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Full text of "Evoluciones; cuentos, caprichos, bestiario, epitafios y obras paralelas"

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J. MORENO  VILLA 


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CALLEJA 


Digitized  by  the  Internet  Archive 

in  2010  with  funding  from 

University  of  Toronto 


http://www.archive.org/details/evolucionescuentOOmore 


BIBLIOTECA       CALLEJA 

PRIMERA     SERIE 


J.  MORENO  VILLA 

EVOLUCIONES 


OBRAS    DE   J.    MORENO    VILLA 


GARBA  (poesías). 

EL  PASAJERO  (poesías). 

LUCHAS  DE  PENA  Y  ALEGRÍA  (poema). 

EVOLUCIONES  (prosa  y  verso). 


].    MORENO    VILLA 


EVOLUCIONES 


CUENTOS,    CAPRICHOS,    BESTIARIO, 
EPITAFIOS  Y  OBRAS  PARALELAS 


EDrrOP>¿AL"SATUIVN  INO    CALLEJA-  S.A. 

CASA    FU-NDADA    EL    AftO    187» 


M     A      D      IV_  1      D 


PROPIEDAD 

DEIÍECHOS    ?E3ERVAOOS 


9 
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EVOLUCIONES 


CON  GARCILASO 

...  busquemos  otro  llano, 
busquemos  otros  montes  y  otros  ríos, 
otros  valles  floridos  y  sombríos, 
donde  descanse  y  siempre  pueda  vsrte 
ante  los  ojos  míos 
sin  miedo  y  sobresalto  de  perderte. 


EXPLICACIÓN 


-T^RES  son  los  sentidos  que  se  pueden  dar  a  ia 
palabra  o  mote  con  que  se  bautiza  este  libro. 
El  primero  es  pintoresco,  metafórico;  el  segun- 
do, algo  alambicado,  metafísico;  ei  tercero,  ju- 
guetón y  natural. 

Para  explicar  el  primero  me  sirvo  de  los  avio- 
nes, esos  pájaros  (no  esos  aparatos)  que,  du- 
rante los  crepúsculos  vespertinos,  acuden  sobre 
las  anchas  plazas  y  los  puertos  de  mar  a  descri- 
bir giros  veloces  y  sibilantes,  a  subir  y  bajar,  a 
trazar  curvas,  elipses  y  figuras  arbitrarias.  Aquel 
ajetreo,  aquel  ir  y  venir,  aquel  desenredar  figu- 
ras lineales  inconsecuentes  en  el  espacio,  me 
parece  imagen,  si  no  cumplida,  aproximada  de 
mi  libro. 

Para  explicar  el  segundo  hay  que  creer  en  la 
facultad  evolutiva  de  todas  las  cosas. 

La  facultad  evolutiva  del  pensamiento  es  la 
que  llena  de  novedades  sin  fin  los  silos  de  la 
conciencia,  del  arte  y  de  la  vida. 

La  facultad  evolutiva  es  la  bengala  mágica, 
el  palito  de  virtud  que  empuña  el  poeta. 

Pero  esta  facultad  evolutiva  del  pensamiento 
tendría  poca  fuerza  si  los  objetos  y  las  presen- 

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J.    MORENO    VILLA 

cias  todas  del  mundo  que  nos  cercan  no  solici- 
taran también  una  evolución  ininterrumpida. 

Si  del  granito  de  arena  pasamos  al  dolmen  y 
al  sillar  con  que  se  fabrica  el  palacio,  y  a  los 
cimientos  que  sostienen  la  catedral,  y  a  los  fun- 
damentos del  mundo  y  de  la  vida  y  a  los  pelda- 
ños que  forman  la  escala  celeste,  es  tanto  por 
la  facultad  evolutiva  de  mi  pensamiento  como 
por  la  que  vive  callada  en  el  granito  de  arena. 

Para  explicar  el  tercero  hay  que  hacer  un  poco 
de  historia. 

Hace  ya  varios  años  emprendí  un  viaje  raro 
en  compañía  de  unos  hombres  sabios;  es  decir, 
raros  también.  En  ese  viaje  está  el  origen  de  la 
mitad  de  este  libro.  Dimos,  sobre  el  mapa  de 
Castilla  la  Vieja  y  la  Rioja,  unos  cuantos  saltos 
de  cabra  montes.  Aquello  fué  vertiginoso.  Yo 
no  sé  lo  que  mis  amigos,  los  sabios,  sacarían 
de  tales  piruetas  en  el  espacio.  Yo  saqué  bien 
poco:  unas  cuantas  notas  de  sabor  agridulce,  la 
visión  movida  y,  por  lo  tanto,  poco  precisa  de 
unas  aldeas,  unos  edificios,  unos  rasgos  de  cos- 
tumbres genuinas,  y...,  eso  sí...,  un  gran  apego 
al  arte  medioeval,  debido,  sin  duda,  al  baño  de 
misterio  que  le  envuelve,  encanto  éste  sin  el 
cual  no  creo  pasible  arte  ninguna. 

Recuerdo  la  visita  a  la  catedral  de  Falencia. 
Bajamos  a  estudiar  las  medidas  y  planta  de  la 

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EVOLUCIÓN  ES 

cueva  de  San  Antolín.  Tenía  un  palmo  de  agua 
el  suelo,  y  era  tanto  el  frío  de  sus  paredes  ben- 
ditas, que  —en  pleno  mes  de  Agosto—  cada 
cinco  minutos  había  que  salir  a  buscar  la  cari- 
cia furiosa  del  sol.  Dije  «paredes  benditas»  por- 
que lo  son  y  están  probadas  de  santidad.  Las 
raspaduras  de  su  piedra  caliza,  echadas  en  un 
vaso  de  agua,  curan  no  sé  qué  molestias  del 
estómago,  según  las  vecinas. 

Así  como  también  estas  paredes  devuelven, 
o  infunden  —porque  ello  no  está  muy  claro — , 
el  talento  a  los  chicos  con  sólo  golpearles  la 
sesera  contra  ellas. 

Este  recuerdo,  de  digna  memoria,  saqué  de 
Falencia.  Luego  estuvimos  en  Burgos,  pero  no 
vi  nada  en  aquella  visita.  Mi  segundo  recuerdo 
es  de  Haro.  Casi  todas  las  calles  están  ocupa- 
das por  hombres  y  mujeres  sentados  en  sillas, 
haciendo  alpargatas. 

Hay  en  Haro  rincones  bellos  de  línea  y  de 
color.  Tiempos  después  he  reconocido  uno  de 
ellos  en  un  lienzo  de  Zuloaga. 

De  Haro  en  adelante  puedo  precisar  poco 
más.  Recuerdo  que  alquilamos  un  coche  para 
ir  a  Santo  Domingo  de  la  Calzada  y  que  con 
nosotros  venía  un  cura,  también  en  calidad  de 
sabio,  el  cual,  no  sé  si  por  las  irritaciones  de 
un  viaje  tan  duro  y  sostenido  o  porque  el  vinillo 

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EVOLUCIONES  2 


J.    MORENO     VILLA 

de  Haro  no  le  cayera  bien,  se  tuvo  que  apear 
repetidas  veces,  meterse  en  los  sembrados  y 
remangarse  los  hábitos. 

Al  anochecer  llegamos  a  Santo  Domingo.  Ya 
no  recuerdo  si  hubo  cena.  Creo  que  no.  Nues- 
tros cuartos,  en  la  posada,  caían  sobre  el  esta- 
blo. Todo  era  de  madera.  Unid  esto  a  la  fiebre 
de  agosto  y  no  tomaréis  a  locura  ni  capricho  el 
que  yo  durmiera,  o  mejor  dicho,  velara,  en  ca- 
misa de  dormir,  toda  la  noche  en  el  balcón. 

Muchas  veces,  en  otros  viajes,  he  renegado 
de  los  viajantes  de  comercio;  pero  el  hecho  es 
que  por  donde  ellos  van  hay  fondas.  ¡Lástima 
que  a  los  jóvenes  de  Santo  Domingo  de  la  Cal- 
zada no  les  guste  el  paño  de  Sabadell! 

Me  olvidaba  de  algo  que  siempre  recuerdo 
con  gusto.  Vi  en  la  Iglesia  Mayor  un  enorme 
gallinero,  una  verdadera  habitación,  a  unos  tres 
metros  de  la  solería,  con  verja  dorada,  en  una 
pared  del  crucero.  En  el  interior  se  agitaban  y 
cacareaban  un  gallo  y  una  gallina  blancos, 
según  ritual.  Por  lo  que  me  dijo  el  sacristán,  no 
se  trataba  de  la  ofrenda  venusina  de  las  tórto- 
las; era  una  tradición  que  arrancaba  de  un  mi- 
lagro hecho  por  Santo  Domingo.  Lo  único  un 
tanto  lamentable  es  el  desgraciado  olor  a  galli- 
nácea que  flota  en  el  aire.  Tampoco  es  muy 
edificante  para  un  forastero  sentir  que  al  punto 

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EVOLUCIONES 

y  hora  graves,  en  que  el  oficiante  se  recoge 
para  la  consagración,  cruja  en  el  ámbito  del 
templo  la  estridencia  del  cacareo. 

De  allí  fuimos  a  San  Millán  de  la  Cogolla, 
pasando  por  Berceo,  aldeuela  tapizada  de  paja 
y  boñigas. 

El  paisaje  es  bonito  por  allí.  Verdes  laderas, 
colinas  suaves,  sin  horizontes  abiertos. 

jSan  Millán  de  la  Cogolla!  Aquí  sigue  habien- 
do monjes  todavía,  en  el  monasterio  de  Yuso,  o 
de  abajo,  que  en  San  Millán  de  Suso,  o  de  arri- 
ba, no  queda  más  que  el  edificio  mozárabe  y  la 
viga  del  milagro,  que  se  halla  incrustada  en  un 
pilarote.  Dice  la  tradición  que  estando  en  fábri- 
ca la  iglesia,  y  los  obreros  colocando  una  viga, 
vieron  que  era  corta  y  que  ya  no  era  posible 
retirarla  sin  peligro.  Entonces,  ante  los  votos 
de  los  monjes,  hizo  San  Millán  que  la  viga  cre- 
ciera un  palmo  o  dos,  a  la  vista  de  los  concu- 
rrentes. 

Después  de  esto  volvimos,  por  Berceo,  a  la 
bonita  villa  de  Haro,  y  de  allí,  no  sé  por  dónde 
ni  adonde.  Sé  que  estuve  también  en  León. 

Los  años  han  pasado  desde  aquel  primer  viaje 
por  pueblecitos  españoles.  Es  cierto  que  saqué 
poco  fruto  en  aquel  entonces  y  que  las  moles- 
tias sobrepujaron  a  las  comodidades  y  a  las  gra- 
tas emociones;  pero  nada  es  baldío  en  absoluto. 

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J.    MORENO     VILLA 

Después  de  aquello  ha  venido  a  ser  casi  un  de- 
seo pertinaz  en  mí  el  recorrer  aldeas  y  villorrios 
antiguos.  Nada  hay  en  España  que  tenga  mayor 
misterio.  Parece,  en  ellos,  estancada  la  vida  en 
siglos  muy  pretéritos,  en  siglos  que  ya  nadie, 
en  ninguna  parte  del  mundo,  puede  saborear. 
Estoy,  en  realidad,  ligado  a  la  Edad  Media,  su- 
jeto por  su  misterio.  Sus  realidades  vivas,  gro- 
seras o  delicadas,  espirituales,  sensuales  y  gro- 
tescas, me  asaltan  de  un  modo  discontinuo  a  lo 
largo  de  mi  vida  ciudadana  madrileña. 

Las  emociones  de  aquel  primer  viaje  no  digo 
se  reflejen  en  las  páginas  que  siguen;  pero  en- 
tiendo que  la  viga  de  San  Millán,  la  aldea  de 
Berceo,  las  gallinas  de  Santo  Domingo,  las  al- 
pargatas de  Haro  y  la  cueva  de  San  Antolín 
fueron  buenas  bases  para  templar  un  espíritu 
juvenil  férvido,  amigo  de  lo  sobrenatural  y  se- 
ráfico. Sobre  tales  bases  estudié  luego  la  cate- 
dral de  León,  y  del  contacto  con  el  mundo  gro- 
tesco del  gótico,  lleno  de  alimañas,  salió  la  se- 
rie del  Bestiario. 

La  primera  cosa  suscitada  por  el  viaje  fué  un 
cuento.  Luego,  caprichos  medioevales,  pen- 
sando en  el  mundo  románico  y  en  el  gótico,  y 
como  consecuencia  de  lo  grotesco,  una  mirada 
a  los  bufones  del  Museo  del  Prado,  y,  por  últi- 
mo, la  serie  del  Bestiario. 

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EVOLUCIONES 

El  segundo  libro,  de  otro  carácter  ya,  tiene 
por  arranque  un  artículo  en  que  se  comparan 
dos  lápidas  sepulcrales :  una  cristiana  y  la  otra 
griega.  Mi  pensamiento  evolucionó  entonces 
hacia  la  poesía  lapidaria. 

Las  poesías  sueltas  que  siguen  a  esta  serie  de 
Epitafíos  representan  aquí  esas  labores  parale- 
las y,  en  cierto  sentido,  secundarias  que  todo 
hombre  ejecuta  al  cabo  del  año.  En  realidad, 
ellas  son  lo  único  nacido  sin  evolución;  al  me- 
nos, sin  evolución  explicable  ya. 


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LIBRO    PRIMERO 


EXIMINO,  EL  PRESBÍTERO 


Eximinus  presbiter  scrípsii; 
Era  954. 


I 


T^EJÓ  el  lecho  áspero  en  que  dormía  y  se  vis- 
-^  tió  la  ropa  talar.  Eran  las  cinco  de  la  maña- 
na. Bajó,  a  través  de  las  tinieblas,  hasta  la  fuente 
del  patio,  en  la  que  dejó  el  frío  mojándose  la 
cabeza  y  las  manos.  Esta  sencilla  ablusión  le 
hizo  añorar  el  baño  de  otros  días.  Todo  su  pre- 
térito vivir  musulmán  pasó  como  una  cinta  no- 
velesca por  su  memoria,  con  relieve,  color  y 
movimiento.  Pero  la  espina  de  una  acción  re- 
prochable, esa,  no  pasó.  Asentada  en  la  puerta 
misma  del  alma,  todo  lo  que  del  mundo  venía, 
o  lo  que  ella  rumiaba,  había  de  arañarse  en 
aquella  punta  aguda.  En  silencio  dijo: 

«Tullida  mi  alma  ¿qué  pude  hacer?  No  tuve 
brío  de  varón  y  me  escondí  entre  unos  fardos, 
como  el  conejo  tímido.  Dejé  indefensa  a  Zadí. 
Los  asaltantes  la  sustrajeron  de  nuestro  hogar. 
Fué  una  mala  acción  la  mía  huyendo,  rehuyen- 
do la  defensa  y  el  peligro.  Pero  Dios  me  puso 
dentro  del  cuerpo  un  alma  sin  alma.  La  mata 
endeble  del  campo,  que  no  resiste  el  peso  de 
una  mariposa,  es  la  imagen  misma  de  ella.  Por 

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./.    MORENO     VILLA 

esto,  los  enemigos  de  Aláh  se  llevaron  mi  zafiro. 
Zadí  era  la  piedra  azul  transparente,  a  cuyo  tra- 
vés la  vida  era  un  templado  y  dulce  afán.  En  la 
barahunda  del  asalto  perdióse.  Cuando  los  ene- 
migos de  Aláh  se  alejaron  me  vi  solo  y  la  vida 
empezó  a  ofrecérseme  bajo  nueva  máscara. 
Vino  primero  la  confusión,  después  la  miseria. 

Hace  ya  diez  años  de  aquello.  Mi  Zadí  tenía 
diez  y  seis;  yo,  veinte. 

Pobre  me  vi  entre  los  pobres,  porque  yo  care- 
cía de  virtudes  guerreras  o  cristianas. 

Un  monje,  un  día,  dedujo,  mirándome  a  la 
cara,  mi  origen  musulmán.  Me  llamó  y  me  dijo: 

— Tú  perteneces  a  la  gente  del  Sur.  Hara- 
piento vas  y  no  estás  tullido.  ¿Qué  oficio  practi- 
cabas entre  los  tuyos? 

— Señor,  nunca  tuve  oficios.  Amaba  y  leía.    * 

— Tanto  más  debe  dolerte  ahora  la  pobreza, 
si  vivías  con  holgura  y  bienestar.  ¿No  saben  de 
ningún  trabajo  tus  manos? 

— ¡Míralas! 

— Manos  de  caballero  son;  nada  deshizo  la 
pureza  de  sus  líneas.  Sólo  veo  una  huella  en  el 
dedo  del  corazón. 

— Es  de  la  pluma  y  del  pincel.  Me  gustaba 
copiar  los  buenos  libros. 

— ¿Ves  tú?  j7  decías  que  tus  manos  eran  in- 
expertas! Si  es  tu  gusto  ya  tienes  trabajo, 

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EVOLUCIONES 

Y  me  llevó  al  cenobio.  Allí  me  fueron  edu- 
cando en  la  nueva  idea.  A  la  luz  celeste  de  mi 
zafiro  vino  a  sustituir  una  visión  rosada  y  hen- 
chida de  promesas,  que  me  arrebató  y  me  hizo 
arder  como  una  mecha  rociada  de  aceite  de 
oliva.  Comencé  a  copiar  libros  santos  que  me 
encomendaban.  Pero  sus  adornos  en  color  no 
me  satisfacían  y  los  fui  sustituyendo  por  otros 
de  mi  invención.  Fueron  muchas  las  alabanzas 
que  atrajo  mi  faena,  si  bien  yo  las  tomé  por  su- 
perfluas  porque  ninguno  de  los  felicitantes  era 
maestro  en  mi  oficio.  Mas  subí  a  los  ojos  de  mis 
hermanos  y  subí  en  jerarquía.  Después,  el 
tiempo  fué  mitigando  aquel  delirio  novel  y  fué 
un  deslizarse  mansamente  la  vida  para  mí.  Lo 
que  se  me  pide  en  la  tierra  no  es  duro  de  hacer. 
Vivo  sin  zozobras  ni  luchas.  Se  me  pide,  sola- 
mente, mansedumbre  para  mi  labor  pesada  y 
lenta.  He  aquí  que  mi  alma  tullida  dio  con  su 
marco. 

¡Ayl  jSi  la  espina  de  la  mala  obra  resbalase  de 
mi  alma!  Sólo  aquella  traición  rompe  mi  paz.» 

Pero  este  resquemor,  este  molino  lento  que 
se  agitaba  en  su  conciencia  no  era  suficiente 
para  arrancarlo  de  la  apatía.  Su  voluntad  des- 
madejada y  su  terror  ante  los  obstáculos  con- 
ducíanle — góndolas  de  ébano  suave  —  sobre  la 
lisa  planicie  de  un  lago  grasiento. 

29 


J.    MORENO     VILLA 

Por  el  claustro  bajo,  en  la  penumbra  todavía, 
pasaban  lentas  las  sombras  de  los  monjes.  En  el 
cielo  alto,  frío  e  incoloro,  que  se  ve  desde  el 
patio,  los  luceros  vigorosos  resistían  el  empuje 
de  la  luz  cercana  y  se  les  veía  temblar,  temblar, 
como  espirantes. 

A  esta  hora  de  alba,  como  a  la  del  ocaso,  los 
objetos  se  destacan  por  siluetas  negras  e  incor- 
póreas sobre  los  fondos  luminosos.  Las  ramitas 
secas  de  los  árboles  ofrecen  un  aspecto  insos- 
pechado. Eximino,  como  los  pintores  asiáticos, 
se  ha  fijado  en  esos  aspectos  de  las  cosas  cuan- 
do nace  o  muere  el  día. 

Eximino  caminaba  a  lo  largo  del  claustro  de 
una  manera  automática.  De  vez  en  cuando,  sus 
pensamientos  llegaban  a  una  tensión  tal  que  le 
cerraban  la  marcha.  Los  nudos  de  la  concien- 
cia pueden  anudar  los  pies. 

Sonó  la  campana  y  entró  en  la  iglesia.  La  ce- 
lebración de  la  misa  fué  un  suplicio  aquel  día 
porque  le  acosaban  sin  cesar  visiones  y  recuer- 
dos. Hubo  momentos  en  que  hasta  creyó  distin- 
guir palabras  lejanas.  El  pobre  monje  se  batía 
con  las  sombras  irresponsables  del  recuerdo. 

Cuando  salió  de  la  capilla  y  cruzó  el  patio 
para  subir  a  su  cuarto  de  faenas,  al  scríptoríum, 

■30 


EVOLUCIONES 

ya  la  luz  de  la  mañana  corría  en  triunfo,  y  vi- 
mos su  figura  espigada  y  seca,  un  tanto  do- 
blada ya  por  la  espalda.  Eran  los  diez  años  de 
escriba,  los  diez  años  inclinado  sobre  el  ta- 
blero. 

Llegó  al  cuarto,  que  estaba  en  lo  alto  de  la 
torre.  Iba  a  comenzar  el  trabajo.  Aguzó  las  plu- 
mas, miró  los  punzones,  escogió  las  tacitas  don- 
de tenía  las  tierras  o  colores  disueltos,  y  se  puso 
a  la  tarea.  Ahora  traza  la  silueta  de  un  pavón, 
luego  la  de  un  ciervo,  luego  la  de  un  pez.  Son 
figuras  esquemáticas.  En  la  boca  del  pez  pondrá 
una  hojilla  rizada;  por  cresta  caprichosa  le  pone 
al  ave  una  grácil  campánula.  7  para  pintar  es- 
coge dos  entre  aquellos  colores  que  tiene  de- 
lante, que  él  llama  cardlno,  vermicio,  pardo, 
virij  indicum  y  cernul,  y  le  tiñe  al  cuadrúpedo 
las  patas  de  un  color  por  la  parte  de  fuera  y  de 
otro  por  la  interna.  El  capricho  anda  suelto. 
Eximino,  hay  ratos  en  que  se  distrae  como  un 
niño  con  sus  juegos.  Pero  cuando  no  logra  en- 
cajar una  silueta  o  no  le  satisface  la  solución 
del  adorno,  deja  el  punzón  y  se  asoma  al  ven- 
tanuco de  la  torre. 

Ya  la  mañana  es  un  himno  triunfal  en  los 
campos.  La  vista  se  engríe,  se  zambulle  gustosa 
en  la  profusión  de  colores  y  en  las  vanantes  de 
la  luz  y  en  los  giros  de  las  sendas  y  los  arroyos. 

31 


J.     MORENO     VILLA 

Al  pronto,  Eximino,  pierde  hasta  el  pensa- 
miento mismo. 

Pero  cuando  sale  del  arrobo  y  decide  prose- 
guir la  tarea,  anda  unos  pasos  y  vuelve  la  cara 
temeroso  de  romper  el  hilo  que  le  une  a  lo  que 
hay  tras  los  montes  aquellos  lejanos  y  azules, 
leves  según  creencia  de  los  ojos,  invencibles  y 
graves  según  dice  el  corazón. 

Se  pasa  las  manos  por  los  ojos;  se  sienta  y 
escribe  un  momento.  Luego  deja  otra  vez  la 
pluma.  Es  evidente  que  no  puede  escribir.  Zadí 
aparece  sobre  las  negrillas  letras  del  códice. 
Apenas  puede  reconocerla.  Sus  vestidos  ya  no 
son  aquellos  tan  leves,  tan  abundosos,  tan  refi- 
nadamente encubridores  de  su  belleza.  Va  des- 
calza, mal  peinada; parece  una  miserable.  Arras- 
tra una  criaturilla  de  la  mano.  Con  ese  aire  de 
los  mendigos  tristes  que  se  esfuerzan  por  son- 
reir,  se  acerca  a  un  grupo  de  soldados.  Uno  de 
ellos  le  empuja  y  le  hecha  con  modales  bruscos. 

Eximino  vuelve  a  pasarse  las  manos  por  los 
ojos,  y  luego,  sin  aparente  emoción  y  deseoso 
de  librarse  de  aquella  estampa  fija,  dice:  «No  es 
nada.  Son  cosillas  de  aquí  dentro.» 

Pero  la  paz  no  vuelve.  Su  monólogo  sigue  de 
esta  manera: 

«¿Qué  fuerza  clara  hay  en  mis  pensamientos 
hoy?  ¿Por  qué  veo  aquellas  cosas  lejanas  con 

32 


BVOL  LICIONES 

un  sentido  más  hondo  de  mi  responsabilidad? 
Hoy  por  vez  primera  comprendo  la  vida  como 
lucha  y  no  como  sueño  manso.  Ayer  y  siempre 
la  novedad,  el  sobresalto,  el  ataque,  la  alegría, 
la  salud,  el  pan,  los  veía  llegar  impasiblemente, 
justificados  de  antemano.  Hoy  creo  que  el  hom- 
bre ha  de  dar  la  cara  a  lo  que  llega,  con  el  es- 
píritu lo  bastante  despierto  para  rechazarlo  o 
acogerlo  dignamente.» 

El  pobre  Eximino  comprendía  esto  a  los  tren» 
ta  años.  Después  de  estas  consideraciones,  algo 
más  tranquilo  ya,  cogió  la  pluma  y  trazó  un  pá- 
jaro lleno  de  gracia  y  espíritu.  Entre  las  alas, 
y  en  caracteres  microscópicos  escribió:  Emete- 
rius  presbiter  scríprit.  Mementote  mei. 

En  seguida  se  puso  de  pie,  cerró  el  códice  de 
pergamino,  sobre  el  cual  había,  como  la  barra 
sobre  el  yunque,  encorvado  su  cuerpo;  miró  por 
la  ventana  el  campo  una  vez  más,  bajó  al  patio, 
empujó  la  puerta  y  salió. 

Ningún  monje  le  vio  salir.  Nadie  tampoco  le 
vio  volver. 

Cuando  pasaron  días  y  meses,  el  abad  dispu- 
so que  otro  monje  continuase  la  escritura  del 
códice.  El  sucesor,  ni  corto  ni  perezoso,  escri- 
bió al  margen  de  la  columna  terminada  por  Exi- 
mino la  siguiente  nota:  Hic  obiit  Eximinus,  IV. 
Kls.  October,  Era  Q54. 

33 

EVOLUCIONES  3 


J.    MORENO     VILLA 

En  realidad,  había  muerto  para  los  monjes 
recluidos  en  el  valle  de  San  Millán. 

Ante  de  los  matines  una  grant  madrugada, 
levantóse  est  monje  rezar  la  matinada; 
tuvo  no  sé  qué  cambio  en  la  raíz  su  alma, 
pero  juzgó  la  vida  con  una  luz  más  clara. 


II 

Andaba  Eximino  como  entre  nubes  densas. 
Negros  pájaros  le  cruzaban  por  el  cerebro. 

Ni  adonde  iba,  ni  para  qué,  sabía.  Mas  iba 
sin  titubeos  a  la  venganza  justiciera. 

El  azar  le  guiaba.  No  tenía  sendero  el  punto 
adonde  iba.  Pero  no  erraban  sus  pasos  vaci- 
lantes. 

Al  llegar  la  noche  se  vio  cerca  de  una  ermita 
abandonada.  El  ánimo  le  impulsaba  a  seguir  su 
camino  sin  rumbo,  pero  la  pobreza  muscular  se 
opuso.  Empujó  la  puertecilla,  palpó  en  la  oscu- 
ridad y  se  recostó  en  el  suelo,  sobre  unas  hojas 
secas,  sin  sobresalto  ni  miramiento. 

En  aquella  noche,  ni  las  visiones  demoniacas 
más  espantosas,  ni  los  ruidos  misteriosos,  ni  la 
presencia  de  almas  gemebundas,  en  pena,  ni  la 
muerte  misma  .hubieran  logrado  sacarle  de  la 
pasividad.  Sus  nervios  estaban  laxos.  Una  fría 
y  clara  noción  de  la  maldad  humana  le  hacía 

34 


EVOLUCIONES 

ver  el  crimen  como  lo  más  justificado  y  normal 
del  universo.  La  compunción,  la  caridad  para  el 
prójimo,  eran  cosas  incorpóreas,  irreales. 

En  poco  tiempo  se  desligó  de  todo  lo  regular 
y  cuotidiano.  La  fibra  sarracena  volvía  a  recla- 
mar en  él  su  puesto  de  honor. 

«Manos  blancas,  manos  impolutas,  manos 
ineficaces,  manos  que  no  habéis  sabido  todavía 
lo  que  es  apretar,  y  apretar  y  perderse  en  la 
blandura  de  un  cuello»  —  ,  decía,  gesticulando 
en  la  negrura  de  aquella  noche  adversa. 

«Boca  sosegada  y  limpia,  que  no  has  sabido 
maldecir  ni  condenar;  que  no  has  escupido  so- 
bre el  malvado  la  saliva  del  odio.» 

«Corazón  blando,  que  has  temido  siempre  el 
choque,  ahora  serás,  ahora  eres,  al  fin,  como 
el  cuarzo,  duro;  como  el  basalto,  negro.» 

«jBoca  sosegada  y  limpia!  Ya  vas  a  escupir  tu 
odio  y  a  morder  gustosa  la  venganza.» 

«¡Manos  impolutasl  /a  vais  a  tener,  entre 
vuestras  garras,  la  viscera  que  amasó  el  cri- 
men.» 

Los  negros  pájaros  seguían  describiendo 
círculos  cerrados  en  la  cabeza  de  Eximino. 

Al  mediar  la  noche  fué  turbada  la  soledad  si- 
lenciosa del  campo  y  de  la  ermita.  Sonaban 
palabras,  risas  y  relinchos,  con  progresiva  niti- 

35 


J.    MORENO     VILLA 

dez.  Maquinalmente  se  puso  en  pie  y  buscó  una 
piedra.  Luego  se  subió  a  la  primera  meseta  de 
la  escalerilla  que  iba  al  coro  alto. 

Al  cabo  de  unos  instantes  empujaron  la  puer- 
ta. Había  salido  la  luna,  y  pudo  ver,  en  silueta 
sobre  el  campo  iluminado,  las  sombras  chines- 
cas de  dos  hombres  y  dos  caballerías. 

Los  hombres,  dos  soldados  cristianos  que  ron- 
daban por  las  cercanías,  entraron  y  se  tendie- 
ron. Debían  conocer  bien  aquel  refugio,  porque 
uno  de  ellos  se  fué  sin  titubear  a  la  cueva,  a  la 
gruta  del  ermitaño,  y  el  otro  se  acostó  sobre  las 
hojas  secas. 

Eximino  sintió  un  júbilo  feroz  al  oírles  hablar 
en  cristiano.  Contenía,  a  duras  penas,  la  respi- 
ración encaramado  en  su  atalaya.  Los  minutos 
eran  como  horas.  Su  vista,  queriendo  vencer  la 
oscuridad,  se  desleía  vanamente  en  puntos  y 
círculos  luminosos  y  movibles. 

Al  fin,  el  ronquido  que  partía  del  montón  de 
paja  fué  como  el  aviso;  descendió  poco  a  poco, 
y  fué  acercándose.  7a  a  dos  pasos  del  durmien- 
te, se  detuvo,  y  calculó  algo,  mirando  a  la  cue- 
va. Sus  ojos,  avezados  ya  a  la  oscuridad,  veían 
al  hombre  acostado.  Enarboló  la  piedra  y  la 
descargó  resueltamente  sobre  la  cabeza.  El 
hombre  cimbreó  el  cuerpo,  mas  no  dijo  palabra. 

Rápidamente  se  volvió  Eximino  hacia  la  cue- 

36 


BVOL  UCIONBS 

va.  Esperaba  verse  acometido  del  de  allí.  En 
efecto:  a  rastras  salía  del  agujero,  dando  gritos 
extraños,  medio  beodo  de  sueño  todavía.  Él  se 
acogió  a  la  defensa  que  le  brindaba  una  gruesa 
columna.  Un  certero  instinto  le  decía  que  aquel 
hombre  venía  ciego  y  que  sus  pasos  habían  de 
ir  hacia  el  montón  de  paja.  De  modo  que  fué 
dando  la  vuelta  a  la  columna  a  medida  que  el 
otro  avanzaba,  y,  cuando  pasó  de  ella,  le  des- 
cargó por  detrás  un  golpe  serio  en  la  nuca.  Des- 
pués, en  el  suelo,  le  hizo  sacar  un  palmo  de 
lengua.  » 

Eximino  se  puso  en  pie  y  miró  a  la  puerta, 
que  era  un  cuadrilátero  de  luz  clara  y  fría;  luz 
de  luna  en  campos  calizos. 

— jBuena  noche  para  huírl —  Y  a  poco,  diri- 
giéndose a  los  rendidos:  —¡Por  que  sois  de  la 
chusma  que  la  convirtió  en  pingajo  del  arroyo! 

No  dijo  más.  Tembloroso  como  una  brizna, 
deshizo  el  nudo  de  las  riendas  atadas  a  un  clavo 
del  exterior,  y  se  alejó,  con  trote  dudoso  y  tor- 
pe, por  la  campiña  muda  y  solitaria. 

No  cruzaban  pájaros  por  el  cielo;  pero  unos 
muy  negros  seguían  aleteando  dentro  de  su  co- 
razón. 

III 

La  mañana  era  luminosa  y  limpia  cuando  lle- 
gó Eximino  a  la  vista  del  pueblo   fronterizo. 

37 


.) .    MORENO     VILLA 

Comprendió  que  lo  era,  por  los  trajes  del  vecin- 
dario, que  comenzaba  a  derramarse  por  el  cam- 
po. A  una  mora  joven,  que  venía  hacia  él  con  el 
cantarillo  a  la  cabeza,  le  preguntó: 

—¿Cómo  se  llama  este  pueblo? 

— Albafría,  señor. 

Eximino  hizo  esta  pregunta  en  árabe,  sin  re- 
flexión previa.  Hacía  muchos  años  que  no  lo 
hablaba;  pero,  al  ver  trajes  árabes,  brotó  incon- 
tinente la  lengua  casi  olvidada.  La  chica,  a  su 
vez,  reparó  en  el  traje  talar  cristiano,  y  le  dijo: 

-  Señor,  ¿cómo  venís  en  ese  traje? 
— Porque  no  tengo  otro. 

-  Pero  ¿sois  cristiano? 

-  Soy  de  tu  pueblo. 

— Pero  os  recibirán  mal  si  entráis  vestido  así. 

— Gracias,  pequeña.  Haré  por  cambiarme. 
Adiós,  y  perdona. 

Eximino  se  fué  aproximando  al  poblado.  AI 
pasar  junto  a  una  finca  enorme  de  las  afueras, 
cercada  de  tapias,  vio  en  un  torreón  una  figura 
de  mujer  que  le  miraba  fijamente,  sin  duda  ex- 
trañada del  hábito.  Se  fué  acercando,  acercan- 
do, y  cuando  estuvo  a  tiro  de  voz,  quedó  un 
momento  suspenso. 

Una  ola  de  sangre  le  cerró  la  garganta.  Cuan- 
do pudo  hablar,  dijo: 

— ¿Es  vuestro  nombre  Zadí,  señora? 

38 


/?  VOLUCIONES 

— Ese  es  mi  nombre. 

— ¿Os  acordáis  de  Abel-Krin?  Os  traigo  noti- 
cias suyas. 

— Entrad,  entrad.  Dad  la  vuelta  por  aquí;  a  la 
derecha  hay  una  puerta. 

Eximino  entró.  Zadí  le  dijo: 

— ¿Qué  es  de  él?  ¿Cómo  vive?  ¿Dónde  está? 

—Vive  lejos  de  aquí,  entre  monjes  cristianos. 

— ¿Está  contento? 

— No.  Hay  algo,  que  él  no  dice,  pero  que,  sin 
duda,  le  atormenta  en  la  memoria. 

—¿Os  habló  de  los  suyos? 

—Sí. 

— ¿Por  qué  no  hizo  nada  por  buscarlos,  en- 
tonces? ¿Cómo  pueden  pasar  los  días  y  los  años 
sin  que  los  busque?  No  será  tan  vivo  su  amor 
familiar.  Si  fuera  tan  vivo  no  aguantaría  tanta 
separación. 

Zadí  estaba  más  hermosa  que  nunca.  El  calor 
que  ponía  en  sus  preguntas  brillaba  en  sus  ojos 
y  latía  en  todo  su  cuerpo.  Eximino  pensó:  Ella 
es  todavía  una  mujer  hermosa.  Yo  soy  ya  un 
viejo  achaparrado.  No  me  reconoce. 

Zadí  siguió  preguntando: 

— ¿y  cómo  está? 

— Está  muy  viejo.  Ha  trabajado  mucho.  Le 
ha  trabajado  mucho  también  la  pena.  Está  car- 
gado de  espaldas,  canoso  y  pálido.  Tiene  unas 


J.    MORENO     VILLA 

barbas  largas,  como  estas.  (7  se  señaló  las  su- 
yas.) y  una  profunda  arruga  vertical  en  la  fren- 
te, entre  las  cejas,  como  esta.  (Y  se  señaló  la 
suya.)  y  las  manos  huesudas  y  ásperas,  como 
estas,  (y  se  señaló  las  suyas.) 

— ¿Sabéis  si  guarda  cicatriz  de  una  herida? 

—  Sí,  sobre  la  oreja,  le  falta  el  pelo.  Es  una 
vieja  cicatriz  de  la  herida  que  le  hicieron  la  mis- 
ma noche  en  que  fué  preso  o  abandonado.  Es 
una  cicatriz  así  como  esta. 

Zadí  se  puso  pálida.  Comprendió  que  tenía 
delante  a  Abel-Krin,  su  amor  antiguo,  su  amor 
de  siempre.  Se  llevó  las  manos  a  la  cara,  horro- 
rizada. 

— ¿Eres  tú?  ¿Es  posible?  Sí  tú  eres  —  ,  y  al  ha- 
cer esta  afirmación  hubo  un  cambio  en  sus  sen- 
timientos. 

— Sí,  tú  eres.  Tú  eres  el  mismo  de  siempre. 
¿Quién,  sino  tú,  tarda  tanto  en  darse  a  conocer? 
¿Quién,  sino  tú,  deja  pasar  los  años  sin  buscar 
el  camino  de  su  tierra?  Imposible  que  la  tortura 
se  haya  cebado  en  ti.  La  gran  tortura  espolea, 
da  impulsos.  Si  tú  hubieras  querido  a  alguien 
alguna  vez  con  toda  el  alma,  es  decir,  con  alma, 
no  hubieras  aguardado  un  día  lejos  de  tu  cariño. 
Tú  eres  como  la  planta;  donde  la  ponen  allí  se 
está.  Tú  eres  como  la-arcilla  fresca;  se  le  aprie- 
ta y  no  recobra  la  forma.  Tú  eres  como  el  agua; 

40 


EVOLUCIONES 

se  la  hiende  y  sigue  sin  huella.  Ninguno  de  los 
nuestros  lamentó  tu  pérdida.  Todos  decían  que 
eras  hombre  sin  alma.  Yo  te  defendí  entonces, 
porque  yo  entonces  estaba  cegada.  Luego  vi 
que  tenían  razón.  Abel-Krin  era  algo  sin  movi- 
miento propio,  Abel-Krin  había  sido  moro,  por- 
que nació  moro,  y  era  renegado  porque  cayó 
entre  los  fronterizos.  Mañana  podrá  ser  otra 
cosa.  ¿Por  qué  te  has  salido  del  convento?  Ya 
no  pviedes  vivir  aquí  con  nosotros.  Mi  marido 
no  lo  consentiría. 

IV 

Eximino  salió  de  aquella  finca  sin  haber  excu- 
sado su  conducta.  En  realidad  él  era  así,  y  le 
repugnaba  buscar  trampas  o  sofismas. 

Comprendió,  además,  que  su  prematura  de- 
crepitud había  de  enfriar  las  relaciones  amoro- 
sas, y  que  Zadí  buscaría  un  hombre  menos  gas- 
tado. Gastado  por  la  falta  de  lucha  humana. 

Durante  algunos  días  vagó  por  aquel  pueblo. 
La  gente  fué  sabiendo  quién  era.  Al  cabo  de 
una  semana  los  mozos  comenzaron  a  perderle 
el  respeto. 

Una  mañana  salió  de  la  aldea,  como  otro  día 
salió  del  convento,  y  se  fué  campo  adelante. 

Él  ya  no  era  para  vivir  entre  cristianos,  ni  en- 
tre moros.  En  realidad  él  era  para  no  vivir. 

41 


CAPRICHOS  ROMÁNICOS 


LAS  CEREMONIAS 

T  TN  día,  en  su  gran  mañana,  cabalgó  el  Cid 
^-^  con  mil  y  quinientos  hombres  para  encon- 
trarse con  un  emisario  del  Sultán  de  Persia  que 
le  traía  infinitos  regalos:  ricas  telas,  plata  y  oro 
en  joyas,  finas  piedras,  aves  singulares  y  otras 
exóticas  alimañas.  El  Sultán,  con  un  agudo  sen- 
tido político,  había  discurrido  que  a  tan  alto 
personaje  cristiano  había  que  hacerle  caranto- 
ñas; y  a  este  fin  pone  en  camino  a  un  pariente 
que,  una  vez  en  Valencia,  transmite  al  Cid  su 
arribo;  y  éste  sale,  como  he  dicho,  a  su  encuen- 
tro con  magnífico  alarde  gueiTero. 

En  su  trato  famiHar  el  héroe  tiene  un  modo 
llano  de  comunicarse.  Pero  a  la  franqueza,  la 
sencillez  y  la  lealtad  une  en  su  corazón  una 
gala  que,  como  tal,  luce  en  los  momentos  so- 
lemnes; una  cortesía  ceremoniosa. 

Ya  el  Cid,  rodeado  de  su  brillo,  esplendoroso 
y  fuerte,  divisa  al  emisario  sobre  la  polvorienta 
ruta.  Entonces  contiene  con  un  firme  tirón  de 
bridas  al  Babieca  y  lo  para.  El  Cid  saluda  y,  el 
otro,  al  oir  la  voz  del  héroe  comienza  a  tremer 
con  todas  sus  carnes  y  olvida  el  don  de  la  pa- 
labra. 

45 


J.    MORENO     VILLA 

Al  Cid  aquel  temblor  no  le  extraña,  le  satis- 
face; pero  como  es  hombre  fuerte  domeña  sus 
debilidades  y  nada  trasluce. 

Vuelve  Ruy  Díaz  a  decirle  bien  venido  y  el 
otro  sigue  callado.  Va  Ruy  Díaz  y  le  abraza,  y 
cuando  el  persa  recobra  el  sentido  de  la  lengua 
quiere  besarle  las  manos,  a  lo  cual  se  opone  el 
Cid  retirándolas. 

En  pos  de  esto  viene  el  discurso:  «Humilló- 
me, Cid  Ruy  Díaz  el  Campeador,  el  mejor  cris- 
tiano, el  más  honrado  que  cinchó  espada  y  que 
cabalgó  caballo  de  mil  años  acá.  Mi  señor,  el 
gran  Sultán  de  Persia,  allá  do  está...» 

Después  del  discurso  desfilan  las  pintorescas 
alimañas  de  Oriente  y,  concluido  el  desfile,  se 
encaminan  a  la  ciudad.  Una  vez  on  ella  despide 
el  Cid  a  todos,  recomienda  la  eficaz  custodia  de 
los  animales  y  entra  con  el  embajador  en  el 
Alcázar. 

Aquí,  ante  los  ojos  cristianos  de  doña  Ximena, 
doña  Sol  y  doña  Elvira,  se  abren  las  arcas  de 
Oriente  donde  venían  los  objetos  menudos  por 
el  tamaño  y  grandes  por  su  valía.  7  el  Cid,  cuan- 
do vio  tan  extrañas  y  tan  nobles  cosas,  fué  ma- 
ravillado. Por  encima  de  todo  ajuste,  por  enci- 
ma de  toda  tasa  o  aforo  estaban  aquellas  pren- 
das, «y  con  el  gran  sabor  que  tuvo,  comenzóle 
a  reir  el  corazón  y  a  tomar  gran  alegría  en  sí.» 

46 


E VOLUCIO  N  HS 

Y  comprendiendo  el  poder,  i  a  riqueza  y  la 
magnanimidad  de  quien  enviaba  todo  aquello, 
dijo  al  embajador:  «Quiero  hacer  honra  a  su  se- 
ñor cual  nunca  la  hiciera  a  ningún  moro  desde 
el  día  que  nací.»  Y  le  ciñó  los  brazos  al  cuello, 
diciendo;  «Abrazo  al  Sultán  en  la  persona  de  su 
emisario,  ya  que  no  está  presente.» 

Cuando  el  persa  oyó  esto  comprendió  el  alto 
linaje  del  Cid  y  dijo  lleno  de  alborozo: 

— «Señor  Cid  Campeador,  si  estuvieseis  en 
presencia  de  mi  señor  el  Sultán,  la  mejor  honra 
que  os  haría,  sin  duda,  fuera  daros  a  comer  la 
cabeza  de  su  caballo. 

Esta  es  la  costumbre  en  mi  tierra;  más  ya  que 
aquí  no  lo  es,  llevaros,  en  remembranza  de  mi 
señor,  este  caballo  vivo,  y  que  él  os  sirva  más 
que  su  cabeza  cocha.» 


47 


J.    MORENO     VILLA 


LA  VENGANZA 


"X  NTE  los  mismos  ojos  de  la  infanta  doña  San- 
-'^"^  cha  han  dado  muerte  los  Velas  al  infante 
don  García,  su  prometido.  Y  esto  después  de  la 
primera  y  última  entrevista  de  amor;  cuando  aún 
jadeaban  los  pechos  al  acoso  de  las  palabras 
íntimas.  Nunca  se  habían  visto,  pero  bastaron 
unas  horas  para  encender  aquellas  almas  pú- 
beres. 

Ante  la  ventana  de  doña  Sancha  abofetearon 
y  acuchillaron  al  infante  don  García,  su  novio. 

La  escena  es  un  cuchillo  venenoso  en  el  co- 
razón de  la  infanta. 

Pasan  días  y  meses.  Llega  la  hora  de  serle 
propuesto  un  nuevo  esposo.  Celebra  Sancha  su 
casamiento  con  don  Femando  de  Castilla  y,  al 
punto  mismo  de  concluir  la  ceremonia,  exige 
de  su  padre  la  persecución  del  criminal. 

«Si  no  me  vengas  — le  dice —  nunca  mi  cuer- 
po llegará  al  de  don  Femando,  tu  hijo.» 

Entonces  el  rey  don  Sancho  cercó  y  escudri- 
ñó los  montes,  apresó  a  Fernando  Laynez,  lo 
condujo  ante  la  infanta  y  entregándoselo,  dijo: 
«Haz  tú  la  justicia  que  tengas  por  bien». 

y  entonces,  ella,  hizo  lo  que  sigue: 

48 


EVOLUCIONES 

Tomó  un  cuchillo  en  sus  manos  ella  misma  y 
tajóle  las  manos  conque  hirió  al  infante,  des- 
pués tajóle  los  pies  conque  anduvo  en  aquel 
hecho,  después  sacóle  la  lengua  conque  con- 
certó la  traición  y  los  ojos  conque  lo  viera 
todo.  Concluido  lo  cual  mandó  traer  una  acémi- 
la y  ponerlo  en  ella  y  pasearlo  por  las  villas  y 
mercados  de  Castilla  y  de  León. 

Así  se  sacaba  doña  Sancha  los  cuchillos  ve- 
nenosos. 


49 

EVOLUCIONES 


J.    MORENO     VILLA 


LA  OBEDIENCIA 

TT'L  pueblo  sabe  a  medias  este  cuento  de  amor 
-^  salvaje.  Por  eso  unas  veces  dice  que  el  hé- 
roe fué  moro  y  monarca,  otras  que  rey  cristiano 
y  otras  que  mero  labrador  rico. 

Pero  no  está  en  lo  cierto.  El  héroe  es  un  mag- 
nate cristiano  y  fronterizo;  uno  de  aquellos  con- 
des medioevales  que  tuvieron  por  vida  la  guerra 
en  la  frontera  española,  que  era  la  moruna. 

Aún  existe  su  fortaleza  en  una  pecinosa  villa 
castellana.  Es  una  construcción  sombría,  de  si- 
llares grises  contorneados  de  negro.  El  conde 
edificó  junto  a  su  palacio-fortaleza  la  colegiata, 
y  en  ella,  en  vida,  se  labró  su  sepultura. 

Un  macizo  berroqueño,  rectangular,  almena- 
do sobriamente  y  provisto  de  dos  pequeñas  ven- 
tanas a  cada  lado,  es  la  torre.  Su  aire  sombrío 
y  hermético  suscita  reminiscencias  negras  en  el 
que  va  pasajero  por  la  villa. 

Más  tiempo  pasaba  el  conde  fuera  de  la  for- 
taleza que  en  ella.  Le  reclamaba  la  lucha  cons- 
tantemente. Hubo  años  en  que  apenas  la  gozó 
unos  días. 

Hace  poco  llegó  a  descansar,  después  de  una 

50 


EVOLUCIONES 

de  esas  largas  ausencias.  Es  un  hombre  recio  y 
de  magnífica  estampa.  Tiene  la  piel  dorada  y 
roja  de  los  que  viven  al  aire,  y  el  cabello  y  las 
barbas,  de  un  rubio  pardo,  grave  y  fosco.  La 
mujer  le  admira,  le  ama  y  le  teme.  Es  la  verda- 
dera sierva,  pero  de  una  sumisión  voluntaria  y 
gustosa.  Los  hijos,  tres  hembras  y  dos  varones, 
sienten  por  el  padre  un  respeto  que  raya  con  el 
terror.  Se  le  ha  hecho  por  todos  los  de  la  casa 
un  recibimiento  real.  La  vida  laxa  y  floja  de 
cada  uno  se  ha  cimbreado  y  erguido  ante  la 
presencia  del  dueño. 

Éste  ha  congregado  a  sus  hijos;  los  ha  besa- 
do, los  ha  contemplado  detenidamente.  Ha  vis- 
to si  los  varones  van  teniendo  dureza  en  las 
piernas  y  en  los  brazos  y  si  las  hembras  ganan 
en  esbeltez  y  donaire. 

Todo  va  bien.  El  cielo  le  ha  concSdido  una 
prole  gallarda.  Está  satisfecho  de  los  hijos;  pero 
especialmente  de  una  de  las  chicas,  la  menor 
de  las  tres. 

Luce  en  ella  la  sangre  goda,  de  ascendencia 
germana;  así  es  alta  y  fina.  Pero  no  encubre 
por  eso  su  porción  ibera,  y  así  es  de  ojos  gran- 
des y  pelo  negro.  ¿Sabéis  qué  imagen  de  la  es- 
cultura universal  la  recuerda?  Tem.o  que  no  la 
conozcáis:  una  virtud  de  la  catedral  de  Estras- 
burgo. El  mismo  ritmo  melodioso  y  honesto,  la 

51 


J.    MORENO     VILLA 

misma  belleza  corporal  y  el  mismo  sentimiento 
recogido  y  severo  en  el  semblante. 

El  conde  está  orgulloso  de  su  hija.  Pero  al 
sentimiento  de  orgullo  se  mezcla  el  de  admira- 
ción. Es  la  belleza  de  su  hija  un  milagro  que  no 
dejaríamos  nunca  de  contemplar.  Y  así,  los  días 
de  aquel  descanso  los  pasa  absorto,  viendo 
cómo  su  hija  danza,  corre,  juega,  ríe  o  habla. 
Todo  en  ella  es  fascinación,  hasta  los  momen- 
tos de  gravedad  o  de  tristeza  que  algunas  veces 
le  acuden. 

Pero  pasó  aquel  sabroso  alto  concedido  al 
cuerpo  fatigado.  Partió  el  conde  a  la  guerra,  y 
la  casa  volvió  poco  a  poco  a  su  tensión  baja  y 
normal. 

El  conde  no  salió  aquella  vez  de  su  fortaleza 
con  el  entusiasmo  guerrero  de  otras  veces.  7 
esta  grave  falta  en  un  caudillo  tuvo  sus  conse- 
cuencias. 

Perdió,  fué  batido  en  el  primer  encuentro. 
Una  segunda  derrota  vino  a  pesar  sobre  sus 
huestes.  Un  tercer  descalabro  le  deshizo  la  mi- 
tad de  ellas.  7  el  descalabrado  volvió  a  su  for- 
taleza más  pronto  de  lo  que  solía. 

Vuelto  a  su  hogar,  una  pasión  negra  y  pode- 
rosa cae  sobre  él.  Tenían  las  pasiones  en  esta 
época  formas  bestiales.  Es  posible,  pues,  que  el 

52 


EVOLUCIONES 

conde  estuviese  bajo  la  seducción  maléfica  de 
una  sirena;  el  hecho  es  que  comenzó  a  sen- 
tir una  indomable,  impetuosa  atracción  por  su 
hija. 

y  no  bastaron  frenos  de  la  razón.  Un  día,  sen- 
tado a  la  mesa  con  su  mujer  y  su  prole,  después 
de  mirarla  y  remirarla  de  un  modo  voraz,  le  dijo: 

«Delgadina,  tú  has  de  ser  mi  enamorada.» 

Un  frío  de  terror  vino  sobre  aquellos  corazo- 
nes, ya  medrosos  de  por  sí;  pero  nadie  protestó. 
Ante  la  palabra  del  amo  enmudecieron  todos. 
Únicamente  Delgadina,  con  sencilla  voz  y  áni- 
mo seguro,  dijo : 

«Dios  no  lo  permitirá  nunca.» 

En  la  hermética  y  sombría  torre  gris  está  Del- 
gadina. Allí,  en  una  sala  cuadrada,  pasea  unas 
veces  su  desgracia,  y  otras  se  arroja  al  suelo  y 
se  arranca  mechones  de  la  cabellera  larga  y  ne- 
gra. La  gargantilla  de  oro  rueda,  hecha  mil  pe- 
dazos, por  el  pavimento  frío. 

Allí  la  mandó  encerrar  su  madre.  No  puede 
comer  más  que  cecina,  no  puede  beber  más  que 
zumo  de  retama,  no  puede  dormir  más  que  so- 
bre las  duras  losas. 

Al  cabo  de  tres  días,  deshecha  en  llanto,  se 
asoma  por  una  de  las  ventanitas  estrechas  y  ve, 
abajo,  a  sus  hermanas,  que  bordan  con  hebras 

53 


./.    MORENO    VILLA 

de  oro,  en  la  tibieza  de  un  sol  invernizo  y  en  la 
calma  de  la  villa  labriega. 

«Hermanas,  si  sois  las  mías... 
dadme  un  vasito  de  agua, 
que  tengo  el  corazón  seco 
y  la  vida  se  me  acaba.» 

y  no  dice  más.  No  reclama  su  inocencia,  no 
profiere  un  grito  de  rebeldía  ni  sale  de  su  boca 
una  simple  acusación.  «¡Agua!  Un  poco  de 
agua,  que  tengo  el  corazón  seco.» 

y  las  hermanas  la  injurian.  «Quítate,  perra. 
Si  el  padre  nos  viera  nos  mataba.» 

y  la  pobre,  alejándose  del  hueco,  se  arrinco- 
na, hecha  un  ovillo  de  dolor. 

«¿Por  qué  me  llaman  perra  mis  hermanas? 
¿Qué  hay,  madre  mía,  qué  hay  en  mí  hoy  que 
no  hubiera  ayer?  La  desobediencia;  ¿es  esto 
posible?  ¿Obedecerían  ellas  a  tal  mandato?  No; 
nunca.  Son  buenas.  Pero,  entonces,  ¿por  qué 
no  están  de  mi  lado?  ¿Cómo  no  ven  que  mi  pa- 
dre delira,  que  yo  no  puedo  quererle  así,  con 
deseo,  con  anhelo?  ¿Cómo  no  tienen  horror  a 
esta  suerte  funesta  que  pesa  sobre  mí?  Una  pa- 
labra de  inteligencia  refrescaría  mi  corazón.» 

y  la  pobre. 

Con  lágrimas  de  sus  ojos  —  toda  la  sala  regaba; 
con  las  trenzas  de  su  pelo  —  toda  la  sala  esteraba. 

y  pasa  otro  día.  En  nadie  halla  eco  el  dolor 

54 


EVOLUCIONES 

de  la  prisionera.  Han  vuelto  a  ponerle  delante 
un  trozo  de  carne  salada  y  un  pocilio  con  jugo 
amargo. 

Delgadina  se  pone  en  pie,  se  adelanta  y  ve 
por  el  hueco  de  la  torre  a  su  padre.  Un  escalo- 
frío de  horror  la  sacude.  Siente  repugnancia. 
No  quiere  solicitar  nada  de  él;  pero  está  como 
flor  tronchada,  sin  nervio. 

«— jPadrel  ¡Mandadme  un  poco  de  agua,  que 
ya  no  puedo,  que  ya  no  vivo,  que  siento  que  la 
vida  se  me  val» 

« — ¡Ya  te  lo  dije!  ¡Mira!  Agua  tengo  en  las 
fuentes,  y  en  el  río,  y  en  este  jarro  de  plata. 
¡Di  que  sil  ¡Di  una  sola  cosa,  y  correrán  como 
gamos  mis  criados  en  tu  socorro! 

Delgadina  se  yergue,  queda  un  momento  con 
la  cabeza  altiva  y,  al  cabo,  la  deja  caer  sobre  el 
pecho.  Luego  se  retira  de  la  ventana. 

« — ¡Suban,  suban  mis  criados!  Llevadle  agua, 
llevadle  de  todo  lo  que  pida.» 

Los  criados  han  abierto  los  cerrojos  y  entrado 
en  la  cárcel.  Un  profundo  estupor  les  embarga 
el  ánimo.  No  aciertan  a  ver  lo  que  están  viendo. 
Las  frías  paredes  están  ahora  vestidas  de  raso; 
en  el  centro  de  la  sala  hay  un  lecho  con  dosel. 
Inclinada  sobre  él,  y  sosteniendo  la  cabeza  de 
Delgadina,  hay  una  noble  señora  que  ninguno 
ha  visto  jamás,  pero  en  la  que  todos  reconocen 

55 


J.    MORENO     VILLA 

a  la  Virgen,  a  la  Gloriosa,  conio  la  llama  el  de 
Berceo.  Un  corro  de  ángeles,  tocando  laúdes  y 
guitarras,  hay  en  torno.  Una  fuente  de  agua  cla- 
ra brota  a  los  pies  del  lecho.  La  Magdalena,  a 
un  lado,  cose,  con  dedal  de  oro  y  con  aguja 
de  plata,  en  un  vestido  blanco,  el  último  de 
Delgadina. 

Los  criados  no  dejan  de  mirarse.  No  habla 
nadie.  Sólo  se  oyen  unas  campanitas  claras  titi- 
near  a  gloria  en  el  cielo  azul. 

De  pronto,  alguien  sube.  «jEl  conde  ha  muer- 
to!», dice.  Los  criados  bajan  presurosos.  Al 
cabo  de  un  rato  se  oyen,  lejos,  campanas 
negaras. 


66 


CAPRICHOS  GÓTICOS 


MONOLOGO  DE  UN 
HOMBRE    ANTIGUO 


15  Abril  1263. 


CjANTA  María,  tú  eres  bella.  Me  gvistas  y  yo  soy 
^^  rico.  Te  voy  a  levantar  un  palacio  que  ten- 
ga lo  que  tú  tienes:  transparencia  de  alma  y  li- 
gereza de  cuerpo. 

Cuando  te  paras  en  el  extremo  de  una  calle 
— siempre  con  tu  nene  al  cuadril,  tu  sonrisa 
parada  y  tus  vestidos  enjutos,  de  largos  plie- 
gues—  y  tornas  a  remirar  lo  andado,  hay  un  es- 
tremecimiento de  frío  y  de  placer  en  todos  los 
viandantes.  Se  detienen  los  pasos  y  enmudecen 
las  bocas. 

Indudablemente,  Santa  María,  tú  eres  la  más 
perfecta  unión  de  la  alegría  y  del  respeto  que 
vi  en  el  transcurso  de  mis  años.  Todos  los  que 
te  vemos  adoramos  la  gracia  de  tu  sonrisa,  mas 
nadie  es  capaz  de  alabarla. 

Yo  tampoco.  La  palabra,  sugerida  por  un  en- 
tusiasmo férvido,  puede  pasar  la  raya  decorosa. 
Haría  falta  un  tacto  que  yo  no  tengo.  Así,  pre- 
fiero levantar  una  casa  y  callar  el  piropo.  Una 
casa  transparente  y  ligera,  en  consonancia  con 
tu  cuerpo  y  con  tu  espíritu. 

59 


J.    MORENO     VILLA 

ya  tengo  hechos  los  preparativos.  El  plano 
está  en  mi  mesa  y  el  arquitecto  viene  atrave- 
sando los  Pirineos  en  un  caballo  rojo  y  veloz 
como  mi  voluntad.  Los  oficiales  y  peones  ven- 
drán de  la  Borgoña;  voy  a  dejar  deshabitada 
esta  hermosa  región,  pero  tu  eres  lo  primero, 
Santa  María. 

Ya  van  trescientos  pedreros  a  la  cantera  de 
levante  a  picar  la  blanca  piedra  caliza  que  lue- 
go el  tiempo  ennoblecerá  con  su  oro. 

Los  canteros  y  aparejadores,  los  sotas  y  artí- 
fices de  toda  laya  que  van  llegando  promueven 
entre  los  convecinos  míos  exclamaciones  sobre 
mi  locura.  Dicen  que  yo  atento  a  la  integridad 
de  la  población  y  que  los  extranjeros  — de  se- 
guro gente  aviesa —  perturbarán  los  coloquios 
y  relaciones  familiares.  Yo  no  comparto  ese 
miedo  castizo  y  plebeyo,  pero  aunque  lo  com- 
partiera te  juro  que  lo  vencería,  porque  tú  eres 
antes  que  nadie. 

Llamo  a  gentes  de  otro  país,  desatendiendo  a 
mis  compatriotas,  no  porque  yo  les  niegue  peri- 
cia ni  entusiasmo,  sino  porque  mis  ojos  han  re- 
cogido a  través  de  largos  espacios  de  tiempo  y 
de  países  la  emoción  de  una  belleza  que  me 
gustaría  ver  transplantada,  y  transplantada 
para  ti. 

En  cántico  de  dolor,  o  en  himno  sacro,  quie- 

60 


EVOLUCIONES 

ro  que  se  transfiguren  los  duros  sillares  de  la 
cantera.  ¿A  qué  otro  esfuerzo  más  noble  pode- 
mos dedicar  nuestras  horas  que  a  este  de  con- 
vertir lo  duro,  grave  y  muerto,  en  blando,  leve 
y  dinámico?  A  uno  solo:  al  de  allegar  para  ti  lo 
bueno  y  bello  que  por  el  mundo  hay. 

Ya  sé,  Santa  María,  que  por  la  corteza  de  la 
tierra  se  deslizan  lágrimas  y  que  su  santo  fuego 
escala  los  montes.  Lo  sé,  Santa  María,  lo  sé. 
¡Tengo  ya  blancos  islotes  de  plata  en  las  sienes! 
y  conozco  la  fibra  compasiva  de  tu  alma.  ¿Quién 
duda  de  que  el  dolor  será  el  más  activo  de  los 
obreros  que  en  ella  trabajen?  ¿Quién,  además, 
ha  visto  que  se  levanten  las  piedras  sin  que 
crujan  los  huesos?  ¿Quién,  por  fin,  sabe  de  algo 
hermoso  y  pleno  que  no  esté  amasado  en  llanto? 

Pero  también  los  pobres  locos,  los  truhanes, 
los  bufones,  los  hijos  de  Saturno;  los  que  lleva 
en  la  sangre  oscuros  hervores  demoniacos;  los 
que  llevan  la  cabeza  abrigada  con  caperuzas 
rojas  sembradas  de  cascabeles  y  tienen  tan  cor- 
covada el  alma  como  el  tronco  del  cuerpo;  esos 
que  hacen  la  fíesta  del  asno,  adoradores  del  po- 
llino y  de  toda  gran  locura;  esos  que  se  visten 
de  pontifical  y  ofician  en  la  iglesia  una  vez  al 
año,  su  día,  el  día  de  los  locos,  han  de  tallarme 
también  una  piedra  para  la  casa. 

El  amor  y  el  dolor,  la  locura  y  el  éxtasis,  to- 

61 


J.    MORENO     VILLA 

dos  a  una,  resueltos  y  exaltados,  cantaremos  el 
himno  del  dolor  en  un  lenguaje  de  piedra  impe- 
recedero. 

Los  templados  y  ecuánimes  dicen  que  estas 
obras  son  bárbaras,  confusas  y  dislocadas.  Pero 
yo  digo,  Santa  María,  que  a  tu  belleza  y  a  nues- 
tra emoción  le  van  estas  obras  como  ningunas. 
Ellos  dicen  eso  porque  no  ven  la  regla  que  las 
regula.  Ellos  no  saben  que  un  ciprés  guarda  en 
germen  la  estructura  de  una  torre  y  que  la  selva 
misma  es  un  tratado  de  posibles  fábricas.  ¡Dé- 
jalos morir  de  asco!  ¡Muriéndose  y  todo  ellos 
han  de  imitarlas! 


62 


EVOLUCIONES 


AL   HABLA   CON 
EL  ARQUITECTO 

"\ /A  están  en  el  pueblo  los  artífices.  Ya  el  ar- 
quitecto  ha  visitado  a  la  señoría. 

—  ¡Mira!  —le  ha  dicho  ésta—.  Aquí  tienes  los 
planos.  Yo  quiero  que  me  hagas  un  edificio  li- 
gero y  diáfano.  ¿Qué  materiales  vas  a  emplear? 

— Piedra,  señor.  La  piedra  caliza  que  se  da 
por  aquí. 

— ¡Piedra,  noí  La  piedra  pesa  mucho.  Has  de 
buscar  algo  más  ligero  que  la  piedra.  Emplea 
sólo  pensamientos.  Yo  quiero  que  la  iglesia  sea 
un  puro  pensamiento  que  suba  con  audacia  y 
claridad  hasta  la  hondura  azul  del  cielo. 

— ¡Señor...,  yo  no  sé  levantar  obras  si  no  es 
con  piedras! 

—  Pues  que  no  se  vean  las  piedras.  Que  se 
vea  sólo  el  pensamiento. 

— ¡No  os  entiendo,  señor!  Yo  me  sujetaré  al 
plano. 

— Sí;  tú  te  sujetarás  al  plano.  Tú  no  eres  más 
que  un  plano.  Pero  tú  has  de  oir  antes,  de  mis 
labios,  lo  que  es  el  pensamiento.  Quiero  ver  si 
cae  algo  de  éste  sobre  ese  plano,  aunque  mejor 
sería  que  ese  plano  se  adhiriese  a  este  pensa- 
miento. 

63 


J.    MORENO     VILLA 

— Señor,  no  os  comprendo.  ¡Perdón! 

—  jNo  seas  pollino!  No  me  impacientes.  ¡Calla! 

— ¿Tú  sabes  lo  que  es  una  columna? 

— ¡Señor!  Repare  que  soy  arquitecto. 

— ¿Tú  sabes  lo  que  es  una  columna?  Bueno; 
pues  la  columna  que  yo  quiero  no  es  ni  como 
la  griega,  ni  como  la  romana,  ni  como  la  ger- 
mana. ¿Sabes?  Yo  quiero  una  columna  fina  y 
alta  como  el  tronco  de  un  abeto.  Pero  de  tronco 
pelado.  Únicamente  arriba,  en  el  cogollo,  ten- 
drá ramas  y  éstas  serán  y  se  abrirán  como  las 
de  la  palmera.  ¿Tú  sabes  lo  que  es  un  ábside,  lo 
que  es  un  muro? 

— ¡Señor!  Estáis  ultrajándome. 

— Yo  no  ultrajo  a  nadie.  Te  hablo  así  porque 
no  entiendes  lo  que  son  pensamientos.!El  ábsi- 
de de  mi  templo  ha  de  ser  de  cristal.  Tú  sabes 
lo  que  es  un  farol.  Tú  sabes  lo  que  es  el  esque- 
leto metálico  de  un  farol.  Tú  sabes  lo  poco  que 
representa  ese  esqueleto  junto  a  la  superficie 
cristalina.  Pues  así  ha  de  ser  el  ábside  de  mi 
templo  y  las  paredes  de  mi  templo.  Ahora  com- 
prenderás por  qué  hay  tantos  sostenes  de  mu- 
ros apuntados  en  el  plano.  Yo  quiero  que  mi 
templo  sea  como  ui\  ciprés  y  como  un  farol. 

— ¡Señor!  Así  es  la  iglesia  que  yo  levanté  en 
la  Borgoña.  A  ella  corresponden  los  planos. 
Todos  vuestros  pensamientos  están  en  estas  lí- 

64 


EVOLUCIONES 

neas  de  lápiz  y  estarán  luego  en  las  líneas  de 
piedra.  No  nos  ofusquemos.  Yo  admiro  el  entu- 
siasmo que  posee  al  señor,  pero  yo  soy  arqui- 
tecto, yo  soy  matemático.  Esto  no  quita  para 
que  con  matemáticas  pueda  obtener  líneas  exal- 
tadas. 7o  os  haré  un  templo  que  responda  a 
vuestra  exaltación,  pero  bien  medido. 

Así  se  entendieron  el  castellano  y  el  francés 
un  día  de  un  mes,  de  un  año  del  siglo  xiii, 


65 

EVOLUCIONES 


J.    MORENO    VILLA 


EL  ENTALLADOR  SOMBRÍO 

>y/rucHOS  años,  muchos  años  han  transcurrido 
desde  aquella  entrevista.  Ya  no  hay  hom- 
bres valientes  andando  por  los  aleros,  ni  por  las 
cornisas.  Ya  no  hay  artífices  colgados  del  intra- 
dós de  una  puerta  como  las  arañas.  Ya  el  templo 
es  un  pensamiento  hecho  piedra  y  ellos  se  han 
ido  del  pueblo.  Ya  las  mujeres  han  enriquecido 
la  raza  con  algunos  nenes  rubios.  El  templo  es 
como  una  flecha  que  la  tierra  quiere  mandar  al 
cielo. 

Aunque  han  trabajado  hombres  de  tan  diver- 
sos temples  hay  una  perfecta  unidad  de  senti- 
miento en  toda  la  obra.  En  un  florón,  en  una 
ojiva,  en  un  gárgola  bestial  o  demoniaca,  en  un 
fuste,  en  un  rosetón,  en  un  canecillo,  en  una 
vidriera,  se  ve  el  mismo,  el  único  espíritu.  Todo 
habla  en  ellos  de  exaltación  y  vuelo,  de  ascen- 
sión y  deformación  de  la  materia.  Todo  es  un 
puro  pensamiento,  un  puro  anhelo. 

Faltan  por  rematar  algunos  detalles  del  inte- 
rior, sin  embargo.  Falta  el  coro.  Para  eso,  todas 
las  mañanas  cuando  comienzan  a  cruzar  por  la 
silenciosa  plazoleta  negras  figuras  de  mujeres 
con  rosario  y  chepa  y  negras  figuras  de  hom- 

66 


EVOLUCIONES 

bres  con  manteo  y  cogote  rojizo,  entra  en  la 
nave  del  Señor  vm  sujeto  sombrío,  con  unas 
herramientas  brillantes  como  cuchillos  en  la 
mano.  Es  el  entallador. 

Con  este  hombre  no  pudo  hablar  el  hombre 
antiguo  porque  hace  años  que  está  durmiendo 
en  el  claustro,  bajo  una  losa  donde  a  su  vez 
duerme  una  figura  estirada  y  sonriente,  con  las 
manos  enguantadas  y  cruzadas  sobre  el  pecho. 

y  es  lástima.  ¡Qué  feroces,  qué  pintorescos 
diálogos  hubiéramos  podido  escuchar!  Porque 
este  hombrecillo  de  nariz  aguileña,  ojos  hundi- 
dos y  boca  sumida  como  las  viejas,  es  la  encar- 
nación del  espíritu  contrario  al  del  muerto.  Él  no 
se  deja  arrebatar  por  el  entusiasmo  fervoroso. 
El  se  encoge  como  el  caracol  y  se  sonríe  como 
el  conejo.  El  no  sabe  de  flechas  ascendentes, 
ni  de  cipreses  arquitectónicos,  ni  de  anhelos  de 
infinito.  El  anda  entre  las  gentes,  como  un  zo- 
rro, cogiendo  lo  que  puede.  7  así  ha  cogido  al 
fraile  lividinoso,  y  al  hombre  sin  bragas,  y  al 
engreído,  y  al  poseso,  y  a  la  madre  locura,  y  al 
borracho. 

Como  no  cree  en  la  virtud  y,  en  cambio,  mu- 
cho en  el  vicio,  entra  en  la  iglesia  con  la  boca 
torcida,  haciendo  irónicos  perrengues. 

Ya  está  en  su  sitio.  7a  ha  llegado  a  lo  que  ha 
de  ser  el  coro  futuro.  Se  dispone  a  tallar  las  pa- 

67 


J.    MORENO     VILLA 

ciencias  y  remates,  agarradores  y  demás  ador- 
nos de  la  sillería. 

Allí,  en  la  sombra  y  en  la  soledad  del  templo, 
le  acuden  a  la  memoria  las  cosas  más  feas,  más 
grotescas,  más  burlonas.  Su  gubia  no  sabe  ta- 
llar ángeles  ni  personas  bellas,  pero,  en  cambio, 
talla  un  mono  rijoso,  un  zorro  ladino,  una  vieja 
tercera,  un  frailón  obeso  y  borracho,  unas  nal- 
gas al  aire,  unos  pechos  lacios  o  unos  hombres 
invertidos. 

¡Qué  peleas,  qué  disputas  feroces  hubiéramos 
presenciado  entre  él  y  el  hombre  antiguo!  Y,  sin 
embargo,  eran  dos  caracteres  que  se  completa- 
ban: el  de  la  ironía  y  el  de  la  exaltación. 


EVOLUCIÓN  BS 

LA  DAMA  DEL  PARTELUZ 

T  A  Virgen  ha  bajado  de  la  consola  que  le  sir- 
^^  ve  de  apoyo  en  el  parteluz.  Ha  chafado  con 
la  mano  los  pliegues  y  frailes  de  su  larga  vesti- 
dura blanca  tachonada  de  estrellas  doradas,  le 
ha  cogido  los  redonditos  labios  a  su  Niñín  con 
la  punta  de  los  dedos  finos  y  sonrosados,  como 
quien  coge  una  guinda,  y  luego  le  ha  puesto  en 
la  frente  un  beso  chascado  como  los  que  dan 
las  mujeres  del  pueblo.  Esta  Santa  María  la 
Blanca  es  una  maja.  No  sabe  dar  besos  lángui- 
dos ni  doloridos.  La  negra  visión  futura  no  le 
acongoja. 

Se  pone  en  marcha  y,  al  pasar  por  mi  vera, 
dice : 

«Voy  a  la  feria  a  comprarle  un  juguete  a  mi 
Niño.  ¡Pobrecito  mío!  ¿Tú  no  sabes  lo  que  me 
dijo  Simeón,  ese  viejo  sabio  de  las  barbas  lar- 
gas?...» 

«Pero  no  te  apures  tú,  corazoncito  mío.  Tu 
madre  tiene  puños  para  defenderte.  ¡Anda,  va- 
mos, vamos  a  la  feria,  que  te  voy  a  comprar  un 
juguete  I» 

y  allá  va,  con  un  garbo  gentil,  sonriendo,  ufa- 
na de  lo  que  lleva  en  los  brazos. 

«¡Dios  te  bendiga,  reina  del  cielol»,  le  dicen 
los  hombres. 

69 


J.    MORENO     VILLA 


LOS  DIABLOS 


T  TNA  de  las  piedras  imperecederas  de  la  cate- 
^-^  dral  es  la  que  hay  sobre  el  dintel,  en  la 
puerta  de  Nuestra  Señora  la  Blanca. 

En  aquella  piedra  figuran  los  justos  y  los  re- 
probos, camino  de  la  bienaventuranza  eterna  o 
del  eterno  dolor.  Los  unos  hallan,  cerca  ya  de 
las  puertas  celestiales,  ángeles  y  querubines 
que  salen  a  recibirlos  con  las  entrañables  melo- 
días del  órgano;  los  otros  sólo  ven,  como  heral- 
dos de  peores  realidades,  las  tres  calderas  fogo- 
sas rodeadas  de  diablillos.  Luego  vienen  las 
gigantes  fauces  de  Satanás.  Los  diablejos  me- 
nores tienen  la  divertida  misión  de  zambullir  en 
las  calderas  los  enclenques  desnudos  precitos. 

No  diré  que  aterre  la  plasticidad  de  esta  es- 
cena; pero  puedo  afirmar  que  no  está  la  insufi- 
ciencia en  la  obra,  sino  en  nosotros.  Es  que  ya 
la  representación  abstracta  de  aquello  no  es 
hélice  que  remueva  nuestras  emociones.  En 
cambio,  la  figura  ideal  del  diablo,  aislada  de 
todo  lo  demás,  se  nos  presenta  como  estribo  de 
posibles  pensamientos. 

¿He  visto  yo  alguna  vez  al  diablo? 

Soy  hombre  de  memoria  enteca,  pero  asegu- 

70 


EVOLUCIÓN  ES 

ro  que  no  le  he  visto  por  mí  mismo.  Yo  he  visto 
al  diablo  que  ven  todos  los  de  mi  época,  el  cual 
es  un  diablo  que  tiene  bastante  de  aquel  diablo 
copto  que  tentó  a  San  Antonio;  por  consiguien- 
te, del  diablo  medioeval  y  mucho  del  diablo  ba- 
rroco y  jesuítico.  Si  yo  fuera  pintor  y  alguna 
dama  devota  y  ocurrente  me  hubiese  encargado 
un  San  Miguel  venciendo  a  Satanás,  tal  vez,  si- 
guiendo la  norma  de  los  artistas  chinos,  me  hu- 
biera entregado  por  un  largo  tiempo  a  la  sole- 
dad y  a  la  vigilia,  que  son  las  grandes  celadoras 
de  la  reflexión.  Después  de  esto,  acaso  obtu- 
viera la  estampa  clara  y  mía,  francamente  mía, 
del  diablo. 

Pero  no  soy  pintor,  y  al  oficio  en  que  torpe- 
mente me  desenvuelvo  tengo  la  casi  absoluta 
seguridad  que  no  hacen  tales  encargos  las  pia- 
dosas damas.  Lo  bello  sería  someterse  a  esos 
trabajos  por  cuenta  propia,  pero  estas  pági- 
nas urgen  (no  sé  por  qué),  y  no  puedo  de- 
dicarme ahora  un  mes  de  soledad,  vigilia  y  re- 
flexión. 

Puedo  decir,  así,  de  momento,  que  he  visto  al 
diablo  de  color  blanco,  de  color  negro  y  de  co- 
lor rojo,  no  sé  cómo,  ni  cuando,  ni  en  qué  cali- 
dad corpórea.  De  la  forma  conservo  una  idea: 
era  semejante  a  la  del  sátiro  clásico,  de  quien 
lo  creo  hijo  bastardo. 

71 


J.    MORENO     VILLA 

Entre  las  gentes  medioevales,  el  diablo  tenía 
cuerpo  de  bode  o  buco,  orejas  puntiagudas  y 
barba  en  cara  humana.  Exactamente  el  retrato 
de  un  sátiro.  Eso  era  lo  tradicional  y  vago;  pero 
los  escritores  afinan  un  poco  más  y  lo  describen 
como  «ser  velloso  y  de  una  deformidad  mons- 
truosa». Ya  esta  segunda  parte  no  tiene  nada  de 
clásica.  Ya  le  han  inyectado  al  sátiro  jovial  de 
las  florestas  un  centigramo  de  odio  negro  y  de 
miedo  pajizo.  Algunos  escribas  añaden  que  es 
negro.  No  hay  inconveniente:  hay  cabrones  o 
bucos  de  color  caoba,  de  color  lechoso  y  de 
color  negro.  Pero  no  negaréis  que  es  prurito  de 
buscar  lo  tenebroso.  Añaden,  por  último,  que 
lo  más  característico  en  su  fisonomía  es  la  mue- 
ca de  satisfacción  radiante  y  brutal. 

Tal  era  la  estampa  que,  a  cinco  céntimos  o  de 
balde,  circulaba  entre  los  cultos  y  analfabetos 
del  siglo  XII. 

Si  alguno  de  vosotros  es  curioso  puede  seguir 
un  poco  hacia  atrás  en  el  tiempo  y  trasladarse 
rápidamente  a  la  Tebaida.  Veremos  una  estam- 
pa más  vieja,  una  estampa  del  siglo  tercero  de 
nuestra  era;  porque  aquellas  estepas  son  los  es- 
cenarios clásicos  del  virulento  espíritu  infernal. 
En  una  ciudad  del  alto  Egipto,  llamada  Coma, 
el  diablo,  el  año  251,  aparece  asediando  al 
monje  copto,  que  luego  se  llamó  San  Antonio. 

72 


EVOL  LICIÓN  ES 

Hubo  otro  santo,  San  Atanasio,  que  dejó  escrita 
en  griego  la  historia  del  anacoreta. 

Todos  sabemos  que  San  Antonio  fué  un  es- 
clavo de  las  alucinaciones.  En  su  opulento  pa- 
lacio de  hombre  rico  entró  a  gatas  el  miedo  una 
vez.  Comenzaron  a  parecerle  las  delicias  de  la 
vida  invencibles  monstruos,  y,  rompiendo  su 
alcancía,  repartió  el  oro  y  se  fué  h\iyendo,  hu- 
yendo a  la  Tebaida. 

Mas  el  diablo,  aunque  San  Antonio  no  lo  vis- 
lumbrase, tenía  dos  firmes  y  poderosas  alas. 
San  Antonio,  como  buen  anacoreta  o  como 
buen  ricacho,  no  llegó  a  sospecharlo,  y  mucho 
menos  a  pensar  que  con  alas,  cuernos,  patas 
cabrías  y  todas  las  jibas  y  fealdades  juntas,  el 
demonio  estaba  dentro  de  su  misma  piel  de  san- 
to, y  así,  apenas  había  hundido  la  turbulenta 
cabeza  en  las  estériles  arenas  de  la  soledad, 
cuando  aparecieron  los  cuadros  voluptuosos  y 
las  gratas  escenas  de  su  vida  muelle. 

«Hay  que  ahogar,  hay  que  sofocar,  hay  que 
vencer  estas  acometidas  del  demonio»,  se  decía 
el  s^nto;  y  redoblaba  sus  penitencias,  con  lo 
cual  se  debilitaba  el  cuerpo  y  lo  disponía  más  y 
más  a  las  alucinaciones. 

Quien*  tenga  una  gota  de  bondad  en  el  alma 
y  un  poco  de  serenidad  en  el  espíritu  ha  de 
sentir  y  comprender  la  horrible  tragedia  de  este 

73 


J.    MORENO     VILLA 

hombre,  que  se  batía  con  las  sombras  mons- 
truosas que  él  mismo  iba  fatalmente  creando. 
Él  vio  al  diablo  en  forma  de  león,  de  toro,  de 
áspid,  de  serpiente,  de  lobo,  de  escorpión,  de 
pantera,  de  oso. 

Las  bestias  aullaban  en  la  negrura  de  la  no- 
che. Antonio  se  maceraba  las  carnes.  Las  bes- 
tias rugían,  levantando  las  fauces  amenazadoras 
al  cielo  sin  estrellas.  Antonio  arrojaba  lejos  de 
sí  el  pan  que  le  traían  del  poblado.  Las  bestias 
redoblaban  sus  cavernosos  aullidos  y  se  preci- 
pitaban en  las  ruinas  donde  oraba  el  santo.  Sus 
gritos  se  oían  a  tres  leguas  de  allí. 

Pero  hay  otro  San  Antonio;  hay  un  San  Guth- 
lac,  a  quien  llaman  el  San  Antonio  anglo-sajón, 
que  se  retiró  a  las  marismas  de  Croyland.  Yo 
he  pensado  alguna  vez  que  el  pintor  Patinir,  en 
el  cuadro  incomparable  de  las  Tentaciones,  que 
guarda  el  Museo  del  Prado,  ha  puesto  a  San 
Antonio  en  el  paisaje  de  San  Guthlac,  viendo 
aquellas  lagunas  y  aquel  campo  verde. 

Pues  bien;  una  noche,  cuando  este  santo  re- 
zaba en  su  celda,  cayeron  sobre  él  innumerables 
y  fantásticos  seres.  La  descripción  nos  interesa 
mucho.  Eran  patizambos,  cabezudos,  cuellilar- 
gos. Tenían  las  mejillas  chupadas,  las  barbas 
puercas,  las  orejas  largas,  los  ojos  feroces,  las 

74 


EVOLUCIONES 

bocas  fétidas  y  los  dientes  de  caballo.  Sus  gaz- 
nates despedían  llamaradas  y  voces  estridentes. 

Otra  noche,  al  tiempo  de  la  oración  también, 
oyó  rugidos  de  bestias  salvajes.  Y  vio  aves,  rep- 
tiles, fieras...,  todos  en  tropel,  venir  sobre  su 
cuerpo.  Un  león  le  amenazaba  con  sus  dientes 
sangrantes;  detrás  había  un  toro  y  un  oso  furi- 
bundos. Sucesivamente  se  vio  acometido  por 
gruñidores  puercos,  cuervos  carniceros,  víboras, 
lobos  y  multitud  de  alimañas. 

Leyendo  estas  descripciones  comprendemos 
las  fantasías  de  Schongauer,  Van  Mechen  y 
Lucas  Cranach.  Comprendemos,  sobre  todo, 
que  viniera  al  mundo  aquel  maestro  culminante 
de  la  diablería,  el  flamenco  Pedro  Breughel; 
pero  comprendemos  también  que  la  estampa 
del  diablo  había  llegado  a  ruin  término.  Los  te- 
rribles demonios  góticos  vinieron  a  ser  capri- 
chos morfológicos,  abstracciones  cómicas  dis- 
paratadas. 

¡Qué  lejos  todo  ese  mundo,  fantástico  y  diver- 
tido, de  este  otro,  serio,  que  se  ve  en  la  puerta 
de  la  catedral  I  Los  engendros  del  Bosco  — imi- 
taciones de  los  de  Breughel —  no  son  ya  diablos, 
aunque  hagan  sus  veces.  Les  falta  seriedad. 
Un  centinela  a  la  puerta  de  un  castillo  no 
puede  estar  vestido  con  librea  de  portería  bur- 
guesa. 

75 


J.    MORENO     VILLA 

Ya  no  entienden  la  gravedad  de  vuestro  oficio. 
No  se  os  conoce.  El  Dante  no  os  podría  nom- 
brar por  vuestros  nombres  ni  cualidades;  él,  que 
distinguió  al  diablo  marrullero,  pérfido  y  feroz; 
al  cruel  y  colérico;  al  zaino  y  chismoso;  al  que 
se  mofa  de  la  divina  gracia;  al  que  tiene  forma 
de  jabalí;  al  que  tiene  ponzoña  de  dragón;  al 
satírico  desenfrenado;  al  fanfarrón  y  maligno; 
al  iracundo  y  colérico;  al  que  descuartiza,  fla- 
gela y  mesa  los  cabellos. 

jQué  espantosa  confianza,  la  de  los  hombres, 
con  vosotros,  pobres  viejos  diablosl  ¡Aquel  te- 
rror que  infundíais  en  Oriente  a  los  egipcios,  a 
los  caldeos,  a  los  asirlos! 

Ante  el  funesto  enemigo  se  postraron  todos, 
sin  excluir  a  los  griegos  ni  a  los  romanos,  mexi- 
canos, indios.  7  el  diablo,  como  puede  verse 
hoy  en  una  efigie  annanita  conservada  en  San 
Petersburgo,  se  volcaba  de  risa  ante  las  mues- 
tras de  pavor.  Ya  fuiste  pagado.  Llegó  la  hora 
de  que  se  rieran  ellos. 

Es  cierto  — lo  digo  para  no  desairarte  del 
todo—  que  los  artistas  que  así  te  trataron  son 
los  de  la  Nave  de  los  locos  y  que  luego  el  Re- 
nacimiento te  prestó  nobleza  de  formas,  gallar- 
día humana.  Luego  fuiste  el  diablo  barroco,  lle- 
no de  rizos,  cotas,  uñas,  garabatos,  contorsio- 
nes y  garambainas.  Después. . .    no  pudo  ele- 

76 


EVOLUCIONES 

varte  más  el  teutón,  el  divino  Goetke,  ni  hablar 
de  ti  con  más  elegancia  el  saladísimo  Heine. 

«Llamé  al  diablo,  y  el  diablo  vino; 
y  le  contemplé  con  estupefacción. 
No  es  feo  ni  contrahecho. 
Es  un  sujeto  amable,  encantador; 
un  hombre  en  sus  mejores  años, 
atento,  cortés  y  experimentado. 
Es  un  diplomático  sag"az, 

y  habla  de  la  Iglesia  y  el  Estado  cuerdamente. 
Algo  pálido  es;  pero  esto  no  es  un  milagro: 
no  cesa  de  estudiar  Sánscrito  y  Hegel. 
Su  poeta  dilecto  sigue  siendo  Fouqué. 
Sin  embargo,  ya  no  quiere  seguir  ocupándose  de 
Ahora  se  le  ha  dejado  por  completo  [crítica, 

a  la  querida  abuela  Hecate. 
Alabó  mis  aficiones  juristas. 
Antes  estuvo  él  también  entregado  a  ellas. 
Me  dijo  que  mi  amistad  no  le  era 
excesivamente  cara,  al  tiempo  que  hizo  un  saludo, 
y  me  preguntó  si  no  nos  habíamos 
visto  ya  una  vez  en  casa  del  embajador  español, 
y,  al  contemplar  su  cara  atentamente, 
descubrí  en  él  a  un  antiguo  conocido.» 

Por  cierto  que  otro  Heine,  contemporáneo 
mío,  parece  que  vuelve  a  mirarte  con  el  respeto 
medroso  de  la  gente  medioeval  y  antigua.  Se- 
gún su  modelado,  eres  plantígrado,  corto  de 

77 


J.    MORENO     VILLA 

patas,  pesado  de  asentaderas  y  vientre,  enclen- 
que de  torso  y  largo  de  cuello;  un  cuello  largo, 
largo  que  remata  en  cabeza  de  caracol.  En  con- 
junto parece  una  testa  de  caracol  enchufada 
por  el  cuello  al  cuerpo  barrigón  y  culón  de  un 
Herr  Professor. 


78 


SABANDIJAS  HUMANAS 


EVOLUCIONES 


SABANDIJAS  HUMANAS 

T  OS  niños  deformes,  los  jorobados,  los  cabe- 
^^  zudos,  los  raquíticos,  los  bobos,  pero  er\ 
particular  los  enanos,  me  han  producido  siem- 
pre malestar  físico  y,  algvma  vez,  hasta  temores 
supersticiosos.  Y,  sin  embargo,  hay  quienes  ha- 
llan un  deleite  mirándolos.  No  sé  si  este  deleite 
es  signo  de  rudeza  primitiva  o  de  refinada  deca- 
dencia. Ni  me  importa. 

En  cambio,  me  interesa  un  hecho  indudable. 
Los  enanos,  los  bobos  y  todo  ese  mundillo  ruin, 
cuando  pinta  Velázquez,  no  es  repulsivo;  al 
contrario,  atrae.  ¿Qué  es  esto?  Brindo  el  he- 
cho a  los  que  niegan  todo  lirismo  a  la  obra 
del  pintor  sevillano.  Y  les  recomiendo  que  vean 
algún  otro  enano  que  sea  factura  de  pintor  me- 
diocre, por  ejemplo  el  Soplillo,  enano  de  Fe- 
lipe rV,  pintado  por  Villandrando.  (El  cuadro 
tiene  en  el  Museo  del  Prado  el  número  1234.) 

Esto  me  interesa  por  ser  para  mí  prueba  su- 
ficiente de  que  la  vibración  del  arte  destruye  lo 
repugnante  de  todo  objeto  feo  y  le  presta,  en 
cambio  —sin  alterar  su  presencia — ,  un  atracti- 
vo que  no  tenía.  Esto  es,  sencillamente,  admi- 
tir en  el  taller  del  artista,  no  sólo  las  bellas  o 

81 

EVOLUCIONES  6 


J.    MORENO     VILLA 

costosas  baratijas  que  han  de  servirle  de  apoyo 
para  sus  ensueños,  sino  las  baratijas  feas,  risi- 
bles o  despreciables.  La  cosa  está  en  saber  uti- 
lizarlas. 

Así,  ya  no  me  avergüenza  la  seducción  que 
he  sentido  ante  las  sabandijas  humanas  que 
pintó  Velázquez.  Y  no  tengo  inconveniente  en 
trasladar  aquí  algunas  notas  escritas  bajo  tal 
seducción,  ya  que,  entre  las  notas  sugeridas 
por  un  arte  dinámico,  exaltado,  y  las  de  mi  fau- 
na grotesca  o  sentimental,  no  han  de  caer  como 
un  estampido. 


82 


EVOLUCIONES 


LA  MARI-BARBOLA 

T  A  Mari-Bárbola  es  rechoncha  y  fea;  pero... 
¿qué  quiere  usted?  Ha  nacido  para  figurar. 

En  el  pueblo  la  tenían  por  chata  (¡injusticial), 
buchona,  bisoja  y  cuerpo  de  botija.  Pero...  ¿qué 
quiere  usted?  Nació  ella  para  vivir  entre  prínci- 
pes y  para  figurar. 

En  el  pueblo,  jclarol,  como  la  veían  sin  com- 
poner, con  sólo  cuatro  harapos  pegados  a  las 
robustas  carnosidades  y  tan  raquíticos  que  ape- 
nas le  cubrían  el  mondongo,  decían  que  era 
una  pepona  rrisible.  Pero...  ¿qué  quiere  usted? 
Vestida  con  guardainfantes,  ella  puede  y  sabe 
figurar. 

iNo  faltaba  más!  jEllaí 


83 


J.    MORENO    VILLA 


EUGENIA  MARTÍNEZ  VALLEJO 

"rpuGENiA  Martínez  Vallejo,  en  cambio,  está 
"^  muy  a  mal  con  tantos  perifollos,  brocados, 
cintas  y  guardainfantes. 

¿Por  qué  no  la  dejas,  Carreño,  irse  a  la  era  a 
revolcarse,  a  que  la  revuelquen  los  chicos  y  le 
den  manotazos  en  las  rollizas  exuberancias,  en 
donde  chascarán  como  en  culata  de  yegua? 

¿Por  qué  no  la  dejas,  pintor,  en  vez  de  ator- 
mentarla con  posturas?  Eres  malo.  ¿Para  qué  la 
vistes  de  rojo  sino  para  escarnecerla? 

jDéjalal  Si  no  le  importa  pasar  a  la  poste- 
ridad. 


84 


El  OLUCIONES 


DON  SEBASTIÁN  DE  MORRA 

T~>vON  Sebastián  de  Morra  va  y  viene,  patizam- 
"^  bo,  tambaleándose.  Tiene  cabeza  y  torso 
de  hombre  normal,  pero  harto  exiguas  las  extre- 
midades, en  especial  los  brazos,  que  apenas  le 
llegan  al  vientre.  Una  barba  negra  y  cuadrada 
le  abriga  el  mentón  y  le  busca  el  bigote  por  las 
comisuras  de  la  boca.  Es  su  nariz  chata  y  de 
tan  pocos  amigos  como  el  entrecejo.  Viste  co- 
leto y  calzón  verdes,  medias  negras  y  zapatos 
de  becerro.  Sobre  el  coleto,  valona  flamenca 
transparente. 

— ¡Acércate! —  le  manda  Velázquez. 

y  este  gran  pintor,  tan  amigo  de  lo  serio,  coge 
un  gabancillo  carminoso  galoneado  de  oro,  que, 
sin  duda,  abrigó  los  hombros  de  un  rey  de  la 
farándula,  y  se  lo  hizo  poner,  para  retratarlo  así. 

— ¡Tome  asiento,  don  Sebastián!  ¡Ahí  mismo, 
en  el  suelo!  --  seguía  diciendo  aquel  pintor  gra- 
ve, rarísima  vez  captado  por  la  ironía. 


85 


J.    MORENO     VILLA 


EL  NIÑO  DE  VALLECAS 


^T^AMBiÉN  es  patizambo  este  fruto  ruin  de  la 
carne.  Pero  nocorre.  No  es  ágil, ni  travieso, 
ni  pendenciero.  Él  es  un  magnífico  pan  de  boro- 
na, una  grande  y  reposada  torta  de  pueblo. 

Todo  lo  que  se  mueve  a  su  alrededor  le  en- 
canta y  extasía.  Pero  no  entrevemos  si  le  gusta 
o  le  desagrada  lo  que  ve.  Tuerce  su  cabeza  de 
cuello  corto  hacia  atrás,  y  así  queda,  sea  un  es- 
cuadrón militar,  abigarrado  y  pintoresco  lo  que 
pase,  o  una  insignificante  mosca. 

El  niño  de  Vallecas  no  corre,  no  juega,  no 
riñe.  Si  le  dan  de  comer,  come.  Si  le  abrochan 
coja  la  ropilla,  la  deja. 

Vive  ausente,  remoto,  como  los  bienaventu- 
rados. 


EVOLUCIONES 


"EL  PRlMO„ 

Q<E  sale  del  coro  de  sabandijas.  Ya  la  postura 
^^  aplomada  de  su  cabeza  revela  un  cerebro 
normal. 

Tiene  la  cabeza  en  su  sitio,  y  el  sombrero  ca- 
lado de  través  como  los  guapos  galanteadores 
y  conquistadores.  Velázquez  no  se  atrevió  a  es- 
carnecerle con  ropas  o  símbolos  grotescos.  Si  le 
puso  de  lado  el  chambergo  no  hizo  más  que  ate- 
nerse a  lo  que  veía  y  al  run  run  de  la  gente. 
«El  Primo»  estuvo  una  vez  a  punto  de  morir  a 
manos  de  un  marido  celoso. 

No  por  esto  deja  de  ser  hombre  serio.  Le  ve- 
réis rodeado  de  libro,  tintero  y  pluma;  vestido 
completamente  de  negro.  Él  no  quiere  telas  lla- 
mativas. 

Supo  conciliar,  pues,  los  esfuerzos  de  la  men- 
te con  las  flaquezas  del  corazón,  como  atesti- 
guan su  frente  rayana  en  calva  y  sus  endebles 
cabellos  alborotados.  De  ambas  cosas  son  resul- 
tas: de  cavilaciones  y  de  noches  de  gaudeamus. 
Los  ojos  sin  pestañas  suscriben  lo  mismo. 


87 


J.    MORENO     VILLA 


'EL  INGLÉS„ 


T7L  enano  don  Antonio,  el  Inglés,  no  era  de- 
^^  forme.  Le  daba  por  el  lujo  y  la  compostura 
personal,  los  encajes  valones,  las  plumas  riza- 
das, las  telas  de  Utrech,  las  pelucas  y  los  moños 
rojos. 

Era  hombre  despierto,  mas  de  un  carácter 
tan  avinagrado  que  le  tienen  que  recluir  a  veces 
en  un  cuarto.  Allí,  para  su  diversión,  le  permi- 
ten la  compañía  de  un  perro,  pero  le  cierran  la 
puerta  con  llave.  No  le  pueden  dejar  muebles 
en  la  habitación. 


88 


EVOLUCIONES 


NIC0LASI70 

■pxoÑA  Isabel  de  Velasco,  que  figura  junto  a 
^^  Mari-Bárbola,  hace  poco  le  ha  reñido  seria- 
mente a  Nicolasito  Pertusato,muñequito  bailarín 
que,  ahora,  con  precauciones,  hostiga  al  soño- 
liento perrazo  con  su  pie  de  juguete. 

Nicolasito  había  cometido  un  grave  atentado. 
Figuraos  que  la  Mari-Bárbola  tendida,  boca  al 
techo,  sobre  un  diván,  estaba  durmiendo.  Esa 
postura  hace  que,  en  sueños,  se  abra  la  boca, 
y  Nicolasito,  corto,  pero  no  perezoso,  se  la  fué 
llenando  con  bolitas  de  papel. 

La  pobre  pepona  se  despertó  falta  de  aliento, 
morados  los  mofletes,  retorcida  y  espantada.  A 
poco  más,  se  ahoga. 

Por  eso  doña  Isabel  de  Velasco  l^dió  un  tirón 
de  orejas  y  le  amonestó. 

Nicolasito  ahora  se  divierte  hostigando  al  pe- 
rro, como  si  tal  cosa.  En  su  pequeña  persona 
no  duran  mucho  los  sermones,  y  dentro  de  poco 
se  esconderá  tras  un  tapiz  para  dar  un  susto  a 
don  Felipe  IV,  cuando  pase. 


LIBRO    SEGUNDO 


BESTIARIO 


Non  nova  sed  nove. 


EVOLUCIONES 


DEDICATORIA  DEL  BESTIARIO 

~\     laSra.  D." 

•^~^       — «Dedícame  un  libro.  ¿Harás  un  libro 
para  mí?» 

Tales  fueron  tus  deseos  durante  una  época 
breve,  pero  sabrosa,  ya  lejana.  No  llegaron  a 
ser  una  obsesión,  pero  sí  una  tarabilla  insisten- 
te, un  repiqueteo  alegre  y  superficial.  A  tus  pre- 
guntas yo  contestaba  afirmando  y  sonriendo,  y 
tú  volvías  a  insistir  dudando  y  sonriendo.  Sin 
darnos  cuenta,  los  dos  afirmábamos  y  dudába- 
mos; yo,  afirmaba  con  la  palabra  y  dudaba  con 
la  sonrisa;  tú,  al  contrario.  En  realidad  temía- 
mos que  la  obra  resultara  de  inferior  altura, 
intensidad  y  vibración  que  aquella  otra  em- 
prendida por  ambos,  sin  preparación  ni  estu- 
dio y  que,  unas  veces  iba  formándose  y  hacién- 
dose a  fuerza  de  silencios  abarrotados  de  ilu- 
sión, otras  con  diálogos  vivos,  saltantes,  locue- 
los, y  otras  con  recriminaciones  de  arrugado 
entrecejo. 

Con  frecuencia  vuelvo  la  cara  hacia  las  horas 
aquellas.  Verdaderamente,  nunca  jamás,  ni  tú 
ni  yo,  haremos  una  obra  más  vivífica,  com- 

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J.    MORENO    VILLA 

plicada  y  chispeante  que  aquélla.  La  guardo 
como  si  fuera  un  modelo  precioso. 

Después...  después  vino  la  vida;  quizás  fuera 
mejor  decir,  la  muerte.  La  vida  verdadera  está 
en  horas  como  aquéllas;  en  horas  tan  cargadas 
y  bendecidas  por  la  emoción  que,  todo,  hasta 
el  tiempo,  parece  que  se  extasía  para  que  lo  vi- 
vamos larga  y  entrañablemente. 

Después  vino  la  vida.  Hace  poco  te  vi  senta- 
da en  un  banco  del  parque,  rodeada  de  chiqui- 
tines, hijos  tuyos.  Tu  figura  corporal,  que  había 
sido  toda  de  ensueño,  no  guardaba  de  él  más 
que  un  poquitín,  en  torno  a  los  ojos.  A  qué  in- 
sistir, ni  a  qué  preguntar.  La  plumita  del  som- 
brero tiene  a  veces  una  elocuencia... 

De  mí,  ¿qué  decirte?  Muchos  errores  tengo  en 
la  vida  corriente.  Pero  como  sigo  pensando  que 
esos  errores  son  los  que  me  procuran  ratos  de 
vida  verdadera,  lamento  que  no  sean  más.  En 
los  no  errores,  en  las  sensateces,  también  me 
ejercité;  pero  esos  están  al  alcance  de  cualquier 
doctorzuelo  en  Derecho. 

Con  esto  verás  que  tengo  un  espíritu  más  con- 
servador y  tradicionalista  que  tú,  ya  que  algo 
me  queda  en  el  alma,  todavía,  de  aquella  intui- 
ción del  mundo  y  de  la  vida  que  nos  arrebató  y 
sostuvo  horas  y  horas  en  las  más  altas  regiones. 

En  ese  algo  me  sujeto  como  en  la  pensión  el 

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E VOLUCIONBS 

inválido,  o  como  en  el  arbotante  la  bóveda  gó- 
tica. jQue  la  suprema  bondad  no  me  lo  retire, 
ya  que  yo  derrocho  tanto  entusiasmo  por  rete- 
nerlo! 

Sólo  a  ese  espíritu  debo  este  libro.  Este  li- 
bro que  viene  a  sumarse  a  los  otros  tres,  per- 
fectamente inútiles,  ya  publicados. 

¿Es  también  éste  absolutamente  inútil?  No; 
absolutamente,  no.  Va  dirigido  a  ti.  He  pensado 
que  acaso  sea  éste  el  libro  que  tú  me  pedías.  7 
tengo  la  esperanza  de  que  levante  un  vuelo  el 
pasado  que  duerme  en  tu  memoria  y  que  reco- 
nozcas en  él  muchos  de  aquellos  diversos  obje- 
tos que  fueron  motivos  de  comparaciones  y  ex- 
clamaciones en  nuestros  zigzageantes  e  inde- 
terminados diálogos. 

Sin  duda  faltan  muchos.  Ahora  mismo,  al  es- 
cribir esta  dedicatoria,  cuando  el  libro  está, 
como  quien  dice,  cerrado,  echo  de  ver  que  me 
falta  el  abejorro. 

¡Mira  que  habérseme  olvidado  el  abejorro!  Es- 
pecialmente al  abejorro  negro,  fatídico,  debí 
hacerle  su  correspondiente  jaula,  y  haberle 
puesto  en  ella  severos  y  amargos  apostrofes. 
¡Qué  cantidad  de  oscuras  preocupaciones  de- 
positaba entonces  en  tu  pechito  su  presencial 
¡Cómo  y  cuánto  le  maldije! 

Pero  si  no  va  el  abejorro,  van  en  cambio  al- 

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EVOLUCIONES  7 


J.    MORENO     VILLA 

gunos  otros  contra  los  cuales  he  soltado  la  es- 
pita de  los  reproches.  Y  es  que  sin  estar  a  flor 
de  conciencia,  sin  acudirme  a  la  memoria,  re- 
cluido allá  en  lo  profundo  estaba  el  animalejo 
incitándome  al  reniego  y  a  la  imprecación. 

Nada  hemos  perdido  con  ello.  Así  el  libro  tie- 
ne más  cambiantes,  facetas  y  destellos.  Al  eno- 
jo seguirá  un  gesto  de  caricia,  y  uno  de  melan- 
colía, y  uno  de  burla,  y  uno  de  entusiasmo. 
Aquí  admiro  y  desdeño  como  tú  admirabas  y 
desdeñabas,  sencillamente,  o,  mejor  dicho,  es- 
pontáneamente, porque  la  sencillez  en  el  pen- 
sar no  es  cosa  de  nuestra  época. 

No,  no  es  la  sencillez  la  virtud  cardinal  de 
este  libro.  Las  cosas  visuales  se  mezclan  aquí 
con  las  intelectuales,  las  preferencias  sentimen- 
tales y  estéticas  con  las  morales  del  orden  más 
rígido.  Tiene  todo  esto  un  claro  entronque  con 
el  arte  gótico,  aquél  complicado  arte  septentrio- 
nal que  tuvo  la  osadía  de  querer  fundir  o  amel- 
gar lo  abstracto  y  lo  natural,  la  geometría  y  el 
mundo  palpable,  vegetal  o  animal. 

No,  no  puede  ser  sencillo.  Pero,  ¿es  que  nos- 
otros amamos  la  sencillez?  Tal  vez  como  viejo 
residuo  nos  quede  alguna  admiración  por  ella, 
pero  nosotros  somos  hijos  de  un  mundo  compli- 
cado, que  cada  día  exige  más.  Advierte  que  no 
han  sido  nuestros  años  de  juventud  y  aprendi- 

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EVOLUCIONES 

zaje,  años  abiertos  a  las  satisfacciones  externas. 
Hemos  tenido  bien  abiertos  los  ojos  hacia  la 
calle,  pero  hemos  permanecido  detrás  del  bal- 
cón, recogidos,  y  hasta  detrás  de  nuestras  pu- 
pilas, si  es  que  te  sirve  esta  frase. 

Detrás  de  nuestras  pupilas,  en  los  porches  de 
la  interna  morada,  es  donde  ha  estado  siempre 
el  centro  de  nuestra  vida;  es  decir,  en  el  límite 
mismo  donde  acaba  lo  que  vemos  y  empieza  lo 
que  pensamos.  Así,  participan  nuestras  cosas 
de  lo  uno  y  de  lo  otro  y,  acaso,  con  la  prepon- 
derancia de  lo  otro  sobre  lo  uno. 

¿Qué  te  pasa?  Veo  que  estás  inquieta.  ¿Te 
canso?  No,  no  puede  ser.  Estoy  haciendo,  ex- 
plicándote lo  que  es  tu  libro,  este  libro  que  tú 
adivinaste  y  quisiste  c5n  la  vehemencia  de  la 
juventud.  Si  te  tienta  el  fastidio  atribuyelo  a 
que  tu  espíritu  va  perdiendo  la  virginal  pureza 
de  cuando  era  hermano  gemelo  del  mío,  capaz 
de  remontarse  y  hundirse  hasta  lo  más  azul  y 
en  lo  más  negro.  Sin  duda,  entró  en  tu  alma  el 
diablejo  de  lo  superficial,  enemigo  acérrimo  de 
los  deleites  puros.  ¡Arrójalo  de  til  Volverás  a 
sentirte  joven,  como  eras  cuando  juntos  mirá- 
bamos pacer  al  ternerillo,  volar  a  la  golondrina, 
escurrirse  a  la  sierpe,  nadar  al  pez. 

j Arrójalo,  arrójalo  fuera,  a  fin  de  que  estos 
pobres  papeles,  escritos  para  ti,  no  se  queden 

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J.    MORENO     VILLA 

desairados  y  vayan  al  montón  de  lo  inútil!  Ellos 
tienen  un  valor  por  sí,  claramente  lo  veo;  pero 
el  valor  absoluto  se  lo  das  tú  aceptándolos, 
comprendiéndolos. 

Antes  de  hacerte  la  ofrenda  sentí,  sin  embar- 
go, un  toque  de  la  vacilación.  ¿La  encontrarías 
impropia,  baladí?  ¿Tal  vez  ofensiva?  ¿Supondrías 
que  un  tema  como  el  de  estas  seudofábulas,  es- 
critas sin  el  arrebato  de  mis  primeros  tiempos, 
cuando  ya  las  canas  van  constituyendo  audaces 
colonias  en  la  cabeza  y  las  fibras  de  oro,  que 
son  el  alma  de  la  juventud,  van  sustituyéndose 
por  otras  de  plata,  más  frías,  llevan  embozado 
el  desdén? 

Nada  más  ajeno  a  mi  ánimo.  Los  libros  de 
ayer  eran  libros  apasioifbdos  y  altamente  reli- 
giosos. Nacieron  al  primer  contacto  de  la  vida 
y  de  las  cosas,  de  los  misterios.  Un  alma  fervo- 
rosa da  estos  primeros  pasos  con  la  seriedad  y 
tribulación  del  ciego,  que  camina  a  tientas.  El 
ciego,  cuando  entra  en  un  aposento  nuevo, 
hueie  el  misterio,  abre  los  ojos  más,  levanta  la 
cabeza  como  para  ayudarse  con  el  olfato  y  con 
el  oído,  y  percibe  el  peligro.  En  cambio,  cuando 
entra  por  segunda  vez,  conocedor  ya  de  las  co- 
sas que  en  el  aposento  hay,  los  palpa  y  sonríe. 

¡Sonríe!  Me  alegra  haber  dado  repentinamen- 
te con  esta  palabra,  porque  ella  puede  explicar 

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EVOLUCIONES 

por  SÍ  sola  la  clara  intención  de  mi  dedicatoria. 
¡Sonríe!  Un  libro  de  ayer  hubiera  acumulado 
sobre  ti  presentimientos,  tristezas,  desvarios. 
Un  libro  de  hoy  cubre  la  gota  de  amargura  con 
los  estambres  cosquilleantes  de  la  sonrisa. 

Además,  será  recibido  sin  suspicacias  por  el 
esposo.  No  puede  hallar  en  él  nada  que  sea  in- 
sinuación, desfallecimiento  amoroso,  perpleji- 
dad o  éxtasis  ante  bellezas  corporales  o  aními- 
cas de  tu  propia  persona.  Tu  marido  lo  leerá; 
contribuiré  también  a  su  regocijo,  y,  luego,  tal 
vez  le  indique  a  los  pequeñuelos  las  virtudes, 
los  rasgos,  las  deformidades  de  las  alimañas 
campestres  y  ciudadanas. 

Mira  por  dónde  voy  a  coadyuvar  a  vuestra  la- 
bor pedagógica.  ¡Yo  maestro! 

¿No  éramos  aprendices  los  dos  en  aquella 
buena  época?  ¡Qué  nostalgia,  pensar  que  el 
aprendizaje  ya  no  volverá  tampoco;  que  perte- 
nece a  las  múltiples  cosas  pasadas  irremisible- 
mente! ¡Qué  pena,  verse  maestro,  verse  peda- 


gogo, y  ya  para  siempre 


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J.    MORENO    VILLA 


LA  CABRA 


y^ECOSTADA  en  el  suelo  enseña  las  ubres  color 
-^^  de  ceniza,  brevales  en  su  forma  y  esta- 
llantes. No  tardará  en  venir  un  mozo  que  se  las 
deje  como  pipas  hueras. 

Mantiene  erguida  la  cabeza  tenebrosa,  de  ojos 
luctuosos  y  demoníacos. 

¿Tiene  dos  almas  la  cabra?  ¿Cómo  es  infantil, 
amiga  de  los  niños,  y  retorcida,  colega  de  las 
viejas  brujas? 

Es  que  lo  absurdo  lo  lleva  dentro  y  lo  tiene 
fuera.  ¡Qué  andares  los  suyos  cuando  no  cabe 
una  gota  más  de  leche  en  sus  mamas!  Tropieza 
y  choca  consigo  misma,  con  sus  propios  miem- 
bros hiperbólicos,  que  han  adquirido  un  valor 
descomunal,  y  toda  la  hermosa  bestia  se  supe- 
dita al  valor  de  sus  glándulas. 

De  sus  ornamentales  cuernos  todo  está  dicho 
al  decir  que  son  ornamentales.  Cuernos  inútiles 
por  su  retorcimiento  inverso.  Acaso  un  artista 
heleno,  pozo  de  ironías  y  criador  de  cabras,  fué 
quien  halló  la  peregrina  idea,  y  la  puso  en  prác- 
tica, de  invertir  la  dirección.  Porque  de  Grecia 
vino  todo  arte,  y  el  arte  convierte  lo  útil  en  in- 
útil para  satisfacción  mera  del  gusto. 
102 


EVOLUCIONES 

Tiene  todavía  otra  cosa  ineficaz:  las  carúncu- 
las o  teticas  pendulares  del  cuello.  ¿Para  qué 
las  quiere?  Tal  vez  para  que  una  criaturilla, 
como  la  que  ahora  se  aproxima,  juegue  con 
ellas... 

La  cabra  se  ha  puesto  en  pie.  Ha  venido  el 
cabrero  y  la  echa  a  la  calle  con  otras  muchas. 
Va  con  la  cabeza  baja,  pegada  a  la  pared,  pen- 
sando en  negruras  ultraterrenas.  Cuando  llegue 
al  prado  y  haya  comido  la  jugosa  y  buena  mata 
verde,  convendrá  con  otra  un  disparatado  duelo 
frontal.  Levándose  sobre  las  patas  postreras, 
dibujará  una  gentil  pirueta  en  los  aires  y,  al 
tiempo  de  recoger  la  barba  en  el  cuello,  su 
frente  buscará  el  topetazo  en  la  próxima  testuz. 
Luego,  sin  más  explicaciones,  volverá  las  nal- 
gas, dará  unos  pasos,  se  alejará  y  se  pondrá  a 
pacer  como  si  nadie  hubiera  en  el  contorno.  Es 
cosa  de  todos  los  animales  gregarios  el  pacer  en 
compañía,  con  la  fe  absoluta  de  que  son  únicos, 
solitarios,  dueños. 

¡La  cabra,  la  cabra  infantil  y  diabólica,  orna- 
mental y  absurda! 


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J.    MORENO     VILLA 


EL  GALLO 


"TAARECE  que  va  con  las  manos  en  los  bolsillos 
del  pantalón  y  que  anda  sobre  el  mantillo 
del  corral  temeroso  de  percudir  los  flamantes 
botines:  tanto  alza  los  pies. 

«¡Mírame,  míramel  Tengo  de  este  lado  una 
rodaja  blanca  como  la  espuma  de  la  nieve,  y  a 
este  otro  lado,  jmírameí,  tengo  otra;  y  si  te  fijas 
en  mi  cresta,  verás  color;  y  si  unes  el  blanco  y 
el  rojo  con  el  negro  de  mi  plumaje  tendrás  la 
bandera  germana. 

A  la  influencia  de  este  símbolo  debo  el  pisar 
bien,  el  llevar  la  cabeza  erguida  y  el  tanto  filo- 
sofar. Filosofo  a  lo  Nietzsche,  con  gallardía. 
Siempre  solo  estoy  en  el  corral,  siempre  solo, 
meditando,  luciendo,  dando  vueltas,  sin  que 
entorpezca  ello  m.i  oficio  de  garañón.  Comparto 
la  filosofía  con  la  carne,  aunque  sea  carne  de 
gallina.  Fecundizo  y  hago  filosofía,  que  todo 
es  uno. 

Cuando  se  avecina  el  alba  yo  canto;  pero 
no  siempre;  se  exagera  mucho.  Canto  al  alba 
como  a  tantas  horas,  porque  yo  canto  mucho 
para  que  no  se  me  olvide  ni  desatienda.  El  uni- 
verso propende  a  la  distracción,  y  si  no  fuera 

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EVOLUCIONES 

por  mis  voces  de  alerta,  mal  andarían  los  cuer- 
pos siderales  y  el  hombre.» 

Todo  esto  lo  decía  paseando  su  empaque  por 
entre  cascarones  de  huevo,  costras  de  melón, 
una  espuerta  vieja  más  alta  que  su  cresta,  una 
escoba  desmedrada  y  una  sartén  roída.  Quien 
se  mueve  en  un  panorama  tan  ruin,  con  tan  al- 
tos pensamientos,  es  muy  grande  o  es  muy... 


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J.    MORENO     VILLA 


EL  ASNO 


"X  L  asno,  de  tiempo  en  tiempo,  se  le  acaba  la 
"^^  cuerda  y  se  petrifica.  En  la  noria  quedó  a 
medio  volcar  un  cangilón.  Mas  él  no  repara  en 
eso;  no  mira.  Tiene  la  vista  en  el  infinito,  que  es 
la  pantalla  cromática  donde  vemos  proyectarse 
en  pensamientos  nuestras  emociones.  Esto  ve; 
es  decir,  esto  piensa. 

«Yo  no  sé  lo  que  de  mí  querrán.  Hice  todo  lo 
que  pude  por  atraerme  la  simpatía  del  hombre. 
Muevo  el  molino,  la  noria  y  el  carricoche.  Tomo 
lo  mismo  piedra  dura  sobre  mi  espina,  que  ma- 
tas en  flor,  y  las  llevo  impertérrito  por  veredas 
en  que  la  hormiga  sentiría  vacilar  su  corazón. 
No  soy  exigente  a  la  hora  de  comer;  si  me  po- 
nen hojas  de  cardo  las  como.  Nunca  veréis  en 
mi  linda  boca  palabra  de  queja.  No  hago  más 
que  mis  meditaciones  en  la  pantalla  del  infinito. 
Así,  revivo  la  historia  mía  y  la  de  mi  ascenden- 
cia. Se  han  olvidado  los  hombres  de  que  en  mis 
lomos  huyó  la  Virgen  a  Egipto,  de  que  el  vaho 
de  mi  cuerpo  calentó  el  cuerpo  del  Kombre- 
Dios,  de  que  hice  con  éste  la  entrada  en  Jeru- 
salén.  No  se  acuerdan  de  nada.  No  se  acuer- 
dan, porque  no  tienen  pantalla,  una  pantalla 

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EVOLUCIONES 

lejana  y  fiel  donde  se  desenrosquen  y  aclaren 
los  sucesos  de  la  vida.  No  se  acuerdan  de  que 
mi  mujer  abastecía  de  leche  las  tinas  romanas, 
contribuyendo  así  al  esplendor  de  la  belleza  de 
Venus. 

Si  el  hombre  estima  la  aristocracia,  cuyos 
factores  son  esfuerzo  y  tiempo,  ¿por  qué,  siendo 
tenaz  y  provechoso  mi  esfuerzo,  y  mi  cuna  leja- 
na en  el  tiempo  y  en  el  espacio,  no  me  quieren? 

Acaso  porque  tengo  mi  voluntad.  Cuando  me 
veáis  andar  de  lado,  decid  que  opino  al  revés 
que  el  arriero.  Si  veis  que  cogiéndome  del  rabo 
me  impele  en  el  sentido  de  su  deseo,  no  creáis 
que  someto  mi  voluntad.  Ella  grita  en  el  vértice 
de  mis  orejas,  por  donde  escapa  mi  libertad 
cuando  sucumbe  la  carne. 

Tales  desavenencias  ocurren  por  la  endiabla- 
da propensión  del  hombre  a  salirse  de  lo  nor- 
mal y  cotidiano.  Un  día,  cercana  ya  la  miseri- 
cordiosa muerte,  unos  malévolos  gitanos  qui- 
sieron reavivarme  de  momento  para  sus  tráficos, 
y  me  pusieron  bajo  el  rabo,  en  delicado  reco- 
beco,  maldecido  espino,  con  el  que  hube  de 
fingir  el  trote  más  garboso  de  mi  existencia. 
Pero  como  yo  tengo  mi  voluntad,  apreté  con  el 
rabo  los  espinos  de  tal  modo,  que  provocaron 
la  sangría  y  la  muerte.  Así  burlé  las  malas  artes 
de  la  germanía.» 

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J.    MORENO     VILLA 


EL  CARACOL 


T  ENTAMENTE  sube  poF  la  rama  utilizando  los 
"^  sutiles  periscopios  de  sus  cuerr\ecillos  tác- 
tiles. 

jTienta,  tienta;  levanta  la  cabeza  y  otea  los 
alrededores!  ¿Te  hacen  falta  gemelos  de  cam- 
paña? 

Su  discurso,  intermitente  y  medroso,  dice: 

«No  hay  nadie;  parece  que  no  hay  nadie.  Y 
el  piso  es  firme.  ¡Ay!  Ya  me  di  en  el  ojuelo  de 
la  antena,  que  se  ha  contraído  y  enfundado  en 
la  cabeza.  ¿Me  verán?  No  hay  nadie.  Para  es- 
currirse tácitamente  la  baba  es  buena,  pero  es 
delatora,  aunque  el  viento  la  oree.  Deja  unos 
cristalinos  traicioneros.  Me  van  a  descubrir,  me 
van  a  descubrir.  Será  mejor  ocultarse.» 

y  se  mete  en  su  concha  para  que  no  le  vean. 
Pero  el  pobre  tímido,  suspicaz  y  medidor  de 
movimientos,  agítase  de  tal  modo  al  recluirse, 
que  cae  con  su  cascarón  desde  el  árbol  a  un 
banco  de  cañas,  moviendo  un  ruido  hueco  y 
alarmante. 

Un  chico  le  coge,  le  mira  y  le  estrella  contra 
la  pared. 


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EVOL  UC/ONES 


LA  COTORRA 

T  A  cotorra  y  San  Bruno  son  dos  ideales  con- 
trapuestos.  El  santo  cartujo,  para  sosteni- 
miento de  su  voluntad  en  la  hora  de  la  tentación, 
cuando  los  pensamientos  le  bailaran  en  la  punta 
de  la  lengua,  debió  de  tener  colgada  en  su  ca- 
marín una  jaula  con  uno  de  estos  pintorescos 
pajarracos.  (Es  un  dato  a  perseguir  en  los  archi- 
vos de  la  Orden.) 

He  dicho  pintoresco  a  impulsos  de  la  rutina, 
y  debo  aclarar  que,  pintado  por  un  impresionis- 
ta, puede  serlo;  pero  si  el  que  lo  pinta  es  un 
primitivo,  resultará  lo  que  es:  una  roñosa  mo- 
neda de  cobre  envuelta  en  papel  de  estaño  ver- 
de, como  los  bombones.  ¡No  le  quitéis  el  papel; 
no  pelarla! 


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J.    MORENO    VILLA 


LA  ARAÑA 


T  Te  aquí  una  figura  escapada  de  un  manual  de 
Geometría  o  de  un  tratado  de  Lógica. 

Esta  delicada  operaría  se  identifica  de  tal 
modo  con  su  obra,  que  no  sabe  uno  dónde  aca- 
ba ella  y  comienza  el  artificio.  El  globulillo  cen- 
tral de  su  organismo  es  el  foco  de  toda  la  red 
sutil  que  va  elaborando. 

Pertenece  al  grupo  de  los  dotados  de  vida  in- 
terior. Busca  un  ángulo,  un  sitio  apartado,  y 
allí,  con  la  mirada  en  el  ombligo,  va  tejiendo 
sutilezas,  donde  las  moscas  serán  atrapadas. 
;,  Su  andar  es  pulcro  y  coquetón.  Lleva  el  cuer- 
po sostenido  con  sopandas  como  las  antiguas 
carrozas  o  las  damas  de  miriñaque. 


110 


EVOLUCIONES 


EL  BUEY 

-npAL  como  le  vemos  hoy  le  vimos  toda  la  vida. 
El  buey  tiene  siempre  sesenta  años.  ¿Le  re- 
cordáis bullicioso?  En  cambio  le  recordáiscacha- 
zudo  y  pacífico,  barbicano  y  con  gafas.  Lleva  la 
paz  consigo.  Los  melíficos  ojos  de  la  bestia  en- 
dulzan el  paisaje,  la  hora  y  las  palabras  del  con- 
templador. Su  larga  y  lenta  cola  impone  compás 
a  los  objetos  y  seres  que  le  rodean.  Su  boca  es 
blancucha  y  blanducha,  y  mastica  de  lado  para 
que  la  operación  sea  menos  dura,  más  dulce. 
Cualquiera  diría  en  esta  mañana  cruda  que  le 
están  ardiendo  las  entrañas.  Por  este  abundan- 
te vaho  fué  llamado  al  Portal  de  Belén,  al  me- 
diar una  noche,  cruda  también.  El  buenazo  se 
levantó  de  la  cama,  se  limpió  los  mocos  y  se 
dirigió  al  Portal. 

Su  calma  y  sus  sesenta  años  le  hacen  muy 
recomendable  dondequiera. 


111 


J.    MORENO     VILLA 


LA  RANA 

"p\ASAMOs  junto  a  una  charca.  jPatsch!  Una 
pequeña  parábola  verdinegra  se  dibuja 
desde  las  matas  al  barro.  ¡Quieto!  Allí  ha  caí- 
do. Cualquiera  diría  que  cayó  del  séptimo 
cielo. 

Esperamos  a  que  nos  mire;  pero  ¡caí  Esas 
protuberancias  oculares  que  lleva  sobre  su 
apuntada  cabeza  no  tienen  vida.  Son  como 
cuentas  de  vidrio,  y  granos  de  pimienta,  y 
ojos  de  pez  ahogado,  y  un  algo  de  intestino 
muerto. 

La  contemplamos  en  silencio  y  en  espera  de 
que  se  anime.  Pero  es  inútil.  Aquello  no  es  un 
ser  vivo;  más  parece  un  pisapapeles  de  mal 
gusto. 

Levantamos  la  vista  para  ponerla  en  el  hori- 
zonte, que  se  va  pintando  con  los  colores  gra- 
duados de  la  tarde.  Es  la  hora  predilecta,  ínti- 
ma y  recogida.  Véspero,  jugoso  y  rutilante, 
llama  a  sí  el  pensamiento... 

¡Cra!  ¡eral  ¡eral 

Nos  levantamos  eléctricamente  y,  al  echar  a 
andar  — puesto  que  todo  se  fué  al  diablo — ,  ve- 

112 


EVOLUCIONES 

mos  que  la  rana  saca,  de  bajo  el  vientre,  unas 
ancas  inverosímiles  y  vuelve  a  describir  la  pa- 
rábola, que  ahora  es  negra. 

¡No  estaba  muerta,  no!  Ni  perdió  su  agilidad. 
Viene  a  ser  como  la  criatura-serpiente  de  los 
circos,  más  saltarina  cuanto  más  descoyuntada. 


113 

EVOLUCIONES 


J.    MORENO    Vil. LA 


EL  MONO 


T  Tbwte.  siglos  de  civilización  cristiana,  por  lo 
menos,  ha  tardado  el  hombre  en  notar  su 
parecido  con  el  mono.  El  mono,  en  cambio,  lo 
sabe  de  siempre.  Como  asistió  al  progresivo  me- 
joramiento del  hombre,  conserva  la  sensación 
del  rezagado.  Esquiva  mirarnos  directamente  y 
procura  escapar  y  ejercitarse  en  cosas  que  le 
distingan  y  separen  del  hombre.  — «Ya  que  no 
fui  como  él,  sea  cada  vez  más  distinto.» 

Sin  embargo,  este  odio  es  efímero,  aunque 
intermitente.  No  es  posible  que  se  sustraiga  al 
influjo  de  la  sangre,  y  así  acude  a  nuestra  vera, 
pone  unos  ojitos  tristes,  humildosos  y  nos  imita. 
Hasta  que  de  nuevo  la  insolente  belleza  huma- 
na le  acogota  y  da  un  brinco,  enseña  sus  inno- 
bles posaderas  y  se  queda  colgado  de  una  rama 
por  el  rabo. 

Allí  se  columpia  sobre  el  mundo  y  distrae  su 
melancolía. 


114 


BVOLUCIONES 


LOS  GANSOS 

^  LLÁ  van,  al  estanque,  mohínos,  con  una  jeta 
'^^  de  tres  cuartas.  Son  como  niños  palurdos 
que  no  se  mueven  a  gusto  en  el  traje  limpio  y 
dominguero.  No  saben  cerrar  las  manos  dentro 
del  guante. 

¡Andad,  amiguitos  patojos!  No  refunfuñéis, 
daos  prisa,  no  miréis  tanto  atrás,  que  no  llevo 
caña.  Poned  un  semblante  más  benévolo  a  este 
sol  que  os  embellece  el  traje.  Es  un  encanto  la 
mañana  de  Dios.  ¡Desarrugad  el  entrecejo! 


115 


J.    MORENO     VILLA 


EL  CERDO 


/'"NON  SU  cabeza  en  forma  de  embudo,  sus  orejas 
'  plácidas,  caídas  sobre  los  ojos,  lacias  como 
el  pañuelo  a  medio  meter  en  el  bolsillo  del  cur- 
si, y  con  su  rabillo  ensortijado.,  de  una  ruindad 
inverosímil. 

¡Pobre  marrano!  La  bestia  más  pudorosa  de 
la  creación. 

¿Le  habéis  visto,  por  esas  carreteras  y  calles, 
esconder  la  cara  en  el  pelotón,  para  que  no  le 
reconozcan,  traspasado  de  vergüenza,  paciente 
de  una  desnudez  sólo  comparable  a  la  de  la  mu- 
jer cincuentona,  de  carnes  bofas?  Sobre  todo  en 
el  mes  de  Noviembre,  cercana  la  matanza,  cuan- 
do está  en  plena  seriedad,  cuando  es  una  cosa 
hecha  y  acabada  plenamente,  cuando  agotó  la 
elasticidad  de  su  pellejo.  Porque  en  estío  es  otra 
su  apariencia.  Es  más  movida,  un  poco  zascan- 
dilesca  y  chiflada. 

Cuando  asisto  a  una  conferencia  sin  miga 
o  a  una  conversación  de  esas  que  tratan  de  en- 
taponar  y  ahogar  los  sentidos,  traigo  a  la  me- 
moria la  entrada  de  los  cerdos  en  el  corral. 
jQué  trotes,  qué  movimientos  de  orejas  y  de 
patas! 


116 


EVOLUCIONES 


LA  LAGARTIJA 

T^ÁPiDA  y  flexible,  uniformada  como  la  milicia 
moderna,  conforme  al  suelo  que  pisa.  El 
color  verdi-pardo  del  dorso  es  pura  medida 
táctica. 

Después  de  una  corta,  pero  desenfrenada  ca- 
rrera, se  para. 

Parece  que  mira  al  cielo  y  escucha;  le  gusta 
el  sol  y  el  silencio. 

Muy  lisa,  muy  aseada,  de  línea  coquetona, 
elegante  y  fugaz,  atrae  a  los  chicos  que  más 
tarde  serán  hombres  y  seguirán  jugando  con 
limpias,  bien  dibujadas,  coquetonas  y  fugaces 
figurinas  y  aguantarán  la  vejez  junto  a  ellas, 
aunque  menos  atildadas,  menos  dibujadas,  me- 
nos coquetonas  y  menos  fugaces. 


117 


J.    MORENO    VILLA 


EL  PERRO 


/"NuANDO  veo  a  esta  llama  de  atención  que  es  el 
^^  perro;  cuando  le  veo  seguirme  con  los  ojos, 
saludarme  con  los  brazuelos,  espiar,  ladrar  en 
mi  defensa,  mover  el  rabo  alegre  a  mi  llegada, 
echarse  a  mis  pies  hecho  un  ovillo,  todo  sumi- 
sión, surge  al  instante  en  mi  memoria  la  ima- 
gen del  hombre  que,  por  su  voluntad,  converti- 
ría en  perros  a  todos  los  seres  que  le  rodean,  a 
la  mujer,  al  hijo,  al  inferior  jerárquico.  7  enton- 
ces me  voy  al  perro  y  le  digo  con  toda  la  efu- 
sión de  que  soy  capaz: 

«Mira,  perro,  yo  no  te  voy  a  pegar  nunca,  ni 
te  voy  a  suprimir  la  comida,  ni  a  echar  de  la 
casa,  ni  a  disminuir  mi  benevolencia  para  con- 
tigo. No  me  temas;  no  seré  nunca  el  superior. 
Pórtate  como  te  portarías  en  mi  ausencia.  No 
quiero  esclavos  ni  aduladores.» 

y  el  perro  m«  tuvo  por  idiota. 


118 


EVOLUCIONES 


-       BL  FA/SAN 

X  JADA  más  peripuesto  y  lindo  que  este  corte- 
sano;  casquete  de  oro,  pechera  roja,  casaca 
azul  y  larga  cola,  fina  como  un  espadín  damas- 
quinado. Todo  brillante  y  pulido. 

Pertenece  al  cuerpo  diplomático;  sabe  la  lem- 
gua  inglesa,  sibilante,  insinuante,  y  la  pronuncia 
en  tono  bajo.  Presume  con  las  damas  y  juega 
al  brídge. 


119 


MORENO     VILLA 


EL  ANTÍLOPE 


"ps  un  anarquista  de  guardarropía.  General- 
^^  mente  lo  tienen  encerrado,  pero  algunas 
veces,  cuando  surgen  algaradas  y  temblores  so- 
ciales, le  vemos  salir  de  una  calleja  hedionda 
con  su  semblante  fosco,  sus  barbas  mates  y  sus 
greñas  sucias,  un  traje  pardo  y  un  roten  formi- 
dable. 

Es  una  criatura  selvática;  fuera  de  la  socie- 
dad; atrabiliaria. 


120 


EVOLUCIONES 


EL  BUHO 

T7l  campo  está  solo  y  negro.  La  luz  baja,  sobre 
— '  mi  mesa,  ampara  la  intimidad.  Pálpase  e^ 
recogimiento;  parece  que  más  allá  de  la  luz  no 
hay  nada,  nadie. 

De  repente  abre  el  buho,  con  un  puntazo  de 
opaca  sonoridad,  un  boquete  en  la  maciza  ne- 
grura. 

¿Qué  dices  tú  — pobre  buho —  inmóvil  en  el 
manteo  silencioso  de  la  noche?  Una  vaga  som- 
bra que  se  aleja  es  tu  voz  puntual.  ¿Lamento 
amargo?  ¿Ves  mvicho  abriendo  los  ojazos  circu- 
lares? ¿Ves  más  de  lo  que  vemos  los  tristes  en 
la  negrura  sin  fondo? 

¡Pobre  buho!  Sí,  pobre.  ¿Por  qué  no  has  de 
serlo?  ¿Por  qué  tu  cebo  está  en  las  visceras  de 
las  bestias  y  en  la  carroña  de  cien  días? 

¡Nada  tienen  los  hombres,  ni  los  dioses,  que 
echarte  en  cara! 


121 


J.    MORENO    VILLA 


EL  ELEFANTE 


X/TONUMENTO  fotundo,  con  fachada  prediluvia- 
~  na, que  soporta  y  transporta  castilletes  en 
los  países  lentos  y  que  con  una  suave  caricia  de 
su  nariz  derriba  a  un  hombre. 

A  pesar  de  su  lentitud  conservadora  sospecho 
que  sea  un  redoraado  anticlerical.  ¿Cómo  es  po- 
sible que  a  estas  alturas,  en  el  siglo  xx,  no  sepa 
el  desventurado  que  si  le  hacen  la  dolorosa  ex- 
tracción de  los  colmillos  es  para  tallar  Cristos  o 
Santas-Marías? 

También  sospecho  que  se  trata  de  un  ser  pu- 
doroso. Obediente  al  sentimiento  del  pudor  en- 
coge las  indecorosas  nalgas  con  que  sus  proge- 
nitores le  agraciaron.  Por  ellas  se  le  puede  ca- 
talogar entre  el  cochino  y  el  hombre  fondillón. 
¡Estaba  por  regalarle  unos  tirantes! 


122 


BVOLUCIONES 


LA  HORMIGA 

x  To  te  parece  que  es  un  expolio  eso  que  estás 
haciendo  del  granero?» 

y  luego,  ¿por  qué?  Por  puro  afán  acaparador. 

jAh,  diligente  comunidad,  acaparadora  y  re- 
cia de  pico;  tú  consigues  que  cada  sencillote  la- 
brador se  sienta,  por  unos  instantes,  un  disol- 
vente Combes! 


123 


J.    MORENO     VILLA 


LA  ZORRA 


"T^L  corazón  le  ha  dado  un  vuelco  al  sentir  la 
^^  cuerna  espantosa. 

Pero  ha  sido  un  vuelco  nada  más. 

Ella  sabe... 

Ella  sabe  que  es  la  cuerna. 


124 


EVOLUCIÓN  ES 


EL  PEZ  COLORADO 

npoPANDO  con  el  hocico  en  el  vidrio  de  la  bola, 
•*-  tornando  arriba  y  abajo  lentamente,  sin  un 
destello  de  luz  interna,  este  animalillo  es  un  po- 
bre idiota  non  nato. 

El  hombre  lo  agarró  y  lo  metió  en  este  globo 
transparente,  inverosímil,  que  cuelga  de  un  hilo 
y  está  quieto  en  el  espacio,  para  ver  en  el  ju- 
guete representada  su  alma. 

El  alma  es  un  globo  muy  diáfano,  irreal  casi, 
suspendido  y  quieto,  donde  se  agitan  cosas. 

Cuando  tenga,  lo  que  en  ella  se  agite,  pare- 
cido con  un  pez  colorado,  el  alma  pide  plaza  en 
un  hospital. 


125 


J.    MORENO    VILLA 


EL  PAVO  VULGAR 


/^uÉ  tendrá  esta  criatura  en  el  gaznate,  que 
^^  así  lo  estira  y  así  tose? 

Con  lento  y  medido  paso  — paso  de  parada — , 
discurre,  sin  sentirse  vejado  por  la  caña  del  pa- 
vero que  amaga  sobre  su  cuerpo.  El  ñato  que  le 
posee  le  hace  decir: 

«Tú  fíate  de  mú,.  Eso  que  te  han  dicho  es 
falso;  yo  sé  de  buena  tinta...  ^Nada,  nada!  No 
le  des  vueltas;  las  cosas  son  como  son  y  todo 
eso  es  de  gentecilla  ruin  y  melindrosa.  Hay  que 
tener  altura  de  miras.  jGlo-glo-glooo! 


126 


EVOLUCIONES 


EL  CANARIO 

"T^ARA  este  rapazuelo  virtuoso  tengo  yo  siete 
jaulas.  Es  toda  una  fiera. 

Podrá  lucir  un  plumaje  gualda,  muy  noble; 
ostentar  desenvoltura  picaruela  y  grácil;  po- 
drá tener  unas  patitas  delicadas  y  sonrosadas  y 
un  pico... 

]Ah!  jEsto  sí  que  nol 

Las  gargantas  famosas  y  los  picos  de  oro  bien 
están  en  el  jardín  una  hora,  unos  instantes  y 
que  luego  el  viento  se  los  lleve  a  otro  lado.  Pero 
vivir  con  ellos  es  como  vivir  con  una  de  esas 
temibles  personas  que  han  leído  sólo  un  libro 
en  su  vida  y  se  lo  saben  muy  bien,  sea  el  de 
Darwin  o  sea  el  de  Kant, 


127 


J.    MOREMO     VILLA 


EL  CISNE 


T?STE  es  el  cisne  bello,  Narciso  de  los  estan- 
ques, nadador  sin  ajetreo  que  desvirtúe  su 
magnífica  silueta. 

Cuando  ve  que  le  contemplamos  se  acerca  y 
evoluciona  con  saber  muy  femenino.  El  sol  pe- 
netra en  las  nevadas  oquedades  de  su  plumaje 
acuciadoras  del  beso,  más  que  de  la  admira- 
ción, por  lo  soberanamente  bellas. 

Es  todo  lo  que  hace.  Y  cuando  lo  ha  hecho 
se  aleja  tan  pechisacado  y  orondo  como  tenien- 
te de  húsares. 

Si  en  vez  de  blanco  es  negro,  el  cisne  cambia 
de  humor.  ¡Ah,  la  influencia  del  traje  en  el 
ánimo! 

Sus  evoluciones  y  paseos  lacustres  son  las 
evoluciones  y  paseos  de  una  sombra. 

Es  la  sombra  de  su  hermano  el  victorioso. 


128 


EVOLUCIONES 


EL  FLAMENCO 

"V  To  he  visto  escupir  a  los  flamencos.  Tal  vez 
no  escupan.  7  es  lástima. 

Contaba  un  pulcro  y  amado  maestro  que  en 
las  reuniones  o  claustros  — ¡en  la  Universidad 
Centrall — ,  las  flemas  de  los  catarrosos  descri- 
bían parábolas,  a  veces  de  largo  tiro,  por  enci- 
ma de  su  calva,  buscando  el  lejano  escupidor. 

Aquellos  catarrosos  profesores  de  balística, 
dotados  del  pico  de  los  flamencos,  hubieran  de- 
positado la  salivilla  en  el  escupidor  con  toda 
calma  y  sin  peligro  para  los  compañeros. 


129 

EVOLUCIONES 


J.    MORENO     VILLA 


LA  MOSCA 


T?RÓTASE  con  verdadera  fruición  las  patitas  de 
•^  atrás.  Luego,  con  las  delanteras  se  atuza  el 
cogote,  bajando  la  cabeza,  como  para  degollarse. 
Luego  trenza  y  retuerce  de  nuevo  las  otras.  Lue- 
go se  remonta,  describe  unos  pequeños  círculos 
en  el  aire  sin  salir  del  mismo  sitio,  ni  más  alto 
ni  más  allá,  en  el  centro  de  la  habitación,  don- 
de permanece  girando  horas  y  horas  y  persi- 
guiendo a  sus  hermanas.  De  pronto,  como  sien- 
te fatiga,  decide  que  otra  la  lleve  en  volandas, 
lo  que  suscita  furiosa  protesta  de  la  comadre. 

Todo  pasa  pronto,  y  sigue  la  rueda  hasta  que 
vuelve  a  detenerse  en  el  visillo  y  hace  otra  vez 
gimnasia  de  remos,  frotándose  y  retorciéndose 
de  gusto.  Sin  duda,  en  estos  momentos  piensa: 
«no  estaría  mal  otra  vueltecita». 

Ayer  le  vi  comiendo,  es  decir,  tocando  con 
su  pequeña  trompa  en  la  matadura  de  un  mulo 
viejo,  hoy  le  veo  sobre  el  pan  de  bizcochos. 


130 


EVOLUCIÓN  BS 


LA  PALOMA 

T?ROS  y  Mercurio  unifícanse  en  ella.  Dice  la  pa- 
-*-^  loma:  «7o  soy  el  amor  del  Padre  y  del  Hijo, 
el  gancho  que  hace  de  tres  uno.  Los  tres  somos 
uno  en  el  amor». 

Otras  veces  dice:  7o  soy  la  mensajera.  Como 
sé  orientarme;  como  desde  el  cielo  sé  cuál  es 
la  morada  y  el  ventanal  de  Teresa  en  Ávila, 
puedo  trasladar  a  la  oreja  humana  la  palabra 
que  me  dicta  el  Señor». 

Por  lo  demás,  ella  es  guapa  y  fina  de  cabos, 
más  grata  que  la  seda  es  su  vestidura  al  tacto  y 
más  mimosa  y  dispuesta  al  arrullo  que  las  no- 
vias en  luna  de  miel. 

Es  un  piropo  fácil  para  el  galán  y  es  una  dis- 
tracción decente  para  los  ancianos. 


131 


J.    MORENO     VILLA 


EL  DROMEDARIO  Y  EL  CAMELLO 

A  Hí  van  el  de  la  giba  y  el  de  la  doble  giba. 
"^"^  Creo  que  son  parientes  lejanos  de  Martín, 
el  que  vende  billetes  de  lotería  en  la  calle.  Mas 
no  se  tratan. 

Por  los  infernales  desiertos  en  que  arde  la 
arena  y  el  sol  taladra  como  la  espada  de  San 
Miguel,  van  pacientes,  arrastrando  sus  cordille- 
ras peludas.  Cordilleras  en  cuyos  senos  faltan 
los  manantiales,  pero  hay  útilísimos  aljibes. 

¡Útiles  y  bondadosos  jorobetas,  sois  una  pa- 
radoja! No  os  parecéis  a  ese  bicho  malo,  colé- 
rico, torcido  y  envidioso,  que  es  el  hombre  cas- 
tigado con  giba  por  Dios.  Vosotros  sois  servi- 
ciales y  pobres  de  espíritu.  De  vosotros  es  el 
reino  de  los  cielos, 


132 


EVOLUCIONES 


EL  OSO 

T7l  oso  es  el  oso  porque  adopta  en  ocasiones 
"^  la  postura  del  bípedo,  que  no  le  cuadra,  y 
porque  se  pone  a  tocar  la  pandereta  o  a  bailar 
al  son  de  ella.  No  se  da  cuenta  de  nada:  ni  del 
largo  de  sus  ancas,  ni  del  ancho  de  su  torso,  ni 
de  su  divina  gracia.  Si  se  le  ocurre  dibujará  en 
el  aire,  gentilmente,  una  verónica  belmontina. 
Es  tan  oso,  tan  oso  — al  fin,  oriundo  de  países 
fríos — ,  mientras  más  al  Norte  menos  se  conoce 
el  ridículo—,  que  no  le  preocupa  ni  su  figura  ni 
el  qué  dirán.  Hace  lo  que  hace  por  el  hecho 
mismo. 


133 


J.    MORENO     VILLA 


EL  ESCARABAJO 


Qii  el  escarabajo  levantara  la  cabeza! 
*^  Pero  no  tiene  cuello;  es  su  tragedia.  ¿No  has 
reparado  nunca  en  lo  que  vale  ética  y  estética 
y  lógicamente,  eso  de  mover  el  cuello  y  por 
ende  la  cabeza?  Recuerda  la  estampa  de  un  ter- 
nerillo  que  mire  al  cielo  o  a  la  madre. 

Quien  no  mueve  el  cuello  no  ve  a  Dios,  que 
está  en  el  cielo,  que  es  el  cielo;  no  puede  mirar 
hacia  lo  pasado. 

Quien  no  mira  atrás,  quien  no  vuelve  la  ca- 
beza en  el  punto  preciso,  ni  es  bello,  ni  es  bue- 
no, ni  es  sabio,  puesto  que  lo  pasado  no  le  sir- 
ve, y  es  lo  pasado  lo  que  endulza  el  carácter  y 
lo  que  moldea  y  enriquece  el  entendimiento. 

Créeme:  lo  más  trágico  del  mundo  es  no  po- 
der ver  más  que  la  bola  sucia  y  fea  del  momen- 
to. jSi  el  escarabajo  levantara  la  cabezal 


ÍU 


EVOLUCIONES 


LA  TORTUGA 

T?STE  curita,  de  paso  torpe,  es  viejo.  Tiene  ten- 
^^  dinoso  el  cuello  largo  y  ha  caído  en  la  lo- 
cura de  vestir  siempre  de  pontifical. 

Los  rapaces  le  dan  con  el  pie,  como  a  las  pe- 
lotas, y  cuando  cae  panza  arriba  le  abandonan, 
y  el  bueno  y  paciente  clérigo  ha  de  permanecer 
en  tan  indecorosa  postura,  a  causa  de  la  rigidez 
del  ornamento,  hasta  que  un  alma  bondadosa 
le  socorra. 


i  35 


J.    MORENO     VILLA 


LA  AVISPA 


-T^iENE  SU  parecido  con  la  mosca  grande  y  con 
-^    la  abeja.  El  cuerpo  lo  lleva  listado  de  ama- 
rillo y  negro  como  las  ruedas  de  los  simones. 

Como  la  abeja,  tiene  un  aguijón;  pero  no  le 
sirve  más  que  para  pinchar,  pues  ella  liba  en 
las  flores  —  como  hace  su  modelo  —  y  no  saca 
miel.  En  esto  es  hermana  de  los  malos  poetas. 


136 


EVOLUCIONES 


LA  INNOMINABLE 

TT^N  medio  de  todo,  da  lástima  que  arrastre  por 
^^  el  suelo  su  tenue  camisa,  su  cuerpo  de  liso 
mosaico  polícromo.  ¡Qué  bonita  cuando  se  yer- 
gue  en  medio  del  camino,  retadora,  con  su  ca- 
beza lisa  de  gitana! 

Pero  la  gente  no  comparte  esa  lástima.  Pesa 
sobre  ella  su  papel  bíblico.  Desde  hace  siglos 
viene  siendo,  es  y  será  siempre,  acaso,  la  que 
con  su  lengua  —¿con  esa  lengüecilla  que  parece 
un  pistilo  rizado?—  musitó  al  oído  de  la  madre 
Eva  unas  fatales  palabras  de  rebeldía. 


13t 


J.    MORENO     VILLA 


EL  LAGARTO 


"TNOR  SU  nombre  y  por  sus  hechuras  es  padre 
de  la  lagartija  y  bizr\ieto  del  caimán. 
En  España  es  el  antídoto  de  la  innominable. 


13S 


N' 


EVOLUCIONES 


LA  CIGÜEÑA 

o  le  bastan  sus  propios  zancos;  ha  de  subir- 
se a  las  torres. 
¡Qué  manía  de  alturas  tiene  este  guarda  rural, 
siendo,  como  son  los  malhechores  que  persigue, 
ruines  y  apegados  al  terruñol 

Como  San  Simón,  el  Estilita,  y  como  la  gru- 
lla, es  capaz  de  dormirse  en  un  pie. 

Como  el  flamenco,  guarda  su  pico  bajo  el  ala 
y  luego  lo  saca,  cual  si  desenvainara  un  sable. 


139 


J.    MORENO    VILLA 


EL  CONEJO 


QiENTADO  a  la  morisca,  sobre  las  piernas,  ofre- 
*^  ce  ur\a  silueta  boliforme  con  orejas  de  burro. 

El  más  bonito  de  los  conejos,  el  blanco,  en- 
ciende y  apaga  las  rojas  bombillas  de  sus  ojos. 

Un  resorte  burlesco  tiene  en  la  nariz  y  otro 
en  las  patas.  Merced  al  segundo,  escapa;  mer- 
ced al  primero,  se  ríe  del  cazador. 

Sabe  mirar  de  reojo,  de  un  modo  impertinente 
y  contraído,  como  las  viejas  desconfiadas. 


140 


EVOLUCIONES 


EL  RATÓN 

"V  Tariz  para  llevar  quevedos;  mirada  aguda; 
^  simpatía  infantil;  barullo  y  sobresalto.  Baja 
por  la  cortina,  recorre  a  lo  largo  la  cornisa  del 
zócalo,  luego  se  lo  traga  la  tierra. 

Aunque  se  le  contemple  parado  sigue  siendo 
la  imagen  de  la  rapidez  azorada,  no  sé  si  por 
las  orejillas  o  porque  tiene  en  guardia  las  patas. 

Las  vivas  cuentas  de  azabache  de  sus  ojuelos 
ven,  se  les  nota  demasiado  que  ven.  Otros  ani- 
males, con  mayores  ojos,  miran  y  ven  menos. 
7  son  ojuelos  febriles  en  medio  de  su  agudeza. 

Le  atraen  los  boquetes.  No  le  he  visto  pasar 
por  el  de  una  aguja,  mas  no  me  extrañaría, 

Las  mujeres  le  temen. 


141 


J.    MORENO     VILLA 


EL  BUITRE 


"^T'A  en  los  ojos  inteligentes  brilla  la  rapidez  y 

en  el  pico  — inentrañable  arma  guerrera — , 

y  en  las  patas,  gruesas,  ganchudas  y  arrugadas. 

Viste  hábito  monacal  franciscano  — ¡oh  vene- 
rable santo  de  Asísl —  y  para  complemento  del 
hábito  tiene  pelada  la  cabeza  y  le  sirve  de  cer- 
quillo la  hirsuta  gola. 

¡Carne,  carne  y  carne!  ¡7  carne  podrida! 
¡Cómo  te  gustaron  los  ojos  amarillos  de  aquél 
francés  en  una  colina  del  Marne!  ¡Cómo  te  supo 
aquél  corazón  beduino  en  las  vertientes  del 
Atlas!  ¡Carne,  carne  y  carne  podrida!  Así  te  ves 
de  ese  color.  Si  tú  comieras  mata  verde  o  grano 
rubio,  entonces...  entonces  no  serías  buitre. 


142 


E  VOLUCIONES 


LA  ARDILLA 

/'^ON  la  rapidez  de  un  convoy  en  el  cine,  pasó 
^-^  este  conejillo  de  cola  peluda  y  levantada 
como  penacho  militar  equivocado  de  sitio. 

Se  agazapa  y  escudriña,  da  un  salto  y  mira 
atrás.  ¿Qué  le  solivianta,  qué  le  mueve? 

Corre  por  las  ramas,  salta  de  un  árbol  a  otro, 
pasa  por  los  sitios  más  difíciles  poniendo  sus 
patitas  en  apoyos  endeblísimos.  Pasa  por  el  Ins- 
tituto como  una  estrella  fugaz,  por  la  Universi- 
dad como  un  cohete  ratero,  por  el  distrito  como 
una  exhalación,  por  las  Cámaras  como  la  traca. 
Llega  al  Ministerio. 

¡Mírala,  mírala!  Allí  está,  en  lo  alto. 

Da  gusto  verla  correr,  pero  ¡es  tan  ardillal 


143 


J.    MORENO     VILLA 


EL  CANGURO 


T?STA  buena  madre  tiene  perpetuos  dolores  de 
"^  tripa  a  juzgar  por  la  postura.  En  apariencia 
son  dos  bichos  acoplados,  aunque  no  lleve  al 
hijo  en  la  bolsa. 

Sobre  dos  patas  de  madera  en  escuadra  y  un 
rabo  gordo  y  largo  que  viene  a  ser  la  tercera 
pata  del  trípode,  queda  montado  un  segundo 
bicho  menos  fuerte,  pero  más  armónico,  que 
contrae  sus  manitas  y  juega  su  cabeza  de  cabra 
orejuda. 


144 


E  VOLUCIONES 


EL  AVESTRUZ 

TT-s  una  solterona  inglesa  trotamundos,  llena  de 
-^  plumajos  que  un  día  tuvieron  esplendor.  Su 
largo  cuello  rosa,  es  de  caucho.  Su  cabecilla 
pelona  e  impertinente,  rematando  el  tubo,  sube 
y  baja  como  un  émbolo  a  lo  largo  de  la  pared 
donde  mira  constantemente,  no  se  si  con  el  fin 
arqueológico  de  averiguar  el  despiezo,  analizar 
las  junturas  y  tomar  notas  del  material  emplea- 
do en  la  obra. 

En  sus  patas  descarnadas,  sostiene  un  cuerpo 
que  tiene  algo  del  dromedario. 


145 

BVOLUCIONES  10 


J.     MORENO     VILLA 


LA  LLAMA  DEL  PERÚ 


T  tolaI  ¿Qué  hay?  ¿Me  esperabas?  Perdona 
mujer.» 

Pero  la  llama  es  la  altanería  y  el  desdén. 

No  se  inmuta.  Sigue  con  su  cabeza  carneril 
levantada,  avisora,  retadora. 

Como  tiene  un  lomo  plano  de  azalea  — jamu- 
ga  natural—,  me  acerco  pensando  en  que  tal 
vez  no  fuera  un  disparate  utilizarla  como  ve- 
hículo. Mas,  de  pronto,  sin  salir  de  su  gallarda 
portara,  me  despide  un  salivazo  hediondo  que 
me  da  en  el  pecho. 

Da  media  vuelta  y  se  pone  a  morder  las  ma- 
tas del  cercado. 


146 


EVOLUCIONES 


EL  CABALLO 

/^^ABEN  todos  los  caballos  en  un  molde?  Pe- 

^^  ¿1^350,  Aquiles  II,  Rocinante. 

Todos  los  que  tú  ves  por  la  calle,  no.  ¿Cómo 
vas  a  meter  en  un  mismo  molde  la  sardina  del 
alquilón,  que  anda  de  lado  como  las  agujas  del 
reloj,  sin  adelantar  longitudinalmente,  y  el  ro- 
busto normando  o  percherón? 

—  ¡Perdona!  ¿Es  que  tú  no  tienes  un  caballo 
en  la  cabeza? 

— ¡Hombre! 

— Sí,  un  caballo  matriz  de  todos  los  caballos. 

— No  sé,  no  sé. 

—  ¡Bah!  ¡Qué  falta  de  sentido  científicol 

Por  lo  demás,  el  caballo,  es  el  bicho  predilec- 
to de  los  héroes.  No  vemos  al  germano  Atila  sin 
su  caballo,  ni  al  castellano  Alonso  Quijano,  ni 
siguiera  a  la  Reina  Católica. 

Sólo  Jesús  —en  esto  como  en  todo  humil- 
de—, rehusó  el  caballo  e  hizo,  como  sabéis,  su 
entrada  en  Jerusalén  sobre  una  tranquila  po- 
llinica. 


147 


J.    MORENO     VILLA 


LA  MULA 


T  ta  de  ser  negra.  Negra  y  bien  pelada.  Las 
grandes  tijeras  del  gitano  dibujaron  en  su 
culata,  con  el  mismo  pelo,  una  labor  denticular 
de  realce  y  brillo  o  trazaran  una  línea  horizon- 
tal a  medio  cuerpo  de  modo  que  el  animal  apa- 
rezca forrado  en  las  partes  bajas.  Con  estas 
labores  y  los  madroños  variopintos,  la  mulilla 
siente  un  brío  majo,  zaragatero  y  festivo. 

Existe  una  estrecha  relación  entre  sus  atavíos 
y  la  mantilla  española.  Madroños,  campanillas, 
cintas  y,  luego,  una  cara  sombría  y  unos  ojos 
de  azabache,  enormes. 

No  me  gusta  la  sonrisa  de  la  muía,  ni  sus  na- 
rices atrompetadas. 

Que  es  testaruda,  dicen.  Sí;  herencia  asnina 
irremediable.  Además,  ¿vale  la  pena?  ¿Es  cosa 
tan  mala  la  testarudez?  ¿No  estamos  conven- 
cidos de  su  eficacia? 


148 


EVOLUCIONES 

EL  LEÓN 

X  To  conozco  más  leones  que  los  del  Retiro  de 
Madrid  y  esos  como  son  falsos,  como  son 
de  Benlliure,  no  me  interesan. 


149 


J.    MORENO     VILLA 


ANÉCDOTA  DEL  BESTIARIO 

"T^iEz,  doce,  catorce  personas  acudieron  a  ver 
"^  los  bichos.  Unas  tenían  caras  amables,  go- 
zaban sencilla  e  ingenuamente  con  la  visión  de 
cada  jaula.  Otros  llevaban  monoclo  y  jeta  criti- 
cona. 

Una  de  éstas  se  dirigió  al  embalador,  apare- 
jador o  custodio,  al  bestiario  y  le  dijo: 

— ¡Oye!  Tú  que  tanto  sabes  y  tan  bien  distin- 
gues unas  alimañas  de  otras,  ¿puedes  decirme 
la  diferencia  que  hay  entre  las  enjauladas  y  el 
hombre?  Entre  tú  y  ellas  por  ejemplo. 

Contúvose  un  poco  antes  de  responder,  como 
advirtiendo  al  interlocutor  que  había  sido  apre- 
ciada la  insolencia  y  luego: 

—En  que  los  animales  no  pueden  ponerse  fre- 
no a  sí  mismos  y  el  hombre  a  sí  mismo  y  a  los 
demás. 


150 


a  VOLUCIONES 


PREOCUPACIONES 

A  L  meterse  en  la  cama  el  bestiario,  piensa  en 
'^^  las  habitaciones  y  confort  de  las  alimañas 
del  mundo.  Es  por  lo  mismo  por  lo  que  el  buen 
burgués  piensa  durante  las  noches  de  invierno, 
pegado  a  la  chimenea,  en  las  criaturas  sin  paño 
ni  hogar. 

La  madriguera,  el  hormiguero,  el  nido,  la 
cueva.  Aun  los  albergues  que  con  destino  a  las 
bestias  fabrica  el  hombre:  establos,  pocilgas, 
gallineros,  palomares,  conejeras,  casillas  perru- 
nas y  jaulas  de  toda  especie. 

|Qué  desnudez,  qué  frialdad,  qué  hórrida 
desolación  en  las  humildes  moradas! 

jCuánto  daría  la  jirafa  por  una  almohada  en 
que  descansar  el  artilugio  de  su  cuello!  — se 
dice  el  bestiario. 

¡Qué  almohadón  querría  el  mono  para  sus 
nalgas!  ¡Qué  cojín,  el  conejo! 

Insectos  hay  que  duermen  agarrados  por  la 
boca  a  la  varilla  de  un  arbusto,  guardando  su 
cuerpo  un  perfecto  plano  horizontal.  Por  mucho 
pico  que  se  tenga  ¿es  posible  que  sea  divertido 
dormir  así? 

Por  lo  que  atañe  a  la  indumentaria  ¿no  agra- 

151 


./.    MORENO     VILLA 

decería  unos  calzones  de  abrigo  el  flamenco? 

La  cigüeña  debería  usar  brasero  de  camilla. 
Al  oso  no  le  disgustaría  tener  una  mesa  de  mi- 
nistro. Acaso  le  agradase  ai  gallo  una  panoplia. 
La  sierpe  se  embobaría  con  un  fonógrafo.  La 
gata  no  sabría  separarse  de  la  alfombra. 

En  las  pocilgas  no  estarían  mal  unas  bañeras. 
Ni  unos  urinarios  en  las  cuadras. 

Al  loro  hay  que  ponerle  un  vasito  con  clara  de 
huevo,  para  la  voz,  en  la  mesita  de  noche.  Hay 
que  buscarle  una  bufanda  al  avestruz  y  a  la  tor- 
tuga, un  reloj. 

El  oso,  el  tigre,  la  pantera  y  el  leopardo  no 
se  preocupan  de  su  pellejo  y  yo  no  quiero  ser 
más  papista  que  el  Papa.  Dicen  que  al  morir 
pasan  a  una  vida  mejor,  a  los  salones  ricos, 
donde  les  acarician  los  diminutos  y  aristocráti- 
cos pies. 

Pero  he  de  tomar  nota  de  lo  que  cada  uno 
precisa.  La  buena  organización  se  impone.  Por- 
que... jes  un  fastidio!  ¡Aquí  todo  está  por  hacer! 


152 


EVOLUCIONES 


LOS  PROBLEMAS  DEL  BESTIARIO 

"X  ero  GUBERNAMENTAL. — Las  alimññas  fueron 
^^"^  incorporándose  a  la  corte  de  mis  pensa- 
mientos a  lo  largo  de  mi  camino.  Yo  ni  las  aten- 
dió. Las  miraba,  y  adelante.  Así  se  fueron  api- 
ñando y  creciendo,  hasta  que  una  noche,  falan- 
ge poderosa  ya,  se  levantaron,  como  los  hom- 
bres menospreciados,  en  demanda  de  atención 
o  solicitando  sus  derechos  dentro  de  la  farsa 
mundana.  Yo  entonces,  como  los  monarcas  des- 
póticos que  ven  su  causa  perdida,  les  di  consti- 
tución. Esta  es  la  constitución  de  las  bestias. 

Amiga  mía,  no  es  más  que  un  acto  de  libe- 
ralismo. / 

Higiene  y  decoro  público. — Poco  a  poco,  las 
alimañas  van  entrando  en  razón  y  acogiéndose 
a  las  ordenaciones  municipales  y  domésticas.  El 
gato,  verbi  gracia,  va  como  una  persona  bien 
nacida  a  un  determinado  lugar  a  su  hora  preci- 
sa. Orden  acatada  por  él  que  revela  un  instinto 
de  limpieza  incomparable.  También  para  sus 
amores,  obedeciendo  a  mis  consejos,  sale  de 
casa  en  busca  de  tejados  propicios. 

Si  la  luna  ríe  tanto  en  el  cielo  es  de  ver  sus 
coloquios. 

153 


J.    MORENO     VILLA 

Lx  ENSEÑANZA  Y  LAS  Bellas  Artes. — Hoy  vino 
el  grillo,  en  calidad  de  artista,  a  protestar  de 
que  se  tenga  con  la  chicharra  tanta  benevolen- 
cia y  a  pedir  la  exclusiva  para  tocar  en  las  no- 
ches estivales. 

Los  caballos,  en  comisión  recién  llegada,  pi- 
den nuevo  reglamento  para  las  escuelas  de 
doma.  Dicen  que  así  como  los  maestros  de  pal- 
meta se  suprimieron  en  las  escuelas  humanas, 
deben  suprimirse  en  las  suyas  los  profesores  del 
zurriago  y  las  espuelas.  Les  parece  mucho  más 
honorable  el  método  persuasivo. 

Yo  he  ordenado  que  se  impriman  cien  ejem- 
plares de  este  método  y  se  repartan  a  los  profe- 
sores de  equitación. 

El  problema  de  la  alimentación.  —  No  sé 
cómo  me  las  voy  a  arreglar.  Los  fletes  están 
carísimos  y  los  trenes  no  andan  por  falta  de 
carbón.  No  sé,  no  sé.  Será  preciso  abrir  algunas 
jaulas  y  que  los  bichos  se  busquen  el  sustento 
a  su  albedrío.  Acaso  tendré  que  disolver  la  co- 
lección. 

El  hecho  es  que  me  piden  trigo,  maíz,  avena, 
yeros,  alfalfa,  cebada,  afrecho,  lechugas,  pan, 
alpiste,  algarrobas,  chicharrones... 

Ya  hace  tiempo  que  les  reduje  la  ración  y  que 
el  gato  no  prueba  las  sopitas  de  leche.  Y  ahora 

154 


EVOLUCIONES 

como  se  alimentan  menos  me  piden  más  des- 
canso. 

Pronto  irán  a  la  huelga. 

Antes  de  que  lleguen  a  ella  disuelvo  el  Bes- 
tiario. 

De  Gobernación. — Hace  unos  días  el  perro 
guardián  se  marchó  de  mi  casa.  Entonces  traté 
de  que  le  sustituyera  otro,  mas  vi  que  ninguno 
quería  servirme  sino  bajo  ciertas  condiciones. 
Habían  constituido  un  sindicato,  y  esta  es  la 
hora  en  que  estoy  sin  perro  y  amenazado  de 
que  vengan  los  lobos  y  caigan  sobre  mi  corral. 

No  sé  lo  que  va  a  pasar  aquí.  El  desquicia- 
miento que  yo  temía  se  inicia.  Las  gaviotas, 
aves  marinas  adscritas  al  Ministerio  de  ídem, 
lanzan  un  manifiesto  amenazando  con  no  dar 
escolta  a  los  buques.  Los  quebrantahuesos,  las 
gigantescas  aves  procelarias,  de  plumas  oscuras 
y  formidables  picos,  están  dando  la  puntilla  a 
los  peces  más  listos  y  fieles  de  mi  reino. 

Los  albatros  gruñen  furiosamente,  agorera- 
mente. Entre  las  águilas  y  otras  aves  de  rapiña 
se  notan  movimientos  sospechosos.  El  aspecto 
de  los  buitres  no  es  nada  calmante. 

No  me  cabe  duda  de  que  se  aproxima  el  fin 
del  mundo.  Hay  señales  inequívocas  de  corrup- 
ción y  aberración :  las  marranas  se  timan  con 

155 


J.     MORENO     VILLA 

los  camellos,  las  mariposas  revolotean  sobre  el 
estiércol,  las  ranas  piden  un  presidente  de  re- 
*pública. 

jEsto  se  va!  ¡Esto  se  val 

Resolución.  —  He  disuelto  el  Bestiario.  He 
acabado  con  él  o  él  ha  terminado  conmigo.  No 
puedo  luchar  más.  Ahora  me  voy  a  mi  retiro;  a 
mi  huerto  y  mi  jardín,  donde  no  permitiré  la 
entrada  de  bicho  alguno.  Allí  tengo  flores,  ár- 
boles, agua,  una  casita  solariega,  un  jardinero 
fantástico  y  unos  bancos  de  bambú  que  yo  fa- 
briqué de  niño.  En  ellos  compuse  las  primeras 
poesías  y  en  ellos  quiero  seguir  versificando. 

Atrás  queda  ese  mundo  revuelto,  agrio,  feroz, 
turbio,  pestilente.  En  cambio,  se  abren  ante  mí 
las  delicias  de  la  paz. 

«¡Ya  salimos  de  la  cotorrita!»—  Ahora  puedo 
repetir  esta  frase  afortunada  de  un  amigo  nues- 
tro, que  la  inventó  siendo  niño.  Para  entenderla 
hay  que  relatar  el  episodio,  la  comedia  trágica 
que  la  motivó. 

Habíanle  regalado  a  este  niño  un  juguete,  una 
cotorrita  de  latón.  Se  la  entregaron  una  mañana 
y,  durante  todo  el  día,  anduvo  como  loco  de 
felicidad,  de  un  lado  a  otro,  mostrándosela  a  la 
cocinera,  a  la  costurera,  a  los  amiguillos,  a  los 

156 


EVOLUCIÓN  HS 

de  la  familia,  al  portero.  Su  fantasía  estuvo  tra- 
bajando desde  las  nueve  de  la  mañana  hasta 
las  seis  de  la  tarde,  sin  momento  de  tregua. 
Pero  al  llegar  esta  hora  se  dio  por  vencido.  En- 
tonces fué  al  ojo  de  patio  y  desde  el  tercer  piso 
la  tiró  con  furia  a  las  baldosas  del  fondo.  Luego, 
volviéndose  a  su  hermano,  dijo  con  un  gesto 
decisivo: 

«¡Ya  salimos  de  la  cotorrita!» 


157 


J.    MORENO     VILLA 


EL  BESTIARIO  EN  SU  RETIRO  IDEAL 

TT'L  Bestiario  es  un  hombre  un  tantico  soñador. 
^^  Vosotros,  los  que  ya  os  columpiáis  sobre  los 
treinta  años,  por  fuerza  habéis  de  saber  lo  poco 
envidiable  que  es  este  don  divino.  El  buen  hom- 
bre ha  vuelto  a  la  finca  donde  pasó  su  niñez.  Yo 
estimo  que  tales  vueltas  no  debieron  hacerse 
nunca.  Veamos  lo  que  ha  escrito  al  día  siguien- 
te de  llegar  al  pueblo  andaluz: 

Aquí,  querida  amiga,  voy  a  darte  cuenta  de 
mi  nueva  situación.  Quiero  hablarte  de  muchas 
cosas,  que  ahora  vuelven  a  rodearme  y  que  para 
ti  fueron  un  día  tan  familiares  como  para  mí.  Es 
esta  una  empresa  difícil,  sobre  todo  si  queremos 
huir  de  lo  sentimental.  A  fin,  pues,  de  preca- 
verme contra  esto  en  lo  posible,  voy  a  dejar  la 
carta  y  a  enumerar  sencillamente  las  cosas  que 
vuelvo  a  encontrarme,  añadiendo  a  cada  una 
la  pequeña  nota  descriptiva  que  me  suscite. 

Los  HIGOS  CHUMBOS. — Esta  mañana,  cuando 
me  hube  levantado  y  salido  al  jardín,  vino  la 
criada  y  me  dijo:  — Señorito,  ¿quiere  usted  unos 
jiguitos  chumbos,  que  ahora  por  la  mañana  es- 

158 


I 


[i  VOI.UCIONES 

tan  más  frescos  que  la  nieve?  — Sí;  tráemelos 
aquí. 

La  mujer  se  fué,  y  a  poco  vino  de  nuevo  con 
un  lebrillo  colmado  de  chumbos. 

— Pero  mujer,  a  qué  traes  un  lebrillo.  ¿No  sa- 
bes que  yo  me  contento  con  comerme  tres  o 
cuatro  higos? 

— ¡Señorito,  si  esto  se  come  sin  sentí!  Yo  me 
desayuné  esta  mañana  con  docena  y  media,  y 
esto  es  una  ridiculez  el  decirlo. 

-^Bueno;  tú  te  puedes  comer  los  que  te  dé  la 
gana. 

Frasquita,  con  una  escobilla,  fué  sacudiendo 
las  frutas,  para  quitarle  en  parte  las  espinas  pe- 
queñísimas con  que  se  precaven  de  la  tentación 
ajena.  Luego  agarró  el  cuchillo  y  dio  los -tres 
cortes  clásicos:  dos  para  cercenar  en  limpio  los 
extremos  y  uno  para  poder  abrir  y  hacer  que  se 
despegue  el  higo  de  la  cascara. 

En  esto,  llegó  Pepe  el  jardinero, 

— Buenos  días,  señorito. 

—¡Hola,  Pepeí 

—  Se  stá  sté  desayunando  ¿eh? 

-Sí. 

— Es,  indijcutiblemente,  la  fruta  más  sabrosa 
de  toas.  Yo,  si  tuviera  dinero,  jacía  una  fábrica 
de  azuca  sacándola  del  jigo  chumbo.  Pa  mí  que 
no  hay  otra  fruta  que  dé  más  durce.  La  única 

159 


J.    MORENO     VILLA 

contra  que  tiene  son  las  pipas,  que  se  le  meten 
a  uno  en  las  muelas.  Si  no  juera  por  eso,  estoy 
segxiro  de  que  en  el  extranjero  se  vendía  mejó 
que  el  aguacate  y  que  la  chirimoya. 

Esta  ensarta  de  sentencias,  exactamente  la 
misma  — tú  la  recordarás—,  la  repetía  Pepe, 
alié,  en  aquellos  tiempos,  y  la  volverá  a  repetir 
mañana  y  pasado  y  siempre  que  me  vea  co- 
miendo higos  chumbos. 

El  jardinero.— Pepe,  el  jardinero,  no  es  un 
hombre  vulgar.  Tiene  lengua;  es  decir,  sabe 
explicarse.  No  es  como  aquel  palurdo  que  venía 
a  visitarme  hace  años,  cuando  yo  estaba  bajo 
el  dominio  de  unas  interminables  calenturas  de 
de  Malta,  cogía  una  silla,  se  sentaba  frente  a 
mí  y  no  sabía  decir  otra  cosa  que  esta:  «Conque 
calenturitas,  ¿eh?  ¡Puñemeras  calenturitas!» 

Pepe  es  un  hombre  de  palabra  fácil  y  pinto- 
resca. En  el  pueblo  le  llaman  Castelar.  Lo  que 
más  le  admiran  sus  paisanos  es  el  uso  de  las 
palabras  cultas  que  intercala  en  su  pintoresco 
lenguaje. 

A  mí  lo  que  más  me  divirtió  siempre  fué  ver 
el  aplomo  con  que,  después  de  enfrontarse  con 
algo  desconocido  por  él,  dictaminaba.  Cuando 
yo  era  estudiante  del  bachillerato  y  andaba  a 
vueltas  con  la  geografía  astronómica,  me  em- 

160 


EVOLUCIONES 

peñé  en  hablarle  del  cielo,  de  las  estrellas,  de 
la  órbita  que  la  tierra  describe  en  tomo  al  sol  y 
de  la  redondez  de  la  tierra.  Pero  Pepe  se  oponía 
a  esto  último.  Lo  del  cielo  no  le  hacía  efecto; 
me  escuchaba  sin  replicar.  Pero  no  admitió  nun- 
ca la  redondez  de  nuestro  globo,  por  más  que 
yo  — falto  ya  de  argumentos — ,  recurriese  a  mi 
palabra  de  honor. 

De  los  caminos  del  mundo  y  de  la  situación 
de  los  continentes  tenía  una  idea  mucho  más 
pobre  que  San  Isidoro  en  el  siglo  vii.  Una  vez, 
un  individuo  del  pueblo,  que  había  determinado 
emigrar  a  América,  se  acercó  a  un  grupo,  en 
que  estaban  un  tío  mío  y  Pepe  el  jardinero,  para 
comunicar  su  partida.  Mi  tío  tenía  no  sé  qué 
hacer  por  aquellos  días  en  Cartagena  y  le  había 
dicho  a  Pepe  que  pensaba  marchar  allá.  Así  es 
que,  cuando  llegó  el  emigrante  y  anunció  lo 
que  deseaba,  saltó  Pepe:  «Oye,  entonces  puede 
ser  que  te  encuentres  con  el  señorito  en  Carta- 
gena». 

Tenía  también  sus  teorías  sobre  la  Aritmética. 
Aseguraba  que  con  dos,  de  las  cuatro  reglas, 
tenía  suficiente  un  hombre,  «/o  —me  decía — 
le  hago  a  usted  todas  las  cuentas  que  quiera,  no 
sabiendo  más  que  sumar  y  restar». 

Así  era  y  así  sigue  siendo  Pepe  el  jardinero. 
En  la  casa  contigua  a  la  nuestra  tiene  un  com- 

161 

EVOLUCIONES  n 


J.    MORENO     VILLA 

pañero  que  le  da  ciento  y  raya  en  originalidad. 
Este  hombre,  los  domingos  por  la  mañana  va 
a  vestirse  de  limpio  a  tres  leguas  del  pueblo, 
donde  viven  sus  padres.  A  la  noche,  cuando 
vuelve,  está  tan  sudoroso  y  empolvado  como 
la  mañana  del  domingo. 

Ahora  recuerdo  también  a  Rafael  el  capataz. 
Su  recuerdo  me  repugna.  Cuando  éramos  chi- 
cos mi  primo  y  yo  nos  contaba  cuentos  de  un 
impudor  brutal. 

Las  flores. — De  todas  las  que  había  en  el 
jardín,  tres  eran  las  predilectas.  El  jazmín,  el 
carambuco  y  el  heliotropo.  El  jazmín  era  para 
nosotros  algo  así  como  lo  limpio,  lo  pequeñito, 
lo  fresco  y  alegre.  El  carambuco,  esa  borlita, 
tan  grande  como  un  botón  del  chaleco,  amari- 
llenta y  mate,  es  de  un  olor  tan  suave  y  gusto- 
so que  nos  atacábamos  la  nariz  con  ella.  El  he- 
liotropo era  también  muy  preferido,  pero  la 
verdad  es  que  nos  empalagaba.  Es  el  único  de 
los  tres  que  ya  no  existe.  ¿Recuerdas  dónde  es- 
taba la  mata?  Allí,  junto  al  portón  del  cau. 

AI  pie  del  jazmín,  oculta  en  el  suelo,  estaba 
la  llave  del  saltador  de  la  alberquilla.  Hoy  me 
acerqué  al  registro  y  le  di  a  la  llave,  pero  no 
funcionó.  En  cambio,  sobre  la  alberquilla  y  las 
macetas  que  la  circundan,  siguen  como  locos 

162 


I 


EVOLUCIONES 

los  brillantes  y  multicolores  caballitos  del  dia- 
blo. Los  mismos. 

Las  herramientas. — ¡El  amocafre,  el  rastri- 
llo, el  peine,  el  azadón  y  la  azada!  jQué  de  su- 
tiles escalofríos  de  bienestar  debemos  a  estas 
rústicas  herramientas!  Cuando  el  jardinero  cogía 
el  amocafre  — ese  pico  curvo  como  dedo  de  ar- 
pía— ,  y  lo  hincaba  en  la  tierra  para  sembrar  un 
clavel;  cuando  el  jardinero  iba  limpiando  los 
paseos  de  las  hojas  caídas  del  níspero;  cuando 
luego  peinaba  la  arenilla  de  los  senderos;  cuan- 
do agarraba  la  azada  y  volvía  una  toma  de  agua, 
una  torna;  qué  de  pequeños  embelesos! 

Mariquilla. — La  hija  del  jardinero  sigue  sin 
casarse.  Al  volverla  a  ver  he  notado  en  sus  ojos 
ese  frío  desolado  de  las  mujeres  cuando  les 
pasa  en  vano  la  edad  del  amor.  Frente  a  ella, 
estuve  por  decir:  «Mariquilla,  tú  y  yo,  somos 
dos  seres  inútiles  para  la  humanidad». 

Lo  más  horrible  es  pensar  que  todos,  absolu- 
tamente todos,  incluso  ella,  sabíamos  que  no 
se  casaría  nunca.  Ella,  no  me  cabe  duda,  lo  sa- 
bía. ¿Por  qué,  si  no,  aquella  eterna  mudez  de  la 
niña,  aquella  eterna  tristeza,  hasta  cuando  la 
sonrisa  apuntaba  en  sus  mejillas? 

Todos  conocíamos  su  sino.  Había  venido  al 

163 


J.    MORBNO     VILLA 

mundo  raquítica  y  llegó  a  mujer.  Su  cuerpo  es 
de  enana. 

jPobrel  Hubo  una  noche  — hace  años  —  ,  en 
que  vi  con  toda  claridad  y  relieve  el  hondo  des- 
consuelo de  aquel  alma  condenada  a  no  gozar 
jamás  del  amor.  Fué  una  noche  en  que,  la  ser- 
vidumbre, se  reunió  a  cantar  y  a  tañer  la  guita- 
rra en  casa  del  jardinero.  Yo  no  había  oído  nun- 
ca en  boca  de  Mariquilla  más  de  dos  palabras. 
De  repente,  a  una  reiterada  petición  de  todos, 
Mariquilla  rompió  a  cantar  una  copla.  El  senti- 
miento que  puso  en  ella  no  he  vuelto  a  oirlo 
jamás.  Fué  una  confesión  en  voz  alta,  como  la 
de  los  antiguos  cristianos. 

«El  pater». — El  cura  del  pueblo,  «el  pater» 
como  le  decían  algunos  de  la  casa,  ha  venido  a 
verme  en  cuanto  llegué.  El  pobre  tiene  también 
su  tragedia.  Ya  está  viejo  y  muy  mellado.  Este 
desmedramiento  de  la  boca  hace  que  su  charla 
sea  más  confusa  de  lo  que  era.  Apenas  si  le  en- 
tiendo. 

Tú  no  te  habrás  olvidado  de  él.  Tú  asistías 
como  las  hijas  de  las  demás  familias  veranean- 
tes a  la  misa,  los  domingos.  Tú  tienes  que  acor- 
darte de  las  maneras  y  gestos  de  este  hombre. 
Era  la  curiosidad  la  que  le  perdía,  la  que  le 
arrancaba  de  cuajo  todo  el  matiz  de  recogimien- 

164 


EVOLUCIONES 

to  que  exije  aquella  ceremonia  religiosa.  Así  al 
pronunciar  el  dominus  vobiscum,  lo  prolonga- 
ba mucho,  lo  prolongaba  más,  a  fin  de  hacer 
con  la  vista  un  paseo  por  la  concurrencia  devo- 
ta. Ya  estaba  vuelto  al  altar  otra  vez  y  seguía 
con  el  rostro  torcido  acabando  de  escudriñar  lo 
que  había  en  la  nave  del  evangelio. 

Pero  es  un  buen  hombre.  Lleva  más  de  cua 
renta  años  en  este  curato.  Ya  no  aspira  a  una 
parroquia  ciudadana.  Ha  fabricado,  por  sus  ma- 
nos, una  casita  que  comunica  con  la  iglesia  y 
en  ella  vive  con  su  hermana,  una  soltera  vieja 
de  rostro  varonil,  feo  y  lleno  de  berrugas,  de 
voz  ronca  y  ojos  henchidos  de  agua  siempre. 
La  pobre  es  de  una  cortesía  de  tratado  de  urba- 
nidad muy  digna  de  agradecer,  pero  algo  azo- 
rante. 

Con  esta  señora  y  con  sus  hortalizas  vive  el 
buen  pater.  No  tiene  amigos  en  el  pueblo.  Se 
ha  defendido  lo  posible  del  salvajismo  que  le 
rodea,  pero  en  cambio,  el  apartamiento  le  ha 
ido  entumeciendo  más  y  más  la  ya  de  joven 
poco  activa  sesera. 

Sin  embargo  voy  a  buscar  su  conversación. 
Para  mí  tienen  mucho  interés  las  costumbres 
del  pueblo,  que  él  puede  estudiar  mejor  que  na- 
die, dado  su  oficio.  A  él  le  oí  una  vez  que  las 
devotas  — no  sé  si  de  la  Virgen  del  Carmen — 

1^ 


J.    MORENO    VILLA 

cuando  estén  en  la  agonía,  han  de  tener  el  cuer- 
po en  la  misma  dirección  que  las  vigas  de  la  te- 
chumbre. Otras  hay  que  han  de  morir  con  la 
cabeza  apoyada  en  un  ladrillo.  Sí;  el  pater  sabe 
muchas  cosas  curiosas  de  esta  gente. 

y  ahora  te  contaré  la  tragicomedia  de  su 
vida,  que,  claro  está,  no  he  sabido  por  él.  Re- 
sulta que,  una  feligresa  viuda,  le  ha  estado  re- 
quiriendo de  amores  durante  cuatro  o  cinco 
años,  y  no  de  un  modo  insinuante  o  velado;  a 
la  luz  del  día  y  atacándole  de  frente.  Por  lo 
pronto,  viendo  que  el  cura  rehuía  su  conversa- 
ción, discurrió  que  le  confesaría  sus  amores  en 
el  confesonario.  — «Aquí  no  tiene  otro  remedio 
que  oirme»,  se  decía. 

y  se  presentó  en  la  iglesia  una  mañana.  Las 
comadres  del  pueblo,  que  conocían  la  desorde- 
nada afición  de  La  Marrullera,  como  le  decían, 
corrieron  la  voz  y  medio  pueblo  estaba  en  la 
iglesia  al  poco  tiempo. 

Las  penitentes  iban  pasando  por  el  confeso- 
nario. Al  fin  le  llegó  el  turno  a  La  Marrullera. 
El  silencio  del  templo  se  hizo  más  intenso.  Los 
curiosos  contenían  la  respiración. 

Apenas  La  Marrulleía  hubo  iniciado  su  sa- 
crilega confidencia,  vieron  todos  que  el  señor 
cura  se  puso  en  pie  y  salió  del  confesonario, 
dttjando  a  la  pecadora  sin  absolver. 


EVOLUCIONES 

Llegó  a  la  sacristía  tembloroso.  Apenas  acer- 
taba a  revestirse  para  dar  la  comunión.  El  desa- 
sosiego se  transmitió  al  sacristán  y  a  los  mona- 
guillos. Todos  se  miraban  como  inquiriendo  lo 
que  iba  a  pasar  allí.  De  pronto,  penetra  en  la 
sacristía  una  señora  y  dice:  La  Marrullera  se  ha 
acercado  al  altar  para  recibir  la  comunión. 

— Pues  no  la  doy  a  nadie.  Ya  comprenderá 
usted  que  otra  cosa  sería  contribuir  a  un  grave 
delito.  Así  es  que  haga  usted  el  favor  de  expli- 
car a  todas  las  señoras  amigas  suyas  la  causa 
por  la  que  voy  a  decir  misa  sin  dar  la  comunión. 

La  Marrullera  no  se  dio  por  vencida.  Un  fra- 
caso no  es  nada  para  un  ánimo  antojadizo.  Ella 
siguió  espiando  todos  los  pasos  del  cura.  Si  ha- 
bía un  entierro,  se  apostaba  en  las  cercanías 
del  cementerio  aguardando  la  ocasión  de  hallar- 
lo solo.  Tuvo  que  suprimir  los  paseos  por  el 
campo  porque  le  seguía.  Un  aliento  demoniaco 
trabajaba  dentro  de  aquella  mujer. 

Como  el  cura  tenía  enemigos,  uno  de  ellos  se 
encargó  de  ir  a  la  ciudad  y  referir  el  escándalo 
de  manera  que  el  cura  quedara  algo  al  descu- 
bierto. Por  fortuna,  el  pater,  había  dado  cuenta 
al  obispado  de  todas  las  escenas  desde  que  co- 
menzaron; pero  de  todos  modos  le  ocasionaron 
un  disgusto  más. 

y  la  mujer  sin  transigir.  Como  no  era  loca 

167 


J.  Moreno   villa 

manifiesta,  loca  de  atar,  no  podían  recluirla.  El 
cura  acabó  por  no  salir  solo  a  la  calle. 

Este  tragicómico  estado  de  cosas  no  hubiera 
cesado  nunca,  si  no  interviene  brutalmente  un 
hijo  de  La  Marrullera,  el  cual  la  amenazó  pri- 
mero con  la  muerte  y  luego  acabó  yéndose  del 
pueblo  y  arrastrando  consigo  a  su  madre. 

Estas  son  las  personas  y  estas  son  las  cosas 
que  aquí  me  rodean.  Con  ellas  sostengo  mis 
diálogos  y  mis  meditaciones.  No  se  cuanto 
tiempo  podré  seguir  a  gusto  entre  ellos.  De  to- 
dos modos  si  la  melancolía  cae  ciega  sobre  mí, 
ya  conozco  un  remedio  bastante  eficaz:  la  dis- 
tracción metódica,  es  decir,  escribir  todos  los 
días  un  número  de  horas  en  un  Bestiario  o  en 
un  libro  semejante. 

Adiós,  mi  buena  amiga,  creo  haberme  salva- 
do en  todas  estas  páginas  de  las  terribles  caídas 
sentimentales.  Tú  no  sabes  el  esfuerzo  que  me 
ha  costado.  Acaso,  acaso  es  el  único  mérito  de 
ellas. 


168 


LIBRO    TERCERO 


EPITAFIOS 


MVOL  UCIONBS 


UN  POCO  SONAMBULO 

Artículo  que  vino  a  ser  prólogo. 

T  A  Semana  Santa  pasada  me  invitó  un  amigo  a 
^  entrar  en  la  iglesia.  Conservo  grato  recuerdo 
de  aquel  templo,  que  no  sé  dónde  está  ni  cómo 
se  llama. 

Vi,  apenas  entramos,  una  losa  sepulcral  que 
me  sujetó  férreamente  en  su  presencia.  Mi  ami- 
go, hombre  de  curiosidades  más  varias,  me  dejó 
allí,  solo,  por  espacio  de  media  hora  y  al  vol- 
ver me  dijo: 

— Pero  hombre,  ¿qué  haces?;  ¿todavía  estás 
ahí  delante  de  la  losa  y  como  sonámbulo? 

— Sí,  aquí  estoy.  He  visto  la  losa;  la  he  visto 
en  su  cara  externa,  la  he  visto  en  su  sentido  ín- 
timo y  hasta  he  visto  algo  de  los  caracteres  que 
incorporaban  el  muerto  y  su  hijo,  que  fué  quien 
aderezó  la  sepultura. 

— Bueno,  pero  ¿qué  tiene  de  particular  ese 
epitafio? 

— No  tiene  mucho  de  particular  si  excluímos 
la  belleza  de  la  expresión,  pero,  si  quieres,  lo 
leeremos. 

Oye,  antes,  una  pregunta:  ¿Has  visto  alguna 
vez  un  epitafio  de  la  antigüedad  clásica?  Pues 

173 


J.    MORENO     VILLA 

te  diré  uno  que  recuerdo  ahora.  Es  griego;  dice 
así:  «Lenio  y  Pablo,  hermanos,  tuvieron  una 
vida  común  y  unida;  y  unos  mismos  hilos  de} 
hado;  y  lograron  una  misma  sepultura  a  la  ri- 
bera del  Bosforo.  Jamás  pudieron  vivir  separa- 
dos, hasta  el  punto  de  marchar  juntos  a  la  otra 
vida.  ¡Alegraos  felices  y  unánimes!  Sobre  vues- 
tro sepulcro  debiera  levantarse  el  altar  de  la 
amistad.» 

— ¡Qué  raro,  un  epitafio  tan  explicado! 

— Sí;  puede  ser.  Esto  se  halla  bien  lejos  de  lo 
que  hoy  se  estila.  Sobrenada  en  la  forma  sere- 
na del  lenguaje  una  templanza  espiritual  bien- 
hechora que  nada  tiene  de  común  con  lo 
nuestro. 

— Así  me  parece. 

Grábalo  bien  en  la  memoria  y  lee  conmigo 
esta  otra,  completamente  cristiana.  Lo  primero 
es  un  encabezamiento  latino:  Deo  cui  omnia 
vivunt.  Este  lema,  en  el  cual  aparece  Dios,  tie- 
ne ya  la  complejidad  de  las  cosas  teológicas. 
Repara  en  que,  puesto  con  ocasión  de  una 
muerte,  habla  de  la  vida  (Dios  por  el  que  todo 
vive).  Se  habla  de  la  vida  porque  a  la  muerte 
se  la  considera  como  vida  y  como  vida  mejor 
aún.  Es  la  conocida  paradoja  cristiana,  de  un 
barroquismo  al  gusto  de  hoy.  Pero  vamos  a  lo 
romance. 

174 


EVOLUCIO  NES 

«Aquí  yace  García  de  Tal  y  Tal,  caballero 
de  hábito  de  Santiago,  señor  de  las  villas  de 
Fuentes  y  Baldezar,  que  como  sus  virtudes  co- 
rrespondió a  la  nobleza  de  su  linaje.  Fué  mo- 
desto, templado,  amable,  liberal  con  los  vivos, 
piadoso  con  los  muertos,  amparo  de  pobres 
y  necesitados.  Murió  en  paz,  lleno  de  días  y 
de  buenas  obras,  de  edad  de  93  años,  en  9  del 
mes  de  Febrero  de  1613.  D,  Jerónimo  de  Tal 
y  Tal,  con  agradecimiento  y  tristeza,  lo  hizo 
poner  a  la  buena  memoria  de  su  padre  muy 
querido.» 

— ¿Qué  te  parece? 

—  Muy  bonita;  más  bonita  que  las  nuestras. 
Pero  no  veo  mucha  diferencia  con  la  recordada 
por  ti.  Es  larga  y  de  lenguaje  sereno. 

-  Bonita,  sí  es.  Acaso  la  más  bonita  de  las 
que  yo  he  visto.  Su  estructura  es  magistral.  Es- 
tamos viendo  a  este  buen  hijo  don  Jerónimo  de- 
purando la  expresión  días  y  días,  a  fin  de  pres- 
tarle altura,  cristianismo,  limpieza  y  algo  de 
diafanidad  clásica. 

Pero  la  objetividad  clásica  no  se  satisface  solo 
con  un  lenguaje  diáfano  y  sereno.  7  los  hom- 
bres posteriores  a  Cristo  han  logrado  rara  vez 
la  objetividad.  El  individualismo  con  que  Jesús 
enriqueció  la  vida,  asoma  en  todo  lo  cristiano. 

A  mí  lo  que  más  me  interesa  de  esta  losa  es 

175 


J.    MORENO     VILLA 

SU  fisonomía  castellana.  Ella  se  manifiesta  sobre 
todo  en  las  palabras:  «.Fué  modesto,  templado, 
amable,  liberal  con  los  vivos,  piadoso  con  los 
muertos,  amparo  de  pobres  y  necesitados. y> 
La  templanza,  la  continencia,  la  sobriedad;  eso 
que  envuelve  a  las  más  claras  figuras  de  Casti- 
lla como  a  los  rudos  pegujaleros.  Luego  lo  otro: 
piadoso  con  los  muertos,  amparo  de  pobres  y 
necesitados.  La  religión  y  la  caridad.  No,  digo 
mal.  Ni  la  religión  ni  la  caridad,  como  concep- 
tos absolutos,  son  los  que  caracterizan  a  estas 
gentes.  Es  el  hecho  religioso  concreto  de  apia- 
darse con  los  difuntos  y  el  hecho  caritativo  es- 
tricto de  socorrer  al  menesteroso. 

En  esas  palabras  están  resumidos  hasta  los 
aspectos  exteriores  de  los  pueblos  castellanos 
que  se  conservan  inmóviles  desde  aquella  épo- 
ca: un  señero  palacio  y  mucha  miseria  a  su  al- 
rededor. Un  palacio  de  arenisca,  que  alardea  de 
italiano,  y  un  caserío  mísero;  de  adobes  o  tie- 
rra oocida  al  sol,  cuando  no  es  de  cuevas,  en 
donde  !as  personas  y  las  bestias  cruzan  herma- 
nadas sus  jadeantes  respiraciones. 

También  se  ve  entre  líneas  la  decrepitud  de 
un  linaje.  Yo  no  sé  decirte  quién  fué  don  García 
ni  he  de  enterarme.  Pero  de  fijo  no  fué  uno  de 
aquellos  hombres  de  empuje  inafrontable  que, 
como  saetas,  salían  disparados  de  sus  pueblos, 

176 


EVOLUCIONES 

andaban  medio  mundo,  enriqueciendo  el  alma, 
los  sentidos  y  la  bolsa,  y  luego  volvían  glorio- 
sos al  lugar  nativo.  Las  empresas  en  que  hubie- 
ra tomado  parte  lucirían  en  !a  inscripción,  por- 
que el  hijo,  bien  orgulloso  de  su  linaje,  se 
ve  que  busca  títulos.  Sí;  asoma  un  poco  la 
vanidad  en  medio  de  tanta  belleza.  Porque  al 
fin  y  al  cabo  don  García  nada  'hizo,  sino  ser 
virtuoso. 

Don  Jerónimo,  el  hijo,  hubiera  llenado  muy 
a  gusto  con  breves  referencias  de  hazañas  o  he- 
chos valientes,  la  piedra.  Pero  al  pensar  en  su 
querido  padre  no  halló  sino  virtudes  de  bonda- 
dosa pasividad.  Le  vería  en  un  sillón  de  baque- 
ta, junto  a  la  mesa  de  camilla,  Jleno  de  días  ya, 
en  las  mañanas  invernales,  en  la  quietud  de  su 
casa,  en  su  villa  de  Fuentes,  más  quieta  todavía, 
por  sobre  la  cual  las  nubes  parece  que  navegan 
menos  raudas  que  sobre  Madrid,  y  las  personas, 
de  hecho,  hablan  con  más  lentitud. 

— ¿No  crees,  le  dije  a  mi  amigo,  que  así  debió 
ser  concretamente  su  vida? 

— Me  parece  bastante  lógico  todo  eso.  Y  aho- 
ra, te  diré  que  ya  veo  por  qué  te  quedas  sonám- 
bulo delante  de  cualquier  cosa. 

— y  tú,  ¿qué  has  visto? —  le  interrogué. 

—Pues  he  visto  la  iglesia,  la  sacristía,  los  al- 
tares... 

177 

BVOLUCIONES  12 


J.    MORENO     VILLA 

— ¿y  qué  has  visto? —  insistí. 
— Pues...  nada. 

— ¿Ves  tú?  Hay  que  ser  un  poco  sonámbulo, 
y  de  esta  visita  comenzaron  a  brotar  los  epi- 
tafios. 


178 


EPITAFIOS 


EVOLUCIONES 


ERA  INMORTAL 


T   A  muerte  vino 

y  le  rompió  la  lanza; 
pero  también  la  muerte 
huyó  alanceada. 


ERA  MÍSTICA 

QjOBRE  un  cielo  gótico,  azul  y  blanco, 
*^  su  alma      una  antorcha—  prendía. 
Cuando  se  apagó  la  antorcha 
ya  estaba  toda,  toda  arriba. 


181 


J.    MORENO    VILLA 


ERA  FRANCESA 


T?RA  granja  cultivada 
^-^  y  jardín.  Era  severa 
y  sutil.  Ahorrativa 
y  regalona  era. 


ERA  TOLERANTE 


T?N  el  tribunal  de  su  conciencia: 

■^-^   MEMORIA,  JUICIO  Y  CORAZÓN, 

el  último  era  un  cacique, 

que  imponía  siempre  el  perdón. 


182 


E  VOLUCIONES 


ERA   OSADO 


■\    BRió  puertas  encerrojadas, 
'^^  pisó  sobre  claves  deshechas, 
cruzó  la  mar  sobre  un  hilo 
y  entró  en  el  cielo  sin  voleta 
porque  en  la  entrada  dijo:  «Pase» 
sin  mirar  a  Pedro  siquiera. 


ERA  BELLA 


"r?RA  de  porcelana,  fina  y  leve. 
^^  De  su  paso  dejó  transparencias, 
gratos  silencios,  besos  apuntados, 
ritmos  de  marcha,  sonrisas,  bucles... 
Monadas,  que  con  ella  se  rompieron. 


183 


J.    MORENO     VILLA 


ERA  EL  espíritu 


'\   su  vera  llegaba  un  pobre 
'^^  debilitado  por  el  fardo  de  la  vida 
y  se  alejaba  recio  y  ágil 
como  el  cóndor  o  el  águila  altiva. 

y  es  que  su  lengua  pesaba 
y  su  ademán  impelía. 


ERA  LA  INDIFERENCIA 

\   YER  murió,  pero  moría 
"^^  desde  que  vino  al  mundo,  casi. 
Echado  al  sol,  contra  una  tapia, 
fumaba,  mirando  al  aire... 
Se  lo  comían  los  parásitos 
más  nada,  nada  le  movió,  ni  nadie. 


184 


EVOLUCIONES 


ERA    VALIENTE 

/"^OMO  al  tajo  el  torrente,  se  lanzaba  al  peligro. 
^-^  Él  vivía  tan  sólo  la  fe  de  su  entusiasmo 
y  no  paraba  en  que  a  la  fe  sigue  el  cuerpo 
y  que  a  éste  le  acecha  la  punta  del  peñasco. 


ERA   TAIMADO 


"rpNTRABA  por  los  desagües, 
"^  salía  por  las  gateras... 
Nunca  topó  con  el  portero 
que  preside  la  honrada  puerta. 


185 


J.    MORENO     VILLA 


ERA   GENEROSO 


T?RA  nube  de  lluvia 

^^  que  repartía  y  rociaba  dones; 

bautismo  de  sol  manso 

que  hace  fructificar  los  corazones; 

nave  siempre  dispuesta 

a  sufrir  la  borrasca  y  los  tifones 

por  traemos  el  trigo 

de  lejanas  regiones. 


ERA  FARSANTE 

TT^N  las  naves  de  Dios,  dulzuras  cantaba; 
"^  en  las  celdas  propias,  cieno  maldecía; 
sus  señas  personales  en  el  fichero  humano 
riñen  con  las  sentadas  en  las  fichas  de  arriba. 


EVOLUCIONES 


ERA  EL  HÉROE 


"T^iERON  las  hienas 

al  sonar  el  tin  de  su  muerte. 
Ya  se  fueron  con  él  la  firmeza 
y  el  sentido  del  fin  para  siempre. 


ERA  EL  ORGULLO 

'T'^ODA  curva  altanera  le  encantaba. 

Supo  más  de  las  piedras  celestiales 
que  de  las  guijas  duras  de  la  tierra; 
si  bien  las  puso  el  pie  como  quien  sabe. 


187 


MORENO     VILLA 


ERA  LO  INATACABLE 


/^^uisiERON  comer  de  su  carne; 
^^  mas  la  carne  del  hombre  puro 
es,  para  las  fauces  del  grajo, 
cosa  indigesta  y  sin  jugo. 


ERA  FLOR  DE  IDEAS 


Q<us  ideas 

*^  se  las  robarán  los  cuervos; 
mas  perderán  su  temblor 
y  serán  ideas  de  yeso. 


188 


EVOLUCIONES 


ERA  LA  PASIÓN 


TTuÉ  como  un  aspa  giratoria, 
-^    como  una  turbina  sin  freno: 
Al  grupo,  al  hermano,  al  país 
agitó  de  la  cruz  hasta  el  seno. 


FUÉ  LA  CONTINENCIA 

/■"^ON  la  brida,  refrenando, 
^^  — y  con  un  sentido  severo, — 
pasó,  como  pasa  el  astro, 
serenamente  el  firmamento. 


189 


J.    MORENO     VILLA 


ERA.,. 


"TJ^RA  el  júbilo  del  alba: 
^^  voz  sencilla,  frente  clara; 
nunca  perdió  la  sonrisa, 
nunca  ganó  la  esperanza. 


ERA  LA  MAESTRÍA 


TTl  supo  de  peso  y  medida, 
^^  y  supo  de  coloración, 
y  de  rayas  de  geometría, 
y  del  momento  y  la  sazón 
y  de  toda  gran  harmonía. 


190 


EVOLUCIONES 


ERA  EL  DESENFADO 


"X    L  desgaire,  como  sin  gana, 
'^~^  pero  al  vuelo,  supo  labrar. 
En  la  selva  de  sus  acciones 
sus  biznietos  se  salvarán. 


ERA  LA  INQUIETUD 

1~^URA  sábana  blanca  la  del  último  lecho. 
■^  Únicamente  su  dureza 
pudo  anular  el  movimiento 
perenne  de  su  alma  inquieta. 


191 


J.    MORENO    VILLA 


FUÉ  LA  RESIGNACIÓN 


"T^E  sus  meditaciones  cristianas 
"^  dedujo  que  lo  mejor  es  bien  poco; 
y  desde  entonces  — hoja  suelta — 
se  fué  abarquillando  en  el  lodo. 


ERA  POETA 


"p\OR  el  aire  quieto  cruza 

un  pico  loco  cantando. 
¿Dónde  va?  ¿Qué  fuerza  errante 
le  guiará  en  el  espacio 
que  no  tiene  caminitos 
seguros  ni  perfilados? 

Pasó  como  una  saeta 
romántica,  delirando... 

Los  corderos  que  pacían 
se  quedaron  extasiados. 


192 


EVOLUCIONES 


ERA   UN  HOMBRB 


'Hpocó  la  tierra  y  floreció  la  tierra. 

jSirioI  ¡Venus!  ¿Estáis  a  su  llegada  alerta? 


FUÉ  CASQUIVANA 

TruÉ  mantilla  de  blondas,  abanico  de  nácar, 
faldilla  de  volantes,  castañuela  y  guitarra  * 


193 

EVOLUCIONES  13 


J.    MORENO     VILLA 


FUE  LA  MUSA  SILENCIOSA 

x  To  escuchamos  su  voz. 

Andaba,  sonreía,  miraba. 
¡Con  qué  pies,  con  qué  boca,  con  qué  ojos... I 
¡y  otra  vez  miraba,  sonreía,  se  alejabal 


ERA  LA  MESURA 


T7RA  un  moderno  mecanismo 
^^  lleno  de  válvulas  y  frenos. 
Yo  le  vi  bajar  por  un  tajo, 
paso  a  paso,  fumando  y  riendo. 


194 


á 


MVOLUCIONMS 


ERA  OTRA  COSA 

QJi  acibarada  fué  su  palabra 
^^  y  despectivo  el  brusco  ademán, 
yo  digo:  jCulpad  a  los  otros! 
Él,  por  dentro,  era  miga  de  pan. 


SRA   LA  ENVIDIA 


Qii  da  con  el  punto  de  apoyo 
^^  y  con  la  palanca  arquimédea, 
él,  deja  al  hombre  en  el  vacío 
quitándole  de  los  pies  la  Tierra. 


195 


J.    MORENO     VILLA 


NO  ERA  DE  aquí  NI  DE  ALLÁ 

/'^OMO  el  corcho,  para  el  cielo  grave 

^-^  y  para  la  tierra  ligero, 

él  no  pudo  subir  un  palmo 

ni  ahondar  una  cuarta  en  el  suelo. 


VIRGEN 


/^^OMo  la  cernida  nieve 
^-^  — silencio,  frío,  pureza- 
que  cayó  en  cercado,  fuese 
inmaculada  a  la  tierra. 


196 


EVOLUCIONES 


ERA  LA  PALABRA  SANTA 


"T^ARA  los  pobres  veleros, 

para  los  que  bogan  mal, 
fué  un  ojo  de  luz,  un  faro 
alegre  en  la  oscura  mar. 


ERA  EL  RESENTIDO 

"TAETRÁs  de  un  árbol,  espiaba 
"^  — eyaculando  amarga  saliva — 
los  afanes  con  que  todos 
trabajábamos  nuestra  vida. 


197 


J.    MORENO    VILLA 


FUÉ  LA  DELICADEZA 


"X   DIVINANDO  una  muerte 
'^~^  brutal,  de  calambres  rojos, 
apartóse  de  los  suyos 
y  murió  en  el  campo,  sólo. 


ERA  CÁNDIDO 

X   LGuiEN  le  dijo  y  él  le  oyó  embobado: 
■^^  «La  vida  es  sólo  una  estación  de  tránsito», 
y  el  infeliz  sentóse,  pidió  copas, 
lió  un  pitillo  y  esperó  la  hora. 


198 


EL   ÚLTIMO  EPITAFIO 

EL  QUE  NUNCA 
HUBIERA  QUERIDO  HACER 


E\  OLUCIONBS 


NOTA 

TrL  tema  y  la  manera  de  concebir  el  epitafio 
^^  me  ilusionaban.  No  había  punto  ni  coma  con 
tinte  macabro  en  ellos:  no  iban  dirigidos  a  per- 
sona alguna  fallecida;  flotaban  en  regiones  más 
puras.  Eran  epitafios  ideales  a  caracteres  ver- 
daderos que  peregrinan  por  el  mundo  anónima 
o  luminosamente. 

Pero  he  aquí  que  la  vida  real  y  tangible  se 
atraviesa  en  el  camino.  La  muerte  de  una  per- 
sona bien  amada. 

y  no  pude  volver  a  mi  tarea. 

Puse  unos  gruesos  puntos  suspensivos,  y  ple- 
gué con  desencanto  las  hojas  de  la  cartera. 
Frente  a  mí  estaba  el  nicho  donde  enterraron  a 
mi  prima  y  la  losa  en  blanco. 


201 


J.    MOREhlO    VILLA 


RECUERDOS  DE  UNA 
NOCHE   SINIESTRA 

"T^ERMÍTEME,  niña  bien  amada,  ponga  aquí  los 
recuerdos  de  aquella  noche  última  que  pa- 
saste sobre  la  tierra,  fría  ya,  en  aquel  cuarto 
abierto  al  relente  perforador  de  la  madrugada, 
donde  ardían  los  seis  cirios,  y  yo,  con  la  con- 
ciencia rota,  entré  y  salí  tantas  veces! 

Ahí,  en  una  esquina,  está  el  cadáver  de  la 
virgencita,  envuelto  en  los  blancos  hábitos  de 
Lourdes  e  iluminado  por  blancos  cirios.  He  con- 
templado largos  ratos  las  manecitas  cruzadas, 
que  ahora  son  de  cera  lívida.  ¡Ellas,  que,  hasta 
en  las  palmas,  tenían  rubores  cálidos!  ¡Yo  las 
había  besado  tantas  veces!  Esta  noche  no  quie- 
ro besarlas,  pero  tampoco  me  atemorizan.  jHay 
en  ellas  tal  prestigio  de  las  formas  y  distinción 
de  líneas!  La  ausencia  del  color  es  lo  que  les 
hace  parecer  muertas,  parecer  figuradas.  Si  tu- 
vieran color  serían  vivas,  verdaderas,  y  segura- 
mente yo  pondría  con  sumo  recato  mis  labios 
en  ellas.  Pero  se  fué  el  color,  se  fué  la  vida,  y 
ya  embozado  en  mi  dolor  sordo,  difuso  y  exte- 
nuado, entro,  salgo  y  vuelvo  a  entrar,  por  ver  si 
vuelve  el  color  a  las  manos. 

202 


E  VOLUCIONES 

Vuelvo  a  pasear  por  las  calles  estrechas  que 
dejan  los  sepulcros,  las  losas,  las  rejas,  los  ár- 
boles. Son  las  tres  de  la  mañana,  las  cuatro,  las 
cinco.  Hay  una  claridad  sin  luna  que  sólo  deja 
ver  las  negras  lanzas  de  los  cipreces  y  las  blan- 
quecinas superficies  de  las  losas  sobre  la  tierra 
oscura,  como  carpeta  llena  de  tarjetones.  En  el 
cielo  hay  un  verdadero  hervor  de  estrellas.  Pa- 
rece que  se  agitan,  que  luchan  por  situarse  en 
primera  línea,  para  ser  más  bellas,  más  lucidas 
y  mejor  apreciadas. 

Indudablemente,  no  me  inquietan  los  cemen- 
terios. Subo  y  bajo  escalones,  doy  vueltas,  en- 
tro en  un  patio  y  luego  en  otro.  Paso  por  el  de 
las  Ánimas,  llego  al  de  la  Visitación  — el  que  es 
asimétrico,  tiene  soportales  y  los  más  románti- 
cos cipreses — ,  y  doy,  al  fin,  en  el  que  parece 
un  patio  pompeyano.  jLa  luz  velada  de  la  noche 
ennoblece  tanta  cosa  fea!  Luego,  de  día,  he 
visto  con  desencanto  este  último  rincón,  y  ape- 
nas he  querido  volver  a  pasear  por  entre  los  se- 
pulcros. 

En  el  patio  de  las  Ánimas,  estando  adivinan- 
do su  losa,  noté  un  ruidito  corto.  Era  entre  dos 
luces.  El  cielo  era  blanco,  de  plata  lechosa.  Le- 
vanté la  vista,  porque  el  ruidito  vino  de  lo  alto, 
y  vi,  en  una  rama  seca,  un  pájaro. 

203 


J.    MORENO    VILLA 

jAhí  ¿Eres  tú?  ¡Creí  que  tu  manifestación  pri- 
mera y  matutina  era  el  canto,  el  alborozo  y  el 
gorjeo!,  le  dije  sin  palabras,  con  el  pensamien- 
to, y  él  volvió  a  hacer  el  mismo  ruidito  con  el 
córneo  pico  en  los  secos  palitroques. 

Yo,  entonces,  pensé  en  ti.  Tú  no  tuviste  una 
infancia  alegre.  Tampoco  fué  tu  manifestación 
primera  y  matutina  el  canto,  la  risa,  el  alborozo. 
Te  contentaste  con  hacer  un  ruidito  leve  en  los 
secos  palitroques  de  las  gentes  con  tu  bondad, 
con  tu  belleza  y  con  tu  modestia.  En  eso  fuiste 
como  este  pajarito  de  la  aurora,  que  no  quiso 
cantar. 

Siempre  se  empeñan  en  lo  mismo.  Todos  di- 
cen: «Está  como  dormida».  «Está  mejor  des- 
pués de  muerta». 

y  es  una  piadosa,  pero  también  cruel  mentira. 

¿Cómo  había  de  quedar?  Fué  una  lucha  sorda 
y  traicionera  por  parte  de  la  muerte.  Para  rendir 
la  plaza  le  quitó  la  apetencia,  y  la  plaza  se  rin- 
dió por  falta  de  energías. 

Sin  embargo,  en  las  horas  últimas,  ¿de  dónde 
recogiste  la  sublime  entereza? 

Sin  duda,  las  energías  de  tu  espíritu  sobrevi- 
vieron a  las  energías  físicas.  Así,  pudiste  hablar, 
con  palabras  serenas,  firmes  y  sencillas  — pa- 
labras que  ponían  hirsutos  de  frío  los   cabe- 

204 


./^ 


aVO  LUCION  ES 

líos — ,  a  tu  novio,  a  tu  hermano  y  a  tu  madre. 

«Ven»  — ibas  diciendo  a  cada  uno — ,  ven. 
Voy  a  morir  dentro  de  unos  instantes.  No  me 
interrumpas,  que  no  puedo  hablar  más  que  al- 
gunas palabras...  Te  he  llamado  para  pedirte, 
para  decirte...  para  despedirte;  ¡pobre  madrel, 
¡qué  sola  te  quedas! 

y  la  niña  tenía  veinte  años  e  hizo  llorar  — sin 
llorar  ella — ,  a  hombres  y  mujeres. 

¡Que  no  muramos  en  un  hotell  ¡Que  muramos 
en  una  choza  o  en  un  camino  antes  que  morir 
en  una  fonda!  Por  evitar  escalofríos  ligeros  a  los 
sanos  huéspedes,  nos  arrojarán  de  ella  recién 
muertos  y  acrecentarán  el  dolor  de  nuestros 
deudos.  Tendremos  que  salir  por  las  escaleras 
de  servidumbre,  empinadas  y  estrechas,  como 
corridos  de  vergüenza,  temerosos  de  la  mirada 
ajena,  dando  golpes  con  nuestros  pobres  huesos 
en  las  maderas  del  féretro. 

Así  bajaste  tú,  pobre  niña  querida,  a  las  tres 
de  la  madrugada,  como  a  escondidas,  por  la  es- 
calera falsa. 

Tú,  para  quien  tus  padres  no  encontraban  pa- 
lacio bueno  en  el  mundo,  ni  cariños,  ni  comodi- 
dades bastantes. 

Tu  madre  había  vivido  para  ti,  absolutamente 
para  ti,  minuto  por  minuto,  la  vida  entera,  y  de 

205 


J.    MORENO     VILLA 

pronto  vino  un  tío  con  galones  y  ordenó  que 
habías  de  salir  al  amparo  — ¡al  desamparo! —  de 
la  noche  por  la  escalera  falsa. 

Esta  fué  tu  primera  separación  de  tu  madre. 

Volvimos  a  salir.  Recuerdo  que  nos  acompa- 
ñaba el  conserje  de  la  sacramental  y  que  habla- 
mos de  las  personas  conocidas  que  había  por 
aquellos  suelos,  y  del  número  de  patios,  y  de 
la  posibilidad  del  ensanche,  y  del  frío  y  de  las 
estrellas.  También,  de  vez  en  cuando,  exclamá- 
bamos: «Parece  que  hay  más  luz;  debe  empezar 
ya  el  alba».  7  era  sólo  el  deseo. 

El  ánimo  no  podía  permanecer  en  la  misma 
tensión  horas  y  horas;  por  eso  hablamos  de  co- 
sas baladíes.  Y  hasta  pedimos  café  para  recon- 
fortar el  cuerpo  aterido.  Sin  embargo,  todo  esto 
nos  parecía  una  gran  irreverencia.  7,  en  des- 
cargo, volvimos  a  ir  al  depósito. 

Dove  vai?  Chi  ti  chiama 
Lunge  dai  cari  tuoi, 
Bellissima  donzella? 

De  estos  versos  de  Leopardi  me  acordé  varias 
veces. 


206 


LIBRO    CUARTO 


LABOR  BREVE  Y  PARALELA 


EVOLUCIONES  Í4 


I 


EVOLUCIONES 


DUDAS  DEL  LABRADOR 

TROJAS  garbas  de  ensueño,  que  en  los  silos 
de  mi  conciencia  os  vais  amontonando 
¿llegaréis  al  otoño  de  mi  vida? 
¿me  bastaréis  para  un  viaje  largo? 


211 


J.    MORENO    Vll,LA 


OTOÑAL 


/^ TOÑO,  has  penetrado  con  sigilo  en  mis  venas. 
^^  ¿Qué  son,  si  nó,  estos  soplos  de  crudeza  y 

[templanza 
que  matan  los  verdores,  que  doran  la  esperanza? 
y  estos  oros  ¿no  son  la  ironía  de  las  penas? 
Otoño,  ¿has  escalado  las  erectas  almenas 
de  mi  torre?  jOh  vencida  torre,  donde  mi  lanza 
juvenil  es  juguete  del  aquilón  que  avanza! 
¡Cómo  sonríes,  pobre  torre  de  mis  cadenas, 
torre  de  mis  escapes,  de  mis  vuelos  románticos 
de  mis  horas  sin  luz!... 
Es  Otoño  el  que  ha  puesto  la  sonrisa  en  tu 

[boca 
y  ha  de  poner  especia  nueva  en  tus  nuevos  cán- 

[ticos, 
y  en  el  asta  eminente,  en  vez  de  seda  loca, 
una  piadosa  cruz. 


212 


EVOLUCIONES 


RITMO  ROTO 


T  TE  perdido  el  ritmo 

y  sólo  veo  fealdad: 
deshechas  las  arquitecturas; 
los  colores  sin  separar; 
las  palabras,  vasos 
rotos,  que  cortar\  la  verdad. 

He  perdido  el  ritmo 
y  sólo  veo  mi  maldad. 
No  entiendo  mis  palabras  viejas 
ni  tampoco  lo  que  es  suspirar. 
El  bien  se  quebró  en  mi  alma 
y  no  lo  pegaré  jamás. 

¿Son  los  años?,  ¡dimel 
Yo  sólo  supe  meditar; 
y  acaso,  acaso  se  deforme 
el  mundo  con  el  pensar. 
¡Dime!  ¡Dime!  ¿Dónde  hallo  el  ritmo 
de  dulce  y  hondo  compás? 

¿En  el  mundo  de  las  personas? 
¿En  la  selva  montaraz? 
¿En  el  río,  en  el  cielo?  ¿En  dónde? 

213 


J.    MORENO     VILLA 


Dios  me  pudiera  mandar 
un  afinador,  de  su  cielo, 
para  este  armonio  que  anda  mal: 
que  decae,  disuena  y  chilla, 
y  es,  la  avellana  de  mi  mal. 


214 


EVOLUCIONES 


LA  MEDITACIÓN 


TIN  cerco  de  finas  púas 
^-^   ciñe  toda  meditación; 
cada  entrada  en  el  cercado 
es  estría  en  el  corazón, 
o  cabello  cano  en  el  pelo, 
o  en  la  frente  duro  tachón. 
Pero,  ¿quién  rehuye  la  entrada? 
¿Quién  se  queda  sin  ver  a  Dios? 


215 


J.    MORENO     VILLA 


COMO   UNA   COPLA 


NA  estrella  se  corrió. 
Es  el  alma  de  un  pe 
que  va  camino  de  Dios. 


U' 

Es  el  alma  de  un  penado 


216 


EVOLUCIONES 


NOCHES  CLÁSICAS 


I 

T    A  luna  fresca 

de  Agosto,  lleva 
lejos,  muy  lejos, 
la  incontinencia 
del  pensamiento. 

¿Quieres  huir 
conmigo,  a  donde 
yo  solo  fui 
por  los  amores 
para  ti? 

Pon  tu  mejilla 
junto  a  la  mía; 
dame  la  mano; 
quiéreme  y  mira 
el  disco  santo. 

Lo  demás,  ello 
solo  se  hará... 
lejos,  muy  lejos 
es  donde  está 
lo  que  queremos. 

217 


J.    MORENO     VILLA 


II 

Suenan  tintanes 
bellos,  lejanos, 
breves... 

¿Hay  algo 
que  se  compare 
con  la  falange 
de  estrellas? 

«jAlgo!» 
me  dice  alguien 
que  mucho  amo. 
i  Algo!... 

¡Tú  eres  la  clave! 
digo,  y...  lejanos 
suenan  tintanes 
bellos  y  largos. 


UI 

Estoy  mirando 
en  mi  pensamiento, 
lo  negro  y  vacuo 
de  todo  esfuerzo, 
de  todo  aplauso. 

Estoy  mirando 

218 


EVOLUCIONES 


sin  pensamiento, 
lo  azul  y  amplio 
del  universo 
cuando  te  amo. 


219 


J.    MORENO    VILLA 


EXTRAÑEZA 


■rpRES  tú  mismo 
"^  quien  ayer  hablaba 
en  aquellos  sitios, 
con  aquellos  hombres 
y  aquellas  mujeres? 
¿Te  reconoces? 

Atiende,  amigo: 
El  sol  del  alba 
cambia  en  su  giro 
por  luz  de  cobre 
su  luz  de  oro; 
mas  siempre  es  luz  y  lo  contrario  noche. 

¿Cómo  han  podido, 
tu  paladar 

y  tu  lengua,  unidos, 
hallar  los  nombres 
de  sentimientos  pardos 
y  pesares  deformes? 

¿Eres  tú  mismo 
entre  aquellos  hombres? 

Tu  espíritu  antiguo 
no  te  reconoce. 


2gt 


EVOLUCIONES 


TARDE  ROMÁNTICA 


r~^óuo  te  gusta  la  tarde! 
^-^  — Paloma  quisiera  ser; 
volar  al  cielo  que  arde. 

— Arde  sólo  en  un  rincón. 
Pasa  en  el  cielo  lo  mismo 
que  pasa  en  tu  corazón. 


221 


J.    MORENO     VILLA 


¡QUE  DIGA.../ 


"X   y,  nuevo  sol,  nuevo  día...! 
■^~^  ¿Os  enfurece  mi  gesto? 
Que  diga  la  noche  fría, 
que  diga  dónde  se  fueron 
las  cosas  que  yo  tenía 
para  vivir  más  contento... 


222 


EVOLUCIONES 


COINCIDENCIAS 


npiENE  la  luna 

belleza  y  frío: 
en  ambas  cosas 
está  contigo. 

Tiene  el  infierno 
fuego  y  suplicio, 
en  ambas  cosas 
está  conmigo. 


223 


J.    MORENO     VILLA 


CUANDO  rü 


/^^UANDO  tú,  con  esa  cara 
^-^  de  morita  pensativa, 
me  dices:  «Yo  me  confío 
a  tu  mano;  sé  mi  guía»; 
noto  más  brillo  en  el  campo, 
más  rosa  en  la  perspectiva, 
y  una  sutil  confianza 
en  el  centro  de  mi  vida. 

Cuando  tú,  con  esa  cara 
de  morita  pensativa 
me  dices:  «Ya,  para  siempre, 
es  tuya  la  mano  mía». 


224 


MVOLUCIONMS 


AL  PASO  DE  LAS  NUBES 


I 


T?N  qué  orillas  detendréis 
"^  vuestro  impulso  aventurero, 
blancos  navios  celestes? 
En  las  orillas  del  cielo, 
donde  se  sientan  las  vírgenes 
a  saludar  pensamientos. 

II 

Nubes  de  cañón,  redondas, 
hay  en  la  azul  lejanía. 
¡Bellos  disparos,  sin  fuego, 
sin  artilleros,  sin  víctimas! 

III 

Son  de  un  linaje  subido. 
Son  aristócratas,  saben 
moverse  en  el  infinito. 

IV 

Las  pocas  nubes  que  había 
se  corrieron  al  ocaso. 
Ellas  son  agradecidas. 
¡El  sol,  les  prestaba  tanto...! 

225 

EVOLUCIONES  15 


J.    MORENO     VILL\A 


¡Nubes  sin  amor,  oscuras, 
nubes  sin  inteligencia, 
nubes  sin  luz  ni  alegría, 
alejaos  de  mi  conciencia! 


226 


EVOLUCIONES 


A  DESTIEMPO 

'\/'A  es  tarde: 

Son  de  oro  los  picos  de  los  árboles; 
acuden  los  vencejos;  el  silencio  se  expande; 
vienen  los  luceritos  a  ver  al  sol  en  balde. 

Ya  es  tarde: 

Se  han  perdido  un  ocaso  admirable. 
jPobresí  Pobres  luceros  si  acaso,  acaso  saben 
que  están  predestinados  a  llegar  siempre  tarde. 

ya  es  tarde: 

Sí,  querida;  cien  posibilidades 
han  quedado,  por  siempre  jamás,  sin  desflorarse. 
Yo  he  buscado...  yo  tuve...  ¿a  qué  voy  a  con- 

[tarte. 

Es  una  historia  gris,  una  fábula  mate. 
Una  explosión  de  afecto  lanzada  un  día  al  aire, 
a  la  que  el  eco  dijo: 

«Ya  es  tarde». 


227 


J.    MORENO     VILLA 


LO  QUE  ES  LEY 

"rpsTE  derroche  lento,  pertinaz,  voluntario 

^^  del  corazón  transido, 

tendrá  su  fin,  su  triste  decadencia  de  Otoño 

y  de  sol  vespertino. 
Entonces  la  crudeza  de  estas  cosas  tempranas, 

se  habrá  desvanecido 
y  no  será  la  fibra  de  la  pasión  quien  lleve 

el  lábaro  divino. 
La  diosa  esquivará  trato  con  mi  ruina. 

Entonces  mi  dominio 
del  matiz,  del  adorno,  la  gracia  y  la  armonía 

tocara  lo  infinito 
y  sobre  una  carroza  de  marfil  y  de  oro, 

como  el  rey  don  Rodrigo, 
recamado  de  joyas,  moriré  como  debe 

morir  lo  decaído. 


238 


EVOLUCIONES 


A    UN  HOMBRE  SIN  TACHA 

o  hay  muchas  canas  puras. 
La  plata  que  serpea 
por  el  mundo,  se  ensucia. 


N' 


Tu  barba  noble  y  cana, 
es  nieve  sin  mancilla 
en  este  Guadarrama 

negro,  cortante  y  frío, 
de  gentes  sin  conciencia 
o  picaros  de  oficio. 

Quien  llegue  a  los  cincuenta 
como  el  almo  vellón, 
y  maltratada  vea 

su  personalidad, 
como  el  gallo  del  alba 
decir  su  canto  límpido  podrá. 

¡Pureza!  ¡Un  cielo  puro 
donde  torres  y  chozas 
perfilen  su  dibujo...! 

¡Pureza!  Mantel  blanco 
para  que  el  pan  moreno 
se  destaque  más  cálido... 

229 


J.    MORENO     VILLA 


jPurezal  Cristal  vivo 
donde  destelle  el  alma 
a  los  ojos  divinos... 

¡Pureza!  Recio  escudo 
contra  el  dragón  que  arrastra 
la  inmundicia  del  mundo... 

Vengan  a  ti  los  malos; 
vengan  a  ti  los  fuertes; 
contra  el  justo  varón 
no  hay  veneno  de  sierpt. 

Preñada  de  ufanía, 
tu  bandera  en  el  asta 
dirá:  soy  de  la  torre 
pura  que  Dios  amasa. 

y  el  enemigo  torvo 
que  escucha  a  la  bandera, 
tendrá  que  hundir  la  nuca 
para  siempre  en  la  tierra. 


230 


EVOLUCIONES 


SALPICONES  DEL  MAR 

TROZOS 

TT'L  mar  tiene  enseñanzas  para  toda  ocasión: 
^^  el  verdadero  mar,  el  del  agua  y  los  peces, 
que  el  mar  de  la  campiña,  el  de  las  muchedum- 

[bres, 
ése  sabe  de  historia,  de  lógica  y  de  leves. 

El  mar  lame  la  roca,  el  mar  tritura  amarras, 
el  mar  es  imponente  y  es  sedante,  y  resuella 
y  escupe  al  cielo,  y  ruge,  y  susurra  amoroso, 
y  es  negro,  y  se  tachona  de  lunas  y  de  estrellas. 

No  pierde  nunca  el  móvil, 
y  en  su  rimar  eterno 
hay  latente  un  zarpazo 
puro  y  sanguinolento. 

Caben  en  él  las  flores 
y  los  bichos  absurdos. 
La  perla  y  el  erizo, 
el  veneno  y  el  fruto. 

En  el  mar,  ondulado  como  una  cabellera, 
flotan  inverosímiles  nuececillas  con  velas. 
Son  las  aspiraciones,  los  ideales  blancos 
que  bogan  por  el  alma  de  los  gentíos  sanos. 

231 


J.    MORENO     VILLA 


¿ES  UN  LAGO? 

"T^UEBLO  mío,  la  duda  me  tienta  con  su  amago. 
¿Eres   como  el  San  Jorge   de  acero,   me- 

[dioeval, 
o  eres  un  pusilánime  y  melindroso  lago, 
sin  bucles  tormentosos  en  tu  faz  de  cristal? 

^  El  lago  se  rodea  de  empenachados  montes 
que  no  dejan  pasar  los  vientos  insurgentes; 
el  lago  es  un  miope  que  no  tiene  horizontes 
y  sonríe  a  la  paz  como  los  inocentes. 

Las  orillas  del  mar  ¡qué  abiertas  y  qué  llanas! 
Por  ellas  cruzan  libres  los  céfiros  cambiantes, 
y  son  tibios  regazos  para  las  caravanas 
y  pájaros  nacidos  en  países  distantes. 


232 


EVOLUCIONES 


LA  FACA  VIRGEN 

"rpsTE  hierro  de  la  calle 
"^  — con  sus  tufos—  tiene  horas. 
Por  eso,  mientras  no  llegan, 
duerme  en  la  faja  o  la  cómoda. 

jOh,  luna  creciente  y  fría, 
afilada  y  silenciosa! 
Todos  los  enamorados 
plebeyos  aman  tu  hoja; 
y  en  una  noche  de  vinos 
o  de  celos,  y  de  sombras, 
partirás,  fría  y  callada, 
las  entrañas  temblorosas 
con  la  firmeza  impasible 
con  que  parte  el  mar  la  proa. 


233 


J.    MORENO    VILLA 


SOMBRAS  y  LUCES 


'N  una  colina  señera 


E' 

-^  que  atalaya  el  mar  y  la  tierra. 


invadido  de  amor  por  las  cosas 
y  bañado  en  sus  puros  aromas, 

yo  me  di  a  la  madeja  que  arde, 
y  salí  de  las  cosas  avante. 

Ya  la  luz,  y  la  forma,  y  el  tono, 
la  marina,  y  el  bosque  y  el  lobo, 

realizaron  en  mí  su  misterio, 
y  quedaron  huidos  reflejos. 

Fueron  luz  que  prendieron  mi  mecha; 
aspas  raudas  de  mi  inteligencia; 

porque  luego  entendí  que  eran  sombras 
de  algo  incólume  y  grácil  las  cosas 

Al  dejar  la  madeja  que  arde 
comenzaron  de  nuevo  a  brindarme 

su  alegato  la  mar,  la  colina, 
el  pastor  y  la  bestia  maligna. 

234 


EVOLUCIONES 

Y  yo  dije:  Benditas  las  cosas, 
porque  son  proyecciones  y  sombras; 

y  provocan  la  adivinación 

de  las  últimas,  claras  verdades. 

Por  aquéllas  yo  vivo  en  amor 
y  por  éstas  daría  mi  sangre. 


3d5 


J.    MORENO      VILLA 


EN  MEMORIA  DE  DON 
FRANCISCO    GINER 

DE  SU    RELIGIÓN 

^T^ú,  fuerte  en  ia  luz  lenta,  eras  un  corazón, 
y  por  serlo  manabas  en  una  estepa  dura 
como  fuente  que  vierte  su  trémula  emoción 
generosa,  impelida  de  célica  ternura. 

Tú,  fuerte  en  la  luz  lenta,  eras  un  corazón. 
Llena  tu  vida  está  de  eñuvios  fervorosos. 
Yo  no  he  visto  más  honda  y  firme  religión 
que  la  desparramada  por  tus  labios  gozosos. 


DE   su    GRACIA 

Por  una  cobardía  bien  humana, 
huyo  a  buscarte  al  encinar  del  Pardo 
que  inundaste  de  gracia  redentora, 
hoy  que  un  sudario  blanco 
sujeta  férreamente 

tus  pies  inquietos  y  ardorosas  manos, 
inertes  para  siempre 
como  tu  corazón  iluminado. 

236 


B VOLUC JONES 


DE    SU    AMOR    A    LAS    FLORES 

Las  que  son  alma  del  campo, 
las  florecillas  silvestres, 
el  jacinto  y  el  romero, 
y  el  tomillo  dulce  y  fuerte, 
como  los  quisiste  tanto 
vinieron  del  campo  a  verte; 
te  rodearon  el  lecho, 
y  con  sus  aromas  leves, 
van  abriéndote  el  camino 
por  los  espacios  celestes. 


237 


J.    MORENO     VILLA 


PENSANDO     EN     DON 
FRANCISCO  días  DESPUÉS 

"X   BUELO,  ¿y  aquel  deseo 
■^^~^  de  catar  todas  las  fuentes, 
de  morder  todos  los  frutos, 
de  besar  todas  las  frentes? 


236 


EVOLUCIONES 


DIRÁN  USTEDES  MAÑANA 

r^mÁN  ustedes:  En  cada  letra  de  cada  hoja 

remuévense  como  pajarillos  en  el  nido 
las  aflicciones,  las  esperanzas,  los  entusiasmos, 
las  endebleces,  la  vida  de  un  desconocido. 

Dirán  ustedes:  Como  la  espada  de  Roldan  en 

[la  piedra 
fué  su  sentimiento  marcando  las  hojas. 
Resulta  bueno,  torpe,  malo,  experto. 
¡Verdad!  Mas  le  llegaban  lágrimas  a  la  boca. 

y  dirán  ustedes,  al  llegar,  al  llegar  a  ios  días 
serenos  de  la  virilidad, 
— cuando  resulta  vana  toda  caligrafía — , 
dirán  ustedes:  Este  no  me  quiso  engañar. 


239 


.    MORENO     VILLA 


SENTIMIENTO  DE  TRASLACIÓN - 


T  Temos  abierto  el  día  con  penosa  labor; 

después,  volviendo  a  casa,  nos  bañamos 

[de  sol, 
de  céfiro  suave,  parqueño,  y  de  armonía: 
la  que  daban  al  parque  las  púberes  chiquillas. 


Hemos  partido  el  pan  y  el  vino  en  nuestra 

[mesa 
como  los  pescadores  y  Jesús  de  Judea; 
y  el  resto  de  la  tarde  fué  para  la  fatiga 
normal  que  exige  Dios  al  oscuro  adanida. 

jUna  jornada  más 
de  esperanza  que  huye  y  presa  realidad, 
de  ocasión  escapada  y  de  bendito  afán! 
Pero  todo  en  un  ámbito  tranquilo  y  patriarcal. 

7  en  tanto... 

Verdes  aguas 
marinas,  bullidoras  o  serenas,  y  amargas, 
son  escenario  frío  de  fulminantes  dramas. 
¡Mira  cuántos  destilan  sangre  bebiendo  aguaí 

240 


EVOLUCIONES 

y  en  tanto... 

Negras  zanjas, 
abiertas  cara  a  Dios,  henchidas  de  fantasmas, 
son  escenario  estrecho  de  impetuosos  dramas. 
¡Cuánta  noble  cabeza  es  colmena  de  balas! 

y  en  tanto... 

Por  las  mansas 
y  etéreas  altitudes  pasan  rígidas  bandas; 
y  es  el  aire  también  escenario  de  dramas, 
¡Mira  cómo  voltea  un  hombre  y  se  desalma! 

y  en  tanto... 

Nieves  llanas, 
nieves  de  pico,  nieves  de  cabezas  de  anciana, 
nieves  de  corazón  que  nunca  tuvo  alma 
son  escenarios  blancos  salpicados  de  grana. 

y  en  tanto... 

En  tanto,  pasan 
y  no  vuelven...  El  cielo  no  puede  con  las  almas, 
y  en  la  tieira  millones  de  cabecitas  blandas, 
sin  saber  su  orfandad,  miran  al  cielo  extáticas. 


241 

BVOmClONES  16 


J.    MORENO     VILLA 


TRES  VICTIMAS  DE 
LA    GRAN  GUERRA 


MUJER    BELGA 

SEMBRADORA  vestida  de  azul  y  cofia  blanca 
— rubia,  mucho  más  rubia  que  la  reina  de 

[España — 
que  ayer,  cuando  esparcías  la  simiente  dorada, 
tus  virginales  pechos  puramente  mostrabas, 
¿qué  te  pasó,  querida? 

— Nada,  no  pasó  nada. 
Fueron...  los  invasores... 

y  en  un  plato  de  plata 
sus  dos  senos  traía  como  antaño  la  santa. 


242 


EVOLUCIONES 


II 
MUJER    FRANCESA 

(Trozo  de  carta  desde  un  pueblecíto.) 

«Vinieron  por  el  potro  y  el  coche  esta  mañana. 
Aún  me  quedan  mi  Jacques  —  que  es  médico  — 

[y  su  jaca. 
La  pobre  tiene  un  bulto  maligno  que  le  salva. 
Mi  Jacques  y  el  viejo  preste  son  las  únicas  al- 

[mas 
de  varón  que  transitan  por  las  calles  extáticas. 
Jacques  triste,  /o,  no  sé  paladear  la  gracia 
de  ser  la  única  madre  junto  a  cien  aldeanas.» 


243 


J.    MORENO     VILLA 


III 

MUJER    ALEMANA 

La  famosa  doncella 
del  Rhin,  no  canta  más. 
Huyó  de  Heine;  en  cambio 
lleva  un  «Hut»  de  bazar. 
Prefirió  a  las  romanzas 
lunáticas,  la  paz 
que  le  ofreció  dichoso 
un  «social-democrat». 

Mas  todo  fué  al  diablo. 
(Zum  Teufel  noch  ein  malí) 
armado  hasta  los  dientes 
se  han  llevado  a  su  Franz. 

Nota: 

«Heine»,  vate  francófilo 
y  semita,  además. 
«Der  Hut»,  es  el  sombrero. 
«Zum  Teufel  noch  ein  mal» 
es  una  imprecación, 
y  «social-democrat», 
es  el  hombre  pacífico 
que  se  llamaba  Franz. 

244 


E  VOLUCIONES 


BROMAS 


QJE  hacen  bellas  trenzas 
^^  de  cabellos  largos; 
si  el  cabello  es  corto 
la  trenza  es  un  rabo. 

Pretende  mi  amigo 
trenzar  sus  ideas; 
pero  como  tiene 
rasa  la  mollera... 

De  cabellos  largos, 
¡qué  bonitas  trenzas! 
Los  cabellos  cortos 
sólo  dan  coletas. 


245 


ÍNDICE 

Páginas 

Explicación 15 

LIBRO  I. 

Eximino,  el  presbítero  (cuento) 27 

Caprichos  Románicos: 

Las  ceremonias 45 

La  venganza 48 

La  obediencia 50 

Caprichos  Góticos: 

Monólogo  de  un  hombre  antiguo 59 

Al  habla  con  el  arquitecto 63 

El  entallador  sombrío 66 

La  dama  del  parteluz  68 

Los  diablos 70 

Sabandijas  Humanas: 

Sabandijas  humanas 81 

La  Mari-Bárbola 83 

Eugenia  Martínez  Vallejo 84 

Don  Sebastián  de  Morra 85 

247 


El  niño  de  Vallecas 86 

«El  Primo» 87 

«El  Inglés» 88 

Nicolasito 89 

LIBRO  II. 

Bestiario: 

Dedicatoria:  Carta  a  una  señora 95 

La  cabra 102 

El  gallo 104 

El  asno 106 

El  caracol 108 

La  cotorra 109 

La  araña 110 

El  buey 111 

La  rana 112 

El  mono 114 

Los  gansos 115 

El  cerdo 116 

La  lagartija 117 

El  perro 118 

El  faisán 119 

El  antílope 1 20 

El  buho 121 

El  elefante 122 

La  hormiga 123 

La  zorra 124 

El  pez  colorado 125 

El  pavo  vulgar 1 26 

El  canario 127 

El  cisne 128 

El  flamenco 129 

248 


La  mosca T  30 

La  paloma T31 

El  dromedario  y  el  camello, 132 

El  oso 133 

El  escarabajo 134 

La  tortuga 135 

La  avispa 1 30 

La  innominable 137 

El  lagarto 138 

La  cigüeña 1 39 

El  conejo 1 40 

El  ratón 141 

El  buitre 142 

La  ardilla 143 

El  canguro 144 

El  avestruz 145 

La  llama  del  Perú 146 

El  caballo 147 

La  muía 1 48 

El  león 149 

Anécdota  del  Bestiario 150 

Preocupaciones 151 

Los  problemas  del  Bestiario 152 

El  Bestiario  en  su  retiro  ideal 1 58 

LIBRO  IIL— Epitafios: 

Un  poco  sonámbulo 1 73 

Era  inmortal 181 

Era  mística 181 

Era  francesa 182 

Era  tolerante 182 

249 


Era  osado 183 

Era  bella 183 

Era  el  espíritu 184 

Era  la  indiferencia 184 

Era  valiente 185 

Era  taimado 1 85 

Era  generoso 186 

Era  farsante 1 86 

Era  el  héroe 187 

Era  el  orgullo 187 

Era  lo  inatacable 188 

Era  flor  de  ideas 1 88 

Era  la  pasión 1 89 

Fué  la  continencia 189 

Era 191 

Era  la  maestría 190 

Era  el  desenfado 181 

Era  la  inquietud 191 

Fué  la  resignación 192 

Era  poeta 192 

Era  un  hombre 193 

Fué  casquivana 193 

Fué  la  musa  silenciosa 194 

Era  la  mesura 194 

Era  otra  cosa 195 

Era  la  envidia 195 

No  era  de  aquí  ni  de  allá 196 

Virgen 196 

Era  la  palabra  santa 197 

Era  el  resentido 197 

Fué  la  delicadeza 198 

Era  candido 198 

250 


El  último  epitafio: 

Nota 201 

Recuerdos  de  una  noche  siniestra 202 

LIBRO  IV  (Poesías). 

Labor  breve  y  paralela: 

Dudas  del  labrador 211 

Otoñal 212 

Ritmo  roto 213 

La  meditación 215 

Como  una  copla 216 

Noches  clásicas 217 

Extrañeza 220 

Tarde  romántica 221 

]Que  diga... 1 222 

Coincidencias 223 

Cuando  tú 224 

Al  paso  de  las  nubes 225 

A  destiempo 227 

Lo  que  es  ley 228 

A  un  hombre  sin  tacha 229 

Salpicones  del  mar 231 

¿Es  un  lago? 232 

La  faca  virgen. .    233 

Sombras  y  luces 234 

En  memoria  de  D.  Francisco  Giner 236 

Pensando  en  D.  Francisco  días  después.  238 

Dirán  ustedes  mañana 239 

Sentimiento  de  traslación 240 

Tres  víctimas  de  la  Gran  Guerra 242 

Bromas 245 

251 


FE  DE  ERRATAS 


Página        Línea 


Dice 


Debe  decir 


31 

17 

142 

2 

148 

3 

161 

21 

ce  mu  I  cei-uul 

rapidez  rapacidad 

dibujaron  dibujarán 

después  de  Car-  Esto  era  en  Má- 


tag-ena 

lag-a  y  el  barco 
salía  de  Cádiz 
para  Buenos 
Aires 

202 

17 

de  las  formas 

de  formas 

203 

25 

su  losa 

una  losa 

253 


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