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J. MORENO VILLA
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CALLEJA
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in 2010 with funding from
University of Toronto
http://www.archive.org/details/evolucionescuentOOmore
BIBLIOTECA CALLEJA
PRIMERA SERIE
J. MORENO VILLA
EVOLUCIONES
OBRAS DE J. MORENO VILLA
GARBA (poesías).
EL PASAJERO (poesías).
LUCHAS DE PENA Y ALEGRÍA (poema).
EVOLUCIONES (prosa y verso).
]. MORENO VILLA
EVOLUCIONES
CUENTOS, CAPRICHOS, BESTIARIO,
EPITAFIOS Y OBRAS PARALELAS
EDrrOP>¿AL"SATUIVN INO CALLEJA- S.A.
CASA FU-NDADA EL AftO 187»
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PROPIEDAD
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9
8556Í4 .
EVOLUCIONES
CON GARCILASO
... busquemos otro llano,
busquemos otros montes y otros ríos,
otros valles floridos y sombríos,
donde descanse y siempre pueda vsrte
ante los ojos míos
sin miedo y sobresalto de perderte.
EXPLICACIÓN
-T^RES son los sentidos que se pueden dar a ia
palabra o mote con que se bautiza este libro.
El primero es pintoresco, metafórico; el segun-
do, algo alambicado, metafísico; ei tercero, ju-
guetón y natural.
Para explicar el primero me sirvo de los avio-
nes, esos pájaros (no esos aparatos) que, du-
rante los crepúsculos vespertinos, acuden sobre
las anchas plazas y los puertos de mar a descri-
bir giros veloces y sibilantes, a subir y bajar, a
trazar curvas, elipses y figuras arbitrarias. Aquel
ajetreo, aquel ir y venir, aquel desenredar figu-
ras lineales inconsecuentes en el espacio, me
parece imagen, si no cumplida, aproximada de
mi libro.
Para explicar el segundo hay que creer en la
facultad evolutiva de todas las cosas.
La facultad evolutiva del pensamiento es la
que llena de novedades sin fin los silos de la
conciencia, del arte y de la vida.
La facultad evolutiva es la bengala mágica,
el palito de virtud que empuña el poeta.
Pero esta facultad evolutiva del pensamiento
tendría poca fuerza si los objetos y las presen-
15
J. MORENO VILLA
cias todas del mundo que nos cercan no solici-
taran también una evolución ininterrumpida.
Si del granito de arena pasamos al dolmen y
al sillar con que se fabrica el palacio, y a los
cimientos que sostienen la catedral, y a los fun-
damentos del mundo y de la vida y a los pelda-
ños que forman la escala celeste, es tanto por
la facultad evolutiva de mi pensamiento como
por la que vive callada en el granito de arena.
Para explicar el tercero hay que hacer un poco
de historia.
Hace ya varios años emprendí un viaje raro
en compañía de unos hombres sabios; es decir,
raros también. En ese viaje está el origen de la
mitad de este libro. Dimos, sobre el mapa de
Castilla la Vieja y la Rioja, unos cuantos saltos
de cabra montes. Aquello fué vertiginoso. Yo
no sé lo que mis amigos, los sabios, sacarían
de tales piruetas en el espacio. Yo saqué bien
poco: unas cuantas notas de sabor agridulce, la
visión movida y, por lo tanto, poco precisa de
unas aldeas, unos edificios, unos rasgos de cos-
tumbres genuinas, y..., eso sí..., un gran apego
al arte medioeval, debido, sin duda, al baño de
misterio que le envuelve, encanto éste sin el
cual no creo pasible arte ninguna.
Recuerdo la visita a la catedral de Falencia.
Bajamos a estudiar las medidas y planta de la
16
EVOLUCIÓN ES
cueva de San Antolín. Tenía un palmo de agua
el suelo, y era tanto el frío de sus paredes ben-
ditas, que —en pleno mes de Agosto— cada
cinco minutos había que salir a buscar la cari-
cia furiosa del sol. Dije «paredes benditas» por-
que lo son y están probadas de santidad. Las
raspaduras de su piedra caliza, echadas en un
vaso de agua, curan no sé qué molestias del
estómago, según las vecinas.
Así como también estas paredes devuelven,
o infunden —porque ello no está muy claro — ,
el talento a los chicos con sólo golpearles la
sesera contra ellas.
Este recuerdo, de digna memoria, saqué de
Falencia. Luego estuvimos en Burgos, pero no
vi nada en aquella visita. Mi segundo recuerdo
es de Haro. Casi todas las calles están ocupa-
das por hombres y mujeres sentados en sillas,
haciendo alpargatas.
Hay en Haro rincones bellos de línea y de
color. Tiempos después he reconocido uno de
ellos en un lienzo de Zuloaga.
De Haro en adelante puedo precisar poco
más. Recuerdo que alquilamos un coche para
ir a Santo Domingo de la Calzada y que con
nosotros venía un cura, también en calidad de
sabio, el cual, no sé si por las irritaciones de
un viaje tan duro y sostenido o porque el vinillo
17
EVOLUCIONES 2
J. MORENO VILLA
de Haro no le cayera bien, se tuvo que apear
repetidas veces, meterse en los sembrados y
remangarse los hábitos.
Al anochecer llegamos a Santo Domingo. Ya
no recuerdo si hubo cena. Creo que no. Nues-
tros cuartos, en la posada, caían sobre el esta-
blo. Todo era de madera. Unid esto a la fiebre
de agosto y no tomaréis a locura ni capricho el
que yo durmiera, o mejor dicho, velara, en ca-
misa de dormir, toda la noche en el balcón.
Muchas veces, en otros viajes, he renegado
de los viajantes de comercio; pero el hecho es
que por donde ellos van hay fondas. ¡Lástima
que a los jóvenes de Santo Domingo de la Cal-
zada no les guste el paño de Sabadell!
Me olvidaba de algo que siempre recuerdo
con gusto. Vi en la Iglesia Mayor un enorme
gallinero, una verdadera habitación, a unos tres
metros de la solería, con verja dorada, en una
pared del crucero. En el interior se agitaban y
cacareaban un gallo y una gallina blancos,
según ritual. Por lo que me dijo el sacristán, no
se trataba de la ofrenda venusina de las tórto-
las; era una tradición que arrancaba de un mi-
lagro hecho por Santo Domingo. Lo único un
tanto lamentable es el desgraciado olor a galli-
nácea que flota en el aire. Tampoco es muy
edificante para un forastero sentir que al punto
18
EVOLUCIONES
y hora graves, en que el oficiante se recoge
para la consagración, cruja en el ámbito del
templo la estridencia del cacareo.
De allí fuimos a San Millán de la Cogolla,
pasando por Berceo, aldeuela tapizada de paja
y boñigas.
El paisaje es bonito por allí. Verdes laderas,
colinas suaves, sin horizontes abiertos.
jSan Millán de la Cogolla! Aquí sigue habien-
do monjes todavía, en el monasterio de Yuso, o
de abajo, que en San Millán de Suso, o de arri-
ba, no queda más que el edificio mozárabe y la
viga del milagro, que se halla incrustada en un
pilarote. Dice la tradición que estando en fábri-
ca la iglesia, y los obreros colocando una viga,
vieron que era corta y que ya no era posible
retirarla sin peligro. Entonces, ante los votos
de los monjes, hizo San Millán que la viga cre-
ciera un palmo o dos, a la vista de los concu-
rrentes.
Después de esto volvimos, por Berceo, a la
bonita villa de Haro, y de allí, no sé por dónde
ni adonde. Sé que estuve también en León.
Los años han pasado desde aquel primer viaje
por pueblecitos españoles. Es cierto que saqué
poco fruto en aquel entonces y que las moles-
tias sobrepujaron a las comodidades y a las gra-
tas emociones; pero nada es baldío en absoluto.
19
J. MORENO VILLA
Después de aquello ha venido a ser casi un de-
seo pertinaz en mí el recorrer aldeas y villorrios
antiguos. Nada hay en España que tenga mayor
misterio. Parece, en ellos, estancada la vida en
siglos muy pretéritos, en siglos que ya nadie,
en ninguna parte del mundo, puede saborear.
Estoy, en realidad, ligado a la Edad Media, su-
jeto por su misterio. Sus realidades vivas, gro-
seras o delicadas, espirituales, sensuales y gro-
tescas, me asaltan de un modo discontinuo a lo
largo de mi vida ciudadana madrileña.
Las emociones de aquel primer viaje no digo
se reflejen en las páginas que siguen; pero en-
tiendo que la viga de San Millán, la aldea de
Berceo, las gallinas de Santo Domingo, las al-
pargatas de Haro y la cueva de San Antolín
fueron buenas bases para templar un espíritu
juvenil férvido, amigo de lo sobrenatural y se-
ráfico. Sobre tales bases estudié luego la cate-
dral de León, y del contacto con el mundo gro-
tesco del gótico, lleno de alimañas, salió la se-
rie del Bestiario.
La primera cosa suscitada por el viaje fué un
cuento. Luego, caprichos medioevales, pen-
sando en el mundo románico y en el gótico, y
como consecuencia de lo grotesco, una mirada
a los bufones del Museo del Prado, y, por últi-
mo, la serie del Bestiario.
20
EVOLUCIONES
El segundo libro, de otro carácter ya, tiene
por arranque un artículo en que se comparan
dos lápidas sepulcrales : una cristiana y la otra
griega. Mi pensamiento evolucionó entonces
hacia la poesía lapidaria.
Las poesías sueltas que siguen a esta serie de
Epitafíos representan aquí esas labores parale-
las y, en cierto sentido, secundarias que todo
hombre ejecuta al cabo del año. En realidad,
ellas son lo único nacido sin evolución; al me-
nos, sin evolución explicable ya.
21
LIBRO PRIMERO
EXIMINO, EL PRESBÍTERO
Eximinus presbiter scrípsii;
Era 954.
I
T^EJÓ el lecho áspero en que dormía y se vis-
-^ tió la ropa talar. Eran las cinco de la maña-
na. Bajó, a través de las tinieblas, hasta la fuente
del patio, en la que dejó el frío mojándose la
cabeza y las manos. Esta sencilla ablusión le
hizo añorar el baño de otros días. Todo su pre-
térito vivir musulmán pasó como una cinta no-
velesca por su memoria, con relieve, color y
movimiento. Pero la espina de una acción re-
prochable, esa, no pasó. Asentada en la puerta
misma del alma, todo lo que del mundo venía,
o lo que ella rumiaba, había de arañarse en
aquella punta aguda. En silencio dijo:
«Tullida mi alma ¿qué pude hacer? No tuve
brío de varón y me escondí entre unos fardos,
como el conejo tímido. Dejé indefensa a Zadí.
Los asaltantes la sustrajeron de nuestro hogar.
Fué una mala acción la mía huyendo, rehuyen-
do la defensa y el peligro. Pero Dios me puso
dentro del cuerpo un alma sin alma. La mata
endeble del campo, que no resiste el peso de
una mariposa, es la imagen misma de ella. Por
27
./. MORENO VILLA
esto, los enemigos de Aláh se llevaron mi zafiro.
Zadí era la piedra azul transparente, a cuyo tra-
vés la vida era un templado y dulce afán. En la
barahunda del asalto perdióse. Cuando los ene-
migos de Aláh se alejaron me vi solo y la vida
empezó a ofrecérseme bajo nueva máscara.
Vino primero la confusión, después la miseria.
Hace ya diez años de aquello. Mi Zadí tenía
diez y seis; yo, veinte.
Pobre me vi entre los pobres, porque yo care-
cía de virtudes guerreras o cristianas.
Un monje, un día, dedujo, mirándome a la
cara, mi origen musulmán. Me llamó y me dijo:
— Tú perteneces a la gente del Sur. Hara-
piento vas y no estás tullido. ¿Qué oficio practi-
cabas entre los tuyos?
— Señor, nunca tuve oficios. Amaba y leía. *
— Tanto más debe dolerte ahora la pobreza,
si vivías con holgura y bienestar. ¿No saben de
ningún trabajo tus manos?
— ¡Míralas!
— Manos de caballero son; nada deshizo la
pureza de sus líneas. Sólo veo una huella en el
dedo del corazón.
— Es de la pluma y del pincel. Me gustaba
copiar los buenos libros.
— ¿Ves tú? j7 decías que tus manos eran in-
expertas! Si es tu gusto ya tienes trabajo,
28
EVOLUCIONES
Y me llevó al cenobio. Allí me fueron edu-
cando en la nueva idea. A la luz celeste de mi
zafiro vino a sustituir una visión rosada y hen-
chida de promesas, que me arrebató y me hizo
arder como una mecha rociada de aceite de
oliva. Comencé a copiar libros santos que me
encomendaban. Pero sus adornos en color no
me satisfacían y los fui sustituyendo por otros
de mi invención. Fueron muchas las alabanzas
que atrajo mi faena, si bien yo las tomé por su-
perfluas porque ninguno de los felicitantes era
maestro en mi oficio. Mas subí a los ojos de mis
hermanos y subí en jerarquía. Después, el
tiempo fué mitigando aquel delirio novel y fué
un deslizarse mansamente la vida para mí. Lo
que se me pide en la tierra no es duro de hacer.
Vivo sin zozobras ni luchas. Se me pide, sola-
mente, mansedumbre para mi labor pesada y
lenta. He aquí que mi alma tullida dio con su
marco.
¡Ayl jSi la espina de la mala obra resbalase de
mi alma! Sólo aquella traición rompe mi paz.»
Pero este resquemor, este molino lento que
se agitaba en su conciencia no era suficiente
para arrancarlo de la apatía. Su voluntad des-
madejada y su terror ante los obstáculos con-
ducíanle — góndolas de ébano suave — sobre la
lisa planicie de un lago grasiento.
29
J. MORENO VILLA
Por el claustro bajo, en la penumbra todavía,
pasaban lentas las sombras de los monjes. En el
cielo alto, frío e incoloro, que se ve desde el
patio, los luceros vigorosos resistían el empuje
de la luz cercana y se les veía temblar, temblar,
como espirantes.
A esta hora de alba, como a la del ocaso, los
objetos se destacan por siluetas negras e incor-
póreas sobre los fondos luminosos. Las ramitas
secas de los árboles ofrecen un aspecto insos-
pechado. Eximino, como los pintores asiáticos,
se ha fijado en esos aspectos de las cosas cuan-
do nace o muere el día.
Eximino caminaba a lo largo del claustro de
una manera automática. De vez en cuando, sus
pensamientos llegaban a una tensión tal que le
cerraban la marcha. Los nudos de la concien-
cia pueden anudar los pies.
Sonó la campana y entró en la iglesia. La ce-
lebración de la misa fué un suplicio aquel día
porque le acosaban sin cesar visiones y recuer-
dos. Hubo momentos en que hasta creyó distin-
guir palabras lejanas. El pobre monje se batía
con las sombras irresponsables del recuerdo.
Cuando salió de la capilla y cruzó el patio
para subir a su cuarto de faenas, al scríptoríum,
■30
EVOLUCIONES
ya la luz de la mañana corría en triunfo, y vi-
mos su figura espigada y seca, un tanto do-
blada ya por la espalda. Eran los diez años de
escriba, los diez años inclinado sobre el ta-
blero.
Llegó al cuarto, que estaba en lo alto de la
torre. Iba a comenzar el trabajo. Aguzó las plu-
mas, miró los punzones, escogió las tacitas don-
de tenía las tierras o colores disueltos, y se puso
a la tarea. Ahora traza la silueta de un pavón,
luego la de un ciervo, luego la de un pez. Son
figuras esquemáticas. En la boca del pez pondrá
una hojilla rizada; por cresta caprichosa le pone
al ave una grácil campánula. 7 para pintar es-
coge dos entre aquellos colores que tiene de-
lante, que él llama cardlno, vermicio, pardo,
virij indicum y cernul, y le tiñe al cuadrúpedo
las patas de un color por la parte de fuera y de
otro por la interna. El capricho anda suelto.
Eximino, hay ratos en que se distrae como un
niño con sus juegos. Pero cuando no logra en-
cajar una silueta o no le satisface la solución
del adorno, deja el punzón y se asoma al ven-
tanuco de la torre.
Ya la mañana es un himno triunfal en los
campos. La vista se engríe, se zambulle gustosa
en la profusión de colores y en las vanantes de
la luz y en los giros de las sendas y los arroyos.
31
J. MORENO VILLA
Al pronto, Eximino, pierde hasta el pensa-
miento mismo.
Pero cuando sale del arrobo y decide prose-
guir la tarea, anda unos pasos y vuelve la cara
temeroso de romper el hilo que le une a lo que
hay tras los montes aquellos lejanos y azules,
leves según creencia de los ojos, invencibles y
graves según dice el corazón.
Se pasa las manos por los ojos; se sienta y
escribe un momento. Luego deja otra vez la
pluma. Es evidente que no puede escribir. Zadí
aparece sobre las negrillas letras del códice.
Apenas puede reconocerla. Sus vestidos ya no
son aquellos tan leves, tan abundosos, tan refi-
nadamente encubridores de su belleza. Va des-
calza, mal peinada; parece una miserable. Arras-
tra una criaturilla de la mano. Con ese aire de
los mendigos tristes que se esfuerzan por son-
reir, se acerca a un grupo de soldados. Uno de
ellos le empuja y le hecha con modales bruscos.
Eximino vuelve a pasarse las manos por los
ojos, y luego, sin aparente emoción y deseoso
de librarse de aquella estampa fija, dice: «No es
nada. Son cosillas de aquí dentro.»
Pero la paz no vuelve. Su monólogo sigue de
esta manera:
«¿Qué fuerza clara hay en mis pensamientos
hoy? ¿Por qué veo aquellas cosas lejanas con
32
BVOL LICIONES
un sentido más hondo de mi responsabilidad?
Hoy por vez primera comprendo la vida como
lucha y no como sueño manso. Ayer y siempre
la novedad, el sobresalto, el ataque, la alegría,
la salud, el pan, los veía llegar impasiblemente,
justificados de antemano. Hoy creo que el hom-
bre ha de dar la cara a lo que llega, con el es-
píritu lo bastante despierto para rechazarlo o
acogerlo dignamente.»
El pobre Eximino comprendía esto a los tren»
ta años. Después de estas consideraciones, algo
más tranquilo ya, cogió la pluma y trazó un pá-
jaro lleno de gracia y espíritu. Entre las alas,
y en caracteres microscópicos escribió: Emete-
rius presbiter scríprit. Mementote mei.
En seguida se puso de pie, cerró el códice de
pergamino, sobre el cual había, como la barra
sobre el yunque, encorvado su cuerpo; miró por
la ventana el campo una vez más, bajó al patio,
empujó la puerta y salió.
Ningún monje le vio salir. Nadie tampoco le
vio volver.
Cuando pasaron días y meses, el abad dispu-
so que otro monje continuase la escritura del
códice. El sucesor, ni corto ni perezoso, escri-
bió al margen de la columna terminada por Exi-
mino la siguiente nota: Hic obiit Eximinus, IV.
Kls. October, Era Q54.
33
EVOLUCIONES 3
J. MORENO VILLA
En realidad, había muerto para los monjes
recluidos en el valle de San Millán.
Ante de los matines una grant madrugada,
levantóse est monje rezar la matinada;
tuvo no sé qué cambio en la raíz su alma,
pero juzgó la vida con una luz más clara.
II
Andaba Eximino como entre nubes densas.
Negros pájaros le cruzaban por el cerebro.
Ni adonde iba, ni para qué, sabía. Mas iba
sin titubeos a la venganza justiciera.
El azar le guiaba. No tenía sendero el punto
adonde iba. Pero no erraban sus pasos vaci-
lantes.
Al llegar la noche se vio cerca de una ermita
abandonada. El ánimo le impulsaba a seguir su
camino sin rumbo, pero la pobreza muscular se
opuso. Empujó la puertecilla, palpó en la oscu-
ridad y se recostó en el suelo, sobre unas hojas
secas, sin sobresalto ni miramiento.
En aquella noche, ni las visiones demoniacas
más espantosas, ni los ruidos misteriosos, ni la
presencia de almas gemebundas, en pena, ni la
muerte misma .hubieran logrado sacarle de la
pasividad. Sus nervios estaban laxos. Una fría
y clara noción de la maldad humana le hacía
34
EVOLUCIONES
ver el crimen como lo más justificado y normal
del universo. La compunción, la caridad para el
prójimo, eran cosas incorpóreas, irreales.
En poco tiempo se desligó de todo lo regular
y cuotidiano. La fibra sarracena volvía a recla-
mar en él su puesto de honor.
«Manos blancas, manos impolutas, manos
ineficaces, manos que no habéis sabido todavía
lo que es apretar, y apretar y perderse en la
blandura de un cuello» — , decía, gesticulando
en la negrura de aquella noche adversa.
«Boca sosegada y limpia, que no has sabido
maldecir ni condenar; que no has escupido so-
bre el malvado la saliva del odio.»
«Corazón blando, que has temido siempre el
choque, ahora serás, ahora eres, al fin, como
el cuarzo, duro; como el basalto, negro.»
«jBoca sosegada y limpia! Ya vas a escupir tu
odio y a morder gustosa la venganza.»
«¡Manos impolutasl /a vais a tener, entre
vuestras garras, la viscera que amasó el cri-
men.»
Los negros pájaros seguían describiendo
círculos cerrados en la cabeza de Eximino.
Al mediar la noche fué turbada la soledad si-
lenciosa del campo y de la ermita. Sonaban
palabras, risas y relinchos, con progresiva niti-
35
J. MORENO VILLA
dez. Maquinalmente se puso en pie y buscó una
piedra. Luego se subió a la primera meseta de
la escalerilla que iba al coro alto.
Al cabo de unos instantes empujaron la puer-
ta. Había salido la luna, y pudo ver, en silueta
sobre el campo iluminado, las sombras chines-
cas de dos hombres y dos caballerías.
Los hombres, dos soldados cristianos que ron-
daban por las cercanías, entraron y se tendie-
ron. Debían conocer bien aquel refugio, porque
uno de ellos se fué sin titubear a la cueva, a la
gruta del ermitaño, y el otro se acostó sobre las
hojas secas.
Eximino sintió un júbilo feroz al oírles hablar
en cristiano. Contenía, a duras penas, la respi-
ración encaramado en su atalaya. Los minutos
eran como horas. Su vista, queriendo vencer la
oscuridad, se desleía vanamente en puntos y
círculos luminosos y movibles.
Al fin, el ronquido que partía del montón de
paja fué como el aviso; descendió poco a poco,
y fué acercándose. 7a a dos pasos del durmien-
te, se detuvo, y calculó algo, mirando a la cue-
va. Sus ojos, avezados ya a la oscuridad, veían
al hombre acostado. Enarboló la piedra y la
descargó resueltamente sobre la cabeza. El
hombre cimbreó el cuerpo, mas no dijo palabra.
Rápidamente se volvió Eximino hacia la cue-
36
BVOL UCIONBS
va. Esperaba verse acometido del de allí. En
efecto: a rastras salía del agujero, dando gritos
extraños, medio beodo de sueño todavía. Él se
acogió a la defensa que le brindaba una gruesa
columna. Un certero instinto le decía que aquel
hombre venía ciego y que sus pasos habían de
ir hacia el montón de paja. De modo que fué
dando la vuelta a la columna a medida que el
otro avanzaba, y, cuando pasó de ella, le des-
cargó por detrás un golpe serio en la nuca. Des-
pués, en el suelo, le hizo sacar un palmo de
lengua. »
Eximino se puso en pie y miró a la puerta,
que era un cuadrilátero de luz clara y fría; luz
de luna en campos calizos.
— jBuena noche para huírl — Y a poco, diri-
giéndose a los rendidos: —¡Por que sois de la
chusma que la convirtió en pingajo del arroyo!
No dijo más. Tembloroso como una brizna,
deshizo el nudo de las riendas atadas a un clavo
del exterior, y se alejó, con trote dudoso y tor-
pe, por la campiña muda y solitaria.
No cruzaban pájaros por el cielo; pero unos
muy negros seguían aleteando dentro de su co-
razón.
III
La mañana era luminosa y limpia cuando lle-
gó Eximino a la vista del pueblo fronterizo.
37
.) . MORENO VILLA
Comprendió que lo era, por los trajes del vecin-
dario, que comenzaba a derramarse por el cam-
po. A una mora joven, que venía hacia él con el
cantarillo a la cabeza, le preguntó:
—¿Cómo se llama este pueblo?
— Albafría, señor.
Eximino hizo esta pregunta en árabe, sin re-
flexión previa. Hacía muchos años que no lo
hablaba; pero, al ver trajes árabes, brotó incon-
tinente la lengua casi olvidada. La chica, a su
vez, reparó en el traje talar cristiano, y le dijo:
- Señor, ¿cómo venís en ese traje?
— Porque no tengo otro.
- Pero ¿sois cristiano?
- Soy de tu pueblo.
— Pero os recibirán mal si entráis vestido así.
— Gracias, pequeña. Haré por cambiarme.
Adiós, y perdona.
Eximino se fué aproximando al poblado. AI
pasar junto a una finca enorme de las afueras,
cercada de tapias, vio en un torreón una figura
de mujer que le miraba fijamente, sin duda ex-
trañada del hábito. Se fué acercando, acercan-
do, y cuando estuvo a tiro de voz, quedó un
momento suspenso.
Una ola de sangre le cerró la garganta. Cuan-
do pudo hablar, dijo:
— ¿Es vuestro nombre Zadí, señora?
38
/? VOLUCIONES
— Ese es mi nombre.
— ¿Os acordáis de Abel-Krin? Os traigo noti-
cias suyas.
— Entrad, entrad. Dad la vuelta por aquí; a la
derecha hay una puerta.
Eximino entró. Zadí le dijo:
— ¿Qué es de él? ¿Cómo vive? ¿Dónde está?
—Vive lejos de aquí, entre monjes cristianos.
— ¿Está contento?
— No. Hay algo, que él no dice, pero que, sin
duda, le atormenta en la memoria.
—¿Os habló de los suyos?
—Sí.
— ¿Por qué no hizo nada por buscarlos, en-
tonces? ¿Cómo pueden pasar los días y los años
sin que los busque? No será tan vivo su amor
familiar. Si fuera tan vivo no aguantaría tanta
separación.
Zadí estaba más hermosa que nunca. El calor
que ponía en sus preguntas brillaba en sus ojos
y latía en todo su cuerpo. Eximino pensó: Ella
es todavía una mujer hermosa. Yo soy ya un
viejo achaparrado. No me reconoce.
Zadí siguió preguntando:
— ¿y cómo está?
— Está muy viejo. Ha trabajado mucho. Le
ha trabajado mucho también la pena. Está car-
gado de espaldas, canoso y pálido. Tiene unas
J. MORENO VILLA
barbas largas, como estas. (7 se señaló las su-
yas.) y una profunda arruga vertical en la fren-
te, entre las cejas, como esta. (Y se señaló la
suya.) y las manos huesudas y ásperas, como
estas, (y se señaló las suyas.)
— ¿Sabéis si guarda cicatriz de una herida?
— Sí, sobre la oreja, le falta el pelo. Es una
vieja cicatriz de la herida que le hicieron la mis-
ma noche en que fué preso o abandonado. Es
una cicatriz así como esta.
Zadí se puso pálida. Comprendió que tenía
delante a Abel-Krin, su amor antiguo, su amor
de siempre. Se llevó las manos a la cara, horro-
rizada.
— ¿Eres tú? ¿Es posible? Sí tú eres — , y al ha-
cer esta afirmación hubo un cambio en sus sen-
timientos.
— Sí, tú eres. Tú eres el mismo de siempre.
¿Quién, sino tú, tarda tanto en darse a conocer?
¿Quién, sino tú, deja pasar los años sin buscar
el camino de su tierra? Imposible que la tortura
se haya cebado en ti. La gran tortura espolea,
da impulsos. Si tú hubieras querido a alguien
alguna vez con toda el alma, es decir, con alma,
no hubieras aguardado un día lejos de tu cariño.
Tú eres como la planta; donde la ponen allí se
está. Tú eres como la-arcilla fresca; se le aprie-
ta y no recobra la forma. Tú eres como el agua;
40
EVOLUCIONES
se la hiende y sigue sin huella. Ninguno de los
nuestros lamentó tu pérdida. Todos decían que
eras hombre sin alma. Yo te defendí entonces,
porque yo entonces estaba cegada. Luego vi
que tenían razón. Abel-Krin era algo sin movi-
miento propio, Abel-Krin había sido moro, por-
que nació moro, y era renegado porque cayó
entre los fronterizos. Mañana podrá ser otra
cosa. ¿Por qué te has salido del convento? Ya
no pviedes vivir aquí con nosotros. Mi marido
no lo consentiría.
IV
Eximino salió de aquella finca sin haber excu-
sado su conducta. En realidad él era así, y le
repugnaba buscar trampas o sofismas.
Comprendió, además, que su prematura de-
crepitud había de enfriar las relaciones amoro-
sas, y que Zadí buscaría un hombre menos gas-
tado. Gastado por la falta de lucha humana.
Durante algunos días vagó por aquel pueblo.
La gente fué sabiendo quién era. Al cabo de
una semana los mozos comenzaron a perderle
el respeto.
Una mañana salió de la aldea, como otro día
salió del convento, y se fué campo adelante.
Él ya no era para vivir entre cristianos, ni en-
tre moros. En realidad él era para no vivir.
41
CAPRICHOS ROMÁNICOS
LAS CEREMONIAS
T TN día, en su gran mañana, cabalgó el Cid
^-^ con mil y quinientos hombres para encon-
trarse con un emisario del Sultán de Persia que
le traía infinitos regalos: ricas telas, plata y oro
en joyas, finas piedras, aves singulares y otras
exóticas alimañas. El Sultán, con un agudo sen-
tido político, había discurrido que a tan alto
personaje cristiano había que hacerle caranto-
ñas; y a este fin pone en camino a un pariente
que, una vez en Valencia, transmite al Cid su
arribo; y éste sale, como he dicho, a su encuen-
tro con magnífico alarde gueiTero.
En su trato famiHar el héroe tiene un modo
llano de comunicarse. Pero a la franqueza, la
sencillez y la lealtad une en su corazón una
gala que, como tal, luce en los momentos so-
lemnes; una cortesía ceremoniosa.
Ya el Cid, rodeado de su brillo, esplendoroso
y fuerte, divisa al emisario sobre la polvorienta
ruta. Entonces contiene con un firme tirón de
bridas al Babieca y lo para. El Cid saluda y, el
otro, al oir la voz del héroe comienza a tremer
con todas sus carnes y olvida el don de la pa-
labra.
45
J. MORENO VILLA
Al Cid aquel temblor no le extraña, le satis-
face; pero como es hombre fuerte domeña sus
debilidades y nada trasluce.
Vuelve Ruy Díaz a decirle bien venido y el
otro sigue callado. Va Ruy Díaz y le abraza, y
cuando el persa recobra el sentido de la lengua
quiere besarle las manos, a lo cual se opone el
Cid retirándolas.
En pos de esto viene el discurso: «Humilló-
me, Cid Ruy Díaz el Campeador, el mejor cris-
tiano, el más honrado que cinchó espada y que
cabalgó caballo de mil años acá. Mi señor, el
gran Sultán de Persia, allá do está...»
Después del discurso desfilan las pintorescas
alimañas de Oriente y, concluido el desfile, se
encaminan a la ciudad. Una vez on ella despide
el Cid a todos, recomienda la eficaz custodia de
los animales y entra con el embajador en el
Alcázar.
Aquí, ante los ojos cristianos de doña Ximena,
doña Sol y doña Elvira, se abren las arcas de
Oriente donde venían los objetos menudos por
el tamaño y grandes por su valía. 7 el Cid, cuan-
do vio tan extrañas y tan nobles cosas, fué ma-
ravillado. Por encima de todo ajuste, por enci-
ma de toda tasa o aforo estaban aquellas pren-
das, «y con el gran sabor que tuvo, comenzóle
a reir el corazón y a tomar gran alegría en sí.»
46
E VOLUCIO N HS
Y comprendiendo el poder, i a riqueza y la
magnanimidad de quien enviaba todo aquello,
dijo al embajador: «Quiero hacer honra a su se-
ñor cual nunca la hiciera a ningún moro desde
el día que nací.» Y le ciñó los brazos al cuello,
diciendo; «Abrazo al Sultán en la persona de su
emisario, ya que no está presente.»
Cuando el persa oyó esto comprendió el alto
linaje del Cid y dijo lleno de alborozo:
— «Señor Cid Campeador, si estuvieseis en
presencia de mi señor el Sultán, la mejor honra
que os haría, sin duda, fuera daros a comer la
cabeza de su caballo.
Esta es la costumbre en mi tierra; más ya que
aquí no lo es, llevaros, en remembranza de mi
señor, este caballo vivo, y que él os sirva más
que su cabeza cocha.»
47
J. MORENO VILLA
LA VENGANZA
"X NTE los mismos ojos de la infanta doña San-
-'^"^ cha han dado muerte los Velas al infante
don García, su prometido. Y esto después de la
primera y última entrevista de amor; cuando aún
jadeaban los pechos al acoso de las palabras
íntimas. Nunca se habían visto, pero bastaron
unas horas para encender aquellas almas pú-
beres.
Ante la ventana de doña Sancha abofetearon
y acuchillaron al infante don García, su novio.
La escena es un cuchillo venenoso en el co-
razón de la infanta.
Pasan días y meses. Llega la hora de serle
propuesto un nuevo esposo. Celebra Sancha su
casamiento con don Femando de Castilla y, al
punto mismo de concluir la ceremonia, exige
de su padre la persecución del criminal.
«Si no me vengas — le dice — nunca mi cuer-
po llegará al de don Femando, tu hijo.»
Entonces el rey don Sancho cercó y escudri-
ñó los montes, apresó a Fernando Laynez, lo
condujo ante la infanta y entregándoselo, dijo:
«Haz tú la justicia que tengas por bien».
y entonces, ella, hizo lo que sigue:
48
EVOLUCIONES
Tomó un cuchillo en sus manos ella misma y
tajóle las manos conque hirió al infante, des-
pués tajóle los pies conque anduvo en aquel
hecho, después sacóle la lengua conque con-
certó la traición y los ojos conque lo viera
todo. Concluido lo cual mandó traer una acémi-
la y ponerlo en ella y pasearlo por las villas y
mercados de Castilla y de León.
Así se sacaba doña Sancha los cuchillos ve-
nenosos.
49
EVOLUCIONES
J. MORENO VILLA
LA OBEDIENCIA
TT'L pueblo sabe a medias este cuento de amor
-^ salvaje. Por eso unas veces dice que el hé-
roe fué moro y monarca, otras que rey cristiano
y otras que mero labrador rico.
Pero no está en lo cierto. El héroe es un mag-
nate cristiano y fronterizo; uno de aquellos con-
des medioevales que tuvieron por vida la guerra
en la frontera española, que era la moruna.
Aún existe su fortaleza en una pecinosa villa
castellana. Es una construcción sombría, de si-
llares grises contorneados de negro. El conde
edificó junto a su palacio-fortaleza la colegiata,
y en ella, en vida, se labró su sepultura.
Un macizo berroqueño, rectangular, almena-
do sobriamente y provisto de dos pequeñas ven-
tanas a cada lado, es la torre. Su aire sombrío
y hermético suscita reminiscencias negras en el
que va pasajero por la villa.
Más tiempo pasaba el conde fuera de la for-
taleza que en ella. Le reclamaba la lucha cons-
tantemente. Hubo años en que apenas la gozó
unos días.
Hace poco llegó a descansar, después de una
50
EVOLUCIONES
de esas largas ausencias. Es un hombre recio y
de magnífica estampa. Tiene la piel dorada y
roja de los que viven al aire, y el cabello y las
barbas, de un rubio pardo, grave y fosco. La
mujer le admira, le ama y le teme. Es la verda-
dera sierva, pero de una sumisión voluntaria y
gustosa. Los hijos, tres hembras y dos varones,
sienten por el padre un respeto que raya con el
terror. Se le ha hecho por todos los de la casa
un recibimiento real. La vida laxa y floja de
cada uno se ha cimbreado y erguido ante la
presencia del dueño.
Éste ha congregado a sus hijos; los ha besa-
do, los ha contemplado detenidamente. Ha vis-
to si los varones van teniendo dureza en las
piernas y en los brazos y si las hembras ganan
en esbeltez y donaire.
Todo va bien. El cielo le ha concSdido una
prole gallarda. Está satisfecho de los hijos; pero
especialmente de una de las chicas, la menor
de las tres.
Luce en ella la sangre goda, de ascendencia
germana; así es alta y fina. Pero no encubre
por eso su porción ibera, y así es de ojos gran-
des y pelo negro. ¿Sabéis qué imagen de la es-
cultura universal la recuerda? Tem.o que no la
conozcáis: una virtud de la catedral de Estras-
burgo. El mismo ritmo melodioso y honesto, la
51
J. MORENO VILLA
misma belleza corporal y el mismo sentimiento
recogido y severo en el semblante.
El conde está orgulloso de su hija. Pero al
sentimiento de orgullo se mezcla el de admira-
ción. Es la belleza de su hija un milagro que no
dejaríamos nunca de contemplar. Y así, los días
de aquel descanso los pasa absorto, viendo
cómo su hija danza, corre, juega, ríe o habla.
Todo en ella es fascinación, hasta los momen-
tos de gravedad o de tristeza que algunas veces
le acuden.
Pero pasó aquel sabroso alto concedido al
cuerpo fatigado. Partió el conde a la guerra, y
la casa volvió poco a poco a su tensión baja y
normal.
El conde no salió aquella vez de su fortaleza
con el entusiasmo guerrero de otras veces. 7
esta grave falta en un caudillo tuvo sus conse-
cuencias.
Perdió, fué batido en el primer encuentro.
Una segunda derrota vino a pesar sobre sus
huestes. Un tercer descalabro le deshizo la mi-
tad de ellas. 7 el descalabrado volvió a su for-
taleza más pronto de lo que solía.
Vuelto a su hogar, una pasión negra y pode-
rosa cae sobre él. Tenían las pasiones en esta
época formas bestiales. Es posible, pues, que el
52
EVOLUCIONES
conde estuviese bajo la seducción maléfica de
una sirena; el hecho es que comenzó a sen-
tir una indomable, impetuosa atracción por su
hija.
y no bastaron frenos de la razón. Un día, sen-
tado a la mesa con su mujer y su prole, después
de mirarla y remirarla de un modo voraz, le dijo:
«Delgadina, tú has de ser mi enamorada.»
Un frío de terror vino sobre aquellos corazo-
nes, ya medrosos de por sí; pero nadie protestó.
Ante la palabra del amo enmudecieron todos.
Únicamente Delgadina, con sencilla voz y áni-
mo seguro, dijo :
«Dios no lo permitirá nunca.»
En la hermética y sombría torre gris está Del-
gadina. Allí, en una sala cuadrada, pasea unas
veces su desgracia, y otras se arroja al suelo y
se arranca mechones de la cabellera larga y ne-
gra. La gargantilla de oro rueda, hecha mil pe-
dazos, por el pavimento frío.
Allí la mandó encerrar su madre. No puede
comer más que cecina, no puede beber más que
zumo de retama, no puede dormir más que so-
bre las duras losas.
Al cabo de tres días, deshecha en llanto, se
asoma por una de las ventanitas estrechas y ve,
abajo, a sus hermanas, que bordan con hebras
53
./. MORENO VILLA
de oro, en la tibieza de un sol invernizo y en la
calma de la villa labriega.
«Hermanas, si sois las mías...
dadme un vasito de agua,
que tengo el corazón seco
y la vida se me acaba.»
y no dice más. No reclama su inocencia, no
profiere un grito de rebeldía ni sale de su boca
una simple acusación. «¡Agua! Un poco de
agua, que tengo el corazón seco.»
y las hermanas la injurian. «Quítate, perra.
Si el padre nos viera nos mataba.»
y la pobre, alejándose del hueco, se arrinco-
na, hecha un ovillo de dolor.
«¿Por qué me llaman perra mis hermanas?
¿Qué hay, madre mía, qué hay en mí hoy que
no hubiera ayer? La desobediencia; ¿es esto
posible? ¿Obedecerían ellas a tal mandato? No;
nunca. Son buenas. Pero, entonces, ¿por qué
no están de mi lado? ¿Cómo no ven que mi pa-
dre delira, que yo no puedo quererle así, con
deseo, con anhelo? ¿Cómo no tienen horror a
esta suerte funesta que pesa sobre mí? Una pa-
labra de inteligencia refrescaría mi corazón.»
y la pobre.
Con lágrimas de sus ojos — toda la sala regaba;
con las trenzas de su pelo — toda la sala esteraba.
y pasa otro día. En nadie halla eco el dolor
54
EVOLUCIONES
de la prisionera. Han vuelto a ponerle delante
un trozo de carne salada y un pocilio con jugo
amargo.
Delgadina se pone en pie, se adelanta y ve
por el hueco de la torre a su padre. Un escalo-
frío de horror la sacude. Siente repugnancia.
No quiere solicitar nada de él; pero está como
flor tronchada, sin nervio.
«— jPadrel ¡Mandadme un poco de agua, que
ya no puedo, que ya no vivo, que siento que la
vida se me val»
« — ¡Ya te lo dije! ¡Mira! Agua tengo en las
fuentes, y en el río, y en este jarro de plata.
¡Di que sil ¡Di una sola cosa, y correrán como
gamos mis criados en tu socorro!
Delgadina se yergue, queda un momento con
la cabeza altiva y, al cabo, la deja caer sobre el
pecho. Luego se retira de la ventana.
« — ¡Suban, suban mis criados! Llevadle agua,
llevadle de todo lo que pida.»
Los criados han abierto los cerrojos y entrado
en la cárcel. Un profundo estupor les embarga
el ánimo. No aciertan a ver lo que están viendo.
Las frías paredes están ahora vestidas de raso;
en el centro de la sala hay un lecho con dosel.
Inclinada sobre él, y sosteniendo la cabeza de
Delgadina, hay una noble señora que ninguno
ha visto jamás, pero en la que todos reconocen
55
J. MORENO VILLA
a la Virgen, a la Gloriosa, conio la llama el de
Berceo. Un corro de ángeles, tocando laúdes y
guitarras, hay en torno. Una fuente de agua cla-
ra brota a los pies del lecho. La Magdalena, a
un lado, cose, con dedal de oro y con aguja
de plata, en un vestido blanco, el último de
Delgadina.
Los criados no dejan de mirarse. No habla
nadie. Sólo se oyen unas campanitas claras titi-
near a gloria en el cielo azul.
De pronto, alguien sube. «jEl conde ha muer-
to!», dice. Los criados bajan presurosos. Al
cabo de un rato se oyen, lejos, campanas
negaras.
66
CAPRICHOS GÓTICOS
MONOLOGO DE UN
HOMBRE ANTIGUO
15 Abril 1263.
CjANTA María, tú eres bella. Me gvistas y yo soy
^^ rico. Te voy a levantar un palacio que ten-
ga lo que tú tienes: transparencia de alma y li-
gereza de cuerpo.
Cuando te paras en el extremo de una calle
— siempre con tu nene al cuadril, tu sonrisa
parada y tus vestidos enjutos, de largos plie-
gues— y tornas a remirar lo andado, hay un es-
tremecimiento de frío y de placer en todos los
viandantes. Se detienen los pasos y enmudecen
las bocas.
Indudablemente, Santa María, tú eres la más
perfecta unión de la alegría y del respeto que
vi en el transcurso de mis años. Todos los que
te vemos adoramos la gracia de tu sonrisa, mas
nadie es capaz de alabarla.
Yo tampoco. La palabra, sugerida por un en-
tusiasmo férvido, puede pasar la raya decorosa.
Haría falta un tacto que yo no tengo. Así, pre-
fiero levantar una casa y callar el piropo. Una
casa transparente y ligera, en consonancia con
tu cuerpo y con tu espíritu.
59
J. MORENO VILLA
ya tengo hechos los preparativos. El plano
está en mi mesa y el arquitecto viene atrave-
sando los Pirineos en un caballo rojo y veloz
como mi voluntad. Los oficiales y peones ven-
drán de la Borgoña; voy a dejar deshabitada
esta hermosa región, pero tu eres lo primero,
Santa María.
Ya van trescientos pedreros a la cantera de
levante a picar la blanca piedra caliza que lue-
go el tiempo ennoblecerá con su oro.
Los canteros y aparejadores, los sotas y artí-
fices de toda laya que van llegando promueven
entre los convecinos míos exclamaciones sobre
mi locura. Dicen que yo atento a la integridad
de la población y que los extranjeros — de se-
guro gente aviesa — perturbarán los coloquios
y relaciones familiares. Yo no comparto ese
miedo castizo y plebeyo, pero aunque lo com-
partiera te juro que lo vencería, porque tú eres
antes que nadie.
Llamo a gentes de otro país, desatendiendo a
mis compatriotas, no porque yo les niegue peri-
cia ni entusiasmo, sino porque mis ojos han re-
cogido a través de largos espacios de tiempo y
de países la emoción de una belleza que me
gustaría ver transplantada, y transplantada
para ti.
En cántico de dolor, o en himno sacro, quie-
60
EVOLUCIONES
ro que se transfiguren los duros sillares de la
cantera. ¿A qué otro esfuerzo más noble pode-
mos dedicar nuestras horas que a este de con-
vertir lo duro, grave y muerto, en blando, leve
y dinámico? A uno solo: al de allegar para ti lo
bueno y bello que por el mundo hay.
Ya sé, Santa María, que por la corteza de la
tierra se deslizan lágrimas y que su santo fuego
escala los montes. Lo sé, Santa María, lo sé.
¡Tengo ya blancos islotes de plata en las sienes!
y conozco la fibra compasiva de tu alma. ¿Quién
duda de que el dolor será el más activo de los
obreros que en ella trabajen? ¿Quién, además,
ha visto que se levanten las piedras sin que
crujan los huesos? ¿Quién, por fin, sabe de algo
hermoso y pleno que no esté amasado en llanto?
Pero también los pobres locos, los truhanes,
los bufones, los hijos de Saturno; los que lleva
en la sangre oscuros hervores demoniacos; los
que llevan la cabeza abrigada con caperuzas
rojas sembradas de cascabeles y tienen tan cor-
covada el alma como el tronco del cuerpo; esos
que hacen la fíesta del asno, adoradores del po-
llino y de toda gran locura; esos que se visten
de pontifical y ofician en la iglesia una vez al
año, su día, el día de los locos, han de tallarme
también una piedra para la casa.
El amor y el dolor, la locura y el éxtasis, to-
61
J. MORENO VILLA
dos a una, resueltos y exaltados, cantaremos el
himno del dolor en un lenguaje de piedra impe-
recedero.
Los templados y ecuánimes dicen que estas
obras son bárbaras, confusas y dislocadas. Pero
yo digo, Santa María, que a tu belleza y a nues-
tra emoción le van estas obras como ningunas.
Ellos dicen eso porque no ven la regla que las
regula. Ellos no saben que un ciprés guarda en
germen la estructura de una torre y que la selva
misma es un tratado de posibles fábricas. ¡Dé-
jalos morir de asco! ¡Muriéndose y todo ellos
han de imitarlas!
62
EVOLUCIONES
AL HABLA CON
EL ARQUITECTO
"\ /A están en el pueblo los artífices. Ya el ar-
quitecto ha visitado a la señoría.
— ¡Mira! —le ha dicho ésta—. Aquí tienes los
planos. Yo quiero que me hagas un edificio li-
gero y diáfano. ¿Qué materiales vas a emplear?
— Piedra, señor. La piedra caliza que se da
por aquí.
— ¡Piedra, noí La piedra pesa mucho. Has de
buscar algo más ligero que la piedra. Emplea
sólo pensamientos. Yo quiero que la iglesia sea
un puro pensamiento que suba con audacia y
claridad hasta la hondura azul del cielo.
— ¡Señor..., yo no sé levantar obras si no es
con piedras!
— Pues que no se vean las piedras. Que se
vea sólo el pensamiento.
— ¡No os entiendo, señor! Yo me sujetaré al
plano.
— Sí; tú te sujetarás al plano. Tú no eres más
que un plano. Pero tú has de oir antes, de mis
labios, lo que es el pensamiento. Quiero ver si
cae algo de éste sobre ese plano, aunque mejor
sería que ese plano se adhiriese a este pensa-
miento.
63
J. MORENO VILLA
— Señor, no os comprendo. ¡Perdón!
— jNo seas pollino! No me impacientes. ¡Calla!
— ¿Tú sabes lo que es una columna?
— ¡Señor! Repare que soy arquitecto.
— ¿Tú sabes lo que es una columna? Bueno;
pues la columna que yo quiero no es ni como
la griega, ni como la romana, ni como la ger-
mana. ¿Sabes? Yo quiero una columna fina y
alta como el tronco de un abeto. Pero de tronco
pelado. Únicamente arriba, en el cogollo, ten-
drá ramas y éstas serán y se abrirán como las
de la palmera. ¿Tú sabes lo que es un ábside, lo
que es un muro?
— ¡Señor! Estáis ultrajándome.
— Yo no ultrajo a nadie. Te hablo así porque
no entiendes lo que son pensamientos.!El ábsi-
de de mi templo ha de ser de cristal. Tú sabes
lo que es un farol. Tú sabes lo que es el esque-
leto metálico de un farol. Tú sabes lo poco que
representa ese esqueleto junto a la superficie
cristalina. Pues así ha de ser el ábside de mi
templo y las paredes de mi templo. Ahora com-
prenderás por qué hay tantos sostenes de mu-
ros apuntados en el plano. Yo quiero que mi
templo sea como ui\ ciprés y como un farol.
— ¡Señor! Así es la iglesia que yo levanté en
la Borgoña. A ella corresponden los planos.
Todos vuestros pensamientos están en estas lí-
64
EVOLUCIONES
neas de lápiz y estarán luego en las líneas de
piedra. No nos ofusquemos. Yo admiro el entu-
siasmo que posee al señor, pero yo soy arqui-
tecto, yo soy matemático. Esto no quita para
que con matemáticas pueda obtener líneas exal-
tadas. 7o os haré un templo que responda a
vuestra exaltación, pero bien medido.
Así se entendieron el castellano y el francés
un día de un mes, de un año del siglo xiii,
65
EVOLUCIONES
J. MORENO VILLA
EL ENTALLADOR SOMBRÍO
>y/rucHOS años, muchos años han transcurrido
desde aquella entrevista. Ya no hay hom-
bres valientes andando por los aleros, ni por las
cornisas. Ya no hay artífices colgados del intra-
dós de una puerta como las arañas. Ya el templo
es un pensamiento hecho piedra y ellos se han
ido del pueblo. Ya las mujeres han enriquecido
la raza con algunos nenes rubios. El templo es
como una flecha que la tierra quiere mandar al
cielo.
Aunque han trabajado hombres de tan diver-
sos temples hay una perfecta unidad de senti-
miento en toda la obra. En un florón, en una
ojiva, en un gárgola bestial o demoniaca, en un
fuste, en un rosetón, en un canecillo, en una
vidriera, se ve el mismo, el único espíritu. Todo
habla en ellos de exaltación y vuelo, de ascen-
sión y deformación de la materia. Todo es un
puro pensamiento, un puro anhelo.
Faltan por rematar algunos detalles del inte-
rior, sin embargo. Falta el coro. Para eso, todas
las mañanas cuando comienzan a cruzar por la
silenciosa plazoleta negras figuras de mujeres
con rosario y chepa y negras figuras de hom-
66
EVOLUCIONES
bres con manteo y cogote rojizo, entra en la
nave del Señor vm sujeto sombrío, con unas
herramientas brillantes como cuchillos en la
mano. Es el entallador.
Con este hombre no pudo hablar el hombre
antiguo porque hace años que está durmiendo
en el claustro, bajo una losa donde a su vez
duerme una figura estirada y sonriente, con las
manos enguantadas y cruzadas sobre el pecho.
y es lástima. ¡Qué feroces, qué pintorescos
diálogos hubiéramos podido escuchar! Porque
este hombrecillo de nariz aguileña, ojos hundi-
dos y boca sumida como las viejas, es la encar-
nación del espíritu contrario al del muerto. Él no
se deja arrebatar por el entusiasmo fervoroso.
El se encoge como el caracol y se sonríe como
el conejo. El no sabe de flechas ascendentes,
ni de cipreses arquitectónicos, ni de anhelos de
infinito. El anda entre las gentes, como un zo-
rro, cogiendo lo que puede. 7 así ha cogido al
fraile lividinoso, y al hombre sin bragas, y al
engreído, y al poseso, y a la madre locura, y al
borracho.
Como no cree en la virtud y, en cambio, mu-
cho en el vicio, entra en la iglesia con la boca
torcida, haciendo irónicos perrengues.
Ya está en su sitio. 7a ha llegado a lo que ha
de ser el coro futuro. Se dispone a tallar las pa-
67
J. MORENO VILLA
ciencias y remates, agarradores y demás ador-
nos de la sillería.
Allí, en la sombra y en la soledad del templo,
le acuden a la memoria las cosas más feas, más
grotescas, más burlonas. Su gubia no sabe ta-
llar ángeles ni personas bellas, pero, en cambio,
talla un mono rijoso, un zorro ladino, una vieja
tercera, un frailón obeso y borracho, unas nal-
gas al aire, unos pechos lacios o unos hombres
invertidos.
¡Qué peleas, qué disputas feroces hubiéramos
presenciado entre él y el hombre antiguo! Y, sin
embargo, eran dos caracteres que se completa-
ban: el de la ironía y el de la exaltación.
EVOLUCIÓN BS
LA DAMA DEL PARTELUZ
T A Virgen ha bajado de la consola que le sir-
^^ ve de apoyo en el parteluz. Ha chafado con
la mano los pliegues y frailes de su larga vesti-
dura blanca tachonada de estrellas doradas, le
ha cogido los redonditos labios a su Niñín con
la punta de los dedos finos y sonrosados, como
quien coge una guinda, y luego le ha puesto en
la frente un beso chascado como los que dan
las mujeres del pueblo. Esta Santa María la
Blanca es una maja. No sabe dar besos lángui-
dos ni doloridos. La negra visión futura no le
acongoja.
Se pone en marcha y, al pasar por mi vera,
dice :
«Voy a la feria a comprarle un juguete a mi
Niño. ¡Pobrecito mío! ¿Tú no sabes lo que me
dijo Simeón, ese viejo sabio de las barbas lar-
gas?...»
«Pero no te apures tú, corazoncito mío. Tu
madre tiene puños para defenderte. ¡Anda, va-
mos, vamos a la feria, que te voy a comprar un
juguete I»
y allá va, con un garbo gentil, sonriendo, ufa-
na de lo que lleva en los brazos.
«¡Dios te bendiga, reina del cielol», le dicen
los hombres.
69
J. MORENO VILLA
LOS DIABLOS
T TNA de las piedras imperecederas de la cate-
^-^ dral es la que hay sobre el dintel, en la
puerta de Nuestra Señora la Blanca.
En aquella piedra figuran los justos y los re-
probos, camino de la bienaventuranza eterna o
del eterno dolor. Los unos hallan, cerca ya de
las puertas celestiales, ángeles y querubines
que salen a recibirlos con las entrañables melo-
días del órgano; los otros sólo ven, como heral-
dos de peores realidades, las tres calderas fogo-
sas rodeadas de diablillos. Luego vienen las
gigantes fauces de Satanás. Los diablejos me-
nores tienen la divertida misión de zambullir en
las calderas los enclenques desnudos precitos.
No diré que aterre la plasticidad de esta es-
cena; pero puedo afirmar que no está la insufi-
ciencia en la obra, sino en nosotros. Es que ya
la representación abstracta de aquello no es
hélice que remueva nuestras emociones. En
cambio, la figura ideal del diablo, aislada de
todo lo demás, se nos presenta como estribo de
posibles pensamientos.
¿He visto yo alguna vez al diablo?
Soy hombre de memoria enteca, pero asegu-
70
EVOLUCIÓN ES
ro que no le he visto por mí mismo. Yo he visto
al diablo que ven todos los de mi época, el cual
es un diablo que tiene bastante de aquel diablo
copto que tentó a San Antonio; por consiguien-
te, del diablo medioeval y mucho del diablo ba-
rroco y jesuítico. Si yo fuera pintor y alguna
dama devota y ocurrente me hubiese encargado
un San Miguel venciendo a Satanás, tal vez, si-
guiendo la norma de los artistas chinos, me hu-
biera entregado por un largo tiempo a la sole-
dad y a la vigilia, que son las grandes celadoras
de la reflexión. Después de esto, acaso obtu-
viera la estampa clara y mía, francamente mía,
del diablo.
Pero no soy pintor, y al oficio en que torpe-
mente me desenvuelvo tengo la casi absoluta
seguridad que no hacen tales encargos las pia-
dosas damas. Lo bello sería someterse a esos
trabajos por cuenta propia, pero estas pági-
nas urgen (no sé por qué), y no puedo de-
dicarme ahora un mes de soledad, vigilia y re-
flexión.
Puedo decir, así, de momento, que he visto al
diablo de color blanco, de color negro y de co-
lor rojo, no sé cómo, ni cuando, ni en qué cali-
dad corpórea. De la forma conservo una idea:
era semejante a la del sátiro clásico, de quien
lo creo hijo bastardo.
71
J. MORENO VILLA
Entre las gentes medioevales, el diablo tenía
cuerpo de bode o buco, orejas puntiagudas y
barba en cara humana. Exactamente el retrato
de un sátiro. Eso era lo tradicional y vago; pero
los escritores afinan un poco más y lo describen
como «ser velloso y de una deformidad mons-
truosa». Ya esta segunda parte no tiene nada de
clásica. Ya le han inyectado al sátiro jovial de
las florestas un centigramo de odio negro y de
miedo pajizo. Algunos escribas añaden que es
negro. No hay inconveniente: hay cabrones o
bucos de color caoba, de color lechoso y de
color negro. Pero no negaréis que es prurito de
buscar lo tenebroso. Añaden, por último, que
lo más característico en su fisonomía es la mue-
ca de satisfacción radiante y brutal.
Tal era la estampa que, a cinco céntimos o de
balde, circulaba entre los cultos y analfabetos
del siglo XII.
Si alguno de vosotros es curioso puede seguir
un poco hacia atrás en el tiempo y trasladarse
rápidamente a la Tebaida. Veremos una estam-
pa más vieja, una estampa del siglo tercero de
nuestra era; porque aquellas estepas son los es-
cenarios clásicos del virulento espíritu infernal.
En una ciudad del alto Egipto, llamada Coma,
el diablo, el año 251, aparece asediando al
monje copto, que luego se llamó San Antonio.
72
EVOL LICIÓN ES
Hubo otro santo, San Atanasio, que dejó escrita
en griego la historia del anacoreta.
Todos sabemos que San Antonio fué un es-
clavo de las alucinaciones. En su opulento pa-
lacio de hombre rico entró a gatas el miedo una
vez. Comenzaron a parecerle las delicias de la
vida invencibles monstruos, y, rompiendo su
alcancía, repartió el oro y se fué h\iyendo, hu-
yendo a la Tebaida.
Mas el diablo, aunque San Antonio no lo vis-
lumbrase, tenía dos firmes y poderosas alas.
San Antonio, como buen anacoreta o como
buen ricacho, no llegó a sospecharlo, y mucho
menos a pensar que con alas, cuernos, patas
cabrías y todas las jibas y fealdades juntas, el
demonio estaba dentro de su misma piel de san-
to, y así, apenas había hundido la turbulenta
cabeza en las estériles arenas de la soledad,
cuando aparecieron los cuadros voluptuosos y
las gratas escenas de su vida muelle.
«Hay que ahogar, hay que sofocar, hay que
vencer estas acometidas del demonio», se decía
el s^nto; y redoblaba sus penitencias, con lo
cual se debilitaba el cuerpo y lo disponía más y
más a las alucinaciones.
Quien* tenga una gota de bondad en el alma
y un poco de serenidad en el espíritu ha de
sentir y comprender la horrible tragedia de este
73
J. MORENO VILLA
hombre, que se batía con las sombras mons-
truosas que él mismo iba fatalmente creando.
Él vio al diablo en forma de león, de toro, de
áspid, de serpiente, de lobo, de escorpión, de
pantera, de oso.
Las bestias aullaban en la negrura de la no-
che. Antonio se maceraba las carnes. Las bes-
tias rugían, levantando las fauces amenazadoras
al cielo sin estrellas. Antonio arrojaba lejos de
sí el pan que le traían del poblado. Las bestias
redoblaban sus cavernosos aullidos y se preci-
pitaban en las ruinas donde oraba el santo. Sus
gritos se oían a tres leguas de allí.
Pero hay otro San Antonio; hay un San Guth-
lac, a quien llaman el San Antonio anglo-sajón,
que se retiró a las marismas de Croyland. Yo
he pensado alguna vez que el pintor Patinir, en
el cuadro incomparable de las Tentaciones, que
guarda el Museo del Prado, ha puesto a San
Antonio en el paisaje de San Guthlac, viendo
aquellas lagunas y aquel campo verde.
Pues bien; una noche, cuando este santo re-
zaba en su celda, cayeron sobre él innumerables
y fantásticos seres. La descripción nos interesa
mucho. Eran patizambos, cabezudos, cuellilar-
gos. Tenían las mejillas chupadas, las barbas
puercas, las orejas largas, los ojos feroces, las
74
EVOLUCIONES
bocas fétidas y los dientes de caballo. Sus gaz-
nates despedían llamaradas y voces estridentes.
Otra noche, al tiempo de la oración también,
oyó rugidos de bestias salvajes. Y vio aves, rep-
tiles, fieras..., todos en tropel, venir sobre su
cuerpo. Un león le amenazaba con sus dientes
sangrantes; detrás había un toro y un oso furi-
bundos. Sucesivamente se vio acometido por
gruñidores puercos, cuervos carniceros, víboras,
lobos y multitud de alimañas.
Leyendo estas descripciones comprendemos
las fantasías de Schongauer, Van Mechen y
Lucas Cranach. Comprendemos, sobre todo,
que viniera al mundo aquel maestro culminante
de la diablería, el flamenco Pedro Breughel;
pero comprendemos también que la estampa
del diablo había llegado a ruin término. Los te-
rribles demonios góticos vinieron a ser capri-
chos morfológicos, abstracciones cómicas dis-
paratadas.
¡Qué lejos todo ese mundo, fantástico y diver-
tido, de este otro, serio, que se ve en la puerta
de la catedral I Los engendros del Bosco — imi-
taciones de los de Breughel — no son ya diablos,
aunque hagan sus veces. Les falta seriedad.
Un centinela a la puerta de un castillo no
puede estar vestido con librea de portería bur-
guesa.
75
J. MORENO VILLA
Ya no entienden la gravedad de vuestro oficio.
No se os conoce. El Dante no os podría nom-
brar por vuestros nombres ni cualidades; él, que
distinguió al diablo marrullero, pérfido y feroz;
al cruel y colérico; al zaino y chismoso; al que
se mofa de la divina gracia; al que tiene forma
de jabalí; al que tiene ponzoña de dragón; al
satírico desenfrenado; al fanfarrón y maligno;
al iracundo y colérico; al que descuartiza, fla-
gela y mesa los cabellos.
jQué espantosa confianza, la de los hombres,
con vosotros, pobres viejos diablosl ¡Aquel te-
rror que infundíais en Oriente a los egipcios, a
los caldeos, a los asirlos!
Ante el funesto enemigo se postraron todos,
sin excluir a los griegos ni a los romanos, mexi-
canos, indios. 7 el diablo, como puede verse
hoy en una efigie annanita conservada en San
Petersburgo, se volcaba de risa ante las mues-
tras de pavor. Ya fuiste pagado. Llegó la hora
de que se rieran ellos.
Es cierto — lo digo para no desairarte del
todo— que los artistas que así te trataron son
los de la Nave de los locos y que luego el Re-
nacimiento te prestó nobleza de formas, gallar-
día humana. Luego fuiste el diablo barroco, lle-
no de rizos, cotas, uñas, garabatos, contorsio-
nes y garambainas. Después. . . no pudo ele-
76
EVOLUCIONES
varte más el teutón, el divino Goetke, ni hablar
de ti con más elegancia el saladísimo Heine.
«Llamé al diablo, y el diablo vino;
y le contemplé con estupefacción.
No es feo ni contrahecho.
Es un sujeto amable, encantador;
un hombre en sus mejores años,
atento, cortés y experimentado.
Es un diplomático sag"az,
y habla de la Iglesia y el Estado cuerdamente.
Algo pálido es; pero esto no es un milagro:
no cesa de estudiar Sánscrito y Hegel.
Su poeta dilecto sigue siendo Fouqué.
Sin embargo, ya no quiere seguir ocupándose de
Ahora se le ha dejado por completo [crítica,
a la querida abuela Hecate.
Alabó mis aficiones juristas.
Antes estuvo él también entregado a ellas.
Me dijo que mi amistad no le era
excesivamente cara, al tiempo que hizo un saludo,
y me preguntó si no nos habíamos
visto ya una vez en casa del embajador español,
y, al contemplar su cara atentamente,
descubrí en él a un antiguo conocido.»
Por cierto que otro Heine, contemporáneo
mío, parece que vuelve a mirarte con el respeto
medroso de la gente medioeval y antigua. Se-
gún su modelado, eres plantígrado, corto de
77
J. MORENO VILLA
patas, pesado de asentaderas y vientre, enclen-
que de torso y largo de cuello; un cuello largo,
largo que remata en cabeza de caracol. En con-
junto parece una testa de caracol enchufada
por el cuello al cuerpo barrigón y culón de un
Herr Professor.
78
SABANDIJAS HUMANAS
EVOLUCIONES
SABANDIJAS HUMANAS
T OS niños deformes, los jorobados, los cabe-
^^ zudos, los raquíticos, los bobos, pero er\
particular los enanos, me han producido siem-
pre malestar físico y, algvma vez, hasta temores
supersticiosos. Y, sin embargo, hay quienes ha-
llan un deleite mirándolos. No sé si este deleite
es signo de rudeza primitiva o de refinada deca-
dencia. Ni me importa.
En cambio, me interesa un hecho indudable.
Los enanos, los bobos y todo ese mundillo ruin,
cuando pinta Velázquez, no es repulsivo; al
contrario, atrae. ¿Qué es esto? Brindo el he-
cho a los que niegan todo lirismo a la obra
del pintor sevillano. Y les recomiendo que vean
algún otro enano que sea factura de pintor me-
diocre, por ejemplo el Soplillo, enano de Fe-
lipe rV, pintado por Villandrando. (El cuadro
tiene en el Museo del Prado el número 1234.)
Esto me interesa por ser para mí prueba su-
ficiente de que la vibración del arte destruye lo
repugnante de todo objeto feo y le presta, en
cambio —sin alterar su presencia — , un atracti-
vo que no tenía. Esto es, sencillamente, admi-
tir en el taller del artista, no sólo las bellas o
81
EVOLUCIONES 6
J. MORENO VILLA
costosas baratijas que han de servirle de apoyo
para sus ensueños, sino las baratijas feas, risi-
bles o despreciables. La cosa está en saber uti-
lizarlas.
Así, ya no me avergüenza la seducción que
he sentido ante las sabandijas humanas que
pintó Velázquez. Y no tengo inconveniente en
trasladar aquí algunas notas escritas bajo tal
seducción, ya que, entre las notas sugeridas
por un arte dinámico, exaltado, y las de mi fau-
na grotesca o sentimental, no han de caer como
un estampido.
82
EVOLUCIONES
LA MARI-BARBOLA
T A Mari-Bárbola es rechoncha y fea; pero...
¿qué quiere usted? Ha nacido para figurar.
En el pueblo la tenían por chata (¡injusticial),
buchona, bisoja y cuerpo de botija. Pero... ¿qué
quiere usted? Nació ella para vivir entre prínci-
pes y para figurar.
En el pueblo, jclarol, como la veían sin com-
poner, con sólo cuatro harapos pegados a las
robustas carnosidades y tan raquíticos que ape-
nas le cubrían el mondongo, decían que era
una pepona rrisible. Pero... ¿qué quiere usted?
Vestida con guardainfantes, ella puede y sabe
figurar.
iNo faltaba más! jEllaí
83
J. MORENO VILLA
EUGENIA MARTÍNEZ VALLEJO
"rpuGENiA Martínez Vallejo, en cambio, está
"^ muy a mal con tantos perifollos, brocados,
cintas y guardainfantes.
¿Por qué no la dejas, Carreño, irse a la era a
revolcarse, a que la revuelquen los chicos y le
den manotazos en las rollizas exuberancias, en
donde chascarán como en culata de yegua?
¿Por qué no la dejas, pintor, en vez de ator-
mentarla con posturas? Eres malo. ¿Para qué la
vistes de rojo sino para escarnecerla?
jDéjalal Si no le importa pasar a la poste-
ridad.
84
El OLUCIONES
DON SEBASTIÁN DE MORRA
T~>vON Sebastián de Morra va y viene, patizam-
"^ bo, tambaleándose. Tiene cabeza y torso
de hombre normal, pero harto exiguas las extre-
midades, en especial los brazos, que apenas le
llegan al vientre. Una barba negra y cuadrada
le abriga el mentón y le busca el bigote por las
comisuras de la boca. Es su nariz chata y de
tan pocos amigos como el entrecejo. Viste co-
leto y calzón verdes, medias negras y zapatos
de becerro. Sobre el coleto, valona flamenca
transparente.
— ¡Acércate! — le manda Velázquez.
y este gran pintor, tan amigo de lo serio, coge
un gabancillo carminoso galoneado de oro, que,
sin duda, abrigó los hombros de un rey de la
farándula, y se lo hizo poner, para retratarlo así.
— ¡Tome asiento, don Sebastián! ¡Ahí mismo,
en el suelo! -- seguía diciendo aquel pintor gra-
ve, rarísima vez captado por la ironía.
85
J. MORENO VILLA
EL NIÑO DE VALLECAS
^T^AMBiÉN es patizambo este fruto ruin de la
carne. Pero nocorre. No es ágil, ni travieso,
ni pendenciero. Él es un magnífico pan de boro-
na, una grande y reposada torta de pueblo.
Todo lo que se mueve a su alrededor le en-
canta y extasía. Pero no entrevemos si le gusta
o le desagrada lo que ve. Tuerce su cabeza de
cuello corto hacia atrás, y así queda, sea un es-
cuadrón militar, abigarrado y pintoresco lo que
pase, o una insignificante mosca.
El niño de Vallecas no corre, no juega, no
riñe. Si le dan de comer, come. Si le abrochan
coja la ropilla, la deja.
Vive ausente, remoto, como los bienaventu-
rados.
EVOLUCIONES
"EL PRlMO„
Q<E sale del coro de sabandijas. Ya la postura
^^ aplomada de su cabeza revela un cerebro
normal.
Tiene la cabeza en su sitio, y el sombrero ca-
lado de través como los guapos galanteadores
y conquistadores. Velázquez no se atrevió a es-
carnecerle con ropas o símbolos grotescos. Si le
puso de lado el chambergo no hizo más que ate-
nerse a lo que veía y al run run de la gente.
«El Primo» estuvo una vez a punto de morir a
manos de un marido celoso.
No por esto deja de ser hombre serio. Le ve-
réis rodeado de libro, tintero y pluma; vestido
completamente de negro. Él no quiere telas lla-
mativas.
Supo conciliar, pues, los esfuerzos de la men-
te con las flaquezas del corazón, como atesti-
guan su frente rayana en calva y sus endebles
cabellos alborotados. De ambas cosas son resul-
tas: de cavilaciones y de noches de gaudeamus.
Los ojos sin pestañas suscriben lo mismo.
87
J. MORENO VILLA
'EL INGLÉS„
T7L enano don Antonio, el Inglés, no era de-
^^ forme. Le daba por el lujo y la compostura
personal, los encajes valones, las plumas riza-
das, las telas de Utrech, las pelucas y los moños
rojos.
Era hombre despierto, mas de un carácter
tan avinagrado que le tienen que recluir a veces
en un cuarto. Allí, para su diversión, le permi-
ten la compañía de un perro, pero le cierran la
puerta con llave. No le pueden dejar muebles
en la habitación.
88
EVOLUCIONES
NIC0LASI70
■pxoÑA Isabel de Velasco, que figura junto a
^^ Mari-Bárbola, hace poco le ha reñido seria-
mente a Nicolasito Pertusato,muñequito bailarín
que, ahora, con precauciones, hostiga al soño-
liento perrazo con su pie de juguete.
Nicolasito había cometido un grave atentado.
Figuraos que la Mari-Bárbola tendida, boca al
techo, sobre un diván, estaba durmiendo. Esa
postura hace que, en sueños, se abra la boca,
y Nicolasito, corto, pero no perezoso, se la fué
llenando con bolitas de papel.
La pobre pepona se despertó falta de aliento,
morados los mofletes, retorcida y espantada. A
poco más, se ahoga.
Por eso doña Isabel de Velasco l^dió un tirón
de orejas y le amonestó.
Nicolasito ahora se divierte hostigando al pe-
rro, como si tal cosa. En su pequeña persona
no duran mucho los sermones, y dentro de poco
se esconderá tras un tapiz para dar un susto a
don Felipe IV, cuando pase.
LIBRO SEGUNDO
BESTIARIO
Non nova sed nove.
EVOLUCIONES
DEDICATORIA DEL BESTIARIO
~\ laSra. D."
•^~^ — «Dedícame un libro. ¿Harás un libro
para mí?»
Tales fueron tus deseos durante una época
breve, pero sabrosa, ya lejana. No llegaron a
ser una obsesión, pero sí una tarabilla insisten-
te, un repiqueteo alegre y superficial. A tus pre-
guntas yo contestaba afirmando y sonriendo, y
tú volvías a insistir dudando y sonriendo. Sin
darnos cuenta, los dos afirmábamos y dudába-
mos; yo, afirmaba con la palabra y dudaba con
la sonrisa; tú, al contrario. En realidad temía-
mos que la obra resultara de inferior altura,
intensidad y vibración que aquella otra em-
prendida por ambos, sin preparación ni estu-
dio y que, unas veces iba formándose y hacién-
dose a fuerza de silencios abarrotados de ilu-
sión, otras con diálogos vivos, saltantes, locue-
los, y otras con recriminaciones de arrugado
entrecejo.
Con frecuencia vuelvo la cara hacia las horas
aquellas. Verdaderamente, nunca jamás, ni tú
ni yo, haremos una obra más vivífica, com-
95
J. MORENO VILLA
plicada y chispeante que aquélla. La guardo
como si fuera un modelo precioso.
Después... después vino la vida; quizás fuera
mejor decir, la muerte. La vida verdadera está
en horas como aquéllas; en horas tan cargadas
y bendecidas por la emoción que, todo, hasta
el tiempo, parece que se extasía para que lo vi-
vamos larga y entrañablemente.
Después vino la vida. Hace poco te vi senta-
da en un banco del parque, rodeada de chiqui-
tines, hijos tuyos. Tu figura corporal, que había
sido toda de ensueño, no guardaba de él más
que un poquitín, en torno a los ojos. A qué in-
sistir, ni a qué preguntar. La plumita del som-
brero tiene a veces una elocuencia...
De mí, ¿qué decirte? Muchos errores tengo en
la vida corriente. Pero como sigo pensando que
esos errores son los que me procuran ratos de
vida verdadera, lamento que no sean más. En
los no errores, en las sensateces, también me
ejercité; pero esos están al alcance de cualquier
doctorzuelo en Derecho.
Con esto verás que tengo un espíritu más con-
servador y tradicionalista que tú, ya que algo
me queda en el alma, todavía, de aquella intui-
ción del mundo y de la vida que nos arrebató y
sostuvo horas y horas en las más altas regiones.
En ese algo me sujeto como en la pensión el
96
E VOLUCIONBS
inválido, o como en el arbotante la bóveda gó-
tica. jQue la suprema bondad no me lo retire,
ya que yo derrocho tanto entusiasmo por rete-
nerlo!
Sólo a ese espíritu debo este libro. Este li-
bro que viene a sumarse a los otros tres, per-
fectamente inútiles, ya publicados.
¿Es también éste absolutamente inútil? No;
absolutamente, no. Va dirigido a ti. He pensado
que acaso sea éste el libro que tú me pedías. 7
tengo la esperanza de que levante un vuelo el
pasado que duerme en tu memoria y que reco-
nozcas en él muchos de aquellos diversos obje-
tos que fueron motivos de comparaciones y ex-
clamaciones en nuestros zigzageantes e inde-
terminados diálogos.
Sin duda faltan muchos. Ahora mismo, al es-
cribir esta dedicatoria, cuando el libro está,
como quien dice, cerrado, echo de ver que me
falta el abejorro.
¡Mira que habérseme olvidado el abejorro! Es-
pecialmente al abejorro negro, fatídico, debí
hacerle su correspondiente jaula, y haberle
puesto en ella severos y amargos apostrofes.
¡Qué cantidad de oscuras preocupaciones de-
positaba entonces en tu pechito su presencial
¡Cómo y cuánto le maldije!
Pero si no va el abejorro, van en cambio al-
97
EVOLUCIONES 7
J. MORENO VILLA
gunos otros contra los cuales he soltado la es-
pita de los reproches. Y es que sin estar a flor
de conciencia, sin acudirme a la memoria, re-
cluido allá en lo profundo estaba el animalejo
incitándome al reniego y a la imprecación.
Nada hemos perdido con ello. Así el libro tie-
ne más cambiantes, facetas y destellos. Al eno-
jo seguirá un gesto de caricia, y uno de melan-
colía, y uno de burla, y uno de entusiasmo.
Aquí admiro y desdeño como tú admirabas y
desdeñabas, sencillamente, o, mejor dicho, es-
pontáneamente, porque la sencillez en el pen-
sar no es cosa de nuestra época.
No, no es la sencillez la virtud cardinal de
este libro. Las cosas visuales se mezclan aquí
con las intelectuales, las preferencias sentimen-
tales y estéticas con las morales del orden más
rígido. Tiene todo esto un claro entronque con
el arte gótico, aquél complicado arte septentrio-
nal que tuvo la osadía de querer fundir o amel-
gar lo abstracto y lo natural, la geometría y el
mundo palpable, vegetal o animal.
No, no puede ser sencillo. Pero, ¿es que nos-
otros amamos la sencillez? Tal vez como viejo
residuo nos quede alguna admiración por ella,
pero nosotros somos hijos de un mundo compli-
cado, que cada día exige más. Advierte que no
han sido nuestros años de juventud y aprendi-
96
EVOLUCIONES
zaje, años abiertos a las satisfacciones externas.
Hemos tenido bien abiertos los ojos hacia la
calle, pero hemos permanecido detrás del bal-
cón, recogidos, y hasta detrás de nuestras pu-
pilas, si es que te sirve esta frase.
Detrás de nuestras pupilas, en los porches de
la interna morada, es donde ha estado siempre
el centro de nuestra vida; es decir, en el límite
mismo donde acaba lo que vemos y empieza lo
que pensamos. Así, participan nuestras cosas
de lo uno y de lo otro y, acaso, con la prepon-
derancia de lo otro sobre lo uno.
¿Qué te pasa? Veo que estás inquieta. ¿Te
canso? No, no puede ser. Estoy haciendo, ex-
plicándote lo que es tu libro, este libro que tú
adivinaste y quisiste c5n la vehemencia de la
juventud. Si te tienta el fastidio atribuyelo a
que tu espíritu va perdiendo la virginal pureza
de cuando era hermano gemelo del mío, capaz
de remontarse y hundirse hasta lo más azul y
en lo más negro. Sin duda, entró en tu alma el
diablejo de lo superficial, enemigo acérrimo de
los deleites puros. ¡Arrójalo de til Volverás a
sentirte joven, como eras cuando juntos mirá-
bamos pacer al ternerillo, volar a la golondrina,
escurrirse a la sierpe, nadar al pez.
j Arrójalo, arrójalo fuera, a fin de que estos
pobres papeles, escritos para ti, no se queden
99
J. MORENO VILLA
desairados y vayan al montón de lo inútil! Ellos
tienen un valor por sí, claramente lo veo; pero
el valor absoluto se lo das tú aceptándolos,
comprendiéndolos.
Antes de hacerte la ofrenda sentí, sin embar-
go, un toque de la vacilación. ¿La encontrarías
impropia, baladí? ¿Tal vez ofensiva? ¿Supondrías
que un tema como el de estas seudofábulas, es-
critas sin el arrebato de mis primeros tiempos,
cuando ya las canas van constituyendo audaces
colonias en la cabeza y las fibras de oro, que
son el alma de la juventud, van sustituyéndose
por otras de plata, más frías, llevan embozado
el desdén?
Nada más ajeno a mi ánimo. Los libros de
ayer eran libros apasioifbdos y altamente reli-
giosos. Nacieron al primer contacto de la vida
y de las cosas, de los misterios. Un alma fervo-
rosa da estos primeros pasos con la seriedad y
tribulación del ciego, que camina a tientas. El
ciego, cuando entra en un aposento nuevo,
hueie el misterio, abre los ojos más, levanta la
cabeza como para ayudarse con el olfato y con
el oído, y percibe el peligro. En cambio, cuando
entra por segunda vez, conocedor ya de las co-
sas que en el aposento hay, los palpa y sonríe.
¡Sonríe! Me alegra haber dado repentinamen-
te con esta palabra, porque ella puede explicar
100
EVOLUCIONES
por SÍ sola la clara intención de mi dedicatoria.
¡Sonríe! Un libro de ayer hubiera acumulado
sobre ti presentimientos, tristezas, desvarios.
Un libro de hoy cubre la gota de amargura con
los estambres cosquilleantes de la sonrisa.
Además, será recibido sin suspicacias por el
esposo. No puede hallar en él nada que sea in-
sinuación, desfallecimiento amoroso, perpleji-
dad o éxtasis ante bellezas corporales o aními-
cas de tu propia persona. Tu marido lo leerá;
contribuiré también a su regocijo, y, luego, tal
vez le indique a los pequeñuelos las virtudes,
los rasgos, las deformidades de las alimañas
campestres y ciudadanas.
Mira por dónde voy a coadyuvar a vuestra la-
bor pedagógica. ¡Yo maestro!
¿No éramos aprendices los dos en aquella
buena época? ¡Qué nostalgia, pensar que el
aprendizaje ya no volverá tampoco; que perte-
nece a las múltiples cosas pasadas irremisible-
mente! ¡Qué pena, verse maestro, verse peda-
gogo, y ya para siempre
101
J. MORENO VILLA
LA CABRA
y^ECOSTADA en el suelo enseña las ubres color
-^^ de ceniza, brevales en su forma y esta-
llantes. No tardará en venir un mozo que se las
deje como pipas hueras.
Mantiene erguida la cabeza tenebrosa, de ojos
luctuosos y demoníacos.
¿Tiene dos almas la cabra? ¿Cómo es infantil,
amiga de los niños, y retorcida, colega de las
viejas brujas?
Es que lo absurdo lo lleva dentro y lo tiene
fuera. ¡Qué andares los suyos cuando no cabe
una gota más de leche en sus mamas! Tropieza
y choca consigo misma, con sus propios miem-
bros hiperbólicos, que han adquirido un valor
descomunal, y toda la hermosa bestia se supe-
dita al valor de sus glándulas.
De sus ornamentales cuernos todo está dicho
al decir que son ornamentales. Cuernos inútiles
por su retorcimiento inverso. Acaso un artista
heleno, pozo de ironías y criador de cabras, fué
quien halló la peregrina idea, y la puso en prác-
tica, de invertir la dirección. Porque de Grecia
vino todo arte, y el arte convierte lo útil en in-
útil para satisfacción mera del gusto.
102
EVOLUCIONES
Tiene todavía otra cosa ineficaz: las carúncu-
las o teticas pendulares del cuello. ¿Para qué
las quiere? Tal vez para que una criaturilla,
como la que ahora se aproxima, juegue con
ellas...
La cabra se ha puesto en pie. Ha venido el
cabrero y la echa a la calle con otras muchas.
Va con la cabeza baja, pegada a la pared, pen-
sando en negruras ultraterrenas. Cuando llegue
al prado y haya comido la jugosa y buena mata
verde, convendrá con otra un disparatado duelo
frontal. Levándose sobre las patas postreras,
dibujará una gentil pirueta en los aires y, al
tiempo de recoger la barba en el cuello, su
frente buscará el topetazo en la próxima testuz.
Luego, sin más explicaciones, volverá las nal-
gas, dará unos pasos, se alejará y se pondrá a
pacer como si nadie hubiera en el contorno. Es
cosa de todos los animales gregarios el pacer en
compañía, con la fe absoluta de que son únicos,
solitarios, dueños.
¡La cabra, la cabra infantil y diabólica, orna-
mental y absurda!
103
J. MORENO VILLA
EL GALLO
"TAARECE que va con las manos en los bolsillos
del pantalón y que anda sobre el mantillo
del corral temeroso de percudir los flamantes
botines: tanto alza los pies.
«¡Mírame, míramel Tengo de este lado una
rodaja blanca como la espuma de la nieve, y a
este otro lado, jmírameí, tengo otra; y si te fijas
en mi cresta, verás color; y si unes el blanco y
el rojo con el negro de mi plumaje tendrás la
bandera germana.
A la influencia de este símbolo debo el pisar
bien, el llevar la cabeza erguida y el tanto filo-
sofar. Filosofo a lo Nietzsche, con gallardía.
Siempre solo estoy en el corral, siempre solo,
meditando, luciendo, dando vueltas, sin que
entorpezca ello m.i oficio de garañón. Comparto
la filosofía con la carne, aunque sea carne de
gallina. Fecundizo y hago filosofía, que todo
es uno.
Cuando se avecina el alba yo canto; pero
no siempre; se exagera mucho. Canto al alba
como a tantas horas, porque yo canto mucho
para que no se me olvide ni desatienda. El uni-
verso propende a la distracción, y si no fuera
104
EVOLUCIONES
por mis voces de alerta, mal andarían los cuer-
pos siderales y el hombre.»
Todo esto lo decía paseando su empaque por
entre cascarones de huevo, costras de melón,
una espuerta vieja más alta que su cresta, una
escoba desmedrada y una sartén roída. Quien
se mueve en un panorama tan ruin, con tan al-
tos pensamientos, es muy grande o es muy...
105
J. MORENO VILLA
EL ASNO
"X L asno, de tiempo en tiempo, se le acaba la
"^^ cuerda y se petrifica. En la noria quedó a
medio volcar un cangilón. Mas él no repara en
eso; no mira. Tiene la vista en el infinito, que es
la pantalla cromática donde vemos proyectarse
en pensamientos nuestras emociones. Esto ve;
es decir, esto piensa.
«Yo no sé lo que de mí querrán. Hice todo lo
que pude por atraerme la simpatía del hombre.
Muevo el molino, la noria y el carricoche. Tomo
lo mismo piedra dura sobre mi espina, que ma-
tas en flor, y las llevo impertérrito por veredas
en que la hormiga sentiría vacilar su corazón.
No soy exigente a la hora de comer; si me po-
nen hojas de cardo las como. Nunca veréis en
mi linda boca palabra de queja. No hago más
que mis meditaciones en la pantalla del infinito.
Así, revivo la historia mía y la de mi ascenden-
cia. Se han olvidado los hombres de que en mis
lomos huyó la Virgen a Egipto, de que el vaho
de mi cuerpo calentó el cuerpo del Kombre-
Dios, de que hice con éste la entrada en Jeru-
salén. No se acuerdan de nada. No se acuer-
dan, porque no tienen pantalla, una pantalla
106
EVOLUCIONES
lejana y fiel donde se desenrosquen y aclaren
los sucesos de la vida. No se acuerdan de que
mi mujer abastecía de leche las tinas romanas,
contribuyendo así al esplendor de la belleza de
Venus.
Si el hombre estima la aristocracia, cuyos
factores son esfuerzo y tiempo, ¿por qué, siendo
tenaz y provechoso mi esfuerzo, y mi cuna leja-
na en el tiempo y en el espacio, no me quieren?
Acaso porque tengo mi voluntad. Cuando me
veáis andar de lado, decid que opino al revés
que el arriero. Si veis que cogiéndome del rabo
me impele en el sentido de su deseo, no creáis
que someto mi voluntad. Ella grita en el vértice
de mis orejas, por donde escapa mi libertad
cuando sucumbe la carne.
Tales desavenencias ocurren por la endiabla-
da propensión del hombre a salirse de lo nor-
mal y cotidiano. Un día, cercana ya la miseri-
cordiosa muerte, unos malévolos gitanos qui-
sieron reavivarme de momento para sus tráficos,
y me pusieron bajo el rabo, en delicado reco-
beco, maldecido espino, con el que hube de
fingir el trote más garboso de mi existencia.
Pero como yo tengo mi voluntad, apreté con el
rabo los espinos de tal modo, que provocaron
la sangría y la muerte. Así burlé las malas artes
de la germanía.»
107
J. MORENO VILLA
EL CARACOL
T ENTAMENTE sube poF la rama utilizando los
"^ sutiles periscopios de sus cuerr\ecillos tác-
tiles.
jTienta, tienta; levanta la cabeza y otea los
alrededores! ¿Te hacen falta gemelos de cam-
paña?
Su discurso, intermitente y medroso, dice:
«No hay nadie; parece que no hay nadie. Y
el piso es firme. ¡Ay! Ya me di en el ojuelo de
la antena, que se ha contraído y enfundado en
la cabeza. ¿Me verán? No hay nadie. Para es-
currirse tácitamente la baba es buena, pero es
delatora, aunque el viento la oree. Deja unos
cristalinos traicioneros. Me van a descubrir, me
van a descubrir. Será mejor ocultarse.»
y se mete en su concha para que no le vean.
Pero el pobre tímido, suspicaz y medidor de
movimientos, agítase de tal modo al recluirse,
que cae con su cascarón desde el árbol a un
banco de cañas, moviendo un ruido hueco y
alarmante.
Un chico le coge, le mira y le estrella contra
la pared.
108
EVOL UC/ONES
LA COTORRA
T A cotorra y San Bruno son dos ideales con-
trapuestos. El santo cartujo, para sosteni-
miento de su voluntad en la hora de la tentación,
cuando los pensamientos le bailaran en la punta
de la lengua, debió de tener colgada en su ca-
marín una jaula con uno de estos pintorescos
pajarracos. (Es un dato a perseguir en los archi-
vos de la Orden.)
He dicho pintoresco a impulsos de la rutina,
y debo aclarar que, pintado por un impresionis-
ta, puede serlo; pero si el que lo pinta es un
primitivo, resultará lo que es: una roñosa mo-
neda de cobre envuelta en papel de estaño ver-
de, como los bombones. ¡No le quitéis el papel;
no pelarla!
109
J. MORENO VILLA
LA ARAÑA
T Te aquí una figura escapada de un manual de
Geometría o de un tratado de Lógica.
Esta delicada operaría se identifica de tal
modo con su obra, que no sabe uno dónde aca-
ba ella y comienza el artificio. El globulillo cen-
tral de su organismo es el foco de toda la red
sutil que va elaborando.
Pertenece al grupo de los dotados de vida in-
terior. Busca un ángulo, un sitio apartado, y
allí, con la mirada en el ombligo, va tejiendo
sutilezas, donde las moscas serán atrapadas.
;, Su andar es pulcro y coquetón. Lleva el cuer-
po sostenido con sopandas como las antiguas
carrozas o las damas de miriñaque.
110
EVOLUCIONES
EL BUEY
-npAL como le vemos hoy le vimos toda la vida.
El buey tiene siempre sesenta años. ¿Le re-
cordáis bullicioso? En cambio le recordáiscacha-
zudo y pacífico, barbicano y con gafas. Lleva la
paz consigo. Los melíficos ojos de la bestia en-
dulzan el paisaje, la hora y las palabras del con-
templador. Su larga y lenta cola impone compás
a los objetos y seres que le rodean. Su boca es
blancucha y blanducha, y mastica de lado para
que la operación sea menos dura, más dulce.
Cualquiera diría en esta mañana cruda que le
están ardiendo las entrañas. Por este abundan-
te vaho fué llamado al Portal de Belén, al me-
diar una noche, cruda también. El buenazo se
levantó de la cama, se limpió los mocos y se
dirigió al Portal.
Su calma y sus sesenta años le hacen muy
recomendable dondequiera.
111
J. MORENO VILLA
LA RANA
"p\ASAMOs junto a una charca. jPatsch! Una
pequeña parábola verdinegra se dibuja
desde las matas al barro. ¡Quieto! Allí ha caí-
do. Cualquiera diría que cayó del séptimo
cielo.
Esperamos a que nos mire; pero ¡caí Esas
protuberancias oculares que lleva sobre su
apuntada cabeza no tienen vida. Son como
cuentas de vidrio, y granos de pimienta, y
ojos de pez ahogado, y un algo de intestino
muerto.
La contemplamos en silencio y en espera de
que se anime. Pero es inútil. Aquello no es un
ser vivo; más parece un pisapapeles de mal
gusto.
Levantamos la vista para ponerla en el hori-
zonte, que se va pintando con los colores gra-
duados de la tarde. Es la hora predilecta, ínti-
ma y recogida. Véspero, jugoso y rutilante,
llama a sí el pensamiento...
¡Cra! ¡eral ¡eral
Nos levantamos eléctricamente y, al echar a
andar — puesto que todo se fué al diablo — , ve-
112
EVOLUCIONES
mos que la rana saca, de bajo el vientre, unas
ancas inverosímiles y vuelve a describir la pa-
rábola, que ahora es negra.
¡No estaba muerta, no! Ni perdió su agilidad.
Viene a ser como la criatura-serpiente de los
circos, más saltarina cuanto más descoyuntada.
113
EVOLUCIONES
J. MORENO Vil. LA
EL MONO
T Tbwte. siglos de civilización cristiana, por lo
menos, ha tardado el hombre en notar su
parecido con el mono. El mono, en cambio, lo
sabe de siempre. Como asistió al progresivo me-
joramiento del hombre, conserva la sensación
del rezagado. Esquiva mirarnos directamente y
procura escapar y ejercitarse en cosas que le
distingan y separen del hombre. — «Ya que no
fui como él, sea cada vez más distinto.»
Sin embargo, este odio es efímero, aunque
intermitente. No es posible que se sustraiga al
influjo de la sangre, y así acude a nuestra vera,
pone unos ojitos tristes, humildosos y nos imita.
Hasta que de nuevo la insolente belleza huma-
na le acogota y da un brinco, enseña sus inno-
bles posaderas y se queda colgado de una rama
por el rabo.
Allí se columpia sobre el mundo y distrae su
melancolía.
114
BVOLUCIONES
LOS GANSOS
^ LLÁ van, al estanque, mohínos, con una jeta
'^^ de tres cuartas. Son como niños palurdos
que no se mueven a gusto en el traje limpio y
dominguero. No saben cerrar las manos dentro
del guante.
¡Andad, amiguitos patojos! No refunfuñéis,
daos prisa, no miréis tanto atrás, que no llevo
caña. Poned un semblante más benévolo a este
sol que os embellece el traje. Es un encanto la
mañana de Dios. ¡Desarrugad el entrecejo!
115
J. MORENO VILLA
EL CERDO
/'"NON SU cabeza en forma de embudo, sus orejas
' plácidas, caídas sobre los ojos, lacias como
el pañuelo a medio meter en el bolsillo del cur-
si, y con su rabillo ensortijado., de una ruindad
inverosímil.
¡Pobre marrano! La bestia más pudorosa de
la creación.
¿Le habéis visto, por esas carreteras y calles,
esconder la cara en el pelotón, para que no le
reconozcan, traspasado de vergüenza, paciente
de una desnudez sólo comparable a la de la mu-
jer cincuentona, de carnes bofas? Sobre todo en
el mes de Noviembre, cercana la matanza, cuan-
do está en plena seriedad, cuando es una cosa
hecha y acabada plenamente, cuando agotó la
elasticidad de su pellejo. Porque en estío es otra
su apariencia. Es más movida, un poco zascan-
dilesca y chiflada.
Cuando asisto a una conferencia sin miga
o a una conversación de esas que tratan de en-
taponar y ahogar los sentidos, traigo a la me-
moria la entrada de los cerdos en el corral.
jQué trotes, qué movimientos de orejas y de
patas!
116
EVOLUCIONES
LA LAGARTIJA
T^ÁPiDA y flexible, uniformada como la milicia
moderna, conforme al suelo que pisa. El
color verdi-pardo del dorso es pura medida
táctica.
Después de una corta, pero desenfrenada ca-
rrera, se para.
Parece que mira al cielo y escucha; le gusta
el sol y el silencio.
Muy lisa, muy aseada, de línea coquetona,
elegante y fugaz, atrae a los chicos que más
tarde serán hombres y seguirán jugando con
limpias, bien dibujadas, coquetonas y fugaces
figurinas y aguantarán la vejez junto a ellas,
aunque menos atildadas, menos dibujadas, me-
nos coquetonas y menos fugaces.
117
J. MORENO VILLA
EL PERRO
/"NuANDO veo a esta llama de atención que es el
^^ perro; cuando le veo seguirme con los ojos,
saludarme con los brazuelos, espiar, ladrar en
mi defensa, mover el rabo alegre a mi llegada,
echarse a mis pies hecho un ovillo, todo sumi-
sión, surge al instante en mi memoria la ima-
gen del hombre que, por su voluntad, converti-
ría en perros a todos los seres que le rodean, a
la mujer, al hijo, al inferior jerárquico. 7 enton-
ces me voy al perro y le digo con toda la efu-
sión de que soy capaz:
«Mira, perro, yo no te voy a pegar nunca, ni
te voy a suprimir la comida, ni a echar de la
casa, ni a disminuir mi benevolencia para con-
tigo. No me temas; no seré nunca el superior.
Pórtate como te portarías en mi ausencia. No
quiero esclavos ni aduladores.»
y el perro m« tuvo por idiota.
118
EVOLUCIONES
- BL FA/SAN
X JADA más peripuesto y lindo que este corte-
sano; casquete de oro, pechera roja, casaca
azul y larga cola, fina como un espadín damas-
quinado. Todo brillante y pulido.
Pertenece al cuerpo diplomático; sabe la lem-
gua inglesa, sibilante, insinuante, y la pronuncia
en tono bajo. Presume con las damas y juega
al brídge.
119
MORENO VILLA
EL ANTÍLOPE
"ps un anarquista de guardarropía. General-
^^ mente lo tienen encerrado, pero algunas
veces, cuando surgen algaradas y temblores so-
ciales, le vemos salir de una calleja hedionda
con su semblante fosco, sus barbas mates y sus
greñas sucias, un traje pardo y un roten formi-
dable.
Es una criatura selvática; fuera de la socie-
dad; atrabiliaria.
120
EVOLUCIONES
EL BUHO
T7l campo está solo y negro. La luz baja, sobre
— ' mi mesa, ampara la intimidad. Pálpase e^
recogimiento; parece que más allá de la luz no
hay nada, nadie.
De repente abre el buho, con un puntazo de
opaca sonoridad, un boquete en la maciza ne-
grura.
¿Qué dices tú — pobre buho — inmóvil en el
manteo silencioso de la noche? Una vaga som-
bra que se aleja es tu voz puntual. ¿Lamento
amargo? ¿Ves mvicho abriendo los ojazos circu-
lares? ¿Ves más de lo que vemos los tristes en
la negrura sin fondo?
¡Pobre buho! Sí, pobre. ¿Por qué no has de
serlo? ¿Por qué tu cebo está en las visceras de
las bestias y en la carroña de cien días?
¡Nada tienen los hombres, ni los dioses, que
echarte en cara!
121
J. MORENO VILLA
EL ELEFANTE
X/TONUMENTO fotundo, con fachada prediluvia-
~ na, que soporta y transporta castilletes en
los países lentos y que con una suave caricia de
su nariz derriba a un hombre.
A pesar de su lentitud conservadora sospecho
que sea un redoraado anticlerical. ¿Cómo es po-
sible que a estas alturas, en el siglo xx, no sepa
el desventurado que si le hacen la dolorosa ex-
tracción de los colmillos es para tallar Cristos o
Santas-Marías?
También sospecho que se trata de un ser pu-
doroso. Obediente al sentimiento del pudor en-
coge las indecorosas nalgas con que sus proge-
nitores le agraciaron. Por ellas se le puede ca-
talogar entre el cochino y el hombre fondillón.
¡Estaba por regalarle unos tirantes!
122
BVOLUCIONES
LA HORMIGA
x To te parece que es un expolio eso que estás
haciendo del granero?»
y luego, ¿por qué? Por puro afán acaparador.
jAh, diligente comunidad, acaparadora y re-
cia de pico; tú consigues que cada sencillote la-
brador se sienta, por unos instantes, un disol-
vente Combes!
123
J. MORENO VILLA
LA ZORRA
"T^L corazón le ha dado un vuelco al sentir la
^^ cuerna espantosa.
Pero ha sido un vuelco nada más.
Ella sabe...
Ella sabe que es la cuerna.
124
EVOLUCIÓN ES
EL PEZ COLORADO
npoPANDO con el hocico en el vidrio de la bola,
•*- tornando arriba y abajo lentamente, sin un
destello de luz interna, este animalillo es un po-
bre idiota non nato.
El hombre lo agarró y lo metió en este globo
transparente, inverosímil, que cuelga de un hilo
y está quieto en el espacio, para ver en el ju-
guete representada su alma.
El alma es un globo muy diáfano, irreal casi,
suspendido y quieto, donde se agitan cosas.
Cuando tenga, lo que en ella se agite, pare-
cido con un pez colorado, el alma pide plaza en
un hospital.
125
J. MORENO VILLA
EL PAVO VULGAR
/^uÉ tendrá esta criatura en el gaznate, que
^^ así lo estira y así tose?
Con lento y medido paso — paso de parada — ,
discurre, sin sentirse vejado por la caña del pa-
vero que amaga sobre su cuerpo. El ñato que le
posee le hace decir:
«Tú fíate de mú,. Eso que te han dicho es
falso; yo sé de buena tinta... ^Nada, nada! No
le des vueltas; las cosas son como son y todo
eso es de gentecilla ruin y melindrosa. Hay que
tener altura de miras. jGlo-glo-glooo!
126
EVOLUCIONES
EL CANARIO
"T^ARA este rapazuelo virtuoso tengo yo siete
jaulas. Es toda una fiera.
Podrá lucir un plumaje gualda, muy noble;
ostentar desenvoltura picaruela y grácil; po-
drá tener unas patitas delicadas y sonrosadas y
un pico...
]Ah! jEsto sí que nol
Las gargantas famosas y los picos de oro bien
están en el jardín una hora, unos instantes y
que luego el viento se los lleve a otro lado. Pero
vivir con ellos es como vivir con una de esas
temibles personas que han leído sólo un libro
en su vida y se lo saben muy bien, sea el de
Darwin o sea el de Kant,
127
J. MOREMO VILLA
EL CISNE
T?STE es el cisne bello, Narciso de los estan-
ques, nadador sin ajetreo que desvirtúe su
magnífica silueta.
Cuando ve que le contemplamos se acerca y
evoluciona con saber muy femenino. El sol pe-
netra en las nevadas oquedades de su plumaje
acuciadoras del beso, más que de la admira-
ción, por lo soberanamente bellas.
Es todo lo que hace. Y cuando lo ha hecho
se aleja tan pechisacado y orondo como tenien-
te de húsares.
Si en vez de blanco es negro, el cisne cambia
de humor. ¡Ah, la influencia del traje en el
ánimo!
Sus evoluciones y paseos lacustres son las
evoluciones y paseos de una sombra.
Es la sombra de su hermano el victorioso.
128
EVOLUCIONES
EL FLAMENCO
"V To he visto escupir a los flamencos. Tal vez
no escupan. 7 es lástima.
Contaba un pulcro y amado maestro que en
las reuniones o claustros — ¡en la Universidad
Centrall — , las flemas de los catarrosos descri-
bían parábolas, a veces de largo tiro, por enci-
ma de su calva, buscando el lejano escupidor.
Aquellos catarrosos profesores de balística,
dotados del pico de los flamencos, hubieran de-
positado la salivilla en el escupidor con toda
calma y sin peligro para los compañeros.
129
EVOLUCIONES
J. MORENO VILLA
LA MOSCA
T?RÓTASE con verdadera fruición las patitas de
•^ atrás. Luego, con las delanteras se atuza el
cogote, bajando la cabeza, como para degollarse.
Luego trenza y retuerce de nuevo las otras. Lue-
go se remonta, describe unos pequeños círculos
en el aire sin salir del mismo sitio, ni más alto
ni más allá, en el centro de la habitación, don-
de permanece girando horas y horas y persi-
guiendo a sus hermanas. De pronto, como sien-
te fatiga, decide que otra la lleve en volandas,
lo que suscita furiosa protesta de la comadre.
Todo pasa pronto, y sigue la rueda hasta que
vuelve a detenerse en el visillo y hace otra vez
gimnasia de remos, frotándose y retorciéndose
de gusto. Sin duda, en estos momentos piensa:
«no estaría mal otra vueltecita».
Ayer le vi comiendo, es decir, tocando con
su pequeña trompa en la matadura de un mulo
viejo, hoy le veo sobre el pan de bizcochos.
130
EVOLUCIÓN BS
LA PALOMA
T?ROS y Mercurio unifícanse en ella. Dice la pa-
-*-^ loma: «7o soy el amor del Padre y del Hijo,
el gancho que hace de tres uno. Los tres somos
uno en el amor».
Otras veces dice: 7o soy la mensajera. Como
sé orientarme; como desde el cielo sé cuál es
la morada y el ventanal de Teresa en Ávila,
puedo trasladar a la oreja humana la palabra
que me dicta el Señor».
Por lo demás, ella es guapa y fina de cabos,
más grata que la seda es su vestidura al tacto y
más mimosa y dispuesta al arrullo que las no-
vias en luna de miel.
Es un piropo fácil para el galán y es una dis-
tracción decente para los ancianos.
131
J. MORENO VILLA
EL DROMEDARIO Y EL CAMELLO
A Hí van el de la giba y el de la doble giba.
"^"^ Creo que son parientes lejanos de Martín,
el que vende billetes de lotería en la calle. Mas
no se tratan.
Por los infernales desiertos en que arde la
arena y el sol taladra como la espada de San
Miguel, van pacientes, arrastrando sus cordille-
ras peludas. Cordilleras en cuyos senos faltan
los manantiales, pero hay útilísimos aljibes.
¡Útiles y bondadosos jorobetas, sois una pa-
radoja! No os parecéis a ese bicho malo, colé-
rico, torcido y envidioso, que es el hombre cas-
tigado con giba por Dios. Vosotros sois servi-
ciales y pobres de espíritu. De vosotros es el
reino de los cielos,
132
EVOLUCIONES
EL OSO
T7l oso es el oso porque adopta en ocasiones
"^ la postura del bípedo, que no le cuadra, y
porque se pone a tocar la pandereta o a bailar
al son de ella. No se da cuenta de nada: ni del
largo de sus ancas, ni del ancho de su torso, ni
de su divina gracia. Si se le ocurre dibujará en
el aire, gentilmente, una verónica belmontina.
Es tan oso, tan oso — al fin, oriundo de países
fríos — , mientras más al Norte menos se conoce
el ridículo—, que no le preocupa ni su figura ni
el qué dirán. Hace lo que hace por el hecho
mismo.
133
J. MORENO VILLA
EL ESCARABAJO
Qii el escarabajo levantara la cabeza!
*^ Pero no tiene cuello; es su tragedia. ¿No has
reparado nunca en lo que vale ética y estética
y lógicamente, eso de mover el cuello y por
ende la cabeza? Recuerda la estampa de un ter-
nerillo que mire al cielo o a la madre.
Quien no mueve el cuello no ve a Dios, que
está en el cielo, que es el cielo; no puede mirar
hacia lo pasado.
Quien no mira atrás, quien no vuelve la ca-
beza en el punto preciso, ni es bello, ni es bue-
no, ni es sabio, puesto que lo pasado no le sir-
ve, y es lo pasado lo que endulza el carácter y
lo que moldea y enriquece el entendimiento.
Créeme: lo más trágico del mundo es no po-
der ver más que la bola sucia y fea del momen-
to. jSi el escarabajo levantara la cabezal
ÍU
EVOLUCIONES
LA TORTUGA
T?STE curita, de paso torpe, es viejo. Tiene ten-
^^ dinoso el cuello largo y ha caído en la lo-
cura de vestir siempre de pontifical.
Los rapaces le dan con el pie, como a las pe-
lotas, y cuando cae panza arriba le abandonan,
y el bueno y paciente clérigo ha de permanecer
en tan indecorosa postura, a causa de la rigidez
del ornamento, hasta que un alma bondadosa
le socorra.
i 35
J. MORENO VILLA
LA AVISPA
-T^iENE SU parecido con la mosca grande y con
-^ la abeja. El cuerpo lo lleva listado de ama-
rillo y negro como las ruedas de los simones.
Como la abeja, tiene un aguijón; pero no le
sirve más que para pinchar, pues ella liba en
las flores — como hace su modelo — y no saca
miel. En esto es hermana de los malos poetas.
136
EVOLUCIONES
LA INNOMINABLE
TT^N medio de todo, da lástima que arrastre por
^^ el suelo su tenue camisa, su cuerpo de liso
mosaico polícromo. ¡Qué bonita cuando se yer-
gue en medio del camino, retadora, con su ca-
beza lisa de gitana!
Pero la gente no comparte esa lástima. Pesa
sobre ella su papel bíblico. Desde hace siglos
viene siendo, es y será siempre, acaso, la que
con su lengua —¿con esa lengüecilla que parece
un pistilo rizado?— musitó al oído de la madre
Eva unas fatales palabras de rebeldía.
13t
J. MORENO VILLA
EL LAGARTO
"TNOR SU nombre y por sus hechuras es padre
de la lagartija y bizr\ieto del caimán.
En España es el antídoto de la innominable.
13S
N'
EVOLUCIONES
LA CIGÜEÑA
o le bastan sus propios zancos; ha de subir-
se a las torres.
¡Qué manía de alturas tiene este guarda rural,
siendo, como son los malhechores que persigue,
ruines y apegados al terruñol
Como San Simón, el Estilita, y como la gru-
lla, es capaz de dormirse en un pie.
Como el flamenco, guarda su pico bajo el ala
y luego lo saca, cual si desenvainara un sable.
139
J. MORENO VILLA
EL CONEJO
QiENTADO a la morisca, sobre las piernas, ofre-
*^ ce ur\a silueta boliforme con orejas de burro.
El más bonito de los conejos, el blanco, en-
ciende y apaga las rojas bombillas de sus ojos.
Un resorte burlesco tiene en la nariz y otro
en las patas. Merced al segundo, escapa; mer-
ced al primero, se ríe del cazador.
Sabe mirar de reojo, de un modo impertinente
y contraído, como las viejas desconfiadas.
140
EVOLUCIONES
EL RATÓN
"V Tariz para llevar quevedos; mirada aguda;
^ simpatía infantil; barullo y sobresalto. Baja
por la cortina, recorre a lo largo la cornisa del
zócalo, luego se lo traga la tierra.
Aunque se le contemple parado sigue siendo
la imagen de la rapidez azorada, no sé si por
las orejillas o porque tiene en guardia las patas.
Las vivas cuentas de azabache de sus ojuelos
ven, se les nota demasiado que ven. Otros ani-
males, con mayores ojos, miran y ven menos.
7 son ojuelos febriles en medio de su agudeza.
Le atraen los boquetes. No le he visto pasar
por el de una aguja, mas no me extrañaría,
Las mujeres le temen.
141
J. MORENO VILLA
EL BUITRE
"^T'A en los ojos inteligentes brilla la rapidez y
en el pico — inentrañable arma guerrera — ,
y en las patas, gruesas, ganchudas y arrugadas.
Viste hábito monacal franciscano — ¡oh vene-
rable santo de Asísl — y para complemento del
hábito tiene pelada la cabeza y le sirve de cer-
quillo la hirsuta gola.
¡Carne, carne y carne! ¡7 carne podrida!
¡Cómo te gustaron los ojos amarillos de aquél
francés en una colina del Marne! ¡Cómo te supo
aquél corazón beduino en las vertientes del
Atlas! ¡Carne, carne y carne podrida! Así te ves
de ese color. Si tú comieras mata verde o grano
rubio, entonces... entonces no serías buitre.
142
E VOLUCIONES
LA ARDILLA
/'^ON la rapidez de un convoy en el cine, pasó
^-^ este conejillo de cola peluda y levantada
como penacho militar equivocado de sitio.
Se agazapa y escudriña, da un salto y mira
atrás. ¿Qué le solivianta, qué le mueve?
Corre por las ramas, salta de un árbol a otro,
pasa por los sitios más difíciles poniendo sus
patitas en apoyos endeblísimos. Pasa por el Ins-
tituto como una estrella fugaz, por la Universi-
dad como un cohete ratero, por el distrito como
una exhalación, por las Cámaras como la traca.
Llega al Ministerio.
¡Mírala, mírala! Allí está, en lo alto.
Da gusto verla correr, pero ¡es tan ardillal
143
J. MORENO VILLA
EL CANGURO
T?STA buena madre tiene perpetuos dolores de
"^ tripa a juzgar por la postura. En apariencia
son dos bichos acoplados, aunque no lleve al
hijo en la bolsa.
Sobre dos patas de madera en escuadra y un
rabo gordo y largo que viene a ser la tercera
pata del trípode, queda montado un segundo
bicho menos fuerte, pero más armónico, que
contrae sus manitas y juega su cabeza de cabra
orejuda.
144
E VOLUCIONES
EL AVESTRUZ
TT-s una solterona inglesa trotamundos, llena de
-^ plumajos que un día tuvieron esplendor. Su
largo cuello rosa, es de caucho. Su cabecilla
pelona e impertinente, rematando el tubo, sube
y baja como un émbolo a lo largo de la pared
donde mira constantemente, no se si con el fin
arqueológico de averiguar el despiezo, analizar
las junturas y tomar notas del material emplea-
do en la obra.
En sus patas descarnadas, sostiene un cuerpo
que tiene algo del dromedario.
145
BVOLUCIONES 10
J. MORENO VILLA
LA LLAMA DEL PERÚ
T tolaI ¿Qué hay? ¿Me esperabas? Perdona
mujer.»
Pero la llama es la altanería y el desdén.
No se inmuta. Sigue con su cabeza carneril
levantada, avisora, retadora.
Como tiene un lomo plano de azalea — jamu-
ga natural—, me acerco pensando en que tal
vez no fuera un disparate utilizarla como ve-
hículo. Mas, de pronto, sin salir de su gallarda
portara, me despide un salivazo hediondo que
me da en el pecho.
Da media vuelta y se pone a morder las ma-
tas del cercado.
146
EVOLUCIONES
EL CABALLO
/^^ABEN todos los caballos en un molde? Pe-
^^ ¿1^350, Aquiles II, Rocinante.
Todos los que tú ves por la calle, no. ¿Cómo
vas a meter en un mismo molde la sardina del
alquilón, que anda de lado como las agujas del
reloj, sin adelantar longitudinalmente, y el ro-
busto normando o percherón?
— ¡Perdona! ¿Es que tú no tienes un caballo
en la cabeza?
— ¡Hombre!
— Sí, un caballo matriz de todos los caballos.
— No sé, no sé.
— ¡Bah! ¡Qué falta de sentido científicol
Por lo demás, el caballo, es el bicho predilec-
to de los héroes. No vemos al germano Atila sin
su caballo, ni al castellano Alonso Quijano, ni
siguiera a la Reina Católica.
Sólo Jesús —en esto como en todo humil-
de—, rehusó el caballo e hizo, como sabéis, su
entrada en Jerusalén sobre una tranquila po-
llinica.
147
J. MORENO VILLA
LA MULA
T ta de ser negra. Negra y bien pelada. Las
grandes tijeras del gitano dibujaron en su
culata, con el mismo pelo, una labor denticular
de realce y brillo o trazaran una línea horizon-
tal a medio cuerpo de modo que el animal apa-
rezca forrado en las partes bajas. Con estas
labores y los madroños variopintos, la mulilla
siente un brío majo, zaragatero y festivo.
Existe una estrecha relación entre sus atavíos
y la mantilla española. Madroños, campanillas,
cintas y, luego, una cara sombría y unos ojos
de azabache, enormes.
No me gusta la sonrisa de la muía, ni sus na-
rices atrompetadas.
Que es testaruda, dicen. Sí; herencia asnina
irremediable. Además, ¿vale la pena? ¿Es cosa
tan mala la testarudez? ¿No estamos conven-
cidos de su eficacia?
148
EVOLUCIONES
EL LEÓN
X To conozco más leones que los del Retiro de
Madrid y esos como son falsos, como son
de Benlliure, no me interesan.
149
J. MORENO VILLA
ANÉCDOTA DEL BESTIARIO
"T^iEz, doce, catorce personas acudieron a ver
"^ los bichos. Unas tenían caras amables, go-
zaban sencilla e ingenuamente con la visión de
cada jaula. Otros llevaban monoclo y jeta criti-
cona.
Una de éstas se dirigió al embalador, apare-
jador o custodio, al bestiario y le dijo:
— ¡Oye! Tú que tanto sabes y tan bien distin-
gues unas alimañas de otras, ¿puedes decirme
la diferencia que hay entre las enjauladas y el
hombre? Entre tú y ellas por ejemplo.
Contúvose un poco antes de responder, como
advirtiendo al interlocutor que había sido apre-
ciada la insolencia y luego:
—En que los animales no pueden ponerse fre-
no a sí mismos y el hombre a sí mismo y a los
demás.
150
a VOLUCIONES
PREOCUPACIONES
A L meterse en la cama el bestiario, piensa en
'^^ las habitaciones y confort de las alimañas
del mundo. Es por lo mismo por lo que el buen
burgués piensa durante las noches de invierno,
pegado a la chimenea, en las criaturas sin paño
ni hogar.
La madriguera, el hormiguero, el nido, la
cueva. Aun los albergues que con destino a las
bestias fabrica el hombre: establos, pocilgas,
gallineros, palomares, conejeras, casillas perru-
nas y jaulas de toda especie.
|Qué desnudez, qué frialdad, qué hórrida
desolación en las humildes moradas!
jCuánto daría la jirafa por una almohada en
que descansar el artilugio de su cuello! — se
dice el bestiario.
¡Qué almohadón querría el mono para sus
nalgas! ¡Qué cojín, el conejo!
Insectos hay que duermen agarrados por la
boca a la varilla de un arbusto, guardando su
cuerpo un perfecto plano horizontal. Por mucho
pico que se tenga ¿es posible que sea divertido
dormir así?
Por lo que atañe a la indumentaria ¿no agra-
151
./. MORENO VILLA
decería unos calzones de abrigo el flamenco?
La cigüeña debería usar brasero de camilla.
Al oso no le disgustaría tener una mesa de mi-
nistro. Acaso le agradase ai gallo una panoplia.
La sierpe se embobaría con un fonógrafo. La
gata no sabría separarse de la alfombra.
En las pocilgas no estarían mal unas bañeras.
Ni unos urinarios en las cuadras.
Al loro hay que ponerle un vasito con clara de
huevo, para la voz, en la mesita de noche. Hay
que buscarle una bufanda al avestruz y a la tor-
tuga, un reloj.
El oso, el tigre, la pantera y el leopardo no
se preocupan de su pellejo y yo no quiero ser
más papista que el Papa. Dicen que al morir
pasan a una vida mejor, a los salones ricos,
donde les acarician los diminutos y aristocráti-
cos pies.
Pero he de tomar nota de lo que cada uno
precisa. La buena organización se impone. Por-
que... jes un fastidio! ¡Aquí todo está por hacer!
152
EVOLUCIONES
LOS PROBLEMAS DEL BESTIARIO
"X ero GUBERNAMENTAL. — Las alimññas fueron
^^"^ incorporándose a la corte de mis pensa-
mientos a lo largo de mi camino. Yo ni las aten-
dió. Las miraba, y adelante. Así se fueron api-
ñando y creciendo, hasta que una noche, falan-
ge poderosa ya, se levantaron, como los hom-
bres menospreciados, en demanda de atención
o solicitando sus derechos dentro de la farsa
mundana. Yo entonces, como los monarcas des-
póticos que ven su causa perdida, les di consti-
tución. Esta es la constitución de las bestias.
Amiga mía, no es más que un acto de libe-
ralismo. /
Higiene y decoro público. — Poco a poco, las
alimañas van entrando en razón y acogiéndose
a las ordenaciones municipales y domésticas. El
gato, verbi gracia, va como una persona bien
nacida a un determinado lugar a su hora preci-
sa. Orden acatada por él que revela un instinto
de limpieza incomparable. También para sus
amores, obedeciendo a mis consejos, sale de
casa en busca de tejados propicios.
Si la luna ríe tanto en el cielo es de ver sus
coloquios.
153
J. MORENO VILLA
Lx ENSEÑANZA Y LAS Bellas Artes. — Hoy vino
el grillo, en calidad de artista, a protestar de
que se tenga con la chicharra tanta benevolen-
cia y a pedir la exclusiva para tocar en las no-
ches estivales.
Los caballos, en comisión recién llegada, pi-
den nuevo reglamento para las escuelas de
doma. Dicen que así como los maestros de pal-
meta se suprimieron en las escuelas humanas,
deben suprimirse en las suyas los profesores del
zurriago y las espuelas. Les parece mucho más
honorable el método persuasivo.
Yo he ordenado que se impriman cien ejem-
plares de este método y se repartan a los profe-
sores de equitación.
El problema de la alimentación. — No sé
cómo me las voy a arreglar. Los fletes están
carísimos y los trenes no andan por falta de
carbón. No sé, no sé. Será preciso abrir algunas
jaulas y que los bichos se busquen el sustento
a su albedrío. Acaso tendré que disolver la co-
lección.
El hecho es que me piden trigo, maíz, avena,
yeros, alfalfa, cebada, afrecho, lechugas, pan,
alpiste, algarrobas, chicharrones...
Ya hace tiempo que les reduje la ración y que
el gato no prueba las sopitas de leche. Y ahora
154
EVOLUCIONES
como se alimentan menos me piden más des-
canso.
Pronto irán a la huelga.
Antes de que lleguen a ella disuelvo el Bes-
tiario.
De Gobernación. — Hace unos días el perro
guardián se marchó de mi casa. Entonces traté
de que le sustituyera otro, mas vi que ninguno
quería servirme sino bajo ciertas condiciones.
Habían constituido un sindicato, y esta es la
hora en que estoy sin perro y amenazado de
que vengan los lobos y caigan sobre mi corral.
No sé lo que va a pasar aquí. El desquicia-
miento que yo temía se inicia. Las gaviotas,
aves marinas adscritas al Ministerio de ídem,
lanzan un manifiesto amenazando con no dar
escolta a los buques. Los quebrantahuesos, las
gigantescas aves procelarias, de plumas oscuras
y formidables picos, están dando la puntilla a
los peces más listos y fieles de mi reino.
Los albatros gruñen furiosamente, agorera-
mente. Entre las águilas y otras aves de rapiña
se notan movimientos sospechosos. El aspecto
de los buitres no es nada calmante.
No me cabe duda de que se aproxima el fin
del mundo. Hay señales inequívocas de corrup-
ción y aberración : las marranas se timan con
155
J. MORENO VILLA
los camellos, las mariposas revolotean sobre el
estiércol, las ranas piden un presidente de re-
*pública.
jEsto se va! ¡Esto se val
Resolución. — He disuelto el Bestiario. He
acabado con él o él ha terminado conmigo. No
puedo luchar más. Ahora me voy a mi retiro; a
mi huerto y mi jardín, donde no permitiré la
entrada de bicho alguno. Allí tengo flores, ár-
boles, agua, una casita solariega, un jardinero
fantástico y unos bancos de bambú que yo fa-
briqué de niño. En ellos compuse las primeras
poesías y en ellos quiero seguir versificando.
Atrás queda ese mundo revuelto, agrio, feroz,
turbio, pestilente. En cambio, se abren ante mí
las delicias de la paz.
«¡Ya salimos de la cotorrita!»— Ahora puedo
repetir esta frase afortunada de un amigo nues-
tro, que la inventó siendo niño. Para entenderla
hay que relatar el episodio, la comedia trágica
que la motivó.
Habíanle regalado a este niño un juguete, una
cotorrita de latón. Se la entregaron una mañana
y, durante todo el día, anduvo como loco de
felicidad, de un lado a otro, mostrándosela a la
cocinera, a la costurera, a los amiguillos, a los
156
EVOLUCIÓN HS
de la familia, al portero. Su fantasía estuvo tra-
bajando desde las nueve de la mañana hasta
las seis de la tarde, sin momento de tregua.
Pero al llegar esta hora se dio por vencido. En-
tonces fué al ojo de patio y desde el tercer piso
la tiró con furia a las baldosas del fondo. Luego,
volviéndose a su hermano, dijo con un gesto
decisivo:
«¡Ya salimos de la cotorrita!»
157
J. MORENO VILLA
EL BESTIARIO EN SU RETIRO IDEAL
TT'L Bestiario es un hombre un tantico soñador.
^^ Vosotros, los que ya os columpiáis sobre los
treinta años, por fuerza habéis de saber lo poco
envidiable que es este don divino. El buen hom-
bre ha vuelto a la finca donde pasó su niñez. Yo
estimo que tales vueltas no debieron hacerse
nunca. Veamos lo que ha escrito al día siguien-
te de llegar al pueblo andaluz:
Aquí, querida amiga, voy a darte cuenta de
mi nueva situación. Quiero hablarte de muchas
cosas, que ahora vuelven a rodearme y que para
ti fueron un día tan familiares como para mí. Es
esta una empresa difícil, sobre todo si queremos
huir de lo sentimental. A fin, pues, de preca-
verme contra esto en lo posible, voy a dejar la
carta y a enumerar sencillamente las cosas que
vuelvo a encontrarme, añadiendo a cada una
la pequeña nota descriptiva que me suscite.
Los HIGOS CHUMBOS. — Esta mañana, cuando
me hube levantado y salido al jardín, vino la
criada y me dijo: — Señorito, ¿quiere usted unos
jiguitos chumbos, que ahora por la mañana es-
158
I
[i VOI.UCIONES
tan más frescos que la nieve? — Sí; tráemelos
aquí.
La mujer se fué, y a poco vino de nuevo con
un lebrillo colmado de chumbos.
— Pero mujer, a qué traes un lebrillo. ¿No sa-
bes que yo me contento con comerme tres o
cuatro higos?
— ¡Señorito, si esto se come sin sentí! Yo me
desayuné esta mañana con docena y media, y
esto es una ridiculez el decirlo.
-^Bueno; tú te puedes comer los que te dé la
gana.
Frasquita, con una escobilla, fué sacudiendo
las frutas, para quitarle en parte las espinas pe-
queñísimas con que se precaven de la tentación
ajena. Luego agarró el cuchillo y dio los -tres
cortes clásicos: dos para cercenar en limpio los
extremos y uno para poder abrir y hacer que se
despegue el higo de la cascara.
En esto, llegó Pepe el jardinero,
— Buenos días, señorito.
—¡Hola, Pepeí
— Se stá sté desayunando ¿eh?
-Sí.
— Es, indijcutiblemente, la fruta más sabrosa
de toas. Yo, si tuviera dinero, jacía una fábrica
de azuca sacándola del jigo chumbo. Pa mí que
no hay otra fruta que dé más durce. La única
159
J. MORENO VILLA
contra que tiene son las pipas, que se le meten
a uno en las muelas. Si no juera por eso, estoy
segxiro de que en el extranjero se vendía mejó
que el aguacate y que la chirimoya.
Esta ensarta de sentencias, exactamente la
misma — tú la recordarás—, la repetía Pepe,
alié, en aquellos tiempos, y la volverá a repetir
mañana y pasado y siempre que me vea co-
miendo higos chumbos.
El jardinero.— Pepe, el jardinero, no es un
hombre vulgar. Tiene lengua; es decir, sabe
explicarse. No es como aquel palurdo que venía
a visitarme hace años, cuando yo estaba bajo
el dominio de unas interminables calenturas de
de Malta, cogía una silla, se sentaba frente a
mí y no sabía decir otra cosa que esta: «Conque
calenturitas, ¿eh? ¡Puñemeras calenturitas!»
Pepe es un hombre de palabra fácil y pinto-
resca. En el pueblo le llaman Castelar. Lo que
más le admiran sus paisanos es el uso de las
palabras cultas que intercala en su pintoresco
lenguaje.
A mí lo que más me divirtió siempre fué ver
el aplomo con que, después de enfrontarse con
algo desconocido por él, dictaminaba. Cuando
yo era estudiante del bachillerato y andaba a
vueltas con la geografía astronómica, me em-
160
EVOLUCIONES
peñé en hablarle del cielo, de las estrellas, de
la órbita que la tierra describe en tomo al sol y
de la redondez de la tierra. Pero Pepe se oponía
a esto último. Lo del cielo no le hacía efecto;
me escuchaba sin replicar. Pero no admitió nun-
ca la redondez de nuestro globo, por más que
yo — falto ya de argumentos — , recurriese a mi
palabra de honor.
De los caminos del mundo y de la situación
de los continentes tenía una idea mucho más
pobre que San Isidoro en el siglo vii. Una vez,
un individuo del pueblo, que había determinado
emigrar a América, se acercó a un grupo, en
que estaban un tío mío y Pepe el jardinero, para
comunicar su partida. Mi tío tenía no sé qué
hacer por aquellos días en Cartagena y le había
dicho a Pepe que pensaba marchar allá. Así es
que, cuando llegó el emigrante y anunció lo
que deseaba, saltó Pepe: «Oye, entonces puede
ser que te encuentres con el señorito en Carta-
gena».
Tenía también sus teorías sobre la Aritmética.
Aseguraba que con dos, de las cuatro reglas,
tenía suficiente un hombre, «/o —me decía —
le hago a usted todas las cuentas que quiera, no
sabiendo más que sumar y restar».
Así era y así sigue siendo Pepe el jardinero.
En la casa contigua a la nuestra tiene un com-
161
EVOLUCIONES n
J. MORENO VILLA
pañero que le da ciento y raya en originalidad.
Este hombre, los domingos por la mañana va
a vestirse de limpio a tres leguas del pueblo,
donde viven sus padres. A la noche, cuando
vuelve, está tan sudoroso y empolvado como
la mañana del domingo.
Ahora recuerdo también a Rafael el capataz.
Su recuerdo me repugna. Cuando éramos chi-
cos mi primo y yo nos contaba cuentos de un
impudor brutal.
Las flores. — De todas las que había en el
jardín, tres eran las predilectas. El jazmín, el
carambuco y el heliotropo. El jazmín era para
nosotros algo así como lo limpio, lo pequeñito,
lo fresco y alegre. El carambuco, esa borlita,
tan grande como un botón del chaleco, amari-
llenta y mate, es de un olor tan suave y gusto-
so que nos atacábamos la nariz con ella. El he-
liotropo era también muy preferido, pero la
verdad es que nos empalagaba. Es el único de
los tres que ya no existe. ¿Recuerdas dónde es-
taba la mata? Allí, junto al portón del cau.
AI pie del jazmín, oculta en el suelo, estaba
la llave del saltador de la alberquilla. Hoy me
acerqué al registro y le di a la llave, pero no
funcionó. En cambio, sobre la alberquilla y las
macetas que la circundan, siguen como locos
162
I
EVOLUCIONES
los brillantes y multicolores caballitos del dia-
blo. Los mismos.
Las herramientas. — ¡El amocafre, el rastri-
llo, el peine, el azadón y la azada! jQué de su-
tiles escalofríos de bienestar debemos a estas
rústicas herramientas! Cuando el jardinero cogía
el amocafre — ese pico curvo como dedo de ar-
pía— , y lo hincaba en la tierra para sembrar un
clavel; cuando el jardinero iba limpiando los
paseos de las hojas caídas del níspero; cuando
luego peinaba la arenilla de los senderos; cuan-
do agarraba la azada y volvía una toma de agua,
una torna; qué de pequeños embelesos!
Mariquilla. — La hija del jardinero sigue sin
casarse. Al volverla a ver he notado en sus ojos
ese frío desolado de las mujeres cuando les
pasa en vano la edad del amor. Frente a ella,
estuve por decir: «Mariquilla, tú y yo, somos
dos seres inútiles para la humanidad».
Lo más horrible es pensar que todos, absolu-
tamente todos, incluso ella, sabíamos que no
se casaría nunca. Ella, no me cabe duda, lo sa-
bía. ¿Por qué, si no, aquella eterna mudez de la
niña, aquella eterna tristeza, hasta cuando la
sonrisa apuntaba en sus mejillas?
Todos conocíamos su sino. Había venido al
163
J. MORBNO VILLA
mundo raquítica y llegó a mujer. Su cuerpo es
de enana.
jPobrel Hubo una noche — hace años — , en
que vi con toda claridad y relieve el hondo des-
consuelo de aquel alma condenada a no gozar
jamás del amor. Fué una noche en que, la ser-
vidumbre, se reunió a cantar y a tañer la guita-
rra en casa del jardinero. Yo no había oído nun-
ca en boca de Mariquilla más de dos palabras.
De repente, a una reiterada petición de todos,
Mariquilla rompió a cantar una copla. El senti-
miento que puso en ella no he vuelto a oirlo
jamás. Fué una confesión en voz alta, como la
de los antiguos cristianos.
«El pater». — El cura del pueblo, «el pater»
como le decían algunos de la casa, ha venido a
verme en cuanto llegué. El pobre tiene también
su tragedia. Ya está viejo y muy mellado. Este
desmedramiento de la boca hace que su charla
sea más confusa de lo que era. Apenas si le en-
tiendo.
Tú no te habrás olvidado de él. Tú asistías
como las hijas de las demás familias veranean-
tes a la misa, los domingos. Tú tienes que acor-
darte de las maneras y gestos de este hombre.
Era la curiosidad la que le perdía, la que le
arrancaba de cuajo todo el matiz de recogimien-
164
EVOLUCIONES
to que exije aquella ceremonia religiosa. Así al
pronunciar el dominus vobiscum, lo prolonga-
ba mucho, lo prolongaba más, a fin de hacer
con la vista un paseo por la concurrencia devo-
ta. Ya estaba vuelto al altar otra vez y seguía
con el rostro torcido acabando de escudriñar lo
que había en la nave del evangelio.
Pero es un buen hombre. Lleva más de cua
renta años en este curato. Ya no aspira a una
parroquia ciudadana. Ha fabricado, por sus ma-
nos, una casita que comunica con la iglesia y
en ella vive con su hermana, una soltera vieja
de rostro varonil, feo y lleno de berrugas, de
voz ronca y ojos henchidos de agua siempre.
La pobre es de una cortesía de tratado de urba-
nidad muy digna de agradecer, pero algo azo-
rante.
Con esta señora y con sus hortalizas vive el
buen pater. No tiene amigos en el pueblo. Se
ha defendido lo posible del salvajismo que le
rodea, pero en cambio, el apartamiento le ha
ido entumeciendo más y más la ya de joven
poco activa sesera.
Sin embargo voy a buscar su conversación.
Para mí tienen mucho interés las costumbres
del pueblo, que él puede estudiar mejor que na-
die, dado su oficio. A él le oí una vez que las
devotas — no sé si de la Virgen del Carmen —
1^
J. MORENO VILLA
cuando estén en la agonía, han de tener el cuer-
po en la misma dirección que las vigas de la te-
chumbre. Otras hay que han de morir con la
cabeza apoyada en un ladrillo. Sí; el pater sabe
muchas cosas curiosas de esta gente.
y ahora te contaré la tragicomedia de su
vida, que, claro está, no he sabido por él. Re-
sulta que, una feligresa viuda, le ha estado re-
quiriendo de amores durante cuatro o cinco
años, y no de un modo insinuante o velado; a
la luz del día y atacándole de frente. Por lo
pronto, viendo que el cura rehuía su conversa-
ción, discurrió que le confesaría sus amores en
el confesonario. — «Aquí no tiene otro remedio
que oirme», se decía.
y se presentó en la iglesia una mañana. Las
comadres del pueblo, que conocían la desorde-
nada afición de La Marrullera, como le decían,
corrieron la voz y medio pueblo estaba en la
iglesia al poco tiempo.
Las penitentes iban pasando por el confeso-
nario. Al fin le llegó el turno a La Marrullera.
El silencio del templo se hizo más intenso. Los
curiosos contenían la respiración.
Apenas La Marrulleía hubo iniciado su sa-
crilega confidencia, vieron todos que el señor
cura se puso en pie y salió del confesonario,
dttjando a la pecadora sin absolver.
EVOLUCIONES
Llegó a la sacristía tembloroso. Apenas acer-
taba a revestirse para dar la comunión. El desa-
sosiego se transmitió al sacristán y a los mona-
guillos. Todos se miraban como inquiriendo lo
que iba a pasar allí. De pronto, penetra en la
sacristía una señora y dice: La Marrullera se ha
acercado al altar para recibir la comunión.
— Pues no la doy a nadie. Ya comprenderá
usted que otra cosa sería contribuir a un grave
delito. Así es que haga usted el favor de expli-
car a todas las señoras amigas suyas la causa
por la que voy a decir misa sin dar la comunión.
La Marrullera no se dio por vencida. Un fra-
caso no es nada para un ánimo antojadizo. Ella
siguió espiando todos los pasos del cura. Si ha-
bía un entierro, se apostaba en las cercanías
del cementerio aguardando la ocasión de hallar-
lo solo. Tuvo que suprimir los paseos por el
campo porque le seguía. Un aliento demoniaco
trabajaba dentro de aquella mujer.
Como el cura tenía enemigos, uno de ellos se
encargó de ir a la ciudad y referir el escándalo
de manera que el cura quedara algo al descu-
bierto. Por fortuna, el pater, había dado cuenta
al obispado de todas las escenas desde que co-
menzaron; pero de todos modos le ocasionaron
un disgusto más.
y la mujer sin transigir. Como no era loca
167
J. Moreno villa
manifiesta, loca de atar, no podían recluirla. El
cura acabó por no salir solo a la calle.
Este tragicómico estado de cosas no hubiera
cesado nunca, si no interviene brutalmente un
hijo de La Marrullera, el cual la amenazó pri-
mero con la muerte y luego acabó yéndose del
pueblo y arrastrando consigo a su madre.
Estas son las personas y estas son las cosas
que aquí me rodean. Con ellas sostengo mis
diálogos y mis meditaciones. No se cuanto
tiempo podré seguir a gusto entre ellos. De to-
dos modos si la melancolía cae ciega sobre mí,
ya conozco un remedio bastante eficaz: la dis-
tracción metódica, es decir, escribir todos los
días un número de horas en un Bestiario o en
un libro semejante.
Adiós, mi buena amiga, creo haberme salva-
do en todas estas páginas de las terribles caídas
sentimentales. Tú no sabes el esfuerzo que me
ha costado. Acaso, acaso es el único mérito de
ellas.
168
LIBRO TERCERO
EPITAFIOS
MVOL UCIONBS
UN POCO SONAMBULO
Artículo que vino a ser prólogo.
T A Semana Santa pasada me invitó un amigo a
^ entrar en la iglesia. Conservo grato recuerdo
de aquel templo, que no sé dónde está ni cómo
se llama.
Vi, apenas entramos, una losa sepulcral que
me sujetó férreamente en su presencia. Mi ami-
go, hombre de curiosidades más varias, me dejó
allí, solo, por espacio de media hora y al vol-
ver me dijo:
— Pero hombre, ¿qué haces?; ¿todavía estás
ahí delante de la losa y como sonámbulo?
— Sí, aquí estoy. He visto la losa; la he visto
en su cara externa, la he visto en su sentido ín-
timo y hasta he visto algo de los caracteres que
incorporaban el muerto y su hijo, que fué quien
aderezó la sepultura.
— Bueno, pero ¿qué tiene de particular ese
epitafio?
— No tiene mucho de particular si excluímos
la belleza de la expresión, pero, si quieres, lo
leeremos.
Oye, antes, una pregunta: ¿Has visto alguna
vez un epitafio de la antigüedad clásica? Pues
173
J. MORENO VILLA
te diré uno que recuerdo ahora. Es griego; dice
así: «Lenio y Pablo, hermanos, tuvieron una
vida común y unida; y unos mismos hilos de}
hado; y lograron una misma sepultura a la ri-
bera del Bosforo. Jamás pudieron vivir separa-
dos, hasta el punto de marchar juntos a la otra
vida. ¡Alegraos felices y unánimes! Sobre vues-
tro sepulcro debiera levantarse el altar de la
amistad.»
— ¡Qué raro, un epitafio tan explicado!
— Sí; puede ser. Esto se halla bien lejos de lo
que hoy se estila. Sobrenada en la forma sere-
na del lenguaje una templanza espiritual bien-
hechora que nada tiene de común con lo
nuestro.
— Así me parece.
Grábalo bien en la memoria y lee conmigo
esta otra, completamente cristiana. Lo primero
es un encabezamiento latino: Deo cui omnia
vivunt. Este lema, en el cual aparece Dios, tie-
ne ya la complejidad de las cosas teológicas.
Repara en que, puesto con ocasión de una
muerte, habla de la vida (Dios por el que todo
vive). Se habla de la vida porque a la muerte
se la considera como vida y como vida mejor
aún. Es la conocida paradoja cristiana, de un
barroquismo al gusto de hoy. Pero vamos a lo
romance.
174
EVOLUCIO NES
«Aquí yace García de Tal y Tal, caballero
de hábito de Santiago, señor de las villas de
Fuentes y Baldezar, que como sus virtudes co-
rrespondió a la nobleza de su linaje. Fué mo-
desto, templado, amable, liberal con los vivos,
piadoso con los muertos, amparo de pobres
y necesitados. Murió en paz, lleno de días y
de buenas obras, de edad de 93 años, en 9 del
mes de Febrero de 1613. D, Jerónimo de Tal
y Tal, con agradecimiento y tristeza, lo hizo
poner a la buena memoria de su padre muy
querido.»
— ¿Qué te parece?
— Muy bonita; más bonita que las nuestras.
Pero no veo mucha diferencia con la recordada
por ti. Es larga y de lenguaje sereno.
- Bonita, sí es. Acaso la más bonita de las
que yo he visto. Su estructura es magistral. Es-
tamos viendo a este buen hijo don Jerónimo de-
purando la expresión días y días, a fin de pres-
tarle altura, cristianismo, limpieza y algo de
diafanidad clásica.
Pero la objetividad clásica no se satisface solo
con un lenguaje diáfano y sereno. 7 los hom-
bres posteriores a Cristo han logrado rara vez
la objetividad. El individualismo con que Jesús
enriqueció la vida, asoma en todo lo cristiano.
A mí lo que más me interesa de esta losa es
175
J. MORENO VILLA
SU fisonomía castellana. Ella se manifiesta sobre
todo en las palabras: «.Fué modesto, templado,
amable, liberal con los vivos, piadoso con los
muertos, amparo de pobres y necesitados. y>
La templanza, la continencia, la sobriedad; eso
que envuelve a las más claras figuras de Casti-
lla como a los rudos pegujaleros. Luego lo otro:
piadoso con los muertos, amparo de pobres y
necesitados. La religión y la caridad. No, digo
mal. Ni la religión ni la caridad, como concep-
tos absolutos, son los que caracterizan a estas
gentes. Es el hecho religioso concreto de apia-
darse con los difuntos y el hecho caritativo es-
tricto de socorrer al menesteroso.
En esas palabras están resumidos hasta los
aspectos exteriores de los pueblos castellanos
que se conservan inmóviles desde aquella épo-
ca: un señero palacio y mucha miseria a su al-
rededor. Un palacio de arenisca, que alardea de
italiano, y un caserío mísero; de adobes o tie-
rra oocida al sol, cuando no es de cuevas, en
donde !as personas y las bestias cruzan herma-
nadas sus jadeantes respiraciones.
También se ve entre líneas la decrepitud de
un linaje. Yo no sé decirte quién fué don García
ni he de enterarme. Pero de fijo no fué uno de
aquellos hombres de empuje inafrontable que,
como saetas, salían disparados de sus pueblos,
176
EVOLUCIONES
andaban medio mundo, enriqueciendo el alma,
los sentidos y la bolsa, y luego volvían glorio-
sos al lugar nativo. Las empresas en que hubie-
ra tomado parte lucirían en !a inscripción, por-
que el hijo, bien orgulloso de su linaje, se
ve que busca títulos. Sí; asoma un poco la
vanidad en medio de tanta belleza. Porque al
fin y al cabo don García nada 'hizo, sino ser
virtuoso.
Don Jerónimo, el hijo, hubiera llenado muy
a gusto con breves referencias de hazañas o he-
chos valientes, la piedra. Pero al pensar en su
querido padre no halló sino virtudes de bonda-
dosa pasividad. Le vería en un sillón de baque-
ta, junto a la mesa de camilla, Jleno de días ya,
en las mañanas invernales, en la quietud de su
casa, en su villa de Fuentes, más quieta todavía,
por sobre la cual las nubes parece que navegan
menos raudas que sobre Madrid, y las personas,
de hecho, hablan con más lentitud.
— ¿No crees, le dije a mi amigo, que así debió
ser concretamente su vida?
— Me parece bastante lógico todo eso. Y aho-
ra, te diré que ya veo por qué te quedas sonám-
bulo delante de cualquier cosa.
— y tú, ¿qué has visto? — le interrogué.
—Pues he visto la iglesia, la sacristía, los al-
tares...
177
BVOLUCIONES 12
J. MORENO VILLA
— ¿y qué has visto? — insistí.
— Pues... nada.
— ¿Ves tú? Hay que ser un poco sonámbulo,
y de esta visita comenzaron a brotar los epi-
tafios.
178
EPITAFIOS
EVOLUCIONES
ERA INMORTAL
T A muerte vino
y le rompió la lanza;
pero también la muerte
huyó alanceada.
ERA MÍSTICA
QjOBRE un cielo gótico, azul y blanco,
*^ su alma una antorcha— prendía.
Cuando se apagó la antorcha
ya estaba toda, toda arriba.
181
J. MORENO VILLA
ERA FRANCESA
T?RA granja cultivada
^-^ y jardín. Era severa
y sutil. Ahorrativa
y regalona era.
ERA TOLERANTE
T?N el tribunal de su conciencia:
■^-^ MEMORIA, JUICIO Y CORAZÓN,
el último era un cacique,
que imponía siempre el perdón.
182
E VOLUCIONES
ERA OSADO
■\ BRió puertas encerrojadas,
'^^ pisó sobre claves deshechas,
cruzó la mar sobre un hilo
y entró en el cielo sin voleta
porque en la entrada dijo: «Pase»
sin mirar a Pedro siquiera.
ERA BELLA
"r?RA de porcelana, fina y leve.
^^ De su paso dejó transparencias,
gratos silencios, besos apuntados,
ritmos de marcha, sonrisas, bucles...
Monadas, que con ella se rompieron.
183
J. MORENO VILLA
ERA EL espíritu
'\ su vera llegaba un pobre
'^^ debilitado por el fardo de la vida
y se alejaba recio y ágil
como el cóndor o el águila altiva.
y es que su lengua pesaba
y su ademán impelía.
ERA LA INDIFERENCIA
\ YER murió, pero moría
"^^ desde que vino al mundo, casi.
Echado al sol, contra una tapia,
fumaba, mirando al aire...
Se lo comían los parásitos
más nada, nada le movió, ni nadie.
184
EVOLUCIONES
ERA VALIENTE
/"^OMO al tajo el torrente, se lanzaba al peligro.
^-^ Él vivía tan sólo la fe de su entusiasmo
y no paraba en que a la fe sigue el cuerpo
y que a éste le acecha la punta del peñasco.
ERA TAIMADO
"rpNTRABA por los desagües,
"^ salía por las gateras...
Nunca topó con el portero
que preside la honrada puerta.
185
J. MORENO VILLA
ERA GENEROSO
T?RA nube de lluvia
^^ que repartía y rociaba dones;
bautismo de sol manso
que hace fructificar los corazones;
nave siempre dispuesta
a sufrir la borrasca y los tifones
por traemos el trigo
de lejanas regiones.
ERA FARSANTE
TT^N las naves de Dios, dulzuras cantaba;
"^ en las celdas propias, cieno maldecía;
sus señas personales en el fichero humano
riñen con las sentadas en las fichas de arriba.
EVOLUCIONES
ERA EL HÉROE
"T^iERON las hienas
al sonar el tin de su muerte.
Ya se fueron con él la firmeza
y el sentido del fin para siempre.
ERA EL ORGULLO
'T'^ODA curva altanera le encantaba.
Supo más de las piedras celestiales
que de las guijas duras de la tierra;
si bien las puso el pie como quien sabe.
187
MORENO VILLA
ERA LO INATACABLE
/^^uisiERON comer de su carne;
^^ mas la carne del hombre puro
es, para las fauces del grajo,
cosa indigesta y sin jugo.
ERA FLOR DE IDEAS
Q<us ideas
*^ se las robarán los cuervos;
mas perderán su temblor
y serán ideas de yeso.
188
EVOLUCIONES
ERA LA PASIÓN
TTuÉ como un aspa giratoria,
-^ como una turbina sin freno:
Al grupo, al hermano, al país
agitó de la cruz hasta el seno.
FUÉ LA CONTINENCIA
/■"^ON la brida, refrenando,
^^ — y con un sentido severo, —
pasó, como pasa el astro,
serenamente el firmamento.
189
J. MORENO VILLA
ERA.,.
"TJ^RA el júbilo del alba:
^^ voz sencilla, frente clara;
nunca perdió la sonrisa,
nunca ganó la esperanza.
ERA LA MAESTRÍA
TTl supo de peso y medida,
^^ y supo de coloración,
y de rayas de geometría,
y del momento y la sazón
y de toda gran harmonía.
190
EVOLUCIONES
ERA EL DESENFADO
"X L desgaire, como sin gana,
'^~^ pero al vuelo, supo labrar.
En la selva de sus acciones
sus biznietos se salvarán.
ERA LA INQUIETUD
1~^URA sábana blanca la del último lecho.
■^ Únicamente su dureza
pudo anular el movimiento
perenne de su alma inquieta.
191
J. MORENO VILLA
FUÉ LA RESIGNACIÓN
"T^E sus meditaciones cristianas
"^ dedujo que lo mejor es bien poco;
y desde entonces — hoja suelta —
se fué abarquillando en el lodo.
ERA POETA
"p\OR el aire quieto cruza
un pico loco cantando.
¿Dónde va? ¿Qué fuerza errante
le guiará en el espacio
que no tiene caminitos
seguros ni perfilados?
Pasó como una saeta
romántica, delirando...
Los corderos que pacían
se quedaron extasiados.
192
EVOLUCIONES
ERA UN HOMBRB
'Hpocó la tierra y floreció la tierra.
jSirioI ¡Venus! ¿Estáis a su llegada alerta?
FUÉ CASQUIVANA
TruÉ mantilla de blondas, abanico de nácar,
faldilla de volantes, castañuela y guitarra *
193
EVOLUCIONES 13
J. MORENO VILLA
FUE LA MUSA SILENCIOSA
x To escuchamos su voz.
Andaba, sonreía, miraba.
¡Con qué pies, con qué boca, con qué ojos... I
¡y otra vez miraba, sonreía, se alejabal
ERA LA MESURA
T7RA un moderno mecanismo
^^ lleno de válvulas y frenos.
Yo le vi bajar por un tajo,
paso a paso, fumando y riendo.
194
á
MVOLUCIONMS
ERA OTRA COSA
QJi acibarada fué su palabra
^^ y despectivo el brusco ademán,
yo digo: jCulpad a los otros!
Él, por dentro, era miga de pan.
SRA LA ENVIDIA
Qii da con el punto de apoyo
^^ y con la palanca arquimédea,
él, deja al hombre en el vacío
quitándole de los pies la Tierra.
195
J. MORENO VILLA
NO ERA DE aquí NI DE ALLÁ
/'^OMO el corcho, para el cielo grave
^-^ y para la tierra ligero,
él no pudo subir un palmo
ni ahondar una cuarta en el suelo.
VIRGEN
/^^OMo la cernida nieve
^-^ — silencio, frío, pureza-
que cayó en cercado, fuese
inmaculada a la tierra.
196
EVOLUCIONES
ERA LA PALABRA SANTA
"T^ARA los pobres veleros,
para los que bogan mal,
fué un ojo de luz, un faro
alegre en la oscura mar.
ERA EL RESENTIDO
"TAETRÁs de un árbol, espiaba
"^ — eyaculando amarga saliva —
los afanes con que todos
trabajábamos nuestra vida.
197
J. MORENO VILLA
FUÉ LA DELICADEZA
"X DIVINANDO una muerte
'^~^ brutal, de calambres rojos,
apartóse de los suyos
y murió en el campo, sólo.
ERA CÁNDIDO
X LGuiEN le dijo y él le oyó embobado:
■^^ «La vida es sólo una estación de tránsito»,
y el infeliz sentóse, pidió copas,
lió un pitillo y esperó la hora.
198
EL ÚLTIMO EPITAFIO
EL QUE NUNCA
HUBIERA QUERIDO HACER
E\ OLUCIONBS
NOTA
TrL tema y la manera de concebir el epitafio
^^ me ilusionaban. No había punto ni coma con
tinte macabro en ellos: no iban dirigidos a per-
sona alguna fallecida; flotaban en regiones más
puras. Eran epitafios ideales a caracteres ver-
daderos que peregrinan por el mundo anónima
o luminosamente.
Pero he aquí que la vida real y tangible se
atraviesa en el camino. La muerte de una per-
sona bien amada.
y no pude volver a mi tarea.
Puse unos gruesos puntos suspensivos, y ple-
gué con desencanto las hojas de la cartera.
Frente a mí estaba el nicho donde enterraron a
mi prima y la losa en blanco.
201
J. MOREhlO VILLA
RECUERDOS DE UNA
NOCHE SINIESTRA
"T^ERMÍTEME, niña bien amada, ponga aquí los
recuerdos de aquella noche última que pa-
saste sobre la tierra, fría ya, en aquel cuarto
abierto al relente perforador de la madrugada,
donde ardían los seis cirios, y yo, con la con-
ciencia rota, entré y salí tantas veces!
Ahí, en una esquina, está el cadáver de la
virgencita, envuelto en los blancos hábitos de
Lourdes e iluminado por blancos cirios. He con-
templado largos ratos las manecitas cruzadas,
que ahora son de cera lívida. ¡Ellas, que, hasta
en las palmas, tenían rubores cálidos! ¡Yo las
había besado tantas veces! Esta noche no quie-
ro besarlas, pero tampoco me atemorizan. jHay
en ellas tal prestigio de las formas y distinción
de líneas! La ausencia del color es lo que les
hace parecer muertas, parecer figuradas. Si tu-
vieran color serían vivas, verdaderas, y segura-
mente yo pondría con sumo recato mis labios
en ellas. Pero se fué el color, se fué la vida, y
ya embozado en mi dolor sordo, difuso y exte-
nuado, entro, salgo y vuelvo a entrar, por ver si
vuelve el color a las manos.
202
E VOLUCIONES
Vuelvo a pasear por las calles estrechas que
dejan los sepulcros, las losas, las rejas, los ár-
boles. Son las tres de la mañana, las cuatro, las
cinco. Hay una claridad sin luna que sólo deja
ver las negras lanzas de los cipreces y las blan-
quecinas superficies de las losas sobre la tierra
oscura, como carpeta llena de tarjetones. En el
cielo hay un verdadero hervor de estrellas. Pa-
rece que se agitan, que luchan por situarse en
primera línea, para ser más bellas, más lucidas
y mejor apreciadas.
Indudablemente, no me inquietan los cemen-
terios. Subo y bajo escalones, doy vueltas, en-
tro en un patio y luego en otro. Paso por el de
las Ánimas, llego al de la Visitación — el que es
asimétrico, tiene soportales y los más románti-
cos cipreses — , y doy, al fin, en el que parece
un patio pompeyano. jLa luz velada de la noche
ennoblece tanta cosa fea! Luego, de día, he
visto con desencanto este último rincón, y ape-
nas he querido volver a pasear por entre los se-
pulcros.
En el patio de las Ánimas, estando adivinan-
do su losa, noté un ruidito corto. Era entre dos
luces. El cielo era blanco, de plata lechosa. Le-
vanté la vista, porque el ruidito vino de lo alto,
y vi, en una rama seca, un pájaro.
203
J. MORENO VILLA
jAhí ¿Eres tú? ¡Creí que tu manifestación pri-
mera y matutina era el canto, el alborozo y el
gorjeo!, le dije sin palabras, con el pensamien-
to, y él volvió a hacer el mismo ruidito con el
córneo pico en los secos palitroques.
Yo, entonces, pensé en ti. Tú no tuviste una
infancia alegre. Tampoco fué tu manifestación
primera y matutina el canto, la risa, el alborozo.
Te contentaste con hacer un ruidito leve en los
secos palitroques de las gentes con tu bondad,
con tu belleza y con tu modestia. En eso fuiste
como este pajarito de la aurora, que no quiso
cantar.
Siempre se empeñan en lo mismo. Todos di-
cen: «Está como dormida». «Está mejor des-
pués de muerta».
y es una piadosa, pero también cruel mentira.
¿Cómo había de quedar? Fué una lucha sorda
y traicionera por parte de la muerte. Para rendir
la plaza le quitó la apetencia, y la plaza se rin-
dió por falta de energías.
Sin embargo, en las horas últimas, ¿de dónde
recogiste la sublime entereza?
Sin duda, las energías de tu espíritu sobrevi-
vieron a las energías físicas. Así, pudiste hablar,
con palabras serenas, firmes y sencillas — pa-
labras que ponían hirsutos de frío los cabe-
204
./^
aVO LUCION ES
líos — , a tu novio, a tu hermano y a tu madre.
«Ven» — ibas diciendo a cada uno — , ven.
Voy a morir dentro de unos instantes. No me
interrumpas, que no puedo hablar más que al-
gunas palabras... Te he llamado para pedirte,
para decirte... para despedirte; ¡pobre madrel,
¡qué sola te quedas!
y la niña tenía veinte años e hizo llorar — sin
llorar ella — , a hombres y mujeres.
¡Que no muramos en un hotell ¡Que muramos
en una choza o en un camino antes que morir
en una fonda! Por evitar escalofríos ligeros a los
sanos huéspedes, nos arrojarán de ella recién
muertos y acrecentarán el dolor de nuestros
deudos. Tendremos que salir por las escaleras
de servidumbre, empinadas y estrechas, como
corridos de vergüenza, temerosos de la mirada
ajena, dando golpes con nuestros pobres huesos
en las maderas del féretro.
Así bajaste tú, pobre niña querida, a las tres
de la madrugada, como a escondidas, por la es-
calera falsa.
Tú, para quien tus padres no encontraban pa-
lacio bueno en el mundo, ni cariños, ni comodi-
dades bastantes.
Tu madre había vivido para ti, absolutamente
para ti, minuto por minuto, la vida entera, y de
205
J. MORENO VILLA
pronto vino un tío con galones y ordenó que
habías de salir al amparo — ¡al desamparo! — de
la noche por la escalera falsa.
Esta fué tu primera separación de tu madre.
Volvimos a salir. Recuerdo que nos acompa-
ñaba el conserje de la sacramental y que habla-
mos de las personas conocidas que había por
aquellos suelos, y del número de patios, y de
la posibilidad del ensanche, y del frío y de las
estrellas. También, de vez en cuando, exclamá-
bamos: «Parece que hay más luz; debe empezar
ya el alba». 7 era sólo el deseo.
El ánimo no podía permanecer en la misma
tensión horas y horas; por eso hablamos de co-
sas baladíes. Y hasta pedimos café para recon-
fortar el cuerpo aterido. Sin embargo, todo esto
nos parecía una gran irreverencia. 7, en des-
cargo, volvimos a ir al depósito.
Dove vai? Chi ti chiama
Lunge dai cari tuoi,
Bellissima donzella?
De estos versos de Leopardi me acordé varias
veces.
206
LIBRO CUARTO
LABOR BREVE Y PARALELA
EVOLUCIONES Í4
I
EVOLUCIONES
DUDAS DEL LABRADOR
TROJAS garbas de ensueño, que en los silos
de mi conciencia os vais amontonando
¿llegaréis al otoño de mi vida?
¿me bastaréis para un viaje largo?
211
J. MORENO Vll,LA
OTOÑAL
/^ TOÑO, has penetrado con sigilo en mis venas.
^^ ¿Qué son, si nó, estos soplos de crudeza y
[templanza
que matan los verdores, que doran la esperanza?
y estos oros ¿no son la ironía de las penas?
Otoño, ¿has escalado las erectas almenas
de mi torre? jOh vencida torre, donde mi lanza
juvenil es juguete del aquilón que avanza!
¡Cómo sonríes, pobre torre de mis cadenas,
torre de mis escapes, de mis vuelos románticos
de mis horas sin luz!...
Es Otoño el que ha puesto la sonrisa en tu
[boca
y ha de poner especia nueva en tus nuevos cán-
[ticos,
y en el asta eminente, en vez de seda loca,
una piadosa cruz.
212
EVOLUCIONES
RITMO ROTO
T TE perdido el ritmo
y sólo veo fealdad:
deshechas las arquitecturas;
los colores sin separar;
las palabras, vasos
rotos, que cortar\ la verdad.
He perdido el ritmo
y sólo veo mi maldad.
No entiendo mis palabras viejas
ni tampoco lo que es suspirar.
El bien se quebró en mi alma
y no lo pegaré jamás.
¿Son los años?, ¡dimel
Yo sólo supe meditar;
y acaso, acaso se deforme
el mundo con el pensar.
¡Dime! ¡Dime! ¿Dónde hallo el ritmo
de dulce y hondo compás?
¿En el mundo de las personas?
¿En la selva montaraz?
¿En el río, en el cielo? ¿En dónde?
213
J. MORENO VILLA
Dios me pudiera mandar
un afinador, de su cielo,
para este armonio que anda mal:
que decae, disuena y chilla,
y es, la avellana de mi mal.
214
EVOLUCIONES
LA MEDITACIÓN
TIN cerco de finas púas
^-^ ciñe toda meditación;
cada entrada en el cercado
es estría en el corazón,
o cabello cano en el pelo,
o en la frente duro tachón.
Pero, ¿quién rehuye la entrada?
¿Quién se queda sin ver a Dios?
215
J. MORENO VILLA
COMO UNA COPLA
NA estrella se corrió.
Es el alma de un pe
que va camino de Dios.
U'
Es el alma de un penado
216
EVOLUCIONES
NOCHES CLÁSICAS
I
T A luna fresca
de Agosto, lleva
lejos, muy lejos,
la incontinencia
del pensamiento.
¿Quieres huir
conmigo, a donde
yo solo fui
por los amores
para ti?
Pon tu mejilla
junto a la mía;
dame la mano;
quiéreme y mira
el disco santo.
Lo demás, ello
solo se hará...
lejos, muy lejos
es donde está
lo que queremos.
217
J. MORENO VILLA
II
Suenan tintanes
bellos, lejanos,
breves...
¿Hay algo
que se compare
con la falange
de estrellas?
«jAlgo!»
me dice alguien
que mucho amo.
i Algo!...
¡Tú eres la clave!
digo, y... lejanos
suenan tintanes
bellos y largos.
UI
Estoy mirando
en mi pensamiento,
lo negro y vacuo
de todo esfuerzo,
de todo aplauso.
Estoy mirando
218
EVOLUCIONES
sin pensamiento,
lo azul y amplio
del universo
cuando te amo.
219
J. MORENO VILLA
EXTRAÑEZA
■rpRES tú mismo
"^ quien ayer hablaba
en aquellos sitios,
con aquellos hombres
y aquellas mujeres?
¿Te reconoces?
Atiende, amigo:
El sol del alba
cambia en su giro
por luz de cobre
su luz de oro;
mas siempre es luz y lo contrario noche.
¿Cómo han podido,
tu paladar
y tu lengua, unidos,
hallar los nombres
de sentimientos pardos
y pesares deformes?
¿Eres tú mismo
entre aquellos hombres?
Tu espíritu antiguo
no te reconoce.
2gt
EVOLUCIONES
TARDE ROMÁNTICA
r~^óuo te gusta la tarde!
^-^ — Paloma quisiera ser;
volar al cielo que arde.
— Arde sólo en un rincón.
Pasa en el cielo lo mismo
que pasa en tu corazón.
221
J. MORENO VILLA
¡QUE DIGA.../
"X y, nuevo sol, nuevo día...!
■^~^ ¿Os enfurece mi gesto?
Que diga la noche fría,
que diga dónde se fueron
las cosas que yo tenía
para vivir más contento...
222
EVOLUCIONES
COINCIDENCIAS
npiENE la luna
belleza y frío:
en ambas cosas
está contigo.
Tiene el infierno
fuego y suplicio,
en ambas cosas
está conmigo.
223
J. MORENO VILLA
CUANDO rü
/^^UANDO tú, con esa cara
^-^ de morita pensativa,
me dices: «Yo me confío
a tu mano; sé mi guía»;
noto más brillo en el campo,
más rosa en la perspectiva,
y una sutil confianza
en el centro de mi vida.
Cuando tú, con esa cara
de morita pensativa
me dices: «Ya, para siempre,
es tuya la mano mía».
224
MVOLUCIONMS
AL PASO DE LAS NUBES
I
T?N qué orillas detendréis
"^ vuestro impulso aventurero,
blancos navios celestes?
En las orillas del cielo,
donde se sientan las vírgenes
a saludar pensamientos.
II
Nubes de cañón, redondas,
hay en la azul lejanía.
¡Bellos disparos, sin fuego,
sin artilleros, sin víctimas!
III
Son de un linaje subido.
Son aristócratas, saben
moverse en el infinito.
IV
Las pocas nubes que había
se corrieron al ocaso.
Ellas son agradecidas.
¡El sol, les prestaba tanto...!
225
EVOLUCIONES 15
J. MORENO VILL\A
¡Nubes sin amor, oscuras,
nubes sin inteligencia,
nubes sin luz ni alegría,
alejaos de mi conciencia!
226
EVOLUCIONES
A DESTIEMPO
'\/'A es tarde:
Son de oro los picos de los árboles;
acuden los vencejos; el silencio se expande;
vienen los luceritos a ver al sol en balde.
Ya es tarde:
Se han perdido un ocaso admirable.
jPobresí Pobres luceros si acaso, acaso saben
que están predestinados a llegar siempre tarde.
ya es tarde:
Sí, querida; cien posibilidades
han quedado, por siempre jamás, sin desflorarse.
Yo he buscado... yo tuve... ¿a qué voy a con-
[tarte.
Es una historia gris, una fábula mate.
Una explosión de afecto lanzada un día al aire,
a la que el eco dijo:
«Ya es tarde».
227
J. MORENO VILLA
LO QUE ES LEY
"rpsTE derroche lento, pertinaz, voluntario
^^ del corazón transido,
tendrá su fin, su triste decadencia de Otoño
y de sol vespertino.
Entonces la crudeza de estas cosas tempranas,
se habrá desvanecido
y no será la fibra de la pasión quien lleve
el lábaro divino.
La diosa esquivará trato con mi ruina.
Entonces mi dominio
del matiz, del adorno, la gracia y la armonía
tocara lo infinito
y sobre una carroza de marfil y de oro,
como el rey don Rodrigo,
recamado de joyas, moriré como debe
morir lo decaído.
238
EVOLUCIONES
A UN HOMBRE SIN TACHA
o hay muchas canas puras.
La plata que serpea
por el mundo, se ensucia.
N'
Tu barba noble y cana,
es nieve sin mancilla
en este Guadarrama
negro, cortante y frío,
de gentes sin conciencia
o picaros de oficio.
Quien llegue a los cincuenta
como el almo vellón,
y maltratada vea
su personalidad,
como el gallo del alba
decir su canto límpido podrá.
¡Pureza! ¡Un cielo puro
donde torres y chozas
perfilen su dibujo...!
¡Pureza! Mantel blanco
para que el pan moreno
se destaque más cálido...
229
J. MORENO VILLA
jPurezal Cristal vivo
donde destelle el alma
a los ojos divinos...
¡Pureza! Recio escudo
contra el dragón que arrastra
la inmundicia del mundo...
Vengan a ti los malos;
vengan a ti los fuertes;
contra el justo varón
no hay veneno de sierpt.
Preñada de ufanía,
tu bandera en el asta
dirá: soy de la torre
pura que Dios amasa.
y el enemigo torvo
que escucha a la bandera,
tendrá que hundir la nuca
para siempre en la tierra.
230
EVOLUCIONES
SALPICONES DEL MAR
TROZOS
TT'L mar tiene enseñanzas para toda ocasión:
^^ el verdadero mar, el del agua y los peces,
que el mar de la campiña, el de las muchedum-
[bres,
ése sabe de historia, de lógica y de leves.
El mar lame la roca, el mar tritura amarras,
el mar es imponente y es sedante, y resuella
y escupe al cielo, y ruge, y susurra amoroso,
y es negro, y se tachona de lunas y de estrellas.
No pierde nunca el móvil,
y en su rimar eterno
hay latente un zarpazo
puro y sanguinolento.
Caben en él las flores
y los bichos absurdos.
La perla y el erizo,
el veneno y el fruto.
En el mar, ondulado como una cabellera,
flotan inverosímiles nuececillas con velas.
Son las aspiraciones, los ideales blancos
que bogan por el alma de los gentíos sanos.
231
J. MORENO VILLA
¿ES UN LAGO?
"T^UEBLO mío, la duda me tienta con su amago.
¿Eres como el San Jorge de acero, me-
[dioeval,
o eres un pusilánime y melindroso lago,
sin bucles tormentosos en tu faz de cristal?
^ El lago se rodea de empenachados montes
que no dejan pasar los vientos insurgentes;
el lago es un miope que no tiene horizontes
y sonríe a la paz como los inocentes.
Las orillas del mar ¡qué abiertas y qué llanas!
Por ellas cruzan libres los céfiros cambiantes,
y son tibios regazos para las caravanas
y pájaros nacidos en países distantes.
232
EVOLUCIONES
LA FACA VIRGEN
"rpsTE hierro de la calle
"^ — con sus tufos— tiene horas.
Por eso, mientras no llegan,
duerme en la faja o la cómoda.
jOh, luna creciente y fría,
afilada y silenciosa!
Todos los enamorados
plebeyos aman tu hoja;
y en una noche de vinos
o de celos, y de sombras,
partirás, fría y callada,
las entrañas temblorosas
con la firmeza impasible
con que parte el mar la proa.
233
J. MORENO VILLA
SOMBRAS y LUCES
'N una colina señera
E'
-^ que atalaya el mar y la tierra.
invadido de amor por las cosas
y bañado en sus puros aromas,
yo me di a la madeja que arde,
y salí de las cosas avante.
Ya la luz, y la forma, y el tono,
la marina, y el bosque y el lobo,
realizaron en mí su misterio,
y quedaron huidos reflejos.
Fueron luz que prendieron mi mecha;
aspas raudas de mi inteligencia;
porque luego entendí que eran sombras
de algo incólume y grácil las cosas
Al dejar la madeja que arde
comenzaron de nuevo a brindarme
su alegato la mar, la colina,
el pastor y la bestia maligna.
234
EVOLUCIONES
Y yo dije: Benditas las cosas,
porque son proyecciones y sombras;
y provocan la adivinación
de las últimas, claras verdades.
Por aquéllas yo vivo en amor
y por éstas daría mi sangre.
3d5
J. MORENO VILLA
EN MEMORIA DE DON
FRANCISCO GINER
DE SU RELIGIÓN
^T^ú, fuerte en ia luz lenta, eras un corazón,
y por serlo manabas en una estepa dura
como fuente que vierte su trémula emoción
generosa, impelida de célica ternura.
Tú, fuerte en la luz lenta, eras un corazón.
Llena tu vida está de eñuvios fervorosos.
Yo no he visto más honda y firme religión
que la desparramada por tus labios gozosos.
DE su GRACIA
Por una cobardía bien humana,
huyo a buscarte al encinar del Pardo
que inundaste de gracia redentora,
hoy que un sudario blanco
sujeta férreamente
tus pies inquietos y ardorosas manos,
inertes para siempre
como tu corazón iluminado.
236
B VOLUC JONES
DE SU AMOR A LAS FLORES
Las que son alma del campo,
las florecillas silvestres,
el jacinto y el romero,
y el tomillo dulce y fuerte,
como los quisiste tanto
vinieron del campo a verte;
te rodearon el lecho,
y con sus aromas leves,
van abriéndote el camino
por los espacios celestes.
237
J. MORENO VILLA
PENSANDO EN DON
FRANCISCO días DESPUÉS
"X BUELO, ¿y aquel deseo
■^^~^ de catar todas las fuentes,
de morder todos los frutos,
de besar todas las frentes?
236
EVOLUCIONES
DIRÁN USTEDES MAÑANA
r^mÁN ustedes: En cada letra de cada hoja
remuévense como pajarillos en el nido
las aflicciones, las esperanzas, los entusiasmos,
las endebleces, la vida de un desconocido.
Dirán ustedes: Como la espada de Roldan en
[la piedra
fué su sentimiento marcando las hojas.
Resulta bueno, torpe, malo, experto.
¡Verdad! Mas le llegaban lágrimas a la boca.
y dirán ustedes, al llegar, al llegar a ios días
serenos de la virilidad,
— cuando resulta vana toda caligrafía — ,
dirán ustedes: Este no me quiso engañar.
239
. MORENO VILLA
SENTIMIENTO DE TRASLACIÓN -
T Temos abierto el día con penosa labor;
después, volviendo a casa, nos bañamos
[de sol,
de céfiro suave, parqueño, y de armonía:
la que daban al parque las púberes chiquillas.
Hemos partido el pan y el vino en nuestra
[mesa
como los pescadores y Jesús de Judea;
y el resto de la tarde fué para la fatiga
normal que exige Dios al oscuro adanida.
jUna jornada más
de esperanza que huye y presa realidad,
de ocasión escapada y de bendito afán!
Pero todo en un ámbito tranquilo y patriarcal.
7 en tanto...
Verdes aguas
marinas, bullidoras o serenas, y amargas,
son escenario frío de fulminantes dramas.
¡Mira cuántos destilan sangre bebiendo aguaí
240
EVOLUCIONES
y en tanto...
Negras zanjas,
abiertas cara a Dios, henchidas de fantasmas,
son escenario estrecho de impetuosos dramas.
¡Cuánta noble cabeza es colmena de balas!
y en tanto...
Por las mansas
y etéreas altitudes pasan rígidas bandas;
y es el aire también escenario de dramas,
¡Mira cómo voltea un hombre y se desalma!
y en tanto...
Nieves llanas,
nieves de pico, nieves de cabezas de anciana,
nieves de corazón que nunca tuvo alma
son escenarios blancos salpicados de grana.
y en tanto...
En tanto, pasan
y no vuelven... El cielo no puede con las almas,
y en la tieira millones de cabecitas blandas,
sin saber su orfandad, miran al cielo extáticas.
241
BVOmClONES 16
J. MORENO VILLA
TRES VICTIMAS DE
LA GRAN GUERRA
MUJER BELGA
SEMBRADORA vestida de azul y cofia blanca
— rubia, mucho más rubia que la reina de
[España —
que ayer, cuando esparcías la simiente dorada,
tus virginales pechos puramente mostrabas,
¿qué te pasó, querida?
— Nada, no pasó nada.
Fueron... los invasores...
y en un plato de plata
sus dos senos traía como antaño la santa.
242
EVOLUCIONES
II
MUJER FRANCESA
(Trozo de carta desde un pueblecíto.)
«Vinieron por el potro y el coche esta mañana.
Aún me quedan mi Jacques — que es médico —
[y su jaca.
La pobre tiene un bulto maligno que le salva.
Mi Jacques y el viejo preste son las únicas al-
[mas
de varón que transitan por las calles extáticas.
Jacques triste, /o, no sé paladear la gracia
de ser la única madre junto a cien aldeanas.»
243
J. MORENO VILLA
III
MUJER ALEMANA
La famosa doncella
del Rhin, no canta más.
Huyó de Heine; en cambio
lleva un «Hut» de bazar.
Prefirió a las romanzas
lunáticas, la paz
que le ofreció dichoso
un «social-democrat».
Mas todo fué al diablo.
(Zum Teufel noch ein malí)
armado hasta los dientes
se han llevado a su Franz.
Nota:
«Heine», vate francófilo
y semita, además.
«Der Hut», es el sombrero.
«Zum Teufel noch ein mal»
es una imprecación,
y «social-democrat»,
es el hombre pacífico
que se llamaba Franz.
244
E VOLUCIONES
BROMAS
QJE hacen bellas trenzas
^^ de cabellos largos;
si el cabello es corto
la trenza es un rabo.
Pretende mi amigo
trenzar sus ideas;
pero como tiene
rasa la mollera...
De cabellos largos,
¡qué bonitas trenzas!
Los cabellos cortos
sólo dan coletas.
245
ÍNDICE
Páginas
Explicación 15
LIBRO I.
Eximino, el presbítero (cuento) 27
Caprichos Románicos:
Las ceremonias 45
La venganza 48
La obediencia 50
Caprichos Góticos:
Monólogo de un hombre antiguo 59
Al habla con el arquitecto 63
El entallador sombrío 66
La dama del parteluz 68
Los diablos 70
Sabandijas Humanas:
Sabandijas humanas 81
La Mari-Bárbola 83
Eugenia Martínez Vallejo 84
Don Sebastián de Morra 85
247
El niño de Vallecas 86
«El Primo» 87
«El Inglés» 88
Nicolasito 89
LIBRO II.
Bestiario:
Dedicatoria: Carta a una señora 95
La cabra 102
El gallo 104
El asno 106
El caracol 108
La cotorra 109
La araña 110
El buey 111
La rana 112
El mono 114
Los gansos 115
El cerdo 116
La lagartija 117
El perro 118
El faisán 119
El antílope 1 20
El buho 121
El elefante 122
La hormiga 123
La zorra 124
El pez colorado 125
El pavo vulgar 1 26
El canario 127
El cisne 128
El flamenco 129
248
La mosca T 30
La paloma T31
El dromedario y el camello, 132
El oso 133
El escarabajo 134
La tortuga 135
La avispa 1 30
La innominable 137
El lagarto 138
La cigüeña 1 39
El conejo 1 40
El ratón 141
El buitre 142
La ardilla 143
El canguro 144
El avestruz 145
La llama del Perú 146
El caballo 147
La muía 1 48
El león 149
Anécdota del Bestiario 150
Preocupaciones 151
Los problemas del Bestiario 152
El Bestiario en su retiro ideal 1 58
LIBRO IIL— Epitafios:
Un poco sonámbulo 1 73
Era inmortal 181
Era mística 181
Era francesa 182
Era tolerante 182
249
Era osado 183
Era bella 183
Era el espíritu 184
Era la indiferencia 184
Era valiente 185
Era taimado 1 85
Era generoso 186
Era farsante 1 86
Era el héroe 187
Era el orgullo 187
Era lo inatacable 188
Era flor de ideas 1 88
Era la pasión 1 89
Fué la continencia 189
Era 191
Era la maestría 190
Era el desenfado 181
Era la inquietud 191
Fué la resignación 192
Era poeta 192
Era un hombre 193
Fué casquivana 193
Fué la musa silenciosa 194
Era la mesura 194
Era otra cosa 195
Era la envidia 195
No era de aquí ni de allá 196
Virgen 196
Era la palabra santa 197
Era el resentido 197
Fué la delicadeza 198
Era candido 198
250
El último epitafio:
Nota 201
Recuerdos de una noche siniestra 202
LIBRO IV (Poesías).
Labor breve y paralela:
Dudas del labrador 211
Otoñal 212
Ritmo roto 213
La meditación 215
Como una copla 216
Noches clásicas 217
Extrañeza 220
Tarde romántica 221
]Que diga... 1 222
Coincidencias 223
Cuando tú 224
Al paso de las nubes 225
A destiempo 227
Lo que es ley 228
A un hombre sin tacha 229
Salpicones del mar 231
¿Es un lago? 232
La faca virgen. . 233
Sombras y luces 234
En memoria de D. Francisco Giner 236
Pensando en D. Francisco días después. 238
Dirán ustedes mañana 239
Sentimiento de traslación 240
Tres víctimas de la Gran Guerra 242
Bromas 245
251
FE DE ERRATAS
Página Línea
Dice
Debe decir
31
17
142
2
148
3
161
21
ce mu I cei-uul
rapidez rapacidad
dibujaron dibujarán
después de Car- Esto era en Má-
tag-ena
lag-a y el barco
salía de Cádiz
para Buenos
Aires
202
17
de las formas
de formas
203
25
su losa
una losa
253
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