico Alfonso XII, á cuyo bordo venía Curros Enríquez.

Su llegada, aunque se esperaba, sorprendió á sus amigos, pues con objeto de evitarse emocio- nes que empeorasen su quebrantada salud, sólo á muy pocos nos hizo saber el vapor en que se embarcara.

En la Habana fuera despedido por cuantos ele- mentos constituyen la actividad intelectual, en todas sus manifestaciones, de la capital de Cuba.

Cuando, al vernos, en un abrazo fuerte, intenso, sintetizamos todos los sentimientos que nos em- bargaban, algo detuvo la voz en las gargantas, y sólo humedecidos los ojos, hablaron con esa elo-

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cuencia muda que algunos sprits forts se esfuer- zan en ocultar, siendo así que su manifestación es la mayor prueba de virilidad que el hombre puede dar cuando una causa superior le impele á esa bendita expansión.

Curros llegaba muy enfermo; desmoronábase^ respiraba fatigoso, jadeante.

¡Vengo muerto, querido!... me dijo.

Yo pretendí quitar importancia á su dolencia; él me sonrió; mi humanitaria intención no le en- gañaba.

Pasaron días; me convertí en su enfermero, en su inseparable acompañante. ¡Cuánto charlamos! ¡Qué de ilusorias esperanzas juntos forjamos! ¡Cómo actuamos de profetas desacertados, pues irrealizables han sido todos nuestros designios!. .►

Algo restablecido, se marchó á recorrer la Ga- licia de sus nostálgicos amores, yendo á deposi- tar un ramo de flores en el mausoleo que en la iglesia de Santo Domingo de Compostela custo- dia los adorados restos de la divina soñadora Ro- salía de Castro, flores cuyo más preciado y pe- netrante perfume era el recuerdo y la admira- ción del genial bardo peregrino...

Y luego, á Madrid...

Mucho había en la Corte que le reclamaba: fa- milia, amigos, memorias de cosas que fueron, compañeros de vigilias periodísticas y escarceos literarios, correligionarios y personajes encum- brados que no supieron adivinar el ansia de Cu- rros de no volver á su ostracismo consumidor de sus días, pues si espontáneamente se le hu-

TRABAJOS ESCRITOS PARA ESTE TOMO 409

biera ofrecido un puesto en la Prensa ó en otro lugar en consonancia con sus disposiciones, él, que por delicadeza y caballerosidad nada quiso insinuar, no se hubiese ido otra vez de su patria, y los que bien le amábamos probablemente dis- frutaríamos todavía de su amistad.

Pero el pecado de los que no acertaron á adi- vinarlo no debe imputársele exclusivamente á los que, sin comprenderlo, en sus manos tuvieron los destinos de Curros; el mal ya se ha generali- zado; la egolatría arraigó en las entrañas, y los seres superiores y altruistas ya se agotaron en el mundial comercio de gentes.

Mientras duró la excursión de Curros, Galicia se preparó para festejar á su poeta predilecto, y en la noche del 21 de octubre de 1904 el Teatro Principal de La Coruña se pobló de eminencias que de todos los pueblos de la región y de fuera de ella acudieron á rendir tributo de honor, amistad y admiración al excelso cantor del alma gallega.

Cultivadores de las bellas artes, estilistas del bien expresar, poetas y músicos, cuanto vive y bulle en las esferas del entendimiento con ful- guraciones talentosas, formaron alrededor del genio, le vitorearon clamorosos, le ungieron con el óleo de la inmortalidad, alzáronle pedestal, ci- ñéronle la áurea y argentada corona que Galicia le ofrecía, y eleváronlo á la altura y nivel de los ínclitos maestros Quintana y Zorrilla.

El acto fué solemne, majestuoso.

Mientras las voces aclamaban, las manos aplau-

410 M. CURROS ENRÍQUEZ

dían y lloraban los ojos, y ha sido aquel momen- to, quizás, el más emocionante y memorable de la vida del gran hombre.

Todos los poetas dirigieron las producciones de su estro á ensalzar el talento del que en la magnífica velada reconocieron como rey suyo, como insuperable modelo: yo canté á su alma, simbolizada en su hijo Manuel, que se llevaba consigo á otro mundo, del que al poco tiempo volvió tornando á su Madrid querido, porque su organismo no estaba templado para soportar el padecer de las nostalgias de la patria y del hogar.

La gloriosa efemérides que en la historia de Curros Enríquez señala este tan notable suceso, al par que galardón para el glorificado es honra para Galicia, que demostró por medio de sus hijos más distinguidos que sabía enaltecer y re- cordar con entusiasmo y amor al que amoroso y entusiasta la había recordado y enaltecido.

Dos días después de la coronación del poeta, éste embarcó en el vapor La Champagne, con rumbo á la Habana.

La población entera acudió al muelle de La Co- rana para despedirle, y á bordo del trasatlántico fueron Comisiones de todas las corporaciones y clases sociales para decirle «¡Adiós!...»

Jamás hombre alguno, sin más condiciones y circunstancias que su valimiento personal, mere- ció agasajos tan unánimes y sinceros como los ofrecidos al insigne vate al partir por segunda y última vez á su destierro, destierro tanto más triste cuanto, pocos meses transcurridos, volvió

TRABAJOS ESCRITOS PARA ESTE TOMO 411

á encontrarse nuevamente solo, con la única com- pañía de su melancólica y destructora morriña, que fué minando su existencia hasta invadirle el corazón y paralizar en él sus palpitaciones...

¡Y se me murió!...

El día 8 de marzo de 1908 tres años y medio más tarde de la partida de Curros Enríquez , Galicia se vistió de luto al recibirse la funesta y tristísima noticia de la muerte de aquél, acaecida en la Habana á las ocho de la mañana del día anterior.

Aquel portentoso cerebro ya no generaría más ideas; la inspiración enmudeciera; el coloso se rindiera, y su alma, libre de las trabas carnales y emancipada de las sugestiones de la inteligencia, entregárase al Eterno...

Al Eterno, sí, porque Curros Enríquez era cre- yente: uno de los testigos de sus últimos instan- tes aseguró que había recibido los auxilios espi- rituales, y es muy posible que al empañarse sus ojos para no ver más la luz, haya resbalado por sus labios la misma consoladora frase que selló los suyos en el inmenso y universal lírico, el creador de Notre Dame, de París, el inmortal Víctor Hugo :!

¡Creo en Dios!,..

El 31 del referido mes de marzo arrió anclas

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en el puerto coruñés el palacio flotante Alfon- so XIII : en él venía embalsamado el cadáver de

ti

Manuel Curros Enríquez,

Coincidencia extraña: cuatro años antes con- dujera al poeta enfermo, pero lleno de esperan- zas y con algunas ilusiones, el vapor Alfon^ so XII, j era el Alfonso XIII el que, al presente, nos traía los sagrados restos del amado patricio.

Hay simbolismos fatales para el destino de ciertos seres...

Yo residía ya en Madrid y conceptué deber de amistad afrontar las molestias del pesado via- je para recibir y acompañar el cuerpo rígido del querido hermano. Todo me lo merecía.

Su hijo Adelardo también quiso, con la pena consiguiente, cumplir la filial imposición de irá sumarse, el primero, á la gran manifestación de duelo que Galicia y España rendían á su esclare- cido padre.

La recepción de las adoradas cenizas; la expo- sición del cadáver en un salón del Ayuntamiento herculino convertido en lujosa capilla ardiente, cuyos enlutados muros desaparecían tras el cen- tenar de coronas riquísimas enviadas de todas partes; el paso por las calles de la fúnebre comi- tiva, presenciado por millares de personas; la concurrencia al majestuoso acto de cuanto en el mundo de la inteligencia brilla, para acompañar al pobre muerto en su último viaje; todo ello ha sido de una tal magnificencia cual no se recuer- da nada que pueda comparársele.

El pueblo de La Coruña, siempre noble y gene-

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roso, y su digna representación concejil, han es- tado sencillamente grandes: sólo á los héroes, á los caudillos se les prodigan honores tan fastuo- sos, tan espontáneos, como los que Galicia y su capital tributaron al eximio vate, cuya tumba está defendida y custodiada por las ondas oceá- nicas que, rompiendo en Punta Herminia, al pie del gigantesco faro de Hércules, resbalan por San Amaro y mueren en los Pelamios.

Al sepelio siguió la velada necrológica, que revistió igual solemnidad y el mismo esplendor que aquella otra gaya de glorificación en que todos cantaban y reían, en antagonismo con la de ahora, en que todos gemían y rezaban.

Sólo una pequeña discrepancia se señaló en el entierro, y ha sido que algunos elementos de los que todo pretenden convertirlo en propaganda de sus ideales, dando un alcance erróneo, si no intencionado, á los del finado, querían que dicho entierro fuera civil: Adelardo Curros vacilaba; consultó pareceres y, con muy buen criterio, se le aconsejó que depositara á su padre en lugar sagrado, como así se efectuó en un nicho adqui- rido á perpetuidad por el correctísimo Ayunta- miento coruñés, merecedor de toda loa.

Y muy bien hecho: Curros, ya lo he dicjio, era creyente.

Podría menospreciar determinados convencio- nalismos doctrinales y no estar conforme con procedimientos que suelen metamorfosear la se- riedad del dogma en jovial caricatura; pero allá en el fondo de su pensamiento, en lo sacrosanto

414 M. CURROS ENRÍQUEZ

de SU fuero interno había fe, como en su con- ciencia caridad, que es amor, y con semejante consorcio no hay quien no abrigue esperanzas de un algo de abstrusa realización, y he aquí cons- tituida la trilogía teologal, base de la creencia de un alma pura.

Además, no es, no puede ser ateo caso que el ateísmo realmente exista quien, como Cu- rros, ideó aquella bellísima y mística leyenda A Virxe d'o Cristal; que escribió en su poesía ¡Sola!,., este endecasílabo:

¡Quén tan dichoso que topase á Dios!

que en la encantadora despedida á Mariquiñas Fuga, la espiritual hija de su insigne defensor, arrebatada á la vida cuando ésta le ofrecía pró- diga todos sus dones, le dice:

Y-agora voa, Pombiña, e que te guíe

Nosa Señora,

y muchísimos versoS más en los que repetida- mente nombraba á Dios, á Jesús y á su Madre.

Y esto no era puro lirismo, no; esto era..., lo que era; lo que puso de manifiesto en un templo católico al visitar el sepulcro de Rosalía, ante el cual se postró con la frente inclinada.

Conmigo penetró en humildísimas iglesias al- deanas, y yo vi la unción en su semblante y los suspiros profundos que exhalaba: tal vez estos suspiros eran una plegaria mental en substitución

TRABAJOS ESCRITOS PARA ESTE TOMO 415

de las oraciones quizás olvidadas, y como tal habrá ascendido llegando adonde su pensamien- to la enviaba, sin que esto implique fanatismo ni hipocresías, como quieren significar los hipó- critas fanatizados por la idea del no pensar ni sentir, que los esclaviza, encerrándolos en el es- pinoso cerco de sus libertades, aunque el con- cepto así expresado resulte paradójico.

Curros, á pesar de su misantropía, y bien pu- diera ser por esto mismo, lo repito, era creyen- te... ¡Quién puede descifrar los misterios que se elaboran y anidan en el espíritu!

No esté, pues, pesaroso Adelardo de que el cuerpo de su progenitor repose donde yace: ante él se entonan preces; si se pierden en la oque- dad del ambiente por falta de sitio en que aco- gerse, siempre llevan consigo partículas de res- peto y de afecto que llegan á alguna parte, por- que las genera el corazón de los buenos que creen y esperan y aman la memoria de los que en el pasional ajetreo del vivir también han sido buenos, nobles y leales.

* *

Adelardo Curros Vázquez sintió renacer en su pecho los chispazos de filial cariño que entre ce- nizas se ocultaban, y para demostrarlo de una manera palpable, se arriesgó en la aventurada empresa de reimprimir las obras de su inolvida- ble padre, el cual, si no es un mito la conviven- cia psíquica, desde las regiones en que vague su

416 M. CURROS ENRÍQUeZ

alma, agradecerá por el cariñoso culto brindado á su labor intelectual, y bendecirá, como sanción de reconocimiento, á quien por tal modo honra su memoria.

Merece, por lo tanto, Adelardo que también es poeta y tampoco debe nada á la fortuna— que se estime su proceder, tanto más, cuanto algunos de los trabajos de su ilustre padre estaban ago- tados y otros inéditos.

Á acudió, y si bien en un principio sentí recelos, concluí por atender su deseo, y al correr de la pluma, obediente al imperativo de la con- cepción, escrito queda cuanto se me ocurrió re- lativo á aquel genio que en el mundo se llamó Manuel Curros Enríquez, que amé y que lloro, porque no en vano duele el corazón cuando un rudo golpe hace estallar sus fibras, y las del mío, con la para honrosa invitación de Adelardo, estallaron con amenaza de romperse.

Queda satisfecha su petición.

No me lo agradezca, porque al complacerle pago una deuda sagrada de amor, ya que su pró- ximo ascendiente, el hermano mío de mi alma, que recuerdo y nunca olvidaré, desdeñando ne- cias y presuntuosas inmodestias, me ha enseñado con autoridad de maestro

...Que non abrir a porta cando chaman, E d'homes ruis, non de fidalgos peitos.

Galo Salinas Rodríguez. Madrid, diciembre de 1911.

índice de las materias pe contiene este tomo.

Páginas.

Á guisa de prólogo. 5

La Lira Lusitana 15

La Señorita de aldea 87

De mi álbum 107

Artículos y poesías 169

Curros Enriquez y su obra literaria 247

Notas del recopilador. . , 419

27

NOTAS DEL RECOPILADOR

(1) Á guisa de prólogo. Escuchando el Nou- TURNIO. (Pág. 5.)

Nos lia parecido tan soberanamente bello este tra- bajo subscrito por el Sr. Moret, que no hemos vacilado un punto en que figure al frente de este tomo.

Es Nouturiüo una de las más hermosas, de las máé hondas concepciones que brotaron del numen altísimo de Curros Enríquez.

En todo el poema vibra una grandeza trágica que abisma, late una ironía cruel que hiela la sangre en las venas.

Leyendo los versos maravillosos, que unas veces in- vitan á la ternura y otras ponen en el alma una ráfaga de odio para la Humanidad, se comprende mejor y se admira más la suprema inspiración del poeta.

El ilustre hombre público D. Segismundo Moret ha hecho un estudio concienzudo de la obra del vate, quin- taesenciándola en unas cuantas líneas, que por su con- cisión y energía merecen la alabanza de propios y ex- traños.

(2) La Lira Lusitana, (Pág. 15.)

Así como el g»*an Teodoro Llórente muerto tam- bién para desdicha de las letras patrias supo, como ningún otro poeta español, comprender y traducir las

420 NOTAS DEL RECOPILADOR

magnas creaciones de Schiilery Goethe, no cabe dudar que Curros Enríquez fué el único en España que mejor y de manera más acabada ha trasladado al idioma de Cervantes cuanto de más grandioso y excelso ha pro- ducido el estro de los poetas de la patria de Camoens.

Los versos de Guerra Junqueiro, á las veces demole- dores y á las veces plenos de una ternura incompa- rable, no tuvieron mejor intérprete en castellano que Curros Enríquez. Muestra de los primeros, pueden ad- mirar los lectores de estas Obras completas la famosa Circular que publicamos en el tomo III; de los segun- dos, basta leer Tragedia infantil, que se inserta en este volumen y es un verdadero primor. Leído en por- tugués este idilio soberano, indudablemente el espíritu del lector ha de experimentar una grande emoción ar- tística; pero leído en castellano, las bellezas de la tra- ducción cautivan y embelesan.

Estas excelencias de la traducción hecha por Curros Enríquez las hemos apuntado ya en el tomo III de estas Obras completas al hablar de La Condesita, el her- moso drama que avaloró el poeta orensano, acumulan- do bellezas á los hermosos pensamientos con que el gran Pinheiro Chagas esmaltara su Morgadcnha de Val/lor,

Las producciones de Teófílo Braga, tan insigne poe- ta como pensador insigne, fueron también fidelísima- mente trasladadas por Curros Enríquez á nuestro idio ma. Ahí están, para demostrar cuanto decimos. La sombra del Profeta, Samiaza ó el amor de los ángeles, Fin de Satanás y La infancia de Homero,

La Lira Lusitana insertóse en forma de folletín en el periódico EL Porvenir órgano del partido republi- cano zorrillista , que se publicaba en Madrid por los

NOTAS DEL RECOPILADOR 421

años de 1883 al 86. Este diario, que tenía su redacción en el número 14 de la calle de la Luna, esquina á la de la Madera, dejó huella imborrable en la historia del periodismo español, asi por la valentía de sus campañas como por la exquisitez de sus trabajos periodísticos y literarios. Propietario de El Poroenir lo fué un entu- siasta progresista asturiano, D. Enrique Menéndez, quien gastó en el periódico casi toda su fortuna, que era respetable.

Dirigía el susodicho diario un periodista notable, don Eduardo Peña, que ya rindió su tributo á la muerte, si nuestra memoria no es infiel; y la redacción de El Por- venir hallábase constituida por una verdadera pléyade de escritores y periodistas brillantísimos, entre los que recordamos á Curros Enríquez, Pedro Ruiz de Ávila, José Miralles, los sabios doctores Escuder y Gordillo, Segovia Rocaberti, Serrano Barradas, Fernández Dié- guez y otros. Casi todos los anteriormente nombrados ya no existen.

(3) La Señorita de aldea. (Pág. 87.)

Este notable opúsculo que algunos biógrafos de Cu- rros han hecho pasar por novela se publicó en Heral- do Gallego, que fundara y dirigiera en Orense el gran poeta D. Valentín Lamas Carvajal, allá por los años de 1875 al 78.

La Señorita de aldea es una fidelísima pintura de la señorita lugareña, con relación á la época en que su autor escribió dicho trabajo. De entonces acá las cir- cunstancias han variado muchísimo; y á buen seguro que de escribirse hoy La Señorita de aldea, su autor hubiera modificado no poco su texto. Desde que el fe- rrocarril, primero, y el automóvil después, han llevado desde las metrópolis á las aldeas, y desde las ciudades á los villorrios, bocanadas de un aire progresivo y cul-

422 NOTAS DEL RECOPILADOR

to, ya no es la señorita de aldea lo que fué en otro tiem- po, por más que aun hoy conserve reminiscencias de antaño, heredadas por ley de la costumbre.

(4) De mi álbum. (Pág. 107.)

Aunque nos propusimos guardar un perfecto orden cronológico en la inserción de los trabajos que integran este tomo V, comenzando por los de feclia más anti- gua y siguiendo por los que su autor escribiese en fe- chas subsiguientes, liémonos visto precisados á alterar aquel orden, en razón á que las composiciones poéticas que constituyen De mi áíbain no pueden conceptuarse como una composición aislada, sino que forma lo que debe incluirse por derecho propio en la categoría de obra completa. A partir De álbum, y en cuantos artículos y poesías insertamos á continuación, segui- mos el orden de fechas, que estuvo siempre en nuestro ánimo guardar.

Las múltiples composiciones poéticas que bajo el epí- grafe de De álbum publicamos, nos fueron remitidas desde la HaVmna por D. Ramón Armada Teijeiro, el año de 1911. En atentísima carta que con los versos recibimos de nuestro querido amigo, nos decía éste que había recogido cuidadosamente los originales enviados, del cajón de la mesa donde Curros Enríquez trabajaba en El Diario de la Marina.

Es de suponer que se escribieran estos versos desde el año 1897 al 1907, y no es aventurado creer que ellos constituyen toda la labor poética gestada y laborada por el poeta en los últimos años de su vida.

Nosotros agradecemos profundamente el honroso cumplimiento de un deber que llevó á efecto nuestro

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queridísimo amigo Sr. Armada Teijeiro, pues de lo con- trario, verianse privados nuestros lectores de admirar la labor del poeta y su facundia extraordinaria.

Abrumado Curros Enríquez ante la diaria petición de un autógrafo, vióse precisado á improvisar un día y otro versos y más versos para cuantas señoritas de la capital de Cuba solicitaban una peregrina muestra del talento del vate insigne.

Algunas de estas composiciones— escritas al correr de la pluma y alternando con otras ocupaciones del perió- dico, que al poeta robaban tiempo y energías basta- rían por solas para dar patente de poeta glorioso á quien ya la tenía de antiguo conquistada. Dominando en unas la más exquisita de las ternuras, en otras la amarga ironía, en éstas un acendrado patriotismo y en estotras la estridente carcajada de un terrible escép- tico, campea en todas una inspiración grandiosa y pri- vileo-iada.

(5) Confidencias. (Pág. 171.)

Insertamos en este tomo, con sumo gusto, el hermoso prólogo que Curros Enríquez escribió para la novela que lleva por título el epígrafe de esta nota, y se debe á la pluma galana del meritísimo publicista D. Luis Pardo, amigo entrañable del poeta. Esta novela fué escrita el año 1888 y publicada á principios del 91.

Por más que se trate de un prólogo, que como es natural, forma parte de una labor ajena, no liemos que- rido omitir su publicación en estas Obras completas, para que en ellas fígure todo aquello que firmado va por el autor insigne de Aires d\i miña térra.

(6) La mujer gallega. (Pág. 176.)

El día 27 de mayo de 1893 publicó la revista madri-

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leña Blanco y Negro un número extraordinario^ dedi- cado á la mujer española.

Torneo glorioso fué aquél, en que todas las liras y las péñolas todas se conjuraron al unisono para enviar á nuestras incomparables mujeres un tributo de admira- ción idolátrica. La lira de José de Velilla, desbordan- dose en halos de luz multicolor, cantó á la mujer anda- lusa como él solo sabía hacerlo; «Kasabal», para la ma- drileña, puso en su pluma todos los donaires, y con ellos formó un palio de flores, para que bajo de él pa- seara su belleza triunfante la que es encanto de las ver- benas y sabe enredar en los flecos de su pañolón de .Manila todos los corazones masculinos que cruzan por su senda; Sinesio Delgado glosó las gracias de la mujer castellana con su proverbial donosura; la aragonesa tuvo en Royo Villanova su cantor prodigioso. Y así, en gradación ascendente de piropos, fueron incensadas con la mirra de sus ditirambos, por otros ingenios cuyos- nombres no recordamos, la nescacha polita, moradora de los caseríos de Euskeria, la chiqueta bonica, que refulge en las barracas levantinas, y la intrépida astur, que lleva en sus sayas poemas de reconquista.

Como no podía menos de suceder, Curros Enríquez fué invitado á terciar en el palenque, y, armado de punta en blanco, sobre alazán brioso, fuese á la pales- tra, pluma en ristre, decidido y animoso, para entonar su romance de gesta en loor de la mujer gallega.

Él la coloca por sobre el nivel de las demás mujeres españolas; si apasionado fué, que en esto no hay duda, no es menos cierto que todos llevaron su pasión al límite máximo en la respectiva defensa de sus mujeres.

Y después de todo, lógico es y natural que esto ocu- rra, siempre que de cantar á la mujer se trate. Cada uno hallará bellezas y encantos insuperables en la de su región, siendo así que, colocándonos en el campo neu-

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tral, éstas y aquéllas, por el solo hecho de ser mujeres, merecerán nuestra alabanza, pues que de ellas naci- mos y en ellas consagramos á nuestras madres y á nuestras esposas.

(7) Morsamor. (Pág. 180.)

Este admirable juicio crítico de la novela asi titulada del inmortal Valora, se publicó en EL Diario de la Ma- rina, de la Habana, á los pocos días de ponerse á la venta Morsamor, el año 1899.

Coincidiendo la publicación de la novela susodicha con el epílogo de la hecatombe colonial, Curros Enrí- quez desmenuza con garra de león la obra del autor de Pepita Jiménez, haciendo muy atinadas observaciones, que podrá apreciar en toda su significación quien lea detenidamente este juicio crítico y conozca la novela del maestro Valora.

(8) El Mayorazgo de Villahueca. (Pág. 187.) Con el mismo título de la novela de Atanasio Rivero,

redactor de El Diario de la Marina y compañero de Curros Enríquez, se publicó este admirable juicio critico en Remsta. Gallega, el año 1904.

Revista Gallega, fundada y dirigida en Coruña por nuestro querido amigo y entrañable del poeta— Galo Salinas y Rodríguez, cesó en su publicación desde el punto en que Salinas trasladó su residencia á la Corte, obligado por el importante cargo que ocupa en la Can- cillería de la República uruguaya.

El trabajo origen de esta nota fué escrito expresa- mente para la hebdomadaria revista por su autor, y enviado desde la capital de Cuba á la de Galicia. Pu- blicamos gustosísimos esta labor de Curros Enríquez, por las mismas razones que expresadas quedan en la nota 5.

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(9) Horas de ocio. (Pág. 197.)

Para la colecciÓQ de artículos literarios de J. Ra- món Somoza, intitulada Horas de ocio, publicada en la Habana el año 1905, escribió Curros Enríquez el bien escrito prólogo que incluimos en estas obras, por las mismas razones que exponemos en la nota 5.

(10) El aniversario. (Píxg. 207.)

Este bello artículo, que es ante todo y sobre todo un viril canto á la libertad de los pueblos, insertóse en la revista Remedios Ilustrado, de Remedios (Cuba), en junio de 1906, habiendo sido escrito en la Habana el mes de mayo de aquel año.

Es cosa fácil que los espíritus malévolos tachen de antipatriota á Curros Enríquez por cantar á la libertad de Cuba en su primer aniversario; pero no hay que ol- vidar que Curros fué ante todo un poeta de altísimos vuelos, y un poeta de su estirpe está obligado á entonar un himno de alabanza á todo pueblo, cuando éste sacude el yugo de sus tiranos.

Nadie más patriota que Curros en la Habana. Él siempre concitó á la paz, á la unión.

Acaso y sin acaso fueron los antipatriotas aquellos hombres de memoria infausta que nos llevaron á un desastre ominoso, que nos cubrió de oprobio y de ver- güenza, sin que un poeta de alientos vigorosos rompiese su lira para maldecirlos y execrarlos.

Un reparo, no obstante, habremos de poner a este hermoso himno de salutación á un pueblo libre, que es- cribiera Curros Enríquez, solazada su alma de poeta ante la buena nueva de la emancipación de un Estado.

Se escandaliza Curros, rememorando un episodio de la noche en que se proclamó en Madrid la República española, cuando un ladrón salió al encuentro del poe- ta y trató de desvalijarle en un barrio apartado de la

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villa y corte. ¡Ab, esas son las treaiendas caídas que el ideal experimenta frente á la realidad grosera de la vida! Quizás aquel hombre fuera un desalmado, un la- drón de oücio; pero, también, ¿por qué no suponer que se tratara de un desdichado padre de familia que, en medio de las férvidas aclamaciones de entusiasmo de un pueblo, veíase precisado á exigir por la fuerza un pedazo de pan para sus hijos, que le negaba esta socie- dad cruel y atávica?

(11) A nena n-a fonte. (Pág. 211.)

Esta composición poética aparece inserta en Heraldo Gallego, de Orense, ano I, núm. 25, 1874. Suponemos que se trata de una colaboración para dicho periódico, por cuanto en aquel entonces residía Curros Enriquoz en Madrid con su familia.

No terminaremos esta nota sin hacer constar que, como hemos separado las composiciones escritas en ga- llego de las en castellano, el orden cronológico de las fechas en que fueron publicadas tiene que ser indepen- diente, asi en unas como en otras.

(12) A fouce d'o abó. (Pág. 212.)

No podemos decir á ciencia cierta la fecha ni el pe- riódico donde se publicó esta hermosa poesía, por la sencilla razón de haberla vibto reproducida en distintos periódicos y semanarios gallegos. Sin embargo, cree- mos firmemente que se trata de una composición escrita por su autor el año 1874, é insertada en Heraldo Ga- llego el propio año que la anterior.

(13) A Cristobo Colombo. (Pág. 213.)

En 1892, La Correspondencia de E-^paña tuvo la ex- celente idea de abrir un certamen en honor del descu- bridor de América, llamando á todos los poetas regio-

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nales para que cantaran el glorioso acontecimiento, llevado á efecto por el que un día se creyó genovés de origen y quizás dentro de poco tiempo quede aclarado que nació en Galicia.

Por aquellos días se celebraba en Madrid el cuarto aniversario del descubrimiento de América. Á dicho concurso acudieron los vates más inspirados. Curros Enríquez, por su brillante historia literaria, no podía faltar al llamamiento, y escribió este magno soneto, en el que campea, como en todas las producciones del poe- ta celanovense, un viril acento de epopeya.

Para dar fin á esta nota, y por que se vea de qué modo tan mezquino se pagan en España las produccio- nes artísticas, solamente diremos que La Correspon- dencia pagó á Curros Enríquez la exigua cantidad de 20 pesetas, habiendo sido nosotros portadores de un re- cibo en blanco, que subscribió nuestro deudo, y entrega- do fué por nosotros al insigne periodista y ex ministro de la Corona D. Andrés Mellado, director entonces del popular diario madrileño.

(14) N-a apertura d'o Centro Gallego. (Pág. 2Í4.) La noche del 27 de marzo de 1893 será recordada siempre con profundo cariño por los gallegos que en Madrid residen y fueron testigos de aquella gratísima función. Se inauguraba el Centro Gallego de Madrid, y para solemnizar acto tan transcendental, organizóse una velada en el Teatro de la Comedia. Todos los elementos de más valía ofrendaron en la fiesta memorable su sin- gular tributo. Y aquella noche Curros Enríquez, des- pués de la frenética ovación con que sus paisanos paga- ban su estupenda, su magnífica poesía, fué coronado por la mano de D. Manuel Becerra, aquel hombre que supo colocar su honra por encima de toda merced cortesana. ' Respecto del mérito que la poesía de Curros Enríquez

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atesora, callamos nosotros para dejar la palabra á El Globo correspondiente al 28 de marzo del año que se cita. El diario posibilista— en aquel entonces decía lo que copiamos á continuación:

«En la segunda parte fué lo más principal una poesía admirable del gran Curros Enríquez. Muerta Rosalía Castro, es Curros el mayor de los inspirados que en Galicia quedan y pueden figurar entre los mejores es- pañoles con la categoría de prtmus ínter par ¿bus.

))En sus manos se ennoblece y acrisola el dialecto, des- cubriendo su buena sangre helénica y latina.

))Ya otra vez lo hemos dicho: la lengua poética de Cu- rros es comprendida de seguro por provenzales é italia- nos con tanta facilidad para ellos como pudo serlo para los habitantes del Ática el dialecto de los eolios.

))La estrofa sale rotunda y clásica, sin que el nervio de erudición que la anima quite nada á su facilidad co- rrecta y armoniosa, ni enfríe el palpitante calor interno. Del barro hace ánforas, y dentro pone el más nuevo y generoso vino. Aparte va la poesía, de la cual debe enor- gullecerse el Centro Gallego, porque también se ufanará con ella la patria literatura. Curros Enríquez fué acla- mado por la concurrencia, cuyo entusiasmo rayó en el límite extremo cuando, en nombre de todos los asocia- dos, ofreció la Junta una corona al primer poeta de Ga- licia.»

(15) Aturuxos. (Pág. 219.)

A últimos de noviembre del año 1907, es decir, cuatro ó cinco meses antes de morir el autor de O Divino Sai- nete, publicó un libro de cantares, en la capital de Cuba, nuestro querido amigo Ramón Armada Teijeiro, nomi- nado Aturuxos, al que puso Curros Enríquez el sentido prólogo que insertamos en este volumen, por las razo- nes que expusimos en la nota 5.

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Escrito el prólogo de referencia en el dulce dialecto- gallego, los gallegos saborearán con deleite la ironía, la sal ática y el patriotismo que encierran aquellas pocas líneas de su paisano insigne.

(16) En corso. (Pág. 222.)

jQué valiente y qué patriótica esta composición! ¡Y aun habrá quien, después de leer estos versos, dude si Curros Enríquez fué ó no patriota!

jEs un bello apóstrofo que el poeta lanza contra los norteamei'icanos, que á socapa y prevaliéndose de la anemia do una nación y de la cobardía de sus gober- nantes, nos ari'cbataron, sin ludia, lo que no era suyo, ni nuestro, en última instancia!

Nosotros ignorábamos la existencia de esta composi- ción. NuOíítro querido amigo el ilustre gallego D. Ma- nuel López Peña, director de El Acnccdor del Edado, nos la facilitó, ya en prensa los primeros pliegos de este tomo.

López Peña, que combatió en Cuba por la integridad de su patria, y que es un entuísiabía por todo lo de su terrina, copió los versos de Curros de un periódico y se guardó la copia, habiéndose ésta traspapelado entre el inmenso fárrago de sus papeles. Regresado á España López Peña cuando la repatriación dolorosa, buso'ó mu- chas veces la copia de aquellos versos, y tantas como lo hizo con afán creciente, obtuvo negativo resultado. Mu- chas veces nos habló de estos versos, desde que nos de- paró el destino la fortuna de conocer á López Peña, ha seis ó .siete años.

Y cuando menos lo esperábamos, como antes decía- mos, y ya en prensa esie tomo, halló López Peña la copia ansiada y se apresuró á facilitárnosla.

No podemos precisar, pues, en qué periódico se pu- blicó En corso, ni la fecha. Lomas acertado es suponer

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que tal vez se publicara en Tierra Gallega, periódico que dirigió y fundó en la Habana Curros Enríquez, y que veía la luz pública en la época de la declaración de guerra á España por los E:stados Unidos.

No hay para qué decir cuánto estimamos á López Peña la atención que ha tenido para con nosotros.

(17) A espina. (Pág. 225.)

Aun juzgando nosotros un deber de conciencia traer á estas Obras completas todo cuanto escribió Curros Enríquez, hemos vacilado en más de una ocasión si dar ó no á la publicidad esta hermosa poesía, que revela la amargura que en el ánimo de su autor pusieran un día reales ó aparentes agravios, cometidos contra su per- sona.

Á nadie debe extrañar este reparo que en determina- dos momentos sentimos nosotros, si en cuenta se tiene el magno proceder, digno de todas las alabanzas, que con ocasión del fallecimiento de Curros Enríquez llevó á efecto el Centro Gallego de la Habana, trasladando á sus expensas los restos mortales del insigne poeta desde la capital de Cuba á la de Galicia. Por acción tan meri- toria, la familia de Curros Enríquez conservará siempre debido recuerdo de imborrable gratitud.

Si diferencias hubo entre Curros Enríquez y determi- nados elementos del Centro Gallego de la Habana, no somos nosotros los llamados á comentarlas ahora. A nosotros, im parcial mente y en conciencia obrando, sólo nos es dable publicar la composición, y al propio tiempo dedicar al Centro Gallego de la capital de Cuba, y á su entonces digní>>imo presidente, nuestro quei'ido amigo D. José López Pérez, un entusiasta, un sentidísimo ti-i- buto de admiración y de reconocimiento, al que íQ hi- cieron uno y otro acreedores por su conducta, verdade- ramente ejemplar.

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Galicia y España entera pusieron honroso, comento en marzo de 1908 á la gestión de ambos, y fuera ocioso repetirlo, pues que vive impreso en la memoria de todos.

Muerto el poeta, y con él desaparecidas las diferen- cias que originaron A espina, sólo nos resta hacer pre- sente que la familia de Curros Enríquez testimonió en su día la inmensa gratitud que profesa al Centro Galle- go de la Habana, donándole la corona que el pueblo coruñés dedicara al poeta la memorable noche del 21 de octubre de 1904 en el Teatro Principal de Coruña.

Humilde, humildísima fué la ofrenda dada, en rela- ción á la magna labor del Centro Gallego recibida; pero quien, como la familia de Curros Enríquez, vive en me- dio de honrada pobreza, no podía demostrar su gratitud de otra manera, i Ojalá que el Destino hu hiérale pro- porcionado otros medios para mejor demostrarlo, que á buen seguro lo habría hecho de manera espléndida!

Y por lo que al insigne muerto atañe, si existe alguna convivencia espiritual entre los que se van del Cosmos y los que en el Cosmos quedan, creemos firmemente que el espíritu de Curros Enríquez se enorgullecerá de haber pertenecido, en vida, á ese Centro Gallego, que tan altos colocó siempre los timbres de la augusta región que en Cuba representa.

(18) N-a tumba de Rosalía. (Pág. 237.) , Cuando, al mediar el año 1904, emprendió el poeta su postrer viaje á la tierra de sus ensueños, no bien hubo pisado el solar de sus mayores, fuese á ofrendar el recuerdo de su admiración al sepulcro donde yacen las cenizas de aquella gran poetisa que en vida se llamó Rosalía Castro.

Llevó el poeta á su compañera un ramo de flores y la hermosa poesía, que publicaron, á poco de ser cono-

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cida, todos los periódicos de las cuatro provincias ga- llegas.

Campea en toda la composición una ternura infínita para la llorada cantora, y las dos últimas estrofas, por lo viriles y rotundas, cautivan y estremecen.

¡Quién sabe dice Curros Enriquez mañana, en este recinto santo, no quedará ni piedra sobre piedra! Y ¡quién sabe repite si este sepulcro algún dia lle- gará á ser, tras bélicas empresas, el mostrador de yan- qui mercancía ó pesebre de bestias Japonesas!... Apos- trofe tan grandioso parece rememorar la lira brava del sublime Tirteo.

(19) A o pobo cruñés. (Pág. 239.)

La noche del 21 de octubre de 1904 marca en los fas- tos gallegos una fecha memorable.

El Teatro Principal de Coruña ofrecía un aspecto des- lumbrador. Galicia entera estaba allí en cuerpo y en espíritu para consagrar á Curros Enriquez con el óleo de su admiración. De todos los ámbitos de España fué un hálito del alma nacional para sumarse al homenaje; cuanto en arte y ciencia vale y significa, envió á Curros Enriquez tributo de admiración entusiástica. ¿Á qué citar nombres? No hace falta. Con versos, flores, palo- mas y aplausos, testimonió el pueblo gallego su cariño y su admiración al poeta, cuando éste, fatigado, con la respiración anhelosa y asomando lágrimas á sus ojos, comenzó á leer su despedida á quien de tan solemne manera le tributaba ofrenda semejante.

Y asi que Curros Enriquez terminó la lectura de su viril romance, una corriente de duda y otra corriente de pena, fueron recorriendo los corazones todos. Y es que todos se preguntaban : ¿Será ésta, acaso, la vez pos- trera que los labios del vate se abran para dedicarnos las exquisiteces de su lira augusta?

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Epílogo hermoso de aquella fiesta memorable, fué la valiosa corona de plata y oro que La Coruña ciñó á las sienes del poeta. iPor desgracia, la poesía hermosa y vibrante de amor á su patria chica, fué la última que escribiera el bardo celanovense en España!

Á los cuatro años, no cumplidos, de partir allende los mares con la idea de pisar^otra vez los amados terruños, traían su cadáver á La Coruña, que nuevamente se des- bordó en lágrimas y en plegarias para recibir los restos del hombre que tanto había amado á su tierra.

(20) «A alborada» de Veiga. (Pág. 244.)

Llegamos á la última nota explicativa de cada una de las composiciones que forman este volumen; y como la más importante, de intento la dejamos para que ocupe el último lugar.

«A alborada» deVeíga es el postrer vagido de la musa de Curros Enríquez. El plectro del poeta aparece de pronto vestido con todas sus galas, mejor diríamos que resurge de sus cenizas, como el ave fénix, para asombrar á los que creían muerta para siempre aquella musa.

Escrita la composición tres meses y días antes de la muerte de su autor, sobrecoge el ánimo tanta grandeza

encerrada en un pequeño número de palabras rimadas. La crítica más descontentadiza seguramente pusiera toda la gama de sus adjetivos para esta poesía, é igual- mente para la que su autor leyó otra noche memo- rable en el Teatro de la Comedia de Madrid, al inaugu- rarse el Centro Gallego. Ambas figuran en este tomo, y ambas nos parecen no sólo bellísimas, sino estupendas, por lo grandiosas.

La noche del 20 de diciembre de 1907 celebróse en el Teatro Nacional de la Habana una velada para arbitrar recursos á la erección de un monumento que en Mon- doñedo (Galicia), pueblo natal del célebre músico don

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Pascual Veiga, perpetúe su memoria. Curros Enríquez asistió á la velada, y en ella leyó su magna poesía, que el público que llenaba el teatro acogió con una estruen- dosa ovación.

¿Quién no conoce, ni quién no ha sentido su alma transportada á las regiones puras del ideal, escuchando las notas sublimes de esa Alborada bella? En todo el mundo conocido, la Alborada de Veiga se escucha siem- pre con arrobo, y es sencillamente porque en sus notas va reflejada el alma de un pueblo triste, que llevó á todos los ámbitos del planeta ecos dulcísimos de una añoranza ancestral.

Curros Enriquez, para identificarse en un todo con el alma musical de Veiga, que se desbordó magnífica en el pentagrama, hizo estremecer con el tañido de las cuerdas de su lira el alma de Galicia; y en la velada memorable, retumbaron sus versos con el estruendo épi- co que perdura y vive siempre grabado en las almas y en los espíritus de una raza.

(21) Curros Enríquez y su libro. (Pág. 253.) El hermoso trabajo del insigne autor de La Barra- ca que publicamos en este tomo, sirvió de prólogo á la traducción que de Aires d'a miña térra (primera edi- ción) hizo un poeta valenciano de merecido renombre: Constantino Llombart, fenecido también, para duelo de las musas levantinas, ha varios años.

Llombart, en vez de trasladar los versos de Curros al dialecto de Guillen Sorolla, los trasladó á la rotunda lengua de Cervantes. Muchas veces oímos decir á nues- tro deudo que no le satisfacía del todo la traducción hecha; pero también recordamos que siempre tuvo Cu- rros frases de reconocimiento para Llombart, pues en algunas de las poesías supo traducir fielmente el pensa- miento del vate gallego.

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Luchando Llombart con las dificultades propias que siempre ha de encontrar el que pretenda traducir fiel- mente los versos gallegos al idioma castellano, no hay duda que supo salir airoso de su empeño, y que es digna de pública alabanza su labor, honrándonos nosotros hoy con dedicar un sentido recuerdo á su memoria.

Y vamos á otra cosa.

Dice Blasco Ibáñez en su prodigioso articulo-prólogo, que Curros Enriquez escribió en 1869 una crítica en verso de la Constitución votada por los unionistas, en colaboración de D. Victoriano Rodríguez Moran. Efec- tivamente, de este trabajo hemos oído hablar muchas veces á nuestro deudo, quien se lamentaba de no poseer ni una copia.

Infructuosas han sido las pesquisas por nosotros he- chas después del fallecimiento del poeta para obtener un ejemplar. ¡Ojalá que hubiésemos encontrado uno! Á buen seguro que figuraría en estas Obras completas.

En cuanto á La Lira Lusitana, que forma parte de este tomo, dice el Sr. Blasco Ibáñez que Curros Enri- quez publicó, además de los versos de Guerra Junqueiro y Teófilo Braga, otros de Antheiro de Quental, Olivei- ra Martins y Antonio Feijóo en Las Dominicales del Libre Pensamiento. Las que á nuestro poder han lle- gado, coleccionadas y publicadas en El Porvenir, son sólo las que ven la luz en este libro.

Otra afirmación hace el autor de Arroz y tartana al decir que con las poesías castellanas que ha escrito Curros Enriquez podríanse formar algunos tomos volu- minosos.

El Sr. Blasco Ibáñez parte de un error. Curros Enri- quez escribió muchos versos en castellano, pero todos ó casi todos se han publicado en estas Obras completas; y si alguno quedó desperdigado, no ha sido ciertamente nuestra la culpa en no coleccionarlo, sino la de no ha-

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ber quedado ni rastro de muchas publicaciones donde aquellos versos se insertaran.

Nadie mejor que nosotros sabe lo mucho que hemos buceado por esas bibliotecas de Dios para topar con producciones de nuestro deudo.

Y nada más se nos ocurre decir en esta nota sino alabar como se merece el magno prólogo que el insigne autor de La Catedral escribió para la traducción de Aires d'a miña cerra, hecha por aquel gran poeta le- vantino que se llamó en vida Constantino Llombart, y que con Llórente compartió el cetro de la lírica valen- ciana.

Para terminar, diremos que la traducción referida se publicó en Valencia el año de 1892, siendo editores de la misma los Sres. Sempere Hermanos, quienes tan buenos servicios han prestado á las letras patrias con su Biblioteca Económica, llevando y difundiendo los destellos de nuestras más genuinas celebridades á todos los ámbitos del mundo.

(22) Los hijos de Galicia. (Pág. 272.) Don Modesto Fernández y González, de grata recor- dación para los gallegos, hizo célebres dos seudónimos: «Fernán-González» y «Camilo de Cela». Con este último publicó en La Correspondencia de España magistrales artículos, todos dedicados á su pequeña patria, á la que amaba con delirio. Nacido en Celanova, en la misma villa, cuna de Curros Enríquez, fué uno de los más en- trañables amigos del poeta, debiéndose á su iniciativa el certamen que premió A Virxe d^o Cristal, O Guei- teiro y Unha boda en Einibó.

El célebre cirujano Fernández Losada, también cela- no vense, que se cita en el artículo de «Fernán-Gonzá- lez», ha fallecido ha pocos meses en Barcelona, después de haber prestado relevantes servicios á España en la

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campaña colonial. Fué una gloria de la ciencia médica, y sus obras son admiradas dentro y fuera de la Penín- sula.

El artículo objeto de esta nota se publicó en un perió- dico de Galicia, allá por los años de 1888 al 90, si no es infiel nuestra memoria.

(23) Nuestros poetas. (Pag. 281.)

En el número 9 del tomo 11 de la revista Galicia, correspondiente al mes de septiembre de 1888, figura el trabajo que, debido á la pluma del ilustre escritor ga- llego D. Aurelio Ribalta, publicamos en este volumen. Dirigía la revista en cuestión el meritísimo D. Andrés Martínez Salazar, á quien tanto deben las letras galle- gas por su célebre Biblioteca, en la que colaboraron los más eminentes escritores.

Aunque pudiéramos oponer no pocos reparos á diver- sas manifestaciones que hace el Sr. Ribalta, no es opor- tuna la ocasión para entrar en discusiones, máxime cuando todo lo que podemos hacer en este caso es agra- decer de manera grande al Sr. Ribalta sus manifesta- ciones encomiásticas para Curros Enríquez.

Como aclaraciones á algunos datos que aporta el gran escritor, cúmplenos manifestar lo siguiente: al hablar de la producción del poeta celanovense, cita el Sr. Ri balta «como novela» Tributo de sangre. El Sr. Ribal- ta está en un error. Tributo de sangre no es novela; se trata de una magnífica composición poética que Curros Enríquez publicó en La Ilustración Federal, dirigida por Rodríguez Solís, en los años subsiguientes á la revolución del 68. La composición aludida, que es una viril protesta contra las quintas, aparece inserta en el tomo 11 de estas Obras.

Habla el Sr. Ribalta de unas perdidas Brétemas (nie- blas, en castellano). Verdad será su afirmación, y tal

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vez en un momento de pesimismo arrojase al fuego nuestro deudo los versos expresados; pero, honrada- mente hablando, nosotros también podemos afirmar que jamás tuvimos noticia de semejantes Brétemas.

Para poner fin á esta nota, sólo se nos ocurre hacer <;onstar que, en la época en que se publicó el admirable artículo del Sr. Ribalta, aun no había publicado Curros Enríquez El Maestre de Santiago, ni otros trabajos con los que acabó de consolidar su fama como altísimo poeta.

En cuanto á la opinión del Sr. Ribalta de que Curros haya dicho muchas herejías, no estamos conformes. Todo gran poeta está llamado á decir grandes herejías, si por tales se tienen el condenar las grandes, las atro- ces injusticias que se cometen por aquellos que están llamados á dar ejemplo de alto civismo.

(24) lia República y sus hombres. (Pág. 291).

En este hermoso artículo del Sr. D. Vicente de la Cruz, publicado en El País el año 1897, más que como poeta, se habla de Curros Enríquez como político y pe- riodista.

Para nadie es un secreto que Curros Enríquez fué toda su vida un republicano convencido, y que si exce- lente fama gozó de poeta, en el periodismo alcanzó me- recido renombre.

Si la labor periodística de Curros Enríquez no hubie- ra sido anónima y sus célebres Comentarios figura- sen con la firma del autor de Aires d'a miña térro, a^ pie de cada uno de ellos, por cosa segura tenemos que el Curros periodista acaso rebasara la gloria del Curros poeta. Y conste que no decimos nada que á sacrilegio se le parezca.

Con aquellos Comentarios que en El País escribió Curros Enríquez años y años, podrían formarse varios

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volúmenes. ¡Lástima grande que la índole de aquellos admirables trabajos nos haya privado de la satisfacción de publicarlos en estas Obras completas!

Nos habla el Sr. Cruz de una composición de Curros Enriquez, El Caballero de Malta, obra para nosotros desconocida. Existirá, sin duda; se habrá perdido, qui- zás; pero ¿no querrá referirse el Sr. Cruz á EL Maes- tre de Santiago? Nosotros creemos que se trata de un error.

Repetimos que nunca tuvimos noticia de la existen- cia de tal Caballero. ¡Ojalá que, de existir, leales admi- radores de nuestro deudo hubiéranla hecho llegar á nuestras manos! ¡Cuánto se lo hubiéramos agradecido!

(25) Tribuna libre. (Pág. 294.)

Este articulo del Sr. Camba (D. Francisco), que hizo célebre en las letras el seudónimo de (íEI Hidalgo de Tor», se publicó en El Globo, de Madrid, correspondien- te al año 1904, ó sea por los días en que Curros arribó á las costas de Espaíia.

Este trabajo del Sr. Camba está magistralmente es- crito, y hace en él una fídelísima pintura del poeta.

Nacido Camba en Galicia, y siendo un escritor que siempre prodigó en sus producciones la rebeldía, lógico es y natural que sienta por Curros Enríquez, otro rebel- de, una admiración entusiasta.

(26) Homenaje de justicia. (Pág. 300.)

Cuando nos disponíamos á coleccionar los diversos trabajos que en loor de Curros Enríquez escribieran su^ amigos y admiradores, encontramos al azar este her- moso artículo, que fírma un escritor desconocido para nosotros. Debe ser el tal un mozo de valía, á juzgar por la brillantez de su bien tajada pluma.

Rindiendo, pues, debido tributo á la justicia, publica-

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mos con sumo placer tan meritísimo trabajo en lugar preferente de este tomo.

Homenaje de justicia aparece inserto en El Porvenir Asturiano, semanario de Navia (Oviedo), correspon- diente al día 26 de noviembre de 1904.

Don Luis Méndez Calzada pertenece, sin duda, á una honorable familia asturiana que legó á España hombres de privilegiado talento y reconocido patriotismo. Ahi están, para no desmentirnos, D. Rafael y D. Carlos Cal- zada, ex diputado a Cortes el primero, excelente abo- gado el segundo, y ambos paladines incansables de la causa republicana. Vayan, pues, para el Sr. Méndez Calzada que no puede negar que es astilla de un palo ilustre nuestro parabién y nuestro reconocimiento, ya que en Homenaje de justicia se juzga la labor literaria de nuestro deudo con un acierto digno en verdad de justas alabanzas.

(27) Literatura regional gallega. (Pág. 305.) Debido á la galana pluma de Mariano Miguel de Val,

que honra la literatura de su patria chica (Aragón), enalteciendo al par la de su patria grande, aparece inserto este artículo notable en Diario Universal, de Madrid, correspondiente al día 24 de septiembre de 1905.

(28) En elogio del poeta. (Pág. 307.)

El tan discutido P. Blanco García, muerto ha pocos años, dice de Curros Enríquez, refiriéndose á la leyenda A Virxe d'o Cristal, las frases que se consignan en el lugar correspondiente, y que copiamos del tomo líl de La literatura española en el siglo XIX, obra del céle- bre agustino.

(29) «El País» y Curros Enríquez. (Pág. 308.) Por ser este simpático periódico en el que escribió

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Curros Enríquez muchos años— fué uno de sus redacto- res fundadores , insertamos con mucho gusto el ar- tículo necrológico objeto de esta nota. Se publicó el día 9 de marzo de 1908, ó sea al siguiente de conocerse en Madrid la triste noticia del fallecimiento del gran poeta. Cita El País entre las obras de Curros Enríquez la novela El collar de perlas. El querido colega está en un error. El collar de perlas fué el primitivo título de una zarzuela, que más tarde cambió su autor por el de El último papel, y que nosotros incluímos entre las pro- ducciones que forman el tomo IV de estas Obras com- pletas.

(30) Curros Enríquez y la Prensa cubana. (Pá- gina 311.)

Por haber fallecido el poeta en la Habana, nos ha parecido oportuno insertar en este tomo los comenta- rios de duelo escritos por los más importantes diarios de la metrópoli de Cuba. No hay para qué decir cuánto agradecemos las sentidas frases que dedican á nuestro deudo.

(31) Magna ofrenda. (Pág. 317.)

Salvador Rueda, ese admirable brujo que hace de la rima cuanto quiere, trocando en oro de ley lo que en otras manos no pasaría de dublé fino, publicó en He- raldo de Madrid, á los pocos días de morir Curros En- ríquez, los tres magníficos sonetos, cuyas bellezas in- númeras saborearán con deleite los lectores de este volumen.

Curros Enríquez, sin conocer personalmente á Rue- da, rindió culto de admiración idolátrica á la obra poé- tica de nuestro querido amigo. Prueba de cuanto deci- mos, es el admirable prólogo que figura en el último libro de poesías del bardo malagueño.

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Los sonetos son, como obra de Salvador Rueda, insu- perables, estupendos, grandiosos. De «ofrenda nnagna» merecen reputarse, y por cuenta propia pusimos tal epígrafe, creyendo con fe sacratísima que es el más ade- cuado y merecido.

(32) Fragmento de un artículo necrológico.

{Página 320.)

Á los dos días de conocerse en Madrid la noticia del fallecimiento de Curros Enríquez insertó El Liberal un hermoso artículo, del que copiamos tan sólo uno de sus párrafos, el mejor y el más sentido. Por carecer de es- pacio nos hemos visto precisados á reproducir no más que un fragmento. Basta y sobra, en verdad, con lo transcrito para comprender las bellezas de la labor del gran D. José Ojea, quien ha tres años rindió su tributo á la muerte.

Ojea, nuestro entrañable amigo y maestro, el «Soli- tario de Cortegada», fué el prologuista de Curros Enrí- quez en Aires d'a miña térra, amigo del alma de su autor y uno de los literatos gallegos de más enjundia. Diputado á Cortes el año 1872, vino al Parlamento y en él pronunció enérgicos discursos. Al ocurrir los me- morables sucesos del 3 de enero, separóse de las hues- tes del inmortal tribuno D. Emilio Castelar y mar- chó á Cortegada, de donde no volvió más á salir hasta el año 1904, en que acudió á hacer acto de presencia en el magno homenaje que La Coruña dedicó á nuestro deudo.

¡Bien hayan los hombres que, como Ojea, desprecian asqueados el vivir de la farsa cortesana para consagrarse á las supremas delicias del hogarl El ilustre autor de El mundo rural, á semejanza de Carmen Sylva aque- lla gran reina de Rumania , hizo de su confortable casa solariega hospedaje preciado para los poetas.

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(33) La rebeldía de Curros. (Pág. 321.)

Del sabio Carracido, honra y prez de la ciencia espa- ñola y de las letras patrias, es el admirable articulo que con el título que antecede se publicó en Galicia Soli- daria, de Coruña, correspondiente al 30 de marzo de 1908. Todo el número está dedicado á la memoria de nuestro deudo, y de su texto hemos copiado varios tra- bajos de otros distinguidos literatos, que también figu- ran en este tomo.

Goza el maestro Carracido de renombre tal, que sería vano empeño el de dedicarle un ditirambo más. Carra- cido no los necesita; sus obras son su mejor elogio.

Curros Enríquez y Carracido se profesaban un frater- nal cariño y una mutua admiración. El prólogo que para el El Maestre de Santiago escribiera el doctísimo catedrático de la Universidad Central, es una página exquisita soberanamente bella.

(34) El último abrazo. Alborada. Sus últi- mos versos. (Pág. 322.)

Ramón Armada Teijeiro, amigo queridísimo, y á quien debemos no pocas de las composiciones de nues- tro deudo, que creíamos perdidas, ha escrito un her- moso artículo, digno por todos conceptos de figurar en este volumen. En todos los tomos de estas Obras com- pletas escrito está el tributo de nuestro reconocimiento^ que repetimos hoy para que nunca ni por nadie pueda tachársenos de ingratos. Y baste con lo dicho.

(35) ¡Muerto, ahí os va! (Pág. 326.)

Poesía de Adelardo Novo y Brocas, inserta en Follas Novas, semanario científico y literario de la Habana^ correspondiente al día 15 de marzo de 1908.

Es nuestro homónimo un periodista notable y un ins- pirado poeta. Desciende de una familia para nosotros

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muy querida y de recordación siempre grata. Victorino y José Novo, padre y tío,, respectivamente, de Adelar- do, dejaron huella endeleble en el periodismo y en la literatura regional. Rama de árboles de tan buena sa- via, lógico es que heredara de ellos vigor y lozanía. Por su talento, logró pronto Adelardo Novo ocupar el pues- to que por derecho propio le correspondía, y desde ha dos lustros bien cumplidos, dirige con singular pericia El Diario Español en la metrópoli cubana.

Adelardo Novo fué uno de los contados seres que asistió con solicitud filial á los postreros anhelares de nuestro deudo, y por este solo hecho acreedor es á nues- tro reconocimiento, que nos complacemos en testimo- niar con estas líneas.

La composición poética ¡Muerto, ahí os va! nos pa- rece notable de veras. ¡Lástima grande que los anhelos áe Novo no se hayan cumplido por tristes designios de la fatalidad! Celanova primero y Orense en última ins- tancia, debieran haber rivalizado en querer guardar las cenizas de su poeta más glorioso... No fué así, y sin duda no debió ser. Coruña supo salir por los fueros de Galicia, y la que un día rompió las cadenas que un obis- po de recordación triste quiso poner al pensamiento de un rebelde, acogió como madre amorosa los restos de Curros Enríquez, dando así una severa lección de pa- triotismo á otras regiones, en las que aun parece levan- tarse, tétrica y sombría, la hopalanda del inquisidor.

(36) El proscripto de Almeudares á Curros Enríquez. (Pág. 3280

¿Quién es el proscripto de Almendaresf Uno de los Precursores que el insigne Murguía cita en su libro así titulado, el poeta glorioso, autor de La campana de Aii- ¿lons, el venerable Eduardo Pondal, que hoy, octoge- nario y decrépito, mora en la ciudad herculina, espe-

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rando tranquilo el último viaje á.la región del eterno permanecer.

Pero este hombre, ya caduco de cuerpo y siempre de alma joven, tuvo alientos para cantar de manera exqui. sita el dolor que le produjo la muerte de su compañero; el plectro del anciano bardo aun pone en las cuerdas de su lira augusta tañidos de titán, cuando rememora la rebeldía que vibró en otra lira, rota por las manos im- palpables de la muerte. Tan bella composición aparece publicada en Galicia Solidaria, de Coruña, en su nú- mero correspondiente al 30 de marzo de 1908.

(37) Á Curros Enríquez. (Pág. 330.)

El sabio catedrático que fué del Instituto de La Coru- ña, Dr. Riguera Montero, publicó en el periódico alu- dido en las anteriores notas un sentido artículo necro- lógico, dedicado á Curros Enríquez, del que copiamos un fragmento tan sólo, por carecer de espacio para re- producirlo íntegro, como fuera nuestro deseo.

(38) "Un muerto ilustre. (Pág. 331.)

Don José Antonio Parga Sanjurjo es un afamado escritor gallego. Mucho nos complace, en verdad, dar sitio preferente en este tomo á su admirable trabajo acerca de nuestro deudo. (Galicia Solidaria; Coruña, 30 marzo 1908.)

(39) Un recuerdo.— Una proposición. (Pág. 334.) En nuestro deseo de que h'gure en este volumen

cuanto de honrar trate la memoria de Curros Enríquez, publicamos de bonísima gana el hermoso artículo ne- crológico de D. Manuel Olivié, á quien no tenemos el gusto de conocer. Dice el Sr. Olivié que ¿os cersos de Curros Enriques, escritos en gallego, deben ser íradu^ cidos al castellano. No dude el cariñoso amigo de núes-

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tro deudo que ese, su deseo lo experimentamos nosotros, y que en día no lejano, si el Destino nos da vida, pro- curaremos llenar ese vacio que se deja sentir. (Gali- cia Solidaria; Coruña, 30 marzo 1908.)

(40) ¡Curros! (Pág. 336.)

Don Francisco Tettamancy Gastón es un notable pu- blicista que conquistó un nombre en las letras por su talento y laboriosidad. Si otros títulos no ostentara el Sr. Tettamancy que los que posee ganados en honrosa lid, existe uno que le hace acreedor á nuestro reconoci- miento: el de haber sido un amigo entrañable de Curros Enriquez. (Galicia Solidaria; Coruña, 30 marzo 1908.)

(41) Bando memorable. (Pág. 339.)

No cumpliríamos con los dictados de nuestra con- ciencia, que impone ahora el imperativo categórico de la gratitud debida al pueblo de Coruña y á su entonces dignísimo alcalde, Sr. Sánchez Anido, si no insertáse- njos en este tomo el memorable bando que apareció fijado en todas las esquinas de la capital gallega en las primeras horas de la mañana del 31 de marzo de 1908.

Honra de igual manera este documento que nos- otros no tenemos inconveniente en reputar de «histó- rico»— , así á la culta ciudad herculina como al presi- dente de su ilustre Concejo, ya que de consuno, una y otro, testimoniaron ante España entera de qué modo sabe comportarse un pueblo cuando de rendir tributo se trata á las glorias de sus hijos predilectos.

Todas las fuerzas vivas de la cultísima Coruña res- pondieron de manera gallarda á la invitación de su alcalde, y nosotros, testigos presenciales de aquella ma- nifestación grandiosa, imponente y magnífica, conmo- vidos, rememorándola, no vacilamos en declarar que no hemos visto, en los años que contamos de vida, acto

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semejante que compararse pueda con el llevado á efec- to por La Coruña.

Roma con sus Césares y Bizancio con sus empera- dores, no pudieron hacer más que hiciera Coruña con nuestro deudo, en la inolvidable tarde del 2 de abril de 1908. Sólo tiene par con acontecimiento tan solemne el tributo por Paris ofrecido cuando el cadáver de su hombre incomparable, del gran Víctor Hugo, mirábase bajo el arco de la Estrella, endoseladopor los rayos del sol y santificado por las lágrimas que Francia vertía en holocausto de su hijo inmortal.

Si en aquellas horas en que el cadáver de nuestro progenitor era visitado en la capilla ardiente por todo un pueblo experimentamos muy hondas amarguras y fuimos objeto de toda clase de dicterios por ciertos y determinados elementos, que sin consideración á lo atribulado de nuestro espíritu nos hicieron blanco de sus iras, hemos arrojado ya su recuerdo á la insondable sima del olvido, para rememorar sólo la grandiosidad de aquel homenaje, en que el pueblo gallego puso su alma toda, dando ejemplo altísimo del acerbo dolor que sentía por la muerte de su poeta, en cuya lira vibraron siempre las cuerdas para maldecir y execrar á los ver- dugos de Galicia.

(42) En el entierro del poeta. (Pág. 341.) Ya hemos dicho que el Sr. Casas Fernández fué uno de los factores más importantes para todo cuanto rela- ción tuvo con la velada necrológica verificada en me- moria de Curros Enríquez en el Teatro Principal de Coruña la noche del 2 de abril de 1908. Publicamos con sumo placer el galano artículo que, debido á su bien acreditada pluma, aparece en las columnas de La Voz de Galicia de la capital gallega, correspondiente al día 3 de abril de 1908.

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(43) Alfredo Viceuti á Curros Euríquez. (Pá- gina 344.)

Puso digno remate á las exequias de nuestro deudo la magna velada necrológica celebrada en el Teatro Principal de Coruña la noche del 2 de abril de 1908. En esa fiesta triste, porque en ella glorifícábase al poeta ausente de la vida, pusieron á contribución sus talentos los primates de la literatura gallega.

El ilustre director de El Liberal, el maestro de perio- distas, D. Alfredo Vicenti, ocupó en aquel homenaje postumo el puesto de honor que en derecho le corres- pondía.

Ofrecemos íntegra á los lectores de este tomo la bellí- sima oración por el Sr. Vicenti leída y al poeta muerto dedicada.

Á nosotros, que hemos aprendido las lecciones amar- gas de la vida, estudiadas en el libro de la experiencia, nos repugna ofrendar culto á los hombres y preferi- mos rendírselo á las ideas, que son lo inmanente, lo que vive y perdura á través de los siglos y de las razas. Por esta razón no somos cortesanos del Sr. Vicenti, ni formamos en el coro de sus turiferarios, por más que admiremos muy de veras su labor periodística y sus indiscutibles talentos literarios, sin apenas cruzar con el maestro nuestra palabra, ni menos solicitar de él merced, favor ó venia.

El que se llamó siempre amigo entrañable de nuestro progenitor y nosotros creemos con fe sacratísima que lo fué , en trance decisivo tuvo para nosotros algo de olímpico desdén; y á buen seguro que no se lo hemos tomado en cuenta, porque, como antes decimos, la ex- periencia nos ha hecho grandes, á pesar de nuestra infínita pequenez.

Sabemos muy bien que los pigmeos no deben com- partir con los gigantes su convivencia : quedemos nos

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otros en nuestra humilde choza, viviendo nuestra po- breza honrada, que á nada ni á nadie debemos el pan que es sustento de nuestra familia, sino á nuestro pro- pio esfuerzo, y en buen hora lo digamos; y gocen de las primicias de sus dorados alcázares los que en buena lid penetraron en ellos por la justicia merecida de sus talentos privilegiados.

La hermosa oración del Sr. Vicenti, que con sumo gusto publicamos en este tomo, no necesita de nuestros elogios; ya en ocasión oportuna se los prodigó á manos llenas la Prensa y el público. Resplandece en ella el talento singular que fué y es patrimonio augusto del actual diputado á Cortes por Canarias.

Hay un párrafo magnífico en esa oración por el señor Vicenti dedicada á nuestro deudo, que merece grabarse en letras de oro. El maestro ofrendador dice del maes- tro ofrendado: Los ricos, los fuertes, los poderosos, si volvieran al mundo después de un centenar de años, no encontrarían ni rastro de su hacienda, y verían cómo los propios descendientes (os recha^^aban por presuntos usurpadores.

Parafraseando nosotros las admirables, las proféticas palabras del insigne director de El Liberal, diremos solamente: Muchos de aquellos grandes hombres que ya no existen, y en vida confiaron en los que se llama- ran sus comíanos é amigos et firmes vasallos, si volvie- ran al mundo después de unas cuantas semanas de ocurrir su muerte, reirían con homérica carcajada, al ver en qué paran las cosas de esta vida miserable y engañosa, y con ellas el cariño y la amistad tantas veces decantados.

Y no decimos más, como no sea tributar al maestro Vicenti nuestro sincerísimo reconocimiento por su her- mosa, por su incomparable ofrenda á nuestro proge- nitor.

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(44) Fragmentos de un elogio fúnebre. (Pági- na 350.)

Hermoso de veras es por todos conceptos el elogio fúnebre que en memoria de Curros Enriquez pronunció en la velada necrológica el insigne dramaturgo D. Ma- nuel Linares Astray.

Enemigo en ideas políticas de Curros Enriquez, tuvo el Sr. Linares el singular acierto de apartarse de aqué- llas para rendir sincero tributo de admiración á la obra literaria del vate fenecido.

De propósito hemos dejado para su inserción en este tomo los párrafos más bellos y esculturales del elo- gio.

Los que lean todas y cada una de las frases que inte- gran su texto, han de sentirse admirados ante las belle- zas de pensamiento que lo avaloran.

Tenga por seguro el celebrado autor de Aire de fuera que nosotros compartimos esa admiración entusiasta con el lector, y que guardamos para el Sr. Linares As- tray una profunda gratitud por el trabajo realizado en loor de nuestro llorado deudo.

(45) Saúdo. (Pág. 354.)

De las risueñas playas de Arosa, rincón galaico el más hermoso de la provincia de Pontevedra, vino á su- marse al homenaje tributado por Galicia entera á su poeta muerto, en la memorable velada necrológica, otro poeta que vive para encanto de las musas, y se llama Lisardo Barreiro.

Saúdo es una hermosa, una bellísima oración hecha rimas, digna de figurar en este tomo.

Nosotros, que apenas conocemos á Barreiro, pues sola una vez estrecharon las suyas nuestras manos, nos ufanamos en que tan bella ofrenda á nuestro deudo figure en estas páginas. No nos lo agradezca el señor

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Barreiro; nosotros somos los que en primera y en últi- ma instancia le debemos gratitud, y por eso se la testi- moniamos aqui, insertando su admirable, su sentida composición poética.

(46) Homenaje á Curros. (Pág. 356.)

En las postrimerías del año 1908, y con motivo de la colocación de una lápida en la casa en que naciera Cu- rros Enríquez lápida que costearon admiradores del poeta de allende los mares , tuvo lugar en Celanova una simpática fíesta de honor, en la que tomaron parte principal varios amigos y paisanos del bardo celano- vense, pronunciando sentidos discursos.

La noche de aquel día, y en el salón de actos del his- tórico monasterio de San Rosendo, celebróse una vela- da en loor á la memoria del bardo. Casi integro publi- camos el hermoso discurso pronunciado por D. José Porras Menéndez.

Este querido amigo nuestro, que es un abogado pres- tigioso y posee un verbo cálido, ya en la velada de Co- ruña testimoniara su afecto á nuestro progenitor con otro discurso magistral.

Respecto á las afirmaciones hechas por el notable orador en su discurso, no somos nosotros los llamados á hacer comentarios. De hacer alguno y créanos el ex- celente amigo Porras que no es aviesa nuestra inten- ción—, nosotros, en lugar suyo, hubiéramos lanzado tre- nos de justa indignación para condenar el olvido en que Celanova y (3rense incurrieron cerca de la memoria del magno poeta, que supo cantar como ninguno sus cos- tumbres y su carácter.

Y nada más decimos, sino enviar con estas líneas un efusivo abrazo al excelente jurisconsulto gallego que honra el foro de su pequeña patria por manera no- table.

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(47) In memoriam. (Pág. 363.)

Don Juan Neira Cancela, escritor á las veces festivo y á las veces serio, pero poeta siempre que no sólo son poetas aquellos que escriben renglones cortos , supo testimoniar de modo galano su fervorosa admiración á nuestro deudo.

En la velada de Celanova dejó bien puesto el pabe- llón de su prosapia literaria, y ahí está, para que los lectores de este tomo aprecien en lo que vale, la her- mosa oración fúnebre que con exquisitez suprema salió de los labios del malogrado Neira, quien duerme ya el eterno sueño.

¡Descanse en paz nuestro infortunado amigol

(48) Mi ofrenda. (Pág. 365.)

Es D. Benito Fernández Alonso un erudito insigne, á quien deben no pocos descubrimientos la arqueología y la heráldica de Galicia; es también un literato de la buena cepa, y sobre todos estos títulos honorables tiene uno, para nosotros preeminente: el de haber sido el amigo mejor y más entrañable de Curros Enriquez.

Así en las horas sedantes como en los momentos gri- ses del poeta muerto, Fernández Alonso fué su mejor consejero y su más desinteresado camarada.

Si de tales virtudes hoy, por desdicha, bien raras en la amistad no hiciéramos en estas líneas público testimonio, faltaríamos á uno de los más elementales deberes que imponen la verdad y la justicia.

Y es más de apreciar y de reconocer cuanto dejamos manifestado, teniendo en cuenta que el Sr. Fernández Alonso— con cuya amistad nos honramos desde niños milita en campo político diametralmente opuesto al en que militó Curros Enriquez durante toda su vida.

La ofrenda testimoniada á Curros Enriquez por el Sr. Fernández Alonso en la velada de Celanova cons-

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tituye una página sincerísima de admiración, que por lo sencilla y conmovedora hace asomar lágrimas al bal- cón de nuestros ojos.

¡Ojalá que todos los que se titulan amigos entraña- bles del bardo desaparecido, hubieren imitado el ejemplo del erudito Fernández Alonsol...

(49) Párrafos de un discurso. (Pág. 367.)

La culta Vigo, siguiendo á La Coruña en la hermosa obra de enaltecer y glorificar la memoria del poeta orensano, se ha hecho digna del reconocimiento de Es- paña entera.

De ese reconocimiento somos nosotros los más deudo- res, y con estas lineas enviamos á cuantos elementos coadyuvaron á la realización de tan excelso homenaje el testimonio de nuestra eterna gratitud, ya que asumi- mos la representación de la familia del vate glorificado.

Á la iniciativa del gran periodista y literato D. José Ortega Munilla, al magno desprendimiento de la So- ciedad coral «La Oliva» y al talento artístico del próxi- mo descendiente de aquel insigne novelista que en vida se llamó D. Juan Valera, deben España y Galicia que la memoria de su poeta regional se perpetúe en mármol, para que sirva de recordación á las generaciones futuras.

Antes de entrar en la explicación de varios puntos de esta nota, copiamos á renglón seguido cuanto acerca de la inauguración del monumento erigido á Curros Enriquez escribía El Impar ciaí al siguiente día de la fiesta cívica celebrada en Vigo el día 12 de agosto de 1911:

«•Homenaje á un poeta. El monumento á Carros Enriques. Pov telégrafo. (De nuestro corresponsal.) Vigo, 13 (3,40 tarde).-— En el paseo de Alfonso XII se organizó esta tarde una procesión cívica en honor del poeta Manuel Curros Enriquez. En la comitiva figura-

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ban las autoridades, Círculos y Sociedades obreras, la Prensa y colectividades de todas clases, una represen- tación de Cuba, en cuya tierra murió el poeta, y más de veinte carruajes llenos de coronas. La procesión re- corrió varias calles de la población y se dirigió á uno de los jardines de la Alameda, donde está emplazado el monumento, de mármol blanco, rematado por el busto del poeta, obra de Coullant Valora. En el momento en que el alcalde tiraba del cordón, dejando caer la ban- dera de Galicia que envolvía el monumento, las bandas de música entonaron vibrantes aires gallegos, entre los frenéticos aplausos de millares de personas que presen- ciaban el solemne acto. Pronunciaron discursos el se- ñor López Mora, como presidente honorario de «La Oliva», Sociedad que ha erigido el monumento; D. Ma- nuel Lezón, registrador de la Propiedad y representan- te de Celanova, pueblo natal del vate, y el alcalde de Vigo. Las coronas fueron depositadas al pie del monu- mento, ante el cual desñlaron cincuenta hermosas jóve- nes, dejando ramos de flores. Entre las coronas figu- raba una del Circulo de Bellas Artes de Madrid, que estaba representado por el arquitecto Sr. Palacios. Ter- minado el acto, se celebró en el Hotel Moderno un ban- quete, organizado por «La Oliva», en obsequio de las autoridades, de los oradores y de las representaciones que asistieron á la procesión. Hubo brillantes brindis, dedicándose un cariñoso recuerdo al Sr. Ortega Muni- lla, iniciador de la idea del monumento, y "^ El Impar- cial, en cuyas columnas brillaren tantas veces los des- tellos de la inspiración del poeta. Pascual, ^

* * *

Debemos una explicación á los lectores de estas Obras completas, y nos complace sobremanera dársela

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muy cumplida en este tomo, ya que la ocasión mués- trasenos propicia.

Habrá parecido extraña nuestra ausencia en aquel homenaje con que Vigo honró la memoria de nuestro deudo; y como los espíritus malévolos suelen interpre- tar á su capricho ciertos actos, de ahi que necesaria- mente tengamos que hacer un poco de historia para dejar sentadas las causas que nos impidieron concurrir á la inolvidable fiesta cívica de Vigo.

Dos ó tres días antes de inaugurarse el busto de Cu- rros Enríquez, recibimos un telegrama de la Sociedad «La Oliva» invitándonos al acto y recordándonos una caria que decía habernos dirigido con anterioridad. El telegrama en cuestión fué dirigido á EL Liberal, y de El Liberal enviado á nuestro domicilio por el cariñoso amigo D. Galo Salinas Rodríguez. La carta á que el telegrama se refería, según nos dijo Salinas, sufrió ex- travío en la redacción del periódico aludido, y claro- está que por esta causa ni la recibimos ni menos podía- mos contestarla.

Por aquellos días hallábase enferma de algún cuida- do nuestra madre; y á mayor abundamiento de peripe- cias, nuestro hermano, con su señora é hija, habíanse dirigido á un puerto de la costa cantábrica para reponer la salud de la niña, también enfermita. No teniendo nadie que al cuidado de nuestra madre quedara, no creímos oportuno dejarla sola en trance como aquel, y nos apresuramos á contestar al telegrama exponiendo las causas que nos obligaban á no acudir al acto de Vigo, bien á nuestro pesar. Y como en el telegrama era difícil puntualizar aquellos motivos, prometimos expli-, Carlos más extensamente en carta por separado, como así lo veriñcamos á las pocas horas de depositar el des- pacho telegráfico.

La Sociedad «La Oliva», ó mejor dicho, su dignísimo

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presidente, no contestó á nuestra atenta y expresiva carta, ni al telegrama anterior; y como á nosotros no nos duelen prendas, y de la verdad de nuestras anterio- res aseveraciones puede testificar nuestro entrañable amigo Sr. Salinas Rodríguez, hacemos aquí punto, de- jando que el lector haga el comentario que le plazca. La verdad de lo acaecido es ésta, y nuestra conciencia tranquila queda, porque la verdad la informa.

* *

Don Manuel Lezón, sociólogo eminente, jurisconsulto notabih'simo y amigo entrañable de nuestro progenitor, llevó á. la fiesta de Vigo la representación de Celanova; y de su discurso magno, de su oración magistral, he- mos copiado los párrafos más importantes, lamentando de todas veras que la extensión de este volumen nos haya privado del placer de insertar integra la pieza ora- toria. Casi entera va, y los lectores de este tomo sabo- rearán con verdadero deleite las innúmeras bellezas de pensamiento que encierra, la ternura exquisita que res- plandece en cada una de las frases, y la grandilocuen- cia soberana con que el orador supo expresar su grati- tud á la culta Vigo, á la ilustre Sociedad «La Oliva» y á todos los elementos que fueron alma y vida de aquel homenaje solemne ó inolvidable.

Celanova, la que debía haber reclamado para los restos de su más glorioso cantor, tuvo su único acierto al nombrar emisario tan insigne como el Sr. Lezón para que la representara en la memorable jornada de Vigo. La modestia del Sr. Lezón, que es tan grande como su talento, aunque no lo diga, opinará segura- mente del mismo modo que nosotros.

El orador, con su discurso estupendo, ha vindicado á Celanova, y la cuna del poeta muerto, gracias á la ma-

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ravillosa elocuencia del Sr. Lezón, halló en ella el Jor- dán que la redimiese de sus culpas.

Los fragmentos del discurso del insigne abogado, hon- ra y gloria del foro español, ocupan en este tomo el lugar que por derecho propio les corresponde, y al no insertarlos hubiéramos cometido un pecado horrendo de lesa ingratitud.

Gratitud inmensa le guardamos al ilustre amigo, y muy gustosos se la testimoniamos, así en nombre pro- pio como en el de nuestra familia.

<50) Carta abierta. (Pág. 383.)

Al hablar en la nota correspondiente á Bando memo- rabie del magno homenaje que La Coruña dedicó á nuestro progenitor con motivo de la recepción de sus restos, primero, y del entierro, después, hemos elogiado la labor de este hombre insigne, que era entonces al- calde-presidente del Concejo coruñés.

El Sr. Sánchez Anido, cifra y compendio de aquella inolvidable apoteosis de gloria para Curros Enriquez, defíriendo á nuestro ruego, nos envió unas cuantas líneas para que figurasen en lugar preferente de este libro. Lean, pues, los lectores de estas Obras completas la hermosa Carta abierta del hoy gobernador civil de Sevilla, en la que rebosa una sinceridad desusada en •estos tiempos y una fervorosa admiración sentida y de- mostrada hacia el autor inmortal de Aires d'a miña Ierra,

(51) Carta abierta. (Pág. 385.)

Todo cuanto decimos en la nota anterior, agrade- ciendo la gestión llevada á cabo por el Sr. Sánchez Ani- do, repetirlo debemos en ésta para testimoniar nuestra gratitud al Sr. López Pérez, presidente del Centro Ga-

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llego de la Habana en la triste ocasión del fallecimiento de nuestro deudo.

Al comenzar el año próximo pasado nuestra tarea laboriosa de reunir materiales para el tomo presente, <3reimos cumplir un sacratísimo deber pidiendo unas lineas al ilustre abogado para que figurasen en el volu- men que hoy publicamos. Quien como el Sr. López Pérez se portó de tan gallarda manera en ocasión para nosotros memorable, derecho tiene á honrar con su firma el penúltimo tomo de las Obras completas de Cu- rros Enriquez.

Por más que algunos espíritus mezquinos hayan he- cho aparecer á nuestros ojos como un enemigo del poe- ta muerto á nuestro amigo respetable, en la obra rea- lizada por el Sr. López Pérez está patentizado el más rotundo mentís. Nosotros no olvidaremos nunca el pro- ceder caballeroso del ex presidente del Centro Gallego de la Habana, y en la memoria de los buenos gallegos seguramente vive impreso el gratísimo recuerdo que en Galicia dejó.

Mucho, muchísimo hemos agradecido al Sr. López Pérez la hermosa epístola que á nuestro requerimiento tuvo la bondad de escribir para este tomo. Tenga, pues, la seguridad nuestro respetable y querido amigo que la familia de Curros Enriquez le vivirá siempre muy reco- nocida.

(52) Dolora. (Pág. 389.)

Del venerable D. Manuel Martínez Murguia, del his- toriador gallego más eminente de los tiempos contem- poráneos, del que fué compañero de aquella excelsa poetisa cuanto infortunada mujer que en el mundo se llamó Rosalía Castro, es la Dolora que en loor de Cu- rros Enriquez figura en este tomo, y para él fué expre- samente escrita.

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Hay un párrafo en esa Doíora que nos ha conmovido profundamente: Martínez Murguía no canta sólo el dolor que le produce la muerte de su amigo, de su com- pañero; Martínez Murguía hace público reconocimien- to de pruebas de estimación recibidas de Curros Enri^ quez en momentos amargos, en días crueles, en instan- tes críticos...

¡Y es tan íntima, es tan sincera esta confesión, que nuestros ojos se nublan de lágrimas y nuestro corazón se oprime de pena!...

jAh, lectores queridos, y qué altísimo, qué noble es el ejemplo dado por el insigne historiador gallego!

jyiuchos que en vida del poeta muerto se llamaron sus amigos «entrañables)s y á los cuales hemos negado hasta el saludo, después de leer innúmeras cartas que poseemos, y que una bendita casualidad trajo á nues- tras manos, debían á Curros Enríqucz acaso todo lo que son y todo lo que valen, y ninguno de esos caballeros tuvo el nobilísimo rasgo de Murguía.

Vaya, pues, para el Sr. Martínez Murguía, con estas líneas, el tributo de nuestro reconocimiento, que bien acreedor á él se ha hecho por la sentidísima Doíora con que nos ha honrado.

(53) Manuel Curros Enríquez. (Pág. 395.)

Más de veinte años van transcurridos desde que nos honramos con la amistad del Sr. Pedreira y Taibo, hombre de clarísimo talento, por todos reconocido.

Muy joven, y sin otro auxilio que su propio esfuerzo, ha llegado á ocupar honroso puesto en el profesorado, después de reñidas y brillantes oposiciones, en las que demostró á sus jueces aptitudes nada vulgares.

La publicación de su libro El regionalismo en Gali- cia levantó tempestades de indignación en unos y de clamoroso aplauso en otros, lo cual supone que Pedrei-

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ra fué discutido, y esto dice mucho en pro de nuestra querido annigo.

Pretendiendo demostrar las excelencias del color ver- de sobre las del negro, sostuvo una ardorosa polémica con el llorado poeta Alfonso Tobar en La Revisto. Con- temporánea, que le colocó en el número de los literatos de la buena cepa,

Á nuestro requerimiento escribió las cuartillas que con sumo placer figuran en este tomo, y no hay para qué decir cuánto hemos agradecido al cariñoso amigo el hermoso articulo dedicado á la memoria de nuestro progenitor.

(54) Curros íntimo. (Pág. 397.)

Hermoso de veras es el articulo con que Galo Salinas nos ha honrado. Patentiza en él su autor de manera admirable el inmenso cariño que á nuestro deudo pro- fesó; y de su pluma brotan como de su alma notas agu- das de un acerbo dolor. Algunos reparos habremos de oponer, sin embargo, no á la hermosa ofrenda del ami- go, sino á juicios erróneos en que ha incurrido Galo por lo que respecta á nuestra persona.

¿Qué éxito podía prometerse nuestro querido amigo en su empresa al abrir de par en par las puertas de su voluntad al llamamiento nuestro, de que su nombre figurase en este tomo? ¿Á qué hablar igualmente de recelos sentidos?

Galo Salinas no tiene derecho á decir cosa semejante de nosotros.

Como queremos muchísimo á Galo Salinas, y siempre de la persona que más se quiere es de la que más duelen las injusticias recibidas, creemos con sacratísima fe que (jalo ha sido notoriamente injusto con nosotros en esta ocasión, y por eso no tenemos inconveniente en pro- clamarlo aquí de manera rotunda. Desde el instante

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mismo que pensamos en que figurasen en este tomo diferentes trabajos literarios de amigos y admiradores de nuestro progenitor, Galo Salinas fué uno de los pri- meros, por no decir el primero, á quien nos dirigimos en solicitud de un artículo dedicado á la memoria del inmortal poeta, su amigo del alma.

Bastaba, pues, este honroso título, por nosotros te- nido en cuenta, para que creyéramos un deber de con- ciencia que el nombre de Galo Salinas figurase por de- recho propio en este volumen.

Si es verdad que en algunos momentos Salinas puso ligerísimos reparos á nuestra petición, no es menos cierto que aquéllos eran fundados en una exagerada modestia, pero nunca por lo que atañe á nuestra leal- tad, jamás con él desmentida, ni á nuestra intención, que tuvo siempre por guia el recuerdo de la amistad entrañable que existió entre Manuel Curros Enriquez y Galo SaUnas.

* * *

Y dicho esto, justo es que consagremos por entero toda la gama de nuestros elogios para el hermoso, el sentido, el vibrante artículo necrológico que á nuestra instancia, y con el exclusivo fin de que figurase en el lugar más preferente de este tomo, salió de la bien tajada pluina de un hombre bueno y honrado, porque Galo Salinas Rodríguez es, ante todo y sobre todo, eso : bueno y honrado.

Galo Salinas posee un alma de niño, y á veces, como los niños, tiene la hermosa vehemencia del impúber. Poeta, autor dramático, escritor, periodista y literato, en todas estas manifestaciones del saber ha conquistado un nombre y una posición brillantes, que no debe á na- die más que á su firmeza en el trabajo y á su probidad en la concepción literaria.

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Galo Salinas ha sufrido en Galicia una odisea grande, y desde su célebre Revista Gallega defendió los justos intereses de la región galaica, poniendo todas las iras de su alma honrada en combatir al cacique y al oli- garca.

Como todos los hombres honrados que desprecian el artificioso y miserable vivir logrado á costa de doblar el espinazo, Galo Salinas supo siempre mantener en- hiesta y firme su voluntad, sin que la rindiesen jamás el favor ni la dádiva.

Nosotros nunca podremos olvidar á Galo Salinas aquella hermosa poesía que dedicó á nuestro querido hermano Manuel, cuando éste partió á Cuba en unión de nuestro progenitor á la Habana el año 1904. El alma de Curros, cuyo era el titulo de la bellísima composi- ción, arrancó lágrimas acerbas á los ojos de cuantos la escucharon, y patentiza de manera palmaria el gran amor que Salinas profesaba á Curros Enriquez.

Hemos querido nosotros que el hermoso artículo de Galo cerrara con llave de oro esta especie de corona poética con que ponemos fin al tomo V de las Obras completas de Curros Enriquez, creyendo firmemente que cumplimos un sagrado deber de gratitud.

Respecto de algunas frases que en este artículo nos prodiga el entrañable amigo, no se las agradecemos, por creer que son hijas de la más estricta justicia.

Efectivamente, nada debemos á la fortuna y todo á nuestro esfuerzo propio, ó á lo sumo, al cariño de la familia materna. Nada debemos tampoco, y hemos de repetirlo en buen hora, á aquellos que pudieron ayu- darnos en horas aflictivas y de dolor supremo. ¡Mejor para nosotros, pues de esta manera no tenemos derecho á guardar ciertas y determinadas gratitudes, ni macho . menos á rendir culto á ídolos falsosi

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NOTA FINAL

En los postreros días del mes de junio, y ocupándo- nos en la corrección de las últimas pruebas de las Notas de este volumen, la Casa editora de estas Obras comple^ tas nos envió una carta que, con el sobre á ella diri- gido, decía lo que á continuación copiamos ad pedeni Literce :

«Habana, 22 de mayo de 1912. Señores editores de las obras de Curros Enríquez. Muy señores míos: Ten- go el gusto de remitirles algunas poesías, recogidas en recortes, de tan ilustre poeta, para que las publiquen en el tomo V, en publicación. Al mismo tiempo les mando un trabajo literario que el autor dedicó á los niños de Ares, y forma parte de una Memoria que se publicó en esta capital. Sin más, de ustedes, Un admirador del poeta, y>

Acompañaban á la carta del anónimo admirador de nuestro deudo una Ríbeírana, escrita en el dulce y agarimoso dialecto gallego; Vacilación, hermosa poesía en castellano; un fragmento de otra poesía en gallego; un artículo en prosa dedicado á los niños de Ares, fe- chado en la capital de Cuba el año 1906; «A alborada)) de Veiga y A espina (estas dos últimamente citadas se insertan en el presente volumen).

Lamentamos de todas veras que las composiciones amablemente remitidas hayan llegado tarde á poder nuestro, y que por la razón apuntada de estar ya con- cluso el tomo, nos veamos en la imposibilidad material de insertarlas.

Á haber sido más oportuno en el envío el descono- cido admirador de Curros Enríquez, tenga aquél la se- guridad de que estos trabajos verían la pública luz en el presente tomo.

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Agradecemos en lo mucho que vale, y para nosotros significa, ia bonísima intención del anónimo caballero, y crea de buena fe que sentimos mucho no conocer su nombre ni las señas de su domicilio, para escribirle y demostrarle nuestra profunda gratitud. Téngala por expresada con estas líneas, aunque más nos complace- ría el testimoniársela á cara franca y nombre descu- bierto.

POST SCRIPTUM

Después de innúmeras vigilias y de ímprobos traba- jos hemos llegado al fin de nuestra empresa con la sa- tisfacción única de haber cumplido, en la humilde me- dida de nuestras fuerzas, el deber que nos impusimos.

Fué nuestro deseo que en la recopilación de estas Obras hubiera presidido un perfecto orden cronológico, por lo que respecta á las fechas en que las poesías y los artículos de Curros Enríquez se publicaron. Esto nos ha sido materialmente imposible. Excepción hecha de Aires d^a miña térra, O Divino Saínete, El Maestre de Santiago, Paniagua y Compañía y El Padre Feijóo, el resto de la obra literaria de nuestro progenitor estaba desperdigado en libros, periódicos y revistas. De aqué- llos y de éstas se ha dado el caso repetido de no existir ya colecciones ni en bibliotecas públicas ni en particu- lares, y por tal causa, dicho está que no nos fué posible la obtención de algunas producciones.

Lo que decíamos en el primer tomo de estas Obras completas y queremos referirnos al prólogo que por designios de la fatalidad nos vimos precisados á escri- bir — habremos de repetirlo hoy: todas las deficiencias que el lector haya podido observar se deben á nosotros, y fuera indigno no proclamarlo con honrada firmeza.

Si las nulidades de nuestro talento fueron la causa

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primordial de deficie acias tales, conste de ahora para siempre que nuestra intención fué la de haber querido acertar. Hecha, pues, esta sincera declaración, sólo nos resta encomendarnos á la benevolencia de todos, ya que nuestro deseo dedicado por entero estuvo á hon- rar y enaltecer la n^iemoria de nuestro progenitor, dan- do al público lo que á nosotros llegó de su labor in- mortal.

Si algunos trabajos han dejado de publicarse en estas Obras, expuestas y razonadas quedan las causas, que repetimos fueron ajenas á nuestra voluntad.

Lo que reputarse debe por obra completa en estos tomos figura, y con esto nuestra conciencia tranquila queda, pues hemos cumplido el sagrado deber impuesto.

El Estudio biográficO'politíco de Eduardo Chao, que ha de constituir el sexto y último tomo de estas Obras, hubiera ocupado el lugar quinto, de no haberlo impe- dido dificultades de orden privado, que hasta presente no hemos podido vencer y que en plazo brevísimo han de quedar orilladas.

Y para concluir. Por lo que respecta á los trabajos que en este volumen figuran y escritos fueron por ami- gos y admiradores de Curros Enríquez, nada hemos decir, como no sea tributar de nuevo á todos y á cada uno de ellos nuestra profunda gratitud.

Si unos colocan á Curros Enríquez en distinta mira que otros lo hacen, en lo atinente á las creencias del poeta fenecido, no somos nosotros los llamados á po- ner un definitivo comento. Nuestro inmortal progenitor pertenece á la posteridad, y su obra literaria ahí queda, para que los hombres presentes y las generaciones futu- ras puedan juzgarla.

Errata.— En la página 376, línea 14, donde dice «¡O terrón! jAyl |Aideiña», debe decir «iO terrón! ¡Ay! i A aldeíña».

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