Skip to main content

Full text of "Composiciones jocasas en prosa: De los SRS. Hartzenbusch, Ayguals de Izco, Bibot, Villergas ..."

See other formats


Google 



This is a digital copy of a book that was prcscrvod for gcncrations on library shclvcs bcforc it was carcfully scannod by Google as parí of a projcct 

to make the world's books discoverablc onlinc. 

It has survived long enough for the copyright to expire and the book to enter the public domain. A public domain book is one that was never subject 

to copyright or whose legal copyright term has expired. Whether a book is in the public domain may vary country to country. Public domain books 

are our gateways to the past, representing a wealth of history, culture and knowledge that's often difficult to discover. 

Marks, notations and other maiginalia present in the original volume will appear in this file - a reminder of this book's long journcy from the 

publisher to a library and finally to you. 

Usage guidelines 

Google is proud to partner with libraries to digitize public domain materials and make them widely accessible. Public domain books belong to the 
public and we are merely their custodians. Nevertheless, this work is expensive, so in order to keep providing this resource, we have taken steps to 
prcvcnt abuse by commercial parties, including placing lechnical restrictions on automated querying. 
We also ask that you: 

+ Make non-commercial use of the files We designed Google Book Search for use by individuáis, and we request that you use these files for 
personal, non-commercial purposes. 

+ Refrainfivm automated querying Do nol send automated queries of any sort to Google's system: If you are conducting research on machine 
translation, optical character recognition or other áreas where access to a laige amount of text is helpful, picase contact us. We encouragc the 
use of public domain materials for these purposes and may be able to help. 

+ Maintain attributionTht GoogXt "watermark" you see on each file is essential for informingpcoplcabout this projcct and hclping them find 
additional materials through Google Book Search. Please do not remove it. 

+ Keep it legal Whatever your use, remember that you are lesponsible for ensuring that what you are doing is legal. Do not assume that just 
because we believe a book is in the public domain for users in the United States, that the work is also in the public domain for users in other 
countries. Whether a book is still in copyright varies from country to country, and we can'l offer guidance on whether any specific use of 
any specific book is allowed. Please do not assume that a book's appearance in Google Book Search means it can be used in any manner 
anywhere in the world. Copyright infringement liabili^ can be quite severe. 

About Google Book Search 

Google's mission is to organizc the world's information and to make it univcrsally accessible and uscful. Google Book Search hclps rcadcrs 
discover the world's books while hclping authors and publishers rcach ncw audicnccs. You can search through the full icxi of this book on the web 

at |http: //books. google .com/l 



Google 



Acerca de este libro 

Esta es una copia digital de un libro que, durante generaciones, se ha conservado en las estanterías de una biblioteca, hasta que Google ha decidido 

cscancarlo como parte de un proyecto que pretende que sea posible descubrir en línea libros de todo el mundo. 

Ha sobrevivido tantos años como para que los derechos de autor hayan expirado y el libro pase a ser de dominio público. El que un libro sea de 

dominio público significa que nunca ha estado protegido por derechos de autor, o bien que el período legal de estos derechos ya ha expirado. Es 

posible que una misma obra sea de dominio público en unos países y, sin embaigo, no lo sea en otros. Los libros de dominio público son nuestras 

puertas hacia el pasado, suponen un patrimonio histórico, cultural y de conocimientos que, a menudo, resulta difícil de descubrir. 

Todas las anotaciones, marcas y otras señales en los márgenes que estén presentes en el volumen original aparecerán también en este archivo como 

tesümonio del laigo viaje que el libro ha recorrido desde el editor hasta la biblioteca y, finalmente, hasta usted. 

Normas de uso 

Google se enorgullece de poder colaborar con distintas bibliotecas para digitalizar los materiales de dominio público a fin de hacerlos accesibles 
a todo el mundo. Los libros de dominio público son patrimonio de todos, nosotros somos sus humildes guardianes. No obstante, se trata de un 
trabajo caro. Por este motivo, y para poder ofrecer este recurso, hemos tomado medidas para evitar que se produzca un abuso por parte de terceros 
con fines comerciales, y hemos incluido restricciones técnicas sobre las solicitudes automatizadas. 
Asimismo, le pedimos que: 

+ Haga un uso exclusivamente no comercial de estos archivos Hemos diseñado la Búsqueda de libros de Google para el uso de particulares: 
como tal, le pedimos que utilice estos archivos con fines personales, y no comerciales. 

+ No envíe solicitudes automatizadas Por favor, no envíe solicitudes automatizadas de ningún tipo al sistema de Google. Si está llevando a 
cabo una investigación sobre traducción automática, reconocimiento óptico de caracteres u otros campos para los que resulte útil disfrutar 
de acceso a una gran cantidad de texto, por favor, envíenos un mensaje. Fomentamos el uso de materiales de dominio público con estos 
propósitos y seguro que podremos ayudarle. 

+ Conserve la atribución La filigrana de Google que verá en todos los archivos es fundamental para informar a los usuarios sobre este proyecto 
y ayudarles a encontrar materiales adicionales en la Búsqueda de libros de Google. Por favor, no la elimine. 

+ Manténgase siempre dentro de la legalidad Sea cual sea el uso que haga de estos materiales, recuerde que es responsable de asegurarse de 
que todo lo que hace es legal. No dé por sentado que, por el hecho de que una obra se considere de dominio público para los usuarios de 
los Estados Unidos, lo será también para los usuarios de otros países. La l^islación sobre derechos de autor varía de un país a otro, y no 
podemos facilitar información sobre si está permitido un uso específico de algún libro. Por favor, no suponga que la aparición de un libro en 
nuestro programa significa que se puede utilizar de igual manera en todo el mundo. La responsabilidad ante la infracción de los derechos de 
autor puede ser muy grave. 

Acerca de la Búsqueda de libros de Google 



El objetivo de Google consiste en organizar información procedente de todo el mundo y hacerla accesible y útil de forma universal. El programa de 
Búsqueda de libros de Google ayuda a los lectores a descubrir los libros de todo el mundo a la vez que ayuda a autores y editores a llegar a nuevas 
audiencias. Podrá realizar búsquedas en el texto completo de este libro en la web, en la página |http : / /books . google . com| 



COLECCIÓN DE AUTORES ESPAÑOLES. 



Tomo Vn. 





COMPOSICIONES JOCOSAS 

EN PROSA 



DE LOS SE8. HAETZENBUSCH, ^YGÜALS DE IZCO, BIBOT, 

VIIiLEBGAS, BONILLA, LAFÜENTE (fE. GEEUNDIO), 

PRINCIPE , LÓPEZ PELEGEIN (aBENAMAE) Y ÓTEOS 

ESCEITOEES CONTEMPOEANEOS 



O SEA 

COLECCIÓN DE LO MAS SELECTO QUE SE PUBLICO EN 

LA RISA 



PUBtílé-A^A, 



POR ^ 



i > 



/ 



>i-^^y ' .■■.: 



* * * ' . i 

é * * 



A. HERRMlNN. 



• * * * ' * t t t a' •* 




LEIPZIG : 

F. A. B R o C K H A U S. 

1861. 



fc W » M 
^ W te V 






V W 






k te 
te i te 






índice. 



Ayguals de Izco (D. Wenceslao). 

Pág. 

Costumbres gastronómicas 1 

Arte de conocer á los hombres por las unas 4 

Arte de conocer á los hombres por el pelo 5 

Gracias de los niños 14 

Un dia de campo 26 

Origen del carnaval 92 

Atractivos del invierno 116 

Modas inglesas de invierno 132 

# # # ^ # 

Modas de Paris ,. \**.* *..•*. •^.» ÍI3 , .• , * 

Distracciones de don Anacleto ••/••* •* ^ •* • « ^^* * *• í *• 

A Fr. Gerundio , . . . .•.*.•!*.*.*. . 161. 



Bonilla (D. José María). 



•• • s • • 
*• •• • !• 



s • 



Mentiras al revés: cosas que no son , . ..íV. -*•. * iM* • 

Meditaciones de un hombre sin dinero ! . l^V* •* . •. 2m% • 

Casilari (D. Santiago). 

Defensa de las trabillas 61 

Una estravagancia 173 

Estofado (Don Abundio). 

£1 cocinero del ambigú á los espadóles 286 

Flores (D. Antonio). 

Cada uno en su casa y Dios en la de todos 101 

Fr. Gerundio (D. Modesto Lafuente). 

Calvas y pelucas 16 

Fr. Gerundio á la comunidad de La Risa 163 

Defensa del chocolate 313 



VI 

Pág. 

García de Torres (D. Juan). 

Sacrificio de Fandilas 121 

Guerrero y Pallares (D. Teodoro). 

La situación 314 

Hartzenbusch (D. Juan Eugenio). 

Mariquita la pelona 345 

Larrañaga (D. Gregorio Komero). 

La gastronomía y la literatura 235 

López Pelegrin (D. Eduardo). 

El sombrero S38 

Manzano (D. Julián). 

Una calamidad pública 55 

Abusos de la nariz 106 

Mata (D. Pedro). 

Costumbres francesas 7 

: * Mf fteftd^z .(I^r •Baldomcro). 

I m* l • • ••• •••J 

• • • ••• lili su^i^ ot^i^j'^ef «n casa! 303 

* idiñoV.y: CiM*iyFa (D. M.). 

*'** ¿Qué*%8 fin Jaique? 301 

*,*••• • •• ••• 

El hombre - barrena 21 

Príncipe (D. Miguel Agustín). 

Imperfecciones de la naturaleza 81 

Mi criado y Hermosilla 329 

Ribot y Fontseré (D. Antonio). 

Melones y mujeres * 201 

Estrema condescendencia 223 

Ventilas del que no tiene piernas ó del que las lleva de palo . . . 241 

El máximo y el mínimo 266 

Un dia en el Parador del Sol 289 

Rico y Amat (D. Juan). 

Mi Ti^Je á la Alcarria 138 



•• 



VII 



Rosell (D. Cayetano). 

La noche de San Uárcos 



P*g. 



111 



Yillergas (D. Juan Martínez). 



•^ 



Las tertulias 29 

Disparates 50 

ün tronera 66 

Una onza de oro 88 

El amigo pegote 95 

El senador 128 

Costumbres rusas 144 

Los reyes 150 

El día de San Isidro 157 

Modismos y refranes 165 

Viajes por esos mundos 179 

La familia de los vice, de los sub y de los «x 196 

¡El uno para el otro! 216 

Incendio del polvorín 233 

Un hombre célebre 258 

El mozo de billar 324 



De Autores desconocidos. 

Una tunda á las modistas. C. F 

Modas de paseo 

Noticias de Espafia y del estranjero. A. y V. 

JttOUnS* ^L* ■•••■#••••••• 

Escena patética. A 



• •• « • 

« • • * •» 
> •«• • • 



134 



* « • • • • • 9í& * 



• • • • • 

• •• •« 

• • • 

• « • • • 



• •. 



> * 






• • • • * 
• • • • * 



• • 






• • 



• • 


• •• 


• 


• • • 




• 


•• • 


• • 


• 


• • • 


• 




• • 


• •• 




•. 


• • 




!• •• 


• 




• • 


• • 




• • 


• 




• • 










•••• 



• • ••• 

• • • • *•• ••• • • 

• • • • • 

• • • • • 



COSTUMBRES GASTRONÓMICAS. 

£n todos los países civilisados se come: en todas las 
naciones del mundo está prohibido con pena capital por la 
ley de la naturaleza el crimen de no comer; y ni uno solo 
de cuantos se han hecho reos de tan atroz delito, ha dejado 
de esperimentar el ejemplar castigo que tan inexorable ley le 
señala. Comamos, pues, en gracia de Dios: aunque no sea 
mas que para no aparecer culpables. . f* - * • * •' r ! • 



• . • • • • •• 



— — — — ••••■— « 

Siendo, pues, de todo punto indispeflsaUlei chner para'' 

virer, aunque hay algunos que parece prefieo^írir^V^ioar?!/** 
comer, justo será confesar que la mesa es n muebla !nui33'«' 
útil que ha inventado la humana inteligencia par^:hi.geiit€r dé*^'« ' 
educación esmerada, para la sociedad de bue» t(^p..')^a ^da*\ '* 
cacion, dice un antiguo refrán, en ninguna parte se conoce 
como en la mesa y en el juego. No es mi propósito hablar 
del juego por ahora; pero con respecto á la mesa, no cabe 
la menor duda que es donde mas que en otra cualquier parte 
brilla la elegancia de un caballero, al paso que se descubre 
la rusticidad y torpeza de un gastrónomo mal educado. Har- 
tarse sin compasión, es el único pensamiento que le cautiva, 
y preocupado con él no trata mas que de engullir. Mientras 
sus voraces dientes destrozan lo que tiene en su plato, devora 
con los ojos lo que está en los platos ajenos. Todo quisiera 
tragarlo' en un abrir y cerrar de ojos. Se ha sentado, por 
supuesto, muy separado de la mesa, se ha desatacado el pan- 
Hebbmann. 1 



* » S t* 



2 

talón para dejar libre el vientre, y ha colocado su plato mitad 
dentro y mitad fuera de ella, por manera que al ir á coger 
alguna tajada con el dedo pulgar quemado del cigarro y un 
pedazo de pan, se le vuelca el plato, le cae encima lo que 
hay en él, y se queda hecho un Lázaro, como suele decirse. 
A todo lo que le sirven sopla desaforadamente para que se 
enfrie cuanto antes, y no obstante, se abrasa la lengua al 
primer bocado, lanza un grito ridículo , y escupe en medio de 
la mesa lo que tiene en la boca. Al concluir la sopa lame 
la cuchara por todas partes y la guarda junto al plato para 
comer con ella la carne y los garbanzos del puchero. Si 
queda un poco de caldo, se lo bebe con el mismo plato. Toma 
la sal con sus mugrientos dedos , y luciendo las ribeteadas 
uñas, para hacer ostentación de su buena crianza, coloca 
dicha sal con mucho cuidado en el cuchillo, y desde él la 
arroja en la comida, ó bien aproximándose el salero, va 
metiendo en él cuanto come á guisa de mano pecadora to- 
mando agua bendita. La cuchara, el tenedor, el cuchillo, 
son muebles que maneja bruscamente. Todo lo agarra al 
contrario de los demás, se sirve de las fuentes con su })ropia 
**.•.! Gutlrara j|U(í *f Ma.mil veces de la boca á la sopera y vice- 
* * r : ***ter6a, liihe sin limpiarse antes los labios, dejando en conse- 
•••.(ftienííiá.un^^glianiiciou de ondas de pringue en el vaso, que 
• ••*(ia. giigpñr, á les que tiene cerca de sí, á quienes favorece 
• .•••adanae.oM^ .remetidos codazos. Después de beber escurre el 
:* /Hsí^ C¿:^.8«el^ y lo vuelve á dejar boca ab^'o, por manera 
que cada vez que le empina deja en los manteles una O de 
vino. De vez en cuando apoya el codo en la mesa y se lim- 
pia los dientes con el cuchillo y el tenedor. Dase de bofe- 
tones, ó hace ridículos gestos pegándose manotadas como para 
espantar alguna mosca que le está rielando, y es, que al 
sentarse á la mesa se metió la servilleta por el primer ojal 
de la levita, y le sale una punta muy tiesa que le hace con- 
tinuamente cosquillas en la barba. Tiene los brazos fijos en 
la mesa; y en vez de llevar con su mano la comida á la boca, 
baja esta á coger la carne que queda en algún hueso que mi 
buen hombre agarra con ambas manos como receloso que se 
lo quiten, y como haya tuétano en él, empieza á dar golpes 



• • 



3 

en el plato para que salga, cuyo ruido acompañado con los 
destemplados sorbos y chupetones del gastrónomo impaciente, 
forma un escelente dúo que no hay mas que oir. Así se pone 
los dedos como si los tuviese untados de jabón; y como coge 
el vaso de nuevo sin limpiárselos, se Je resbala de ellos y 
vierte el vino por la mesa que es un dolor. Si esto por 
casualidad no le sucede, acontécele otra cosa mil veces peor 
aun, y es, que como no quiere perder bebiendo, el tiempo que 
para comer necesita, bebe con ansia y precipitación antes de 
haberse engullido el bocado que masca, y se atraganta y se 
aboga y y empieza á toser y á chorrearle vino de las narices, 
que recoge eon el vaso para que no desperdicie. Si es agua 
lo que bebiendo estaba, á la primera tos vuelve la midad al 
vaso y rocía á los demás haciendo mil asquerosos visajes. 
Pénese á trinchar un pavo que le hace crecer la saliva, y 
como no atina á dar con las coyunturas, suda y se afana por 
cortar el hueso, en cuya fatigosa operación se le escapa con 
freaiencia el tenedor ó cuchillo, cae sobre la salsa la pieza 
que pretende trinchar, y salpica á todos los concurrentes que 
es una diversión. Decídese por fin en medii:>.de«las ^n^rjiJ^s " • .' 
risotadas que atribuye mi hombre á la coriiin:ftle¿iIU^ á, coge^;.* ; \ : ', 
con una mano una pechuga y la pierna con ot^jt para, rompeí; • . 
el pavo que en tan pesado trance le ha puest^*;* 'pef-ó il mál^ 
dito está crudo asaz y se resiste á los esfuerzof.'de} ¿éro'^.'- * 
Afortunadamente puede muy bien irle en zágá> ót^(^«8áf baQ9^' V 
en eso de finura, que á su lado tenga, y le ofreifA *sn auxilio ' 
al apurado compañero que quiso meterse en camisa de once 
varas. Ya me parece verlos asidos cada uno de una pierna 
de la víctima, qoe empiezan á tirar con vigor en medio del 
general aplauso y la común risa que resuena ya por todos los 
ángulos del salón, hasta que rompiéndose una de las piernas 
del pavo, caen mis dos atletas entrambos á dos de espaldas, 
llevándose el uno manteles y platos y el otro haciendo saltar 
con el pié la peluca de uno de los convidados, por manera 
que aquello se convierte en Numancia destruida. 

Para evitar, pues, tan horrorosas catástrofes debiera el 
gobierno establecer escuelas gratuitas en donde se enseñase 

1* 



al prójimo á manducar con arreglo á los progresos de una 

época en que las mas célebres notabilidades comen á dos 

carrillos. 

Wenzesláo Atguals de Izco. 



ARTE DE CONOCER A LOS HOMBRES POR 

LAS UÑAS. 

El que tiene algunos lunarcillos blancos en las unas, es 
aficionado á todas las mujeres; pero tan enamoradizo como 
inconstante. 

£1 que tiene las unas muy arqueadas, es orgulloso. 

El que las tiene separadas del dedo en su estrcmidad y 

que cortadas se quedan muy reducidas, dejando un sobrante 

de dedo mas que regular, no debe casarse, porque milagrosa- 

. mente se escapará de ser víctima de la infidelidad de su 

miger. Las uñas reducidas indican paciencia, hombría de 

*• i * hiegí^* y«^sobre «tado resignación en las calamidades. 

/ f/f *•,. Las uSaft lAtgas:á pesar de estar cortadas, que se nivelan 

.•«con la • estr.ei¿}clad * del dedo, son el emblema de la gene- 

.^.TOsicfci.:: **•• 

• •*./ *L*a§Iun^^ trasparentes y sonrosadas anuncian genio alegre, 
V Wulc%i*<>04<^^^* «Los enamorados de uñas trasparentes suelen 
* apasionarse* Basta el delirio. 

El que lleva las uñas largas y puntiagudas es tocador de 
guitarra, ministro de Hacienda, sastre ó escribano. 

El que las lleva algo largas, redondeadas y con ribete 
negro, es poeta romántico ó foUetinista. 

El que tiene en la uña del dedo pulgar de la mano iz- 
quierda varías rayas como si hubiesen picado tabaco en ella, 
es maestro de escuela. 

Las uñas gruesas indican terquedad y mal genio. 

El que lleva las uñas sucias por todas partes, es enclaus- 
trado, filósofo, cajista ó tintorero. 

El que tiene las uñas amarillas es hombre abandonado á 
toda clase de vicios; pero el que mas le domina es el de 



famar. Cuídese de no confundir á estos con los que mondan 
naranjas sin cuchillo. 

El que lleva las uñas muy redondeadas y lisas, tiene ge- 
nio pacifico y conciliador. 

£1 que tiene la uña del dedo pulgar de la mano derecha 
algo mellada, es un gastrónomo voraz, carcoma de sí propio, 
que por no perder la costumbre de comer se roe las uñas, 
que es lo que tiene mas á mano. 

Y por último el que las lleva cortadas sin igualdad es 
pronto y resuelto. Los hombres que no tienen paciencia para 
cortarse bien las uñas, suelen tener un fin desastroso : la mayor 
parte acaban por suicidarse ó por casarse que viene á Ser lo 
mismo. En el último caso, si la miger no se encarga de la 
operación, se buscan una concubina con este objeto y hacen 
desgraciada á la consorte. Aconsejamos al bello sexo que no 
pierda de vista las uñas de los hombres, si quiere vivir con 
ellos como carne y uña. 

Wenceslao Ayguals de Izco. 



' •. •• 






ARTE DE CONOCER A LOS IÍOMÍÚUíS'.PO'r. ',-/ 

• ^« •• •♦ •• 



• • » 



EL PELO. 



••" •• • 



• ♦ ♦ 



« 



El pelo largo y mugriento, que deja priiíguft "«a íe> ou*lk>; -j- 
del frac ó de la levita, pertenece al pretendido 'fll^SíJfo y'á" 
los aprendices de sastre y de barbero. El ente original con 
pretensiones de vivaracho suele llevar la cabeza rapada como 
un chino. Las melenas á la romántica están en boga entre 
los horteras mas elegantes, diputados á Cortes que no hablan, 
coristas y bailarines italianos, traductores de dramas y escri- 
tores de folletines. Su diviision por partes iguales, formando 
raya desde el centro de la frente hasta la coronilla, indica 
afeminación. La raya á un lado denota pedantería. El pelo 
erizado es el emblema de la torpeza, de la terquedad ó del 
miedo. El pelo muy peinado, lustroso, lísito y pegadito á la 
frente denota paciencia y resignación. Las grandes entradas 
significan orgullo. Los que llevan el pelo alto sobre la frente 



6 

y pegadito á los lados suelen ser galanteadores y lujuriosos. 
£1 pelo rubio indica dulzura y sensibilidad, el negro ardi- 
miento, el castaño moderación, el rojo penrersidad y el cano 

vejez. La calva denota inteligencia cuando no se hace 

ostentación de ella; pues en este caso significa estupidez ; pero 
si por disimularla se adopta el medio de hacer subir hasta 
la frente el pelo del cogote, esto es ya una prueba infalible 
de imbecilidad. El uso de peluca está reservado á los hipó- 
critas; por eso son tantos los que la gastan en este mundo 
engañador. El pelo gris es hijo de la misantropía ó de los 
placeres nocturnos. . La abundancia de cabello que jamas en- 
canece ni cae, denota calma, impasibilidad y bienaventuranza. 
Para tales cabezas ha dicho la santa escritura: El reino de 
los cielos os pertenece. Estos santos varones son los me- 
jores maridos: están asegurados de incendios. Sus cabezas 
«on terrenos tan fértiles y productivos, que á falta de uno 
suelen llevar dos signos de la abundancia. El pelo rizado y 
lustroso demuestra alegría ó empeño de pertenecer á la aristo- 
cracia sin haber nacido en ella. £1 que gasta grandes bigotes 
. • sin. sQr juilitar^ ^quiere ocultar su mala dentadura, á no ser 
*:/: #qAe «perteSieeca «2 -I^ ^enemén^a, que en este caso son in- 
üispensaBlé^ fáfA jtigar á los soldados, y es preciso que vayan 
^¿omt)Jkñ&¿o«*,(fe su correspondiente perilla, siempre que el 
**i]ftéréskdo*no sea dueño de alguna lonja. £1 uso de la pe- 
••* •TÍl]A«n«.$(i,ñ9 introducido aun entre los fabricantes y vende- 
• •*'J(/res* de? chocolate , jabón y velas de sebo. El bigote retor- 
cido hacia arriba es señal de hambre. La patilla corrida por 
debajo de la barba está muy en uso entre los que quieren 
parecer bien al bello sexo y tienen la desgracia de llevar 
sendas calabazas. La patilla grande es signo de fanfarrón: 
la corta de fanático, de aguador ó de capellán de regimiento. 
Las barbas á lo patriarcal, es decir la barba entera, enérgi- 
camente pronunciada contra las navajas y los barberos, es 
propiedad de músicos y poetas incomprensibles, de cesantes 
desesperados y de mendigos de lugar. 

Wenceslao Atguals de Izo o. 






COSTUMBRES FRANCESAS. 

Ei pueblo francés es sin disputa el que mas ríe de todos 
los pueblos de la tierra. Por lo común se rie de los demás 
pueblos. En sus novelas, en sus poemas, en sus folletines, 
en sus dramas y sobre todo, en sus zarzuelas ó raudevilles 
siempre bay algún inglés que toma té; que está serio, que 
«oge ima turca, ó algún alemán que bebe cerveza, que fuma 
la pipa, que revuelve los tizones de la chimenea, ó que hace 
cualquiera de esas cosas que el autor francés ha visto por 
casualidad en algún individuo de la nación de que se está 
riendo. Y es tanta la manía de reir en los franceses, que 
cuando no se rien de los estranjeros, se ríen de sí mismos, 
y es menester confesar que en esta parte suelen ser sobresa- 
lientes, por poco exactos que estén en su retrato. Es que en 
Francia hay muchísimo ridículo; la faz caricaturesca de esta 
nación es vasta, por no decir inmensa, y el que quiera reírse 
de los franceses tiene materia de sobra; la única dificultad 
que se presenta es, como ellos suelen decir, r embárreos du 
choix. 

Riámonos pues también de los franceses ; nosotros que, en 
su concepto, somos graves y recogidos como monjes cartujos, 
ó anacoretas tebanos, y riámonos de sus ridiculeces que son 
por cierto dignas y muy dignas de la caricatura. 

Negar que el pueblo francés ha tenido y tieue una multi- 
tud de hombres grandes en todo género, seria demostrar 
prácticamente que se ignora de todo punto la historia, ó que 
un ridículo espíritu de nacionalidad mal entendida estraviaria 
nuestro juicio; pero acaso sea el pueblo que mayor número 
de necios y majaderos con pretensiones de sabios está abri- 
gando, amen de una multitud de farsantes que en todas las 
esferas hormiguean, esplotando á las mil maravillas la boba 
credulidad de ios que tienen la desgracia de escucharlos. 
Abre Paris escuelas de toda clase de conocimientos, donde 
se recibe sólida y abonada educación de profesores beneméri- 
tos; pero eso mismo Paris tiene unos Campos Elíseos, donde 
se enseña, mejor diremos, donde se parodia grotescamente la 



8 

enseñanza de las aulas. Tan pronto es un descarado Dulca- 
mara, vestido de turco, griego ó chino, que, montado en un 
cabriolé, estrafalario botiquín con visos de tienda ambulante 
de perfumes, llama la atención del público con una orquestra 
formada de dos clarinetes, un bombo, un tambor y una trom- 
peta, para anunciarle la curación radical y momentánea de 
diez enfermedades incurables, por medio de un jabón que ni 
las manchas quita, demostrando su portentosa habilidad con 
legajos de certificados de academias, de curas párrocos, pre- 
fectos, maires, diputados, pares, comadrones y drogueros, y 
deslumhrando á la multitud, que atónita le escucha, admira 
y aplaude; primero con una arenga fogosa, luego con las 
monedas de plata y oro que vacía de una espuerta en otra^ 
en ostentación de una insignificante parte del producto de sus 
maravillosas curaciones. Tan pronto es un truhán que h& 
colocado encima de una mesa una mala máquina eléctrica, 
una botella de Leyden y otros instrumentos físicos de uso 
desconocido para él y su ayudante con cara de fullero que 
liace rodar el disco, ambos á dos andan buscando de entre 
el concurso á los imbéciles que quieran recibir la conmoción 
de un formidable chispazo eléctrico para librarse de todos los 
males pasados, presentes y venideros, por la miserable canti- 
dad de un sueldo ó sea poco mas de cuatro maravedises. 
Aquí un charlatán que con una mala navaja y peores manos 
promete arrancar la^s muelas cariadas sin mas dificultad ni 
daño que si quitase de la guitarra sus clavijas, arrancándose 
sus dientes y los de sus compadres doscientas veces al día, 
como prueba práctica y esperímental de su estraordinaria 
agilidad y maestría. El pobre recluta, el inesperto provincial 
y la incauta niñera que, rabiando de dolor ó acordándose de 
que algún dia lo ha tenido, se abandonan á la estúpida fero- 
cidad del sacamuelas, adelantando el importe, ven á medio 
dia las estrellas y en las manos del bárbaro sayón una muela 
sana con un pedazo de quijada por apéndice, del cual podrían 
hacerse dos botones ó un doble as de dominó. £1 infeliz 
mutilado se aguanta, devora su dolor y su vergüenza y se 
retira con las manos en la boca, mientras el asesino impávido 
y sereno pasea con tríunfo por encima de las cabezas de los 



9 

espectadores la muela y el trozo de maxilar ensangrentado, 
asegurando con insolente cinismo que la sacó limpia, sin gota 
de sangre ni miaja de dolor. 

Aquí se ofrece un teatro ambulante, compuesto de tapices 
viejos con un gran cartelon donde se ye pintada una mujer 
de antediluvianas dimensiones, un niño con siete cabezas y el 
combate horrible del primer Alcides, del primer Hércules de 
Europa con un tigre feroz de Bengala al cual vence, sujeta 
y civiliza. Todas estas maravillas son anunciadas por cuatro 
histriones indecentemente cubiertos de despojos de teatro, que 
llaman á los transeúntes al son de un tambor y de una 
trompeta. Por un sueldo se ve tanto portento. £1 inocente 
espectador no puede resistir á tanta curiosidad; entra y por 
de pronto ve en la mujer Goliat á una miger media pulgada 
mas alta que la generalidad de las mujeres; el niño de las 
siete cabezas es un rapaz, vestido de irabe, que tiene en la 
cabeza seis lobanillos de varia pero ordinaria dimensión; el 
Hércules, el Alcides es un embustero sin músculos y sin ner- 
vios, feo como un eunuco, pequeño como un lapon, roido de 
miseria con mas trazas de momia que de atleta, cuyo raquí- 
tico esqueleto se dibuja debajo del pergamino que le tapiza 
muy á propósito para ser estudiado por un cursante de ana* 
tomía; el tigre de Bengala es un cachorro de leopardo, y el 
gran combate consiste en coger las. manos ó patas delanteras 
del animal, echarle, ponerle el pié en los hijares y volverle 
á la jaula, antes de que se acuerde de que es una fiera y 
tenga á bien despellejar al gladiator follón con un zarpazo. 
Concluida la función, el Roberto Macaire, director de la com- 
pañía gimnástica, presenta á los circunstantes una bandeja 
para consultar su generosidad y escitarles á estimular al in- 
genio privilegiado. 

¿Diríamos bien si dijéramos que la Francia es á la Eu- 
ropa lo que los Campos Elíseos á Paris? La comparación 
acaso no seria de todo punto exacta, porque al fin y al cabo, 
si hay muchos charlatanes en Francia, abundan también las 
notabilidades de valor real en todo género. 

Dejemos á las notabilidades y sigamos ocupándonos en 
los farsantes. Haylos de estos de todas clases y en especial 



10 

entre los literatos. En Francia todo vicho viviente es escri- 
tor. Basta concebir una idea para hacer un libro. La idea 
no ocupa mas que una página y esto aun porque el autor no 
la sabe emitir; y el librero que ha de esplotar esta idea ne- 
cesita ó quiere un volumen. El autor hace el volumen, ro- 
bando desapiadadamente á los demás lo que ya los demás 
robaron á sus predecesores. Embadúmanse las esquinas con 
anuncios colosales, llueven prospectos por todas partes, el 
autor se alaba á sí mismo en todos los periódicos, y á los 
quince dias véndese la obra á sueldo, perdida entre otras 
obras de igual méríto, en los puentes y bulevares. 

La moda, tan poderosa en Francia, ha invadido también 
la literatura. Ningún escritor decente deja de escríbir visges. 
Sin moverse de París, sin ir mas que á una biblioteca ó ga^ 
binete de lectura, se escriben viajes á Oriente, á la India, á 
Oreolandia, al Perú, al rededor del mundo, y se describen 
las costumbres de los pueblos con una exactitud maravillosa. 

España es uno de los países que tienen el honor de ser 
mas á menudo favorecidos. España es hoy en día para los 
franceses un manantial fecundo de curíosidad y de ínteres. 
No hay escritorcillo que no pague un tributo de su péndola 
¿ la España. Muchos no tienen de la Península idea alguna ; 
ni siquiera saben donde está, que punto geográfico ocupa; 
solo conjeturan que se halla mas acá de los Pirineos y aun 
esto lo saben porque han leído en los periódicos los partes 
telegráficos de los prefectos de los Pirineos orientales y occi- 
dentales relativos á la guerra civil. Esto no quita sin em- 
bargo que escríban sobre la Península y hagan de ella 
descripciones minuciosas. España es mentada en las memo- 
rias, en los viajes, en la historia, en los apuntes, en los dra- 
mas, en «los poemas, en las novelas etc. etc. Todos los héroes 
se llaman Juan; todas las heroínas Juanita. El que de esta 
regla sine qua non se aparta^ el que sabe mas, da á su 
héroe el nombre de don Suarez, don Osuna y á la protago- 
nista el de doña Sol, ó doña Avellana ú otro por el estilo. 
Ya que tiene nombres que dar á los personajes busca los de 
los lugares. Madrid, Cádiz, Barcelona, Zaragoza, Valencia; 
hasta aquí llega toda su geografía. El que mejor le suena 



11 

al oido, este es escogido para la novela, folletín ó comedia. 
Sobre estos elementos se entreteje el asunto, y urde uu cuento 
esmaltado de costumbres propias de un estudiante de París, 
de un mancebo de las- tiendas de los bulevares, de un comi- 
sionista viajero, de una beldad fácil del cuartel Latino ó 
áe una griseta de la calle Vivienne, Saint DeniSy Saint 
Martin y ó Foissonniéref creyendo candidamente el mal- 
dito autor que tendrá sabor peninsular su farsa porque los 
personajes se llamarán Juan, Juanita, don Suarez, doña Sol, 
doña Avellana, y serán las escenas en Madrid, Zaragoza ó 
Barcelona. Otro se cree mas instruido en las costumbres 
españolas, porque ha visto en los teatros bailar la cachucha, 
en las tiendas algunas láminas de funciones de toros, y ha 
oído hablar de vinos y jaques de Andalucía. Todo esto es 
poético para este desdichado escritor, y hétele en niarcba, 
digno émulo de Cervantes y del autor de Gil Blas , y en el 
primer capítulo de su bárbara novela nos describe un famoso 
baile en los salones de la Alhambra, donde las hijas de los 
duques, condes, barones y marqueses, vestidas como las bai- 
larinas de nuestros teatros, están bailando con inimitable 
gracia é imponderable lascivia las seguidillas, la cachucha y 
el bolero. La señorita Avellana, de ojos negros y morena 
tez, es la que mas se distingue en repicar las castañuelas, 
y en el atrevimiento de sus posturas. Los condes, los duques 
y demás títulos, todos vestidos de majo andaluz, salen á 
descansar en un jardín de palmas y cocoteros traídos de 
América por Hernán Cortés, donde matan el tiempo los unos 
picando con larguísimas navegas tabaco para hacer un cigarro, 
cuyo papel sujetan con los labios; los otros tirando la navaja 
para clavarla en los troncos de las palmeras, en cuya tarea 
el conde de las Sardinas, el amante de doña Avellana, sobre- 
sale tanto que clava cada vez su navaja, la mas larga y afilada 
de todas, en las cicatrices de las heridas que hicieron en los 
árboles trasplantados las flechas de los Indios y los venablos 
y ballestas de los soldados de Pízarro. 

En otro capítulo hay un magnífico banquete, porque es 
fuerza mentar los vinos españoles y el infeliz autor nos dice 
con admirable facundia: allí se veía saltar de las botellas á 



12 

los vasos el vino de Jerez, de Málaga, de Canarias, de TintOy 
de Generoso y demás pueblos notables de la Península por 
su industria vinatera. 

Esta exactitud de noticias la deben los autores franceses 
á su cuidado especial de tomar apuntes cuando viajan. Sale 
de París uno de estos autores en diligencia y tiene por com» 
pañero de viaje á un español. Toma su cartera y su lápiz y 
se pone en actitud de observador. El español se ha resinado 
y estornuda con frecuencia. El solícito observador anota en 
su cartera: Los españoles estornudan continuamente, £1 
español estornudador lleva á su lado á su consorte, cuya na- 
riz poco audaz y poco emprendedora se quedó casi al 
nivel de sus mofletes, y el francés de una lapizada con- 
dena á todas las nances peninsulares á la condición etiope 
poniendo: Todas ¡as mujeres españolas son horrihlement^ 
chatas. 

En lo pintoresco son los franceses tan exactos como en lo 
escrito. ¿Hace ruido la guerra de la Grecia y figura en las 
noticias (^olocotroni , Canarís, Mauro-Cordato? Se busca en 
Paris á algún oriundo de la Grecia. Un limpia-botas liones 
se da por griego y presenta una nariz aguileña y guedejas 
negras por documentos : se le da cinco francos, un mal artista 
le retrata,' litografiase esta embustera copia y se vende á 
franco el retrato de Canarís. Cabrera, Balmaseda, Espartero 
se hacen célebres, un carlista tuerto de los depósitos es el 
modelo; sácase la copia como Dios quiere, añadiéndole un 
ojo, y el público admira en la lámina de Cabrera la mirada 
centellante de ese guerrillero célebre que indica por sí sola 
su genio y su violencia. 

Concluiré este artículo refiríendo un hecho auténtico que 
acabará de caracterizar á los franceses. Un carlista catalán 
mostró á un francés redactor de un periódico semanal pinto- 
resco, dos flgurínes de trajes de Cataluña. Agradáronle al 
francés . y los pidió para su periódico. Concedido. Mas no 
bastando para su idea, preguntó por algunos pueblos del 
principado. 

¿Barcelona? dijo el otro. — No. — ¿Gerona, Tarragona? 
— No.. ~ Viendo que los en ona no le agradaban dijo, 



13 

¿Caldas, Vich, Ripol? — No. — ¿Manresa, YiUafranca? — 
No. — Incomodóse el catalán y para mofarse del francés 
le dijo, ¿San Miguel del Fay? — Este, repuso el francés, 
este es magnifico, aceptó y se largó. 

San Migtiel del Fay no es ningún pueblo; es una cueva 
en cuyo fondo hay la imagen de San Miguel en una rústica 
capilla, y por encima y delante de esta cueva salta un arroyo 
formando una magnífica cascada que embellece este lugar 
agreste, montañoso y hermosamente pintoresco. 

Pasáronse algunos dias y cuando ya no se acordaba el ca- 
talán de los figurines ni del francés recibió su número del 
periódico pintoresco y se encontró con gran sorpresa con una 
lámina en cuyo primer término habia los figurines y en lon- 
tananza una ciudad populosa con el nombre de San Miguel 
del Fay, Después de la lámina seguia la descripción en 
estos términos. « San Miguel del Fay es una de las ciudades 
mas considerables de la antigua Cataluña ; cuenta de población 
mas de cincuenta mil almas: hay en ella una catedral mag- 
nífica, seis bibliotecas, veinte conventos, un museo de pinturas 
donde se encuentran varias obras maestras de Murillo y de 
Ribera; una sala de armas que guarda la espada vencedora 
de Jaime de Aragón y los condes de Berenguer; una univer- 
sidad, diez colegios, una bolsa y un puerto muy concurrido 
por desaguar en él la boca mayor del £bro. Sus habitantes 
son gigantescos y valientes y sus mujeres hermosas é insi- 
nuantes con mucha afición á los estranjeros y en paiticular 
á los franceses. Todas las noches se suele asesinar á un 
centenar de individuos, y las autoridades no hacen caso. Ne- 
gocia en algodón y papel, higos secos y castañas. Los moros 
la conquistaron dos veces, y algunos restos romanos anuncian 
que estuvo sujeta á las órdenes de algún general de Scipion. 
Esta célebre ciudad es patria de San Miguel donde le dieron 
martirio por los años 200 después de Jesucristo los soldados 
del emperador romano.» 

Abandono á la consideración de los lectores el efecto que 
esta descripción haría en el ánimo del artista catalán. Como 
quiera, el periódico circuló, pasó las fronteras y acaso algún 
dia traduzca un editor español esta obra y se vean los 



14 

catalanes con una ciudad mas en lo mas desierto y escabroso 
de sus montañas. 

Pedro Mata. 



GRACIAS DE LOS NIÑOS. 

No hay placer en el mundo que compararse pueda al 
placer de ser padre, á no ser que sea el placer de ser madre. 
Esta verdad no es nueva, pero es consoladora, y muy á pro- 
pósito para hacer que renuncian al celibato hasta los enemi- 
gos mas furibundos del santo matrimonio. Con todo, no temo 
yo declarar á la faz del mundo, que es mi opinión tan opuesta 
á la pateniidad, que nada encuentro tan detestable en este 
valle de lágrimas como un niño desde que nace hasta los 
cinco años. Pasada esta edad de crisis, ya es otra cosa; los 
muchachos de uno y otro sexo hasta los quince años, son ya 
nada menos que insoportables. Mirabeau y Napoleón han 
dicho: «// n'y a de peres de f amule véritablement heureux 
que ceux qui n^ont pos d'etffants!» 

Todos ^aben lo que es un muñeco recien nacido. Desde 
que abre los ojos, no hace mas que desgañitarse llorando 
noche y dia, sin que nadie sepa por qué. Mas grandecito 
tiene la misma gracia, con solo la diferencia que ya entonces 
se sabe por qué llora el angelito. Unas veces porque tiene 
dolor de tripas, otras veces porque quiere que su nodriza le 
dé la teta, otras porque se le antoja romper los cristales de 
los anteojos de su padre, y otras en ñn porque quiere que 
su madre le dé la luna que ve reflejar en algún arroyo. El 
gran Newton, tan aficionado como era á averiguar el por 
qué de las cosas, hubiérase dado por muy satisfecho siempre 
que uno de estos mocosuelos hubiese podido esplicarle el 
por qué de su frecuente chillar. 

Cuando el niño entra en el segundo período, del cual he- 
mos hablado ya, esto es, la edad de cinco á diez año^, ejr-qvt 
es de carácter alegre, comete sin cesar tan estrambóticas tra- 
vesuras, que no hay aguante para ellas. La menor de ellas 



15 

es atar á la cola de la perrita de su mamá un pucberito, y 
la desgraciada (entiéndase la perra) corre con su batería de 
cocina por esas calles de Dios hasta que suele ser victima 
de las pedradas de otros angelitos no menos traviesos. Se 
me contestará que esta y otras travesaras son hijas de la 
mala educación. Verdad es; pero ¿cuál es el niño que no 
esté mal educado? Fuerza es, sin embargo, confesar que hay 
ciertos padres que no permiten á sus hijos moverse de su 
lado, ni les dejan correr por las calles para abandonarse á 
los juegos de la infancia plebeya. Pero no por esto dejan 
los inocentes párvulos de hacer ostentación de sus gracias. 
Que un caballero re^[>^able por los años que cubren su ri- 
zada peluca llega á hacer su visita á la mamá de dos ama* 
bles criaturitas. La niña empieza por empinarse por las 
piernas de aquel santo varón, y sentada en sus rodillas se 
divierte en estirarle su voluminosa nariz, mientras el señorito 
se sube por el respaldo de la silla, y levantando la peluca 
del paciente, le escupe en su venerable calva. 

La tierna madre, feliz y orguUosa al contemplar la jovia- 
lidad de su prole, porque la jovialidad es indicio de salud, 
rie y celebra las gracias de sus querubines; y después de 
haberles dejado martirizar completamente al pacifico ciuda* 
daño, dice al cabo de una hora: «Hijos míos, no seáis mo- 
lestos; acabaréis por enojar tal vez á este caballero». Y el 
caballero se ve obligado á contestar: «Deje usted que se di* 
viertan ». 

La felicidad de esta tierna madre desmiente el dicho de 
Mirabeau y Napoleón, de que no hay mas padres de familia 
verdaderamente dichosas , que aquellos que no tienen hijos. 
Desdichados de los que tienen que hacer visitas á padres con 
angelitos. 

Don Wenceslao Ayguals de Izco. 



16 



CALVAS Y PELUCAS. 

Hé aquí dos cosas bien comunes j bien influyentes en la 
moral y en las costumbres de nuestra sociedad, y que á 
pesar de ser dos puntos tan capitales, no tengo noticia de 
que hayan sido tratados por ningún escritor bajo estas re- 
laciones-. 

Siento que me haya sido reservada esta materia, á mí 
Fr. Gerundio, tan calva -trueno como el que mas. Sin em- 
bargo, procuraré tratarla con toda imparcialidad posible, 
prescindiendo de ser parte interesada. Convendrá para el 
mejor acierto proceder por el orden de antigüedad, en cuyo 
caso pienso que la aplicación del derecho de prímogenitura 
no debe ofrecer cuestión ni litigio, puesto que ni los legisla- 
dores, ni los moralistas, ni los físicos han dudado jamas que 
las calvas hayan sido anteriores á las pelucas. 

Una calva no es siempre signo de ancianidad, ni tampoco 
procede siempre de la causa á que la atribuyó Plinio al decir 
aquello de cito calvescunt No señor, calvas jóvenes hay de 
origen bien honesto; pues aparte de las que nacen de en- 
fermedades en que no ha tenido participación la mala vida 
pasada, las hay también originadas del escesivo estudio yjdel 
mucho discurrir, lo cual diz que seca y consume el jugo del 
cerebro, de que resulta caerse el cabello al símil de las plan- 
tas cuando les falta el jugo de la tierra. Y no hace muchos 
años que la calvicie era tan honrosa, literariamente hablando, 
que una cabeza mondada era el mejor diploma para ser te- 
nido por un gran doctor del gremio y claustro, y por el mas 
respetable y sabiondo padre maestro de la orden. 

Una calva y unos anteojos eran los dos instrumentos fe- 
hacientes de la insondable ciencia de Nos el doctor. Para 
ser sabio á prima facie era menester ostentar por cabeza 
un melón, y no ver, como dice el vulgo, siete sobre un asno; 
aunque en verdad sea dicho, á pesar de mi buena vista yo 
jamas he podido ver este gracioso grupo. 

De todos modos una calva , sobre* el respeto que natural- 
mente inspira, es siempre el símbolo de algunas virtudes. 



17 

Por ejemplo, ¿cómo no ha de representar una calva la virtud 
de la franqueza? Con todo eso un calvo no es un hombre 
liso y llano. La lisura no puede disputársele, pero la llaneza 
no se le puede conceder. 

Un calvo es también el emblema de la ocasión. Un calvo 
es igualmente un señor de coto redondo, en cuya posesión 
nadie puede intrusarse á cazar, ni aun el mismo dueño, por- 
que no hay caza, porque no tienen donde albergarse los in- 
sectos y animales incómodos y dañinos, lo cual es una ven- 
taja. Un calvo no puede tener pelo de tonto: de lo cual ha 
venido acaso el dicho vulgar de que ningún burro se ha 
vuelto calvo. 

£n cambio tienen los calvos no pocas cosas contra sí. 
Por juicioso que sea un hombre calvo le llaman calavera, y 
no puede demandar de calumnia. Las jóvenes le huyen, y 
por mas que lo sienta y rabie, no puede tener el desahogo 
de tirarse de los pelos. La cabeza de un calvo es un ma- 
nantial de metáforas satíricas y burlescas. Toda cosa ovalada 
y lisa, toda figura redonda y tersa se compara á la cabeza 
de un calvo, y el término de asimilación que mas frecuente- 
mente ocurre es una parte del cuerpo de Iob niños, que solo 
en confianza permiten las leyes sociales nombrar, y que á se« 
mejanza de los jefes irresponsables de un estado, solo bajo 
muy embozadas alusiones puede entrar en el dominio de la 
prensa. 

Nada hay en que con mas rigor ejerzan su influjo las 
afecciones atmosféricas que sobre una calva. Sin abrigo ni 
amparo que temple y modifique los ardores del sol y la cru- 
deza de la escarcha, la cabeza de un calvo vive en verano 
bajo la zona tórrida, y en invierno bajo la glacial. Si el 
resto del cuerpo tiene una temperatura de 20 grados sobre O, 
sobre el cráneo señalaría muy bien el de Réaumur sus 35. 
Agregúese á esto que las moscas, amigas de las superficies 
tersas y resplandecientes, y que al revés de las hormigas 
aborrecen los lugares subterráneos y gustan de maniobrar á 
campo raso como las tropas de caballería, escogen siempre 
las calvas para teatro de sus paseos, de sus juegos, y de 
Hebbmann. 2 



18 

todas sus acciones naturales. Perseguirlas en tan escampado 
terreno es castigarse á sí mismo, es cachetearse sin piedad. 

La calva por otra parte es un ramo de economía domés- 
tica. Para un calvo son escusados los peluqueros: los acei* 
tes, pomadas y demás cosméticos sobran ; los peines y cepillos 
están demás. Tres presupuestos no despreciables que desde 
luego da por suprimidos en su sistema administrativo in- 
terior. 

Vengamos á las pelucas. 

Las pelucas, aunque menos antiguas que las calvas, no se 
crea por esto que han sido invención de ayer. Y por mas 
que dijan que el primero que gastó peluca fué un abate del 
siglo XYII llamado la Bifiere, hay quien hace subir su 
antigüedad al tiempo de David, suponiendo que se hace 
mención de ellas en el capítulo 19 del libro I de los reyes; 
y hay qui^n la remonta al tiempo de Isaías, fundando sq 
opinión en el capítulo III de sus profecías. Muchos son de 
sentir que desde muy antiguo estaban en uso entre los grie- 
gos y los romanos. Mas lo que no puede dudarse es, que en 
el principio de la era cristiana deberían ser las pelucas 
mueble usual y corriente, puesto que San Pedro se tomó la 
libertad de pedir pelo á Cristo, y este le sespondió que no 
era peluquero : respuesta bien merecida á petición tan indiscreta. 
Respuesta como de quien la dio. 

Dice Manilio en su Astronomicon que los que han na- 
cido en el signo de Tauro bajo la influencia de las pléyadas, 
están destinados á llevar peluca. Si es cierto, bien pueden 
decir los tales que el toro y Las cabrillas son para ellos, 
doblemente malum signum. 

Las pelucas tienen también sus ventajas y desventajas, su 
moralidad y su inmoralidad. Una de las ventajas principales,, 
ademas del abrigo, que por conocida se calla, es sin dispata 
la de rejuvenecer el rostro y cabeza del que la usa. Doa 
Frutos, hombre de 55 cumplidos, que visto en su estado na- 
tural y al descubierto supondrá cualquiera que tiene á su 
hijo asegurado de quintas por padre sexagenario, se planta la 
peluca, se presenta y nadie se atrevería á darle su voto para 
senador suponiendo que seria nulo por no llegar á los 40 que 



1.9 

la ley exige en los que han de pertenecer á la alta cámara. 
Cinco ó seis lustros retrocedió en la carrera de la vida con 
solo plantarse la peluca. 

Don Nemesio el calvo, es hombre que gusta de aventuras, 
y á quien conviene muchas' veces hacer el incógnito. Si don 
Nemesio no gastara peluca seria siempre don Nemesio el 
calvo. Pero tiene un repuesto de pelucas, unas rubias y clá> 
sicas, otras románticas y negras, y otras en fin color castaño 
oscuro, y alternando don Nemesio de cabelleras, como diz 
que Annibal para no ser conocido de los galos y poderlos 
sorprender, hace mil diabluras el tal don Nemesio, siempre 
otro y siempre el mismo. Para él la calva es un recurso, 
la peluca un comodín, y hé aquí otra de las ventajas de las 
pelucas, la del fácil y variado disfraz. 

Don Atilano viiga con su pasaporte en regla. «Señas del 
portador. — Edad 38. — Pelo negro etc.» Hace don Atilano 
una fechoría . . . requisitorio ... un hombre de estas señas . . . 
prenden á don Atilano, pero don Atilano ha tenido buen cui- 
dado de arrojar la peluca en el camino, ó de guardársela en 
el bolsillo del sur-teut. «Señas del preso: edad unos 60 poco 
mas ó menos , calvo . . . etc. » no es el que se buscaba. Don 
Atilano es puesto en libertad. Así las pelucas son muchas 
veces causa de la impunidad de los delitos. 

En cambio las pelucas tienen también sus desventajas. 
Un descuido puede producir fácilmente una seria ruptura en 
las relaciones mejor entabladas y sostenidas, especialmente en 
negociaciones amorosas. Tres años llevaba mi amigo don 
Dieguito de derretido galanteo y estrecha intimidad con To- 
masita, la heredera presunta del conde de Camposeco. Las 
negociaciones iban tocando á un desenlace feliz. Pero una 
mañana de verano, hallándose en sabroso coloquio los dos 
amantes, antojósele á una atrevida pulga introducirse entre el 
cráneo y la peluca de mi amigo: sintió este la incomodidad 
de la picazón, y por un movimiento primo -primo que dicen 
los moralistas, de estos movimientos que no se premeditan 
por ser tan naturales, llevó súbitamente la mano á la cabeza, 
dirigió los dedos en busca del punzante insecto via recta del 
sitio picado, levantó la peluca, advirtiólo Tomasita que hasta 

2* 



20 

entonces ni siquiera había sospechado que no fuese cabello 
natural, miróle en sorpresa, dléle un melco el corazón .... 
y adiós negociaciones: desde aquella fecha tuvo don Dieguito 
que hacer denuncia forzosa á la mano de Tomasita y á la 
herencia de Camposeco. 

¡Y á cuántos azarea como estos no espone un descuido 
en la peluca ! Considerada en su relación con las costumbres, 
indudablemente una peluca es una cosa inmoral. Ella es una 
mentira de pelo, no solo tolerada y consentida, sino autori- 
zada también. Un hombre con peluca es un proyecto de 
falsificación de los libros bautisniAle& de la parroquia: es un 
suplantador de la fe de bautismo á quien nadie sin embargo 
castiga. 

A veces se descubre la falsedad del documento por si 
mismo; como acontece, y no con poca frecuencia ^ cuando en 
derredor de los bordes y límites de una peluca negra y 
lustrosa asoman unos cuantos cabellos naturales blancos como 
un armiiío. En este caso la cabeza misma se va acusando 
del anacronismo de que adolece. 

Otras veces sucede también que á las márgenes y orillas 
de una peluca rubia y dorada como el alambre (por cuyo co- 
lor se suelen pronunciar comunmente los mayores en edad, 
dignidad y gobierno) se divisa tal cual mechen de pelo natu- 
ral castaño ó gris. Discordancia fatal entre lo natural y lo 
accesorio, y recuerdo triste de la poca armonía que en nuestra 
época guardan las leyes orgánicas con los artículos de ley 
fundamental del Estado. 

Guando la calvicie no es general, sino parcial ó tópica, 
entonces en vez de peluca entera se gasta lo que llamamos 
bisogné. Una cabeza de esta especie tiene dos representa- 
ciones: con el bisogné puesto es la reforma parcial de un 
abuso, como todas las que nuestros políticos han alcanzado á 
hacer: quitado el bisogné queda un eclipse parcial de luna 
visible. Así los bisognés son signos alegóricos en política y 
en astronomía. 

Tanto los Msognés como las pelucas reproducen, aunque 
imperfectamente, el sistema de la metempsicósis dePitágoras; 
puesto que si no representan la trasmigración de las almas. 



21 

representan á no dndar la trasmigración de cabellos. I tal 
habrá que lleve sobre su cr&neo el pelo de una hermosa 
doncella, tal que vaya cubierto con la cabellera de su abuelo 
que murió de muerte prematura, y tat que mardie adornado 
con las superfluidades del mismo mayordomo que le habia 
pelado á él . . . . | Admirable fusión hecha por la cooperación 
de la casualidad y de la mano de un peluquero! 

Espuestas las ventajas y desventajas, la more^idad y la 
inmoralidad, los defectos y las virtudes, junto con la respectiva 
influencia de las caJvets y las pelucas , cada calvo optará 
por el sistema que mas á su gusto 8e acomode. Por mi parte 
no ha sido dudosa la elección, puesto que mas de una vez 
escribiendo para el público he hecho mención honrosa de mi 
peluca, que con esta ocasión tengo el gusto de ofrecer á mis 
lectores, por si alguno gustare de ella: si bien creo será inú- 
til el ofrecimiento, pues en vez de aceptarla, estoy viendo que 
mas de un calvo echarla de buena gana una peluca al autor 
del articulo. 

Fb. Gerundio. 



EL HOMBRE -BARRENA. 

El hombre 'barrena se compone de dos brazos que se 
mueven sin cesar en todas direcciones; anda menudito y no 
para; los hay de todas dimensiones y estaturas, pero general- 
mente son bajitos: los hombres largos, por sola esta circuns- 
tancia tienen cierta longanimidad que los hace ineptos para 
el género de vida del hombre -barrena. Por lo demás, este 
animal tiene mucha semejanza con el ratón, entre el cual 
y la comadreja es un término medio. La principal condición 
del hombre 'barrena es la actividad; trabaja sin descanso, 
y no cesa de roer hasta que se hace un nido; tiene toda la 
movilidad de la ardilla y toda la tenacidad de la rata: estar 
á la espera y echársele encima, es el único medio de cazar- 
los : sin embargo, se domestican fácilmente ; pero se debe tener 
con ellos mucho cuidado, porque son aviesos y se pintan solos 



22 

para amar tretas: después de domesticados, sirven al amo con 
mucha eficacia, siempre que el amo no deje de estarles pre- 
sentando continuamente el cebo, el cual con que sea de queso 
basta; porque no son animales carnívoros. 

Esta especie de individuos ha degenerado mucho, pues sin 
duda proviene del megateriOy que tenia enormes uñas, y 
•de cuatro zarpadas se hacia la cama; ahora sin embargo el 
hombre-barrena no se la hace sino á fuerza de constancia, 
trabajando poco á poco cuanto alcanzan sus fuerzas, hora 
por hora, minuto por minuto. £1 hombre-barrena inventó sin 
duda aquel refrán de poco á poco hila la vieja el copo; 
al menos si no lo inventó, lo ha ^.prendido de memoria. 

Dadle al hombre-barrena una corteza de naranja, y 
hará de ella una casita; dadle una nuez, se comerá lo que 
tiene dentro, y de las dos cascaras hará dos navios; dadle 
un grano de uva, y hará vino. 

El hombre -barrena se encuentra en todas partes: ge- 
neralmente principia su carrera por ser pobre, en cuyo estado 
anda siempre husmeando donde cuecen habas; apenas las 
huele, ya está dentro y se ofrece á servir de marmitón. ¿Le 
encargáis que espume y dé vuelta al puchero? No tengáis 
cuidado, de repente es un cocinero completo, no se aparta 
del hogar, y todo lo hace á las mil maravillas. En cuanto 
ha comido se dedica á buscarle algún ñaco al amo para apro> 
vecharse del descubrimiento, á todas partes lo sigue, á todo 
está dispuesto: vuelve á casa, y apenas ha entrado, ya ha 
calculado donde hacerse la cama para dormir aquella noche: 
en seguida obsequia al ama; si recibe un sofión no se desa> 
nima, pasa á hacer el amor á la hija; si esta le desprecia, 
principia á capitular con la criada: al año ó año y medio el 
amo de la casa ya está comido por los pies. Verdaderamente 
el hombre -barrena es dañino y temible, porque á pretesto 
de una diligencia constante y de una semcialidad minuciosa, 
se apodera por el lado del interés de aquel á quien sirve, y 
bajo la capa de su devoción lleva escondido el agudo puñal 
de su astucia. No es esto decir que el hombre -barrena sea 
de índole perversa, sino que es de falsa condición, hga de 
un deseo inmoderado de fortuna, junto con una inteligencia 



23 

reducida, de donde proviene que 8u corta comprensión se ve 
en la necesidad de recurrir á una doblez mezquina, así como 
quien carece de fuerzas físicas echa mano de la simulación 
y la maña. * 

Asombra lo infatigable que es el homhre- barren a: figu- 
ráoslo en medio de un desierto, y suponed que le dice Dios 
desde el cielo estas palabras: «Morarás hasta el fin de tu 
Tida en este yermo donde solo musgo da la tierra, y nunca 
jamas verán tus ojos un semejante tuyo, ni quien de aquí te 
pueda sacar, ni cosa que te pueda valer, ni piedra donde re- 
clinar tu cabeza en el sueño.» Ahora bien, uno cualquiera 
que se hallare en este caso, apenas oyera condenación seme- 
jante no dejaría de decir cuatro frescas al mismo hijo del 
sol, en seguida se daria á todos los diablos, y baria frente 
á su desventura , y lucharía brazo á brazo con el destino 
como un gigante contra un gigante, hasta caer muerto y no 
rendido. El hombre-barrena trataría de reducir á su juez, 
y viendo que no habia remedio ,. temeroso de tener rabia, 
porque el otro, que podia mas, no se lo conociera, se sentaría 
hecho un ovillo y principiarla á girar sobre las posaderas 
como un molinete: al cabo de veinte años ya habría hecho 
un hoyo, al cabo de veinte y cinco ya tendría nido. Esto es 
tan verosímil que hasta las mismas tradiciones populares 
vienen en su abono, y así es que se cuenta de un hombre- 
barrena que en los primeros tiempos de Roma, queriendo 
heredar á un tio que lo tenia en su casa, se subia todas las 
noches á un cuarto somero, y por un agujeríto que daba 
sobre la cama del tio, le echaba á este en el cogote un par 
de gotas de agua ñierte mientras estaba durmiendo, y cumplió 
con esta tarea quince años seguidos, hasta que el buen viejo 
se murió de una llaga incurable en la frente; lo cual sabido 
después por el público, y en razón de haber tenido el tio un 
cogote duro como la piedra, dio margen á aquel dicho tan 
antiguo de gutta saepe cadendo cavat lapidem. Por donde 
no tiene nada de estraño diga yo ahora que el hombre-barrena 
á fuerza de escupir al suelo hará un mar proceloso; y em- 
barcado en un sombrero, si no halla barco mejor, se irá á 
comerciar por todas las costas del mundo, y se hará mandarín 



24 

4e la Chma, y vendrá al fin i ser xmaijstro de la monarqnía. 
constitudooa! de España. 

Dadle lugar y tiempo á un Twmhre-barrena^ y él Bocavará 
los fundamentos mismos del mundo; la acción suya y la dd 
tiempo son iguales, lentas pero infatigables, con una conti- 
nuidad que asombra. El hombre -barrena no duerme, no di- 
giere, no fuma, no babla, no está sentado, no bebe, no come, 
el hombre 'barrena jqo hace mas que roer, al mondo entero 
revuelve y aturde con su roimiento. ¿Oís gritar por las calles 
con cadencioso tonillo: aaa coomponeer tiiinajas, platos y 
fueeentes? es el hombre -barrena: ¿veis al pobre diablo anun- 
ciando de balde sus géneros en el Diario? el hombre -baarena: 
¿oís charlar en el Congreso? el hombre-barretta: ¿leéis un 
periódico cualquiera hoy dia? el hombre -barrena: ¿veis eí 
concurso que hay en casa de un capitalista? el hombre -bar-- 
rena: ¿oís por la noche un pequeño ronco ruido, intermitente 
y acompasado en la madera vieja del catre? el hombre-bar^, 
rena: el hombre -barrena donde quiera, múltiple, roedor^ 
astuto, infatigable. 

I Oh prodigiosa mudanza de las cosas ! i Oh poderosa mano 
del destino que tan lentamente modificando la condición hu- 
mana sin echarlo ella de ver, va labrando en la frente de la 
humanidad el misterioso emblema de un porvenir siempre 
escondido, arrojándola por una imperceptible pendiente hasta 
que tope y se rompa la crisma contra algún mal demonio 
que la esté esperando, ó bien se encuentre dulcísimamente 
mecida y bañada en algún lago que abajo pueda haber de 
agua rosada! y esta reflexión me la arranca el considerar 
que las antiguas sociedades, en que tanto predominaba la 
síntesis de las pasiones y afectos , fueron víctimas de la ir* 
rupcion de los bárbaros, y que las sociedades modernas, cuyo 
emblema es el análisis, son víctimas de umi universal irrupción 
de hombres -barrenas; en el antiguo mundo los bárbaros esta* 
ban fuera, en el moderno estaban dentro; y si comparáis la 
condición de aquellos dominadores con la de estos dominado* 
res también, no podréis menos de esclamar como yo ¡prodi- 
giosa mudanza de las cosas! 

El hombre -barren a manda en el mundo, porque como es 



25 

múltiple con tanta estension y como siempre anda haciéndose 
casa, no hay ponto donde no haya establecido sus reales. En 
los buenos tiempos del absolutismo, principió por establecer- 
los en el Rastro; hoy dia los tiene ya en los pariamentos 
inviolables. En los oficios, creó el de zapatero de viejo; en 
las industrias, la máquina de hacer alfileres; en el tráfico, 
creó el del ropavejero; «a el comercio, creó las prenderías; 
en la imprenta, la prensa periódica; en la filosofía el eclecti* 
cismo; en la política el sistema representativo. El hombre^ 
barrena es el inventor de la oola-píscis, de la piedra rasoria, 
de los gemelos, de los carteles de las esquinas, de las cova- 
chuelas, del arte poética, del modo de quitarse las pecas de 
la cara, de los candiles de cuatro mecheros, de los vestidos 
de arlequin, de las coberteras de hoja de lata, de los reyes 
constitucionales, de las casas de beneficencia y de los dia- 
mantes de vidrio. 

¿Veis aquel animal débil, asustadizo y cauteloso que va 
disimuladamente detras de aquel león para aprovecharse de 
los despojos de la pelea? aquel es el hombre -barren a que 
se ha apoderado de todo en este mundo, porque semejante al 
aceite que por todo poro penetra, como el mercurio que se 
come el oro, es fusible, sutil, tortuoso, semejante al calórico 
que en todas partes se mete ¿cómo pues estrañáis que se 
haya apoderado de todo, hasta del imperio de las naciones? 
Ni podia menos de suceder así; el hombre -barrena, que no 
puede volar, no hace mas que reunir piedras para construir 
una escalera: las piedras son las flaquezas de la inteligencia 
ajena y los defectos de la constitución social; como esta pre- 
senta tantos intersticios al diente roedor de la polilla, la po- 
lilla corroyó las entrañas de la sociedad, y esta tuvo gangrena 
y gobierno representativo. £1 criminal lucha brazo á brazo 
con ella, el tirano la domina á la fuerza, el hombre -barren a 
la ulcera. 

El hambre -barrena es la langosta, las chinches en catre 
viejo, las hormigas en la era, los ratones en el gabinete del 
sabio. ¿A dónde irá uno que logre escapar del hombre- 
barrena? 

Concluiré este escrito con una observación de mucho peso 



26 

en la historia, y asi se sacará algún fruto de leerlo. Yo por 
lo que me he ocupado del hombre- barrena ^ no dudo que las 
plagas de Egipto no fueron siete sino ocho : me fundo en que 
habiendo querido Dios castigar á esta nación, los hombres- 
barrenas que en ella hubiera la habrían castigado bastante; 
mas de haber Dios echado mano de diversas plagas, es pre- 
ciso inferir que á quien quiso castigar era á otra plaga de 
hombres - barrenas que allí habia, con lo que mi aserto está 
probado. Y vean ustedes cuan incorrígibles son los hombres- 
barrenas cuando ni aun así han escarmentado, y siguen royendo 
el mundo. 

En verdad, en verdad que del hombre -barrena se dijo: 
«capaz es de comerse á san Antón por el pié.» 

J. O VE JAR. 



üK día de campo. 

Nada mas delicioso que un dia de campo en familia. Don 
Simplicio salió el último domingo á disfrutarle con su cara 
consorte y sus adorados hijuelos. Lo que el buen hombre se 
divirtió, es difícil describirlo: lo ensayaremos sin embargo. 

Desde el sábado empezó don Simplicio á divertirse jcon> 
sultando su barómetro, su termómetro, su hidrómetro, sus 
callos y la jaqueca de su mujer, para saber si el dia siguiente 
haría buen dia. Sus callos anuncian buen tiempo, la jaqueca 
de su mujer vientos y el barómetro lluvias. El domingo apa- 
reció sin lluvias, sin vientos y sin buen tiempo, porque estaba 
calmoso y nublado. 

Perfectamente, dijo don Simplicio, así no nos achicharrará 
el sol. A las cuatro de la madrugada ya estaba en danza 
nuestro héroe. Entre él y su cara mitad limpian á los chi- 
quillos, les ponen el vestido nuevo .... y al avío. Emprenden 
en ayunas la marcha, porque es preciso guardar el apetito 
para el campo. Toman la dirección del canal todos á pié; 
es muy divertido andar á pié: y sobre todo muy estomacal. 
El ejercicio es muy sano, y para comer como Heliogábalo, 



27 

no hay como hacer antes un buen rato de ejercicio. A la 
media hora de estar en marcha, aparece el sol con toda su 
fuerza y esplendor. ¡Qué marineo es el rey de los astros 
cuando perpendicularmente se deja caer sobre el caminante 
en lo mas riguroso de la canícula! ¿Quién no envidiará la 
diversión de don Simplicio al verle sudar cada gota como 
una avellana, sin duda del placer que su partida al campo le 
causaba? 

Ya llegó toda aquella familia feliz al sitio destinado para 
x^lebrar la suspirada cooiida. Después de una hora de reposo 
sobre el blando suelo y al aire libre, porque no había casa 
ninguna en todos aquellos alrededores, empezaron los nenes 
á gritar que tenian hambre. Don Simplicio no podía perma- 
uecer sordo á la voz de la naturaleza, y da la orden para 
que la comida empiece. Aparece un pedazo de vaca asada 
envuelta en un Heraldo que sirvió de mantel. Jamas habia 
estado tan interesante el Heraldo: su aspecto hizo palpitar 
todos los corazones: hablamos del aspecto de la vaca. 

Mas ¡ayl en medio del entusiasmo general, repara don 
Simplicio que se han olvidado el pan en casa. Nada importa, 
es una diversión en el campo comer sin pan, así como se 
come sin platos, ni cucharas, ni tenedores, ni cuchillos, ni 
mesa, ni sillas, ni vasos, porque todo esto contribuye á hacer 
mas ameno un dia de holgura. ¿ Hay placer que pueda igua- 
larse al de beber todos con un mismo cacharro de alcaduz ó 
canjilon , y estarse repantigados en el santo suelo, llenándose 
de hormigas y asándose á los rayos del rubicundo Febo? 
Lo cierto es que don Simplicio y su familia lo pasaron gran- 
demente en la mansión de Flora, muñéndose todos de hambre, 
de sed y de calor, al susurro del agua cristalina que serpen- 
teaba en bulliciosos arroyuelos, salpicando las flores y cu- 
briéndolas de perlas por el perfume con que embalsamaban 
aquella deliciosa morada, que hacían mas amena el ronco 
graznar de los ruiseñores y los dulcísimos gorjeos de las 
ranas. Después de la campestre y opípara comida, abandó- 
nase la familia á otras diversiones semigímnásticas. Mientras 
la madre daba la teta al nene menor, que lloraba el ángel 
de Dios porque seguramente no le mudaban los pañalitos, 



28 

cuyo aromático perfume hacia bastante contraste con el de 
las flores, el papá Simplicio ayudaba al mayorazgo en la 
nueva diversión de hacer volar la cometa, la niña mayor 
estaba cogiendo cardos, para ornar con ellos la frente de su 
caro papá, y el cuarto nene, que era otra nena por cierto, 
dábase prisa en atracarse de manzanas verdes que le dieron 
un cólico atroz, muy divertido para todos. 

Así se pasaron algunas horas, hasta que sonó la del re^ 
gres o á Madrid. £1 cansancio se habia aumentado con el 
goce de tantos placeres, y habia que andar dos horas á pa- 
tita^ como dice el vulgo. £1 cielo se habia nublado de nuevo^ 
y empezaba á lloviznar. No era aun cosa de guarecerse de- 
bajo del paraguas. Cuando hace calor, no viene mal una 
rociadita. 

Carga la madre con el nene mas chiquitin, y el padre 
toma en sus brazos á la niña del cólico. iQué cuadro tan 
interesante y encantador para los que conocen al amor pa- 
terno ! 

¡Quién no envidiará la suerte de don Simplicio! Ademas 
de la niña que lleva en brazos, lleva la cometa en la espalda 
y á su primogénito de la mano. £1 mocito tiene ya cinco 6 
seis años, y muestra una afición decidida por la carrera mi- 
litar. Gasta chacó de cartón, y el enorme paraguas de su 
padre le sirve de fusil. De este modo emprende su regreso 
la familia feliz. Para colmo de diversión les coge un fuerte 
aguacero media hora antes de llegar á su casa y aunque se 
apiñaron todos para guarecerse debajo del paraguas, no pudo 
este salvarles de aquel diluvio, porque el hijo de Marte em- 
pezó á llorar á mocos desplegados y no quiso soltar el fusil. 

A las diez de la noche, tropezando, resbalándose, cayendo 
y levantándose, llegaron caladitos á casa. Figúrese el curioso 
lector con que gusto se acurrucarían entre sábanas, soñando 
ya con el próximo domingo para volver á disfrutar las delicias 
de un dia de campo. 

Wenceslao Ayguals de Izco. 



29 



LAS TERTULIAS. 

ARTICULO PRIMERO. 

En una nodie larga eomo la esperanza de un pobre, fría 
como amor de vieja y tempestuosa como fiesta de bodegón: 
de aquellas noches de myiemo en que el acompasado sonso- 
nete de las goteras, el bramido del cierzo que zumba en las 
calles, silba en las rendijas y empuja obstinadamente á las 
puertas y ventanas como ladrón inesperto ó como impaciente 
enamorado; cuando el cólera y el tifus y el bubón y todas 
las pestes que viven del calor, como el camaleón del aire, 
andan no por los cerros de Ubeda sino por los cerros de 
África, donde los rayos del sol caen perpendiculares á la tierra 
poniendo la atmósfera á una temperatura capaz de encender 
los fósforos de algunos fosforeros de Madríd, que han acertado 
á resolver un problema tan diñcil como es el hacer un todo 
incombustible, compuesto de ingredientes ó partes combusti- 
bles: cuando no tenemos porque temer las susodichas pestes 
contagiosas, pero á cada paso nos vemos espuestos á ser presa 
de un constipado ó tabardillo que nos haga abrir la boca y 
cerrar el ojo (como quien guiña para despedirse del mundo, 
que es el peor de los guiños y la mas mala de las despedi- 
das) la higiene aconseja á no respirar el ambiente helado de 
las calles, y la necesidad de entretener el ocio obliga á men- 
digar una ración de silla y un ladito de brasero en amable 
compañía de un honrado vecino, donde pasar alegremente las 
horas que median entre las cinco y media, las seis, seid y 
media, cuando mas las siete, á todo tirar las ocho hasta la» 
once de la noche, hora invariable, porque menos seria dema- 
siado poco, y mas sacaría á la reunión del gremio de las 
tertulias de brasero para elevarla á las regiones del soirée de 
chimenea transpirenaica, baraja en mesa y botella en rístre. 

El cuarto principal donde por lo regular viva la gente mas 
acomodada y que por esta razón es la mas incomodada por 
la vecindad, viene á constituir el centro ó antro, y si se quiere 
club de la familiaridad vecinal, hospedando las tres ó cuatro 



30 

mencionadas horas á la modista j discipnlas del cuarto bajo, 
al empleado en loterías (con toda la familiota por supuesto) 
del cuarto segundo, y sucesivamente á toda la humanidad 
sin tacha que duerme higo un mismo caballete y comparte 
con los demás una pieza de paso común que es la escalera. 

Los primeros dias de tertulia son variados y entretenidos 
sin mas que las eternas vulgari()ades de <c]qué temporal tan 
perro! £1 calendario da lluvias en Capricornio .... No, pues 
falta hacia, porque los malditos tahoneros están poniendo el 
pan en las nubes» y contar la aplicación del niño mimado de 
la casa, que deletrea regularmente á los diez años de vida y 
cinco de colegio, ó en las agudezas de las señoritas presentes, 
en lo cual las madres tienen singular empeño y complftcencia. 
Una dice: «¡Jesús! mi chica tiene unas manos divinas para 
el plegado.» Y es milagro que no dice también para echar 
pollos. — Otra esclama: «calle usted por Dios si la mia, 
todita, todita ha salido á mí. ¡Qué talento el suyo! da unas 
puntadas y hace unos pespuntes que la maestra está estupe- 
facta.» Otra no teniendo primores que celebrar en su ojito 
derecho, encomia su docilidad, su virtud, que parece que en 
su vida ha roto un puchero, todos han sido platos. ¿Los 
hombres para ella? esclama, no los puede atravesar. £n este 
instante está la doncella haciendo una seña al doncello de 
enfrente que viene á decir: «Mi madre no sabe de la misa la 
media, usted vale un Perú.» — Hablase luego de las mamas, 
y las señoritas corresponden á los obsequios recibidos. «Yo 
tengo el genio vivo; pero en sabiéndome llevar ...» «£s una 
malva» contesta la hija: el padre niega con la cabeza sin 
chistar palabra. «Mi marido, dice otra, tiene buen sueldo; 
pero á no ser por mi administración no habia para zapatos.» 
La hija aprueba el dictamen; el padre no le aprueba porque 
necesita algunas enmiendas. 

Resulta pues, que las mamas agotan todas las gracias, 
todas las perfecciones, de modo que cuando llega el turno á 
los papas, que siempre los papas son el postre de la comida, 
nada bueno queda que decir mas que « mi marido es un ángel, 
un bendito, un bonachón, un pobre hombre»; lo cual si á los 
ojos de ellas y ellos es una circunstancia recomendable, á los 



31 

ojos míos es un insulto desvergonzado. Hay gran diferencia 
de un hombre pobre á un pobre hombre. El primero es el 
que carece de medios, alias recursos, vulgo bienes de fortuna, 
por otro nombre pesetas, y esta es una calamidad horrible 
en una sociedad metalizada como la nuestra: el segundo, el 
pobre hombre, por otro nombre alma de Dios, vulgo bendito, 
alias bonachón, es lo que yo llamo un alma de cántaro; que 
es el hombre que dotado por la naturaleza de todas las cna- 
lidades y propiedades de marica, solo se diferencia de los 
niños en que ha crecido mas que ellos y de las mujeres en 
el traje y en las barbas. Un pobre hombre es un corderito 
cuando soltero, y un camerito cuando se casa; nunca pisa la 
calle sin pedir permiso á la mujer quien le prescribe el itine- 
rario y tiempo de camino, interrogándole á su vuelta como 
reo de alta traición ante el tribunal que ha de juzgarle. 
Cuando vuelva á casa no ha de haber comprado botas ni 
chaleco, ni pantalones, aunque le hagan falta; pero cuide de 
no volverse sin un ferroñé, una sombríllita ó unos zapatitos 
de tabinete para la esposa, porque cuando las mujeres dicen : 
justicia y no por mi casa, no admiten otra ley que la del 
embudo^ 

Lo derto es que de los elogios* que las mujeres prodigan 
á sus maridos, ni aun siquiera puede decirse lo que del un- 
güento blanco, que ni mata ni sana; son halagos de erizo 
que sangra cuando acaricia, y no obstante, ellos los oyen con 
gran satisfacción, y entre estas y las otras dan las diez y los 
vecinos aun conservan aquella compostura y quiestíbilidad de 
rigurosa etiqueta. Se ha hablado de todos y han salido á 
relucir las habilidades de cada prójimo, y ninguno las ha 
manifestado, sin embargo, de que cada uno está rabiando por 
lucirse. £1 niñito de la casa porque le inciten á la lectura, 
cuando se habla de pintura, todo se le vuelve decir si tiene 
un Catón en pasta y un Fleuri muy bonito encuadernado á 
la holandesa, y antes que el niño atraiga la atención general, 
ya están las mocitas de la reunión hablando de los estudios 

• 

de Aguado, si tocan la guitarra, y de los de Sobejano si tocan 
el piano. No hace £n.lta'mas que un atrevido dija: vamos, 
cante usted, fulanita, y en esto siempre la mamá se lleva la 



32 

delantera, y la niña haee como que no quiere, y quiere por- 
que se va acercando al instrumento del mismo modo que los 
médicos dicen, «gracias, yo no k) hago por ínteres», cuando 
se están gnardamlo la propina. La guitarra en tales casas 
suele andar por debajo de alguna mesa ó encima de un ar- 
mario, mas empolvada que un labrador cuando limpia. Las 
clavijas ó han desaparecido, ó se han suplido algunas con 
mangos de cuchara que 4 lo m^or se resbalan y el concierto 
se queda á buenas noches. Las cuerdas rara vea están ca- 
bales, por lo regular falta la prima, y cuando de las seis no 
han quedado mas que dos, ya se sabe cual son; el bordón 
cuarto y el sesto, que seria menester para utilizarla la apa- 
rición de un Paganini guitarrista. Acerquemos pues nuestra 
muchacha al piano, suponiendo que le haya en la casa, que 
siempre estará mas útil que la guitarra, \Áen que por lo 
destemplado y viejo semeje á una carraca. Como es muy 
posible que la nina toque mal y cante peor, es forzoso dis- 
culparla diciendo: «está constipada, ha tenido ronquera estos 
dias que á no ser por unas pastillas y unas friegas que se 
la han dado, amen de unas gárgaras á tiempo, no sabemos 
adonde hubiera llegado.» Si toca mal se disculpa con estar 
atacada de los nervios ó con haber sufrido dos sangrías y dos 
docenas de sangu^uelas en el brazo derecho. Cuanto mas 
gorda es la mentira hace mas sensación, y casi casi enternece 
á los oyentes. La música no es nueva; pero eso no importa: 
los padres tienen buena salida con decir: «nosotros como 
todos los viejos odiamos las cosas del dia; chica, toca, toca 
el wals de Elisa y Claudio y el Mambrú se ñié á la guerra, 
ó canta la Átala, el Gerineldo y la triste Corina.» Y no es 
maravilloso que esto se cante en el dia sino que haya quien 
lo oiga por primera vez, que todo es verosímil. Acábase la 
canción, dan cuatro palmadas los circunstantes y once cam- 
panadas el reloj de la sala que suele ser cosa de gusto, como 
que tiene muñecos que bailan y un cuquito que sale de vez 
en cuando á decir cu cu cu, y empieza á desfilar la tropa 
para acurrucarse cada mochuelo en su olivo. 

La despedida es una de las cosas menos espuestas al 
vaivén de las innovaciones sociales. Cambiase de gobiernos, 



33 

cambiase de costumbres, cambiase de trajes: basta el idioma 
esperimenta de un año para otro visibles alteraciones; pero 
lo que es la despedida, Dios guarde á usted muchos años. 
Lo mismo nos despedimos nosotros que nuestros padres ; estos 
imitaron á los suyos y creo yo que desde Adán basta el dia 
del juicio la fórmula de despedida babrá sido un molde her- 
méticamente adaptado á las exigencias de todas las genera- 
ciones. «Señora, á los pies de usted.» — «Caballero; beso á 
usted la mano.» Aunque mucho deban decirse y mucho ten- 
gan que decirse, viene bien un «nada tengo que decir á usted, 
esta casa es suya» (y para si la quisiera muchas veces el 
que la ofrece). Los vecinos ya se sabe. «Lo mismo digo, en 

el cuarto tiene usted su casa ; si en algo puede usted 

disponer de nuestra inutilidad (no es malo el sastre que co- 
noce el paño) puede mandamos ^in ceremonia. Mire usted 
nosotros somos muy francos y sencillos, como que yo soy 
natural de la Alcarria.» 

— «Buena miel!» dice la señora de la casa que es algo 
golosa. — «Y mi mujer, continúa el vecino, se ha criado en 
Yillalon», como si dijéramos, el riñon de Castilla la Vieja. 
La señora no sabe donde cae ViUalon, pero la gusta mudio 
el queso que viene de allí, y después de darse las manos los 
caballeros y un beso en* cada carrillo las señoras y decir 
abur, ahur, que ustedes descansen, á la puerta de la esca- 
lera, se ha concluido la primera noche y el primer artículo 
de tertulia, 

ARTICULO SEGUNDO. 

Mirándolo despacio y aunque lo miremos de prisa, el pri> 
mer dia de tertulia se diferencia de todos los demás así en 
la índole de los cumplimientos, como en el modo de pasar 
el tiempo; y por esta razón le hemos hecho objeto de todo 
un artículo. £1 segundo dia de tertulia tiene muchos pun- 
tos de contacto con el primero y participa de algo de los 
subsiguientes, así como un hijo se parece á su padre y 
este al suyo, sin que el nieto y el abuelo sean semejantes 
en nada. 
Hebbmann. ' 3 



. 34 

El segundo día de tertulia ya tenemos la confianza que 
infunde el conocimiento de las personas; pero falta la que 
inspira la familiaridad del trato. Ya no hay necesidad de 
tantas cortesías; pero aun es necesario no parecer idiotas. 
No es indispensable estarse en el asiento inmóvil como santo 
de estuco; pero seria grosero rascarse el cogote y orear las 
camisas sobre el alambre del brasero, y contar si el amo de 
casa tiene un divieso y el lugar en que le tiene. La señora 
ha estado todo el santo dia sacudiendo trastos con los zorros 
y desempolvando el techo y los rincones para enseñar toda 
la habitación á los vecinos y aquí empieza un ojeo que pa- 
rece procesión del Corpus. — «Miren ustedes, dice la seño- 
ra, esta es la sala », que suele ser un complicadísimo mosaico 
en los adornos: los hay de todas razas y edades. Al lado 
de un canapé moderno de rica caoba, vemos un rancio tabu- 
rete de esquisito pino. Encima de una mesa de mármol con 
elegantes floreros, suele haber una escribanía de estaño con 
el tintero de vidrio y la salvadera de barro igicarado, y de- 
bajo de una magnífica rinconera, un sable de caballería del 
amo de casa que es nacional. No es difícil que haya alfom- 
bra en la sala, pero es probable que esté tapada, para que 
no se constipe, con media docena de peludos. Si es de los 
cuadros no hablemos, porque nos veremos precisados á colo- 
car entre dos estampas francesas un espejito con clavos ro- 
manos, ó el abecedario bordado en linón por la señorita de 
la casa, ó una cosa que no se sabe si es cabeza ó cuerpo 
dibujado por el hijo mayor, el cual ha tenido muy buen cui- 
dado de poner debajo: lo Yco Gulian bentosa vago La dire- 
cion de doN Uanbrosio Capatero. *) — « Aquí está la alcoba, 
prosigue la señora, lo mejor de la casa.» Los casados 
siempre dicen que lo mejor de la casa es la alcoba: las don- 
cellas de saca están por el balcón; y los viejos y los chi- 
buillos dan al comedor la preferencia. Fuerza es confesar 
bue los niños y los viejos y los casados dicen las verdades. 

La procesión se va enterando muy minuciosamente de la 
alcoba con todas sus perchas y su cama casi cuadrada, lo 



^) Lo hizo Julián Ventosa bajo ia dirección de don Ambro.sio Zapatero. 



35- 

cual denota qae allí no duerme una persona sola, del des- 
pacho del señor que no se sabe si es despacho de abogado, 
de músico ó de comestibles. RoTÍsanse todos los dormitorios 
y piezas de paso y la despensa con sus chorizos, y sus ja- 
mones, y sus basai^es, y sus alacenas hasta colarse en una 
pieza que tiene chimenea y fogón, y espetera, y fregadero, 
y tinaja para el agua. ¿Supongo que ya sabrán ustedes cual 
es esta pieza? Pues la señora hace á los que la siguen tan 
avestruces, que después de ver todo esto les dice: esta es la 
cocina. 

Ya los vecinos se han posesionado de toda la casa con 
tanta franqueza como puede haber al mes de la reunión y 
con los cumplimientos de «Todo es de ustedes.» «Muchas 
gracias», resabios inevitables del primer dia. 

Antes de dar á todos sentados en el gabinete porque esta 
no queremos hacerla cuestión de gabinete, conviene observar 
cierta distinción en los ofrecimientos por mas que se decante 
franqueza y sencillez. En los lugares cuando matan un cer- 
do solo se acostumbra á regalar morcilla á los que le matan 
también para que haya correspondencia de agasajos. Tam- 
bién entre los literatos se observa esto de dar un ejemplar 
al que pueda pagar con otro, sea de comedias ó de poesías; 
y esto mismo se retrata en los cumplimientos de tertulia. Al 
que manifiesta buena fortuna, se le ofrecen dos veces ó tres 
las cosas, al que va de mal pelaje basta y sobra con la pri- 
mera. No hay hombre mas franco, que el que dice que no 
es franco. 

Pero demos á la procesión descansando en el gabinete al 
rededor de una camilla con tapete verde y veamos qué clase 
de distracción conviene á la segunda noche. 

¿Se hablará del temporal? No; porque esto pertenece al 
primer dia. ¿De literatura ó política? Tampoco; porque las 
mujeres querrán meter su cucharada, y no hay cosa mas 
repugnante y mas tonta que una mujer hablando de política 
ó haciendo coplas. Dejaremos á los hombres que echen dos 
manos al solo ó al tresillo. (Por no desmayarme no he dicho 
que saquen la lotería 6 el tablero de damas, aunque por lo 
regular suele ser el pasatiempo muchas noches de toda la 

3* 



36 

concurrencia.) Pero queriendo abreviar mi narración voy á 
dividir la tertulia en dos partee,* los viejos que juegan á los 
naipes, y los mozos y viejas que echan un juego de prendas. 
Todo es cosa de juego. 

Mucho tiento es necesario en la elección del juego, y eche 
usted juegos, para que alguno no se dé por aludido. Ponga- 
mos en primer lugar el de apurar una letra y sea por ejem- 
plo la c. Uno tira el pañuelo si le tiene, y si no le pide, y 
este es un apuro del demonio, porque si uno le tiene puerco, 
otro le tiene roto, otro le tiene, pero es de yerbas, y no falta 
quien se vaya sin pañuelo. Dice pues el primero: ha venido 
un barco cargado de . . . y el que no lo recibe tiene que de- 
cir una cosa que empiece con c como cazcarrías. Señorita hay 
que necesita pensarlo una hora, y sale con avichuelas ó toma- 
tes. Y así se prosigue : ha venido un barco cargado de 

cazurros. El niño de la casa cree que lo dicen por él y se 
amosca : — cargado de . . . coquetas. — Las solteras se dan 
por aludidas y se enfadan : — cargado de . . . calvos. — El 
amo de la casa entiende que es pulla y se incomoda. 

Variemos el juego. Ufia vieja tiraba de vm nabo, tira 
que tira y no pudo arrancarlo. — A las viejas se las lleva 
pateta; — vino un viejo, tiró de la vieja, la vieja del nabo, 
tira que tira y no. pudo arrancarlo. — Los viejos están que 
bufan. Mas valdrá cambiar de juego, no lo echemos todo á 
perder. El arzobispo de Gonstantinopla .... el arzobispo 
de Gonstantinopla . ... se quiere desarzobisconstantinopoli- 
tanizar ... se quiere desarzobisconstantinopolitanizar. El des- 
arzobisconstantinopolitanizador que le desarzobisconstanti- 
nopolitanizare, btien desarzobisconstantinopolitanizador será. 
Aquí no solo lo daremos por conduido por el desasosiego en 
que están los gangosos y tartamudos de la tertulia, sino 
porque todos han dado ya prendas suficientes para pasar la 
noche con las sentencias. 

La depositaría de las prendas suele ser una de las mamas 
que no han jugado, y este empleo que á primera vista parece 
insignificante tiene su intríngulis y hay en él sus cálculos y 
filosofías. Una depositaría de prendas ha de tener ojos de 
lince, para ver las prendas : tacto de jugador para conocerlas, 



37, 

Y olfato de perdiguero para barruntarias. Guando se sen- 
tencie á hacer tm ramillete de florea saca la prenda del joven 
mas bien portado é interesante por ver si luego de bien 
atado y escardando los abrojos y ortigas que le afean le 
regala á su h^a. Si surte efecto la pildora, ya estamos cor- 
rientes: sino no importa, en otro pez se clavará el anzuelo. 
¿-Qué sentencia usted como mu> agraviado? — Que diga una 
quintilla. — Pobre poeta que se halle en la reunión: ya tiene 
la depositaría un pañuelo, una petaca ó un billete del Liceo 
que saca del almacén diciendo con candongo disimulo: ¡Hom- 
bre de don qué casualidad ! 

¡Ea! que diga una quintilla, que la diga, esclaman todos. 
— Denme ustedes el pié. — Ahí va: Por una casualidad. 
No necesitó mucho tiempo el amoscado versificador para 
responder: 

Se .lores, en caridad, 

DO quiera la gente incauta 

probar mi capacidad: 

que esta vez sonó la flauta 

por una casualidad. 

¿Qué sentencia usted? — Que haga un favor y un dis- 
favor. — A Dios: tocó la suerte á la muchacha mas tímida 
y simple del corro. (Este si que es apuro 1 ¿Qué dirá que 
no pueda ofender? La pobre chica enctga c por b lo que se 
la ocurre y siente, porque no se la alcanza mas. «Usted es 
buen mozo . . . pero . . . tiene una tercia de nariz.» — El hom- 
bre sin poderlo remediar se pasa la mano por la cara. — 
a Usted tiene talento . . . pero ... es jorobado. » — Faltas hay 
que no se echan en cara, responde el paciente. — Por eso 
usted se la echó en las espaldas, contesta la madre de la 
doncella. — «Usted es gracioso pero algo joven ...» — Toma, 
esos son dos favores. — Dejarlo estar que mas sabe el cuer- 
do en su casa, que el loco en la ajena, y esta es una abru- 
madora perogrullada. 

¿Qué sentencia usted? — Que contente. — Salga la pren- 
da. — |Ay! del joven que se lleva todas las miradas y aten- 
ciones de las muchachas. — ¿Se contentará usted (dice á la 
primera) con un plato de arrope? — No señor. — ¿Y con 



38 

que la toque el premio grande de la lotería? — Si no juego 
nunca. — ¿Y con casarse pronto? — Sí señor. — A otra. 
Poco mas ó menos así sé van contentando todas: hasta- que 
llega á su pimpollo, con quien charla al oido cosas que no 
tienen que ver con el juego. ¡Qué bien has ido esta mañana 
á misa; te estuve esperando cerca de dos horas!... ¿Eh? — 
No. — Mañana te daré billete para un teatro casero ¿te de- 
jará ir tu madre? . . . ¿Eh? — No. — Mira chica tienes unos 
ojos que me ponen malo. Tendrás en mí un esclavo hasta 
la tumba . . ¿ Eh ? — Me contento, dice la mocita con mucha 
naturalidad ¿qué ha de hacer una? Vaya que no saben salir 
de comidas y premios estos ambiciosos. 

Largo de contar seria tanta sentencia como ocurre y la 
aplicación filosófica de cada una: dejaremos por consiguiente 
á un lado el tres veces sí y tres veces no, el s<yy, tengo y 
quiero, el poner cuatro pies en la pared, el testamento á 
oscuras, el si usted fuera gallo y yo gallina, ¿dónde me 
picaria? y otras infinitas. Bástanos asegurar que el juego 
de prendas es la alcahuetería mas decente que ha inventado 
la sociedad y que de un juego de prendas muchas veces re- 
sultan dos ó tres matrimonios. 

Los del tresillo han acabado al mismo tiempo que las 
prendas. Dejemos que se retiren los viejos á dormir y los 
fóvenes á soñar, unos en esperanzas y otros en realidades. 
No será difícil que á los quince días haya un par de bodas, 
y á los diez meses se aumente la tertulia con cuatro ó seis 
cabezas mas, entre niños y nodrizas. ¡Quién sabe si á mí y 
á los que lean estos artículos les sucederá otro tanto ! ¡Quién 
sabe si Colon y Bonaparte y Copérnico debieron su existencia 
á las tertulias y tantos inmortales descubrimientos y tantas 
hazañas célebres, traerán su origen de un juego de prendas? 

ARTICULO TERCERO. 

Pesadito se va haciendo esto de las tertulias; pero si al 
xíabo y al fin hemos de hincar el diente en la sociedad ¿qué 
mas nos importa á nosotros morderla en las tertulias que en 
los paseos ó bajo cualquiera otra consideración? Apurada- 



39 

mente todo es tertulia en el mundo. Las hay de noche y de 
día, en Jas casas y en la calle, en el campo y en el templo: 
y si no, los amigotes que se reúnen en el café por la noche 
á charlar por espacio de tres ó cuatro horas ¿me dirán usté* 
des que no están en tertulia, aunque no jueguen al solo ó á 
las prendas como dije en mi artículo segundo? y los que por 
costumbre ó casualidad se amontonan á todas horas del día 
en cualquier punto de Madrid incomodando al prójimo tran- 
seúnte que ora tiene que echar por el arroyo espuesto á 
sufrir tormento y muerte inquisitorial bajo la rueda de un 
coche, ora estrujarse entre la pared y los que el paso le 
impiden ¿me negarán ustedes que están en tertulia? Y los 
que se citan en el Liceo y atienden menos á la función que 
á su negocio: unos porque tratan de amoríos y se dan celos 
y quejas y palabras de reconciliación y regalos de recuerdo, 
otros si los fondos subieron en Londres y bajaron en París, 
si fulano hizo un empréstito de incalculables ventajas y men- 
gano en el mismo asunto se quebré, es decir hizo quiebra ó 
bancarota. Aquí disputando cuatro copleros si el acento en 
los versos endecasílabos debe cargar en la cuarta ó en la 
sesta y si tal ó cual soneto es malo porque tiene sinalefas y 
cacofonías: allá pintores que quisieran imitar el claro oscuro 
de las Vírgenes de Rafael; acullá hombres de estado que 
barruntan una reacción espantosa é infalible porque está 
apoyada hasta por la Divina Providencia. Todos estos seño- 
res repito ¿ine dirán ustedes que no están en tertulia? Y los 
que acuden á las iglesias á decir con verdad: Yo pecador 
porque pecando están con su irreverencia y sus requiebros y 
sus coqueterías á los dos minutos de ofrecer el propósito 
Jimie de la enmienda, en términos de poderles aplicar aquello 
de — ¿Fuiste á misa? — Sí señor. — ¿Viste al cura? — 
No reparé en tanto. — Digan ustedes si van estas gentes á 
hacer oración ó á estar en tertulia. — Y los que se arrella- 
nan en las sillas del Prado formando círculo para murmurar 
de todo vicho que pasa. Si este tiene rota la le\dta: si 
aquella lleva un punto en la media, y si la de mas allá es 
castellana, americana ó mundana ¿están en paseo ó en ter- 
tulia? Luego es preciso convenir, en que por cualquier prit- 



n 



40 

ma que la sociedad se presente podemos^ sin faltar á la ver- 
dad, considerarla en tertolia y por esta razón no deben uste- 
des estranarse de que hable tantas veces de tertulias porque 
esto no es mas que hablar de la sociedad y la sociedad es 
materia inagotable. 

Tan, tan. — ¿Quién? — Gente de paz. — ¡Oh señores f 
¡tanto bueno por acá! Pasen ustedes adelante, caballeros. Las 
señoras tardan algo mas porque se están dando besos á la 
puerta media hora.' ¡Es muy particular esa costumbre del 
beso! £n primer lugar sea por celos sea por otras causas 
suelen las que se besan aborrecerse ; pero ¡ con qué frenesí 1 . . . 
En segundo lugar, que maldito el juego que chupan sus 
labios, porque como dice el refrán «pan con pan comida de 
bobos» y cuando algo agradaran los tales besos seria el pri- 
mer dia y nada mas, porque según otro refrán «todos los 
dias olla amarga el caldo.» En tercer lugar, la dentera que 
dan 4 los jóvenes que parece un reto al apetito desordenado; 
y así se les oye decir generalmente «¡ay qué cosa tan rica! 
Denme ustedes un beso en acabando» y aunque las señoras 
quisieran cumplirlo de buena voluntad contestan con pueril 
hipocresía: ¡Ave María Purísima! ¡Pues aunque estuviéramos 
locas! 

El tercer dia de tertulia y todos los demás son de fran- 
queza para la diversión general y así suele adoptarse lo que 
el primero propone. Si es juego, juego: si baile, baile: y 
aun suele probarse de cada cosa un poco. Hagamos círculo 
grande y tome cada cual un cartón para la lotería. Las 
mamas cuidan esta vez mas que nunca de que sus hijas se 
sienten junto á los jóvenes mas lúcidos y apasionados. No 
importa que por debajo haya algún pellizco ó apretón de 
manos, con tal que el ciudadano pague por la hija, por la 
madre y por sí mismo, tres jugadores distintos y un solo 
pi'imo verdadero. Sacan las señoras sus ochavos que no son 
muchos por si pega mal y los mozaivetes ponen sobre la 
mesa todo el caudal. El que tiene una peseta, saca una 
peseta, el que tiene una onza, saca una onza y si tiene mas, 
mas echa sobre la mesa, diciendo siempre aunque no le quede 
un cuarto en el bolsillo: ^n acabando esto sacaremos mas. 



41 

No hay quien quiera pasar la plaza de pobre delante de las 
mujeres ; esto prueba la escelencia del dinero sobre todas las 
pasiones del bello sexo. 

¿Veis aquel ciudadano que se está sin jugar porque dice 
que no le gusta el juego? Decidle que miente, que es porque 
no tiene dos maravedises para tomar un cartón. ¿Veis aquel 
otro que se incomoda mucho de perder dos manos seguidas 
y dice que va á dejar el juego porque tiene mala suerte? 
Decidle que miente, que va á dejar de jugar porque no tiene 
dinero. ¡Maldito mundo que siempre ha de andar jugando 
al escondite con la verdad! 

Las ñchas suelen haber emigrado de la bolsa, pero en su 
lugar se inunda la mesa de judías ó garbanzos partidos para 
poder llenar los cartones de esa gente atroz que necesita una 
ficha para cada casilla. Los nombres de los números siempre 
se cantan de distinto modo. A lo mejor oye uno «y va la 
bola: los capuchinos. — ¿Cuál es? — El 44. — .Allá va 
otra: arfiha y ahajo, — ¿Qué es? — El 69.» Y así van 
llamando edad de Cristo al 33, edad de las murchachas al 15, 
los anteojos al 8, el abuelo al 90, la docena del fraile 
al 13, etc. De todo lo demás, que se distribuya bien el 
dinero y que se llame quinterna á los dnco números de una 
misma fila, á los cuatro cuaterna, á los tres temo, á los dos 
ambo y al primero una cosa que no se puede pronunciar mas 
que al rezar la letanía, es cosa de poca importancia para 
que nos detengamos en ello. Haremos que lo dejen pronto y 
echen un baile. Afortunadamente hay quien toque aunque 
mal un rigodón, y el amo de casa entra en su alcoba á qui* 
tacse el gabán y ponerse el frac ni mas ni menos que si 
fuera á enamorar entonces. La señora en cuanto él sale 
entra tamMen; no crean ustedes que va á hacer alguna cosa 
mala, pero tampoco crean ustedes que va á hacer cosa buena. 
Va á registrar los bolsillos del gabán para quedarse con todo 
lo que encuentra en ellos. Yo pondría mujeres en lugar de 
hombres á las puertas de Madrid si fuera del gobierno, porque 
estoy seguro que sin necesidad de pincho, cogían las piezas 
de contrabando aunque fuesen del tamaño de un cañamón. 

¿Qué quieren ustedes? dice el músico ¿wals, rigodón, 



42 

mazurca . . . . ¡ Calle usted por Dios ! dice la señora de casa, 
la sociedad de buen tono no admite ya mas que rigodón y 
wals. — No hay cosa mas necia y contradictoria que las j)re- 
tensiones de la clase media. £n las reuniones del Avapiés 
campa siempre la sencillez y la naturalidad. Creerían po- 
nerse en ridículo si traspasaran ios limites del fandango y 
jota y beguidillas y esto es plausible y encantador porque 
está en armonía con todas sus costumbres y modales. £n 
las que llaman de alto copete y que como las del Avapiés 
pensamos otro dia tomar por nuestra cuenta, hay mucha ton- 
tería, pero hay mucha verdad. Hay la fatuidad heredada, 
pero no existe esa vanidad postiza tan repugnante en la 
clase media, por el contraste que ofrece á cada paso de 
hábitos plebeyos y humos aristocráticos. Por eso se ve á las 
señoras de la clase media en lo mas inspirado de sus subli- 
midades tónicas salir con un « ¡ Muchacha, cierra la despensa, 
no entre el gato y se coma la morcilla de mañana! ¡Mucha- 
cha! cuando venga el aguador díle que se traiga una cuba 
mas.» Y por esto se baila wals y rigodón, y no mazurcas, 
ni galops, ni britanos. La danza empieza con wals; esto es 
lo que satisface mas á la gente joven porque es la poesía del 
baile. ¡Qué hermoso es tender la diestra mano á la esbelta 
cintura de una seductora hurí! ¡qué dulce y electrizador el 
contacto de las siniestras manos! ¡Cuánto idealismo, cuánta 
pasión, cuántos encantos para los corazones perdidos en ilu* 
siones de amor! Los enamorados bailando wals son incan- 
sables: aunque por el estado de su salud no puedan andar 
dos pasos sin sofocarse, en oyendo el tres por ocho sus pier- 
nas adquieren una agilidad prodigiosa, y los pulmones el pri- 
vilegio de vivir sin respiración. Un tísico y un tullido ena- 
morados creo yo que sanarían bailando wals ó morirían en 
éxtasis celestial al compás de las inspiradas melodías de 

Strauss Cuando los jóvenes acaban de bailarle, el corazón 

parece que no palpita por la rapidez de los latidos; pero 
esto y el sudor que por sus frentes resbala desaparece con 
el sosegado y estúpido rigodón que no sé por que lo llaman 
baile y no variaciones de paseó ó evoluciones de sala. El 
rigodón es el baile favorito de los señores machuchos. Aquí 



43 

«s donde tienen entrada todas las edades, dona Escolástica y 
<ion Trifon, don Cosme y doña Polinaria. Es cosa singular 
esto de los nombres ; parece que ellos marcan la edad de las 
personas, como si estas no se llamaran lo mismo á los ochenta 
años que el dia del bateo, y sin embargo se ve por regla 
general que las muchachas tienen nombres bonitos y sencillos 
como Matildes, Luisas, Josefas, Irenes etc., y las viejas casi 
^das se llaman Sinforosas, Estefanías, Atanasias, Mateas, 
Ciriacas ó Melitonas, y si son andaluzas nunca falta una 
doña Angustias, ni una doña Milagro, ni una doña Consola- 
ción. Yo creo que esto consiste en que el gusto ha variado 
y que los nombres que boy nos parecen feos, chocaban menos 
á la gente del siglo pasado. ¿Quién sabe si se volverán las 
tomas y cuando las Pepitas y las Matildes del dia sean 
nombre de viejas, volverán á estar en boga las Ciriaquitas, 
las Estefanitas y las Sinforianitas? Allá veremos si allá llega- 
mos, y mientras tanto notemos cuan satisfecho se manifiesta 
un don Crisóstomo bailando rigodón y saliendo en la Pasto- 
rela con su Eduvigis á la derecha y á la izquierda una doña 
Robustiana de esas mofletudas señoras que abundan en todas 
las tertulias, y de las cuales parodiando el refrán «no hay 
función sin tarasca», se pudiera decir »no hay tertulia sin 
señora gorda.» 

Pero hete aquí que el del solo colocado enfrente de don 
Crisóstomo al tiempo de empezarle, se enreda los pies en 
una cuerda de retazos de cinta y de bramante con cada nudo 
tan gordo como los del cordón franciscano; ¿qué sogajo es 
este? pregunta. A doña Robustiana la salen los colores de 

vergüenza ; pero dice afectando serenidad yo no sé ... . 

y á poco de decirlo tiene que largarse al retrete cx>n una 
media arrastrando. ¡Una liga de cordel en una señora llena 
de oropeles y perifollos ! Este es otro de los contrastes empa- 
lagosos de la clase media. Las mozas del Avapiés ó no 
llevan liga de esparto ó lo dicen, y si se ofrece se la atan 
en medio de la calle á la una del dia. 

Mientras unos bailan, otros hablan y este rato de descanso 
que tiene el rigodón de vez en cuando es una ocasión solemne 
para las conquistas amorosas; ¡qué bien baila usted, fula- 



44 

nita ! Usted ha sembrado en mi pecho el volcan de las pasio- 
nes de un modo grato, pero irresistible, dulce, pero desgarra- 
dor. ¡Si usted correspondiera á mi cariño! — La chica sí 
que corresponde, pero esto no se debe decir la primera vez; 
lo mas que puede avanzar es á decir: ¡si eso se pudiera 
creer! .... A todas dicen ustedes lo mismo en fin, con- 
sultaré con la almohada «... Y efectivamente, consultan con 
la almohada el modo de decir que si, £1 amante para estre- 
char mas y mas las relaciones, propone al acabar el rigodón 
una comida de campo, y al par de dias tiene usted á todos 
los contertulios ccmiiendo como unos gañanes, bebiendo como 
unos coritos y brincando como unos corzos por esos trigos 
de Dios. — 

AKTICÜLO CUARTO. 

He tratado con alguna severidad á la clase wiedia ya por 
la antipatía que ciertas cosas nos inspiran, como á mí todo 
lo que huele á justo medio, ya porque siendo la mas nume- 
rosa y la que conocemos mas á fondo, ha podido suipinistrar- 
nos mas materiales. Llaman alta clase á los condes y mar- 
queses, propietarios, millonarios y empleados de intendente 
para arriba; y llaman hoja clase á los zapateros, colchone- 
ros, jornaleros y casi todo lo que acaba en eros menos cal- 
ceteros que estos aunque lleguen á ricos ó mueran de pobres> 
ni son de la clase baja, ni son de la clase alta, sino de la 
clase media. Ignoro yo qne origen traiga esta clasificación 
de categorías, y tengo por un solemnísimo zopenco al que 
trocó los nombres y dio á cada uno lo que menos le corres- 
pondía. Si se dice de los señores comparados con los que 
tienen menos dinero: ese pisa mas alto, anda mas alto, ó 
sueña mas alto, se dice una simpleza garrafal; porque la 
clase alta generalmente ocupa los cuartos principales, la que 
le sigue que debia ir en descenso ocupa los cuartos segun- 
dos y terceros, y precisamente lo mas bajo de la gente baja 
suele andarse por las bohardillas. 

Hoy nos toca invadir el piso principal después de salu- 
dar al portero por aquello de: » Nadie pase sin hablar al 



45 

portero» en lo cual soy yo tan exacto que cuando no está 
este señor aunque esté la mujer ó los hijos, me cuelo de 
rondón sin hacerles caso ; porque así como siempre se acostum- 
bra á decir: »el rey ó regencia, el presidente ó el que haga 
sus veces» para obedecer al sustituto debíase poner en los 
portales: nadie pase sin hablar con el portero, la portera ó 
los portentos. 

La casa donde ustedes entran es grande como un palacio, 
y complicada como el laberinto de Creta. Suele deberse al 
tapicero la alfombra, al almacenista de muebles la rica sille- 
ría, y hasta á la lavandera la cuenta de todo el año; pero 
eso no se conoce en la alfombra, ni en las sillas, ni en el 
camisolín del señor, ni en las enaguas de las señoritas. He 
sido un majadero en decir señor ó señora donde solo se 
reúnen monsieures (aunque españoles) y madames y mademo- 
selles (aunque españolas). 

En esta casa la etiqueta, ó mas bien la tontería j sube á 
ochenta sobre cero del termómetro reamur. £s decir que es 
una tontería que hierve y despelleja. Se habla á medias 
palabras y estas altisonantes, y sobre todo que estén en boga 
aunque no digan nada. Cuando se trate de colores políticos 
no se ha de decir colores sino matices, A los monarquistas 
se les ha de llamar conservadores, como si por acá hubiera 
cftsa digna de conservarse, y á los republicanos radicales. 
£8to provisionalmente. Está para discutirse el proyecto de 
introducir entre otros géneros de contrabando, el tory y el 
whig de Inglaterra. ¡Oh! si esto se lleva á cabo la nación 
española se salva. No hay miedo que necesite recurrir al 
gastado medio de los pronunciamientos. 

En estas tertulias todo ha de ser violento; no se rasquen 
ustedes aunque les pique, ni se estiren aunque tengan sueño, 
ni se rian aunque tengan gana, y cuando miren atrás han de 
volver el cuerpo al compás de la cabeza como los santos de 
yeso. En fin las tertulias de la clase alta son el camino del 
purgatorio, y apenas puede una persona racional resistir á la 
tentación de dar de mojicones á tanto zanguango mozalvete 
como esclaviza sus sentimientos y sus instintos á la loca 
preocupación de parecer dandyy vulgo elegante. 



46 

Pero vamos á ver por qué se tienen en tanta estima estas 
reuniones en contraposición de las de la clase baja. Si es 
por el carácter de los concurrentes, en ninguna parte mas 
bondad, mas sencillez, mas generosidad que en la gente 
pobre. ¿Qué hay en los altos círculos mas que diplomacia é 
hipocresía? Allí está siempre la miel en los labios y la pon- 
zoña en el alma. Sus diálogos van generalmente cortados por 
entreparéntesis ó apartes á uso de comedia. 

Qué alta está la Concepción, 
(asi se quedara enana ! ) 

— Qué bonita es Feliciana. 
(asi fuera un escorpión.) 

A fe de marques os hablo, 
venistne á honrar, coronel. 
(Bien comprenderá este diablo 
que el favorecido es é\,) 

— Me envanezco en la guarida 
de tan poderoso enjambre. 

(No he visto en toda mi vida 
gente que pase mas hambre.) 

— ¿Hay hoy drama? Estoy muy harto. 
Yo por mi dama voy pronto. 

— (¿Por su dama? Este es un tonto.) 

— (¿Harto está? No tiene un cuarto.) 

Esto en cuanto á la buena fe y armonía que debe haber 
entre personas que se visitan con frecuencia, que si vamos, á 
las costumbres no tiene la llamada baja clase por que arre- 
pentirse de no participar de las de la llamada clase alta. 
£s cierto que un jornalero entra en la taberna, pero los 
grandes señores van al café. Los primeros gastan cuatro 
cuartos en una copa de vino para adquirir fuerzas con que 
soportar el trabajo del día siguiente; los segundos van á 
beber dos ó tres copas de rom, tal vez para hacer ejercicios 
gimnásticos en salón vedado. Esta es la diferencia que va 
del vino al rom, y del café á la taberna. Emborracharse á 
lo señor es una gracia; ponerse alegre á lo pobre es un vicio 
repugnante, es una vida relajada y soez. En todo es injusta 
nuestra sociedad. • 

Si entre cien matrimonios pobres hay uno desavenido que 
anda á picos pardos, entre cien matrimonios aristocráticos 



47 

hay noventa y nueve que andan á pardos picos. Si los pri- 
meros tiran la oreja á Jorge, es para jugarse al tute, á la 
brisca ó al mus, una libra de castañas ó un cuartillo de vino; 
el que sale aficionado al cañé ó á los borregos, es tratado 
por los dema» como un ente corrompido. En casa de los 
ricos se echan con la mayor frescura veinte y cuarenta mil 
daros á una carta, y hay quien pone la mujer á un entres 
y quien la gana con un as de oros. Aquí es servil y ras> 
trera la gente pobre, porque celebra todos los vicios de los 
ricos por la sola razón de que son ricos ; y es una desgracia 
para todos esta sumisión aduladora del que necesita, porque 
así en esto como en otras cosas los hijos del pobre se van 
aleccionando en la escuela de la degradante humillación, como 
los ricos engolfándose en la corrupción que miran tolerada, 
tal vez en el crimen que ven aplaudido. Riñe el chico del 
casero con el del inquilino, y por aquello de que donde las 
dan las toman ^ el primero zurra al segundo ó vice -versa. 
En el primer caso el padre (que es el casero) » tienes razón, 
le dice al muchacho, has de dejarle sin muelas por atreverse 
contigo.» El chico se ensoberbece, se cree autorizado para 
todo, es valiente, arrojado é indómito. Sucede al revés la 
cosa, es decir que el del inquilino da cuatro mojicones al 
del casero. ; Maldito { ¿qué has hecho? le dice el padre, ¿no 
ves que le debemos dos meses de alquiler y nos puede echar 
á la calle? Sube á pedirle perdón, y si se empeña en pegarte, 
pon las costillas sin decir esta boca es mia. Resultado: el 
chico del inquilino es cobarde desde entonces, cree que ha 
venido al mundo para doblar la rodilla al poderoso, y lo que 
nació un hombre se ha convertido en una muía de labor. 
Es de tal trascendencia esta conducta de los pobres que no 
solo peijudica á los intereses y dignidad racional de su des- 
cendencia, sino al presente y porvenir de toda una nación. 
La gente rica es por lo regular la mas avocada al poder. 
Si una criatura arrullada en la cuna de los vicios ocupa la 
silla ministerial, sus instintos siempre son despóticos, la ad- 
ministración de la justicia parcial, de favoritismo, y en una * 
palabra, es la justicia injusticia. Y respecto de la adminis- 
tración de 2a hacienda, figúrense ustedes la conciencia que 



48 

tendrá un ministro fabricado á la banca, limado con mozas 
y labrado á ponche. 

Como las casas de los señores son grandes, y sus reunio- 
nes numerosas, no importa que una persona ó dos ó tres ó 
cuatro se vayan á las habitaciones interiores á diligencias 
propias. No es decir que esto se verifique á todas horas 
sino que está en lo probable. Lo que si hay en las tertulias 
aristocráticas (ya se sabe que en todo hay escepciones) es 
muchísima alcahuetería en varios conceptos. Con achaque 
del soirée van cuatro embaucadores de profesión á robar las 
pesetas con singular destreza. No hay jugador que no esté 
provisto de barfgas domesticadas, digánáoslo así; algunos se 
avienen á jugar con baraja ajena ; pero estos son mas temibles, 
porque llevan la seguridad en el manejo de los dedos. De 
cualquier modo se llevan el dinero mientras la gente inocen- 
tona dice i Qué suerte de hombre! {Si todo se lo halla 
hecho! 

Por aquí se ve que las tertulias son la alcahuetería de 
los juegos prohibidos. 

Vamos á la parte política. Cuando vean ustedes retirarse 
con sigilo y disimulo al señor de casa y otros pajarracos de 
mal agüero, conspiración tenemos. Allí va á decidirse la 
suerte del pueblo; he dicho mil, la suerte de ellos y del go- 
bierno. La suerte de ellos porque casi todos los que conspi- 
ran tienen por objeto esclusivo ganar en intereses y posición 
social. Jja suerte del gobierno se decide porque de allí ha 
de salir el golpe que por certero le destruya 6 por mal diri- 
gido le afirme mas en el poder. Y no se decide nunca la 
del pueblo, porque esa en guerra ó en paz ya está decidida 
desde que el mundo es mundo: hambre, esclavitud, latigazo 
y contribuciones. 

No son solo los caballeros los que politiquean. También son 
útiles las faldas, sino para tramar y discutir, al menos para 
esplorar. Son sectarias de Francisco Chico, nombre célebre 
que ha personificado la policía secreta, como Cristo, Mahoma, 
Calvino, Lutero y otros- sus religiones respectivas. Desgra- 
ciado el que cae bajo la férula de alguna jamonaza Metter- 
nich, que por fas ó por nefas ha de desembuchar lo que 



49 

siente, y á las pocas horas ya saben los pronunciados con 
quien pueden contar y las autoridades á quien deben per- 
seguir. 

Hasta aquí la alcahuetería de la política. 

Vamos á los amores, y no á los amores de los jóvenes, 
porque estos son iguales en todad las clases y en todos los 
pueblos. Se ven, se entienden y ya tiene usted dos almas 
perdidas sin poderlo remediar. Pero hay en las reuniones 
otros amores de que debemos ocuparnos. 

Por lo regular los maridos mueren mas pronto que las 
mujeres, y cuando las mujeres son así, cachigordas, cachi- 
alegres y campechanas, no hay años que las consuman. Tam- 
bién es regalar que las tales mujeres hagan ahorros para la 
Tejez : de suerte que á una señora bien curada como el tocino 
gallego, y con dinero para regalarse ¿ qué la puede faltar sino 
un amante mimon y zalamero que la haga el rendibú? Por 
otra parte, las naciones han progresado en lujo todo lo que 
han perdido en dinero, y los muchachos casquivanillos que no 
tienen bienes, ni raíces, ni oficio, ni beneficio ¿cómo pueden 
alternar con la aristocracia sin reloj ni gabán ni frac? Re- 
medio al canto: se busca un empeño para penetrar en las 
altas regiones ; se coge asiento junto á una vieja verde, se la 
dice: ¡Ay doña Estefanía que remonona es usted! La vieja 
acepta, el joven se remite á las pruebas, y al dia siguiente 
ella tiene querido, y él vestido nuevo. 

Tal es la industria de algunos jóvenes del dia con mas 
orgullo que don Rodrigo en la horca, y tal es también la 
alcahuetería de ciertas sociedades. 

Con que sacamos en limpio de estas tertulias ganancia 
positiva para todos: mientras unos resuelven el problema de 
asaltar los destinos de la nación, otros despavilan los bolsillos 
de los demás á la banca. Los muchcu^hos de buen estómago 

■ 

hallan viejas que les mantengan, y las viejas enamoradas se 
hacen por el dinero con paladares á prueba de jamón rancio. 
Buenas están las tales tertulias! 

Juan Martínez Villergas. 



Híbrmann. 



50 



DISPARATES. 

¡Gran novedad I ¿Qué otra cosa que disparates podíamos 
esperar de ti? dirán los que tengan la costumbre de mirar 
como yo la firma antes que el epígrafe. ¡ Alto aquí ! Hoy voy 
á plagar mi artículo de disparates, y de disparates garrafales; 
pero entiéndase que no soy yo quien disparata; otros son los 
que disparataron, y tal vez llegue á manos de alguno de los 
que tienen la culpa de que disparate yo este escrito dispa- 
ratadamente disparatado. Bastante disparaté hasta ol dia: 
tiempo es ya de consolarme y divertirme con los disparatones 
ajenos; porque está visto que todo vicho viviente está com- 
prendido en las conjugaciones del verbo diisparatar: Yo dispa- 
rato, tú disparatas etc. 

No prosigo conjugando porque todo puede comprenderse 
en este resumen: todos disparatamos, Pero en esto de ios 
disparates hay sus distinciones. Unos disparatamos sin querer 
y otros queriendo; haremos esta separación de materias. 
No hay cosa mas fatal que la distracción en las imperfeccio- 
nes morales del hombre. Ella es causa del papel ridículo 
que por lo regular hace en las calles como en las tertulias, 
él que por otra parte causa la admiración de los que lo co- 
nocen. Un hombre sabio es siempre meditabundo, sinónimo 
de distraído, y un hombre distraído, así como tiene toda la 
frialdad h^a de su enajenamiento pura echar á andar por la 
calle con botas de montar y en mangas de camisa y saludar 
á los que no conoce y no saludar á los conocidos, así cuando 
habla saltan de su boca palabras estravagantes , incoherentes, 
aparecidas al acaso. Esta misma distracción le hace parecer 
rústico como un foncarralero diciendo tal vez ubeso á usted 
la mano» á las señoras, y «á los pies de usted» á los ca- 
balleros, ó equivocando las palabras sin sentir como alguno 
que yo conozco que dice ojepto cuando habla, y objeto cuando 
escribe; bien que esto pertenece ai número de los disparates 
sin qtierer, sucede muchas veces cuando el que habla fija 
todos sus sentidos en la pronunciación. Palabra hay que se 
masca cinco minutos y aun se queda alguna letra entre los dientes. 



51 

Pero esos disparates chocan solo cuando se oyen y pare 
usted de contar. Los disparates sin querer que no pierden 
nunca, son los del cajista: estos son los disparates general* 
mente conocidos con el nombre de erratas. Pocos ejemplos 
citaremos para dar á conocer la índole y la trascendencia 
algunas veces de estos disparates que con razón colocamos 
entre los inevitables. 

Hablando un periódico dias pasados de las fracciones en 
qae se divide el partido progresista, por decir la fracción 
Oiózaga, ponía la facción Olózaga lo cual era un disparate 
maliciosamente significativo. Otro periódico refiriendo una 
reunión de contratistas en el ministerio de Hacienda dijo: 
(«Serian las dos de la mañana cuando los contrabandistas 
desalojaron el ministerio»; y esto de contrabandistas tiene 
una interpretación de todos los demonios. £n una novela 
que yo leí, decia «el niño era el embeleco de su padre» por 
decir el embeleso. Y en un diario de la oposición refiriendo 
como un empleado subalterno había contestado con insultos 
ai ministro, en vez de decir: «gran bofetón al oficio de S. £.» 
decia «gran bofetón al orificio de S. E. » 

DISPARATES QUERIENDO. 

Los disparates suelen cometerse á sabiendas, y esto sucede 
mas fácilmente en la gente de talento que en los tontos. 
Creen algunos que el genio consiste en la travesura y son 
tuvieses ó quieren serlo, y casi siempre lo consiguen á ínerza 
de ensayos y de empeños. Pero las travesuras por imitación 
son tan pálidas é insustanciales que con dificultad llenan una 
vez su objeto que es la celebridad. Líbrese nn hombre tra- 
vieso de no atraerse las simpatías ó las maldiciones de mu> 
chos; porque sus disparates serán calificados por la sociedad 
inexorablemente diciendo que pertenecen al género tonto. Los 
traviesos por instinto son viches de mala especie, perjudiciales 
á la sociedad; pero sus atrocidades llevan un sello de gra- 
ciosa originalidad que seduce. Vamos á los disparates que- 
riendo de la gente no civilizada; de esos disparates que los 

4 * 



52 

que csbrecen de instrucción ensartan cuando escriben, que si 
bien pudieran pasar por disparatea $in querer puesto que no 
tienen los que disparatan obligación de saber mas, llamólos 
yo disparates queriendo, puesto que hacen únicamente su 
santa voluntad, en vez de consultar con los inteligentes como 
pudieran y debieran hacer en ciertos casos. 

Dejo á un lado los epígrafes y anuncios de los diarios de 
avisos, porque cada número dada materia para un artículo 
lo menos: voy k dar cuenta de algunos disparates escritos 
en las puertas y esquinas de muchas calles de Madrid, y al- 
guno que sepa de otra parte, porque no creo yo que en 
Madrid solamente se disparata. 

Aquí se asan aaadosy dice un rótulo de la calle de Lega- ■ 
nitos ; es decir, que el que lleva un par de capones ó conejos 
crudos se fastidia, porque no se los asan mientras no los 
lleve abados. 

Aquí se pintan salones , dice un pintor en su muestra, 
y á f e que ni de balde habrá quien le dé trabajo, siquiera 
por no tomarse el de llevar los salones á su casa por esas 
calles de Dios dando que ^murmurar al mundo. 

Se alquilan camas para matrimonios de caoba. Chúpate 
esa. I Qué bueno estarla un matrimonio de caoba, tendido á 
la bartola! 

Colegio de niños y niñas de ambos sexos. Ya sabíamos 
que habia niños de ambos sexos, porque niños es una voz 
como personas que se refiere á ambos géneros masculino y 
femenino: pero según el autor de esta inscripción, niños per> 
tenece esclusivamente al masculino, y para hablar del feme- 
nino es preciso decir niñas; y en este caso el disparate es 
mas enorme porque quiere decir niños de ambos sexos y 
niñas de ambos sexos: es decir, niños hermafroditas y niñas 
hermafro ditas. 

Tahona de Jesús y Tortas, Ya saben ustedes adonde 
está la Tahona de Jesús y pueden ver por sus propios ojos 
este disparate original. Siempre he oido dedr Jesús Piadoso, 
Jesús Nazareno etc., pero Jesús y Tortas, nunca; porque es 
un /apellido Tortas que solo cuadra á los tahoneros Zampa- 
Tortas. 



53 

En la calle del Carbón dice un letrero: Aceite, vinagre, 
J0bon y velas y demos comestibles. Buen provecho hagan el 
jabón y las velas al que tenga buenas tragaderas, que lo coma 
ni mas ni menos que si fuera pechuga de perdiz ó pata 
de pavo. 

Subida al peltiquero dice la muestra de muchas peluque- 
rías. Tal puede ser la estatura de los peluqueros que nece- 
site uno armarse de escalera de mano para poderle decir al 
oído: quíteme usted estas greñas. 

Se renden cajas para difuntos completos. Esto querri 
decir, cajas de marca mayor que pasen de cinco pies, para 
hombres y no para niños; pero la inscripción tiene su filo- 
sofía, porque quiere decir para difuntos enteramente difuntos, 
no difuntos á medias. Bien sabrá el que le puso que muchos 
vivos son condenados por los médicos á morir enterrados, 
y que si pudieran romper la caja y levantar la losa que les 
cubre, tardarían muchos años en visitar el otro mundo. 

Zapatos para hombres rusos hechos en Madrid. Zapatos 
para hombres rusos ya era disparate, porque la construcción 
física de los hombres rusos es idéntica, prescindiendo del ta* 
maño, á la de cualquier otro hombre sea español, ejipcio ó 
americano ; pero lo que merece la pena de examinarse es 
esto de hombres rusos hechos en Madrid. Aquí sí que viene 
bien aquello de « pares como los frailes. 

En la calle del Príncipe hay una muestra colocada en tan 
buen lugar que lo que aparece en conjunto es: 

Educación de Señoritas 
Asegurada 

de 
Incendios. 

¡Caramba con la tal educación! No hay miedo que se 
queme, que la empresa de seguros paga. 

Aun me acuerdo de las últimas ferias de esta corte, donde 
entre otras cosas vi unas botas de montar de las cuales pen- 
día un papel que decia, ni mas ni menos que si las botas 
hablarán: Nos venden. Solo faltaba que hubieran añadido 
¡traición! ¡traición! 



54 

Es muy natural esto de llamar á las calfes y plazuelas 
que desembocan cerca de los Consejos ó de las Cortes, calle 
de las Cortes, calles y plazuelas de los Consejos: pero es 
gracioso que estos respetables nombres desciendan á dar 
también su denominación á tiendas y despachos de cualquier 
género. Yo be conocido un Café de las Cortes, y esto es 
algo verosímil porque pueden muy bien los representantes de 
la nación tener un café inmediato que les mate la sed .... 
pero y ¿qué diremos de la Taberna de los Consejos? Esto 
puede entenderse de dos modos ó taberna que surte de vino 
á los Consejos, ó taberna donde se dan consejos. En el pri- 
mer caso, ¡lúcidos estaban los consejeros! y en el segundo 
caso, ¡medrados estarían los aconsejados! Este letrero ha 
desaparecido por fortuna. 

En Salamanca el año 33 babia el siguiente: Cirujano y 
comadrón de los voluntarios realistas. Se entiende que seria 
cirujano de los realistas y comadrón para las mujeres; pero 
él no se anduvo en chiquitas y por si acaso ocurria un lance 
milagroso quiso que los realistas de Salamanca tuvieran co- 
madrón á quien poder mandar. 

En la calle de Atocha, frente al cuartel de la Milicia !N^a- 
cional, hay un zapatero que tiene una muestra con varios 
zapatos pintados á cada lado de la puerta. La de la derecha 
saliendo de la casa tiene la cuarteta siguiente: 

Sí deseas equidad 

la que los tiempos exigen 

lio dudes tomar entrada 

pues no hay duda que aquí sirven. 

En la otra muestra hay una mano pintada apuntando á la 
primera que está diciendo: 

Lo que aquel dice es verdad; 
y para hacerlo evidente 
ninguno va descontento, 
aunque suba mucha gente. 

• 

Cansóme de disparates y voy á concluir con una reflexión 
que tal vez será disparatada, pero que yo tengo la tontería 
de pensar que no lo es. Mas que tanto arbolado, por mucho 



55 

qne engalane la población, y mas que tanto empedrado y 
mejora de lápidas y faroles, por mas qne sirvan de adorno y 
•comodidad, importa á la capital de la nación el dar idea de 
civilización y cultura. ¿Porqué no remediar entonces estos 
disparates que tan mal concepto pueden hacer formar á los 
estranjeros de nuestros adelantos? — ¿Y cómo evitarlos? 
dirá el ayuntamiento. — Muy sencillamente, respondo yo. 
¿No tienen ustedes empleados que sepan ortografía y gramá- 
tica? Pues establezcan una comisión de censura y obligúese 
á todo el vecindario de Madrid á que no escriba una letra 
en la pared, sin el visto bueno de dicha comisión. Se con- 
testará que los empleados tienen ya su negociado que les 
ocupa mucho, y yo replicaré que en un cuarto de hora se 
pueden revisar todos los letreros que se hagan en medio año 
para Madrid. Digo esto para que no se entienda que trato 
de crear una- oficina con el santo fin de que me den un em- 
pleo, porque ni le necesito ni le quiero. Hasta otro rato. 

Juan Martínez Villergas. 



UNA CALAMIDAD PUBLICA. 

Para servir á Dios y á ustedes, yo soy un quídam de 
cuarenta años. Bien conozco que esta noticia no está en la 
categoría de las interesantes, porque su importancia, si alguna 
tiene, se refiere solamente á mi individuo, y yo me precio de 
individuo que ya no puede interesar si no por sus doblones» 
Pero el decir mi edad secamente y sin que nadie me pregur.te 
cuantos años tengo, sirve para participar á ustedes que soy 
anteindependientino , esto es , anterior á la guerra de la inde- 
pendencia. Apenas abrí los ojos, apereció esta señora con 
todo su aparato de perfidias, de heroicidades, de destrucciones 
y de miserias. Los buenos de los españoles se daban de 
cachiporrazos con los monsieures y andaba una tremolina de 
todos los satanases. Tenia yo un padre que dio en la manía 
de ser buen español, manía que le valió el envidiable derecho 
de pasearse por espacio de cinco meses ora á lo largo, ora 



66 

á lo anc&o y 4 veces diagonalmente portel cuadrilongo pavi- 
mento de un fementido calabozo, propiedad absoluta de cierto 
castillo célebre por las bombas que arroja cuando menos falta 
hacen. 

Desde aquel calabozo salió huyendo como el Señor le di6 
á entender, y la prole detras: comimos el pan sin sal no 
amargo de la emigración: no en el peñasco de nuestros ami- 
güitos los ingleses, ni en la tierra que tales huéspedes no& 
enviaba para echamos de casa, sino en la bienaventurada isla 
de Mallorca, á cuyos habitantes debía alzarse un monumento, 
no por su hospitalidad ni por otras muchísimas virtudes que 
los esclarecen, sino por que tienen el buen sentido de gastar 
al initio unos magníficos calzonazos, que me rio yo de la 
tierra de Astorga. Seis años de guerra de independencia fué 
un comienzo mas que regular para un chicuelo apenas salido 
del cascaron ; en fin, aquellos pasaron como pasan tantas otras 
cosas, haciendo un mal aquí, un bien allá, sacudiendo un 
coscorrón á este, levantando á aquel un par de varas del 
suelo, llenando á unos, enjugando y esprimiendo á otros, entre 
ayes, lamentos, risas, soponcios, cadalsos, fusilamientos y de- 
mas alharacas peculiares de los tiempos escepcionales , que 
desde entonces comenzaron á llover como granizada de verano, 
para hacer una verdadera escepcion de la regla general. 

Pasaron, como digo, los susodichos seis años, y en pos de 
ellos se coló un caballero muy serio diciendo que lo habíamos 
hecho como unos gerifaltes; pero que en ciertas bromas re- 
presentativas nos habíamos escedidos, y que aquello no valia» 
y que vuelta á empezar, y que conocía ciertos picaros, y que 
era forzoso perseguirlos, y que los habia de dos clases, unoa 
aiiarai^ados y otros de color de grana. Los tales comenzaron 
la desfilada, porque tenían en grande estima la integridad de 
sus tragaderos y no era cosa de menguarla en un átoij)o por 
todo el oro del mundo, cuanto menos por una causa en que 
el estómago no tenia arte ni parte. Torna, pues, á cargar 
con los trastos al hombro, y á salto de mata plantarse en la 
tierra clásica de la cerveza y del rom, sin saber ni uua chispa 
del inglés, ni poseer mas blanca que la cara, el que no la 
gastaba trigueña, que éramos los mas. Entonces hubo aquello 



67 

de patatas á montones, sin mas guiso que el okHr de algún 
bifstek ajeno; porque propios ni por las nubes. Otros seis 
años de broma y van doce; para mi diez y ocho y pico, que 
ti^itos contaba. 

A renglón seguido, vuelta á casa : el horizonte se aclaraba 
y se oia en las Cabezas un grito que hubiera sido de salvación 
á encontrar cabezas que lo encaminaran al bien; y gastamos 
cuatro años menos pico, disputando y llamándonos bribones 
los unos á los otros, y armando una algarabía que ni para 
contada es. Vino un tercero en discordia hijo de un santo 
según decían, y nos pacificó á su modo que no habia mas 
que apetecer. Fué preciso, para que fuera la paz completa, 
poner pies en polvorosa, buscando una tierra amiga que car- 
gase con nuestra miseria. Hallámosla, gracias al Cielo, y por 
allá nos estuvimos dos lustros clásicos, oliendo á cada instante 
la frontera que nos daba soberbios papirotazos en la nariz 
como si nos dijera: 08te que retejan. Los diez y ocho de la 
cuenta vieja, mas los trece de la nueva, forman salvo error 
la suma de treinta y un años, deliciosamente invertidos en 
dimes y diretes, en ir de aquí para allá como alma de Gari- 
bay, en aprender idiomas y no aprender á tener sentido co* 
mun, y en otras fruslerías de hambres, enfermedades, pri* 
vadones y demás entretenimientos tan sabrosos como yo 
me sé. 

Pues s^or, tercera vez á casa para comenzar el mismo 
ejercicio: que si tú eres verde, que si yo soy azul; que si tú 
mascas á dos carrillos, que si yo uo como mas que con me- 
dio; que si han de ser dos grados menos, que si han de ser 
dos grados mas; que manden ahora los mios, que los tuyos 
harto mandaron. Y en pos de esta barabúnda se sopló de 
rondón una señora de muy dulce trato llamada guen-a civil, 
que traia un escudero conocido por el nombre de Cólera- 
morbo, y una doncella de labor apellidada No hay pag€tSy y 
un pi^e á quien oí poner el apodo de Incendio, y un lacayo 
de uñas muy largas nombrado si no me engaña la memoria 
Saqtieo, y otros tales individuos físicos y morales tan apete- 
cibles como estos, formando entre todos una comitiva, que 
era cos^ de chuparse los dedos. Pasó también aquello que 



58 

nos entretuvo deliciosamente por espacio de siete áíiitos hor- 
ros, como suele decirse, para desensebar. Y van treinta y 
ocho cabales. 

Luego todo quedó como balsa de aceite, salvas algunas 
leves escepciones de motines, pronunciamientos y otras zaran- 
dajas que constituyen el pebre de nuestra envidiable existen- 
cia; como cesantías, esclaustracioues , Dios nos dé que 
dar etc. etc. De este trajin van ya dos años, indispensables 
para la suma total de aquellos cuarenta, que, en el primer 
renglón dije á ustedes ser pintiparados los que se han ido 
acumulando en mi individuo, desde que tuve el honor de per- 
tenecer á la honrada familia humana. 

Creo que basta este sucinto relato para que ustedes se 
sirvan computar los quilates de la felicidad que he disfrutado 
en esta vida desde que la recibí. Pues bien: este cúmulo de 
calamidades que ora inflamaban mi corazón juvenil de patrió*- 
tico entusiasmo, ora postraban mi espíritu arrebatando á la 
esperanza las ilusiones del porvenir, ora exaltaban mi bilis 
con los desaciertos de los gobernantes y la estulticia de los 
gobernados, ora me llenaban de terror porque los consideraba 
preludio de la social disolución ; estas calamidades repito, son 
un átomo imperceptible, una molécula impalpable, un casi 
nada comparadas con otra aflicción que me abruma sin des- 
canso, que dia y noche me sojuzga, que amenaza acabar con 
la especie humana, si no se trata de pensar seriamente en 
su destrucción. Los horrores de la guerra, las discordias 
civiles, los odios políticos, las epidemias, los motines, las no- 
pagas , los privilegios esclusivos de empleos , las emigraciones 
tienen un término: ó pasan ellos, ó se acaba el individuo 
que los padece, ó acaban ellos con él. Pero un daño que 
lento y á la sordina va minando las sociedades, porque cons- 
pira contra la constitución ñsica y material de la raza hu- 
mana, porque cada vez se enseñorea mas de la voluntad ge- 
neral, que no suele estar unánime sino en lo que atañe á 
producir el mal de todos, este daño es mas temible y aflige 
mas el ánimo, en cuanto no se le ve el fin, á no obrar la 
Providencia alguno de aquellos raros prodigios que estremecen 
por su magnitud y trastornan la faz de las cosas por su in- 



59 

jnensa influencia, dejando á los siglos honda memoria para 
escarmiento y corrección de las edades. 

Esta calamidad son las trabillas. 

Que uno inventase el toro de bronce para asar paulatina- 
mente á sus enemigos, que el otro para despachar pronto 
millares de ellos, sin gastar pólvora, diese á luz la ingeniosa 
guillotina ; que el de mas allá, para acabar con uno solo pero 
muy grande y poderoso, se armase de un fusil de veinte car- 
tuchos, esto se comprende* fácilmente, porque está en la índole 
de las venganzas. Pero que un sastre en mal hora nacido, 
tuviese la espantosa ocurrencia de adicionar el i)antalon con 
las trabillas, martirizando á toda la raza europea y llevando 
su mortificación hasta los confines polares, descargando sus 
iras en millones de inocentes que ni siquiera le conocian mas 
que para servirle, es el colmo de la barbarie, es el refina- 
miento de la crueldad. 

Hágame usted el favor de irse á su casa á mudarse el 
calzado en un dia parecido á cualquiera de los deleitosos con 
que acaban de regalamos los meses de febrero y marzo del 
corriente año. ¿Quiere usted quitarse las botas? Poco á 
poco: empiece usted por desabotonar el chaleco, luego los 
tirantes : bájase usted las bragas y comience usted el tira que 
tira de la embarrada bota unida al pantalón mas que la yedra 
al olmo, y quédese usted en camisón, cual otro don Quijote 
en Sierra Morena, muerto de frió y contemplando imposible 
la especie de pelele que el susodicho pantalón forma con las 
mencionadas botas; y si no tiene usted otro, lo cual es muy 
probable, emprenda usted la maniobra de desprenderlo de 
ellas, á riesgo de hacerlo jiras y poniéndose las manos hechas 
una gloría, si carece usted de criado como es muy presumible. 
£n esta complicada operación, llevada felizmente á término 
en unos veinte minutos de reloj, si no es usted torpe, que 
será un milagro; y luciendo las escuálidas pantorrillas , si se 
precia usted de elegante, se ha desesperado usted, se le ha 
pasado la hora de la cita, ha cogido un catarro, y se verá 
precisado á hacer cama, si la tiene, y á llamar al médico 
para que le cure, si quiere venir y sabe curar. ¿Y todo este 



60 

trastorno por qué? Porque á un sastre, que Dios confunda, 
se le antojó inventar las trabillas. 

Sírvase usted bajarse de repente á recoger el pulido aba- 
nico que se le cayó á la dama de sus amores: irrrasl rásgase 
el pantalón en linea horizontal por la parte prepóstera, lan- 
zando á los aires un tafanario mas negro que la pez ó un 
pedazo de camisa, salpicado ó sin salpicar, con celajes 6 
nubarrones según disponga su buena ó mala fortuna. Sírvase 
usted en seguida tragar á mares la saliva, al oir la risita 
disfrazada de compasión con que recibe el empavesamiento 
de sus malhadados pantalones la misma belleza, ante la cual 
preferiría usted mil muertes al bochorno que tan en ridículo 
le pone. Despídase usted para ir á mudarse, en el caso pro- 
blemático de poseer una reserva « abandonando tal vez el 
campo á un rival feliz que es hombre de pantalón á prueba 
de abanicos caldos. La dama puede enfriarse de contado y 
usted pierde un buen lance ó una decente colocación, solo 
porque un sastre á quien ningún daño ha hecho, tuvo la hu- 
morada de construir pantalones con notas y comentarios para 
perdición del género humano. 

Y no hablo de aquella tirantez que afecta el estado normal 
de las rodillas, si usted tiene que permanecer sentado mucho 
tiempo; que obstruye la circulación de la sangre estendiendo 
su tiránico dominio hasta los hombros, por la traidora sim- 
patía que ejerce en los tirantes, atrabíUando todo el cuerpo 
en sentido vertical, sopeña de presentar una figura grotesca 
y destartalada, si se decide usted á usar con su cuerpo la 
punible condescendencia de aflojarlo de sus pesadas cadenas. 
Y tampoco miento el peligro de encontrarse el dia menos 
pensado con una joroba incipiente, si por desgracia ha pade- 
cido usted de raquitis y es usted tan esclavo del buen parecer 
y del pantalón tirante, que á ellos sacrifique, no solo el bien- 
estar de su cuerpo y la dulce tranquilidad de su alma, sino 
hasta el porvenir de su columna vertebral y la constitutiva 
colocación de sus omoplatos. Y no recuerdo la pésima figura 
que hará usted cuando por un descuido de su sastre, salte la 
costura de la trabilla y ande usted luciendo sendos colgajos 
á cada uno de los lados del pié, á guisa de remos de barca 



61 

ó como dos barrederas que desentonadamente suben y bajan 
al echar el paso, denigrando su merecida fama de hombre 
eamme il faiU y arrastrándole acaso al suicidio; porque el 
que no se mata cuando se le rompe una trabilla, carece de 
«entido común. 

£1 hombre filantrópico que se sienta con ánimo suficiente 
para hacer un sacrificio sublime emancipando á la sociedad 
entera del mas insufrible de los yugos, merecerá mejor del 
género humano que todos esos que se llaman grandes hombres 
porque descubrieron mundos, ensancharon el dominio de las 
ciencias, conquistaron imperios, sujetaron naciones. ¿Y por- 
qué lo hicieron? Porque en sus tiempos no se gastaban 
trabiUas; que á gastarse, á su estirpacion hubieran dedicado 
todos sus conatos y no llorara la hnmanidad los horrores que 
solo deben atribuirse á la franquicia de su pantalón en todas 
las situaciones de la vida. ¡Oh! sí, yo lo vaticinio: vendrá 
ese dia feliz en que un genio magnifico desterrará esta cala- 
midad de la superficie de la tierra: vendrá ese dia, pero tal 
vez para nosotros no: porque somos muy pertinaces en las 
modas necias y tan necios de todos modos, que nos llamamos 
libres cuanto mayor es nuestra esclavitud; no hay esclavitud 
mayor que las trabillas. 

Julián Manzano. 



DEFENSA DE LAS TRABILLAS. 

A vos, ciudadano Manzano, el de los cuarenta años y pico, 
llevada exactamente la cuenta desde que se publicó vuestro 
artículo hasta hoy dia de la fecha, á vos que valiéndoos de 
sofismas con un decir agradable habéis descubierto una cala- 
midad mas entre las muchas calamidades que )a naturaleza 
y los hombres vierten sobre los hombres y la naturaleza, 
como si fuera suegra y yerno; á vos me dirijo lleno el cora- 
zón de trabillesco fuego para exhortaros al arrepentimiento 
por el crimen de lesa- sastrería que habéis cometido, descri- 
biendo como calamidad pública el mayor beneficio que un 



62 

maestro de tijeras, y por lo tanto eoncienztido y justo, ha 
podido hacer á la especie animal que concibe y raciocina. 

£n vano esforzado os habéis para convencemos de lo per- 
judicial de la trabilla, y si atendéis á mi relato forzosamente 
tendréis que convenir, que todos esos males imaginarios son 
nada en comparación de los inmensos beneficios que reporta 
de su uso la especie humana. Empezaré pues, para lograrla 
dándoos noticia de mi persona, así como tos la dais de la. 
vuestra, y aun en esto veréis militar mas razones en favor de 
mi cliente la trabilla. 

Para servir al que me sirva, yo soy un quídam (perdóne- 
seme el plagio) de 25 años, 15 menos que el señor Manzano^ 
primera y poderosa circunstancia que alego en defensa de mi 
causa. Y por si alguno duda que así sea, razonemos un rato. 
Por confesión individual, el señor Manzano salió del vientre 
de su mamá 15 años antes que yo, es decir, en una época 
de ignorancia y de fanatismo, puesto que no había periódicos 
y sí frailes, aunque en cambio hubiese dinero, crédito y tran- 
quilidad, que bien puede perderse todo esto por el gusto de 
decirle al prójimo cuatro verdades peladas, y no ver el re- 
pugnante espectáculo que ofrecia el hábito de los reverendos^ 
unido al cerquillo y morrillo, que así daba el verlo envidia 
como ictericia. 

Dice un proverbio, y á f e que lleva razón : un joven sigue 
su primera senda sin que la deje en la vejez. Y siendo esto 
así, ¿qué afecciones podrá tener el ciudadano Manzano hacia 
una cosa que no existia cuando hacia el pompón y la mo- 
cita, ni mas tarde cuando andaba á gatas, ni después cuando 
recibiera los azotes del dómine? Por el contrario; yo echado 
al mundo en época mas ilustrada, puesto que ya habia venida 
la moza (hoy vieja) y vuéltose á ir ; desprendido por lo tanto 
de antiguas y perjudiciales preocupaciones, y libre el enten- 
dimiento para apreciar en su justo valor el constante pro- 
greso del siglo hada su perfección, y consiguiente bienestar 
de la humanidad. 

Es seguro que á haber yo comido el pan de la emigración 
participaría respecto á trabillas y otros particulares, de las 
ideas que el susodicho pan impregnó en el cerebro de loa 



63 

emigrados, debido siu duda á su calidad, que por ser de otra 
suerte fabricado que por la tierra de España se usa, debió 
producir todas esas ideas vagas como los moiisieures, y me- 
talizadas y machuchas como milords. Pero ¡gracias á Dios! 
lio ha sucedido así; nacido en España y criado en la tierra 
de María Sma. habiendo hecho un viaje por la susodicha 
tierra á las grandes y numerosas poblaciones del Palo, Chur- 
riana y Torremolinos , todo sin necesidad de ómnibus aéreos 
que es lo maravilloso, si so considera la enorme distancia 
que media de unas á otras i), visto un sin número de cosas 
mas, todas grandes, todas sorprendentes y maravillosas, que 
es de apostar no las ha visto ni el emperador de los Estados* 
Unidos, ni el presidente de la república de la Rusia, y co- 
mido el pan siempre amasado por manos de graciosas luga- 
reñas, mis ideas son todas al par constantes y desinteresadas, 
sabrosas y en armonía con la marcha de las cosas á su per- 
fección. ¿Y qué cosa se hallará mas perfecta que un pantalón 
con trabillas? 

Ni de l^aücoun «I grupo prodigioso 
ni del mundo Iñs siete rnaravíUati. 
obras útiles son uuai \a» trabillas. 

Xoé plantando la vid y bebiendo el zumo de su fruto, sin 
precaver que con el tiempo había de poblarse la tierra de 
Nbés; Guttemberg, ensayando su invento que había de pro- 
ducir á cientos las revoluciones; Copérníco descubriendo un 
nuevo sistema astronómico: Cristóbal Colon, un nuevo mundo, 
para no ser agradecido ni pagado; Kircher inventando el uso 
de la linterna mágica ; Franklin el de los para -rayos; Le Roy 
su preciosísimo, si bien algo puerco brevaje vomi y purgante; 
Mendizabal destruyendo las campanas por amor al tímpano 
auricular y tantos otros célebres varones que pasaron los 
mejores días de su vida trabajando para hacer su nombre 
eterno, son niños de teta comparados con el grande hombre, 
con el artista consumado y sobre todo amante de la decencia 
y de la elegancia, que á fuerza, sin duda, de rascarse la 



^) Legua y inedia. 



64 

mollera y sostenerse ambos carrillos con las manos, logró 
adicionar el pantalón, colocándolo de esta suerte en el rango 
de ley ú orden emanada del gobierno español. 

Que la aparición de las trabillas ha causado una revolución 
en las ideas del bello sexo, que no por ser bello deja de 
tener sus manías, es una verdad innegable; esto prueba su 
importancia. Que á virtud de esta revolución el sexo barbado, 
portador de las mencionadas trabillas, ha ganado mucho en 
el aprecio del femenino, es una verdad fuera de duda; esto 
prueba su escelencia. Un pantalón con trabillas denota ele- 
gancia, la elegancia finura, la finura educación, la educación 
el frecuente trato de la sociedad, este trato ingenio, discre- 
ción, travesura, y sabido es cuanto agrada al sexo hermoso 
un hombre dotado de tan bellas cualidades. Por el contrario 
un pantalón sin ese precioso suplemento marca cuando menos 
indiferencia, la indiferencia poca aprensión, esta cualidad la 
ausencia de todo sentimiento noble, y sabido es también que 
no es el bello sexo quien menos aprecio hace de las buenas 
dotes que constituyen á un caballero. 

Pero si en lo moral la bondad de la trabilla es suma, lo 
es sin disputa alguna mucho mas en su parte material. Si- 
tuaciones hay en la vida del hombre que solo puede hacerlas 
llevaderas la adición del pantalón. Gaste usted zapatos con 
pico por detras, hoy dia de moda, y no lleve usted trabillas, 
y es seguro que no pudiendo resistir el pantalón á la influen- 
cia del pico, saldrá este por encima de aquel á guisa de ve- 
lamen, y á trueque de no ir ridiculo, ó bien tendrá usted á 
cada momento que llevar el talón del pié á la altura de la 
mano, para lo que tendrá que guardar un perfecto equilibrio, 
ó bien hacer de su cuerpo un arco de violin; á pique, en el 
primer caso, de romperse la crisma, y en el segundo de que* 
brarse: ¿á quién le gustan los bragueros y suspensorios? 
Pues no digo nada si tiene usted que asistir á alguna reunión 
y por necesidad sentarse; si lleva usted las medias limpias, 
que no es fácil, pase, aunque siempre presenta una figura 
fea; pero ¿y si las lleva usted sucias? y si por casualidad 
tienen alguna marra ? Caso será este de morirse de vergüenza, 
y el modo de evitarlo es llevar trabillas. 



65 

La economía entra en mucho también en el invento saste- 
ril y bé aquí sin duda á lo que se debe haberse generalizado. 
Un pantalón con trabillas deja solo descubi^erta i la vista 
unas dos terceras partes del trapato ó bota, que para el caso 
es lo mismo, y una ínfima del tacón; vayan ambas partes 
limpias y buenas y no importa qiie lo demás esté sucio y 
roto, resultando de aquí que con solo componer y limpiar el 
tacón y parte de la pala, puede durar el calzado toda una 
«ternidad. — Que los pantalones c6n la tirantez se rompen. 
Remedio al canto: añoje usted los tirantes ó llévelos de elás- 
tico, que hoy es lo mas fácil de encontrar, puesto que hasta 
las Constituciones lo son, y el peligro no existirá. Mas aun 
dado caso que así sea, lo que se pierde por un lado se gana 
por otro; y es la mayor esbeltez que toma el cuerpo, y la 
fuerza y pujanza que adquieren los nervios de estar en con- 
tinuo ejercÍ4$io; cuando menos el vicio que muchos tienen de 
llevar inclinado adelante y á proporción desde la cintura 
hasta la cabeza, á causa de esa misma tirantez, ha de dester- 
rarse; con lo que se conseguirá que todos anden derecho» 
•como un huso, que á la verdad bastante falta nos hace, puesto 
que según han dado en decir, las desgracias de la tierra de 
las anchoas provienen en su mayor parte de la picara cos- 
tumbre que todos tienen de ladearse: circunstancia poderosa 
para que se declaren las trabillas beneméritas de la patria 
«n grado heroico eminente, ó cuando menos se las dé una 
condecoración. 

¿Y á cuántos graciosos incidentes no puede dar lugar la 
rotura del pantalón desde la de un ojal hasta la de la misma 
trabilla? ¿Quién será la ingrata que al ver saltar un botón 
del pantalón de usted permita que los lleve caidos, ó bien 
vaya incómodo, y no enhebre una aguja y con sus pulidas ó 
toscas manos no se lo pegue? ¿Y cuánto no gozará usted 
mientras dure la costura, y mas si la costurera es una mo- 
rena chorreando gracia por todos los poros de su cuerpo, ó 
en su defecto una rubia que por todos los poros de su cuerpo 
chorree gracia? 

Pero donde se deja sentir toda la necesidad de las tra- 
billas es si tiene usted que montar á caballo, ocasión es esta 
Hebbmann. 5 



66 

la mas critica y augustíosa en que puede Lallai*8e, dado caso 
que trabillas usted no lleve: no teniendo el pantalón sujeción 
por debajo, este se irá replegando por escalones y tomando 
por asalto las rodillas, hasta que la nueva posición que sobre 
el animal usted adopte le obligue á capitular. Y ¿dónde se 
irá por un objeto mas soberanamente ridículo? Ridiculez que 
subirá de punto si es usted diputado, y hay una Posdata 
que lo observe. Llegado este caso no tiene usted mas que 
elegir entre levantarse la tapa de los sesos ó asñsiarse que 
es muerte mucho mas poética y está en moda. La trabilla 
es pues una condición de existencia en ciertos casos; una 
condición de felicidad en otros ; una necesidad en todos ; con> 
tradecir esto es una blasfemia en sastrería; negarlo una he- 
rejía trabillesca. 

Concluyo sentando estas proposiciones que prueban hasta 
la evidencia lo sublime del invento que me ocupa. 

El siglo XIX camina á su perfección; y siendo la trabilla 
una invención de este siglo, necesario es convenir en su per- 
fectibilidad. 

El siglo XIX tiene una tendencia marcada en favor de la 
humanidad. Las trabillas son una invención de este siglo» 
Luego las trabillas son en estremo útiles y necesarias. 

Ojalá que estas ideas grandes, sublimes y luminosas, coma 

el objeto que las produce, sirvan ya que no para estender el 

imperio de las trabillas, porque es infinito, al menos para 

vindicarlas del ultraje, que una pluma mordaz y viperina les 

ha inferido ! ! 

Santiago Casilari. 



UN TRONERA. 

DIABLURA ROMÁNTICA. 

I. 

Tronera es un hombre de trueno, alocado, como si dijé- 
ramos un calavera. De estos que hacen las cosas y luego 
las piensan, que quieren á un amigo mas que á su dama y 



67 

se desftfian con él á muerte por una mala jugada de solo ó 
de viUar. Que gozan en ver rabiar al prójimo y le dan una 
paliza sin mas intención que la de divertirse. £n fin, un 
calavera es un calayera y no digo mas porque todas las 
esplicaciones del mundo dejarían pálida é incompleta la de- 
finición. 

Pues hombre de este tenor era don Félix Crespo cuando 
tenia veinte navidades, y estas veinte navidades no sé si las 
cumplió el ano 1840 ó el de 1800. Es verdad que tampoco 
sé cuando nació; pero por un cálculo prudente se puede ase- 
gurar que nació veinte años antes de cumplir las veinte navi- 
dades, y vengan Newtones y Mangiameles á demonstrar qu& 
este no es un evangelio aritmético. Pero lo que menos im- 
porta es saber la fecha del nacimiento, de las veinte navi- 
dades y de la muerte de don Félix Crespo, ni quiénes fueron 
sus padres (sobre este particular solo sé que su padre era 
un tal Crespo, h^o de otro que también se llamaba Crespo). 
Basta saber que don Félix vivia en Madrid y también decia 
que estudiaba, cosa que no le vieron hacer jamas, sin embarga 
de que en los cursos que estudió de gramática, siempre sali6 
sobresaliente según las certificaciones, en filosofía sobresaliente, 
en matemáticas sobresaliente, y en seis años de medicina 
tenia SSSSSS que á fuerza de eses podia ser un Sabio, un 
Salomón, un Séneca, un Sófocles, un San Simón y hasta un 
Serenísimo Señor Senador, cosa bien estraña por cierto. Los 
profesores le perdonaban todas las faltas y le nümaban. Unos 
le achacaban á recomendaciones y otros á dinero; pero per- 
sonas mejor informadas me han dicho con mucha reserva, y 
yo suplico á mis lectores que guarden el secreto, que don 
Félix Crespo se presentaba á un catedrático y decia; si usted 
me reprueba le saco la lengua; si me da mala nota le cruci* 
fico y únicamente puede librarse de mis garras diciendo que 
soy un gran estudiante, el tipo de los estudiantes. El hombre 
que no quería verse sin lengua porque no le llamaran deslen-* 
guado, ni quería verse en la cruz porque no tenia vocación 
de mártir, por toda contestación tomaba la pluma y escribía: 
))Don Fulano de Tal y otras yerbas, caballero etc. y profe- 
sor etc Certifico: Que don Félix Crespo ha seguido el 

5* 



68 

curso de este año con indecible constancia y aplicación con- 
testando en los exámenes como nn papagallo á las preguntas 
que se le han hecho, por todo lo cual ha merecido la nota de 
sobresaliente, sintiendo yo que no haya otra mas sobresaliente que 
la de sobresaliente ; pues en este caso bien la merecia el sobre- 
saliente escolar don Félix Crespo. Y para que conste doy esta 
que firmo en Madrid etc. — Fulano de Tal y otras yerbas.» 

Don Félix Crespo era inclinado á todo lo raro y estrava- 
gante. Habia función en el Liceo ¿y se encontraba elegante? 
Pues se iba á casa antes á poner el frac mas roto y remen- 
dado y la corbata mas pobre y el pantalón mas aman2anado, 
es decir menos trabiUesco. ¿Se trataba de ir á comer callos 
á una taberna? Allá se colaba don Féüz con rico guante 
blanco , frac negro de toda moda y pantalón Casilareño , es 
decir abotinado y oprimido como cintura de doscella. En el 
café nunca hacia cosa á derechas. Si pedia dulce se lo ha- 
blan de servir en vaso; si pedia sorbete se lo hablan de dar 
en taza, y si tomaba licores ó café era preciso que se lo die- 
ran en la misma bandeja. 

Sucedió un dia que paseando don Félix por el Prado 
pasaba un respetable anciano con dos chicas como dos luce- 
ros. En las facciones se echaba de ver que las muchachas 
eran hijas de su padre y que era su padre él que las acom- 
pañaba. Así como á otro se le hubiera antojado enamorarse 
de una, á don Félix se le antojaron las dos y sin andarse 
en chiquitas se encaminó hada el papá y las hijas diciendo: 
¡Oh queridos amigos! {cuánto deseaba verá ustedes! ¿Dónde 
viven ustedes ahora? — «Donde siempre! calle de nú- 
mero .... -cuarto . . . . » contestó el padre tartamudeando y dijo 
el cuarto r el número y la calle ... pero añadió «¿quién es 
usted? No tengo el gusto de conocerle.» — No es estraño, 
respondió don Félix, yo tampoco he tenido la fortuna de 
conocer á ustedes basta este momento venturoso, pero pro- 
curaré que nos veamos mas á menudo. Y se despidió de- 
jando á una chica estupefacta, á otra en Belén y al padre 
en Babia. Le entró tal temblor al bueno de don Agapito 
(asi se llamaba el padre), que le sonaban los faldones como 
si fueran cascabeles. Vamos, vamos á casa, dijo, que 



69 

quiero dar orden de que llame quien llame no le abran la 
puerta. 

Llegaron á casa y tiraron del cordón, nadie respondía; 
sin iluda la señora mamá estaba también de bnreo ó se habia 
dormido. Tiiin, tilin, tilin. — Nada. — Tilin, tirilirin, lin 
lin tirilirin. — ¿Quién? — Abre, dijo don Agapito muy in- 
comodado; pero ¡cómo se quedó el buen hombre cuando vio 
que el que le abría la puerta era don Félix Crespo, el cala- 
vera del paseo! A todo esto la señora salía de allá adentro 
llorando como una Magdalena. Una de las hijas se desmayó 
y se dejó caer en brazos de la madre, la madre se desmayó 
y cayó en los del marido, á este le dio una congoja y cayó 
en los de don Félix, y don Félix los tumbó á todos en el 
santo suelo diciendo á la muchacha que estaba punto menos 
que para desmayarse : vamos que esto no merece la pena. 

Y cuando los otros volvieron en sí no encontraron á la 
señorita ni á don Félix Crespo. 

Poco tiempo después se dijo que don Félix se habia espa- 
triado con la hija de don Agapito, pero nadie supo á punto 
üjo su paradero. Otros le daban en Madrid y suponían que 
habiéndose dejado crecer toda la barba y tapando sus espre- 
sivos ojos con unas antiparras verdes de cuando el rey rabió, 
era imposible conocerle. Todos los días ademas habia noti- 
cias de calaveradas, poco comunes en la corte y todas ellas 
llevaban el sello diabólico del carácter (le don Félix. Por 
ejemplo se contó que habiendo visto á un tío cazador prego- 
nando un conejo se conjuraron unos cuantos jóvenes para 
hacerle creer que era gallo. ¿Cuánto quiere usted por ese 
gallo? dijo el prímero que salió. — No es gallo que es conejo, 
respondió el buen hombre y siguió su camino sin hacer caso 
de aquel tarambana mozalvete. Pero no anduvo muchos pa- 
sos cuando salió otro que le preguntó también : ¿Cuánto vale 
ese gallo? — No es gallo que es conejo, volvió á decir el 
hombre; no sin alzar la mano y bajar la vista por ver si no 
estaba en un error. Salió el tercero y le dijo ¿cuánto vale 
ese gallo? volvió á mirar el conejo después de restregarse 
los ojos el pobre cazador y decía para sí ¿si tendré yo la 
vista mala? Las orejas son de conejo, las patas son de co- 



70 

nejo, no tiene alas ni pico, vaya no es gallo, no, y prosiguió 
gritando ¿quién me compra este conejo? Salió entonces de 
un portal un hombre con machas barbas, agazapado detras 
de unos anteojos verdes y por la gravedad del paso y del 
traje le tuvo el del conejo por un caballero formal. ¡Hombre 
qué gallo tan hermoso! d\jo este apareciendo súbitamente 
¿cuánto vale? El del conejo volvió á mirar su prenda y des- 
pués de un buen rato de examen y meditación le alargó 
diciendo: dos pesetas. 

Vivía en Madrid un boticario muy pobre llamado don 
Matias que tenia roto un cristal del despacho, y no pudiendo 
componerlo de otro modo, habia puesto un papel en el hueco 
que era de tercia en cuadro. A la noche siguiente de empa- 
pelar la vidriera dicen que pasó un joven, metió la cabeza 
por el papel y dijo muy sei^eno: Adiós señor don Matías. 
Puso el pacientísimo boticario otro papel que fué roto á la 
noche siguiente por la misma cabeza al saludo cargante de: 
Adiós señor don Matías. Amostazado el boticario juró ven- 
garse y esperó al otro dia con un garrote de encina. £1 
joven calavera conoció que á la tercera podía costai'le caro 
y d^o, si he de pagar yo que pague el demonio. Tenia en 
su casa una estatua no se sabe si era de algún sabio, de 
algún santo ó de algún diablo, cogióla debajo del capote y 
tomó el trote hacia la botica. Buenas noches señor don Ma* 
tias, d^o metiendo por el papel la cabeza de la estatua. El 
boticario que esperaba muy armado de garrote levantó las 
dos manos y dejó caer la porra diciendo ¡págalas todas jun- 
tas arrastrado! Y dio tal golpazo en la dura cabeza de la 
estatua que al estremecimiento de las maderas cayeron todos 
los demás cristales hechos harina. Cuando el boticario bus- 
caba á la puerta el cadáver del insolente mozo que le insul- 
taba, ya estaba este contando á sus amigos el estropicio que 
habia causado al desventurado don Matías. 

Todas estas calaveradas que se divulgaban por Madiid 
hacían creer que don Félix Crespo no andaba muy lejos. 
Sin embargo de eso al cabo de un año se decidió don Aga- 
pito á ir á los toros y á la comedia con su única hija y su 
mujer. 



71 

£ra día de gran entrada: no sé sí picaban Corchado A 
Sevilla y si mataban Montes 6 Romero, como que no me han 
contado tampoco la fecha de la corrida. Lo que sí me lian 
dicho es, que los toros eran muy malos porque amaban al 
prójimo como á sí mismos. Los toros son como los médicos 
y los militares que solo á fuerza de asesinatos adquieren 
<íelebridad. El ultimo de este dia fué de prueba. Cuatro- 
cientos caballos quedaran tendidos sin contar los heridos y 
contusos. Mató cinco picadores, veinte banderilleros, tros 
espadas y un alguacil. £1 cuarto espada tiritaba como nn 
tembleque. Todo se le volvía: suerte de aquí, treta de allá, 
volteretas, y mas volteretas, y á todo esto llovían insultos 
«obre su alma que era una maldición. ¡Anda ladrón! ¡Anda 
cobarde! ¡Anda feo asesino, borracho! de tal modo apurando 
fiu paciencia que no pudo menos de decir: si hay algún va- 
liente que se atreva con la fiera que baje. 

No había acabado de decirlo cuando un mozo atolondrado 
saltó la baiTera, le quitó la espada y con gran asombro del 
público se dirigió lleno de impávida sf^renidad al animal car- 
nívoro. En su vida las. había visto mas gordas; pero le su- 
cedia lo que á muchos valientes que sin conocimiento maldito 
de la esgrima suelen plantar una cuchillada al hombre mas 
inteligente y esperimentado. ¡Entra! dijo al toro tirándole 
v\ sombrero, ¡entra y acaba con esta humanidad! y asi que 
TÍO al toro cerca de sí esclamó: ¡Ah pobre zascandil que te 
gané por la mano! 

£1 toro cayó cuan largo era, sin mover una paüi siquiera. 
Una salva de ¡vivas! y una tempestad de palmadas del pú- 
blico impedían al presidente hacer oír su voz que decía: 
1 Mozo va usted á dormir á la cárcel por salir á la plaza sin 
permiso de la autoridad ! El héroe de la fiesta era don Félix 
Crespo para que por eso se acobardara: ¿La autoridad? 
contestó y salió de la plaza entre los bravos y rira» de la 
multitud. 

¡Era ese hombre funesto! oyó decir á un viejo en la reti- 
rada; vamos, vamos lejos de aquí donde no nos vea. Entre- 
mos en nn café , respondió la miyer, y después veremos sí to- 
davía hay billetes en el Príncipe. La hora era avanzada y 



72 

cuaiulo llegaron al teatro la función se iba á empezar, solo 
quedaban dos asientos de cazuela números 5 y 7 y un sillón 
de la izquierda que tomaron sin reparo y se colocaron in- 
mediatamente* £n el número (> entre hija y madre Labia 
una señora grave, toda vestida de negro y con el velo echado 
á quien instaron para si querlA cambiar de asiento; pero era. 
tan impolítica que rehusó dando por toda respuesta en seco: 
estoy aquí bien. La cazuela estaba mas agitada que de ordi- 
nario, parecía que hasta por el olfato conocían la aparición 
de algún animal anfibio. La comedia estaba llena de lances 
que hacían estremecer á la madre y ¿ la hija; pero cuando 
llegaron á la escena en que un joven atrevido asediaba á 
una casada virtuosa sin fuerzas para resistir: ¡Qué inmoral 
es esto! dijo la madre, Pero usted conoce muy bien que 
pudiera ser histórico, respondió la del velo: y la madre se 
dejó caer sobre su hombro desmayada. La hija no advertía 
nada de esto embebida en otro incidente dramático de mucho 
ínteres. £1 seductor de la madre robaba una de las hijas y 
la arrancaba del seno paternal acaso para siempre y ¿dónde 
la llevará? esclamó sollozando la joven de la cazuela. Parece 
hermana de usted según la interesa, contestó la del velo y Isn 
muchacha cayó también desmayada sobre el hombro derecho 
de la tapada. La cazuela era un laberinto, el teatro un 
guirigay, el escenario un galimatías. Don Agapito que prie- 
sen ciaba la catástrofe desde el sillón concia como un game 
á la cazuela. Cuando entró en ella todas las mujeres huiaa 
de la del velo como si fuera un basilisco. Don Agapito entró 
en sospechas y sin mas ni mas aiTancó la blonda á la miste- 
riosa tapada, dejando ver los ojos sarcásticos de Crespo y 
dos patillas como dos cepillos que hacían con el traje de 
mujer un espantoso contraste. 

Una docena de hombres se lanzaron sobre él y aunque 
ninguno supo si le había pegado ó no, se le encontraron 
accidentado y casi moribundo al levantarse. ¡ Yo muero t 
decía ¡que me lleven al Hospital! Ninguno quería cargar con 
él; pero don Agapito que hubiera deseado verle sí era po- 
sible en la sala de los tinosos, le tomó á cuesta^ y pian 
piano le condujo á donde solicitaba. Cuando entró en el 



73 

Hospital se dejó caer el fingido moribundo y dando una car- 
cajada satánica le dijo al fatigado don Agapito: ¿no es ver- 
dad que tengo mal peso para difunto? £1 viejo que conoció 
la pillada se quiso retirar avergonzado; pero Crespo se lo 
estorbó diciendo: poco á poco; ahora me toca á mí. Y agar- 
rando á don Agapito por la cintura le condujo á la sala de 
los locos. Don Agapito porfiaba que estaba en su sano juicio ; 
pero como Crespo era conocido del colegio por baber estu- 
diado medicina, fué creido de los practicantes que encerraron 
al buen viejo, dejándole por mucho favor en libertad las 
piernas y los brazos. 

La luna entraba por la ventana que daba á la paite de 
Atocha y á su tibio resplandor se divisaban causando horror 
y miedo los visajes de los maniáticos. Uno que se levantaba 
en camisón á representar un pasaje del Edipo, otro que 
defendia un pleito, otro que cantaba ék entierro de sus padres 
concluyendo cpn un solo de seguidillas ó jota aragonesa, 
caando vino á interrumpirles una loca escapada de la sala 
de mujeres que de un brinco se plantó en los hombros de 
don Agapito, de otro ^e abalanzó á un garfio pendiente del 
techo y metiendo el pincho por debajo de la barba sacó los 
sesos pegados en la punta. Todos los locos se arremolinaron 
á contemplar tan atei^ador espectáculo y hasta el supuesto 
loco don Agapito con los ojos encendidos y los labios ver- 
tiendo espumarajo cayó en el suelo sin sentido esclamando: 
¡hija mia! ¡hacia un año que mis br^azos paternales no la 
acariciaban!!! Los rayos de la luna cada vez penetraban con 
mas ^plendor en aquel asjlo de desesperación. Lágrimas 
frías resbalaban por las mejillas de don Agapito y la con- 
fusión de su cerebro casi no le dejaba oir el ruido de una 
ealesa que pasaba y una voz que gritaba ¡don Agapito! ¡don 
Agapito! Asomóse como pudo á la ventana y en el metal de 
la voz que pronunciaba su nombre conoció al infernal 
Crespo. 

— ¿Y mi mujer? dijo el desventurado viejo. 

— No queria dejsurme andar y la rueda de este calesin 
ha pasado sobre su pescuezo, contestó el caminante. 

— ¿Y ha muerto? 



74 

— Toma, no que no. 

— ¿Y mi querida hija? 

— Aquí la llevo. 

— ¿Cómo que llevarla? Es mi hija. 

— Sí señor; pero yo me la llevo. 

— Ella no le quiere á usted. 

— No lo sé, pero yo me la llevo. 

— Es usted un tunante, un galopín, un villano. 

— Sí señor; pero yo me la llevo. 
- Yo te maldigo ¡infame! 

Aquí dio una carcajada Crespo que hizo erizar los cabellos 
del viejo, y partió con la calesa sin dar otra contestación que 
¡arre coronela! — 

IL 

Pasaron dias, pasaron meses, pasaron años sin tenerse 
noticia del paradero de Crespo y su querida. Don Agapito 
que merced á la buena asistencia y conocimientos de los 
facultativos había curado de su locura, se entretenía por el 
dia en ir á caza ó á pescar al canal, y á eso del anochecer 
se metía en la parroquia á rogar por el alma de su mt^jer 
y sus hijas, victimas las ti*es del insaciable tronera protago- 
nista de esta fábula. Mientras el viejo descansa un poco y 
contemplamos su aspecto sombrío, su gesto displicente, retra- 
tando al corazón que lucha con la cólera y el resentimiento; 
mientras con paso trémulo concurre por la milésima vez á 
hincar la rodilla en el altar de su devoción, observemos no 
muy distante del templo una taberna graduada de botellería 
y con ribetes de fonda. Hay en Madrid muchas trampas de 
esta especie, merced á las preocupaciones aristocráticas de la 
sociedad. La sociedad no lleva á mal el que se beba vino, 
sino el que se pongan los pies en el umbral de una pu^la, 
en cuya muestra diga: Taberna 6 Despacho de riño. Así 
es que los taberneros que no han creído conveniente á sus 
intereses el desprenderse de la gente de levita, porque saben 
que entre la gente de levita hay tantos borrachos como entre 
la de chaqueta, han ideado un medio de hacer convergir á 
los bebedores de todas clases y calibres, buscando para esta- 



75 

blecer su industria tiendas de dos puertas: en la una se ve 
^1 mostrador con dos jarras, una de vino tinto y otra de vino 
blanco, y los correspondientes vasos á las medidas de cuar- 
tillo y medio cuaitilio que en el mostrador descansan boca 
abajo. Generalmente hay reloj de pared con la esfera ester- 
colada por las moscas, y lo que no falta en abundancia son 
unos bancos de pino guarnecidos de grasa, comparables solo 
á las mesas de la misma habitación. Encima de la puerta 
donde todo esto se encuentra, dice: Taberna de vino, como 
ú fuera licito decir Taberna de chocolate! La puerta inme- 
diata es un misto entre puerta y balcón* Parece balcón 
porque tiene persianas verdes, y parece puerta porque está 
€n el piso bajo al nivel de las aceras. Encima de esta pueita- 
ventana se lee: Cerveza, y dentro hay tal vez todo cuanto se 
quiera menos cerveza. Es el ambigú de la taberna donde 
los melindrosos aristócratas devoran chuletas de carnero, 
chorizos cocidoíi, sardinas cou casaca y los sabrosos y gra- 
sientos callos que hactn á cualquiera chuparse los dedos, 
aunque no sea mas que porque no se peguen. 

Tal es el sitio quo ocupa don Félix Crespo con otros 
varios amigos, en celebridad del último triunfo conseguido 
por aquel malvado. — »¿Oís?» — dijo á los demás llevando 
á la boca el vaso. No pudo apurarlo sin estremecerse, á la 
mitad del trago tuvo que descansar, se pasó la mano por la 
frente, tendió la vista á un entierro que cruzaba la calle y 
como animado de mayores fuerzas para el crimen apuró lo 
restante del vino esclamando: á la sahtd de ¡a difunta. 
¡Bravo! ¡bravo! gritaron los que le acompañaban, que eran 
dignos discípulos de Crespo en la carrera de la prostitución, 
y orgulloso el maestro con el aplauso de aquella ebria socie- 
dad, contóles la satisfacción de su alma por la muerte de su 
última mujer, á pesar de lo repugnante que habia sido para 
él tan terrible asesinato. »Es la única mujer, dijo enterne- 
ciéndose, que he querido con frenesí. Por mucho tiempo ha 
ejercido sobre mí un poder ilimitado. Tan imposible me 
pareció antes de conocerla hallar una persona capaz de en- 
frenar mi libertinaje, como después de amarla romper las 
cadenas con que habia amarrado mis piernas, mis brazos y 



76 

mis pasiones. He tenido días de cobarde letargo, en que á 
la manera de aquella serpiente que al sonido de an instru- 
mento músico se deja matar, hubiera permitido al dulce al- 
bago de su yoz despedazar este corazón, que en el sepulcro 
han (le respetar los gusanos. Pero se empeñó en que no 
habia de querer á nadie roas que á ella, y yo recobrando 
mis enervados bríos la sentencié á no darme mas celos. Ya 
ven ustedes que lo he cumplido. £s la séptima de las que 
la iglesia permite.» 

La séptima? dijeron los otros, pues es usted capaz de 
segar mas cabezas de mujeres que u¡n gallego espigas. 

En este instante pasaban de vuelta los sepultureros y 
demás que acompañaron al cadáver. 

¿La habrán enterrado ya? ^So pueden haber concluido 
tan pronto, dijo uno. 

— Vamos á verlo, respondió Crespo, y cinco minutos des- 
pués ya estaban oscandalizando en la iglesia y fastidiando á 
los devotos que se marchaban á paso redoblado. Solo un 
viejo tuvo valor para permanecer allí, y por no ser inter- 
rumpido en las oraciones que al Todo-Poderoso dirigía, se 
zambulló en un confesonario. Los alborotadores lo observa- 
ron y con mucho silencio y disimulo le cerraron las porte- 
zuelas y ventanas, que clavaron para mayor seguridad. La 
gente despejó la iglesia, los calaveras tomaron el pendingue 
y el sacrístau dio una vuelta á la llave y se fué dejando den- 
tro una muerta guardada en una caja y un vivo sepultado en 
un confesonario. 

£1 vivo era el buen don Agapito y la muerta era su hija 
Eduvigis que ya es hora de que digamos su nombre. 

Como las doce de la noche serían cuando un quejido 
lúgubre y penetrante, salido de hacia donde el cadáver estaba, 
vino á sacar al viejo de su éxtasis. Su acalorada imagina- 
ción le dibujó mil visiones íantásticas en todos los ángulos 
del templo. Aplicó su pupila á la rejilla del confesonario y 
solo vio una lámpara moríbunda al rededor de la cual revo- 
loteaban las lechuzas sedientas del aceite que gota á gota 
habia sorbido la torcida. El aletazo de una de ellas dejó á 



77 

oscuras aquella mansión de horror, y secunda vez repitieron 
Jas bóvedas d triste eco de un gemido femenil. 

£1 TÍejo, antes cobarde y atolondrado, sacó fuerzas de 
flaqueza esta rez, rompió de un puñetazo la rejiHa de su 
prisión, y tentando aquí y tropezando allá, llegó á la mitad 
de la iglesia. Ya no habia luz en el templo ni Ittna en el 
Jiorízonte, el tibio fulgor de las estrellas penetraba lánguida- 
mente por las altas ventanas, esparciendo un crepésculo vago 
é indefinible que apenas se diferenciaba de las tinieblas. Con 
^n escasa luz es imposible percibir un objeto apacible y 
sosegado; pero regularmente se nota el movimiento de los 
cuerpos. Don Agapito observó que el del ataúd levantaba la 
cabeza, y hubiera echado á correr sino temiera romperse las 
narices contra una tapia ó un facistol. Luego repuesto de su 
sobresalto se abalanzó al difunto queriendo sujetarle por las 
piernas; pero no bien tocó en las plantas de los pies, cuando 
la joven amortajada dio un grito de rabia, y con un delirio 
inesplicable se precipitó en los brazos del viejo gritando: 
i perdón! ¡perdón! ¡déjame vivir!! 

Don Agapito se quedó atónito, la que él creía muerta 
estaba viva y su voz le habia herido en el alma: aquella 
Toz le tenia confuso, necesitaba oír aquella voz y sin 
«mbargo desesperaba de volverla á oir, porque la joven 
estaba otra vez cadavérica, y no podía conocer á quien 
tanto le interesaba porque la oscuridad no permitía divisar 
sus facciones. 

Poco después el padre y la hija se hablan reconocido, y 
esta contaba con lengua balbuciente y apagada la despedaza- 
dura historia que el viejo internimpia con lágrimas y besos. 
»Ha tenido esposa, decia ella, que no le ha vivido mas que 
veinte y cuatro horas. Escepto yo, todas han sido millona- 
rias, y á estas fechas me atrevo á jurar que no tiene un 
cuarto, porque entre el vino, el juego y sus desenfrenados 
placeres es capaz de disipar mas de lo que puede adquirir.» 
Pensaba el viejo, como la mayor parte de la gente, que para 
matarlas las daria un veneno ó un pinchazo en sitio que no 
se pudiera descubrir ; pero Eduvigis rereló el secreto que nadie* 
conocía contando la muerte que Crespo quis^ darla*- 



78 

Dijo que después de atarla los brazos y las piernas al 
catre, pretestando que era antojo, estuvo gran rato haciéndola 
cosquillas en las plantas de los pies que empezaban por ren- 
dirla y acababan por matarla. Sin duda asegurado de la iu- 
iálibilidad del medio, habia don Félix imaginado inevitable el 
ün, y esta seguridad le hizo no apretar tanto como tenia de 
costumbre. Por negocio de cuatro cosquillas menos resucitó 
la presunta muerta, y fué por la corte divulgado el secreto 
de matar mujeres. 

Avergonzado Crespo de si mismo no podia presentarse de- 
lante de la gente porque sus remordimientos le tenian en 
constante zozobra. Todo lo interpretaba mal £u un semblante 
serio leia el rencor, el que pasaba distraído y no le salu- 
daba, era que le hacia un desprecio, el que le saludaba 
afable le tenia miedo y el que se sonreia le hacia, burla. 
Fatigado con esta inquietud solo anhelaba la muerte, pero no 
una muerte vulgar y cobarde. £1 suicidio estaba muy gastado 
y desacreditado; valia mas morir en un patíbulo. £n el 
patíbulo perecían algunos hombres de bien, valia mas el sui- 
cidio. Uno ú otro habia de ser, y resuelto á ello empezó sus 
diligencias presentándose á la justicia. Los magistrados tem- 
blaban á la presencia de aquel monstruo, y en vez de pren- 
derle le daban prudentísimos y loables consejos: ¿querrán 
ustedes creer que no hubo un solo juez que se atreviera con 
el convicto y confeso criminal? Si hubiera sido inocente y sia 
influjo de faldas ó pesetas, ya le ajustarían las cuentas. 

Desesperó don Félix de morir en garrote, cuyo espectáculo 
tanto le enamoraba por el carácter novelesco que él quería, 
imprimirle. £n primer lugar pensaba matar al cura que se 
quedara con él en la capilla; en segundo lugar trataba de 
hacer la tentativa de escaparse en el camino y presentarse 
luego, solo porque hubiera alguna corrida. Sentado en el 
tablado se le habría antojado regularmente almorzar bien para 
marchar con fuerzas al otro mundo, hubiera echado un trago 
de lo de Valdepeñas por dar un soplo si tenia espuma y de- 
cir como el otro: » fuera espuma que daña el hígado.» Y 
como esto no le fué posible, porque tuvo la desgracia de que 
ninguna autoridad atendiera á sus solicitudes para entregar 



79 

ga cuello al verdugo, rei»olvió suicidarse; pero de modo que 
fuera imposible la salvación. 

¿Recordarán nuestros lectores aquel don Matías el boti- 
cario de los encerrados de papel? Pues otra vez va á babér- 
selas con Crespo el desventurado farmacéutico. Una mañana 
que el buen hombre se afanaba en sus ungüentos y sus 
emplastos se presentó un hombre á quien no conocía con una 
receta, falsa tal vez, pero que por la identidad de la firma 
conocida le autorizaba para despachar un veneno. Don Ma* 
tias observó al joven los ojos espantados, el cabello descom- 
puesto y mas convulso que agitado el pecho. No sabemos- 
todavía si le inspiró horror ó compasión, despachóle despues- 
de pensarlo bien y alargando el tósigo fatal murmuró entre 
dientes: » siempre es bueno obrar piadosamente.» ¡Adió» 
señor don Matías! dijo el tronera despidiéndose, y don Ma- 
tías arrepentido de su bontad al conocer la voz empezó á 
patear y tirarse de los pelos. 

Paso á paso camino del canal se ve una pareja intere- 
saute que descansa de vez en cuando y aun así cree que 
Madrid y el canal han estrechado las distancias; tal será la 
conversación, el carino, los sueños de ventura ó los recuerdos 
de dolor que esciten aquella ansia de viaje. 

A pesar de todo yo le idolatro, dijo á su padre la mucha- 
cha y los ojos de ambos se clavaron entre sí con espresion 
distinta. Hubiera don Agapito acabado por prenderla si por 
demasiado próximos al puente que hay cerca de los molinos 
no se fijaran los caminantes en una escena trágica que borró 
todas sus impresiones pasadas. 

Sobre la barandilla del puente estaba un hombre haciendo 
preparativos para el infierno. Primero le vieron beber un 
líquido de mal color que le hizo arrugar el gesto: luego se 
ató una soga al cuello con nudo corredizo y al otro estremo 
bahía una piedra de dos arrobas cuyo peso le iba á poner 
la garganta como un fideo. Tenia en la mano una pistola 
cargada y estaba inclinado al rio para zambullirse en el 
ugua en el momento de levantarse la tapa de los sesos. La 
muerte no podia estar mas bien desafiada. Si escapaba del 
veneno iba á morir del tiro, si este faltaba debia perecer 



80 

ahorcado, y últimamente de moiir ahogado no podía librarse 
porque la profundidad era inmensa y Crespo nadaba como un 
manojo de martillos. 

Cuando el padre y la hija oyei'on el tiro y vieron caer al 
hombre rezaron por él un padre nuestro y se acercaron sin 
esperanza á socorrerle. Nada se divisaba en el agua entur- 
biada con el golpe del cuerpo, y solo en la superficie serpea- 
ban las pompas y espumarajo que produce la respiración del 
que se ahoga. 

¡Válgame Dios que trucha tan grande! dyo don Agapito 
viendo una sombra en el agua: echó el anzuelo y tira que 
tira trajo el cuerpo exánime del desesperado mozo que dio 
en vomitar agua y saltó en tierra tan listo como antes. ¡Es 
él! dijo la muchacha. ¡El es! repuso el padre. ¡Son ellos! 
contestó don Félix, y arrodillándose les pidió perdón de sus 
pasadas locuras prometiendo enmendar sus errores. A sus 
juramentos y sus lágrimas ni el padre ni la hija pudieron 
resistir y los tres marcharon reunidos á casa' donde vivieron 
muchos años en paz y en gracia de Dios. Por la noche se 
iban de tertulia á casa de don Matias el boticario, agradeci- 
dos porque conociendo las intenciones de Crespo en vez de 
uu veneno le dio otra bebida insignificante, y escepto lo del 
veneno y lo del anzuelo no pudieron saber mas acerck de la 
salvación milagrosa del que tantos resortes tocó para aban- 
donar la vida. 

No se lo digan ustedes á nadie; pero yo que estaba de- 
tras de Crespo vi que al caer la llave de la pistola torció un 
poco el cañón y en vez de conducir la bala á los sesos, se 
deslizó por la superficie del pescuezo y rompió la- soga que 
por estar atada á la piedra le hubiera hundido ó le hubiera 
ahorcado. — 

Juan Martínez Villebgas. 



81 



IMPERFECCIONES DE LA NATURALEZA. 

Al leer el epígrafe de este artículo coftieso que habrá 
qmtn sospeefae haberlo escrito su autor al salir del ambigú; 
pero en Dios y en mi ánima que no es asi, y que estoy muy 
Mjos de haber empinado el codo antes de ponerme á escribir. 
£n primer lugar, mis lectores saben ya que no soy aficionado 
á comer, y siendo esto así, mal podré haber perdido el juicio 
por una cosa tan bellaca como es tragar un poquillo, espo- 
aiéndome á la necesidad de beber después, y consecutivamente 
á no saber lo que me hablo. En segundo lugar, eso del am- 
bigú es para gente que tiene dinero, y si yo lo turiera, no 
emborrcmaria papel á fin de escriMr este artículo. Y en lugar 
tercero (que no siempre se ha de decir en tercer lugar), basta 
que yo les diga á ustedes que escribo en ayunas mi artículo, 
para que me erean de buena fe y para que no atribuyan al 
ficor de. la parra lo que á ustedes les pueda parecer á pri- 
mera vista menos conforme con mi formalidad y mesura or- 
dáaría,. 

Digo y repito y pues, que la naturaleza es imperfecta, y 
^ne lo que dijo don Alonso ^ Sabio del sistema solar de sus 
tiempos, á saber, que si él hubiera criado los cielos los hu- 
biera dispuesto mejor de lo que estaban, según Ptolomeo de- 
da, eso mismo tmftatis mtitandi» digo yo de todas y cada 
una de las partes de la naturaleza, y lo digo con formalidad. 
Pero para probar esta proposición necesitaría yo millones de 
tomos, y ni creo que el lector tendría paciencia para leerlos, 
ni aun cuando tuviera vo la habilidad de escribirlos, debería 
ir discurriendo por todas y cada «aa de las partes que cons- 
tituyen este gran todOj para salir airoso de mi prueba. 
Bastará limitarme, pues, á un pequeño y estrecho círculo, 
pero que por estrecho que sea, no por eso dejará de ser el 
mundo en resumen. £1 lector conocerá desde luego que el 
asunto que he tenido á bien degir para el artículo presente 
es el hombre ni mas ni menos, y como quiera que todos los 
filósofos hayan dicho de él que es un mundo en pequeño, no 
Hebbmann. 6 



82 

podrán ustedes menos de convenir en que las imperfecciones 
á él relativas son trascendentales al grande, con la sola di- 
ferencia de que si en el mundito de que hablamos aparecen 
los defectos en miniatura, las del mundazo de que no quere- 
mos hablar tienen que ser tan gordas como el puno y aun 
mas que el puño tal vez. Pero no crean ustedes ahora que 
para probar yo mi aserto voy á recurrir á tantos lugares 
comunes como se están esplotando continuamente por la turba 
moralista y filosófica. Lejos de ser así, las imperfecciones 
de que voy á hablar ninguno las ha notado hasta ahora, á. 
lo menos que yo sepa,. y por otra parte seria muy mal mi- 
rado, ponerme yo á discurrir seriamente á la manera que lo 
hacen los susodichos filósofos, pudiendo yo sustituir mis bar- 
baridades á las suyas con tanta ó mas razón que ellos, y coa 
mas originalidad sobre todo, gracias, ya que no al genio 
(porque eso seria faltar á la modestia) al sublime talento 
que Dios me ha dado. Prescindiré, pues, de considerar al 
hombre bajo su aspecto moral, limitándome esclusivamente á 
la parte física, y sin citar para ejemplo de sus imperfecciones 
á ningún tullido, ni bizco, ni jorobado, ni cojo, sino al hom- 
bre que mas perfectamente formado se repute entre todos, un. 
hombre como el Apolo de Belvedere, verbi gracia, un hombre 
si se quiere, como el mismo Adán en persona, antes de mor- 
der la manzana. No me dirán ustedes que un tipo como ese 
les pueda parecer sospechoso, ó sea objeto de recusación^ 
Milton se deshace en elogios en presencia de tan bello ideal^ 
Milton es sin embargo un niño de teta, y él sí que habla 
bebido cuando tales cosas decia. A haber tenido yo el cargo, 
de formar al hombre, otra cosa saliera por Dios; pero para, 
que ustedes puedan saber lo que hubiera salido, necesario 
será que entremos de lleno en nuestro asunto notando las 
faltas é impei'fecciones de que hablo y que ustedes admirarán 
como otras tantas bellezas, ni mas ni menos que el autor del 
Paraíso perdido. 

Ante todas cosas yo hubiera formado al hombre con una 
costilla de mas, lo cual, sobre presentar mayor igualdad y 
equilibrio en uno y otro lado, me hubiera ahorrado el trabajo 
de formar la mujer con aquella malhadada costilla, y á la 



83 

consideración de ustedes dejo cuanto hubiera ganado el hom- 
bre á poderse pasar sin mujer. Vean, pues, ustedes ahí una 
falta cometida por la naturaleza, á no ser que en materia de 
costillas crean ustedes que las faltas son sobras^ en cuyo 
caso no tengo inconveniente en convidar á ustedes á comer 
un plato de chuletas á cualquiera hora del dia. 

En segundo lugar, yo hubiera criado al hombre con dos 
puertas de menos, con lo cual le hubiera evitado la golosina 
que le entró por la una, y no hubiera tenido tampoco ocasión 
de desmandarse por la otra, y si ustedes me arguyen ahora 
con que formado asi el hombre no hubiera podido respirar, 
yo les respondré que ni todo lo que se respira merece salir 
de allá adentro, ni todas las ñmciones que con las tales puer- 
tas se hacen nos dan motivo para recordarlas de un modo 
satisfactorio. Ademas que para dotarle del don de la respi- 
ración le hubiera puesto yo dos fuelles, uno debajo de cada 
sobaco, y era negocio concluido. De todas maneras, y prescin- 
diendo enteramente de la cuestión posterior, la sola necesidad 
de comer es ya una imperfección tan grande, que casi todas 
las imperfecciones humanas dependen de ella, no siendo la 
menor la necesidad de escribir algunos artículos de vez en 
cuando para satisfacer esta maldita propensión á comer, y asi 
salen ellos. 

£n tercer lugar, yo haUo mal la nariz donde está, al me- 
nos existiendo el hombre en los términos en que se halla 
formado. Yo se la hubiera puesto al lado de la otra puerta, 
y con eso cuidaría mejor del modo y oportunidad con que 
pone en juego el segundo de sus órganos respiratorios; y no 
que ahora comete setecientas barbaridades, porque como tiene 
la nariz tan lejos del mal que hace á las de los otros, lo que 
menos tiene presente es la comodidad ajena, y todo por ca- 
recer de un indicador que regule sus tacañerías. Fuera, pues, 
la naríz de la cara, y encajarla en el polo antartico. 

¿Y qué diremos de las pantorrillas ? Que- es la mayor 
atrocidad tenerlas en donde se ven, porque vamos á cuentas, 
señores: ¿hay golpe que duela mas que el que uno se da en 
la espinilla? Y todo por no tenf»r la pantorrilla delante, en 
cuyo caso hallaría uno el consuelo de embotar el golpe en 

6* 



84 

aquella almohada, y esto no es indiferente por Dios. Los 
perros en cambio casi siempre acometen por detras, y vean 
ustedes una linda merienda para los muy atreyidos en las 
pobres y tristes pantorríllas. Encajóme pues la espinilla de- 
tras, y que muerdan hueso y no carne. ¿Negarán ustedes 
ahora que la cosa se hizo al revés? 

Tampoco me hallo hien con el pelo de que llevamos cu- 
bierta la cabeza, diga lo que quiera el autor que mas arriba 
nombré, sobre la cabellera de Adán. Yo hubiera formado 
esa cabeza tan lisa y pelada como un guijarro, y á buen se- 
guro que entonces existiese un solo calvo en el mundo, ni se 
criasen en ella el algo y aun algos de que habla el señor 
Sancho Panza con aquella gracia y socarronería que ustedes 
tendrán bien presentes. 

Pues ¿y qué diré de los dedos que la naturaleza nos puso 
en los pies, y que sin servir para maldita de Dios la cosa, 
lo único que producen es callos y otras pejigueras por el 
estilo? Pero ustedes dirán que quien los produce no es ella 
sino los malditos zapatos, á lo cual contestaré yo que estoy 
mal con las manos también: si la naturaleza no nos las hu- 
biera dado, trabajo le mandaba yo ai zapatero que quisiera 
calzarnos los pies. Mas ahora recuerdo que sin manos no 
me hubiera sido posible escribir el presente artículo, y esta 
es una razón mas que suficiente para hallarme contento con 
ellas. Eso sin embargo no me probará la utilidad de los de- 
dos pedestres^ La naturaleza podia habernos dotado de nn 
casco, ni mas ni menos que al rucio del que arriba menté 
poco há. De este modo hubiéramos tenido un calzado infini- 
tamente mas barato que ahora y mas análogo sobre todo á la 
índole y circunstancias de nuestra especie, en su mayoría á 
lo menos. (Harto mas protegida se hallaría entonces la in- 
dustria, y no que ahora es una lástima el abatimiento en que 
yace la triste profesión de herrador! 

Por lo que toca á las orejas, no las hallo mal donde están, 
pero las hubiera querido mas grandes, por una infinidad de 
razones: la primera, porque así las hubieran podido menear 
á toda su satisfacción los que ahora las mueven á medias: 
lo segundo, porque siendo de cierto tamaño, los peores hom- 



8o 

bres del xamido qii«4arijtB convertidos ea ángeles de cabeza 
arriba, con solo cortarles el cuello : lo tercero, porque en caso 
de calor nos podrían servir de abanioots: y lo cuarto en £n, 
porque así me parece á mi^ y cada cual es d«eño de tener 
las orejas qne guste. 

£n cuanto á los dientes, claro está que aliándome mal 
con la boca, no deberé de estar muy satisfecho «ceu ellos; 
pero ya que los babíamos de tener, ftiese siquiera eu d sitr» 
donde coloco yo la nariz, y aisí cargaría él muy bellaico <xm 
esos dolores de muelas que nadie merece ooai éL Con eso 
quedaban las nalgas OMiyertidas &i dos regulares mandíbulas, 
y nonoa nos parecería duro ^ asiento, aun cuando no tuviese 
mullido. A bien que la Diosa Cibeles tiene mas fortuna que 
yo: vayan usledes al Prado, y allí la verán sentadita sin m^ 
verse de su carroza de mármol, gracias á su tafanario de 
piedra. 

Los ojos me parecen mal donde están, á lo menos el uno, 
y entiéndase que hablo de los de la cara. £n lugar de tener 
los dos en la frente, ¿por qué no nos puso la naturaleza el 
uno de ellos en el totraek), y así hubiéramos visto á los que 
nos pegan peor detras? Organizado así el hombre, hubiera 
podido dormir con el uno mientras velaba con el otro, y vean 
ustedes cuanto hubiera ganado una policía secreta verbi gnM- 
cia en tener esbirros así. Demás de eso, formado el hombre 
como yo digo, la mitad de los tuertos que ahora existen lo 
serían de la parte de adelante, y los otros de la parte de 
atrás, lo cual hubiera sido la cosa mas divertida del mundo. 

En cuanto á los codos me parece que deberían ser cuatro 
y no dos; quiero decir que cada brazo estaría mejor con tui 
codo de mas, y á la parte opuesta del otro, y así podríamos 
doblar los brazos susodichos del modo que ahora lo hacemos, 
y en sentido opuesto también, lo cual no me negarán ustedes 
que seria una yentaja de mas, y Te&taja inapreciable, para 
los torpes como yo, que á la menor indigestión que tienen se 
ven en la precisión de llamar una vieja provista de su cor» 
respondiente jeringa, y todo por no tener uno la ñexibilidad 
suficiente en los brazos para salir cada cual de su apuro sift 
ayuda de vecino. 



86 

Por otra razón semejante debieran ser cuatro también las 
rodillas. Personas conozco yo que no bacen otra cosa que 
tirar coces, y les vendría muy bien jugar las piernas hacia 
atrás para sacudir el aire mejor. 

Las manos no debieran ser calvas, sino peludas, y con eso 
ahorraríamos los guantes, comida demasiado cara para peti- 
metres como yo, y sobre todo en Madrid. Verdad es que 
entonces seria moda raparlas, como es ahora llevarlas vesti- 
das; pero moda por moda y exigencia social por exigencia, 
á mi rapamiento me atengo. 

El guante de navaja costaría á lo sumo un real por mano, 
con escepcion de la gente plebeya que por cuatro cuartos 
podría afeitarse las dos, y aun por menos sino se rapaba á 
dos aguas. Vayan ustedes ahora á comparar esa módica re- 
tribución barberil con los diez y doce reales que nos cuestan 
los guantes, sirviendo solo para uno ó dos dias cuando del 
modo que digo bastaba afeitarse las manos de domingo á do- 
mingo, y andaba uno decente. ¿Y qué varíedad no resultaría 
en las manos, á tener pelo como yo digo, y á exigir rapa- 
mientos la moda? Uno iría con la palma pelada y con el 
metacarpo vestido; otro pondría sus cinco sentidos en llevar 
rapados los dedos y cubierto de pelo lo demás; otro se ra- 
paría el pulgar y dejaría peludo el meñique; otro tendría la 
vanidad de nombrar dos barberos de camera, el uno para la 
mano derecha y el otro para la zurda; y otro en fin podría 
salir á barbero por dedo, y aun á barbero por articulación ó 
falange, ó como se deba decir. 

En cuanto á los dedos de que hablo, hubiera hecho yo 
que cada uno de ellos tuviese por remate ima campanilla ó 
cencerro ó cualquiera otra cosa que hiciese ruido, en cuyo 
caso no hubiera tenido inconveniente en dejar los ladrones 
con uñas. 

Pero ahora que nombro las uñas, ¿sabrán ustedes decirme 
para qué diantre nos sirven los tobillos? Ustedes dirán que 
esta pregunta es una transición espantosa, pues maldita la 
conexión que hay entre las uñas y los tobillos, á lo cual con- 
testaré yo que en efecto dicen ustedes bien, pero tiendan 
ustedes la vista por mas de cuatro escrítos de los que se 



87 

publican todos ios días, y si astedes encuentran en ellos 
mas conexión que en el mió, consiento en que me arranquen 
ustedes los tobillos de que estaba hablando, y que nunca he 
podido saber para qué demonio son buenos. 

Yo hubiera puesto la lengua en parte menos húmeda que 
la que ocupa ahora, como dice muy bien Saavedra Fajardo, 
aunque á Hermosilla le parezca muy mal; y por lo que toca 
á la saliva, la hubiera hecho despedir por la oreja, para que 
así no me salpicasen algunos cuando me hablan. En este 
caso hubiera podido decir Arriaza hablando del jaque que 
llamaba al toro 

Y escupiendo á través por la orejiya^ 
lo cual no me negarán que seria infinitamente mas euco que 
escupir á través por el colmillo, como dice el susodicho se- 
ñor^ y como puede hacerlo cualquiera. 

Pero yo me esti^do demasiado : y para probar las imper- 
fecciones de que adolece la naturaleza, basta y sobra con lo 
que llevo dicho. Ademas de eso me duele también la cabeza, 
y gracias á esa imperfección que se me olvidaba apuntar, me 
es imposible pasar adelante. ¡Qué no hubiera formado yo al 
hombre á lo menos de cuello arriba! Diérale yo dos cabezas 
en vez de una, ó le hubiera dado una sola, pero amovible 
como la magistratura española, y con eso me quitaría ahora 
la que me está doliendo (la cabeza se entiende) para encas- 
quetarme la de cualquiera otro exenta de tal pejiguera. ¿Qué 
ventajas no tendría uno entonces para lucirse como escritor? 
T todo sin cansarse una pizca, porque con quitar la cabeza 
á Zorrilla, bastaba por ejemplo para sobresalir este humilde 
servidor de ustedes en el género líríco; y para lucirme como 
dramático pediría prestada la de Hartzenbusch, y para hacer 
un epigrama ó para escribir un artículo en el género atroz, 
arrancaba á Yillergas la suya, y salia uno del paso. Verdad 
es que entonces podría dudarse si lo que yo escríbia era mió 
ó ajeno ; pero yo también dudo ahora si lo que dtros escriben 
es suyo, y eso que no hay esa amovilidad de cabezas que yo 
quisiera en nosotros. Pero he dicho que me duele la mia, y 
habrán de disimular mis lectores si les he calentado la suya 
con tanta majadería y disparate. Yo que los reconozco como 



88 

el priiaero, bo soy sin embargo el primar di^arAtador que 
entre nasotro^i se pone á escribir. Otro dia tal ve¿ hablaré 
á ustedes mas despacio acerca del particular. 

Miguel Aoüstik Prifcipe. 



UNA ONZA DE ORO. 

En los tiempos que corremos el que tiene una onza de 
oro tiene diez y seis duros, que no es poco, ó trescicaitoa 
veinte reales que parece mas y no lo es. A yeces el que 
tiene una onza no tiene un coarto, porque 6 lo sabe un des» 
ollinador de cofres, vulgo ladrón, y alivia el peso á su pro* 
jimo, porque también los ladromes tien«n prójimos, ó lo ave* 
rigua el gobierno y por si la industria y- comercio de ajos ó 
cebollas ó versos, que usted ejerce produce tanto mas cnanto^ 
se queda á buenas noches, por via de contribución ó préstamo 
voluntario por ñieraa, que son las únicas garantías establea 
consignadas en las constituciones modernas. Pero yo me rio 
de los gobiernos y de los ladrones en este particular. Tuviera 
yo muchas onzas de oro que poco cuidado me daria del 
mundo por mas enemigos del bolsillo ajeno que espiasen 
mis pasos. 

£1 dinero es un antídoto uni¥ersal que cura todos los ma- 
les como Mr. Le Boi, y mejor. Y no se crea esto una ob«^ 
servacion inútil por lo trillado, á pesar de cuanto d^'o Quei- 
vedo y otros que no fueron Quevedos. £1 dinero ha sido ea 
todos tiempos un caballero respetadísimo, porque ante su 
dignidad el mundo entero ha humillado la frente; p^ro el 
siglo diez y nueve, investigador á toda prueba, ha hecho 
descubrimientos importantes en la materia. £1 dinero en 
nuestros días es la justicia, la religión dominante es el dinero^ 
la moral el dinero, la política el dinero, y hasta el honor es 
un sinónimo de dinero. Antiguamente se revolucionaban los 
pueblos, en el dia se revoluciona el dinero. La aristo^acia 
de la sangre, la del talento y otras aristocracias que caduca* 
ron, han dejado aaicho campo donde enseñorearse pueda el 



60 

poderoso catmllero don Dinero. Pura ser Senador es preciso 
tener cuArenta mil reales de renta, para escribir de política 
depositar cuarenta mil reales, para tener veto electoral pagar 
siete reato de kabitacion y temblando estoy el dia en que 
hasta el santiguarse un católico entre en las conlxibucioDes 
de CQota fija. No es nuestro objeto mezclamos en la polática; 
hemos citado estos ejemplos, no tanto por manifestar defectos 
en la Constitución vigente, como para probar que en todo 
cuanto se elabora en el dia entra el metálico como ingrediente 
indispensable, como poderoso y general elemento. 

Pero hay dÜNrenda entre el dinero snelto y el dinero 
agarrado. No es k) mismo tener una oaza, que tener diez y 
seis diuros, y aunque parece que Tale lo mismo porque según 
los lógicos, chs €0808 igumÍ88 á una tercera 8cn iguales entre 
^y y según los matemáticos el orden de factores no altera el 
prodticto, y á pesar de qne en caso de duda cualquiera pre* 
üeriría los míteko8 pocoe á los |>oco« mMtchos, á imitación de 
aquel Señor de mü pmb iee que renunció uno por ser Seí:or 
de novecientos noventa y naeot^ que es menos y abulta mas, 
y sin embaigo estoy por la iuTersa y nada me importa no 
tíMker diez y seis dures oon tai de tener una onza de oro 

£n primer lugar una onza de oro como que solo es una 
onza, no pesa mas que. una onza y se puede llevar sin inco- 
modidad en el bolsillo. Lleve usted diee: y seis duros y verá 
que ñgora tan benita presenta. Si se lo pone en el bolsillo 
del chaleco parecerá «fue tiene tetas postizas; si en el del 
pantalón, como estamos taa desmoralizados, se toma por cosa 
mala y si en los dd írac no se puede andar porque los fal« 
dones juegan y las corbas pagan. Añadan ustedes á esto el 
inconveniesHte del peso y la posibilidad de que la tela se 
rompa y cada moneda se marche por su lado, de modo que 
cuando alcance lua le hayan los transeúntes biiiado las 
demás. 

Otra ventaja está en el laconismo con que se puede espre- 
sar un ciudadano, como por ejemplo, cualquiera dice : apuesto 
una onza ó si me costara una onza, y nadie dice: apuesto 
diez y seis duros, ó haría una muerte si no me costara mas 
que diez y seis duros. 



90 

Otra ventaja es que para enseñar un hombre su dinero, 
puede sacar con cualquier pretesto una onza, pero sería una 
ridiculez para haeer alarde del dinero meter la mano en el 
bolsillo y sacar un puñado de duros. Luego, como el oro 
produce una sensación tan viva y tan agradable, y como no 
se sabe si al que al descuido enseña una onza le quedan 
mas, es muy fácil pasar por rico y esta es una fortuna por 
no decir un mayorazgo positíro. 

El que enseña una onza con el pretesto de no cambiar, 
tiene derecho para pedir prestado á todo el mundo. A uno 
le dice: ¿tienes una peseta que me hace falta? por no cam- 
biar esta onza . . ; á otro: ¿me prestas un par de reales? 
Y como una peseta ó un par de reales entre caballeros es 
cosa en que no se repara, la onza de oro ha atraido con 
mágica virtud algunas cantidades que quedan á beneficio del 
último poseedor. Y como en una corte tiene uno tantos ami- 
gos y conocidos, resulta que puede una onza de oro redituar 
sin esposicion ni cargas de ninguna especie, tanto como una 
casa de cuatro pisos y doce balcones en la calle de Alcalá. 

Hay mas; va usted con una onza de oro á comprar zapa- 
tos ó unos tirantes ó un pañuelo ó una corbata. Para eso 
no debe entrar en los grandes comercios donde tienen cambio 
no digo yo de una onza sino de mil. £1 especulador de la 
onza debe elegir las tiendas de mala muerte, donde no tengan 
para cambiar un Napoleón. f}s claro que en ciumto vean 
echar una onza con arrogancia banqueril sobre el mostrador, 
tanto por ganar un parroquiano tan rico, como por no pasar 
la plaza de pobres, han de decir: «; Ave María! ¡cambiar una 
onza por diez ó doce reales! Vaya, vaya, ya volverá usted 
por ahí. » El otro dice entre sí : « ya se ve que volveré .... 
las espaldas» y contesta retirándose: «por aquí vendrá el la- 
cayo con esos maravedises.» Pero la venida del lacayo tan 
esperada como la del Mesías obliga á cantar en la tienda: 

El que espera (lese.spera 
y el qae viene nunca llega : 

6 acordándose de las coplas del Marobrú: 



91 

El l^icayo no viene 
no sé cuando vendrá ; 
si vendrá por la Pascua 
ó por la Trinidad. 

Si es para los amores no hay atractivo como una onza de 
oro; aunque tenga un hombre ojos de pulga, juran las mu- 
chachas que le han visto ojos de buey, y sin mas garantías, 
ni mas recibo, ni mas ñador le entregan el corazón ó cosa 
que lo valga. 

Pero donde se luce una onza de oro es en el café. Co- 
nozco yo un ciudadano, que es el que me ha dado materia 
para este artículo, que tiene tanto cariño á una onza, com- 
pañera de glorias y fatigas por espacio de diez años, que 
nunca se separa de ella por mas que lo amenaza todos los 
días. £n cuanto ve un corro de personas conocidas allá se 
encaja ; trata de lo que tratan, come de lo que comen y bebe 
de lo que beben. Si pagan voluntariamente se aguanta como 
un zorro. Si no hay quien pague saca una onza y entonces 
no falta quien diga: no, no cambie usted, tengo yo suelto; 
y la onza vuelve á su sitio como la baqueta á la caja del 
fusil, como el pájaro á su nido, como cuerpo abandonado en 
el espacio que busca su centro. No para aquí la maña de 
mi amigo. Muchas veces encuentra á un camarada en la 
calle y le convida á almorzar ó á tomar café, por de contado 
con ánimo decidido de no pagar. Procura que el gasto no 
suba demasiado porque entonces faltaba el pretesto para dejar 
de cambiar la onza, y después de engullir como una suegra, 
llama al mozo y le enseña su onza, y el compañero echa 
mano al bolsillo con la consabida fórmula de: no cambie 
asted, tengo suelto. Algunas veces insiste en pagar, hace que 
se incomoda; pero como el mozo alargue la mano pronto, 
retira la suya diciendo: bien, consiento en que hoy paguen 
ustedes, pero yo me vengaré. Y efectivamente se venga en 
hacerles pagar siempre que les convida ó le convidan. 

Juan Martínez Villergas. 



92 



ORIGEN DEL CARNAVAL. 

Repicando cestauaelas, 
redoblando «I atabal 
se nos viene con las risas 
el travieso Carnaval. 

Confesemos que es una singularísima cosa el CamaTal. 
No hay formalidad posible en cnaiito él aparece. No hay 
gravedad qne no vacile, ni prudencia -que no titubee. GrandeB 
y pequeños, hombres y mi^eres, imbéciles y sabios, varones 
de reflexión y mozalvetes evaporados, todos se interesan con 
mas ó menos ardor en su efímero tránsito ; nadie se le moestra 
completamente abyecto. £1 Carnaval es un periodo de disi- 
pación y de locura: atesora placeres para todas las edades, 
diversiones para todos los gustos, distracciones para todas las 
clases. Las máscaras, los bailes, los festines son los primeroB 
elementos que satisfacen en estos dias toda suerte de exi- 
gencias. 

La vida del hombre es un donoso mosaico, pero compuesto 
de piedras falsas : toda ella es una farsa ridicula que mientras 
haya hombres segoirá representándose en este picaro mundo. 
Ahí, sin ir mas lejos, tiene usted gentes que durante once 
meses y medio del año cifran toda su atención y conato en 
parecer pnidentes, discretos, reservados, sensatos y juicioeoB 
en fin; que se martirizan acaso para ostentar un esterior que 
jamas pueda dejar concebir de ellos ni una idea de atolon- 
dramiento, de ligereza ó estravagancia. Cuando hablamos, 
cuando habláis vosotros mismos, lectores amados, sin que sea 
esto im agravio, cuando hablo yo ... . cuando hablan todos, 
en una palabra, procuramos hacerlo con moderación, con toda 
la reflexión posible para que no se nos tenga por tontos 6 
por escapados de alguna casa de Orates: pero hete aquí que 
llega el mes de febrero repartiendo á todo vicho viviente 

mascarillas y dóminos y patatrás ¡ Dios nos tenga de su 

santa mano! todos los andamies de las bellas apariencias 
esteriores de prudencia y circunspección se desploman. 



93 

Bien conozco que la gravedad de la vida redama algún 
intermedio de desahogo. Es una necesidad confesada y aten- 
dida en todos tiempos y por todos los siglos. Un corto pe- 
ríodo de locura alarga la existencia del hombre: todos los 
pueblos han reconocido esta verdad. Los antiguos judíos te- 
nian su gorál, los persas y los babilonios sus saetas ^ los 
griegos sus enynias, los romanos, mas ardientes en todo, 
tenian no solo sus saturnales como los griegos, sino también 
sus bacanales y htper cales. Los judíos modernos tienen su 
purim, ios musulmanes su heyram, los ingleses su ehristmas 
y los demás pueblos el carnaval; pero observad bien, mis 
amados lectores, que la esencia de todas estas fiestas antiguas 
y modernas ha sido siempre la mesa, el baile, las máscaras, 
his diversiones, la risa. 

Celebráis el Carnaval en gracia de Dios; pero ¿sabéis bien 
k> que es el Carnaval? El Carnaval es una licencia para que 
toda persona decente pueda correr como un loco por esas 
calles de Dios con un rabo mas largo que el de Luzbel, y 
un pedazo de cartón en ]a cara haciendo el oso delante de 
todo el mundo. Los primeros sacerdotes cristianos se des- 
gañitaban declamando contra las bacanales; pero las locuras 
de aquella época habían echado demasiado hondas raíces en 
las costumbres para que las gentes renunciasen á ellas. Los 
catecúmenos no tenian inconveniente en someterse al bautismo 
y adoptar la nueva ley, con la condición de que no se les 
privasen aquellas diversiones favoritas. El hombre era inse- 
parable del neófita, y el neófita apasionado de aquellos pla- 
ceres, á los cuales quería hacerle renunciar el bautismo. En 
esta lucha entre el ente positivo y el ente de razón, no siempre 
se llevaba el último la victoria. Se apetecía el bautismo sin 
renunciar á las máscaras. Tertuliano se queja de esto amar- 
gamente ; pero hubo que ceder á la fiíerza de la costumbre y 
transigir. Así es, que la institución del ayuno preparatorio 
á la fiesta de la resurrección, ó la pascua crístiana, imponiendo 
una dura penitencia de cuarenta dias de austeras prívaciones, 
dio motivo á que antes de entrar en esta rígorosa cuarentena, 
permitiese el cristianismo todas las locuras del Carna- 
val. Pero no solo eran permitidas en esta época. Los 



94 

ministros de la religión eran los que mas se aprovechaban 
de semejante tolerancia para solazarse en cambio de sus 
privaciones, y llevaron el delirio hasta el estrenio de disfíra- 
zarse en muchas circunstancias solemnes y hasta en las pom- 
pas fúnebres y entierros. Si no me creéis, consultar podéis 
los estatutos sinodales que Hinemar, arzobispo de Reims, dié 
en 853 á su iglesia. Este prelado prohibió á los religiosos 
de su diócesis el emborracharse (perdóneseme la espresion) 
la víspera del dia de los difuntos, de lo que puede lógica- 
mente deducirse que aquellos santos varones tenian la costum- 
bre de coger un lobo como un templo en aquel dia. Prohi- 
bióles, como digo, comer, beber, cantar y bailar la danza del 
ose. El Carnaval, jamas autorizado y siempre tolerado por 
la iglesia, se celebraba en las comunidades religiosas. Hace 
ya algunos siglos que el último domingo de Carnaval se cele- 
braba en Roma una fiesta á la que asistía el papa á caballo, 
rodeado de todos los cardenales. Las gentes, á pié los pobres 
y los ricos á caballo (esta es costumbre de todas las épocas) 
iban en procesión al monte Testacio, donde se hacia un sacri- 
ficio solemne. Empezábase la función por inmolar un oso. 
Era el símbolo del diablo tentador de nuestra carne. Mata- 
ban en seguida unos becerrillos, que decían significaban el 
orgullo de nuestros placeres. Que el diablo fuese represen- 
tado por un oso, fácilmente se concibe, su fealdad podia 
justificar la comparación; pero que los inocentes becerritos 
fuesen el símbolo de la voluptuosidad y del orgullo, es difícil 
de concebir. 

En el siglo XV tenian también los cardenales la costumbre 
de disfrazarse y pasearse por las calles de Roma en carrozas 
triunfales, con la cara tiznada, precedidos de trompetas y 
clarines: y como se disfrazaban en las iglesias, lo prohibió 
en 1456 el concilio de Soissons; y por último, el concilio de 
Toledo prohibió en 1565, que los eclesiásticos se disfrazasen; 
pero como los frailes de España han sido siempre alegres y 
aficionados á la zambra y gresca, fueron los únicos que con- 
tinuaron en ciertas solemnidades, disfrazándose y bailando en 
el coro. 

En «algunos países se ven durante el moderno Carnaval, 



95 

particularmente en Italia, disfraces alegóricos que no dejan 
de tener mérito, ocurrencias felicísimas que divierten sin ofen- 
der á la sana moral; pero en esta bendita España, no obstante 
de que el Carnaval dura el año entero porque todo el mundo 
anda disfrazado, con máscara de hombres de bien los unos, 
de patriotas los otros, de liberales estos, de constitucionales 
aquellos, estando muy lejos de ser lo que aparentan; en 
España, digo, se reducen las felices ocurrencias de los aficio- 
nados, á hacer el oso por las calles, á vestirse de esteras y 
revolcarse por el lodo, á pasearse por el sol con paraguas 
rotos, á ponerse cucuruchos en la cabeza, á beber en un orí- 
oal (con perdón sea dicho) y decir cuatro picardías al lucero 
del alba. 

Wenceslao Ayguals de Izco. 



EL AMIGO PEGOTE. 

Así que por contrario de mas brio 
tengo, querido Polo, al que me ca-sa 
que al que me saca al campo en desafío. 

QubVEDO. 

Un amigo pegote es un verdadero enemigo; es el que 
arroja la piedra y levanta la mano con otra, y está continua- 
mente hiríendo y preservando siempre del ataque por el velo 
con que encubre sus tiros. Los halagos de un amigo pegote 
son confites dados con trabuco que estarán todo lo dulce que 
se quiera, pero matan á corta distancia. No hay medio de 
deshacerse un hombre de enemigos asi; porque no entienden 
las indirectas, y se hacen los desentendidos á los desdenes 
con tal serenidad de ánimo, que les autoriza para ejercer sus 
crímenes confiados en la impunidad. Al contrario sucede con 
el enemigo que no se disfraza, porque se le ve venir y se 
pone uno en guardia hasta llegar una vez á las manos; lo 
cual da á unos y otros carta de segundad para en adelante. 

Tengo yo un amigo de la especie de los enemigos disfra- 
zados, cuya carga no me es ya posible soportar sin que me 



96 

ocurra medio de libertarme de ella; porque todos los he ten- 
tado infruetuosamente. Ni las indirectas del padre Cobos, ni 
ke insultos mas marcados b«Btan á librarme de su sombra 
que me persigue sin cesar, interpretando todas mis pullas y 
claridades como ehanzonetas hijas del buen humor. Si alguna 
▼ez le avergüenzo delante de gente, todos nos ponemos colo- 
rados menos él, y cuando esperan los deasas qtie tome el 
sombrero y se vaya, salta muy serio: ¡qué «pensiones tiene 
este demonio! ¿Ten ustedes eso que está diciendo? Pues es 
hombre que no se halla sin mí. — Y esta es una verdad 
eomo un templo, porque le encuentro en todas partes. Esto 
me da tanta ira que hasta de replicarte se me quita la volun- 
tad, y entonces él engreido con mi silencio dice: ¿ven uste- 
des? él que calla otorga. {Anda camastrón! si no fuera por 
mí, ¿cómo te verías tú? — Y ¿qué quieren ustedes que se haga 
con un hombre así? No hay mas que dos caminos: ó dejarle 
ó matarle. Si le dejo me está dando cordel para ahorcarme 
el dia menos pensado, y si le mato me ahorcan de fíjo. 
Aquí viene de molde el cantar: 

Si me miras me matas 
y si no también; 
de todos modos muero 
con que miramé. 

Cuando vine yo á Madrid que no tenia ciertamente á donde 
volver los ojos para ganar una peseta, me veía lo que se 
llama entre espada y la pared. Andaba huyendo de todo el 
mundo por no verme en la afrenta de recibir obsequios sin 
poder corresponder á ellos. Dormía de dia y me levantaba 
al anochecer como murciélago, con mas vista que un lince, 
mas oido que los gatos, y mas coraje que los gorriones. Sa- 
lía á dar un vistazo por esas calles para consuelo de tripas 
sin atreverme á concurrir á tertulia alguna. Los cafés eran 
sitios verdaderos para mí por dos razcmes; la primera por no 
rerme en el compromiso de tener que convidar á alguna per- 
sona, y la segunda por si los mozos me equivocaban con otro 
que se hubiera ido sin pagar, y me daban una manta de las 
que no se hacen, en Falencia. Aun en la calle peligraba mi 
seguridad personal, y eso que todavía no sonaba en escribir 



97 

el Baile de Piñata, y andaba con tanta cautela como reo de 
lesa majestad en un gobierno absoluto. Hasta loa dedos se 
me bacian huéspedes; cuando de lejos veia uno que me pa- 
recía haberle visto en otra ocasión, me pasaba á la otra acera 
diciendo para mí : vaya con Dios, le desprecio. Al pasar por 
las tiendas, como siempre están ihimmadas, bajaba la cabeza 
y levantaba el embozo dé la capa basta las cejas, mostrando 
que era frío lo que en realidad era miedo. Así pasé algunos 
meses como quien dice comiendo el negro pan de la emigra- 
ción, 6 si les parece á ustedes, prisionero en mi propia casa, 
incomunicado para la sociedad, sin mas distracción que los 
grillos que el hijo de mi patrona cogta en el campo, porque 
era en el mes de mayo, de suerte que ni el requisito de los 
grillos faltaba para ser un verdadero preso. Dos meses hacia 
una vez que no podia pagar & la patrona ni tenia esperanzas 
de adquirir dinero por ningún ^do. Gracias que la infeliz 
era prudente y conociendo mi posición la respetaba en medio 
de sus apuros; pero llegó un dia en que ya no pudo mas, y 
me suplicó la proporcionara algo aunque no fuera todo. Yo 
porque no dijera, tomé la capa y salí á ver si encontraba 
alguna cosa; pero ¿qué hübia de encontrar si nada se me 
había perdido? Por otra parte ¿á quién pedia yo prestado 
si todos mis amigos estaban tan tronados como yo? Salí sin 
embargo á hacer que hacemos, sin saber si tirar por la calle 
de la Paciencia ó por la Costanilla de los Desamparados; 
todos los caminos me eran iguales. Por fin me interné en el 
barrio de Buena -dicha, siendo yo el rigor de lo contrario, y 
no tuve tiempo para meditar en la crisis del momento, cuando 
tí un hombre que venia hacia mí con los brazos abiertos. 
¡Gracias á Dios! dije yo, que sin duda encontré la buena 
dicha ;^ pero cual fué mi tristeza cuando me encontré con un 
amigo de la niñez que me dijo: ¡cuánto me alegro de ver á 
usted! porque acabo de llegar y no tengo casa conocida, y 
por un olvido involuntario me he venido sin dinero. Yo no 
sabia cómo evadirme del compromiso; porque de buenas á 
primeras decirle : duerma usted en la calle, era una atrocidad, 
y calculando que ofreciéndole mis servicios con frialdad no 
Herkmann. 7 



98 

aceptaría aada, le hice los cumplimientos de costumbre: Amigo^ 
yo de poco puedo servir, no obstante en la calle de tal, nú- 
mero tantos tiene usted sü casa. 

— Con mucho gusto iré á hacerle compañía todo el tiempo 
que esté en Madrid; tengo amigos que me recibirían con los 
brazos abiertos, pero antes quiero cumplir con usted que 
con nadie. 

~ Conmigo tiene usted cumplido; ademas yo no le podré 
ofrecer grandes cosas. 

— No importa; si no hay mas que sopas, sopas come- 
remos. 

Un sudor se me iba y otro se me venia: estaba resuelto 
á trocar las senas si volvia á preguntarme; pero el maldito 
no necesitó de esto que me dio la mano, y por cierto que me 
apretó la mia en tales términos que me la dejó entumida. 
Iba yo á decir ahur y tuve que decir ¡ay! Me plantó en se* 
guida un abrazo de aquellos que le dejan á uno sin respira- 
ción por cinco minutos, y se despidió diciendo: ¿Con que calle 
de tal, número tantos? Hasta luego. 

Cuando volví á casa ya estaba mi patrona mas consolada; 
pues habia bailado quien la prestara doscientos reales. Ko 
me determinaba yo á manifestarla el resultado de mi espe- 
didon ni mucho menos el desdichado hallazgo del barrio de 
Buena -dicha; pero el amigo me ahorró este trabajo dando un 
fuerte .campanillazo y tomando después posesión de la casa, 
diciendo: amigo, dispense usted si me he detenido un poco 
mas; le habré hecho esperar demasiado. Tuve que perder 1& 
vergüenza y decir á la patrona el compromiso con aquel hom- 
bre y ella la pobre era de tan buena pasta que dijo: ¿cómo 
ha de ser? Comerá lo que haya. Sacó un colchón y le 
tendió en el suelo para mí, dejando al otro por amo.de 1& 
alcoba. 

Pero el buen amigo era tan delicado que nada le venia 
bien: el dia siguiente se quejó de que la cama estaba dura, 
y la patrona que era una pobre vieja se resolvió á ponerle 
mi colchón diciéndome: no tengo mas que el otro donde yo 
duermo ¿cómo ha de ser? tendrá usted que dormir con- 



99 

migo. Y yo respondí ¿cómo ha de ser? tendré que dormir 
con usted. 

En la comida todo se lo voWia hacer gestos y esparava- 
nes; ya porque la comida estaba sosa, ya porque estaba sa- 
lada y prommpiendo en desvergtlenzas á lo mejor concluia: 
yo no sé por qué sufre usted ese trato. Estas mujeres son 
unas puercas que no saben su mano derecha para nada . . . 
Yo estaba en brasas. Aseguro por quien soy que me iba 
cargando el huésped y tentaciones me daban de romper para 
siempre; pero esto era bochornoso para mí y le dejé que 
bidera lo que le diera la gana, consolándome con la idea de 
qae pronto arreglaría sus negocios y me dejaría en paz. 

Un día se levantó de buen talante después de leer en la 
cama el correo (cuyo porte pagaba la patrona). Te voy á 
dar una buena noticia, me dijo: has de saber que mañana 
tendrás en tu casa á mi mujer, con el niño menor, la niñera 
y dos hermanos mios. Me apresuro á darte la nueva porque 
conozco tu genio y sé que te alegrarás — Como si me rallaran 
las tripas, dije yo para mí, y él prosiguió haciéndome la 
descripción de lo guapota que estaba toda su familia. Ya se 
ve, decia, si comen por los codos . . . 

Lo que pasó de allí en adelante daría materia para mu- 
chos tomos. Considere el lector mis apuros y los de la pa- 
trona, buscando camas y que comer para toda aquella gente. 
Considere que así estuvimos cerca de seis meses, y dígame 
si me desempeñaré yo mientras viva de las deudas contraidas 
entonces, y si merezco condenarme aunque muera en pecado 
mortal. 

Salía yo una mañana de casa á tiempo que llegaba un 
hombre preguntando por mi amigo. Entró aquel hombre, y 
yo, anhelando saber algo que me librara de aquella plaga 
que había invadido mi casa con tanta desfachatez, me paré á 
la puerta y escuché este diálogo: 

— Vengo á que me pague usted lo que me debe. 
-— Hombre, me encuentro sin un cuarto. 

— Es que si no vendrá un alguacil y se llevará lo pri- 
mero que encuentre. 

7* 



100 

— ¿Por qué lo ha de llevar, si yo ofrezco pagar cuando 
pueda? No faltaba mas que me dejase usted sin sillas y sin 
mesas y sin todo lo que hay en casa que es mió y á nadie 
le debe nada. 

— Pues, señor, desde aquí Yoy á casa del juez. 

— Hombre, aguarde usted unos días. En cuanto Tenga 
mi criado, que es ese que salía cuando entraba usted, escri- 
biré á mi mayordomo y . . . . 

No le dejé acabar la frase, entré como un desesperado 
diciendo: ¿quién es so criado de usted? Ya pueden ustedes 
todos tomar la puerta 6 les echo por el balcón. Y efectiva- 
mente desocuparon la casa pidiéndome mil perdones. El 
amigo al salir de casa me dijo: espero qire este lance no 
entibiará nuestra amistad, y me di6 un apretón de mano tan 
atroz que todayía me resiento cuando tomo la pluma para 
escribir estos artículos. 

A pesar del modo violento con que arrojé al amigo de mi 
casa, por aquello de que^ cuando uno no quiere no riñen dos, 
no puedo una hora verme libre de su sombra. A las horas 
de comer le tengo á la mesa; cuando voy al café rae le en- 
cuentro allí dispuesto á tomar un sorbete después de que- 
brantarme la mano, y si huyo del café de costumbre y me 
meto en otro, parece que el maldito me busca por el olfato 
como perro perdiguero : no bien me he sentado cuando siento 
darme la palmadita en- las espaldas diciendo: vengan esos 

cinco Escribo este artículo con el objeto de leérsele 

siempre que me visite; pero ni por esas, estoy convencido 
que no se dará por aludido y será capaz al verse retratado 
de esclamar dando una carcajada ¿Será posible que haya 
hombres de tan poca vergüenza? 

JtTAN Martínez Villergas. 



101 



CADA UNO EN SU CASA Y DIOS EN LA 

DE TODOS. 

«i Pues estando Dios en todas partes, decía el confesor al 
penitente chicoelo, estará también en la cuera de tu casa!» 
— "No, padre.» — u¡£rgo píllete!» — «No píllete que en 
mi casa no hay cueva.» — Pero nosotros tenemos cueva sin 
casa ó mejor didK>, carecemos de ambas cosas á la vez, por- 
que somos casi usufnictnaríos de un aposento á piso bajo, 
en calle estrecha, con mas un gigante de la arquitectura mo- 
derna enfrente, cuya funesta pantalla nos haría cegar antes 
de tiempo, en el caso imposible, de que un edificio á la or- 
den del dia, durase mas que nuestra vista, y en la actualidad 
es harto corta por desgracia. En cambio de esto jamas he- 
mos dudado de la bondad divina, y con una verdadera fe á 
ciegas creemos que Dios se digna obsefrvarnos en nuestro 
humilde gabinete, desde cuyo sitio esperamos su ayuda para 
que corra con facilidad la pluma que con arreglo á lo preve^ 
nido en las escuelas de príma, se halla entre los dedos de la 
mano derecha. Y sépase aquí, como cosa de gran interés, 
que nuestras plumadas podrán ser malas, aunque seria de 
desear que fuesen buenas, pero proceden por línea recta del 
ala izquierda de un ganso, y esto cuando menos no es moco 
de pavo. Últimamente encomendemos á Dios la pluma y 
ya puede dictónos el diablo mismo, que el triunfo no es 
dudoso. 

Empiezo pues mandando (circunstancia precisa para que 
no me obedezcan) que no entte nadie en mi cuarto. La con- 
signa no puede ser mas fácil, ni el santo y seña menos sus^ 
ceptible de equivocación: uEstá? — No, señor.» Esta res- 
puesta sobre llevar consigo todas las virtudes de obediencia 
y respeto necesarias , es algo mas breve que la oficiosa pre- 
gunta de: «Si yo supiera quien es usted — pero ya se ve,* 
luego ! . . . » — No tengas cuidado, dice el tarambana (porque 
en estos casos todos la dan de calaveras) y suele ser mi 
amigo F. . . que añade: «Para mí no se niega nunca; lo mismo 
hago yo con él.» (Hay que advertir que en las pocas veces 



102 

que he ido á sa casa nunca estaba en ella). — «En ese caso, 
contesta el fámulo, pase usted adelante.» Y mientras llevo 
diez minutos escasos de soledad y me felicito por los gran- 
diosos resultados de mi negativa, oigo ruido en el pasillo que 
conduce á mi habitación; tararean un aria intarareable, y el 
redoblante de la orquesta son los tacones de unas botas, du- 
ros por mas señas, mal que le pese á mi casero y al pavi- 
mento de su finca. La primer idea que me ocurre es en- 
castillarme en la última línea de mi indefenso gabinete y la 
segunda ponerme en pié para dar una vuelta á la llave ; pero 
la tercera parte de mi plan, ó la primera de otro, estaba á 
cargo de mi amigo que se adelanta á mis intenciones alzando 
el picaporte, y diciéndome por toilo saludo: «¡Qué bárbaro!» 
Algo me asusta el apostrofe pero no tanto que me impida 
protestar el endoso sin descuento y acto continuo le replico: 
«Qué bruto!» 

Parodiamos después , como complemento del saludo, las 
chanzas de los aguadores y mozos de esquina terminando los 
ejercicios gimnásticos por quitarse mi amigo la levita para 
que le cosan un rasgón que se hizo en la espalda (de la le- 
vita) al dar en tierra con mi tintero, mis libros y varias otras 
cosas, que cuando cayó el velador, no tuvieron un San Vicente 
que las dejase en el aire como al albañil de la historia. 
Acércase al espejo en mangas de camisa y le da por reir á 
carcajadas; yo me rio también porque me figuro que habrá 
motivo para ello. Una de las cosas que no creeré jamas es 
que haya quien tomando la risa por una ocupación como otra 
cualquiera, mate el tiempo riendo. Desgraciadamente los 
muebles de mi cuarto no vuelven á su estado primitivo aun 
después de restablecida la calma; y tengo esto por una des- 
gracia, no porque yo sienta que mi escribanía no sea de plata 
sino porque quisiera que el vidrio no fuese tan frágil. Y ya 
que esto fuese inevitable sería muy útil que la tinta conser- 
vase su forma sólida, cuando se rompen las paredes del frasco 
en que se encierra ; pero estas reformas caligráficas son para 
mas despacio, y casi es mejor habilitar un bote de pomada 
para que sirva interinamente la plaza del difunto (Q. E. P. D.) 
tintero de cristal. 



103 

Cesan las risotadas de mi amigo al ver en pié mi velador 
y que me dispongo á escnbir. Suplicóle silencio, j me le 
otorga; pero coge una pluma, j si estuvo feliz como mozo de 
cordel, no lo está menos como criado de servicio ociosu, po- 
niendo su nombre en cuantos papeles tienen la fatalidad de 
estar en mi mesa, y la desgracia de caer en sus manos. 
«Lástima, le digo, que no te llames Juan Pérez, ó Manolo 
Fernandez, y fueses poniendo tu nombre con carbón en todas 
las calles de Madrid.» Y aquí lamentamos otra vez la poca 
estabilidad de los edificios modernos, que destruye este medio 
de pasar á la posteridad. 

Concluye aquello por persuadirme yo de que es mucho 
mejor sacrificar la parte por el todo, y aunque los cascos del 
tintero y los papeles emborronados me denuncian como in- 
molada una parte de mi ajuar, conozco que es indispensable 
sacrificar otra por lo menos, y después de un detenido exa- 
men, resuelvo en auto definitivo ofrecer mi persona á la 
disposición de mi amigo; para lo cual escondo el cuello y 
parte de la jeta en una chalina, cubro la camisa con las so- 
lapas del gabán y ea «marchemos» digo. — Allons, responde 
el camarada, y sans camplimens añade en tono de burla por* 
que salgo el primero de la habitación. Apenas ganamos la 
calle, me pregunta — ¿qué hacemos? — No sé, respondo, 
estoy á tus órdenes, desde que te empeñaste en no dejarme 
escribir . . . oreo que para ello tendrías tu pian. — No había 
resuelto nada, pero improvisaremos algo en que pasar la ma- 
ñana, iremos de visitas. — ¿De visita, á las doce, y con esta 
facha que yo llevo? — igual á la mía en un todo. — Buen 
consuelo. — No te apures, hombre, serán visitas de neglissé. 
— Sea lo que quieras, le dije, y en el idioma que te dé la 
gana. Y á estas palabras siguió nuestra llegada á casa de 
las señoras de M . . . que por desgracia suya y fortuna de mis 
pies era la mas próxima; pero los criados de esta casa eran 
incorruptibles, y la consigna inviolable. Por mas protestas y 
hasta stíplicas que empleamos, no conseguímos nada; ellos se 
quedaron diciendo: «No recuden» y nosotros nos fuimos con 
la incomodidad á otra parte. 

Y en tal parte nos recibieron con mal gesto, gracias á que 



104 

crazaba una de ]a« fiedoras por la antesala, y aunque ella 
fiada en sus talones uo se daba por sorprendida, nosotros la 
sorprendimos saludándola. Hízonos pasaír á la sala, protes- 
tando no estar vestida; pero para decirlo ocultó la cara en 
el pañuelo, y esto nos dio á entender que estaba también siu 
adobar. Hora y media tardó en salir, y no fué mucho por- 
que los cosméticos se dan muy pronto ^ pero se secan muy 
tarde; y aunque nosotros (así se evitan interpretaciones mali* 
ciosas) no habíamos de estar tan á boca de abraco que no3 
manchase el barniz, sin embargo no conviene secar esas pin- 
turas al aire libre porque se hacen grietas, y el cutis sufre 
luego con la restauración* A mí se me hizo breve la ausencia 
de nuestra joven, porque mi amigo Joaquin (hora es ya que 
sepan ustedes su nombre) toca muy bien el piano, y á mí me 
gustan mucho los walses de Straues, Allí nos comprometieron 
para un concierto por La noche y nos exigieron palabra de ir 
al Prado. Joaquin creyó hallar la piedra filosofal en lo mismo 
que yo veia un prolongado tormento; él no sabia en que pa- 
sar la mañana y «ncontró distracción para todo el dia* 

Las dos menos cuarto serian cuando dejamos aquella casa, 
y aun no habían pasado quince minutos, cuando llamamos á 
otra, algo recelosos de encontrar en la cama á sus dueños; 
pero nos sucedió tan al contrario que á tardar cinco minuto» 
mas en llegar, los hallamos durmiendo la siesta. (Tal es la 
revolución que han sufrido nuestras costumbres, hasta en la 
parte gastronómica, que nos causa estrañeza la familia que 
fiel á sus banderas tiene el laudable patriotismo de comer & 
las dos y cenar á las diez.) Apenas conocimos nuestro error 
quisimos botarnos á la calle, pero la campanilla nos obedeció 
demasiado pronto, y un sacudimiento metálico habia conmo- 
vido á la pacífica familia, en el momento critico tal vez de 
estar humeando el puritano batallón de los veteranos garban- 
zos. Aquella pobre gente no t«üi»ia la franqueza necesaria 
para decir ^no recibo» ni era bastante despreocupada para 
mover las mandíbulas en nuestra presencia. Hiciéronnos pa« 
sar á la sala y unos tras de otros, por difiimular, fueron sa- 
liendo todos, esforzándose en repetir que no estaban comiendo, 
sin observar la servilleta prendida al qjal, que por distracción 



106 • 

sacaba tino de ellos. Varias veees quisimos despedirnos y no 
nos dejaron, con cuya imprudencia dieron lugar á que uno de 
los niños d^ese á su paiire: «¿No es verdad, papá, que no 
acabamos de comer basta que se marcben estos señores?» 
Figúrense los que alcancen á comprender todo lo terrible de 
esta situación, cual se pcaidrla la madre, y paren un poco la 
atención en imanar los diferentes colores que tomarían las 
mejillas de las bijas jóvenes, que yeiatt todo su prestigio por 
tienda, con aquella inocentada. Porque ya sabrán mis lectores 
que la hora de comer es una de las principales pruebas aris- 
tocráticas que exige nuestra moderna sociedad. 

{Miseria de mundo! . . . (esclarao aunque naufrague el estilo 
festivo en esta esdamaeion) miseria de mundo, que se han de 
apreciar las personas según las horas que tengan de aplacar 
el hambre, y ha de valer mas el que come á las seis, impor- 
tando para ello una costumbre estranjera, que el castellano 
legítimo que fiel á los usos de sus mayores engulle el célebre 
cocido á las dos en punto de la tarde! De aquí nace esa 
turba de necios y necias que bajan al Prado á las tres, 
oliendo á garbanzos, contra los esfuerzos del Fachuli, y di- 
een que comen á las seis, apellidando plebe á los que en- 
cuentra» de retorno para sus casas. Pero aplicando este 
principio CQO todo el rigor de la ley, nadie mas aristócrata 
que el inMít cesante ó la pobre viuda que adquiriendo una 
peseta á las doee, poae la comida á la una, y cubre la mesa 
i bs ocho de la noche! 

Últimamente oonoaco qu« 4 llamarme Dioa por un camino, 
DO es ciertamente por el filosófico, y dejo para otra clase de 
' gente la sesuda t^wa de regenerar sociedades; porque á mí 
me ocuri'e ahora imitar á cierto estudiante que comiendo á 
rancho con otro camarada» vio un hermosísimo trozo de carne 
en el polo ártico del píate, que era el de su companero, y 
queriéndolo trocar por una gran patata que habia en el an- 
táurtico, hacia el cual estaba su persona, empezó á probar sus 
conocimientos geográficos diciendo qute el mundo era una 
bola, y que daba vueltas y vueltas. Y á todo esto hacia gi-» 
rar la ñieate hasta que logró cambiar los polos con sus 
respectivas tigadas. Pero el otro conocia bien la estrategia 



• 106 

y replicó: «Sí, todo eso es mny cierto, pero deja el mundo 
conforme estaba.» 

Esto quiere decir que yo me separó de mi amigo, y como 
la prueba de aquel dia era la única que me faltaba para po- 
ner en planta una resolución, que buena ó mala, no sujeto 
al juicio de nadie, he resuelto imprimir unas esquelas, que á 
guisa de circular pienso repartir á todos mis amigos. Y por 
si acaso hubiese alguno, que por ignorancia de su domicilio 
ó por otras causas independientes de mi voluntad, no la re- 
cibiese, he determinado reproducirla & continuación. 

Señor Fulano dt tal. 

De hoy en adelante ^ usted en su casa y yo en la mía, y 
Dios en la de todos, hasta el ralle de Josafat, 

Aktonio Flores. 



ABUSOS DE LA NARIZ. 

Hacia el comedio de la cara, un poco mas arriba de los 
bigotes; entre carrillo y carrillo, y á mitad de camino como 
vamos de oreja á oreja, plantó la mano del Omnipotente una 
protuberancia algo visible en los chatos y escesivamente no- 
table en los que desearían serlo. En esta protuberancia en- 
cerró el órgano incomprensible del olfato, cual centinela aran- 
zada del estómago y allí lo puso sobre la boca, para dar 
testimonio de la bontad de las tajadas y tragos, y conceder 
ó negar la entrada según traiga ó no cada manjar sus pape- 
les en regla , á guisa de alcalde de barrio ó de aduanero 
fronterízo. Pero así como la susodicha protuberancia recibió 
estos dos cometidos ú oficios que modernamente llamaríamos 
misiones, quedó encargada también de servir de desaguadero 
ó letrina de los ojos ; porque escremento de los ojos es, lector 
c&ndido, aquello que estrepitosamente estraes cada y cuando 
desabrochas el pañezuelo y te tapas con él la cara. Por 
último, armó el Críador las entradas ó ventanas de la propia 
protuberancia con agudos y recios pelos, estacada do no pe* 



107 » 

netra el volador insecto que pretendiera acaso hacer el nido 
en aqueUos cóncavos oscuros. 

Si no miente mi fisiológica erudición, creo que á estas 
funciones y á la de prestar algún adorno al rostro está limi- 
tada la condición material y social del bulto referido, que el 
vulgo conoce por el nombre pedestre de nariz, y al cual no- 
sotros, la gente de letras, solemos aplicar la misma deno- 
minación en plural, sea en el sentido recto, ó sea en el 
figurado. 

Como el ofício principal de este órgano visible se ejerce 
invisiblemente, por residir su busilis en la parte interior, no 
se ofrece obstáculo alguno para que su forma esterior varíe 
al infinito, según la habilidad ó el capricho de cada padre ó 
madre, ó según las caldas ó capirotazos que cada individuo 
vaya recogiendo por esos mundos de Dios, que no le faltarán 
á poco que se descuide. Por lo tanto, sin que de ello se 
resienta el órgano consabido, ni sufra demasiado, generalmente 
hablando, la armonía de las facciones humanas, encontramos 
á cada paso narices chatas como altramuces, agudas como 
epigrama de hambriento, remangadas como hábito de cocinero 
de frailes (cuando los había, se entiende, y tenían hábitos y 
cocina y qué cocinar), mangas como san Basilio, en diez-y- 
aeis-avo como novela traducida, blancas como palomas, mo- 
radas como el pendón de Castilla, y liasta pias como caballo 
de niño mimado. Otros articulistas de narices, siguiendo la 
huella de nuestro inmortal Quevedo, han dicho ya cuanto cabe 
en prosa y verso acerca de estos varios accidentes narigales, 
escitando (esta era su piadosa intención) la cólera de mas de 
diez atrabilarios, que en cada artículo de narices devoran una 
personalidad, porque no son capaces de ver mas allá de donde 
alcanzan las suyas. Dejaré pues, como punto suficientemente 
discutido, esto de tamaños y colores, y con permiso de los 
que puedan ofenderse de mi atrevimiento, entraré en el campo 
todavía virgen de los abusos que con la nariz se cometen. 

Hay percances transitivos, esto es, percances cuyo impulso 
nace de un individuo y refluye necesariamente en otro indi 
viduo diverso, quedando el primero libre é incólume y mas ó 
menos lastimado el segundo. Entran en este número aquellos 



108 

que la torpeza, la deprarada intención y hasta el egoísmo 
están produciendo todos los dias. Y para que el lector poco 
avisado no se esté dando de calabazadas en ?alde, pondré 
algnn ejemplo de estos tales abusos transitivos. 

Abusa de mas de cuatro narices, hiriéndolas mas ó menos 
mortaünente, la débil viejezuela que armada de un paraguas 
de cinco leguas de diámetro cuyos bordes y puntas andan 
constantemente al exacto nivel de las narices propias de las 
personas ni altas ni bajas, que son las mas, sin reparar los 
destrozos que va causando, sigue impávida su linea recta con 
una tenacidad que de heroica pudiera calificarse. Verdad es 
que no hay vieja que no se crea dueña de la acera y de la 
calle, y que no desprecie á los que pasan, á los que pasaron, 
á los que pasarán y á los que pueden pasar. 

Abusa de ocho ú diez mil narices, según sea la concur- 
rencia en el paseo, la elegante damisela que, por moda ó por 
necesidad de tapar algún hedor indomable que trasuda ó le 
mana de algún lado, se carga la ropa ó el pelo ó el pañuelo 
de esta maldecida confección moderna, llamada miel de Ingla- 
terra, y que es pura y simplemente una variedad de la 
especie almizcle, que, según Hoffiai^nn, hace huir al mismo 
diablo. 

Abusan los taberneros que fríen en detestable aceite a la 
puerta de sus establecimientos, los carpinteros que calientan 
la cola en medio del arroyo, las castañeras, los molenderos 
de chocolate, los que encienden el fósforo pestilencial para 
quemar el hediondo cigarro de á seis maravedís, las pollerías, 
de las cuales procede, sobre todo en tiempo de calor, la nau- 
seabunda emanación de los corrompidos despojos ; pero abusan 
tantos otros y tantos, que fuera no acabar el sacarles á todos 
á la colada. 

Porque al enristrar la péñola, oh lector condescendiente, 
ha sido mi esclusiva intención tratar de aquellos abusos que 
llamaré reflexivos por recaer la acción sobre el individuo que 
la ejerce, asi como llamé transitivos á los que pasan desde 
el abusador al abusado; logrando de este modo suministrarte 
como de paso una tinturilla modesta de mis profundos cono- 
cimientos en gramática. 



109 

Hay hombres que se dan tono á costa de sus narices; es 
decir, hombres qae no tienen otro medio de hacer papel sino 
el de atormentarse la trompa. Verbi gracia: llega de las Fili- 
pinas en ciento treinta j siete dias de naTÍgacion la fragata 
Sirena : & los veinte y cinco, cuando mas, veréis á don Onofre 
que era un buen mozo hace diez y siete años y literato hace 
nueve, sonarse los mocos quinientas veces en las doce horas 
útiles, si antes de la llegada de la fragata se los sonaba solo 
diez ó doce, como se suena el vulgo. Y ¿por qué así? Por- 
que el tal don Onofre ya no es ni buen mozo, ni literato, y 
necesita ser algo para papelonear, y ahora (¡oh flaqueza y 
deleznabilidad de las glorias humanas!) se contenta con ser 
el primerito que usa los pañuelos chinos que acaba de traer 
de Manila la fragata Sirena. 

Pues, ya que la palabra Uterato acabo de estampar ¿qué 
podré decir que él mismo no diga, de aquel público escritor, 
que asiendo la pluma con )a derecha y colocando la nariz 
entre el índice y el pulgar de la izquierda, no pone una frase 
en el papel sin el sendo tirón de nances, que parece que se 
las vaya afilando para ordeñar mas fóciles las ideas de su 
desvirtuado cacumen, y está sin cesar, tira que tira y soba 
que soba, hasta que dan fin ó la tarea 6 el papel 6 lo que 
es mas frecuente las ideas? 

Por no remover los estómagos susceptibles, pasaré por alto 
á aquellos individuos, víctimas infelices de su pasión á la 
estatuaria, que dia y noche sin sosiego ni descanso, se barre- 
nan las narices para obtener ciertos productos medio secos, 
á que dan luego varias y caprichosas formas con los dedos, 
arrobándose y estasiándose en esta maldecida operación, cual 
pudieran al escuchar las melancólicas armonías de Mozart, ó 
los desgarradores ayes de Desdémona y de Norma. 

Citaría también, y no lo haré por no ser pesado, á los 
que dejando cuatro sentidos cesantes, tienen concentradas to- 
das las sensaciones en el del olfato, y huelen la camisa que 
se van á poner y la silla en que se sientan, y el paño que 
compran para una capa, y el aire para saber si llueve, y la 
llave de la puerta para conocer si vino alguien, y nunca hablan 
sino del hedor de los pasillos del teatro y del aroma que sale 



lio 

de casa Fortís, y del que exhalan las rejas de las hondas 
cocinas de las casas de mi flor. Estos hombres narices son 
mas numerosos de lo que tii crees, lector benévolo, y á poco 
que observes, ahí te los encontrarás como llovidos. 

Concluiré mi desapacible artículo volviendo la atención á 
esa mayoría inmensa de gente tabacosa, que otro Dios no 
conoce, ni otro afán, ni otra delectación que el incomprensible 
frenesí de meterse á cada triquitraque en ambas las ventanas 
aqueUos átomos negros, comprados á buen precio, que si en 
el principio de su uso pudieron cosquillear agradablemente 
el olfatorio sentido, no sirven, al cabo de algún tiempo, mas 
que para atiborrar el conducto de la respiración, producir un 
delicioso gangueo artificial, dar al público el espectáculo ri- 
sible de una gota de color de ámbar en la punta de la nariz 
suspendida, y que al cabo cae en la pechera ó en el plato, 
que es peor; ó el otro espectáculo aflictivo de un pañuelo 
oscuro (claro daría margen á correr), en cuyos senos confu- 
sos .. . tranquilizaos, lectores, no digo mas. 

Compadezcamos á esos infelices que no pueden pasar 
agradablemente sus horas sin el auxilio de su nariz, que en 
la nariz ponen la vida y abusan de ella en todo momento, 
sin acordarse siquiera de que no poseen mas de una, por 
mas que algunos vanidosos repitan sin hallar contradicción: 
i oh! {tengo yo muchas nances! 

Julián Manzano. 



111 



LA NOCHE DE SAX MARCOS. 

De una historia verdadera 
cuyo autor calló su nombre, 
ó por modesto, ú por hombre 
que volaba en otra esfera 
y fué historiador casual, 
saco aventuras estrafías. 
Siquier parezcan patrañas, 
siquier lección de moral. 
Y pues el verso requiere 
mucha calma y mucha cosa, 
mejor será hablar en prosa 
y salga to que saliere. 

I Mal r^algar te «e vuelca! deda un rícote francés á su 
mujer en tiempos que nuestros amados vecinos, los que mo- 
ran allende los Pirineos, comenzaban á enriquecerse de nues- 
tras sobras, ó mejor dicho, de nuestras faltas. Y ¿quién 
podrá dar con la causa que movia al buen Gillet, que tal etA 
el nombre del gabacho, para prorumpir en semejante de- 
nuesto? Ni ¿quién adivinar el motivo que obligaba á guardar 
silencio á la desventurada esposa, dado que no era muda, ni 
tímida, ni prudente, sino que á una competian en ella todas 
ks perfecciones migeriles? Pues era el caso que tenia di- 
vertida la boca con el hígado de un ave que daba ocupación 
á 8U8 mandíbulas; que el marido apetecía también aquel bo- 
cado, y que habiéndolo ella asido á tiempo y ganádoselo por 
la mano, dio origen á aquella pendencia, mas bien parecida 
á una morisca zambra que á una mesa de cristianos. 

Aquí tienen los quejumbrosos moralistas que andar á 
vueltas con la virtud como con moneda de cambio, haciéndose 
intérpretes de su valor y queriendo subirla á cada ¡.unto de 
antigüedad para doblar el peso de sus quilates; aquí tienen 
un matrimonio tan cabal como lo desean: un mismo gusto 
dominaba en ambos, é como ahora se dice, unas mismas eran 
sus afecciones, llevando esta homogeneidad, simpatía ó como 
quiere llamarse á un estremo tal de coincidencia, que todas 



112 

sus disensiones provenian de esta completa uniformidad de 
pareceres. Vez hubo que se le antojó á Gillet vestirse la 
saya de su mujer, pues sin duda habia nacido para la toga 
ó las hopalandas: y no dejó esta en cierta ocasión de consi- 
derar cuánto mas útil era, aun para el paseo, el bastón de 
su marido, que el engorroso abanico de que ella usaba. 

Cuéntase pues que á veces no se contentaban con hablarse 
recio, sino que también venían á las obras, y habia puñada 
por la parte del marido, y pellizco por la de la mujer; pe- 
llizcos por cierto no muy parecidos á los que dan los taba- 
cosos en caja propia. Con todo, en el lance del hígado 
consabido, se contentaron con desearse de todo corazón el 
uno al otro la muerte: y no pudiera dudar nadie de la sin- 
ceridad de su deseo con solo ver su negra catadura, y el 
horrible gesto que á su imprecación acompañaba. Acaeció 
esto la víspera de San Marcos, santo á quien atribulan sus 
devotos el raro milagro- de revelarles lo ñituro, y era por lo 
tanto creencia del pueblo de nuestros héroes en aqnettos días, 
que el que hacia las doce de la noche estuviese en vela de- 
lante de su iglesia, veria ir entrando en el pórtico las som« 
bras de todos los feligreses que fallecerían en el siguiente 
año. Nuestro famoso hacendado, aunque fraaceS) creia á pié 
jnntillas en esta superstición, y desde el punto en que pro- 
firió el anatema mencionado, se le vino i las mientes que 
pues tan próxima tenia la fiesta de su buen santo, bien pedia 
convencerse de si era su mal deseo tan eficaz como lo espe- 
raba: y así no mucho antes de las doce, salióse quedito de 
su casa, y á guisa de sepulcral fantasma, enderezó sus pasos 
hacia la iglesia. Ocurriósele en este tiempo á su m^jer el 
propio pensamiento, y aguijada también por el mismo anhelo 
que su marido, se dispuso como pudo, y por distinta via 
concurrió al tenebroso misterio que debia celebrarse delante 
de la paiToquia. 

Estaba la noche del santo mas lóbrega que cueva de sal- 
teadores, y solo de vez en cuando dejaba ver la luna su rostro 
resplandeciente por entre las espesas nubes que de intento 
parecian agolparse para ocultarla. Rompióse una vez el tene- 
broso velo y {Válgame Dios I ¿quién podrá decir el súbito 



113 

terror que se apoderó de sus almas cuando se vieron tan 
cerca el uno del otro, teniéndose por fantasmas? Baste saber 
que se quedaron mas pálidos que dos espectros, y que ambos 
se dieron priesa á guarecer en el pórtico de la iglesia; pero 
sobrecc^dos de nuevo espanto, tan grande como el deseo que 
allí los condujo, se pararon y retrocedieron. Volvió la oscu- 
ridad á tender su manto, y á su favor pudieron recobrar el 
perdido espirito. 

Fácil es figurarse que cada uno creyó ser el favorecido á 
quien san Marcos babia marcado el destino de su compañero; 
asi que con tan lisonjera idea, gozosos en estremo, marido y 
mujer partieron hacia casa por el camino que cada uno trajo 
á su venida; y como acostumbraban vivir aparte después de 
todas Bu^ pendencias, se metieron en distintos cuartos, sin 
sospechar siquiera en su recíproca aventura. En seguida 
llamáronlos á cenar, y en vez de mirarse en el antiguo ceño, 
se colocaron juntos, no sin gran regocijo en su interior por 
considerar respectivamente el destino que los aguardaba; y 
entre otros platos les sirvieron una chuleta de ternera esqui- 
sito manjar que de continuo les hacia en otro tiempo repe- 
larse; mas ahora, aunque ella lo veía y se le antojaba, decia 
entre sí por el marido: come, come, que cuando mas solo te 
• resta un año; — y otro tanto consideraba él en su interior. 
Ofreciéronse varias veces la tajada, hasta que por común 
impulso guiados, compartieron la ración; y luego que hubieron 
concluido se retiraron pacíficamente á descansar, lo cual hasta 
aquella noche, no habían jamas logrado que se verificase. 
Al siguiente día,- que era casualmente el de cumpleaños déla 
mujer, obsequió esta á Oillet con el fatal hígado de la pa- 
sada contienda, bien porque se apiadaba de la efímera vida 
del pobrete, ó porque reflexionó que después de muerto, esta 
y mejores cosas podría ella comer á su sabor en los siete 
días de toda la semana si le placía. El marido por su parte 
tampoco se descuidó en hacerla varias finezas. 

Continuaron así por espacio de seis meses, en cuyo tiem- 
po, si no se acrecentó el amor que se tenían, mostrábanse al 
menos condescendientes hasta un grado que no se conocerían 
tal vez algunos de nuestros mas enamorados matrimonios. 
Hebbmann. 8 



114 

Mas frecuentes que nanea eran ahora los motivos de sua 
reyertas, pero menos serias y mas raras íbaolas hacieiido 
ellos de dia en día, como que miraban con indiferencia lo 
presente y se fijaban tan solo en el porvenir, considerándose 
el uno al otro tan sagrado como si ya habiesen falleódo. 
A los diez meses llegó el cumpleaños del marido. Sentáronse 
á comer al mediodía; pero tan desganados estaban amboe^ 
que los mejores platos quedaron intactos sobre la mesa. £1, 
apoyando en ella los codos y metida la cara entre sus ma- 
nos, atisbaba por entre los dedos el rostro de so mnjer; y 
comenzando el escrutinio por los ojos, figurábasele que se 
esci^aban de sns órbitas; después creia ver como se iba con^ 
sumiendo la carne de sus mejillas, y concluyó por transfor^ 
mar la femenil cabeza en un mero capttt mortjiuni. La 
miger, repantigada en su enorme poltrona, miraba de hito 
en hito á su marido, y entregada á las mismas ilusiones, 
advertía que le iban asomando los descantados huesos, y el 
color rubicundo de su cara lo comparaba al blanco yeso de 
un insensible busto. Ko es pues estraño que caminando sus 
pensamientos por la misma senda llegasen al mismo punto 
donde el marido fué el primero que rompió el silencio. -^ 
Mujer, dijo, bien quisiera engañarme, pero parecéis una di- 
fiuta. "- Sobresaltóse ella al oirle, que aunque sus ojos no 
veian mas que la imagen de la muerte, estaba muy distante 
de concebirla dentro de sí mibma; y por esto al ver conver^. 
tida en contra suya su propia idea, se quedó cual si la losa 
de un sepulcro se hubiera desplomado sobre su cabeza. Yol* 
viendo no obstante en su primer acuerdo, y tomando el pe^ 
dido hilo de su discurso, contestó con el mismo tono: pues 
yo quisiera que vivieseis tantos años como é. mí me restan. -^ 
Gillet entonces condbió d d^seo de vivir algo mas tiempo, 
pues que según sus cálculos á dos meses cuando mas se alar- 
garía la vida de la cuitada, y esta reflexión le dejó algún 
tanto pensativo. ^ Pero como ya en los postreros meses se 
habían acostumbrado á respetai^se sus gustos, á perdonarse 
sus estravagancias y hacerse mutuamente el sacrificio de sus 
inclinaciones, la mujer llegó á serle útil al marido, después 
agradable y por fin querida, tanto que recordando su pere- 



115 

cederá existencia, se lastimaba continuamente y esclamaba 
conmovido que iba á ser muy desventurado cuando se hallase 
viudo. Mas ella no se dolia tanto de la pérdida, sino que 
estaba aturdida en considerar la ceguedad de aquel hombre 
que cada vez se deslizaba un poco mas hacia el sepulcro, 
como bastaban á demostrárselo, á mas de su entera fe en 
los milagros de san Marcos, los síntomas de muerte que tan 
claros en su semblante descubría. Por lo que, dando su 
cuerpo por perdido, creyó que los deberes de cristiana le 
imponían el de avisar al que tanto descuidaba el alma^ la 
proximidad de su postrer momento; y así con voz pausada, 
como la gravedad del asunto lo requería, preparó la cuestión 
en los siguientes términos. — ¿Cómo estáis, Gillet mió? — 
Fuerte como un toro, querida, (y ella meneaba la cabeza) y 
deseoso de que gocéis de igual felicidad (él también imitando 
su meneo). Siguióse un profundo silencio que indicaba hallarse 
el marido muy sgeno de temer la muerte y de disponer el 
viaje á la eternidad; mas como hay siempre cierta propensión 
á ocultar la verdad disimulando, la buena señora creyó ser 
esto lo que su marido hacia, y determinó por lo mismo des- 
embucharlo todo de una vez, afirmándole que debia morir 
muy pronto. La sorpresa que estas palabras causaron en el 
ánimo de su oyente fué mucho mayor porque tenia la boca 
abierta para descubrirle este mismo secreto á ella; pero al 
punto conoció el oráculo de donde la infeliz habia sacado el 
vaticinio. Volvióse pues á mirarla y le preguntó con cierto 
asombro: ¡Qué I ¿estuvisteis en el pórtico de la iglesia? — 
Sí que estuve. — Y ¿me visteis ... así . . . en forma de espí- 
ritu? — Como la noche estaba oscura solo descubrí vuestro 
semblante; ibais hacia la iglesia por el boquete de los zar- 
zales cuando yo llegaba al cabo del plantío. 

Ai punto quedóse Gillet estupefacto, pero por fin desahogó 
stt corazón oprimido tanto tiempo hacia con una fuerte car- 
cajada. Largo rato permaneció así riendo y mas riendo, cada 
vez con dobles gritos parecidas á los histéricos acentos de 
la hiena; y la pobre mujer que aun no sabia cuál era la 
causa de su regoc^o, mas bien lo tuvo por un delirio ó una 
boqueada de las que á la muerte preceden; y ya comenzaba 

8* 



116 

á retorcer sus manos y alzar el grito á los cielos, cuando él 
para acallarla le dijo: mujer, tú estás loca; lo que viste allí 
no era mi sombra, sino yo mismo; yo te vi á tí también, 
deseoso de que Dios te quitase de mi lado, pero gracias á 
su bondad vives aun, y esto es cabalmente lo que hace diez 
meses no hubiera yo dicho sino con increible sentimiento. 
Ella nada le replicó, porque pasaban tantas cosas por su 
cabeza que no hubiera sabido esplicarlas; mas por último se 
arrojó á los brazos de su esposo, le estrechó fuertemente 
contra su pecho, y mostróle así que también ella participaba 
de su alegría. Desde aquel momento, ya absteniéndose de 
toda disensión, ya tolerándose mutuamente sus impertinencias, 
llegaron á ser los dos esposos mas felices; pero débese ad- 
vertir que su ventura no llegó á colmo hasta que se vieron 
sanos y placenteros ambos en el peligroso dia de la fíesta de 
san Marcos. 

Cayetano Rosell. 



ATRACTIVOS DEL INVIERNO. 

I. 

Pues señor, no hay que darle vueltas: la mejor estación 
del año es el invierno. Las empresas de los teatros logran 
fácilmente buenas entradas. Los gastrónomos saborean ricas 
ostras; y así que empieza á helar, sacian su apetito con el 
sabroso besugo. Los ministros de la corona pueden infringir 
impunemente las leyes sin temor de asonadas ni motines, 
porque la sangre no hierve como en el mes de julio, y los 
patriotas prefieren asar castañas y calentarse en el brasero á 
pronunciarse entre lluvias y nieves. Los limpia-botas bailan 
de gozo porque tienen grandes lodos á su favor. Los médi- 
cos se hacen de oro con los constipados y pulmonías. Los 
boticarios venden pastillas pectorales que es una bendición 
de Dios. Los estereros se hacen poderosos. Las doncellas 
hacen nuevas conquistas todos los dias con los francesitos que 



117 

se descuelgan del Pirineo á limpiar nuestras chimeneas y 
nuestros bolsillos con sus micos y sus órganos. Hay no obs- 
tante padres muy españoles, particularmente en las hoste- 
rías , y apenas ven que un franchute de estos camela á sus 
hijas, á escobazos me lo plantan en la calle. Asi debian 
barrerse de España todos los estranjeros que esplotan la 
mina de nuestra ignorancia. 

Los pretendientes sobre todo desean que llegue el in- 
vierno, porque los días de Navidad son los dias del turrón, 
y el turrón es el alimento predilecto de los españoles. Si 
Jove llanos viviera en estos tiempos, mudaría el epígrafe de 
su célebre obrita de Pan y toros en el de Toros y turrón. 
Pero ademas de todos estos y otros aficionados que tan pode- 
rosos motivos tienen para querer el invierno, hay otros apa- 
sionados á esta estación que el vulgo ignorante califica de 
rigorosa. Estos apasionados son los verdaderos inteligentes 
en la materia, y á buen seguro nadie podrá negarles la razón 
cuando patentizan las ventajas de los meses de noviembre, 
diciembre y enero á. los de mayo, junio y julio. 

La monotonía del verano es insípida. El resplandor del 
sol alumbra siempre con sus mismos rayos. Las flores espar- 
cen sin cesar idénticos aromas. Los campos siempre ver- 
des Oh! esto es insuportable, esto es atroz. Dicen los 

aficionados al verano, que para eso están las tiernas avecillas 
que con sus trinos y gorjeos encantan á cuantos tienen un 
corazón sensible á las delicias de la armonía. ¿Y qué, deci- 
mos los defensores del invierno, puede compararse el débil 
canto del tímido ruiseñor, con los animados y penetrantea 
dúos que en el mes de enero entonan de tejas arriba los 
enamorados gatos? Y la lluvia? Puede haber cosa mas deli- 
ciosa que la lluvia? Oh, cómo me entusiasma la lluvia! Hable- 
mos siempre de la lluvia! 

Algunos han dicho que la lluvia es monótona. ¡Bárbaros! 
Que se aplique este epíteto al sol, santo y bueno; porque al 
cabo, según la definición de Mr. Arnal, le sohil n^est qu'un 
grand clou jaune^ fiché dans le firmament par la main d^un 
audacieux tapissier; pero la lluvia monótona! Bah! ¿Cuándo 
han visto los que tal absurdo profieren cosa mas variada j 



118 

amena que la lluvia? La niebla, el rocío, el granizo, la lluvia 
menuda, el aguacero, la piedra, la nieve, la tempestad . . . . hé 
aquí un mosaico encantador de preciosidades. 

¿ Hay espectáculo mas grandioso que el de un recio agua- 
cero . . . sobre todo cuando se le contempla desde una ven- 
tana detras de alguna vidriera perfectamente cerrada? Nada 
falta al golpe de vista. Cuando los cataractas del cielo (estilo 
bíblico) se abren en domingo, es cosa de alquilar balcones 
en la Puerta del Sol. Los que han tenido la imprudencia de 
salir de casa sin mujer y sin el paraguas, conocen entonces 
las ventajas que lleva el último mueble sobre el primero. 
¡Qué placer no proporciona ver bajo un solo paraguas pro- 
tector el pintoresco grupo de un matrimonio con chiquillos! 
Y digo, cuando la cristalina lluvia es de las que suelen caer 
acompañadas de un recio vendaba!, contra el cual no puede 
resistir el mas impermeable tafetán, de ese furioso huracán 
que se lleva sombreros y pelucas oh ! entÓBces la respe- 
table pareja que se habia puesto en camino para ir á lucir 
el traje de los dias de fiesta, ofrece la maravillosa perspectiva 
de un lance verdaderamente romántico. Solicito el marido 
por su precioso paraguas, abandona el brazo de su cara mi- 
tad, y se clava en el suelo para salvar el susodicho mueble, 
que el viento le ha vuelto como un calcetín, y parece querer 
arrebatárselo de las manos, del mismo modo que acaba de 
arrebatarle el sombrero en el momento que cae de una azotea 
una maceta de flores y le abre el cráneo. La recatada esposa 
no hace caso de la catástrofe del marido, ni del chubasco 
que la inunda, y solo piensa en su angelical pudor, por ma- 
nera, que para no dar en espectáculo sus contornos, toma la 
posición de Venus de Médicis y lucha contra el furor de 
Bóreas, que parece se empeña en descubrir á los espectadores 
las mas ocultas formas de la víctima. 

Seria nunca acabar si quisiese hacer una minuciosa descrip- 
ción de todos los atractivos del invierno. Bastante he dicho 
hoy de las bellezas de la lluvia. En otro artículo me pro- 
pongo demostrar los placeres del frió, las delicias de los sa- 
bañones y particularmente los heroicos lances del reuma cere- 
bral, bien persuadido que una vez leídas las razones en que 



119 

fcmdo mi opinión, todos mis lectores dirán conmigo que nada 
hay comparable & los eneantoB del invierno. 

II. 

pespues de las encantadoras escenas que presenciamos en 
el invierno y que algunas de ellas bosquejé en mi artículo 
anterior, qué cosa mas agradable y recreativa á los ojos del 
filósofo, que ver en un dia de aquellos en que se hielan las 
aguas del estanco del Eetiro, estarse una madre junto al 
brasero, calentándose las rpdiUas y enfriándose el cogote, con 
su gatita en la falda, para que el animalito no se resfrie , y 
llorando un chiquillo á su lado á moco tendido, que se rasca 
con ferocidad los sabañones ! ! ! Cada dedo del angelito parece 
un salchichón de Vich, y sus manos se asemejan á esos guan- 
tes monstruos que ponen los guanteros por muestra á la 
puerta de sus fábricas. 

Si grandioso y magnifico es el espectáculo de los sabañones, 
vive Dios que en nada le cede el que ofrece la humanidad resfriada. 

¡Eeeet chum I |Eeeet chum! grita con arro- 
gancia el mortal dichoso que tiene la fortuna de coger un 
buen constipado, de los que califican los inteligentes de ence- 
falitis incipiente que penetrando por las membranas dura 
máter, pia máter y aracnoideSj no se contenta con la irrita- 
ción de las meninges ó flógfisis cerebral, sino que simpati- 
zando y haciendo cosquillas ^n la pituitaria , membrana si- 
tuada en los senos frontales y fosas de la nariz, produce el 
estrepitoso estornudo .... el majestuoso { Eee^t . . . chum ! á 
cuyo eco atronador felicitan todos los oyentes al mortal cons- 
tipado con las corteses frases de ¡Salud! ¡Jesús! ¡Dios os 
asista! ú otras que demuestran hasta la evidencia que el 
hombre acosado de una cefalalgia catarral merece las simpa- 
tías de todos los demás, cualquiera que sea el matiz político 
y literario á que pertenezcan. En una tertulia, en el salón 
de las Cortes, en el Senado, en la iglesia, dondequiera que 
resuene el ¡Eeeet . . . chum 1 

Todoi» rinden su saludo 
con bondadosa eficacia 
al que estornuda con gracia, 
i Oh poder del estornudo \ 



120 

Y no se crea que 80I0 en España merece bien el que 
estornuda. Los italianos le saludan con cierta esdamacion 
cariñosa que manifiesta lo mucho que se interesan per la sua 
felicita. Los franceses le tributan unos su A vos souhaitst 
otros Dieu vot*s bénisse! Lo mismo que los ingleses God 
bless youl No se muestran menos corteses los alemanes ma- 
nifestando Hochachtung für die Gesundheit del que estor- 
nuda. Y por este estilo saludan al estornudador en los de- 
mas puntos de todo el orbe; por manera, que para ser uni- 
versalmente querido, no hay como coger un buen constipado 
de cabeza. Hasta Dios protege á los que adolecen de esta 
enfermedad; pues el refrán dice que Dios ayuda al que 
estornuda. 

Un autor franchute ha dicho no obstante, que el reuma 
cerebral es la mayor calamidad del mundo cuando establece 
.su cuartel general en las narices de un actor, de un orador, 
ó de cualquiera persona obligada á hablar ó á cantar en 
público; pero yo replico que no perjudica nada al hombre, 
cualquiera que sea su posición en la sociedad, el nunca bien 
ponderado catarro cerebral, que le pone la nariz abultada, 
majestuosa y colorada como un tomate, dándole el aire de 
ángel . . . esto es, de ángel mofletudo y llorón, con sus ojazos 
saltones ribeteados de coral. ¡Oh imagen encantadora y 
sublime! Y el actor? Y el orador? Si á la elocuencia de sus 
palabras se añade el sonido bronco de polichinela y el estam- 
pido del estornudo, qué mas se puede desear? Y si el héroe 
constipado se sienta en los bancos de la oposición, qué minis- 
terio por fuerte y parlamentario que sea, resiste á una an- 
danada de estornudos? Dícese que el mismo Júpiter fué aco- 
metido por esta terrible enfermedad y que solo pudo librarse 
de ella á merced de un formidable hachazo que le aplicó 
Vulcano en las narices. Bien se conoce la ignorancia de los 
^lempos antiguos! El siglo presente, siglo de ilustración y 
de progreso, aunque no sea mas que por la gloriosa inven- 
ción de Ips fósforos que han sustituido al pedernal, al esla- 
bón y á la yesca; este siglo de mejoras positivas ha descu- 
bierto también como un gran remedio para las narices escla- 
vas de un pronunciamento catarral, inundarlas de sebo ar- 



121 

diente, que cual bálsamo odorífico y consolador, aplicado 
antes de acurrucarse entre sábanas, produce maravillosos 
efectos. 

Con todo, penetrado de que Uno de los mas bellos atracti- 
TOS del invierno, es la multitud de reumas cerebrales que nos 
regala, me atrevo á aconsejar á cuantos sientan sus efectos 
en las narices, que por abultadas que las vean, por encarna- 
das y lustrosas que se les pongan, no bagan uso jamas de 
semejante remedio, y mucho menos siendo casados, pues el 
sebo no huele á rosas, y podría el catarro tener consecuen- 
cias fatales para la cabeza del enfermo. 

Wenceslao Ayouals de Izco. 



SACRIFICIO DE FANDILAS. 

Tengo para mas trabajo 
dos cuartos bajos, y os digo 
que muy de veras maldigo 
los picaros cuartos bajos. 

ViLLERGAS. 

Pues Señor: (de algún modo se ha de comenzar y este le 
recomienda el uso.) Pues Señor, necesario es que yo. escriba 
porque también me aqueja esta enfermedad tan generalizada 
hoy, 'como en otros dias la gripe ó el cólera. Solo podia 
detenerme una consideración, y era la pequeña de si mi artí- 
culo produciría un efecto diametralmente opuesto al que me 
propusiese, y en esto no cabe vanidad, porque hablemos en 
razón, después de tantas y tan buenas cosas como en este 
periódico se han leído, ¿qué debe parecer el escrito de mi 
humilde pluma? La pincelada de un restaurador, asesino del 
precioso lienzo; el sayón que no habla en un interesante 
drama; un remiendo, en fin, de paño de Bejar en el costoso 
fraque que, como argumento concluyente de su talento, pre- 
senta engreído Borrel al mas opulento de sus parroquianos. 
Mas afortunadamente para la civilización, La Risa es un len- 
guaje tan espresivo y generalizado, que no dudamos en afir- 
mar que de no lograr se asome á los lindos labios de la 



122 

bella suscrHora aquella graciosa mueca del agrado, alcanzará 
positiyamente una de las sonrisas que cada uno es dueño de 
interpretar á su manera, y esto siempre es algo. 

Cuan dichoso será, cuánta gloria alcanzará el afortunado 
escritor que pueda trasladar fielmente á la posteridad los 
sabrosísimos diálogos con el sastre que reclama el valor de 
una levita, que fué, las bruscas interpelaciones de algún usu- 
rero en escala menor, la tiemísima relación de nuestra inde- 
finida patrona, viuda provecta, que de continuo amenaza con 
hacer sonar la campanilla para despejar el salón si no es- 
cucha el sonido de la metálica; 6 cualquier otra de las infi- 
nitas delicias con que se ameniza la vida de los afortunados 
hijos de Eva que desde 1800 al dia han visto la luz en esta 
bendita patria de los Padres Santos y de los niños de Ecija, 

sin traer la posdata de ser propietario mayordomo ó ó . . . 

asentista. Pero no faltará digno cantor que trasmita tan pre- 
ciosos datos históricos á nuestros futuros prójimos, que se 
desesperarán por no haber podido alcanzar los tiempos de 
tanta ventura y bienandanza, i Paciencia! 

Ya que no puedo yo entretener con tan agradables des- 
cripciones, les referiré un suceso, que calificarán como gusten 
aunque á mi juicio nada hay tenido de gracioso. 

Creo habrán ustedes recibido, señores lectores, la atenta 
esquela que les he dirigido ofreciéndoles mi nueva habitación; 
por lo tanto juzgo una redundancia el decir donde se halla 
situada mi humilde choza, mi pobre alojamiento, mis cuatro 
paredes, etc. He pensado seriamente en la razón que hu- 
biese para dar el honroso dictado de Calle á la de mi domi- 
cilio que, con su perdop sea dicho, no pasa de una modesta 
callejuela, y solo he podido hallar la de que en una ú otra 
banda de la misma existiría alguna casa de propiedad de un 
regidor de la M. H. villa que convencido de la necesidad de 
darla importancia, (pues que hay notable diferencia entre que 
un pié de terreno valga tres reales ó ciento) entablaría negO'» 
elaciones diplomáticas, y poniendo en juego todos sus cono- 
cimientos, lograría por último el feliz resultado de dar el 
nombre de calle al mísero callejón. 



123 

Era el primer día que ocupaba el oueyo domicilio, el sol 
iluminaba una casa frontera á la mia, que está al norte, aca- 
baba de desayunarme, y dirigía errantes miradas por la 
estancia, pensando en dar diversas distribuciones á los esca* 
sos muebles de mi pertenencia; acababa de colocar en un 
rincón mi sable, bastón y paraguas, ó sea los tres poderes, 
como dice mi patrona, cuando en el dintel de la sala apa- 
reció un Bugeto para mí desconocido, y cuya facba mostraba 
no pertenecer á ninguna de las once familias en que, según 
un sabio naturalista, se hallan divididos los hombre» de mundo: 
el personaje elevó su cabeza con orgullo, estiró la compli- 
cada corbata, llevó las manos al estrecho pantalón, y después 
de infinitas cortesías dijo: 

— Caballero, usted no me conocerá. 

— Cierto que no tengo ese honor. 

— Soy, para lo que guste mandar, el amante de Robus- 
tiana, la joven que vive en el cuarto bajo. 

— Sea muy enhorabuena, y celebro saber que en el piso 
bajo hay jóvenes. 

— Y vengo á exigir de usted un favor. 

— Vaya en gracia, murmuré, apenas he entrado en esta 
casa y ya andamos con favores. 

— Porque el padre de Robustiana, que es un tirano, se 
opone á nuestra pasión y... 

— Es necedad por cierto la del tal anciano. 

— Dice que nunca permitirá que se case ... 

— Prodigio! dichoso usted, hombre de Dios, cuántos desea- 
ríamos encontrar un padre con tan poco comunes pensa- 
mientos. 

— Es verdad, pero Robustiana se obstina en que es pre- 
ciso casamos. 

— Y usted qué dice? 

— Qué cosas se ocurren á usted ! Es el caso que durante 
el tiempo que esta habitación ha estado desalquilada, nos 
hallábamoe en la gloria .... 

— Ya, y con la ocurrencia de venir á habitarla, les he 
trasportado al infierno, y eso quiere decir en buen castellano 
que desaloje, que . . . vaya, vaya, que esto es muy grande. 



124 

— No señor, lo que es . . . que antes nos veíamos en este 
sitio, y ahora . . . 

~ Es imposible que lo verifiquen? pues crea usted que 
lo siento, y si pudiese .... 

— Sí señor que puede usted, y Robustiana me ha encar- 
gado le diga . . . 

— No tiene nada de corta la tal niña. 

— Si lo dice usted por mofa, sepa que Robustiana, aun- 
que tiene 30 años, no solo no es vieja sino que . . . 

— Concluyamos. 

— El encargo es que tenga usted la bondad de permitir 
nos veamos en este sitio cuando á ella y á mí nos sea 
posible. 

— Donosa ciertamente es la exigencia. ¿Usted cree por 
ventura? . . 

— No señor, no creo nada; pero necesito ver á Robus- 
tiana. 

— Y ha ei^contrado que mi casa es la mas adecuada para 
sus visitas nocturnas y criminales. Pues amigo se ha llevado 
usted un solemne chasco: no puedo ni quiero complacerles, 
y espero 

— Sí señor, debe usted esperarlo; á su cargo irán las 
consecuencias, porque es muy poca caridad, y si usted hu- 
biera necesitado de mi oficina ó de mi ciencia, seguro podia 
usted haber estado de ser servido. Pero hay mucha diferen- 
cia entre un cirujano y un hombre como usted. 

— Usted es cirujano, tal vez el de la esquina? . . . 

— Sí señor, soy Fandilas . . . ; ay Dios mió! ¿No escucháis 
unos golpecitos? 

— Cierto, cierto: eso qué quiere decir? 

— Robustiana que viene. 

— Pues digo á usted que no se detiene en pequeneces; 
natural era que esperase. 

— Tiene un carácter muy impetuoso: voy á abrir la 
puerta. 

— No señor, lo que usted va á hacer es decirla tenga la 
bondad de volver por donde ha venido. 



125 

— Imposible , imposible ; su padre puede sentirla y 

conTénzase usted de la necesidad de 

— De que usted y esa señora se vayan al campo de 
Guardias, y no molesten á personas que no están para fasti- 
diarse con semejantes sandeces. 

— Silencio, por favor, no gritéis, escuchad con que temor 
llama: concedédme esta gracia y os juro... y el barbero se 
postró á mis pies costándome gran dificultad el reprimir la 
carcajada; miré á aquel hombre enjuto y estrafalario, con su 
fraque de ala de pichón y hombreras en forma de dragonas, 
y me convencí que no pertenecía á la clase en que se hallan 
vinculadas las calaveradas, y mucho menos á la de los seduc- 
tores. Fandilas me acosaba con sus súplicas, Kobustiana 
impaciente llamaba con mas fuerza. 

— Diez minutos es el plazo que concedo para vuestra 
entrevista ; yo estaré presente y . . . 

— Mucho se lo agradezco á usted .... 

— Agradece á que mi patrona no está en casa. 

Oh ! si supiese pero no lo sabrá que aun debe tardar 

un buen rato. £n esto apareció en la sala Kobustiana. Figu- 
raos, amables lectores, una mujer de la edad ya dicha, de 
tez acobrada, de mal gesto y aspecto desagradable, sobrecar- 
gada con multitud de adornos y cintas, cuya poca gracia y 
mala disposición revelaban á tiro de ballesta ser obra de 
casa, y de casa de mal género. Después de una reverencia, 
Robustiana condujo á Fandilas á un estremo de la sala, y 
comenzaron una animada discusión, aunque preciso es decir 
por honor de la verdad histórica, que ella únicamente hablaba, 
pues el cingano solo contribuia con algunos monosílabos y 
multitud de inclinaciones de cabeza en Benal de aprobación. 
Por mi parte cantaba á media voz, y revolvía los papeles de 
mi mesa para distraerme del poco grato papel que estaba 
representando. 

Transcurrieron algunos minutos cuando se escucharon 
desaforados golpes en la puerta, y aun mas desaforadas voces, 
que inmediatamente fueron conocidas, pues Fandilas se tapó 
los ojos y Robustiana lanzó un grito lastimero. El momento 



126 

era una verdadera crisis que yo juzgué lo mas conveniente 
que avanzase á su ñn: resueltamente me dirigí á la puerta y 
di libre entrada al padre ^ que según la facha y cierto olor- 
cilio debia ser almacenista de aceite; el buen hombre sin cui- 
darse de mi, continuó gritando: ¡Dónde se hallan esos infa- 
mes, dónde están que ios voy á asesinar ! . . . 

— Padre, perdonadnos. 

— Sí, dijo el barbero, perdonadnos. 

— Seductor, hombre sin conducta, ahora recibirás el pre- 
mio de tus maldades, dijo y se lanzó al sable que estaba 
en el rincón; yo temiendo los efectos del furor paternal me 
interpuse, diciendo: 

— Conténgase usted y respete se halla en casa que no es 
la suya. 

— También con usted me las habré, encubridor. 

— Señor mió, lo que estoy yo . . . 

— Es contribuyendo á la perdición de mi hga. 

— Cese usted en sus insultos, pues de no . . . 

— Se lo diré á usted cien veces, sí señor. 

Yo conocia que el hombre tenia razón y quise hacerle en- 
tender lo que habia ocurrido ; pero el anciano no lo permitia, 
pues continuaba diciendo: — ¿Todos son ustedes contra mí? 
pues bien yo haré que se me respete, y abriendo el balcón 
comenzó á gritar con mas fuerza: ¡favor! ¡socorro! ¡vecinos! 
¡ socorro ! . . . 

— Escuche usted, hombre de todos los diablos 

— ¡ Padre i . . . 

— ¡Vecinos!... 

¡Oh! para colmo de la desesperación, en aquel momento 
fatal se presenta mi patrona y escucha que el motivo de la 
algazara es una seducción, y juzga que el reo soy yo, y que 
el templo donde se ha quemado el mal incienso es su casa, 
y grita también y patea y prodiga insultos y amenazas, y su 
fiíror crece hasta el punto de enarbolar mi bastón, y yo atur- 
dido de tantas voces y queriendo oponer alguna defensa al 
sable del padre y al bastón de la patrona, alzo el paraguas 
y me pongo en ademan hostil . . . 



127 

{Momentos de horrible confusión 1 algunas personas de 
aquellas que sien^re encuentran un placer en ver renegar al 
prójimo, se habían introducido en la habitación formando 
una barrera de carne humana, que difícilmente pudo romper 
un destello de la autoridad municipal, vulgo Alcalde de barrio, 
que no tardó en presentarse atraído por el alboroto. Gran 
triunfo consiguió con escuchar y ser escuchado, pues se mez- 
claban formando un coro infernal los agudos chillidos de Ko- 
bustiana con los suspiros mayúsculos de su amante, los de- 
nuestos y amenazas en tono de sochantre, que espresaban la 
ira de la patrona, con los gritos del padre interpolados de 
asmáticas toses y mis espresivas interjecciones con los ruegos 
de algún oficioso redentor. Por fin, ñieron entendiéndose y 
escuché á Robustíana que decía: 

^ Señor, este joven y yo somos víctimas de una pasión . . . 

— También yo> murmuré. 

*^ Y mi padre se opone á la realización de nuestros 
honestos intentos. 

— 4 Ustedes quieren casarse? dijo el Alcalde. 

— Si señor^ y Fandilas no es ningún perdido, pues tiene 
su tienda de cirujano muy acreditada. 

— ¿Qué dice usted como padre que es de esta joven? 

— Debo decir, que si sus fines son esos . . . ¿qué he de 
hacer ? renunciaré á mi venganza .... sean ustedes todos testi- 
gos: que se casen. 

Y se mudó repentinamente la escena, mi patrona dirigía 
miradas de asombro al convencerse de su error; los amantes, 
es decir Robustíana, se mostraba gozosa, pues que Fandilas 
continuaba imperturbable tapándose los ojos. Respecto á mi 
persona solo diré que creí en conciencia qu« todo habia sido 
una trama diabólica para casar al barbero que era la ver da* 
dera víctima de aquel drama; mi patrona requirió. con buen 
modo á los profs^ios abandonasen el terreno, lo que verifi- 
caron en estremo disgustados del desenlace de aquel suceso. 
Robustiaaa con gestos y monadas empalagosas me suplicó, en 
gracia de mi condescendencia, que asistiese á su boda, y 
deseando librarme de sus importunidades, ofrecí cuanto quíe- 
sieron, y si ustedes, amigas lectoras, no están tan fastidiadas 



128 

como yo me hallaba en aquel momento, puede suceder que 
asista á la función para luego tener el singular honor de 
referírsela á ustedes. 

Juan Gabcia de Torres. 



EL SENADOR. 



Por último, aunque vamos á dar una idea de un perso* 
naje que tan directamente se roza con la política, no tengan 
cuidado los asustadizos fiscales, que no tratamos de entrome- 
ternos en terreno redado, y mas bien que un ente político 
queremos bosquejar un tipo nacional, ya que hasta ahora no 
se ha dignado emprenderlo en su publicación el editor de los 
Españoles pintados por sí mismos. Un senador es un miem- 
bro del senado. £1 senado es una parte del poder legislativo; 
el poder legislativo es un retazo del cuerpo político y el 
cuerpo político, en España, en nada se parece & los demás 
cuerpos, porque si atendemos á las dimensiones, ni tiene lon- 
gitud, ni latitud, ni profundidad, y si observamos las cuali- 
dades que pueden hacer impresión en nuestros sentidos, difí- 
cilmente lo percibiremos, ni por el sonido, ni por el tacto, ni 
por el olor, ni por el color, ni por el sabor. Pero prescin- 
damos de estas reflexiones, porque vamos penetrando en ter- 
reno vedado y no es nuestro ánimo rozamos con la política. 

Antes de hablar del senador hecho, diremos algo del sena- 
dor en ciernes ó sea del candidato para senador. En primer 
lugar, el que aspire & merecer tal distinción necesita que le 
haya salido la muela del juicio. (La constitución previene que 
tenga cuarenta navidades, es decir, que haya comido turrón 
cuarenta veces.) En segundo lugar ha de tener mucha barriga, 
consecuencia de haber comido tanto turrón. El senador que 
viene flaco se constituye en la obligación de criar mucha 
panza, de suerte que, como las migeres casadas, cuentan los 
progresos de la tripa por los meses del embarazo. Un sena- 
dor en el primer mes aun conserva la forma regular, pero un 
senador de nueve meses apenas tiene banco donde repanchi- 



129 

gane. De lo dicho se infiere que no se sabe cual circons- 
tancia es mas precisa, si ser senador para criar barriga, ó 
criar barriga para ser senador. 

El candidato para senador ha de tener cuarenta mil reales 
de renta, requisito indispensable mas que el saber y el talento 
para ser buen legislador en España. Porque vamos á cuen^ 
tas: ¿qué ha de entender de códigos, ni de principios políti- 
cos, ni de presupuestos, ni de coaliciones un hombre que no 
tenga cuarenta mil reales? Esto es tan imposible como no 
poner fin nosotros á esta cuestión, porque Tamos penetrando 
Bi terreno vedado y no es ¿^imo miestro rozamos con la 
política. 

Desde que el senador, lo mismo que el diputado, entra en 
candidatura con probabilidades de triunfo, empieza por en- 
sayar hasta en el trato familiar, las voces técnicas del legis- 
lador. Si disputa con el aguador, que no es difícil, porque 
también los senadores beben agua, por razón de categoría, 
quisiera tratarle como á un esclavo; pero cómo necesita estu- 
diar su pikpel de senador, en lugar de «usted miente, vaya 
usted enhoramala» es capaz de decirle «S. S. se equivoca», 
ó «falta á la verdad el señor preopinante.» Cuando la mujer 
propone algo> no dice como antes, me parece bien ó me 
parece mal. Si tiene gana de ch ¿chara contesta: pido la 
palabra en contra; y allí ensarta un discurso muy formal 
sobre la conveniencia de comer arroz con pollos, sobre la 
necesidad de que las mujeres sean hacendosas y quieran 
mucho á sus maridos, ó en fin sobre lo que verse la propo- 
sición. Si está de buen talante y no tiene gana de conver- 
sación, 6 hace una sena con la cabeza como para votar que 
sí, ó responde con nracha prosopopeya : aprobado sin discusión. 
Dios libre á los hijos de faltarle al respeto y mas á la mujer 
de inspirarle temores. ¡Oh! entonces la sesión es mas aca- 
lorada: amontona citas de Séneca, aglomera sent^icias de 
Montesquieu y encaja c por b todas las fábulas morales de 
Campoamor. Mientras tanto la mujer puede que esté mur- 
murando los romances de Quevedo. Pero el senador tomando 
una posición grave y en tono solemne, con majestad sena- 
torial, esclama: con tales ejemplos de inmoralidad y de cor- 
Hebbmakk. 9 



130 

rupcioü ¿cómo no entorpecerse y paralizarse las carcomidas 
ruedas de la máquina gabernamental?. £1 matrimonio es una 
institución salvadora; las prerogativaa que ella concede al 
marido ó sea el poder ^ecutivo de la familia, han de ser 
respetadas y observadas con religiosa escrupulosidad: de lo 
contrario los elementos de corrupción cunden como el aceite 
y es de temer que se derrombe el edificio .... Aquí la mujer 
y los chioos se estremecen, miran á las rendjjas del techo y 
quieren tranquilizar al candidato diciendo: (abl no hay nada 
que temer, el edificio está casi nuevo! ... El senador tomando 
la campanilla de la escribanía y levantando el vozarrón^ es* 
clama: ¡al orden I ¡silencio! ¡dejadme concluir! ¡al orador no 
se le interrumpe! tirüin, tirilini tin, tin, tin . . . . quiero decir 
que se derrumba el edificio sociait es una metáfora 9 son 
ustedes unos idiotas; bien se conoce que no están acostum- 
brados al rigorismo de las prácticas parlamentarias» 

Llega la época de las elecciones ]qué intrigas! qué mane* 
jos para hacer triunfar su candidatura! todo se vuelve circu- 
lares á sus dependientes, cartas á sus amigos, recados á sos 
conocidos, y todo para qué? para entrar en terna y esponerse 
á no ser el preferido por la corona. Batrana manera de 
hacer senadores ; que á cualquier hombre de opinión conocida 
imposibilita de serlo, poique cuando se conoae que un ciuda- 
dano ha de servir á los intereses y miras del trono, no le 
propone el pueblo, y cuando se coniagra á los intereses del 
pueblo, no le elige la cofona. 

Ya es senador el candidato. Si no vive en Madrid tiene 
que trasplantarse con anticipación: menos por asistir á las 
juntas preparatorias que por lavM'se la cara y las manos, 
comprarse peluca si es calvo, y si tiene pelo domárselo á 
fuerza de hiarro y pomadas. £n un hombre que tiene 
40,000 reales de renta, es casi preciso oon^rar coche, y si 
ha de darse importancia de hombre grande, debe llevar gafas, 
lente ó anteojo de larga vista aunque vea como un lince. 
Los senadores como gente machucha y de dinero son moros 
de paz, y así no se desviven el dia de apertura por ocupar 
el centro izquierdo, ni el centro derecho; se sientan donde 
mejor les cuadra y se recuestan bien sobre el mullido respal- 



131 

do, y ya qae no son tan ardientes patriotas que se desvivas 
por rozarse con la politíca, son tan cómodos señores que se 
recrean en rozar sa espalda con el terciopelo del banco. 

£1 senador, como cualquier hijo de vecino, es mas amigo 
de los ingresos que de los gastos: asi es q«6 las atenciones 
de su casa se van cubriendo con un orden admirable. ¡ Quién 
dirá que los que tan celosos y entendedores se manifiestan 
en la economía doméstica, en tratando de la economía política 
no saben lo que pescan 1 Pero he dicho mal; pescan y saben 
lo que pescan, y algo mas diría de la pesca si no fuera por 
que entraríamos en terreno vedado y no es nuestro ánimo 
rozamos con la política. Salgamos de tan cenagoso atolla- 
dero, y veamos como el senador atiende á las obligaciones de 
su familia. Regularmente divide la operación en partes, y 
para ir en todo conforme con su estudio parlamentariot estas 
partes las llama presupuestos y asi calcula: 

Presupuesto de comida tanto. 

Presupuesto de zapatos cuanto. 

Presupuesto de la lavandera . . tanto mas cuanto. 

etc. etc. etc etc. etc. 

Deposita los fondos en su mujer y no tenga que pedirle 
un ochavo mas para gastos estraordinarios; pues esta clase de 
contribuciones jamas son votadas por el cuerpo legislativo que» 
como el cuerpo ejecutivo, está reasumido en el cuerpo gordiflón 
del señor senador. Cuando la mujer le sorprende el bolsillo y se 
le descarga por via de empréstito no reintegrable, como hace 
todo gobierno con su nación, el senador que quiere la fiel ob* 
servancia de las leyes establecidas, exige de su mujer aquel 
mismo dia ó aquella misma noche un bilí de indemnidad. 

Hay senadores lo mismo que diputados de dos clases: 
charlatanes y mudos que también pueden dividirse en em- 
brolladores y autómatas. Los primeros hablan en todas las 
cuestiones, sin formar opinión á salga pez ó rana. Tan pronto 
como se anuncia una proposición ya están con el ¡pido la 
palabra! Si otros la piden en contra el orador embrolla la 
pide en pro y viceversa, y algunas veces habla y mas habla 
sin que el público sepa en qué sentido, lo cual no es de 
estrañar porque el orador tampoco lo sabe. £1 senador mude 

9* 



132 

ó autómata es un instrumento dócil del amigo mas audaz, y 
así se le ve siempre votar (que es lo único que hace) del 
mismo modo que su mas influyente amigóte. Si este dice 
haches y él dice haches, y si erres, erres, y si el amigo se 
encoge de hombros, el autómata, por variar, también se 
encoge de hombros. A esto está reducida toda la ciencia de 
un senador de este calibre, aunque por lo regular suele darse 
importancia y hace creer que si no habla es porque no se 
le antoja. Solo que siempre le da la gana de lucirse en las 
cuestiones que sabe que no han de resolverse en el senado. 
Si los amigos de café le pinchan, sabe incomodarse y decir 
que el dia siguiente piensa hacer una furibunda y cáustica 
interpelación; pero llega la hora, las tribunas están repletas 
de amigos del interpelante, por todos lados se anuncia con 
solemnidad y pompa que don Fulano se va á lucir. Ábrese 
la sesión y don Fulano no parece, lo mas que hace don Fu* 
laño es enviar una comunicación al señor presidente mani- 
festando que tiene una pierna mala, y necesita licencia por 
dos meses para ir á tomar los baños de Trillo. El senado 
queda enterado de la comunicación; los amigos de don Fu- 
lano quedan enterados de que no sabe hablar y por eso no 
se presenta, y yo quedo enterado de que don Fulano ha ido 
la noche antes al ministerio y le han convencido como á al- 
gunos que pudiera citar, si no fuera porque el artículo es ya 
demasiado largo y voy á ponerle fin, y sobre todo porque 
entraríamos en el terreno vedado y no es nuestro ánimo ro- 
zarnos con la política. 

Juan Martínez Villeboas. 



MODAS INGLESAS DE INVIERNO. 

Dícese comunmente que la Inglaterra marcha al frente de 
la civilización europea. Y esto por qué? Porque los ingleses 
son los entes mas estravagantes del mundo. Ergo se deduce 
de esta verdad que la ilustración es hija de las estravagan- 
das y que La Bisa, enciclopedia de esiravagancias, es madre 



133 

de la ilastracion. £s decir, que La Bisa es el mejor perió- 
dico de España, al qae toda persona decente debe suscribirse 
si quiere contribuir á la prosperidad de su patria y ponerla 
al nivel de la Gran Bretaña. 

Dejaos pues y amabilísimos lectores de ambos sexos, de 
seguir las modas de París. £stravagancias hay también en 
Francia; pero no pueden ponerse en pararon con las de las 
ninfas del Támesis y de los elegantes de la soberbia Albion. 
Mientras los hi^jos del Sena se arropan y acurrucan ante las 
marmóreas chimeneas de los salones de Paris para precaverse 
de los rigores del invierno, los ingleses hacen alarde de sus 
brios y desafían con sus estravagantes modas las intemperies 
de la sañuda estación. 

Así que anochece, todos los elegantes de Londres se alige- 
ran de ropa en términos que se quedan en camisa. Los 
hombres en camisa de hombres y las migeres en camisa de 
mujer, esplicacion indispensable, porque llamándose en inglés 
Shirt la camisa de hombre, y Shift la camisa de mujer, no 
puedo yo traducirlo con la sola palabra de camisa, porque si 
se dijese que las mi\jeres van en Shirt y los hombres en 
Shift y se diría que los hombres van en camisa de mujer y 
las mujeres en camisa de hombre; ^^exo poniendo la cuestión 
en su verdadero terreno, el resultado es que la última moda 
es no tener frió, y como el alumbrado de Londres está man- 
dado recoger por ser cosa muy antigua y de mal gusto eso 
de los faroles y del gas, los elegantes andan que beben los 
vientos por aquellas calles de Dios, con un candil en la mano 
(a lamp). 

La gente respetable sigue también esta moda, que pare- 
cerá inverísimil á los que no tengan un profundo conocimien- 
to de las rarezas de los ingleses; pero si alguno de mis 
lectores no da crédito á las presentes lineas, puede tomarse 
la molestia de ir á Londres y como no encuentre á todos los 
elegantes en camisa, consiento en pasar yo por descamisado 
todo el resto de mi vida. Repito pues, que las personas de 
respeto van también muy serías en camisa por las calles, y 
lo mas que hacen para calentar el cuerpo de vez en cuando, 
es detenerse en alguna taberna (Public -House) engullirse un 



134 

cacho de queso (a bit of cheese), una patata (a potato) y 
luego a gJass of rum, esto es un vaso de ron. 

De este modo van matando el tiempo los tiernos esposos 
hasta media noche, que se reúnen todos los elegantes en 
Begent Street, se zurran mutuamente el bullarengue, y se 
retiran calentitos y gordos cada mochuelo á su olivo, pero 
para meterse en cama y conservar el calor, el esposo 8« viste 
de coracero con su espadón, su casco, su coraza, sus botas 
de montar con las correspondientes espuelas, y la amable 
esposa viste también su gracioso uniforme. 

En esta forma se acurrucan entre sábanas diciendo ella 
Good night my l<yce, buenas noches mi amor, y él Good night 
my souly buenas noches alma mia, y al decir esto huelen á 
un tiempo un ramillete de ruda y se duermen como cachorros 
(son of a hitch). 

La palabra ramillete se compone en inglés d« dos voces 
á saber: Nost-gay, nariz alegre, y vive Dios que si el ra- 
millete es de ruda como los que están de moda en Londres, 
puede alegrar las narices, como los carros de Sabatini. 

Wenceslao Atguals de Izco. 



MODAS. 

Ya hace tiempo que los redactores de La Risa teníamos 
cierto desasosiego, cierta zozobra, cierta impresión inespli- 
cable, sin que pudiéramos dar con el por qué ó sea la causa 
de estos efectos, ni mas ni menos que cuando sale uno de 
casa dejándose algo olvidado, ni se determina á volver, ni 
acierta á andar, sabe que le falta algo, pero no sabe lo que 
le falta y suele caer en la cuenta á la mitad del camino, 
-cuando la urgencia de su comisión no le permite retrogradar: 
he dicho mal, retroceder, que viene á ser lo mismo, sin que 
pueda darse interpretación política. Afortunadamente para 
nosotros y para nuestros suscritores, aunque hemos recor- 
dado tarde, no hemos llegado tarde, y por aquello de que 
mas vale tarde qtte nufica y lo de que nunoa es tarde si la 



135 

dicha es buena; queriendo ademas cumplir con la misión 
clásica de deleitar instruyendo y Tice-versa; deseosos de unir 
lo útil á lo agradable, y en una palabra dispuestos á hacer 
cuantas mejoras nos sea posible establecer, hemos resuelto 
crear una sección con el epígrafe de este artículo, que tendrá 
á nuestros elegantes lectores y lectoras al corriente de los 
adelantos, noticias, %urtnes y demás concerniente al indis- 
pensable arte de Cíirrutaquería, Nuestros suscritores sin 
corresponsales frasiceseB, ni ingleses, ni portugueses, ni rusos 
(porque aquí lo que queretanos es mdependmda naeionaJ) 
sabrán no solo la moda presente y la pasada, sino la futura, 
que es cuanta ventaja podemos ofrecerles y cuyas noticias, 
como es de inferir, no podríamos recoger nosotros sin cuan- 
tiosos desembolsos de correspondencia. 

Moda corriente. 

Como la estación no consiente mucha ropa que digamos, 
así el traje de señora como el de caballero están puramente 
reducidos á lo esterior. lias señoras van sin camisa, ni refajo, 
ni enaguas, ni corsé. Llevan solo un vestido de tafetán su- 
mamente fino con nmcbo vuelo bajo, sin ser palomino, dos 
esclavinas de vuelo también proporcionado con sus correspon- 
dientes guarniciones; birutas por tirabuzones y un sombrero 
de forma piramidal que con el resto del trcge viene á pre- 
sentar exactamente la figura de un embudo ó de un cubilete. 
Un alfiler con el retrato al óleo del novio ó del marido, som- 
brilla enana que apenas da sombra al pico del sombrero y 
guante blanco. 

El traje -de caballero 98 mas sencillo todavía. Consiste 
en un sombrero de tela, vulgo jibus. Saco blanco, abrochado 
todo el verano para no constiparse, y sobre todo cuidando de 
llevar las manos bien abrígaditas en los bolsillos. Botones 
grandes como tomates y pantalón ajustado hasta la oprimida 
bota. El que no rompa el pantalón á la segunda vez de 
ponéraelo no es elegante, y lo mismo el que no quede cojo 
por las mordeduras del calzado. 

Moda venidera: 

Traje de tofte. Para Caballero: papalina, corbatin de 
suela con un letrero que diga «viva mi dueño», saco de verano 



136 

con un panecillo largo en el bolsillo, calzón corto blanco, 
medias negras caladas, alpargatas con espolines, y una vara 
de medir por bastón. Unos lleyar&n el saco cerrado con 
lacre, otros con oblea, y algunos con cerrojos y candados. 

Para señora : zapatos de aguador atados con tomiza, mediaa 
coloradas, casulla, collar de pinchos, guantes de caballería, 
bigotes postizos la que no los tenga naturales, y sombrero 
calañes. 

Traje de paseo. Para caballero : descalzo de pié y pierna, 
en calzoncillos, frac verde con caponas, babero y bonete. 
Para señora: Chanclos, calzón de maragato, sobrepelliz y 
canana, paraguas colorado, melenas trenzadas y chacó. 

Traje de camino. Para caballero: botas de montar y 
enaguas con guarniciones; faja encamada, chaqueta de aktr 
mares y montera gallega. 

Para señora: calzón de ante, estribos de madera con gal- 
gas, coraza y carabina ^ guante blanco, pulseras, ferroñé y 
sombrero de teja con escarapela tricolor. 

Tr<\ie de montar á la inglesa^ Pantalón de papel blanco; 
sombrero y caballo de castor, frac de hule, y una ballenita 
en vez de látigo. Las espuelas están mandadas recoger. 

Estamos esperando unos figurines de que daremos inme* 
diatamente cuenta á nuestros elegantes. 



UNA TUNDA A LAS MODISTAS. 

¿Hasta cuándo, señor, hasta cuándo la ilustración del 
siglo XIX ha de tolerar la maldita invención del corsé? 
¿Cómo en esta nación, católica por escelencia, se consiente 
un ente que insolente y torpemente intente enmendar la plana 
al Omnipotente? ¡O obcecación y ceguedad humana! ¡O mo- 
distas rebeldes y tenaces, y qué cuenta habréis de dar en el 
tremendo día del valle aquel! Dios en el principio d^ los 
tiempos dijo: «sea Juana jorobada»; y vosotras, pronuncia- 
das contra este decreto del Altísimo, dijisteis en vuestra in- 



137 

I 

sensatez: «hagamos un corsé á Juana, y sea con él mas 
derecha que un huso.» Y también quiso el señor Dios que 
Juana fuese un vastago de la familia de Ñuño Rasura: mas 
vosotras con impiedad inaudita dijisteis: «toma este corsé, 
Juana, y esclamea los que con él te vean: meliora sunt ubera 
t%M vino,» Y el Señor, que sin duda quiso hacer un semi- 
diablo, ordenó también que Juana no tuviese en donde ajus- 
tarse sus ropas, á no colgárselas de los hombros: pero voso- 
tras dyisteis con insolencia: «ánimo, Juana, que ahí tienes 
un corsé que te dará caderas y cintura á pedir de boca.» 
Y ¿sabéis, modistas fatales, lo que habéis hecho? Oíd, oíd! 
Me habéis puesto en un insufrible potro, me habéis sacrifi- 
cado, soy vuestra inocente victima. Yo vi por mi mal á esa 
Juana, yo la creí un semi-Dios, yo la idolatré, yo (y esta es 
la mas negra) me casé con ellal... Una noche, no: un dia, 
dia para mí fatal, dia desgraciado, dia de doscientos mil 
demonios! Un dia, digo, hallándome en la plenitud de mis 
derechos maritales, quise considerar en ropas menores á mi 
consorte, para alabar en sus perfecciones la sabiduría y om- 
nipotencia divina. Pero ahí se habia despojado del malha^ 
dado corsé, y su espalda asemejábase al dorso de un drome- 
dario. Quedaron invisibles sus caderas apareciendo en lo 
demás tanquaní tabula rasa in qua mhil est depictum. En 
aquel instante mi ilusión se desvaneció juntamente con mi 
dicha. Lloré y maldije mi estrella; y abismado por el re- 
cuerdo del ego vos coH¿u/ngo^ fialté para volverme loco. 

Cuento á esta fecha die« años de martirio, y en ellos me 
ha regalado Juana tres hijas raquíticas y cuatro zambas. 
Ved ahí los perniciosos efectos de vuestra obra. Mas si 
creéis continuar siendo el azote del género humano, si pen* 
sais que se ha de consentir mas la plaga de vuestros . corsés, 
os engañáis ]voto á briosl Pasaron ya los tiempos del oscu- 
rantismo, y vino un siglo de las luces. 

C. F. 



138 



MI VUJE A LA ALCARRIA. 

Una de las manías mas comunes en esta dichosa época 
de escritores, fósforos y motines es el escribir de riajes, sin 
que machos de los que así escriben hayan pasado d« las 
tapias del Buen-Retiro ó del paseo de San Vicente. 

Publicó nuestro amigo fray Gerundio una curiosísima obra 
de viajes, é inmediatamente cundió la moda de tales escritos; 
y literato de nuevo cufio conosco yo que está concluyendo el 
sesto tomo, de grueso volumen, de una obra de este género, 
en que describe un vii^e que verificó k Oarabanchel de 
Abajo, donde permaneció un día, dando al anochecer la 
vuelta á la capital, de donde habia salido por la mañana en 
un caballo de alquiler. 

Así es, que nada hay mas frecuente hoy dia que el leer 
en las esquinas anuncios de semejantes obras, ó el tropezar 
á cada paso en los periódicos con artfculoB de viajes que, 
según las costumbres desoritas en ellos, los cree ^ lector 
hechos por la Mesopotamia, mas bien que por cvidquiera de 
las provincias de España. 

Por no ser, pues, menos que ios indicados viajeros, voy á 
describir algunas de las que observé en un puebleeülo de la 
Alcarria, de cuyo nombre ni quiero ni debo acordarme. 

La noche que llegamos á él otros tres comxH^eros y yo, 
fuimos convidados por un robusto mozo, gran tocador de gui- 
tarra, á acompañar 6 diez ó doce de aquellos r^icos galan- 
teadores en las músicas y serenatas con que trataban de ob- 
sequiar á otra p'orcion de mozuelas no meaos rústicas que 
ellos. Reunida la comitiva en la Plaza, y armados todos los 
mancebos de gmesísimos garrotes, seguímos por una estrecha 
y oscura callejuela hasta la mitad de ella, donde habitaba la 
hija del tio 8abañon, dama del capataz de aquella gente: 
después de un cuarto de hora ocupado en templarlos instru- 
mentos, con voz un tanto aguardentosa, entonó uno de ellos 
al compás de un desafinado violin y de dos menos afinadas 
guitarras, la siguiente canción que un zapatero poetastro de 
aquella tierra compuso á propósito para la función de aquella 
noche: decia así: 



139 

Despierta ya, Sabationa, 
y asómate á esa ventana ; 
que con tu ausencia roe pican 
los sabuuones del alma. 

S^ieron á esta copla otras por el mismo estilo, y á poco 
rato la requerida doncella, abriendo la ventana, arrojó ana 
gran torta con manteca y como medio celemín de avellanas 
que el correspondido galán recibió con cuidado en la manta 
que llevaba, distríboyéndolas entre los circunstantes : y dando 
en seguida las buenas noches á la akarreña Dokánea, se 
retiró esta de la ventana, y la alegre comparsa se marchó, 
como suele decirse, con la música á otra parte. 

Hay entre aquellas gentes una costumbre sobre serenatas 
bastante rara, y que se observa con mas rigor que la consti- 
tución que nos rige en España; esto es, que está escrita 
para todos los españoles aunque muchos, desde los ministros 
hasta los mas insignificantes esbirros, no han querido en 
ningún tiempo ser regidos por ella, que algo tiene también 
de rara como la costumbre que trato de esplicar: desde 
tiempo inmemorial está prohibido (no por la justicia del 
pueblo, sino por los garrotes de los mo^sos) á cualquiera mo- 
zalvete que no cuente catorce inviernos, pues no siempre han 
de ser primaveras, el dar músicas por la noche á otras 
jóvenes que como ellos empiezan ya á piñonear, voz tomada 
del diccionario de los andaluces. Cumplida la edad, los que 
tratan de obtener la facultad de rondar, entregan tres pesetas 
al presidente del dicho tribunal garrotesco, que se gastan por 
la noche en aguardiente, en celebridad del ingreso del joven 
en el gremio de los rondadores; siendo castigado sin apela- 
cion el que se atreve á usar de esta facultad sin los requisi- 
tos indicados. Una escena de esta especie presenciamos aquella 
noche al dejar en paz á la hija del tío Sabañón, cuya torta 
y avellanas les sirvieron de aliciente para apurar los sendos 
vasos de aguardiente, producto de las tres pesetas, y que el 
nuevo rondador sirvió á los demás sin probarlo él, por ser 
este el ceremonial, recibiendo de todas partes enhorabuenas 
por pertenecer ya á tan escogida é independiente clase. Con- 
cluido este simulacro de consagración, siguieron todos calle 



140 

abajo, acompañando los mas de ellos aquella desentonada 
orquestra con estupendos y atronadores rebuznos, con los que 
anuncian su llegada á las amarteladas alcarreñas que al dia 
siguiente, para manifestarles el desvelo que pasan por ellos, 
les dan noticia de las veces que les han oido rebuznar, á la 
manera que las damas de otros tiempos contaban los suspiros 
que al compás de su laúd exhalaban los tiernos trovadores 
entre las amorosas y dulcísimas endechas que al pié de sus 
rejas entonaban; siendo lo mas particular entre estas damas 
de la Alcarria, que se engrían y muestren orgullo de que sus 
adoradores imiten con perfección en sus rebuznos al pacifico 
animal de quien son propios; y verdaderamente no deja de 
tener mérito esta habilidad de rebuznar; única circunstancia 
que falta á muchos que conozco yo, para asemejarse entera- 
mente al cuadrúpedo en cuestión. 

No habíamos aun andado veinte pasos, cuando uno de los 
directores de la fiesta insinuó que se debia preferir en la 
serenata á la sobrina de la Contera, su adorada prenda; y 
asi era preciso se dirigiese la comitiva á su casa con pre- 
ferencia á las demás: pero á esta petición le sucedió lo que* 
sucede en el Congreso con la mayor parte de las que se pre* 
sentan, pues encontró una oposición desdida por parte de 
algunos de sus companeros que reclamaban para sus respecti- 
vas prójimas un privilegio igual; alegando uno de ellos en 
abono de su demanda, haber gastado aquella noche diez cuar- 
tos para encordar una de las guitarras, por lo que reclamaba 
la preferencia de la música á favor de su novia, la nieta del 
tio Lechuza; y entre si habia de ser la privilegiada la Cont'- 
jera ó la Lechuza^ pasaron de las insinuaciones á las amena- 
zas, de las amenazas á los insultos, de los insultos á los 
bofetones, de los bofetones á los garrotazos; y divididos lo» 
mozos en dos partidos, menudeaban los golpes de tal manera^ 
que mis amigos y yo por prudencia nos retiramos con paso 
un tanto apresurado huyendo de aquel encarnizado combate 
entre lechuzos y conejos. A la mañana siguiente supimos 
que de la nocturna batalla habia salido dos cabezas abiertas 
y cuatro brazos rotos, amen de algunas contusiones en las 
espaldas, y que los que habian quedado sanos se hallaban en 



141 

la cárcel á disposición del juez de primera instancia que 
babia empezado en este asunto por la prisión de los agre- 
sores, y del escribano, que habla empezado por su parte por 
el embargo de sus biebes con la santa y caritativa idea de 
asegurar las venideras costas: único objeto y fin de la justi- 
cia entre esta clase de aves de rapiña que Buffon no se acor> 
dó de describir. 

Haciendo reflexiones nos encontrábamos sobre la anterior 
ocurrencia, cuando el tio Mediacaña, en cuya casa nos hospe- 
dábamos, exigió de mí le acompañase de hombre bueno á un 
juicio de conciliación que iba á celebrar con el tio Vigomia, 
actual cobrador de contribuciones: no pude menos de acom- 
pañarle, de lo cual me alegré después por la siguiente chistosa 
escena que tuve ocasión de presenciar. 

Sentado el alcalde sobre una mugrienta silla, y teniendo 
delante un antiquísimo arcon que hacia las veces de mesa, al 
entrar nosotros, d^jo con voz de autoridad, y sosteniendo la 
barba con la mano izquierda: — Se va á escomenzar el jui- 
cio; el tio Mediacapa diga pues lo que le dé la gana sobre 
el particular. — Entonces mi cliente, metida la mano derecha 
en el pecho y la izquierda en el bolsillo del calzón corto que 
asaba, se esplicó de este modo: — Bien sabe su mercé lo 
atrasado que me encuentro y la miseria en que viven mi 
mujer y los nueve hijos que Dios se ha servido darme y que 
creo llegarán muy pronto á diez según he sabido esta mañana. 
Pues ha de saber su mercé que el tio Vigomiay que está 
presente, me buscó hace medio año para que condujere á 
Madrid á un comandante con su mujer y dos cadetes, dicién- 
dome que él me pagaría el importe de los bagajes de los 
fondos de propios del Ayuntamiento que, con perdón sea 
dicho, por lo que voy viendo, solo son propios del tio Vigor- 
nia, Y así, señor alcalde, quiero que su mercé le mande 
satisfacerme esa cantidad, que ya podía haberlo hecho con 
lo que se está gastando con la mujer del Chato que según 

malas lenguas — Señor alcalde, interrumpió el tio Vigor- 

nia enseñando los puños, no permita su mercé que me insul- 
ten; porque si no se me administra justicia, yo me la tomaré 
por mis manos; dejemos en paz al Chato y á su mujer. 



142 

porque si do, yo también diré lo que el tio Mediacapa está 
haciendo con la h\ja del tio BesuguíUo; dando que reir a 
diablo todos los dias, y escandalizando á todo el pueblo. — 
Basta ya, dijo el alcalde, de esos asuntos tan puercos, y va- 
mos al que nos está ocupando; siga usted tio Vigornia, — 
Ya no tengo nada que decir. — Y usted tiene que decir algo 
mas? — Solo que su mercé desamine bien ese documento 
que me ha escrito hoy mismo el sacristán, y en él verá el 
comprobante de mi pretensión. — Leyó el alcalde el docu- 
mento presentado por el tio Medicusapay que yo copio del 
original, y no quiero defraudar de él á mis lectores. 

Decia así: — Nota que yo Martin Moreno Medicbcapa 
presento al señor alcalde de la cantidad que me debe el tio 
Vigomia por haber llevado á la corte los bagajes siguientes : 
1.^* Un comandante; — un macho .... 20 rs. 

2.^ su muger; — una borrica 14 

3.^ dos cadetes; — dos pollinos 30 

Total de bestias : cuatro. Importan ... 64 rs. 

Mabtin Moreno. 

Según la redacción del anterior documeqto, copiado á la 
letra del original, no se puede saber si el total de la cuenta 
se referia al comandante y su familia, ó á las bestias que los 
trasportaron á la capital. 

£1 alcalde, oida la evasiva contestación dei cobrador de 
las contribuciones, mandó que este pagase inmediatamente la 
suma adeudada, amen de doce cuartos al alguacil que le citó» 
y tres reales á su merced por los derechos que, según su 
legislación particular, le competian. 

Al dia siguiente nos llevaron á visitar los pasos y que son 
una porción de magnificas estatuas de piedra que representan 
la pasión de Jesucristo, existentes en un oscuro subterráneo 
de una capilla estramuros del pueblo, y fabricadas por los 
cristianos refugiados en aquel sitio cuando los moros domi- 
naban aquella población, según nos esplicó, refiriendo algunos 
milagros, el Cicerone que nos guiaba. 

Preguntando uno de mis compañeros por qué una bella 
estatua de Judas tenia laa narices de yeso siendo lo demaa 
de piedra, nos contó que de tiempo inmemorial se encontraba 



143 

de esa manera á causa de que una vez en semana santa, 
época en que el pueblo sube á rezar, un mozo indignado de 
que Judas hubiese vendido á Jesucristo, le pegó un garro* 
tazo, en su cristiana exaltación, y le echó las narices al 
suelo; costumbre que se repite todos los años, siendo ua 
triunfo ^Qtre los mozos el derribárselas primero, habiendo 
sucedido algunas veces grandes riñas entre ellos por atribuirse 
la preferencia en tan santa mutilación, que dura todo el 
tiempo de la cuaresma; pues pasado este, le pegan al apa* 
leado Judas unas nuevas narices de yeso, que han de ser 
despegadas en el año venidero á impulsos de un nuevo 
garrotazo. 

Algunas otras costumbres particulares y raras podía rela- 
tar en este artículo; pero ha salido ya demasiado largo, y 
bueno será dejar tela cortada para otro dia. 

Juan Rico y Amat. 



MODAS DE parís. 

Ya que pusimos á nuestros lectores al corriente de las 
modas de Londres: justo es que les enteremos de las que 
imperan en la capital de Francia. Traje de paseo (toilette 
de pronienade) para caballeros. Los sombreros están man- 
dados recoger. Solo se estilan en los salones de baile, en 
los términos que mas adelante esplicaremos. Para abrigo de 
la cabeza se llevan pelucas enormes, hechas de melenas de 
perro de aguas pintadas de azul celeste ó carmesí. Los 
fraques son de suela charolada. Ya no se estilan botones; 
en su lugar llevan todos los elegantes un par de huevos duros 
ó pasadas por agua en medio de la espalda del frac. El 
pantalón es de grana con galones de plata y trabillas de 
papel. Nadie lleva camisa, chaleco ni corbatín, y para pre- 
servarse del frío, es^ de gran tono fumar en los sitios mas 
concurridos, pora cuyo caso se lleva á prevención una pipa 
en el bolsillo izquierdo del pantalón. Los guantes se usan 



144 

de damasco rellenos de paja. Las botas de paño negro. Traje 
de baile para señoras. El peinado á la cottp de vent con 
una pluma de cola de gallo, está muy en uso (est stnriout 
fort en vogue). Jubón negro de cartón con manga eorta. 
Vestido de mahon (nankin) con una almohada que abulte el 
tafanario. Medias azules de estambre y zapatos de terciopelo 
carmesí. Los ramilletes de flores naturales, las joyas y anti- 
guos abanicos {bijoux et éventaíls anoiens) han sido susti- 
tuidos por un gordo salchichón de Yich, que empuñan con 
una gracia singular las mas elegantes coquetas de París. 

El traje de baile de los caballeros es sumamente sencillo. 
Consiste en sombrero, frac, pantalón, medias y zapatos, todo 
de hule y muy ajustado. El sombrero no se quita para bai- 
lar, pero se lleva bastante ladeado. El frac es de manga 
corta ; los guantes blancos de algodón. Al romper la orquesta 
acompañan todos los elegantes de ambos sexos sus primeras 
piruetas entonando la canción siguiente: 

La vie est un vojage, 
tácbons de Fembellir; 
semons sur son passage 
les roses du plaisir. 
Tra la la ta la la . . . 

Ave Naria 

gratia plena, 
tra la la la la la. 

Wenceslao Ayouals de Izco. 



COSTUMBRES RUSAS. 

San Peiersburgo 6 de febrero de 1844. 

Gracias á mis amigos, pude conseguir dinero para el viaje. 
Gracias á mi dinero logré un asiento en las Peninsulares, y 
gracias á estas, salí de la corte, no sin sentimiento de perder 
por algún tiempo los goces y guaridas que en Madrid me 
hablan proporcionado mis diez años de permanencia. Metíme 
en la diligencia como Pedro por su casa, después de calcular 



145 

y temblar y recelar y reflexionar qué clase de compañeros 
me tocarían. Decia yo, porque sabia que todos los asientos 
estaban ocupados legítimamente; si á cada uno le diera la 
gana de ser un hombre gordo, y quien dice un hombre dice 
mía mujer, ¿qué seña, de mi cuerpo y de mis brazos y de 
mis piernas atravesando en prensa tantas leguas? Y se conoce 
que mis compañeros de vitge, que ya estaban acurrucados 
cuando yo monté, abrigaban el mismo tem<M*; porque cuando 
les anunciaron mi llegada, sacaron la gaita por la ventanilla 
y esclamaron con tono de satisfacción : {Albricias, que también 
es delgado! Tocóme buena gente en honor de la verdad, y 
no aventuraré nada en decir que también yo simpaticé con 
los viajeros. A la media legua escasa de camino, todos sa- 
bíamos nuestras vidas y milagros ; sacamos cada uno nuestra 
merienda, y tomamos aliento para conseguir con ánimo tan 
larga y penosa espedicion. Mi compañero de la izquierda, 
joven del año setecientos y pico, abogado según nos dijo, y 
no según las apariencias, traia sumergido en un bolso del 
chaleco un frasco de licor de apio, que nos brindó sin duda 
de muy buena voluntad, y nosotros porque uo dgera se lo 
bebimos con la mejor fe y sinceridad del mundo. Valia este 
ciudadano un caudal para compañero de viaje, sino fuera por 
un maldito mozo que tiene en casa, á quien él llama su ca- 
chicán; porque sin duda le viste de deshechos, y aunque una 
prenda se le caiga de mugre, antes que tirarla, prefiere ir 
incomodado todo el camino á que su cachicán carezca de 
ella. Digo esto, porque cuando rompimos la marcha le vimos 
un sombrero entre las piernas, que desde que hay sombreros 
en el mundo no se ha visto cosa mas detestable. Era de una 
cosa que én algún tiempo fué seda sobre fieltro y ahora tenia 
honores de grasa sobre sebo. Si le hubieran arrimado una 
mecha, arde él, arde la diligencia y ardemos todos como 
hachas de viento. Era mas que viejo, porque los viejos solo 
se quedan calvos de la cabeza, y él no tenia un pelo en todo 
el cuerpo. El ala habia volado para siempre á pesar de que 
su amo le daba muchas alas con sus caricias: la copa era 
tan pequeña que no podría uno emborracharse aunque se la 
bebiera llena de ron; y por último, lo mejor que tenia era 
Hebbmann. 10 



146 

la cinta de una íada blanca muy parecida al bramante. Pi- 
cados todos de la curioiidad, preguníámoa al camarada qué 
destisK) reservaba para aquel nmeble tan inátiL ¿Cómo que 
inútil? nos contestó el amigo: ai está casi nuevo, dejen nato* 
des que le pasen la plancha, y verán cosa de gusto. A te 
que le está esperando nú oadUcan, que si no Aiera porque 
va á contraer matrimonio, y le quiere estrenar aquel dia, 
maldito si yo enajenaba este glorioso recuerdo de mis aute^ 
pasados. Y esto diciendo , le tono oon ambas manos con mas 
cuidado que si llevar^ un niño Jesús de cera ó un castillo 
de dulces. Entre estas y las otras, pasamos los Pirineos con 
un frío que nos soplábamos las u&as. Ediámos na su^o, y 
cuando despertamos deseosos de tomar un refrigerio, y maa 
de estirar las piernas, preguntamos al mayoral que cuándo 
mudaban el tiro. Ya pronto, respondió ei de la diligencia, 
en llegando á Moscou. {A Moscow! esdamámos todos los 
viajeros asombrados. ]Sí señorea, á Mosoonr! replicó el mayoral; 
y dando cuatro latigazos á las muías, prosiguió la marcha 
cantando: 

E^ Cádiz tropezó un fraile 
y en Sevilla se cayó. 
Le fué rodando hasta Fraacitt 
y en Rusia se levantó. 

Paró por fin el coche, b^'ámos á comer ^ y por unas pa- 
tatas fritas con agua, que nosotros llfimamoa cocidas, uos 
hicieron aflcóar un duro por barba. Nosotros decíamos que 
eran cocidas, y el posadero sostenia que eran fritas; y no* 
sotros contestábamos ique no son fritas! y el posadero repli* 
caba ique no son cocidas! y entite estas y las otras, y sobre 
si fueron fritas ó fueran cocidas, se armó una de palos, que 
ya u^e pesaba haber salido de Madrid, como á d(Ni Frutos 
Calamacho haber abandonado á Belchite. 

Harto de llevar las piernas encogidas , tuve por conve- 
niente no volver á montar en la diligencia, y continué mi 
camino en el caballo de san Francisco. £1 termómetro apun* 
taba 10 bajo O, y yo creí perder las narices de frío, como 
sucede por esta tierra á mas de cuatro. Encontré muchos 



147 

caminjuites sin orejad, sin nanees y sin dedos, y eso que se 
toman muchas precauciones, y apenas sale un kombre de 8«i 
casa sin llegar an brasero en la tripa colgado como quien 
lleva una csjíl de fósforos; pero rmigos míos, en Rusia hace 
mucho ñio, principalmente en Moscow desde qae le quemaron 
sus habitantes con motivo de k invasión de Bonaporte. Yo 
espero salir pronto de esta tierra de nieves, y aunque me 
derrita los huesos pienso no parar hasta la 16iea equiaoccíad 
donde los pigaros se achidtíurran de cakr. 

Cosas muy originales tengo que contar de Rusia. Sus 
eostamlnres son tan ehoquantefi, que á cada paso oéreean 
espectácnlos increíbles á los hijos de mediodía. Aqni come 
el que tiene pan, y el que no, ayuna; pero lo mas admirable 
está en que todos comen por la boca, huelen con las narices, 
oyen con las orejas y andan en dos pies, escepto algunos 
que andan en cuatro como en £spafia, no sé si por instinto, 
ó porque no les han enseñado mas. Lo que no me estraña 
nada, porque estoy acostumbrado á verlo en mi tierra todod 
los dias, es que por suA Los pobres 8(bi millonarios y los 
ricos piden limosna. Los j6vénes están todos con un pió en 
la sepultura, y los viejos empiezan á vivir. A los soberanos 
se les trata como si ñieran verdngos, y los verdugos mandan 
y tienen vasallos y condecoradones y tratamiento de Majieer 
tad. Hasta los virtuosos son malvados^ hasta ks Uberates 
son serviles, y hasta ios creyentes son ateos. Todo anda 
trocado por esta tierra, señor Ayguals: no venga usted por 
aquí, donde los literatos están podando viñas, y los eaba- 
dores hablan de literatura, que es de ver á estos patanes etif 
ticar á los ingenios y dirigir la opinión púbfiea. £1 año pSr 
sado un mozo de labor que era alcalde, metió preso á su 
amo. Es verdad que luiego el amo le despidió, y desde eor 
tónces que no come; pero por un gustazo ¿quién no Uera un 
trancazo? 

Lo que divertiría á cualquiera de esta tierra lo mismo 
que á mí, es el ver todas las profesiones trocadas. Eb de 
ver al cura tomando el pulso á los ei^erraios, y el herrador 
cantando misa y confesando á los devotos. £1 sacristán aür 
lando tijeras, y el boticario gritar por la noche en la calle 

10* 



148 

las doce en punto y Berenolü Aquí cortan el pelo y 

afeitan los carpinteros con el escoplo y la azuela: y yo por 
mis propios ojos he visto á un sartenero estañar las patas á 
un galgo que se perniquebró cayéndose de la cama. Y por- 
que el perro no sanó, quisieron formar causa al calderero y 
embargarle los bienes, á lo que el pobre hombre contestó: 
¿-qué bienes, señores, si no tengo mas que una burra vieja, 
que está para entregar el alma al Redentor? 

Me olvidaba lo mas interesante de las costumbres rusas, 
que es la parte de diversiones. He estado en el teatro de 
Moscow, que es un puerto de Guadarrama: he dicho poco, es el 
Polo Glacial ; pero la compañía , no he visto cosa mas caliente 
y destemplada, no sabe hacer mas que tragedias. Algunas 
veces parecíame oir los versos de Bretón de los Herreros y 
don Ramón de la Cruz; pero luego me desengañaba de que 
lo que presenciaba no era saínete ni comedia de costumbres, 
porque en este género de composiciones no hay catástrofe, y 
las funciones que yo he visto, todas han acabado en una es- 
pantosa y sangrienta degollación. Salió una noche el autor 
á anunciar que al día siguiente se despedía la compañía con 
la representación de Carlos 11. | Pobre Carlos III Los trajes 
no eran malos, pero había anacronismos y contrastes tan 
graciosos como una Inés con ropaje antiguo y peinado á la 
moda, y un fray Froilan con barbas de capuchino y hábito 
de dominico. Sin embargo, la función fué completa; porque 
para darla mayor ínteres, convino la empresa en rifar ¿qué 
dirán ustedes? ¡un camero!!! Apenas podia yo creerlo que 
escuchaba. Se han visto en el mundo monstruosidades, como 
niños de tres cabezas y corderos con cuatro patas; pero rifar 
un camero en una función dramática es un fenómeno que no 
han visto los nacidos. Merece ser embalsamado el autor de 
la ocurrencia, y ocupar un lugar preferente entre los bichos 
raros de la Historia Natural. Con mas miedo que sí metiera 
mano en cántaro para salir soldado, presenciaba yo la rifa 
del carnero, rogando vivamente al cielo que no me tocara la 
suerte de llevar los cuernos á casa; pero no me valió. Parece 
que la suerte djjo para mí, al que no quiere caldo, la taza 
llena: y así fué, salió el 124 premiado, que era exactamente 



149 

el número de mi asiento. Corrime al pronto de vergüenza: 
pero luego dije^ venga la pieza, que mas vale algo que nada: 
puede que, si Dios me ayuda, dentro de un siglo tenga nua 
piara de dos ó tres mil cabezas de ganado; y estoy resuelta 
á dar al carnero una vida como un obispo. Ocurrióme alguna 
dificultad al tiempo de bautizar la criatura, porque llamarle 
Carlos 11 hubiera sido rebajar la dignidad del camero. Lia* 
marle, fray Froilan, sobre ser impropio, úene algunos visos 
de reacción; por lo cual determiné llamarla el hechiz<»do. 
Solo me resta decir por hoy, que pian pian me vine con mi 
hechizado á esta aldea de San Petersburgo, donde permane- 
ceré hasta que las nieves me dejen tomar otro rumbo. Aquí 
estoy sin saber de ustedes, ni de los compañeros de diligen- 
cia, ni del cachicán cuyo sombrero tan alegres ratos me dio 
durante el camino. 

JUAK MaBTINEZ yiLLBBGAS. 



MODOS DE PASEO. 

Los recien casados salen á paseo de bracero llevando un 
perrito galgo como símbolo de la fidelidad. La novia debe 
aparentar calor aunque sienta frió. De ahí proviene el llevar 
la capota caida. Las capotas á la dernier son embudos guar- 
necidos de papel dorado. Las sombrillas han ido reducién- 
dose hasta tal punto, que las señoras mas elegantes llevan 
un solideo unido á un saca-trapos. El chai es de estera fina 
de Elche. El vestido debe tener mucho vuelo para que queda 
debajo el armador de corcho ó de algodón, y tan largo que 
no se vean los pies á fin de poder ahorrar el gasto de me^ 
dias y zapatos. 

Los caballeros llevan el sombrero de terciopelo carmesí, 
copa elevada, ida ancha y arremangada por detras. El uso 
de un gran cuello de camisa está tan en voga, que los mas 
elegantes se ponen el cuello en el cuerpo y los faldones muy 
almidonados salen de la corbata de suela que es también 
bastante alta. La barba á lo patriarcal es signo de buen 



150 

gusto, asi es que los jóvenes de graa toao que son iK>r na- 
turaleza imberbes, >la Ueran postiza de esparto de Cartagena 
ó de Almería. Sigue la moda de los higos secos por botones 
y del bastcm de tambar mayor. Los guantes tanto para señora 
como para caballero son de damasco, el de la mano derecha 
carmesí y el de la izquierda amarillo. Se igustan á la muñeca 
por medio de un bramante ó un poco de pan mascado. 

Las señoritas solteras mas elegantes van por el Prado 
saltando sucesivamente una por encima de otra gritando: 

A la una le daba la muía. 

A las dos le daba la coz. 

A las tres los tres hijos de San Andrés; 1, 2 y 8. 

A las cuatro brinco y salto. 

A las cinco salto y brinco. 

A las seis machaca la vieja los ajos en el almirez; ma- 
chácalos bien que son para comer, machácalos mal que son 
para cenar. 

A las siete tente capiruchete etc.: mientras que los papas 
y las mamas las siguen atracándose de melón. 



LOS REYES. 



Habia en un pueblo de Galicia dos hermanos gallegos, 
que eran naturales de Galicia, pues también puede haber 
gallegos de otras provincias, y lo voy á probar sin catarlo. 
Cuando un castellano viejo, de Castilla la Vieja, edia .una 
ñinfarronada se le dice que es muy andaluz, si es testa- 
rudo, vizcaíno; y si tiene todas las cualidades que se atri- 
buyen á los hijos de la ribera del Miño, gallego le llaman 
y con gallego se queda. <No es mi ánimo ofender á los 
hijos de Galicia; antes por el contrario, su carácter be- 
llísimo y servicial, su corazón leal y fiel á prueba de 
bomba, y sus formidables costillas á prueba de cuba, les 
kicen en general acreedores á la consideración de los es- 
pañoles; pero voy á decir lo que todo el mundo dice de los 



151 

gallegos, en lo c«a1 babrá lum mezcoleBoa de agrio y de 
dalce, de feo y de bonito, de grande y de pequeño, de malo 
y de bueno, de blanco y de castaño oscuro. 

Cosas bnenaa que se dicen de los gallegos: estas equiva- 
len á la mitad de los obras de ukerioordia que ascienden á 
siete, á saber: fieles porqne raro es el gallego qne espera 
hacer fortuna por malos medios, y es tal la reputación que 
gosan en esta ptste, que en Madrid, donde un ministro cuando 
quiere visitar á un amigo necesita llamar y decir qmén es, y 
manifestar lo que qniere al criado que si no está bien seguro 
de la bondad del qne llama no le abre la puerta; en este 
mismo pueblo, repito, los aguadores entran en las casas á 
todas horas del dia y de la noche aunque haya mtgeres so- 
las, y aunque las casas estuvieran embaldosadas con ochen- 
tines. (Entre paréntesis, me gastaría mucho vivir en una casa 
de tan buen piso.) 

Otra de las buenas cualidades qne se atribuyen á los ga- 
llegos de Galicia, es la de ser amables y esta proposición creo 
que merece ser aprobada por unanimidad; la tercera es la 
de ser humildes; ¿se procede á la votación? queda aprobado. 
Se dice en cuarto lugar *que son trabi^adores y en quinto qne 
son honrados. Estas dos cnafidades pueden confundirse en 
una , porque para mi un hombre honrado debe ser trabajador, 
y no concibo un hombre trabajador que no sea honrado. Es 
así que los gallegos son trabajadores, ergo los gallegos son 
también honrados á carta cabal. 

En sesto lugar se dice que los gall^(os son foraudos; los 
que se levanten dicen que si, los que lo duden que vayan al 
patio de la aduana y hallarán hombres capaces de cargar con 
un carromato y llevársdo á cuestas basta París de Francia^ 
porque hasta Paris el de Madrid seria muy poca cosa. Y 
ahora que viene á pelo, vean ustedes qne cosa tan rata; los 
forasteros creen qne París ts mil veces mas grande que Ma- 
drid; y los franceses llaman á Paris la gran ciudad, la capital 
del mundo, siendo asi que Paris no solo cabe dentro de 
Madrid, sino que iq»énas ocupará en el paseo del Prado unos 
tres ó cuaitro mil pies superficiales. 

La sétima cualidad recomendable de los gallegos es la de 



152 

ser buenos soldados , y de esta hay quka quiere rebajar 1» 
mitad del valor, diciendo que son buenos soldados de á pié^ 
pero malos para la caballería; esta parte en mi concepta 
debe quedar también aprobada con la enmienda y ya tienen 
ustedes discutidos y aprobados siete artículos que hubieran 
ocupado siete meses á un congreso de diputados* 

Vamos á la parte lastimosa. Son acusados los gallego» 
de ignorantes; y en prueba de ello cuando se quiere referir 
un cuento en que el protagonista es, no un pobrecito sino 
un pobrezote, se dice que el lance le pasó á un gallego. 
También se les acusa de tacaños, y es tan general esta idea,, 
que cuando se trata de tachar á un hombre de interesado y 
roñoso, se dice que es como un puño ó como un gallego, de 
lo cual se deduce que los gallegos son iguales á los puños,, 
por aquel axioma de que dos cosas iguales éi una tercera, 
son iguales entre sí. 4-+-2=6 y 8-1-3=6, luego 3-í-3=4h-2> 
y está probado matemáticamente. 

Y por último, se critica á los gallegos de tener fatales 
estremidades; malas manos y malos pies, y esto no carece 
de fundamento, porque una pisada de un gallego es capas 
de producir una gangrena en pies castellanos, y respecto á 
las manos preguntemos á los jugadores de villar que cuando 
tienen una bola media vara de la tabla dicen que no hay mas 
que cuatro dedos de gallego. 

Pero vamos al cuento: había dos gallegos que ademas de. 
ser gallegos eran hermanos: uno se llamaba Toribio y otro 
Bartolo, de los cuales el último decidió venirse á Madrid á 
ganar la vida como lo habían hecho sus padres y sus abue- 
los. Poco tardó en disponer el vi^je; tomó Bartolo un mor- 
ral con un par de camisas, unos causones y la merienda, y 
echándose los zapatos al hombro tomó el tole hada la capital 
de España. No había andado Bartolo trescientos pasos cuando 
dio un tropezón y se rompió un dedo. Esto cualquiera lo 
hubiera tenido por una desgracia menos Bartolo que, resig- 
nándose con el dolor fatal dijo muy conforme: «¡Oh qué for- 
tuna la de ir descalzo ! si llevo el zapato puestu me lu rompu! o 
Siguió maestro Bartolo todo el camino sin mas novedad pen- 
sando siempre en escribir á su hermano Toribio á quien 



153 

qaeria entrañablemente: con efecto, á los dos días de estar 
en Madrid enristró la péñola y puso á su hermano la siguiente 
carta en su idioma, que yo me he tomado la libertad de me» 
dio traducir al castellano. «^ 

«Querida hermanuTuribiu: Llegué á esta corte felizmente 
la víspera de us Reyes y te voy á contare lo que pasóme. 
Dijérumne que en dia tal, todas lus buenas cristianas van 
á esperar á las Reyes, y que para verlas megore, había de 
cargare con una escaleira. Abracóme á la escaleira por ver 
las Reyes el primera, con tanta goza como si te abrassaré á 
ti. La noche era fría y aindamáis cain unos copas de nieve 
como mi monteira, y toda la'^^che andubimus de Heroides 
á Pilatus; mas Uéveme u demu si lus Reyes na estaban mas 
allá de Santiajo. Perú en fin me dierun bien de cenare; 
echámus un traginu de Ucore, y si bien me hicieron resfriare, 
bien el estómago calentóme. Ya soy venturosu; ya no en- 
vidiu á lus mas poderoisos de la nostra térra, saberás coma 
cómpreme una plaza de aguadore que te ofrece para lo que 
gustes mandare tu hermana 

Bartolumé. » 

Efectivamente, hay en Madrid, en el pueblo mas culto de 
España costumbres tan ridiculas y chocanreras que harían 
poco favor á la aldea mas miserable y atrasada. Una de las 
escenas grotescas que no ha podido destruir la ilustración , es 
la que se ofrece en la llamada noche de Reyes. Vayan us- 
tedes á la puerta del Sol y verán lo que es bueno y barato: 
desde lejos se siente un gran ruido de cencerros y zambom- 
bas que parece que va á pasar una procesión de demonios, 
y lo que pasa es un gallego cargado con una enorme esca- 
lera, acompañado por una multitud de granujas que le van 
alambrando con sendas hachas de viento. Otros le dan una 
música infernal de cencerros , y trayendo y llevando al inocente 
que lleva la carga de aquí para allá y de allá para acá, atra- 
viesan la población doscientas veces en medio de las carca- 
jadas y los silbidos de la multitud. 

Yo no creo que la preocupación llegue al estremo de que 
todos los que cargan con la escalera vayan de buena fe á 
esperar la venida de los Reyes magos; pero algunos estoy 



154 

convencido de que lo creen tan de veras, qne cuando ama- 
nece el dia seis sin haber visto á los Reyes, se llevan un 
chasco solemne; hay otros que saben lo que x>&8a, pero si les 
dan de cenar y un par d^ pesetas son capaces de cargar con 
la escalera haciendo á las mil maravillas el papel de tontos. 
Sea por preocupación 6 por malicia, me parece sensible que 
tales costumbres hayan sobrevivido á otras mucho m^^jores 
que han caducado. 

Sin embargo, se conoce que Bartolo con solo entrar en 
Madrid se civilizó un poco, pues cuando estaba en mi tierra 
se llamaba Bartolo á secas^or luego hemos visto que en su 
carta se firma Bartolomé: Icrilual no debió sentar muy bien 
á Toribio, que sin duda atribuyó d tné á un esc^o de or- 
gullo que 6u hermano tenia de verse en Madrid, con lo cual 
querría dar á entender que era mas qne todos los gallegos 
que no habían abandonado la tierra. Digo esto porque á los 
pocos dias de escribir Bartolo á su hermano recibid la con- 
testación en estos términos: 

«Mi estimadu hermanu Bartolu: Me alegru muchu que 
haigas llegadu con la cabal salud que para mí deseu; la mia 
buena á Deo gracias. También me alegru que te diviertas 
tantu, y que puedas ya cargare cun la cuba, pues ya le con- 
sideru tan grande home comu Deo, que al fin cargare con 
la cuba ó cargare con la cruz todu es cargare. Solu sientu 
y me pesa lléveme u demu que tengas tanta vanidade ponqué 
estás en la corte , que te firmas Bartoln-mé y no Bartolu comu 
Deo manda, y lo que yo te puedo decir es, que si porque 
estás en la corte te firmas Bartolumé, yt) que me estoy en 
mi tierra me firmu 

Téiribiu -mi.» 

No he vuelto á saber nada de Bart<4o ni de la correspon- 
dencia con su hermano: si por casualidad descubro alguna 
cosa mas se la contaré gastoso á mis lectores. 

Juan Martínez Villergas. 



155 



DISTRACCIONES DE DON ANACLETO. 

Don Anadeto está empleado ea la aduana. Tiene la eos- 
tambre de desayunarse con una taza de té con leche, que 
al ir á la oficina , toma en el café nuevo. Suele con frecuen- 
cia meterse en cierta botica que hay inmediata al café, y 
dando un par de palmadas en el mostrador, grita muy serio: 
«mozo una taza de té.» Sale el boticario, y reconociendo 
don Anacleto su equivocación, le pide mil perdones, olvida 
su desayuno y se dirige precipitadamente á la oficina. Allí 
racuentra á su jefe, y ciego de cólera, le toma por el criado 
y le reconviene agriamente porque todavía no ha arreglado 
el brasero. Lo mas particular es que esto acontece en el mes 
de julio. En cambio entra en el despacho un mozo de cor- 
del, y haciéndole don Anacleto mil cortesías, le presenta 
varios documentos paca firmar. 

Rara vez deja don Anacleto de llevar su pluma á mojarla 
en la salvadera, cuando escribe, y al concluir algún estado, 
carta ó factura que le ha costado algunas horas de ímprobo 
trabajo, coge muy satisfecho de su obra el tintero, y derrama 
sobre ella la tinta creyendo ponerle arena. Hay pues que 
empezar la tarea de nuevo, y como don Anacleto es corto 
de vista, nada puede escribir sin antiparras. Las busca por 
todos lados, y las benditas de Dios no parecen. Se arrodilla 
y revuelca por debajo de la mesa mojándose las manos en 
ciertas cosas que relucen como los cristales de sus anteojos; 
pero estos no parecen, y el bueno de don Anacleto se desa- 
zona hasta el punto de saltársele las lágrimas de rabia. En- 
tonces para ei^garias lleva una de sus manos á los ojos y 
tropieza con las benditas antiparras que creía perdidas y ha 
tenido impertérritas en sus narices. 

El es de quien se cuenta que encontrándose un día con 
ano de sus mas íntimos amigos, le d^jo: «señorita, con que 
su mamá de usted signe difunta?» Y una vez que otro de 
sus amigos le notició la muerte de un pariente, contestó muy 
tranquilo: «Bah! yo espero que su enfermedad no será cosa 
de cuidado.» 



166 

Cuando anda por la calle, empieza su conversación con 
un amigo, y á lo mejor se junta con otra persona siguiendo la 
misma conversación; si esta persona le hace reparar en su 
distracción, suelta don Anacleto grandes carcajadas, retrocede 
algunos pasos y coge del brazo á un caballero que juzga es 
su primer compañero. Empieza á censurar la conducta de 
cierto don Bonifacio su vecino, y á decir pestes del modo que 
se deja gobernar por su mujer, hasta que la cólera del agra- 
viado que suele insinuarse con algún bofetón ó puñetazo asaz 
elocuente, hace ver á nuestro distraído que estaba hablando 
con el mismo don Bonifacio. 

Mi señor don Anacleto es afídonadisimo á los huevos 
pasados por agua; no cena otra cosa. Sabe que, por regla 
general esperimentada por los mas hábiles cocineros, bastan 
cuatro minutos de submersion para que el huevo cocido tenga 
su verdadero punto. Pone mi héroe su cafetero en la lumbre, 
y cuando hierve el agua coge con una mano su reloj y con 
la otra un huevo; pero vagando su imaginación por regiones 
aéreas, sumerge su reloj en el agua, y contempla maquinal- 
mente el huevo para sacar el reloj bien cocido á los cuatro 
minutos. 

Cuando don Anacleto encuentra en la calle alguna pasiega 
que lleve en brazos algún niño de sus amigos, se acerca con 
amabilidad á la pasiega, la hace tiernas caricias, la da un 
beso, y luego dice al chiquillo: «dará usted un recado á los 
señores. » 

Jamas ha llevado don Anacleto bien botonado el chaleco: 
regularmente coloca el primer botón en el tercer ojal. 

Un dia que debió entrar no sé por qué negocio en uno 
de los aposentos de palacio, le hicieron dejar el bastón á la 
puerta. A su salida estaba su bastón junto al del mismo 
potetero. Tomó el uno por el otro y se fué muy serio á pa^ 
sear por el Prado hecho un tambor mayor. 

Aunque algunas distracciones suelen darle malos ratos á. 
mi distraído, no es esto lo mas común, pues generalmente 
suele distraerse don Anacleto en provecho suyo. Si toma algo 
con sus amigos en el café, nunca es él el pagano. Si su 
casero no está muy á la mira del vencimiento del alquiler. 



157 

á buen seguro que no será don Anacleto quien se acuerde. 
Seria no acabar si tratase de enumerar todas las distraccio- 
nes de mi héroe. Concluiré pues con la que le ocurrió al 
pié de los altares cuando estuvo á punto de casarse, y por 
ana de sus distracciones acabó á monterazos, como suele de- 
cirse, la solemnidad del acto. 

Don Anacleto se mandó hacer un trsge de boda muy ele- 
gante. Estaban muy en boga los pantalones igustados; pero 
el sastre se los hizo tan estrechos á don Anacleto, que este 
estaba sufriendo lo que no es decible mientras duraba la 
santa ceremonia. Maldita estrechez! decía repetidamente entre 
dientes el novio cuando sentia el dolor que le causaban sus 
elegantes pantalones. Yo estoy por lo ancho, anadia para 
8i el pobre don Anacleto. £n esto llegó el caso de hacer 
el cura al novio la pregunta de costumbre. ¿Queréis por 
esposa á doña Hortensia? ... y el pobre novio, á quien mas 
que nunca estaban atormentando sus pantalones, repitió: «No 
mas prendas estrechas! No quiero eso.» ¿Qué dice ese hom- 
bre? esclamaron todos atónitos, y él figurándose estar entre 
los aprendices del sastre «sí señores, repetia colérico, yo no 
quiero eso: yo estoy por lo ancho, por lo ancho;» y á conse- 
cuencia de estas espresiones hubo una pelotera de San Quintín, 
y mi don Anacleto perdió una novia riquísima, por no ser 
aficionado á pantalones angostos. 

Wenceslao Atouáls db Izco. 



EL día de san isidro. 

{Anda salero! ¿Después de tanto como se ha dicho del 
dia de San Isidro me vengo yo con estas once ovejas? .... 
¿Y qué quieren ustedes? ó llego á tiempo ó no llego á tiempo; 
si llego á tiempo bien me lo pueden ustedes perdonar, pues á 
cualquier desdichado de este mundo se le dice: «Dios le per- 
done si llega á tiempo» y de esto á rondar un año, estoy por 
lo primero porque mas vale llegar á tiempo que rondar un 
año. Si no llego á tiempo, paciencia; harto trabajo es el 



158 

mío, y como decia \m enfermo que tenia uu grano muy gordo, 
viendo que el médico no le aplicaba remedio ninguno, entre- 
tenido en probar la escelencia de la pi^a para los sómbreteos: 
señor doctor, basta ya de p^a; al grano, al grano. 

Y el grano es San Isidro de Madrid que es un grano mas 
que regular y sino es mas que regular por lo menos no es 
un grano de anis. £s el caso, que todos los lugares de Es- 
pana tienen un pataron ni mas ni menos que las modistas para 
hacer chalecos de moda, solo que los chalecos suelen pare- 
cerse á los patrones mas que los pueblos, y sino dígalo Ma- 
drid que teniendo por patrón un santo de reja y arado ea 
el pueblo menos agricultor de toda £spaña. Y ya que va 
de equÍTOCos hasta en esto se diferencia el pueblo de la soi* 
datesca: los pueblos se contentan con uu patrón y ios solda- 
dos necesitan una patrona para cada jornada. 

£stos patrones de los pueblos son obsequiados cou gran 
pompa y solemnidad por sus protegidos todos los anos el dia 
de su nombre. Solo que aunque son santos no admiten be- 
samanos como otros que no lo son» y lo mas que hacen es 
conceder un par de dias de crápuJa y jaleo. £n unas partea 
se celebra la iuuciou con novillos, en otilas con dulzaina ó 
tamborü, y Madrid que está por lo positivo, con llenar el 
estómago de cosas que sepan bien y se peguen á los ríñones. 
Esta es la menos necia de las solemnidades patronües» 

En primer lugar nol;aremos que la función de San Isidro 
se divide en dos. Fiesta para los señores, y liesta para la 
gente común. Los primeros van la víspera por parecer seño- 
res aunque sea á pié y sin dinero; porque es mas tónico an- 
dar á pié la víspera que en coche el dia. £1 vulgo ó pópulo 
ó gentuza, como yo, vamos el dia 15 que es lo mas racional, 
y d^émonos de cumplidos. A fe que mas de cuatro van de- 
sertando de nuestro gremio y acabarán por confundir las 
clases; ó los señores, viendo que las chaquetas invaden el 
territorio de las levitas mudarán de parecear y se volverán 
las tornas. Sea como quiera yo estoy por ir cuando se me 
antoje, digan lo que digan; porque lo mismo hay ^e v^r jp 
que andar y que comer el dia antes que el dia de»pues. £1 
que tiene para pagar carruái^ie tiene todo lo que puede ape- 



159 

tecer» si ademas lleva merienda. Los que no tenemos mas 
<|Qe nuestros pies nos fastidiamos doble , porque sobre la carga 
del camino tenemos la del pontazgo, que aunque no se llame 
pontazgo es oosa de pagar, y de haber de pagar, lo mismo 
se me da á mí que se llame contribución que pontazgo, que 
alcabalas, que lanzas, y que medias-anatas. Hablo de lacón- 
tríbucáan de 8 mrs. de ida y 8 mrs. de vuelta, total 16 mrs. 
que tiene que aflojar nn prójimo por pasar unos cuentos pa- 
Utroques, por milagro del Santo sostenidos, á los cuales bay 
personas tan descaradas que dan el nombre de puente; pero 
los que le ooostn^yen para comodidad del público poco les 
importa que esté con todas las r^as del arte ó no, y lo 
qae ellos dicen y dicen muy bien: tente puente mientras co- 
bro. El negocio es llenar el bolsillo con gt^es de los demás 
y húndase el mundo y baya nau&agios y gárgaras por fuerza, 
siq[Kaiiendo que el Manzanares lleve agua á la sazón suficiente 
para baeer gárgaras y salga el sol por Antequera. 

£1 puente no es motneda que echan en saco roto los mo- 
zalvetes y si hay apreturas menos. Antes es esto lo que ellos 
bascan, y mas cuando por los aiatro costados hay mucha- 
chas con quien rosar la suave y cariñosa mano. Menos ino- 
cente es el que mientras ellos se entretienen con caricias de 
esta especie, se ocupa en quitar lo que llevan mal puesto^ 
lo mismo al gato que á quien le atusa, pudiendo decir á la 
salida: 

No me fué mal en la tici$(a i 
pero mal mi lengua rlice , 
Si buenos prodigios hice 
buenos pauíielos me luiesta. 

Por lo demás la pradera de San Isidro en este día es el 
campo de la igualdad, el cuartel general de la democracia. 
No importa que duques y marqueses concurren á desvirtuar 
esta denominación, á eclipsar este viso de popularidad: lo 
que hacen coa esto es rendir un homenaje de veneración al 
pensamiento preponderante del ¡iiglo XIX, porque tal vez un 
conde aquí , un barón allá y otros dos títulos , fi»inando entre 
los cuatro un cuadrado perfecto, son elegantes adornos para 
recrear la vista de un enyesado al bañil ó de un tiznado car- 



160 

bonero, que en el punto céntrico devoran en compañía de 
ana palurda hembra, sus magras, mas sus tortillas, y una 
bota de nueve meses cargada. O al revés: todo un Escmo. 
Señor tiene que rozar su lustroso frac por todos lados con lo 
que ellos llaman gente del bronce. 

Respecto de comidas no alcanzo yo que tenga de estra- 
ordinario el dia de San Isidro. Cuatro tenduchos á guisa de 
covachuelas portátiles, en mala alineación colocadas como re- 
gimiento de reclutas, con varios géneros, unos líquidos y 
otros sólidos, pero que todos vinieron á este mundo con la 
misión sagrada de colarse por el callejón (con salida) que 
tenemos todos entre barba y nariz, para llenar el vacio que 
hay entre pecho y espaldo: géneros todos compuestos con 
los mismos ingredientes, por cuya razón debían bautizarse y 
se bautizan con un nombre común ; pero viene luego el obispo 
que es el que rotula los comestibles y bebestibles y al confir- 
marlo hace diez ó doce familias de una sola casta. Los 
licores, por ejemplo, suelen componerse de aguardiente de 
Cañas, agua de la fuente del Berro y miel de la Alcarria: se 
divide la gran porción en frascos dándoles distinto color, unos 
con zumaque, otros con azafrán y no pocos con albayalde 
y tinta, y se les encaja después un papelito á veces impreso 
y á veces manuscrito que diga Noyó, Perfecto amor, Leche 
de Viejas, Aceite de Venus y otras zarandajas que fascinan 
á la multitud y si no la llenan el ojo la llenan el cuajo. 
Ademas que basta que un hombre se empeñe en estar en- 
fermo para que se muera sin dolencia alguna; lo mismo es 
la gente para comer y beber: basta que una cosa se llame 
requesón para que aquello nos sepa á requesón aunque sea 
queso de la Mancha bien duro y bien colorado. Lo cierto es 
que cada frasco que tiene de coste ños 6 tres cuartos, se 
vende á dos ó tres reales, usura quo basta á vindicar á ese 
montón de contratistas que hoy tienen á centenares las fincas 
y hace seis años no podían pagar una habitación de dos 
pesetas como se sucede á mí. 

Nada diremos de los bailes improvisados, unos de carácter 
popular y otros mistos, porque es muy general en tales oca- 
siones ver un señor frac bailando seguidillab, que es el ana- 



161 

cronismo mae atroz que imagioarse puede. Tampoco habla- 
remos del tío Vivo que con sus caballos de madera ha dado 
mas días de gloría á sus dientes, que otros á la patria con 
buenos caballos de carne y hueso , y jinetes de lanza en ristre 
embutidos en coraza y casco. Tres cuartos cuesta el dar dos 
Tueltas en la máquina del tio VivOf y por tan poca cosa 
sería una tacañería el dejar de columpiarse y hacer círculos 
concéntricos al compás de una murga que cuando se la ve 
tiene clarinete y fagot, pero cuando se la oye no aparece 
mas que el pom, pom, pom del bombo, y el chim, chim, 
chim de los platillos tan destemplados que parecen* collar de 
cascabeles ó sonajero de niños. 

Pero todo esto es grande por el entusiasmo que lo pro- 
duce , y porque todo contribuye á dar animación al gran cua- 
dro cuyas angelicales bellezas encubren cualquiera imperfec- 
ción y sobre todo, porque á mí me ha dado materia para 
emborronar papel en este que no tiene pretensiones de ar- 
tículo de costumbres, sino un culto aunque humilde tributado 
á la festividad del dia de mañana 15 de mayo de 1843. Queda 
de ustedes hoy víspera 14 su afectísimo S. Q. 6. S. M. 

Juan Martínez Villeboas. 



A FR. GERUNDIO. 

Reverendísimo Padre : al verle sacudir el polvo de los há- 
bitos, acomodarse las mangas y la capilla, y echar mano al 
hisopo para conjurar los espíritus malignos, todos los her- 
manos que componen la comunidad de La Misa le desean 
mil prosperídades y recomiendan desde ahora vuestra seráfico 
celo, si es que de recomendación necesitan las festivas pro- 
ducciones de Vuestra Reverencia, cuyo estraordinario méríto 
es reconocido y apreciado dentro y fuera de España. De 
todos modos, con el afecto mas sincero y por lo que pueda 
valer, exhortamos á todos los pecadores se animen á depo- 
sitar en vuestra reverendísima manga la corta limosna de 
ocho reales al mes en Madrid, diez en las provincias y veir.- 
Herbmann. 11 



162 

tiocho por trimestre para adquirir vuestros santos ejéSrciciofi, 
que desd^ el 5 del presente mes (junio de 1S43) verán la 
pública luz cada cinco diás con el auxilio y misericordia de 
Dios. 

Pero permita, Reverendísimo Padre, que con toda efica- 
cia le supliquemos no abandone á sus hermanos de La Bisü, 
Por las llagas de su padre San Francisco acuérdese de estos 
míseros penitentes, que sin su colaboración quedarían cual 
descarriadas ovejas k merced de las tentaciones del demonio. 
Declare á los fieles en sus santas publicaciones, que para 
solaz de sus graves tareas nos favorecerá dé vez en cuando 
con alguna produccioncilla á la manera de la de Calvas y 
Pelucas que puWicó La Bisa y que tan merecidos aplausos 
ha granjeado á Vuestra Paternidad Reverenda. Declárelo 
así en obsequio del acentrado afecto que le profesamos, y 
recomiende en su^ sabias páginas las páginas dé La Bisa, 
si es que de su preciosa recomendación le parecen ellas me- 
recedoras. 

Tampoco quisiéramos que vuestro apreciable lego echase 
la memoría de nuestro Ambigú en manga rota. £n él sé 
hace soberbio chocolate y á Tirabeque lo mismo que á Vues- 
tra Paternidad Reverendísima, se lo dará nuestro amabilí- 
simo cocinero con esquisitos bollos, siempre que favorezcan 
con su presencia el Ambigú de La Bisa, donde hay ademas 
para los buenos amigos abundantes provisiones de cuanto 
Dios crió. 

Con este motivo, hermano Fr. Oemndio, me repito de 
V. P. M. R. atento obligado servidor Q. V. M. B. 
A nombre de la comunidad de La Bisa 

Wenceslao Ayouals de Izco. 



Í63 

FR. GERUNDIO 
A LA COMUNIDAD DE LA RISA. 

Risa, y placer, y gusto, y alegría, y complacencia, y 
satisfacción, y contento, y deleite, y gozo me ha cansado, 
hermanos risueños, á mí, Fr, G-erundiOy la atenta y festiva 
invitatoria que á nombre vuestro se ha dignado dirigirme el 
hermano Ayguah de Lseo. Protestóos á fe de reverendo, y 
juróos por mi santo escapulario, que al propio tiempo que 
me habéis ruborizado con las inmerecidas laudes que vuestra 
bondad me prodiga, me obligáis en términos que fuera yo el 
mas ingrato de los seres risibles, y que mereciera en castigo 
pertenecer á los entes llorones , si no dejara descansar algunos 
ratos el hisopo de conjurar y las disciplinas de sacudir espí- 
ritus malignos y políticos malandrines, para dedicarlos á reir 
con vosotros, y á solazarme oon los hermanos de esa comu- 
nidad riente. Ye no dejaré tampoco de aprovechar la pri- 
mera ocasión que se me depare para recomendar á la lar- 
guísima comunidad gerundiana en mis predicaciones las fes- 
tivas páginas de vuestra Bisa ; puesto que ademas de merecerlo 
ellas, lo merecéis aparte los apreciables hermanos que cons- 
tituís la comunidad. Y esto, no x>orque La Risa necesite 
mi pobre recomendación gerundiana, que harto por sí misma 
se recomienda, sino por cumplir en ello el amistoso deber que 
con vuestras finezas á mi reverendísima habéis impuesto. Leí 
á mi lego Tirabeque la parte de vuestra misiva que á él iba 
dirigida y encaminada; y al oir que le convidabais con vues- 
tro Ambigú, que le ofreciais nada menos que soberbio cho- 
colate con esquisitos bollos , con el apéndice de las abundantes 
provisiones de cuanto Dios crió, se le entreabrió la boca, y 
asomándosele á los labios una sonrisa que dejaba entreveer 
la delectación morosa en que s« bañaba su alma y su cuerpo ; 
«señor, me dijo, á esa comunidad serviré yo de buena gana, 
y si tales cosas tienen en el Amhigul y con ella« me con- 
vidan con tan buena voluntad como parece , desde hoy pueden 
contar con que no haré un feo á su convite; antes por el 

11* 



164 

contrario asistiré puntualmente á cuantos AmbiguJes quieran 
darme, cuanto mas que los hermanos de esa cofradía deben 
ser todos de humor alegre y jaranero hasta no mas, que es 
la gente con quien yo congenio.» 

«Y dígales usted de mi parte, y perdone usted la con- 
fianza, que si hasta de hoy no me ha entrado la tentación 
de asistir á la mesa de esa buena comunidad ha sido por 
dos causas; la primera porque hasta ahora no me habían 
convidado, y yo no soy de aquellos que se meten de rondón 
á comer de gorra donde no son llamados; y la segunda, 
porque no habiendo visto hasta el dia en su Ambigfd mas 
que muchas sopas, muchos cocidos y muchas menestras, no 
se habia presentado manjar ni vianda que me tentara el cuarto 
sentido; pero que una vez que ellos aseguran tener tan buen 
repuesto en su cocina, cuenten con un plato y un cubierto 
mas. » 

«Y en cuanto á lo del soberbio chocolate que dicen me 
dará su amabilísimo cocinero, dígales usted que pongan unos 

puntos suspensivos que esta es materia en que nos 

veremos el cocinero de La Bisa y el del Fr, Gerundio, y 
que estoy dispuesto á habérmelas no solo con él sino con los 
mismos padres maestros de la comunidad, y á liquidar quién 
lo gasta mas soberbio y quién sabe hacerlo mas soberbia- 
mente. Y sobre esto añádales usted lo que guste, que yo 
no le digo mas, porque nos veremos y nos entenderemos.» 
Aquí tenéis, hermano Ayguals, fielmente copiada la contesta- 
ción de mi lego Pelegrin al último párrafo de vuestra epís- 
tola, y de ella haréis vos ó la alegre comunidad el uso que 
mejor os parezca. 

Por lo que hace á mi reverencia, digo como él que nos 
iremos viendo y entendiendo. Y en el ínterin, ofreciendo 
mi gerundiana capilla á todos los padres de la orden risueña, 
y dándoles las gracias por su afectuosa invitación , queda ale- 
gremente á sus órdenes su atentó servidor y capellán que con 
la risa en los labios le besa .... perdonad, hermano, con 
la risa en los labios no acierta á besar nada. 

Fr. Gerundio. 



165 



MODISMOS Y REFRANES. 

£s verdad incuestionable para el antor de este articnlo, que el 
primero y mas voluminoso, y mas verdadero, y mas ameno, y mas 
sublime , y mas detallado , y mas inteligible de todos los libros, 
es el libro del mundo: como que es un libro que da materia 
en cada una de sus páginas para elaborar un sin número 
de librotes en cuyas fuentes beben su inagotable ciencia, la 
inagotable prole de literatos, cuyos inagotables escritos, re> 
bosando inagotables chispazos de inagotable numen y erudi- 
ción inagotable, son la admiración del mundo mismo, origen 
esencial de todas las concepciones intelectuales. Cada uno 
de los hombres somos sin reparar en ello una biblioteca am- 
bulante mas ó menos estensa, mas ó menos superficial, de 
donde el filósofo y el artista, y el literato estractan en cada 
sesión un volumen de observaciones científicas, un conjunto 
de historietas y anécdotas vulgares que engalanadas después 
con los recursos que presta una imaginación florida y escu- 
driñadora, producen en todos nosotros una sensación de la 
novedad. Que todas las investigaciones de los libros escritos 
por los hombres son debidas al universal libro del mundo, 
es cosa sabida; y por consiguiente las luces que los libros 
de los hombres prestan al humano entendimiento , como luces 
prestadas, son miserables reflejos, imperceptibles al lado de 
la antorcha que los produce. La luz de la luna nunca puede 
compararse en calor y brillantez con la del sol. Ahora bien 
podremos resolver fácilmente la cuestión de si los refranes 
son concepciones del poeta trasmitidas al vulgo 6 si por el 
contrario, parto del vulgo que recoge el curioso observador 
para dar amenidad, y tal vez algún viso de originalidad á 
sus producciones. Yo creo que el vulgo inventa y el poeta 
no hace mas que pintar. El vulgo seria un escelente retra- 
tista, si poseyera el secreto del colorido. En esta parte el 
poeta tiene una indisputable superioridad sobre el vulgo. 

Hay refranes en prosa y los hay también en verso, y en 
unos y en otros se advierte cierto desaliño que no solo hace 
presumir que sean aborto del vulgo, sino que muchos van 



166 

pasando de libro en libro » y de generación en generación sin 
siquiera sufrir la lima del poeta ni la d^l mtico, mil veces 
mas inexorable. De todos modos los refranes castellanos en> 
cierran unas verdades como puños, y apenas bay orador y 
escritor que no apele á su recurso como complemento 6 como 
auxilio en medio del periodo mas lógico y mas elocuente que 
se puede concebir. 

Ejemplos: Un periodista de la oposición lamentando la 
suerte del pueblo y la mala elección de sus representantes 
dice «quien bien tiene y mal escoge, por mal que le vaya no 
se enoje» y quedaríamos tan satisfechos de ^sta sentencia si 
un periódico ministerial no replicase, concediendo que el go- 
bierno sea un mal para la patria, con otro refrán que nos 
deja estupefactos. £1 ministerio, dice, es un mal, pero la 
oposición es otro mal y nosotros defendemos un mal contra 
otro mal, porque como dijo el otro: «baza mayor, quita me- 
nor» y sobre todo porque «del mal el menos» y si nos apuran 
un poco añadiremos , que entre el mal y el bien optamos por 
lo primero, porque como dice el adagio: «no bay mal que 
por bien no venga.» 

Tenemos efectivamente refranes muy exactos y que vienen 
bien en ciertos casos, como v. gr., se levanta un hombre de 
su asiento y al volver se le encuentra ocupado. Se librará 
muy bien de decir como nuestros revolucionarios turroneroa: 
«quítese usted para ponerme yo», porque debe estar persua* 
dido de que el que tiene el asiento no le cederá, con solo 
el derecho de propiedad que le da el refrán tan conocido de 
todos «el que fué á Sevilla perdió la silla.» Y son los re- 
franes una muletilla de que nos aprovechamos según las cir- 
cunstancias. Cuando á mí me dan una cosa la tomo al con- 
tado diciendo: «el que no es para tomar no es para dar»; 
cuando me piden dinero digo que soy estudiante y encimo 
aquello de «gente estudiantina, gente sin monedas»; si lo que 
me piden es algún libro, con todos mis ribetes de literato 
digo que no le tengo. ¿Qué quieren ustedes? añado cuando 
se asombran de que yo no tenga un libro: «en casa del her- 
rero cuchillo de palo.» 
...Si un sugeto se empeña en que yaya.coo él á alguna fun- 



167 

ciou y DO tengo gaaas de su comp^$ía) di^fo: «p^ira lo que 
habm que ver ya nos lo diráa de valde»; pero como me 
a|[rade la prapo^icion 1q acometo cob. una reta)iila de refranes, 
como estos.: «Bueno es ver pi^ra no preguntar.» «Ojos que 
QO ven, corazón que no siente.» «Dónde vas Vicente? — 
Donde v^i toda la gente.» 

Algunos de los refranes admitidos como axiomas entre 
liosotros ó estáp muy distantes de la verdad, ó para llegar 
á ella necesitan de una hipótesis. En los que distan de la 
verdad comprendo yo el siguiente, no obstante su tono sen- 
tencioso y decisivo: «quien bien te quiera te hari llorar.» 
Los redactores de La B,iita queremos bien á todo el mundo, 
y estamos muy lejos de desear que llore nadie; ^ contrario, 
deseamos que todo vicho viviente se suscriba á Lq üisdr por- 
que decimos con cierto autor que ustedes no conocen y yo sí : 

Lági'iiuas fuera; cese el pesar: 
ríele Pedro , que eso es vivir. 
Quien mal te qniera te hará llorar; 
quiea bien te quiera te bará reír. 

Dice un refrán que «mas valeii pocos machos que muchos 
pocos» y esto puede ser verdad y puede no serlo. Yo me 
atrevo á hacer un eapital con muchos pocos , tan grande como 
cun^lquiera con pooos muchos. Para echar á un lado cues- 
tiona diria yo: «mas valen muchos muchos y que pocos />oco»», 
y esto no admite réplica. 

«Mas vale poco y bueno» que mucho y malo.» Este y 
Otros refranes parecidos son lo que una nuez vana y una 
bizca durmiendo, que hasta partir la primera, ó abrir los 
ojo9 la segunda no $e nota el engaño. Podré, ser verdad que 
en dertas ocasiones valga mas poco y bueno que mucho y 
malo ; pero seria mas qierto aun el refrán si dijera : « Mas 
vale mucho y bueno que poco y malo.» 

^Mas sabe el loco en su casa que el cuerdo en la ajena.» 
Tmnpoeo transijo: la Perogrullada de primer orden estaría 
en dacir: «mas sabe el cuerdo en su casa que el loco en la 
lyeaa.» Y lo misoao digo del adagio: «mas vale lo malo 
iH>iiocidP quQ.lo b»eno por conocer. i> Lo malo conocido ó 



168 

desconocido siempre es malo, así como lo bueno, es bueno 
siempre. Por eso quiero yo que desaparezca lo existente, 
porque es tan malo que cualquier otra cosa venga, por mala 
que sea, será mejor. Lo que yo necesito que me prueben 
para estarme quieto es, que lo presente es bueno, y que lo 
que venga será malo, y entonces me daré por feliz con lo 
que tenemos; porque como aficionado á las grandes verdades 
digo con Perogrullo: «mas vale lo bueno conocido que lo 
malo por conocer.» 

Pero hay dichos vulgares, cuyo origen desconocemos, tal 
como estos: «para las que hilan que yo devano.» «Yo me 
entiendo y bailo solo,» y las que acabo de citar «verdades 
de Perogrullo.» Solo se dice que hubo un Perogrullo que á 
la mano cerrada llamaba puño, y si esto es verdad el tal 
Perogrullo era lo que nos convenia en el siglo diez y nueve, 
porque ya estamos hartos de verdades á medias y de hipó- 
critas, y de diplomáticas. 

Daré la esplicacion de algunos modismos cuyo origen ha 
llegado á mis oidos, aunque no respondo de la exactitud; 
porque no soy ministro , y solo los ministros son responsables 
de sus actos, segan la Constitución vigente. 

Se dice de uno que corrió en cuanto vio el peligro, que 
«tomó las de Villadiego» y este es un modismo que los es- 
tranjeros no aciertan á traducir. Hay francés que leyendo 
cierto pasaje del Quijote, dice: tomó las evillas de don Diego. 
Si no me han informado mal, hay en España un pueblo 
llamada Villa-Diego, donde se hacen esquisitas alpargatas, y 
si esto es verdad, está esplicado el dicho vulgar, que quiere 
decir: tomó las alpargatas, porque sabido es que este calzado 
viene de molde para correr. He dicho que viene de molde y 
no sé la razón, como tampoco sé por qué se dice hablando 
de un sugeto revoltoso: «el mejor dia le ahorcan»; yo creo 
que el dia que ahorcan á un hombre es el dia peor de la 
vida para el ahorcado. Esto se parece á lo que decimos 
cuando estamos enfermos: si tenemos un divieso muy malo 
ó un constipado peor esclamamos : qué buen constipado tengo ! 
qué buen divieso me ha salido en tal parte t Asi como cuando 
á uno le han herido bien ó le han metido en un calabozo 



169 

donde está tan bien preso que no puede escapar decimos : 
«Falano está muy mal preso; Mengano está muy malherido.» 
Por si mis lectores ignoran el origen del dicho vulgar: 
«ahí me las den todas» voy á esplicarle tal como me lo hi- 
cieron tragar. Cuéntase que hubo un corregidor en una yilla. 
Cuéntase que este corregidor tenia un alguacil muy tonto. 
Cuéntase que hubo en el pueblo una riña. Cuéntase que el 
alguacil mandado por el corregidor fué á poner en paz á los 
combatientes. Cuéntase que estos en lugar de respetar al al- 
guacil, le arrearon cuatro bofetones y le echaron de allí con 
d^s destempladas. Y cuéntase que el alguacil volvió al cor- 
regidor, mediando entre los dos el siguiente diálogo. 

— Señor corregidor, cuando yo voy á una parte á nombre 
de usía, no represento á usía? 

— Sí hombre, sí. 

— Y cuando represento á usía, no soy la misma persona 
de usía? 

— Sí hombre, sí. 

— Y si mi persona es la persona de usía , mi cara no 
es también la de usía? 

— Sí hombre, sí. 

— Y cuando pegan una bofetada en esta cara, no es pe- 
garla en la cara de usía? 

— Sí hombre, sí; pero dónde vas á parar? 

— Señor, á que los de la riña me han dado cuatro bo- 
fetadas en esta cara, que es la cara de usía, y por consi- 
guiente usía ha sufrido también las bofetadas. 

Entonces el corregidor con toda la formalidad que ustedes 
pueden figurarse dijo: ahí me las den todas. 

Esplicaré también el dicho vulgar: «lo dicho dicho y la 
jaca á la puerta.» Dícese que andaba un rey cazando, ves- 
tido de cazador. Dícese que le encontró un sugeto que venia 
á pretender. Dícese que hablando con el rey incógnito, que 
entonces era un simple cazador, este le dio pocas esperanzas 
en el negocio. Dícese que el pretendiente aseguró al caza- 
dor, que si el rey no le hacia justicia le llamaría rey injusto, 
rey impio y otros insultos semejantes. Y dícese que al dia 
siguiente tenían el pretendiente y el rey estotro diálogo. 



no 

— Señor, yo vengo á pedir justicia. 

— ¿Y si yo no quiero hacer justicia? 

-^ Yo no puedo creer que Y. M. tan benigao como es, 
deje de hacer justicia. 

— Pero y si se me antoja no hacer justicia. 

■^ V. M. el mal justo de los reyes no puede menos de 
hacer justicia. 

— Bien hombre ; pero suponte tú que yo no quierp hacer 
justicia. 

£1 pretendiente se le quedó mirando y conociendo que el 
que le hablaba era el cazador del dia antes, le aplicó la boca 
al oido y le dijo: Señor, lo dicho dicho. ¿Sí? contestó el 
rey; pues mira, la jaca tienes ^ la puerta, ya estás aquí de- 
mas. Y el vulgo que tuvo noticia del suceso, dijo desde en- 
tonces en lances parecidos: «Lo dicho dicho, y la jaca á la 
puerta. » 

Y esplicaré por fin las indirectas del P. Cobos, aunque 
esta es de aquellas cosas que por sabidas se caUan. 

Habia un padre guardián, no sé donde, que como todos, 
se tomaba unas jicaras de chocolate de padre y muy sfñor 
mió. Un amigóte del fraile, aficionado al chocolate dio en 
visitarle á menudo y siempre á la hora en que tomaba su 
paternidad el chocolate , el cual padre era tan fino , que siemr 
pre mandaba hacer otra jicara para el amigo. Pero como el 
amigo estuvo abusando de la bondad del padre dias y mas 
dias, hubo este de quejarse del amigo pegoton á lo cual 
contestó el lego que quedaba de su cueuta echarle una iu- 
directilla para hacerle perder la costumbre. Convino el padre 
guardián, y notó que el amigo no volvia por el convento, y 
deseoso de saber la indirecta del lego, que se llamaba el P. 
Cobos, le preguntó al cabo de quince dias, qué habia dicho 
á su amigo que no habia vuelto ni aun á visitarle. Una in- 
directa, le contestó el padre Cobos; le dije, mire usted señor 
don Fulano, no sea usted bárbaro y vayase á su ^asa á tomar 
el chocolate; porque el padre guardián diqe que es usted un 
glotón salvaje, y cada vez que usted viene le hace una gracia 
como si le rallaran las tripas. £1 amigo que oyó tales in- 
directas tomó el tole hacia su casa, sin decir esta boca es 



171 

mía, y cayó tan en gracia al padre guardián la indirectilla 
que la divulgó y desde entonces fueron proverbiales en Es- 
paña las indirectas del padre Cobos. 

JiTAír Martínez Villbrgas. 



NOTICIAS DE ESPAÑA Y DEL ESTRANJERO. 

En Goatemala, caserío antigiio.de Galicia, acaba de parir 
una vaca cinco chotos. El apuro para darles de mamar es 
grande; porque las vacas solo tienen cuatro pezones. Hay 
opiniones varías sobre el modo de compartir el sustento á 
los animalitos; pero los mas están contestes en que mientras 
cuatro de los cinco hermanos maman, el infeliz sobrante los 
está mirando como un babieca. 

— Un hombre cuyo nombre se ignora, que no se sabe de 
dónde es, ni dónde residía, se ha embarcado no sabemos 
dónde, sin saber á qué punto se dirige ni el objeto de su 
espedicion. 

— Tambiffloi se ha embarcado el emperador ]^icolas en un 
zapato con toda su comitiva y ochenta mil caballos de Ja 
Guardia. Unos dicen que va á poner la república en Polonia 
y otros aseguran que viene á los novülos de Getafe. No se 
asusten ustedes de la gente que viene en un zapato porque 
es un navio que se llama «zapato» en el cual caben ochenta 
mil caballos de la Guardia con el emperador Nicolás y su 
imperial comitiva. 

— Hay en Francia un lugarcillo marítimo en donde todas 
las mujeres tienen cara de pescado, cuyo prodigio ha dado 
margen á inleresantes comentarios entre los antiguos natura- 
listas que han tratado de averiguar el origen de tan singular 
fenómeno. Mr. Alejandro Dumas asegura que proviene de 
que las mujeres no comen mas que pescado en aquel pue- 
blecillo , de manera que si su alimento se hubiese limitado al 
bacallao, se hubieran quedado sin cabeza las pobres luga- 
reñas. Esto no parece verosímil, porque si así fuese habría 



172 

habido en España ciertas comanidades religiosas compuestas 
de salmonetes y besugos con corona, barbas y capucha. Ver- 
dad es que no ha dejado de haber en todos tiempos valientes 
truchas con hábitos .... permítaseme esta chanzoneta sin 
malicia. Con todo, asegura otro sabio que el verdadero mo- 
tivo del fenómeno en cuestión, es un castigo del cielo, por- 
que allá en tiempos remotos se juntaron las mozas de aquel 
lugar el viernes santo, y despreciando los preceptos de la 
iglesia, tuvieron la criminal humorada de merendarse una gran 
cazuela de arroz con pollos. Los demás sabios que han tra- 
tado esta importante cuestión opinan que las tales hembras 
pertenecen á la casta de la sirena, que como todo el mundo 
sabe es una coalición de pez y de mijger. Si esto es así, 
confesemos que las sirenas de Francia son bien poco encan- 
tadoras. Lo mas positivo es que todo ello no es mas que 
una solemne mentira, inventada por los redactores de La 
Risa para hacer reir con esta nueva estravagancia. Si no 
se han reído nuestros lectores , querrá decir que hemos dicho 
sandeces en vez de chistes, cosa muy común en el dia entre 
los que la echan de graciosos. 

— En una acción muy reñida que han tenido en Méjico 
los generales Sta. Ana y Bustamente , se dice que una bomba 
pegó á un soldado en la cabeza y como es de inferir le dejó 
descabezado. Los periódicos americanos añaden que si con- 
forme le dio en la cabeza le da en un pié, el pobre sol- 
dado regularmente hubiera tenido la desgracia de quedar cojo. 

; Prodigio de la prensa ! 

En Nueva -York va á publicarse un periódico enciclopé- 
dico. Está en prensa el número primero que contiene solo 
en el folletín la historia de Roma, la vida de los doce após- 
toles y todas las obras de Scribe , Dumas y Víctor Hugo, con 
los retratos de estos célebres literatos pintados al óleo. I^as 
dimensiones del papel son estraordinarias : tiene cien pies de 
longitud y noventa y nueve y tres cuartos de latitud. Cons- 
tará de seiscientas páginas, cada una de las cuales lleva 
veinte columnas y millón y medio de grabados. La letra mas 
chica del periódico es como una alpargata, y las del título. 



173 

qae es the Ghiat^), 8on cada una como tres veces la cam- 
pana de Toledo. Saldrá dos veces al día y se suscribe por 
dos reales al año. 

A.n z Y • • . • 



UNA ESTRA VAGAN cía. 

¿Qué cosa es pensamiento? Hé aquí una pregunta que á 
mí mismo me hago, y que á pesar de toda su lisura, apura- 
diilo me veo para contestármela. £n efecto ¿quién es capaz 
de hacer la definición de este caballero, antojadizo cual nina 
de quince abriles, ridiculo (y no es amor propio) como el 
que esto escribe, y feo á veces como el estracto que de su 
persona, hábitos é inclinaciones ha hecho el demócrata Ay- 
guals de Izco? Y ya que por incidencia he tocado este par- 
ticular, permítaseme que de él deduzca, que si La Misa causa 
risa, se debe solamente á la fealdad de sus redactores, me- 
jorando los presentes. Mas vuelvo á mi asunto , y salga como 
saliere, que no es cosa que en el siglo de lo positivo se pare 
ningún hyo de Adán en pelillos, porque de lo contrario me- 
nester seria que me dejase la cabeza, y ainda mais, como 
de pedernal un plato; lo que no entra en mis cálculos, por- 
que este servidor de ustedes es en estremo aficionado al 

bello sexo , se entiende ; y admírense ustedes lectores 

de la consonancia que guarda con el pelo este bello. Por lo 
tanto, lectores, mirad oblicuamente hacia la derecha, luego 
hacia la izquierda, y de derecha á izquierda volviendo los 
ojos, leeréis lo que á mi soberana voluntad le place escribir 
y á la de La Bisa publicar. 

£s el pensamiento .... ¿qué será el pensamiento? En 
cuanto á mi, no me queda duda que es algo, pero en el algo 

está la dificultad Es el pensamiento . . . ¡calle! ¿Y 

ya se ve qué es? ¿quién lo duda? ¿Pero, qué es? ahí está 



1) The Gnat s¡gDÍ6ca en inglés el Mosquito . . ¿Dóndo iríamos á parar si 
$e Utulasa el Elefante? 



lU 

el busilis .... Es el pensamiento .... Ya di en el busilis 
y en la dificultad! £1 pensamiento es una cosa invisible, 
inodora, sin color ni sabor ^ en fin una cosa igual al pensa- 
miento; y ¡títc Dios! que nadie me diga lo contrario, que 
capaz seré de recomendarlo al ciudadano Villergas como pié 
para un epigrama; porque nadie puede hablar mejor de la 
boda que los novios; y tengo para mí que si el pensamiento 
es parte integrante de mi existencia, como cristanamente creo, 
y tengo sobre él algún derecho, nadie como yo, podrá hablar 
de sus propiedades. ¡Propiedades! Y ¿cuáles son las pro- 
piedades del pensamiento? Muchas sin dutla; pero entre ellas 
sobresale esa espantosa volubilidad de que da tan repetidas 
pruebas, que no parece sino que nació para ser patriota del 
siglo XIX. Condenado siempre á no gozar de reposo, tan 
pronto se remonta hasta el Empíreo, y se entretiene en de- 
cirle cuatro piropos á Venus y en echar una mano de con- 
versación con Capricornio, 6 bien en jugar á la gallinita ciega 
con las siete cabrillas, como desciende á las profundas y ló- 
bregas mansiones del Averno, y mide las dimensiones del 
rabo de Pluton , 6 contempla el pudibundo candor de su con- 
sorte Prosérpina (que si tiene pensamiento no dejará de fijarlo 
de vez en cuando en el £eimoso suplemento que al dorso su 
esposo tiene); cánsase de esto, y fija su dominio en el espa- 
cio ; y allí .... aílí es regular que juegue con los insectos : 
luego se recrea con la muerte, á pocos segundos se halla en 
la batalla de Marengo con el gran capitán del siglo; al ins- 
tante goza con la hormiga que en gttardar se afana; á poco 
en el águila que remonta su vuelo hasta las nubes; y así en 
descensos y ascensos y quedando en medio, y pensando en 
la muerte y en la vida, y refocilándose con el doncel ó con 
la doncella, que será según el sexo del individuo á que per- 
tenezca, viene á fijarse en algo que lo íibsorbe todo por largo 
rato, aunque d asunto no sea digno de que en él se fije ni 
el tiempo necesario para decir ah! Y esto cabalmente me 
sucede á mí ahora. 

¡Ojalá que en cambio mi pensamiento se ocupara en ser 
canónigo : aunqtte no .... de esto fuera bueno que se hubiese 
ocupado años atrás, pero ahora seria una locura, ni menos 



11 5 

en ser ministro, que cosa seria esta para tirarse de los pelos 
y ya he manifestado que á los mios los estimo quizas en 
mas de lo que valen (y cuidado que son rubios) puesto que 
cojo un tabardillo cada vez que tengo la desgracia de poner 
mi cabeza entre las pelicidas manos del diplomático barbero. 
Pero me distraigo, cosa que nada tiene de estraño, cuando 
tan de moda se htuí hecho las distracciones, que nadie está 
en lo que hace. Ya se ve, y como falta un presidente que 
me llame á la cuestión! Pero al caso. 

£& el caso peliagudo como barba de romántico ; es el caso 
mas grande y estupendo que ha ocupado pensamiento hu- 
mano; es un caso monstruo, y dicho está lo bastante para 
probwr su importancia. Redúcese nada menos que á de- 
mostrar un gran secreto en el que nadie hasta de presente 
ha fijado la consideración, un elemento poderoso que existe 
en la sociedad , y que pasa desapercibido , como pasan tantas 
otras cosas grandes y maravillosas al propio tiempo que otras 
de menor cuantía mueven una zambra estraordinaria. Y prueba 
de ello ¿á qué nO ladivinan ustedes cuál es el medio mas es«- 
pedito que tienen los hombres para comunicarse? — A qué 
si? la kngua. — Pues están ustedes equivocados, no es la 
lengua, es cierta quisicosa que acerca á los hombres sin 
cenocerBC, y obliga á hablarse á los que con otra vez que se 
veiw se ven dos veces. — No diga usted mas, que ya sabe- 
mos lo qíie es ... la simpatía. — No, «que es el peligro. — 
Tampoco: es la concomitancia. — - ¡Jesús! iqué disparate! lo 
que acerca unos hombres á los otros, es el genio. — Ríase 
usted de eso; lo que los acerca es .... — Vaya, dígalo 
usted niña. — Si me da cortedad. — ¿Se^ dan ustedes por 
cachÜnndidos? — Sí, nos damos; mas dígalo pronto. — Po- 
quito á poco, que no estamos en ningún ventisquero, y mien- 
tras mas tarden en sliberio, mayor será su curiosidad. 

Entre los muchos y prodigiosos inventos que ha hecho el 
ingenio humano para acercar á los hombres, merece un dis- 
tinguido lugar este de que trato. Mltyor es su virtud que la 
del vapor, porque fei bien esite sirve para salvar pronto lar- 
gas cNÉftancias, no tiene el poder para que de buenas á pri- 
meras »e vaya fuknito derecho á menganito y le hable. El 



176 

ínyento que me ocupa, viejo como la risa, es un yehículo 
poderoso para las relaciones mutuas de los individuos en so- 
ciedad: es un medio gastado sin que por ello haya caido en 
desuso (y en esto conocerán ustedes todo lo que vale) para 
igualar las condiciones sociales; es en fín un poder que esta- 
blece la mas justa libertad, y que pone á nivel y une por 
un momento al clérigo con el militar, al escribano con el 
escribano f al periodista con el fiscal, al ignorante con el 
sabio, y etcétera. Y es de admirar que una vez de por 
medio de este poder, guardarse todos podrán de dejar desai- 
rado al que lo invoca, que capaz será por la negra honrilla 
de armar una de todos los diablos y convertir en cant^po de 
Agramante el sitio en que se encuentre: ni es para menos 
el asunto porque cada cual tiene su aquel como Dios se lo 
haya dado, y bien merece que se guarden algunas conside- 
raciones al nivelador de las clases. 

¡Oh invento de los inventos! yo te saludo y tu poder ad- 
miro! Ahora bien: supongo que ya quedarán ustedes ente- 
rados , y habrán venido en conocimiento del objeto que motiva 
este artículo , pero si por la mucha torpeza de ustedes no com- 
prenden una cosa tan clara y tan esplícitamente manifestada, 
forzoso me será sacarlos de duda. « 

Encender un cigarro, Hé aquí el gran caballo de batalla 
de este artículo ; hé aquí el medio poderoso de comunicación ; 
hé aquí lo que acerca á los hombres sin conocerse; hé aquí, 
en fin, en lo que nadie ha hecho alto, á pesar de ser ma- 
teria para escribir gruesos volúmenes, y digna de que los 
vates templen sus cítaras para cantar sus merecemientos! Oh, 
tú, el primero que enseñaste que era cosa lícita que mi ci- 
garro en el cigarro de otro se encendiera! Oh, tú, ingenio 
cual no otro claro ! Oh , tú , civilizador de la humana especie, 
recibe este corto tributo de admiración que dedica á tu me- 
moria el que mas de una vez ha tenido lugar de probar todo 
lo que vale micender un cigarro 1 pedir Ja candela! 1 1 

No hay que asombrarse, lectores, de este mi entusiasmo 
íumatéríco. Atended á las causas que lo incitan, y tendréis 
que confesar de buen ó mal grado, que es justo y como justo 
noble , y á fuera de noble desinteresado. Porque ese invento 



177 

sublime do queda reducido á lo manifestado: hay un millón 
de cosas mas para probar su escelencia. ¡Pedir la candela! 

Y en ese hecho ¿qué hay de particular? dirá alguno. Pues 
es nada: figuraos que el pedir la candela es un barómetro 
seguro para conocer los puntos de educación y de finura que 
el pedigüeño calza, fincienda usted un cigarro y coloqúese 
en sitio público; y verá como al olorcillo se le dejan venir 
encima mas de un aficionado á echar por boca y narices 
humo; y desde este momento puede usted dar principio á 
sus observaciones. — Amigo, ¿me hace usted el favor de que 
encienda este cigarro? Alce usted la cabeza á esta invitación, 
y mire quien se la hace; y aunque usted no quiera, se en- 
cuentra frente á frente con un hombre templado á los tiem- 
pos del rey Favila, que en buen hora sea dicho, ha sido el 
único que ha sabido morir como á los de su clase conviene. 
Le da usted la candela, y luego que enciende, se la devuelve 
á usted con el correspondiente «agradecido, amigo.» Por su 
llaneza y por la minuciosidad con que le pide á usted la 
candela, tiene usted forzosamente que venir en conocimiento 
que el tal individuo es un hombre formalote é incapaz, por 
lo tanto, de faltar á las reglas de buena crianza. — Caba- 
llero, ¿tiene usted la dignación de participarme sus ardores? 

Y usted al oir esto cae al momento en la cuenta de que el que le 
habla es un elegante á la demitr, un fatuo, que mejor se 
dejaría cortar las narices que espresarse de un modo natural. 
— ¿Me permite usted? le dice á usted otro: un modo de 
pedir tan conciso revelará á usted al punto que este ciuda- 
dano es poco amigo de gastar saliva, y tiene en mucho su 
estómago para estragárselo fuera de tiempo. Por de contado, 
que para comprender lo que el tal ciudadano pide, necesa- 
rio es mirarle á las manos, y que el cigarro supla con su 
elocuencia muda y tabaquera el fin de la frase. — ¿Me hace 
usted el gusto? Quien así pide la candela pone en duda el 
sexo á que pertenece, porque lo que es á mí, varón desde 
que mi mamá me echó al mundo, no me ha ocurrido jamas 
la idea de pedir que me hagan el gusto, á ningún individuo 
de mi sexo, y supongo que á ustedes les habrá sucedido 
otro tanto. — Y qué no le dará á usted que pensar de la 

Hbbbmann. 12 



178 

eéucaciou de aquel que con voz rouea le diga: Camaráa, 
me da' esté la candela? Con todo y á pesar de que por 
buena lógica se convence usted de que tal modo de pedir im- 
perativo, y mas que imperativo un tanto si es ó no amena- 
sador, no es el mas á propósito para que usted acceda á 
su deseo, es seguro que no le hará usted esperar mucho 
tiempo, por aquello del canguelo. — Pues, y el ¿señorito me 
hasosté favor? dónde me lo deja usted? Quiere usted una 
prueba mas clara y positivamente positiva, de que el aficio- 
nado ai cigarro es un pedazo de alcornoque con ojos, que 
no ha podido salir de la miserable condición de mozo de 
muías; y quien dice de muías dice de usted ó de cualquiera 
otros que tengan ó hayan tenido mozos. 

Y no es solo en el mero hecho de pedir la candela donde 
se conoce la condición y finura de cada quisque; lo es tam- 
bién en el modo de coger el cigarro: gaznápiros serán los 
que le cojan con el auxilio de los cinco dedos; entreverados 
los que lo tomen con tres; elegantes los que lo hagan con 
solo los dedos pólice é índice , y finos de toda finura los que 
el cigarro coloquen entre el índice y el del corazón. Largo 
seria enumerar las diversas maneras con que se pide candela; 
largo sería también una relación detallada para hacer mas 
palpable la escencia de este descubrimiento, que acercando 
á todos los hombres, engendra amistades lo mismo que dis- 
putas. Y nadie se estrañe de esta última parte de mi pro- 
posición. 

Las mejores instituciones siempre se corrumpen en manos 
de los hombres: ¿cómo habia de librarse la que me ocupa 
de dar en este escollo? Así es que no todas son flores; y 
ocasiones ha habido en que por una negativa á dar candela 
se ha armado la de Dios es Crísto. Mas esto nada vale, ni 
tampoco la incomodidad que usted á veces sufre por cansa 
de esta peregrina invención. Supongamos que usted es ca- 
sado, y que á su cara mitad le ha dado jaqueca, verdadera 
ó ficticia, que esto no es del caso; supongamos que usted la 
quiere mucho y que al momento se atortola y sale á la calle 
en busca de remedio; supongamos ; que Ueya u^ted un cigarro 
encendido, y siguiendo en la «aposición ^ t^e^ enmedio de su 



179 

carrera sale un qaidem y le intercepta el paso dirígiéudole 
la palabra en cualquiera de los modos que van espresados; 
¿que hará usted en este caso? negarle la candela, no, por- 
que daría lugar á disputas; no tiene usted mas remedio que 
dejarle el cigarro y abstenerse de fumar salYO el consuelo de 
maldecir en su interior al importuno. Pues ¿y si usted va 
por el Viático para su suegra» y mas si es rica y no tiene 
mas hija que la pichoncita de usted y sale un cualquiera y 
le pide candela? Se desesperará usted porque no es eosa de 
perder un momento en asunto de tamaña importancia, que 
crecerá si en lugar de ir por el Viático, ya á avisar á la 
parroquia que vaya por el cuerpo de la difunta. 

Mas como quiera que estos no sean mas que lunarillos 
imperfectos, casi imperceptibles al lado del grandioso y civi- 
lizador invento de pedir la ^candela, convengan ustedes todos 
conmigo en que el cerebro que tal concibió merecía estar en- 
garzado en diamantes, si ejemplo hay en la historia de ha- 
berse engarzado en diamante algún cerebro. 

Saittiack) Casilabi. 



VIAJES POR ESOS MUNDOS. 

Puerto de San Miguel Arcángel á 33 de fe- 
brero de mil ochocientos treinta y catorce. 

Salí de San Petersburgo, soplándome las uñas de frió. 
Nevaba si Dios tenia qué, y martirizábame la idea de tener 
que atravesar una dilatada y escabrosísima sierra; porque 
aunque en mi silla de manos no llevaba capote y sí capota, 
decía para mi capote: si aquí nieva ¿qué será en la sierra? 
Encontré por mi desgracia en el camino un hombre chiquir- 
ritín llamado Pedro , que desde que nació por ser negro como 
un tordo le pusieron Perico, y después, atendiendo á su hu- 
manidad liliputiense dieron en llamarlo Periquito. D^ome 
que no teniendo bienes de fortuna, sus padres le decalcaron 
al estudio. Hubo grandes discusiones acerca de la profesión 
que mas le convenia, y conociendo sh natural aversión al 

12* 



180 

trabajo y su inclinación á las muchachas y al chocolate, le 
metieron en un convento; y estando en el conv^to, le hicie- 
ron profesar, y cátate Periquito hecho fraile. 

Iba fray Periquito montado en una burra parda, que tenia 
la tripa como todas de color de nube. Por eso cuando quiere 
llover, decimos que está el cielo de color de panza de burra. 
Llevaba unas alforjas muy grandes, que le servían de estri- 
bos para resguardar los pies del rigor de los hielos, cuando 
sentimos un alboroto que á mí me puso en gran cuidado, 
temiendo que nos asaltase alguna cuadrilla de bandoleros; 
pero el fraile me disipó el miedo diciendo: denme lugar á 
sacar los pies y aunque nos ataque un regimiento de facine- 
rosos, no sabe usted quien soy yo cuando saco los pies de 
las alforjas. Echó pié á tierra , y la burra delante , que tomó 
por aquellos cerros el trote del cochino. Yo rogaba á fray 
Periquito que no soltara el ramal, porque decia para mí: 
este maldito ñ-aile será capaz de alguna barbaridad si se le 
va la burra. Obedeció mi mandato, con tanto mas celo, 
cuanto que el alboroto campestre crecía por momentos. ¿ Quién 
sabe, decia fray Periquito; hoy se casa un vecino de la in- 
mediata aldea, llamado Camacho: puede que sean las bodas 
de Camacho lo que nos tiene sobresaltados, y cosa de bodas 
parecía; porque vimos atravesar una piara de cabras que iban 
huyendo de un lobo, y detras del lobo ladraba un perro, y 
detras del perro trotaba el pastor, que aunque nada llevaba 
roto, gritaba como un descosido: ¡que se me van las cabras! 

£1 pastor, el perro, el lobo y las cabras desaparecieron: 
una densa niebla inundaba el horizonte, y nosotros prose- 
guimos nuestro camino hasta encontrar con un rio que debía 
ser millonario de puro caudaloso. Fuimos á pasar por el 
puente, y no me atreví porque estaba roto. Buscamos el 
vado, y vimos atravesar un animalucho de mala catadura, 
que á pesar de su estraordinaria magnitud me pareció una 
rana: hizo un cuarto de conversión, y se me figuró pez; y 
decia el fraile: no, pues el animal no es rana: y contestaba 
yo: pues no me parece pez, y en la incertídumbre esclamá- 
bamos á dúo: ¿si será pez? ¿si será rana? Por si no era 
lo uno ni lo otro, no me determinaba á pasar el vado, ni 



181 

me resolvia tampoco á atrayesar el puente; pero el fraile 
gritó: ¡miedo! y yo respondí preguntando : ¿quién dijo miedo? 
y añadí : el rio se ha de pasar , con que al vado ó á la puente : 
y no pareciéndole bien al fraile, tomamos el tole por el rio 
abajo hasta dar con una barca cuyo barquero se llamaba Cal- 
derón. £1 fraile le hizo mil reverencias pensando que aquel 
hombre era nuestro famoso Calderón de la Barca; pero yo 
nunca creí tal cosa, porque me consta la fecha de la muerte 
del poeta español. Toda la orilla del rio estaba cuajada de 
nieve, y de vez en cuando topábamos con montones de ce- 
nizas de las hogueras que hace el barquero para calentarse 
dia y noche; y yo viendo tantas cenizas, y diciéndome el bar- 
quero que eran suyas, esclamé: ¡Válgame Dios, á dónde han 
venido á parar las cenizas de Calderón de la Barca! 

Encontramos unos gitanos, y como yo iba á pié me dirige 
al mas viejo, diciendo ¿cuánto quiere usted por ese pollino? 
£1 gitano no quiso entrar en ajuste hasta que yo no pro- 
bara el valor de la bestia, y al efecto mandó á un muchacho 
manco que montara, y le dio una lesna para que se la cla- 
vara al burro cuando hiciera el remolón. Montó el mucha- 
cho, y el borrico, que solo tenia un ojo abierto, á pesar de 
estar á punto de cerrar al ojo, dio tal carrera que bebia los 
vientos. £1 chico, aunque manco, le metía con disimulo la 
lesna hasta el corazón i), cantando por lo bajo la doctrina 
cristiana de esta suerte: contra estos siete vicios hay siete 
virtudes: contra Injuria, castidad; contra pereza, una lesna 

Y el padre respondía: ¡aprieta manco! Y yo que conocí 

la treta, procuré no abrir la bolsa ni cerrar el trato, diciendo 
que el burro era viejo, porque tenia mas bigote y pera que 
un cabo de gastadores, á lo que contestó el picaro viejo: no 
señor, el burro no tiene pera ni pero. Conociendo yo la de- 
bilidad del burro, tiré del rabo y hice andar ocho pies á lo 
cangrejo. ¿Cómo quiere usted, le dije entonces al gitano, 
que compre yo una bestia que recula con tanta facilidad? Y 
el tuno de gitano, que para todo tenia salida, me contestó: 



^) Los burros tienen el corazón en la parte posterior. 



182 

señor y déme usted doble dmero: ¿pues qué mas quiere usted 
que tener una bestia que anda tanto hacia atrás como hacia 
alante? Lo cierto es que no hicimos chamba, y fray Peri- 
quito y yo llegamos á un lugar de cmfO nombre n4> quiero 
acordarme. Pidió fray Periquito una baraja: yo le dije que 
si se trataba de jugar al mus , y él me contestó : no hay mus. 
Pusímonos k jugar á la malilla, y uno deda: \ú fueron 
triunfo las copas t y otro: ¡si fueran triunfo las espadas! 
hasta que dijo d fraile: oros son triunfos. Y como el fraile 
que iba compañero mió, quería atender á mi juego y yo al 
suyo, uno de los contrarios que se llamaba Antón Perulero, 
nos gritó: ¡manda Antón Perulero que cada cual atienda á 
su juego! Lo que mas me desesperaba, era que siendo todas 
mis cartas malas tan en grado superlativo, que rayaban en 
malazas, malotas y malísimas, no hubiera ninguna en dimi- 
nutivo como malulo. Luego el de mi izquierda, que se Ua- 
Biaba Birlibirloque, tenia un modo de jugar, que chupaba los 
cuartos á todos; y no digo que nos los chupaba sin sentir, 
porque demasiado lo sentíamos nosotros. Juraba yo que aquel 
hombre nos ganaba por arte del demonio, y él porfiaba que 
no, que era por arte de Birlibirloque. Al fraile le iban tan 
malas cartas como á mí; pero se consolaba llenándose las 
nances de rapé, y diciendo ¿cómo ha de ser? A mal dar, 
lomar tabaco. 

Las cartas son lo mismo que las de Madrid, escepto los 
reyes, que todos tienen una cachiporra al hombro, de suerte 
que en lugar de decir el rey de bastos, dicen la porra de 
bastos, y como los reyes en todas las barajas valen doce, 
de ahí viene sin duda el decir: porra y tres quince. Mi 
compañero perdía el dinero como un bobo, y yo como otro 
bobo ; de suerte que el bríbon de Birlibirloque dijo al despe- 
dirse con nuestros maravedises: entre bobos anda el juego. 
Quedamos con luz y á buenas noches, sin mas dinero que lo 
justo para tomar \m bizcocho y un cortadillo de vino para 
toda la noche; y como á las ocho del dia siguiente habíamos 
de romper la marcha, esclamábamos mi compañero y yo al 
ti^npo de beber: ¡Válgame Dios, con esto y un bizcocho hasta 
las ocho! . 



r 



183 

Llegó la hora y las tripas se me afligían; por lo eual me 
resolví á pedir á la moza un poco de pan que ella me dio 
de nay mala voluntad, tratándome de tonto; pero yo dije: 
tú dame pan y llámame tonto. Tal ñié mi aturdimiento, que 
no me atreví á salir del pueblo: el fraile que habia vendido 
el alma al demonio, se fué tan listo como alma que lleva el 
diablo. 

£1 mesonero, que también es herrero y alcalde constitu- 
cional del pueblo, es un tio Lila que sabe mas que Mer- 
Hn, y voy á contar algunos lances que presencié en pocas 
días. 

Andaba un pobre tio vendiendo espárragos, y le dijo el 
herrero: ¿cuánto quiere usted por la mitad de los que lleva? 
£1 esparraguero , aunque no era cubero bueno ni malo, bizo 
im cálculo prudente á ojo de buen cubero, de lo que valia 
la mit-ad de sus manojos; y le contestó: una peseta. Corriente, 
dijo el herrero; y cogiendo un cuchillo, que por cierto no 
era de palo, y eso que dicen que en casa del herrero cu- 
chillo de palo, empezó á partir los espárragos por la mitad, 
quedándose él con lo de la punta y devolviendo al vendedor 
el tronco. Clamaba el tio que aquello era una iigusticia; y 
respondía el herrero: yo he ajustado la mitad, y io ajustado 
ajustado; y como ademas de tener razoh era alcalde, quedó 
la cosa así. Bien conocía el alcalde que era una injusticia; 
pero decía como todos los mandarínes del mundo: justicia, 
y no por mi casa. 

Júreselas el esparraguero , pero en valde, porque el infeliz 
tuvo que abandonar su comercio y se puso á vender paja. 
Un día que el buen hombre pasaba por casa del herrero con 
OB gran saco lleno de paja, le dgo este: ¿cuánto quiere 
usted, por ese saco de tierra? y como el otro le contestó que 
era de paja, replicó el herrero: pues mire usted que á mí 
no me habia parecido saco de paja; pero supuesto que es 
paja ae la voy á comprar con condición de que la han de 
comer mis machos; y si no, me la ha de dar usted de valde. 
Quedaron corrientes, porque decía el pajero: ¿cómo no han 
de comer mi pgja los machos? y uno y otro se fueron á la 
fragua á hacer, la. prueba. Los herreros llaman machos, á 



184 

los mazos grandes de hierro con que ellos trabajan: así es 
que aunque la paja era buena, no la comían los machos del 
herrero; y él decia con mucha sorna: ¡qué mala paja! {no la 
comen los machos! Amostazóse el pajero y le dijo: ¿cómo 
han de comer la paja si los tiene usted muertos de sed? Y 
esto diciendo los arrojó en un pozo de ochenta varas que 
había en la fragua; y el que quiso sacar de valde un saco 
de paja que no valia ocho cuartos, tuvo que gastarse un do- 
blón en sacar los machos del pozo. 

Convidáronme á un ojeo de liebres en la mar, y en este 
puerto pienso permanecer hasta que el herrero me escriba; 
pues se ha encargado de hacer un camino de hierro para 
Madrid, de modo que mientras no se acabe la obra, i^enso 
no ver á mis antiguos amigos. 



CONTINUACIÓN. 

Medina del Campo 24 de marzo de 1844. 

Como yo tenia mas ganas de ver mi patria que de comer, 
me despedí de los nevados campos de Rusia, antes que el 
herrero de quien hablé en el articulo anterior concluyera el 
camino de hierro para Madrid; porque al paso que va, creo 
que nunca si Dios quiere se acabará la obra. Bastará la 
razón de ser útil á España para que no tenga fin el tal ca- 
mino. Hay en la corte un teatro de Oriente que ha costado 
á España mas pesetas que una revolución, pero cuando estaba 
casi concluido, dijeron los que manejaban el tinglado: ¡alto 
aquí! y el suntuoso edificio naufragó á la orilla, quedando 
útil solamente para tragedias de malas costumbres, simulacrod 
legislativos y ensayos de sesiones, interpelaciones, revoludo^ 
nes, suspensiones y disoluciones. Quevedo empezó el chisto* 
sísimo poema de Orlando Furioso, y JSspronceda el Diablo 
Mundo, admiración de la literatura contemporánea; pero Que- 
vedo y Espronceda dijeron: ¡alto aquí! y nos dejaron sola- 
mente la muestra del paño que estarán vendiendo en el otro 
mundo. Pero eso cuando yo oigo decir que se trata de grandes 



185 

empresas de navegación, canales y caminos, digo t>fti'a mí: 
todo requiere acabar en lugar del adagio que dice todo quiere 
empezar; y que somos moros y muy moros por mas que nos 
jactemos de cristianos, puesto que todas nuestras obras, si 
no en la solidez , al menos en la duración , son obras de moros. 
Pero volvamos á mi viaje. £ra el amanecer cuando tomé las 
de Villadiego hacia Castilla la Vieja. Habría andado un cuarto 
de legua, cuando después de atravesar un río, me encontré 
con el consabido fraile de las alforjas, que iba muy lenta- 
mente en el burro mientras yo á pié corría como un torero. 

— Mucho corremos, me dyo. 

— Poco andamos, le contesté. A lo que él anadió: 

— Tanto andamos como corremos. Y prosiguimos nuestro 
diálogo. 

— ¿A dónde va usted con las alforjas? 

— A Castilla la Vieja. 

— ¿A Castilla la Vieja? Yo pensé que iria usted á algún 
pueblo vecino. 

— Pues ya ... , para ese viaje no necesitaba yo alforjas. 

— ¿Y á qué lugar va usted? 

— No me acuerdo del nombre; pero ya daremos con él. 
AUi tengo un primo llamado Pascasio Jiménez, con quien 
pienso permanecer hasta que me den la conveniencia que perdí. 
Por ahora, dijo, no tengo miedo á la suerte; porque anoche 
gané mil quinientas pesetas á la banca. 

— ¡Dichosa suerte! 

— ¡Dichosa maña! Tenga usted un cigarro á la salud 
de las mil y quinientas. Y me dio una petaca que tenia en 
la tapa un espejo , de lo cual inferí que el fraile habia robado 
á ojos vistas. En eso empezamos á subir una cuesta muy 
alta, que nos dejaba sin aliento; y yo, viendo que el burro 
del fraile iba á paso de tortuga, entoné chungueándome la 
seguidilla siguiente: 

El burro de Fr. Pedro 
Dios le bendiga. 
Mas corre cuesta abajo 
Que cuesta arriba. 

A lo que el fraile, viéndome sacar una cuarta de lengua 
como perro en agosto, contestó en el mismo tono: 



186 

Para indar «u«sta arriba 
quiero mi burro, 
que las cuestas abs^o 
yo me las subo. 

Mas deseoso de alhagar que de complacer al fraile, le 
ofrecí un huevo crudo, que por haber atravesado el rio, ya 
era pesado por agua; pero él lo rehusó diciendo: mil gracias, 
he almorzado ya dos veces , y ademas es día de ayuno .... 
Me admiré de que al amanecer hubiera almorzado ya dos 
veces, y le pregunté si comia mucho, á lo que contestó: «no 
señor, soy muy arreglado en las comidas. Mire usted, pro- 
siguió, suelo tomar el chocolate en la cama, y después duermo 
un rato. Me levanto á las nueve, y me tiro al coleto una 
tostada con manteca y leche: me pongo á rezar hasta las 
diez que es la hora del almuerzo. Entonces sí acostumbro á 
zamparme un par de pichones , una tortilla de jamón y poco 
mas de una pata de camero. Se supone que entre bocado y 
bocado echo un sorbito en un vaso grande, como de cuatro 
dedos de gallego. Salgo á dar un paseo , y vuelvo á las once ; 
saco el chorizo de la olla, j me lo como. No entra en mi 
cuerpo mas en toda la mañana, y ya me tiene usted como 
un reló hasta las doce, que es la hora de comer.» 

Al oir esta prueba de su arreglo en la comida, no pude 
menos de recordar un chascarrillo histórico que conté á su 
paternidad, y referiré á ustedes. 

Pues señor (el pues señor es introducción indispensable 
en todo cuento), sabrán ustedes que en mi lugar hay una 
cuesta que llaman la cuesta del Cuco, por la cual atraviesa 
un camino , y por el camino pasaban unos carreteros en cierta 
ocasión (que la ocasión en ios cuentos aunque sea dudosa, 
siempre se ha de decir cierta). Llevaban carros de carbón 
y, como es consiguiente, para subir la cuesta necesitaban 
buenos pares de bueyes. Efectivamente cada animal podía cal* 
cularse que pesaba sobre treinta y seis á treinta y ocho ar- 
robas: he visto muchos animales de cuatro orejas, pero pocos 
de tan buena marca. Admirábanse todos los transeúntes de 
ver unos bueyes tan colosales , porque á no haberlos visto sin 
trompa, cualquiera los hubiera, tenido por elefantes. Uno de 



187 

]o8 carreteros, cargado de tanta exageración, dirigiéndose á 
los que tanto se pasmaban de la inmensidad de su ganado, 
les d^o: «señores, esos bueyes no son tan grandes como pa- 
rece; y en prueba de ello, que entre mi compañero y yo 
nos comemos uno.» Apostaron los pasajeros una onza á que 
no, y el carretero iba á depositar la suya cuando recordó 
que tal vez en aquel dia no podría verificarse la apuesta, 
porque su compañero estaba convaleciente de un cólico. «Sin 
embargo, añadió, vamos á ver qué dice.» Fueron todos al 
pueblo inmediato, donde est^a el enfermo cadavérico, punto 
menos que espirando. Pero á pesar de todo, era tanta la 
confianza que el estómago de este inspiraba al otro, que le 
enteró del compromiso. Entonces el enfermo se incorporó, 
y con voz trémula y flaca reprendió al compañero en estos 
términos: «pero hombre ¡qué te hayas metido en este beren- 
genal! £1 estado de mi salud es peligroso, y los médicos 
han ordenado que esté quince dias á dieta: no obstante, por 
no dejarte mal, lo mas que yo puedo hacer, es comerme los 
dos cuartos traseros y el menudo.» 

Entendió el fraile la aplicación del cuento, y medio son- 
rojóse al pronto como buen doncello; pero pasóse el enojo, 
y andando andando, y yendo dias y viniendo dias, entramos 
en España, donde vimos á toda la gente en movimiento, como 
amenazada de una general conflagración. Todo se volvia cor- 
rillos y murmullos desde que vieron los hábitos del fraile 
Unos hacían esparabanes de júbilo, y otros de melancolía. 
Decía yo: ¿si será mi compañero el Mesías que tanta anima- 
don produce su venida? Llegamos á una tienda de géneros, 
y dijo el fraile al comerciante con esa altanería y superiori- 
dad de pctdre de almas: ¿tienes guantes de seda? El de la 
tienda, que era hombre ya de barba en cara y pelo en pecho, 
arrugando el entrecejo , contestó al de los hábitos en el mismo 
tono: Sí: ¿cómo los quieres, dobles ó sencillos? — Sáquelos 
usted dobles, dijo el fraile. — Téngalos usted, respondió el 
comerciante. — Al sabir de la tienda ^ noté que la casa tenia 
fachada de convento: hicimos un saludo no tan frió como el 
del comerciante, que n<^s despidió con ceño de comprador de 
bienes nacionales. 



188 

ProBCguímoa nuestro camino: el fraile se quitó los hábitos, 
conociendo que no era bien recibido todavía este traje, y 
descubrió un trabuco entre naranjero y limonero. Yo le ma- 
nifesté el grave riesgo que habia en llevar armas, y él me 
sacó del cuidado, diciendo que se fingiría oficial del reem- 
plazo; y nos vino bien la treta, porque como á la sazón se 
estaban reuniendo Ibs oficiales de la provincia de Yalladolid 
en la Nava del Rey, hacia donde caminábamos, nos dieron 
crédito los alcaldes de monterílla. 

Hay antes de la Nava un pueblo que llaman Villaverde, 
donde ocurríó una cosa digna de contarse. Pasaban, el dia 
antes que nosotros, unos oficiales, y viendo dos palomares á 
la entrada, preguntaron á un hombre llamado Juan Molina, 
¿cuál era el del señor Pedro Fernandez? Este ciudadano, 
dueño del otro palomar, les dijo: aquel de la derecha: má- 
tenle ustedes todas las palomas, que es un picaro revoltoso. 
Pero le salió mal la cuenta, porque los oficiales dijeron, que 
antes bien querían saber cuál era el palomar de Fernandez 
para no hacerle daño; y se fueron al de la izquierda, que 
era el del mal intencionado Molina, donde creo que hicieron 
gran destrozo. 

Tuvimos noticia del lance, y fray Períquito ofreció vengar 
el ultraje hecho á un amigo político: en efecto, cerca de 
Villaverde puso su trabuco en regla. Dio la casualidad de 
que á la entrada del pueblo hallásemos al referído Molina, á 
quien no conocíamos, y el fraile le preguntó cuál era el pa- 
lomar de Fernandez. Escamado Molina del dia anterior, trocó 
las señas y apuntó al suyo con el objeto de que le respetá- 
semos; pero ¡cuál fué su sorpresa al ver correr á mi com- 
pañero hacia su palomar, gritando como un desaforado: ¡que 
no le quede una paloma á ese bribón! Corrió Molina tras el 
fraile que al oir decir «son mias» entendió que aquel era 
Fernandez , le dijo : pues bien , primero voy á matar á usted, 
y después á las palomas, y echándose el trabuco á la cara, 
dio á correr tras el buen Molina , que se refugió en la iglesia 
como criminal que se acoge al sagrado, mientras el religioso 
le mataba la mitad de las palomas. Bien libre está Fernán- 



189 

dez de que su contrarío yuelva á dar espUcacíones cuando 
le pidan las señas de su palomar. 

Y ahora, le dije á mi companero de viaje ¿cómo saldre- 
mos si toma cartas en el juego la comisión militar? — Bus- 
caremos la salvación en la fuga, me contestó; y cuando esto 
no sirva, apelaré á las mil y quinientas y que es tribunal 
que tengo en el bolsillo, y no me puede desairar. 

Llegamos al lugar, donde fray Pedro tenia el primo, y 
llegamos como cura que dice misa, es decir, entre dos luces. 
£1 pueblo es un caserío libre de ladrones; porque aunque 
pasen cerca no pueden dar con él. La calle mas larga es 
mas corta que el vestido de una manóla: las casas parecen 
bocas de conejos; al tejado todo se va en caballete, pero tan 
sutil, que cuando se sube algún gato, tiene que guardar el 
equilibrio como si bailara en maroma floja. La torre no tiene 
veleta, porque la robó un enano. No puede haber secretos 
en el lugar, porque aunque uno hable bajo en su casa, le 
oyen todos los vecinos. £n fin es un lugar que debiera lla- 
marse Cañamón, pues no dudo que el mejor día se lo al- 
muerza un jilguero. Para que se vea que siempre el mas 
miserable tiene mas humos , han dado á todas sus calles nom- 
bres altisonantes á uso de corte. Hay caiU de CantarranaSy 
ealle de las Platerías, calle de la Independencia, calle Mayor, 
que es mayor el letrero que la calle, y para leerlo se nece- 
sita microscopio. £n medio de una rend^ita imperceptible 
que llaman Calle de Pompeyo, hay una casa que tiene en- 
cima de la puerta una inscripción escrita á dedo con polvos 
de homo, que dice: 

Casacon 

sistorial 

Y como el renglón de abajo se ha borrado con el aire, 
nosotros preguntamos á una miger que pasaba por allí, si 
en ella casa vivia algún hombre que se llamara el tio Casa- 
con. Y diciéndonos que era la casa de concejo, la pregun- 
tamos por el tio Pascasio Jiménez , y no nos supo dar razón, 
á pesar de ser el pueblo tan chico. Fuimos casa por casa 
preguntando, y todos se encogían de hombros, sin duda por- 
que en los lugares á nadie se conoce por su verdadero nombre. 



190 

Nos decidimos pues, á averiguar la casa del cora, 7 este nos 
informó de cómo habíamos de acertar con el tic Jiménez, que 
fué preguntando por el tio Pajalarga. Así lo hicimos y con 
efecto le encontramos en casa, que nos recibió con mucho 
cumplimiento lo mismo que su mujer, que era justamente la 
tia á quien preguntamos por Pascasio Jiménez, y no sopo 
dar razón por ignorar el nombre de su marido. 

Bendito sea Dios, dijo el tio Pascasio, que han venido 
ustedes en un día en que tengo buena caía. Gomo habia 
militado tiene ciertos terminachos soldatescos que engañan; 
y así es que al pronto nos dio un alegrón refiriendo loa por- 
menores de la mesa. Saca, la di^jo á su miger, saca esa 
fuente de tumbci^avíos : y eran peces como alfileres, que en- 
tran ciento en cada cucharada, solo que tuvimos que comer- 
los con los dedos por no haber otra cosa. Disimulen ustedes, 
dijo la mujer, que desde que nos robaron las cucharas de 
madera en la guerra de la independencia, no me he acordado 
de comprar otras. Pidió el marido después de los turnea- 
navios una perdiz ^ económica: yo tenia ganas de verla en la 
mesa para apoderarme de la m^or tajada; pero ¡cuál fué roí 
pesadumbre al ver que la tal perdiz -económica era una ce- 
bolla asada! Gracias que la rebozaron con miel; pero como 
no habia con qué lavarse las manos, se nos quedaron los 
dedos pegados para toda la noche. 

Acabóse la cena: el tio Jiménez empezó á dar gracias á 
Dios, y nos encajó mas Padre-nuestros y Ave-Marias que días 
tiene el ano. Por el alma de nuestros padres, por el ángel 
de nuestra guarda, porque nos libre Dios de malas tentacio- 
nes, por los que mueren en pecado mortal, y qué sé yo 
cuantas cosas mas. Por decontado besó el pan, echó la ben- 
dición á la mesa, y nos mandó á la cama con el correspon- 
diente saludo de «hasta mañana si Dios quiere.» 

Dormimos juntos mi compañero y yo en un jergón que 
tenia la paja tan corta, que se nos clavaba en el corazón. 
¿Quién dirá, esclamábamos nosotros, que este jergón es del 
tio Pajalarga? Ademas el entarimado era el ladrillo, y como 
la ropa era vieja y mal cuidada , creyendo estar soIob nos en- 



191 

eontrámos con doseieates mil compañeros virgeaes que nos 
hiciaron laártires ; de suerte que estuvimos toda la santa noche 
sin poder p^ar loe ojos ni despegar los dedos. 

Juan Mabtiniz YiLLBBaAS. 



MENTIRAS AL REYES: COSAS QUE NO SON. 
CUENTO ESTRAVAGANTEMENTE INAUDITO. 

Erase un pueblo sin casas, situado en las ilusorias ribe- 
ras de un rio seco y su límpida corriente, cuyo paradero se 
ignoraba, jamas habia serpenteado entre los montes llanos 
que no se elevaron en medio del hermoso paisaje que ofrecen 
& la admiración del espectador ausente las escarpadas llanu- 
ras que casi estuvieron á punto de circundarle cuando re- 
ventó el terremoto de Oran. Allí, sin jamas estar, vivia me- 
dia familia , porque la otra mitad que debian formarla los que 
faltaban, no habian nacido. 

Esto sucedia en el año 1999; es decir, á últimos del siglo 
que viene. 

Felizmente esta familia fué siempre desgraciada, y por 
una casualidad traida á propósito, ninguno de sus miembros 
se parecia ó asemejaba en el rostro, á no ser en los ojos, 
las cejas, la frente, la nariz, la boca, la barba, los carrillos, 
las orejas y la cúspide que casi eran iguales. Y digo cúspide, 
porque en aquellos tiempos se llamaba así la cabeza , por ser 
lo mas elevado de los talones. 

A dicha media familia pertenecían varios animales, como 
un gatito muy mono que habia muerto algunos años después, 
un perrito lindísimo que tampoco habia nacido, y un lorito 
muy parlanchín, la hembra de los dos únicos primitivos que 
salieron del arca de Noé. Pero dejemos los animales y agar- 
remos las personas. 

Los principales personajes, pues, de la media familia, 
eran una madre que se llamaba Doña Semíramis (la cual no 
habia tenido abuelo) y una h\ja que no tenia nombre. Habi- 
taban una casa sin paredes, techo, puertas ni ventanas. No- 



192 

tábase que la mamá era mas joven qiie la hija; bien porque 
la hija tayiese mas años que su mamá, ó bien porque la mamá 
no contase tantos como la h^a. Lo cierto es que á entram- 
bas servia un criado fiel que enviudó siendo soltero, hombre 
de estatura colosalmente enana, secamente gordo, cojo de 
vista y bizco de las piernas. 

Una noche, muy tenebrosa por cierto; serian como entre 
diez y tres de la madruga, cuando el sol alumbraba el globo 
con todo el fulgor de sus rayos abrasadores en el mes de julio, 
la nieve se desprendía de la atmósfera en copos tan grandes 
como mantas de Falencia , y los habitantes de aquella comarca 
bailaban el trípili de puro frió, entró saliendo el criado, y 
d^o á la señorita sin nombre con una voz tan enteramente 
apagada que no formaba el mas leve sonido: «señorita: un 
hombre desconocido que ni vino ni se fué, ni he visto ni veré, 
acaba de no entregarme esta carta con cierto ademan de mis- 
terioso secreto, y con un vozarrón mas ronco que un trueno 
sordo, diciéndome sin hablar que á ningún ser futuro la en- 
tregase sino á usted.» 

La joven tierna como pezuña de buey cansino, y sensible 
como el peñón de Gibraltar , abrió la carta que no estaba escrita 
en papel ni cosa que se le pareciera ni se vislumbraba en ella 
una sombra de letra humana; y leyó las siguientes palabras: 
«mujer corpulenta! un hombre invisible os ama con la odio- 
sidad mas frenética que engendraron los siglos futuros en un 
corazón volcánico. Adiós: — Posdata. Dentro de catorce 
minutos os espero en el torrente de los Alamos, ó moriréis. 
Juro respetar tu voluntad hasta el catafalco de las horcas 
Candínas , donde serás inmolada á dogal colgando con el mayor 
entusiasmo de una pasión inspirada por Satanás para ser en- 
terrada en la Transilvania si á la cita faltáis. Adiós, hija 
del Antecristo; {os espero! ¡os espero! al torrente de los 
Alamos. » 

Por curiosidad quisiera yo ver á alguno de mis lectores 
en la prensada situación de la joven sin nombre, suponiendo 
que dentro de catorce minutos era forzoso presentarse en el 
torrente de los Alamos, que dista de allí cuatro mil quinien- 
tes cuarenta y tres leguas y media de mar y tierra, y con- 



193 

tinuando suponiendo que entonces no eran conocidos los va- 
pores marítimos ni terrácueos, ni siquiera los globos atmos- 
feríeos. 

Sin embargo, aunque los bistoríadores que dejaron de es- 
cribir sobre este hecbo que no sucedió , ningún pormenor nos 
trasmitieron acerca de los medios que empleó la joven sin 
nombre para acudir exactamente á la cita, lo ciei-to es que 
antes de los catorce minutos ya estaba ella roncando sobre 
la espuma del torrente de los Alamos cansada de esperar á 
su trovador. 

Por tradición de los difuntos que murieron desde aquel 
siglo basta fines del actual , se cree que un trasporte tan veloz 
lo verificó la joven á caballo en un relámpago ; cosa muy po- 
sible en verdad si se considera la gran diferencia que existe 
entre los relámpagos de entonces y los relámpagos de ahora, ó 
bien sea entre las exhalaciones antiguas y las exhalaciones moder- 
nasy como lo demostraron el rey doña Uraca y la princesa Nabu- 
codonosor en sus tratados sobre la transformación de los cua- 
drúpedos, de la cual esciuyeron á los españoles, comparando 
nuestro desgobierno con la eternidad. 

£1 reloj de la catedral de Carabanchel de abajo anunciaba 
á los rusos las trece del dia (porque en aquellos tiempos todos 
los relojes tenian en el horario las 24 horas del dia, y las 
señalaban todas unas tras otras del modo que podian unos 
mal y otros bien, como en la actualidad que hay relojes á 
propósito para no saber jamas la hora que es), y el de la 
torre del diablo en Quebec apuntaba las 18, lo que demos* 
traba que el de la catedral de Carabanchel no corría tanto 
como el de Quebec, cuando el trovador invisible aparece en 
el torrente de los Alamos , se arroja sobre la mujer sin nom- 
bre , y le da un beso en cada codo , según costumbre de aquel 
siglo en que la mayor prueba de cariño era besarse los co- 
dos los amantes, y permanecer asidos reciprocamente de las 
orejas con ambas manos mientras hablaban. «Yo soy, le dijo 
él á eUa, un recuerdo espMitoso del diluvio universal; ignoro 
quienes serán los que vengan á darme el ser, porque aun 
no be nacido, pero será muy regular que me dé á luz una 
príncesa que se llamará Margarita de Borgoña. Vengo de 
Hebrmann. 13 



194 

Us tinieblsis á cuioplir mi destino que es achicharrarte. 
(EutÓBces él amor se Uajuaba chiduurron, amar era achichar- 
rar.) Si correspondes al chicharrón que te profeso, prosi- 
guió el inTisible, veré coteíada la diofaa mas desastrosa que 
alcanzó la posteridad: si no me achicharras coa todo el vital 
entusiasmo que me aniquila, concédeme el &TOr de darme 
un fuerte soplo por detras, y m» verás desaf^areeer entre las 
altas nubes que arrsustiran por las catacumbas.» — «Yo te 
adoro con la mas recóndita execración que te consagra mi 
alma, replicó la hermosa horrible, yo te achicharraba cua- 
renta y dos años antes de conocerte; cualaro lustros antes de 
ver la luz pública; 'mas áates aun de tu venida al mundo te 
idolatraba en el resplandor oscuro de la nada, porque com* 
prendí que tú habias de ser aügo; que liabias de ser el ser 
que activase la idolatría con que te abonüno.» — Y bien, 
mujer; ¿conoces la eternidad? — No: jamas estuve allá. — 
¿Por qué no has ido? — Porque oo sé el camino. — Pero 
tu padre estará allá. — No. —■ ¿Qué ha<ce que no se muere? 
— No puede morirse: no ha nacido: también mi padre es 
postumo. — Me lo habia pensado. — Pues entonces, si- 
gúeme. 

Al pronunciar la joven estas palabras, un trueno espan- 
toso que dejó de oirse en todos los puntos del globo y del 
espacio retumbó con la mas dulcísima armonía en los anchos 
torreones de la inexpugnable ciudadek de Albacete, al cual 
siguió un relámpago oscuro que apagó todas las luces del 
teatro del Príncipe, acompañado de un eclipse de sol visible 
en el puerto de Almansa y en Miradores de la Sierra qae 
disdvió todo el requesón que estaban elaborando en aquella 
láctea comarca. La lluvia se desprendía de las nubes á cán- 
taros, pero sin llegar á tierra, de modo que loa transeúntes 
veian llover sobre sus cúspides, y no se mojaban pizca ni 
media. Esto inundó de horror delicioso á los habitantes de 
la Nueva Celandia, mientras los dos amantes atravesaron á pié 
en dos minutos y medio el mar glacial desde el cabo del Norte 
en la Laponia, tocando parte del mar de Karskoé, el de la Amé- 
rica septentrional, el de Pepjinsk, el del Lama, el del Japón 
por la manga de Tartaria y el mar de Jeso, el Jonio y el de 



195 

la China, el grande Océano oriental, por el archipiélago de 
las islas OaroiinaB, y el de Salomón, y el del Espíritu Santo, 
tocando parte del mar eqninocdai , atravesando bujo del Ca- 
pric(Hmio y dd Trépico en el mar de las Indias, costa de 
las islas de Madagascar y línea de Ecuador, á entrar en el 
golfo arábigo, corriendo al trole por el mar Rojo y golfo 
pérsico, el mar Negro y el Caspio, el Mediterráneo, el Adriá> 
tíoo y el Bákico hasta la casa de doña Semíramis. 

Apenas esta jóren anciana mamá rió llegar á su hija su- 
dando de frió y asida de un hombre de aire, se cubrió el 
rostro con los pies, lanzó un aullido melodioso, y se puso á 
bailar en la azotea repicando los talones y dando rolteretas 
como una loca* 

Era preciso aprovechar aquellos turbios momentos, y los 
amantes no sabían como organizarse ni donde esconderse, 
porque al trovador inrisible le atacó un sueño tenebroso qne 
le hacia dar cabezadas en los hombros y or^s de su que- 
rida. No había mas tio pásame el charco que dormir, y en 
la casa solo tenían un catre de 85 pies de elevación, al cual 
se subía en un gran cesto pendiente de un largo y grueso 
macarrron italiano pasado por una garrucha. «Entra en ese 
hermoso cesto, le dijo ella á él: yo te subiré al ca^e donde 
velaré tu sueno, y luego me subirás con mucho tiento, que 
no soy para colgar.» Hizose la primera operación; después 
subió él á ella; mas ¡cuál fué -el espantoso placer de esta 
feliz desventurada,^ cuando en vez de su amante solo encon- 
tró en la azotea del catre un esqueleto ensangrentado, sin 
mas traje que unas botas de andar á pié con espolines, y 
una casaquilla de raso inglés carmesí! La desgraciada leyó 
el esqueleto, y decía: «tu madre no es mujer.» Un pacífico 
rapto de desesperación se apoderó tranquilamente de su alma, 
y sin respetar los 85 pies de camino perpendicular que había 
desde la boardilla del catre hasta el parimiento, se arroja 
de cabeza cual otra Safo, da de cabeza en medio de un cesto 
lleno de huevos frescos que hacia tres años estaba recogiendo 
su mamá para hacer un pastelón de rábanos, pero desgra- 
ciadamente quedó sin lesión por caer &a blando, aunque los 
huevos lo pagaron. Se levanta y corre con mucha calma á 

13* 



196 

contarle á su mamá todo el suceso , la cual le contestó : « pues 
bien; si ese brujo te ha revelado que tu madre no es mujer, 
yo te revelo que su esqueleto va corriendo en este instante 
hacia el cementerio del desierto. Asómate á esa ventana y 
lo verás correr.» 

Efectivamente asomóse; lo vio y partió tras él sin pro- 
nunciar palabra, y lo alcanzó porque se le enredaron los es- 
polines en los sarmientos al atravesar una viña. Allí reno- 
varon sus iracundos amores, y viendo que la mamá los per- 
seguia amenazándolos con una caña en cada mano, huyeron 
sin parar hasta el cementerio del desierto, donde tuvieron 
que^ desenterrar un cadáver que habia muerto ahogado en el 
incendio de Babilonia, para ocultarse la joven y el esqueleto 
pródigos. En aquella tumba encontraron una caldera rota, 
una flauta, dos pares de calcetines, unas parrillas, un 
redoblante, un melón, un paraguas ^de lienzo color de tór- 
tola, y un plato de crema. Como los amantes no habian 
comido desde el 26 de agosto del año anterior, pusiéronse 
en cuclillas y comenzaron á sorber crema á dúo, sosteniendo 
el plato á cuatro manos; mas aparece la esfinge de doña Se- 
miramis sobre sus cabezas dándoles sendos cañazos en los 
talones y en las orejas; les echa tierra encima á borbotones; 
los sepulta, y cuando conoció que estaban difuntos los en- 
terrados, se enterró ella también en la núsma sepultura por 
no ser menos que los otros. 

Así comenzaron á morir aquellos tres seres dichosos, 
cuando todavía les faltaba cerca de siglo y medio para nacer. 

JosE María Bonilla. 



LA FAMILIA DE LOS VICE, DE LOS SUB Y DE 

LOS EX, 

Todo en el mundo es música. Esto no quiere decir 
que el mundo es una sinfooiía ni que todo en el sea música 
c^stial; lo que quiere decir esto es que el mundo está com- 



197 

puesto de escalas con sns puntos y medios puntos, bemoles 
y sostenidos. Si se consulta á los naturalistas, hallaremos 
que desde el reino mineral al vegetal hay muchos cuerpos 
que se confunden entre la inercia y movilidad de tal modo, 
que nadie sabe definir á qué reino pertenecen. Los hay que 
por una escala la mas lenta imaginable se van separando de 
la materia inerte, hasta llegar á la mas perfecta de las plan- 
tas, y los hay que, teniendo mas vida y mas espontaneidad 
en el movimiento , pero con una forma estraña á los animales 
y á las plantas, vienen á ser cuerpos anfibios ó hermafrodi- 
tas entre el reino animal y el vegetal. Sucesivamente y por 
escala rigurosa se observa la marcha progresiva de los seres 
hasta el mas perfecto conocido, que es el hombre: pero de 
modo que de uno á otro animal es tan corta la diferencia, 
como sensible, cuando entre dos puntos de comparación que- 
dan dos ó tres intermedios. De un europeo, por ejemplo, á 
un negro de Guinea, no hay mas diferencia que la del color; 
así como hay monos que distan muy poco de los susodichos 
negros; y sin embargo comparado un mono con un hombre 
se advierte una inmensa diferencia. Yo tengo para mí que 
al cabo de los siglos ha de venir otro ser mas perfecto que 
el hombre por razón de esa escala de perfectibilidad , y que á 
medida de la perfección en la forma humana, será también 
mas aventajado en sus cualidades morales. 

Tratando solo de la escala del hombre con relación á su 
categoría en la comunión social, que es el objeto de este ar- 
tículo, lo primero será hablar de los puntos musicales, ^os, 
determinados é inalterables, y lo segundo de los modifica- 
dos, intermedios, mistos ó furrieles, es decir, entre cabos y 
sarjentos. 

Desde luego todo cuerpo necesita una cabeza, toda nación 
un gobierno y toda sociedad chica 6 grande un centro direc- 
tivo: parece que he dicho tres cosas, y no he dicho mas que 
una. Al que representa la primera dignidad de una reunión 
de hombres, se le llama director porque dirige, ó presidente 
por presidir; pero como un hombre solo no puede reasumir 
todos los poderes en sí, claro es que necesita otros agentes 
subalternos para dirigir la máquina social, y de aquí nace 



198 

ese eslabooamiento de jerarqaias que, semejiuteB á una pro- 
gresión geométrica decreciente, cada una va teniendo mas 
valor que todas las inferiores juntas. 

Ahora bien: una sociedad ¿podría regirse con los empleos 
absolutamente necesarios? Claro es que si, y daro es que 
no, y haré ver que ninguna contradicción envuelve la res- 
puesta. Cuando el hombre fuera tan virtuoso como le con- 
cibiera Rousseau en su mundo ideal, justo en el ejercicio de 
BUS derechos y dócil á los deberes, es evidente que la sociedad 
no admitiría un cargo supwfluo; pero como por desgracia 
hasta el dia estamos dotados de pasiones mezquinas y mise- 
rables; como nos devora la ambición de figurar, fte donde 
viene la avarícia del oro, ha sido preciso satisfacer con em- 
pleos lucrativos y honores pueriles, las exigencias de los 
mal contentos con un érden de cosas justo, racional y equi- 
tativo. 

Un presidente y un secretario bastan para regir un cuerpo 
legislativo; pero así como un chiquillo tiene envidia cuando 
la madre acarícia ¿ sus hermanitos, y una mujer siente los 
agasajos que á otras se dispensiuoi, también hay hombres que 
sienten no ser los predilectos. Estos hombres me parecen 
á mi niños que han crecido mucho, ó mujeres vestidas de 
hombres. Sean lo que fueren es preciso contentarlos, y para 
conseguirlo debió crearse el innecesario cargo de vice-presi- 
dente; y no satisfechos con halagar á uno, prolongaron la 
escala de la vice-presidencia hasta el infinito, contando algu- 
nos congresos vice-presidentes á docenas. 

La familia de los vice es hermana carnal de la de los sub^ 
ó lo que es lo mismo la familia de los auh es la misma que 
la de los vice, que trae el mismo origen, hace el mismo 
papel y solo se diferencia en la pronundacion* Se dice v. 
gr. vice-rector, porque no se pronunciarla con tanta facilidad 
sub-rector, á pesar de que no es tanto el trabajo que le 
cuesta al pueblo el pronunciar vice-presidente, vice-sccretario, 
vice-cónsul, sub-secretarío , sub-director, sub-prefecto y sub- 
diácono, como el mantener á una familia tan numerosa como 
la de los aub y los vice reunidos. Hay disputas sobre cual 
de las dos razas es mas perjudicial á los intereses del pueblo; 



199 

yo creo que las doe son peenesy como decia el inmortal Fí- 
garo ; y que si narehar de los sub k los vice es ir de Pilátos 
á Heredes, ir de los vice á los sub es volver de Heredes á 
Pilátos. Sin embargo, la rasa de los sub es & la de los vice, 
lo que los aatrop6£ftgos á nosotros en sociedad, lo que el 
veneno al aiánar, lo que los gobernantes á los gobernados, 
lo que los frailes á los hombres. 

£1 8ub es un ente fantástico que recorre todas las clases 
de la sociedad para atormentarla. Es el símbolo de la in- 
quisición; penetra por la menor rendija de las casas ) inter- 
cepta toda comunicación y eseudrtfta y tasa todos los artícu- 
los comerciales é intelectuales sin conocer los artículos de 
la fe. Fácilmente inferirán ustedes que el sub de que voy 
haUando es el subúáio. Ko sé oteo kay hombre que quiera 
comerciar teniendo que pagar el ««¿isidio de comercio; y al- 
guno conozco sumamente industrioso, que se hace el tonto 
porque no le saquen el «ufrsidio industrial. 

Si la nación no prospera: si la patria no se desempeña, 
ni consigue ni conseguirá la suspirada nivelación de los 
gastos con los ingresos; culpa es del «m&, que á imitación 
de los ríos grandes que se aumentan sorbiendo el agua de 
los pequeños, con el dinero de muchos pobres llena la bolsa 
de pocos agiotistas. Este sub ten arístocráticamente parcial, 
tan injusto y tan enemigo del tesoro público es un eub fe- 
menino llamado «««¿asta» que ha parido muchos hijos va- 
rones llamados ««tr^arríendos» tan padecidos á la madre, que 
entre todos han sumido el estómago de los pobres en un mar 
de viento donde infaliblemente serán víctimas del temporal, 
si Dios no lo remedia. A esto de «t<&arriendos y «tiestas 
dan la disculpa los ^¿arrendatarios y ««¿arrendadores de 
que amor con amor se paga, y que un 8i4b mata otro suby 
porque sin una subMtA el gobierno no podria 9t<5venir á 
las necesidades, ni «i/¿sanar los perjuicios de una sttb' 
levacion. 

Vamos con la familia de los ex que es la mas numerosa 
que se conoce, como que de trece millones de habitantes, 
puede que pasen de quince millones , los seres que pertenecen 
á esta raza, y lo probaré. Claro es que un hombre no es 



200 

mas que un individuo; pero como bay Fulanos García de Gar- 
cía ó López de López y duques, grandes de España seis ó 
siete veces, también hay españoles emparedados en tabiques 
de eo;, ó que tienen el ex por todos cuatro costados. Puede 
uno ser ex - realista , ex - nacional , ex • diputado y ex • ministro, 
y si por la prodigalidad de títulos y tratamientos, es ademas 
excelentísimo señor, cuenta un ex por cada sentido. 

La familia de los ex es el vice- versa de la de los sttb y 
de los rice; porque esta impera mientras aquella anda de 
capa caida, y así se les conoce, á todos hasta el rostro. Un 
hombre en el mando es una flor en la primavera, un hombre 
en la de^racia es un árbol en otoño. \ Qué satisfacción 1 ¡ qué 
superioridad hay en la cara de un poderoso ! ¡ Qué melanco- 
lía en las facciones del que no tiene dinero! jQué distinto 
horizonte presentan las cosas á los unos y á los otros ! A un 
pobre todo le sienta mal; si llu«ve ¡malo! porque no tiene 
mas sombrero que el que lleva encima y otro , y el otro es el 
que lleva encima. Si no llueve ¡malísimo! porque se perderá 
la cosecha y andará el pan por las nubes. Juzga del humor 
de todos por el de sus tripas, y cree que nadie tiene gana de 
broma , porque él no la tiene , y así cuando llega alguna festi- 
vidad, como ahora la de san Isidro, suele decir: no, pues este 
año poca gente irá á san Isidro, no está el tiempo para di- 
versiones ; y precisamente aquel año se desploma el pueblo de 
Madrid en la campiña del santo. ¿Viene el aire gallego? malo, 
porque se helarán los trigos. ¿Viene solano? peor, porque se 
quemarán los garbanzales. ¿Oye un pregón en la plaza, ó 
ve un bando en las esquinas? Corriendo á ver qué dicen, 
por si mandan barrer las puertas de la calle á todos los po- 
bres , ó arrojarse por el balcón , á fin de obedecer antes que 
pidan un ducado de multa. £1 rico al revés; ¿llueve? que 
llueva, nos soplaremos en el coche y los caballos y el cochero 
serán los que se mojen. ¿Hace calor? no importa mientras 
haya nieve en los pozos. ¿Pregonan? que pregonen, con los ricos 
no se han de atrever, y si se atreven todo lo arregla el di- 
nero. ¿Le convidan á un entierro? entretiene á los del pésame 
con cuentos y chascarrillos. £n fin, ve alegría donde el pobre 
tristeza; imagina delicias donde el pobre disgracias, y así 



201 

como para el pobre todo es lato y desolación, para el rico 
todo bataola, boda ó bateo. 

Así cuando yernos un rostro compungido y exánime deci- 
mos: qué cara de exclaustrado tiene ese hombre; parece un 
alma en pena, murmurando para sí: tal me verás que no me 
conocerás. 

Por último los ex dicen á los vice lo que los viejos á los 
niños: allá llegarás ó la vida te ha de cortar; porque no 
hay empleado que no pare en ex -empleado y á f e que bajo 
este punto de vista no sé quién de las dos familias es mas 
gravosa á la nación; yo creo que la de los ex por ser mas 
numerosa y porque tpabuga menos, pues todas las rentas de 
España no bastan ya para pagar á ex «jefes políticos, ex- 
ministros, ex -claustrados y ex-cedentes. 

Juan Martínez Villbrgas. 



MELONES Y MUJERES. 

1. 

— ¿Quiere usted que yo se lo escoja? me dijo don Basi- 
lio en el mercado de Murcia, viéndome atafagado y lleno de 
incertidumbre, á la manera de un hambriento colocado con 
todo su arroUador apetito entre las dos sopas de una mesa 
opípara, delante de una compañía de melones que acaba de 
hacer allí en su lugar descanso. Se va usted á chupar los de- 
dos. — ¿Con qué usted lo entiende? le dije yo, sin figurarme 
que esta pregunta debia herir su amor propio, como heriría 
el de Hartzenbusch cualquiera que preguntase á este distin- 
guido literato si entiende de dramas. — ¿Si lo entiendo, ha 
dicho usted? ¡es original la pregunta! ¡me pregunta usted si 
yo lo entiendo 1 ahí es un grano de anis! Mi padre y mi ma- 
dre son de Guardamar ; mi abuelo y mi abuela eran de Guar- 
damar también, y lo mismo mi bisabuelo y mi bisabuela pa- 
ternos y maternos, y los que á ellos les engendraron y pa- 
rieron , y, los que engendraron y paríeron á los que engen- 
draron y parieron á ellos, y yo nací en Guardamar, y en 



202 

Gaardamar me bautizaron, y me crié en Guardamar, de suerte 
que el conocimiento de los melones se puede decir heredita- 
rio en mi familia. ¡Y me pregunta usted si yo lo entiendo! 
— No me habia tomado la molestia, le d^e yo, de encara- 
marme por su árbol genealógico de usted y tal ves haya dicho 
un disparate. — ' Sí señor , lo ha dicho usted muy garrafal, 
i Toma! {si entiendo de melones! (Estas áltimas palabras 
las pronunció con un tono que revelaba perfectamente la 
compasión á que le movia mi ignorancia.) Vamos á ver, aña- 
dió. ¿Cuántos quiere usted llevarse? — Hombre, uso ... — 
¡Uno! i qué miseria! dos al menos se ha de llevar usted. 
¿Pues? si aunque se lleve usted dos docenas no le ha de de- 
jar usted probar á su mijger lo que dice una pepita. |Si 
hasta la corteza se va á comer usted! Y empezó á palpar 
un melón tras otro hasta haberles palpado todos. Se me 
figuraba un visurador de quintos ó un frenólogo examinando 
cabezas de varones ilustres. — ¡Acabáramos! dije yo al reci- 
bir de sus manos un par de melones selectos. — ¡Qué almí- 
bar se lleva usted! — ¡Qué albímar me llevo yo! — En efecto, 
llegué á mi casa; probé los melones, que creí eran la obra 
maestra de las meloneras de Guardamar, y se los di enteri- 
tos á mi mtger; mi m^j^ ^^^ probó y se los dio enteritos á 
la criada; la criada los probó y se los dio enteritos al co- 
chino, y el cochino, mas inteligente en la materia que mi 
criada, que mi mujer, que yo y que el mismo don Basilio, 
ni siquiera los probó, no hizo mas que olfatearlos. 

Al dia siguiente, don Basilio me hizo muy de mañana 
una visita, con el solo objeto de recibir los elogios que su 
feliz elección debia haberle granjeado. ¿ Qué tal le han pa- 
recido á usted los melones? me d\jo. ~ ¡Oh! ¡escdentes! le 
respondí, y él no comprendiendo la íroafa, — ¿pues? ¿no se 
lo dije á usted? prosiguió, ¿meloncitos á mí? Mi padre y mi 
madre son de Guardamar ( Interrumpíle con viveza , te- 
miendo que me obligase á hacer de nuevo un viaje genealó- 
gico.) •— Pues señor, los melones eran detestables. — ¡De- 
testables! ¿qué está usted diciendo? no ¡usted se chan- 
cea! — No señor, hablo con toda formalidad. ^- No puede 
ser, le digo á usted que no puede ser. — Le digo á usted 



203 

que enm un par de solemnes calabazas, y en el corral les 
encontrará usted faltando de ellos menos de lo que á noso- 
tros nos queda de Constitución. 

Gomo fundaba toda su vanidad en su craneologia melónica 
ó digamos en su melonologia, quiso atribuir á malida su 
ignorancia, aunque debiera indisponerse conmigo muy seria- 
mente. — Con qué, me d\jo, eran malos ... ¿efa? Demasiado 
lo sabia yo; quise divertirme y darle á usted un chasco . .. 
(£8ta mentira reclamaba otra). — Pues señor, le d\je, el 
chasco s,e lo llevó usted; los melones eran eseelentes. — 
¡Tomal lo que d^e ¿mtes; como que yo los escogí ... — 
Pues señor, repliqué, sepa usted que eran muy malos. — ¿En 
qué quedamos? replicó él casi mareado; ¿eran malos ó eran 
buenos? — ¿£n qué quedamos? repuse yo, ¿quiso usted esco- 
gerlos buenos ó malos? — ¿Buenos? — ¿Pues entonces eran 
malos. — ¿Malos? — Pues entonces eran buenos. — Asi, dijo 
amostazado, nunca sacaremos en limpio lo que han sido. — 
Asi, le contesté yo, nunca sacaremos en limpio lo que usted 
ha ' querido que fuesen. 

Era cosa de no acabar, y don Basilio se fué. 

Lo mismo y aun mas que de los melones puede decirse 
de las mujeres. Un calavera hace cocos á una pisaverde de 
ojos negros é insinuantes que devoran á cuantos paran por 
la calle con sombrero. Cansado ya de hacer calaveradas, el 
calavera echa el resto y se despide de ellas con la mayor que 
puede hacerse. Se casa á salga lo que saliere con la de los 
ojos negros , sin examinar ningún antecedente, ni derivar nin- 
guna consecuencia. Tenia otras cien muchachas á su dispo- 
sición, pero toma aquella á bulto, como yo hago con los me* 
Iones si no encuentro á don Basilio, y todas las gentes de 
tertulia le auguran un porvenir desastroso. Se engañan de 
medio á medio. El tronera sin pensarlo ha unido su suerte 
á la de un ángel, que tiene un corazón bellísimo y que solo 
piensa en labrar la felicidad de su esposo. 

Al contrarío: un filósofo, uno de esos hombres sistemáticos 
que andan, como suele decirse, con pies de plomo hasta por 
el piso de su alcoba, que suben y b^an las escaleras sen- 
tando las dos plantas en cada escalón y sin soltar jamas la 



204 

barandilla , que se acuestan siempre á la misma hora y siem> 
pre á la misma hora se levantan, que no beben ni comen 
sin haberse dado antes de todo esto la razón de cien> 
cia, y que examinan un tratado de higiene antes de quitarse 
y ponerse la levita; uno de esos hombres relojes , que todo 
lo hacen con puntualidad y tiento, meditación y parsimonia; 
desconfía de todas las mujeres de las ciudades, y se va á 
Sierra ' Morena donde, según sus cálculos de toda la vida, ha 
de encontrar á la elegida de su corazón, á, la casta paloma, 
á la doncella que le conviene. La ruborosa virgen que nunca 
liabia visto un filósofo, toma el traje por la persona, y al 
divisar á nuestro héroe, huye de él á cien pasos de distan- 
cia, sin duda porque vestido como está, le considera un ani- 
mal de distinta especie que la humana ó cuando menos de 
distinta raza que los habitantes de Sierra • Morena. También 
puede ser que siga en esto la costumbre de todas las demás 
mivjeres , que tienen miedo á los hombres .... desde lejos. 
Esta fuga, esta incontestable prueba de modestia y castidad 
ha hecho concebir al filósofo las esperanzas roas lisonjeras, 
y se presenta muy cercano el suspirado término de sus escur- 
siones matrimoniales. La purísima niña se fortifica en un ca- 
sucho, donde entra, sin necesidad de bombardear, el deno- 
dado pretendiente después de una gloriosa resistencia, que le 
oponen dos anárquicos mastines simultáneamente pronunciados 
como un solo hombre, quienes capitulan, ó por mejor decir, 
suspenden sus hostilidades, luego que se presenta el jefe de 
la plaza en ademan de recibir un parlamento. Sabido es que 
los parlamentos son siempre respetados. £1 jefe de la plaza 
es una cosa algo parecida á un hombre de mediana edad, 
con una barba recia, impermeable al jabón y que podría ser- 
rarse ó al menos afeitarse con una podadera; sus facciones 
tienen algo de común con las de los mastines pronunciados, 
de suerte que solo al verlas parece que se les oye ladrar; y 
quizas no seria fácil resolver si aquel hombre es un mastín 
perfeccionado ó si son aquellos mastines unos hombres de- 
generados. £1 jefe en persona introduce el parlamento ; este 
saluda con cortesía, al llegar á la fortaleza, á un segundo 
personaje que viene á ser el segundo cabo de la plaza, y 



205 

cayo sexo no determinaría £&cilmente nuestro filósofo á no 
habérsele dicho de antemano que aquella cosa vieja era la 
mujer del jefe. Con todo , necesidad tuvo el recien llegado 
de un particular estudio para no confundir los artículos gra- 
maticales. Dio una mirada al rededor y no vio á su futura; 
no vio mas que un par de ruecas animadas á la pared como 
los fusiles al armero de un cuerpo de guardia, medianamente 
provistas de cánamo, y no parecía sino que la vieja habia 
colgado de ellas dos ejemplares de su peluca. A primera 
vista la vieja y las dos ruecas se miraban como cantidades 
homogéneas y daban tres ruecas por total. 

£1 filósofo después de un corto preámbulo entró en mate- 
ria, reveló sus castas pretensiones y pudo vanagloriarse muy 
pronto de los mágicos efectos de su elocuencia, pues vio, á 
medida que iba desentrañando la cuestión, dulcificarse las 
fisonomías salvajes de sus oyentes, que le escuchaban con la 
boca abierta. Hasta los mastines al parecer habian perdido 
su natural feroz, y besándole las manos y acariciándole con 
la cola, manifestaron arrepentirse de su conducta hostil ante- 
rior. Aquellos halagos caninos en idioma humano solo po- 
drían traducirse con un acto de contrícioa. Las palabras del 
alado Olózaga, ó sea del ángel embajador, que reveló á los 
pastores la venida del Mesías , no tuvieron mejor acogida que 
las de mi filósofo. La vieja sobre todo estaba loca de alegría 
y llamó á su h^a que permanecía acurrucada, escuchándolo 
todo, tras una cuna en que, según apariencia, debia en ella 
haberse mecido Abel, y la obligó á abandonar la última bar- 
ricada en que la habia parapetado la cortedad de su genio. 
Prescindamos de las cualidades físicas de la niña y pasemos 
por alto los sentimientos de vergü^iza que paralizaron hasta 
la acción de sus pulmones al verse arrastrada delante del 
filósofo. Basta saber que el filósofo y la nina se casaron, 
que dieron su último adiós á Sierra -Morena, que él por es- 
pado de dos meses obligó á su cara mitad á tomar diaria- 
mente un baño de limpieza , y que cuando la inmaculada vir- 
gen se hubo desprendido de las infinitas capas de mugre que 
ponían su cuerpo en incomunicación hasta con la atmósfera, 
que ni la hubieran dejado sentir la picadura de una avispa. 



206 

qoe duplicaban sa peso y su volAmen de modo que parecía 
que aquella mujer, hasta eatónces, había crecido como los 
minerales por justa -poeidon; cuando aquella tortuga quedé 
despojada de su cimcha, cuando ya no se podía arar en 
aquella cara en que poco tiempo antes se hubiera podido 
sembrar maíz, en una palabra , cuando dos meses de bodos 
generales habían provocado una solución de contigiüdad eirtre 
el cutis de la reda casada y la armadura fosil que la «abría 
enteramente, se lerantó entre los dos esposos una cama de 
fulminante divorcio. |0h decepción cruel t Nuestro filósofo 
sorprendió in Jlagranti á la ex -virgen de Sierra -Morena em- 
bebida en amorosas pláticas con su propio eríado , apesar de 
las sabias precauciones que tomó de antemano para no aña- 
dir un nuevo guarismo al número de los predestinados. ¡Su 
propio criado! ¡quién lo había de decir! £ra mas feo que 
una pulga mirada con un microscopio solar, y había sido do- 
nado de un convento . . . ¡Desengaño tardío! Hasta entonces 
no conoció el filósofo que cuando todas las precauciones son 
pocas, lo mejor es no tomar ninguna. 

Estos hechos positivos que acabo de sujetar á la medita- 
ción del público, son el tipo de otros muchos análogos de 
que todos los casados y aficionados á melones, que mas pre- 
sumen de entendidos , se habrán dado cuenta mas de una vez. 
¡Qué petardos se lleva uno con los melones y con las muje- 
res! Con respecto á los primeros he individualizado un su- 
ceso en el cual yo mismo figuro como victima; otro tanto 
haré también con respecto á las migares, pero no será en 
este número, p<Hrque me he estendido demasiado y perjudica- 
ría mucho al señor Ayguals invadiendo con mis sandeces un 
terreno en que siembran sus gracias los Bretones, los Yiller- 
gas y otros célebres literatos. 

U. 

Saturnino Penea rayaba en los 26 anos, cuando á su 
padre y á su madre se les ocnrríó saber que ganetas estraor- 
dinarias venden los ci^^os &i el otro mundo, y tuvieron la 
humorada de morirse ambos en un mismo día, con tan pocos 
instantes de diferencia, que es bien seguro que el alma del 



207 

último que murió, alcanzó, por poco que corriese, á la del 
que murió primero, antes de que tirase del cordón de la 
cMopanilla de las puertas celestiales. Bien es verdad , que el 
uno espiró en Madrid en manos de un médico madrileño, y 
el otro en Zaragoza en manos de un médico zaragozano, y no 
sabemos de cual de estas capitales está el ciel mas distante; 
pero piadosamente debemos creer que Dios ha querido colo- 
car sus reinos á igual distancia de todos los puntos de la 
tierra. Ambos al parecer hicieron el viaj« de muy mala 
gana, pues para ver si les era posible retardarlo, ella, que 
murió en Zaragoza, mandó á buscar su médico de Madrid, 
y él, que murió en Madrid, mandó á buscar su médico de 
Zaragoza. Pero ya era tarde. El médico de Madrid la en* 
centró á ella difunta, y el médico de Zaragoza le encontró á 
él difunto también. «Si desde el principio hubiese estado á 
mi cargo, dijo el médico de Madrid, la enferma andaría en 
la calle.» v Si antes me hubiesen llamado , d\jo el médico de 
Zaragoza, el infeliz estaría en la tienda despachando.» Uno 
y otro mutuamente se trataron de cuadrúpedos, y es muy po- 
sible que uno y otro tuviesen razón. ¿Quién sabe si un cu- 
randero , s^licando remedios sin ton ni son, hubiera salido 
mejor del empeño? Peor no podía salir, y á menudo sucede 
también con los métodos curativos lo que con los melones y 
con Jas mujeres. Un barbero curó desde Billescas á una 
señora que se hallaba en París desauciada ya de todo el pro- 
tomedicato, sin examinar siquiera los síntomas para diagnos- 
ticar la enfermedad. La de que adolecía la paciente, según 
(Metámen de todos los focultativos inclusos los de cámara, 
era una hidropesía esencial, y el barbero la curó radical- 
mente prescríbiéndola un compuesto que no sabia de que 
simples se componía, pero que le había empleado con buen 
éxito contra los dolores de muelas. Cuantos médicos me han 
oído referir este caso , han afectado no darle crédito , pero los 
de París, que fueron testigos oculares del hecho, han pre- 
ferído á confesar su ignorancia, decir que nada tiene de par- 
ticular, atendidas las simpatías que estableció la naturaleza 
entre las ninelas y las visceras abdominales. | Lo que son las 
simpatías! A un calesero que le cogió debajo la rueda de 



208 

un coche le amputaron una pierna y nunca mas 8e quejó de 
un callo que tenia desde mucho tiempo en el dedo pequeño 
del pié correspondiente á la pierna amputada. Esto se con- 
cibe fácilmente. Lo que no es tan fácil de comprender como 
calmó un célebre operador los dolores que sufría una marquesa 
á consecuencia de un cáncer en el labio inferior, estrayéndola 

un cálculo de la vejiga urinaria Bien es verdad que la 

desdichada murió en el acto de la operación. 

Pero estoy divagando , y á falta de presidente es necesario 
^ue yo mismo me llame á la cuestión. Volvamos pues á Sa- 
turnino. 

Con la muerte de sus padres, le sucedió á Saturnino una 
cosa que desde tiempo inmemorial ha sucedido á cuantos han 
perdido sus padres, que todos sin escepcion alguna se han 
quedado huérfanos, pero como las penas con pan son menos, 
nuestro huérfano tuvo motivos de consolarse de esta catástrofe 
que le dejaba posesor único y esclusivo de dos acreditadas 
tiendas de varios géneros situadas la una en Zaragoza, nada 
menos que en la calle del Coso, y la otra en Madrid, nada 
menos que en la calle de Fontejos, muy cerca de la puerta 
del Sol. Diciendo que Saturnino era comerciante, no se ne- 
cesita decir mas para dar á entender que era avaro como una 
hormiga, aunque como todos los comerciantes se revelaba á 
menudo con ciertos rasgos de generosidad aparente, siquie- 
ra para servirse de ella camo de un prospecto de sus rique- 
zas y conservar de esta manera el crédito necesario á todas 
las casas de comercio. Así es que dispuso se hiciese á los 
autores de sus dias un magnífico entierro y aplicó á la salva- 
ción de sus almas cantidades que mas de cuatro las quisieran 
para salvar sus cuerpos. Su físico tenia tan poco de parti- 
cular que ni una plumada dedicaría á su prosopografía , si 
supiese que no la han de echar de menos mis lectores, á 
quienes la rutina les hace considerar necesaría la descripción 
minuciosa de todos los caracteres que distinguen á los perso- 
najes históricos. Saturnino era ni alto ni bajo, ni flaco ni 
gordo, ni hermoso ni feo; habia en su físico un verdadero 
equilibrio de poderes; era una teoría constitucional, la per- 
sonificación viva y encarnada de los sistemas mistos , un justo 



30» 

medio de catne y huesos*. Amigo de )a trsttqmlidad y em- 
bebido escloeivamente en sus negocios mercantiles, ni ima 
s&la rez se le oyó disputas acerca de formas gabera amenta- 
les; no estaba suscrito á ningún periódico, y descifraba con 
mas prontitud una regla de tres compnesta, que un articulo 
de la Constitución. Si hubiese sido diputado de las Consti- 
tuyentes y su opinión hubiese prevalecido en la asamblea, es 
seguro que hasta el preámbulo y el título del código vigente 
estarían escritos en guarismos. A pesar de esto pertenecía 
á la Milicia nacional, á lo que debia no pocos resfriados y 
ratos de desazón , y daba vivas y mueras á todas las cosas á 
que se los daban los demás. Hay muchos Saturninos en el 
mundo. 

Nuestro interesante huérfano se hallaba en una posición 
difícil. Una tienda en Madrid y otra en Zaragoza le obliga- 
ban á reproducirse, si pnede decirse asi, ¿ estar á la vez 
en las dos partes. Dejar una de las tiendas á discreción de 
los dependientes, en estos tiempos en que el mas honrado 
sirve para ministro de Hacienda, era declararse en abierta re- 
belión con todas las máximas de economía doméstica, y de 
esto no era capaz el buen Saturnino que sabia demasiado que 
el ojo del amo engorda el ganado. No tenia mas que un re- 
medio, casarse. Pero quería su mala suerte que, lo mismo 
que á mí, le gustasen mas las hermosas que las feas, y esto 
era una atrocidad para un hombre desconfiado y celoso como 
un gato. Lo mismo que de sus tiendas queria ser de su mu- 
jer único posesor, y un robo de un dependiente ó una infide- 
lidad de su esposa eran dos calamidades, que solo al consi- 
derarlas posibles le trastornaban el juicio, sin atreverse á 
decir cual le parecía mayor. En este conflicto suplicó áDios 
que le hiciese enamorar de una mujer fea, de una mujer 
que espantase á todos los hombres que no fueren á su tienda 
•con la esclusiva intención de cambiar en dinero sus mercade- 
rías. Dios le oyó. Dios es Todo-Poderoso y quiso en efecto 
que se prendase Saturnino de una cosa que así remotamente 
remedaba una mujer , pero una mujer tan fea y de una feal- 
dad tan antidiluviana, tan única en estos tiempos, tan reco. 
nocida por todos los poderes del Estado, que deberían hacerse 
Hebbmann. 14 



210 

rogativas públicas para que muriese sin sucesión y no que- 
d^se en el mundo un solo ejemplar de aquel original tan es- 
pantoso. Sus fisonomías borrascosas y anárquicas se pronun- 
ciaban contra el sentido común y, en verdad lo digo, si su- 
piese que alguna vez habian de aparecérseme en sueños, no 
me acostaría en todos los días de mi vida. Saturnino encon- 
tró en ella aquel 910 sé qué con que nos pudren los oidos to- 
dos los amantes amartelados : se enamoró muy particularmente 
de los agujeros de sus orejas, y de una voz que tenia en 
efecto mucha modulación y dulzura. Fué realmente capricho 
de la naturaleza encuadernar tan á la rústica una laringe 
digna y muy digna de magnificas cubiertas, digna de estar 
encerrada en una garganta de alabastro. Cualquiera que 
oyendo á Celestina (que así se llamaba la fea) tuviese la de- 
bilidad de mirarla, no sabia esplicarse como á Dios se le 
ocurrió poner los pulmones de un ruiseñor en el pecho de 
un javalí. La voz de Celestina salía de una horrible boca á 
]a manera de esos chorros de agua cristalina que escupen los 
espantosos monstruos de granito colocados en todas las fuen- 
tes por el genio de la arquitectura. Sin embargo la fealdad 
de su futura no le pareció al celoso huórfano un seguro de 
suficiente garantía contra los incendios de la liguria. No dio 
la mano á Celestina sino después de haberla sujetada á todo 
género de pruebas; la hizo requebrar por tres ó cuatro de 
sus compañeros, alquiló un pisaverde pobre, pero bien pare- 
cido y magníficamente ataviado , para que la rondase la calle, 
y cuando la vio superior á todas estas provocaciones, la ob- 
ligó á ir á Barcelona con el objeto de que la examinase el 
señor Cubí, que se hallaba á la sazón en aquella capital. En 
efecto, el célebre frenólogo encontró en la cabeza de Celes- 
tina muy deprimida, muy poco pronunciada la protuberancia 
occipital estema que es en donde reside, según Gall, el ór- 
gano de la lujuria, y de consiguiente tenia Saturnino un 
nuevo motivo para convencerse de la fidelidad de su fea ido- 
latrada. Después de todos estos esperimentos y minuciosas 
precauciones se casó con ella; á los dos dias la dejó en Za- 
ragoza , y á los cuatro él en persona se hallaba detras del mos-» 
trador en su magnífica tienda de la calle de Pontejos. ¡Ahí 



211 

¡quiera el cielo que aquella mujer no sea prob'fíca! ¡quiera 
el cielo que no se hagan de moda aquellas horrorosas fisono- 
mías! Si por desgracia se generalizase un gusto tas depra- 
vado, si por desgracia la diesen los padres en engendrar 
monstruos tan horribles como Celestina ^ tamaño abuso mina- 
ria por su base el matrimonio, que es la mas santa de las 
instituciones, y los mas apasionados defensores de la libertad 
generatriz bien entendida pedirían hasta para parír censura 
previa. 

Saturnino vive sosegado y tranquilo. Sabe bien que la 
fealdad de su mujer le garantiza la posesión esdusiva, conoce 
que en aquella fealdad está perfectamente abroquelado su ho- 
nor, se persuade con razón de que aquella fealdad es una 
centinela que dice atrcis á todas las invasiones bastardas. 
¿Pero se hizo cargo de que aquella fealdad podia menoscabar 
sus intereses mercantiles? Celestina ahuyentaba de la tienda 
á toda la juventud célibe de Zaragoza, á la manera que 
ahuyenta de un campo á los pájaros el espantajo que en ellos 
colocan los labradores. Bien es verdad que en cambio todas 
las casadas celosas obligaban á sus mandos á proveerse de 
sus utensilios en el mostrador de la feísima tendera. Yaya 
el uno por el otro. Seguramente Saturnino habia de ante- 
mano echado este cálculo y sacado una regla de proporción 
examinando la estadística de la siempre heroica para saber el 
número de sus solteros y casados, porque ninguna circunstan- 
cia por insignificante que sea se escapa á la penetración de 
un hombre dotado de genio mercantil. 

¡Ya están casados I No pasa correo sin que en el camino 
de Madríd á Zaragoza se crucen dos cartas llenas de protes- 
tas de fidelidad matrimonial, embebidas en otras tantas reglas 
aritméticas que vienen á ser un estado detalladísimo de las 
entradas y salidas de cada una de las dos tiendas. Solo des- 
pués de un año de ausencia vino á interrumpirse esta envi- 
diable armonía. Llegaron á Zaragoza dos ó tres correos, sin 
recibir Celestina la suspirada correspondencia. Empezó á 
roer su corazón el gusanillo de los celos, y como un proyecto 
dictado por esta pasión terrible se ejecuta con la misma ra» 
pidez que se ha concebido, tomó Celestina asiento en la dili- 

14* 



212 

fenciat dojó ia tienda al interino cargii de un hermano suyo 
y preparó á su esposo una entrevista fulminante. En efecto, 
la sesioft de los dos esposos fué borrascosísima, pero hubiera 
tenido una solución feliz si im improvisto accidente no hubiese 
venido á complicar la crisis. 

Puesto el oaduceo entre los consortes, disponíase Celestina 
para regresar á Zaragoza enteramente tranquilizada por las 
discretas escusas con que supo ahogar sus resentimientos el 
bondadoso Saturnino. Ko, nunca mas volverá á perturbarse 
la paz de que goza aquel enamorado matrimonio. ¿Lo crees 
así lector? Pues oye y tiembla. 

' Acababa Saturnino de hacer una diligencia precisa y por 
la calle de Alcalá se volvia á su casa con la velocidad de un 
marido qae va á buscar la comadrona, cuando tropieza con 
un amigo suyo á quien hada dos años que no habia risto: 

— {Saturnino I — ¡ Cines 1 ¡tú por acal ¿cuándo tiempo hace? 

— Diez ó doce dias. — ¿ Vienes ahora de Lérida, no es ver- 
dad? ¿qué tal el viaje? — Malo, muy malo. Y no eches la 
enlpa á la carretera, ni creas que me hayan asaltado ladro- 
nes, ni que haya habido vuelcos: nada, nada de esto, todos 
los viajeros lo han pasado perfectamente ¡todos menos yo! 
Ni presumas tampoco que tuviese á mi lado algún chiquillo, 
algún barrigudo, algún mareado, algún fumador, alguna em- 
barazada. Desde Lérida á Zaragoza lo pasé bien^ es decir, 
lo pasé como puede pasarse en uiui diligencia. Pero al llegar 
áZaragoza en la fonda de las cuatro naeionee, se me antojó, 
como á otros muchos dejar la diligencia de la Coronilla de 
Aragón y proseguir mi viige en una de la empresa de las 
Fenimulares» Me degé seducir por los elogios que de la em- 
presa de las Peninsulares me hizo uno que supe después ser 
de los empresarios... ¡ay! lo supe cuando el mal ya no tenia 
remedio. ¡Y yo que le creia de buena fe considerándole tan 
indiferente como yo álos beneficios do' la empresa! Eran las 
doee de la noche cuando me senté en el banco de los ajusti- 
dados. Permíteme que dé este nombre al asiento de la dili- 
gencia No habia en la rotunda mas viajeros que yo y una 
señora cuyas facciones no me permitió descubrir la oscuri- 
dad de- la noche. La diligencia arrancó con brío y, como lo 



SIS 

hftcen todas para foxmürse nna Iboena reputación, sngttió «a 
rápido progreso mientras estmémoe en la cÍQd«d , pero lluego 
que saláflu^s de elia empceó á -estadoBacse i la manera de un 
revolucionario rabiaso kiego que se ba cálsado can un deBtl- 
jiillo que va^ la pena. A mi me impostaba 'muy podo ó, por 
me^or decir, me complaoia la marcha crónica de la diligencia, 
porque iiabia de dilatar lo8 ^oes con que me brindaba la 
circunstancia de liaJlarme en la ratonda solo eofi ana mujer. 
Dos jóvenes de distinto sexo tardan ¡mudio en dormirse ha- 
liándose encerrados solos y á tiro de beso. Entablecí conver- 
sación con mi oompsmera de vii^e, y tuve el placer de oír 
su voz que es la mas dulce que ha vibrado en «im ^dos. No 
quise gastar pólvora en salva; sabes que swy vivo de g^nio. 
Destanqné bien pronto ana guerrilla ; adelanté uso de mis piés 
y con él toqné suaívemente el suyo. Nada de resislendá. 

Adelante. Trom, room, rom, torom Mi péé á la maneiMi 

de un grumete se fué eacaramando por su pierna eomo por 
ana cucaña. Luego mis maAos desearon entrar en acdon y 
catatic, catatac, catatic, catatac, á pasio de ataque fueren glir 
nando terreno. Los labios siguieron stt ejemplo; el monrt- 
miento se filé propagando. ráfiidamente, y en un instante todo 
mi cuerpo quedó prearanciado en masa. Somaten, nan, nm 
nan. ... jAlto el fiíe^! Me dormí en seguida; llegamos i 
una parada, la diligencia se detuvo... ¡qvé honror! | Satur- 
nino, qué horror! AI tibio resplandor de los primeros ore» 
púsculos deíl dia descnforí las faoctones de mí compecnera de 
viaje . . . ]era un monstruo, un espantoso mMutruol -^ ^Una 
vieja no es verdad? fu^guntó Saitumino. «-^ { Qaé sé ;^ o lo que 
era! respondió Grines. La fealdad absorbía su bautismo; los 
anos paredan desfteidos -en aqueUas ^ouomias^ monstmoíBaa. 
¿Quién adivina á simple vista ia edad de una culebra, de un 
tiburón, y sobre todo un BMnstmo que se ve per la primera 
ves? Para conocer si un atánud es viejo, neoesario es poderle 
coB^arar oou otro jévcu de la misma especie y eiasversa, y 
yo januis babia visto un animal de k especie de aqueUa mu- 
jer. Seguimos adelante nuestro <mmino; hubiera dado la m&- 
tad de los días de mi vida para convertir la diligeneia en 
.vapor ó oonvertirme yo en milano. Hasta cntéiiees no hal)ia 



214 

lyado la atención en la lenítnd del rii^e; el carruaje me pa- 
recía un peñasco y los caballos se rae figuraban tortugas. — 
Parece que ha descansado usted perfectamente, amigo mió, 
me d^jo ella con dulzura. Nada la respondí; los desdenes de 
una hermosa son mil veces monos repugnantes que las cari- 
cias de una fea. Cerraba los ojos para no verla, y en todas 
las paradas me apeaba para respirar el aire libre, para respi- 
rar una atmósfera no infestada por el aliento de aquel mons* 
^ruo. Pero ella había jurado no dejarme en paz, y se apeaba 
cuando yo me apeaba. Pregimté al mayoral si había un 
asiento desocupado en el interior ó en la berlina, y me dio 
una respuesta negativa . . . iQué desesperación! Tuve que 
resignarme con mí suerte y permanecer con los ojos cerrados 
hasta llegar á Madrid. — ¿Y era casada? d^o Saturnino. — 
Así al menos decía ella, contestó Gines, pero no puede ser 
que baya habido un solo hombre de tan depravado gusto. — 
¿Y te ha dicho su nombre? ¿cómo se llamaba? — Catalina... 
no, un nombre así acabado en ina... Serafina... no. — 
{Gelestina tal vez! — Sí, sí, Celestina. — ¡Qué horror! ¡era 
mí miger! ^ ¡Es posible! 

£n esto llegaron á la tienda donde se hallaba Celestina, 
que al ver á Gines lanzó involuntariamente un espantoso grito. 
I Ella es! clamó Gines tapándose los ojos con ambas manos — 
¡ahí está el documento original de mis pecados! Y huyó 
como una saeta hacia la* Puerta del Sol Celestina estaba 
sin sentidos: Saturnino fuera de sí sacó una pistola de un 
cajón y con ademan resuelto se dirigió á la Fuente Gaste- 
Uaná donde no había mas gente que unos cuantos toreros em- 
bebidos en una conversación relativa á las dificultades de su 
arte filantrópico. Como á seis pasos de ellos se paró Satur- 
nino, y después de haberse asegurado con la mayor sangre 
fría de la carga de la pistola, amartilló el arma terrible y se 
puso junto á las sienes la terrible boca. — ¡Qué se va á 
matar! gritó uno de los toreros. — Déjale, Curriyo, respon- 
dió otro, no le quites el gusto á nadie. £n efecto, todos se 
Hamaron quietos; Saturnino tiró del gatillo y chec chasqueó 
el pist<m, pero no salió el tiro la pistola estaba descar- 
gada. — Tome usted; esta no hará falta, d^o uno de los 



215 

toreros, dándole á Saturnino una navi^a tan larga como una 
espada sable, pero cuidado con echarla á perder. — ¡Gracia»! 
dijo Saturnino ¿me he de motar dos veces? ustedes mismos son 
testigos de que sino me he levantado la tapa de los sesos es 
porque la pistola estaba descargada; por lo demás la in- 
tención basta. Dijo, y regresó á Madrid, siguiéndole largo 
trecho la rechilla de la cuadrilla. Al llegar á su casa encon- 
tró á su esposa vuelta en si de su terrible pataleta. — ¡Hé 
aquí tu obra, mujer ingrata, esposa pérfida! ¡Vengo de 
suicidarme! — ¡De suicidarte! clamó ella, ¡qué horror! — Sí, 
de suicidarme. — Pues bien, repuso Celestina con esa tran- 
quilidad y estoicismo aparente que demuestra el esceso de la 
desesperación, pues bien , yo no te he de sobrevivir .... 
¡adiós! ¡adiós! Con paso mesurado se dirigió hacia la cocina. 
Los dependientes quisieron detenerla. — Dejadla, djjo Satur- 
nino, no quitéis el gusto á nadie. £n una mesa déla cocina 
había un cuchillo y seis ó siete chirivías ; tomó Celestina el 
instrumento terrible y asestándole contra su pecho, dióse una 
cruel puñalada .... pero no fué una puñalada , fué una cht- 
riviada. La infeliz en la ceguedad de su desesperación no 
acertó á coger el cuchillo y cogió una chirívía. — Toma el 
cuchillo, la dijo ^u esposo entregándoselo con la mayor aten- 
ción y cariño. — ¡ Gracias ! respondió ella , ¿quieres que me 
mate otra vez? Tú mismo has sido testigo de que si no me 
he traspasado el corazón es porque en lugar del cuchillo he 
cogido una chirívía. Por lo demás, la intención basta. 

Creo, lector, que este trágico desenlace ha de ser para tí 
una lección que no la echarás en saco roto. Aprende, apren- 
de en las desgracias del desventurado Saturnino. Los hechos, 
que son mas elocuentes que las palabras, te dicen lo que son 
melones y lo que son mujeres. Escarmienta en ajeno daño; 
no olvides aquella máxima de un filósofo antiguo : Bonum est 
ex aliorum erratis melius instituere vitam nostram; ni aquella 
de otro filósofo mas antiguo todavía: Feliciter is sapit qui 
alieno pertculo sapit. Napoleón decía que en todas las em- 
presas debían confiarse tres partes al cálculo y una á la 
fortuna, que el que confiaba á aquel mas de tres partes era 
un pusilánime y el que confiaba ala fortuna mas de una era 



2ie 

un tam^t^m. ^ftte pcns^iaiepto 4^ebEe do puede aplicarse 
á las vmj^es ni i lofi m$lim€6, Mn e»t$ks nmtems es ueee- 
B«rio deprlo U)4o á di&crecioa ie la 3uer^ Si acierta» tanto 
meóor paca Ü, y 9i no suicídate, peroprocisca, suicidarte con 
nna pistola descarf ada ó con una chirivía. 

A. Ejlbot y Fovtjssbjb. 



EL UNO PARA EL OTRO! 



CÜJBNTO ESTRAVAGANTE, RQMANTICO E IN- 
VEROSÍMIL. 

Era el año 33. Era el pueblo de Alaéjos y eran aman- 
tes Venancio y Dorotea, van tres mentiras justas y cabales 
porque ni eran amantes Dorotea y Venancio, ni era en el 
pueblo de Alados, ni era el año 33. La aurora de la guerra 
despuntaba en el horizonte de Navarra. Esta es tanta ver- 
dad como que el cáncer de la paz amaneció en el abrazo de 
Vergara. Aurora da siempre idea de lo bdlo y cáncer de lo 
horrible, yo me entiendo y bailo solo. El estampido del canon 
retronaba en las orejas dé los pacíficos moradores de Alaéjos. 
Esta sí que es gorda. Desde Alaéjos hasta donde sonaron los 
primeros cañonazos hay lo menos sesenta leguas; pero ellos 
dijeron qué lo oián y ¿qué sabemos"? puede que los vecinos 
de este pueblo tengan mejores oídos que nosotros, porque asi 
como nacen algunos sordos como una tapia, que no oirían 
una descarga de fusil á 15 pasos, puede que nazcan otros de 
tan buen oído que á su lado parezcamos sordos los que no 
lo somos, y no dudo por este principio que los alaejanos 
oyeran los tiros de Navarra si se cumple esta proporción 
geométrica: un sordo es á uno que no es sordo, como nos- 
otros á los habitantes de Alaéjos. 

Venancio fué de los primeros que sintieron el crujir del 
bronce atronador como dicen \o» poetas. Valiente como 
su padre (su padre enfermó de susto y murió de miedo) sin- 



217 

úáee con áiümos VeiiAiicio pam tkitftr de eaqguelo á le» pri- 
iB«ro8 súvtoiQíis de g«erra. Oreiajüe iuu>& servil y otros libe- 
ral: él ersk del partido que no le faiciena tomar las annas dii- 
raate la campaña y del que ^lieca victorioso eu concluyendo. 
Miró con tedio por consiguiente el re^taUecimiento de Jas li- 
bertades patrias y declaróse un cajr listón coma una loma. Esto 
era en Alados; para iiacerle liberal hubiera bastado llevarle 
i las órdenes de Zumalacárregni. £n .fin á cada uno le tienta 
el demonio por distinto lado, unos se chupan los dedos de 
frío y otros de gusto. Venancio se los chupaba de miedo. 
Pensó en casarse y lo consiguió. £1 matrimonio es el empleo 
mas fácil de alcamsar. £1 que se empeña en ser obispo no 
siempre lo consigue porque no siempre hay proporción. No 
todos los que quieren mandar un regimiento lo logran porque 
no siempre hay vacante; pero el que se empeña en ser mi- 
nistro ó casado se sale con la suya, y esto consiste en que 
no hay cosa mas de sobra en el dia qjoe mujeres y sillas mi- 
nisteriales. 

Pero liasta en esto era Venando orinal. £n toda tierra 
de garbanzos el que no se casa por amor, se casa por el in- 
terés. Venancio aunque se casó en Alados, que es tierra de 
garbanzos, ni se casó por el interés ni por amor tampoco. 
Venancio se casó por miedo á las quintas. 

Fr«nte á la casa de Venancio vivía Dorotea, huérfana de 
padre y de madre con un capitaJito decente (en los lugares 
el de 500 rs. es aristocritico) y con un esterior que tenia al- 
borotados á todojs los jóvenes de cinco leguas en contomo. 
La pobre chica también casó por miedo, pues como joven y 
sin amparo de nadie la daba una pena de dormir sola que 
ya, ya! Sabia Venancio que le tenia afición porque él era lo 
que se llajosa un buen mozo, y zasl como quien no quiere la 
cosa la envió una carta que decia: «Amiga Dorotea: ya ha- 
brás advertido que no me .pareces saco de paja, mi salud 
buena á Dios giiacias. £stóy hecho un camello por tu^ pe- 
dazos, dinie si me quieres y tan am^os como antes. — Ve- 
nancio. » Dorotea le contestó: «Amigo Venancio. Solo á un 
bruto animal como tú se le ocurre el no haberpie dicho an- 
tes a]|go con .tanto tiempo como hace que nos conocemos. Yo 



218 

te amo : pero si habiera venido otro antes que tú, no hubiera 
podido resistir á la tentación de llamarle esposo. Que el que 
filé á Sevilla perdió la silla , y el que no llora no mama, y 
mas vale llegar á tiempo que rondar un año. Yo buena para 
lo que gustes mandar. — Dorotea.» Dicen que una mala 
moza siempre lleva un buen mozo, y al revés un mal mozo 
siempre consigue una buena moza. Aquí mintió el adagio; 
porque si Venancio era un chico como unas perlas, Dorotea 
era una criatura como un sol. Guando iban camino de la 
iglesia decia la gente: Dios les haga bien casados; parece que 
han nacido el uno para el otro. 

No me detendré en los pormenores del enlace ni en los 
de la gran comilona que caracteriza á las bodas de los luga- 
res, ni hablaré del baile de aquella tarde en ruda sala, de 
ruda concurrencia, con castañuelas rudas y al son de ruda 
pandereta. Allí se baila por la tarde, y aquí por la noche: 
en esto somos nosotros mas rudos que ellos. Bien se conoce 
que Madrid no es buena tierra para garbanzos, como Alaéjos, 
porque la noche en toda tierra de garbanzos se ha hecho para 
dormir ó por lo menos para acostarse. Así lo hicieron los recien 
casados y no hicieron mal, porque á no haber aprovechado 
el tiempo no hubieran disfrutado las delicias de himeneo. 

A Dios prenda, d^jo Venancio por la mañana estampando 
un beso en la rubicunda frente de la angelical Dorotea. — 
¿Tan pronto te vas, querido Venancio? — Sí, esposa mía: 
voy al majuelo de mi tio Farrugo por una cesta de uvas para 
tí. No tengas cuidado que pronto vuelvo; ya sabes que 
hemos nacido el uno para el otro. — Sí, el uno para el otro, 
murmuró la soñolienta Dorotea , y puso en la mullida almo- 
hada el carrillo derecho dejando ver una garganta fresca como 
la nieve eclipsada á intervalos por la destrenzada cabellera 
que daba gana de enviar al otro mundo en busca de Rafael 
por no privar á la gloría artístic-a de una virgen mas. 

Nunca desaparecerán de los pueblos ciertas creencias ran- 
cias que los padres van legando á los hijos como legan su 
nombre y sus haciendas. Dorotea soñó y el sueño de Doro- 
tea fué tan romántico y fantástico que dejo la tarea de des- 
cribirle á los amigos Gutiérrez y Zorrílla. To diré lisa y 



219 

llanamente que Dorotea soñó con una miger seca como un 
«sp&rrago, calva basta el cogote, ojos bizcos, desiguales y en 
forma de ángulo, nariz honda por arriba, alta por en medio 
7 con el pico de punzón, boca larga, hasta las orejas, pero 
•escondida hacia el medio porque la punta de la barba y la 
de la nariz parecían enamoradas, pues, siempre se iban be- 
sando; los carrillos tan chupados que se la podian sacar las 
muelas sin abrir la boca y tan trasparentes que metiéndose 
una cerilla encendida y cerrando los labios podía su boca 
servirla de linterna. Con las cejas se podia hacer tirabu^sones 
y aun rodetes y las orejas eran tan pequeñas que nadie la 
haría caso aunque apostara una oreja. Soñó, pues, Dorotea 
que esta mujer era bruja y cuando supo que se llamaba la 
tía Calesparra ya no dudó que al salir de la iglesia, ó les 
habia hecho mal de ojo á ella y á su marido, ó les babia 
echado una maldición horrible. Un miedo sobrenatural se 
apoderó de su mente y de un salto se plantó entre sala y la 
alcoba. Allí vagaba una sombra que habiendo entornado las 
maderas clavaba sus ojos echando chispas en los de la espan- 
tada Dorotea. Oyes, d^o á la recien casada poniéndola sobre 
los hombros las descarnadas y huesosas manos. Tu marido 
ya no existirá ! y se deslizó por el callejón de salida dejando 
á la muchacha petrificada. Cuando volvió en sí , no supo 
decir mas que {él no existirá: me lo ha dicho la tia Cales- 
parra! No, no habíamos nacido el uno para el otro. 

Ocho dias pasaron sin que Venancio volviera á casa. Ya 
«n el pueblo se habia divulgado la cansa de su ausencia. Una 
partida de facciosos le cogió en el majuelo cuando iba por 
uvas para su mujer; pero nada se decia de su paradero. Do- 
rotea erre que erre en que la tia Calesparra tenia la culpa, 
y se fué á buscarla decidida á darla una puñalada. Llamó una 
vez, llamó dos, llamó hasta cuatro veces á la puerta de la 
tía Calesparra y viendo que nadie respondía, se dirigió á la 
ventana para hacer lo mismo. Las ventanas de los lugares 
no tienen vidrieras, lo mas que suelen ponerlas es un ence- 
rado de papeles para que no entre el viento. El encerado de 
la tia Calesparra era un número del Eco de Comercio y dio 
la casualidad que Dorotea ^ase la vista en el siguiente epí- 



•280 

:grale: Des^<iGias -en AJaéjoe. Dos lágria^s como dos kicems 
cay-eron de los ojos de Dorotea: sacó el pañuelo, se enjugó 
los párpados j leyó cou avidez. uUna partida rde facciosos 
se ha llevado á un joven recién casado de la villa de Alados. 
Dícese que habiéndole instado á que tomara las armas y no 
queriendo él servir á tan mala causa murió fusilado á pocas 
leguas; la mujer está en la mayor afláccion: la Gaceta áe 
ayer trae mas pormenores del suceso. » Un freniesí mortal se 
apoderó de la presunta viuda: ^ el -delirio de la dnsesp^u- 
cion llevó las manos á £U8 ojos y clavando sin piotad las 
uñas rasgó los párpados dejando colgar el pelkfo deainido 
hasta cerca de la mejilla. Un calentaron espantoso la aco- 
metía en aquel momento y cuando á las cuarenta y ocho 
horas quedó desp^'ada su cabeza, se encontró -con todo «1 
cuerpo y la cara hecha una plaga de viruelas. 

Volvamos á Venancio. Efectivamente los facciosos k qui- 
sieron fusilar; pero él viendo que iba de veras se vino á ra- 
zones y se plantó su boina y la canana, y en esta situación 
.le tenemos en las cercanías de Oáate. La tia Caiesparra que 
comerciaba en higos había salido de casa el día que Dorotea 
llamó á su puerta y la casualidad la toca i la supuesta bn:ga 
vender una libra de higos bJ faccioso Venancio. iTia Cales* 
parra! dijo este tendiéndda los bra0O&, déme usted noticias 
de mi querida Dorotea. Pero vel sentisniento no la dfíiaha 
respirar á la pobre vieja, y Uora qu^ te llora se marchó <de 
allí sin decir palabra, dejando á Venancio los higos en un 
papel envueltos. Quedó el faccioso desooasolado y pensando 
•en que el silencio de la tia Calesparra daba á entender la 
muerte de su esposa , y para echar el susto fuera deslió d 
cucurucho y se puso á oon^ higos. El papel del ciAeumch« 
era la Gaceta de Madrid. Ansioso de notioiafi «mpezó á leer : 
Actos del Gobierno. — Noticias esircut¿eras. — Crómca de 
fas provineÍ€i8. — Desgracias en Alaéjos, Aquí tiró el higo 
•que tenia en la boca, se limpió el polvo de los ojos y leyé 
jcon ansiedad. «No se sabe el piuradero de un joven recieai 
casado que hace ikinéos dáas cayó en poder de los facciosos. 
La miger ha muerto de sentimiento y ñié enterrada al día 
siguiente. » ¡ Pobre Venancio y pohre Dorotea ! ya están 



321 

moertos el uno parm el otro. Los periódicos son en todo el 
BuuidD la nentint impresa. A sacar per ellos la cuenta de 
nuestros triunfos ea los siete anos de gu^ra ciril, el nú- 
mero de £ftcciosos muertos ascendería á quinientos ó seis- 
cientos mil;, el de los heridos á un millón; el de los prisio- 
neros á media Ei^ana, y en esto no van descaminados porque 
en España hace ya tiempo que todos somos prisioneros. Lo 
ciertos es que los periódicos mienten sin licencia de Dios, y 
ellos tienen la cidpa de que Dorotea y Venancio creyéndose 
Tiudos tomaran el tole por esos mundos en un vértigo de 
locura. 

Ocho meses y medio habian trascurrido. A pocas leguas 
de Alados hay un monte y en el monte un convento que lla- 
maban de los frailes de Aniago. £n este convento había en- 
contrado colocación el desertor Venancio que tenia medía 
nariz menos y una porción de cuchilladas en toda la cara. 
Habíase ademas dejado crecer la barba de modo que en nada 
se parecía el monstruo demandadero al galán antiguo de 
Alados. Tenia hecho voto de no volverse ¿ casar si no en- 
contraba mujer mas fea que él, para poder merecerla, y el 
mismo juramento había hecho Dorotea que habiendo consu- 
mido su pobre hacienda andaba de pueblo en pueblo y de 
puerta en puerta pidiendo una limosna. Ambos se habian 
mndado el nombre para no ser conocidos de nadie. 

Una mañana que el lego repartía la sopa halló el feo ideal' 
de su« ilusiones. Una pobre mujer con los ojos saltando de 
las órbitas, todo el pellejo rasgado y comida la caxa por un 
granizo de viruelas que la había puesto el cutis hecho una 
criba, se le presentó con la cazuela en la convulsa mano, 
implorando de su caridad el precioso alimento. Esta, dijo el 
exfacdoso, es la mujer que me conviene. ¡Válgame Dios qué 
criatura tan horripilante! — ¡Ay qué hombre tan feo! dijola 
de la cazuela también; de buena gana me casaria con él. — 
£1 que repartía la sopa se decidió, llamó aparte á la infernal 
fantasma, y con una vehemencia sin límites empezó su reía-- 
cion en estos términos : « Mujer horrorosa sobre todas las 
mas horrorosas mtgeres; mi corazón apetece una ifea; mí '-es-, 
píritu deseaba hallar un escorpión; mis ojos buscaban con 



222 

anhelo un cocodrilo hamano. Tú eres mas fea que todo eso 
y por eso te adoro con delirio. Si me quieres seré el mas 
feliz de los mortales.» Ella respondió: «Grigo sin alas; de- 
monio en figura de hombre; espantigo Tiviente: yo te idolatro 
porque en mis ensueños me había seducido la imagen del ja- 
yali. Te quiero porque somos los dos entes mas repugnantes 
de la tierra, y por si es cierto el refrán de Dio8 los cria p 
ellos se juntan, debemos haber nacido el uno para el otro. » 
Y al dia siguiente recibieron las benedidones en secreto. 
Hacia nueve meses justos que se casaron por primera vez. 

Como la muchacha llevaba una bata de andrajos suma- 
mente holgada, no se lá conocía el embarazo y lo que parecía 
era una mi^er gorda, de esos tinajones que vemos todos los 
días, anchos por arriba, anchos por en medio, y anchos por 
abajo. Si el ex-faccioso ex-lego hubiera reparado en esta 
circunstancia de seguro no se hubiera casado; y así fué tal 
su cólera aquella noche, que se acostaron dos y amanecieron 
tres; que en una borrachera de celos, después de llevar el 
chico á la inclusa, cogió una soga,, ató á su mujer por el 
pescuezo y echando también un lazo 4 su garganta, se preci- 
pitó en el Duero que pasa por allí cerca. 

Tragaban agua los esposos como un borracho vino, y hu- 
bieran dado cualquier cosa por no tragarla cuando la cosa no 
tenia remedio. Perdóname miger, dijo el asesino. Quiero 
confesarle quien soy. Yo me llamo Venancio, nací en Alaé- 
jos. i Basta, basta 1 esclamó la pobre esposa. ¡Yo soy Do- 
rotea 1 — ¡Tú Dorotea!! — ¡Tú Venancio!! y un abrazo y 
un sorbo de agua privó del sentido á los dos veces esposos. 
¡Socorro, socorro! gritaban en la agonía. A este tiempo se 
apareció una vieja con un gancho y una cuerda, prendió 
desde la orilla en el vientre de Venancio y tira que tira les 
pudo sacar á tierra cuando acababan de exhalar el último 
suspiro. Desde entonces, dice el barquero, que todas las 
noches se aparece en aqueUos contomos el grupo de los espo- 
sos abrazados, y sobre una densa nube la tía Calesparra que 
murmura cuando en cuando: ¡pobres! ¡habían nacido el uno 
para el otro! Juan Mabtimbz Villbboas. 



223 

ESTREMA CONDESCENDENCIA. 

ESPANTOSO FATALISMO. 

Hallábame en Barcelona tomando café en el del Espejo con 
un amigo mió que tuvo la bondad de convidarme, y que por 
esta razón le llamo amigo mió, cuando entró y se sentó á una 
mesa inmediata, al lado de dos compañeros que al parecer le 
estaban aguardando, uno de esos hombres gacetas que reco- 
gen, Dios sabe cómo, cuantos sucesos políticos y domésticos 
tienen lugar diariamente en la población en que habitan , y 
luego los refieren de pe á pa en todos los puntos !donde con- 
curren curiosos que no hayan quedado satisfechos con haber 
aprendido de memoria desde el título hasta el nombre del 
editor responsable, todos los periódicos del dia. El hombre 
gaceta que entró en el café en que yo me encontraba, es en 
sa género una verdadera notabilidad. Sabe todas las noticias 
mucho antes que las autoridades que las reciben por estra- 
ordinario, de suerte que parece tener á su disposición un telé- 
grafo invisible, por cuyo medio se le comunican cuantos suce- 
sos ocurren en la Península. Sabe al mismo tiempo dar á las 
noticias tan rápida circulación, que él solo vale mas para el 
caso que todo el enjambre de ciegos que se destaca de la im- 
prenta nacional apenas ha hecho provisión de gacetas estra- 
ordinarias. Con mas razón que el Historiador podría titu- 
larse todos los periódicos en uno; y en verdad, no podemos 
esplicamos cómo á un hombre de esta naturaleza ' se le per- 
mite salir sin hacer depósito, y sin siy^^^^^ ^ todos los demás 
requisitos de la ley de imprenta. Y no se crea que se ocupe 
solamente en noticias que tengan alguna relación con la polí- 
tica. Conoce todo el vecindario y las estravagancias de cada 
vecino, y se comphice en darlas á conocer á todos los demás 
importándole un pepino de las reputaciones que su lengua 
sacrifica á la curiosidad de su auditorio. Este es siempre 
numeroso; los hombres en general desean reirse á costa de 
sus semejantes, y de consiguiente no es estraño que los cafés, 
á que habitualmente concurre nuestro hombre gaceta , estén 
llenos de gente que le aguarda con ansiedad. 



224 

Entre varios sucesos y ocurrencias pertenecientes á la cró- 
nica local, refirió una anéccíota que prueba hasta donde puede 
llegar la condescendencia de un buen marido. 

Pancracio Morón, joven aragonés, hijo de una casa pobre 
pero honrada, dejó su familia en Balbastro para emprender 
en Barcelona la carrera de cirujano sangrador. Su buena 
madre le adicionó la chaqueta con un par de faldones para 
elevarla á la categoría de casaca; le hizo poner medias sue- 
las en los zapatos; le equipó con seis pares de calcetines; le 
entregó dos pares de pantalones de mahon con trabillas de lo 
mismo que no tenian de ancho un través de dedo ; tres cami- 
sas de hamburgo ; el sombrero menos viejo del padre de su 
padre, ribeteado de mugre, de anchas alas y de voluminosas 
dimensiones, como acostumbran usario los barberos para me- 
ter en él el jabón, las navajas y demás accesorios del arte, 
completó su estuche con las únicas tyeras que ella tenia para 
sus labores domésticas, y con lágrimas en los ojos le dio un 
adiós, un abrazo y su bendición. Pancracio, apenas llegó á 
Barcelona, se matriculó, sufrió el examen de reglamento y 
entró de mancebo en una barbería de la calle del Conde del 
Asalto. Debiendo solo á la navaja sus medios de subsistencia, 
no gozaba en verdad de comodidades que hiciesen envidiable 
su suerte ; pero tocaba la guitarra como pocos, y esta habili- 
dad le abrió las puertas de un porvenir mas lisonjero que el 
que tenia derecho á prometerse . . . . 

£1 en primer piso de la casa de enfrente vivía una soltera 
con mas años de los que ella queria y con mas gana de ca- 
sarse que de rejuvenecerse. Habia visto una tras otra pasar 
del hogar paterno al tálamo nupcial siete hermanas, y se mo- 
ria de calor y de envidia viéndose condenado á quedar en el 
mundo pai'a vestir imágenes. Ella era la mayor de la familia, 
y esta circunstancia la hacia rica, por lo que la hubiera com- 
placido sobre manera si al mismo tiempo no la hubiese hecho 
vieja. Cuantos polvos se han inventado para limpiar la den- 
tadura, cuantas pomadas se han encomiado para conservar el 
pelo, cuantos cosméticos se han preconizado para desarrugar 
el cutis, figuraban en el tocador de la solterona, que muy em- 
perejilada y cubierta de perifollos, horas y horas se^ ponía de 



225 

cimbel en el balcón, manifestando con los ojos á cuantos pa- 
saban por la, calle con sombrero, que allí habia una habitación 
desocupada. Nuestro novel barbero fué el único que se dejó 
seducir por los insinuaciones de Enriqueta. Este era el nom- 
bre de la solterona. Notó Pancrado que cuantas veces tocaba 
la guitarra, Enriqueta alargaba el cuello, como el cisne que 
busca un caracol en el fondo de un estanque, ansiosa de sal- 
var la distancia que de él la separaba. Supo qhe era rica y 
no tuvo necesidad de mas para enamorarse como un Torcuato 
Tasso. Hubo trueque de mkadas, gestos mutuos y señas 
reciprocas; por espacio de dos meses el telégrafo de los dos 
amantes estuvo trabajando todas las horas de sol que tiene el 
dia. Pancrado no pensaba mas que en Enriqueta, y de tal 
modo tenia ocupada la imaginación, que cuando afeitaba & 
algún parroquiano, iSjaba la atención tan poco en la operación 
que estaba practicando, que á menudo le hundía hasta los 
huesos la terrible navaja. 

£1 amor no es una ciencia especulativa, y todas las teo- 
rías le cansan si no puede reducirlas á la práctica. Así es 
que el platonismo de su pasión aburrió muy pronto á nues- 
tros dos amantes que h^os ambos del siglo XIX, marcharon 
en derechura á lo positivo. Quisieron emplear otros medios 
de comunicación mas seguros que los telegráficos, quisieron 
verse mas de cerca y revelarse verbalmente. Esto no dejaba 
de ofrecer grandes obstáculos, pero ¿cuáles no allana el amor, 
y sobre todo el amor de una mujer? Con Enriqueta vivia 
no mas que su padre y una criada; su madre hacia algunos 
años que habia pasado á mejor vida. El padre y la criada 
se querían como un cura y su ama, y una críada querida del 
padre no se deja fácilmente sobornar por los hijos. Al con- 
trario, estos en ella encuentran constantemente un fiscal de 
todas sus acciones. Así es que Enriqueta no se atrevió si- 
quiera ¿ ensayar ningún medio para corromper á la fámula, 
y con su auxilio introducir á Pancracio en la casa en ocasión 
que estuviese el padre fuera. £1 padre no dejaba de salir de 
casa todos los dias, como que estaba empleado en el real 
patrimonio; pero quedaba constantemente la criada hecha un 
Argos de la pobre Enriqueta. Para el barbero, de con- 

Hebbmank. 15 



286 

sigaienta, todas la» pi^ertos estalHoi cerradas; no veia ningon 
oamino para conducirse á sa objeto. Mas Enriqueta, con el 
ingenio aguzado por el amor, encontró nno y fué el si- 
guiente. 

£1 padre de Enriqueta^ era nn heoibre pulcro, era uno de 
esos viejos para quienes la vida no tiene isTiema, y que hasta 
á la tumba quieren bajar con las bolas limptaa y la camisa 
bien planchada. Afeitábase todos los dias, y sin haberse hecho 
la barba no hubiera ido á la oficina aunque le hubiese costado 
el empleo que, sea dicho de pasoy para nada lo neoesitaba, y 
que hubiera veniáo perfectamente á mas de cuatro infelices 
que están pereciendo de miseria á pecsur de su idoneidad y 
de una hoja en que constan sus buenos servicios. Desgracia- 
damente el padre de Enriqueta se afeitaba solo, y de consi- 
guiente ningún barbero frecuentaba su casa. A hacerse nece- 
sario el barbero se dirigieron príncipalm«Kte todos los conatos 
de la enamorada niña. Conseguido esto, de modo se lo babia 
ella de manejar que fuese el barbero de su padre su querido 
Pancracio. Al efecto, en ocasión en que su padre estaba fuera 
y la criada ocupada en la cocina, entró en el gabinete de 
aquel, cogió el estuche, sacó las navi^as, y pasándolas y re- 
pasándolas de corte por el borde de on tintero de latón en brete 
consiguió mellarlas é inutilizarlas completamente. Luego las 
volvió al estuche y lo dejó todo como si tal cosa. 

Al dia siguiente hnbo la de Dios es Cristo. Don Emete- 
rio, el padre de Enriqueta, quiso afeitarse, estaba ya enja- 
bonado, abrió el estuche y vio la terrible metamorfosis qtie 
sus navajas hablan sufrido. En lugar de navajas encontré 
sierras. Alborotó, refunfuñó, gruñó; llamó á la criada, llamó 
á su bija, ñilmittó contra las dos cargos muy graves : pero la 
firmeza con que ambas rechazaron la acusación, dejó á don 
Emeterio sin palabra. Bien conocía este que precisamente 
una de las dos habia de ser la culpable, porque en su 
casa no entraba nadie mas que ellas, absolutamente nadie » 
pero al mismo tempo á ambas las juzgaba incapaces de una 
acción propia solamente de chiquillos, repugnante al carácter 
de una y otra, y que consideraba sin objeto, porque él no 
lo sabia adivinar. Apaciguóse, y apenas estuvo tranquilo, le 



227 

d^o Ehriqueía con afectada amabüiáad: — Pero, padre mio^ 
¿cémo lo hará usted ahora sia aavajas ? ¿va usted á salir sin 
afeitarse? ¡co&n feo está usted así ! ¿qpiere usted que llamea 
á uoL barbero? — Macho la siento, hija mía; pero no tiene 
remedio, que lo Bamai* Ho bien había dicho esta» palabnw 
don Emeterío,. cuando Enriqueta estaba diciendo á la criada: 
dice padre que rayas á la tienda éU frente para que venga 
alguno á afeitarle desde luego. Don Emeterio no habia loca- 
lizad» el punto de doude debía venir el barbero , ni habia 
dado la preferencia á ninguno, p^o Enriqueta, tuvo á bien man- 
dar por el barbero de enfrente para .... ahorrar pasov á la 
criada. En esta no hay malicia. 

La criada entró ai la barbería, cumpüó cx>n su comisión 
y se fué. Pancracio, que ya habia recibido por telégrafo no- 
ticia de lo que estaba pasando, salió tras la criada pisándola 
los calcañares. Ambos llamaron á la vez en casa de don 
Emeterío ; Enriqueta les abrió la puerta y experimentó una 
sensación ioespbcable al ver tan de cerca al objete de sus 
ansias. Le pareció hermoso y vestido de última moda. Su 
corazón saltaba como si quisiera salirse del pedbo, y la dio tal 
temblor de piernas, que casi no acertaba á andar ni á taierse 
en pié. Introdujo en el cuarto de su padre á Pancracio , el 
cual procedió desde luc^o á la operación por la que habia 
sido Uamado. El buen mancebo hizo cnanto pudo para gran- 
jearse la confianza de su futuro suegro, y realmente le con- 
siguió. Aquella rapadura fué una obra maestra del arte. 
Prendóse don Emeterio de la ligereza de la mano de Pan- 
cracio, de suerte que le asalarió para lo sucesivo y le pagó 
un mes adelantado, que el mancebo hubiera rehusado de 
buena gana, si no hubiese temido revelar con su generosidad 
el amoroso interés que debia disimular á toda costa. 

Tenia Pancracio un no sé qué bondadoso quei fácilmente 
cautivaba todas las voluntades. Así es que á los pocos dias 
de frecuentar la cas» de don Emeterio, logró á hacerse á los 
ojos de este simpático sobremanera. Cuando tuvo el terreno 
bien preparado, aguijado por su ama y por laS: exigencias de 
Enriqueta, pidió la mano de esta á su padre, que no solo la 
rehusó, sino que le ech^i de su casa á cajas destempladas. 

15* 



228 

Sin embargo, no por esto murieron las esperanzas de los dos 
amantes. £1 amor de E^iqaeta era demasiado profundo para 
sacrificarse á las exigencias paternas, y el de Pancracio estaba 
cifrado sobre cálcalos demasiado positivos para ahogarlo en 
su corazón ó, por mejor decir, en su cabeza; pues mas era 
amor de cabeza que de corazón; sin haber antes procurado 
Tencer cuantos obstáculos se le oponian. Volvieron los dos 
enamorados á establecer sus telégrafos, como único medio de 
comunicación que les quedaba y del cual se vieron también pri- 
vados á los pocos dias. Mandó el padre cerrar todos los 
balcones que daban á la calle, y prohibió á su h^ja formal- 
mente abrirlos aunque pasase el viático. Estas medidas ri- 
gurosas y escepcionales no hicieron mas que avivar la pasión 
de la muchacha, que no pudiendo sobrellevarla, empezó á 
ponerse flaca como un cadáver hasta el extremo de dar á su 
padre mucho cuidado. Esta circunstancia, el cariño que habia 
profesado á Pancracio y la fatalidad de no haber encontrado 
otro barbero que con tanta maestría le hiciera la barba, le 
obligaron por fin á acceder á la voluntad de los dos aman- 
tes, lo que hizo después de haber consultado la de la criada 
y haber obligado á admitir á Pancracio las dos siguientes 
condiciones: afeitarle todos los dias aunque estuviese casado 
con su h\ja, y vivir con esta separados de su casa. Esta 
última condición fué atribuida por el vulgo murmurador á la 
criada, que sin duda la impuso para obrar mas á sus anchu- 
ras con su amo y participar mas abiertamente de su sobe 
rania. 

Pancracio y Enriqueta se casaron. ¡Dichosos ellos! decían 
los hambrientos condiscípulos de Pancracio que solo en las 
riquezas veian la felicidad ; Desgraciados 1 decían los que solo 
la veian en la posesión de la hermosura. Nosotros nada de- 
cimos. Si fueron desgraciados ó felices, poco tardaremos en 
saberlo. 

Enriqueta era rica. Su padre tenia muchas fincas urba- 
nas y rurales que todas debían pasar á su poder y de este al 
de sus hijos, si tenia la fortuna de tenerlos. De otra suerte 
todos sus bienes pasaban á su segunda hermana, y en este 
caso el marido si la sobrevivía se quedaba, como suele decirse, 



229 

á la Inna de Valencia. ¡Caán grande, pues, no débia ser el 
empeño de Pancracio en tener h^osf Su mujer no gozaba 
de muy buena salud, y por otra parte tenia mucho mas edad 
que él, por lo que según todas las probabilidades debia so- 
breviviría. Sobreviviría y volver á la vida de pobre después 
de haber gozado todas las comodidades que las riquezas pro- 
porcionan, era una cosa atroz, una cosa que solo el pensarla 
le hacia estremecer. ¡Qué no hizo el buen Pancracio para 
tener sucesión! Al primer año. de matrimonio su mujer se 
hizo embarazada y abortó; y al segundo le sucedió otro tan- 
to, y otro tanto al tercero, hasta que por fin pasó otros tres 
sin dar la mas mínima señal de fecundidad. Pancracio estaba 
desesperado. Se asesoró con todos los facultativos de mas 
nota; hizo mudar aires á su mujer, la obligó & visitar ciertas 
capillas y á beber ciertas aguas á que atribuye el vulgo su- 
persticioso las mismas facultades que al Espíritu- Santo; pero 
todo en vano. Por fin, cansado de la infructuosidad de sus 
tentativas, pasó con su mtger á Galicia, donde dicen que raras 
veces se encuentra una mujer estéril. En efecto estableciéronse 
en Comarinas, y á los dos meses de estar allí, notó Pancra- 
cio que el vestido de su esposa por detras crecia y se acor- 
taba por delante. ¡Qué felicidad! Como el objeto que les 
detenia en Galicia se habia ya conseguido, regresaron inme- 
diatamente á Barcelona, donde con ansiedad estuvieron aguar- 
dando el dia del bautizo. El padre de Enriqueta debia ser pa- 
drino y madrina la madre de Pancracio, á la cual mandó 
este al efecto una buena cantidad de dinero para que se pre- 
sentare con lucimiento á sacar de pila al futuro fruto de 
su amor. 

Según cálculos de Pancracio, que debemos suponer exactos 
(dijo el hombre gaceta que en 4 de enero del año pasado 
estaba refiriendo esta anécdota en el café del Espejo), ayer 
entró Enriqueta en el sétimo mes de su embarazo. Sabidos 
son los deseos estravagantes y singulares caprichos de una 
mujer embarazada, los cuales son tantos mayores, cuanto mas 
fácilmente con ellos se transige. Pancracio, tratando á toda 
costa de impedir un aborto que hubiera aguado las esperan- 
zas de toda su vida, accedia á los antojos de su esposa con 



230 

una dociUdad de que no hay cjemido en loe anales matrímo- 
niales 9 y si aliinna vez manifestaba no haUarse dispuesto á 
doldegarse á alguna exigencia demasiado repugnante, su mu- 
jer le hacía ceder ¿ la foerza amenaacándole con d aborto. 
A esta palabra terrible Pancracio sentía «ríssársele éí pelo y 
despegársele la carne de los Imesos, y le faltaba valor para 
la resistencia. \ Cuánto abnaaba Enriqueta del dominio feroz 
que debia á esta amenaza! Largo seda enunu^ar todos los 
abusos de autoridad de Enriqueta no menos qne los ejemplos 
4e condescendencia que ha dado d \meaa Pancracio, y que el 
hombre gaceta refirió c<m aplauso de sns oyentes, por lo que 
yo en obsequio á la brevedad, me contentaré con esponer 
4in# que vale por todos, y que tiene la circunstanda de ser 
«1 isas reciente. 

£n la tarde del éia en que t^itró Enriqueta en el sétimo 
mes de sn embarazo ssalió á paseo oon su esposo, por haberla 
«confiejado los médicos que hidese diariamente un rato de 
'^jercieio moderado para precaver el aborto. Ya casi era 
iBodie, cuando volviendo á su casa por una de las muchas 
-traveseas que desembocan en la magnifica calle 4d Conté del 
Asalto, al tiiuo les^andor del último crepúsculo divisó Enri- 
^pieta los tristes despojos de nn gato muerto. También las 
minadafi de Pimcracio tropezaron oon aquella asquerosa car- 
roña y se desviaron oon horror. Coao »6 natural, los dos 
-esposos siguieron Addante su camino; pero apenas hablan 
dado cuatro pasos coando Enriqueta, exhalando un su^iro, 
dijo: — ¡Ay Pancracio ! ¿no has iristo? ¿no has visto. Pan- 
laracáo? — ¿Qué? respondió este. — ¿No h»A visto cuatro 
pasos atrás, en la acera de la derecha, un conejo muerto? — 
¥d tal, si es un gato. — (Ay! jun gato! jqué gusto 1 Vamos 
á buscarle, Pancracio. — ¿Estás loca? — Vamos á buscarle. 
— Pero, nn\jer... — ¡Vamos á buscarle ó aborto! Palideció 
Pancracio.; retrocedió los pasos que le separa^biaa del fétido 
cadáver; le asió lo menos que pudo con solo dos dedos; le 
•despegó de la acera, y lo presentó á su esposa, revelando sus 
sscos o«n un gesto qne no se puede definir. Hizo que .&n 
•esposa acelerase el paso todo lo posible para llegar pronto á 
casa y desprenderse de aquella carga inicifta que le pesaba mas 



281 

qae una cadefia, sin augurar el desdicfaacU) las nueras calami- 
dades goe le agaaráaban. Apenas se habia Enriqueta quitado 
ia mantilla, cuando la dgo PaaeimcM): — ¿Qué quieres que 
haga de e^ anindüto? ¿ámáe quieres que lo echemos? — 
¡£chaiio dices! ¿estés en tu juieio? corre, Pancracio, iCOb él 
á la cocina, desuéllalo, limpíalo bien y fríelo. — {Como! 
¿quieres comerlo? — Pues es claro. — ¡Qué horror! — 
PnsKto, date ynesa. — £8 imposible, iraposihle. ^ ¿Impo- 
sible, dices? ¿oon qué estás en^ñado en que yo sitarte? *- 
{Oh! no, mujer; Dios nos libre de semejante calamidad; «e 
hará lo ^e tú quieres; llama á la cariada ...-*> {Cátnol {la 
criada ( tú mismo b has de lijiq>ÍM:, tú lo has de desollar, tú 
lo has de freir. — ¡Jamas! {jamas! {eso es ya demasiado! — 

No lo hagas, ingrato, no lo hagas {Qué dolores son 

esos, IH»s mió! {no hay remedio, yo aborte 1 Y se puso am- 
bas manos en la arqueada baarriga, y casi sin sentidos se dejó 
caer en un confidente. ¿Qué podía hacer Paneraoio en tal 
conflicto? Llamó á la criada para -que tcajese agua y vina- 
gre, y mientras esta socorría i su señora, él se entró en la 
cocina, desolló el gatci, le hiso tajadas, lo lavó, lo frió, y lo 
presentó ea un 'phaJto á Enraqueta qae ya habia vuelto en sí 
de su desmayo. — Toma, hya, come, la dijo. — Quiero, dijo 
eüa, que oomas tú áatas «na tigaáa. <** {Yo! «^ {Bien! ¡no 
Ja comas, cruel! mas ¡ay! ¡yo aborto! — ¡Abortas! ¿con que 
no hay mas remedio que eomer yo una tajada ó ak>Ftar tú? 
¡Está báea, la comeré , la comeré! €ogió la tfi^da que le 
pareció menos asquerosa, y con el estómago revuelto cerró 
los ojos á la maneara dd desesperado que se precipita de una 
gigantesca torre, y consumó el espantoso sacríicio. Laiego 
le acosaron náuseas, su rostro tomó un color terreo, y loon toz 
apagada d^o á m esposa: — Toma, omne tú ahora. -^ Yo 
no quiero, respoaiflió ella con ica poniéndose de pies. -^ ¿Pero 
<por qué? — ¡Porque tú ie has comido el me|or bocado! — 
¡Uéwete el diablo! refunfuñó Pancracio «ntre dientes, y se 
encerró en su gabinete, donde es fama que hasta las tripas 
echó por la boca. 

Hasta aquí la anécdota tal como ]a contó el hombre ga. 
ceta. Ahora yo debo añadir que Pancracio Morón era el 



232 

mismo hombre con quien estaba yo tomando café. Por esta 
razón sin dada, no queriendo ser testigo de las afrentosas 
risas de los concurrentes, apenas oyó que el hombre gaceta 
pronunciaba su nombre y apellido, se zampó de un sorbo todo 
el café que le quedaba en la taza, se levantó, dio un Napo- 
león al mozo, y sin esperar que le diera la vuelta se escarrió 
como un ratón acosado y me dejó sin decirme adiós. Sin vol- 
verle á ver pasé dos meses, al cabo de los cuales le encontré 
abismado en profundas meditaciones en un estraviado sendero 
de la miontaña de Monjuí. Me pareció que estaba muy me- 
lancólico, y preguntándole la causa de su tristeza, me respon- 
dió que no podia por mas tiempo sobrellevar el peso de la 
vida. Me dijo que cuando estaba persuadido de que su mu- 
jer habia entrado en el noveno mes de su embarazo, los mé- 
dicos acababan de disipar todas sus ilusiones, asegurándole 
que su esposa no estaba embarazada sino hidrópica. ¡Qué 
horror 1 dije yo entre mí, ¡ aprender esta verdad terrible des- 
pués de haber comido gato para evitar un aborto! 

Al dia siguiente entre estrepitosas carcajadas estaba el 
hombre gaceta en el mismo café del Espejo refiriendo lo que 
me habia dicho Pancracio el dia antes. ¿Por qué conducto 
lo supo? 

Treinta dias después el mismo hombre gaceta estaba ar- 
rancando lágrimas á un numeroso auditorio refiriéndole la 
horrorosa catástrofe de un joven cuyo cadáver encontraron en 
la mar vieja algunos pescadores. El cadáver estaba espuesto 
á las miradas públicas en la Columna '). Fui á verle, y 
reconocí en sus facciones á Pancracio Morón. 

Si el infeliz hubiese tardado dos dias mas en qaererse 
suicidar, seguramente no se hubiera conducido á este terrible 
acto de desesperación. Los médicos que calificaron de hidro- 
pesía la preñez de su esposa se equivocaron de medio á me- 
dio. Tan bárbaro fué su diagnóstico, que al dia siguiente 
de la muerte de Pancracio, su mujer dio á luz nada menos 
que dos hijos rollizos y sanos como una manzana. Parecían 



') Sitio en el hospital civil de Barcelona donde se depositan los cadáve- 
res desconocidos antes llevarlos al cementerio ó á la sala de diseceion. 



333 

nn bollo de manteca, si bien uno de ellos nació con un gato 
en la espalda, á consecaencia sin duda del deseo qne tuvo so 
madre en la época áéí embaraso y qne no pudo satisfacer 
por haberse zampado Pancracio el mejor bocado. 

A. RiBOT T FONTSEBÉ. 



INCENDIO DEL POLVORÍN. 

Todos los periódicos ai dar noticia á sus lectores de este 
notable acontecimiento, lo han demmciado como arma depar- 
tido; como si fuera posible que los hombres de partido ape- 
lasen á tan impolíticos medios. Los redactores de La Bisa 
se puede decir que somos el directorio, la representación de 
un partido inmenso que ha de arrollar á todos los demás 
partidos, esto es, del partido del buen humor. Y por eso 
habíamos de incendiar el polyorin para estorminar á los ta- 
citurnos? Eso seria bueno cuando los taciturnos vivieran 
todos en un barrio ó en una misma casa, pero no cuando 
para matar á veinte contrarios nos espusiéramos también á 
acabar con la vida de otros tantos amigos. Nosotros sabe» 
mos y vamos á denunciar el nombre del autor de tan hor- 
rible desacato, y esperamos que el gobierno, sino quiere que 
La Bisa le haga de hoy mas una oposición virulenta y sis- 
temática, castigará con mano fuerte al perpetrador de un cri- 
men que no tiene ejemplo en los anales del mundo. Pero 
antes daremos noticia á nuestros lectores del suceso. 

La capital de Madrid no existe; ha desaparecido del ca- 
tálogo de los pueblos, según los rumores esparcidos en la 
mañana del 23 de setiembre, dia de San Lino y Santa Teda, 
Téniporo, Ordenes Sol en Libra y entrada del OtoñOy todo lo 
cual recordamos por el influjo que pudo tener en que volase 
el polvorín. Cuando los habitantes de la corte abrieron los 
ojos, dispertados por el estrépito de la inaudita detonación, 
lo primero que creyeron, y así lo respondian al que pregun- 
taba la causa de aquel ruido, fué que se habia hundido la 
casa inmediata. Y como el vecino del número diez decia que 



f» había hmdMb la casa núMero asnee , el 4e once decía qm 
la del doee y así siioesivameiite, resulta qm Madfid ee q^edo 
«in casas aquel día por coalesioii esplídta de sus inoiradores. 

Hay quien asegura que tají horrible proyecto estaba pre- 
parado por una eoalicioa de vidrieros y albañiles, para tener 
que hacer otro Madrid, y ganar dinero á costa de la ruina 
de sus semejantes; pero esto no lo podemos creer por que 
aunque los vidrieros han hecho su negocio con los millares 
de vidrios y cristales que han tenido que poner después, m 
estos, ni los albañiles han podido coaligarse con el verdadero 
autor del atentado. 

Dicen que «1 daño camado en algunos edificios fué bas- 
tante grande; yo no creo tal cosa: al menos no les oí que- 
jarse y mas bien tuve el gusto de ver una porción de casas 
bailando rigodón de -contento. Aquí se enonnftraba un guarda- 
cantón haciendo un paso de gabota; allá un vchimenea ha- 
ciendo cortesías. Uno se quedaba sin ftac que se escapaba 
á las nubes, i otro se k desertaba una «reja, i otro venia 
un casquito de granada y le i^oitaba la nará ein duda porque 
no oliera la pólvora. Lo cierto es que á muchas leguas de 
Madrid se ha visto diluviar por esfMMáo áe dos dias ana es- 
pantosa granizada de cabeaa«t dedos, piernas y otros miein- 
bros de especie racional. A un caballero que iba á tommr 
leche de vacas, le pegó una casa «que iba á galope M por- 
razo, que le eché por tierim el aiMnbrero y la peluca, y nno y 
•otro se quedaron bailando «n padedó. 

Las municiones voladas eegun relación de oiros periódi- 
cos, consisten «n una tapia del polverin que no es omnidon, 
pero parece de munición; 700,000 cartucdios de fusil, 1,000 
de cañón, 16,000 espoletas, SOO granados y 125 quintales de 
pólvora. Ojali no hubiera quedado nada en el mundo de este 
enemigo mortal nuestro; aunque no sea mas que por lo que 
hace llorar. El mayor daño que este Incendio ha ocasionado, 
parece que ha sido en nn melonar de Chindbon, del <»<al vio- 
laron nna infinidad de sandiar que perecisA bombas por el aire, 
y estos sin duda hun sido los irintomas de pronttnciomento 
tan cacareados por los peciódioas. Eay melón que todavía 
nda por las estrellas. No quisiéramos nosotros ideaos 



235 

codera debajo cuando caiga ! También ha peijudieado á las 
«embarazadas, y bay mi^'er que malparió y no ba vu^o á ver 
•el cbiquiUo. ¡Con qué violencia aaldrta la criatura! Puede 
que ande también por los aires comiendo melones á costa del 
pobre melonero de Ghindbon. Y si tales ban sido los estra- 
gos del polvorilla ¡qué bubiera sido si se bubiera Uamado 
polvorón ! ! ! 

Abora que bemos detallado las calamidades que ha pro* 
4ucido el incendio del polvorín, vemos á nombrar al delin- 
cuente por mas que nos sea repugnante baoer el papel de 
delatores. £1 autor de tantas desgracias no es ayaeuiüio, ni pro- 
gresista, m repuUícano, ni albañil, ni TÍdriero: es un ex* 
fraile malvado de la orden de San Francisco, Uamado fray 
Bertoldo Scbwartz, aunque el padre Feijoo dice que Scbuvart : 
pero yo creo que Fe^oo se refiere al mismo que yo, por que 
ambos nos referimos á un retigioso franciscano alemán, que 
allá por los años de IdlQ tuvo la desvergüeBza de inventar 
la pólvora. Pero á bien que el cielo castigó su delito ne de^ 
jándole vivir basta mediados del siglo XIX { qué mas hubiera 
querido el tal frailóte que recrearse en el incendio del polvorín! 

JUAJr MaBTIKEZ VlLLBRfikAS. 



LA gastronomía Y LA LITERATURA. 

£n una época que se llama de progreso, y cuando tantos 
adelantos se ban hecho en la mayor parte de las ciencias, es 
imperdonable que se baya desatendido el estudio de la mas 
útil, sana y provechosa acaso de todaA. 

La ga^ronomia, objeto sencillo y encantador ofrece en sí 
tsyoL (Mfradablea malxrias que ver, y tan dulces prinxsipioa qute 
probar, que es basta un cargo de conciencia el que no «e los 
profundioe. Y no hay en esto exageración , pues si «el hom- 
bre de lo pridottero que debe cuidar es de su individuo, y la 
gastronomía proponciona al dicho individuo nutrine»tos sanos 
y deudosamente condimentados, en lo cual do se deteriora el 
estómago, en vez de guisotes mal cocidos y groseros, con lo 



236 

que no solo padece el cuerpo sino hasta el espíritu puro, claro 
es, y por consiguiente hay lógica en afirmar, que es un cargo 
de conciencia el desatender la ciencia peregrina que puede 
proporcionamos mas larga y duradera yida en tan sabrosas 
lecciones, y con tan apetitosos ejemplos. 

¡£/l arte de cocina decae entre nosotros! Pasaron los her- 
mosos tiempos en que se comia: (déjenme los lectores con- 
cluir el período, pues ya sé que en el dia comer es también 
un ramo de primera necesidad, y que aun los cesantes y es- 
claustrados, que por el gobierno están dispensados de pade- 
cer tan ruines deseos, aun esos, cuando no tienen otra cosa, 
como en el dia se comen las uñas ó los codos, si se los al- 
canzan.) Pero , pasaron , repito , aquellos deliciosos tiempos 
en que se comía tan descansadamente. Y digo descansadar 
mente, porque no eran cuatro ó seis horas las que se desti- 
naban al agradable ejercicio de menear mandíbulas y qu^a- 
das, sino que eran muchos dias los que duraban algunos con- 
vites; y apelo de esta verdad al testimonio de Valerio Máxi- 
mo y de Cicerón^ ó téngaselos de lo contrario por embusteros 
de á folio, es decir, grandes. Pero como no tiene gracia que 
la fama de tan buenos señores padezca, á bien que recordaré 
á los lectores incrédulos á las palabras de aquella gente pro- 
fana, los libros de la Escritura, y veremos entonces qué cris- 
tiano viejo nos lo niega. Pues , como iba diciendo , sépase 
que en el libro de Ester se cuenta de un tal Asnero, que de- 
bió ser un rey de tomo y lomo (cada lector se descifrará el 
tomo y lomo á su antojo), lo que yo quiero decir es de mu- 
chos humos, porque era espléndido hasta dejárselo de sobra; 
y ahora veo que una comparación en que entra la palabra 
lomo, y una esplicacion en que empleo la palabra humo, son 
muy propias de -cocina, y muy del caso en artículos de gastro- 
nomía. Pues sí, amable lector, el rey Asnero, que dominó 
desde la India hasta la Etiopia, dio un espléndido banquete 
á los magnates de su imperio que duró ciento veinte dias : y en 
seguida dispuso otro convite para el pueblo que duró siete 
dias, y en el cual el servicio de la vajilla era nada menos 
que de plata, y las copas de oro. Aquellas eran otros tiem- 
pos, vuelvo á decir; vayan hoy á poner cepitas de plata ni 



237 

vasitos de oro, cuando los mosos de café se ven y se desean 
en nuestro adelantado siglo para que no les cercenen las cu- 
charillas de estaño ó los azucareros de peltre del café. Pero 
no divaguemos; recomiendo á los aficionados al arte gastro- 
nómico la lectura de los viajes de Anacársis, para que se 
contenten el ánimo con las animadas^descripciones de los ban- 
quetes de Dinias, y á que recorran las antiguas obras de 
Herodoto, en las que hallarán pruebas convincentes de lo que 
han degenerado nuestros cocineros y nuestros gastrónomos. 

La gastronomía es un ramo de lego; el hombre que sale 
dotado de ese especial y esquisito paladar que le hace encon- 
trar en los platos (no seamos materialistas, en lo que contie- 
nen los platos) el refinamiento de los placeres, ese hombre 
será el mas infeliz de los mortales, en los siglos de decai- 
miento en que yace el arte culinaria. Cada recuerdo de las 
antiguas orgías será para su corazón una espina mas pun- 
zante que la del pez espada que se le atravesará de medio á 
medio. Recordará que en Esparta y ^n Creta habia comi- 
das públicas , costeadas por el erario y en que se sacaba el 
vientre de mal año, cuando en el dia hasta la gazofia que se 
repartía á la puerta de los conventos ha dejado de repartirse, 
para la razón convincente de que la mayor parte de los con- 
ventos ya no tienen puertas, y esto por la no menos clara 
razón de que ya los van echando por tierra. Recordará 
aquellos romanítos que, para no lastimarse á comer con hol- 
gura, lo hacían sobre mullidos lechos, llegando su pulcritud 
á poner sobre las mesas doseles de damasco para que no les 
cayese el polvillo del techo, y su sensual apetito al estremo 
de irse poniendo coronitas de flores, combinados sus aromas 
y perfumes de modo que los olores contribuyeren ó á retar- 
dar los efectos de sus turcas (vulgo borracheras), pues está 
visto que se dejaban correr también los antiguos, ó á animar 
sus sentidos escitándoles á impúdicos y desordenados deseos. 
¡Vayan ustedes viendo qué comparación hay con los tiempos 
que alcanzamos 1 Recordará el baño que tomaban los suso- 
dichos romanos para ir íresquitos y bien dispuestos al' cená- 
culo ó sala de comer, mejor dicho, de cenar. Las esencias 
que se quemaban para aromar las salas: las aguas olorosas 



236 

con que se rodaban los aBiotoa, y hasCa el cato de leotom 
con que se entretenía' á los golosos, señoreai, qae por no fatír 
garse en discurrir y no dar descanso' á sns fauces , se deja^ 
ban arrullar con amenas y CTtretenida& historias, á. las qae 
formaban un bajo sestenifb con el martillee de sns dientes. 

£sto me hace pensar que el verdadero refrán antiguo, que 
sugirió sin duda al célebre Jorellanos su Fwn y toros, antes 
seria Pan y ¡ebrm. Bien hizo Jovellaiios en sustituir las pa»- 
labras. £1 pan y las letras, aunque el pan tiene muchas ami- 
gas desmiganémonos que no las hacen :Aas letra» han nacido para 
perdidas, puesto que en manos de todos andan; aunque no 
por eso bien quistas ni mejor paradas: hasta no hace mu^ 
chos años han pasado por locos ó desocupados, quizá porque 
án pérdidas se dirigian, los que teníamos la aprensión de que 
el escribir era una ocupación como otra cualquiera, por no 
decir mas útil que las demaS) puesto que adelantaditos está- 
rzanos si no hubiere habido Cicerones, Fenelones, Licurgos y 
otros de su calaña, que aunque sin oficio ni beneficio, hubie- 
sen osificado cuantos oficios son esplicables, dando á su país 
inmensos beneficios en la ilustración, conocimientos y conse- 
jos que en sus libros les ensenaron* En el dia ya empiezan 
los- artistas & formar clase, y á considerarse un estado, aun- 
que sin posidon; y aquí, lector amigo, consiste el busilis, en 
la posición ; y no de tercera y cuarta como de baile, sino de 
empleo ú ocupación productiva, de modo que aunque hayamos 
adelantado un pasito en punto á coimiderirsenos ya una clase 
de hombres que no son como hasta hace poco, ni desocupa- 
dos, ni locos, ni mal entretenidos, aun no hemos conseguido 
una posición en d mundo, por cuanto el trabigo na es como 
un pagaré que representa siempre dinero tangible. 

Algún lector se preguntará á sí mismo: ¿pero y esta 
nueva digresión á qué viene? Pues viene á probar que, desde 
que han desaparecido los verdaderos gastrónomos y los du- 
chos cocineros, ha degenerado también el amor á los libros. 
La vida es c&rtSi,, señores, y para los que han nacido con una 
intención firme y decidida de hacer en un todo su santísima 
voluntad, apenas hay tienrpo en el mundo mas que para di- 
vertirse: aun á los que les falten los medios para satisfacer 



289 

todos ras (uqpndio» les sobran I09 áanoos para éeeeario; ét 
modo que es tu» axioma constaste qw el hombre prefiere 
siempre dos fiestae á an domingo. Sapoesta esta innata de- 
sidia, los antignoa destinaron las boras del plaeer para d 
estadio: es decir, quisieron que lo árido de la enseñanza des- 
apareciese entre k> agradable de la distracción, y de ahí pro- 
vino el que en todas sus comidas habia un lector que recitaba 
con Toz alta pasajes histdrices, íabolofios ó morales. De este 
modoy como todos procuraban tener tiempo para comer, todos 
le tenian para instruirse. Y hé aquí la oportunidad de la 
digresión: desde que los gastrónomos han desterrado los lec- 
tores de sus mesas, los hombres se han vu^to á encontrar 
sin tiempo oportuno paca calentarse los cascos eon un libro 
de modo que el haber degenerada loa gastrónomos, sin duda* 
porque han desaparecido aquellos hábiles cocineros, es la 
cansa de la decadencia de nuestra literatura. Me parece que 
no voy descaminado. Habia otra Tentaja inmensa para los 
escritores, que así como dice un refrán: «que á buen haa>- 
bre no hay pan malo . . . . » asi se podia inventar ahora un 
nuevo axioma que dijese: «que á buen pan no hay libro ma- 
lo*» Vean ustedes si en este sigk) en que se escribe tanto, no 
seria una ventsga para muchos la seguridad de que sus obras 
se ojearían por sus lectores, hallándose á k mesa, eomolado 
su estómago con las deliciosas viandas y en tan buena dispo- 
sición para digerárlas por supuesto las obras, no las viaudas, 
pues estas no son de tan difícil digestión, por pesadas que 
sean como algunas de aquellas. 

Lamentémonos, pues, con que haya caído en desuso tan 
provechosa costumbre ; unamos nuestra voz en elogio de la 
maravillosa ciencia de la gastronomía: acaso, acaso destina- 
remos otro artículo, si el público no mira con desden nues- 
tras indicaciones, á entusiasmar el apocado aliento de los co- 
cineros, y á escitar el desordenado apetito de los opulentos 
señores. También dirigimos desde ahora nuestra voz á nues- 
tros escritores y literatos. La cocina es un grande hornillo en 
el que pueden condimentarse los mas sabrosos principios, no 
hay que desdeñarle, pues, porque parezca grosero el asunto: 
Aristóteles, Platón, Teofrasto, Herodoto, Ateneo y otros mil 



240 

prívilegiadog tatentoa hablaron de la cocina con encomio. £a, 
pues, Bolo &lta el último paso; quizá sea este el medio de 
acabar de dar un impulso grande á nuestra literatura, ccm- 
solidando de una vez sus cimientos. Empezemos pues dando 
el ejemplo, y cada cual en su doméstica vivienda, mientras se 
zampa el humilde puchero, procure, si es que tiene fámulo y 
si no hay el inconveniente de que este ignore el uso de las 
letras, hacerle leer, y para entusiasmar al mismo fámulo, llá- 
mele con el nombre de Amtgnóstes que era el que tenian los 
antiguos lectores. 

Imitemos á Plinio siquiera en bañamos y en tener gusto 
en que nos lean: hagámonos comparar con Ático, quien, se- 
gún el testimonio, y no falso, de Gomelio Nepote, como di- 
cen los niños de la escuela, aseguraba que encontraba conti- 
nuamente en su mesa el placer del espíritu reunido á una 
buena comida. Jactémonos alguna vez de hacer lo que el 
emperador Severo, y leamos como él á nuestra fiímilia mien- 
tras come : por supuesto teniendo cuidado de habernos llenado 
bien antes la andorguilla, para que no se nos vayan los ojos 
mas bien que al libro á la comida: y ojalá llegue un dia en 
que se haya hecho costumbre tan grata , y ceremonia tan obse- 
quiosa y agradable la lectura durante la comida^ que poda- 
mos decir como Juvenal para incitar á un amigo á que nos 
acompañe á nuestra mesa: «ven y nos leerán los versos de 
Horacio y de Virgilio.» Entonces la gastronomía volverá á 
ser la ciencia mas divina de todas porque á ella deberemos 
el aprecio que se haga de nuestra poco apreciada literatura. 

Obegobio Romebo Larrañaga. 



241 



VENTAJAS DEL QUE NO TIENE PIERNAS O DEL 
QUE LAS LLEVA DE PALO. 

ARTICULO DE INTERÉS GENERAL. 

I. 

Con manifestar los malos sin cuento que acarrean las pier- 
nas, habré manifestado gran parte de las ventajas que tiene 
el que de ellas carece, y si á estos datos que se me ocurre lla- 
marles negativos aüado los positivos, es decir, los que tienden 
directamente á probar los beneficios debidos á la carencia de 
piernas, todas las sutilezas metafísicas con que mis antagonis- 
tas tengan á bien argüirme, todos sus sofismas y paralogismos 
se estrellarán en la fuerza de mis razones y el mas reacio 
defensor de las piernas se verá obligado á desprenderse de 
sus errores, y á confesar paladinamente que su opinión opuesta 
á la mia no ha sido otra cosa que una paradoja ridicula» 
Para satisfacer mi vanidad esto será suficiente, pero no para 
satisfacer mis filantrópicos deseos, que solo quedarán colma- 
dos el dia en que vea emancipada de las piernas á la huma- 
nidad entera. ¿Llegará este dia feliz? ¿Llegará un dia en 
que convencidos los hombres de que las piernas, á que son 
deudores de tantos contratiempos, son un mero objeto de 
lujo, se convengan en pasarse sin ellas mal que les pese á 
los zapateros, á los medieros y á cuantos tienen una mina 
en nuestras calamitosas estremidades inferiores? Harto co- 
nozco el poder de la rutina, sé bien las dificultades con que 
tropieza el verdadero filósofo que se empeña en desterrar de 
la humanidad los defectos y vicios sancionados por costum- 
bres añejas. Confieso que escribo este artículo con poquísima 
esperanza de obtener el resultado que me propongo. Ni uno 
solo de mis lectores, por valederas y convincentes que le pa- 
rezcan las razones que yo alegue, se sujetará á la quirúrgica 
cuchilla, y alguno quizas se crea con derecho de decirme que 
este artículo no está dictado por una convicción profunda, 
que está escrito sin religión de conciencia, puesto que siendo 
yo su autor no confirmo lo que en él digo c<hi mi propio 
Hebbmanx. 16 



242 

ejemplo. Sí, lo conozco , para probar la fe que tengo en mis 
doctrinas, yo debería el primero esponerme á los dolores de 
una amputación sangrienta; pero no lo bago porque por una 
parte no tengo necesidad de ello para dar fuerza á mis da- 
tos que son por si solos bastante robustos, y por otra para 
dirigir á las piernas la catilinaria que se merecen, quiero te- 
nerlas presentes, tenerlas conmigo mismo como un testimonio 
vivo y palpitante de mis penas y evitar de este modo que 
disminuya el horror que justamente me inspiraron. Suele de- 
cirse que el que está abito no se acuerda de los que no han 
comido, y esto me sucedería tal vez si yo careciese de pier- 
nas , no me acordaría de los desgraciados que las tienen, y á 
quienes trato de libertar de esta calamidad diciéndoles lo que 
Jesucrísto á los apóstoles : « Haced lo que yo os diga» j m» 
lo que yo baga.» 

Antes de pasar adelante es necesario que mis lectores y 
yo acordemos bajo qué acepción vamos á tomar en este artí- 
culo la palabra piernas. Todos sabemos lo que por piernas 
entienden los anatómicos y los amigos de que se bable siem- 
pre con tota propiedad , pero á mí me conviene en esta oca- 
sión dar á esta palabra la significación colectiva que á me- 
nudo le da el vulgo, quien con ella suele designar las estre- 
midades inferiores desde el tercio inferior del muslo hasta 
las últimas falanges de los dedos del pié. Después de esta 
advertencia me parece que puedo entrar en materia sin espo- 
nerme á malograr mi tinta, ni á. fatigar mis livianos en me- 
ras cuestiones nominales. También debo advertir que á pesar 
de tener en mi casa un diploma de médico y cirujano que á 
mi padre le cuesta bastante dinero y á mí no pocos exáme- 
nes, en cuanto me sea posible me abstendré de hacer uso de 
los términos técnicos del arte, porque yo quiero que me en- 
tiendan fácilmente todos los que en el mundo tienen piernas, 
aunque en su vida hayan respirado los fétidos miasmas de 
una sala de disección, ni hayan visto mas cadáveres que el 
del cordero de la Pascua y el del pavo de Navidad, ni hayan 
gastado un adarme de sebo consagrado á la lectura del Juan 
de Dios, del Nadal y Lacaba, ni de ninguna otra de las obras 
clásicas de anatomía descriptiva. 



243 

Si para rebatir á los piernófilos se me antojara echar 
mano de todos los argumentos que ponen á mi disposición 
las piernas consideradas en estado patológico, es seguro que 
llenaría veinte números de La Bisa, invadiendo hasta el sa- 
grado terreno que para su ambigú se reservó ^1 docto don 
Abundio. Las piernas constan de huesos, de músculos, de 
nervios, de arterias, de venas, etc., etc., y no es necesario 
decir mas para que el mas topo se haga cargo de cuan in- 
menso debe ser el número de enfermedades que son las pier- 
nas susceptibles de padecer. Yo no ocuparé de ellas á mis 
lectores, no les hablaré de las caries, aneurismas, várices y 
demás dolencias de que las piernas á menudo son víctimas, 
lo mismo que las demás partes de nuestro cuerpo que gozan 
de tejidos análogos; haré solo mención de las enfermedades 
que ademas de ser muy frecuentes son propiedad casi esclu- 
siva de las estremidades inferiores, y aun procuraré hablar 
de ellas muy someramente, porque estoy seguro de que con- 
sideradas en su estado normal ó fisiológico las piernas son 
por sí solas una calamidad terrible, aunque por una escepcion 
casi milagrosa se hallen libres de sabañones, de callos y de- 
mas plagas que á tantos hijos de Adán hacen avinagrar el 
gesto. Y si las piernas sanas y robustas que, sea dicho de 
paso, difícilmente se encontrarían dos en Europa, son ya una 
calamidad terrible ¿qué nombre daremos á las piernas ave- 
riadas, como generalmente lo son todas? 

La dolorosa comezón que causan los sabañones debería 
ser suficiente para declarar á los pies una guerra sin tregua 
ni cuartel. Bien es verdad que los habitantes del mediodía 
de América y otros países que se puede decir que no tienen 
invierno, desconocen esta impertinente dolencia, pero gracias 
á sus piernas no les falta por esto con qué rascar, no les 
faltan niguas y jejenes mas molestos si cabe que los sabaño- 
nes, y que como estos fijan con predilección en los pies su 
ftinesta residencia. Hasta ahora han sido ineficaces todos los 
remedios que la medicina, ó por mejor decir, que el empi- 
rísmo y charlatanismo han preconizado para curar los sabaño- 
nes; el agua de las lluvias de abril, aplicado en el momento 
mismo que acaba de caer, es lo que mejores efectos ha pro- 

16* 



i 



244 

ducido; pero yo afirmo qne para la curacioa de los sabañones 
de loB piÉB la amputacioa de las piernas es de un éxito to- 
davía mas seguro. Eata es una ctiracion radical, con la que 
DUDca tiene lugar la recaida. 

Mas terribles aun que los sabaüones son segurameiite los 
callos , porque son mas dolorosos, invaden un número mayor 
de individaos, se aclimatan en todos los países, y no ceden 
al influjo de ninguna de las estaciones del año. La curaciou 
radical de estas molestas abolladuras, debidas principalmente 
al calzado, se obtiene también con la amputación de las pier- 
nas. ¡Y todavía se ven piernas en el mundol 

¿Y qué diré de los uñeros que la propia esperiencia no 
le baya hecbo observar á mis lectores? Las ufias de los pies 
crecen y se prolongan sin cesar, sin cesar destruyen medias 
y mas medias, basta que por fin encuentran en los zapatos 
un obstáculo que se opone á su curso invasor y las obliga á 
replegarse. Entonces las uñas se doblan y contramarcban, y 
sus bordes libres vengándose en los dedos de la denota que 
deben al calzado, se introducen en la carne de los infelices 
donde bacen un estrago sangriento. Esto es lo que se llama 
uñero que solo se evita oponiendo con frecuencia las tijeras 
al ripido progreso de las uñas. Pero esto de cortarse las 
uñas del pié no es una operación tan trivial como algunos 
se figuran; es operación qne para practicarla debidamente en 
ambos pies, es casi indispensable ser ambidextro, que requiere 
tijeras ataj duras y de muy buen temple, y que aun así á 
niucbos les obliga i tomar pediluvios para reblandecer la sus- 
tancia córnea que debe cortarse. Y no es esto lo peor. Se 
necesita tener algo de culebra, se necesita una organización 
liarticular como la de Aurio), se necesita casi estar dislocado 
para no morirse de fatiga cortándose las uñas de los pies. 
Los hidrópicos, las embarazadas, eu una palabra, todos los 
(|ue están dotados de voluminosa barriga debeu fiar esta operación 
á niuuüB tgenas, y como los pies en general son uiiacosa no 
muy limpia, no siempre se encuentra quien quiera encargarse 
de practicarla. Y ai por casualidad se encuentra, nos espo- 
oemos á que la frialdad de la mano del operador ló su tacto 
indiscreto aos haga cosquillas 6 nos canse alguna otra impre- 



245 

sion desagradable que, no pudiéndola resistir, nos obligue á 
retirar el pié casi convulsiyamente, y á que dejemos alguna 
yez en este moyimiento brusco el dedo en lugar de la uña 
entre los filos de las terribles tijeras. 

Los límites de este periódico me obligan á separarme del 
campo patológico y á llamar la atención de la humanidad en- 
tera hacia los males que ocasionan las piernas, aun admi- 
tiendo la hipótesis de que estén dotadas de una salud per- 
fecta. Creo que todos mis lectores teñen la costumbre de 
ponerse en camisa ó cuando mas en calzoncillos antes de 
acostarse, y que esta impertinencia diaria les sujeta á otra no 
menos molesta cual es la de tener todos los días que vestirse ! 
¡Desnudarse y vestirse! ¡Terribles calamidades que el estado 
social ha legado al hombre para hacerle envidiar la suerte 
de los indios bravos, de los hotentotes y hasta de los mismos 
irracionales, que sin desabrocharse el corsé ni quitarse la le- 
vita, y que sin calzarse las botas, ni hacerse el lazo en la 
corbata, apenas se levantan están dispuestos á salir á la calle 
seguros de que sus semejantes no les han de poner en ridí- 
culo. ¿Por qué al nacer no nos otorgó la naturaleza una 
concha como al carey, una piel como al oso, un plumaje como 
al águila ó una cubierta escamosa como al cocodrilo? ¡Inú- 
tiles quejas! Estamos condenados á desnudarnos y á vestir- 
nos todos los días, y seríamos muy criminalmente orgullosos 
si intentásemos revocar este terrible fallo de la civilización. 
Pero al menos ya que el desnudarse y el vestirse es un tra- 
bajo ímprobo de que no nos permite la sociedad eximirnos 
¿por qué no procuramos en lo posible simplificar tan engor- 
rosa operación? La amputación de las piernas la simplifica- 
ría considerablemente. Ella nos evitaría la molestia de po- 
nemos las medias y los zapatos , ella nos emanciparía de la 
tiranía de las ligas, que han dado alguna vez motivo á catás- 
trofes sangrientas', ella en fin desterraría de nosotros las es- 
clavizadoras trabillas, que con mucha razón ha incluido el 
señor Manzano en el catálogo de las calamidades públicas al 
mismo tiempo que el señor Casilari las ha celebrado como 
una cosa escelente. Yo creo como el señor Manzano que las 
trabillas son un mal grave, pero creo como el señor Casilari 



246 

que mientras hay piernas debe haber trabillas. Quítense las 
piernas, y las trabillas caerán, como suele decirse por su pro- 
pio peso. 

Mirando la cuestión bajo un aspecto económico, creo que 
no habrá un solo padre de familia que no considere las pier- 
nas como uno de los objetos que mas contribuyen á aumentar 
el presupuesto de los gastos domésticos. £1 que tiene muchos 
hijos y les ha de alimentar con el sudor de su rostro, es impo- 
sible que quede bien con el zapatero si come algo mas que 
sopa y cocido. Y agregúese á esto el limpiabotas ó un criado 
que haga las veces de tal, pues de uno ú otro hemos de va- 
lemos, so pena de estrenar calzado de todos los dias, lo que 
es muy gravoso, ó de limpiárselo uno mismo, lo que es muy 
molesto, ó de llevarlo sucio, lo que si bien es lo mas fácil es 
también lo menos decente. Y luego las medias. Dios sabe 
al cabo del año cuantas cifras ha añadido al presupuesto el 
jabón con que han lavado y el algodón con que se han re- 
mendado. 

También las ligas cuestan dinero, pero no es en verdad el 
dinero que cuestan lo que tan odiosas las vuelve á los ojos 
de todo hombre filantrópico, sino la dificuldad de mantenerlas 
en su justo término de suerte que no se escurran por estar 
flojas ni sieguen la pierna por estar demasiado apretadas. Yo, 
lo confieso, soy enemigo irreconciliable de las piernas, pero 
no por esto quiero que se las martirice, que se las dé conti- 
nuamente garrote; condéneselas á la última pena, pero no se 
las ponga en tortura como á las víctimas de Torquemada. £1 
espíritu del siglo proscribe tamañas atrocidades. Por lo de- 
mas conozco que son altamente criminales. ¿Qué castigo im- 
ponen las leyes vigentes á los que encubren malhechores? 
Por terrible que sea debe aplicarse á las ligas. ¿No dan 
acaso guarida á los atroces viches que de sangre y solo de 
sangre se alimentan? Todo el mundo conoce que aludo á 
las pulgas, cuyo nombre no me parece decente mencionar en 
este grave artículo. 

Pero de las ligas debe decirse como de las trabillas que 
son un mal, pero un mal necesario, un mal. que durará tanto 
como nuestras medias, como nuestras piernas. ¡Abajo pues 



247 

1a8 ^miual ¿Te horrorizas, lector? Me parece que 

ettój oyendo los argumentos con que tratas de defender á 
esas enemigas del género humano. ¿Cómo andaríamos sin 
piernas? ¿qué pareceríamos sin piernas'^ ¡Ctiánto padece- 
ríamos si nos cortasen las piernas! ¿No son estos los argu- 
mentos capitales con que piensas reducir á polvo todas mis 
pruebas, y cuya solución esperas seguramente antes de llamar 
al cirujano para que proceda á la amputación ? Pues ya pue- 
des llamarle desde luego, porque tus argumentos van á que- 
dar bien pronto desvanecidos. ¿Cómo andaríamos sin pier- 
na8*í ¿Y qué? ¿crees acaso que trato de reducir á los hom- 
bres á la triste condición de reptiles? Nada de eso: quiero 
reemplazar sus piernas naturales ó dé carne y hueso con pier- 
nas de palo, cuyas inmensas ventajas prometo manifestarle en 
otro artículo. ¿ Qué pareceríamos sin piernas ? \ El hombre 
siempre el mismo I ¡Siempre sacrificando su bienestar á la 
vanidad y al capricho! ¿Crees acaso que cuando todos nos 
hayamos acostumbrado á prescindir de las piernas naturales, 
las echaremos alguna vez de menos? Sucederá con ellas lo mis- 
mo que con los pelucones. Todos sabemos el sentimiento con 
que nuestros abuelos se desprendieron de sus empolvadas co- 
letas ; muy ridiculos debian parecer los primeros que parecie- 
ron en £uropa con el cabello raso, pero la moda fué cun- 
diendo, la práctica tardó muy poco en confirmar la bondad 
de la teoría coleticida del gran Bonaparte, y en la actualidad 
las coletas tan decantadas en otros tiempos son un objeto que 
toda la Europa culta ridiculiza. Porque todo se dobla al im- 
perio de la moda; todo al fin y al cabo lo resuelve el gusto 
de la mayoría. Si casi todos los hombres fuesen jorobados, 
los que hasta ahora han tenido fama de bien formados pare- 
cerían ridículos y se les llamaría contrahechos. Si casi todos 
turíesen un solo ojo en la cara, dos ojos sería una imperfec- 
ción, así como ahora lo son tres. No hay pues que darle 
vueltas. Perfección será el no tener piernas el dia en que 
nos vengamos todos en pasarnos sin ellas. Todo depende del 
hábito de ver las cosas de este ó del otro modo. A nosotros 
nos parecen hermosas las mujeres quo tienen un cutis fino y 
delicado, y en algunos países salvajes se las aplican instru- 



248 

mentos cortantes y cauterios para llenarlas el rostro de cica- 
trices j desigualdades. A los europeos nos parecen bien los 
pendientes colgados del lóbulo de las orejas de las mujeres 
y al efecto se las agujereamos; á los indios les parece bien 
que ostenten sus mujeres una sortea en la nariz y al efecto 
taladran la ternilla que forma el tabique. ¿Y todo por qué? 
Porque á menudo los gustos son hijos de la fuerza de las 
costumbres. Cuando casi nadie tenga piernas , ] cómo nos 
burlaremos de los pocos que las tengan! 

Terminaré este artículo que se va haciendo demasiado 
largo allanando la ultima dificultad que me presentas. 
/ Cuánto padeceriamos si nos cortasefi ¡as piertios! Si estas 
palabras fuesen valederas, en verdad que todos los cirujanos 
serian superfinos, porque ¿cuál es la operación quirúrgica 
que no causa dolores mas ó menos atroces? Pero al practi- 
carse una operación, se comparan los dolores con los resulta- 
dos que por su medio obtienen, y es así como los enfermos 
se sujetan á ella. £1 que tiene un labio ó un pecho cance- 
rado consiente que le corten el labio ó el pecho; el que tiene 
una mano gangrenada consiente que le amputen el brazo; el 
que tiene una muela cariada consiente en quedarse con una 
menos. Lo mismo con mucha mas razón debe aplicarse á las 
piernas. Por cruda y dolorosa que sea su amputación, ¿ quién 
no la sufre gustoso haciéndose cargo de las inmensas ventajas 
que con ella reporta para todo el resto de su vida? Estas 
son razones indestructibles que han de convencer á cualquiera, 
por lo que, lector, repito que llames desde luego al cirujano 
y que sufras con resignación los tormentos que te ocasione su 
roano salvadora. Ármate en seguida de unas piernas de palo, 
cuyas ventajas probaré en mi siguiente artículo, y verás lo 
que es bueno. — 

11. 

Por mas que los optimistas se persiguen escandalizados, es 
necesario convenir en que debemos á la naturaleza muchos 
males y que este mundo está muy lejos de ser el mejor de 
los posibles. Tal vez la Providencia ha tenido á bien hacerle 



249 

tal como nos le encontramos para qne no nos encariñemos 
demasiado con las cosas mundanas y aspiremos con mas ar- 
dor á buscar la felicidad verdadera en un punto distinto del 
que los moradores de la tierra tenemos la desgracia de habi- 
tar. Si no fueron estas las miras de la Proyidencia, habrán 
sido otras ó ninguna; no nos toca á nosotros, débiles morta- 
les , levantar el velo con que ha querido el Supremo Hacedor 
ocultar á nuestras profanas miradas sus incomprensibles mis- 
terios. Pero lo cierto es que á lo que nuestra pobre rason 
alcanza, el universo está plagado de cosas que á nosotros nos 
parecen imperfecciones, aunque según el fin que al formar- 
las se propuso el Creador acaso no lo sean, y deber nuestro 
es corregirlas y perfeccionarlas ya que el mismo Autor de 
todas ellas ha dotado á muchos hombres de deseos y medios 
de conseguirlo. £n esto la voluntad del Omnipotente se ma- 
nifiesta de una manera bien esplícita. Si Dios hubiera que- 
rido que el* mundo permaneciese tal como salió de sus manos 
hasta el dia del juicio final, se hubiera guardado bien de dar 
á los hombres este espíritu de innovación que incesantemente 
altera las uperficie del globo sublunar. £s necesario que con- 
vengamos en que el mundo es no mas que un borrador sin coiv 
regir, un imperfecto bosquejo, una obra á medio hacer y que 
para concluirla la Providencia ha dotado á algunos seres pri- 
vilegiados de un genio fecundo, activo y emprendedor que es 
un verdadero destello de la Divinidad. Reñexiones son estas 
de muchísima importancia y que he creído conveniente hacei^ 
las para que nadie diga que el querer sustituir con piernas 
artificiales las que debemos á la naturaleza, es rebelarse con- 
tra la obra de Dios. Al contrarío, me Consideraría críminal 
á los ojos del Señor si no siguiese en esta ocasión la línea 
de conducta que me parece trazada por su misma mano, si 
por mas tiempo resistiese los filantrópicos impulsos de mi co- 
razón que no son otra cosa que una especie de partes tele- 
gráficos con que Dios me comunica sus órdenes, si por mas 
tiempo en fin dejase de conocer y cumplir la sublime misión 
que la Providencia me ha encargado poniéndome de manifiesto 
los defectos y vicios de que las piernas adolecen y los medios 
que debo revelar á la humanidad para corregirlos completamente. 



250 

Los defectos y vicios de nneetras piernas naturales y lo6 
males sin cnento que las debemos, quedan bien manifestados 
en el artículo anterior, en que probé con argumentos irrecu- 
sables la necesidad de desprendemos de ellas, si queremos de 
una vez para siempre destruir el mas fecundo maiiaiitial de 
nuestras calamidades. En la actualidad no es posible que 
haya uno solo de los que leyeron mi artíeulo precedente tan 
rebelde á la sana tó^ca, ni tan refractario á la razón, que no 
esté coDTencido de que la amputación de las piernas es una 
cosa precisa. Pero las piernas, á pesar de sus defectos, nos 
prestan servicios á que la humanidad entera les debe estar 
agradecida; sus usos son de un interés tan esencial para la 
mayor parte de los actos de nuestra vida relativa, que des- 
terrarlas del mundo sería poner á la humanidad el epitafio. 
No es esto decir que un individuo no pueda pasarse sin pier- 
nas, pero la humanidad entera no podría sin ellas existir. Así 
pues, nada tendría que agradecérseme y sí mucho que recon- 
venírseme por mis doctrinas ; si después de haber demostrado 
la importancia de la amputación de las piernas, no manifes- 
tase los medios de sustituirlas con otra cosa que al mismo 
tiempo que gozase de las ventajas de aquellas, no adoleciese 
de sus defectos. Las piernas de palo, que son el objeto de 
^ste artículo, allanan á mi entender todos los inconvenientes. 

Es una verdad conocida, evidente, confirmada por la au- 
toridad de todos los bienaventurados que, debiendo á una bala 
de cañón, á la mano de un cirujano, ó á cualquiera otra causa 
accidental ó congénita el envidiable privilegio de no tener 
piernas naturales, las han sustituido con otras de palo, que 
estas últimas son inaccesibles á los uñeros, á los callos y á 
los sabañones. ] Uñeros, callos y sabañones ! ; Ahí es un grano 
de anis! Me parece que esta sola circunstancia las reco- 
mienda suficientemente, y que no habría necesidad de otra 
para preferirlas á las de carne y huesos. Tampoca la gota 
ejerce en ellas su funesto influjo. De esta terríble enferme- 
dad que con tanta frecuencia se fija en los pies y que como 
rabiosa demagoga ataca con predilección á la gente de mas 
alto copete, se hallan libres las piernas de los que las llevan 
de palo. [Y cuántas mujeres están opiladas y doróticas y 



251 

• 

sufren un sin fin de enfermedades propias de su sexo que las 
deben á la humedad en los pies! {Cuántos deben á e6ta 
misma causa violentos dolores reumáticos que les hacen odiosa 
la existencia! Pues- bien, la humedad no produce ninguno de 
estos terribles efectos en el que tiene las piernas de palo, 
como que otra de las grandes ventajas de estas piernas es no 
tener pies, y cuenta con que los pies desde tiempo inmemo 
rial por sanos que hayan sido se han considerado como una 
cosa mala. ¿A qué deben la preferencia que sobre todas las 
europeas se han merecido las andaluzas, sino á la pequenez 
de su pié ? ¡ Cuánto mayor pues seria su mérito si ni siquiera 
pies tuviesen! ¿Hay quién ignore que cuando se trata de 
envilecer ó ultrajar á ima persona con frecuencia se la llama 
cuadrúpeda? Si fuesen los pies una cosa digna de aprecio 
con este dictado, se la encomiaría en lugar de ultrajársela. 
Es pues incontestable que en todos los tiempos el vulgo ha 
profesado á los pies una antipatía que debemos considerarla 
justa, porque no hay que darle vueltas: vox populi vox Dei. 
¿Y cómo podría el mundo simpatizar con los pies cuando 
son seguramente lo mas vil de nuestra organización, motivo 
sin duda por el cual ha querido Dios colocarles en la parte 
mas inferior en los animales que los tienen? De sus abiertos 
poros sale á menudo este sudor hediondo que atrepella todos 
los olfatos, que pudre todos los calcetines, que destroza todas 
las botas, que acibara en verano las delicias de las tertulias, 
y cuya supresión da origen á muchas y muy graves enferme- 
dades. Puede decirse que el hombre en quien esta transpi- 
ración es muy abundante, lleva en los pies el sello de repro- 
bación que llevaba Cain en la frente. Entre él y sus semejantes, 
á instancia de todas las narices, se establece un rigoroso cor- 
dón sanitario; la sociedad le rechaza, le asila, le proscribe, 
para él es el mundo entero un lazareto, donde solo y sin comu- 
nicación de ninguna especie se ve obligado á hacer una penosa 
cuarentena que dura al menos tanto como los ardores de la 
canícula; no se le acercan mas que sus herederos y sus acree- 
dores si los tiene , y aun esos mientras dura la entrevista, 
respiran muy de tarde en tarde, y ensanchan la distancia que 
les separa del fétido interlocutor cuanto lo permite la capacidad 



262 

del aposento en que se encuentran. Esto es bochornoso y atroz. 
El sudador, como tenga pizca de vergüenza, y como no sea muy 
inhumanamente egoísta, está privado de ir al teatro, porque 
de otra suerte es seguro que todas las lunetas que se hallen 
comprendidas en el radio de dos varas de la que él ocupe, 
quedarán desiertas desde luego, á no ser que sean los espec- 
tadores bastante magnánimos para pasar toda una función con 
ambas manos aplicadas á las narices. ¡Ay de ellos si des- 
truyen casualmente esta solución de contigüidad establecida 
entre las manos y el órgano olfatorio ! ¡ Ay de ellos si dejan 
un momento abiertas las ventanas de la nariz 1 Este descuido 
puede costarles la vida. Los pestilentes miasmas están en 
acecho, y cuando menos se piensa se introducen como ladro- 
nes hasta el mas recóndito rincón de la pituitaria. Y como 
un sudador de pies no por ser tal ha de ser un Calfgula ó 
un antropófago, es de aquí que nunca va al teatro como no 
pueda tomar solo para él un palco entero, ya que no se le 
consienta tomar todas las localidades del patio ó de la cazuela. 
Yo en verdad tengo en esos desgraciados mucha confianza; 
creo que en obsequio á sí mismos y á sus semejantes serán 
los primeros que reemplazarán con piernas artificiales las 
que sacaron del vientre de su madre, apenas se hayan hecho 
cargo de las razones que alego en este y en mi anterior 
artículo. 

Las pedradas y porrazos en la espinilla que tan vehemen- 
tes dolores ocasionan, tampoco producirían ninguna sensación 
desagradable si las piernas fuesen de palo. Dios sabe con 
esto las dolencias de que nos libraríamos y las visitas de mé- 
dicos de que podríamos prescindir; lo que seria una segunda 
ventaja , porque á los ojos de todo hombre sensato los 
médicos son una segunda enfermedad con frecuencia mas pe- 
ligrosa que la que nos obliga á llamarles. 

Pero no es solo como medida higiénica que aconsejo á mis 
semejantes el uso de las piernas de artificio. La mayor parte 
de los actos que nuestros deseos y necesidades nos obligan á 
ejercer reclaman imperiosamente esta sustitución que sujeto al 
buen criterio de mis lectores. En primer lugar las bellas 
teorías de igualdad de que tanto se ha hablado desde que el 



253 

mundo es mundo j que al cabo todos los hombres pensado- 
res las han abandonado y proscrito como otra de las muchas 
utopias que embellecen los sueños de las poetas, empezarían 
á realizarse por medio de las piernas de palo, al menos con 
respecto á la estatura. £1 ridículo que derraman los satíricos 
sobre los hombres de poca talla, no heriría á nadie absoluta- 
mente. Los enanos, esos infelices á quienes ha condenado su 
mala suerte á no poder participar con los ojos de ningún es- 
pectáculo ni de ninguna diversión que atraiga mucho gentío, 
esos infelices que treinta anos después de haber nacido po- 
drían sin encontrar obstáculo volverse al seno de su madre y 
allí permanecer en estado de feto tan á sus. anchuras como 
en una plaza pública, desaparecerían desde luego de entre 
nosotros; con el auxilio de las piernas todos lograrían agi- 
gantarse y se pondrían al nivel de los mismos á quienes 
ahora solo pueden hablar al oido por medio de una escalera 
de mano. Entonces estos desventurados, que no por ser pe- 
queños dejan de estar hechos como nosotros á la imagen de 
Dios, disfrutarían también de las fiestas públicas, y se conse- 
guiría ademas estinguir las rivalidades sin cuento á que dan 
origen las diferencias de estatura. Por otra parte esta nive- 
lación seria muy ventajosa á la generalidad. Como una vez 
veríficada, á nadie eximiría la diferencia de talla de caer sol- 
dado, porque no habría tal diferencia, la desgracia se repar- 
tiría entre un número mucho mayor de individuos, y el riesgo 
de cada uno en particular sería de consiguiente mucho me- 
nor. ¡Y cuan hermoso pareceria un ejército con piernas de 
palo! El prímer soldado de cada compañía no discreparía 
del último una sola línea, las cabezas de un regimiento for- 
mado en masa presentarían una superficie tan lisa é igual 
como la de un callado estero ó la de un puerto bonancible, 
y las de un regimiento formado en batalla se asemejarían á 
una guarda- raya ó pedestal de boj de un delicioso pensil 
acabado de recortar por la diestra mano del mas hábil jar- 
dinero. I Qué tallas tan gigantescas é imponentes serian en- 
tonces las de nuestros soldados! {Ojalá el gobierno haga 
adoptar pronto al ejército las piernas de palo ya que se trata 
de llevar á cabo la expedición de Marruecos! £1 éxito será 



254 

seguro, creerá el tingitano que tiene que habérselas con nna 
nueva raza de titanes, y de^avorido nos abandonará la vic> 
toria, sin siquiera disputáinosla. 

Todee los hombres, pero mas especialmente los traperos 
y los mendigos contra quienes los perros han concebido nn 
odio tan profundo que al parecer se Ta dilatando de genera- 
ción en generación, reportarian de las piernas de palo gran- 
des beneficios. Podrían entonces reirse de los ladridos ame- 
nazadores del mas espantoso alano, y cebar impasibles la vo- 
racidad de la fiera dándole á roer la pierna luego que inten- 
tase el animal pasar á vias de hecho. Como el perro no 
mordiese mas que la pierna, es seguro que ningún daño cau- 
saría á su pretendida víctima aunque estuviese atacado de 
hidrofobia. 

Ni serian menores las ventajas que de las piernas de palo 
reportaría el peregrino. Sin lastimarse los pies recorrería 
los mas dilatados desiertos, podría sin necesidad de alparga- 
tas ni sandalias caminar entre zarzas y abrojos; ni tendría 
jamas que sentarse al pié de una oasis ó de una antigua esfinge 
por impedirle seguir su camino la arena interpuesta entre su 
calzado y sus pies. Si quisiera hacer uso de unas piernas 
muy largas, de un solo paso cruzaría los rios mas caudalo- 
sos, ó de otra suerte podría vadearlos sin sentir ninguno de 
los fatales efectos que produce la humedad en la máquina animal. 

Los vejigatoríos, los sinapismos, el torvisco, en una pala- 
bra, todos los medicamentos que designa el arte con el nom- 
bre de epispásticos, aplicados á las piernas de palo no cau- 
sarían tampoco ninguno de los dolorosos resultados que 
tanto molestan á los enfermos. Ni la potasa cáustica, ni el 
mismo cauterio actual harían prorumpir al paciente en un ay 
que revelase sus dolores. 

Para viajar en diligencia nada hay seguramente mas in- 
cómodo que las piernas que en la actualidad usamos. Las 
de palo son levadizas; pueden colgarse mientras uno viaja lo 
mismo que el paraguas ó la sombrerera, procurando tenerlas 
á mano para todos los casos en que sea preciso apearse. Y no es 
solo el bienestar del individuo, sino la sana moral la que reclama 
imperiosamente que para viajar en diligencia se sustituyan las 



255 

piernas naturales con piernas de artificio. ¿Hay cosa que 
ponga mas en peligro la castidad de una mi\¡er, que el largo 
y forzoso contacto de sus rodillas con las de otro individuo 
del sexo feo? Muchas derrotas debe á este roce el honor de 
los maridos y de los padres de familia. 

Algunos me objetarán diciéndome que las piernas de pA 
ofrecen también graves inconvenientes sotare tMk» para la ma- 
rinería que no podria encaramne e&ñ ellas donde lo recla- 
man las maniobras. 

Este argumoto muy forte en apariencia es realmente muy 
üótü. Los marineros para llegar aunque fuese al tope de un 
navio no necesitarían moverse de la cubierta procurándose 
unas piernas de palo que podrian ser tan largas como el palo 
mayor, y si este método no pareciese el mas oportuno ¿no po- 
drian hacerse con unas piernas especiales distintas de las de 
la gente de la tierra que fuesen ahorquilladas y rematasen en 
una especie de dedos como las patas de las gallinas? Esas 
hendiduras se amoldarían perfectamente á los flechastes y de- 
mas cuerdas de la jarcia, y harían tal vez las piernas de palo 
mucho mas propias al efecto que las que ahora se gastan. 

¡Quién lo diría! Hasta para los bailes de máscara son las 
piernas de palo de una utilidad inmensa. Me hace pensar 
en esto un caso horrible que se me refíríó y que usándose 
las piernas de palo no hubiera seguramente tenido lugar. Ha- 
bla en no sé qué ciudad una señora hermosísima que por su 
desgracia era la mas alta de todas las ciudadanas. Ocurrió- 
sele ir á un baile de máscaras sin consentimiento de su ma- 
rído. Este, que era celoso como un gato, no hallándola en 
casa á la hora regular, adivinó la treta y se fué inmediata- 
mente al baile con el objeto de encontrarla. En vano se ha- 
bía la infeliz disfrazado lo mejor que pudo para no ser de 
nadie conocida: su estatura la hizo traición y la descubrió al 
celoso marido en el momento en que se hallaba la infeliz chi- 
chisveando con una máscara que no era de su sexo. Creyóse 
el esposo ofendido y no pudo reprímir su cólera; todos los. 
concurrentes se alarmaron; oyeron dos tiros, y bien pronto 
aquel lugar de recreo presentó manchas de sangre. Se saca- 
ron dos cadáveres. El uno era el^de la esposa, el otro el 



256 

dei mando. Este arrebato cruel redijo á la miseria á tres 
hijos de los desgraciados esposos. Si se hubiesen usado pier- 
nas de palo ¿hubiera sucedido esta catástrofe? ¿Hubiera la 
estatura revelado la realidad al iracondo marido? No liemos 
de suponer tan poca previsión en las mujeres. La desdichada 
de que me ocupo no queriendo ser conocida hubiera tenido 
buen cuidado en armarse para el baile de uuas piernas me- 
nores que la de costumbre, y hubiera conseguido el objeto. 
¿ Qué responderán á esto mis adversarios ? 

Si este articulo no se hiciese demasiado largo, manifesta- 
ría muchísimos otros inconvenientes que solo las piernas de 
palo pueden allanar. Pero creo que las ventajas mencionadas 
bastan para reducir á la razón al mas obstinado piemófilo, y 
dejo por tanto que la práctica universal revele las que yo he 
pasado en silencio. Sin embargo no me es hcito concluir mi 
tarea sin antes hacer observar á las naciones civilizadas los 
inmensos recursos y eficaces medidas que de las piernas de 
palo podría derivar un gobierno protector para sostener el 
orden, garantir la seguridad individual y aumentar conside- 
rablemente las riquezas del tesoro. £s innegable que cuanto 
mayores son las piernas tanto mas largos son los pasos, y 
que la estension de estos no es una cosa indiferente para la 
velocidad de la marcha. Conocido esto, podría el gobierno 
establecer uní medida de piernas general para todos los in- 
dividuos, no permitiendo á nadie traspasar el máximum esta- 
blecido sin una autorización previa que solo debería obtenerse 
mediante una retribuciou, como se hace con las licencias de 
caza. Dios sabe con esto cuan grandes serían entonces los 
ingresos en las arcas públicas. La autorización de piernas 
que escediesen á la marca, no debería concederse jamas i 
hombres de sospechosa conducta ó poco amigos de la situa- 
ción. Disponiendo al mismo tiempo que los individuos del 
ejército y los agentes de segurídad pública hiciesen uso de 
piernas mucho mayores que el resto de los ciudadanos, al me- 
nor síntoma de alarma podrían caer numerosas fuerzas enci- 
ma de la población disidente, y de este modo en un santia- 
mén se ahogarían las revueltas. No veríamos entonces como 
ahora un malhechor á menudo mas ágil que un hombre de 



257 

bien. No se buiiarían los bandidos de sus perseguidores, y 
muy pronto la facción del Maestrazgo sabría lo que es bueno. 

Las piernas de palo son de quita y pon, y de esta cir- 
cunstancia sacarla inmensas ventajas un jefe militar, pues 
cuando querría sostener un punto á todo trance mandarla re- 
coger las piernas de todos los soldados y de este modo evi- 
tarla con seguridad la deserción, la dispersión y la fuga. 
Por otra parte el número de bajas en tiempo de guerra seria 
muchísimo menor; las herídas de piernas á nadie obligarían 
á pasar á un hospital de sangre, y teniendo piernas de re- 
puesto en los carros de los bagajes, sobre el mismo campo 
de batalla podrían los heridos hacerse con una pierna nueva. 
¿Te parece, lector, pequeña esta ventaja? 

No es pequeña esta ni ninguna de las otras que he men- 
cionado. A pesar de todo tengo un triste presentimiento. 
Para que este articulo produjese los resultados que mi filan- 
tropía me hace desear, sería necesario que los españoles tu- 
ríesen mas patriotismo, ó que fuesen los estranjeros menos 
escluslvistas. Basta que el pensamiento de sustituir las pier- 
nas naturales con las de artificio, haya sido concebido por la 
cabeza de un español para que mis compatríotas le desechen 
y los estranjeros no le adopten en la práctica. Apuesto que 
ni se crea una cruz especial para premiar los esfuerzos de 
mi genio, ni tampoco se me confiere niuguna de las creadas. 
¿Pero qué importa? ¿Dejará por esto de ser grande el mé- 
rito que con esta teoría he contraído? Si la generación 
actual no me hace justicia, acaso sean menos inicuas las ve- 
nideras y ¡dichoso yo si algún día consagran lágrímas á mi 
memoria y flores á mi tumba algunos hombres agradecidos 
que se acerquen con piernas de palo á mi última morada! 

A. RiBOT Y FONTSERÉ. 



Herrxann. 17 



258 

UN HOMBRE CELEBRE. 

En otros países un hombre célebre es uu monumento pre- 
doso, es una joya que los estrai^eros buscan con avidez, y 
los convecinos señalan con el dedo en todas partes, como di- 
ciendo: tengo la satisfacción de conocer á fulano ó mengano 
ó perencejo, literato consumado , artista notable ó aunque sea 
picapedrero con tal que su mérito sea sobresaliente; porque 
el orgullo de conocer y mas bien de hablar, y mejor de ser 
amigo de una notabilidad, se tiene en tanto casi como el x>ar- 
ticipar de su genio ó de su habilidad; así como el haber vi- 
sitado la Grecia, la Rusia y la Turquía parece que le coloca 
á un hombre á la altura de los Demóstenes y de los Aristó- 
teles en talento, ó de los Mahumades y los Nicolases en do- 
minio. De ahí nacen todas las fanfarronadas y meutirotas de 
los que viajan mucho y también de los que viajan poeo, 
cuando hablan con los que no hemos viajado nada. El que 
ha pisado los umbrales de Paris, mas que de Roger Bauboir 
habla de liamartine, mas que de Lamartine del mariscal Souit, 
mas que del mariscal Soult de la familia Orleans y ni ha 
visto á Luis Felipe, ni á Soult, ni al poeta Lamartine, ni al 
borracho de Bauboir, ni ha salido de una mala fonda situada 
en el rincón mas olvidado de la capital. Hombre hay en 
Madrid que me ha dicho á mí muy serio (delante de testigos) 
que ha comido con el lord Wellington y el príncipe Ta- 
lleyrand; que en el piso segundo de su casa vivia Meyerbeer, 
en el bajo Rossini, enfrente Rubini y tenia á Bellini por 
compañero de posada. Milagro es que no añadió que Strauss 
le servia el chocolate y que Víctor Hugo le limpiaba las 
bot^s. 

Nada de esto me sorprende cuando recuerdo la idea 
monstruosa que yo tenia de Madrid por las noticias que en 
mi lugar me daban. Tanto me exageraban la longitud de las 
calles, que creía yo que para andarlas de punta á punta era 
menester ir en posta y echar merienda para dos ó tres meses. 
La riqueza de los edificios que me pintaban me hacia creer, 
si en las minas de Almagrera habrían sacado, entre otras 
vetas, una corte de oro y brillantes. Los barrios bajos, al 



259 

contrario, me los pintaron tan melancólicos y oscuros que 
parecía necesario para visitarlos una linterno de gas á las 
doce del dia, y gracias si se escapaba con bien de las tram- 
pas y lazos de que los judíos malhechores tenian inundado 
el piso. En suma, la parte mala de Madrid me daba á mí 
una idea exacta del infierno, y en todo lo demás pensaba en- 
contrarme con una ciudad de Jauja. 

Pero lo que yo tenia gana de ver, como suele decirse i>or 
mis propios ojos, eran esas notabilidades políticas, científicas, 
literarias y artísticas, cuyos nombres habia estendido hasta 
el rincón de la última aldea la trompeta de la fama. Los 
Esparteros y los López, los Varas y los Listos, los Espron- 
cedas y los Zorrillas, los Madrazos y los Esquíveles, los Sal- 
donis y los Sorianos eran nombres que por distinto lado me 
hacían cosquillas en el tímpano y deseaba de todas veras 
echarles la vista encima, para saber si eran imágenes angé- 
licas ó tenian figura corporal como nosotros. Tal era la idea 
gigantesca que yo traia de las personas célebres, cuando atra- 
vesando una de las calles principales de la corte on com- 
pañía de un amigo antiguo que ya estaba mas instruido que 
yo en las cosas de Madrid ; mira, dyo apuntando con el dedo, 
allí en frente tenemos un hombre célebre. Ni una liebre 
cuando siente las pisadas del galgo que corra tanto como yo 
á satisfacer mi anhelo mas vehemente; pero ¡cosa singular! 
aquel hombre estraordinario en nada se diferenciaba de los 
demás hombres: tenia dos ojos en la cara, las cejas sobre 
los ojos, la frente sobre las cejas, el pelo sobre la frente; la 
misma nariz, los mismos brazos, todo, todo idéntico al sa- 
cristán de cualquier pueblo si le daba la gana de vestir sobre- 
pelliz ó al mayoral de una diligencia si se ponia sombrero 
calañes y chaqueta de alamares. Descubría yo no obstante 
ese aire de gravedad y orgullo que da la ciencia, y decia 
para mí: este hombre se conoce que frecuenta bastante las 
sociedades de buen tono y que gasta pocas palabras, y efecti- 
vamente partí de allí sin verle despegar los labios. La ne- 
cesidad de vestirme á la usanza madrileña nos obligó á en- 
trar en una tienda de mala muerte que habia en una calle 
inmediata: estábamos en si habia de ser el real ó los ocho 

17* 



260 

cuartos, cuando dándome la ocurrencia de volver la cara, 
encuentro á nuestro hombre célebre arrinconado como chico 
delincuente demandando perdón á sus superiores. Iba yo á 
darle un abrazo de amistad; pero me lo impidió el mozo de 
la tienda que limpiándose las sudosas manos en la cara de 
tan respetable individuo, le arrojó al suelo despiadadamente. 
Compré mis géneros y me salí de aquella casa horrorizado 
de la bestialidad del mozo y de la cobardía del hombre cé- 
lebre. 

Meditaba yo profundamente en mis soledades en la suso- 
dicha escena, y mas me maravillaba recordando que de estas 
personas célebres me habían encarecido tanto la intrepidez 
que al que no juzgaba un matón, le tenia por un espadachín. 
Hay muchos valientes en la corte, según he visto después, 
que buscan lances de probabilidades ventajosas, rompen un 
brazo ó la cabeza á dos ó tres barbilampiños y quedan 
asegurados de incendios para lo sucesivo: porque nadie les 
dice esta boca es mia creyéndolos unos Bernardos del Carpió 
nada menos. No hay cosa mas cierta que el refrán: cobra 
buena fama y échate á dormir. Pero volviendo á mi negocio, 
han de saber ustedes que yo tenia todos los vicios del mundo, 
pudiéndoseme muy bien aplicar aquella redondilla de Salas: 

Aquí yace un currutaco 
que jamas se llegó á ver 
sin dinero, sin mujer, 
sin naipes y sin tabaco. 

Dióme efectivamente la humorada de visitar los lugares 
menos santos y que por esta razón son los mas concurridos 
de la gente vagabunda. Los hombres célebres, ,decia yo, comen 
en la fonda y beben en el café; yo no soy célebre ni tengo 
esperanza de serlo, con que bien puedo hacer lo uno y lo 
otro en la taberna; y con la desvergüenza que ustedes pue- 
den imaginarse me colé en la del Pelado que está en la pla- 
zuela de Santa Ana, pedí una chuleta asada y me la trajeron 
cruda, pan de flor, y me lo sirvieron del color de mi tez, es 
decir negro muy subido. Pedí por último vino puro, y me 
lo dieron mas aguado que el primer profesor de guitarra 



261 

de nuestros dias que es otra de las notabilidades españolas. 
¡Si me viera un hombre celebre en estos trapicheos, cómo se 
lamentaría y filosofaría sobre la degradación de la especie 
humana! esclamaba yo chupando el ya descarnado hueso de 
la chuleta. Pero dame la tentación de mirar detras de mi 
como reprendiéndome de haber hablado tan fuerte sin acor- 
darme de que las paredes oyen, y ¡oh virgen de Cobadonga! 
el hombre celebre, de la calle y de la tienda que ya referí 
á ustedes, espiaba todas mis acciones. Miraba si comia, si 
bebia, si andaba; á todas partes acechaba el centinela vigi- 
lante cuya aparícion en la taberna pegaba tan bien como si 
Mahoma se presentara el dia del juicio á los cristianos. ¡Un 
hombre celebre en la taberna! ¡y luego se desatarán en máxi- 
mas morales si escriben comedias ó esplican en alguna cá- 
tedra ó dan alocuciones al público! Lo mismo hacian los 
frailes; se esforzaban en el pulpito contra la relajación de 
las buenas costumbres, y eran unos cógelas al vuelo y máta- 
las callando de primera tijera ; pero ellos decian lo que dirán 
los moralistas de ahora: «haz lo que yo te mando, y no lo 
que yo hago.« 

Las niñas han sido siempre mi ojo derecho, y también 
mi ojo izquierdo; que, vive Dios, si por algo quiero á mis 
ojos es porque tienen niñas. No soy yo de los que hacen 
versos tan sentenciosamente frivolos como el que d\jo: 

Tabaco . vino y mujer 
echan al hombre á perder. 

No señor, aunque sean peores, aunque carezcan de rima, 
aunque sean media legua mas largos ó mas cortos, quiero 
decir mejor: 

según el refrán antiguo 

que sigue al pie de la lelra ; 

tabaco, vino y mujer 

sacan á mayo florido y hermoso. 

Con estos principios sentados nadie se sorprenderá de qué 
en la taberna del Pelado hallase alguna de esas deidades 
condescendientes, tan accesibles al amor de los paletos como 



262 

al de los üsias y Eseelencias; ni dudarán que admitiese un 
obsequio mió previo el ¿usted gusta? y como todo en el 
mundo tiene su correspondencia, no es inconcebible que ella 
me brindase su casa y que yo no me anduviese en clfiquitas, 
pudiendo andar con chiquotas. Así sucedió para que ustedes 
lo sepan, y al poco rato me hallaba muy posesionado de uno 
de esos hospitales de sanos incurables, inclusas de niñas con 
barbas, inquisiciones de vengan tormentos y paraísos de mea 
culpa. ¡Ahí decía yo mas que satisfecho de mi se^ridad; 
aquí no vendrá ese fatal hombre célebre que me persigue 
tanto; ¡María! ¡María! proseguí abriendo de par en par la 
puerta del gabinete, y !0h desesperación! ¡oh añiccion! ¡oh 
maldición ! j oh todas las palabras acabadas en on ! frente por 
frente á la puerta estaba el hombre celebre y lo que es mas 
sensible, estaba al lado de mi ingrata María, de quien me 
despedí con los modales bruscos dignos de su clase y de sus 
malas acciones. No hay remedio, iba yo murmurando por la 
calle, esos hombres celebres tienen pacto con el demonio y 
por eso hacen cosas superiores á las inteligencias comunes. 
Como que hubiera yo querido hallar á Satanás para entrar 
en tratos y hacerme notabilidad á costa de la salvación 
eterna, y si es que no vi al demonio, por lo menos creo que 
me tentó para lanzarme desde aUí en una casa de juego 
donde se batía el cobre, como se pueden batir yemas en una 
confitería, y cataratas en el hospital general. Ochenta y cinco 
cuartos que hacen medio duro ó sean los ochenta y cinco 
cuartos, puse á una sota que tuvo por conveniente chasque- 
arme, como todas acostumbran. Cuando mas fiaba en la tal 
sota vino á darme un par de coces con el rey de bastos; 
para que se vea que no son solo los caballos los que tiran 
coces. Tan cargado me hallaba yo del hombre celebre que 
le hubiera creído autor de todas mis desgracias sino estu- 
viera persuadido de que los hombres celebres no deben ir á 
las casas de juego; porque, como llevo dicho, los grandes ta- 
lentos deben ser la norma de las virtudes grandes y es im- 
posible que la moralidad se beba en la fuente de los vicios. 
Esto se observa en otras partes: entre nosotros por el con- 
trarío basta ser estravagante en las costumbres, insolente en 



'263 

el trato, beber muchas copas de rom y jugar la vida al monte, 
para pasar per hombres de pro y moralistas, con solo pu- 
blicar despites en prosa ó en verso cuatro de esas vulgari- 
áadei^y sentenciólas que tienen olvidadas los mozos de cor- 
del. Yo no sé si nuestro hambre célebre tendría lances de 
moralista; lo que sé únicamente es que observando al grupo 
de la mesa de juego, allí me lo encontré tan peripuesto y 
pintiparado que no habia mas que ver. Admiróme mas que 
todo el que cada uno que perdía me lo sacudiese un sopapo 
de aquellos que retumban, y que él se aguantase sin decir lo 
mas mínimo de tan malos tratamientos. Este hombre, dije 
yo á los demás, en todas las casas de prostitución se le ve; 
debe ser modelo de corrupción y de inmoralidad. Este hombre, 
me respondió uno de los oyentes, es universal; lo mismo se 
le halla en los círculos bajos que en los altos círculos. En 
las tabernas está bien visto, en las sociedades de etiqueta es 
casi necesario, y yo le aseguro á usted que sin su compañía 
no saldré á la puerta de la calle. — Cada palabra de estotro 
hombre me sorprendía mas, y mientras él hurgaba los bol- 
sillos para buscar no sé que documento justificativo, yo le 
conté como la primera vez que vi al hombre célebre fué en 
la calle retratado en una estampería, que después le vi retra- 
tado en un pañuelo en la tienda de que he hablado á ustedes ; 
en retrato le vi en la taberna, retratado estaba en casa de 
aquella ciudadana que acompañé rendido, y como hasta en 
los hules se hacen ahora retratos de hombres célebres, retra- 
tado estaba también en el tapete de la mesa de juego. Fal- 
tábame solo que su apasionado me esplicase el sentido de 
sus palabras enigmáticas; pero este sacando las manos 
del bolsillo del gabán me ofreció un cigarro de los muchos 
que tenia en una lindísima petaca en cuya tapa estaba tam- 
bién el retrato de aquella notabilidad. 

A este tiempo pasaba una fosforera cantando como todo 
Madrid estará cansado de oir: 

»Yo llevo en este cajón 
á [a fama y á Cervantes 
T fósforos fulminantes 
de cerilla y de cartón. a 



264 

Efectivamente hasta en los librítos de filmar habrán uste- 
des yisto hombres célebres estranjeros y nacionales, antiguos 
y contemporáneos tan perfectamente retratados que sin hacer 
con ellos lo que con la levita del Toledano, que quérittido 
darse á conocer por ella, cuentan que el sastre le puso un 
letrero en la espalda que decia: el señor es de Toledo j lo 
cual no advertido por él, le causó gran sorpresa al ver que 
todo el mundo que pasaba por su lado repetía: el señor es 
de Toledo. £s decir que si debajo de los retratos no dijera 
Cervantes y Napoleón etc. se iría uno tan satisfecho de que 
lo que habia visto era algún lobo ó alguna cigüeña, verifi- 
cándose casi aquello del epigrama que un servidor de uste- 
des hizo en otro tiempo. 

Un escultor no afamado 
pero de genio travieso 
hizo un San Antón de veso 
poniendo su cerdo al lado. 

Y entrambos en un renglón 
esplicü prudente y cuerdo, 
cual de los dos era el cerdo 
y cual de ellos San Antón. 

Lo cierto es que á la fosforera me dieron ganas de darla 
un bastonazo; pero esto lo dejé para otra clase de gentes. 
Cuando sea necesario dar una severa lección á algún poeta 
chirle como dice Quevedo, pienso aplastarle los hocicos con 
la cabeza de mi bastón que para que ustedes lo sepan es la 
de Cervantes. Con eso no seré yo quien se la dé y no se 
dirá que la cabeza que digo sea incompetente en materias 
literarias. 

Por mi parte si en algún tiempo tuve deseos de adquirir 
celebridad, ahora pondré todos los medios para no conse- 
guirla siquiera por no verme tantas veces en caricatura. £n 
unas partes le ponen á uno mofletes de monja boba, en otras 
sumamente chupado; ora narigudo siendo romo, ora romo 
siendo narigudo : ya serio como un senador, ya risueño como 
un tonto de Coria. ¡Qué demonio! buena ó mala bien está 
cada uno con su fealdad, y no le hagan veinte caras feas al 



265 

qae solo tíene una que no es poca belleza en estos tiempos 
en qoe el que menos es hombre de dos caras. 

JuAií Martínez Villero as. 



MODAS. 

Traje de baile. La sencillez es hija del buen gusto, así 
es que toda suerte de perifollos están desterrados de la alta 
sociedad. El peinado consiste en dos lindos moños atados 
con una liga de Albacete en la que se lee: 

Quejas da mi corazón, 
suspiros solo por verte , 
y mis ojos por tu amor 
se deshacen á quererle. 

£1 trípili es el baile de gran tono. Al presentarse á 
bailar, |las señoras se aligeran de ropa, se quitan el corsé y 
quedan solo en enaguas para poder ejecutar los pasos con 
mas gracia y desemboltura. 

Los caballeros usan una gorríta de paño oscuro, peluca 
de cáñamo con coleta, levita corta de muselina rayada, calzón 
negro de seda, medias amarillas, zapatos verdes, y guantes 
de papel de estraza. 

Traje de lluvia. Gorríta, frac abrochado, pantalón igus- 
tado y botitas rusas, todo de hule para que no penetre la 
humedad. No se estilan ya paraguas; pero conforme aprieta 
el chuvasco se corre mas ó menos según los bríos de cada 
elegante. 

Traje de paseo nocturno. Para señoras: mantón con ca- 
pucha de barragan. Vestido abierto de lienzo orudo guarne- 
cido de pieles de conejo, otro debsgo de damasco carmesí y 
el rídículo de vejiga charolada, con provisión de pan y queso. 

Para caballeros : sombreríto de suela, casacon á la antigua 
de tafetán inglés, chaleco de raso con higos secos por bo- 
tones, banda y bastón de tambor mayor, calzón corto de 



266 

estambre, medias de terciopelo azul, zapatos de grana con 
evillas de barro, y espadín de caña sobre el muslo derecho^ 
porque los elegantes, ó no se baten ó lo hacen con la zurda. 
Es indispensable el manguito para preservarse del sereno. 
El paseo mas de moda para estos elegantes es el de la plaza 
de Oriente conocido con el nombre de Paseo de las tinieblati. 

A 



EL MÁXIMO Y EL MÍNIMO. 

I. 

Es en todas partes inmenso el número de hombres estra- 
vagantes, y aun seria fácil probar que no hay ningún hombre 
que estravagante no sea. Todo en este mundo son estrava- 
gancias, y á menudo lo son hasta los crímenes, hasta las vir- 
tudes. £1 heroísmo no es mas que una estravagancia ó que 
una serie de estravagancias muy ruidosas ó de mucho calibre, 
de suerte que el que mira con ojos filosóficos al loco de Cer- 
vantes, ve en sus hechos la personificación del heroísmo de 
todos los tiempos. Héroe y loco son sinónimos, y de aquí es 
que con uno ú otro de estos dictados se designa á todos los 
hombres que tienen grandes pretensiones, y que se sienten 
con ánimo de acometer grandes empresas. £1 resultado de 
sus actos es únicamente quien legítima esta ó la otra califi- 
cación, haciéndoles acreedores á una corona de laurel ó á 
una casa de orates. Y como la vida del hombre es un con- 
junto de actos diferentes que no todos tienen un resultado 
propicio, es raro el héroe que no merezca á la vez el título 
de loco, y rara la biografía de personajes célebres en que no 
resalten muchas y muy grandes estravagancias. Napoleón, 
aun prescindiendo de las calaveradas de su juventud y de la 
obstinación en guiarse por los consejos de Talleyrand, que él 
mismo conocía que tarde ó temprano habían de ocasionar su 
ruina, fué un héroe en Austerlitz y en Marengo, pero faé un 
loco de atar haciendo con su ejército imipcion en Moscou, 



267 

y mas loco todavía tratando á los españoles á baqueta, con 
el carítatíTO objeto sin duda de acostumbrarnos á los buenos 
tratamientos que previo habíamos de esperimentar en lo su- 
cesivo. ¿Y puede haber locura comparable á la de Colon, 
que porque se le puso en la cabeza que allende el Océano 
habla un Nuevo Mundo, se le antojó irle á buscar, como quien 
va á buscar un real de vellón en una inmensa playa, porque 
se le ha ocurrido que en una inmensa playa puede haber un 
real de vellón ? Si sus tentativas hubiesen salido infructuosas, 
friolera es el ridiculo que hubiera caido sobre la famosa 
reina que tripuló tres carabelas para que se llevase á cabo 
la espedicion del que ahora llaman un héroe y entonces hu- 
bieran llamado un loco. ¿Y qué diremos de Hernán Cortés? 
¿Podía ocurrirsele mas que á un héroe ó que á un loco, a- 
bordar á un país desconocido con un puñado de héroes ó de 
locos como él, y luego destruir sus propias naves para inha- 
bilitarse los medios de una retirada que no sabia si habla de 
serle forzosa? Esto fué un gran golpe no tiene duda, ftié un 
pensansiento que acredita el genio del que le concibió, fué 
una proeza que basta por sí sola á inscribir el nombre del 
valiente que la hizo en el catálogo de los héroes, ¿pero quién 
desconoce que fué también nna estravagantísima barbaridad? 
¿Y el señor don Pelayo? iqué otro bárbaro 1 ¿Pues no le 
pasó por las mientes al hijo de Favila hablar recio al po- 
deroso moro, porque quería hacer cosquillas á su hermanlta? 
Vuelva ahora por acá el señor don Pelayo y diga una pala- 
bra descompasada á cualquier mandarín moro ó crístíano, 
pues de todos los tenemos en España, eche temos a las bar- 
bas de una autorídad porque haga cocos, no digo á su her- 
mana, sino á su misma mujer en persona, y el diablo me 
lleve en cuerpo y alma si en cuerpo y alma no se lo llevan 
á él á la cárcel antes de haber yo concluido este artículo. Y 
todo el mundo dirá: »bien merecido lo tiene; (si es un loco !« 
Y dirá bien. Se conoce que los moros que mandaban en 
aquellos tiempos en España eran mas flemáticos que los de 
ahora. 

Haciéndose cargo de cuanto llevo escríto como por via de 
introito, á nadie debe admirar que un país tan fecundo en 



268 

héroes y hombres de genio como la patria de Nelson, de 
Newton y de Byron, lo sea también en hombres estravagantes. 
En efecto, de ningún hijo de Adán se cuentan las rarezas y 
caprichos que de los nacidos en Inglaterra. A cada paso se 
encuentran en el otro lado del canal de la Mancha filósofos 
estrafalarios que no tienen donde caerse muertos, y que here- 
dando de pronto y sin pensarlo inmensos bienes de fortuna, 
en lugar de darse una vida de sibaritas, se mandan construir 
una goleta ó un brick, se embarcan desde luego y sin saber 
á donde van, sin rumbo fijo ni dirección proyectada, se entre- 
gan á la voluntad del viento, se echan al cuerpo media do- 
cena de botellas de rom, se acurrucan en un camarote, con- 
funden con el de las olas el ronquido de sus narices, y no 
se acuerdan de dispertarse hasta que estrellándose el buque 
en un bajío, la humedad del Océano les advierte que es ya 
hora de pensar en no dormir. De un inglés sé yo que era 
mas pobre que un subteniente español retirado, y mas codi- 
cioso que un ropavejero; si un dia lograba recoger dos cuar- 
tos, guardaba uno y medio para lo que pudiese tronar, y con 
el ochavo restante procuraba satisfacer todas sus necesidades. 
Ayudado de un halHlisimo perro de Terranova, á quien quería 
como á un hermano, salvó la vida á la hija de un lord que 
se zambulló en el Támesis, y diez años después, cuando ni 
siquiera se acordaba de su generosa acción, recibió del padre 
de la hija del lord (que todo el mundo conoce que había de 
ser el mismo lord) un legado de doscientas mil libras ester- 
linas. No produjo en el ánimo del libertador esta fausta no- 
ticia ninguna alteración que se descubriese en la alegría de 
su semblante; al dia siguiente fueron todos sus deudos á 
darle la enhorabuena, y ¡cuál fué su sorpresa al verle en 
el suelo anegado en su propia sangre! A medio paso de 
donde él se hallaba se encontró una carta concebida en los 
siguientes términos: »A nadie se acuse de mi muerte, ni á 
mi mala fortuna tampoco. Yo era feliz en el acto de suici- 
darme; tenia salud y dinero. Sin embargo, rae ha dado la 
gana de matarme, en primer lugar porque me ha dado la 
gana, y en segundo lugar porque yo deseaba desde niño un 
capital de den mil libras esterlinas, y me he encontrado conr 



269 

cien mil mas de las que deseaba. Dejo la mitad de mis 
bienes á mi perro de Terranova, para que se invierta en 
atún que le gusta muchísimo, y la otra mitad al que tenga á 
bien encargarse de comprar el atún para mi perro. Firmado. 
— Grey. « 

£s inútil decir que cuantos tuvieron noticia de la última 
voluntad del difunto, quisieron encargarse de darla cumpli- 
miento, sin mas filantropía que recoger la recompensa. En 
cuanto al perro, que se hallaba allí presente cuando se leyó 
la carta de su amo, que tan directamente le atania, no dio 
la mas mínima muestra de regocijo. Esta indiferencia del 
perro llamó mucho la atención en Londres, y movió bastante 
ruido, sobre todo en la Bolsa. £1 testamento del difunto 
quedó invalidado, y se dispuso para evitar dimes y diretes, 
que las doscientas mil libras esterlinas regresasen á las arcas 
del noble lord. P^ste, que se vio de nuevo con unos fondos 
de que se habia despedido para siempre, quiso emplearles 
en satisfacer un capricho que en todo el reino unido le dio 
fama de travieso y de calaüista. Apostó á un opulentísimo 
comerciante que no vendería trescientas libras esterlinas dán- 
dolas á sueldo cada una, aunque al efecto se colocase por 
espacio de seis horas en una de los puntos mas concurridos 
de la capital. Esta proposición alucinó al comerciante, como 
hubiera alucinado á cualquiera, y admitió la apuesta, que era 
nada menos que de doscientas mil libras esterlinas, profun- 
damente convencido de que le era imposible perder. Era un 
dia festivo, dia de corte, dia en que era inmensa la concur- 
rencia que dirigiéndose á San James, atravesaba el Támesis 
por el puente de Westminster. El comerciante y el lord se 
sentaron á un lado del puente, poniéndose delante abierta 
una grandísima arca llena de libras esterlinas. »A sueldo 
libras esterlinas, á sueldo « decia el comerciante á voz en 
grito, y el lord á su lado no hacia mas que reir. Estas eran 
las condiciones estipuladas. Ni al lord le era tícito otra cosa 
que reírse, ni podía el comerciante decir otras palabras que 
»á sueldo libras esterlinas, á sueldo.» La gente pasaba y 
decia: «¡qué estafa! ¡válgame Dios qué estafa! Libras ester- 
linas á sueldo ¿qué tal serán ellas?» E! comerciante estaba 



270 

desesperado. Mas de un trAnsemite cogió mía de las libras 
esterlinas, y la miró y remiró , pero luego advirtiendo las 
risas que el lord afectaba no poder contener, soltaba la mo* 
neda diciendo : » Están bien imitadas , pero á mí no me la 
pega nadie. « »A sueldo libras esterlinas, á sueldo « gritaba 
sin cesar el comerciante, y cnanto mas se esforzaba en repetir 
estas palabras, mas manifiesto creia el público ver el engaño 
con que se trataba de escurrirle las faldriqueras. Así per- 
manecieron desde las nueve de la mañana hasta las tres de 
la tarde, el lord riendo y el comerciante gritando. El resul- 
tado fué perder el último la apuesta. Solo dos libras ester- 
linas se vendieron, y aun estas las compró un estudiante per- 
suadido de que eran falsas, pero con la confianza de darlas 
curso en un lupanar ó en un garito. Luego que vio que se 
las admitían, volvió á todo escape al puente de Westminster 
para hacer nueva provisión, pero llegó tarde; el lord y el 
comerciante habían ya desaparecido. No sorprendió esto al 
estudiante, porque conoció que tan buena y tan barata mer- 
cadería debia haberse despachado en un momento; pero sintió 
en el alma haber dejado pasar la ocasión en que á, poca costa 
podía haberse hecho todo un hombre. ¿Pero qué son todos 
esos estravagantes comparados con Thompson y con Kinster, 
médicos ambos que florecieron en Cantorbery á mediados del 
siglo pasado? El primero era el hombre del mas, el segundo 
el hombre del menos; aquel no conocía en aritmética mas 
reglas que la de sumar y multiplicar, este no conocía otras 
que las de restar y partir; Thompson en todas partes veía 
poca existencia, poco ser; todo le parecía pequeño, todo 
simple, todo reducido, y era en esto como en todo el antípoda 
de Kinster, que buscando en todas partes la simplicidad, y 
creyendo que la existencia es el mayor mal de los males, trataba 
de reducirlo todo á lo mas indispensable, alo mas justo, á lo 
mas exiguo, y su vida era una larga serie de trabajos consagra- 
dos á buscar el mínimo de toda^ las cosas. Los sistemas de 
Thompson y Kinster estaban en tan diametral oposición como 
el abismo y el cielo, como la profundidad y la elevación 

Cada cual revelaba el espíritu de su sistema hasta en los 
actos mas insignificantes de su vida. Thompson hablaba siempre 



271 

cou prerií'rasis ; espresaba todas sus ideas pw medio de cir- 
cunloquios y rodeos, y no contento de emplear el mayor nú- 
mero de palabras posible, escogía los vocablos mas largos, y 
hasta en su conversación habitual daba la preferencia á los 
términos compuestos. Sus visitas en el ejercicio de su pro- 
fesión mas parecían de enamorado que de médico ; pocas veces 
echaba mano de remedios heroicos, porque no podia prescri- 
birlos en una cantidad exorbitante, y si alguna vez scgetaba 
á dieta á algún enfermo, lo hacia de manera que ponia ahita 
su victima en manos del sepulturero. Porque el buen doctor 
echaba esta cuenta: ¿cuál es el enfermo, cuya situación, por 
aguda que sea su dolencia, pueda agravarse comiendo un 
grano de arroz ó una diminutísima fibra de gallina? ¿y cuál 
es el enfermo que después de haber comido impunemente un 
grano de arroz ó una fibra de gallina pueda ponerse en peor 
estado por comer otro grano ú otra fibra? Y quien come dos, 
bien puede comer tres, y quien come tres, bien puede comer 
cuatro. Y así de grano en grano y de fibra en fibra consentía 
que el enfermo condenado á la mas estricta dieta acabase por 
saciar su hambre con una libra de arroz ó con una gallina 
entera. Hada un cálculo análogo cuando se trataba del nú- 
mero de individuos que pueden coger en un recinto. ¿Caben 
en una parte catorce hombres? pues apretándose un poco 
mas pueden coger quince, y si cogen quince, pueden coger 
diez y seis, y así sucesivamente estivando un hombre tras otro 
llegaba á persuadirse de que el mundo entero es susceptible 
de encerrarse en una miserable guardilla. La reducción ala 
práctica de esta teoría no dejó de causarle alguna vez serios 
sinsabores y menoscabos en su fortuna de alguna considera- 
ción. Un dia quiso ir á solazarse en el campo con algunos 
ile sus deudos y compañeros que formaban juntos- un total 
nada menos que de diez y siete. Empeñóse en que todos 
habktu de entrar en su coche, en que con dificultad cabian 
seis, y contestó á cuantas reflexiones físicas se le hicieron 
sobre la impenetrabilidad de los cuerpos con su acostumbrada 
cantinela de donde cogen seis pueden coger siete y donde 
siete ocho, y así uno tras otro les introdujo á todos y á 
otros tantos que hubiese habido. Todos se hallaban en el 



272 

maldito cocho estivados, prensados, embutidos, sin poder ha- 
blar, sin poder respirar, y hubieran sido seguramente victimas 
de la obstinación del estravagante médico, si á poco de haber 
salido de Cantorberj el coche^ de puro lleno, no hubiese re- 
ventado como una granada. 

Apenas esto sucedió todos prorumpieron en un larguísiifto 
resoplido; los que se hallaban mas inmediatos al punto por 
donde se rompió el coche, salieron por la abertura con mas 
ímpetu que el agua de una jeringa , y lo mismo ellos que los 
demás, en el poco tiempo que permanecieron en aquella 
prensa, crecieron tanto en longitud á espensas de la lati- 
tud , que difícilmente les hubiera conocido la madre que 
les parió. Apesar de esta catástrofe quiso el doctor lle- 
var á cabo su escursion campestre ; pero el caballo que 
era uno solo y bastante flaco, no podia con tanto peso 
según manifestó el cochero. « ¿ Cómo que no puede ? » dy o 
Thompson. Si puede llevar seis, puede llevar siete, y si siete 
ocho y si ocho nueve y quinientos y mil, si fuere menester; 
con que arréale, cochero, y adelante. Hizo el cochero lo que 
su amo le mandaba, pero el caballo rebelde á las teorías de 
Thompson, se hubiera dejado matar mil veces antes que dar un 
solo paso. En vista de esta obstinada resistencia, resolvió el 
doctor apearse, hacer apear á los demás y seguir á pié la 
espedicion. Para esto era necesario andar algunas leguas, y 
no todos tenían en sus piernas la suficiente confianza; sin 
embargo nadie se atrevió á ponerse en abierta' lucha con los 
caprichos de Thompson, porque todos sabían que era un hom- 
bre tan bárbaro como temerario, y que sería capaz de rega- 
lar á su amigo mas querido un pistoletazo con la misma fres- 
cura que recetaría á un enfermo media onza de crémor tár- 
taro. Una legua la anduvieron perfectamente todos los de la 
comitiva, pero luego empezaron á desfallecer sus fuerzas; lo 
que advertido por Thompson, hizo que se dirigiese á los mas 
rezagados animándoles son su habitual cúraio todo. «Un 
pasito mas : un paso mas es nada, y si nada es uno, nada son 
dos, y un paso y un paso y otro paso son tres pasos, y quien 
anda tres puede andar cuatro , y con uno mas son cinco, y un 
paso ya sabemos que es nada, y con uno tras otro andaremos 



273 

leguas y llegaremos donde debemos llegar.» £1 por su parte 
se sentía también fatigado, pero la fe que tenia en sus doctri- 
nas le daba ánimo de sobra para hacer un viaje á pié alre- 
dedor del mundo. 

Llegó un momento en que el cansancio habia agotado to- 
das las fuerzas. La comitiya se detuvo y resolvió no pa- 
sar adelante. / God damn! dijo el doctor enojado por 
esta determinación ; y dando una patada en el suelo que le- 
vantó un torbellino de polvo, se metió una mano en cada fal- 
driquera. Todos palidecieron y rezaron un credo viendo lle- 
gada su última hora. Hubo un momento de angustia, de ago- 
nía mortal ; pero bien pronto se serenaron todos los semblan- 
tes al ver á Thompson sacar de sus faldriqueras las manos 
tan desocupadas y limpias como las habia metido. «¡Maldi- 
ción! reclamó, ¡me he dejado las pistolas olvidadas en el 
pupitre! Sin embargo, tengo brío para suplir la pólvora, y 
puños para suplir las balas.» Esta bravada no intimidó á 
nadie, porque al cabo ¡ qué podia lograr á trompis uno contra 
quince ! El doctor se vio bien pronto atacado en todas direc- 
ciones, los unos le acometieron de frente, otros por los flan- 
cos, otros por la espalda, y le fatigaron, le rindieron, y qui- 
tándose todos las corbatas , le amarraron con ellas como 
á un Nazareno. Descansaron un rato y tomaron tole, de- 
jando á Thompson en medio del camino sin poderse mover, 
y echando cada maldición como un templo. Dos dios tardó 
en regresar á Cantorbery, donde le dejaremos por ahora; 
porque supongo que no les vendrá mal á mis lectores des- 
cansar de las estravagancias con que les he estado fati- 
gando. Otras mayores les guardo para el próximo artículo. 

II. 

No era Kin&ter con su teoría del mínimo menos estrava- 
gante que Thompson con su teoría del máximo, Habia regis- 
trado con frecuencia el diccionario para aprender de memoria 
los vocablos mas cortos, y convirtió su cabeza en un almacén 
de monosílabos. Con monosílabos hablaba, con monosílabos 
escribía, y aun estos en los escritos los usaba en abreviatura. 
Herrmann. 18 



274 

Sus visitas facnltativas eran breves como las de. un cartero ó 
las de un repartidor de periódicos; apenas entraba en una 
casa, se le veía salir y entrar en otra y volver á salir casi al 
mismo tiempo. Prescribía los remedios mas inocentes en frac- 
cionadísimas dosis , de suerte que se le puede llamar el fun- 
dador de la medicina homeopática, si bien la consideraba bigo 
un punto de vista distinto que los homeopatistas del día. 
Estos prescriben los medicamentos en pequeñísimas cantidades 
para que el todo de la máquina no se resienta de la acción 
medicamentosa, como si tratasen de aplicar á nuestra organi- 
zación el sistema político de Bentham y de otros que, siendo 
reformistas pero no revolucionarios, pretenden conseguir las 
reformas sin destruir de una manera sensible los intereses 
creados por los mismos abusos que se deben reformar. 
Kinster no queria esto; no era el respeto á la constitución 
del hombre quien le hacia prescribir en cortas fracciones las 
substancias medicinales, sino la convicción en que estaba de 
que un grano de cualquier cosa es tan eficaz como una libra. 
Porque él hacia este cálculo: Si á un enfermo atacado de 
una terciana se le suministran cada doscientos veinte minutos 
dos granos de sulfato de quinina ¿dejará de cumplirse la in- 
dicación que el facultativo se propone por suministrarle dos 
granos menos una milésima parte de grano en doscientos 
veinte minutos y una milésima parte de minuto? Y si nada 
son una milésima parte menos de grano y una milésima parte 
mas de minuto ¿qué inconveniente hay en cercenar del grano 
menos una milésima parte otra milésima parte, ni en prolon- 
gar el intervalo de dos horas y una milésima parte de mi- 
nuto otra milésima parte de minuto? De este modo dismi- 
nuyendo la cantidad de milésima parte en milésima parte de 
grano y dilatando los intervalos de milésima parte en milési- 
ma parte de minuto, acababa á menudo por dejar á los en- 
fermos sin medicina; lo que en verdad desearla que en ob- 
sequio á la humanidad lo hiciesen con frecuencia muchos mé- 
dicos que yo conozco. Con respecto á las enfermedades es- 
ternas era Kinster un operador atroz. Convencido de que es 
la existencia el peor mal de los males, y deseando reducirlo 
todo hasta á los hombres á la menor cantidad posible, por 



275 

un simple' divieso ó por un insignificante rasguño procedía á 
la amputación de cualquier miembro. Su sistema estuvo al- 
gún tiempo en voga, y el forastero que á la sazón visitaba 
Cantorbery, retrocedía horrorizado viendo en todas partes mu- 
tilación, en todas partes hombres sin ojos, sin orejas, sin 
brazos, en todas partes señales funestas, deplorables vestigios 
del sistema aselador del doctor Kinster. Mas de dos estran- 
jeros preguntaron si en Cantorbery habia una raza particular 
de hombres que nacian con menos miembros que los demás 
que pueblan el universo. Afortunadamente el sistema de 
Kinster cayó en un descrédito completo, por lo que el buen 
doctor no teniendo á quien visitar, como por via de pasa- 
tiempo se consagró á la caza, siendo con esto mas desgra- 
ciado todavía que en el ejercicio de su profesión. Cargaba la 
escopeta con poquísima pólvora y con solo un perdigón pe- 
queñísimo; todo á consecuencia de las estrafalarias máximas 
de que estaba atestada su cabeza. Cogía un puñado de per- 
digones y decía: ¿qué importa para matar un ave que ponga 
uno menos? Y si uno menos es nada, otro menos será tam- 
bién otra nada, y esto diciendo iba uno tras otro volviendo 
al frasco todos los perdigones, hasta dejar la carga reducida 
á uno solo y con frecuencia á ninguno. Esto no impedia sin 
embargo que disparase su escopeto contra una águila real, y 
que se tirase de los cabellos viéndose todos los días obligado 
á regresar á su casa sin un solo trofeo venatorio. 

Tiempo hacia que Thompson y Kinster se habían casado, 
pero entendámonos, lector, no creas que se hubiese casado el 
uno con el otro: ellos sabían lo mismo que todos los hijos de 
Adán que pan con pan es comida de tontos y eran por otra 
parte bastante escrupulosos y concienzudos para no cometer 
pecado contra natura. Thompson se casó con una mujer y 
Kinster con otra, y ni uno y ni otro al contraer matrimonio 
perdieron de vist^, sus estravagantes máximas. Así es que 
Thompson, partidario del máximo, se casó con la mujer mas 
alta de Inglaterra; y Kinster, partidario del mínimo, se casó 
con la mas pequeña. La del primero era conocida en todo 
el reino unido con el apodo de la Elefanta^ y la del segundo 
con el de Ja Ptdga. Diciendo que tiempo hacia que Thompson 

18* 



276 

y Kinster se habían casada, se da á entender fácilmente que 
eran ya viudos en la época á que esta crónica se refiere; 
porque ¿qué miger por alta ó pequeña que fuese habia de 
resistir mucho tiempo sin morirse las impertinencias de nues- 
tros médicos, que es de creer aplicaban todo el rigor de sus 
exageradas teorías hasta á las cosas domésticas mas insigni- 
ficantes y hasta á los mismos actos esencialmente matrimo- 
niales ? La Elefanta y la Pulga murieron : pero no sin de- 
jar cada una de ellas en la tierra un testimonio vivo de su 
fecundidad. Murieron el año de haberse casado, y por uno 
de esos raros caprichos de la naturaleza, por una de esas 
raras combinaciones que el hombre llama casuales ó provi- 
denciales no pudiéndoselas esplicar de ninguna manera, la 
Elefanta dio á Thompson una bija que á los quince años era 
tan pequeña que parecía hija de la Pulga ^ y esta dio una 
hija á Kinster que á los quince años era tan alta que parecía 
hija de la Elefanta. Y véase por qué medios, por qué com- 
binaciones tan sabias y tan superiores á todos los cálculos 
humanos supo la Providencia colocar las unas al lado de las 
otras, para que mas resaltasen en el contraste las estravagan- 
cias diametralmente opuestas de Thompson y de Kinster. 
Thompson al perder á la Elefaafita, no confiando poder hallar 
jamas otra mujer de tan gigantescas dimensiones, resolvió 
permanecer viudo todos los días de su vida, y la misma re- 
solución hizo Kinster al perder á su mujer, no considerando 
posible encontrar otra tan pequeña como la Pulga, Pero 
Thompson vio á la corpulentísima hija de Kinster, y este á la 
diminutísima hija de aquel, y desde luego trocaron ambos su 
primitiva resolución en la de hacerse recíprocamente yernos 
y suegros. Por parte de las hijas fué esta idea acogida con 
un entusiasmo difícil á esplicar. Naturalmente dengosa la 
hija de Thompson y obligada por la sistemática conducta de 
su padre á ingerir en su estómago mas alimentos de los que 
la capacidad de este permitía , la comida era para ella un 
suplicio del que á toda costa deseaba libertarse, y esto indu- 
dablemente debía conseguirlo dando la mano á Kinster. La 
hija de este, al contrario, naturalmente comilona y voraz, y 
sujeta á la rigurosa abstinencia á que la condenaban las doctri- 



277 

na8 de su padre, veía en Thompson su ángel libertaflor, sin 
preveer que para evitar un escollo iba á estrellarse en otro 
igualmente funesto. ¡Triste condición la nuestra, que no sa- 
bemos huir de un estremo sino para colocamos en el opuesto, 
y que raras veces nos detenemos en el término medio, único 
en que se encuentra la virtud y la felicidad! El que ha sido 
muchas veces engañado, en lugar de volverse cauto se hace 
suspicaz, y acaba por no dar crédito ni á lo mismo que le 
conviene creer. En el rigor del invierno nos parecen apaci- 
bles los ardores de la canícula, y cuando esta llega nos consi- 
deraríamos felices si estuviésemos tiritando de írio. Un sabio 
ha dicho, y si no lo ha dicho un sabio lo digo yo sin serlo, 
que los demonios sacan del invierno y de los países írios la 
mas abundante cosecha de condenados. La razón es obvia. 
Los deseos del hombre que no se encuentra bien son siempre 
estremados, siempre opuestos á lo que causa su malestar, y 
como el infierno dicen que es un fuego eterno, los que están 
helándose en lugar de temerlo lo desean, y de consiguiente 
no vacilan en mancharse con el pecado. La hija de Kinster 
tenia hambre ¿podia haberse hecho cargo alguna vez de los 
tristes efectos de un hartazgo? ¡Allá voy que se come! dijo, 
y se casó con Thompson. La bija de Thompson estaba inape- 
tente ¿sabia ella cnanto hace padecer el hambre? { Allá voy 
que se ayuna! dijo, y se casó con Kinster. ¡Desgraciadas!!!!!!! 
con siete admiraciones. 

Verificado este doble enlace, Thompson y Kinster para no 
separarse de sus respectivas hijas resolvieron vivir juntos y 
formar una sola familia. Aquella casa tardó pocos dias en 
convertirse en infierno; los dos médicos que se encontrabsüi 
mutuamente mas estravagantes de lo que parecían á un hom- 
bre racional , se disputaban á líneas el máximo y el mínimo 
y la verdad de sus ridiculas teorías; la hija de Thompson em- 
pezaba á sentir hambre canina y á echar menos los hartazgos 
de antaño, y la hija de Kinster se sentía ahita y pedia al cielo 
la sujetasen nuevamente á gns antiguas dietas. Afortunadamente 
de vez en cuando los sistemas de Kinster y de Thompson se 
neutralizaban mutuamente, y hacían ambos una especie de 
transacción en obsequio á sus pobres mujeres. Pero esto solo 



278 

gucedia después de haber habido la de Dios es Cristo; des- 
pués de haberse armado rifirrafes y escarapelas que no eran 
dé ñiquiñaque, y que casi siempre se desenlazaban de una 
manera trágica. 

Generalmente era la mesa el campo en que se daba la 
acdon. Fuese arroz ó cualquiera otra cosa la que comiesen* 
el doctor Thompson con un grano tras otro grano y una tajada 
tras otra tajada se atracaba de tal manera y de tal manera 
obligaba á atracarse á su mujer, que alguna vez se yíó á 
ambos salirles la comida por los ojos, y esto daba tal grima 
al doctor Einster que no podia abstenerse de llamar bárbaro 
y soez á su suegri-yerno, á pesar de que oonocia demasiado 
su carácter irascible y camorrista. Tratábanse reciprocamente 
los dos médicos de visionarios y de locos, y después de una 
retahila de apodos con que imitaban perfectamente un fuego 
de guerrilla, pedian á los puños que saliesen en auxilio de la 
lengua. Habia cada puñetazo que temblaba el mundo, y en- 
tonces las mujeres, en lugar de poner el caduceo entre sus 
padres y esposos, aunque les viesen con el credo en la boca 
aprovechaban estos momentos para hacer su santísima volun^ 
tad; y desde luego la mujer de Einster devoraba como un lobo 
cuanto en la mesa habia, y la üe Thompson se iba corriendo 
á descargar su repletísimo estómago con sendas tazas de agua 
caliente que tenia al efecto prevenidas. 

Los rigurosos límites en que Ayguals *) circunscribe este 
y los demás artículos, no me permiten referir una multitud 
de curiosidades y de anécdotas hijas de las estravagancias de 
Thompson y de Einster. Solo una escena voy á presentar que 
creo basta por sí sola para retratar perfectamente el carácter 
de los dos médicos. Un dia, después de una pelotera algo 
mas seria que las de costumbre, en que hubo de una y otra 
parte narices ensangrentadas, carrillos hinchados, arañazos y 
contusiones, quedaron los dos combatientes sentados el uno al 
lado del otro, cabizbajos y taciturnos, y al parecer entregados 
á muy profundas meditaciones. Thompson después de una 



^) El director de La Risa. 



279 

hora de silencio sacó á Kinster de su ens^enacion con nna 
pregunta qne dio origen al siguiente diálogo. 

— ¿En qué estás pensando, Kinster? 

— ¿Y tú en qué estás pensando, Thompson? 

— ¿Yo? dgo Thompson, estaba buscando una cosa mas 
inmensa que la inmensidad, mas infinita que la infinidad 
mas eterna que la eternidad. 

— ¡Siempre loco! d\jo Kinster entre dientes. 

— ¿Y tú qué estabas buscando? preguntó Thompson. 

— Estaba deseando hallar la nada, la misma nada, una 
cosa que fuese menos que la nada. 

— I Qué locura! esclamó Thompson |la nada! ¿pues no la 
tienes desgraciadamente en todas partes? ¿Crees que tú eres 
algo, que yo soy algo, que es algo cuanto ves, cuanto oyes, 
cuanto tocas ; que es algo este mundo que habitas, que son 
algo las generadones que pasaron? De la nada se formó el 
mundo, y de nada no podia formarse mas que nada. Y así 
fué en efecto. Yo me vuelvo loco buscando algo, y nunca 
encuentro algo ; á la nada sigue un punto imperceptible como 
la misma nada, y á este punto otro punto y otro punto hasta 
que reuniéndose muchos forman lo que tú llamas algo, y este 
algo como ves es siempre nada. Todo es nada. Jjas genera- 
ciones pasan, se convierten en polvo, y al cabo hasta este 
polvo desaparece. ¡Oh! ¡quién pudiera de todas las genera- 
ciones que pasaron formar una sola generación, y de esta un 
solo hombre, un solo individuo! Y con todo, este individuo 
colectivo y sintético me parecería también pequeño, me pare- 
cería también nada, y sería nada en realidad. 

— Sobraría todo, Thompson, este individuo que quisieras 
ver realizado, porque todo en el mundo es superfluo, y hasta lo 
es el mismo mundo. Dios formó el mundo de la nada, porque 
hasta la nada es algo. Tú ves morír á las generaciones, y 
yo las veo sucederse. Todo se regenera y no se estingue ; lo 
que tú crees que perece no hace mas qne mudar de forma. 
£1 hombre se reproduce, y cuando no le queda mas que el 
cadáver, todavía se convierte en una infinidad de generaciones. 
¡Y hay quien embalsámalos muertos para conservarlos! Esto 
es destruirlos, esto es quitar la vida á la materia, est» es 



280 

matar á los muertos. Se qoiere que el óadáver no se corrom- 
pa, y sin embargo la corrapcion es la TÍda que le queda. De 
cada fibra, de cada átomo suyo se levantan generaciones infi- 
nitas que mueren también á su yes, pero no se estinguen, to- 
man otra forma, pero no se anonadan. {Oh! si yo no supiese 
que la muerte y el anonadamiento no son términos sinóniinos, 
hace tiempo que me hubiera suicidado. Pero al menos he de 
existir lo menos que me sea posible ; no acortaré el tiempo que 
me tiene señalado la Providencia para vivir en este mundo 
en cuerpo y alma, pero me disminuiré, me cercenaré cuanto 
dado me sea, me reduciré, si puedo, á un punto indivisible. 

Hubo un momento de silencio solo interrumpido por una 
carcajada de Thompson. Luego Kinster se levantó de la silla, 
asió á Thompson de una mano, y le dijo: sigúeme. 

Thompson le siguió. 

Los dos entraron en un gabinete, del cual salieron á sus 
órdenes sus respectivas mujeres que se hallaban en él, la una 
Atracándose de pan y )a otra tomando un vomitivo. £n el 
semblante de Kinster notaron marcadas señales de una agita- 
ción singular. Ambas se quedaron clavadas junto á la puerta 
por la fuerza de la curiosidad. Oyeron algunos ayes capaces 
de despedazar el corazón de un tigre, y luego el rechino de 
una sierra; luego otros ayes y luego otro rechino, y todo esto 
lo estuvieron oyendo por espacio . de tres horas, al cabo de 
las cuales salió ensangrentado y sudando el doctor ThompsMi, 
cargado de brazos y piernas y otros mutilados despojos. £1 
doctor Kinster se habia hecho amputar y estirpar todo le que 
creyó no ser indispensable á su existencia para reducirse al 
mínimo posible; se hizo amputar las dos piernas y los dos 
braeos : se hizo practicar la estirpacion de la nariz, de un ojo 
y de las conchas de las orejas, y arrancar la mitad de los 
dientes de cada quijada. Se conoce que esta serie de operar 
ciones terribles se practicaron sin desnudar al paciente, pues 
los miembros de que Thompson iba cargado conservaban toda- 
vía el habitual vestido de su dueño. La h^a de la Pulga y 
la de la JElefanta reconocieron de este modo la tan espan- 
tosa realidad, y cayeron ambas desmayadas. 

Parece imposible que Kinster no sucumbiese bfgo este 



281 

peso de ios «troces dolores qne debió ocasionarle la cuchilla 
quirúrgica. Kinster lo mismo que Thompson fué yíctima de una 
pulmonía, ó por mejor decir, de la aplicación que hicieron á 
BU enfermedad de su ridiculo sistema. Kinster en el acto de 
sangrarse se hieo sacar gota á gota toda la sangre del cuerpo 
y murió desangrado, degollado como un cochino. Gomo no 
tenia brazos le sangraron por el cuello. Thompson, al contra- 
rio, quiso que le sacasen una libra de sangre, pero como 
para él una gota era nada, y si nada era una, nada eran 
dos, y si nada eran dos, nada eran todas las que uecesitan 
para formar una libra, acabó por no dejarse sangrar, y le 
sucedió lo que no podia dejar de sucedería. Las dos esposas 
les sobrevivieron, y aunque nada de ellas menta la cróni- 
ca, puede asegurarse que no sintieron mucho la muerte de 
sus maridos. 

Después de Thompson y Kinster no se han conocido otros 
hombres tan estravagantemente estravagantes , como no sea 
este cronista que con tales estravagancias ha querido ocupar 
á sus lectores. 

A. RiBOT Y FONTSEKÉ. 



MEDITACIONES DE UN HOMBRE SIN DINERO. 

Erase un español sentado en un baúl Ueno de malos ver- 
sos que heredó de su abuelo materno, lo único que poseía, 
y lo menos que uno puede poseer, á no ser que herencia tan 
aérea perteneciese á dos en partes iguales. Y noto la desas- 
trosa circunstancia de ser español el que era, porque todo 
ciudadano contribuyente concebirá la idea de que, en igual- 
dad de escasez, en igualdad de no tener, no hay hombre en nin- 
gún país tan superabundantemente pobre como un español 
pobre. Este, pues, como decia, y el baúl, estaban únicamente 
solos en la elevada posición de una jaula humana, ó lo que 
se llama guardilla, es decir, que en ella no habia mas dije ni 
mueble, que el baúl y el español; y me ocurre esto del mue- 
ble con la mas exacta propiedad, porque no hay en la actúa- 



282 

'lidad cosa mas mueble, mas manlizable que un español y un 
baúl, aunque de baqueta ó cuero sea, en cuyo caso se llamará 
maleta, entiéndase, el baúl, que si esta advertencia no doy, 
algún estranjero iría á «reer que lo del cuero ó baqueta lo 
aplicaba yo al español, y no al baúl; pues según el estado 
de España no sería un barbarismo que en tierras lejanas se 
creyese que los españoles somos de baqueta, según á la ba- 
queta nos dejamos llevar. 

Después de lo dicho parece ocioso añadir que mi español 
no tenia un maravedí: sin embargo gastaba frac, sombrero, 
pantalón con trabillas, y botas charoladas; porque el vestir 
como si uno tuviese dinero, no es en el dia algún inconve- 
niente para estar sin un cuarto. Lo único que conservaba de 
cuanto tuvo en toda su vida, era su nombre: llamábase don 
Proto Pobre de Príeto; y filosofando acerca de lo que mas 
lejos tenía, que era dinero, se abismó en estas profundas y 
espantosas meditaciones. 

jOh fortuna!!! ¡fortuna para mi tan insaciablemente in- 
tratable y soez, como bárbara y brusca y caprichosa! 



Tan caprichon y lan brusca 
cual sombra de Satanás, 
que al que no te busca vas. 
y huyes de aquel que te busca ! 

¡Oh fortuna! icuán lacónica 
fuiste siempre para mí ! 
pues solo harto me vi 
de sufrir un hambre crónica. 



Pero ¿qué digo? Me lamento gruñendo contra la fortu- 
na: ¿y no me pronuncio desaforadamente contra eso que lla- 
man destino, desgracia, fatalidad, sino suerte y desdicha? 
No, no me da la gana de ir á pescozones con tanto ente invi- 
sible: bastante acibara mis rabiosas meditaciones la negra 
fortuna. Con ella me sobra para que me falte todo, y ca- 
sualmente lo que mas necesito como urgente, urgentísimo y 
ganando momentos. 



283 

Porque, señor, estoy harto, 
estoy mas que muy repleto, 
estoy ya mas que de parto, 
estoy sin ver do me meto. 
de tanto estar sin un cuarto. 

De bombre soy un elemento 
que al hambre de frente ataco ; 
en hombros me lleva el viento; 
y de verme ya tan flaco, 
no sé cómo no reviento. 

Y no se crea qae en mi hambrienta situación me conso- 
laría el recordar aquella idea romántica de cierto poeta que 

decia : 

Siempre es tan extemporáneo 
estar sin una peseta, 
que sin alma de poeta 
)& uie hubiera roto el cráneo. 

Podré reventar de flaco ; pero no estoy por semejante bru- 
talidad, ni deseo qae ningún dromedario vaya á esculpir con 
carbón sobre mi sepulcro premaduro, aquellos cuatro versos 
que on alma de ministro fué á trazar sobre el de un médico 
que de puro malo jamas encontró á quien tomar el pulso. 

Decia el epitafio: 

Aquí vino á zambullirse 
un médico de lugar, 
que no hallando á quien matar, 
hizo muy bien de morirse. 

Repito que no estoy por esto; yo hago por la vida; no me 
da la gana de morirme, y maldito si en mis famélicas medi- 
taciones me ocurre jamas tan enorme barbarismo: esto será 
todo lo que se quiera, mas yo no puedo remediarlo; estará 
tal vez en la masa de la sangre: lo cierto es que estoy atroz- 
mente decidido á no morirme en toda mi rabiosa vida, ni aun 
de real orden, como aquel ciudadano de la federación chuchu- 
mpiana, que recibió el siguiente decreto: «El gran consejo 
federal decreta: que se muera el ciudadano Marco Antonio 
Riquichí. « Y él contestó : v El ciudadano Marco Antonio 



284 

Riqaichi no quiere morirse, y protesta que no se morirá en 
toda su vida.» 

Pero tampoco es esto lo que yo quiero decir: lo que mas 
me achicharra, lo que mas me fosfonza la sangre, lo que 
mas me romanticida, lo que mas me despeluzna de cólera, lo 
que mas ferozmente roe aplasta el estómago, es esta medita- 
ción que medito á todo meditar como si tuviera prisa de no 
acabar de meditarla nunca. Pero señor! me digo ¿tengo al- 
guna necesidad de no tener dinero? ¿ Es algún sacrificio in- 
falible para la salvación de mi patria el estar yo siempre sin 
medio maravedí? ¿Me habia tomado de ojo algún Mendiza- 
bal? O se creerá que soy algún militar, ó fraile cesante, 6 
algún cura? Pues qué? ¿Tengo yo estampa de monástico ó 
de párroco? ¿Se me habrá clasificado entre los ecónomos, 
porque vivo con toda la superior economía de un hombre que 
jamas gasta un cuarto, por la sencilla razón de no tenerlo 
nunca? ¿Y no hay y sobra para barrenarse sacrilegamente los 
oídos de oreja á oreja por no verse en tan ridicula posición, 
puesto que no hay facha mas ridicula que la de un hombre 
sin dinero? ¿Será indispensable que permanezca mi ventrí- 
culo en anarquía para que no se trastorne el orden público? 
¿ Será indispensable que se perpetúe la revolución de mis tripas 
para asegurar la paz del género humano, ó será efecto de al- 
guna medida económico -política, que mi bolsillo esté mas es- 
primido que limón de café para que tomen incremento las 
arcas del erario? ¿O será tan preciso que yo bostece sin 
parar un instante para que los demás coman? ¿Nunca ha 
de terminar mi crisis metálica? 

Esta ¡Qteriniaable crisis 
que me da esplinico tedio, 
en mí, sin ningún remedio, 
va á degenarar en tisis. 

Pues al ver mi rostro herético, 
que poco tiene de magro, 
diria cualquier profético 
que ha de ser un gran milagro 
si pronto no paro en ético. 



285 

¡Yo boquear de paro ético! ¡Y de qué tisis! Esto me 
rellenaría de la desesperación mas inaudita que nos trasmi- 
tieron los siglos bárbai'os. Ni Calígula, ni Nerón, ni Lucre- 
cia Borgia, ni Sila, ni el Tirano de Padua, ni Margaríta de 
Borgoña, ni Cain, ni el mismo diluvio universal podrían com- 
pararse conmigo. A bien que mejor meditado , tanto me da- 
ría morir de tifus, como de tercianas ; pero haber vivido de 
hambre fulminante, y no echar el último resbalón ó el postrer 
bufido de una comilona, de una atragantada, seria cosa que 
me baria cometer los mayores desafueros contra los médicos, 
contra los quirúrgicos , y hasta contra toda la farmacia en 
globo, por mas que se armase de interminables espátulas. 

Aun no es esto lo que yo deseo meditar con todo el en- 
tusiasmo español bien nacido y mal comido, declarado en es- 
tado de sitio por una hambre despótica. Lo que yo quiero 
es anatomizar á un hombre sin dinero; es decir, analizar lo 
que es un habitante del globo social inmetalizadOj sin cosa 
que pueda escasamente metalizar ie. Esto es espantoso, esto 
es horrendo , es inquisitorial , es .... no quiero decirlo , no 
quiero mentarlo; pero es otra cosa peor. 

Un hombre, pues, sin dinero es el espectáculo mas lamen- 
table: es la esclavitud personificada del sufrimiento .español, 
es un pleonasmo humano , es la parálisis de la voluntad, 
puesto que no tiene voluntad propia; es el toro de Maratón 
que arrojaba fuego por las narices, porque todos huyen de él ; 
es el padrón de la injusticia constitucional , porque no goza 
los derechos de ciudadano, es la fisiología de la calamidad 
en un tomo ó volumen, es una plegaría ambulante, es la efi- 
gie de la humildad ; y la humildad de la desesperación es 
un solitario entre la multitud; es un eco que todos oyen y 
nadie escucha; es la sarna de la paciencia; es la cantárida 
del prójimo, y el sinapismo de la amistad; es un caracol sin 
cuernos; es la victima de la policía; es la sinrazón en los 
pleitos , el escorpión de los escribanos, la maríposa de los al- 
guaciles , la pública espiacion de los delitos ajenos, y el atrás 
de los porteros; es el cebo de la hambre, y el catálogo de 
las necesidades humanas ; es el caos de la envidia, y la opre- 
sión del deseo; es el desden de las hermosas y el espantajo 



286 

del amor; es la estampa de la herejía; la carabina de Am- 
brosio; es la agonía en infasion; es un náufrago en seco; es 

un soliloquio á oscuras ; es ¡Oh desdicha desastrosa ! 

Es. . . . ¡Oh interminable horror! Es. . . . 

Aquí llegó el bostezante meditador, cuando oyó una yoz 
convocatoria que decía : Froto ! Amigo Froto 1 baja al mo- 
mento, de cabeza, que vamos á almorzar por mayor en los 
Andaluces. 

— ¡Ahül ¡Oooooh!!!! Estas dos esclamaciones abulló 
el escuálido don Froto, exhalando un profundo bostezon. Fre- 
dpitóle escalera abajo como de pistón su hambre romántica, 
repicando los talones con inconcebible entusiasmo: él desapa- 
reció de la guardilla, y se quedó el baúl. 

Jo SE María Bonilla. 



EL COCINERO DEL AMBIGÚ A EOS ESPAÑOLES. 

A La Bisa, españoles, á La Bisa. Cuando la patria 
está en peligro. La Bisa es su única áncora de salvación. 
For eso ya los romanos que eran gente de buen hunK>r y muy 
aficionados á la gastronomía, ostentaban en sus victoriosos 
pendones estas iniciales : S. F. Q. R. que constituyen la divisa 
de los héroes. Hé aquí lo que significan: Suscriptores Pla- 
cidi Qucterite Bisam, alegres suscritores buscad la risa. No 
lo dudéis, ciudadanos, esos entes desnaturalizados que agitan 
la tea de la discordia, están vendidos á los taciturnos. El oro 
estrai\jero, el oro del tétrico inglés se derrama á manos lle- 
nas para entronizar en España el imperio del esplin; pero 
Dios salvará al país y á La Risa. Apiñaos todos, valientes 
hijos del Cid, en derredor de nuestro inespugnable Ambigú. 
¿For qué fué siempre el Cid vencedor? Forque á su carác- 
ter zambrero y bromista unia la mas noble adhesión á los pollos 
con tomate. Al gran Felayo le gustaban mucho los sesos fri- 
tos y el bacalao á la vizcaína. Corra á torrentes si necesa- 
rio fiíere el vino de Jerez y la sangre de los pavos y perdi- 



287 

ees ; pero no consintáis nunca que el llanto se entronice entre 
nosotros. Alistaos todos bajo mi bandera vencedora. Suscrip- 
tores Placidi Quaerite JRisam. Empuñemos los tenedores 
y defendamos palmo á palmo la redacción de La Risa, Solo 
pisando cadáveres hacinados en nuestro Ambigú, invadir po- 
drán nuestros enemigos el jovial terreno de la gastronomía y 
del placer. 

La Bisa os enseñará en su Ambigú el modo de hacer 
toda clase de turrón, ya que en España es el talismán de to- 
dos los partidos. Por un cacho de turrón se hace el exaltado 
moderado, por un cacho de turrón se hace el moderado de- 
magogo, y por un cacho de turrón, en fin, hemos visto no 
hace mucho á ciertos republicanos ahogar por la mayoría de 
la reina y consolidación de su trono. Y supuesto que la po- 
lítica es todo farsa, todo mentira supuesto que no hay 

verdad mas positiva que comer bien y reírse de todos, de- 
jaos de tiquismiquis y engañifas, y venid á suscribiros á la 
enciclopedia de extravagancias, Suscriptores Placidi Quae- 
rite Misam. 

Españoles, levantaos todos como un solo hombre para sus- 
cribiros á La Bisa, pero que no se haga la suscrícion como 
de un solo hombre, porque produciría poco y me vería prí- 
vado de poder ofreceros los sabrosísimos guisos que os pre* 
paro. Cuando todos los españoles nos desternillemos de rísa, 
se acabará el mal humor que no engendra mas que resenti- 
mientos y yenganzas; y el írís de la reconciliación pondrá 
término á los males que nos aquejan. 

I Antes mascar que morír, compañeros!.... y siendo el 
morir una reacción en sentido retrógrado, juremos perder la 
vida mil y mil veces prímero que morír. ¡Viva el ambigú! 
¡Viva la colación de todos los partidos! ¡Vívanlas carcajadas 
patrias ! 

El cocinero en jefe de La Bisa. 
Abundio Estofado. 



288 

ESCENA PATÉTICA. 

ENTREGA DE UN CUCHARON DE HONOR A DON 

ABUNDIO ESTOFADO. 

Se ha presentado en el Ambigú de La Risa una comisión 
de notabilidades, compuesta de un ciudadano sin defecto físico, 
de un ciego, de un tuerto, de un bizco, de un mudo, de un 
tartamudo, de un jorobado, de un sordo, de un gangoso, de 
un narigudo, de un chato, de un cojo, de un manco, de un 
perlático , de un ñaco , de un gordo , de un gigante , de un 
enano, de un vivo y de un difunto, en representación de to- 
das las clases de la sociedad; y avanzándose el mudo hacia 
nuestro nunca bien celebrado don Abundio Estofado, ha to- 
mado la palabra y presentándole un hermoso cucharon de 
palo, le ha dicho: 

«Excmo. Señorón: Esta comisión en representación de 
los sabios de la nación que tienen hecha suscricion á La Risa 
en cuestión, tiene la satisfacción de rendir en oblación á 
vuestra veneración este insigne cucharon como justo galar- 
dón de vuestra aplicación, y como demostración de la grata 
sensación que siente en su corazón. Bien conoce la comisión 
la pequenez de este don; pero basta en conclusión que esprese 
la estimación en que os tiene la nación, por la docta discre- 
ción con que guisáis el salmón.» 

El patriarca de la gastronomía no ha podido menos de 
afectarse al oír el acento de gratitud, y se ha dignado con- 
testar en los términos siguientes: 

«Con un contento sin fin acepto este regalin, grato como 
el violin de celestial querubín, que en el etéreo confín, delante 
de San Fermin, toca alejando el esplin de cualquiera mallor- 
quín. Y si se alzan en motín las masas de gente ruin , caba- 
llero en un rocín, con corbata y peluquín ó peluca y corbatín, 
saldré con el cucharin como si fuese espadin, y sabrá todo 
malsín que á cada puerco á la fin llega su San Martin; y á 
vosotros un pudín os haré de rechupín, grande como un ber- 
gantín, con sesos de puerco espin, bizcocho, arroz, langostín 
y cuanto invente el magín de un cocinero arlequín , que sabe 
aunque chiquitín, donde le aprieta el chapín. » 



289 

£BtaB breves pero sentidas y elocuentes palabras enterne- 
cieron á todos los concurrentes que prorumpieron en los mas 
afeetnosos vivas, y la comisión se retiró satisfecha de la ama- 
bilidad y talento del docto don Abundio, inapreciable joya de 
las cocinas españolas. 

A 



UN día en el parador del sol. 

ENSAYO GASTRONÓMICO. 

Desde las memorables bodas de Canaan, celebradas con 
aquella famosa cena en que el Redentor del género humano 
convirtió el agua en vino para complacer á su Santísima 
Madre, ningún dia como el de san Julián, 9 de enero, se 
presenta tan en relieve en los fastos de la historia gastronó- 
mica. Tiempo hada que algunos cofrades de la comunidad 
de La Bisat, hombres de acción y positivistas por escelencia, 
deseaban reducir á practica las beneficiosas teorías de don 
Abundio Estofado; y este habilísimo cocinero deseaba tambi^i 
por su parte sujetar á un rigoroso examen á sus amados dis- 
cípulos, para convencerse de sus buenas ó malas disposiciones, 
y escoger entre todos á los que mas han de acreditarle en 
el certamen púbbco que se está preparando. Ai efecto, el 
venerable director de la Sociedad literaria don Wenceslao 
Ayguals de Izco señaló dia, hora y punto en que debían re* 
unirse los candidatos, y después de una discusión ligera como 
la de las actas en un Congreso, se resolvió por unanimidad 
celebrar la sesión en el Parador del Sol, dia 9, á las nueve 
de la macana. Esta resolución se tomó el dia 8, á hora bas- 
tante avanzada, y no es necesario decir mas para hacerse 
cargo de la actividad ■ que la premura del tiempo requería. 
Improvisóse un programa, y se trató de llevarlo á efecto desde 
luego, siquiera para que no se pareciese á los programas 
ministeriales. 

Los grandes actos, las grandes fiestas, las grandes revo- 
luciones; en una palabra, todo lo que en este mundo es ver- 

HEaSMANN. 19 



290 

daderamente grande, se insinia con síntomas precursores, qae 
son muy grandes también. £1 interés que debe tener una le- 
gislatura se deduce de antemano del empeño oon que los ciu- 
dadanos se disputan la victoria en el campo electoral. £1 
estrépito de los cañones señala la víspera de juna gran ba- 
talla. Las colgaduras, los arcos triunfales, las fuentes de 
leche y de vino revelan con anticipación el dia de una jura. 
La agitación de las masas, la sonrisa de los cesantes y la 
conducta ambigua de los empleados, que se ponen al pairo 
mirando de donde viene el viento para hacer con acierto sus 
viradas, manifiestan que la atmósfera está cargada, que se 
acerca un temporal político, que son de temer grandes mu- 
danzas. Así también los grandes sucesos gastronómicos se 
dan á conocer el dia de su víspera oom síntomas inequívocos. 
Plaza Mayor, plaza de la Cebada, plam de Santo Domingo^ 
si ojos tuvieseis para hablar, este pobre cronista os pregun- 
tada qué es lo que visteis el dia 8 á las once y á las doce 
de la mañana, á la una y á las dos de la tarde, y me rele- 
varíais, respondiendo del terrible castigo que por no haber 
sabido dirigir im arroz á la valenciana me ha impuesto don 
Abundio, obligándome á describir detalladamente los acci- 
dentes de la grande jomada, precursora de otra mas grande 
todavía. 

£ra en efecto una perspectiva sorprendente y hasta cierto 
punto Sttblkne y majestuosa la que o£pecian los hermanos 
MsueÁou, recorriendo con lentitud y ordenadamente todos los 
mercados de la corte, despachos de vino y tiendas de comea- 
tibles, deteniéndose á cada paso ya delante de nna lechuga, 
ya delante de un magnifico salchichón ó de un reverendísimo 
pavo. £1 objeto de esta escursion fué bien pronto cnnocido 
de los penetrantes vendedores y revendedores de ambos sexos ; 
pues no hubo verdulera ni tendero que no se pusiese delante 
de la comitiva como una inaccesible barricada, impidiéndola 
seguir su curso vago é indeterminado, hasta haber cambiado 
en dinero algunos de sus géneros peninsulares ó ultramarinos. 
Don Abundio, aunque guardó una neutralidad absoluta, mar- 
chaba á la cabeza de sus discípulos, y nna sonrisa de des- 
precio que se desprendía traidoramente de sus labios, revé- 



291 

laba á menado que se había equivocado en el concepto que 
se había fomiado de algiinoe de sus alumnos. £1 señor Ma- 
niní, jefe de otro de los primeros establecimientos tipográfi- 
cos de la corte, era el comprador, y se sigetó estrictamente 
á las bases del programa que tenia en sus manos el señor 
Aygoais (don Sergio), á quien se le nombró intendente en 
comisiofi, sin que hasta ahora nadie haya tenido motivos de 
arrepentirse del nombraoúento. 

Hechas las proviaíones , y después de haber ensayado la 
fuerza de sus mandíbulas y de su estómago en un salchichón, 
pan y queso, y en una botella de vino seco de Jerez, los 
candidatos precedidos de su maestro, y seguidos de una mi^ei- 
con un pavo y un asturiano con una canasta, se dirigieron á 
casa del señor Manini, donde por ser el punto mas céntrico 
se estableció el cuartel general. De allí debía partir Ja es- 
pedicion á las nueve del día siguiente. £1 pavo tenia mae 
años de los que el ley exige para ser senador; y es seguro 
que como hubiese llegado á serlo, hubiera ocupado en las 
juntas preparatorias la silla de la presidencia. £ra un pavo 
patriarca, el Adán de los pavos. Algunas investigaciones 
croaológicas nos liubieran manifestado tal vez que era el 
mismo que Noé encerró en el arca para perpetuar la raza. 
Los años habían encallecido hasta sus músculos, y osificado 
todos sus tendones. Necesario hubiera sido para enteme- 
■cerle, esponer su cadáver al contacto del aire cinco ó seis 
días antes de mandarle al horno, y de este modo los primeros 
períodos de descomposición hubieran relajado sus fibras tu- 
pidas y apretadas por la edad. Pero la escasez del tiempo 
no permitía emplear este método bien conocido de todos los 
iniciados en el arte, y puso en un conflicto á los noveles co- 
cineros. 

Alentadofli, sin embargo, con el re&an que dice : en tiempo 
de hambre no hay pan duro, y por otra parte persuadidos 
de que por duro que fuese el pavo, no lo seria tanto como 
el esmalte de las dentaduras que debían mascarle, resolvieron 
sujetarle á disección al dia siguiente, aunque en este eximen 
de anatomía práctica se espuaiesen á mellar la misma eapada 
de Boldan, que diz hendía los gigantes y los peñascos como 

19* 



292 

8i fuesen de mazapán ó de chocolate. Esta atrevida resola- 
cion amostazó á don Abnndio, quien en un tono de lástima 
que revelaba la que tenia á sas discípulos, les dijo: {Jóvenes 
inespertos! ¡Miserables novicios 1 bien se conoce que las te- 
nazas y el asador no han encallecido vuestras manos, y que 
vuestras cabezas no han encanecido como la mía alrededor 
de los hornillos y debajo de las chimeneas. Bien se conoce 
que no habéis todavía ceñido el noble delantal de cocinero, 
que vuestros ojos no se han acostumbrado aun al humo de la 
leña, ni al tufo del carbón vuestras potencias. ¡Oh terqtie 
qvaterque beati! pudiera deciros yo si supiese latín. ¿Con 
que no conocéis otro medio que una putrefacción incipiente 
para reblandecer el pavo? ¡Bárbaros! dadle aguardiente y 
mañana se os derretirá en el paladar como manteca. Habló 
don Abundio, todos sus discípulos quedaron coniusos, y el 
señor Manini á mas de confuso quedó horrorizado. » Aguar- 
diente! dijo ¡qué lástima de aguardiente ! « Sin embargo, éA. 
mismo se encargó de dárselo ; pero mientras se lo daba pare- 
cía envidiar la suerte del infeliz, á pesar de que estaba con- 
denado á la última pena por el inexorable tribunal del amr- 
bigú, y veia brillar junto á su garganta la terrible cuchilla 
de la ley gastronómica. 

£1 señor Manini es catalán, hijo de Reus, y es sabido 
que los estómagos catalanes son en general á prueba de 
bomba como el corazón de los jamancios. Algunos anatómi- 
cos aseguran que los fieros habitantes del Principado tienen 
molleja como los avestruces^ No sé si esto es verdad, pero 
los fisiólogos todos confiíman el aserto. Lo cierto es que los 
catalanes digieren hasta la arcilla y el cobre. En el campo 
de Tarragona, sobre todo, se destetan los chiquillos con vino, 
se neutraliza la bilis con vino, y hasta con vino se curan 
las inflamaciones. Los hombres de buen criterio y de sana 
razón apagan su sed con el añejo del Priorato; y durante la 
canícula, cuando mas aplomados y perpendiculares caen los 
rayos del sol, toman por único refresco dos cuaitiUos de 
aguardiente de 25 grados. Son muchos los que en lugar de 
biecochos mojan en el chocolate guidillas, y cuyos postres 
habituales son dientes de ajo, que los comen á pasto como 



293 

si fiíesen almendras. Por bien indicadas que parezcan las 
aplicaciones de mostaza, no se ordenan jamas en aqnel país 
á enfermos que estén en dieta, porque es seguro que se co- 
merían los sinapismos. Guando una comitiva de reusenses 
entra de noche en una fonda, el dueño se da por dichoso si 
Bo se le zampan mas que las velas. Con frecuencia ve des- 
aparecer y abismarse en aquellos estómagos heroicos los can- 
deleros, los platos, las fuentes y algunas veces hasta los cu* 
chillos y tenedores. Uno hubo que se engulló la mesa y no 
murió de indigestión. Sabido esto, nadie tomará por exage- 
ración cuanto se diga del paladar y del estómago de un hijo 
de Reus. 

La filantrópica esposa del señor Manini se ofreció á re- 
llenar, mechar y poner el pavo en disposición de llevarlo al 
horno. Todos aceptamos cou singular placer tan generoso 
ofrecimiento, y solo don Abundio refunfuñó un instante, di- 
ciendo que las preparaciones que tomaba á su cargo la señora 
de Manini eran propias de sus discípulos, cuya idoneidad 
trataba de probar. Pero algunos síntomas de alarma que 
notó entre sus subordinados le hicieron desistir de sus justas 
pretensiones; lo que no dejó de menoscabar algún tanto la 
fnerza moral del maestro y la disciplina de los discípulos. 

Luego se discutió una proposición gravísima y de trascen- 
dentales consecuencias. Tratábase nada menos que de optar 
entre dos hombres y un burro para llevar la comida con sus 
accesoríes al Partidor del Sol. Quien dijo que dos hombres 
valían mas que un burro, quien que un burro era preferible 
á dos hombres: ingeniosos argumentos se presentaron en pro 
y en contra de los dos estremos que abraza la proposición; 
pero al cabo los defensores de la humanidad salieron victo- 
riosos. El burro quedó postergado .... ¡ Cosa sorprendente 
en España, donde rara vez quedan postergados los burros! 

Disolvióse la reunión, y al dia siguiente á las ocho de la 
mañana nos hallábamos ya algunos en casa del señor Manini, 
aguardando las nueve, que llegaron una hora áutes que los 
señores Ayguals y Flores. Damos un voto de gracias á la 
hora por la puntualidad con que llegó. Sin embargo, los 
morosos afectaron no considerar á la hora digna de nuestro 



294 

reconocimiento, pues á los cargos que por su demora les hi- 
cimos, contestaron que no era culpa suya si las nuwe, poco 
candescendientes , no se habian tomado la molestia de aguar- 
darse hasta las diez. 

Reunida la comitiva se rompió la marcha con marcialidad 
en medio de un inmenso gentío que embarazó nuestro paso 
hasta llegar al Portillo de Embajadores. £1 entusiasmo se 
▼eia pintado en todos los semblantes. Salimos de la coronada 
villa seguidos del rico convoy, que parecía cosido á nuestras 
espaldas. Marchamos á paso de camino, atravesamos el canal 
y luego un magnifico puente de maé^a, digno y muy digno 
del caudaloso Manzanares. Antes de llegar al Parador del 
Sol nos salió al encuentro una música, que siguió obsequián- 
donos hasta mucho después de haber llegado. Un alano 
sochantre, un podenco tenor y una infinidad de cantores de 
menor categoría nos aullaron una aria coreada tan nueva y 
tan armoniosa, que hasta entonces no conocimos lo mucho 
que debemos al Criador por habernos dotado de un aparato 
acústico. Algunos acompañaban sus cánticos de una música 
tan espresiva, se deshacían de tal modo en complacernos, que 
mus de una vez les suplicamos que fuesen oon la música á 
otra parte, pues llegaban á avergonzamos aquellos cordiales 
agasajos, á que nosotros no nos considerábamos acreedores. 

Los señores Ribot y otro, ambos catalanes, hicieron pro- 
digios de cocina. La prontitud con que desempeñaron la im- 
portante misión que les confió don Abundio les valió un 
abrazo de este, y acabó de acreditar los títulos que de activa 
é industriosa ha sabido adquirirse Cataluña. Otro tanto de- 
bemos decir del señor Manini. Encargado del aU-oli (ajo 
arriero), lo hizo con tanta maestría que llegó á engendrar 
celos en el corazón del mismo nyfiquam bene laudaius Esto- 
fado. Desde ahora le auguramos que en el certamen público 
obtendrá el primer premio. 

A la una en punto nos sentamos á la mesa. Abrióse la 
sesión con una cazuela de arroz á la valendana hecho por 
sais manos pecadoras, que descollaba majestuosa entre un 
brillante estado mayor compuesto de variadas y magníficas 
ensaladas, escelentes anchoas, bravas guindillas y robustas 



295 

ftceiluBM sevillanas. Laua inhonore propric vileseité Esle 
príDcipio no me pemite hacer del arroz los elogios á que le 
considero acreedor. A mí me pareció escelente, sin embargo 
(}lo que pntde la envidia!) todos mis condiscípalos dijeron 
que era detestable. Afortunadamente sus propios hechos des* 
mintieron ras palabras, pues al mismo tiempo que decían que 
era estremadamente malo, lo esgullian con tanta ansia como 
si ñiera soberanamente bueno. Yo á los hechos me atengo: 
obras son amores y no buenas razones. 

Bretones fritos sucedieron al arroz. (Movimiento general. 
El señor Bretón de los Herreros pide la palabra para con- 
testar á una alusión vegetal.) Vinieron acompañados del ah- 
oli, con quien contrajeron, en el plato de cada cual, una 
amistad mas y mas íntima. El áli-oli es á las coles lo que 
á la Constitución las leyes orgánicas. Merecieron la apro- 
bación de todos : solo yo para vengarme de la manera impro- 
pia con que habia sido calumniado mi benemérito arroz, me* 
permití contra los bretones algunos denuestos que fenecieron 
ahogados en la rechina de la comunidad manducante. 

Entró en seguida el pavo con gallardo y marcial conti- 
nente. El olor que despedía embelesó todos los olfatos. Hubo 
un movimiento silencioso parecido al que se nota en el Con- 
greso cuando se levanta para hablar don Joaquín María Ló- 
pez y al que se observa en el teatro cuando aparece la en- 
cantadora Matilde. Es indecible la prontitud con que aquel 
tremendo cadáver fué descuartizado y engullido. La asam- 
blea resolvió por unanimidad dar un voto de gracias á la 
señora de Manini, y don Abundio ademas la nombró socia 
honoraria del ambigú, á cuyo efecto se estendió el correspon- 
diente diploma. Después de aquel pavo esquisito, de aquella 
obra maestra del arte, nada podia llamarnos la atención. Co- 
mimos, es verdad, chuletas y queso y salchichón y qué sé yo 
cuantas otras cosas; pero las comimos automáticamente, sin 
entusiasmo, y como quien dice para no hacer un papel ridí- 
culo. Lo que nos admiró fué que el señor Manini, positi- 
vista por escelencia, malgastase el tiempo atracándose de al- 
mendras. Vivamente interpelado por esta acción, indigna al 
parecer de tan acreditado gastrónomo, dijo que las almendras 



296 

son escelentes agujas para enhebrar vino. En efecto, cada 
almendra apenas habia llegado al estómago recibía una visita 
de una botella del de Toro. 

£n los brindis, si no se improvisaron muy buenos versos, 
se apuraron ál menos muy buenas botellas. 

Empezó el célebre y nunca bien ponderado don Abundio 
Estofado en los términos siguientes. 

Es una cosa precisa 

el vino, voló á Luzbel, 

de manera que sin él 

no se puede decir misa. 

I Viva La Risa I 

Llenad la copa, 

que nos contempla atónita la Europa : 

y á mi ejemplo 

coged todos un lobo como un templo ; 

7 manchada de vino la camisa, 

repetid sin cesar: i Viva La Risa I 



£1 señor Bonilla dijo: 

Yo , Abundio , soy valenciano , 

y como bebedor fino 

gran partidario del vino 

en invierno y en verano. 

No gasto en invierno en vano 

vino puro en vez de estufas ; 

V en verano es, si me atufas 

y 60 provocarme te empelas. 

el sabroso Yaldepeilas 

mi única orchata de chufas. 



El señor Ayguals de Izco (don Sergio) 

Oh! mi estar Strafor-Canning! . , 
mí estar borracha I . , , 
mí querer mas copitas 
de la garrafa. 

Y al estribillo 
Oh! . . mí estar Strafor-Canningl . 
mí querer vino. 



297 
El señor Ribot : 

Se queja este mundo indino 
de que salado es el mar. 
y á mi me importa un comino: 
lo que sí es de lamentar 
que el mar no. sea de vino. 

El señor Manini: 

Brindo al bravo que cual yo 
atacado de hidrofobia 
el vino tiene por novia , 
y el agua nunca probó. 
Diofi Omnipotente dio 
á cada cosa un destino, 
gástese pues, si el divino 
pensamiento ha de acatarse , 
el agua para afeitarse 
y para beber el vino. 

El señor Príncipe: 

¿Qué queréis que os diga ó cante 
con esta copa en la mano, 
cuando soy un ciudadano 
espuesto á quedar cesante? 
Mas si veso en adelante 
corno empleado en lucir, 
en memoria del Visir 
que me quiere remover, 
no he de cesar de beber, 
ni he de cesar de reir. 

El señor Villergas: 

Mientras un poder caribe 
me busca el bulto, seúores, 
apropincuádme á un algibc 
de confortables licores , 
que el que mas bebe mas vive. 

El señor Ayguals de Izco (don Wenceslao) 

Tras tres tragos y otros tres, 
y otros tres tras los tres tragos, 
tragos trago . y tras estragos 



298 

trepo intrépido al través. 

Travesuras de entremés , 

trápalas tramo, y trabón 

treinta y tres tragos de ron 

tras trozos de tracba estremo. 

¡Tristes trastos; truene el trueno! 

i Tron , . . trin . . . tran . . . trun . . . torrotron ? ! ! 

Se dio un voto de gracias al docto don Abundio Estofado, 
y levantóse cada uno como pudo de la masa para dar prin- 
cipio á los juegos gimnásticos. 

El Parador del Sol tiene una especie de colgadizo bastante 
espacioso contiguo á la carretera. Allí los hermanos ri- 
sueños, hechos cada uno un tonel de vino, fnercm á solazarse 
de mil maneras, absorviendo con sus ingeniosos juegos la 
atención de todos los transeúntes. Muchas y muy variadas 
fueron sus travesuras; pero ninguna hizo destemillar tanto 
de risa á actores y espectadores como la de la olla. Púsose 
en una orilla de la carretera un puchero en que metió cada 
uno de los hermanos la exorbitante cantidad de diez y seis 
maravedises. La suma de todas estas cantidades era el pre- 
mio del afortunado que con los ojos vendados y un garrote 
en la mano rompiese la olla. Al efecto á veinte y cuatro 
pasos de esta se colocaba el actor, allí se le vendaban los 
ojos, daba tres vueltas , y rompia la marcha. En las vueltas 
se perdia el tino de tal manera, que en lugar de dirigirse 
hacia la olla, no faltó quien marchase á lo largo de la carre- 
tera hacia Toledo, quien hacia Madrid, y hasta uno hubo que 
marchó dando completamente la espalda al objeto que oreia 
arremeter. La avidez, el furor con que el pobre ciego des- 
cargaba el garrote, arrancaba una carcajada á coro de todos 
los espectadores. Algunos accidentes sobrevinieron, que con- 
dimentaron no poco la diversión. Yo tuvo la desgracia de 
pisar una cosa que no puede mentarse, y que me mantuvo 
encolado en mi puesto mas de un minuto. Guando pude le- 
vantar el pié, noté que el peso de la bota se habia centupli- 
cado. El señor Manini se metió en un charco, del cual salió 
después de haber caido de bruces en el mismo. El olor que 
despedia al salir, probaba evidentemente que el líquido que 



299 

chorreaba de sa vestido estaba compuesto de algo mas que 
de oxigeno y de hidrógeno. Un químico que habia entre 
nosotros lo analizó con solo el olfato, y encontró en él mu- 
riato y fosfato de sosa y de amoníaco, amen de algunos otros 
principios que constituyen cierta escrecion animal. A estos 
accidentes cómicos sucedió uno que tuvo algo de trágico. El 
señor Príncipe, luego que tuvo los ojos vendados, rompió pre- 
cipitadamente su marcha, cuidándose poco de los riesgos á 
que se esponia. Apenas hubo dado el número de pasos que 
creyó le separaban del blanco, dejó caer el garrote resollando 
como un leñador, y quiso su mola fortuna que entre el gar- 
rote y el suelo hubiese una cabalgadura. Desbocóse el ca- 
ballo, que era asaz espantadizo; dio dos saltos de cabra, y 
«1 jinete se apeó por las orejas. Todo esto sucedió en mucho 
nénoe tiempo del que se necesita para contarlo. Un perro, 
que era sin áuéh del mal parado caballero, tomó ismediata- 
mente la defensa de su amo, y tan bruscamente interpeló al 
señor Príncipe, que este buen cofrade á pesar de la destreza 
y fuerza lógica con que contestaba al interpelante, hubiera 
sido derrotado sin el oportuno auxilio de todos nosotros. 
Nuestras palabras lograron no sin alguna dificultad aplacar 
la cólera del daribado, y le obligaron á participar de nuestro 
vino y de nuestras diversiones. El terrible perro que tan 
antipático se manifestó al señor Príncipe viéndole armado de 
un palo, acabó por acariciarle apenas le vio en la mano un 
zoquete de pan. ¡Vil egoísta! {Rastrero adulador! 

El espectáculo terminó con una escena colectiva, con una 
escena que venia á ser el resumen de todas las demás. Vista 
la infructuosidad de nuestros esfuerzos aislados, convenimos 
en dar una batalla decisiva, en vendamos todos los ojos y 
acometer á la vez á aquel AquíLes de las ollas, á aquel in- 
vulnerable puchero. Apenas me vi armado de un garrote, se- 
guro de que lo mismo que yo tenían todos los demás los 
ojos vendados, me quité la venda para asegurarme el premio 
sin riesgo de que fuese conocida mi mala fe, pero jcuál fué 
mi sorpresa al ver que cada uno en particular habia conce- 
bido la misma idea! Parodiamos perfectamente el famoso 
epigrama de las tajadas del amigo Yillergas: 



300 

Varias personas cenaban 
con afán desordenado, 
y á una tajada miraban 
que habiendo sola quedado 
por cortedad respetaban. 

Uno la luz apagó 
para atrapada con modos ; 
su mano al plato llevó , 
y halló las manos de todos, 
pero la tajada no. 

Pero no sé si achacarlo al rubor que causa una mala ac- 
ción, ó si á las muchas docenas de botellas que se habían 
vaciado, fué tal nuestra faha de tino, que á pesar de hallarse 
desvanecidas todas las cataratas, la olla, como si fuese un 
misterioso talismán ó como si poseyese un amuleto que real- 
mente la hiciera invulnerable, salió ilesa de los terribles gol- 
pes que contra ella descargamos todos á la vez. En seguida 
desapareció como por encanto, pero alguno sabe el paradero 
de los maravedises que contenia. Buen provecho le hagan. 

Así como hemos dado las gracias á la hora por la pun- 
tualidad con que llegó, debemos dársela á todo el día, pues 
realmente fué un regalo que hizo la primavera al invierno. 
£1 sol desapareció de nuestro horizonte, porque era la hora 
en que siguiendo su curso natural le tocaba desaparecer, y 
no, como diria algún clásico moralista, para no ser testigo 
de los escesos de la orgía que se preparaba. Sus moribun- 
dos rayos querian al parecer reanimarse con un cordial, y 
rielaron en una fuente de ponche que para dar fin á la fun- 
ción se habia dispuesto sin mas objeto que el .de mitigar los 
efectos del vino v otros licores. 

Las cariñosas pléyadas nos anunciaron desde el cielo la 
hora de regreso á esta corte. Perdimos en la espedicion todo 
el convoy. Nosotros nos salvamos por milagro, pero los dos 
gallegos que escoltaron nuestros víveres quedaron prisioneros 
del vino. A uno de ellos le dejamos revolcándose en la mar- 
gen de un camino, y al otro le vimos dirigirse á escape hada 
Toledo. Le preguntamos que á dónde iba, y nos dijo que á 
Madrid. Esta respuesta nos llenó de incertidnmbre, pues no 
estábamos tan seguros de nosotros mismos, que no pudiésemos 



301 

creer que éramos nosotros los que andábamos desacertados. 
Sin embargo, seguímos nuestro camino y dejamos al gallego 
que siguiese el suyo, porque al cabo un borracho no había 
de saber mas que diez. £1 pobre hombre dio una prueba 
positiva del valor que comunica el vino á los genios empren- 
dedores. £1 rumbo que seguía para venir á Madrid nos ma- 
nifestó que había concebido una idea mas sublime que la de 
Colon. Con ansia esperamos volverle á ver, pero es seguro 
que tardaremos todavía algún tiempo, porque aunque el vino 
le dé alas, tendrá necesidad de algunos meses para dar la 
vuelta á este picaro mundo. 

A. RiBOT Y FONTSEBE. 



¿QUE ES UN JAIQUE? 

Si hubiera justicia en el mundo, los primeritos que no 
verían mas luz que la colada por los hierros de su jaula se- 
rían ciertamente los figurínes, y todo mequetrefe (al Panléxico), 
cuya única misión parece ser la de cundir sus desatinos, sus 
modas y sus sayos improvisados; alborotando las ciudades y 
las aldeas, y sacando de quicio á los hombres mas sesudos y 
estacionarios que se conocen. Y para que vean nuestros 
lectores la razón con que hablamos: ¿tienen la bondad de 
decimos lo que es un jaique? pensaréislo bien si tenéis la 
cabeza para análisis y analogías, pero no daréis pié con bola. 

Este traje se conocía en la antigüedad^, pero no es ahora 
lo que era antes, pero no es el espíritu de aquellos remotos 
siglos el mismo que en el presente ha imperado su resurrec- 
ción ; pero no lo usan ahora los que lo usaban antes ; pero el 
nombre con que ahora lo conocemos ni es nuestro, ni es voz 
inventada nuevamente, ni es de aquellos, sino de otros, y de 
otros menos antiguos .... ¡Ya tiene alma la ensalada que 
liemos hecho con los jaiques 1 Lector mío, averigúate como 
puedas con mis períodos; que yo veré por donde salgo. 

Pues como iba diciendo (si es que á esta hora he dicho 
algo), el jaique es un traje jvdío (spiritus sancti gratia etc.) 



308 

llamado taletk, que quiere decir éobre todo ; y asi se asa 
ahora, aunque el todo sobre que lo llevan suele ser una ca- 
misa bu«na ó mala, ancha ó estrecha, larga ó corta, que yo 
no me meto en camisas tengan las varas que tuvieron. Eran 
de una sola tela cabal; eran largos, crecerán también: en el 
año pasado no pasaban del muslo, y ahora pasan de la ro> 
dilla: el jaique seguirá la ley de los graves. £1 taleth judio 
era de una sola tela y con pocas costuras , justamaite : una 
hilera de botones de alto á bajo, no hay mas que pedir; las 
trenzas y cordones del jaique no son otra cosa que el s»zit 
rabino, que aumentaban al gusto si querían parecer mas re- 
ligiosos, así como también se añaden ahora estos adornos por 
los que quieren parecer mas elegantes. Un español es ahora 
crístiano en el nombre, y judío por la corteza: quitadles el 
corazón y quedará la cascara: hay hombres que por nada se 
tendrían sino tuvieran jaique. 

Sin embargo, es menester conocer que la evocación del 
taleth rabino merece las simpatías de todos; y no se crea 
que podemos hablar con calor, cosa que no es posible en el 
mes de enero. Pero cuando la atmósf^'a se pronuncia en 
fuego, y Keaumur se encarama á los 25, y de ahí para or- 
ríba el jaique es una necesidad. £1 cuerpo humano redama 
en el estío la anchurosa libertad y la independencia de las 
capas y de todo paño, con el fervor mismo que el cu«rpo so- 
cial pide la abolición de la tiranía* £1 jaique } quién lo cre^ 
yeral es para el cuerpo humano, lo que para el social, por 
ejemplo, una prensa periódica con libertad, una representa- 
ción, un dwecho electoral; á saber, el contrapeso del despo- 
tismo y el entibo de la independencia. Tan exacta es la 
compsuracion, que hemos visto en nuestros dias apalear á los 
usufructúanos del jaique con el apéndice de un sombrero 
albino. 

Lector mió, si de noche é por la mañana, en la calle ó en el pa- 
seo te preguntaren ¿qué es un jaique ? dirás conmágo : ese nombre 

es árabe, ese traje es judio, y el que lo lleva espérate, pa- 

cientísimo lector, que no te lo puedo decir ahora. Se han 
puesto los hombres en una disposición, se visten de tantos co- 
lores, hablan tantos idiomas, que no es fácil conocerlos tan de 



303 

pronto. Esa mirada te parecerá de un asesino, esa barlto. de 
un conspirador, su continente de un filósofo, y su tn^e de un 
judío neto .... como que lleva jaique .... Si será, si no será, 
¿si habrá venido este israelita de la otra parte del río Sab- 
bático donde diz que tienen organizada su tríbu ? . . . Con 
mas exactitud que un buen hipomodio da á conocer los qui- 
lates del oro, y un pesalicores la fuerza del vino, y un agente 
de candidaturas la suma de sus votos, puedo yo dar á los 
curiosos una seña inequívoca coa que podrá conocerle, una 
sena que es lo mismo que un desengaño, caro por supuesto, 
porque nada se hace gratis. £a , paes allá va .... los ju- 
díos se circuncidan: ya es tan caro el desei^^año, que nadie 
querrá averiguar lo que pasa de botones adentro. 

M. Muñoz t Gasifica. 



í;¡MI suegra otra VEZ EN CASA!!! 
DRAMA HISTÓRICO EN MINIATURA. 

Entran en la acción los personajes siguientes. 

Un Esposo ) 

Una Esposa \ Recíprocos. 

El Alcalde. 

ÜN CoBCHBTE, áUos olguacil. 

UiT Majo. 

El Cuba. 

El caldero del agua bendita ton su correspondiente hisopo. 

Un Soldabo. 

Un . . . (Este un .. . saldrá cuan^do convenga.) 

Comparsas dt iodos <^ases, edades y condiciones, gente 
que mira y calla. 

Pasa (ó mas bien pasó) la acción en 1843. 

(En una cocina con sus útiles y chismes correspondientes , inclu>«o el pozo de 
sacar agua , aparecen les dos esposos sentados á una mesa y concluyendo de 
almorzar.) (Algo clásico se presenta el esoeoario, pero do es mía la culpa.) 

Esposa. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espí- 
ritu Santo ... (Se santigua por SQpu«8to.) 



304 

£8P080. (Después de apurar un vaso de tído.) Amen. 

Esposa. Por el alma de mi madre. Padre nuestro que 
estás en los Cielos .... 

Esposo. En los infiernos babias de estar tú y todas las 
que no sabéis mas que rezar. Cállate con mil diablos, que 
tu madre para maldita, la cosa necesita nuestros rezos. 

Esposa. Pero bombre. 

Esposo. Lo dicho. 

Esposa. ¿Y si por ventura?... 

Esposo. ¿Temes que vuelva? 

Esposa. No digo tal. Pero.... 

Esposo. Es que entonces rezaré .... ¿Entiendes? Re- 
zaré basta que se me sequen las fauces. He quedado Heno, 
muy lleno de suegra. Oh! son una canalla malísima, amiga 
mia; los peores vicbos que viven en este picaro mundo ! Mil 
veces felice nuestro padre Adán, que tuvo la dicha de en- 
contrar una mujer sin ascendientes! Debió pasar el buen 
señor una vida deliciosa, envidiable en (toda la estension de 
la palabra 1 

Esposa. (Quitando la mesa, y con cara de vinagre.) Pues tú no 
puedes tener queja. 

Esposo. Ciertamente. En el dia me hallo completamente 
satisfecho. 

Esposa. Si fuera tu madre 1 ... Pero la mia ... (Medio 
llorando.) Dios la tenga en su santo reino 1 

Esposo. Mi madre .... mi madre era una madre pre- 
ciosa, de las mejores madres que puede tener un h^o. Pero 

en tocando á suegra era una suegra tan maldita como 

todas las suegras del mundo. Yo soy franco, amiga mia, soy 
franco, la mayor desgracia ;que puede suceder á un casado, 
es tropezar con su suegra. Si llego á enviudar algún dia . . . 
¿Estás? 

Esposa. (Llevando el paPuelo á los ojos.) fiien sé que lo 

deseas. 

Esposo. No es eso, mujer. Si llego á enviudar algún 
dia .... ¿á qué no sabes con quién me caso? . . . Con una 
inclusera. 

Esposa. Con una inclusera 1 



306 

Esposo. Sí señora, con una inclusera. Son muy hermo- 
sas las incluseras para migeres casadas I 

Esposa. ( Sentándose junto á él con aire placentero.) Déjate de 

esas cosas» bien mió. 

Esposo. (Aparte). Bien mío! . . . petición al canto! 

Esposa. Vamos. Qué adusto te pones! Y yo que te 
quiero tanto. (Acercándose mas.) ¿Cuándo quieres que se digan 
esas misas? 

Esposo. (Aparte.) ¿No lo dije yo? (Alio.) Misas! Si sabes 
que no tenemos un cuarto! . . . 

Esposa. Pues es preciso, aunque . . . 

Esposo. Ciertamente, soy del mismo parecer. Aunque 
haya que yender alguna cosa superfina .... Un collar por 
ejemplo Esto es, el collar de perlas .... 

Esposa. (Con viveza.) Pues mira: yo creo que las misas 
tan solo siryen para engordar al que las dice. Podremos de- 
jarlas, y en cambio. . . doblaremos el rezo, ¿qué te parece? 

Esposo. Primoroso! Se entiende . . . con tal de que seas 
tú sola la rezadora. (Aparte.) Antes dejará darse azotes con 
la suela de un zapato que vender su collar de perlas. Pues 
no faltaba otra cosa! 

(Se oye un qncgido muy lastimero; la esposa se levanta sorprendida, y el es- 
poso sin hacer el menor caso de tal accidente, se dirige al fogo con ánimo 

de encender su cigarro.) 

Esposa. \ Qué es esto ! 

Esposo. Alguno que se queja en la calle. (Se oye nuevo 

^ejido : crece la sorpresa en la esposa y la caima en el esposo.) 

Esposa. No señor, no es en la calle! 

Esposo. ( Concluye de encender.) Será en Otra parte. 

Esposa. (Al oir otro quejido.) Parece que la voz sale de 

muy cerca! Atiende, atiende y verás . . . 

Esposo. ( Oyendo otro quejido.) No hay duda. (Nuevo quejido. 

Se pone á la ventana.) ¿Quién eres? ¿En dónde te hallas?. . . ¿No 

respondes? Tanto peor para tí. (Se sienta á fumar con grande 
calma.) 

Esposa. Es muy original! (Otro quejido.) Dios miol Pa- 
rece que la voz sale del pozo! 
Hbbbmank. 20 



306 

Esposo. No lo creas. (Otro quejido.^ Pues á fe que voy 
entrando en aprensiones! (Se levtnta.) ¿Qui^ entró aqui, mujer? 

Esposa. Nadie que yo sepa. 

Esposo. Míralo bien. Apostamos á que estabas con al» 
guno cuando yo entré, y se zambulló en el pozo por no caer 
en mis manos. (Acercándose al pozo.) Hola! El de adentro! 
¿Estás sordo? (Ciro quejido.) Voto á cribas! Esto no parece 

persona!. . . ¿Quién eres? (Suenan dos quejidos á cual mas lastimeros.) 
Esposa. (Dejándose caer en una silla.) DioS mio, Dios mio! 

Esposo. ¿Qué tienes, mujer? 

Esposa. ¿No la conoces? 

Esposo. ¿A quién? 

Esposa. A esa voz. 

Esposo. ¿De quién es? (Oiro quejido.) 

Esposa. (Mesándose los cabellos con desesperación.) San Antonio 

de mi alma! 

Esposo. ¿A qué vienen esos lamentos? (Otro quejido.) 
Esposa. (Se acerca al pozo como apoderada de un delirio.) Madre 

mía !. . . Madre mía!. . . Madre de mi alma!. . . 

Esposo. ¿Has perdido el juicio? 

Esposa. Aquí estoy Respóndame usted. . . 

Esposo. No comprendo una palabra. (Otro quejido.) 

Esposa. ¿Oíste? Es el alma de mi madre! 

Esposo. Su madre!... Pues estamos frescos! 

Esposa. (Cada vez mas exaltada.) No hay duda... Ella es! 
Ahora mismo á llamar al cura . . . Madre de mi corazón I . . . 
A decirle todas las misas .... Fui la hija mas ingrata del 

mundo! .... Que se vendan todos los collares ¿Entien-» 

des ? todos .... 

Esposo. Pero, mujer, no puede ser eso. 

Esposa. No te detengas. Pronto , pronto La pobre 

no estará en el cielo por falta de misas! Y no se las he- 
mos dicho! 

Esposo. ¿Quién habia de pensar? 

Esposa. Corre... Note detengas. 

Esposo. Voy al momento. 

Esposa. (Deteniéndole.) Pero no. . . no te vayas por IMos. . . 

Me voy á morir de miedo ! (Acercándose á la rontana y gritando eon ' 



307 

UMlifcs fuerzw.) Vecinos!. . . yecinos!. . . Na.die rei^onde!. . . Ve- 
cinos ! (Suena otro quejido.) Dios mio ! Y <|ué penas es4¿ pasando I 
Vecinofi ! Por Jesucristo qae venga alguno ! 

(Salen el aloalde y ud corohete. dando un porraio en la puerta que dejan 
temblando á la pobre mujer. O somos ó no somos.) 

AiiCALPB. ¿Qué es esto, señores míos? ¿A qué viene tanto 
alborolio? Todo el barrio se halla escandalizado con sus 
gritos. 

Esposa. Oh señor alcalde! 

Aloaij[»s. Si- señores; es una vergüenza 

Esposo. Soy muy desgraciado 1 

Alcalde. Pero ¿qué hay? ¿Que sucede? Esplíqueose 
ustedes con mil diablos. 

Esposo. ¿Qué ha de suceder?. Que el alma de mi suegra 
se halla dentro de este pozo! 

Alcalde. Están ustedes locos! Como es posible! .... 

Esposo. Vea usted ! . . . Después que yo creía haber sa* 
lido de trabajos, salir ahora ... 

Alcalde. No puedo creerlo. 

Esposa. Sí señor, yo misma la conozco por la voz. Ahoob 
mismo estaba dando unos ayes que partían el corazón. Ay 
madre de mis entrañas! 

Alcalde. Es una equivocación de ustedes. Los muertos 
nada tienen que buscar por acá. 

Esposa. Eso dicen los herejes, los que no creen en Dios. 
No lo dude usted, señor alcalde. 

Alcalde. Tranquilkesie usted, señora. . . . 

Esposa. No hay duda que vienen. Sí señor; el año pli- 
sado se murió el novio de una amiga mía, y porqna 
ella no quiso perdonarle un abrazo que le habia dado, no 
pudo el pobre entrar en los cielos, y todas las noches apare- 
cía en la ventana dando unos suspiros, señor alcalde, qué 
suspiros ! . . . Hasta que al ñn le conoció, se hablaron, le per^ 
donó y . . . 

Alcalde. Esos son cuentos de vi€(jas^ 

Esposo. Bien se ve que usted no la conocía! Es capte 
de abandonar la corte celestial, y mil cortes celestiales que 
hubiera, por venir á darme que hacer. 

20* 



308 

Esposa. Tu tienes la colpa por no haber pagado las mi- 
sas que dejó mandado se le dijesen. 

Esposo. Tienes razón, soy un torpe, un salvaje incapaz 
de sacramentos. Se la dirán cuantas quieras, pero que se 
yaya, que se yaya al momento. 

Alcalde. Vamos claros. ¿Desea ustedes burlarse de mí? 
Hace que llegué un buen rato y no escuché todavía quejido 

alguno. O están ustedes locos ó . . . (Apunta para una botella que 
quedó sobre la mesa.) 

Esposo. Que diga usted eso, señor alcalde, coando todo 
el mundo sabe que después de muerta mi suegra, es esta la 
casa mas pacífica del barrio. 

Alcalde. Pero ¿y la voz? ¿A dónde está la voz? 

Esposa. (Llamando á la boca del pozo.) Madre mia! (Suenan 

tres quejidos.) Y que no quieran creerme ! 

Alcalde. (Acercándose.) ¿Quién es? (Otro quejido,) Cosa mas 
original!.. ¿Y nada mas contesta? 

Esposo. No señor. 

Alcalde. Es muy estraño! Y dicen ustedes que la 
voz .... 

Esposo. Es la de mi madre, sí señor. 

Alcalde. Me choca sobremanera. . .(Al aguacil.) ¿Quieres 
bajar? 

Alguacil. (Retirándose algunos pasos.) Yuesa mercé perdone; 
no sirvo para eso. Ni una jota entiendo de escalar paredes. 

Alcalde. ¿Tienes miedo? 

Alguacil. Le diré á su mercé; lo que es miedo . . . qué 
sé yo; pero esto de tropezar en tales proftindidades con el 
alma de una vieja . . . Vamos, le digo á su mercé 

Alcalde. ¿Bajas ó no? 

Alguacil. No puedo remediarlo; pero les tengo un hor- 
ror á los muertos! (Otro quejido.) Y querían que yo bajase! 

Pues no faltaba otra cosa! 

Alcalde. ¿Qué hacemos pues? 

Esposa. Llamar al Cura; no hay otro remedio, señor al- 
caide, no hay otro remedio. 

Alguacil. Tiene razón la señora ; los curas y los muer- 



309 

tos son gentes muy aficionadas unas á otras, y será fácil qne 
se entiendan. Si su mercé quiere .... 

Alcalde. ¿Sin saber? 

Alguacil. Por sabido. Es la madre de esta señora; la 
conozco como si la hubiera parido. 

Alcalde. Pues señor, que venga el Gura. Anda listo. 

Algitacil. En un santiamén estoy de vuelta. 

Alcalde. Que venga vestido en regla, y que traiga 0l 
libro de los santos evangelios. No le digas lo que hay aquí. 

Alouacil. Muy bien, señor. (Entra á paso redoblado.) 

Alcalde. Atiende: cuidado con traer agua bendita. 
Aguacil. (Desde afuera,) Voy al momento. 

(Profundo silencio en la escena. A poco se ven ir llegando varias comparsas 

entre los cuales viene un guapo con rara de perdona - vidas , cigarro puro en 

un ángulo de la boca, manta terciada y cala' es. cuya punta formn un ángulo 

de 40^ con la vertical: grande garrote colgado de un botón.) 

Majo. (Saliendo.^ Es un ooUon de siete suelas el tal al- 
guacil ... No hay que asustarse, señores . . . Eso no vale tres 
cominos. 

Alcalde. ¿Qué, te atreves á bajar? 

Majo. Aunque fuera á los mismísimos infiernos. Cuerpo 
de Cristo ! En sacando yo mi navaja . . . (i^a saca , la abre y lá 
pone atravesada en la fiya.) En preparando yo estos chismes . . . 

(Saca dos pistolas, las carga y atraviesa también en la fiega.) ¿ Quién se 

atreve á escupir en mi presencia? 

Esposo. No sea usted por Dios un temerario. 

Majo. Calle usted, so mandria. 

Esposo. Mire usted que es un alma en pena. 

Majo. ¿Nada mas? De un resoplido echo yo á volar to- 
das las almas que están en el mismísimo purgatorio. Voto al 
santo cielo ! Y una alma sola basta para asustar tanta gente ! 

Alcalde. ¿Con que baja usted? 

Majo. Al momento. Venga una cuerda. (Se la dan.) Esto 

es. (Se amarra por la cintura con uno de los cabos . y después de pasar el 
otro por la roldana, no sin mirar antes el estado en que esta se hallaba, en • 

trega á las comparsas mas fornidas.) Cuidado COn no soltarla 1 (Se 

introduce en el pozo.) En cuanto yo lo mande, arriba con brío. 
(Empezando la descensión.) Ira de Dios! Cuidado con tenerla fír- 



310 

! . . . . Poco á poco. (Suena ua qa«iido.) Dios inio ! Virgen 
de la O! Arriba. . . arriba por Jesncristo. . . . Mas aprisa 

. . . (Otro quejido.) Que me muero ! (Asoma la cabeza; su semblante 
está pálido y sus oj«s deseac^dos.) 

Alcalde. ¿Qué es eso? ¿Para ^oé sirven esos chisBKS? 

Ma.jo« (Saliendo.) Oh ! vengo horrorisado ! . . . . Le tiré tres 
tajos y . . . nada ; lo mismo que si diera en un bronce I No 
puede menos de ser el mismo diablo t 

Alcalde. Al ta^ ¿qué viste? 

Majo. Cosas espantosas ! ¿ Quién decían ustedes que 

se hallaba dentro? 

Esposa. El alma de mi madre. 

Majo. La misma. No he visto cosa mas igual! . . Está 
envuelta en una sábana. Me miró con unos ojos ! . . . Oh, es 
cosa muy horrible el alma de un difunto! Bastan las uñas 
que tiene Y qué brazos ! Par.ecen las aspas de un mo- 
lino. Y qué barbas I 

Esposa. Barbas mi madre t 

Majo. Sí señora. No sabe usted lo que se transforma 
un difunto después de estar por allá quince dias. Cuerpo de 
Baco! Si no me suben ustedes al momento me engulle sin 
remedio. Uf 1 No quiero acordarme 

(Saleo el Gura y el aguacil: este con el caldero del agua bendita. Quizá 

no hallaron ¿í mano el sacristán.) 

Cuba. Dios guarde á tan buena gente. 

Esposa. Oh señor Cura de mi alma, cuanto tardó usted! 

Cuba. ¿Qué tiene usted, hija mia? Si un pobre capellán 
puede servir á usted en algo ... 

Alcalde. Es el caso, señor cura, que de este pozo salen 
unos ayes muy profundos. 

Cuba. ¿Algún pobre que reclama los auxilios de mi mi- 
nisterio?. . . Es muy estraño en los tiempos que alcanzamos! 
La religión está por tierra. La fe de nuestros padres se 
halla completamente estinguida. 

Alcalde. No señor. Según parece, es el alma de la ma- 
dre de esta señora. 

Cuba. El alma de su madre! 

Esposa. No lo dude usted, señor Cura. 



sil 

CtnRÁ. InmMfto es el poéer de Dios, é incomprensibles 
8Q8 altos juicios. 

Alcalde. ¿Con que segnn eso cree usted? . . . 

OtrnA. Que bien puede ser. El Todopoderoso se rale de 
mil medios para tomar hacia sí las ovejas descarriadas. Pero 
¿la conocen ustedes? porque á veces suele tomar Lucifer dis- 
tintas formas para tentar á los mortales. 

Alcalbis. La señora... 

Esposa. Es ella misma, señor Cura. 

Majo. Ira de Dios ! Y si eso no es Suñdente , basta que 
yo asegure haber. ... 

CiTBA. No jure usted, por Dios, hijo mío. 

Majo. £s que me Toy atufando t^n tanta duda. 

CtrftA. ¿Y no sabe usted, señora, lo que hi trae por aquí? 

Esposa. Oh señor Cura! 

Cuba. Dígalo usted sin miedo. Nosotros somos en la 
tierra los ministros del ^tísimo, y ay de aquel que rehuse 
abtimos su pecho!.. ¿Quiere usted decirlo en secreto? 

Esposa. Sí, señor Cura. 

(Se apartan á un lado, por supuesto á la TÍsta de lodos: no hay qvte tomarlo 
por mal camino. Despaes de hablar aigun rato s« reúnen ni grupo general.) 

Cura. Oh ! En ese caso, ella es, ella es sin duda. 
Esposa. Dígale usted algo por Dios ; asegúrele usted . . . 

Cuba. (Tomando áxiteñ el hisopo.) Silencio. (Se acerca a! po2o.) 
O tú que te hallas en lo pi;oñindo de tales profundidades! Si 
eres el espíritu de Satanás, te conjuro en el nombre del Pa- 
dre, del Hijo y del Espíritu Santo á que dejes estos lugares 
y desciendas á Jos profundas abismos. 

Todos. Amen. 

Cura. Si eres el ahna de alguno, en nombre de Dios te 
pido que me digas ¿quién eres, de dónde vienes y qué buscas? 

Esposa. No se canse usted, señor Cura; es ella misma. 
(Suenan dos quejidos agudísimos.) ¿Ve usted?. . . 

Cura. Si por falta de algunas misas no puedes entraren 
el santo reino de los Cielos, te se dirán cuantas necesitas. 
(A la esposa.) ¿No es Terdad? 

Esposa. Sí señor, sí señor. 

Esposo. Pero dígale usted que se vaya. 



312 

Cuba. Y para qae puedas marchar mas tr^quila, yo 
mismo seré quien las diga. (Al esposo.) ¿No es verdad? 

Esposo. Sí señor, sí señor. Y de pronto tome usted. . . . 

Un Soldado. (Saliendo de un grupo general.) Ustedes disi- 
mulen. . . 

Cuba. ¿Qué quiere usted hijo mió? ¿Hay por hoy ot^ 
alma en pena? 

Soldado. No señor; pero si ustedes me permiten qui- 
siera. . . 

Cuba. ¿Bi^ar al pozo? 

Soldado. Sí señor. (Asombro general.) 

Cuba. O hijo mió! eso fuera demasiado escitar la ira del 
Cielo. (Al esposo.) ¿Con que para cuántas hay? 

Esposo. Para cincuenta. (Le da im bolsillo que el cura no se 
demora en recoger.) Doscientos reales justos. Después se le 
dirán . . . 

Cuba. Están bien contados, ¿no es yerdad? 

Soldado. No se enfaden ustedes si les interrumpo; pero 

yo quisiera .... (Mal gesto en el semblante del cura.) 

Esposo. Lo está usted oyendo 

Soldado. Con todo si ustedes me permiten 

Majo. Bajas tú! Cuerpo de Cristo 1 si llegas á verte den- 
tro, se apodera de tí un terror que acabará con tus días en 
menos de tres semanas. Vean ustedes .... bi^ar el señor 
cuando yo ! . . . 

Soldado. Apesar de todo si el señor alcalde 

Alcalde. Muchacho, tu alma tu palma; pero advierte que 
tú solo serás el responsable de lo que te pueda suceder. 

Soldado. Yo no creo que haya peligro alguno. 

Alguacil. ¿Con que no hay peügrp?.. .friolera es! Y el 
hallarse mano á mano con el alma de una vieja? 

Soldado. No me hacen miedo. 

Cuba. Es una temeridad, hijo mío; y se espone usted á 
que Dios, que por mi boca le advierte el atentado que trata 
de cometer, le castigue severamente. 

Soldado. ¿Con que, señor alcalde, me permite uBted 
bajar? 

Alcalde. ¿Estás resuelto? 



313 

SoLDADb. Enteramente. 

AlcajíDB. Haz pues lo que te parezca. 

Esposa. Por Dios, militar, no se esponga usted. . . 

Soldado. No pasa usted cuidado, patrona. 

Majo. ¿Se ha mirado usted bien, camarada? 

Soldado. Si señor. A mí no me asustan las sábanas, 
ni las uñas, ni los brazos como aspas del molino, ni 

Majo. Cómo ! Se atreve usted 

Alcalde. Haya paz, muchachos. 

Majo. Si no fuera que usted lo manda. . . . 

Soldado. (AI esposo.) ¿Cuánto tendrá de fondo? 

Esposo. Diez ó doce varas. 

Soldado. Poca cosa. ¿Y de agua? 

Esposo. Menos de vara y media. 

Soldado. Eso no es nada. Bajen ustedes el pozal .... 
¿Ha llegado al agua? Bueno. . . . Ahora sujetar la cuerda 

. . . Eso es. (Se introduce en el pozo.) 

Esposo. ¿Ne se amarra usted? 
Soldado, (filiando.) No hay necesidad. 

Cuba. (Haciendo ademan de marchar.) £1 cielo te defienda, 

hijo mió. 

Esposa. ¿Se va usted señor Cura? 

Cuba. Sí hija mia, no puedo presenciar estas cosas. Es 

un atentado!. . . (Entra. Suena un gemido, á poco otro y luego tres ó 
cuatro; asombro general, todos se santiguan.) 
. Soldado. (Dentro.) Ya cayó el pájaro. (Crece el asombro.) 

Subir un poco mas el pozal .... Bien está. 

Vabios. Pero ¿qué es? 

Soldado. Ahora lo verán ustedes. 

Esposo. No haga usted tal cosa por Dios. ¡¡¡Mi suegra 
otra vez en casa!!! 

Esposa. (Dejándose caer en una silla,) Ay madre mia ! 

Al<€ALDS. (Viendo asomar al soldado.) ¿Qué traes? 

SOLBADO. (Saliendo.) ¿Qué traigo?. . . (Sube el pozal, saca de él 
y arnúa en el suelo un . . .) 

Un . . . (Sacudiéndose y regando la cocina y á todos los actores mejor 
que lo hiciera el mas diestro jardinero.) Guau, guau, guau ! 



314 

Todos. Un perro. (Aquí está el un . . . de marras! Por sopuesto 
que el escenario queda casi desierto en un abrir y cerrar de ojos.) 

Esposo. Un perro! y mis doflcieBtos reales!. . . 

Esposa. Mi madre en ñgura de qb perro! 

Soldado. Diga usted patrona ¿cuAnlo hace que marió 
su madre de usted? 

Esposa. Mes y medio. 

Soldado. En ese caso tranquilícese usted porque hace 
mas de nueve que este animalito me pertenece. El bribón 
quiso largarse ; pero al fin pude dar con él, que no fué poca 
fortuna. Queden ustedes con Dios. 

Baldomcro MBVSVDfez. 



LA SITUACIÓN. 



epístola a MI AMIGO DON WENCESLAO AYGÜALS 

DE IZCO. 

No hay que asustarse, Ayguals, del título de este articu- 
lillo, que indudablemente hará abrir grandes ojos á los fisca- 
les (Q. D. . . G.) porque la situación que voy á pintar nada 
tiene de política, limitándome á hacer ver lo que me parece 
cierta situación; y si no te gusta, das mi retrato en tu perió- 
dico, para que se rían los suscritores ; mi figura está descrita 
en estos cuatro estravagantes versos. 

Fantasma descomnnal, 
con los ojos de cristal, 
y una nariz colosal, 
mi relrato es iniparcial. 

Hé aquí como yo sin ser caricato, soy una perfecta cari- 
catura que no debe desperdiciar La Risa, porque en estos 
tiempos no todos sirven para el caso. No creas que en esto 
divago, pues al describir mi persona, describo mi situación, 
que tan situación es como otra cualquiera, pero no es boy mi 
idea entretenerme con mi persona, no solo porque no quiero 
se sepan ciertas cosas, sino porque necesitaba muchos plie- 



315 

goft de papel para tan gran tamaño. ¡La situación! hé aquí 
una palabra que en general no podría yo definir, como no po- 
drás tú tampoco comprender, por qué te llamo amigo, pero 
en la situación del dia todos somos amigos con solo saludar- 
nos en la calle, pues es nombre que vale mucho, y allá van 
unos versos estravagantes que no se sujetan (porque son li- 
bres) á metro conocido, pero que no por eso deja de ser 
metro. 

hn su triste situación 
el cesante ó el mendigo, 
esplota el nombre de amigo 
para lograr el turrón, 
(Aquesta no es ahision, 

Ayguals de Izco^, 
y esta aclaración (jue ves, 
la hago porque no me des 

un pellizco. 

¿ Qtté tal ? . . . Pero sigamos con ¡a situación á cuestas, 
que por Dios me pesa mas que al Cirineo la cruz, pues ya 
no es posible volver atrás porque la situación mia, es decir 
la que describo yo, no es como la del cangrejo, y veremos si 
es la peor de las situaciones de España. 

El mísero artesano, el pobre enamorado, el cesante, el 
desterrado de su patria (esta no es alusión á mi amigo Vi- 
Uergas), los gobernantes y todas las malas situaciones, creo, 
Ayguals, que no son comparables con la del escritor en nues- 
tra patria. Infiero que en todo estarás acorde conmigo; de 
lo contrario rebáteme cuando á esta me contestes. 

Heme aquí con la pluma en la mano para escribir del es- 
critor, sin que en este número me cuente yo, pues aunque yo 
escribo, recuerdo aquel epigrama de Príncipe: 

De escribir sale escribieate, 
escribano y escritor: 
¿de dónde has salido tú, 
miserable escribidor? 

£8t08 cuatro versos no juzgo se compusieran para mí) aun- 
que idgunos me los aplicarán, como yo se los aplico á otros, 



316 

7 así 66 el mundo, pero dejóme de epigramas porque les temo 
mas que á una paliza. 

Y si por desgracia escribo 
algún desgraciado drama, 
temo mas un epigrama 
que una silba que recibo. 

Aquí debiera decir reciba, pero el consonante apremia mas 
que un escritor cuando no ha cobrado una obra y mas aun 
(es todo lo que se puede decir) que el editor cuando ha pa- 
gado una obra adelantada; esto (entre paréntesis) sucede po- 
cas veces. 

£1 escritor, como ha dicho muy bien un poeta, es una 
planta maldita^ y hoy que tan estraordinariamente se repro- 
duce mucho peor, llevando todos por idea principal, el en- 
gañar á los editores, aunque sucede siempre que son ellos 
los engañados; aquí viene bien aquel refrán español: ir por 
lana y volver trasquilado, (Si Villergas no se hallase en 
San Petersburgo, pediria la palabra al leer este refrancillo.) 
£1 escritor pues cuando vierte sus primeras inspiraciones, 
solo ansia que salga su nombre impreso y cuando lo consi- 
gue se recrea observándole horas enteras, como una joven 
contempla el primer billete de amor, que le conmueve. Con 
este paso principian ambos su carrera, y sus sentimientos de- 
ben ser iguales. Aquel dia va al prado y mira de reojo á los 
que pasan, creyendo que le señalan con el dedo para decir 
aquel es el novel poeta, y á todos sus amigos pregunta si 
han leido aquel número para regalarles de lo contrario uno, 
de docena y media que lleva en el bolsillo. £1 poeta en cier- 
nes hace incontinenti tantas composiciones como periódicos 
hay en la corte y sin mas recomendación que el mérito de la 
obra envía cada cual á su destino: unas se publican y otras 
se arrinconan, sin que esto desanime á su autor. 

Los ratos perdidos los emplea en componer un drama , y 
aquí empiezan las desgracias. Después de consultar veinte 
historias que destroza á su modo, y de trabajar quince días 
)no necesita mas el genio), se presenta en uno de los teatros 
donde le reciben muy bien, pero no sabe el infeliz que su obra 



317 

va á confundirse con un millar que tiene el empresario en su 
bufete. • 

Si busca recomendaciones que le recomienden de veras, suele 
suceder que la producción se admite y el pobre diablo aguarda 
meses y meses, mientras que ve poner en escena otras que 
habian sido leidas después ; el editor no quiere pagarla hasta 
que comiencen los ensayos y ninguno quiere hacer el papel, 
y el que hace el papel presta todas sus fuerzas para sacarlo 
mal y lo saca mal, y silban al pobre autor para hundirle su 
porvenir contribuyendo á que renuncie á escribir. 

Si por una casualidad se aplaudiese la obra, el escritor 
recibe en las tablas una ó muchas coronas que habia repar- 
tido á sus amigos para que le rindiesen este tributo. Sin 
hacer caso de las críticas de los santones que quieran echarlo 
absgo porque es joven, escribe otra infinidad de produccio- 
nes y ya puede contar con su subsistencia segura, con una 
situación de las mas brillantes. 

Desde este momento vomita su pluma poemas, novelas, tra- 
gedias, dramas, sátiras, comedias, poesías y demonios, que le 
producen algunos reales . . . pero de cien suscritores tiene uno 
esta suerte y es preciso figurárselo arrinconado, amenos que 
no aprenda por principios á adular, renegando de sus creen- 
cias y convenciéndose de que come á costa de los editores, 
porque no conoce que los editores son los que comen á su 
costa siempre. 

Muy difícil es en el dia adquirir nombre y por eso la 
mayor parte renunciamos á él, conformándonos con estar á 
oscuras en el siglo de las luces; yo no deseo reputación á 
costa de infamias, y si escribo es por divertirme dando mo- 
tivo á los lectores de La Eisa para que se rian de mí, pero 
nada me importa, caro Ayguals, porque si se rie de mí el 
mundo entero yo me rio de todo él y vamos bogando en esta 
vida que es lo principal. 



Mas. ¿qae digo? Ayguals querido, 
¿para qué otro nombre quiero, 
si el de Teoioro Guerrero 
es oombre y es apellido? 



318 

Pero concluyo porque la situación es ya . . . muy larga y 
me despido , aconsejándote que me contestes para saber tu 
parecer acerca de esta triste situación^ y adiós: por conclu- 
sión te digo que en el Parnaso nos veremos; y esta si no es 
buena conclusión, lo será poniendo un punto final. 

Teodobo Gubbbebo. 



DEFENSA DEL CHOCOLATE. 

Provocar á un reverendo á liacer la defensa del chocolate, 
presentándole por rival un par de huevos fritos con tomate, 
¡vive mi padre San Francisco que es un insulto capaz de en- 
cender en ira, si no fiíera hecho por el autor de La Risa! Por- 
que es como poner en parangón la sidra con el néctar de los 
dioses, el chacolí con el lacrima Christiy la rústica patata con 
el tocino del cielo, la innoble cebolla con la pechuga de án- 
gel, la prosa con la poesía, lo humilde con lo elevado, lo 
rastrero con lo sublime, el zueco con el coturno, la canah^a 
con el cedro, la estameña con la púrpura, la porra con la la- 
ticlavia, el gorro con la corona, el plebiscito con el senado* 
consulto, la hebetud con la sublime inteligencia, el tugurio 
con el alcázar, la cotorra con la sirena, el grajo con el fénix, 
el almuerzo en fin del cavador Bartolo con el desayuno que 
usaba el emperador Motezuma, según refieren las crónicas. 

En buena ley el chocolate no necesita de cantores de sus 
escelendsjs : las escelenciaa y virtudes del chocolate se reco- 
miendan por si mismas, son axiomas sólido-liquidos que no 
necesitan demostración. 

Sí, poción divinal, reina de los desayunos, consuelo délos 
enfermos, confortativo de loa convalecientes, recreo de los sa- 
nos, placer de los jóvenes, rechupete de los viejos, golosina 
de los niños, delicia universal de paladares, abrigo de estó- 
magos viajeros, confortante de los débiles, despejo de imagi- 
naciones estudiosas, repulsiva de flatos, regalo de los cléri- 
gos , agasajo de los confesores , lauticia de los prelados, 
oblectamento de todas las clases , heroína en fin. de ambos 



319 

mondos, que desde las regiones mejicanas donde tenias asen- 
tado tu imperio, viniste á estender tus domiaios por la culta 
Europa. Sí, sabrosa y tónica y estomática bebida, que con 
el nombre de chocolate *) eres conocida y honrada por toda 
la haz de la tierra; tus gracias, tus glorias, tus virtudes, tus 
benéficos efectos no hay nadie que los pueda desconocer, ni 
argumento que los pueda destruir, ni nube que los pueda 
eclipsar. 

En efecto, el chocolate es sin disputa el desayuno mas 
conveniente y menos nocivo de todos los desayunos hasta 
ahora descubiertos, y creo que de todos los desayunos posi- 
bles. Y si las pruebas no abonaran el aserto, bastaría la 
consideración de ser el que adoptamos los frailes, que en el 
i-amo de higiene doméstica, y en el conocimiento de la perte- 
neciente á la bucólica, hemos merecido siempre y no se nos 
ha negado nunca un voto de mayor escepcion. Pero dejemos 
el fundamento de nuestra adoptada y nunca interrumpida 
práctica y costumbre, y vengamos á ks pruebas. 

Levántase de su cama el hombre de letras; entra en su 
despacho ; toma su pocilio de chocolate ; bebe en seguida un 
vaso de agua pura y cristalina: y en el hic et nwnc de hacer 
esto, siei^e el estómago confortado, los sentidos espertes, la 
imaginación despejada, la parte física y la intelectual adquie- 
ren una entonación admirable, y si á esto le signe el apén- 
dice de un polvo ó la posdata de un cigarro, según el gusto 
del consumidor, el hombre, si es letrado, se encuentra en dis- 
posición de tragarse tras del chocolate, no digo la Novísima 
y las Partidas, sino todos los tomos de Reales Deí»retos, que 
en España conatítuyen una racioncita deoent«: si es poeta, se 
• siente en aptitad 4® trasportarse en cuerpo y alma á la glo- 
rieta mas céntrica del Parnaso^ y de jugar con las .nuevo her* 
manas, á esta quiero, á esta no quiero^ ot>n la mas desemba'- 
razada familiaridad; si es periodista, se haUa esperto y dmñ- 
pado para poner nn artícnlo de fondo contra el lucero del 



^) La voz chocolate diz que se deriva de la palabra mejicana aúc que 
significa agtta, y la voz choco, espresiva del ruido que hace el molinillo cuando 
iMile chooOf ehffco» dt»co. 



320 

alba, probando que sa miiiisterío debe ya caducar, porque to» 
dos los días sale y no vemos que progrese mas un año 
que otro. 

El chocolate pues despeja los sentidos, y conforta el estó- 
mago sin cargarle; al que es sobrio le alimenta; al gastró- 
nomo y glotón le prepara convenientemente, y le da aptitud y 
disposición, y le sirve de base y de preámbulo y cimiento 
para otras cosas mas sólidas y de mas mantener. £1 no em- 
bota como las tajadas, ni achispa como el vino y el licor, ni 
soporiza como la leche, ni irrita como el café, ni hace sino 
oler bien, saber mejor, y sentar á las mil maravillas. Abriga 
en el invierno, refresca en el verano, vigoriza en primavera 
y otoño. Se acomoda y adapta á todas las naturalezas. Es 
tónico, estomacal, refrigerante, demulcente, laxante, analéptico 
y lenitivo. 

Así no es estraño que se haya generalizado tanto en 
España, que hasta los sabios enciclopedistas de la Academia 
de las Ciencias de Prusia, de la de las Bellas Letras de Pa- 
rís, y de la Eeal de Londres hayan consignado esta máxima 
honorífica para mi defendido, á saber: «manquer de choco- 
lat chez les Espagnols c'e&t étre réduit au méme point de 
misere que de manquer de pain parmi notta.» Y después: 
iiU y a long tempe qu^on a appelé le chocolat le lait des 
meillards: on le regarde comme trhs notirrissant et eotnme 
tres propre á réveiller les f orces languissantes de Vestomae. 
JSffectivement le cacao, etc.» 

Ya veis, hermano Aygudls de Izco, ya veis cómo se han 
esplicado los sabios estrajgeros acerca del chocolate: allí di- 
ciendo que el faltar el chocolate á los españoles indica un 
grado igual de miseria y de pobreza al de £s^árles á ellos 
el pan; prueba irrefragable de la universal convicción de su 
necesidad y de su utilidad: aquí llamándole la leche de Iwt 
viejos (cuyo dictado algunos de entre nosotros han sqtlicado 
erróneamente al vino), y encomiando su cualidad nutritiva y 
la mas propia para reparar las desfallecidas fuerzas del estó- 
mago; pasando después á especificar con recomendación las 
virtudes del cacao y de los demás ingredientes. {Y á vista 



321 

de todo esto hay todavía quien se atreva á ponerle en pa- 
rangón un par de huevos fritos con tomate! 

¡Oh deshonor! ¡oh vilipendio! ¡oh mengua I podría yo es- 
clamar aquí con el inmortal Jovellános. 

Hasta la posición supina del que toma chocolate tiene no 
sé qué de elevado y sublime. Figúrese mi contendiente á un 
padre provincial antiguo, ó bien á un Fr. Gerundio moderno, 
repantigado en su poltrona, embaulando un cai^ilon del rico 
de Caracas, probada y concluida ya la primera parte, que 
consiste en los fragmentos del esponjoso bollo empapados en 
el aromático líquido, y que pasa á la segunda, que llamo yo 
de los sorbos. Represéntesele elevando á cada sorbo mas y 
mas la cabeza, hasta el punto de clavar los ojos en las es- 
trellas del firmamento, como quien dice: » desde aquí á la 
gloria <". ¡ Oh ! esto tiene una sublimidad, que comparada con 
la manera plebeya é innoble que suele usarse para comer un 
par de huevos fritos, operación que muchas veces en España 
se ejecuta (vergüenza da decirlo) con los dedos, constituye un 
contraste de elevado y rastrero como el que hay entre el 
ntendimus ad a¡ta<f y el ndescendit ad ima.n 

Por todo lo cual no es maravilla que el buen don Erme- 
guncio, el Filosofastro de nuestro Moratin, se pusiese tan 
contento y alegre y tan fuera de quicio cuando el poeta le 
presentó como él dice: 

ancha bandtíja con tazón rbinesco 
rebosando de birvienle cbocolaie 
(ración cumplida para tres prelados 
benediclínos), y en cristal luciente 
agua que serenó barro de Andu^ar, 
tierno y sabroso pan, mucba abundancia 
de leves tortas y bizcochos duros, 
que toda absorben la poción .«uave 
de Soconusco , y su dureza pierden. 

Don Ermeguncio, que era hombre entendido y aficionado, 

altos elogios hizo del fragante 
aroma que la taza despedía . , . 

Herrmann. 21 



mu 

Y luego (Ujo : 

Por este 

sorbo UeDainos de miseria y luto 

la América infeliz : por él Europa, 

la culta Europa en el Oriente usurpa 

vastas regiones, porque puso en ellas 

natttraleca el cinamomo ardiente: 

y para que mas grieto el guato adule 

este licor, en duros eslabon<;s 

hace gemir el atezado pueblo 

que en África compró, simple y desnudo. 

Dijo y llorando 

lágrimas de dolor, se ecbó de un golpe 
cuanto en el hondo canjilon quedaba. ^) 

^ea el hermano retante si es de importancia el sorbito 
este') cuando por él conquistan unas naciones á otras (aparte 
la Óuestion del derecho de gentes y el internacional): y vea 
cómo confortaba á don Ermeguncio el solo aroma que des- 
pedia. 

Ya lo creo que se sentiria confortado; pues de mí sé de* 
cir, que desde el momento que oigo i Tirabeque batir la 
chocolatera empiezo á sentir un consuelo inesplicable. Con- 
suelo de oido, que conforme se aproxima se va haciendo 
progresivamente consuelo de narices, de paladar y de estó- 
mago. 

Tal seria (aunque un poco mas sospechoso) el que esperi- 
mentaba el citado emperador Motezuma, que según refiere 
Diaz de Castillo, cada vez que visitaba su harem se sorbia 
un decente tazón de chocolate á la vainilla. Tal seria tam- 
bién (aunque también menos inocente) el que sentia el re- 
gente de Orleans, que al decir del mariscal de Bellisle en su 
Testamento político , se refocilaba con un jicarón cada y 
cuando se levantaba de la cama, á cualquier hora que fuese. 
Y tal en fin el consuelo que con el chocolate sentirían las 
damas de Chiapa, cuando hasta en la iglesia no se abstenían 
de tomarle. 



l) Moratin, epístolas. 



323 

Y ya que la iglesia he tocado, no puedo dejar de reco- 
mendar á mi adversario otra de las virtudes del chocolate, y 
no insignificante á fe mia, á saber la de no quebrar el ayuno 
eclesiástico, con tal que se haga con agua. Sobre lo cual 
puede leer el hermano Ayguah de Izco las razones que para 
ello 'hizo valer el cardenal Brancaccio, y la correspondencia 
que sobre este importante punto siguieron la princesa de los 
Ursinos y madame de Maintenon. 

£n fin, por no cansar hoy mas, y porque creo que basta 
para demostrar las escelendas de mi defendido, solo añadiré 
que si bien ha habido poetas que han cantado las virtudes 
del vino como Horacio y otros: si bien los ha habido que 
han hecho el panegírico del café como Delille, no tengo no- 
ticia que ninguno haya cantado las virtudes de un par de 
huevos fritos, como Metastasio compuso una bella cantata al 
chocolate, que siento no tener á la mano para acabar de 
confundir con ella al autor de La Risa que me ha provo 
cado. 

Debo sin embargo hacer una advertencia; y es que todo 
lo dicho se entiende del chocolate bueno: bueno por la cali- 
dad de sus ingredientes, bueno por la obra de manos del 
chocolatero fabricante, y bueno por la habilidad y tino dei 
que le da la última mano y el inconveniente punto en la 
chocolatera. Sin estas tres bondades, que siento no poder 
detenerme á esplanar, declaro al chocolate indigno de la de- 
fensa que acabo de hacer. Entiéndase pues que hablo de un 
chocolate como el que toma Fr. Gerundio, chocolate de As- 
torga, junto al cual el chocolate de Madrid es im género ab<- 
yecto, vil y bajo, indigno de este nombre; y que pienso lleva 
también muchos puntos de ventaja al dé Burgos, y aun al 
mismo tan decantado de Aragón. 

Y como á las pruebas de razón, y á las pruebas histórí* 
cas, y á las pruebas de autoridad, es conveniente y aun pu- 
diera ser necesario añadir la prueba mas ccmcluyente y po- 
sitiva de todas, á saber, la de la esperiencia; por la presente 
invito y convido á mi contendiente á que se acerque cuando 
guste á la celda gerundiana á convencerse por sí mismo de 
la bondad y escelencia del chocolate, y estoy seguro de oir 

21* 



324 

de su misma boca esta humilde confesión: » verdaderamente 
Fr. Gerundio me ha vencido! él defendía mejor causa!» 

Muchos recursos hallarás, no lo dudo, oh hermano Ay- 
gualSy en tu esclarecido ingenio para hacer valer la cansa 
que sostienes; y desde luego cuento con que pondrás mi pobre 
imaginación en tortura para ver de hallar salida y dar solu- 
cion á tus argumentos. Pero de todos modos si triunfares, 
creo que mas será debido á la superioridad y mayor sutileza 
de tus talentos que á la justicia de la causa que defiendes. 
Todo lo espera con filosófica resignación tu devoto hermano 

Fr. Gerundio. 



EL MOZO DE BILLAR. 

Una ventaja tiene el mozo de billar, lo mismo que el moeo 
de caféj sobre todos los hombres, y es, que cuando estos lle- 
guen á viejos nadie les puede quitar sus años de ^icima; 
mientras que aquellos, tengan veinte, tengan cuarenta, tengan 
ochenta navidades : si no abandonan la profesión, siempre son 
mozos. £n esto les sucede lo contrario que á mí, pues 
cuando alguno me pregunta que si soy castellano, á pesar de 
hallarme todavía en mis floridos abriles, tengo que ! decir 
»veijo((, solo porque mi madre tuvo la humorada de darme 
á luz en Castilla la Vieja. 

Ademas , el mozo de profesión no solo tiene el título ho- 
norífico de mozo aunque sea viejo, sino que está en su mano 
el ser bueno ó mal mozo, y cuando de un hombre depende 
el gozar de buena ó mala reputación, no ha de ser bobo en 
la elección; y aunque sea bobo, no lo será para su provecho, 
porque como dijo el que lo d\jo, ningún bobo tira piedras á 
6U tejado. £1 mozo de café que siiTe con puntualidad, y fia 
su género al consumidor de cuando en cuando, aunque sea 
enano, jorobado, tuerto de un ojo y bizco del otro, se dice 
que es un buen mozo. Lo mismo se entiende del mozo de 
billar que cuenta pronto y bien, levanta los palos á tiempo, 
y tiene siempre tacos y mesa en regla: así como el que cum- 



325 

pie mal con su obligación, aunque sea un chico como unas 
perlas, se dice que es muy mal mozo ; pero á bien que á este 
le queda el consuelo que á mí con ser castellano viejo, que 
con todas nuestras faltas y mas que tuviéramos , si pasamos 
al anochecer por las calles de Carretas, Montera y Puerta del 
Sol, no ha de faltar quien nos diga con sandunguera gacho- 
nería: » Adiós bíien mozo.« 

Dos cosas necesita el hombre para llegar á la perfección 
en cualquier ramo del saber humano á que se dedique, la teo- 
ría y la práctica, que por lo mismo de contribuir juntas á for- 
mar un todo perfecto, suelen conciliarse rara vez, como rara 
vez concurren en un sugeto en grado superior el talento y la 
memoria ; porque el poeta que reuniera la inspiración de Zor- 
rilla y la erudición de Lista, como el matemático que tuviera 
el genio de Newton y la prodigiosa memoria de Mangiamele, 
serian dos monstruos, literaria ó científicamente hablando, cuya 
carrera imposibilitaría é los demás de seguir sus huellas, te- 
merosos de perder el guia á la mitad de la jomada. Así 
pues el mozo de billar ducho por la práctica en el [gird de 
las bolas, según la calidad del taco y el impulso mayor ó 
menor, y mas ducho todavía por el conocimiento de la mesa, 
es un leño en esto de geometría. Pero pongan ustedes á 
Yallejo, á Travesedo y al mismo Legendre á jugar al billar 
con un mozo del oficio, y verán mientras ellos consideran la 
mesa como un perfecto paraJelepípedo, y trazan ángulos rectos, 
agudos y obtusos, y calculan la abertura de la bola, consi- 
derando que el ángulo de reflexión es igual al de incidencia, 
todo para dar una pifia ó sacar la jugada del tio Melón, que 
consiste en no hacer nada y quedarse: verán ustedes, repito, 
pegar el bueno del mozo un trancazo al buen tun tun , sa- 
cando con toda su ignorancia, villa, pérdida, carambola, cua- 
tro palos y mingo cubierto. Sin embargo no seria malo que 
el mozo de billar ayudara á la ejecución con el conocimiento 
de las matemáticas. Yo tengo la aprensión de que Newton 
hubiera salido un jugador sin rival, siendo mozo de billar un 
par de años. 

£s muy particular lo que en esto de jugar al billar le 
pasa al nieto de mi abuela. Comprendo perfectamente el 



326 

jaegO) sé la cantidad de bola que debo tomar para el doblete, 
para el recodo, y en fin para lo que buenamente quede. Voy 
i la ejecución y pego exactamente en el polo opuesto al que 
yo quería dar; y si por casualidad apunto bien, la pifia viene 
tan segura, que ni dé encargo. Cuando doy bola, y la mia 
entra por los palos, me contento con uno ó lo mas dos; 
cuando me paso sin bola, suelo derribar todos los palos. Hay 
Teces que tiro una carambola de aquellas que se presentaban 
á Femando Vil; y con toda la sal del mundo me paso de 
fino; y si no meto gato por liebre, meto un conejo como una 
casa. 

A caza de pájaros de mi cuenta andan siempre los mozos 
de billar, y esta es una de las presas en que mas luce la sa- 
gacidad del astuto cazador. No se va en derechura á la 
liebre, poco conocedora del terreno para librar por trancos ó 
barrancos, marcha por el atajo, y espera en los atolladeros, 
donde descarga á boca de jarro, y mete los tacos hasta el 
corazón, y cuando calcula á la primera ojeada la velocidad 
del gazapo, como buen perro viejo, detiene su marcha lo po- 
sible para dar algunos minutos de vida á su antagonista. En- 
tonces suele presentarse una mata donde pueda agazaparse 
la presa burlando los pies del galgo, y lo que conviene es un 
ataque brusco para echarse encima, ó una treta para que el 
enemigo se entregue á discreción. 

Efectivamente, el mozo de billar al primer golpe de vista 
conoce el juego de su contrario, que en el mero hecho de 
jugar con el mozo del billar, suele ser lo que llaman los in- 
teligentes un chambón, que es un hombre que juega mal, ó 
un chambonazo , que es el que juega peor. Si puede el mozo 
darle seis tantos, le contenta con dos ó mano á mano, y dé 
gracias si no le saca tantos, que suele suceder con frecuen- 
cia, porque como tenemos tanto amor propio los chambones, 
es ficil convencernos de que lo hacemos bien; y por no des- 
mentir al que nos hace favor, somos capaces de cualquier 
aacríficio. Lo cierto es que para cada golpe del chambón, 
hace dos el mozo de billar hasta plantarse en veinte y ocho 
ó veinte y nueve. Entonces si hay golpe le hace, y si no 
también, sea por tabla, sea por retruque, sea por el infierno, 



827 

pero siempre de modo qae el golpe parezca easual. En vien- 
do el chambonazo que ha llegado á veinte y nueve , y el 
mozo le gana la mesa por un inconcebible retruque, dice sa- 
tisfecho: {Me ha ganado por un ckiripon! Chiripon es super- 
lativo de chiripa, chiripa quiere decir casualidad, y esto en 
el billar tiene diferentes sinónimos, como bamba., esperpento, 
barbaridad y San Bruno. Pero la del mozo no es barbaria 
dad, ni San Brumo, ni esperpento, ni bamba, ni chiripa, ni 
casualidad, que es un golpe tirado á ci^icia cierta, aunque 
el mozo se haga de chiqnitas, y diga que es jugada de tran^ 
cazo ó tamborilazo^ que quiere decir fuerte y al buen tun 
tun. Par» eso cuando el chambón saca una bamba, se da 
tono y jura por lo mas sagrado que aquello es tirado y muy 
tirado, á lo que el mozo (que todos son truanes y decidores) 
suele contestar: El que tira eso puede tirar de una carreta. 
Si juega i la treinta y una tiene mas probabilidades de ga- 
nar, porque conociendo bien la mesa y manejando la iuela 
perfectamente, tumba, cuando quiere, el palo uno, el dos, el 
treSf el cuatro 6 el ctftco, y saca, cuando le hace falta, el 
doblete del wueve ó el del once, como lo>s recodos del cinco 
y del diea por un lado y los del tres, del ocho, del cinco, 
del siet^t, y del doce por el otro. Pero no es esta la princi- 
pal ventaja del mozo en la treinte y una, sino el poder lle- 
var, como acostumbra, dos bolas cubiertas que coloca en dis- 
tinto bolsillo. ¿Tira el golpe y le hace? pues saca la bola 
del bolso del chaleco. ¿Se pasa? Sigue jugando hasta poder 
plantarse en treinta ó hacer la treinta y una con la bola del 
bolso de la chaqueta. Si vuelve á pasarse, reniega de la 
suerte, mas no por eso se aflige, que todavía tiene repuesto 
de bolas en el pantalón. 

Esto de esconder la bola cuando es alta como el diez y 
seis, produce mejor efecto en lo que llaman el^n^o. Mien- 
tras el mozo canta como un moscón )el uno! ¡el dos! )el 
tres 1 i el cuatro ! . . . pasean ios jugadores 6 dan yeso á la 
suela, y por coouiigaiente no ven al mozo quedarse con una 
b<^a en la mano. Luego que reparte otra vez, esclama: ¡me- 
dio duro al punto! £1 que ha podido traslucir el catorce 
ó él. quince, pone sin dificultad, porque hay pocas probabili- 



328 

dades de que salga predsameote el diez y seis, que es el 
número mayor; pero como el mozo le tíene ya en la mano, 
hace qae saca bola del cantaríllo, y no la saca porqne ya 
estaba fuera el diez y seis, qué tira en la mesa diciendo: 
¡También ha sido suerte! ¡Dios protege á la inocencia! 

£80 sí, el mozo de billar mira mucho por la casa; y si 
hay quien juegue treinta y una, giierra ó chapó, no se di- 
vierte nadie en jugar mesas; porque ademas de que la uti- 
lidad en este caso es mej<Hr para el amo, también suele serlo 
para él por los empréstitos no reintegrables que hay, y por 
el derecho de la sisa. Todo el mundo le llama de tú y se 
divierte con él, hace burla de sus patillas ó de sus narices; 
pero el mozo no se pica ni se corre: sabe que muchas veces 
juega con los que le insultan, que ó porqne tienen dinero, ó 
porque quieren aparentarlo, le pagan cuando pierde, y no 
cobran cuando ganan, y el mozo dice y dice bien: d&me pan 
y llámame tonto. 

Con este modo de vivir, gana lo suficiente para comer y 
vestir, y aun le sobra porque no gasta Itgo. Una chaquetita 
corta de paño pardon, un pantalón ancho de ídem, babuchas 
ó zapatitos que no oyen aunque tienen orejas, chaleco abro- 
chado, pañuelo al cuello á lo calesero, y una gorríta de me- 
dio lado que sienta en aquella cara de pillo como pedrada 
en ojo de boticario. Cualquiera le entregaría la bolsa en un 
camino. Unos mozos serán casados y otros no lo serán ; res- 
petemos la vida privada de cada uno, y allá se las haya y 
se las busque por donde pueda, de mujeres está el mundo 
lleno, toda la tierra es altar para quien tiene devoción, y el 
que no aspira á ganar el cielo no necesita bendiciones. 

El mozo de billar trabaja generalmente por la tarde y por 
la noche. La mañana la ocupa en cepillar la mesa, pulir los 
tacos y arreglar los quinqués; y después de todo esto, para 
matar el ocio, ensaya grandes jugadas y posturas difíciles. 
Ora tira doblete de maza, ora palos y á cubrir, y ora á pe- 
gar la bola para dejársela siempre al contrarío debajo de la 
baranda, y entonces le dice con mucha socarronería ¿quiere 
usted la larga? Tira hasta por debajo de pierna; pero la 
mayor dificultad que tiene que vencer, es tirar á lo cadete 



329 

con la mano izquierda con un gran puro en la boca, que eB 
cuanto se puede apurar. 

Cuando llegue su habilidad á este estremo, ya no teme á 
nadie; ya llegó al non phts ultra; ya puede rivalizar con los 
genios privilegiados del arte como los Kianos y los Bermu* 
dos y los Peret y los Espinos y los Alzamoras, que casi casi 
lo hacen todos tan bien como yo. 

Juan Martínez Yillergas. 



MI CRIADO Y HERMOSILLA. 
CARTI-EPISTOLA EN PROSI- VERSO. 

Pues La Risa es enciclopedia de estravagancias , ahí va 
una de gran calibre, señores lectores; pero tengan ustedes 
entendido, en primer lugar, que yo no respondo de que les 
guste; y en segundo, que ora les parezca bien, ora mal, la 
estravagancia no es mia, sino de un doméstico que Dios me 
dio, hombre por cierto de los mas estrambóticos y estrafa- 
larios del mundo. Es el caso, señores leyentes, que entre la 
numerosa y dilatada familia que hace años se me come por 
los pies, tengo un individuo que no pertenece á ella sino por 
la tangente, es decir, en clase de criado; cualidad que no 
quita que yo le quiera, como se merece, por lo bien que me 
sirve; lo que no se opone tampoco á que sea un bárbaro de 
pies á cabeza, como ustedes verán bien pronto. Cuando yo 
no era autor, ni me había pasado por las mientes ponerme 
á escribir, teníale en casa para que me limpiase las botas, y 
para otros usos igualmente humildes; pero desde que me dio 
por hacer versos y por esplicarme en prosa, y por otras co- 
sas, que, con licencia del gran Moliere, no son prosa ni verso, 
hubo una variación total en mi casa. Mi mujer se echó á 
literata, mi suegra se hizo marisabidilla, el abuelo de mi 
suegro, que aun vive, comenzó á aprender el francés ; el ma- 
rido de la madre de mi esposa se dedicó á representar co- 
medias; mis cinc* hermanas pusieron sus veinticinco sentidos 



330 

en leer folletines de periódicos; mi seito solnrino se metió á 
corrector de pruebas, y de los nueve b^^os que tengo, cuatro 
se hicieron editores respoiuales de otras cuatro publicaciones 
periodísticas; y los cinco restantes, con los otros dneo so- 
brinos que se me quedaban en el tintero, resolvieron tomar 
la única y esclusiva ocupación de leerme á mí, proporcio- 
nándome de ese modo un pequeño público, compuesto de diez 
individuos; fortuna que no tienen acaso todos los autores de 
la época. Mi padre y mi madre hablan muerto ya por aquel 
entonces; pérdida irreparable para mí, y sobre todo para la 
literatura contemporánea, la aial, á haber ellos vivido, hu- 
biera contado con dos notabilidades, ó por lo menos con dos 
apasionados mas, según la comezón literaria que se apoderó 
de mi familia desde el momento en que, como dijo arriba, 
me dio la humorada de echarme á escritor. 

Natural era, señores lectores, que en semejante metamor- 
fosis doméstica le cupiese también su correspondiente muta- 
ción de vida á mi criado Juan; y así fué en efecto, p^tene- 
ciendo como perteneció desde aquel dia al drcolo literario, 
si bien siempre en sentido humilde, dado que su ocupación 
única y esclusiva fué ir y venir á la imprenta diariamente 
Uevando original y trayendo pruebas; tarea que en sus do- 
lencias ha compartido mas de una vez con la criada, permi- 
tiéndolo asi el cielo, sin duda, alguna, para que no quedase 
ningún ser racional, entre todos los que me rodean, que de- 
jase de pertenecer á la noble aristocracia del talento. Mi 
criado se mostró altamente satisfecho oon su nuevo oficio, y 
comenzó á armar tan terribles peloteras con los cigistas, que 
me rió de las discusiones de tantos literatos de café como 
brillan en todas partes. La fortuna fué que por aquellos dias 
no sabia el buen Juan ni leer ni escribir, que á no ser eso 
se echa desde luego á literato lo mismo que yo, y no me 
deja tiempo para lucirme solo. Pero el diablo que todo lo 
enreda, quiso mas adelante criarme un rival, y el bribón de 
mi criado comenzó poco á poco á hacerae hombre de pro- 
vecho, acabando por saber escribir una carta en menos de 
seis años. Yo no habia notado su afición á las letras, ni po- 
día pasarme por la imaginación que pudiera remontarse tan 



331 

alto. ¿Cuál no sería mi sorpresa por lo mismo, cuando le 
tí en estado de corregirme las pruebas j de corregírmelas 
bien? Yo debia alegrarme de sus adelantos , pero la ruin 
«ondula y un vago temor de que con el tiempo pudiera su- 
bírseme á las barbas, pudieron mas en mi corazón, que el 
deseo de fomentar sus progresos, y le dejé abandonado á sí 
inisrato. Con esto y con llamarle zopenco con mas frecuencia 
que antes, creí evitado el peligro, y mi susto se calmó poco 
á poco. El ha aprendido á leer y á escribir, me decia yo 
en mis adentros; pero de eso á bambalearse como hombre de 
letras, va un paso de gigante. Y cuando quisiera echarla de 
escritor, qué daño podría hacerme á mí? El no me ha de 
lanzar de la altura en que me veo, ni ha de ser un genio 
como yo. Todo lo mas que el pobrecillo podrá hacer, será 
escríbir una mala carta á su muchacha, ó suponiendo cuanto 
hay que suponer, desempeñar alguna que otra chispílla en 
este ó en el otro periódico, para tener la satisfacion de decir 
una desvergüenza á todos los que valgan mas que él. 

Así decia yo para mi capote, pero mi criado pensaba de 
un modo mas avanzado que yo, y todos mis cálculos vinieron 
á tierra. Ojeando periódicos por aquí, leyendo poesías por 
allá, y llevando y trayendo pruebas por acullá, ha ido poco á 
poco adquiriendo tan notable desarrollo en su genio, que aun 
cuando es un bárbaro como tengo dicho, me da ya quince y 
falta en materia de literatura. Para que ustedes se conven- 
zan de esta verdad, oigan ustedes la conversación que tuvi- 
mos anoche, y vean ustedes si el ex-zopenco de mi criado lo 
entiende. 

— Amo mió, me dijo, entrando con unos papeles: ahí 
tiene usted esas segundas pruebas que acabo de traer de la 
imprenta. 

— I Malditas pruebas! contesté amostazado. ¿Es posible 
que kan de venir siempre cuando uno tiene otra ocupación? 
{Bueno saldrá ahora el artículo de La Risa, teniendo que in- 
terrumpirlo á lo mejor del cuento! 

— ¡Hola, señorito! ¿Con que estaba usted escribiendo 
para La Risa? Pues lo que es por interrumpir la tarea, no 
debe darle á nsted cuidado , porque aquí para Los dos. 



332 

señorito ... ¿sabe usted que me ha ocurrido á mí escribir 
unos versos, que mejorando lo presente .... 

— ¡Cómo! ¿Qué es lo que dices de versos? 

— Nada, señor . . . sino que como he oido que sentía usted 
dejar interrumpido su artículo, me ha ocurrido ofrecerle una 
epístola poética que acabo de escribir, con la cual podría 
salir usted de su compromiso, enviándola al director de La 
Risa. 

Oir la propuesta y echarme á reir como un bárbaro, vino 
á ser todo uno. 

— No hay que burlarse, señorito, me d^jo él con cierto 
gesto un si es ó no es avinagrado. Cada cual tiene el alma 
en su almario, y cuando otros hacen versos, no sé porqué no 
los he de hacer yo. 

— Convengo en ello, le contesté; pero ¿sabes que me has 
dejado patitieso? ¿De dónde sacas ahora esa habilidad, tú. 
tan majadero y tan . . . 

— Pues I Siempre con que soy un zopenco, y siempre con 
la misma canción. ¿Sabe usted, señorito, que eso es una 
horrible injusticia? ¿Sabe usted que si le presento las com- 
posiciones que tengo hechas, se muere usted ahí de repente? 
¿Sabe usted, que si le leo mi primera imitación de Zor- 
rilla . . . 

— ¿De Zorrilla í^ jAy, Dios mió, y qué bien parado ha- 
brá quedado el modelo! 

— Poco á poco, señor . . . que se me acaba ya la pacien- 
cia, y si no quiere usted dispensarme el favor que le pido, 
voy yo solo al director de La Risa, y estoy seguro que al ver 
una composición tan original . . . 

— Oh, lo que es original ya me figuro que no podrá me- 
nos de ser ... Pero en resumidas cuentas, ¿qué es ello? 

— Eso es ya otra cosa, señorito; y puesto que se aviene 
usted á la razón, iremos por partes. £n primer lugar, ya 
sabe usted que estoy perdido por mi antigua compañera de 
profesión. 

— ¿Y qué compañera es esa? 

— ¡Toma! ¿Quién ha de ser? La criada. 

— ¡Cómo, bribón I ¿tú tienes trapicheos con ... 



V 



333 

— ¡Eh! que yo no digo mas sino que la quiero, pero 
como ella no me quiere á mí 

— Es decir que no hay peligro de .... 

— Sí, buen peligro! Y es mas áspera que una zarza, y 
por eso cabalmente he ideado el medio de ver si la puedo 
hacer mas accesible, escribiendo la poesía en cuestión. 

— I Jesucristo I Y me buscas para ... 

— {Dale! Si yo quiero casarme con ella, y ella no quiere 
casarse conmigo, ¿es acaso pecado que trate de .... 

— ¿Con que tu fin es honesto? 

— Pues ya se ve que lo es: pero es el caso que ella no 
me puede tragar, como digo á usted; y como tengo otra mu- 
chacha que me quiere, y como no es mi vocación estarme 
soltero toda la vida, he determinado decirle que si persiste 
en su trece, me caso con la otra, y se acabó. A esto se re- 
duce todo. 

— ¿Con qué ese es el asunto de tu composición? Pues 
lo que es hasta ahora, no veo en la idea maldita la origina- 
lidad. 

— Es que lo original no está en la idea, señorito, sino 
en la ejecución. Oiga usted. 

Y diciendo y haciendo, me leyó la carta siguiente, no sin 
mirarme en cada uno de sus apartes, como para observar en 
mi rostro el efecto que su lectura me hacia. 

Querida Melchora: Me alegraré mucho que al escribir la 
carta que te estoy escribiendo, te encuentres libre de mal. 

Yo estoy bueno, gracias á Dios primero, y luego á don 
Boque el médico, que me ha sacado libre de la última sofo- 
cación. 

Sofocación que, si bien se mira, se debe á tu terquedad 
maldita en mostrarte ingrata con quien te quiere mas que al 
Perú. 

¿Será posible que los ojos tuyos nunca se han de volver 
á estos dos ojos mios? ¿Nunca nos hemos de unir? ¿Y 
por qué? 

Tú sabes que tengo un corazón tan muerto por tus gra- 
cias, que no hay ningún hombre, hablando así comunmente, 
que tenga mi amor. 



334 

Tú en tanto te burlas de mi paciencia, y juro á San An- 
tonio, que 8Í ahora te burlas también, ya no he de escribirte 
á fe de Juan. 

Casémonos luego, ó por Jesucristo ó por su Madre, te 
digo que no espero mas, pues van ocho anos que me haces 
el bu. 

Leonarda me quiere, y todos los dias está diciendo á to- 
dos que si me caso con ella, mi dicha está resuelta ya. 

Piénsalo, pues, porque te digo otra vez (y va con la for- 
malidad que me caracteriza), que te dejo si haces el hurón. 

Espero repuesta sin tardanza, porque es ya tan dura mi 
suerte, que á fin de acabar el retintín, concluyo diciendo: 

JUAK. 

— ¿Qué tal, señorito? preguntóme mi criado lleno de 
satisfacción, apenas acabó de leer su misiva. ¿Qué la ha pa- 
recido á usted mi composición? 

— Me ha parecido, le contesté, que ó careces de sentido 
común, ó has debido traguear hasta d^ártelo de sobra. ¿No 
me has dicho que ibas á leer una composición poética? 

— Sí señor. 

— Pues ¿á qué viene leerme esa estravagante epístola en 
prosa? 

— {En prosa dice usted! Ya veo que tiene usted orejas 
de ganso, y que el que carece de sentido común es usted. 

— ¿Gomo es eso, insolente? 

— < Gomo que veo que habré de tomarme el trabajo de 
darle á usted una lecdonciUa de poética, puesto que desco- 
noce la clase de metro en que se halla escrita esa carta. 

Yo estaba como quien ve visiones, y hasta llegué á dudar 
si el que habia empinado el codo era yo. 

— Dígame usted, prosiguió mi criado: ¿ha leido usted á 
Hermosilla? 

— Este animalote se ha empeñado en examinarme de 
bellas letras, dije yo para mí; pero deseoso de ver en que 
venia á parar la interpelación, ¿á qué viene esa pregunta? le 
contesté. 

— Repito que me responda usted categóricamente. 

— Y bien; le he leido: ¿qué tenemos con eso? 



335 

— Que si lo ha hecho usted con la debida detenciou, no 
podrá usted negarme que en la obra titulada Arte de hablar 
en prosa y verso ^ ha compendiado su autor todo lo mejor 
que en materia de preceptos se, ha escrito ; y que esto supues- 
to, la autoridad de esa obra es sin disputa de lo menos ir- 
recusable que puede darse desde Aristóteles á. Horacio^ desde 
Horacio á Boileau y desde Boileau hasta nuestros dias. 

— ¿Sabes, Jnan, que estoy aturdido con las citas que 
acallas de hacerme? i Cuerpo de Dios con el nuevo literatillot 
Pero dejando chanzonetas á un lado, digo, querido Juan, que 
cuando Hermosiüa se limita á esponer pensamientos trenos, 
no hay duda que lo hace muy regularmente; pero cuando se 
empeña en discorrir por sí, casi siempre lo echa á perder. 
¿Qué apostamos ahora á que vas á citarme alguna majadería 
Hermosillesca? Porque yo te veo venir, y eso de invocar la 
autoridad de ese preceptista en apoyo de tn epístola . . . 

— Pues ya se ve que la invoco, y usted me dará la ra- 
zón. Y si no, dígame usted: la primera cláusula del Quijote 
¿está escrita en prosa ó en verso? 

— Mira 8i decia yo que ibas á citarme alguna maja- 
dería. 

— Poco á poco con eso, señorito, que la cláusula en 
cuestión tiene tantos versos cuantos son los renglones en que 
Hertnosilla la distribuye. Y si no, mire usted. 

En uo lugar de la Mancha 

de cuyo oomlMrc no quiero 

acordarme, no ha mucho tiempo 

que vivía 

un hidalgo 

de los de lanza 

en a»t¡llero, 

adarga antigua, rocín 

flaco y galgo corre<lor. 

¿Negará usted que los dos primeros renglones son dos 
versos octosílabos', el tercero uno de nueve sílabas, el cuatro 
y el quinto dos de cuatro, el sesto y el sétimo dos de cinco, 
y el octavo y el noveno dos heptosílabos agudos, que equi- 



336 

valen por lo mismo á octosílabos? ¿Qué dice usted á esta 
prueba sin réplica? ') 

— Digo que me he quedado estupefacto , como dice el 
autor á que aludes ; al encontrar nada menos que nueve ver- 
sos en la primera cláusula del Quijote. No lo esperaba yo 
ciertamente ....; pero es el mal, que para que resulten los 
tales versos, es preciso ante todo tener orejas de ganso, como 
dices tú, para no conocer la violencia que se hace al sen- 
tido; lo cual no quita que si yo me pongo á hacer anatomía 
de esa cláusula de otra manera distinta, resulte otra combi- 
nación de versos distinta también; versos empero, que en el 
mero hecho de ser de diversas medidas, se destruirán como 
los de arriba, los unos á los otros, quedando por consi- 
guiente reducida la cláusula en cuestión á prosa y purísima 
prosa, pese al magin de Hermosilla con toda su erudición y 
con todas sus cavilosidades. Con que oido lo que tenia que 
contestar á la prueba sin réplica, dígote que me dejes en 
paz porque no tengo el tiempo para oir disparates ; y si todo 
el mérito de tu composición consiste en haber hecho una ensa- 
lada como las de que habla Bengifo, ó como la que Hermo- 
silla quiso hacer de la primera cláusula del Quijote .... 

— ¡Yictor! esclamó mi criado saltando de gozo. Usted 
va á caer de su asno, y ... no hay remedio! Mi epístola 
tendrá el honor de figurar en las columnas de La Risa! 

— ¿Y por qué? 

— Porque he dado un paso mas que Hermosilla^ y la 
originalidad de mi composición consiste cabalmente en constar 
de versos simétricamente iguales, y en rigorosa consonancia 
á mas de eso. Lea ásted, lea usted : cada aparte de mi carta 
es una estrofa, y cada estrofa una quintilla. 

— Me dejas aturdido con esa relación. Versos . . . estro- 
fas ... consonantes ... quintillas ... Pero ¿será violentando 
también el sentido? 



1) Así la llama el preceptista citado. Véase el Arte de hablar en prosa y 
verso, tomo L. página 390. 



337 

— Pues! como violentaba HermosiUa el de la primera 
cláusula del Quijote. ¿Oye usted? 

— En efecto ... es verdad. ¿Habrá diablura como ella? 
¿Sabes, Juan, que tu ocurrencia es graciosa? ¿Pero sabes 
también que si la envío á La Risa, no faltará quien crea que 
has hecho esa composición para ridiculizar ... 

— ¿Y qué me importa á mí que crean las gentes lo que 
quieran? Lo que á ni me interesa es que acceda usted á 
mis ruegos, á ver si leyendo Melchora su nombre en letras 
de molde 

— Oh! Melchora seria un estuco, si viendo la agudeza 
de tu ingenio y la ternura de tu pasión, dejase de coronar 
con su cariño las amorosas ansias de quien tan gallarda- 
mente se espresa. Tu epístola irá á La Risa: no tengas 
cuidado. 

Y en efecto, señores lectores, la carta de mi criado existe 
ya en la página anterior; pero para evitarles á ustedes la 
molestia de hacer por sí mismos la consabida operación ana- 
tómico -hermosillesca, procederemos á insertarla otra vez en 
los términos en que debe leerse. Abran ustedes las orejas, 
y oigan: 

A MELCHORA. 

Querida Melchora : me 
alegraré mucho que al 
recibir la carta que 
estoy escribiendo, te 
encuentres libre de ma!. 

Yo estoy bueno, gracias á 
Dios primero, y luego á don 
Roque el médico, que me ha 
sacado libre de la 
última sofocación : 

Sofocación que, si bien 
se mira, se debe á tu 
terquedad maldita en 
mostrarte ingrata con quien 
te quiere mas que al Perú. 

Hebbmann. 22 



338 

¿Será posible que los 
ojos tuyos nunca se 
han de rol?er á estos dos 
ojos míos ? ¿ Nunca nos 
hentos de unir? ¿Y por qué? 

Tú sabes que tengo un 
corazón tan muerto por 
tus gracias . que no hay ningun 
hombre, hamblando así comun- 
mente, que tenga mi amor. 

Tú en tanto te burlas de 
mi paciencia, y juro á San 
Antonio, que si ahora te 
burlas también, ya no he 
de escribirte , á fe de Juan. 

Casémonos luego, ó 
por Jesucristo ó por su 
Madre , te digo que no 
espero mas , pues van o- 
cho a Tíos que me haces el bu. 

Leonarda me quiere , y 
todos los dias está 
diciendo á todos que si 
me caso con ella, mi 
dicha está resuelta ya. 

Piénsalo, pues, porque te 
digo otra vez (y va con 
la formalidad que me 
caracteriza) , que te 
dejo si haces el hurón. 

Espero respuesta sin 
tardanza , porque es ya tan 
dura mí suerte, que á fin 
de acabar el retintín 
concluyo diciendo: — Juan. 

Miguel Agustín Pbinoipe. 



339 

EL SOMBRERO. 

Yo, aquí en donde ustedes me ven, soy un cristiano como 
una loma, aunque mi padre es el moro Abmamar. Pero ¿qué 
tiene que ver toda esta algarabía con el sombrero? dirá el 
lector en sus adentros. Tiene que ver, y á verlo vamos. El 
susodicho Abenamar (estilo que huele á fiel de fechos que 
trasciende), cantó en uso de su soberanía moruna la invención 
ridicula del corbatin, las atormentadoras ligas y las medias 
agarrotadas por esta. De aquí se desducen dos consecuen- 
cias: primera, que ya no son solos los verdugos los que dan 
garrote; y que tampoco son solos los reos los que son agar- 
rotados. Un verdugo mas ¡qué horror! las ligas: una victima 
mas de tantas inocentes como se sacrifican en holocausto 
de la patria y de la libertad; ¿quién dirán ustedes que es? 
¡ qué lástima de criaturas ! . . . . las medias. Segunda conse- 
cuencia que mi señor papá, en vez de progresar , ha retro- 
grado en sus cánticos risueños; pues desde el pescuezo ó 
cuello, ó como lo quieran ustedes llamar, ha descendido nada 
menos que á las pantorrillas de la especie humana. Yo, como 
hijo suyo, y heredero de su gloria quiero remontarme á mas 
altura , y ascendiendo de las pantorrillas , me soplo de un 
brinco en la parte alta del cerebro, de tal manera, que me 
coloco en una posición que domina el hombre. ¡Tal es el 
afán de dominar en nuestros tiempos! Pero en mi ascenso 
sombrerily ruego al dios Momo que no me suceda lo ^que al 
compadre Icaro, y me rompa la crisma en el santo suelo, aun- 
que yo no llevo alas de cera^ como reza la señora Fábula (que, 
entre paréntesis, es una señora muy embustera), ni aunque 
DO haga un sol que se achicharra los gorriones. Bien: se me 
ha puesto en el magin que mi pobre articulejo no vaya en 
verso; en primer lugar, porque es mas original en La Risa, 
en donde las celebérrimas odas á las Judias, Salchichón, 
Tabaco, Ajos (¡vaya un potaje!) merecen justamente la fama 
europea de que disfrutan; en segundo lugar, porque estoy 
harto hasta el esófago de versos; no se oye otra cosa: «el 
drama, nuevo , original y en verso : la comedia , nueva, origi- 
nal y en verso: el picaruelo del muchacho ya hace versos; 

22* 



340 

pero ¡cuánto verso trae el periódico A ó la revista B!: y 
versos y mas versos, que es seguro que si se encontrara una 
máquina, que por medio de una operación química redujese 
los versos á líquido, nadaría la generación actual en un pié- 
lago de sonetos, décimas, epigramas, endechas, octavas reales 
y epitafios. Tampoco quiero jugarla de rigorista, ni de ma- 
chacón; en mi artículo habrá de todo, sapos y culebras, como 
suele decirse, pues que no es conveniente escribir con arre- 
glo á las reglas en toda una enciclopedia de estravagancias. 

Me encajo pues en cuerpo y alma en el sombrero; no es 
decir esto que se zampe de patas mi humanidad dentro del 
sombrero, sino que voy á tratar de él. 

No voy á cantar las glorias del sombrero, 

le tengo uq odio morlal, 
y es odio tan fulminante, 
que lo ponía al instante 
en estado escepcionol. 

Esta no es una alusión política , es una alusión estrava- 
gante. No cogeré yo la trompa de Homero, ni de YirgiMo 
para hacer de mi artículo «el sombrero» una sombrereida 6 
una sombreriliada. Nada de eso, ni entonaré vertiendo por 
las narices á quintales el tono magistral: 



y con acento fiero 

las glorias canto del primer sombrero. 

Tampoco escribiré á lo clásico, siguiendo el cómputo cro- 
nológico de los tiempos, encabezando mi artículo con una cita 
correspondiente, y encajando después por via de instrucción 
proñmda, cinco ó seis inscripciones en latín, halladas en los 
sepulcros del rey Carrion y de la reina doña Urraca ; deduciendo 
de ellas que en tiempo de sus majestades se usaban ya som- 
breros en figura de paralelepípedos prolongados, con cada 
cerda de media vara. 

Tampoco seguiré la pauta de los señores románHcos, ni 
cantaré las ridiculeces del sombrero, como ellos lo hicieran, 
en esta chocante cuanto estrafalaria forma : 



341 

FRAGMENTO. 

EL SOMBRERO. 
T. 



Allá de las nubes el rayo resbala 
rompiendo los aires cual ángel de luí. 
y en hilos de niebla plegados al viento 
esconde la noche su negro capu7. 
De antiguo castillo poblado de buhos 
los ecos salían de opaco rumor, 
y el trueno á lo léjois rodando entre peTias 
allá en los sepulcros causaba pavor. 



II. 

El triste sombrero en tanto 
flotaba allá en la laguna, 
7 el dueilo sumido en llanto 
entona lúgubre canto, 
maldiciendo su fortuna. 



III. 



Ya han visto ustedes que no me peta ninguno de los gé- 
neros de escribir, arriba citados, y que por consiguiente mi lema 
constante es el de <nndependencia ¡/sopasen £1 articulo del 
sombrero parecerá que lleva sobrado exordio; asi como asi á 
los sombreros les sobra copa y les falta ala, luego en algo 
nos hemos de parecer. Basta de prolegómenos, y vamos al 
grano. Sin ir muy lejos, nos encontramos de manos á boca 
con los chambergos, que fué una de las frutas que nos vinie* 
ron allende del Pirineo. Siempre nos hemos pirrado por imi- 
tar. ¡Viva el españolismo neto! Sombreros de suyo ridiculos 
y estravagantes,^ que nos regalaron los flamencos. Ala, un 
paraguas ambulante; copa, una taza puesta boca abajo, y una 
pluma que remataba la ridiculez, pues parecían gallos ingle- 
ses los caballeros de la corte de Felipe lY. Así los bautizó 
Lape dé Vega: 



3tí 

Y ¿qaé es ver tanto maiou, 
muy erguido y puesto al olio, 
con sombrerazo de á folio, 
ostentando el espadón? 

Sombrerazos de á folio eran, sí señores míos, los que 
quisieron resuscitar los estudiantes de la M. H. Y. de Madrid. 
Ni al mismo demonio en figura humana se le ocurre seme- 
jante atrocidad. Y digo yo, comentando á Lope de Vega, al 
recordar aquellas máscaras estudiantinas: 

¡ Qué era ver en esta villa 
tanto colegial al olio, 
con sombrerazo de á folio, 
cual ratón bajo escudilla I 

Dejando aparte estas semi- embarcaciones, que yacen pos- 
tradas en las aguas del rio del Olvido, pasemos á otras no 
menos estrafalarias que estas. ¡ Oh sombrero de tres candi- 
les, que posaste, cual mosca en calavera de calvo, en la em- 
polvada y enmelenada cabeza de Femando VI! ¡Un rey, 
todo un Rey con tres candiles en la cabeza! 

Gran Federico, el Valiente 
no contando veinte abriles, 
llevó su correspondiente 
sombrero de tres candiles. 

No debo hablar mas de él, porque lo de tres candiles es 
suficiente para calificar de malo, no digo á un sombrero, sino 
á un hombre que tenga exactamente las tres virtudes teologa- 
les, que son: fe, esperanza y caridad; es el símbolo de hacer 
á tres palos ; y el de soplar el aire por tres partes, es decir, 
por norte, mediodía y saliente, que en ese caso es el hombre 
una torre de Santa Cruz con tres veletas. 

Y aunque es cosa algo alegórica 
lo que acabo de decir, 
siempre es justo permitir 

una flgura retórica. 

Los sombreros llamados de tres picos ocupan en nuestra 
historia un lugar importante. Yo . . . casi me dan tentaciones 



343 

de defenderlos. Su origen, sin embargo, es sangriento, es 
revolucionario. Cansados los picos de estar horizontales, se 
pronunciaron contra sí mismos, que el pronunciarse contra sí 
mismo es el peor de los pronunciamientos. Hubo aquello de 
andar al morro que era una bendición de Dios, y el resultado 
de la refriega fué que salió vencedor el de mas fuerza, cosa 
que sucede muy á menudo, quedando perpendicular y alzando 
la cabeza al cielo como quien dice: «aquí estoy yo.» Los 
otros dos picos quedaron horizontales como antiguamente, y 
con la humillación del que sale vencido , parece que están di- 
ciendo «perdón». No puedo asegurar el dia de la batalla, 
conocida con el nombre de los picos; pero sí puedo decir que 
sucedió mil años antes del nacimiento de nuestro señor Jesu- 
cristo; la hora permanece ignorada, pues todavía no se ha- 
bían inventado los relojes. 

Hé aquí el origen de los sombreros de tres picos. Som- 
breros que pululaban por entre la sabiduría en las universida- 
des, en donde eran el símbolo del hombre. Yo saco de aquí 
una consecuencia un poco hambrienta: que los libros y las 
cucharas de palo han estado unidos siempre en este picaro 
mundo, luego hambre y sabiduría, sinónimos. Pulularon.... 
basta en la tauromaquia ¡qué horror! un torero con sombrero 
de tres picos, es lo mismo que un coracero con enaguas. El 
ver en la plaza de toros de Madrid al tio Pedro Romero (y no 
á don Pedro Romero) dar una limpia estocada á volapié, con 
un sombrero de tres picos encasquetado hasta los ojos, era el 
anacronismo mas atroz que han visto los nacidos. ¡ Qué cosas 
tenían nuestros abuelos! ¿Y dónde me dejan ustedes 

ver á tantos muchachones 
que bien pobres ó bien ricos 
con sombreros de tres picos 
parecían ya ochentones? 

Los tales picos fueron ruines y miserables hasta en el nú- 
mero, eran tres solamente, no pudieron llegar á cuatro. Ver- 
dad es que los llevaron Moratin, Melendez, Floridablanca y 
otros muchos sabios, que, perdóneme su ausencia, á pesar de 
su sabiduría y su talento, eran ridículos y estravagantes. 



344 

El capitán del siglo, se me dirá, el gcande Napoleón, el 
vencedor de Ansterlitz y de Marengo, llevó sombrero de trts 
picos. Cierto, certísimo, y á fe, á fe qae no me dejar&K 
mentir las aleluyas. Pues á eso respondo yo mal imitando á 
Iglesias : 

¿No veis á Napoleón 
con la cara de guerrero? 
Pues con su rostro, somlirero, 
su carácter de león 
V sus sesos de elefante, 
ora un hombre estravagante. 

Basta de sombreros de tres picos ; y vamos á. otros que se 
pasan de chatos; mientras rezo á aquellos el siguiente 

EPITAFIO. 

B£go esla losa se estén 
reqiñescatU in pwe. Amen, 

Los sombreros de copa alta se presentan á nuestra vista. 
{ Cuántas variaciones ha inventado la pompa vana de los hom- 
bres! Qué de ridiculeces en los sombreros! jOb necedades 
mundanas ! Pero ... no señor, esto va muy triste, no me aco^ 
moda seguir como lo podria hacer un esclaustrado hambrien^ 
to, que son dos gracias divertidas. 

Ya sombreros en forma de alcuza boca abigo, ó bablando 
geométricamente, de figura cónica. Estos no los llevan ya 
mas que los cesantes, quienes los sacan del polvo del olvido, 
de entre muebles viejos, de algún desván lleno de telarañas, 
y que permanecían jubilados. Ya sombreros á lo setembrista; 
copa baja, ala ancha y sus borlas correspondientes, que no 
parecía sino que llevaban el progreso colgado de las borlas. 
Ya sombreros en forma de morrión, derechos como husos. 
En fin, sombreros á la derniére. Estos son unos sombreros 
en miniatura, propios de gente menuda, de jovenzuelos chi- 
quilicuatros y de personas de cabeza redonda, son por decirlo 
así, escrúpulos de sombreros. No se apuren ustedes, que ya 
inventarán lea frangais otra clase de sombreros como los de 
los maragatos, y vayase la una por la otra. 

También hay sombreros con ... (no me atrevo decirlo) . . . 



345 

con con grasa!! Traslado i la ofidaa de don Abundio. 

Los caiañeses. . . ¿para qué hablar de dios? si de cualquiera 
manera que consideren usted al sombrero, les parecerá ridículo. 

1 ya cargándome están 
que su moda es tan cargante, 
que tentaciones me dan 
de encasquetarme un turbante 
como el que lleva el sultán. 

Eduaedo López Pblegrin. 



MARIQUITA LA PELONA. 

CRÓNICA DEL SIGLO XV. 

Vituperable cosa paresce traer de contino palabras en la 
boca, de las cuales la sinifícacion no se cala, como quier que 
mancilla seya del borne de seso fablar de aquello que non 
entiende. Digovos esto é, los que la presente relación bobié- 
redes á las manos, por cuanto bien os habri veces fartas 
acaescido mentar á MariquiUa la pelona, é yo tengo para mi 
sayo que ansí quien fué Mariquilla la pelona sabredes, como 
sé yo quien se bobo de comer el gallo de la pasión , maguer 
barrunto que seria certamientre una boca. Quiérovos por 
ende tirar de inorancia sobre tal subjeto, é ros aviso que la 
tan remembrada María fué nascida en tierras de Segovia, et 
en la villa de Sant-García, llamada villa asaz famosa por la 
fermosura de las mancebas que cría, las cuales tan gentiles 
é donosas caras ban de ordinario, que tales véalas yo en 
torno de mí á la hora de mi muerte. Padre fué de María 
un bonrado labrador, de nombre Joan Lanas , cristiano viejo 
é bien quisto é non mal heredado, é de bien poca sal en la 
mollera, cosa que al padre é á la ^a mucho de mal andanza 
trojo , ca en los tiempos que alcanzamos. Dios me perdone si 
non es fuerza mas haber de bellaco que non de bendito. Fué 
ansí que Joan Lanas , por malos de sus pecados, bobo de ha- 
ber una litigación con un su vecino sobre un parral que val- 
dría fasta dncuento maravedís; é habia razón Joan, é diéron- 
jela los jueces, en guisa que ganó la lite, salvo que non duró 



346 

menos de diez años nin le montó de costa menos de cineo mü 
maravedís, amen de un mal de ojos de que vino á fincar ciego 
á la postre. Como se topó menguado de fadenda é sin la 
vista de los ojos, aborrido é desconortado fizo dineros lo que 
del heredamiento de sus mayores leijárale la afambrida grey 
de letrados é de curiales, é tomó la via de Toledo con la su 
fija que entrada en los disiseis años, habíase fecho una de 
las mas garridas, apuestas é apetescibles doncellas que se pu- 
dieran fallar en Castilla é reinos allende. Ca eUa era blanca 
al par de la azucena é colorada al par de la rosa: derecha é 
alta de estado, ei\juta de talle é recia de cuadriles : otrosí ha- 
bía la mano et el pié á maravilla pequeños é redondicos, é una 
mata de pelo que le decendia fasta las corvas. E yo conoscí 
á la viuda de Sarmiento que fué ama de llaves suya, la cual 
me contaba como cuasi non podía abarcarle el tronco del 
pelo con ambas las manos, é que non de otra guisa podía 
peinarla, sinon puesta la doncella de pié, é sobida el ama en 
una tarima: ca si María se asentara, barrerleia su luenga 
cabellera el suelo, et ansí enmaran arí ásele toda. 

E non vos figuredes que «por ser tamaña su beldad é do- 
naire pecase grandemientre de soberbiosa é casquilucia, se- 
gnnd que las rapazas de ogaño duelen: homildica era como 
una lega de caostra, é callada como si mujier non fuese, é 
soñída como la corderilla que mama, é afanadora como la 
hormiga, limpia como el arminío, é honesta como una sancta 
del tiempo en que por la misericordia del muy Alto nascian 
sanctas en el mundo. Fiduciarvos he empero en amistanza 
que había nuestra Maricuela vanidat non poca del su ca* 
bello, é folgaba de lo mostrar; é por ende, oras en la calle, 
oras en visita, oras en misa fuese, diz que soltar el manto 
sotilmente solía fasta lo derribar en los hombros, facendo de 
la olvidadiza é mal cuidosa: tocas no traía nunca so la mon- 
tera, ca deda que la ponían congoja é afogo; é cada que su pa- 
dre reprochábala por algún fecho punición meres cíente , é 
amenazábala de le toller el cabello, júrovos que se dolía 
tres tantos mas que una vuelta de zurriaga, et estonce era 
buena tres semanas arreo; á tanto que Joan Lanas catando 
la enmienda reía á so capa, é fablando su fabla con los sus 



347 

compadres decíales que la su fíja ganar había, como la otra 
sancta de Secilia, el cielo por los cabellos. Leijado este 
tema, conyiene que sepades que Joan Lanas el ciego con tro- 
car de tierra é posada non trocó de meollo, é si mentecapto 
«ra en Sant-García, mentecapto fincó en Toledo, consomiendo 
hi los sus dineros con físicos é zurujanos roines que non le 
sanaban la so» ceguera é le empobrescian cada dia mas; que 
4 non haber seido su fija tan ducha en labrar é guarnir 
paños de lino, lana é seda, yo tos prometo que el cuitado de 
Joan vérsela mas de cuatro disantos sin alcandora que se po- 
uer nin bocado que yantar, fueras ende que non lo demandara 
de puerta en puerta. Años pasaban, é María cada .vegada 
mas fermosa, é su padre cada vegada mas ciego é mas g:a- 
noso de ver; fasta que la pesadumbre é coíta le acució en 
caer é magin tan fuertemientre, que María hobo de conoscer 
claro como la lumbre del sol que si el su padre non cobrase 
la vista , finara de pena. A la hora María tomó 4 su padre é 
levólo en cas de un físico arábigo de grand saber que moraba 
en Toledo, é d^o al moro de catar si el viejo había cura de 
su malatía. El arábigo cató é tentó á Joan é fizo con él 
esas et esotras probaduras , é todo paró en que el físico 
ficiese juras por el zancarrón de Mahoma de que habia cer- 
tinidad de guarir á Joan facendo que tomase á ver á su fija, 
á tanto que se le pagase la guaridura con quinientos mara- 
vedís de oro en oro ¡asedo cabo de tan sabrozo comienzo, ca 
los dos lacerados de Joan é María no habían en hucha nin 
maravedí nin blancal Fuéronse dende mohínos, é María non 
cesaba de orar al señor Sanct-Illan é al señor Sanct-Jego 
que les quisieran acorrer en tan áspero trance. «¿De do, 
cavilaba ella en sus adentros, de do tirar quinientos marave- 
dís para ser quitos con el honrado moro que tomarleia la 
vista de los ojos al triste de mi padre? A la he, yo garrida 
moza é amartelados de sobra cuento , pecheros é hidalgos, 
que me endilgan quillotros é gentilezas; mas todos son man- 
cebiJlos pitofleros que de al non curan que de sus garzonías 
é buscan barraganas é non dueñas segund la ley de don 
Jesu- Cristo. Mémbrome non obstante que frente de casa 
mora el espadero maese Palomo, que de contino me mira é 



348 

remira é nunca me fabla; é ansí la Virgen me ayude que me 
paresce el home de asaz buena masa para marido; pero 
¿cuál mocbacha, no seyendo tuerta nin gibosa, podelleia que- 
rer con aquello nariz tan chata, con aquella color de dátíi 
maduro , con aquellos ojos de beserro mortecino, é co& 
aquellas manazas que mas aína semejan de animalia brujta 
que de persona que en las folguras de amor £alagar blaada- 
mientre debe á la fembra que la suerte le depare para la su 
compaña? Diz que non seya nada embriago nin apaleador 
nin doñeador nin mintroso, é que seya otrosí grandemie&tre 
cabdaloso é rico : lástima que tales partes adune quien es tan 
grandemientre feo é tozudo.» 

Dando é tomando en esto llegaron Joan é María á su 
posada onde atendiéndolos un escudero estaba con loba de 
luto; el cual dijo á María que su tía del corregidor de la 
cibdad era muerta en estado honesto et en la flor de su 
edad, ca non habia complido los setenta, é que habiéndose 
de facer las obsequias de la doncellica setentañona al otro 
día, fuerza era que el su atahud fuese levado á la iglesia 
por doncellas, é veníale á pescudar á María si plazriale de 
ser una de las porteadoras de la finada, é daríajele un há- 
bito blanco é de yantar é un ducado é las gracias por añidi- 
dura. María, á fiíer de manceba bien endotrinada, respondió 
que si el su padre venia bien en ello, ansimesmo vernia ella : 
Joan acetó, é María regodeóse de poder andar á facer alarde 
de su cabellera, ca sabido es que las mochachas que levan 
á soterrar á otra van desmelenadas. £ cuando á la otra 
mañana las dueñas de la corregidora aderezaron á María con 
el hábito blanco como el ampo de la nieve é fino como piel 
de cebolla; é cuando rodeáronle ai cenceño talle una faja 
carmesí de seda cuyos cabos pendían fasta el ancho ruedo 
de las haldas; é cuando cingiéronle una corona de blancas 
flores por la su tersa é candidísima frente; dígovos que con 
el hábito é la faja é la corona , é la fermosa cabellera ten- 
dida, é la muy mas fermosa faz é continente suyos, non se- 
mejaba fembra de carne é de hueso formada, sinon sobre- 
humana creatura ó bienaventurada moradora de los lucieatet 
cercos onde asisten las célicas hierarquías. Saliéronla á ver 



349 

á la sala el corregidor é los del duelo, é todos de contino 
loaban á Dios 4 quien tan miraclosas obras plega facer para 
consolación é solaz dé los en el mundo vivientes. E allá en 
un rincón de la sala yacía inmóvile, come bulto de peña la- 
brado, uno de los del mortuorio con el capuz de la loba 
echado, que non se le cataban mas de los ojos, loe que habia 
de hito en hito enclavadas en la garrida doncella, la cual 
traia los ojos honestamente abajados al suelo , é un poco 
doblegada la cabeza, é un poco coloradas de vergüenza las 
mejillas, maguer la sabia farto bien oir los loores que de su 
gentileza facian. Abrióse á deshora un cancel, é comenzó 
de asomar una grande comba de saya, que al non era que la tripa 
de la corregidora, la cual paresció al cabo de dos brazos de vien- 
tre , ca estaba en dias de parto ; é como vi do á María fincó hi 
parada, desanchó los ojos de un jeme, mordióse losfbezos é llamó 
á su marido: departieron juntos una buena pieza, é friéronse 
dende , é cuando tomaron, ya los del mortuorio eran idos. 

En tanto que dan tierra á la defunta, quiérovos decir, cu- 
riosos leyentes, como el corregidor é la corregidora eran 
desposados luengos años habia sin haber fijos ; é cobdiciában- 
los como el campero la pluvia de mayo, é por fin habíale 
tocado su hora de bendición á la corregidora con grande con- 
tentamiento del su marido. Sonrugíase que la tal dama 
siempre habia picado en antojadiza: ijuzguedes si serlaia en 
el tiempo de su preñedad! E como frisaba ya en los cin- 
cuenta, era ya mas que medianamientre calva é sin pelo, é 
mismamente aquellas dias habia encomendado á una barbera 
que vivia en olor de bruja que le adobase una cabellera 
apostiza, salvo que non habia de ser de fembra defuncta, ca 
sesudamente decia la corregidora que si el cabello era de 
deñmcto que gozaba de la superna gloria ó lastaba sus peca- 
dos en el purgatorio, profanamiento era levar prenda suya; é 
si yacia en el infierno, espantable cosa era traer en somo de 
la persona reliquias de un cuerpo damnado. £ desque vido 
la corregidora la cabdalosa melena t\e María, antojéeele para 
8Í, é por eso llamó en poridad al corregidor, é rogóle afinca- 
damientre de reducir á María á dejarse pelar, &i tomando 
que tornase del mortuorio. — « Affrmovos, decia el corregidor. 



350 

que pretendedes cosa bien peliaguda de recabdar, ca en tal 
guisa idolatra en su cabello la moza melenuda, que mas aína 
endurará que la manquen de un dedo, que leijarse toUer un 
mechón de la crencha.» — «Yo vos aseguro, respondía la 
corregidora, que si hoy en este día no finca por mi mano 
rasa é monda como un melón la cabeza de esa rapaza, lo que 
albergo en el vientre tiene de sacar una cabellera pintada en 
el rostro, é si acertase á ser fembra, catad ¡qué donosa fija 
se vos apareja ! » — « Parad mientes en que María demandará 
quizáves por el trasquileo muy buenos escudos.» — «Parad 
mientes en que si non, malograr habedes vueso heredero ú 
heredera tan á duras penas generado, é remembrad de pa- 
sada que non sodes tan mancebo que debades fíduciar de re- 
ponerlo con otro.» Tomóle con eso al corregidor la espalda 
é partió para su aposento gritando: » cabellera pido, cabellera 
quiero, é si cabellera non he, para mi santiguada si nunca 
pariere.» 

Habíase en tanto fecho el entierro sin mas novedad que 
de mentar fuese, si non que cuando por las calles algún ma- 
leante quería entre la multitud urgar á la fermosa María, el 
encapuzado de quien ayuso mención ficimos, tiraba con preste- 
dumbre una correa de sO la loba, enderezaba un gentil zur- 
riagazo al descomedido sin le decir palabra, é seguía caba- 
delante cual si non bebiese acontescído. Tornado el acom- 
pañamiento del duelo, el corregidor trabó de la mano á 
María é díjole: «ora bien, honrado doncella, menester es que 
departamos los dos un poco en esotra cuadra,» é diciendo é 
faciendo metióla en el camarín de su mi^jier é asentóse en 
un sitial et inclinó la cabeza é manoseóse la barba en ade- 
man de quien estodía el comienzo que conviene dar á la plá- 
tica. María, un tanto abobada é confusa, fincó de pié fron- 
tera del corregidor, é abajó también homíldemente los sus 
ojos negros como la endrina ; é por facer algo, meneaba blan- 
damente sobre la falda los cabos de la faja que le apretaba 
la cintura, non sabiendo qué se prometer del gravedoso gesto 
é silencio largo del corregidor, quien alzando la vista é ca- 
tando á María de suso ayuso, como la vido en positura tan 
modesta, príso dende motivo para saltar diciendo: «pardiez, 



r 



351 

María, que traedes un porte tan recatado é sanctimonioso, 
que á tiro de ballesta se conosce que vos criades para monja 
tocanegrada; é si esto ansí fuere, cual me presumo, yo tos 
ofreseo de negociar como entréis en caostra sin dote, á trueco 
de que me regaledes cosa que va en somo de vos é que es- 
tonce non vos será necesaria.» — «Prométovos, señor corre- 
gidor, repuso María, que non creo me llame el Señor por 
aquese camino, ca estonce mi pobre padre fincaria sin el bá- 
culo de BU vejedad en el mundo.» — «Agora pues, yo vos 
quiero dar un consejo sano, hermana María; vos ganades el 
pan con sobrada fatiga, é debríades aprovechar el tiempo 
tanto como posible vos fuese. Hame dicho una vuesa vecina 
que para facer el vueso tocado perdedes cada dia mas de una 
hora: Valiera mas que esa hora la emplegárades en vuesa 
labor que en las tejeduras é moños que facedes con vuesa 
cabello.» — «Así es verdad, señor corregidor, contestó María 
tomándose roja como unos claveles, pero catad que non es 
culpa mía si he una madeja de cabellos que para peinarlos 
é tranzarlos necesito un luengo rato cada mañana.» — «Dí- 
govos que sí es vuesa culpa, redarguyo el corregidor, ca si 
vos cortárades esa madeja, vos ahorrábades aquesos tranza- 
dos é peinaduras, é trabajariades mas, é ganaríades mas, é 
non daríades ocasión á que se vos tache de vana, é digan 
que aun vos ha de levar el enemigo por las guedejas. Non 
TOS &cuitedes, ca ya columbro como vos asoman las lagri- 
millas, que las habedes en verdad farto someras; yo vos 
amoBesto por el vueso bien sin interese ningimo : motiládvos, 
desmochádvos , rapádvos, buena María; é para toUervos el 
amargor del desmoche, yo vos endonaría cincuenta maravedís, 
siempre que me entriegárades la vuesa cabellera.» Cuando 
María oyó de buenas á primeras el ofrescimiento de tan ra- 
zonable cuantía por el su cabello, parescióle todo una burle- 
ría del corregidor, é sonriyóse muy graciosamente alimpián- 
dose las lágrímas é repitiendo: «¡cincuenta maravedís me en- 
donades porque me pelel» Al corregidor (que diz non habia 
toda la trastienda de Ulíxes) hóbole de parescer que aquella 
risa sinifícaba que la moza non se pagaba de tan poco pre- 
cio, é añadió: «si non vos contentárades con cincuenta mará- 



352 

vedis, darvos he ciento.» Estonce María yido moverse caba- 
delante una cortina del camarín facendo una grande bamba, 
é comprendió que hi acechando estaba la corregidora, é qae 
la bamba facíala su desaforada tripa; é como fuese María de 
buen engeuio, calóse luego la entencion del corregidor é que 
seria un antojo de su oislo, é puso su firmedumbre en non 
sofrir el tresquUamiento si non tiraba dende los quinientos 
maravedís necesarios para pagar al físico arábigo que había 
de descegar á su padre de ella. Sobió el corregidor los cient 
maravedís á ciento cincuenta é después á ducientos, é María 
proseguía sus risas, cabeceos é mohines; é cada que el cor- 
regidor facia una puja é María contrafacia la dengosa, cuasi 
cuasi cobdidaba ella que el corregidor se retrayera del su 
propósito, por lo mucho que le dolía se despojar db aqxMl 
preciado ornamiento non embargante que granjear había por 
él la salud del su padre. En soma, el corregidor ganoso de 
cerrar el trato: ca veyendo estaba las idas é venidas d« la 
cortina, é conoscia por ellas la comezón é ansiedad que trae- 
ría la su velada, remató clamando: «ea, rapaza, quinientos 
maravedís se vos dan: catad noramala si vos acomoda.» •— 
«Norabuena, respondió sospirando María oomo si fiígiéngele 
el alma de las carnes con aquesa palabra ; norabuena, siempre 
que no se haya de saber que finco pelona.» — «Yo vos lo 
fio,» d^o la corregidora entrando en la cuadra con unas agu- 
zadas tiseras en la mano é una fásaleja al brazo. Ck>mo vido 
María las tiseras turnóse amarilla al par de la cera; é cuan- 
do la mandaron asentar en la silla del sacrificio, sintióse 
descaecer é hobo de pedir un sorbo de agua: é cuando cin- 
giéronle la £a.saleja en tomo de la garganta, cuéntase que 
hobiera partido de carrera á non haberle fallido los espíritus; 
é cuando á la primer tiserada sintió el firio del hierro, áigo- 
vos que le paresció que le atravesaban el cuer con una daga 
buida. Posible non íué que mantoviese la cabeza queda un 
momento durante la tonsuracion se facia; desviábase mal su 
grado á un lado é otro fagiendo las mordedoras tiseras, cuyo 
fuerte golpeo é crujido ferríaie acerbamente las orejas; nada 
empero valían sus meneos é trajín á la mezquina tresquilada, 
ea la pertinaz tresquiladora, con el ansia é cobdicia de una 



353 

mujier en cinta que satisfaz un antojo, tomábale bien ó mal 
á puñados los cabellos é ibaselos bravamente cercenando, é 
caian en la blanca fasaleja escorriéndose dende fasta pervenir 
en el suelo. 

A la fin rematóse la facienda, é la corregidora que non 
cabia en sí de gozo, trujóle é retrújole á la motilona fala- 
güeramientre la palma de la mano desde la frente al colo- 
drillo diciendo: »por el siglo de mi madre que vos he ton- 
surado tan igual é á raíz, que non vos rapara mejor el mas 
polido barbero: recoged vos é tranzad la mata mientras que 
mi marido vos trae las monedas, é yo vuesa ropa, para que 
de casa vayades sin que nada se barrunte.» Salieron el cor- 
regidor y la corregidora, é María desque se topó sola partió 
á se catar en un espejo que hi habia, é como se vido calva 
perdió el sofrimiento que hobiera fasta destonce tenido, é gi- 
mió de rabia é abofeteóse, é aun estuvo por se arrancar las 
orejas que parescíanle á la sazón desaforadas de grandes, 
maguer non lo fueran : pisoteó los cabellos é renegó de haber 
consentido en los perder, sin se remembrar agora de su padre 
como si tal padre non hobiera. Mas como seya propio de la hu- 
manal natura conortarse cuando al non se puede facer, asosegóse 
poco á poco la sañosa María, é alzó del suelo la cabellera, é atóla 
é trenzóla en gruesos ramales, non sin la besar é plañir sobre 
ellas muchas vegadas. El corregidor é la corregidora tor- 
naron, él con los dineros et ella con el hábito de María la 
Cual desnudóse é metió en un pañizuelo el sayo blanco, vis- 
tióse el suyo , tapóse con el manto fasta los ojos é caminó 
gimiendo para casa del moro, sin facer cabdal de que el 
home del capuz echado iba en pos de ella, é que abajando 
ella el manto en un momento de olvido por la maña que 
habia de mostrar el tranzado, vidosele estonce claramientre 
la cabeza mocha. Eecebió el moro los quinientos maravedís 
con el buen talante con que siempre es recebido el dinero, é 
dijo á María que le trajese hi á Joan Lanas para que hi 
posara en tanto que duraba el riesgo de la cura; María fué 
por el viejo é callóle lo del esquileo por non le dar pesa- 
dumbre, é mientras que Joan permanesció seyendo huésped 
del físico, non osó María salir de su posada sinon de nochp 
Herrmann. 23 



354 

é bien encobierta: eso non embargaba empero que la sigaiese 
siempre un embozado. El moro cierta noche avisóla en pon- 
dad que á la mañana siguiente alzaria á Joan las vendas de 
los ojos : acostóse esa noche María con grant regosijo, é para 
si pensaba que cuando su padre la catase (que seria con asaz 
contento), seria ese contento tres é cuatro vegadas mas com- 
plido si podiésela catar con el gentil tocado que ella solia se 
facer en su pueblo. En tal cavilación andaba al otro dia al 
se poner la mejor saya é prendero para ir en cas del ará- 
bigo, é como se hobiese asentado para se calzar, sopitanea- 
mente sintió que le encajaban una como caperuza en la ca- 
beza; é revolviéndose, vido tras de si al embozado de marras 
que derribando el embozo se falló ser el espadero maese 
Palomo, el cual sin fablar, presentó á María un espejillo de 
Yenecia onde catándose vídose con su mesmísima cabellera 
en tal forma guisada que dubdó una buena pieza si era sne« 
ño que la corregidora la hobiese rapado. Era el caso que 
maese Palomo, gran compinche de la barbera, visto había é 
conoscido en su casa la crencha de María la mesma tarde 
del dia en cuya mañana veyera á María pelona, é calándose 
la facienda, sonsacó á la vieja para que guardara para él la 
crencha de María , leijando para la corregidora otra de igual 
color que la barbera habia de una tinada: trueco por el cual 
la taimada vieja fizóse contar muy lindos escudos. E dice la 
estoria que tan cedo como María topóse con su tan plañida 
é sospirada cabellera por mano del galán espadero, pares- 
cióle el maese muy menos feo que de antes, é non sé si diga 
que comenzó de tal punto á le catar con buenos ojos: ello 
es que rogándole él de le prender por su escudero fasta cas 
del moro, permitiójelo ella, é partieron los dos mano á mano 
levando ella sin rebozo la cara. En entrando los dos en el 
aposento del físico, lanzójele á María su padre en los brazos 
gritando: «gloria á Dios, ya te veo, fija mucho amada: ¡qué 
fornida é fermosa te has fecho! Vale la pena de cegar por 
cinco años á trueco de ver á su fija en tal guisa medrada! 
Ya que torno á ver la claridad, razón es que no me hayas 
mas á tu cargo: yo trabajaré para mí, ca respeto de tí ya es 
hora de que te cases.» — «A eso vengo, prorompió á la 



355 

sazón el callado espadero. Yo, como ya conosceréis por la 
voz soy vueso vecino maese Palomo: yo quiero á María é 
vos pido su mano.» — «A la he, maese, que la vuesa pinta 
non es muy cobdiciadera que digamos ; empero si María vos 
aceta, yo soy contento.» — «Yo, repuso María, toda vergon- 
zosica é atusándose el pelo apostizo (que pesábale estonce en 
somo de la cabeza y del alma como un fardo de veinte ar- 
robas), yo ansí Dios me alumbre, como non atino que res- 
pondervos.» Prísole Palomo la diestra mano sin le decir 
cosa; é al prendérjela cató María la muñeca del maese, é 
reparó en los puñetes de la su camisa polidamente labrados, 
é con algo de suspicion é latimiento del cuer le dijo: «por 
lo que mas querades, mi buen vecino, que me declaredes de 
qué labrandera es aquesa labor.o — « Obra es, (respondió con 
yocundidad el maese), obra es de una donosa manceba que 
há cinco años trabaja para mi persona maguer ella nunca 
fasta agora lo sopo.» — «Agora caigo en la cuenta, departió 
María, de que todas las mujieres que venido han á me dar 
lienzos que coser é labrar eran por vos enderezadas é por 
ende pagábanme muy mas que se usa.» El maese non res- 
pondió; mas sonriyóse, é tendiendo á María los brazos, 
María echóse en ellos embracij ándele muy falagüera, é Joan 
ansimesmo, diciendo á los dos: «pardiez que sodes nascidos 
para en uno.» — «Mia fe, adorada mia, repriso el espadero 
á cabo de rato, que á ser esta la mi faz menos desplaciente, non 
hobiera seido yo mudo convusco tan luengos dias, nin ho- 
biérame satisfecho con cataros de lueñe; hobiéravos fablado, 
me hobiérades vos fecho sabidor de las vuestras coítas, é ho- 
biéravos endonado yo los quinientos maravedís, para la gua- 
ricion de vueso buen padre. » E fablándole pasito á la oreja, 
añadió: «estonce non hobiérades habido aquel tan mal rato 
en manos de la corregidora; empero si temedes que ella que- 
brante el prometimiento que vos fizo de callar vuesa motila- 
dura, partiremos si vos place á Sevilla onde nadie vos co- 
nosce, é ansí....» — «Calledes, clamó María tirando reso- 
lutamente al suelo la cabellera que Joan alzó todo atontecido; 
mandad esa cabellera á la corregidora, pues esa é non la de 
la defuncta es la que pagó tan cara; que yo por guarirme 



1 



356 

de mi vanidad, voto vos fago, si me lo permitides, de ir ra- 
pada toda la vida: mal asientan á mujieres de mecánicos 
oficiales aquesos apostizos arreos.» — «Contad, replicó el 
maese, que desde el punto que vos sepan pelada las mozue- 
Las de la cibdad envidiosas de vuesa fermosura, van á endil- 
garvos el apodo de Mariquilla la pelona,» — «Ansí mesma- 
mente lo creo, respondió María; mas para que entiendan que 
non se me dará un figo de aquese nin cualquier otro mote, 
afírmovos que de hoy para adelante non he de sofrir que 
nadie me nombre de otra guisa que Mariquilla la pelona,» 
Tal aventura ñié la que tan remembrada en las OastiUius 
fizo á la fermosa fija del buen Joan Lanas, la cual casó en 
efecto con maese Palomo, é fué una de las mas honradas é 
parideras mujieres de la per-ilustre cibdad de Toledo. 

Juan Eugenio Hartzenbusch. 






V 



\ 






Leipsüg. — £u la impreuta de F. A. Brockliaus. 



\ 



)f 







i^-,s^^^^^£M '^^^ N^^ YORK PUBLIC LIBRAR Y 

!^>,^ X ^V íVí^l<>s' RBFERBNCE DEPARTMENT 

; v"; < '■< 

. ^ ^^^^-^^ 4^^v^ :^ This book U under no oiroumstances to be 

^^^^^^'C^'^if^^. takcn from the BuildinK 




^^*-..-.,r' 







" -A . . . ■ .. 



V j * k»' 



-^^"'"■¿V >'tl?^,>^^ií.v^í?