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Full text of "La edad del oro en Chile / por B. Vicuña Mackenna .."

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Precio:   3    pesos. 


SANTIAGO 

mPRElTTA    CERVANTES 

1881. 


B.  VICUÑA    MACKENNA.         é 


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EDAD  DEL  ORO  EN  CHILE 


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LA 


o    SEA 

una  demostración  histórica  de  la 

maravillosa  abundancia 

de   oro   que   ha   existido   en   el  país, 

con  una  reseña  de  los  grandes  descubrimientos 

arjentíferos  que  lo  han  enriquecido, 

principalmente  en  el  presente  siglo,  i  algunas 

recientes  escursiones 

a  las  rej  iones  auríferas  de  Catapilco 

i  quebradas 

de  Alvarado  i  Maleara 


POR 


B.  VICUÑA  MACKENNA. 


SANTIAGO 

IMPRElírTA    CERVANTES 

1881. 


•^ 


A    LOS    SEÑORES 


•«>»}i»f<«<>-. 


Como  a  los  representantes  mas  entusiastas,  mas 
animosos  i  mas  activos  de  los  dos  sistemas  que  se 
disputan  en  Chile,  i  especialmente  en  la  Arauca- 
nia,  la  esplotacion  de  sus  ricas  comarcas  auríferas, 
el  uno  conforme  al  procedimiento  esclusivista  i  anti- 
cuado  de  las  Indias,  que  ajuicio  del  autor  ha  hecho 
ya  su  camino  i  su  cosecha,  i  el  otro  como  campeón 
del  procedimiento  poptdar  de  California  i  de  Aus^ 
tralia,  que  está  llamado  probablemente  a  revolucio- 
nar la  producción  del  oro  en  el  suelo  de  la  repiiblica 
mediante  el  trabajo  Ubre  i  la  inmigración  espontci- 
nea, — este  pequeño  trabajo  de  actualidad  i  de  propa- 
ganda comparativa,  es  sincera  i  cariñosamente  de- 


dicado  por  el  amigo  de  ambos,  que  desea  a  los 
unos  i  los  otros,  sistemas  i  hombres,  descubridores  i 
empresarios,  ricos  i  pobres,  capitalistas  i  obreros 
de  un  progreso  caro  i  común,  larga  vida,  risueñas 
ilusiones  (parte  esencial  de  la  vida  larga)  e  ilimi- 
tada prosperidad,  complemento  forzoso  de  aquélla 
i  del  minero 

B.  Vicuña  Maekenna. 


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PRELIMINAR. 


«Una  de  las  provincias  mas  opulentas  de 
oro  que  se  an  descubierto  en  la  América, 
es  el  Reyno  de  Chile,  y  en  tiempos  pasados 
fueron  muchísimos  los  minerales  que  se  la- 
braron, porque  todos  los  pueblos  y  lugares 
teuiau  minas  riquísimas  en  sus  distritos.» 
— Rosales. — Historia  de  Chile,  vol.  I,  páj. 
209. 

«En  general,  ont  peut  diré  que  tout  le 
Pays  est  fort  riche,  que  les  habitans  nean- 
moins  y  sont  fort  pauvres  d'argent;  parce 
qu'au  lieu  de  travailler  aux  mines,  ils  se 
contentent  du  commerce  qu'ils  fout  de 
cuirs,  de  suif,  de  viande  seche,  de  chanvre 
et  de  bled.» — Freziek. — Voyage  a  la  Mer 
du  Sad—\1\2,  13— U— París  1716,  páj. 
103). 


I. 


El  título  del  presente  trabajo,  mas  histórico  que 
estadístico,  mas  demostrativo  que  industrial,  mas 
ameno  (si  ello  se  alcanza)  que  económico  i  espe- 
culativo, esplica  suficientemente,  a  nuestro  enten- 


M 


der,  su  objeto,  su   significado  i  su  alcance. — «La 

EDAD   DEL  ORO  EN  GhILE.)) 

En  esa  sencilla  carátula,  una  sola  letra  del  alfa- 
beto castellano  pone  en  transparencia  su  tela  i  su 
argumento,  porque  no  decimos — «la  edad  de  oro 
de  Chile»  sino — «su  edad  deloYO.y> 

Los  siglos  de  la  colonia  no  fueron  ciertamente 
la  «edad  de  oro»  que  cantan  los  poetas  i  han  fin- 
jido  los  historiadores  de  este  remotísimo  suelo, 
claustro  emparedado  de  las  Indias,  sijilosamente 
mantenido  en  el  apartamiento  del  mundo,  cual 
bajo  la  llave  de  celosos  conventuales,  por  el  rei  i 
las  leyes  de  Indias,  por  los  Andes  i  el  Océano. 

Todo  lo  contrario.  Esa  edad  fué  de  abatimien- 
to, de  ignorancia,  de  catástrofes,  de  vergüenza  i  de 
lágrimas. 

Pero  al  mismo  tiempo  fué  positivamente  la 
«edad  del  oro»,  porque,  como  decia  el  conquista- 
dor Pedro  de  Valdivia,  todo  el  país  no  era  sino  «una 
mina  de  oro»,  si  bien  cada  grano  de  éste  costaba 
a  sus  vasallos,  por  las  inclemencias  del  tiempo,  de 
la  guerra  i  de  la  conquista,  «cien  gotas  de  sangre 
i  el  doble  de  sudor».  (1) 


(1)  «Por  costamos  cada  peso  de  oro  (cada  castellano)  cien 
gotas  de  sangre  y  doscientas  de  snáor.D—  (Carta  de  Pedro  Val- 
divia al  emperador  Carlos  V. —  Concepción^  setiembre  15  de 
1550.) 


II. 


El  oro  era  abundantísimo  en  aquellos  siglos  de 
oro:  el  suelo  parecía  a  la  verdad  cuajado  del  pre- 
cioso metal,  i  a  nuestro  juicio  lo  está  todavía,  sal- 
vo que  se  hallaba,  entonces  como  hoi,  diseminado 
en  moléculas  tan  diminutas  i  difíciles  de  amalga- 
mación i  recojida,  que  solo  por  el  esfuerzo  de  una 
gran  innovación  en  los  procedimientos  de  solici- 
tación individual  o  colectiva  se  habrá  de  llegar  en 
el  presente  a  grandes  resultados,  especialmente  en 
el  suelo  vírjen  de  la  Araucania. 

No  son  en  verdad  gotas  de  sudor  ni  menos  de 
sangre  las  que  la  esplotacion  del  oro  en  grande  o 
en  pequeña  escala  habrá  de  requerir  en  los  tiempos 
de  libertad  i  de  progreso  moral  i  mecánico  que  he- 
mos alcanzado  en  nuestros  dias,  sino  gotas  de  inje- 
nio,  condensadas  por  el  vapor  o  la  fuerza  hidráuli- 
ca, palancas  colosales  destinadas  a  remplazar  al  in- 
dio esclavo,  débil  i  abatido  de  las  Encomiendas  i 
al  lento  i  fatigoso  trapiche  que  molia  durante  las 
lluvias  el  duro  cuarzo  aurífero,  a  razón  de  tres  o 
cuatro  onzas  de  oro  en  polvo  cada  dia. 


III. 


I  a  este  propósito,  i  como  una  demostración 
jeneral  i  palmaria  de  lo  que  decimos,  será  oportu- 

LA  E.   DEL   O.  2 


—  10  — 

no  recordar  que  así  como  todas  las  ciudades  i  al- 
deas del  llano  central  desde  Santiago  a  Concep- 
ción, las  dos  capitales  de  la  conquista  i  la  colonia, 
debieron  su  oríjen  a  la  fertilidad  agrícola  de  su 
topografía,  así  casi  todas  las  ciudades  i  villas,  al- 
deas i  asientos  del  Norte  i  de  la  estremidad  aus- 
tral del  territorio,  tomaron  su  oríjen  del  descu- 
brimiento i  riquezas  del  oro. 

Copiapó,  como  lo  demostraremos  mas  adelante 
en  el  curso  de  este  libro,  no  arrancó  su  fundación 
de  Chañarcillo  i  sus  portentos  arjentíferos,  sino 
del  oro  de  su  propia  planta,  del  oro  de  Palpóte, 
del  mineral  del  Inca  i  del  célebre  cerro  de  Capote. 

La  Serena,  a  su  turno,  no  debió  su  antigua 
prosperidad  ni  a  Arqueros  ni  a  Tamaya,  que  todo 
esto  es  comparativamente  fortuna  de  ayer,  sino  a 
Andacollo,  mineral  inagotable  de  riquísimo  oro. 

I  lo  mismo  puede  i  debe  decirse  de  Illapel,  que 
en  indio  significa  «pluma  de  oro)>,  milla  (oro) 
peí  (pluma);  de  Petorca  i  sus  famosos  laboreos 
del  Bronce;  de  la  Ligua  i  de  su  ponderada  mina 
Amazonas,  que  hoi  una  compañía  desaterra  per- 
siguiendo un  gran  problema  aurí^ero-jeolójico,  i 
en  jeneral  de  todos  los  lugarejos  de  alguna  nom- 
bradla en  esa  rejion  de  la  república,  desde  las  mi- 
nas desaparecidas  de  San  Cristóval  de  Lampa- 
gui,  que  despoblaban  las  ciudades  de  Chile  cuando 
en  1713  visitara  la  colonia  el  hábil  injeniero  de 
Luis  XIV,  Frezier,  hasta  Casuto,  aldea  de  oro, 


—  11  — 


que  siglo  i  medio  mas  tarde  hemos  divisado  no- 
sotros desde  alto  monte,  en  el  fondo  de  una  árida 
quebrada,  en  el  departamento  de  Illapel. 


lY. 


I  de  igual  manera  acontecia  en  el  Sur,  porque 
si  bien  algunas  antiguas  poblaciones  eran  impues- 
tas al  reino  por  la  configuración  de  su  terreno, 
por  las  distancias,  por  los  alojamientos  (los  tam- 
hos  indíjenas),  i  con  mayor  particularidad  por 
las  necesidades  de  la  guerra  i  su  estratejia,  como 
Chillan,  en  los  llanos  del  Nuble  i  Nacimiento  en 
la  confluencia  del  Biobio  i  del  Yergara,  los  An- 
jeles  en  el  centro  de  la  isla  de  la  Laja,  Angol  co- 
mo punto  intermedio  entre  la  antigua  Penco  i  la 
floreciente  Imperial  (i  de  aquí  su  primitivo  nom- 
bre Los  Confines),  i  Cañete,  por  último,  hacia  la 
costa;  i  así  como  otras  ciudades  nacian  espontá- 
neamente del  comercio,  cual  la  de  Talca,  en  la 
medianía  de  los  cambios  del  largo  trayecto  de  un 
confín  a  otro  del  pais,  i  algunas  (que  éstas  fueron 
las  menos)  se  delineaban  en  la  superficie  a  virtud 
de  un  simple  decreto  del  capitán  jeneral,  como 
Rancagua  i  el  Parral,  San  Carlos  i  Cauquenes,  así 
las  mas  ñxmosas  ciudades  de  la  conquista  en  los  lí- 
mites australes  de  Chile  civilizado  i  cristiano,  sur- 
jieron  de  la  riqueza  del  oro,  como  Osorno,  que  tuvo 
casa  de  moneda  para  sellar  el  opulentísimo  metal 


—  12  — 

de  Ponzuelos,  como  Yillaríca,  que  lleva  en  su 
nombre  i  en  sus  seculares  ruinas  la  historia  de  su 
esplendor  pasado,  i  como  Yaldivia,  cuyo  metal  fué 
reputado,  junto  con  el  de  Andacollo,  en  la  opues- 
ta zona  del  pais,  el  mas  puro  i  saneado  de  las 
Indias.  La  lei  media  del  oro  de  Chile  i  probable- 
mente del  mundo  es  de  20  a  21  quilates;  pero  el 
de  Andacollo  subia  a  23  i  el  de  Valdivia  a  24,  lo 
cual  equivalia  a  su  máximun  de  limpidez,  malea- 
bilidad i  pureza. 

El  que  hoi  se  saca  como  muestra  del  oro  arau- 
cano en  las  montañas  de  Lebu  es  de  la  misma  o 
mejor  lei,  porque  éste  tiene,  conforme  a  los  ensayes 
de  compra  de  la  casa  de  Moneda,  hasta  969  milési- 
mas de  fino,  que  es  casi  la  pureza  absoluta  del  me- 
tal, o  sea  una  fracción  pequeña  menos  de  los  24 
quilates  de  la  denominación  i  prueba  españolas. 


V. 


I  precisamente  estas  demostraciones,  arranca- 
das, no  a  la  ciencia,  porque  el  que  esto  escribe 
no  es  ni  químico,  ni  minero,  ni  jeólogo  i  menos 
que  todo  esto  no  es  ni  podria  ser  hombre  de  ne- 
gocios, sino  a  la  jeografía  i  a  la  historia  en  cuyo 
estudio  ha  consumido  dos  tercios  de  su  vida,  es  lo 
que  nos  ha  movido  a  escribir  este  libro  que  nada 
tiene  que  hacer  ni  con  la  especulación  ni  con  las 
empresas, 


—  13  — 

Es  sencillamente  una  compilación  de  hechos  i 
de  observaciones  históricas  i  tradicionales  cuya 
responsabilidad  queda  a  cargo  del  suelo  a  que  se 
refieren,  a  los  autores  que  las  han  conservado  i  a 
los  numerosos  datos  inéditos  recojidos  especial- 
mente en  los  archivos  i  en  las  oficinas  públicas 
del  pais,  que  dan  constancia  de  esos  fenómenos. 

I  esta  convicción  deribada  de  la  riqueza  aurífe- 
ra de  Chile  no  es  en  nosotros  ni  aislada  ni  reciente, 
porque  en  diversos  libros  le  hemos  dado  antes  for- 
ma i  aliento,  i  porque  la  hemos  llevado  hasta  la 
lejislacion  pública  en  una  náocion  lejislativa  que 
ha  recibido  ya  su  primera  sanción  jeneral  en  el 
Senado.  I  como  ese  proyecto  de  lei  coopera  en  no 
pequeño  grado  a  esplicar  los  móviles  i  los  fines 
que  nos  inducen  a  dar  a  luz  el  presente  trabajo, 
nos  parece  de  utilidad  i  conveniencia  reproducirlo 
íntegramente  en  seguida,  i  con  tanta  mayor  efica- 
cia cuanto  que  la  presente  publicación  está  desti- 
nada a  circular  de  preferencia  entre  los  diputados 
i  senadores  que  en  la  inmediata  renovación  de  los 
poderes  co-lejislativos  van  a  decidir  con  su  estu- 
dio i  con  sus  votos  cuestión  de  tan  vital  trascen- 
dencia para  el  porvenir  de  la  república. 


YI. 


Esa  moción  presentada  en  julio  último  al  Se- 
nado está  concebida  en  los  términos  siguientes: 


—  H  — 

«Honorable  Senado: 

j)El  hermoso  porvenir  que  aguarda  a  la  Arau- 
cania.  redimida  i  civilizada  no  se  halla  limitado 
únicamente  a  la  estension  i  feracidad  de  sus  terre- 
nos adaptables  a  la  agricultura  i  a  la  colonización, 
sino  a  las  riquezas  mineralójicas  que,  según  una 
tradición  constante  i  autorizada,  encierra  su  es- 
tenso i  vírjen  territorio.  Nadie  ignora  que  Chile 
fué,  especialmente  en  el  siglo  XVI,  un  país  seña- 
lado en  el  mundo  como  uno  de  los  centros  pro- 
ductores i  esportadores  de  oro  en  mayor  escala 
entre  los  conocidos;  i  los  nombres  de  Yillarica  y 
Madre  de  Dios,  en  el  rio  Valdivia,  se  hicieron  fa- 
mosos entonces  i  mas  tarde  hasta  la  gran  rebelión 
del  primer  año  del  siglo  XVII  que  arruinó  todas 
aquellas  florecientes  poblaciones  llamadas  las  «sie- 
te ciudades»,  tal  vez  en  razón  misma  de  su  riqueza 
y  de  la  codicia  exaltada  de  sus  pobladores.  Es  un 
hecho  histórico  comprobado  hasta  por  las  ruinas 
hoi  existentes,  que  la  Antigua  Imperial,  a  orillas 
del  Cautin,  i  Osorno,  a  orillas  del  rio  Rahué,  ali- 
mentada la  última  ciudad  por  el  famoso  mineral 
aurífero  de  Ponzuelos,  tuvieron  casa  de  moneda, 
dos  siglos  antes  que  Santiago,  i  el  único  metal  que 
allí  se  elaboraba  era  el  oro.  Es  un  hecho  también 
averiguado  que  este  metal  pasaba,  por  su  pureza  i 
maleabilidad,  como  el  mejor  i  mas  obrizo  del  uni- 


—  15  — 

verso,  al  menos  el  que  se  esportaba  por  Valdivia: 
— «el  oro  de  Valdivia.» 

]í)Hoi  mismo,  los  últimos  reconocimientos  he- 
chos, mas  por  un  hallazgo  casual  que  bajo  un  plan 
i  propósitos  dados,  en  las  faldas  occidentales  de  la 
cordillera  de  Nahuelbuta,  especialmente  en  las 
quebradas  de  Pilpilco  i  Caramávida,  esta  última 
de  fama  aun  entre  los  primitivos  españoles,  auto- 
riza a  creer  que  no  es  infundada  la  espectativa  de 
que  esos  territorios,  cuya  posición  jeográfica  i  per- 
files jeolójicos  mas  acentuados  recuerdan  «los  pla- 
ceres» de  California  (situados  éstos  en  una  posi- 
ción completamente  análoga  en  el  nuestro  a  la 
del  hemisferio  norte  del  Nuevo  Mundo),  sean  tan 
ricos  aquéllos  como  los  últimos.  Esta  es  también 
la  opinión  vulgar  de  unos  cuantos  esploradores 
californienses  que  han  visitado  últimamente  «los 
placeres»  de  Lebu,  no  como  hombres  de  ciencia 
sino  como  simples  lavadores  de  oro  (goldivashers). 

»Mas,  sea  como  sea,  el  hecho  que  hoi  se  pre- 
senta como  el  mayor  obstáculo  a  la  esplotacion  i 
progreso  de  la  industria  aurífera  en  la  Araucania, 
es  el  de  que  la  ordenanza  de  minas  vijente,  si  bien 
sabia  i  amplia  en  muchas  de  sus  disposiciones,  es- 
tá fundada  respecto  de  la  esplotacion  del  oro  en 
bases  que,  habiendo  desaparecido  con  el  trascurso 
de  los  tiempos,  dañan  hoi  profundamente  esos  in- 
tereses i  aun  los  esterilizan. 

»Estribando,  en  efecto,  la  esplotacion  antigua 


—  16  — 

del  oro,  como  la  de  los  demás  metales  preciosos 
de  las  Indias,  en  el  principio  del  trabajo  servil  i 
barato,  es  decir,  él  de  la  mita  del  indio,  la  enco- 
mienda del  inquilino  i  la  tarea  del  negro  esclavo, 
se  otorgaba  al  minero,  esto  es,  al  señor  feudal,  al 
conquistador,  con  el  nombre  de  «pertenencia»  o 
«estaca»,  una  porción  considerable  del  suelo,  du- 
plicándola para  los  que  el  código  de  minería  llama 
todavía  «descubridores». 

»La  pertenencia  o  estaca  de  oro  abarca  hoi  mis- 
mo un  espacio  de  diez  mil  metros  cuadrados,  i  co- 
mo un  solo  individuo  puede  pedir  i  obtener  con 
diversos  nombres,  dos,  cinco,  veinte  o  mas  esta- 
cas, resulta  que,  amparado  por  las  disposiciones 
terminantes  de  la  ordenanza,  el  réjimen  feudal, 
es  decir,  el  monopolio,  queda  sancionado  hacién- 
dose el  que  tiene  influjo  o  solo  la  prioridad  del 
denuncio,  daeño  esclusivo  de  un  vasto  placer  aurí- 
fero o  de  una  montaña  entera,  como  se  asegura 
ha  sucedido  últimamente  en  la  cordillera  de  Na- 
huelbuta,  paralizándose  así  toda  labor  i  malver- 
sando en  pleitos  las  riquezas  arrancadas  por  la 
industria  libre  al  suelo. 

»Si  los  esplotadores  de  oro  tuviesen  hoi  a  su 
disposición,  como  en  remotos  tiempos,  las  cuadri- 
llas de  indios  que  sin  mas  salario  que  el  látigo  i 
sin  mas  alimento  que  un  puñado  de  maíz  tostado 
lavaban  en  sus  bateas  de  palo  el  cascajo  de  los  es- 
teros, como  sucedía  en  Andacollo,  en  Casuto,  en 


—  17  — 

Marga-Marga,  en  Talcamávida  i  en  Villarica,  el 
réjimen  legal  que  dejamos  recordado^  tendría  to- 
davía su  esplicacíon,  porque  la  leí  española  favo- 
recía en  todo  la  cupídez  del  conquistador  í  del 
reí,  que  iba  en  compañía  con  él,  interesado  forzo- 
samente en  el  veinte  por  ciento  de  la  producción 
neta — «los  quintos  reales.» 

5) Pero  hoi  no  existe  en  todo  el  mundo  para  la 
esplotacion  en  grande  escala  del  oro,  sino  un  sis- 
tema útil  i  racional,  el  trabajo  libre  e  individual, 
el  sistema  de  California  i  de  Australia,  que  dejan- 
do al  lavador,  esto  es,  al  minero,  la  mas  amplia 
libertad  de  acción,  ha  producido  riquezas  que  han 
asombrado  al  mundo  moderno,  sobrepasando  muí 
lejos  todas  las  leyendas  i  todas  las  realidades  de 
la  conquista  de  América  i,  como  consecuencia,  im- 
provisando, mediante  la  inmigración  espontánea 
de  las  razas,  como  consecuencia  forzosa  de  la  li- 
bertad de  industria,  nacionalidades  verdadera- 
mente portentosas. 

»Se  hace,  pues,  indispensable  cambiar  la  base 
de  la  esplotacion  del  oro,  es  decir,  sustituir  a  la 
pertenencia  inamovible,  que  es  el  monopolio  feu- 
dal, la  estaca  o  pertenencia  reducida  pero  movible 
que  permite  al  minero  recorrer  i  esplotar  sucesi- 
vamente una  vasta  estension  de  territorio,  dando 
por  este  procedimiento  cabida  a  millares  de  obre- 
ros a  la  vez. 

y>A  este  respecto  el  réjimen  que   se  ha  adopta- 

LA  E.    DEL   O.  3 


—  18  — 

do  en  California  i  en  Australia,  los  grandes  mer- 
cados del  gro  nativo  en  la  época  presente,  es  el 
que  en  breves  palabras  pasamos  a  esponer. 

))E1  Estado  reconoce  como  minero  no  al  que 
pide  tal  o  cual  estaca  o  pertenencia  determinada, 
sino  al  que  paga  o  mas  bien  compra  anualmente 
una  licencia  cuyo  precio  es  jeneralmente  de  cinco 
pesos  en  California  i  de  una  libra  en  Australia. 
Esta  licencia  da  derecho  al  que  la  posee  para  ca- 
tear, trabajar  i  esplotar  un  espacio  cuadrado,  mas 
o  menos  de  diez  metros  por  costado,  sin  perjuicio 
de  que  uno,  diez,  cien,  mil,  diez  mil  mineros  tra- 
bajen conjuntamente  en  sus  respectivos  lotes  den- 
tro de  una  legua  o  diez  leguas  cuadradas,  sea  en 
llano  o  en  quebradas. 

3) Sucede  de  esta  manera  que  el  trabajo  libre 
descubre  i  esplota  una  comarca  aurífera  en  un 
mes,  cuando  por  el  réjimen  antiguo  del  monopo- 
lio, un  solo  propietario,  asediado  de  pleitos,  tar- 
d'aria  diez  años  en  la  misma  esplotacion,  porque 
ha  de  tenerse  presente  que  si  bien  nadie  puede 
invadir  el  cuadrado  movible  en  cuyo  centro  plan- 
ta su  barreta  el  obrero,  si  nota  éste  que  su  lote 
es  de  mala  lei,  o  no  contiene  metal,  o  se  agota, 
se  muda  inmediatamente  a  otro  paraje  que  mejor 
le  acomode,  sin  mas  trámite  que  mostrar  su  licen- 
cia al  superintendente  o  subdelegado  que  para  la 
policía  jeneral  del  «placer»  delegue  la  autoridad 
vecina  o  el  gobernador  del  departamento. 


—  19  — 

))Será  también  digno  de  observarse  que  este 
sistema,  aunque  completamente  individual  en  su 
base,  no  se  opone  al  principio  fecundo  de  la  aso- 
ciación, sino  que  lo  favorece,  porque  deja  espedito 
el  campo  a  la  agrupación  de  los  mineros  en  ac- 
tual trabajo,  formándose  entre  ellos  asociaciones 
i  cuadrillas  de  muchos  centenares  para  esplorar  o 
poner  en  beneficio  un  campo  dado.  Se  halla  así  el 
trabajo  aurífero  protejido  eficazmente  contra  el 
monopolio  de  uno  solo;  pero  el  capitalista,  el  res- 
catador,  el  habilitador  de  oro,  pueden  encontrar 
fácil  acomodo  a  su  industria  i  a  su  capital  desde 
que  existe  un  trabajo  colectivo  i  una  producción 
abundante.  Por  lo  jeneral,  las  cuadrillas  de  lava- 
dores de  oro  se  forman  en  grupos  de  a  cuatro  indi- 
viduos para  cada  lote,  distribuyéndose  entre  sí  las 
tareas  especiales  del  trabajo, — el  que  cava,  el  que 
lava,  el  que  cocina,  etc.  Sábese  que  por  su  estraña 
i  parsimoniosa  distribución  jeolójica  en  todo  el 
universo,  el  oro  requiere  un  trabajo  esclusivamen- 
te  individual  i  por  lo  mismo  no  exije  mas  capital 
que  una  batea  de  mano  ni  mas  fuerzas  que  las  de 
un  niño  o  una  mujer. 

í)No  es  fácil,  por  desgracia,  implantar  el  nuevo 
réjimen  en  la  parte  ya  ocupada  i  sometida  a  las 
leyes  antiguas  o  modernas  del  país,  porque  los  in- 
tereses creados  entrarían  en  choque  con  la  indus- 
tria, especialmente  por  lo  que  toca  a  la  propiedad 
del  suelo,  del  agua,  del  combustible,  la  formación 


—  20  — 

de  caminos,  el  derecho  de  tránsito  i  demás  ele- 
mentos propios  de  las  faenas  mineras. 

j)Pero  la  posesión  futura  del  territorio  arauca- 
no, mas  a  título  de  reincorporación  de  suelo  que 
de  conquista,  por  cuanto  aquellas  comarcas  fue- 
ron civilizadas  i  los  indios  rebeldes  las  subyuga- 
ron, permite  sin  dificultad  alguna  el  planteamien- 
to de  un  réjimen  completamente  nuevo,  que  abra 
horizontes  a  una  basta  i  espontánea  inmigración, 
necesidad  absoluta  e  imperiosa  de  nuestro  país, 
especialmente  respecto  de  lo  que  pasa  en  nacio- 
nes vecinas  i  diez  veces  mas  vastas  que  la  nuestra. 

»En  esta  virtud  i  alentado  con  la  esperanza  de 
que  las  ideas  contenidas  en  esta  brevísima  esposi- 
cion,  encuentren  una  favorable  acojida  en  el  seno 
del  Congreso,  por  cuanto  una  bienhechora  i  fecun- 
da esperiencia  las  ha  sancionado  en  pueblos  mas 
ricos  i  mas  adelantados  que  el  nuestro,  tengo  el 
honor  de  formular  el  siguiente 

PROYECTO   DE    LEÍ: 

» Artículo  1.°  El  Estado  es  el  único  i  esclusivo 
dueño  legal  de  todos  los  yacimientos  auríferos 
que  existen  o  se  descubran  en  el  territorio  com- 
prendido entre  la  actual  línea  del  Traiguén  i  la 
del  rio  Cruces  i  las  cordilleras  de  Nahuelbuta  i  de 
los  Andes,  sea  que  aquéllos  existan  en  forma  de 
lavaderos  («placeres»)  o  de  minas  de  pozo  de  es- 


—  21  — 

plotacion  regularizada  por  las  galerías  subterrá- 
neas. 

D  Artículo  I!"  El  cateo,  trabajo  i  esplotacion  de 
esos  yacimientos  es  completamente  libre,  i  su 
concesión  no  se  otorgará  por  via  de  merced  i  de 
estacas  medidas  i  fijas,  sino  por  medio  de  licen- 
cias personales  concedidas  a  los  que  las  soliciten 
ante  el  gobernador  del  respectivo  departamento 
o  la  autoridad  especial  que  éste  delegue. 

» Artículo  3.°  Las  licencias  serán  esclusivamen- 
te  personales  e  intrasmisibles  por  ningún  título,  i 
su  precio  no  podrá  esceder  de  diez  pesos  para  las 
licencias  de  «placeres»,  por  cada  individuo,  i  de 
doscientos  pesos  para  las  licencias  de  minas  de 
pozo.  La  ausencia  de  licencia  se  penará  con  el 
diez  tantos  de  su  valor  i  su  falsificación  con  una 
cantidad  equivalente  a  cincuenta  veces  su  impor- 
te, sin  perjuicio  de  las  demás  penas  impuestas  por 
el  Código  Penal. 

» Artículo  4.*^  Cada  licencia  da  facultad  al  que 
la  posee  para  trabajar  una  estaca  o  pertenencia 
de  veinte  metros  en  cuadro  sin  constituir  por  esto 
ningún  derecho  de  propiedad  sino  el  del  simple 
usufructo  mientras  la  pertenencia  se  halle  en  ac- 
tual trabajo.  El  abandono  o  suspensión  del  traba- 
jo de  una  pertenencia  por  espacio  de  veinticuatro 
horas  consecutivas,  constituye  despueble  i  da  de- 
recho a  nuevos  ocupantes  sucesivamente. 

)) Artículo  5.°  Las  aspas  o  prolongación  hori- 


-  22  - 

zontal  de  las  pertenencias  de  minas  de  pozo  o 
galerías  verticales,  en  ningún  caso  podrán  tener 
mas  de  cien  metros  a  uno  i  otro  costado  del  pozo 
de  ordenanza. 

j)  Artículo  6.°  Las  licencias  se  otorgarán  por  un 
año,  pero  pueden  prorogarse  indefinidamente  pa- 
gando en  cada  renovación  el  precio  correspon- 
diente. 

» Artículo  7.°  El  producido  del  ramo  de  licen- 
cias de  minas  será  aplicado  por  mitad  al  fisco  i  a 
los  respectivos  municipios,  deducidos  los  gastos 
que  su  aplicación  requiera. 

» Artículo  8."  Las  disposiciones  de  esta  lei  se 
harán  ostensivas  a  los  placeres  auríferos  del  terri- 
torio magallánico  cuando  el  gobierno  lo  tenga 
por  conveniente. 

» Artículo  9.°  El  presidente  de  la  república  dic- 
tará los  reglamentos  que  la  planteacion  de  esta 
lei  exija,  especialmente  respecto  del  otorgamiento 
de  licencias  i  las  penas, 

» Artículo  10.  Queda  abolida  la  ordenanza  vi- 
jente  de  minas  en  cuanto  sus  disposiciones  fueren 
contrarias  a  la  presente  lei. 

DSantiago,  julio  11  de  1881. 

DBenjamin  Vicuña  Mackenna, 
))( Senador  por  Coquimbo).» 


—  23  — 


VIII. 


Presentada  esta  moción  al  Senado  el  17  de  ju- 
lio de  1881  fué  aprobada  en  jeneral  i  pasó  a  co- 
misión en  la^sesion  del  24  de  a^^osto  con  un  solo 
voto  en  contra  que  fué  el  del  señor  senador  su- 
plente por  Coquimbo  don  Teodosio  Cuadros,  mi- 
nero de  profesión,  intelijente  en  su  ramo,  pero 
tal  vez  familiarizado  en  demasía  con  los  privilejios 
esclusivistas  de  la  ordenanza  vijente  de  minas. 

Por  lo  demás,  las  bases  que  preceden  i  que  le- 
jos de  ser  definitivas  contienen  apenas  el  bosque- 
jo de  una  evolución  industrial  de  notoria  impor- 
tancia i  susceptible  de  considerables  perfecciona- 
mientos, al  ser  aprobadas  como  simple  punto  de 
partida  casi  por  la  unanimidad  del  alto  cuerpo  a 
cuya  deliberación  fueran  presentadas  demuestran 
su  importancia  i  su  actualidad;  i  si  bien  ha  reci- 
bido algunas  impugnaciones  por  la  prensa,  estos 
mismos  debates  han  contribuido  a  darle  vida  i  a 
suscitar  sobre  ella  una  interesante  i  provechosa 
discusión.  (1) 

(1)  En  la  sección  de  anexos  que  figurará  en  la  parte  fiual  de 
esta  publicación  i  que  tiene  por  objeto  acopiar  aquellos  docu- 
mentos esplicativos  que  no  encontrarían  oportuna  cabida  en  el 
testo,  reproducimos  del  Diario  Oficial  la  parte  de  la  sesión  del 
Senado  en  que  se  aprobó  la  moción  anterior  i  las  cartas  que  so- 
bre los  propósitos  i  resultados  que  la  última  pudiera  alcanzar 


—  24  — 


IX. 


No  dejaremos  ciertamente  de  llamar  la  aten- 
ción en  esta  palabra  preliminar  a  dos  circunstan- 
cias de  notoria  importancia  que  habremos  de  es- 
forzarnos por  desarrollar  mas  adelante  i  que  aho- 
ra nos  limitamos  simplemente  a  enunciar  en  bos- 
quejo; a  saber:  1.^  la  estraordinaria  semejanza 
jeolójica  i  jeográfica  que  Cliile  presenta  con  el 
aspecto  esterior  del  territorio  de  la  Alta  Califor- 
nia, situada  en  las  mismas  latitudes,  entre  el  Pa- 
cífico i  la  cordillera  Nevada  en  el  hemisferio  norte 
del  Nuevo  Mundo,  i  aun  con  Australia,  continente 
fronterizo  al  nuestro,  océano  de  por  medio;  i  2.^ 
la  tradición  universal  que  han  conservado  todos 
los  antiguos  historiadores  i  cronistas  de  Chile,  so- 
bre la  estraordinaria  riqueza  aurífera  de  la  Arau- 
cania  i  la  taciturna  pero  inquebrantable  tenacidad 
con  que  los  araucanos  persisten  hasta  hoi  en  ocul- 
tar sus  catas  i  minas  de  oro,  especialmente  desde 
la  ruina  de,  las  siete  ciudades  que  en  los  tres  pri- 


se  cambiaron,  a  mediados  de  setiembre  último,  entre  el  señor 
Francisco  Ovalle  Olivares,  esforzado  minero  am-ífero  de  Lebu,  i 
el  autor,  correspondencia  en  la  cual  uno  i  otro  concluyen  por 
ponerse  de  acuerdo  sobre  la  necesidad  de  alterar  la  leí  vijente 
sobre  el  descubrimiento  i  esplotacion  de  los  minerales  auríferos 
de  la  república. 


—  25  — 

meros  años  del  sigio  XVÍI  sepultó,  junto  con  la 
codicia  insaciable  de  los  conquistadores,  el  secre- 
to de  la  desdicha  de  los  naturales  reducidos  a  la 
condición  de  esclavos  en  las  encomiendas  del  oro, 
desde  Quilacoya,  que  fueron  minas  riquísimas  i 
personales  de  Pedro  de  Valdivia,  junto  a  la  actual 
Concepción,  hasta  la  Madre  de  Dios,  opulento  la- 
vadero de  oro  en  el  rio  Cruces,  junto  a  Valdivia. 


X. 


Con  este  mismo  propósito  de  ilustración  nos 
proponemos  dar  a  luz  o  simplemente  reprodu- 
cir algunas  escursiones  hechas  por  nosotros  en 
época  remota  a  diversos  lugares  de  antigua  fama 
como  productores  de  oro,  buscando  en  esto,  junto 
con  la  comprobación  de  nuestro  tema  principal, 
el  solaz  del  lector  i  ej  nuestro  propio,  en  cuanto 
nos  sea  dable  obtenerlo. 


XI. 


Dos  razones  de  índole  diversa,  que  podríamos 
llamar  subsidiarias  pero  de  palpitante  actualidad, 
nos  han  inducido  también  a  emprender  este  rápi- 
do trabajo  de  acopio  i  de  demostración,  en  que  co- 
mo faena  de  curiosidad  el  mayor  esfuerzo  queda 
confiado  a  la  investigación. 

La  primera  de  esas  razones  es  puramente  mo- 

LA  E.    DEL   O.  4 


—  26  ~ 

Y'cú,  O  si  es  posible  decirlo  así,  sintomática,  porque 
si  es  cierto  lo  que  reza  el  proverbio  filosófico  a 
propósito  de  que — «la  privación  es  causa  eficaz  del 
apetito»,  de  creer  es  que  ninguna  oportunidad  seria 
mejor  escojida  que  la  presente,  por  cuanto  el  oro 
ha  comenzado  a  ser  para  los  chilenos,  al  menos  en 
su  calidad,  un  mito  de  otras  edades. 

En  ciertos  papeles  antiquísimos  hemos  leido  en 
efecto  que  un  célebre  capitán  chileno  del  siglo 
XVn,don  Pedro  de  Amasa,  feudatario  de  Purutum 
i  de  Quillota,  prestó,  cuando  tenia  mas  de  sesenta 
años  i  era  por  consiguiente  de  sobra  mayor  de 
edad,  una  declaración  judicial  de  la  cual  resultaba 
que  jamas  hahia  visto  un  doblón  de  oro,  es  decir, 
una  onza  de  oro  sellada,  como  las  que  hace  un 
cuarto  de  siglo  eran  el  tipo  de  la  riqueza,  el  lujo  i 
la  fastuosa  pompa  de  Chile — la  edad  ya  lejos  pa- 
sada del  «oro  en  polvoí)  i  de  la  «plata  labrada» 
de  nuestros  bisabuelos,  que  así  llamaban  las  bue- 
nas prendas  i  aun  las  virtudes  humanas. 

I  por  el  camino  que  hoi  recorremos  ¿no  es  de 
temer- que  la  jeneracion  inconvertible  que  hoi  se 
forma  ha  de  verse  antes  de  mucho  en  el  caso  del 
noble  encomendero  de  Quillota  respecto  de  nues- 
tros tipos  monetarios  antiguos  i  modernos,  el  do- 
blón i  el  cóndor? 

Por  esto  nos  ha  parecido  que  un  bosquejo  de  la 
desvanecida  abundancia  en  la  producción  de  las 
mas  ricas  pastas  monetarias  conocidas,  el  oro  i  la 


—  27  — 

plata,  habrá  de  despertar  alguna  novedad  entre  las 
jentes  i  distraer  su  espíritu  de  la  monotonía  i  pe- 
sado olor  de  las  sustancias  fósiles  que  han  tomado 
hoi  el  puesto  de  aquellas  ricas,  brillantes,  malea- 
bles i  doradas  pastas  tan  apetecidas  desde  el  co- 
mienzo del  mundo  i  del  latin...  Aiiri  sacra  fames 
(Virjilio)....  Áurea  mediocritas  (Horacio). 

XII. 

Pero  mucho  mas  importante  que  aquel  preca- 
rio i  transitorio  motivo  existe,  en  concepto  nues- 
tro, para  tratar  del  oro  en  la  ausencia  del  oro. 
Aludimos  a  la  circunstancia  económica  del  poder 
incalculable  de  ese  metal  como  medio  civilizador  i 
como  elemento  de  progreso  para  un  país  i  para  la 
humanidad.  Nunca,  a  la  verdad,  fué  mas  cierto  el 
áurea  mediocritas  («el  elemento  del  oro»)  del  poe- 
ta que  en  la  presente  edad,  porque  es  preciso  con- 
venir, contra  el  vulgo,  que  aparte  de  su  estima- 
ción como  metal  raro  i  nobilísimo  bajo  su  pun- 
to de  vista  químico  i  mineralójico,  aparte  de  su 
mérito  como  joya  i  como  arte,  aparte  de  su  re- 
presentación irremplazable  como  moneda  i  tipo 
monetario,  el  oro  es  una  gran  fuerza  económica 
que  tiende  a  revolucionar  con  su  producción  al 
mundo,  sirviendo  de  poderoso  caduceo  al  comer- 
cio i  de  potentes  alas  a  la  industria. 

Observa  con  razón  Levasseur,  que  desde  las  es- 


—  28  — 

tupendas  producciones  de  California  i  de  Austra- 
lia, corrientes  solo  desde  la  medianía  del  presente 
siglo,  rendimiento  aurífero  que  ha  alcanzado  mas 
de  cien  millones  de  pesos  en  un  año,  i  que  lia  mas 
que  duplicado  la  existencia  de  esa  pasta  en  el  co- 
mercio humano  desde  los  dias  del  diluvio,  todo  ha 
marchado  en  el  mundo  industrial  con  una  pujan- 
za asombrosa. 

No  habria  por  esto  metáfora  en  decir  que  la  ma- 
yor parte  de  los  ferrocarriles  del  orbe  moderno,  las 
grandes  compañías  de  vapores,  las  fábricas  de  to- 
do jénero  montadas  en  pié  jigantesco  para  abara- 
tar la  producción,  como  las  del  Creussot  en  Fran- 
cia i  las  de  Essen  en  Alemania,  todo  eso  ha  veni- 
do del  ensanche  fabuloso  de  la  producción  del  oro 
en  los  últimos  tiempos. 

I  esto  por  una  razón  muí  sencilla. 
Porque  las  reservas  metálicas  de  los  erarios  pú- 
blicos, de  los  bancos  i  de  los  particulares,  ha  permi- 
tido a  todos  los  dispensadores  del  crédito  centupli- 
car el  medio  circulante  fiduciario;  i  de  aquí  las 
notables  facilidades  otorgadas  a  la  producción  en 
grande  escala,  de  aquí  los  enormes  acarreos  que 
aquellas  traían  aparejados  como  resultado  indis- 
pensable, i  las  transacciones  i  cambios  mercanti- 
les que  su  distribución  en  el  globo  requerían. — El 
oro  ha  sido,  mas  que  la  corrmna  i  el  nihilismo,  el 
gran  transformador  del  siglo;  pero  en  el  sentido 
de  favorecer  los  intereses  lejítimos  i  no  los  egois- 


—  29  — 

mos  salvajes  de  la  humanidad.  Decíamos  por  esto 
que  de  ese  concepto  económico  i  verdadero  se  de- 
riba la  estimación  latente  i  positiva  que  el  ensan- 
che de  la  producción  del  oro  hoi  alcanza. 

XIII. 

iSTo  se  han  abierto  suficiente  camino  todavía 
entre  nosotros  estas  ideas,  porque  la  rutina  here- 
dada i  antigua  nos  hace  mirar  en  el  oro  simple- 
mente el  símbolo,  la  moneda, — «la  onza»,  «el  cón- 
dor», es  decir,  la  materialidad  del  medio,  i  no  sus 
influencias  ajenas  al  elemento  circulante.  I  a  la 
verdad,  solo  cuando  se  ha  tenido  la  fortuna  i  el 
placer  de  visitarlas  bóvedas  del  Banco  de  Inglate- 
rra o  de  otros  establecimientos  de  este  j enero,  en 
que  las  barras  yacen  cautivas  en  rimeros  duran- 
te larguísimos  años,  o  cuando  para  cubrir  un  che- 
que ocurren  los  pagadores  de  las  grandes  casas 
de  comercio  a  la  romana  o  a  una  poruña  de,  me- 
tal para  vaciar  en  los  talegos  o  en  los  bolsillos  de 
los  cobradores  rimeros  de  libras  esterlinas  sin  con- 
tarlas, llega  el  chileno,  montaraz  como  el  cóndor, 
a  formarse  cuenta  de  que  el  oro  es  una  mercade- 
ria  cualquiera,  como  el  trigo  i  la  chuchoca,  i  que 
su  valor  intrínseco  no  le  viene  de  haber  pasado 
por  el  volante  de  una  casa  de  moneda,  sino  por 
sus  cualidades  valiosísimas,  como  sustancia  mi- 
neralójica. 


—  30  — 

A  crear  impresiones  semejantes  a  ésas,  que  son 
las  correctas,  está  encaminado  este  pequeño  libro, 
i  de  su  lectura  resultará  talvez  algún  pequeño 
bien,  colocando  bajo  su  verdadera,  luz  social,  po- 
lítica i  económica  una  producción  nacional  de  tan 
señalada  importancia,  que  aun  siendo  C^ile,  tris- 
te i  apartada  colonia  de  un  estado  sórdidamente 
avaro  del  oro  como  metal  sellado,  nos  colocó  en  el 
segundo  o  tercer  rango  entre  los  grandes  territo- 
rios productores  de  él  en  el  ancho  Universo. 

XIY. 

Dirijidos  a  ese  mismo  fin,  si  bien  de  una  mane- 
ra correlativa,  van  los  datos  en  su  mayor  parte 
inéditos  que  agrupamos  mas  adelante  (i  talvez  en 
volumen  por  separado)  sobré  los  estraordinarios  i 
aun  maravillosos  descubrimientos  de  plata  ocurri- 
dos en  Chile  en  los  últimos  dos  siglos;  i  no  antes, 
porque  parecería,  conforme  a  la  fabulosa  teoria  de 
los  alquimistas  del  viejo  mundo  de  i  los  aboríie- 
nes  del  nuevo,  que  la  plata,  hija  de  la  luna,!  habia 
de  brillar  en  nuestros  arenosos  páramos  solo  des- 
pués que  el  oro,  enjendro  directo  del  sol  i  de  su  ro- 
jo fuego,  hubiese  escondido  su  disco  tras  la  loma. 

En  realidad  todos  los  hallazgos  arjentíferos  do 
gran  cuantía  ocurridos  en  Chile  desde  los  de  San 
Pedro  Nolasco  en  el  Cajón  de  Maipo  al  de  Tres 
Puntas  en  los  yermos  de  Atacama,  desde  el  de 


—  31  — 

Arqueros  al  de  Chañarcillo,  desde  el  de  Caracoles 
al  de  Chañaral,  (segiin  se  demostrará)  han  sido 
obra  no  de  la  ciencia  ni  siquiera  de  la  perseveran- 
cia, sino  del  acaso,  del  leñador,  del  arriero,  del 
pastor,  del  indio  trajinante  como  el  Diego  Huaica 
de  Potosí  en  el  siglo  XVI  i  como  Juan  Godoy,  el 
indio  del  Potosí  chileno  en  el  primer  tercio  del 
siglo  XIX. 

I  esto  está  probando  lo  que  antes  deciamos,  i 
forma  el  tema  principal  de  este  libro,  a  saber,  que 
el  suelo  de  Chile  se  halla  cuajado  de  riquezas  ig- 
notas, especialmente  en  plata  i  oro,  faltando  solo 
para  traerlos  al  alcance  del  pico,  del  fuego  i  del 
vajel  el  gran  ájente  de  todos  estos  misterios  i 
portentos  humanos — la  casualidad — opaca  pero 
feliz  linterna  de  las  ciencias  subterráneas. 

XV. 

Dadas  estas  indispensables  esplicaciones  i  es- 
tampados los  corolarios  que  preceden,  va  a  ser 
para  nosotros  tarea  senqilla  i  hasta  grata  entrar 
en  el  terreno  de  las  demostraciones  históricas  i  de 
las  revelaciones  autorizadas  de  la  tradición  i  de 
los  archivos  públicos  i  privados,  que  si  no  habrán 
de  conducirnos  como  a  Jason  i  sus  argonautas  a  las 
playas  fabulosas  de  la  Colchida  i  su  ((vellocino  de 
oro»,  nos  llevaran  al  menos  a  los  placeres  i  vene- 
ros auríferos  reales  en  que  los  «pellejos  de  carne- 


—  32  — 

ro»  (que  son  los  verdaderos  vellocinos  de  la  fábu- 
la), puestos  a  la  salida  de  los  ti^apiches  de  Chile 
para  recojer  las  menudas  partículas  del  precioso 
metal  según  se  ejecuta  actualmente  en  California 
i  en  Australia,  en  Catapilco  i  en  Llampaico,  ha- 
brán de  hacernos  llegar  al  pleno  reino  de  «la  edad 
del  oro  en  Chile.» 

I  dicho  todo  esto,  entraremos  en  materia  para 
conducir  al  lector  en  el  mas  breve  espacio  de 
tiempo  que  sea  dable  i  con  la  menor  fatiga  posi- 
ble a  los  reinos  encantados,  amenos  i  hasta  festi- 
vos del  oro,  rei  del  mundo  desde  don  Pedro  de 
Valdivia  a  don  Alfredo  Paraff. 


CAPITULO    I. 


EL   ORO  DE  CHILE   EN  TIEMPO   DE   LOS  INCAS. 


Los  primitivos  chilenos  no  conocian  ni  el  uso,  ni  el  valor,  ni  la  esplota- 
cion  del  oro. — Arte  que  les  enseñaron  los  peruanos  i  tributo  que  les  im- 
puso el  Inca — Ideas  de  los  peruanos  sobre  el  oro. — Lo  usan  solo  como 
ornamentación,  pero  no  como  medio  de  cambios — Nociones  de  Garcilaso 
de  la  Vega. — Almagro  encuentra  en  Copiapó  minas  de  oro  cientificamen- 
te  trabajadas. — En  qué  consistia  el  tributo  de  Cbile. — Derroteros  fabu- 
losos sobre  el  rescate  de  Atahualpa  en  Chile. — Vaso  de  oro  hallado 
en  Copiapó  i  regalado  al  presidente  Prieto. — Imponderable  acumulación 
de  oro  hecha  por  los  Incas,  mediante  la  producción  de  las  minas  del  Pe- 
rú i  de  Chile. — Noticias  de  Cieza  de  León  i  de  Gomara. — La  maroma 
de  Huáscar  1  la  cadena  de  oro  de  los  jesuítas  de  Santiago. — Riquezas  de 
los  templos  del  Sol  i  de  las  minas  de  Carabaya. — Ocultaciones  de  oro 
según  Garcilaso  i  otros  antiguos  cronistas. — Comprobación  auténtica  de 
las  riquezas  acumuladas  en  el  Perú,  mediante  el  rescate  de  Atahualpa,  i 
su  acta  de  repartición. — Lo  que  cupo  a  Carlos  V.  i  a  Francisco  Pizarro. 
— Las  riquezas  del  palacio  de  verano  del  emperador  de  la  China  en 
1860,  i  los  tesoros  de  Arjcl  i  de  Caxamarca. — Comparaciones  i  anéc- 
dotas.— Verificaciones  posteriores. — Remates  recientes  de  ofrendas  de 
oro  i  plata  del  Perú  en  Londres. 

«Decimos,  pues,  que  el  Oro  y  Plata  que 
davan  al  Rey,  era  presentado  y  no  de  tri- 
buto forzoso,  porque  aquellos  Indios  (como 
oy  lo  usan)  no  supieron  jamas  visitar  al 
Superior,  sin  llevar  algún  presente.» 

(Garcilaso  de  la  Vega. — Comentarios  Rea- 
les, Lih.  V.) 
LA  E.  DEL  O.  5 


—  34  — 


I. 


Es  im  hecho  de  tradición  constante  que  los 
pueblos  salvajes  no  conocieron  el  valor  del  oro, 
ni  como  elemento  i  símbolo  de  cambio  ni  siquie- 
ra como  arte  i  ornamentación. 

El  oro  i  sus  usos  dan  al  contrario  i  por  todas 
partes  testimonio  evidente  de  los  comienzos  de 
la  civilización. 

El  oro  ha  sido  civilizador,  porque  ha  creado  el 
trabajo  i  el  obrero. 

I  de  tal  hecho  ha  sido  comprobación  viva  la 
historia  de  ese  metal  en  Chile,  porque  hai  cons- 
tancia que  sus  primeros  pobladores  bárbaros  no 
lo  conocieron,  ni  lo  esplotaron,  ni  menos  lo  ne- 
cesitaron para  su  áspera  vida. 


II. 


Verdaderamente,  cuando  un  siglo  antes  de  la 
conquista  castellana,  los  Incas,  que  ya  habían  ocu- 
pado a  Quito,  descendían  desde  el  Cuzco  a  las  lla- 
nuras de  Tucuma  (el  Tucuman)  i  recibieron  de 
los  embajadores  de  este  pais  la  noticia  de  que  mas 
allá  de  la  cordillera  nevada  existia  una  comarca 
llamada  «Chile»,  estos  emisarios  i  solicitadores  de 
la  conquista  incarial  hablaron,  no  de  sus  riquezas, 


—  35  — 

sino  de  su  población;  no  del  oro,  sino  de  la  indó- 
mita bravura  de  sus  tribus. 

Por  consiguiente,  la  invasión  incásica  de  Chile 
no  fué  una  empresa  de  codicia  sino  una  cruzada 
de  civilización  i  predominio,  conforme  al  admira- 
ble i  paciente  sistema  de  aquellos  conquistadores 
que  dominaron  un  mundo  con  un  hilo  de  lana  de 
vicuña  i  una  borla  roja  en  la  cabeza  por  via  de 
diadema. 

Pero  los  peruanos,  aunque  bárbaros  en  el  sen- 
tido de  la  moderna  civilización  material  i  cristia- 
na que  al  presente  prevalece  sobre  la  tierra,  cono- 
cían el  valor  del  oro  como  sustancia  química  de 
sobresaliente  mérito,  como  pasta  dúctil  i  brillan- 
te, como  elemento  precioso  de  arte,  de  placer  i  de 
culto.  A  semejanza  de  los  palacios  i  de  los  tem- 
plos del  Indostan,  todos  los  palacios  i  todos 
los  templos  de  los  Incas  eran  de  oro,  o  estaban 
recamados  de  oro  como  el  de  Salomón. 


III. 


No  conocían  los  Incas  ni  sus  subditos  el  valor 
mercantil  de  esa  sustancia,  ni  el  de  la  plata  i  en 
realidad  el  de  ningún  metal  precioso,  porque  nada 
vendían  ni  nada  compraban  sino  a  virtud  de  la 
permuta  directa  de  sus  frutos  i  consumos.  En  este 
sentido  era  i  ha  sido  hasta  hace  poco  tan  ruda  la 
condición  de  los  aboríjenes  en  la  parte  austral  del 


—  36  — 

continente,  que  los  araucanos  preferían  por  ejemplo 
al  oro  i  a  la  plata  las  piedras  de  color  o  simplemen- 
te jaspeadas  que  encontraban  en  el  pedregal  de 
sus  esteros  i  denominaban  llancas;  i  todavía  cam- 
bian alegremente  sus  prendas  de  mayor  estima  por 
los  vidrios  i  chaquiras  de  los  buhoneros. — -ccEl  Oro 
y  Plata  y  las  Piedras  preciosas  que  los  Reyes  In- 
cas tuvieron  con  tanta  cantidad,  dice  en  efecto  Gar- 
cilaso  de  la  Vega,  que  en  esto  i  a  guisa  de  indíjena, 
es  buen  juez,  no  eran  de  tributo  obligatorio  que  fue- 
sen los  Indios  obligados  a  darlo,  ni  los  Reyes  lo  pe- 
dían, porque  no  lo  tuvieron  por  cosa  necesaria  para 
la  Guerra  ni  para  la  Paz;  y  todo  esto  no  estimaron 
por  Hacienda,  ni  Tesoro,  porque  como  se  sabe, 
no  vendían,  ni  compravan  cosa  alguna  por  Plata 
ni  por  Oro,  ni  con  ello  paga  van  la  gente  de  gue- 
rra, ni  lo  gastavan  en  socorro  de  alguna  necesidad 
que  se  les  ofreciese;  y  por  tanto  lo  tenian  por  cosa 
snperflua,  porque  ni  era  de  comsr,  ni  para  comprar 
de  comer:  solamente  lo  estimavan  por  su  hermo- 
sura y  resplandor,  para  ornato  y  servicio  de  las 
Casas  reales  y  templos  del  Sol  y  Casas  de  las  Vír- 
genes.» 

I  en  otra  parte  el  nieto  de  los  postreros  incas 
anadia: — «Quando  hablan  (los  vasallos)  al  Rey 
en  sus  negocios  particulares,  o  en  los  de  sus  tie- 
rras, o  quando  los  Reyes  visitavan  el  Reyno,  en 
tod¿is  estas  visitas  jamas  le  besa  van  las  manos,  sin 
llevarle  todo  el  Oro  i  Plata  y  piedras  preciosas 


-  37  - 

que  sus  indios  sacavan,  quando  estavan  ociosos: 
porque  como  no  era  cosa  necesaria  para  la  vida 
humana,  no  los  ocupavan  en  sacarlo,  quando  avia 
otra  cosa  en  que  entender.  Empero,  como  veian 
que  lo  empleavan  en  adornar  las  Casas  reales  i 
los  templos  (cosas  que  ellos  tanto  estimaban) 
gastav.an  el  tiempo  que  les  sobrava,  buscando  Oro 
i  Plata  i  piedras  Preciosas  para  tener  que  presen- 
tar al  Inca  i  al  Sol  que  eran  sus  Dioses.»  (1) 


lY. 


Bajo  este  punto  de  vista  especial  de  la  conquis- 
ta peruana,  los  lugartenientes  del  Inca  impusieron 
a  sus  vasallos  de  Chile,  desde  Copiapó  hasta  el 
Maule,  el  tributo  anual  del  oro,  i  así  como  les  en- 
señaron a  cultivar  la  tierra,  a  sembrar  el  maiz,  a 
abrir  canales,  a  ejemplo  del  que  el  sombrío  Vita- 
cura  labró  para  Santiago  i  que  todavía  sirve  para 
proveer  de  agua  corriente  a  la  ciudad  en  sus 
barrios  del  norte,  así  les  enseñaron  a  lavar  las 
arenas  auríferas  de  sus  rios,  a  abrir  hondas  ca- 

(1)  Garcilaso. —  Comentarios  Reales,  lib.  V.  páj.  139. 

El  lector  chileno  se  dará  fácilmente  cuenta,  a  virtud  de  lo 
que  cuenta  Garcilaso,  de  la  costumbre  que  todavía  rije  en  todos 
nuestros  campos  de  llevar  algo,  si  mas  no  sea  que  una  gallina  o 
una  docena  de  huevos,  o  un  atado  de  berros  al  señor,  al  feudata- 
rio, al  inca,  es  decir,  al  patrón,  es  decir,  al  moderno  Vitacura. 
—  Los  indíjenas  bolivianos  llaman  hasta  hoi  Viracocha  o.  ioáo 
hombre  blanco  i  rico. 


—  38  — 

tas  i  hasta  laboreos  en  el  duro  cuarzo  de  sus  cerros. 
Cuenta  el  ilustre  Gonzalo  Fernandez  de  Oviedo, 
contemporáneo  de  Almagro  i  su  amigo  de  intimi- 
dad (puesto  que  le  confiara  a  su  hijo,  el  cual  vino 
con  el  Adelantado  a  Chile  i  se  aho2:ó  a  su  resrreso 
en  el  rio  de  Arequipa),  que  el  viejo  conquistador 
cuyas  cartas  él  viera  en  la  isla  de  Santo  Dominólo 
antes  que  el  rei,  encontró  minas  de  oro  formales 
en  los  valles  de  Copiapó  i  el  Huasco,  Coquimbo  i 
hasta  el  rio  de  Aconcagua.  «I  el  general  se  partió 
de  allí  (de  Copiapó),  dice,  tierra  adentro  é  visitó 
lo  que  della  mejor  avia  y  envió  mineros  é  higo  dar 
catas,  é  hallaron  las  minas  é  quebradas  é  naci- 
miento dellas  tan  bien  lahy^adas  como  si  españoles 
entendieran  en  eUo.y>  (1) 


V. 


Los  infelices  chilenos  pagaban  en  consecuencia 
al  blando  conquistador  indíjena  el  mismo  lujoso 
tributo  que  los  tucumanos,  los  quiteños  i  todas  las 
tribus  dominadas  por  los  emperadores  del  Cuzco, 
i  esto  lo  verificaban  forzosamente  en  aquella  pasta 
mas  preciada  i  de  mas  fácil  trasporte,  o  para  decir 
mejor,  en  la  única  materia  trasportable  a  brazos  de 


(1)  Oviedo  i  Valdés. — Historia  jeneral  i  natural  de  las  lu- 
dias, vol.  II.  páj.  273. 


—  39  — 

hombre,  el  cual,  junto  con  la  llama,  era  la  bestia 
de  carga  usual  en  sus  dominios.   El  ilustre  ma- 
drileño Diego  de  Rosales,  historiador  que  disfrutó 
papeles  antiquísimos,  no  conocidos  de  los  cronis- 
tas que  le  precedieron  o  le   copiaron,  afirma  que 
a  la  época  de   la   entrada  de  Almagro  a  Chile,  el 
tributo  de  oro  de  este  país  alinea  ascendía  acaloree 
quintales  i  medio  al  año,  i  que  este  injente  caudal 
llevábanlo  con  gran  aparato  sus  subdito  en  andas  de 
cañas  que  paseaban  triunfalmente  en  la  distancia 
de  quinientas  leguas  que  se  contaban  del  Mapocho 
al  Cuzco.  — (íEl  tributo  anual  que   rendían  al  Inga, 
Emperador  del  Perú,  dice  el  bien  informado  jesuí- 
ta, los  chilenos  en  distrito  de  ciento  y  cincuenta  le- 
guas que  conquistaron  al  principio  sus  capitanes, 
fué  de  catorce  quintales  de  oro  azendrado^  de  mas 
de  veinte  y  dos  quintales  y  medio,  en   tejos  de  a 
cincuenta  pesos,  señalados  con  la  marca  de  un  pe- 
cho mugeril.  El  último  tesoro  que  cerca  del  Cuzco 
embargó  y  repartió  entre  sus  soldados  el  Adelan- 
tado Don  Diego  de  Almagro  era  de  mil  y  doscien- 
tas libras  de  oro  y  entre  ellas  llevaban  dos  granos 
que  el  uno  pesaba  setecientos  pesos  y  el  otro  mas 
de  quinientos.))   (1) 

(1)  Rosales,  vol.  I,  páj.  209. — «Trajinaban  los  indios  del  Pe- 
rú, agrega  el  cronista,  este  tesoro  por  tierra  con  mucha  majestad 
y  pompa,  en  vaules  de  cañas  brabas  curiosamente  texidas.  So- 
bre las  tapas  estaban  labradas  de  la  misma  caña  las  armas  del 
rey  Inca,  que  eran  un  sol  en  manos  de  dos  rapantes  tigres  pen- 


—  40  ~ 

Es  oportuno  advertir  aquí  que  Almagro  i  sus 
compañeros  vinieron  precisamente  a  Chile,  no 
persiguendo  un  interés  jeográfico  i  de  descubri- 
miento, sino  en  demanda  de  aquello  que  tan  feliz- 
mente les  salia  al  encuentro, — del  oro. — «Por  el 
informe  que  hicieron  los  indios  peruanos  (dice 
Kosales)  a  don  Francisco  Pizarro  y  a  don  Diego 
de  Almagro  en  el  Cuzco  de  la  fertilidad  y  riqueza 
de  oro  del  Reyno  de  Chile,  se  concertaron  en  su 
nueva  amistad  y  concordia,  aviendo  estado  antes 
mui  enemistados.  2) 

El  oro,  que  las  mas  veces  es  pábulo  de  guerra  i 
de  discordia  como  el  acero,  suele  ser  pacificador  i 
aun  apaciguador  de  pequeñas  i  de  grandísimas 
querellas. 

VI. 

No  nos  es  fácil  comprobar  la  exactitud  métrica 


dientes  de  los  rayos,  y  una  borla  roja,  de  finissima  lana,  insig- 
nia de  los  Reyes,  que  la  train  en  la  frente,  de  lana  de  vicuña,  y 
a  los  otros  señores  se  les  consentía  el  traer  borla  colgada  ha- 
zla la  oreja,  pero  en  la  frente  era  solo  de  Reyes,  como  lo  refiere 
el  Padre  Acosta.  Cada  cofre  iba  en  andas  en  ombros  de  cuatro 
indios,  y  assistian  otros  para  irse  remudando.  Precedían  cua- 
trocientos flecheros,  asegurando  los  caminos  y  previniendo  los 
aloxamientos.  Por  cualquiera  pueblo  que  pasaban  los  recivian 
con  singular  aplauso  y  regocijo,  celebrando  el  poder  y  soberanía 
de  su  Rey.» 


—  41  — 

del  tributo  chileno,  cuya  devolución  hoi,  a  nuestro 
turno,  reclamamos  a  los  vencidos  por  nuestras  ar- 
mas; pero  en  lo  que  están  de  acuerdo  todos  los  cro- 
nistas primitivos  de  Chile  i  del  Perú  es  en  referir 
que  el  Adelantado  don  Diego  de  Almagro,  al  llegar 
desbaratado  a  Copiapó,  por  el  camino  de  Jujui  i 
Catamarca  en  el  rigor  del  invierno  de  1536  (a  fi- 
nes de  junio),  encontró  en  ese  valle  o  algo  mas 
adelante,  un  injente  tesoro,  i  que  regocijado  por 
este  hallazgo,  con  su  acostumbrada  jenerosidad, 
tan  conocida  i  alabada  por  los  conquistadores  en 
contraposición  a  la  terca  codicia  de  los  Pizarro, 
rompió  las  escrituras  que  por  adelantos  i  avios  de 
guerra  le  hablan  firmado  todos  sus  compañeros  de 
descubrimiento.  La  deuda  así  cancelada  pasaba, 
según  Herrera,  de  doscientos  mil  pesos,  magnifi- 
cencia de  rei,  o  mas  bien  de  minero  de  oro  en  al- 
cance de  oro. 

VII. 

Es  mui  posible  que  los  conductores  del  tributo 
del  Inca  se  dieran  maña  para  ocultar  una  parte 
considerable  de  su  contenido;  i  a  esa  causa  débese 
talvez  el  hallazgo  que  hace  mas  de  cuarenta  años 
se  hizo  en  un  solar  del  actual  pueblo  de  Copiapó 
de  un  rico  vaso  de  oro  macizo,  en  el  cual  libaron 
jeneroso  vino  al  patriotismo  i  la  victoria  el  presi- 
dente don  Joaquín  Prieto  i  sus  ministros  cuando 
se  recibiera  en  Santiago  la  noticia  de  la  batalla  de 

LA  E.   DEL  O.  6 


Yungay,  por  febrero  de  1839.  Ese  vaso,  que  hoi 
existe  en  poder  de  la  familia  del  hijo  del  jeneral 
Prieto,  de  su  mismo  nombre,  le  fué  obsequiado 
por  el  intendente  de  Copiapó  don  Juan  Melgarejo, 
i  entendemos  que  el  doctor  Philippi  ha  publicado 
hace  poco  una  descripción  i  grabado  de  él. 

El  tributo  del  Inca,  interceptado  por  Almagro, 
ha  dado  también  lugar  a  la  inestinguible  leyenda 
popular,  cana  de  tantos  famosos  derroteros  del 
desierto  i  de  las  gargantas  andinas,  según  la  cual 
existen  en  Chile  no  menos  de  cien  parajes,  espe- 
cialmente rios,  lagunas  i  quebradas,  en  cuyo  fondo 
los  portadores  del  tesoro  lo  arrojaron,  espantados 
al  saber  que  Atahualpa  habia  sido  ajusticiado  en 
Caxamarca...  I  de  aquí  las  mil  patrañas  en  «busca 
del  tesoro  del  Inca». 

El  esplorador  Pertuisset  ha  llevado  en  esta 
parte  la  petulancia  de  la  fantasía  hasta  forjar  una 
disparatada  novela  según  la  cual  el  tesoro  del  In- 
ca ha  ido  a  parar  a  la  Tierra  del  Fuego «Les 

trésqr  des  Incas  á  la  Terre  dii  Feu....-» 

VIH. 

Sea  como  fuere,  lo  que  importa  saber  para  nues- 
tro propósito  es  que  muchos  años  antes  de  la  in- 
vasión castellana  existia  en  Chile  el  oro  en  es- 
traordinaria  i  casi  prodijiosa  abundancia,  i  como 
tal  era  enviado  en  forma  de  tributo  anual  al  Perú. 


—  43  — 

I  es  llano  calcular  que  si  el  homenaje  anual  era 
de  mas  de  14  quintales  de  metal,  en  el  largo  siglo 
que  duró  el  dominio  incarial  contribuyó  nuestro 
suelo  con  no  menos  de  mil  i  quinientos  quintales 
DE  ORO  a  la  vajilla,  al  placer  i  al  culto  de  aquellos 
emperadores  de  la  América,  como  los  llama  el 
cronista.  -  cíVisitava  por  sus  gobernadores,  dice 
del  Inca  a  este  respecto  Garcilaso  (Comentarios 
Eeales,  Jjib  8,  páj.  274)  el  Reyno  de  Chili,  cada 
dos  o  tres  años  y  embiava  mucha  Ropa  fina,  y  Pre- 
seas de  su  persona  para  los  Curacas,  y  sus  Deu- 
dos, y  otra  mucha  ropa  de  la  común  para  los 
Vasallos.  De  allá  le  enviavan  los  Caciques  mucho 
Oro,  y  mucha  plumería  y  otros  frutos  de  la  Tie- 
rra: y  esto  duró  hasta  que  Don  I¡)iego  de  Alma- 
gro entró  en  aquel  Reyno,  como  adelante  vere- 
mos.» 

I  era  esa  corriente  aurífera,  que  en  el  lugar 
oportuno  la  estadística  nos  ayudará  a  comprobar 
como  cosa  asombrosa,  junto  con  el  raudal  de  las 
minas  de  Carabaya,  no  lejos  del  lago  Titicaca,  ve- 
neros de  oro  que  trabajaban  con  tesón  los  perua- 
nos, i  agregados  los  suministros  de  otros  tributos, 
lo  que  esplica  la  fabulosa  acumulación  de  oro  que 
los  primitivos  narradores  de  las  maravillas  del 
imperio  incásico  no  se  cansan  de  referir  ni  de 
ponderar. 

Escuchémosles  un  instante,  si  mas  no  sea  que 
por  la  grata   impresión   que  produce,  al  través 


—  44  — 

de  los  siglos  i  de  las  pobrezas  sucesivas,  su  pro- 
pio injénuo  deleite.  «Tenian  en  gran  estima  el 
oro,  (dice  Cieza  de  León,  el  mas  antiguo  narra- 
dor de  los  portentos  del  Perú  i  contemporáneo  de 
los  Pizarro,  así  como  el  contador  Agustin  de  Za- 
rate, que  en  ello  también  anduvo),  porque  de  él 
hacia  el  Rey  y  sus  principales  sus  vasijas  para  su 
servicio,  y  dello  hacían  Joias  para  su  atavio  y  lo 
ofrecian;  y  traia  el  Rey  un  Tablón  en  que  se  sen- 
tava,  de  Oro,  de  diez  y  seis  quilates,  que  valió  de 
buen  oro  mas  de  veinte  i  cinco  mil  ducados,  qué 
es  el  que  don  Francisco  Pizarro  escojió  por  su 
joia  al  tiempo  de  la  Conquista,  porque  conforme 
a  su  capitulación  le  avian  de  dar  una  joia  que  él 
escogiese,  fuera  de  la  quenta  común.» 

I  tomando  por  su  cuenta  propia  la  palabra  el 
cronista  que  se  jactaba  de  ser  hijo  i  nieto  de  los 
emperadores  i  de  sus  reales  collas  (princesas),  el 
inca  Garcilaso,  anadia  lo  que  sigue,  como  cosa 
i  tradición  de  familia  i  de  su  casa:  «Al  tiem- 
po que  le  nasció  vn  Hijo  el  primero,  mandó  ha- 
cer Guayuacava  vna  Maroma  de  Oro,  tan  grue- 
sa (según  ay  muchos  indios  vivos  que  lo  dicen) 
que  asidos  a  ella  mas  de  doscientos  Indios  Ore- 
jones, no  la  levantavan  mui  fácilmente.  Y  en 
memoria  de  esta  tan  señalada  joia  llamaron  al 
Hijo  Guasca  que  en  su  lengua  quiere  decir  Soga, 
con  el  Sobrenombre  de  Inga  que  era  de  todos  los 
Reyes,  como  los  Emperadores  Romanos  se  llama- 


-  45  — 

van  Augustos.  Esto  he  traído  aquí  por  desarrai- 
gar vna  opinión  que  comunmente  se  La  tenido  en 
Castilla  entre  la  gente,  que  no  tiene  platica  con 
las  cosas  de  las  Indias,  de  que  los  indios  no  te- 
nían en  nada  el  Oro,  ni  conoscian  su  valor.  Tam- 
bién tenían  muchos  Graneros  i  Troges  hechas  de 
Oro  y  Plata,  y  grandes  figuras  de  hombres  i  Mu- 
geres,  y  de  Ovefas,  y  de  todos  los  otros  animales, 
y  de  todos  los  géneros  de  yervas,  que  nascian  en 
aquella  tierra  con  sus  espigas  y  bastigas  y  ñudos, 
hechas  al  natural,  y  gran  suma  de  mantas,  y  hon- 
das, entretegidas  con  Oro  tirado,  y  aun  cierto  nú- 
mero de  leños,  como  los  que  avia  de  quemar, 
hechos  de  Oro  y  Plata.» 


IX. 


«En  todas  las  casas  de  las  Doncellas  escojidas 
para  el  Inga,  agregaba  todavía  el  inca  Garcilaso, 
aumentando  la  maravilla  de  sus  predecesores  que 
comenta,  la  Bajilla  i  los  demás  vasos  de  servicio, 
eran  de  Plata  y  Oro,  como  los  avia  en  la  Casa  de 
las  Mugeres  de  el  Sol,  y  en  su  famoso  Templo;  y 
como  los  huvo  (según  diremos)  en  las  Casas  Rea- 
les: que  hablando  en  suma,  se  puede  afirmar,  que 
toda  la  riquega  de  Oro,  y  Plata,  y  Piedras  precio- 
sas, que  en  aquel  grande  imperio  se  sacava,  no  se 
empleava  en  otra  cosa  sino  en  el  adorno,  y  servi- 
cio de  los  Templos  del  Sol,  que  eran  muchos,  y 


—  46  — 

de  las  Casas  de  las  Viíjenes,  que  por  consiguien- 
te eran  otras  tantas;  y  en  la  Sumptuosidad,  y 
Magestad  de  las  casas  reales,  que  fueron  muchas 
mas.  Lo  que  se  gastava  en  el  servicio  de  los  se- 
ñores y  Vasallos  era  poco  o  nada  porque  no  era 
mas  de  los  vasos  de  beber  i  esos  eran  limitados 
por  su  cuenta  i  número,  conforme  al  privilegio 
que  el  Inca  les  dava  para  ellos;  atro  poco  se  em- 
pleaba en  los  vestidos,  y  arreos  con  que  celebra- 
van  sus  fiestas  principales.»  (1) 


X. 


Entrando  en  la  enumeración  de  casos  particu- 
lares, el  mismo  historiador  mestizo,  o  mas  propia- 
mente indíjena,  deleitábase  i  aun  gastaba  la  ufa- 
nía de  un  príncipe  caido  en  referir  los  que  por  su 
amenidad  en  seguida  copiamos,  i  en  los  cuales 
presentóse  al  público  de  la  Península  mas  como 
que  historiador  como  testigo  de  vista,  cuando  es- 
cribía en  Córdoba,  en  cuya  magnífica  catedral 
diez  años  hace  vimos  con  respeto  su  sepulcro. — 
(cDe  las  riquezas  de  Oro  i  Plata  que  en  el  Perú  se 
sacan  es  buen  testigo  España,  dice  el  real  mesti- 
zo en  el  Lb.  8.°  de  su  famosa  historia,  pues  de  mas 
de  veinte  y  cinco  años,  sin  los  de  atrás,  le  traen 
cada  año  doce,  trece   Millones  de  Plata  i  Oro,  sin 

(1)  Comentarios  Reales,  lib.  IV.  páj.  110. 


—  47  — 

otras  cosas  que  no  entran  en  esta  cuenta:  cada 
Millón  monta  diez  veces  cien  mil  ducados.  El  Oro 
se  coge  en  todo  el  Perú:  en  vnas  provincias  es  en 
mas  abundancia  que  en  otras,  pero  generalmente 
lo  ai  en  todo  el  Eeyno. 

«Hállase  en  la  superficie  de  la  Tierra  j  en  los 
Arroios,  y  Rios  donde  lo  llevan  las  avenidas  de 
las  lluvias:  de  allí  lo  sacan,  lavando  la  tierra  o  la 
arena,  como  laban  acá  los  Plateros  la  escudilla  de 
sus  Tiendas,  que  son  las  barreduras  dellas.  Lla- 
man los  Españoles  lo  que  aquí  sacan,  «Oro  en 
polvo)),  porque  sale  como  limalla.  Algunos  granos 
se  hallan  gruesos  de  dos,  tres  pesos  i  mas.  Yo  vi 
granos  de  a  mas  de  20  pesos,  llámanles  Pepitas; 
algunas  son  llanas  como  Pepitas  de  Melón,  o  Ca- 
labaza, otras  redondas,  otras  Lirgas  como  Huevos. 
Todo  el  Oro  del  Perú  es  de  diez  y  ocho  a  veinte 
quilates  de  Ley,  poco  mas,  poco  menos.  Solo  el 
que  se  saca  en  las  minas  de  Callavaya  o  Gallahua- 
ya  es  finísimo  de  veinte  y  cuatro  quilates,  y  aun 
pretende  pasar  dellos,  según  me  lo  han  dicho  al- 
gunos Plateros  de  España. 

))E1  año  de  mil  y  quinientos  y  cincuenta  y  seis, 
se  halló  en  vn  resquicio  de  vna  Mina  de  las  de 
Callahuaya  vna  piedra  de  las  que  se  crian  con  el 
Metal,  del  tamaño  de  la  cabeca  de  un  hombre,  el 
color  propiamente  era  color  de  bofes,  i  aun  la  he- 
chura lo  parecía  porque  toda  ella  estaba  aguge- 
reada  de   vnos  agugeros  chicos  y  grandes  que  la 


—  48  ~ 

pasavan  de  vn  cabo  a  otro.  Por  todos  ellos  aso- 
mavan  puntas  de  Oro  como  si  le  huvieran  echado 
Oro  derretido  por  cima,  vnas  puntas  salian  fuera 
de  la  piedra,  otras  emparejavan  con  ella,  otras 
quedavan  mas  adentro.  Decian  los  que  entendían 
de  Minas  que  sí  no  la  sacaran  de  donde  estava, 
que  por  Tiempo  viniera  a  convertirse  toda  la  pie- 
dra en  Oro.  En  el  Cozco  la  miravan  los  Españoles 
por  cosa  maravillosa,  los  indios  la  llamavan  Hua- 
ca,  que  como  en  otra  parte  digimos,  entre  otras 
muchas  significaciones  que  este  nombre  tiene, 
vna  es  decir  Admirable,  Cosa  digna  de  admira- 
ción, por  ser  linda,  como  también  significa  Cosa 
abominable,  por  ser  fea.  Yo  la  mirava  con  los 
vnos  y  con  los  otros.  El  dueño  de  la  piedra,  que 
era  hombre  rico,  determinó  venirse  a  España  y 
traerla  como  estava  para  presentarla  al  Rey  Don 
Felipe  II  que  la  Joia  por  su  estrañeza  era  mucho 
de  estimar. 

))De  los  que  vinieron  en  el  Armada  en  que  él 
vino,  supe  en  España  que  la  Nao  se  avia  perdido 
con  otra  mucha  riqueza  que  traia.3) 


"      XI. 


/su  fai 


Pero  Garcilaso  ño'^se  contentaba  con  contar  lo 
que  él  mismo  habia  visto  con  sus  ojos,  siendo  ni- 
ño i  palpado  con  sus  manos  cuando  anciano,  por- 
que citaba  los  prodijios  del  oro  que  otros  hablan 


—  49  — 

referido  antes  que  él,  i  a  este  respecto,  por  no 
acumular  las  citas,  varaos  a  cederle  otra  vez  la  pa- 
labra en  su  justamente  celebrado  libro. 

«Estando  yo  allí,  dice  el  nieto  de  los  últimos 
Incas,  en  el  Cozco,  tomando  de  los  principales  de 
allí  la  relación  de  los  Ingas,  oí  decir  que  Paulo 
Inga  y  otros  principales  decían  que  si  todo  el  te- 
soro que  avia  en  las  provincias  y  guacas,  que  son 
sus  templos,  y  en  los  enterramientos,  se  juntase, 
que  baria  tan  poca  mella  lo  que  los  españoles 
avian  sacado,  (de  oro)  quan  poca  se  bacía,  sacan- 
do de  una  gran  vasija  de  agua  una  gota  della.  I 
que  haciendo  mas  claro  y  patente  la  comparación, 
tomaban  una  medida  de  maíz  de  la  cual  sacando 
un  puñado  decían:  Los  cristianos  han  ávido  esto, 
lo  demás  está  en  tales  partes  que  nosotros  mismos 
no  sabemos  dello.  Así  que  grandes  son  los  tesoros 
que  en  estas  partes  están  perdidos.  Y  lo  que  se  ha 
ávido,  si  los  españoles  no  lo  hubieran  ávido,  cier- 
tamente todo  ello  o  lo  mas  estuviera  ofrecido  al 
diablo  i  a  sus  templos  y  sepulturas  donde,  enterra- 
van  sus  difuntos;  porque  estos  indios  no  lo  quie- 
ren, ni  lo  buscan  para  otra  cosa,  pues  no  pagan 
sueldo  con  ello  a  la  gente  de  guerra,  ni  mercan 
ciudades  ni  reinos,  ni  quieren  mas  que  enjaezarse 
con  ello, 'siendo  vivos,  y  después  que  son  muertos 
llevárselo  consigo.  Aunque  me  parece  a  mí  que 
todas  estas  cosas  eramos  obligados  a  los  amones- 
tar que  viniesen  a  cmiocimiento  de  Nuestra  Santa 

LA  E.   DEL   o.  7 


—  50  — 

Fe  Católica,  sin  pretender  solamente  henchir  las 
bolsas,  etc.» 


XII. 


«Lo  que  Francisco  López  de  Gomara  escribe 
en  su  Historia  de  la  riqueza  de  aquellos  reyes  es 
lo  que  se  sigue,  sacado  a  la  letra  del  capítulo  121. 
Todo  el  servicio  de  su  casa,  mesa  y  cocina  era  de 
oro  y  de  Plata  y  quando  menos  de  plata,  y  cobre 
por  mas  recio.  Tenia  en  su  recámara  estatuas 
huecas  de  oro,  que  parecían  gigantes,  y  las  figuras 
al  propio  y  tamaño  de  quantos  animales,  aves,  ár- 
boles y  yervas  produce  la  tierra,  y  de  cuantos  pe- 
ces cria  la  mar  y  aguas  de  sus  reinos.  Tenia  asi- 
mismo sogas,  costales,  cestas  y  trages  de  Oro  i 
Plata,  rimeros  de  palos  de  oro,  que  pareciere  leña 
rajada  para  quemar.  En  fin  no  havia  cosa  en  su 
tierra  que  no  la  tuviese  de  oro  contrahecha  y  aun 
dicen  que  tenían  los  Incas  un  vergel  en  una  isla, 
cerca  de  Puna,  donde  se  iban  a  holgar  quando 
querían  Mar,  que  tenia  la  ortaliza,  los  árboles  y 
flores  de  oro  y  plata  invención  y  grandeza  hasta 
entonces  nunca  vista.  Allende  de  todo  esto  tenia 
infinitísima  cantidad  de  oro  y  plata  por  labrar  en 
el  Cuzco  que  se  perdió  por  la  muerte  de  Guascar, 
que  los  indios  lo  escondieron,  viendo  que  los  es- 
pañoles se  lo  tomavan  y  embiavan  a  España.  Mu- 
chos lo  han  buscado  después  acá  y  no  lo  hallan.» 


—  51  — 


XIII. 


«Hasta  aqui  es  de  Francisco  López  Gomara,  y 
el  vergel  que  dice  que  los  reyes  incas  tenian  cerca 
de  Puna,  lo  tenian  en  cada  casa  de  todas  las  rea- 
les que  avia  en  el  Reyno,  con  toda  la  demás  ri- 
queza que  dellas  escrive,  sino  que  como  los  es- 
pañoles no  vieron  otro  vergel  en  pié  sino  aquel, 
que  estava  por  donde  ellos  entraron  en  aquel  rei- 
no, no  pudieron  dar  relación  de  otro;  porque  luego 
que  ellos  entraron,  los  descompusieron  los  indios 
y  escondieron  la  ríqueza,  donde  nunca  mas  ha 
parecido,  como  lo  dice  el  mismo  autor,  y  todos 
los  otros  historiadores.  La  infinita  cantidad  de 
plata  y  oro  que  dice  que  tenian  por  labrar  en  el 
Cuzco,  allende  de  aquella  grandeza  y  Majestad  que 
ha  dicho  de  las  Casas  reales,  en  lo  que  sobra  va 
del  ornato  de  ellas,  que  qo  teniendo  en  que  lo 
ocupar,  lo  tenian  amontonado. 

2)No  se  hace  esto  duro  de  creer  a  los  que  des- 
pués acá  han  visto  traer  de  mi  tierra  tanto  oro,  y 
plata  como  se  ha  traido  (concluye  el  historiador 
indíjena  pero  avecindado  en  Cái'dova)  pues  solo 
en  el  año  de  1595,  en  espacio  de  ocho  meses,  en 
tres  partidas,  entraron  por  la  barra  de  San  Lúcar, 
treinta  y  cinco  millones  de  plata  y  oro.» 


—  52  — 


XIY. 


Es  mui  posible  que  en  lo  que  contaron  a  sus 
contemporáneos  el  viajero  Cieza  de  León  (que 
era  andaluz),  el  tesorero  Zarate,  Pedro  de  Xeres, 
secretario  de  Francisco  Pizarro,  i  otros  conquista- 
dores, conforme  a  la  tendencia  hacia  lo  portento- 
so que  en  aquel  tiempo  dominaba  especialmente 
en  Cádiz,  en  Sevilla  i  en  Córdoba,  puertos  i  ciu- 
dades de  entrada  i  pasaje  del  oro,  i  era  hasta 
cierto  punto  un  sistema  (como  aconteció  trescien- 
tos años  mas  tarde  en  California),  hubiese  alguna 
ponderación  del  lenguaje  o  de  la  credulidad.  Pero 
la  operación  metálica  i  de  banco  que  se  ha  llama- 
el  rescate  de  Atahualpa,  hecho  positivo  i  compro- 
bado por  cuentas  reales  i  archis^adas,  viene  a  dar 
razón  a  los  prodijios  mismos,  porque  de  las  listas 
del  reparto  que  se  han  conservado  i  que  esplica 
minuciosamente  el  concienzudo  Prescott,  resulta 
que  lo  que  juntó  el  Inca  en  el  famoso  aposento 
que  todavia  se  muestra  en  Caxamarca,  ascendió  a 
la  suma  fabulosa  de  1.326,539  pesos  de  oro,  i 
51,610  marcos  de  plata.  El  peso  de  oro,  equivalen- 
te al  actual  castellano  i  tomando  en  cuenta  el  valor 
del  metal  en  aquel  tiempo,  representaba,  según 
Prescott,  la  suma  de  quince  millones  i  medio  de 
pesos;  pero  si  la  comparación  de  los  valores  hubie- 
ra de  hacerse  con  los  del  presente  según  don  Diego 


-  53  - 

Clemencin,  resultaría  que  el  rescate  de  Atahual- 
pa  importó  mas  ele  sesenta  millones  de  pesos, 
sin  contar  con  el  valor  de  la  plata. — -Tan  solo  a 
Pizarro  le  cupo  del  botin  la  suma  de  57,222  pe- 
sos de  oro  i  2,350  marcos  de  plata  i,  como  simple 
galantería  de  los  suyos,  el  trono  del  Inca  de  que 
habla  Cieza  de  León  (quien  lo  viera  i  en  él  pro- 
bablemente se  sentara),  el  cual  era  compuesto  de 
una  tabla  de  oro  reluciente  que  valia  por  si  sola 
en  aquel  tiempo  mas  de  cien  mil  pesos  o  sea  25,000 
pesos  de  oro.  (1) 


(1)  «La  joia  qae  dice  que  don  Francisco  Pigarro  escogió,  fué 
de  aquel  gran  rescate,  que  Atahualpa  dio  por  sí,  y  Pizarro  como 
jeneral  podía,  según  Ley  Militar,  tomar  del  montón  la  Joia  que 
quisiese,  y  aunque  avia  otras  de  mas  precio,  como  Tinajas  y  Ti- 
najones, tomó  aquella  porque  era  singular  y  era  asiento  del  Rey 
(que  sobre  aquel  Tablón  le  ponían  la  silla)  como  pronosticando 
que  el  Rey  de  España  se  avia  de  sentar  en  ella. 

dDc  la  maroma  de  Oro  diremos  en  la  vida  de  Huayna  Capac, 
vltirao  de  los  Incas,  que  fué  vna  cosa  increíble.» — (Garcilaso. 
Comentarios  Reales  citados.) 

Respecto  de  esta  maroma  de  oro,  que  dio  por  ser  imitación 
de  una  soga,  según  vimos,  su  nombre  al  heredero  lejítimo  del 
imperio  peruano,  i  que,  a  ser  cierto  lo  que  de  ella  cuentan,  debió 
pesar  algo  mas  que  las  cadenas  de  toscu)  fierro  del  Huáscar  mo- 
derno, ya  hemos  copiado  lo  que  dice  el  historiador  indíjena,  i 
partidario,  como  cuzqueño,  del  inca  Huáscar  contra  el  quiteño 
Atahualpa,  a  quien  trataba  de  usurpador. — Piérola  contra  Gar- 
cía Caldei;p'^,  García  Calderón  contra  Piérola.... 

I  mui  probablemente  de  esta  estupenda  maroma  de  oro  viene 
la  leyenda  popular,  que  nosotros  oimos  muchas  veces  en  nuestra 


—  54  — 


XY. 


Los  soldados  de  a  caballo  recibieron  confor- 
me al  Acta  de  repartición  del  rescate,  docuraento 
que  aun  existe  en  los  archivos  de  la  Península, 
8  mil  pesos  de  oro  i  a  los  infantes  les  cupo  la  mi- 
tad, o  sea  4,440  pesos  de  oro,  sin  contar  la  plata 
que  de  suyo  se  hizo  vil,  como  en  el  saqueo  moderno 
del  palacio  de  los  emperadores  de  la  China,  a 
quienes  no  se  dio  tiempo  para  ofrecer  su  rescate, 
porque  lord  Elguin  i  el  conde  de  Palikao,  este 
Pizarro  i  este  Almagro  de  la  época  presente,  se^lo 
tomaron  todo  para  sí,  i  para  borrar  la  huella  del 
despojo,  incendiaron  sus  grandiosas  arcas. — «Los 
aposentos  inmediatos  a  la  sala  del  trono  del  pala- 
cio de  Yuen-min-yen,  residencia  de  verano  de  los 
emperadores  de  la  China,  situado  en  los  suburbios 
de  Pekín  i  que  los  aliados  ingleses  i  franceses  pu- 
sieron a  saco  e  incendiaron  en  octubre  de  1860, 
dice  el  mas  serio  de  los  historiadores  de  la  espe- 
dicion  a  la  China,  i  después  de  haber  descrito  el 
fabuloso  lujo  i  riqueza  de  esas  mismas  salas,  rebo- 


niñez,  según  la  cual  los  jesuítas  de  Chile  tenían  una  cadena  de 
oro  con  la  que  daban  una  vuelta  entera  a  la  plaza  cuando  hacían 
sus  procesiones,  cuya  cadena  echaron  a  un  pozo  de  la  Compañía 
en  la  noche  que  precedió  a  su  espulsion  i  no  ha  vuelto  a  saberse 
mas  de  ella 


—  55  — 


saba  de  objetos  de  oro  i  desplata  adornados  de  pie- 
dras preciosas,  de  armas  ricamente  adamasquina- 
das,  de  porta-copas  de  oro  i  plata  incrustados  de 
turquesas,  de  flores  i  de  frutas  formadas  de  per- 
las finas,  de  pequeños  palacios,  árboles  i  animales 
raros  festonados  por  las  sustancias  mas  precio- 
sas». (1) 

XYI. 

Mas  adelante,  agrega  el  mismo  sobrio  narrador,  i 
sin  pretender  en  lo  mas  mínimo  hacer  contrastes 
ni  acordarse  del  rescate  de  los  incas  en  vista  del 
de  los  emperadores,  i  después  de  atravesar  por  un 
puente  espléndido  de  mármol  echado  sobre  un  de- 
licioso lago  artificial,  se  penetraba  en  los  aposentos 
reservados  de  la  emperatriz  i  del  emperador;  i 
sobre  la  portentosa  riqueza  de  estos  aposentos  re- 
servados, se  espresa  como  sigue: — «Es  preciso  re- 
nunciar a  describir  lo  que  contenían  esos  depar- 
tamentos. Las  palabras  faltan  para  pintar  las  ri- 
quezas materiales  i  artísticas  que  esas  habitaciones 
encerraban.  Todo  lo  que  hasta  ese  momento  ha- 
bían encontrado  los  visitantes  del  palacio  de  ve- 
rano no  era  sino  una  pobre  muestra  (icn  miserable 
échantülon)  del  espectáculo  que  ahora  se  les  pre- 


(1)  Paul  de  Y hV,i^>~Expédition  de  Chine,  Paris  1862,  páj, 
234. 


—  56  — 

sentaba  a  la  vista.  Era  una  visión  de  las  Mil  i  una 
noches,  un  cuento  de  liadas  que  la  imajinacion  ha- 
bria  sido  impotente  para  forjar  i  comparar  con 
aquellas  realidades  que  todos  tocaban  con  la  ma- 
no  Sobre  los  altares  relucían  candelabros,  va- 
sos e  incensarios  de  oro  macizos,  i  en  uno  de  estos 
templos  se  encontró  una  espléndida  armadura  cuyo 
casco  estaba  coronado  por  una  perla  fina  del  mas 
puro  oriente  i  del  tamaño  de  un  huevo  de  palo- 
ma.»  (1) 

(1)  Varin. —  Obra  citada,  páj.  245. — En  cuanto  al  botin  en 
lingotes  de  oro  i  de  plata  de  Pekín,  aunque  inferior  al  de  Caxa- 
marca,  fué  tan  enorme  que  apesar  de  la  rapacidad  de  los  jefes, 
cupieron  a  cada  soldado  (sobre  cinco  o  seis  mil)  100  francos  por 
cabeza,  i  esto  sacado  de  unas  pocas  barras  de  oro  encontradas 
en  los  departamentos  de  la  emperatriz. — De  la  plata  dice  el 
historiador  francés  que  era  tan  abundante,  que  los  soldados, 
despreciándola,  daban  hasta  cien  pesos  fuertes  por  una  o  dos 
botellas  de  mal  coñac,  i  respecto  de  las  mas  ricas  sederías  bor- 
dadas de  plata  i  oro,  las  arrojaban  como  basura  a  lo  largo  del 
camino  solo  por  librarse  de  su  peso,  sin  embargo  de  llevar  mu- 
chos indíjenas  cargados  con  ellas  i  atados  por  su  larga  trenza  a 

un  botón  de  sus  casacas  para  que  no  se  les  escaparan Ardid 

espiritual  i  eminentemente  propio  de  francés! 
;.  Por  lo  demás,  estas  grandes  acumulaciones  de  riqueza  no  son 
raras  en  los  países  despóticos.  Sin  hacer  mención  de  los  incal- 
culables tesoros  de  Mahoma  en  la  Meca,  ni  de  los  del  sultán  en 
Constantinopla,  ni  la  del  último  i  pródigo  Khedive  de  Ejipto 
Martin  de  Monssy  dice  en  su  obra,  sobre  la  República  Arjentina, 
vol.  III  que  el  tesoro  encontrado  por  los  franceses  en  la  ciudad 
de  Arjel  cuando  la  tomaron  en  1830  ascendió  a  mas  de  53  mi- 
llones de  francos. 


—  67  — 


XXVII. 


Fué  esta  riquísima  joya  entre  muchas  otras  desti- 
nada al  emperador  i  a  la  emperatriz  de  los  fran- 
ceses, exactamente  como  Francisco  Pizarro  mandó 
a  Carlos  V.  con  su  hermano  Hernando  los  esplén- 
didos vasos,  jarrones,  figuras  de  animales  i  choclos 
de  oro  con  su  cabello  i  su  grano  todo  macizo  i  de- 
liciosamente imitado  que  vio  i  admiró  en  Santo 
Domingo  Oviedo  i  Yaldés,  cuando  el  emisario  pa- 
saba para  España. 

Pero  mas  feliz  el  emperador  en  cuyos  dominios 
no  se  ponia  el  sol  que  aquel  que  hoi  yace  en  pres- 
tada tumba,  vio  llegar  a  sus  pies  todos  los  tesoros 
de  Caxamarca,  mientras  que  el  último  i  su  impe- 
rial consorte,  que  hoi  vaga  solitaria  por  las  mon- 
tañas de  la  Suiza,  no  conocieron  la  famosa  perla 
de  la  emperatriz  de  la  China  sino  de  nombre  por 
cuanto  jamas  llegó  a  sus  manos.... 

XVIÍI. 

Ahora  bien,  en  vista  de  esto,  i  tomando  en  con- 
sideración la  inverosímil  profusión  de  oro  que 
existia  en  el  Perú  al  comenzar  la  conquista,  pro- 
fusión que  hace  afirmar  al  padre  García  que  el 
Perú  era  el  verdadero  Ofir  i  que  de  sus  playas  lle- 
vó Salomón  las  planchas  de  oro  con  que  tapizó  su 
templo,  envista  de  todo  esto,  preguntábamos,-¿hai 

LA   E.    DEL   O.  8    . 


—  58  — 

motivos  suficientes  para  tildar  de  exajeradas  las 
descripciones  de  los  prin\eros  cronistas  de  la  con- 
quista, testigos  de  vista  de  aquellos  prodijios,  co- 
mo el  narrador  francés  parece  haberlo  sido  de  los 
del  palacio  de  verano  de  Pekín? 

Nosotros  (lo  decimos  injenuamente)  no  lo  du- 
damos; i  como  habremos  de  justificarlo  con  cifras 
estadísticas  acumuladas  en  nuestros  archivos  res- 
pecto de  la  abundancia  positiva  del  oro  de  Chile, 
en  su  edad  del  oro,  abrigamos  al  contrario  la  per- 
suasión, de  que  esceptuando  las  formas  del  len- 
guaje todos  los  portentos  de  que  se  nos  hablan 
fueron  en  el  fondo  cosa  cierta.  Las  cuentas  de  la 
repartición  de  Caxamarca  están  allí;  los  presentes 
a  Carlos  Y.  todos  los  vieron  a  sus  pies;  i  mas  ade- 
lante i  por  capítulo  separado  presentaremos  noso- 
tros las  comprobaciones  inéditas  del  oro  de  Chile 
que  en  nada  desdicen  de  las  del  Perú  i  de  las  del 
Celeste  Imperio. 

Por  esto  mismo  damos  remate  al  presente  con 
esta  última  cita  del  Inca  peruano  que  bien  pudie- 
ra apropiársela  el  historiador  de  la  romántica  i  fa- 
bulosa campaña  de  la  China. 

«En  todas  las  casas  reales  tenían  hechos  jardi- 
nes y  huertos  donde  el  Inca  se  recreava.  Planta- 
ban en  ellos  todos  los  árboles  hermosos  y  vistosos, 
posturas  de  Flores  y  Plantas  olorosas  y  hermosas, 
que  en  el  Eeino  avia:  a  cuia  semejanga  contraha- 
cían de  Oro  y  Plata  muchos  Arboles,  y  otras  Ma- 


—  so- 
tas menores  al  natural,  con  sus  Hojas,  Flores  y 
Frutas:  vnas  que  empega  van  a  brotar,  otras  a  me- 
dio sazonar,  otras  en  todo  perficionadas  en  su  ta- 
maño. Entre  estas  y  otras  grandecas  hacían  Mai- 
gales,  contrahechos  al  natural  con  sus  hojas,  ma- 
gorca  y  caña,  con  sus  raices  y  flor:  y  los  cabellos, 
que  echa  la  majorca,  eran  de  Oro  y  todo  lo  demás 
de  Plata,  soldado  lo  vno  con  lo  otro,  y  la  misma 
diferencia  hacian  en  las  demás  Plantas,  que  la 
flor,  o  cualquiera  otra  cosa,  que  amarilleara,  la 
contrahacían  de  Oro  y  lo  demás  de  Plata. 

)) También  avia  Animales,  chicos  y  grandes, 
contrahechos  y  vaciados  de  Oro,  y  Plata:  como 
eran  Conejos,  Ratones,  Lagartijas,  Culebras,  Ma- 
riposas, Zorras,  Gatos  monteses,  que  domésticos 
no  los  tuvieron.  Avia  pájaros  de  toda  suertes, 
vnos  puestos  por  los  árboles  como  que  cantaban; 
otros,  como  que  estaban  bolando,  y  chupando  la 
miel  de  las  flores.  Avia  Penados  i  Gamos,  Leones 
y  Tigres,  y  todos  los  demás  animales  y  aves  que 
en  la  tierra  se  criavan,  cada  cosa  puesta  en  su  lu- 
gar, como  mejor  contrahiciese  a  lo  natural. 

))En  muchas  casas,  o  en  todos  tenían  baños  con 
Grandes  Tinajones  de  Oro  y  Plata,  en  que  se  la- 
bavan,  y  caños  de  Plata  y  Oro  por  los  cuales  ve- 
nia el  agua  a  los  Tinajones.»  (1) 

(1)   Comentarios  Reales,   lib.  8,°  páj.   172. — Esta  aficiona 
imitar  en  oro  i  plata  los  objetos   especialmente  los  animales,  ha 


—  60  — 


XIX. 


De  todas  suertes,  i  rebajando  cnanto  se  quiera 
por  pasión,  credulidad  o  afición  a  lo  estupendo 
propio  de  aquellas  edades  i  de  las  presentes,  sobre 
lo  que  no  puede  establecerse  la  mas  pequeña  du- 
da es  sobre  que  el  Perú  indíjena  era  el  mas  rico 
país  del  orbe  en  oro.  Ahora  en  cuanto  a  que  Chile 
fué  su  principal  tributario  en  tan  espléndida  for- 
tuna, habrá  de  cabernos  la  satisfacción  de  demos- 


quedado  todavía  viva  hasta  hoi  entre  los  indios  del  Cuzco,  de 
Quito  i  con  mas  primor  en  los  de  Guamangas  (hoi  Ayacucho) 
cuyos  plateros  fueron  eximios,  especialmente  en  las  labores 
de  filigrana,  rivales  en  esto  de  los  joyeros  de  Malta  i  de  Flo- 
rencia. Hasta  hace  pocos  anos  los  plateros  de  la  América  espa- 
ñola, incluso  los  de  Chile,  imitaban  todo  i  con  particularidad 
gallinas,  pavos,  gansos,  vacas,  caballos,  etc.  I  apropósito  de  esto 
se  cuenta  de  un  caballero  que  en  el  siglo  pasado  llevó  en  Lima 
a  un  fiscal  famoso  por  su  venalidad  un  venado  de  plata  maci- 
zo, i  habiéndole  rehusado  aquél,  observándole  que  tenia  dos  hi- 
jas i  no  acostumbraba  dar  a  la  una  lo  que  no  podia  dar  a  la  otra, 
enten-dió  en  el  acto  el  solicitante  la  fina  alusión,  salió  a  la  calle, 
entró  a  la  primera  platería  de  la  calle  de  Espaderos,  compró  un 
huanaco  del  mismo  peso  i  tamaño  del  venado,  i  volvió  al  estu- 
dio del  letrado,  con  lo  cual  las  hijas  del  fiscal  quedaron  iguala- 
das i  él  sacó  una  vista  a  su  paladar  i  deseo. 

De  todas  maneras,  el  talento  i  gusto  por  las  artes  manuales 
ha  sido  común  a  chinos  i  a  peruanos,  i  esta  es  mas  seria  analo- 
jía  de  razas  que  las  que  algunos  han  encontrado  afirmando  que 
Ancón  procede  de  Hong-Cong  i  Chancay  de  Shangay... 


—  61  — 

trarlo  con  nuevos  i  no  menos  peregrinos  i  com- 
probados antecedentes  i  noticias  mas  adelante.  (1) 

(2)  Respecto  de  las  al  parecer  inagotables  riquezas  del  Perú 
en  oro,  los  europeos  i  especialmente  los  ingleses  han  tenido  oca- 
sión de  ver  muestras  casi  tan  espléndidas  como  las  enviadas  a 
Carlos  V.  por  los  Pizarros,  en  algunas  de  las  ofrendas  o  despo- 
jos patrióticos  de  sus  paisanos  que  el  dictador  Piérola  ha  envia- 
do a  Londres  para  convertirlas  en  libras  esterlinas.  Los  diarios 
de  esa  ciudad  dan  cuenta  en  efecto  de  haberse  rematado  en 
agosto  último  en  su  Galería  Artística  de  Pall-Mall  por  los  se- 
ñores Foster,  antiguas  joyas  del  Perú  de  oro  i  plata  hasta  la  su- 
ma total  de  10,778  libras  esterlinas.  Entre  los  objetos  mas  dis- 
putados por  los  entusiastas  ingleses  que  se  imajinarian  talvez 
asistir  al  «rescate  de  Átahualpa,»  cuando  era  solo  al  derroche 
de  Piérola,  figuraban  un  mostrario  o  relicario  de  oro  con  peso 
de  378  onzas  por  el  que  pagaron  10  mil  pesos,  otro  del  peso  de 
185  onzas  vendido  en  940  libras  esterlinas  i  así  varios  otros 
restos  de  la  pasada  opulencia  incarial  i  di^atorial  de  aquel  des- 
dicliado  país.. — Posteriormente  se  ha  dicho  que  la  venta  total 
de  estos  objetos  ha  producido  en  Londres  mas  de  cien  mil  libras 
esterlinas,  o  sea  varios  millones  de  soles.  El  Perú  no  se  des- 
miente. 


CAPITULO  II 


EL  ORO  EN  CHILE  EN  TIEMPO  DE   DON   PEDRO   DE  VALDIVIA. 

I. — MARGA-MARGA.— II.  QUILACOYA.— III.  LA  IMPERIAL. 

— IV.  OSORNO.  -  V.  VILLARRICA. 
4 

El  Adelantado  don  Diego'de  Almagro  llega  hasta  el  territorio  de  Casablanca 
i  Melipilia. — Causas  verdaderas  de  su  regreso  al  Perú. — A  pesar  de  que- 
dar Chile  «mal  famado»  por  los  de  Almagro,  conserva  la  tradición  de  su 
gran  riqneza  aurífera,  i  esta  es  la  que  mueve  a  Valdivia  i  a  sus  compa- 
ñeros a  emprender  de  nuevo  el  descubrimiento. — Los  primeros  siete 
años  de  la  conquista  i  sus  miserias. — Ardides  de  oro  de  que  se  vale  Val- 
divia para  traer  socorros. — Las  estriberas  de  Monroi  i  el  sombrero  de 
oro  de  Concón. — Los  ochenta  mil  dorados  de  Camacho. — Descubrimiento 
de  las  minas  de  oro  de  Marga-Marga  i  su  prodijiosa  riqneza. — La  de- 
mora.--Cómo  el  oro  comenzó  a  promover  la  emigración  espontánea  a 
Chile. — Los  primeros  emigrantes  del  oro  en  Marga-Marga,  según  el 
contemporáneo  Marino  de  Lovera. — Cálcalo  de  lo  que  produjeron  las 
minas  de  Marga-Marga  basado  en  el  incierto  quinto  del  rei.— ha,  lejisla- 
cion  del  oro  colonial. — Primeros  acuerdos  del  cabildo  de  Santiago,  en 
ausencia  de  Valdivia,  sobre  las  cuadrillas,  estacas,  denuncios,  juegos, 
etc.,  en  las  minas  de  Marga-Marga  — Cómo  las  multas  de  Marga-Marga 
comenzaron  a  servir  a  la  ciudad  de  Santiago  para  su  hijiene,  su  Cate- 
dral, sus  calles,  etc., — Curiosa  carta  de  los  mineros  de  Marga-Mar- 
ga pidiendo  una  guarnición  militar  para  defenderse  contra  los  indios. — 
Acuerdo  del  cabildo  concediéndola  i  manda  bien  pagado  al  verdugo  Or- 
tun  Xerez  i  tres  compañeros  de  a  caballo. — Regresa  del  Perú  Valdivia, 
i  notando  el  incremento  de  las  minas,  nombra  alcalde  de  ellas  en  enero 
de  1550. — Los  ediles  de  Santiago  acuerdan  turnarse  para  hacer  la  justi- 
cia en  las  minas. — El  primer  abogado  en  las  minas  de  oro. — Aspecto 


—  63  - 


actual  de  los  lavaderos  del  Rio  de  las  minas  i  su  imponente  estension. 
— Visitas  del  autor  en  1851  i  en  1877. — Una  faena  de  oro  en  el  Rio  de 
las  minas,  en  el  último  año  nombrado. — Abundancia  de  oro  en  polvo  en 
Santiago  a  mediados  del  siglo  XVII. — Se  prohibe  su  uso  como  moneda 
en  esa  forma  con  severas  penas,  pero  en  vano. — El  oro  en  polvo  es  el 
tipo  de  la  fortuna  i  de  la  moneda  en  Chile  hasta  el  obispo  Cienfuegos 
que  en  esa  forma  lo  llevó  a  Roma. — Descubrimiento  de  las  minas  de 
Quilacoya  en  octubre  de  155-3  i  su  prodijiosa  riqueza. — Dos  quintales  de 
oro  diarios,  según  alguien  que  los  vio. — Descubrimiento  de  placeres  en 
la  Imperial,  i  cómo  ayudan  sus  productos  a  erijir  su  Catedral  i  su  mitra. 
— Las  minas  de  oro  de  Villa  Rica  i  la  calidad  de  su  metal. — Aspecto 
que  las  ruinas  de  esta  romántica  ciuda»d  ofrecían  en  1640  i  en  1858. — 
Los  esploradores  Lee-Smith  i  Colé. — Riqueza  aurífera  de  Osorno  antes 
del  descubrimiento  de  Ponzuelos. — Minas  de  oro  olvidadas  i  la  cofradía 
de  Puigato. — Estraordinaria  opulencia  per.sonal  de  Valdivia  i  sospechas 
de  que  quiso  coronarse  en  Chile,  declarándose  independiente. — La  inde- 
pendencia del  oro  antes  de  la  independencia  de  la  libertad. — Visita 
Valdivia  sus  minas  de  Quílacoya  enl  a  víspera  de  su  muerte,  i  su  profé- 
tico  desabrimiento  en  presencia  de  las  ofrendas  del  oro. — El  sací'ificio 
de  este  grande  hombre  perturba  la  riqueza  aurífera  de  Chile  para  rena- 
cer con  mayor  aliento. 

«Lo  que  puedo  decir  con  verdad  de  la 
bondad  de  esta  tiera  es  que  cuantos  vasa- 
llos de  V.  M.  están  en  ella  y  han  visto  la 
Nueva  España  dicen  ser  mucho  mas  can- 
tidad de  gente  que  la  de  alia;  es  toda  un 
pueblo  e  una  simentera  y  una  mina  de  oro.» 

(Carta  de  Pedro  Valdivia  á  Cái'los  V. — 
Concepción,  setiembre  25  de  1551.) 

«Las  primeras  minas  que  labraron  los 
Españoles  fueron  las  de  Marga-Marga,  mas 
cerca  de  Quillota  que  de  Santiago.  I  de 
solo  aquella  mina  rendían  a  los  quintos 
Reales  cada  año  treinta  mil  pesos,  ensa- 
yados de  oro  de  ley.  Fué  tanto  el  oro  que 
daba  aquella  mina,  que  se  pesaba  con  ro- 
mana.»~(Rosales,  Historia  de  Chile,  pái. 
210) 


I. 


Dimos  cuenta  en  el  capítulo  precedente  de  có- 
mo los  placeres  de  oro  contribuían  con  notoria 
abundancia  al  tesoro  del  Inca  peruano  por  via  de 
anual  tributo  i  de  cómo  adueñándose  don  Dieojo 


—  64  — 

de  Almagro  de  una  de  estas  remesas  periódicas, 
o  según  dicen  algunos,  de  una  colecta  extraordi- 
naria destinada  al  «rescate  del  Inca)),  creyóse  aquél 
el  conquistador  mas  favorecido  del  Nuevo  Mundo 
i  rompió  todas  las  escrituras  de  empeño  que  al 
partir  del  Cuzco  le  habían  firmado  sus  lugar  te- 
nientes i  sus  soldados  i  pecheros. 

Pero  fuera  que  los  indios  se  dieran  maña  para 
ocultar  sus  mejores  minas,  fuera  impaciencia  de 
la  jente,  flaqueza  de  ánimo  del  anciano  esplo- 
rador,  o  lo  que  es  mas  probable,  resultado  de  su 
recelosa  enemiga  con  los  Pizarros,  a  quienes  ha- 
bla dejado  dueños  absolutos  del  campo  i  el  poder 
a  su  espalda,  el  resultado  fué  que  él  personalmen- 
te no  llegó  sino  hasta  las  vecindades  que  forman 
el  promedio  entre  Casablanca  i  Melipilla  («la  tierra 
de  los  FiconesD  dice  el  Adelantado  en  sas  cartas 
al  rei,  i  es  por  donde  está  todavía  la  hacienda  de 
Pico,  a  dos  o  tres  leguas  de  la  última  ciudad), 
donde  hizo  lavar  un  poco  de  oro,  i  calculando  por 
lo  fríjido  de  la  temperatura  i  lo  rudo  de  sus  pobla- 
dores «que  en  toda  aquella  tierra  no  hallarían  una 
punta  de  oro»,  (1)  dio  la  vuelta  al  Cuzco  para  mo- 
rir en  el  garrote  vil  a  manos  de  sus  avarientos  i 
crueles  espoliadores. 

(1)  Oviedo,  vol.  IV.  páj.  272. 


—  65  — 


II. 


No  dio  tan  punzante  espina  la  noticia  de  aque- 
lla tierra  «mal  famada»  (así  por  ufania  la  llama  él 
mismo)  a  su  sucesor  en  el  descubrimiento  don 
Pedro  de  Valdivia,  el  animoso,  porque  desdeñan- 
do las  riquísimas  minas  de  plata  de  Parca  que  le 
tocaron  en  encomienda,  marchó  el  último  cuatro 
años  mas  tarde  a  Chile;  i  en  doce  de  proezas  i  de 
aventuras  lo  conquistó  entero,  al  tranco  del  caba- 
llo i  al  bote  de  la  lanza,  hasta  el  rio  i  pueblo  que 
llevan  todavía  su  glorioso  nombre. 


III. 


En  los  primeros  siete  años  de  la  conquista  (los 
años  de  Faraón)  fué  todo  penalidades,  hambres, 
lluvias  i  miserias  para  los  pobladores,  incluso  el 
invierno  de  1543  que  el  jefe  déla  hueste  compara 
con  el  diluvio;  i  aun  para  atraer  alguna  junta  de 
socorro  necesitó  Valdivia  ocurrir  a  una  estrataje- 
ma  cuyo  aliciente  como  de  costumbre  fué  el  oro. 
«Determiné,  dice  en  carta  escrita  a  Carlos  V.  des- 
de la  Serena  el  4  de  Setiembre  de  1545,  cuatro 
años  después  de  la  fundación  de  Santiago,  de- 
terminé para  mover  los  ánimos  de  los  soldados 
llevando  muestra  de  la  tierra,  enviar  hasta  siete 
mil  pesos,  que  en  tanto  que  e&tuve  en  el  valle  de 

LA   E.    DÉLO.  9 


^~  66  — 

Canconcagua  entendiendp  en  el  bergantín  los  ha- 
bían sacado  los  anaconas,  y  talvez  anaconcillas  do 
los  cristianos,  que  eran  allí  las  minas,  y  me  los 
dieron  todos  para  el  común  bien,  y  porque  no  lle- 
vasen carga  los  caballos  hice  seis  pares  de  estribe- 
ras  para  ellos.  Y  guarniciones  para  las  espadas 
y  un  par  de  vasos  en  que  hehiesen.y>  (1) 


VI- 


Venian  los  primeros  pobladores  de  Chile  engan- 
chados por  sus  capitanes  exactamente  como  las 
«peonadas»  que  algunos  hacendados  i  buscadores 
de  oro  de  Cliile  llevaron  cuando  en  1849  vinieron 
en  alas  de  la  codicia  las  primeras  noticias  i  alboroto 
de  California,  en  tantas  cosas  semejante  a  los  pri- 
meros ensayos  de'  colonización  en  las  Indias;  i  por 
esto,  hablando  de  sus  dificultades  i  escaseces,  el 
gobernador  agregaba  en  la  misma  carta  que  aca- 
bamos de  citar,  estas  palabras. — «Y  estando  al 
presente  en  esta  tierra  doscientos  hombres,  que 
me  cuesta  cada   uno  mas  de  mil  pesos  puesto  en 


(1)  Por  este  mismo  tiempo  ocurrió  la  matanza  de  los  españo- 
les que  construian  un  barco  en  la  caleta  de  Concón,  a  conse- 
cuencia de  haber  descuidado  sus  armas  al  mostrarles  los  indios 
del  valle  un  sombrero  lle?io  de  oro.  De  aquella  matanza  escapó 
solo  un  negro,  i  el  mayordomo  del  gobernador,  Gonzalo  de  los 
Ríos,  abuelo  de  la  famosa  i  abominable  Quintrala,  doña  Cata- 
lina de  los  Ríos,  la  Lucrecia  Borjia  de  Chile. 


—  67  — 

ella;  porque  a  otras  tierras  nue  ras  van  por  la  bue- 
na fama  a  ella  los  hombres,  y  desta  huyen  todos 
jpOT  la  mala  en  que  la  hahian  dejado  los  que  no 
quisieron  hacer  en  ella  como  tales;  y  así  me  ha 
convencido  hasta  el  dia  de  hoi  para  la  sustentar, 
comprar  los  que  tengo  a  peso  de  oro.» 

V. 

I  sin  embargo  la  constancia  invencible  de  aquel 
grande  hombre,  que  araba  el  suelo  con  su  propio 
caballo  de  batalla  i  andaba  vestido  con  pellejos 
como  su  último  soldado,  recompensóle  en  breve 
de  sus  imponderables  afanes,  porque  se  descubrie- 
ron las  minas  de  Marga-Marga,  en  la  vecindad  de 
Valparaíso,  i  de  sus  primeras  bateas  sacó  el  go- 
bernador, o  mas  bien  sus  subditos  a  quien  las  pi- 
dió en  préstamo  forzoso,  los  primeros  «ochenta  mil 
peces  dorados»  del  gracejo  Camacho,  que  fueron 
ochenta  mil  pesos  de  oro  (algo  como  dos  millones 
de  hoi),  con  los  cuales  fué  el  gobernador  al  Perú 
en  1547  a  darse  aire  de  opulentísimo  señor  i  traer 
con  su  munificencia  refuerzos.  (1) 


(1)  De  este  despojo  tan  parecido  a  robo  de  Valdivia  i  que  mag 
tarde  le  recordó  en  un  sermón  de  burlas  un  gracejo  llamado  Ca- 
macho en  las  bodas  de  la  sobrina  del  gobernador  celebradas  en 
Concepción,  hablan  casi  todos  los  historiadores  primitivos,  espe- 
cialmente Marino  de  Lovera  que  fué  testigo  de  vista  o  poco  me- 
nos. Marino  de  Lovera  era  hombre  verídico,  natural  de  Ponteve- 
dra, la  patria  de  Méndez  Nuüez. 


—  68  ~ 


vf. 


Las  minas,  o  mas  propiamente  los  lavaderos  de 
Marga-Marga  (Malga-Malga,  dice  el  venerable 
Lihro-hecerro  del  Cabildo  de  Santiago)  fueron  en 
su  principio  riquísimas  i  de  sus  estupendos  traba- 
jos liállanse  visibles  las  huellas  en  todas  partes  en 
aquel  hoi  solitario  i  yermo  valle.  Aunque  se  tra- 
bajaba solo  durante  el  otoño  (después  de  la  cose- 
cha) i  en  el  invierno,  que  era  lo  que  se  llamaba 
la  demora,  (1)  sacaban  con  unas  pocas  cuadrillas 
de  infelices  indios  hasta  mil  pesos  de  oro  al  dia.  I 
no  debian  ser  tan  numerosos  los  indíjenas  por  cuan- 
to, aun  en  tiempo  de  rebelión,  bastaban  cuatro 
hombres  a  caballo  i  pagados  por  el  rei  para  man- 
tenerlos a  raya,  mientras  que  hasta  el  último  ga- 
ñan se  enriquecía.  «Era  la  grosedad  de  estos 
minerales  tan  abundante,  dice  un  soldado  que  an- 
duvo con  Valdivia  i  estuvo  destinado  a  morir  con 
él  (Marino  de  Lovera)  que  venian  hombres  con 
mujeres  e  hijos  tan  pobres  que  para  los  fletes  no 
tenían,  y  se  remediaban  luego  con  la  grosedad  de 
la  tierra.» 


(1)  La  demora  duraba  en  todos  las  ladias  ocho  meses  i  varia- 
ba probablemente  en  cada  país  según  el  clima.  En  Chile  dobia 
comenzar  a  fines  de  enero,  cuando  ya  estaban  guardadas  las  co- 
sechas en  las  trojes,  i  terminaba  por  fines  de  setiembre  cuando 


69  — 


VII. 


Resulta  claramente  de  este  pasaje  de  un  con- 
temporáneo, que  la  primera  inmigración  espontá- 
nea i  no  enganchada  por  dádivas  o  levas  que 
penetró  en  el  «mal  famado  Chile»  fué  encaminada 
por  su  riqueza  aurífera  o  mas  propiamente  por  las 
minas  de  Marga-Marga:  i  de  estos  mismos  place- 
res hace  referencia  el  padre  Rosales  en  su  libro 
que  escribió  un  siglo  cabal  mas  tarde  cuando  dice: 
(íDe  las  minas  de  Quillota  y  Limache  sacaban  mil 
pesos  de  oro  cada  dia.  En  las  minas  de  Culacoya, 
distante  de  la  Concepción  seis  leguas,  se  sacó  gran 
suma  de  oro  y  hasta  oy  se  saca.  Y  se  halló  allí  un 
grano  que  pesó  cuatrocientos  pesos,  y  en  otras 
muchas  de  a  ciento.  De  la  encc>mienda  que  tenia 
el  governador  D.  Pedro  de  Valdivia  en  los  valles 
de  Tucapel  y  Arauco,  travajaban  en  la  labor  de  las 
minas  de  aquellos  paises  cada  semana  noventa  y 
seis  marcos  de  oro,  como  refiere  Arcila.p   (1) 


comenzaba  el  sembradío  de  chácaras,  que  era  en  lo  que  enten- 
dían los  indios. 

(1)  Ercilla.Como  se  sabe,  el  marco  de  oro  pesa  media  libra  i 
equivalia'a  50  pesos  de  oro,  o  sea  150  pesos  de  plata,  de  aquel 
tiempo,  equivalentes  a  quinientos  o  mil  del  presente.  Sobre  el  va- 
lor mercantil  del  primer  oro  de  Chile,  hé  aquí  lo  que  dice  el  pa- 
dre Rosales  en  el  Lib.  V.  de  su  Historia  citada,  «El  marco  de  oro 
es  de  ocho  onzas,  que  montan  cincuenta  pesos  de  oro,  cada  peso 


—  70  — 


VDI. 


Es  a  la  verdad  tan  interesante  bajo  el  punto  de 
vista  no  solo  de  los  oríjenes  de  la  primitiva  in- 
dustria minera  en  Chile  sino  con  relación  a  nuestra 
lejislacion,  vijente  todavía  en  su  espíritu,  que  no 
podemos  menos  de  echarnos  a  pesquisar  en  los  vo- 
luminosos acuerdos  de  los  primeros  cabildos  de  la 
capital  todo  lo  que  en  ellos  fué  materia  de  acuerdo 
con  referencia  al  primer  asiento  regular  de  minas 
de  oro,  únicas  riquezas  propiamente  tales  que  hu- 
bo en  Chile  durante  dos  siglos,  sometidas  a  cier- 
tas reglas  de  esplotacion  mas  o  menos  bien  esta- 
blecidas. 

I  desde  luego  tropezamos  con  una  serie  de  re- 
soluciones tomadas  cuando  Valdivia  aun  no  re- 
gresaba del  Perú,  en  su  viaje  vengador  contra 
los  Pizarro,  medidas  reglamentarias  cuya  aplica- 
ción en  el  terreno,  limitando  los  privilejios  de 
los  esploradores  en  el  empleo  de  sus  cuadrillas, 
en  el  reparto  de  las  estacas,  en  la  obligación  de 
llevar  el  trabajo  bástala  circa  ((i  la  peña»)  i  hasta 
en  la  prohibición  del  juego,  enfermedad  incura- 
ble de  todo  asiento   minero,  no  seria  infructuoso 

ocho  tomines,  cada  tomín  doze  granos,  y  cada  cuatro  granos  de 
oro  puro  es  un  quilate.  Assi  se  practica  en  el  Perú,  como  lo  dicen 
Miguel  Jerónimo  de  Santa  Cruz  y  Juan  de  Arze  en  su  quilata- 
dor. El  peso  de  oro  valia  eu  Chile  siendo  de  })erfecta  ley  450 
maravedís  castellanos.» 


71  — 


retener  en  la  memoria  para  lejislar  en  los  presen- 
tes tiempos  sobre  el  oro  venidero. 


IX. 


He  aquí  en  efecto  estos  curiosísimos  acuerdos 
de  los  primeros  ediles  de  Santiago  que  correspon- 
den al  10  de  diciembre  de  1540  i  dicen  testual- 
mente  como  sigue: 

«En  la  ciudad  de  Santiago  del  Nuevo  Extremo 
de  estas  provincias  de  la  Nueva  Estremadura,  lu- 
nes diez  dias  del  mes  de  diciembre  de  mil  e  qui- 
nientos e  cuarenta  e  ocho  años,  se  juntaron  a  ca- 
bildo e  ayuntamiento  en  las  casas  de  S.  M.  los 
magníficos  señores  Salvador  de  Montoya  e  Rodri- 
go de  Quiroga,  alcaldes  ordinarios,  y  Juan  Fer- 
nandez Alderete,  y  Rodrigo  de  A  raya,  y  Juan  Go- 
dinez  Alderete,  y  Juan  Bautista  de  Pastene,  regi- 
dores, e  Juan  Gómez  alguacil  mayor  e  así  juntos 
por  ante  mí  Luis  de  Cartagena,  escribano  de  este 
su  cabildo,  acordaron  y  ordenaron  lo  siguiente, 
sobre  lo  tocante  a  las  minas  de  donde  se  saca  oro. 

» Primeramente,  que  se  eche  a  las  minas  a  sa- 
car oro  desde  15  de  enero  primero  venidero  del 
año  de  1549  años;  porque  salgan  las  cuadrillas  a 
tiempo  que  tenga  lugar  de  sembrar  al  fin  de  la 
demora. 

))Item  ordenaron  y  mandaron:  que  de  hoi  en 
adelante,  que  cualquier  persona  que  hobiese  sido 


—  72  — 

minero  y  traído  cuadrilla,  a  su  cargo  de  cualquier 
persona,  que  dentro  de  tres  años  no  pueda  traer 
cuadrilla  suya  propia  en  ninguna  mina  de  oro, 
aunque  tenga  jente  para  ello;  so  pena  de  perdido 
todo  el  oro  que  sacare,  aplicado  en  tres  tercias 
partes:  la  una  para  la  cámara  del  rey,  y  la  otra  pa- 
ra la  persona  que  lo  denunciare,  y  la  otra  para  las 
obras  públicas  de  esta  ciudad  de  Santiago;  y  que 
tenga  perdidos  el  tal  minero  las  piezas  con  que  lo 
sacare. 

j)Otrosi  ordenaron  i  mandaron  los  dichos  seño- 
res: que  cualquier  señor  de  cuadrilla  que  tuviere 
y  trajere  mas  de  una  cuadrilla  en  tales  minas  de 
oro  y  de  un  minero,  y  descubriere  minas  que  no 
puedan  estacarse  ambos  a  dos  a  una  estaca,  sino 
que  se  le  dé  salteada  y  que  el  alcalde  de  minas  dé 
allí  mina  al  primero  qae  la  pidiere. 

3)Otrosi,  que  si  algún  esclavo  o  anacona  que 
trajere  cuadrilla  de  su  amo  sacando  oro,  que  si 
las  catas  que  diere  y  no  llegare  a  la  peña,  que  pa- 
gue de  pena  y  se  lleven  dos  pesos  de  buen  oro  por 
cada  cada  cata  que  diere  y  no  llegare  a  la  dicha 
peña, 

j)Otrosi  mandaron:  Que  ningún  minero  ni  otra 
persona  sea  osado  de  jugar  ni  jueguen  en  las  di- 
chas minas  y  termino  de  ellas  a  naipes,  ni  a  da- 
dos, ni  bolas,  ni  a  otros  juegos;  so  pena  de  cien 
pesos  de  buen  oro  de  lei  perfecta,  aplicados  en 
cuatro  partes:  la  una  para  la  cámara  de  S.  M.  y 


^  73  - 

la  otra  para  la  persona  que  lo  denunciare,  y  la 
otra  para  las  obras  públicas  de  esta  dicha  ciudad, 
y  la  otra  para  el  alcalde  de  minas  que  lo  ejecuta- 
re; y  que  si  el  diclio  alcalde  lo  disimulare  y  no  lo 
ejecutare,  que  se  ejecute  en  él  y  se  le  lleve  la  misma 
pena  en  que  desde  ahora  le  dan  p07^  condenado,  lo 
cont7'ario  haciendo. 

))Otrosi,  que  ningún  negro,  ni  esclavo,  ni  ana- 
conas  no  jueguen  en  las  dichas  minas,  sopeña  por 
la  primera  vez  de  cien  azotes,  y  por  la  segunda 
doscientos  i  que  esté  todo  un  dia  atado  a  la  picota 
que  está  en  las  dichas  minas.  I  de  como  lo  acor- 
daron y  mandaron,  lo  firmaron  aqui  de  sus  nom- 
bres. I  mandaron  se  pregone  todo  lo  susodicho 
publicamente,  para  que  venga  a  noticia  de  todos. 

))Otrosi  ordenamos  y  mandamos:  que  ningún 
minero  ni  otra  persona  alguna  mande  trabajar,  ni 
trabajen  los  indios  ni  anaconas  que  sacan  oro,  los 
domingos  y  fiestas  que  se  guardan  en  ellos  en  cosa 
alguna  que  sea  de  trabajo;  sopeña  de  20  $  de 
oro,  en  los  cuales  les  damos  por  condenados  a  la 
persona  que  los  mandare  trabajar,  aplicados  en 
tres  partes:  la  una  para  la  iglesia  mayor  de  esta 
ciudad  de  Santiago,  y  la  otra  para  la  persona  que 
la  denunciare,  .y  la  otra  tercia  para  las  obras  pú- 
blicas de  esta  dicha  ciudad.  I  el  alcalde  de  minas 
que  luego  lo  ejecute  e  reciba  los  dichos  veinte  pe- 
sos i  los  reparta  en  los  que  se  aplican;  so  pena 
que  si  lo  desimulare,  sea  ejecutado  en  la  dicha 

LA  E.   DEL  O.  10 


—  74  — 


pena,  én  la  cual  le  damce  por  condenado  lo  cod- 
trario  haciendo.» 


X. 


I  fué  de  esa  manera  (obsérvese  ello  bien),  con 
las  multas,  es  decir,  con  la  cosa  mas  aborrecida  por 
el  santiaguino,  i  otro  sí  con  multas  de  oro,  como 
comenzó  la  ciudad  a  tener  calles  i  acequias,  ace- 
ras i  empedrados,  templos  e  hijiene;  siendo  asun- 
to digno  de  nota,  en  aquellos  ascéticos  tiempos 
que  la  multa  por  quebrantar  la  santidad  i  el  ocio 
del  domingo  era  en  realidad  leve,  cuando  la  del 
juego  no  podia  ser  ni  mas  severa  ni  mas  humi- 
llante.— Cien  pesos  de  oro  componían  entonces 
una  pequeña  fortuna  i  cien  azotes  serán  siempre 
un  castigo  mui  poco  apetecido  aun  por  los  que 
nacen  envilecidos  i  esclavos. 


XI. 


No  es  menos  interesante  respecto  de  la  guarda 
i  de  los  lavaderos  de  Marga-Marga  la  siguiente 
resolución  que  en  un  caso  de  apuro,  por  amenaza 
de  un  levantamiento  jeneral  de  las  indiadas,  tomó 
dos  meses  mas  tarde  el  ayuntamiento  de  Santiago, 
cuando  iba  a  comenzar  la  demora,  es  decir,  la  épo- 
ca de  sudor  i  de  azote  de  los  lavaderos. — El  acuer- 
do dice  testualmente  como  sigue: 


—  75  — 

«En  la  ciudad  de  Santiago  del  nuevo  Extremo 
de  estas  provincias  de  la  Nueva  Estremadura, 
miércoles  13  días  del  mes  de  febrero,  año  de  mil 
e  quinientos  e  cuarenta  y  nueve  años,  se  juntaron 
a  cabildo  e  ayuntamiento  los  magnificos  señores 
capitán  Francisco  de  Aguirre  y  Juan  Fernandez 
Alderete,  alcaldes  ordinarios,  y  Salvador  de  Mon- 
toya  y  Rodrigo  de  Quiroga,  y  Gaspar  de  Vergara 
y  Francisco  de  Riberos,  rejidores,  y  Juan  Gómez 
alguacil  mayor,  y  así  juntos  por  ante  mí  Luis  de 
Cartagena,  escribano  de  este  su  ayuntamiento, 
acordaron  y  proveyeron  lo  siguiente: 

))Dió  en  este  cabildo  Gaspar  de  Yergara  reci- 
bida una  carta  misiva  que  traia  del  asiento  de  las 
minas  de  donde  (se)  saca  oro;  la  cual  venia  diri- 
jida  para  los  dichos  señores  justicia  y  rejidores, 
del  tenor  siguiente: 

«Muí  magnificos  señores:  Pedro  Gómez  de  las 
Montoyas,  en  nombre  de  todos  los  mineros  que 
están  encestas  minas  de  Malga-Malga,  digo:  por 
cuanto  la  tierra  está  rebelada,  y  han  muerto  todos 
los  españoles  de  Coquimbo  y  los  de  Copiapó,  se- 
gún los  indios  dicen,  lo  cual  todas  vuestras  mer- 
cedes mejor  saben;  suplico  a  vuestras  mercedes  en 
nombre  de  todos  los  mineros,  pidan  y  requieran  a 
los  oficiales  de  S.  M.  que  para  que  se  puedan  sus- 
tentar estas  minas  y  estén  seguras  y  no  den  los 
indios  en  todos  los  que  estamos  aquí,  manden  pro- 
veer de  alguna  gente  de  a  caballo  a  costa  de  la  ha- 


—  76  — 

cienda  de  S.  M.  y  de  sus  quintos  reales  como  en 
otras  partes  donde  hay  m'eas  se  suele  hacer,  por- 
que si  no  se  envia  jente  que  sustente  las  minas  y 
nos  guarden,  yo  y  todos  los  dichos  mineros  esta- 
mos determinados  de  desamparar  las  minas,  y  ca- 
da señor  de  cuadrilla  venga  a  poner  cobro  en  ella 
dentro  de  ocho  dias  si  no  lo  proveyeren.  I  de  esta 
manera  los  quintos  reales  de  S.  M.,  por  no  gastar 
lo  que  pueden  dar  a  seis  hombres  a  caballo  que 
nos  guarden  y  sustenten  las  minas,  perderá  S.  M. 
cantidad  de  veinticinco  o  treinta  mil  pesos  de  oro 
de  quintos.  I  porque  me  pareció  a  mi  y  a  todos 
los  dichos  mineros,  conviene  al  servicio  de  Dios  y 
de  S.  M.,  y  aumento  de  sus  quintos  reales,  y  pro  y 
seguridad  de  la  tierra,  lo  pido  y  suplico  por  mi  y 
en  nombre  de  todos  los  dichos  mineros  (que)  lo 
piden  y  requieren,  como  arriba  digo,  a  los  dichos 
oficiales  de  S.  M.  que  lo  hagan  como  arriba  su- 
plico. 

)) Besan  las  magnificas  manos  de  vuestras  mer- 
cedes.--Pec?ro  Gómez.-— Juan  Gutiérrez. — Fran- 
cisco de  Loarte. — Pedro  Dominguez. — Francisco 
Gómez. — Sebastian  Vázquez. — Alonso  Pérez  Jura- 
do.—Francisco  Gómez.— Francisco  Moreno. — Fran- 
cisco Rubio.— Juan  de  Chavez. — Amador  de  Silva. 
—  Francisco  Gallego. » 

))E  leida  la  dicha  carta  los  dichos  señores  jun- 
tamente con  los  señores  oficiales  de  S.  M.,  visto  y 
acordado  que  así  conviene  se  provea  de  alguna 


—  77  — 

jente  de  a  caballo  que  esté  y  resida  en  el  dicho 
asiento  de  minas,  para  la  buena  guardia  i  susten- 
tación de  los  españoles  que  allí  están  sacando  oro; 
se  proveyó  4  de  a  caballo  y  que  estos  sean  paga- 
dos de  la  real  hacienda  de  S.  M.,  y  que  se  les  dé 
de  salario  50  pesos  de  oro  cada  mes  a  cada  uno  de 
ellos,  atento  a  que  al  presente  vale  mui  caro  el 
herraje,  y  todo  lo  demás  para  sustentar  sus  armas 
y  sus  caballos  y  sus  personas.  Lo  cual  se  les  ha  de 
pagar,  como  es  dicho,  de  la  caja  .del  rey  a  cada 
persona  de  los  dichos  cuatro  de  a  caballo,  50  pe- 
sos de  buen  oro  y  lei  perfecta,  cada  mes,  para  que 
estos  tengan  cuidado  de  velar  cuando  fuere  me- 
nester a  los  cuartos  del  alba  y  andar  paseándose 
con  sus  armas  y  caballo  al  tiempo  que  cada  noche 
vienen  las  cuadrillas  a  dar  el  oro  que  han  sacado^ 
a  los  mismos;  y  que  se  les  escriba  que  todos  juntos 
los  dichos  mineros  y  las  demás  personas  que  resi- 
den en  las  dichas  minas,  duerman  todos  en  las 
dos  calles  principales  que  están  en  las  dicha's  mi- 
nas y  que  todos  estén  con  sus  armas  apercibidas; 
pues  conviene  así  para  la  sustentación  y  buena 
guardia  de  las  dichas  minas.  I  como  lo  acordaron 
y  proveyeron  y  lo  firmaron  aquí  de  sus  nombres. 
— Francisco  de  Aguirre, — Jua7i  Fernandez  Alde- 
rete. — Salvador  de  Montoya. — Gasp)ar  de  Ver  gara. 
— Ante  mí,  Luis  de  Cartajena.f)   (1) 

(1)  Los  guarda  de  a  caballo  que  eran  solo  cuatro,  i  entre  es- 


78  — 


xii. 


Un  año  habia  pasado.  Era  el  mes  de  enero  de 
1550,  i  el  dadivoso  Pedro  de  Valdivia,  que  en  es- 
to igualó  a  Almagro,  habia  vuelto  mas  gallardo  i 
poderoso  que  antes  de  su  segunda  campaña  del 
Perú  en  la  que  vengara  a  aquél  i  «a  los  de  Chile» 


tos  el  que  hacia  el  oficio  de  verdugo  i  se  llamaba  Ortum  Xerez 
cumplieron  al  parecer  su  contrato  i  el  cabildo  su  compromi- 
so, porque  en  el  mes  de  setiembre  (el  25)  de  ese  mismo  año,  el 
ayuntamiento  mandó  pagarles  sus  salarios  de  la  fenecida  demora 
conforme  al  acuerdo  siguiente. 

«Acordóse  por  los  dichos  señores  justicia  e  rejidores  que  por 
cuanto  por  muchas  peticiones  que  en  este  cabildo  han  dado  por 
parte  de  Antonio  Muñoz  y  de  Juan  Hermosa  e  Ortum  Xerez  y 
Bartolomé  Camacho  que  fueron  las  personas  que  por  este  libro 
de  cabildo  parece  haber  sido  tomados  e  concertados  para  ir  a  las 
minas  donde  se  saca  oro,  nombradas  Ma]ga-Malga,  para  la  vela 
e  guarda  de  ellas,  por  estar  la  tierra  e  los  naturales  de  guerra  y 
convino  así  al  servicio  de  Dios  y  del  Rey  y  aumento  de  sus  de- 
rechos e  quintos  reales;  se  les  proveyó  de  un  libramiento  de 
quinientos  y  veinte  pesos  que  se  les  debia  a  todos  cuatro  de  dos 
meses  e  veinte  dias  que  estuvieron  con  sus  armas  y  caballos  en 
las  dichas  minas  hasta  el  dia  en  que  fueron  despedidos.» 

El  padre  Rosales  que  indudablemente  consultó  en  Santiago 
el  casi  inintelijible  libro-becerro,  cita  equivocadamente  la  sesión 
del  1."  de  febrero  por  la  del  13,  cuande  dice: — «Y  dize  assi  el  li- 
bro de  el  Cabildo:  «Viernes  primero  de  Febrero  de  1549.  Los 
mineros  de  Malga-Malga  escribieron  al  Cabildo  de  esa  Ciudad 
querían  desamparar  las  minas,  sabido  lo  que  pasaba  en  Coquim- 
bo y  Copiapó.  Y  escriben  perderá  el  Rey  en   solas  afjuellas  mi- 


—  79  — 

haciendo  cortar  la  cabeza  en  Ayaciicho  a  Gonzalo 
Pizarro.  Iba  a  comenzar  la  demora  de  Marga-Mar- 
ga; que  ya  producía  al  reí  solo  de  quintos  30  mil 
pesos  de  oro,  i  a  tanto  subia  la  fortuna  del  mine- 
ral que  el  gobernador  juzgó  necesario  nombrar  al- 
caldes que  allí  residieran  por  turnos  para  admi- 
nistrar justicia,  conforme  al  rescripto  que  copia- 
mos a  continuación: 

«Don  Pedro  de  Valdivia,  gobernador  e  capitán 
general  por  S.  M.  en  este  nuevo  Extremo,  &^ 
Por  cuanto  me  conviene  nombrar  alcalde  de  minas 
en  el  asiento  de  Malo-a-Malsra  donde  sacan  oro  las 
cuadrillas  mias  e  de  los  vecinos  de  esta  ciudad 
de  Santiago,  para  qu€  determine  los  pleitos,  cau- 
sas y  diferencias  que  sobre  el  estar  de  las  minas 
del  oro  e  sobre  las  demás  cosas  que  se  suelen  mo- 
ver entre  los  mineros  e  las  demás  personas  pobla- 
dores de  las  dichas  minas,  que  sea  hábil  e  suficien- 
te e  tenga  esperiencia  de  lo  que  al  tal  oficio  con- 
viene; e  porque  vos  Mateo  Diaz  sois  tal  persona  y 
en  quien  concurren  las  dichas  cualidades  y  las  de- 


nas  de  quintos,  si  las  desamparan,  cantidad  de  25  o  30  mil  pesos 
de  oro.» 

En  la  junta  del  1.°  de  febrero  no  se  trató  absolutamente  de 
las  minas  de  Malga-Malga,  siiio  del  alzamiento  de  los  indios  de 
Coquimbo,  cuya  mala  nueva  llegó  probablemente  ese  día,  i  en 
consecuencia  se  acordó  mandar  a  Francisco  de  Villagra  a  apa- 
ciguarlos, quedando  de  gobernador  interino  Francisco  de  Agui- 
rre,  que  para  ello  tenia  poder  de  Valdivia. 


—  so- 
mas que  se  requieren  teno*aii  las  personas  que  han 
de  ser  nombradas  para  semejantes  cargos,  Vos 
nombro  e  proveo  para  alcalde  de  las  dichas  minas 
de  oro  en  el  rio  de  Malga-Malga  e  asiento  de  ellas, 
e  vos  doi  poder  para  que  como  tal  alcalde  podáis 
conocer  e  conozcáis  de  todas  las  causas,  pleitos  e 
negocios  que  se  ofrecieren  en  lo  que  a  vuestra  ju- 
risdicción tocare  sobre  las  tales  minas;  e  los  tales 
pleitos  e  causas  difinir  e  sentenciar  difinitivamen- 
te,  ejecutando  las  dichas  sentencias  como  en  todo 
lo  acostumbran  hacer  los  demás  alcaldes  de  minas 
puestos  en  estas  partes  de  Indias  por  los  goberna- 
dores e  justicias  de  ellos.  E  así  mismo  os  doi  po- 
der para  que  si  en  dichas  minas  y  términos  de  ella 
sucediere  entre  los  vasallos  de  S.  M.  alguna  cues- 
tión, los  podáis  prender,  y  hecha  vuestra  infor- 
mación enviarlos  a  esta  ciudad  remitidos  al  licen- 
ciado de  las  Peñas,  (1)  mi  justicia  mayor,  o  a  los 
alcaldes  de  S.  M.  para  que  conozcan  de  la  tal  causa 
e  la  lleven  conforme  a  derecho  a  debida  ejecución. 
E  así  mismo  porque  conocéis  los  indios  naturales 
cuan  mentirosos  son  e  huidores,  no  por  el  mal 
tratamiento  que  ahí  se  les  hace,  ni  por  traba- 
jos excesivos  que  se  les  dan  en  el  sacar  el  oro, 

(1)  Este  licenciado  fué  el  primer  abogado  i  embrollón  de  plei- 
tos de  minas  que  hubo  en  Chile,  por  lo  cual,  sobre  sus  honora- 
rios, llevó  sendas  palizas,  según  consta  de  la  historia.  El  segun- 
do abogado  se  llamaba  Altamirano,  era  natural  de  Huete  i 
hombre  de  guerra. 


—  81  — 

ni  por  falta  de  mantenimiento  que  tengan,  sí- 
no  por  ser  bellacos  y  en  todo  mal  inclinados  e  por 
esto  ser  necesario  castigarlos  conforme  a  justicia: 
vos  doy  poder  para  que  los  podáis  castigar  dándo- 
les a.^o¿es  e  otros  castigos  en  que  no  intervenga 
cortar  miembros;  ni  tampoco  castiguéis  cacique 
ninguno  que  merezca  por  el  delito  de  cortar  al- 
gún miembro  o  la  muerte;  y  en  tal  caso  teniendo 
información,  merece  así  ser  castigado,  yo  os  man- 
do le  enviéis  a  esta  ciudad  al  dicho  licenciado  para 
que  él  lo  determine  conforme  a  justicia  e  dé  la 
pena  que  mereciere.»   (1) 


(1)  Acuerdo  semejante  a  esto  celebraron  los  ediles  de  Santia- 
go un  año  mas  tarde,  esto  es,  el  29  de  enero  de  1551,  estable- 
ciendo alcaldes  de  turno  entre  ellos  mismos,  conforme  a  una 
resolución  que  es  del  tenor  siguiente: 

«Asi  mesmo  acordaron  y  proveyeron  sus  mercedes  que  por 
cuanto  en  esta  ciudad  hay  personas  de  confianza  e  conciencia  y 
de  fidelidad  en  quien  concurren  las  calidades  que  se  deben  te  • 
ner  para  el  efecto  susodicho  y  para  que  estén  y  residan  en  las 
dichas  minas  por  sus  términos  de  mes  a  mes.  E  los  tales  reji- 
dores  de  este  dicho  Cabildo,  al  tiempo  que  se  hallaren  en  las  di- 
chas minas  de  Malga-Malga,  puedan  conocer  e  conozcan  de  to- 
dos los  casos  anejos  e  pertenecientes  a  las  dichas  minas  de  oro, 
e  juegos  e  rescates  y  en  otras  cosas  que  por  sus  personas  e  bienes 
(de  los)  que  rebeldes  fueren;  e  conforme  a  las  dichas  ordenanzas 
y  lo  demás  que  está  mandado  e  proveído,  por  este  dicho  Oabil- 
do,  aplicando  las  tales  penas  parala  cámara  e  obras  públicas  de 
esta  ciudad.  Y  en  todo  hagan  e  administren  justicia,  en  todo 
aquello  que  conviene  al  servicio  de  S.  M.  e  de  la  ejecución  de  su 
justicia  e  bien  e  pro  de  la  república  e  de  esta   ciudad.  E  cono- 

LA   E.    DEL  o.  11 


82  — 


xiii. 


Eran  tan  abundantes  i  tan  ricas  en  polvo  aurí- 
fero los  páramos  del  distrito  que  es  hoi  departa- 
mento de  Casablaaca,  que  aceptando  la  base  su- 
mamente mezquina  del  derecho  que  los  mineros 
pagaban  al  rei  (cuando  ello  se  les  antojaba)  su  pro- 
ducción llegaba  a  cien  mil  pesos  de  oro  en  cada 
año,  pero  la  realidad  entre  jente  tan  áspera,  apar- 
tada de  la  lei,  de  suyo  revoltosa  i  que  andaba  de 
continuo  con  la  espada  en  la  mano  contra  el  mis- 
mo rei,  no  podia  menos  de  superar  en  muchos  co- 
dos de  oro  a  esa  cuenta. 

Del  aspecto  que  esos  lugares  presentan  hoi  da- 
duciríase  en  efecto  que  fueron  trabajados  largos 
años  i  por  millares  de  obreros,  porque  el  cascajo  es- 
tá revuelto,  grietado  i  en  montones  por  espacio  de 
varias  leguas  i  horadada  la  tierra  con  hondos  po- 
zos hasta  la  circa.  Mas  suponiendo  que  no  hubie- 
ran sido  esplotadas  sino  en  los  primeros  veinte 
años  de  la  conquista,  esto  es,  hasta  1561,  en  que 
fueron  descubiertas  las  minas  de  Choapa  que  las 
eclipsaron,  resultarla  que  sin  salir  de  la  tasa  es- 
tablecida, i  trabajándolas  solo  durante  ocho  me- 


ciendo en  todos  los  casos  civiles  y  criminales,  lo  podáis  conocer 
y  ejecutar  asi  en  pena  pecunial  como  en  pena  corporal  y  como 
mas  convenga  al  servicio  de  S.  M.  e  de  la  república.'» 


—  83  — 

ses  en  cada  año,  habrían  producido  dos  millones 
de  pesos  de  oro,  equivalentes  a  seis  de  plata  i  a 
veinte  i  cuatro  millones  de  pesos  de  la  actual  mo- 
neda, computada  la  diferencia  de  valor  del  oro  i 
de  la  plata  de  aquellos  i  de  los  presentes  tiem- 
pos. (1) 

XIV. 

Recorrimos  nosotros  en  la  primera  edad  de  la 
vida,  peregrinos  de  la  política  i  sus  sentencias.... 
políticas,  el  Rio  de  las  minas,  o  de  Marga- Marga, 
que  es  el  mismo  de  Viña  del  Mar,  en  el  mes  de 
julio  de  1851,  i  no  cual  señor  dictando  leyes  a 
usanza  de  don  Pedro  de  Valdivia,  que  también 
estuvo  preso  i  condenado  a  muerte,  sino  en  pobre 
rocin,  prófugo  de  una  cárcel,  donde  quedárase  el 

último  Ortum  Xerez  ejerciendo  su  fatal  oficio I  a 

la  verdad  que  no  pudimos  menos  de  maravillar- 
nos de  aquellos  imponentes  escombros  del  trabajo 
servil  i  de  la  tiranía  humana. 

(2)  Respecto  del  valor  del  castellano  de  oro  (que  era  lo  rjiie 
se  llamaba  jí?g5í)  de  oro)  hé  aquí  lo  que  dice  Rosales  de  acuerdo 
cou  cálculos  posteriores  de  Clemenciu  i  de  Prescott. 

«Mandóse  avaluar,  por  cédula  de  13  de  marzo  de  1613,  cada 
peso  castellano  de  oro  por  quinientos  y  ochenta  y  nueve  raara- 
vedis,  como  lo  refiere  Gaspar  Escalona  en  su  Glasofilacio,  con 
que  montan  los  treinta  mil  pesos:  sesenta  y  cuatro  mil,  nove- 
cientos y  sesenta  y  tres  pesos,  un  real  y  treinta  maravedís  de 
plata.» 


—  84  — 

Veinte  i  seis  años  mas  tarde  (marzo  de  1877) 
volvimos  a  visitar  el  Bío  de  las  minas,  qne  así  se 
llama,  i  custodió  el  verdugo  Ortum  Xerez  i  sus  tres 
socios  tres  siglos  antes;  pero  solo  hasta  sns  juntas 
con  los  esteros  de  Quilpué,  tierra  antigua  de  oro,  i 
de  Keculemu  que  viene  del  fondo  de  la  hacienda 
jesuítica  de  la  Palma,  cuyos  ricos  lavaderos!  trapi- 
ches de  oro  visitó  espresamente  Frezier  en  1713. 

I  todavía  en  el  tiempo  de  nuestra  última  corre- 
ría habia  allí  una  faena  de  oro,  impulsada  por  va- 
por i  perteneciente  a  un  esforzado,  si  bien  poco  fe- 
liz, minero  atacameño;  su  nombre,  don  Antonio 
Covarrubias.  Un  motor  que  habia  sido  arrastrado 
por  13  yuntas  de  bueyes  desde  la  estación  del  Salto 
habia'  remplazado  las  cuadrillas  de  don  Pedro  de 
Valdivia  i  de  los  encomenderos  de  Santiago,  pero 
con  mucho  menor  fortuna  i  recojida.  (1) 


(1)  De  temer  es  ciertamente  que  esos  veneros,  como  muchos 
otros  de  pasada  ñima,  estén  hoi  completamente  agotados  porque 
los  españoles  los  trabajaron  hasta  la  «peña,»  es  decir,  hasta  la 
circa  o  roca  plutónica,  según  se  observa  en  los  documentos  i  es- 
combros ya  citados. 

Por  otra  parte,^i  en  el  lugar  elejido  por  el  industrial  arriba 
nombrado,  era  preciso  luchar  con  las  capas  de  arenas  arrastradas, 
que  allí  miden  mucho  metros  de  espesor,  i  con  la  abundancia  de 
agua  que  aquellas  mantienen  en  suspensión  i  que  es  la  que  hoi 
dia  surto  a  Valparaiso.  Por  esto  nos  pareció  poco  propicia  aque- 
lla empresa,  i  de  ella  en  su  época  dijimos  lo  que  en  seguida  co- 
piamos: —«Pero  este  trabajo  no  seria  de  importancia  si  no  fuera 
que  es  preciso  luchar  en  estos   parajes  a  brazo  partido  i  hora 


85  — 


XV. 

Mas,  volviendo  de  regreso  a  los  siglos  i  a  los  la- 
vaderos de  Marga-Marga,  vecinos  de  los  de  Llani- 
paico,  Quilpué,  Malacara  (que  es  Maleara)  la 
quebrada  de  Alvarado  i  otros  parajes  circunveci- 
nos de  la  provincia  de  Valparaíso  notorios  por  los 
vestijios  de  su  antigua  opulencia,  fueron  tan  pro- 

por  hora,  miouto  a  minuto,  con  el  agua,  esa  misma  agua  que 
vienen  a  buscar  como  oro  los  hidróscopos  de  Valparaíso. 

3)E1  actual  esplorador  del  Rio  de  las  minas  ha  tratado  de  de- 
saguar su  pozo  de  reconocimiento  con  una  bomba  a  vapor.  No 
dio  ésta  abasto,  i  el  tenaz  empresario  llevó  al  sitio,  hace  un  mes, 
un  enorme  caldero  arrastrado  por  once  yuntas  de  bueyes  que 
andaban  un  quilómetro  por  dia.  I  como  esto  fuera  todavía  in- 
suficiente, practica  ahora  otra  esploracion  a  vapor  algo  mas 
arriba  del  estero,  a  pocos  pasos  de  una  f  lena  abandonada  por  los 
españoles,  al  pié  de  una  palma,  cuyos  escombros  acusan  un  es- 
fuerzo colosal  i  cuya  tradición  habla,  como  siempre,  solo  de  «ca- 
pachos de  oro»  ....Por  nuestra  parte,  deseamos  solo  uno,  pero  bien 
colmado,  al  esforzado  compatriota  quo  allí  tiene  empeñada  su 
fortuna  i  su  vida  por  realizar  un  inmenso  problema  nacional. 

»Notaremos,  de  paso,  que  así  como  en  los  lavaderos  de  Cata- 
pilco  se  lucha  con  la  carencia  de  agua,  aqiií  el  constante  enemigo 
del  éxito  es  esa  misma  agua  que  brota  límpida  i  brillante  a  ca- 
da golpe  de  barreta.  I  así,  como  en  este  cajón  de  cerros,  vive 
siempre  el  hombre  entre  la  esperanza  i  la  fortuna  en  la  redon- 
dez entera  del  mundo,  malogrando  en  las  mas  ocasiones  su  ha- 
do, imas  veces  crpor  cartas  demás  i  otras  por  cartas  de  menos». 
— {Be  Valparaíso  a  Santiago,  por  B.  Vicuña  Mackenna,  páj. 
120.) 


líficos  los  primeros  de  oro  en  polvo,  que  se  hizo 
indispensable  tomar  medidas  serias  para  obligar  a 
sus  dueños  a  fundirlo,  marcarlo  i  sacar  de  él  el 
tributo  que  antes  se  pagaba  al  Inca  i  ahora  al  Rei, 
—  el  quinto  del  oro, — o  sea  el  veinte  por  ciento, 
estilo  del  salitre  de  Antofagasta,  Iquique  i  Aguas 
Blancas. 

Hé  aquí  en  efecto  una  curiosa  resolución  del  ca- 
bildo de  Santiago  del  24  de  enero  de  1551  (enero 
era  de  ordinario,  como  víspera  de  la  demora,  el 
mes  en  que  se  lejislaba  sobre  minas  en  Chile), 
que  hoi  parecería  a  los  que  mandan  a  la  plaza  sus 
desgarrados  billetes  un  delicioso  pero  inverosímil 
sueño. 

))Este  dia  (enero  24  de  1551)  acordaron  i  man- 
daron sus  mercedes:  que  por  cuanto  a  noticia  de 
sus  mercedes  era  venido  como  muchos  yanaconas, 
indios,  indias,  asi  naturales  de  estas  provincias 
como  de  las  provincias  del  Perú,  van  a  comprar 
con  oro  en  polvo  a  las  casas  de  los  mercaderes  que 
residen  en  esta  ciudad  y  los  mercaderes  reciben 
de  ellos  el  dicho  oro  e  venden  su  ropa  en  mas  cre- 
cidos precios  que  a  otras  personas,  yendo  los  di- 
chos mercaderes  contra  la  orden  y  mando  de  sus 
mercedes  que  antes  de  ahora  está  mandado.  Por 
tanto  dijeron  «que  mandaban  e  mandaron  a  todos 
los  mercaderes  y  otras  personas  que  al  presente 
residen  o  residieren  en  esta  dicha  ciudad,  que 
ellos  ni  otra  persona  ninguna  por  ellos  vendan 


—  87  — 

ninguna  ropa  de  la  tierra  ni  otra  mercadería  a 
ningún  yanacona,  ni  india,  ni  indio  a  trueque  de 
oro  en  polvo  sino  fuere  a  trueque  de  oro  fundido  e 
marcado,  so  pena  de  cada  cincuenta  pesos  de  buen 
oro,  aplicados  la  tercia  parte  para  la  cámara  de 
S.  M.  y  los  otras  dos  tercias  partes  para  las  obras 
públicas  de  esta  ciudad,  e  lo  firmaron  de  sus  nom- 
bres. 

))Asi  mismo  acordaron  sus  mercedes:  que  por 
cuanto  antes  de  ahora  e  ahora  han  usado  e  usan 
de  nombrar  por  alcalde  de  minas  de  oro,  persona 
que  siempre  ha  tenido  e  tiene  cargo  de  cuadrilla 
de  indios,  que  en  él  están  encargados,  no  pueden 
ser  de  derecho  tal  persona  por  alcalde,  sino  una 
persona  que  no  tenga  cargo  de  indios  ni  minas, 
por  tanto  dijeron  sus  mercedes  que  mandaban  e 
mandaron  que  de  hoi  en  adelante  no  puede  ser  ni 
sea  por  alcalde  de  minas  de  oro  persona  ninguna 
que  tenga  cargo  de  indios  de  cuadrilla,  ni  nigun 
minero;  e  si  tal  persona  fuere  alcalde,  sea  en  si 
ninguno  el  tal  oficio,  e  lo  que  por  él  fuere  hecho 
tocante  a  las  dichas  minas  y  lo  demás  que  por  él 
se  hiciere  e  fuere  proveído. — Rodrigo  de  Quiroga. 
— Rodrigo  de  A  raga, — Pedro  Gómez --Francisco 
Miñez. — Diego  Garda  de  Gáceres. — Pedro  de  Mi- 
randa.— Juan  Gómez. — Pasó  ante  mí,  Pascual  de 
Ihazeta  escribano  publico  de  Cabildo.  (1) 

(1)  Durante  todos  los  siglos  del  coloniaje  se  repitieron  reales 


1 

XVI. 

Antes  de  la  muerte  de  Valdivia,  acontecimien- 
to funestísimo  para  Chile  ocurrido  en  los  últimos 
dias  de  diciembre  de  1553,  la  riqueza  aurífera  de 
Chile  alcanzó  un  desarrollo  verdaderéxmente  pro- 
dijiososo.  Un  cronista  del  siglo  pasado  refiere  que 
el  despierto  cuanto  infatigable  primer  gobernador 
ordenó  se  hiciese  pesquisa  formal  de  minas  de  oro 
entre  los  indios  i  añade  que  el  éxito  coronó  su 
empeño  i  la  fortuna  de  los  cateadores  o  deman- 
deros.   (1) 

Pero  un  soldado  contemporáneo,   que  militaba 

cédulas  i  peuas  para  prohibir  el  uso  del  oro  eu  polvo  como  mo- 
neda; pero  era  inútil  como  se  vio  eu  este  mismo  siglo  eu  Cali- 
fornia, prueV»a  de  que  el  oro  no  vale  como  moneda  sino  como  sus- 
tancia. Los  patricios  de  1810  que  pudieron  emigrar  eu  1814,  lle- 
varon su  fortuna  en  oro  en  polvo,  i  en  oro  en  polvo,  de  sus  minas 
del  Chivato  llevó  sus  donas  al  papa  León  XII  el  obispo  Cienfue- 
gos  cuando  fué  dos  veces  a  Roma  a  sus  acuerdos  espirituales,  al- 
gunos años  mas  tarde  i  trajo  consigo  wa  papa,  el  futuro  Pió  IX. 
(1)  «Dispúsose  el  que  se  solicitare  el  descubrimiento  de  mi- 
nas que  mejorarían  el  rey  no,  para  cuyo  efecto  se  despacharon  va- 
rias personas  inteligentes  en  busca  de  ellas,  y  después  de  haber 
corrido  mucho,  volvieron  los  emisarios  gozosos  por  la  descubier- 
ta que  hablan  hecho  y  que  demostraban  ser  mui  ricas,  princi- 
palmente las  de  Quilacoya,  cuya  noticia  la  celebraron  los  espa- 
ñoles con  demostraciones  singulares  de  alegría:  mas  no  así  el 
gobernador,  quien  la  recibió  con  ánimo  indiferente  sin  que  se  le 
observase  mutación  exterior.»  {Córdoba  i  Figiieroa — Historia 
de  Chile  páj.  54). 


—  89  — 

bajo  el  estandarte  de  Valdivia  i  anduvo  con  él 
hasta  el  dia  víspera  de  su  muerte,  Pedro  Marino 
de  Lovera,  natural  de  Galicia,  cuenta  sencillamen- 
te el  descubrimiento  del  famoso  mineral  de  Quila- 
coya,  que  hoi  besan  los  rieles  del  ferrocarril  entre 
Concepción  i  San  Eosendo,  en  los  naturales  térmi- 
nos siguientes,  i  como  hombre  que  lo  viera  i  lo 
palpara: 

«Poco  después  de  su  partida  (la  de  Valdivia  pa- 
ra Santiago)  se  descubrieron  unas  minas  en  un 
lugar  llamado  Quilacoya  que  está  cinco  leguas  de 
la  Concepción  cuya  riqueza  es  tan  excesiva  que  so- 
lo los  indios  que  sacaban  oro  para  el  gobernador, 
le  daban  cada  dia  cinco  libras  y  mas  de  oro  fino. 

)) Hallada  esta  opulencia  tan  grande  se  hizo  un 
asiento  de  minas  en  aquel  lugar,  el  cual  se  comen- 
zó en  el  mes  de  octubre  de  1553,  poniendo  para 
ello  españoles  mineros  que  gobernasen  a  los  in- 
dios porque  pasaban  de  20,000  los  que  venian  a 
trabajar  por  sus  tandas,  acudiendo  de  cada  repar- 
timiento una  cuadrilla  a  sacar  oro  para  su  enco- 
mendero. Fué  tanta  la  prosperidad  que  se  gozó  en 
este  tiempo  que  sacaban  cada  dia  pesadas  de  L)Os- 
ciENTAs  LIBRAS  DE  ORO,  lo  cítal  testifica  el  autor  co- 
mo testigo  de  vista,  cosa  de  tanta  opulencia  que 
quita  la  vanagloria  a  los  famosos  rios  Idaspe  de 
la  India  y  Pactólo  de  Asia.»   (1) 

(1)  Marino  de  Lovera,  Historia  de  Chile,  páj.  144.  Marino  an- 
LA  E.  DEL  o.  12 


—  90  — 


La  oscura  colonia  brillo  entonces  como  deslum- 
bradora centella  en  el  horizonte  de  las  Indias,  po- 
blada de  codicias,  i  lo  que  habia  sido  rincón  del 
Universo  comenzó  a  ser  emporio.  De  todas  partes 
en  los  dos  mundos  afluyó  de  tropel  la  jente  mer- 
cenaria i  rebuscadora,  como  a  California  tres  siglos 
justos  mas  tarde,  i  esa  California  del  siglo  XVI 
fué  la  Araucania.  «Con  estas  poblaciones,  dice  el 
historiador  Eosales,  que  en  esta  parte  merece  mu- 
chas veras,  como  hombre  grave  i  de  la  época,  ha- 
daba cou  Valdivia  en  calidad  de  simple  saldado  cuando  éste,  a 
mediados  de  diciembre  de  1553,  se  dirijió  a  0')nce[)GÍoii  para  ir  a 
morir  en  Tucapel,  i  estuvo  de  paso  unco  dosdias  inspeccionando 
sus  ricas  minas,  con  ánimo  triste  i  sombrío,  al  decir  de  quienes 
lo  acompañaban.  «Aquella  misma  iniñana  eu  que  llegó  a  las 
minas,  dice  en  efecto  Marino  de  Lovera  que  allí  estaba,  trajo  ol 
mayordomo  al  gobernador  llamado  Rodrigo  Volante,  una  fuente 
de  plata  con  seis  libras  de  oro  en  polvo,  i  se  la  puso  delante  di- 
ciéndole  que  aquel  oro  hablan  sacado  sus  indios  el  día  antes,  y 
que  cada  dia  le  sacaban  otro  tanto;  por  otra  parte  le  trajeron  una 
hermosa  fuente  llena  de  diversas  conservas,  (dulces),  mas  él 
estaba  tan  amargo  que  ni  lo  primero  le  alegró  el  corazón,  ni  lo 
segundo  endulzó  el  gusto,  antes  mirando  el  oro  dijo:  —  Yo  alabo 
aquel  que  tal  cria,  i  cou  esto  mandó  quitarle  de  delante;  pues  era 
tiempo  de  tomar  las  armas  i  no  de  cobdicia  de  riquezas  i  de  las 
conservas  tomó  una  tajada  de  diacitron  (dulce  de  cidra),  el  cual 
al  parecer  se  le  atravesó  en  la  garganta,  donde  parecia  tener  un 
nudo  que  lo  impedia.» — (Obra  citada,  páj.  152.) 


~  91  — 

blando  de  las  ciudades  araucanas  nacidas  del  oro 
como  la  Imperial,  Valdivia,  Villarica,  Osoruo,  An- 
gol  i  muchas  otras,  se  puso  cuidado  en  todas  partes 
en  catear  (1)  la  tierra  y  descubrir  minas  de  oro,  y 
se  hallaron  algunas  riquísimas,  particularmente  en 
Culacoya  (Quilacoya),  la  Im23erial,  Valdivia,  Cal- 
coimo,  Relomo,  Tucapel  y  Angol,  donde  los  indios 
al  princij)io  juraron  de  no  descubrir  oro  ninguno 
porque  no  los  obligasen  a  trabajar  en  las  minas; 
pero  después  las  descubrieron  a  ruego  e  instancia 
de  los  españoles-y  se  sacaron  granos  muy  gruesos 
de  a  ciento  y  doscientos  pesos. 

))E1  oro  que  los  españoles  poseían  era  mucho, 
añade  el  concienzudo  jesuíta,  porque  todo  el  tra- 
to de  compras  y  ventas  era  en  oro  en  polvo  y  en 
tejos,  y  las  penas  de  las  Justicias  eran  también  de 
a  quinientos  y  mil  pesos  de  oro.  Lo  común  era  que 
a  Valdivia  le  daban   cada  día  mil  pesos  de  oro  y 

(1)  Es  curioso  observar  que  esta  palabra  anticuada  que  en 
español  significa  buscar,  descubrir,  coincide  con  el  araucano,  en 
el  cual  la  palabra  cata  significa  agujero,  como  el  que  se  hace 
]iara  escavar  las  minas  de  oro,  i  así  dicen  todavía  por  los  para- 
jes donde  ha  habido  lavaderos  que  «hai  muchas  catas j> — Cata- 
pilco  es  lugar  de  catas  i  las  hai  en  mucha  abundancia. —  El  pe- 
queño canal  que  corría  para  conducir  el  agua  a  las  catas  se  Ví'á.- 
maba  7;27(7í>,  (i  así  también  se  llama  en  indio  el  paladar)  i  de 
aquí  Catapilco. 

¿Llamarían  también  por  ventura  los  indijenas  catas,  catitas, etc. 
a  las  hembras  de  los  loros  })orque  vivían  i  ponían  sus  huevos  en 
agujeros  labrados  [)or  ellas  en  las  l>arrancas  de  los  ríos? 


—  92  — 

clias  de  mil  doscientos,  como  lo  declararon  los 
maiordomos  que  tenia  en  las  minas  para  recojer 
los  tributos,  y  todos  los  sábados  pesaban  lo  que  se 
juntaba.))   (1) 

XYIII. 

Hallóse  tan  poderoso  i  tan  acatado  don  Pedro 
Valdivia  con  tan  estupenda  riqueza,  que  en  el 
sentir  del  mismo  historiador  que  esto  cuenta,  hu- 
bo jentes  que  pensaron  se  alza^/i  contra  el  Kei, 
como  Gonzalo  Pizarro  i  el  tirano  Aguirre.  Pero  el 
leal  i  astuto  gobernador  de  Chile  que  acababa  de 


(1)  Rosales.  Lib.  7  vol.  I  páj.  470.  —Se  observará  que  de  algu- 
nos de  los  minerales  de  oro  cuyo  nombre  apunta  Rosales  se  ha 
perdido  toda  huella  como  los  á¿  Calcoimo  i  Relo?no  (junto  al 
Cautín)  i  así  mushos  otros.  En  el  Libro-becerro  de  Santiago 
existe  constancia  por  ejemplo  de  un  mineral  enteramente  desa- 
parecido llamado  de  Puigato,  el  cual  debió  ser  tan  rico  que 
dieziocho  años  después  de  la  fundación  de  Santiago  habia  dado 
ya  lugar  a  una  cofradía  ~la  cofradía  de  Puigato,  que  supone- 
mos-no fuera  del  Tupungato. 

Hé  aquí  lo  que  de  esa  mina  i  cofradía  dice  en  efecto  el  acuer- 
do del  cabildo  de  Santiago  en  20  de  mayo  de  1559. — «Este  di- 
cho dia  eu  el  dicho  cabildo  los  dichos  señores  proveyeron  e  nom- 
braron por  diputados  de  la  cofradía  do  las  minas  de  Puigato,  a 
Alonso  de  Córdoba  e  a  Juan  de  Cuevas,  vecinos  de  esta  ciudad, 
para  que  ellos  e  cada  uuo  de  ellos  entiendan  en  todo  lo  que  con- 
viniere tocante  a  la  dicha  cofiudia  de  sus  ])ieaes.»  —Alonso  de 
Escobar  i  Juan  de  Cuevas  figuraban  entre  los  uiaü  pudientes  i 
respetados  vecinos  de  Santiago. 


—  93  — 

llegar  del  castigo  del  primero  de  esos  caudillos, 
era  demasiado  hombre  i  demasiado  sensato  para 
acometer  tan  riesgosa  empresa,  i  esta  ambición 
de  coronarse  rei  no  pasa,  en  concepto  nuestro,  de 
una  dramática  leyenda  tan  falta  de  verdad  como 
la  de  que  los  indios  le  mataron  en  Tucapel  hacién- 
dole tragar  oro  derretido,  o  como  la  de  que  hombre 
tan  fastuoso  i  principal  tuviera  su  casa  en  un  sitio 
de  adobon  a  espaldas  del  Santa  Lucía  en  Santia- 
go, i  no  en  la  Plaza  de  Armas,  como  la  tuvo,  i  era 
de  práctica  i  de  le  i.   (1) 

XIX. 

De  los  famosos  lavaderos  de  la  Imperial,  que 


(1)  «No  faltaron  calumniadores  que  viendo  a  Valdivia  en 
tanta  prosperidad  riqueza  i  mando,  quisieron  decir  que  se  pre- 
tendia  hacer  Virey  de  Chile»,  Rosales  Lib.  1  vol.  I  páj.  470. 

El  padre  Rosales  se  indigna  con  la  sospecha  de  que  don  Pe- 
dro de  Valdivia  se  hubiera  levantado  contra  su  rei  i  señor  natu" 
ral.  Pero  olvida  que  desde  el  primer  año  de  su  estadía  en  Chile, 
el  fiero  estremeño  se  sublevó  de  hecho  i  de  derecho  contra  don 
Francisco  Pizarro,  de  quien  vino  como  simple  lugar- teniente, 
haciéndose  gobernador  del  Nuevo  Estremo  por  aclamación  po- 
pular. Por  otra  parte,  no  se  crea  que  la  revolución  de  1810  fué 
toda  nacida  de  causas  políticas,  porque  si  pusieran  hoi  (como  es 
fácil  hacerlo)  en  una  balanza  la  idea  i  el  oro,  como  causas  jene- 
ratrices  de  la  independencia  de  Chile  no  seria  empresa  de  ro- 
manos demostrar  que  el  platillo  del  último  era  el  que  inclinaba 
con  mas  vigor  el  fiel. 


—  94  — 

dieron  a  esta  ciudad  tan  justamente  famosa  su 
altivo  nombre,  pueblo  de  ^heroínas  por  cuyas  soli- 
tarias ruinas  cruza  en  los  momentos  que  escribi- 
mos a  manera  de  fénix  misterioso  el  fluido  eléc- 
trico que  resucita,  sino  las  cenizas,  la  luz,  habla 
también  con  entusiasmo  el  jesuíta  misionero  que 
tuvo  a  su  disposición  sus  archivos  i  visitó  su  ame- 
nísima campiña  medio  siglo  después  de  su  deso- 
lación. 

I  es  digno  de  advertir  aquí  que  sus  lavaderos 
dieron  a  la  Imperial  mitra  i  catedral  antes  que 
a  Santiago  porque  el  oro  era  entonces,  como  hoi, 
todopoderoso  i  la  pobreza  sierva,  «según  consta 
dice  el  padre  Rosales,  que  en  aquellas  comarcas  vi- 
viera 40  años,  del  libro  de  las  rentas  de  la  iglesia 
catedral  de  la  Imperial.  Con  que  le  sacaban  cada 
semana  cuatro  mil  y  ochocientos  pesos  de  oro  fino. 
Pero  de  los  libros  de  cuenta  de  sus  mayordomos 
consta  que  la  tarea  de  cada  dia  era  de  setecientos 
pesos  en  oro,  y  a  esta  proporción  le  acudían  de 
otros  minerales.» 

))Las  minas  de  aquella  tierra,  agrega  el  mismo 
historiador  mas  adelante  de  su  crónica,  fueron 
muchas  y  mui  ricas  porque  los  cerros  por  donde 
vaja  el  rio  de  las  Damas  las  avia  abundantísimas 
y  en  las  lomas  de  Calcoimo  y  Relomo  fueron  mas 
célebres  por  ser  el  oro  allí  mas  crecido  y  de  ma- 
yores pepitas  o  granos.» 

«Por  donde  entra  el  rio  de  Repocui'a  al  rio  de  la 


—  95  — 

Imperial,  se  sacaba  muchissimo  oro  y  también 
mili  crecido,  que  como  los  indios  no  avian  hecho 
caso  de  él  ni  sacádole  jamas,  porque  no  llegó  a  la 
Imperial  el  imperio  de  los  Reyes  Ingas  y  no  le 
tributaron  oro,  y  ahora  que  labraban  las  minas, 
como  era  a  los  principios,  hallábanle  mui  crecido, 
y  en  muchas  partes  los  granos  tan  grandes  como 
Abas.)) 

XX. 

Visitó  también  el  prolijo  i  andariego  jesuíta  en 
la  medianía  del  siglo  XVII  la  ponderada  ciudad 
Villarica  i  atravesó  hacia  las  pampas  su  camino 
que  llama  ^íde  flores))  por  lo  ameno  i  por  lo  lla- 
no. I  él  aludiendo  ala  riqueza  que  le  dejó  su  nom- 
bre, su  fama  i  su  actual  codicia,  en  vísperas  talvez 
de  ser  saciada,  se  espresaba  de  ellas  como  sigue: 
— -ccLos  indios  eran  muchos  y  de  buenos  naturales, 
las  minas  riquísimas,  pues  se  hallaban  granos  de 
doscientos  pesos,  y  de  las  otras  ciudades  venían 
los  indios  a  esta  a  sacar  oro  para  dar  tributo  a  sus 
encomenderos.  Y  aquí  también  acudían  los  tribu- 
tarios de  Valdivia  a  sacar  oro  de  Puren,  Tucapel 
y  Arauco  por  la  mucha  abundancia  i  crecidos  gra- 
nos.)) (1) 

(1)  Por  la  agradable   forma  de  su  estilo,  digno  de  Solis  i  de 
Quintana,  i  por    el  atractivo  de    actualidad  que  todo  lo  de  la 


—  96  — 


XXI. 

En  cuanto  a  los  placeres  de  Osorno,  aunque  no 
nombra  a  Ponzuelos,  el  ilustre  misionero  e  histo- 

Araucauia  i  especialmente  lo  relativo  a  Villarica  tiene  al  presen- 
te, cuando  se  habla  de  ir  a  repoblarla,  no  podemos  menos  de  co- 
piar la  siguiente  admirable  pintura  quede  ese  encantador  paraje 
hace  Rosales,  que  lo  conociera  personalmente  hace  dos  siglos  i 
medio,  i  medio  siglo  después  de  su  destrucción. 

«El  sitio  de  la  Villarica  es  el  mas  deleitoso,  el  mas  ameno, 
y  de  mexor  vista  que  ay  en  todo  el  Reyno,  porque  está  en  una 
mesa  un  poco  levantada  a  la  orilla  de  una  deliciosa  laguna  que 
está  en  la  parte  austral,  de  seis  o  ocho  leguas  de  circunferen- 
cia, de  donde  nace  el  famoso  rio  de  Tolten;  quando  el  tiempo  está 
sereno  parece  desde  la  eminencia  de  la  ciudad  un  hermoso  y  re- 
luciente espejo,  Y  cuando  los  vientos  la  turban,  un  pequeño  mar 
humanamente  bravo  y  suavemente  espumoso,  siempre  se  deja 
tratar  y  nunca  avara  da  regalados  peces  y  en  una  isla  que  for- 
ma en  medio  mucha  arboleda  y  deleitosas  sombras  para  el  re- 
creo, y  era  uno  de  los  grandes  que  los  vecinos  y  las  damas  de 
aquella  ciudad  tenian  el  discurrir  por  las  apacibles  aguas  de  la 
laguna  en  vareos,  el  ir  a  gozar  de  las  frescuras  de  la  frondosa  is- 
la, y  de  las  meriendas  y  regalos  qu3  en  ella  servían  al  apetito; 
por  esta  laguna  acarreaban  con  gran  comodidad  sus  comidas  y 
cosechas  en  embarcaciones,  porque  por  todos  lados  estaba  la  tie- 
rra poblada  de  indios  en  grande  abundancia,  que  el  gobernador 
repartió  liberalmeute  entre  los  primeros  pobladores  y  vecinos, 
los  quales  hicieron  estancias  en  los  pueblos  de  sus  indios  y  por 
la  laguna  iban  de  unas  partes  en  otras  a  cuidar  de  sus  estancias 
y  al  tragin  de  sus  cosechas,  siendo  la  principal  asistencia  la  ciu- 
dad." 

A  propósito  del  aspecto,  de  las  tradiciones  i  de  las  ruinas  de 


riador  que  tanto  lustre  i  novedad  ha  dado  a  las 
noticias  antiguas  de  Chile,  pondera  sin  embargo 
su  riqueza,  porque  de  ella  dice  lo  siguiente.  «El 
terreno  de  Osorno  es  de  un  cascajal  que  trajo  el 
rio  y  sobre  él,  medio  estado  de  tierra  cenicienta; 
es  sujeto  a  heladas,  abundante  de  aguas,  porque 
demás  de  los  dos  rios  dichos  tiene  dos  arroyos  a 
los  dos  costados  llamados  Pilauco  y  Molí  ule  o  don- 
de se  hicieron  dos  molinos;  es  abundantissimo  de 
arboledas  de  todo  genero,  tiene  minas  de  plata  i 
oro,  y  este  se  sacaba  en  tanta  abundancia,  que  con 
un  día  o  dos  que  los  indios  trabajaban  sacaban  la 
tassa  que  avian  de  dar  a  sus  encomenderos  cada  se- 

Villarica,  hé  aquí  lo  que  un  amigo,  noblemente  entusiasta  por 
el  oro,  nos  escribe  desde  Valparuiso  hace  pocos  dias:— «Me  ha 
referido  el  doctor  TrurabuU,  distiusruido  médico  de  Talcahuano 
quo  en  1858  los  jóvenes  don  Juan  Lee  Smith  i  F.  Colé  penetra- 
ron hasta  Villarica,  siendo  estos  tal  vez  los  únicos  hombres  ci- 
vilizados que  hasta  allí  han  llegado,  i  se  persuadieron  que  el 
distrito  en  torno  a  Villarica  era  metalífero  en  alto  grado.  Al- 
canzaron a  traer  algunas  piedras  mui  ricas  de  plata  i  cobre,  ape- 
sar  de  la  vijilaucia  de  los  indios,  que  era  tal  que  casi  no  les  per- 
mitían bajarse  de  sus  muías  ni  para  los  usos  mas  necesarios. 
Anadian  los  esploradores  que  los  restos  de  edificios  i  aun  7na- 
quinaria....  (trapiches?)  en  Villarica  demuestran  haber  sido  esa 
ciudad  mui  importante,  i  que  allí  i  en  muchas  partes  vieron  res- 
tos de  lavaderos  de  oro  mui  estensos.» 

Hablaban  también  los  esploradores  norte-americanos  del  fa- 
moso boquete  de  Villarica  i  de  su  paso  a  las  pampas  con  la  mis- 
ma admiración  que  Rosales,  don  Luis  Cruz  i  actualraeute  el 
injeniero  Frick  de  Valdivia. 

LA  E.    DEL  o.  13 


—  98  — 

mana  y  les  sobraba,  y  sacaban  granos  tan  grandes 
que  los  partían  y  iban  dando  a  'pedazos  por  su  tarea.'s> 

XXII. 

I  bien:  todo  eso  desapareció,  o  mas  bien  se  eclip- 
só en  un  dia  con  la  muerte  del  hombre  grande 
que  liabia  hecho  en  el  país  el  primer  asiento  de  la 
civilización,  del  gobierno  i  del  oro  en  Chile;  pero 
para  reaparecer  con  mayor  brillo  todavía  en  pocos 
años  de  paz,  según  habrá  de  verse  en  seguida: 
tanta  era  la  portentosa  e  inagotable  riqueza  de 
esta  primitiva  California  en  que  el  oro  se  r^oma- 
neaba  por  quintales! 


CAPITULO  III. 


LA  CRÍSIS  DEL  ORO  EN  EL  SIGLO  XVII 

Influencia  de  la  muerte  de  don  Pedro  de  Valdivia  en  la  producción  del  oro 
en  Chile. — Abandono  total  de  la  Araucania. — Despueble  de  Concepción  i 
de  la3  minas  de  Quilacoya. — llestoá  de  éstas  visibles  en  1879. — El  casti- 
llo de  don  Pedro  de  Valdivia. — A  la  muerto  del  primer  gobernador  se  su- 
ceden los  disturbios  de  sus  lugartenientes  por  el  mando  hasta  la  llegada 
de  don  Hurtado  de  Mendoza  en  1557.— Pone  ésto  en  orden  el  reino  i  se 
descubren  las  riquísimas  minas  de  oro  de  Choapa  i  del  rio  de  Valdivia. — 
Noticias  que  de  éstas  da  el  contemporáneo  Góngora  Mannolejo  i  el  pa- 
dre Rosales. — El  oro  se  hace  mas  barato  que  el  fierro,  i  los  colonos  le 
usan  en  lugar  de  este  metal  para  oficios  viles. — El  oro  servido  en 
salvillas  en  los  banquetes  de  Santiago,  según  el  padre  Ovallo. — La  fama 
de  esta  riqueza  inunda  el  mundo  i  viene  el  Drake  a  piratear  en  esto» 
mares. — Captura  en  Valparaíso  00,000  pesos  de  oro  de  Valdivia. — El 
Cacafiieyo  i  el  Caca  plata. — El  corsario  «Richarte»  captura  oro,  gallinas 
i  una  dama  de  la  vircina  del  Perú  en  A'alparaiso. — El  mineral  de  Pon- 
zuelos  i  oscuridad  que  reina  sobre  su  oríjen  i  su  ubicación. — Un  clérigo 
de  Osorno  tunda  las  monjas  Claras  con  dos  tejas  de  oro  de  Ponzuelos.— 
Inmensa  opulencia  de  oro  en  el  siglo  XVI  — La  primera  edad  de  la  edad 
de  oro.--Sobreviene  la  rebelión  jeneral  de  principios  del  siglo  XVII  i 
comienza  la  crisis  en  la  producción  del  oro.-- La  Araucania  es  otra  vez 
desamparada  por  los  españoles  i  sucumben  sus  siete  ciudades  —El  oro  i 
su  menosprecio  durante  el  asedio  de  Villa  Rica,— Se  s^uccdrn  grandes 
secas,  pestes  i  esterilidades. — El  terremoto  de  1647. — El  Señor  de  Mayo 
es  el  emblema  de  Chile  durante  aquella  fatal  cJad. — .\  estos  cataclis- 
mos siguen  los  bucaneros  i  sus  robo*. — Sharp  o  Charqui  en  Coquimbo. — 
Ocultación  sistemática  en  les  indios  de  las  rique/as  auríferas  de  Chile 
después  de  la  conquista. — Casos  que  refieren  los  jesuítas  Ovalle  i  Ro- 
sales, los  viajeros  Ulloa  i  .Tuan  i  el  capitán  de  injenieros  Mackenna  — 
La  tradición  de  Manan-Chili  en  Lampa  i  los  tesoros  de  Rocha  en  Potosí. 
—Profundo  abatimiento  en  que  cae  la  colonia  durante  el  sigjo  XVII  i 
su  indecible  miseria. — La  taza  de  la  pila  de  la  plaza  i  el  badajo  de  la 


--  100  — 

campana  de  cabildo. — La  apatía  i  la  abundancia  do  mantenimientos  del 
país  hacen  que  los  chilenos  no  se  ifoocupen  del  laboreo  de  sns  minas. 
— Opiniones  del  padre  Ovalle  i  del  viajero  Frezier  pobre  este  particu- 
lar.—El  descubrimiento  de  AndacoUo  i  su  esplotacioii  es  lo  único  que 
mantiene  la  vitalidad  económica  del  reino  durante  el  siglo  XVII. — An- 
dacoUo es  la  casa  de  IMoneda  de  Chile  i  su  oro  el  único  tipo  de  las 
transacciones.  —  Noticias  encontradas  por  el  autor  en  el  Archivo  de 
Indias  sobre  este  rico  mineral. — La  disminución  de  la  producción  del 
oro  no  provino  en  el  siglo  XVII  de  agotamiento  sino  de  causas  estrañas 
a  las  fuentes  de  prodnccion. — Igual  fenómeno  se  observa  en  181U  al 
comenzar  la  era  de  la  Independencia. 

«Quien  viese  tanto  oro  en  aquellos  tiem- 
pos en  Chile  i  tan  poco  en  éstos,  no  dude 
que  Chile  íiejie  ahora  el  7nis7no  qne  anfes,  i 
advierto  que  el  no  verlo  ahora  en  tanta 
abundancia  es  por  la  guerra  i  jwr  la  falta 
(le  yVn/í!.»— (Rosales  e.scribiendo  en  1674. — 
Hütoria  de  Chile,  lib.  III,  cap.  II.) 


I. 


La  muerte  del  primer  gobernador  de  Chile  don 
Pedro  de  Valdivia,  si  no  fué  la  primera  i  dolorosa 
crisis  del  reino,  fué  la  mayor  de  su  historia  en  el 
temprano  siglo  de  su  vida. 

Todo  se  paralizó  como  por  via  de  sortilejio,  i 
aun  tratóse  de  desocupar  totalmente  el  país,  como 
lo  ejecutara  dieziocho  años  antes  el  Adelantado 
don  Diego  de  Almagro,  volviéndole  airado  la  es- 
palda como  a  tierra  ingrata  i  maldita — «tierra  sin 
oro.» 

La  ciudad  de  Concepción,  («el  fuerte  Penco»  de 
los  antiguos,  junto  al  mar),  fué  abandonado  por 
sus  pobladores  en  medio  de  los  varoniles  denues- 
tos de  doña  Mencia  de  los  Nidos;  i  Lautaro,  ele- 
vado de  paje  del  gobernador  muerto  a  caudillo 
de  su  patria,  llegó  con  sus  huestes  vencedoras  has- 


—  101  — 

ta  tres  jornadas  del  Mapocho,  es  decir,  hasta  Pe- 
teroa,  i  allí  rindió  heroico  i  sorprendido  la  vida, 
donde  yace  hoi  el  fértil  valle  de  Nancagua. 

Las  opulentísimas  minas  de  Qüilacoya,  que  en 
un  dia  natural  rendian  hasta  «dos  quintales  de 
oro»,  según  lo  afirma  quien  lo  s^iera  i  lo  pesara, 
fueron  precipitadamente  desamparadas,  i  no  que- 
dó de  ellas  mas  memoria  que  la  de  dos  botijas  de 
oro  que  junto  a  unos  perales  enterró  uno  de  los 
mayordomos  de  Valdivia  al  huir,  i  que  mas  tarde 
misterio  de  encantadores  trasmudaron  de  lugar  i 
de  sepultura  para  hacer  perder  la  huella  a  los  áv  i- 
dos  cristianos.   (1) 

(1)  En  mayo  de  1879  algunos  de  mis  amigos  del  sur,  entu- 
siasmados por  las  leyendas  del  oro  que  en  esa  época  i  aun  desde 
1877  circulaban  profusamente  en  el  pais,  se  dirijieron  a  reconocer 
los  vestijios  de  las  minas  de  Qüilacoya,  i  hé  aquí  lo  que  uno  de 
ellos  nos  decia  en  carta  de  Chillan,  junio  4  de  1879. 

«El  estero  de  Qüilacoya  nace  en  la  cima  de  la  montaña  de  la 
costa  i,  después  de  recorrer  cinco  leguas  por  inmensas  pendien- 
tes i  después  de  pasar  al  pié  de  altos  cerros  todos  auríferos,  de- 
semboca en  el  Biobio. 

2)Es  ""^idad  que  antes  de  la  caída  al  último  rio  nombrado  re- 
corre una  planicie  inclinada  do  dos  leguas,  pero  no  por  esto  deja 
de  tener  bastante  corriente. 

»Se  tiene  la  evidencia  que  lo  que  se  llama  vega  de  Qüilacoya 
está  compuesta  del  solevantamiento  del  terreno  a  causa  de  la 
constante  corrida  de  arenas,  todas  auríferas,  que  han  ido  depo- 
sitándose ahí  desde  hace  mas  de  300  años.  Hace  algún  tiempo 
que  a  don  Manuel  Barragan  se  le  ocurrió  hacer  un  pique  en  la 
ribera  del  rio,  i  a  los  12  metros  de  profundidad  encontró  palas 


—  102  — 


ih 


Agregóse  a  todo  esto  una  plaga  mas  estirili- 
zante  que  la  guerra, — la  discordia  civil. 

gruesas  i  trabajadas  con  serrucho  i,  bajo  esas  palas,  cieno  de 
mal  olor.  Este  trabajo  estaba  ubicado  frenta  al  fuerte  de  don 
Pedro  de  Valdivia. 

»Existen  todavía,  añade  nuestro  corresponsal,  los  fosos  del 
fuerte  de  Valdivia  i  los  perales  que  circundaban  el  castillo. 
Existe  también  el  ras<ío  de  un  canal  que  sacaron  sobre  los  ce- 
rros. I  como  para  decir  a  los  codiciosos,  como  a  los  viajeros,  que 
también  en  aquellas  tierras  se  muere,  existe  aun  una  cruz  sobre 
la  tumba  de  alguno  de  los  compañeros  del  conquistador,  conser- 
vada por  los  moradores  de  aquella  comarca  con  respetuoso  cui- 
dado.» 

A  propósito  de  ruinas  i  vestijios  de  los  minerales  de  oro  en  la 
parte  austral  de  nuestro  territorio,  nos  parece  oportuno  citar  es- 
tas cortas  líneas  que  dimos  a  luz  en  El  Mercurio  de  mayo  últi- 
mo (1881),  con  motivo  de  los  antiguos  trapiches  o  molinos  de 
oro  en  los  lagos  de  la  provincia  de  Valdivia. 

«Mucho  ruido  se  hace  con  las  piedras  de  molino  fabricadas  a 
orillas  del  lago  Llanquihue  por  el  colono  alemán  don  Juan 
Klocker. 

»Celebramos  mucho  el  descubrimiento,  pero  como  «no  hai 
nada  nuevo  bajo  el  sol,»  podemos  asegurar  que  esas  mismas 
piedras  volcánicas  fueron  usadas  por  los  conquistadores  españo- 
les que  poblaron  a  Osorno  i  Villa-Rica. 

»Cuando  el  capitán  de  injenieros  don  Juan  Mackenna  repobló 
la  ciudad  de  Osorno  por  orden  del  virei  O'Higgins  a  fines  del 
siglo  pasado  (1788-1800)  visitó  los  lagos  interiores  de  aquellas 
comarcas,  especialmente  los  de  Rauco  i  Villa-Rica,  i  en  una  de 
sus  notas  al  virei,  que  orijiual  hemos  visto,  le  asegura  que  eu 


—  103  — 

Por  disputarse  un  reino  vacio,  que  era  solo  un 
nombre  jeográfico,  una  fatiga  diaria  i  una  alarma 
permanente  de  la  vida  en  el  hogar  i  en  la  batalla, 
apellidándose  los  mas  briosos  de  los  lugartenien- 
tes de  Valdivia  sus  herederos,  estuvieron  al  venirse 
a  las  manos  a  golpes  de  lanza  i  de  escritos  de 
abogados,  siendo  los  mas  inquietos  don  Francisco 
de  Aguirre  i  don  Francisco  Villagra.  Pero  des- 
pués de  largos  años  de  riñas  i  arbitrajes,  que 
trajeron  toda  la  colonia  en  zozobras  i  alborotos, 
vino  a  ponerlos  en  paz  un  mozo  de  tan  cortos 
años  que  aun  no  le  crecia  el  bozo  en  el  labio,  pero 
que  tenia  muchos  pelos  en  el  pecho.  Embarcó  el 
recien  venido  a  los  émulos  para  Lima,  i  fué  tal 
su  severidad  i  su  enerjía,  que  además  de  lo  que 
cuenta  Ercilla  sobre  que  le  mandó  cortar  la  cabe- 
za en  la  Imperial,  por  cierto  enojo  en  un  palen- 
que, cuando  se  recibió  en  Santiago,  los  ediles  de 
la  ciudad  firmaron  el  acta  de  entrega  a  la  luz  de 
las  mechas  de  los  arcabuceros  que  las  tenian  en- 
cendidas sobre  sus  cabezas  i  sobre  la  mesa  i  el 
papel. 

Puso  don  García  Hurtado   de  Mendoza  (que 


la»  orillas  de  ese  último  lago  encontró  grandes  piedras  de  moli- 
no de  orijen  volcánico,  i  que  habian  sido  labradas  i  usadas  por 
los  primitivos  castellanos. 

»E1  descubrimiento  es  bueno,  pero  lo  mejor  t^ue  tiene  es  que 
nadie  podrá  pedir  por  él  primle'/io  esclusivo.y) 


—  104  — 

este  era  su  nombre)  en  reposo  el  reino  con  su 
enerjía  i  los  grandes  refuerzos  que  por  engrande- 
cer su  flima  juvenil  diérale  el  virei  su  padre;  i 
gracias  a  esto,  con  la  quietud  i  el  trabajo,  volvió 
el  oro  a  aparecer  en  mayor  abundancia  i  en  mejor 
leí,  a  semejanza  de  ciertos  raudales  de  Chile  que 
se  pierden  en  los  pedregales  de  su  lecho  para  apa- 
recer mas  caudalosos  i  límpidos,  cual  el  Mapocho 
después  de  besar  la  orla  de  basuras  i  de  flores  de 
Santiaofo. 


III. 


En  el  penúltimo  año  del  corto  gobierno  de  don 
García,  que  duró  solo  cuatro  (1557-1581),  des- 
cubriéronse en  efecto  los  lavaderos  llamados  pro- 
piamente de  Valdivia  i  que  en  su  tiemo  fueron 
conocidos  por  el  nombre  de  la  Madre  de  Dios,  a  ori- 
llas del  rio  Cruces,  i  al  mismo  tiempo  halláronse 
las  minas  de  Illapel  i  Choapa,  que  como  un  arroyo 
de  oro  inagotable  no  han  dejado  de  rendir  su  tribu- 
to, en  ocasiones  pingüe,  escaso  en  otras,  pero  nun- 
ca completamente  desfallecido,  al  caudal  de  Chi- 
le. «Poco  antes  de  su  partida,  dice  de  don  García 
un  soldado  que  militó  con  él,  el  rudo  Góngora 
Marmolejo,  fué  Dios  servido  se  descubriesen  las 
minas  de  Choapa,  cosa  riquísima  de  oro  i  las  minas 
do  Valdivia  por  estremo  ricas,  que  de  ellas  unas  i 


—  105  — 

otras  se  han  sacado  en  catorce  años  grandísimo 
número  de  pesos  de  oro.»  (1) 

Esto  escribía  un  contemporáneo  sobre  aquellos 
descubrimientos  en  1775,  cuando  ya  mui  anciano;  i 
estando  a  diversos  testimonios,  la  riqueza  conti- 
nuó después  de  sus  dias. — «Cessó,  dice  en  efecto  el 
investigador  jesuíta  Rosales  que  escribió  sobre  es- 
tas cosas  cerca  de  un  siglo  mas  tarde,  cessó  por 
algún  tiempo  la  guerra  y  el  trato  de  conjuración, 
y  con  la  paz  común  que  en  todas  partes  avia  se 
descubrieron  las  minas  de  la  Madre  de  Dios  en 
Valdivia,  y  las  de  Gliuapa  pasado  Coquimbo.  Y  fué 
admiración  el  oro  que  en  ellas  se  halló,  particular- 
mente en  Valdivia,  donde  a  la  f¿ima  de  aquellas 
minas  concurrió  mucha  gente  de  varias  partes.  Y 
tiénese  averiguado,  que  de  las  dos  minas  se  sacó 
este  año  un  millón  y  ducientos  mil  pesos  de  oro, 
atribuyéndolo  a  dicha  de  don  García  porque  jamas 
en  Chile  se  avía  sacado  tanto  como  entonces  se 
sacó.  Porque  en  Valdivia  cada  catorze  indios  mi- 
neros sacaban  al  día  quinientos  pesos,  y  el  día  en 
que  se  sacaban  cuatrocientos  dezían  los  señores  de 
minas  quando  se  comunicaban:  oy  no  se  ha  saca- 
do cosa  que  de  contar  sea.»   (2) 

I  en  otro  pasaje,  confirmando  con  sano  criterio 
la  ponderación  casi  fabulosa  de  esta  abundancia 


(1)  Gó^gora-'Mar-molis.jo. —Historia  de  Chile,  páj.  91. 

(2)  Rosales. — Historia  de  Chile,  lib.  IV,  páj.  23. 

LA   E.    DEL   O.  14 


—  106  — 

que  hacian  bueno  el  dicho  de  Valdivia  cuando  de- 
fine a  Chile  como  «una  gran  mina  de  oro,»  puesto 
que  en  todas  las  zonas  de  su  territorio  aparecia  el 
espléndido  i  deslumbrador  metal,  espresábase  to- 
davía el  mismo  autor  en  los  términos  que  en  se- 
guida pasamos  a  copiar  de  la  pajina  210  del  pri- 
mer volumen  de  su  historia: 

<iEl  oro  mas  celebrado  fué  el  de  Valdivia,  de 
las  minas  de  la  Madre  de  Dios:  están  en  uq  valle, 
dos  leguas  de  la  Mariquina  y  doze  de  la  ciudad  de 
Valdivia,  de  donde  se  sacaba  el  mas  fino  oro  que 
se  conoce,  porque  se  graduó  bruto  y  como  sale  de 
la  mina  en  veinte  y  tres  quilates  y' dos  granos. 
La  pensión  que  pagaba  cada  dia  un  indio  eran 
treinta  pesos  de  oro  y  treinta  y  cinco,  sin  fatigar- 
se mucho  para  enterar  la  tarea,  y  le  sobraba  mu- 
cho que  guardaba  para  sí.  Adquirieron  tanto  oro 
los  españoles,  que  tenian  por  mas  barato  labrar  de 
oro  los  frenos,  espuelas,  estribos,  evillas  y  errada- 
ras  de  los  caballos,  que  de  yerro;  no  corría  en  el 
comercio  sino  oro  en  polvo  para  comprar  el  pan, 
la  tíarne,  fruta,  ortalizas  y  todo  lo  demás.  No  avia 
otra  moneda  sino  oro,  y  andaban  todos  los  mer- 
caderes, taberneros,  tenderos  y  vendederas,  carga- 
dos de  pesos  y  valanzas  para  comprar  y  ven- 
der.»  (1) 

(1)  A  la  producción  i  a  las  leyes  del  oro  en   el  siglo  XVI  se 
refiere  también  el  siguiente  interesante   pasaje  del  historiador 


—  107 


lY. 


No  contradice  estas  demostraciones,  i  por  el  con- 
trario las  confirma  con  datos  domésticos  i  casi  pre- 
senciales, en  su  historia  el  padre  Alonso  de  Ovalle 

jesuíta. 

«Y  aunque  después  se  prohibió  por  cédula  Real,  hasta  que  se 
quintase,  ordenando  que  se  usase  de  moneda  de  reales  para  las 
compras  j  ventas,  como  consta  de  cédula  de  26  de  abril  de  1 550, 
y  por  provission  del  virrey  D.  Luis  de  Velasco,  como  lo  refiere 
Escalona,  pero  siempre  dispensaron  los  virreyes,  juzgando  que 
importaba  mas  este  tnito  que  el  de  los  Reales. 

3) Adquirían  esta  riqueza  de  oro  los  Españoles,  añade  el  histo- 
riador, a  poca  costa,  sin  gasto  de  azogue  ni  estraordinarios  ins- 
trumentos y  otros  materiales,  por  que  la  mayor  cantidad  la 
cojiau  en  los  arroyos  y  vertientes,  que  todo  lo  beneficiaban  en 
lavaderos,  aun  lo  que  desenterraban  en  los  socabonesque  hazian, 
sin  ahondar  mucho  la  tierra,  que  si  hubiera  intervinido  el  azo- 
gue sin  duda  alguna  doblaran  la  ganancia.  Las  minas  de  la  Im- 
perial, en  el  rio  de  las  Damas,  fueron  mui  celebres,  y  sobre  to- 
das las  de  Galcoimo  y  Relomo,  donde  sacaban  graudissimas 
pepitas.  Y  en  fin,  no  ay  parte  en  todo  Chile  donde  no  aia  mucho 
oro.  Y  en  Coquimbo  solamente  falta  el  agua  para  labarle,  que 
llueve  poco  en  aquella  tierra,  y  en  lloviendo  en  cualquiera  parte 
se  lava  oro.» 

I  tan  cierto  es  esto  último  que  habiendo  sido  lluvioso  el  pre- 
sente i  el  pasado  año  (1880-81)  ha  salido  mucho  oro  en  todas 
las  quebradas  de  Andacollo.  Según  datos  del  actual  diputado 
por  la  Serena  don  Pedro  N.  Videla,  hijo  i  nieto  de  antiguos  mi- 
neros de  oro  de  aquel  lugar,  los  habitantes  de  este  hoi  decaído 
mineral  han  recojido  no  menos  de  40  mil  pesos  «de  buen  oro  de 
Andalloco,))  sacando  cada  lavador  de  uno  a  tres  pesos  por  dia. 


—  108  — 

cuando  refiere  que  en  l^as  fiestas  de  banquetes  de 
matrimonios,  óleos  u  otras  semejantes,  era  cos- 
tumbre poner  en  los  salones  de  las  casas  solarie- 
gas de  Santiago,  en  lugar  de  sal,  oro  en  polvo;  i  el 
lujo  i  la  gala  de  los  fastuosos  colonos  era  derra- 
marlo como  quien  derrama  sal  para  que  al  dia  si- 
guiente los  domésticos  lo  barriesen,  i  esto  era  su 
despojo  i  su  «barato.» 


Y. 


Prosiguió  el  curso  de  la  abundancia  verdadera- 
deramente  prodijiosa  del  oro  en  este  suelo,  con- 
vertido en  una  verdadera  California,  durante  todo 
lo  que  restaba  por  correr  del  siglo  XVI,  de  suer- 
te que  no  seria  aventurado  asegurar  que  en  los 
primeros  sesenta  años  de  la  dominación  española 
Chile  fué  el  pais  mas  rico  en  oro  en  todo  el  uni- 
verso, puesto  que  a  la  conclusión  de  ese  dominio, 
ocupaba  todavía  el  tercer  puesto. 

Candió  indudablemente  por  el  mundo  la  fama  de 
esa  riqueza,  por  mas  que  la  España  la  guardara 
en  sijilosos  cofres,  i  de  aquí  la  aparición  que  en  los 
mares  de  Chile  comenzaron  a  hacer  sucesivamente 
desde  el  último  tercio  de  aquel  siglo  los  piratas  i 
corsarios  ingleses;  i  el  primero  entre  éstos  el  ilus- 
tre Drake.  Cuando  este  afortunado  navegante 
asaltó  a  Valparaíso  el  4  de  diciembre  de  1578, 
apresó  allí  60  mil  pesos  de  oro  de  Valdivia,  i  se- 


—  109  — 

gun  el  almirante  Lamero  Gallegos  a  él  solo  le 
tomó  800  mil  pesos,  en  compensación  de  cuya 
pérdida  el  presidente  don  Alonso  de  Sotomayor 
le  regaló  la  hacienda  de  Longotoma,  en  el  depar- 
tamento de  Petorca,  que  el  agraciado,  cuando  vie- 
jo, dio  en  trueque  por  una  sepultura  a  los  padres 
de  San  Agustin,  sus  actuales  afortunados  due- 
ños.  (1) 


VI. 


Cuando  14  años  mas  tarde  i  tras  las  huellas  de 
Drake,  visitó  a  Yalparaiso  el  famoso  i  romántico 
Kicardo  Hawkins  (el  «Richarte»  de  los  españoles) 
se  apoderó  también  de  una  remesa  de  oro  de  Val- 
divia, i  de  algo  que  el  galante  marino  británico 
acariciara  mas  que  el  oro, — la  bella  doña  Teresa 
de  Castro,  dama  de  honor  de  la  ^ireina  que  se  di- 
rijia  al  Perú,  llevándole  por  presente  o  solo  como 
compañeras  de  navegación,  ademas  del  oro,  dos 
mil  gallinas .... 


(1)  Sir  Francisco  Drake  (el  Draque)  capturó  en  seguida  en 
este  famoso  viaje,  primero  de  los  ingleses  al  derredor  del  mun- 
do, un  buque  con  57  barras  de  plata  de  Potosí  en  Arica,  i  poco 
mas  adelante  un  pequeño  galeón  que  llevaba  23  toneladas  de 
plata  i  un  quintal  de  oro^  oro  probablemente  de  Chile,  es  decir, 
oro  de  Valdivia.  El  galeón  se  llamaba  Caga  fuego,  el  Draque 
que  era  chistoso,  le  puso,  en  celebración  de  esta  presa,  el  Caca 
plata. 


-  lio 

vñ. 


De  todas  suertes,  i  si  bien  se  carezca  casi  por 
completo  de  datos  estadísticos  precisos,  porque 
todo  el  oro  salia  en  crudo,  es  decir,  en  polvo,  del 
país,  i  se  empleaba  como  único  medio  de  cambio 
en  su  forma  primitiva  (por  lo  cual  todo  el  mundo, 
así  como  hoi  usa  cartera  de  marroquí  para  los  bi- 
lletes, llevaba  en  los  bolsillos  una  pequeña  pesa  de 
metal);  es  un  hecho  que  no  admite  duda  el  de 
que  el  suelo  de  Chile  produjo  pingües  rendimien- 
tos de  oro  durante  toda  la  segunda  mitad  del  si- 
glo XVI,  i  que  a  ello  debió  su  mediana  prosperi- 
dad, balanceando  ésta  los  estragos  de  la  guerra 
con  los  araucanos,  que  consumía  todos  los  cauda- 
les i  agotaba  toda  la  sangre. 

Hemos  leido  una  antiquísima  escritura  de  fun- 
dación, de  la  cual  aparece  que  el  monasterio  de 
monjas  de  Santa  Isabel  en  Osorno  (que  es  el  mis- 
mo de  Las  Claras  en  Santiago)  fué  fundado  en 
aquella  ciudad  con  dos  tejos  de  oro  que  para  el 
caso  legó  o  donó  en  vida  un  clérigo  llamado  Hur- 
tado, que  así  devolvía  probablemente  al  cielo  lo 
que  el  altar  le  habia  dado  de  las  misas  ricamente 
pagadas  «a  peso  de  oro»,  oro  de  Villarrica  i  la  Im- 
perial, de  la  Madre  de  Dios  i  de  Ponzuelos.  (1) 

(1)  Es  curioso  observar  que  de  este  mineral  de  oro,  el  mas  fa- 
moso talvez  de  Chile,  estando  a  la  tradición,  no  hable  nominati- 


—  111  — 


YIII. 


Tal  fué,  diseñada  en  ancho  bosquejo,  la  mara- 
villosa riqueza  aurífera  de  Chile  en  el  siglo  XVI. 
Pero  así  como  el  sacritício  de  Pedro  de  Valdivia 
en  la  vega  de  Tucapel  marcó  una  edad  de  pasajera 
si  bien  significativa  decadencia  en  su  producción, 
así  la  aleve  matanza  del  gobernador  Oñez  de 
Loyola,  sobrino  de  San  Ignacio,  ocurrida  a  fines 
de  1598  en  la  quebrada  de  Curalaba  marcó  lar- 
guísima época  de  quebrantos. 

A  la  verdad,  el  siglo  XVII  todo  entero  fué  una 
edad  de  angustias  i  de  miserias,  como  el  que  le 
precediera  se  alternó  entre  abismos  i  portentos. 

Comenzó  aquél  con  una  gran  rebelión  que  estu- 
vo al  despoblar  por  la  tercera  vez  el  reino,  huyen- 


vamente  ningún  cronista  antiguo. — Las  noticias  que  tioi  mismo 
tenemos  son  vagas  e  incompletas. —Únicamente  dice  de  él  don 
F.  S.  Astaburuaga  en  su  escelente  Diccionario  Jeográfico  de 
Chile,  que  existia  en  la  bkuda  izquierda  del  rio  Negro,  afluen- 
te del  Rahue,  a  35  quilómetros  al  sudoeste  de  Osorno,  donde  se 
descubren  todavía  sus  ruinas. — Añade  que  las  minas  de  Pon- 
zuelos  fueron  descubiertas  en  1561,  esto  es,  cuando  don  García 
se  retiró  del  reino,  i  sobre  la  calilad  de  su  metal  aofrea-a. — -'«El 
oro,  ademas  de  haber  sido  mui  abundante,  era  el  mas  obrizo  i 
puro  de  los  de  Chile  i  casi  no  se  diferenciaba  del  verdaderamen- 
te acendrado. — Este  mineral  podrá  rendir  pingües  beneficios  si 
se  trabaja  de  nuevo  conforme  a  los  métodos  modernos.'» 


—  112  — 

do  de  sus  calamidades  iiasta  los  mas  sufridos  vas- 
tagos de  la  conquista. 

En  los  primeros  tres  años  de  ese  siglo  se  per- 
dieron las  siete  ciudades  i  con  ellas  injentes  rique- 
zas i  millares  de  vidas. 

Desde  entonces  (1603)  con  la  caida  de  la  fuer- 
te Yillarica,  con  la  desocupación  de  Osorno,  la 
ruina  de  la  Imperial,  defendida  por  heroica  hem- 
bra, i  la  pérdida  de  Valdivia  i  sus  cautivas,  la 
Araucania  dejó  de  ser  española  para  ser  otra  vez 
bárbara,  como  sigue  siéndolo  hasta  hoi  dia,  para 
mengua  eterna  de  nuestras  clases  dominantes. 


IX. 


Pero  en  todo  esto  hubo  de  notable  que  aun  en 
aquella  terrible  brega  con  los  bárbaros  en  que  to- 
maban parte  las  mujeres  como  amazonas  i  los  sa- 
cerdotes como  héroes,  tuvo  ocasión  de  mostrarse  la 
profusión  de  oro  que  a  la  sazón  existia  en  las  ciu- 
dades araucanas. — «Encarecia  el  hambre  el  valor 
de  la  comida,  dice  el  historiador  Rosales  del  cerco 
de  Yillarica,  ciudad  que  no  sucumbió  sino  cuando 
solo  quedaban  en  torno  de  su  campeón,  el  ínclito 
capitán  Bastidas,  once  hombres  i  doce  mujeres, 
(1602),  encarecía  el  hambre  el  valor  de  la  comi- 
da y  haz  i  a  despreciar  el  oro  y  la  plata,  que  nunca 
falta  quien  la  codicie  aunque  sepa  que  la  ha  de 
perder.  Valia  una  morcilla  de  sangre  de  caballo 


—  113  — 

diez  pesos  oro,  un  tasaxo  catorce,  un  celemín  de 
zebada  cuarenta.  Hombre  ubo  que  durante  la  am- 
bre  se  comió  media  cuera  de  ante  de  Castilla  y 
dos  panes  de  jabón.  Una  muger  se  comió,  acababa 
de  parir,  la  criatura  de  sus  entrañas.  Carne  huma- 
na la  comieron  muchos,  y  de  los  indios  que  ma- 
taban hazian  cecina.  Creció  tanto  la  necesidad 
que  los  hombres  querían  echar  suertes  para  co- 
merse unos  a  otros.» 


X. 


Vinieron  después  de  todo  esto  las  pestes,  las  se- 
quías i  las  hambres. 

I  en  pos  de  esas  plagas  sobrevino  el  gran  cata- 
clismo terráqueo  que  se  llamó  el  temblor  grande 
del  13  de  mayo  de  1647,  del  cual  nos  ha  quedado 
vinculado  el  terror  i  la  misericordia  en  el  rostro 
airado  de  una  efijie  i  una  corona  de  espinas  caída 
a  su  garganta.  El  «Señor  de  Mayo»  es  el  emble- 
ma histórico  de  aquella  fatal  edad,  como  la  abo- 
minable «Quintrala»  fué  su  emblema  social:  í 
ambos  tipos  están  ligados  por  íntima  tradición  de 
vecindad,  de  profanación  i  de  culto. 

Pereció,  en  la  horrenda  noche  del  temblor  de 
mayo,  la  cuarta  parte  de  la  población  española  o 
criolla  de  Chile,  i  se  trató  de  desalojar  a  Santiago 
llevando  la  planta  de  la  ciudad  a  otro  paraje,  como 
antes  se  había  tratado  de  desalojar  el  reino. 

LA  E.  DEL  O.  15 


—  114  — 

xr. 

A  las  rebeliones,  a  la  inseguridad  de  las  ciuda- 
des, a  las  sequías,  a  los  terremotos,  a  las  siete  pla- 
gas de  Ejipto,  se  siguieron  todavía  los  bucaneros 
o  salteadores  del  mar  que  invadieron  todas  las 
costas  del  Pacífico,  desde  que  el  atrevido  Enrique 
Morgan  pasó  al  Darien  con  sus  voraces  filibus- 
teros atravesando  a  pié  el  Itsmo  de  Panamá  en 
1670. 

Las  principales  fuentes  del  oro  habian  quedado 
sepultadas  en  las  selvas  de  Arauco,  i,  lo  que  era 
peor,  los  indios  alzados  mostraban  una  aversión 
som.bría  i  terrible  a  revelar  los  secretos  perdi- 
dos, causa  de  su  esclavitud  i  de  su  esterminio. 
Refiere  el  padre  O  valle  que  habiendo  en  su  tiem- 
po ofrecido  un  indio  de  Santiago  conducir  a  un 
estanciero  a  cierto  paraje  de  la  cordillera  en  que 
habia  una  rica  mina,  i  aunque  el  feudatario  tuvo 
la  precaución  de  ocultarlo  para  que  nadie  sospe- 
chara su  dilijencia,  amaneció  el  revelador  ahorca- 
do, porque  esta  era  la  pena  de  todo  el  que  traicio- 
naba la  lei  del  invencible  arcano  que  para  ellos 
rije  todavía.  «Están  las  principales  minas  de  oro, 
dice  el  jesuíta  Rosales,  que  en  esto  afianza  el  tes- 
timonio de  su  contemporáneo  arriba  citado,  están 
las  princijjales  minas  de  oro  en  tierra  del  enemigo, 
j  por  verse  trabajados  los  indios  y  maltratados  so- 


—  115  — 

bre  sacar  oro  a  los  españoles,  se  revelaron  y  arro- 
jaron el  oro  que  tenían  en  el  rio  de  Valdivia  y  se 
concertaron  de  no  descubrir  minas  ningunas,  ame- 
nazando de  muerte  al  que  las  manifestare,  y  con 
aver  también  en  tierras  de  paz  minas  muy  ricas  las 
"'^ienen  ocultas,  y  por  el  temor  de  que  no  les  quiten 
la  vida  otros  indios  no  quieren  descubrirlas.»  (1) 


(1)  Rosales.—  Historia  de  Chile,  vol.  I,  páj.  211.— El  padre 
Oval  le  abriga  la  misma  opinión  i  cita  varios  casos  particulares 
que  la  confirman.  Hé  aquí  sus  palabras  en  la  edición  italia- 
na de  su  historia,  única  que  tenemos  a  la  mano. —  «Che  cause 
trace,  che  qiiefte  ricchezze  non  fi  godino,  ne  fi  manifeftino.  La 
])rima  é  la  commune  ragione  di  ftato  &  inviolabile  refolutione, 
che  communemente  hanno  gl'  Indiani  di  coprirle  e  non  manifes- 
tarle a  neffun  altra  natione  il  che  ofíeruano  con  tanta  gran  pun- 
tualitá,  che  non  v'é  minor  pena,  che  della  vita  fra  di  loro  il 
violare  quefto  filentio,  ch'  effi  ftimano  per  cofa  facra  &  indif- 
penfabile;  e  fe  alcuno  per  intereffe,  o  halordangine,  o  per  altro 
motivo  a  lui  con  vene  volé,  fcopre  qnalche  c  )fi  di  quefto,  é 
infallibile  ¡a fuá  morte,  ne  v'é  difefa  humana,  che  poffída  que- 
11a  liberarlo.»  -  (Ovalle;  Historia  de  Chile,  páj.  116.) 

I  esto  mas  o  menos  era  lo  mismo  que  habia  sucedido  en  todas 
las  indias.  «Perdiéronse,  dicen  Juan  i  Ulloa  en  su  Relación  del 
viaje  a  la  América  meridional,  hablando  de  las  ricas  minas  del 
Ecuador  (vol.  II.  páj.  602),  perdiéronse  las  minas  de  oro  que  en- 
cierra la  jurisdicción  de  Macas,  por  la  sublevación  de  los  indios, 
y  no  se  procuraron  recuperar;  de  suerte  que  con  el  trascurso  del 
tiempo  hasta  la  memoria  de  los  sitios  donde  determinadamente 
estaban,  se  oscureció:  descaecieron  los  labores  de  las  minas  de 
Zaruma  porque  empezó  a  olvidarse  allí  el  arte  de  beneficiar  los 
metales  y  faltó  la  aplicación  en  Jas  jentes  para  dedicarse  a  ello;  y 
al  mismo  respecto  fué  esperimentando   su  decadencia  de   toda  la 


—  116  — 

XII. 

I  como  los  cronistas  antigaos  siempre  citan  en 
su  abono  casos  particulares  de  lo  que  cuentan, 
como  si  temieran  no  ser  creidos  por  la  posteridad 
bajo  su  sola  respetabilísima  palabra,  el  jesuíta 
Kosales,  a  ejemplo  del  padre  O  valle,  su  discípulo  i 
amigo,  refiere  el  siguiente  lance  de  ocultación  de 
minas  de  oro  ocurrido  en  su  tiempo  en  la  enton- 
ces restaurada  ciudad  de  Valdivia: — «Y  a  acon- 
tecido ir  algunos  indios  importunados  y  acaricia- 
dos de  los  Españoles  a  enseñarles  algunas  minas 
y  huídoseles  del  camino,  porque  si  ven  una  zorra 


provincia.» 

I  un  poco  mas  adelante,  los  mismos  autores  agregaban: 
«Lo  mismo  que  las  minas  de  Zaruma  esperimentan  otras 
también  de  oro  que  hay  en  la  jurisdicción  del  gobierno  de  Jaén 
de  Bracamoros:  de  estas  se  sacaban  grandes  porciones  havrá 
cosa  de  80  años;  pero  desde  que  los  indios  de  aquellas  partes,  a 
imitación  de  los  de  Macas  se  sublevaron,  quedaron  olvidadas  en- 
teramente; y  nunca  se  ha  hecho  diligencia  de  volverlas  a  descu- 
brir para  beneficiarlas.»  — (Vol.  II.  páj.  607.) 

En  realiadad,  las  tradiciones  de  la  América  española  están  tan 
empapadas  de  estas  ocultaciones  misteriosas  de  tesoros  por  los 
indios  como  de  las  del  rescate,  del  inca  o  los  millones  de  los  je- 
suítas en  la  noche  de  su  expulsión.  El  viajero  ingles  C.  B.  Mar- 
ckham,  que  visitó  el  Cuzco  en  1853,  refiere  que  un  siglo  atrás  un 
cura  de  Lampa,  en  la  provincia  de  Puno,  habia  descubierto  un 
inmenso  tesoro  en  un  paraje  del  cual  un  indio  sacaba  con  fre- 
cuencia objetos  de  oro  para  empeñarlos  en  los  tambos.  Denun- 


—  117  — 

O  un  guanaco  dizen  que  les  es  mal  agüero  y  les 
sale  al  camino  a  anunciarles  la  muerte.  Quanclo 
dieron  la  paz  los  indios  de  Valdivia  y  la  Mari  quina 
por  los  años  de  1646,  fué  allá  el  capitán  D.  Martin 
de  Santander,  que  avia  sido  vecino  muy  rico  de 
aquella  ciudad,  a  sacar  algunos  parientes  cautivos, 
y  de  camino  hizo  grandes  diligencias  con  algunos 
indios  porque  le  mostrassen  las  minas  y  no  lo  pudo 
conseguir,  y  aviendo  pagado  mui  bien  a  uno,  lo 
mas  que  hizo  fué  llevarle  por  unos  cerros  muy  do- 
blados y  señalarle  desde  uno  dellos  una  quebrada, 
y  le  dixo  que  alli  estava  la  mina,  que  la  fuese  a 
buscar,  que  él  no  podia  pasar  adelante,  y  como  no 
le  quiso  dar  mas  que  esta  noticia  confusa,  se  hubo 

ciado  el  indio  por  la  mujer  que  recibía  aquellas  kuacas  ea  pren- 
da, fué  azotado  por  el  cura  hasta  que  confesó  i  mostró  el  sitio 
del  entierro;  i  de  este  sacó  el  codicioso  párroco,  ayudado  por  don 
Pedro  Aranibar,  vecino  de  Arequipa,  la  enorme  suma  de  dos 
millones  i  medio  de  pesos.  El  lugar  donde  este  tesoro  fué  des- 
cubierto se  llama  hoi  Manan — chili,  i  conforme  a  las  predicciones 
del  iufeliz  indio  se  ha  convertido  en  un  lao^unato  de  agua. — 
{Marckham. — Ajourney  to  Cuzco,  Londres  1856,  páj.  217.) 

El  célebre  escritor  potosino,  don  Julio  L.  Jaimes,  dio  también 
a  luz  en  la  Revista  de  Lima  en  1873  una  tradición  de  este  jé- 
nero  con  el  título  de  Los  Tesoros  de  Rocha,  tesoros  que  parecen 
una  fábula  calcada  sobre  la  de  los  subterráneos  que  el  abate 
Faria  mostró  en  el  castillo  de  Iff  a  Montecristo,  pues  se  trata  de 
infinitos  millones  ocultos  en  una  caverna  del  cono  de  Potosí  a 
mediados  del  pasado  siglo.  Pero  el  señor  Jaimes  nos  ha  asegura- 
do que  el  hecho  es  cierto  i  consta  de  documentos  orijinales  que 
é!  ha  rejistrado  en  Potosí. 


—  118  — 

de  volver.  Y  los  indios^  que  de  nuevo  avian  dado 
la  paz  se  quexaron  al  Governador  de  que  andu- 
viese haziendo  diligencias  por  descubrir  minas, 
que  avian  sido  la  ocasión  del  alzamiento  general, 
con  que  le  dixo  el  Governador  que  desistiese  por 
entonces  de  aquel  intento,  que  era  temprano,  y 
los  indios,  como  nuevos,  estaban  delicados.»   (1) 

XIII. 

Fué  por  todo  esto  el  segundo  siglo  de  la  exis- 
tencia de  Chile  estreraadamente  infeliz,  porque 
fué  un  siglo  sin  oro,  es  decir,  un  siglo  sin  comer- 
cio, sin  cambios,  sin  esportacion,  sin  inmigrantes. 


(1)  Rosales  Ibid,  lib.  Y.  — Los  araacaaos  no  solo  han  recela- 
do siempre  de  divulgar  las  antiguas  minas  sino  hasta  los  asien- 
tos de  las  antiguas  ciudades  arruinadas. — Dando  cuenta  el 
capitán  de  injenieros  don  Juan  Mackenna  de  la  manera  casual 
como  en  1792  fueron  descubiertos  los  escombros  de  Osorno  con 
sus  cinco  iglesias  i  cuatro  conventos  de  frailes,  se  espresa  así  en 
un  manuscrito  que  existe  en  la  Biblioteca  Nacional. — «El  go- 
bernador de  Valdivia,  de  orden  superior,  después  de  varias  es- 
ploraciones  en  requerimiento  de  las  ruinas  de  Osorno,  pero  todas 
en  vano  por  motivo  de  la  estremada  cautela  i  recelo  de  los  in- 
dios, a  quienes  infundia  terror  la  menor  pregunta  de  Osorno, 
cuyas  ruinas  miraban  como  a  objeto  de  abominación,  todo  nacido 
de  la  triste  idea  que  por  medio  de  tradición  conservaban  de  lo 
que  sus  antepasados  habian  padecido  bajo  el  duro  i  tirano  yugo 
de  los  encomenderos;  pero  al  fin  una  casualidad  descubrió  lo 
que  no  pudieron  los  mas  bien  combinados  reconociniientos.s> 


—  119  — 

El  oro  tan  abuadante  en  los  dias  de  Valdivia  i 
de  Drake,  habia  desaparecido  como  si  las  entra- 
ñas de  la  tierra  que  lo  producía  se  hubiesen  en- 
fermado de  esterilidad,  cual  los  valles  del  Perú  res- 
pecto del  trigo. 

I  así  era  la  verdad,  porque  a  mas  de  estar  ce- 
gadas las  fuentes  productoras  de  Ponzuelos,  de 
Yillarica,  de  la  Imperial,  de  la  Madre  de  Dios  i 
de  la  rejion  que  hoi  mismo  vuelve  a  aparecer  en 
las  cordilleras  de  Caramávida  j  unto  a  Lebu,  los 
habitantes  del  reino  desalentados,  pesarosos  i  pro- 
vistos sin  embargo  de  lo  que  sobraba  a  su  existencia 
material,  no  se  imponían  la  menor  fatiga  para  pro- 
curarse aquellas  riquezas  que  tantos  afanes,  sangre 
i  desengaños  hablan  impuesto  a  sus  mayores. 

El  oro  habia  hecho  mucho  mas  viudas  que  el 
acero  en  Chile,  i  por  él  hablan  perecido  dos  gober- 
nadores del  Estado, — don  Pedro  de  Valdivia  eu  un 
totoral  junto  a  .Tucapel  i  don  Martin  Garcia  Oñez 
de  Loyola  en  una  garganta  estrecha  llamada  Cu- 
ralaba. 

I  en  este  particular,  es  decir,  en  la  poca  dili- 
jencia  de  los  colonos  para  incrementar  sus  inte- 
reses por  la  industria  i  bienestar,  hállanse  de 
acuerdo  el  padre  Ovalle  i  el  viajero  Frezier,  que 
con  el  intervalo  de  70  años  (1640  a  1715)  escri- 
bieron sobre  el  país,  sus  riquezas  i  sus  habitantes. 
«La  segunda  causa  que  encuentro,  decia  el  prime- 
ro para  esplicar  la  disminución  de  la  producción 


—  120  — 

del  oro  a  mediados  del  s%lo  XVII,  por  la  cual  los 
chilenos  no  aprovecharon  estas  riquezas,  era  la 
gran  abundancia  de  mantenimientos  que  ofrece  la 
tierra,  de  suerte  que  la  hambre,  que  es  el  aguijón 
de  la  codicia,  no  quiere  arriesgarse  a  nada  i  nadie 
quiere  perder  la  comodidad  de  su  casa  para  lan- 
zarse a  las  asperezas  de  los  montes  en  busca  de 
minas.»    (1) 

Los  chilenos  de  aquel  tiempo  dedicidamente  no 
eran  cateadores  porque  no  tenian  hambre: 

XIV. 

A  la  verdad,  a  tal  grado  habia  llegado  el  abati- 
miento i  la  miseria  del  reino,  que  habiendo  queri- 

(1)  «La  fecouda  caufa  che  trouo,  che  non  fi  godaDO  quefte 
ricchezze,  e  la  molta  abboudanza  che  v'é  íq  tatta  la  térra  delle 
cofe  neceffarie  per  paffare  la  vita,  fiche  mancando  la  farae,  che 
é  il  follecitatore  della  cupudigia,  non  v'é  chi  fi  rifchi,  né  vogli 
perderé  la  commoditá  della  fuá  cafa  per  andaré  per  Tafprezza 
de  monti  alia  cerca  delle  miniere.» — (Ovalle. — Historia  de  Chi- 
le, páj.  16.) 

Exactamente  de  esta  opinión  i  como  hombre  que  la  habia 
comprobado  por  sus  propios  ojos,  era  Frezier  cuando  hablando 
de  la  indolente  pereza  de  los  colonos  de  Chile,  decía  en  1713:  — 
«Quoiqu'il  en  foit,  il  est  vrai  que  ees  lavoirs  sont  tres  ivé- 
quans  dans  le  Chili,  que  la  nonchalance  des  Espagnols  et  le 
peu  d'ouvriers  qu'ils  ont,  laissent  des  trésors  inmenses  en  terre, 
dont  ils  pourroient  facilemeut  jouir,  mais  comme  ils  ne  se 
bornent  pas  k  des  profits  mediocres,  ils  ne  s'attachent  qu'aux 
miniares,  oü  ils  peuvent  trouver  un  gaiu  considerable.» 


—  121  — 

do  el  presidente  ERriquez  construir  la  taza  de  cal 
i  ladrillo  de  la  primera  pila  que  tuvo  Santiago  en 
el  centro  de  su  plaza  principal  i  única,  hubo  de 
valerse  de  un  criado  suyo  que  sabia  alg'o  de  alba- 
ñilería;  i  cuando  el  famoso  bucanero  Bartolomé 
Sharp  asaltó  a  Goquiínho— (Ya  llegó  charqui 
(Sharp)  a  Coquimbo)  solo  se  encontraron  en  la 
sala  de  armas  de  la  capital  tres  trabucos  viejos  para 
salirle  al  encuentro.  (1) 


(1)  Sobre  este  punto  de  si  fué  cierto  el  alboroto  que  producía  la 
aparición  de  Bartolomé  Sbarp  i  sus  compañeros  de  salteo  eu  la 
Serena  lo  que  dio  oríjen  al  curioso  i  espre.sivo  refrán — Ya  llegó 
charqui  a  Goquimbo!  o  si  el  dicho  viene  de  la  alegría  que  en 
aquella  provincia  i  capital  producía  eu  tiempos  remotos  la  llega- 
da del  charqui  del  sur,  hacemos  nuestras  reservas,  si  mas  no  sea 
en  honor  de  la  lengua  castiza  de  la  provincia  que  de  la  cual  so- 
mos por  ahora,  i  con  harto  honor  nuestro,  lenguaraz. 

Parecería  en  efecto  ser  natural  la  priiuera  aunque  estropeada 
derivación  porque  en  nuestra  niñez  oíamos  decir.— Fa  llegó 
charqui  a  Coquii:-ibOy  cuando  llegaba  alguien  haciendo  bulla  i  za- 
lagarda. Apropósito  de  esto,  el  tesorero  Madariaga  que  escribió 
a  mediados  del  siglo  pasado  una  relación  que  se  mantiene  iné- 
dita sobre  el  obispado  de  Santiago  (17-14)  dice  estas  palabras  con 
motivo  de  la  alarma  continua  de  los  serenenses.  -  «A  la  menor 
noticia  de  vela  de  alguna  magnitud  que  aportase  a  su  puerto,  no 
quedaba  persona  que  no  dispusiese  su  retirada,  por  la  ninguna 
defensa  con  que  se  consideraban.» 

Pero  al  propio  tiempo  el  mismo  escritor  ea  oLro  pasaje  añade, 
comentando  la  pobreza  de  mantenimientos  de  aquella  provincia 
en  los  pasados  tiempos. — «Siendo  preciso  siempre  el  que  de 
otros  parajes  se  lleve  porción  de  vacas  i  carneros  para  su  abas- 
to, charqui,  grasa  i  sebo,  sin  cuyo    socorro  lo   pasarían  con  mu- 

LA    E.    DEL    o.  16 


\ 

XV. 

De  esta  misma  época  data  también  el  siguiente 
cmioso  acuerdo  del  cabildo  de  Santiago  que  por 
gráfico  i  característico  de  la  época  trascribimos 
íntegramente  como  sigue: 

c(En  la  muí  noble  y  mui  leal  ciudad  de  Santiago 
de  Chile,  en  17  dias  del  mes  de  enero  de  1681 
años.  Los  señores  del  Cabildo,  justicia  y  regimien- 
to se  juntaron  en  su  lugar  acostumbrado  para  tra- 
tar y  conferir  el  bien  y  útil  de  la  república.  Este 
dia  acordaron  que  por  la  falta  que  ace  la  campana 
del  cabildo,  assi  para  llamar  a  los  capitulares  los 
dias  acostumbrados,  como  para  combocar  los  mi- 
nistros eu  las  ocasiones  de  las  fugas  de  las  cárce- 
les y  accr  la  señal  de  la  queda  para  que  a  las  nue- 
ve se  recojan  las  personas  que  lo  deben  acer  a  esta 
hora,  se  llame  a  Nicolás  López,  maestro  herrero 
que  paga  censo  a  los  propios  de  este  cabildo  y  se  le 
obligue  a  que,  por  cuenta  de  los  réditos,  aga  se  pon- 
í'-a  la  lensfüeta  a  la  dicha  campana  dentro  de  diez 
i  neis  días  y  se  comete  esta  diligencia  al  S.  Licen- 
ciado don  José  González  Manrique,  abogado  de  es- 
ta real  audiencia  y  alcalde  ordinario  de  esta  ciudad 

cho  trabajo.»  I  agregan  los  antiguos  que  cuando  entraban  las 
recuas  con  charqui  ala  Serena,  repicaban  las  campanas;  i  de 
aquí  el — Ya  llegó  chargui  a  Coquimbo. 


-.  123  — 

y  con  esto  se  cerro  este  cabildo.  -  Don  José  Gonzá- 
lez Manrique. — D.  Pedro  Recalde  Briseño. — D. 
Jerónimo  de  Villalon. — D.  Diego  del  Águila. —  D. 
Juan  Antonio  Bar  a. — Antonio  Ponce  de  León.  — 
Matías  de  Uga  (escribano  público  y  de  ciudad). » 

XVI. 

I  sin  embargo  de  todo  esto,  en  el  largo  i  penoso 
curso  del  siglo  XVII  existió  una  mina  de  oro,  una 
sola  mina  de  copiosa  riqueza,  i  que  por  si  sola,  a 
nuestro  juicio,  sostuvo  a  todo  el  reino  impidiendo 
con  su  provisión  constante  un  verdadero  cata- 
clismo. 

Esa  mina  fué  la  famosa  de  Andacollo,  de  la 
cual  al  comenzar  aquel  siglo  siglo  decia  el  presi- 
dente García  Kamon  al  rei,  en  carta  de  abril  de 
1607: — «el  cerro  de  Andacollo  es  uno  de  los  r ios 
que  hai  en  el  mundo  de  oro.»  (1) 


(1)  No  existe  constancia  cierta  de  la  época  en  que  fuera  des- 
cubierto el  mineral  de  Andacollo.  De  nn  raanu.scrito  del  siglo 
pasado,  que  citaremos  ampliamente  mas  adelante,  resultaría  que 
pudo  ser  conocido  antes  de  la  conquista  castellana,  porque  se 
habla  de  labores  trabajadas  «en  tiempo  de  los  jentiles,»  i  ademas 
el  nombre  parece  de  etiraolojía  peruana: — talvez  Anta-Colla, 
dos  palabras  quichuas.  Fuera  de  esto,  en  el  Archivo  de  Indias 
de  Sevilla  encontramos  en  1870  una  comunicación  del  presiden- 
te Bravo  de  Saravia  fechada  en  la  Serena  (puerto  donde  desem- 
barcó para  venir  por  tierra  a  Santiago)  el  19  de  agosto  de  1568 
en  que  agradece  a  los  mineros  de  oro  de  aquella  ciudad  el  je- 
neroso  donativo  que  le  hicieron  de  los  productos  de  un  mes  de 


—  124  — 

I  el  tosco  conquistado^,^creyendo  tal  vez  usar  solo 
una  figura  para  describir  la  abundancia,  denuncia- 
ba sin  embargo  una  gran  verdad  jeolójica,  que  la 
ciencia  ha  venido  a  comprobar  dos  siglos  mas  tar- 
de; a  saber,  la  de  que  la  mayor  parte  i  los  mejores 
panizos  de  oro  son  aquellos  que  han  corrido  como 
rios,  sirviendo  de  poderosos  estuarios  a  corrientes 
antediluvianas,  que  trituraron  las  montañas  i  re- 
dujeron a  polvo  sus  veneros. 

Teníase  a  la  verdad  por  fenomenal  i  prodijiosa 
la  riqueza  aurífera  no  agotada  todavía  de  Anda- 
collo  en  pasados  tiempos  i  aun  hoi  mismo,  todos 
los  cascajos  (la  circa  como  allá  se  dice)  de  aque- 
lla vasta  i  árida  subdelegacion,  enclavada  en  un 
riñon  de  cerros  entre  la  Serena  i  Ovalle,  contie- 
nen oro,  bastando  la  menor  lluvia  para  hacerlos 
producir  no  despreciables  sumas.  Era  por  esto  mui 
exacta  la  definición  de  García  Ramón,  cuando  de- 
nominaba aquellas  secas  quebradas  fcnn  rio  de 
oro,5>  porque  cuando  el  agua  corre  el  oro  se  li- 
quida. I  de  esto  volveremos  a  tratar  mas  adelante 
con  datos  recojidos  a  fines  del  pasado  siglo  i  en 
el  presente  que  no  tardará  en  acabarse. 

No  es  posible,    entretanto,  ni    hai  barómetro 

los  ocho  de  la  demora  para  los  gastos  de  la  guerra. — En  corres- 
pondencia, el  presidente  se  proponia  enviar  a  Coquimbo  una 
guarnición  de  cien  soldados  para  defender  a  sus  vecinos  en  caso 
de  una  sublevación  de  los  indios,  i  todo  esto  prueba  que  el  oro 
era  allí  abundantísimo  en  el  último  tercio  del  sitólo  XYI.» 


—  125  — 

adecuado  para  valorizar  la  riqueza  que  Andacollo 
ha  rendido  a  nuestro  suelo,  a  no  ser  por  las  pre- 
seas de  su  vírjen  milagrosa  i  por  las  ofrendas  de 
sus  devotos  que  han  solido  producir  hasta  40  mil 
pesos  en  un  año,  o  sea  cuatro  millones  en  un  si- 
glo. Pero  a  juzgar  por  los  documentos  públicos  i 
particulares  de  aquel  tiempo,  Andacollo  no  solo 
era  el  mercado  proveedor  de  Chile  sino  su  verda- 
dera casa  de  Moneda,  porque  invariablemente  to- 
do*s  los  contratos  i  escrituras  públicas  de  esa  época 
(i  de  éstas  hemos  visto  nosotros  algunos  centena- 
res) se  hacian  «en  buen  oro  de  Andacollo,»  que 
era  jeneralmente  de  23  quintales. 

A  semejante  período  de  nuestra  historia  mer- 
cantil i  social,  cuando  todo  se  hacia  con  oro  en 
polvo,  se  refiere  también  la  declaración  que  antes 
citamos  del  feudatario  Amaza,  cuando  por  el  año 
de  1660  declaraba  que  no  conocía  las  onzas  de  oro 
sellado  sino  íde  oidas.» 

El  oro  de  Andacollo  sirvió  por  consiguiente  de 
pilar  a  Chile,  i  en  medio  de  una  crisis  que  duró 
un  largo  siglo,  le  ayudó  poderosamente  a  vivir. 

XVII. 

Pero  una  considerable  reacción,  fruto  tal  vez  del 
esceso  de  la  miseria,  o  del  acaso,  vinieron  a  abrirse 
en  los  primeros  años  del  siglo  subsiguiente  nuevos 
horizontes  a  la  industria,  al  trabajo,  a  la  produc- 


—  126  — 

cion;  i  como  acontece  ^siempre  fué  el  oro  el  que 
dio  la  voz  del  despertamiento  i  la  fortuna. 

Después  de  un  largo  eclipse,  la  edad  del  oro,  que 
habia  comenzado  en  don  Pedro  de  Valdivia,  volvió 
a  renacer  con  el  siglo  que  en  el  viejo  continente  se 
ha  llamado  de  la  luz,  i  que  en  Chile  con  razón 
debería  denominarse  «el  siglo  del  oro»,  como  en 
breve  vamos  a  dejarlo  demostrado. 

Es  suficiente  entretanto  que  quede  establecido 
aquí,  porque  este  ha  sido  el  principal  propósito 
del  presente  capítulo,  que  la  riqueza  aurífera  de 
Chile,  tan  prolífica  i  comprobada  en  el  siglo 
XYI,  no  se  paralizó  por  agotamiento  de  sus  ve- 
neros naturales,  sino  por  fenómenos  económicos 
completamente  ajenos  a  la  tierra  que  lo  rinde,  i 
especialmente  por  los  efectos  de  la  guerra  que 
cegó  de  golpe  todos  los  afluentes  del  oro  en  la 
Araucania,  dejando  solo  en  curso  los  del  Norte  i 
especialmente  el  de  Andacollo. 

I,  cosa  digna  de  tomarse  en  cuenta,  igual  nove- 
dad.va  a  producirse  muchos  lustros  mas  tarde  por 
causas  completamente  análogas  cuando  habria  de 
comenzar  la  guerra  de  la  Independencia. 

Con  datos  completamente  irrecusables,  sacados 
de  las  oficinas  públicas  de  Santiago,  demostrare- 
mos en  efecto  i  en  el  lugar  oportuno  que  el  año  X 
fué  el  año  del  oro  por  escelencia  en  Chile,  i  que  sin 
embargo,  junto  con  la  guerra,  comenzó  la  esteri- 
lidad, como  en  1553  i  como  en  1603. 


CAPITULO    IV. 


LA    RESURRECCIÓN  DEL   ORO    EN   EL   SIGLO     XVIII 

Favorables  auspicios  con  qne  comienza  el  siglo  XVIII  para  los  mineros  de 
oro  de  Chile. — La  pobreza  jeneral  producida  por  las  catástrofes  del  si- 
glo XVll  incita  a  los  trabajos  i  a  los  descubrimientos. — El  mineral  de 
oro  de  Tiltil  eu  1713. — Los  trapiches  de  oro. — «Entre  solera  i  voladora». 
— Escritura  de  venta  de  un  trapiche  de  oro  en  la  Serena. — El  mecanis- 
mo de  un  trapiche,  su  trabajo  i  sus  obreros. — Importantes  descubrimien- 
tos auríferos  en  Copiapó  en  1706. — Frezier  en  Copiapó  i  en  la  Serena.— 
Lo  que  era  un  buitrón  o  trapiche  real. — El  oro  de  Capote. — Opiniones 
científicas  de  Frezier  sobre  la  formación  del  oro  conforme  a  las  teorías 
modernas. — Singulares  creencias  de  los  padres  Rosales  i  Olivares,  se- 
gún las  cuales  el  oro  crecía  como  las  semillas. — Petzolt  i  Suess. — Incre- 
mento que  toma  Copiapó  con  sus  minas  de  oro  un  siglo  antes  de  aparecer 
la  plata.— La  aldea  es  elevada  a  villa  i  el  valle  a  correjimiento. —  Ins- 
trucciones al  correjidor  Saravia  en  1740. — Antigüedad  de  la  «cangalla». 
— Las  minas  de  Lampagui  i  por  qué  se  abandonaron.— Pobreza  relati- 
va de  las  minas  de  ciarzo  respecto  de  los  placeres  de  oro  en  Chile  i  en 
todo  el  mundo. — Proporción  de  Laveleye. — Descubrimiento  de  las  minas 
de  Petorca  i  de  la  Ligua. — Lampagui  i  don  «Bartoio  Intento». — Cálculos 
de  Ulloa,  de  Molina  i  de  Olivares  sobre  la  producción  del  oro  en  Chile  a 
mediados  del  siglo  pasado. — El  oro  de  los  buches  de  gallina. — Las  ga- 
llinas de  Truz-Truz  i  la  perdiz  de  Petorca.— La  abundancia  de  oro  in- 
duce a  los  vecinos  de  Santiago  a  solicitar  la  fundación  de  una  casa  de 
Moneda  desde  1730. — La  Moneda  de  Santiago  no  nació  de  la  plata  ni, 
del  cobre,  ni  de  una  «equivocación  del   rei»,  sino  del  oro. 

«Los  lavaderos  de  oro  son  tantos,  que 
algunos  piensan,  no  sin  razón,  que  en  todas 
partes  del  reino  los  hai,  poco  o  mucho. 
En  Tiltil,  Petorca,  Ligua,  Coquimbo,  Huas- 
co,  Copiapó,  Talcamávida,   Culacoyan,  es- 


—  128  — 


tanOia  del  rei  i  Valdivia.  De  este  último 
podemos  hablar  sobre  el  informe  de  nues- 
tros ojos,  visto  en  varias  partes  de  la  cir- 
cunferencia esterior  de  la  plaza,  aun  a  po- 
cos pasos  fuera  del  cuartel,  ocuparse  en  la- 
var tierra  algunos  pobres,  sin  azogue  ni 
otro  adminículo,  de  los  que  tocan  a  este 
beneficio  i  quedan  raui  bien  pagados  de  su 
trabajo,  aun  cuando  acusan  de  adversa  su 
fortuna,  pues  cuando  menos  logran,  con  la 
dilijencia  de  una  o  dos  horas,  el  peso  de 
un  tomin  de  oro  de  ganancia.»— Olivares, 
Historia  de  Chile,  páj.  27.) 


I. 


El  siglo  que  abrió  la  puerta  al  que  hoi  a  su 
turno  se  va,  comenzó  para  los  infelices  colonos  de 
Chile  bajo  auspicios  harto  mas  dichosos  que  el  que 
le  habia  precedido. 

Los  indios  se  mantenian  quietos,  i  desde  el  Bio- 
bio  al  norte  se  encontraban  completamente  do- 
mados. 

A  los  rapaces  bucaneros  del  mar,  a  Morgan,  a 
Davis,  a  Sharp,  estos  dos  últimos  azote  de  la  cos- 
ta del  reino  desde  Coquimbo  a  Chiloé,  habian 
sucedido  los  ricos  armadores  de  San  Malo  que 
vinieron  al  Pacífico  con  permiso  del  rei  francés 
Felipe  V,  nieto  de  Luis  XIV,  i  abarrotaron  nues- 
tras ciudades  con  las  baratas  comodidades  de  las 
fábricas  de  su  país. 

I  por  último,  la  miseria  misma  i  las  escaseces 
producidas,  trocadas  en  enseñanzas  i  en  estímulo, 
a  virtud  de  la  sabiduría  del  viejo  probérvio,  segim 
el  cual  nada  a^uza  mas  el  humano  entendimiento 


—  129  — 

que  la  inhumana  necesidad,  los  colonos  echando 
al  suelo  sus  capas  de  perezosos  hidalgos  se  hicie- 
ron, como  en  los  dias  de  Paraíf,  (días  de  penu- 
ria), solícitos  rebuscadores  de  oro. 

I  de  aquí  surjieron  los  descubrimientos  casi  coe- 
táneos de  Tiltil,  de  Copiapó  (1706)  i  de  Lampa- 
gui  (1710)  en  las  cordilleras  de  Illapel. 


II. 


No  hemos  llegado  a  desenterrar  de  los  archivos 
la  fecha  exacta  del  descubrimiento  de  los  mine- 
rales de  cuarzo  de  Tiltil,  cuyo  vocablo  en  indio 
tiene  el  nombre  de  un  metal  que  no  es  el  oro  («el 
estaño»);  pero  un  viajero  eminente  que  visitó  sus 
trapiches  en  1712,  nos  ha  dejado  una  idea  bastan- 
te cabal  de  su  riqueza  i  de  la  industria  de  los  chi- 
lenos. El  mineral  era  comparativamente  pobre, 
como  sigue  siéndolo  hoi  mismo;  pero  bastaba  que 
cada  cajón  de  64  quintaks  españoles  rindiera  en 
la  molienda  dos  onzas  de  oro  para  que  costease  su 
esplotacion.  Todo  lo  que  de  esa  lei  de  rendi- 
miento subiese  era  prov^echo,  i  cuando  el  minero 
encontraba  entre  el  vacio  i  recovecos  de  las  grie- 
tas una  «bolsa»  o  «riñonada»  de  oro,  como  la  que 
a  principios  de  este  siglo  disfrutaron  los  famosos 
«Osorios  de  Tiltil»,  entonces  el  provecho  se  con- 
vertía en  pingüe  fortuna. 

LA   E.    BEL   O.  17 


130  — 


ill. 


El  sistema  de  los  trapiches  era  primitivo,  pero 
eficaz,  barato  i  tal  vez  el  mas  apropiado  a  la  pecu- 
liaridad del  oro  cuarzoso  de  Chile,  que  es  laminar 
mas  que  granulado,  i  por  lo  mismo  sumamente  su- 
til, delgado  i  susceptible  de  ser  arrastrado  por  las 
fuertes  corrientes  de  la  presión  hidráulica  como 
ha  sucedido,  de  seguro,  en  Niblinto  i  talvez  en  Ca- 
tapilco.  El  ilustre  injeniero  Frezier  que  vino  a  re- 
correr la  América  del  Sur  con  ojos  de  Argos  i  con 
encargo  especial  de  Luis  XÍV  i  a  sus  espen- 
sas,  compara  los  trapiches  de  Tiltil  a  los  que  se 
usan  en  Normandia  para  moler  manzanas  i  es- 
trujar de  su  jugo  la  cidra;  i  los  restos  de  esos 
aparatos  que  todavía  existen,  i  que  el  viajero  puede 
al  acaso  divisar  desde  el  fondo  de  su  veloz  asiento 
en  el  trayecto  de  la  quebrada,  entre  Polpaico  i 
Montenegro,  componíansasolo  de  dos  piednis  gra- 
níticas o  calcáreas  como  las  de  molino,  de  las  cua- 
les lá  que  servia  de  lecho  llamábase  solera^  i  la  que 
la  oprimía  con  su  pe-¡ojirando  en  torno  a  su  eje 
de  madera,  voladora:  i  de  aquí  el  refrán  chileno  de 
decir  cuando  se  halla  alguien  en  aprietos  que  ha 
sido  puesto  «entre  solera  i  voladora.» 

Un  rodezno  de  palo  i  un  cauce  de  temporada 
cuando  llovía,  completaban  el  aparato  industrial 
del  minero,  i  permitian  así  a  cualquier  hombre  me- 


131  — 


dianamente  empeñoso,  emprender  las  risueñas 
tareas  del  oro  tan  espléndidamente  favorecidas 
por  las  leyes  españolas.  (1) 


(1)  Sin  embargo  i  apesar  de  su  simplicidad  primitiva,  un  tra- 
piche de  la  colonia  representaba  cierto  capital  i  solia  valer  al- 
gunos centenares  de  pesos  equivalentes  a  otros  tantos  miles  hoi 
dia.  Como  cosa  de  curiosidad  para  el  minero  de  oro,  reproduci- 
mos en  seguida  la  escritura  de  una  venta  de  trapiche  de  oro 
celebrada  en  la  Serena  entre  un  rico  minero  de  Copiapó  i  una 
viuda  pobre,  hace  justamente  un  siglo. 

(íEn  la  ciudad  de  la  Serena  en  27  días  del  mes  de  abril  a 
1779  años:  ante  mí  el  escribano  y  testigos  doña  María  Antonia 
Santelices,  viuda  del  Maestre  de  Campo  don  Francisco  Bergara, 
su  Albacea  testamentaria,  tutora  y  guardadora  de  sus  menores 
hijos,  dixo:  Que  en  consequencia  de  haver  fallecido  su  dicho 
marido  en  corta  fortuna  debiendo  crecidas  cantidades  de  pesos, 
que  aun  con  todas  sus  fincas  y  vienes  no  alcanzaba  a  satisfa- 
cerlas y  por  evitar  el  trance  y  remate  que  nesesariamente  se 
habia  de  executar  formándose  concurso  de  los  acrehedores  y 
que  muchos  de  ellos  por  su  menor  antigüedad  saldrán  perjudi- 
cados en  sus  principales,  expecialmente  los  combentos  del  señor 
San  Juan  de  Dios,  casa  de  exercicios  y  nuestra  señora  de  Mer- 
cedes de  esta  ciudad;  por  los  caídos  que  se  le  debían  de  varios 
zensos  impuestos  en  su  favor  en  dichas  fincas;  consiguió  de  to- 
dos en  alguna  parte  perdón  general  de  sus  respectivas  depen- 
dencias y  créditos,  con  tal  que  se  aseguren  los  principales  y 
para  ello  trató  con  el  maestre  ds  campo  don  Miguel  Riberos  y 
Aguirre  el  venderle  la  hacienda  de  el  Mol  le  y  con  el  capitán  don 
Francisco  Súber  Caseaux  un  trapiclie  que  dejó  fundado  el  fina- 
do su  marido  en  la  otra  banda  del  rio  de  esta  ciudad  libre  de 
todo  empeño,  zenso  é  hipoteca  tácita  ni  expresa,  que  no  la  tiene 
ni  le  queda  en  manera  alguna,  ])orque  la  venta  que  hizo  el  dia 
de  ayer  de  la   hacienda  de   el  Molle,   quedaron  en  ella  cargados 


—  132  — 

\ 
IV. 

De  Tiltil  el  viajero  francés  se  dirijió  a  Copiapó, 
i  después  de  haber  levantado  los  planos  de  Santia- 
go, Valparaíso,  La  Serena  i  Caldera,  se  internó  en 

quatro  mil  y  quatrocientos  pesos  a  favor  de  los  ya  citados  com- 
bentos  y  casa  de  exercicio,  y  tres  mil  pesos  que  reconoce,  dos 
mil  al  cómbente  del  señor  San  Francisco  y  los  mil  restantes  a 
favor  de  don  Lucas  Fernandez  de  Ley  va,  están  impuestos  i  si- 
tuados en  las  casas  de  esta  ciudad 

i)...I  dice  que  da  en  venta  pública  y  real  al  referido  capitán 
don  Francisco  Caseaux  para  el  susodicho,  sus  sub-cesores  y  he- 
rederos y  para  quien  de  el  y  a  cualquiera  de  ellos  uviere  titulo, 
voz  y  recurso:  A  saber:  el  referido  trapiche  que  está  situado, 
plantado  y  edificado  a  la  otra  banda  del  rio  en  tierra  de  doña 
María  Calleja,  avil  y  corriente,  con  todos  sus  aperos,  usos,  libre 
de  zenso,  empeño  ni  hipoteca  como  dicho  es,  y  lo  asegura  en 
todo  tiempo  en  cantidad  de  700  $,  que  por  su  valor  le  ha  dado  y 
pagado  en  plata  corriente,  i  porque  su  recivo  no  es  aprescente, 
renunció  la  excepción  y  Leyes  de  la  non  numerata  pecunia  y 
demás  a  este  caso  y  le  otorga  recivo  en  forma.» 

Lá  construcción  de  los  trapiches  de  oro  continua  siendo  hasta 
ahora  una  especialidad  de  ciertos  parajes  i  de  ciertos  obreros. 
El  valle  de  lllapel  desde  el  pueblo  actual  i  desde  su  asiento  viejo, 
situado  una  legua  mas  al  oriente,  hasta  el  mineral  de  Chillan, 
está  sembrado  de  trapiches  de  oro  en  número  de  12  o  15,  como 
la  fiímosa  rivera  de  Potosí  de  injenios  de  plata. 

L&  gran  dificultad  para  formar  un  trapiche  es  procurarse  las 
piedras,  es  decir,  la  voladora,  la  solera  la  contra  solera.  Se 
trabajan  éstas  por  canteros  especiales,  tardan  hasta  seis  meses 
en  cantear  una  parada,  i  suele  valer  cada  piedra  de  80  a  100  pe- 


—  133  — 

el  pobrísimo  valle  que  un  siglo  después  debia  ha- 
cer abaratar  la  plata  en  todos  los  mercados  del 
mundo  en  la  misma  proporción  que  lo  hablan  he- 
cho antes  en  el  Alto  Perú  Potosí,  i  Guanajuato 
en  Méjico. 

Copiapó  antes  de  1706  era  un  simple  tambo  de 
indios  para  el  escaso  trajin  del  desierto;  pero  los 
ricos  placeres  i  minerales  de  oro  que  en  los  cerros 
que  emparedan  al  pueblo  actual  por  el  norte  i  en 
su  propia  aurífera  vega  se  descubrieron  en  aquel 

sos,  medido  su  diámetro  por  cuartas,  a  razón  de  10  pesos  la 
cuarta. 

I  este  es  uu  gasto  fuerte,  si  bien  único,  porque  la  voladora  es 
devorada  en  un  año  cuando  muele  metales  duros.  La  vida  de  la 
solera  es  el  doble  mas  prolongada  i  la  de  la  contra  solera,  o  ci- 
miento, es  eterna.  Los  demás  gastos  son  menores,  con  escepcion 
del  peón,  o  grueso  tronco  de  quillai  o  de  higuera  que  sirve  de 
eje  perpendicular  a  la  voladora.  Un  buen  peón  suele  costar  30 
pesos,  i  el  resto  del  aparato  se  compone  de  cuatro  pilares  de  al' 
garrobo,  i  algunas  vigas  fuera  del  rodezno  o  cuchara  del  mo- 
lino. 

En  Illapel  son  famosos  como  canteros  de  piedras  de  trapiche 
en  el  asiento  viejo  los  dos  Aracena,  padre  e  hijo,  sucesores  de 
Lorenzo  Albornoz,  ya  difunto.  Un  trapiche  de  oro  vale  hoi  en 
Illapel  1,500  pesos,  el  doble  de  lo  que  importaba  durante  la  co- 
lonia. 

Los  trapiches  están  jeneralraente  a  cargo  de  dos  moledores, 
hombres  peritos  que  ganan  seis  reales,  alternándose  en  la  noche 
i  en  el  día.  Jeneralmente  los  mineros  de  oro  llevan  sus  metales 
a  maquila  al  moledor  i  pagan  a  razón  de  2  pesos  por  cajón  el 
metal  blando  i  el  doble  por  el  cuarzo  duro.  Suelen  tomarse  en 
arriendo  a  razón  200  i  250  pesos  por  año. 


—  134  -- 

año,  hicieron  emigrar  casi  en  masa  a  los  pobla- 
dores de  la  Serena,  al  punto  de  que  cuando  Fre- 
zier  visitó  ésta  última  ciudad,  no  se  hablaba  toda- 
vía, seis  años  mas  tarde,  sino  del  oro  de  Copiapó, 
conocido  en  aquel  tiempo  con  el  nombre  de  oro 
capote,  por  la  riqueza  de  su  lei  marcada  en  el  ce- 
rro del  último  nombre. 

El  distinguido  injeniero  i  espia  político  (pues 
tal  lo  era  a  la  sombra  del  nieto  de  su  rei),  encon- 
tró en  la  incipiente  i  desparramada  ranchería  de 
Copiapó,  especie  de  placilla  de  Juan  Godoy  del 
oro,  seis  trapiches  como  los  de  Tiltil;  pero  la  abun- 
dancia del  metal  habia  alentado  a  un  industrial 
de  empuje  a  implantar  lo  que  entonces  se  llamaba 
un  huit7^on  o  «trapiche  real»,  esto  es,  un  aparato 
hidráulico  de  pisones  que  trituraban  en  un  dia  do- 
ce veces  mayor  suma  de  metal  que  los  trapiches 
antediluvianos  de  solera  i  voladora.  El  trapiche 
real  de  Copiapó  estaba  destinado  a  moler  seis  ca- 
jones diarios  de  metal,  al  paso  que  los  antiguos 
trituradores  de  granito  o  ala  de  mosca  convertían 
en  harinas  (este  era  el  nombre  lugareño)  los  gui- 
jarros en  la  proporción  de  medio  cajón  por  dia.  El 
primer  buitrón  de  Copiapó  estuvo  talvez  estable- 
cido en  el  mismo  lugar  de  la  Chimba  de  esa  ciu- 
dad, en  que  hoi,  según  noticias,  existe  habilitado 
i  en  actual  esplotacion  el  buitrón,  llamado  por  el 
nombre  de  su  dueño  «el  trapiche  de  Sierra.» 

Por  lo  demás,  estos  trapiches  eran  tan  numero- 


—  135  — 

sos  en  el  país  que  sus  restos  han  sido  encontrados 
en  las  mas  altas  cordilleras  del  norte  i  del  centro, 
como  en  lagunas  australes  de  Valdivia,  fabricados 
éstos  por  los  primitivos  conquistadores,  al  paso 
que  todos  los  asientos  urbano  de  la  plaza  de  la 
villa  Alhué  situada  encima  de  la  montaña  de  este 
nombre,  frente  a  Rancagua  i  háíia  el  poniente, 
están  sencillamente  formados  por  aquellas  piedras 
circulares  desgastadas  i  disminuidas  por  el  uso  i 
que  hoi  la  decadencia  de  la  industria  mantiene  en 
descanso. 


Y. 


Adquirió  en  vista  de  sus  observaciones  perso- 
nales el  esplorador  francés  de  comienzos  del  pa- 
sado siglo  la  convicción  ilustrada  de  que  Chile  era 
un  país  de  oro,  i  así  con  toda  claridad  lo  espuso 
en  la  imparcial  relación  que  redactó  de  sus  viajes 
a  su  reo'reso  a  Paris  en  1715.— «En  este  valle  de 

o 

Copiapó,  dice,  se  encuentran  ademas  de  los  lava- 
deros tan  gran  número  de  minas  de  oro,  i  algunas 
de  plata  en  las  montañas,  que  habría  como  ocu- 
par cuarenta  mil  hombres,  según  lo  que  me  comu- 
nicó el  gobernador  de  Coquimbo.» 

Era  considerado  ent»ónces  por  su  lei  como  el 
mas  aquilatado  oro  de  Chile,  cual  el  de  Valdivia 
lo  fuera  en  el  siglo  XVI,  el  que  producía  el  hoi 
estinguido  mineral  de  Capote  en  los  cerros  de  es- 


—  136  — 

te  nombre  qne  marcan  e\  lindero  entre  los  actua- 
les departamentos  de  Freirina  i  Yallenar. — Apun- 
ta Frezier  que  este  oro,  el  oro  capote,  que  este 
nombre  jenérico  tenia,  era  el  mas  dúctil,  obrizo 
rebuscado  i  el  verdadero  tipo  monetario  de  la 
colonia,  como  el  de  Andacollo  lo  fuera  en  el  siglo 
precedente  «el  buen  oro  de  Andacollo».  Agrega 
el  esplorador  francés  que  algunos  emprendedores 
vecinos  se  proponian  levantar  en  aquellos  parajes 
nuevos  trapiches,  pero  faltaban  brazos.   (1) 

(1)  «Dans  cette  méme  vallée,  outre  lea  lavoirs,  il  se  troave 
sur  les  montagnes  une  si  grande  quantité  de  miniéres  d^or  et 
quelques  unes  d'argeut,  qu'il  y  auroit  de  quoi  occuper  plus  de 
40,000  hommes,  áce  que  j'eu  ai  appris  du  Gouverueur  de  Co- 
quimbo; 011  se  propose  d'y  faire  iucessammeat  des  moulins,  mais 
les  ouvriers  y  manquent».—  (Fr^^z^r,  obra  citada,  páj.  121.) 

El  mismo  autor  añade  sobre  este  antecedente  particular  i  a 
propósito  de  las  grandes  riquezas  auríferas  de  Chile  en  el  siglo 
XVII J.,  lo  siguiente: 

«Un  trouve  dans  presque  toutes  les  coulées  du  Chili,  de  la  te- 
rre  d'oü  on  peut  tirer  de  l'or,  il  n'ya  que  les  plus  et  le  moins  qui 
enfasse  la  difference;  elle  est  ordinaireraent  rougeátre,  et  minee 
vers  la  surface;  á  hauteur  d'homme  elle  est  mclée  de  grains  de 
gros  sable  oü  commence  le  lit  d'or;  et  en  creusant  plus  bas,  sont 
des  bañes  de  fond  pierreux  comme  d'uu  roclier  pourri,  bleuátre, 
melé  de  quantité  de  pailles  jauues  qui  on  prendroit  pour  de  l'or, 
niais  qui  ne  sont  effectivement  que  áñ^  pintes  ou  marcasites,  si 
minees  et  si  legéres,  que  le  .couraut  de  l'eau  les  entraine.  Au- 
dessous  de  oes  bañes  des  pierres  on  ne  trouve  plus  d'or,  il  sem- 
ble qui  il  est  retenu  dessus  pour  étre  tomhé  de  plus  haut.S) 

Discurre  el  hábil  iujeniero  francés  cou  detención  sobre  las 
causas  físicas  i  jeolójicas  de  la  producción  de  oro,  i  esplica  su 


137  — 


VI. 


Hallábanse  completamente  de  acuerdo  a  este 
respecto  el  viajero  científico  de  Luis  XIV  i  un 
humilde  jesuíta  chillanejo  que  vivió  i  escribió  me- 
dio siglo  después  que  él,  el  padre  Miguel  de  Oliva- 


existencia  eu  Chile  por  el  diluvio,  las  lluvias,  los  terremotos. 
Pero  ciertameute  no  piensa  como  el  padre  Rosales  que  atribuye 
su  orijen  a  la  acción  de  los  rayos  solares  en  las  entrañas  de  la 
tierra,  agregando  como  ejemplo  de  su  sutileza  que  la  jeute  recia 
i  granada  del  valle  de  Aconcagua,  tierra  de  oro,  lo  es  tal  porque 
ha  absorvido  por  sus  plantas  el  nobilísimo  jugo  aurífero  de  su 
suelo.  Los  jesuítas  de  Chile,  a  ejemplo  de  los  alquimistas  de  la 
Edad-Media,  creían  que  el  oro  nacía  i  se  desarrollaba  como  una 
semilla  cualquiera,  i  de  aquí  el  decir  con  frecuencia  del  padre 
Rosales  que  el  oro  de  tal  i  tal  parte  estaba  ya  mas  o  menos 
crecido,  según  el  tiempo  en  que  se  le  habia  trabajado. 

Pero  Frezier  era  un  verdadero  hombre  científico  i  es  de  notar 
la  analojia  que  existe  entre  su  opinión  marcada  en  su  última  fra- 
se del  párrafo  que  arriba  copiamos,  con  las  ideas  dominantes  de 
los  mineralojistas  que,  como  el  alemán  Petzholfc  i  el  profesor  de 
la  Universidad  de  Viena,  Suess,  en  su  libro  (no  reñido  del  todo 
este  último  con  el  presente,  al  memos  en  su  título. — «El  porve- 
nir del  oro»)  los  cuales  esplican  la  escasez  antigua,  actual  i  per- 
manente del  oro  por  la  leí  de  su  peso  específico  que  lo  ha  preci- 
pitado a  las  entrañas  de  la  tierra  a  donde  apenas  alcanza  el 
ingenio  i  la  maquinaria  humana.  Sobreestás  curiosas  teorías,  en 
todo  conformes  a  las  de  Frezier,  puede  leerse  un  interesante 
articulo  publicado  en  la  Bevue  des  deux  Mondes  por  M.  Emilio 
Laveleye  con  el  título  De  la  producción  i  el  consumo  de  los 
metales  preciosos, 

LA  E.  DEL  O.  18 


—  138  — 

res,  quien  cuenta,  a  la  p^r  con  Molina,  verdaderos 
prodijios  de  la  abundancia  del  oro  en  Chile  en  los 
dias  a  que  hacemos  raferencia.  ccLas  minas  de  me- 
tales, dice  el  buen  jesuita,  suelen  hallarse  en  paí- 
ses áridos:  pero  a  Chile  lo  mejoró  tanto  el  Hace- 
dor de  las  cosas,  que  a  mas  de  la  abundancia  de 
frutos  que  produce  la  tierra,  ayudada  de  la  indus- 
tria, son  sus  senos  otros  tantos  ricos  cofres  en  que 
guarda  para  sus  habitadores  los  mas  preciosos  me- 
tales. Los  asientos  mas  principales  de  minas  de 
oro  están  en  Copiapó,  Huasco,  Coquimbo,  Anda- 
collo,  Talca,  Amallanca,  Illapel,  Petorca,  Tiltil, 
Quebrada  Honda,  Caren,  Illagüe,  Algüé,  Guillipa- 
tagua,  Apalta,  Pichidegua,  y  los  mas  de  estos 
asientos  son  tan  ricos  de  metales,  que  en  muchos 
asientos  se  hallan  mas  de  cien  boca-minas,  y  en 
algunos  no  mui  raros  )nas  de  quinientas:  unas  se 
trabajan  actualmente;  otras  (mas  no  de  las  nom- 
bradas) se  abandonan  porque  no  satisfacen  en  el 
todo  a  los  deseos  de  los  mineros,  que  acostum- 
brados a  elejir  entre  muchos,  desechan  todo  lo  que 
no  es  mui  soh^esaliente;  y  mas  quieren  el  torpe 
ocio  que  la  diligencia  que  produzca  una  moderada 
conveniencia.  En  la  tierra  que  habitan  los  indios 
de  BioBio  para  el  estrecho,  hay  opulentas  minas; 
pero  éstos  repugnan  tanto  que  las  trabajemos,  que 
aun  querrían  que  las  ignorásemos;  pero  nunca  po- 
drá el  tiempo  borrar  la  memoria  de  las  de  la  Im- 
perial,  Villa-Rica  y  Osorno,  las  cuales  solas,  sin 


—  139  — 

ayuda  ele  otros  frutos  tenian pobladas  tj  felices  aque- 
llas ciudades,  y  habiendo  pasado  mas  de  siglo  y 
medio  sin  trabajarse,  deben  reputarse  al  presente 

COMO  VÍLJENES.D 

I  en  confirmación  de  las  maravillas  que  nos 
cuenta  el  honrado  fraile  que  esto  escribía  en  el 
retiro  a  mediados  del  siglo  XVIII  (1760)  refiere 
como  comprobación  personal  que  una  señora  de 
Valdivia  se  hacia  labrar  sus  alhajas  con  el  oro 
que  sus  sirvientes  le  recojian  en  los  alrededores 
de  su  casa  cuando  llovia  (que  allí  esto  sucede  to- 
dos los  dias),  agregando  que  un  capitán  amigo 
suyo  residente  en  esa  ciudad,  ni  ese  trabajo  se  im- 
ponia  porque  se  proporcionaba  algún  oro  sin  mas 
trabajo  que  ordenar  a  su  cocinera  sacase  del  buche 
de  las  gallinas  el  que  estas  de  ordinario  guardaban 
sin  dijerir.,..   (1) 

(1)  Esto  que  parecería  singular  en  cualquier  pais  del  mundo 
s  comuu  en  Chile.  Existe  en  el  norte  una  tradición  según  la 
cual  el  mineral  de  oro  de  Hierro  Viejo  fué  descubierto  por  una 
perdiz  que  no  pudo  volar  a  causa  de  tener  el  buche  lleno  de  oro 
i,  atrapada  por  un  minero,  le  dio  el  buche  i  el  oro  la  pista  del 
descubrimiento. 

Hemos  oido  decir  tauíbian  al  comandante  don  Eafael  Vargas 
que  cuando  hizo  la  espedicion  de  ultra-Cautín  en  I8G8  con  el 
ministro  de  la  guerra  don  Francisco  Echáurren,  encontraban  en 
los  buches  de  la  mayor  parte  de  las  gallinas  que  mataban,  espe- 
cialmente en  la  reducción  de  Truz-Truz,  algunos  granos  de  oro 
que  fueron  traídos  por  curiosidad  a  Santiago. 

Pintorescamente  se  ha  llamado  i>or  algunos  esa  correría  la 
«.Campaña  de  las  cazuelas  de  gallina;»  pero  ¿no  seria  igualmen- 


—  140  — 

I  todo  esto  que  parecoa'ia  patraña  no  lo  es  tal, 
porque  aun  hoi  dia  mismo  se  Ve  a  los  muchachos 
de  las  calles  de  Ancud  andar  a  la  cosecha  de  oro 
después  de  un  aguacero,  exactamente  como  via- 
jando nosotros  en  nuestra  mocedad  con  frecuencia 
a  Coquimbo  (1851-52)  íbamos  encontrando  en 
cada  una  de  sus  quebradas  i  riachuelos,  en  la  Li- 
gua, en  Longotoma,  en  Quilimarí,  en  Choapa,  en 
Illapel,  en  el  Lirnarí,  en  todas  las  aguadas,  grupog 
de  infantiles  lavadores  de  oro  sin  mas  instrumento 
que  un  pedazo  de  mate  para  recojer  la  arena  en  el 
ancón,  es  decir,  en  aquella  parte  del  cauce  en  que 
el  curso  del  agua  hace  curva,  i  en  seguida  lavarla. 

No  habia  mentido  ciertamente  Valdivia  al  em- 
perador cuando  desde  la  Serena  decíale: — «Sacra- 
tísimo príncipe,  toda  esta  tierra  es  una  mina  de 
oro.D 

VII. 

Entretanto,  i  por  el  camino  de  los  lavaderos  i 
de  los  trapiches  de  cuarzo,  i  otros  sistemas  case- 
ros conocidos  en  Chile  para  la  esplotacion  del  oro, 
antes  del  ensayo  hasta  aquí  poco  afortunado  del 
sistema  californiense  de  la  presión  hidráulica,  ha- 
bíase hecho  Copiapó,  por  el  oro  antes  que  por  la 
plata,  un  mineral  tan  importante  de  Cuile  que  en 
1744  se  elevó  su  aldea  al  rango  de  villa  por  el 

te  apropiado  denominarla  en  adelante— «la  campaña  de  los  bu- 
ches de  oro?i> 


—  141  — 

laborioso  i  organizador  presidente  Manso  de  Ye- 
lasco,  i,  aun  con  anterioridad  a  esta  fundación,  ve- 
mos que  aquel  intelijente  funcionario  liabia  toma- 
do medidas  de  incremento  i  orden  económico  en 
aquellas  ricas  i,  por  lo  mismo,  turbulentas  faenas. 

Orijinales  tenemos  a  la  vista  las  instrucciones 
que  en  29  de  octubre  de  1740  diera  aquel  capitán 
jeneral  a  su  delegado  en  Copiapó  don  Antonio  de 
Saravia,  encargándole  guardase  el  orden,  adminis- 
trase buena  justicia,  persiguiese  a  los  ladrones, 
atajase  a  los  contrabandistas  que  introducían  mer- 
caderías desde  Buenos  Aires  por  los  puertos  de  la 
cordillera,  i  autorizándolo  para  otorgar,  por  es- 
cepcion,  estacas  i  dar  permisos  para  heridos  de 
trapiches,  prefiriendo  en  todo  caso  a  los  dueños  de 
la  tierra,  que  era  precisamente  lo  contrario  de  lo 
que  los  subdelegados  hacian,  a  títult)  de  que  los 
dueños  del  suelo  eran  indios. 

Recomienda  también  el  celoso  capitán  jeneral 
a  su  delegado,  como  medida  de  buen  gobierno,  que 
tenga  la  vista  fija  en  un  tal  don  Juan  de  Dios 
Arias,  hombre  tumultuario  i  probablemente  tinte- 
rillo, algún  «licenciado  Las  Peñas»  del  oro  de  Co- 
piapó, que  en  los  minerales  andaba  revolviendo 
las  jentes,  por  lo  cual  el  presidente  habíale  des- 
terrado el  año  de  1739  por  dos  años  al  Huasco. — 
Se  imponían  también  severas  penas  a  los  ladrones 
de  metales  en  las  canchas,  prueba  de  que  el  mine- 
ral era  rico  i  la  «cangalla»  antigua. 


—  142  — 

Por  lo  demás,  Copiapó>como  comunidad  de  oro, 
habia  crecido  tan  aprisa  que  el  presidente  re- 
comend¿ibaa  su  correjidor  hacer  alarde  de  jente 
de  armas,  i  le  autorizaba  para  formar  con  ellas 
un  rejiraiento  si  su  número  llegaba  a  seiscientas 
plazas  de  guerra. 

VIII. 

Coincidió  con  el  auje  de  las  minas  de  oro  de 
Copiapó,  o  mas  bien,  vínole  de  refuerzo,  el  descu- 
brimiento de  las  minas  de  oro  de  Petorca  i  de  su 
célebre  mina  del  Bronce,  mas  animada  sin  embar- 
go entre  los  mineros  que  por  su  notoria  riqueza 
por  la  trájica  muerte  de  los  siete  mineros  que  fue- 
ron a  robar  oro  i  se  quedaron  convertidos  en  es- 
tatuas de  piedra,  según  da  cuenta  una  rima  popular 
de  aquellos  tiempos,  que  mas  adelante  haremos 
conocer.  (1) 

(1)  En  cuanto  a  las  minas  de  Lampagui  de  que  habla  Fre- 
zier,  ■  como  si  hubieran  sido  mui  ricas,  no  solo  en  oro  sino  en 
plata,  cobre  i  otros  metales,  no  ha  quedado  huella  conocida,  i  lo 
único  que  se  colije  por  el  grado  jeográfico  que  él  les  asigna, 
(pues  en  su  tiempo  se  descubrieron,  i  despoblaron  con  la  nove- 
dad i  la  codicia  a  Santiago)  deben  haber  existido  en  la  serranía, 
en  un  paraje  medianero  entre  los  departamentos  de  Combarba- 
lá  e  Illapel.  Parece  que  el  mineral  era  verdaderamente  rico  pero 
demasiado  duro,  por  lo  cual  hubo  de  abandonarse,  como  muchas 
minas  de  cuarzo  aurífero  en  Chile.  Sabido  es  que  casi  la  totali- 
dad del  oro  existente  en  el  mundo  procede  de  lavaderos  o  place- 
res, en  la  proporción  de  83  por  ciento,  mientras  que  el  oro  de 
minas,  según  los  cálculos  dje  Laveleye,  solo   ha  contribuido  a  la 


—  143  — 

La  ponderada  mina  de  la  Amazonas,  junto  a  la 
Ligua,  que  boi  desaterra  el  injeniero  aurífero 
Simpson  con  capitales  extranjeros,  i  en  seguida 
los  trabajos  del  rico  minero  Gamboa,  fundador  de 
Alhué,  frente  a  R-ancagua,  a  fines  del  pasado  si- 
glo, completaron  la  red  de  riquezas  auríferas  que 
ostentaba  Chile  en  sus  entrañas  i  que  le  colocaron 
en  primera  fila  entre  los  paises  productores  de  oro 
en  aquel  siglo. 


masa  comim  en  la  proporción  de  un  1 2  por  ciento. 

Frezier  es  el  único  autor  que  menciona  a  Lampagui  i  fija  pa- 
ra su  ubicación  el  grado  31°. 

El  cordón  de  Lampagui  i  el  de  Llavin  (o  Llaliuin)  que  tam- 
bién menciona  el  viajero  francés,  forman  hoiel  límite  que  separa 
a  Illapel  de  Combarbalá  por  el  lado  de  la  cordillera;  pero  es 
mui  posible  que  el  mineral  de  oro  de  que  habla  el  viajero  fran- 
cés, sea  el  llamado  lioi  por  los  mineros  de  Illapel  i  de  Combar- 
bala  íLampago»  o  «Mampago»  en  el  cerro  de  los  Hornos,  alta 
cuesta  medianera  entre  ambos  departamentos,  como  el  cerro  de 
Capote  entre  Vallenar  i  Freirina. 

A  tres  o  caatro  cuadras  del  camino  real  del  norte,  hacia  el 
oriente,  se  ven  en  efecto  todavía  grandes  desmontes  de  metales 
durísimos,  i  hace  pocos  años  que  un  minero  de  oro  de  aquellos 
parajes,  llamado  Rudesindo  Aguirre,  a  quien  hemos  conocido, 
«yendo  a  la  leña,»  encontró  en  ese  desmonte  un  pequeño  guija- 
rro tan  tachonado  de  oro  que  un  cambiasta  de  Illapel  le  dio 
por  él  3  pesos.  Consérvase  toclavia  en  aquella  ciudad  la  tradi- 
ción del  iiltimo  dueño  de  la  mina  de  Lampago,  el  mentado 
«don  Bartolo  Intento»  (Atieuzo?)  hombre  tan  rico  que  «cuan- 
do salían  a  ladrarle  los  perros,  los  espautaba  con  pesos  fuertes.» 

La  famosa  mina  de  la  Curia,  que  hoi  se  trata  de  rehabilitar, 
está  en  la  misma  corrida  de  los  Hornos. 


—  14Í  — 


IX. 


De  todo  esto  habremos  de  dar  cabal  cuenta 
mas  adelante,  pero  en  nada  se  aventm-a  la  verdad 
al  anticipar  desde  ahora  la  formal  creencia  de  que 
el  siglo  XYIII  fué  la  segunda  Edad  deloro  que 
nosotros  hemos  inscrito  como  carátula  de  este 
trabajo  histórico  i  de  prueba. 

Dos  viajeros  científicos  que  en  su  medianía  vi- 
sitaron de  lijera  nuestras  costas,  como  Frezier  en 
sus  comienzos,  don  Jorje  Juan  i  don  Antonio  de 
Ulloa,  capitanes  de  fragata  de  la  armada  españo- 
la, resumen,  en  efecto,  las  impresiones  favorables 
que  de  la  somera  inspección  del  reino  recibieron, 
en  las  palabras  que  a  continuación  copiamos: 

«Entre  Quillota  i  Yalparaiso  en  un  paraje  que 
dan  el  nombre  de  la  Ligua,  hai  un  mineral  de  oro 
muí  abundante  i  de  buena  lei.  También  en  Co- 
quimbo se  trabajan  algunas  minas  de  oro  i  del 
mismo  modo  en  Gopiapó  i  en  el  Huasco:  a  el  que 
se  saca  de  estas  últimas  dan  el  nombre  de  oro  ca- 
pote, siendo  el  mas  sobresaliente  de  el  que  se  co- 
noce. Hai  en  aquel  reino  otra  especie  de  minas 
del  mismo  metal  distintas  de  las  antecedentes,  i 
estas  son  tan  superficiales,  que  a  poco  de  haber 
empezado  a  trabajarlas  i  rendido  alguna  porción 
se  desparece  la  veta;  estas  son  en  grande  número 
como  también  las  de  lavaderos-,  las  cuales  se  ha- 
llan como  a  una  legua  de  Yalparaiso,  entre  este 


—  145  — 

lugar  i  las  Peñiielas;  (1)  otras  en  Yapél,  en  las 
fronteras  de  los  indios  jentiles  i  en  las  inmedia- 
ciones de  la  Concepción:  de  todas  estas  i  otras 
varias  que  se  conocen  en  aquel  reino  se  saca  oro 
en  polvo,  encontrándose  tal  vez  algunas  pepitas  de 
bastante  grandor,  por  el  qual  han  solido  hacerse 
particulares. 

))Todo  este  oro  que  se  estrae  en  Chile  se  vende 
allí,  añaden  los  navegantes  españoles,  para  llevarlo 
a  Lima,  que  es  donde  se  sella,  porque  en  Chile  no 
hai  casa  de  Moneda,  i  se  tiene  averiguado  por  la 
razón  que  se  toma  de  él,  que  sale  anualmente  la 
cantidad  de  seiscientos  mil  pesos;  pero  aseguran 
que  el  que  se  extravía  por  la  cordillera  pasa  de 
quatrocientos  mil,  i  así  compondrá  el  todo  un  mi- 
llón o  algo  mas.  (2) 

(1)  Este  lavadero  podía  ser  o  el  actual  de  Llámpaico,  tan 
lleno  hoi  de  panizos  para  sus  esplotadores,  o  el  que  los  jesuítas 
tenían  en  su  hacienda  de  las  Palmas  i  que  visitó  Frezíer  eu 
1713.  Pero  uno  i  otro  distan  algo  mas  de  una  legua  de  Valpa- 
raíso. 

(2)  Aunque  los  célebres  navegantes  españoles  no  hicieron 
mas  que  asomarse  a  las  costas  de  Chile  en  persecución  de  Lord 
Anson  i  su  escuadrilla  en  1741-43,  se  quedaron  mui  atrás  déla 
verdadera  producción  del  oro  al  hablar  de  un  millón  al  año,  asf 
como  a  Molina  se  le  pasó  la  mano,  según  lo  observa  Huraboldt, 
al  hacer  subir  el  rendimiento  del  oro  a  cuatro  millones  de  pesos 
por  año.  Mas  adelante  se  restablecerá  la  verdad  con  cifras  es- 
tadísticas; pero  entretanto  no  estará  demás  recordar  que  un  mi- 
llón en  la  medianía  del  siglo  pasado  equivalía  como  valor  mer- 
cantil a  cuatro  millones  del  presente. 

LA  E.    DEL  o.  19 


—  146  — 

í)Coqmmbo  i  el  Huasco,  países  donde  los  minera- 
les de  todas  suertes  de  metales  son  tan  comunes 
que  parejee  que  la  tierra  está  convertida  en  ellos,  son 
los  parajes  donde  se  trabajan  los  de  cobre,  de  que 
se  abastece  todo  el  Perú  i  reino  de  Chile:  pero  aun 
de  este  metal,  cuya  calidad  es  lo  mas  sobresalien- 
te, que  se  conoce,  solo  se  hacen  labores  en  aquellas 
minas  que  se  consideran  necesarias  para  el  consu- 
mo que  hai  de  él,  quedando  intactas  lamayor  parte 
de  las  otras  de  que  hai  noticias  i  se  tienen  descu- 
biertas.»  (1) 

Fué  a  la  verdad  tan  notable  el  incremento  de 
la  producción  del  oro  en  Chile  desde  el  primer 
tercio  del  siglo  XVIII,  que  sus  pobladores  comen- 
zaron a  solicitar  del  rei  el  planteamiento  de  una 
casa  de  Moneda  para  sellar  oro,  desde  1730,  liber- 
tándose de  los  riesgos  de  mandarlo  a  Lima  i  de 
los  contrabandos  a  Buenos  Aires  i  a  todas  partes. 

La  actual  Moneda  de  Chile  no  debió  su  oríjen, 
por  consiguiente,  a  la  equivocación  de  una  real 
cédula,  según  corre  en  una  patraña  popular,  que  la 
destinaba  a  Méjico,  sino  a  la  abundancia  de  su  pro- 
ducción i  esportacion  de  oro.  I  hecho  tan  significa- 
tivo es  el-  que  vamos  a  comprobar  en  el  próximo 
capítulo,  valiéndonos  de  los  propios  archivos  de  la 
Real  Casa,  en  los  cuales  encontraremos  también 
mas  de  un  autorizado  dato  estadístico  que  confir- 
me  por  completo   lo  que   venimos  sosteniendo. 

( 1 )  Juan  i  Ulloa. — Relación  riistórica  de  viajes  hechos  a  la, 
América  Meridional  Española,  vol.  III.  páj.  350. 


CAPÍTULO   IV. 


LA  CASA    DE  MONEDA   DEL  ORO. 

La  abundancia  de   la  producción  del  oí  o    induce  a  loa  chilenos  en  ITLIO  ;v 
solicitar  una  casa  de  Moneda  para  acuñarlo. — Desaire  i  menosprecio  do 
los  magnates  de  Lima  a  propósito  de  esta   solicitud. — Insisten  los  mag- 
nates santiagumos  i  va  a  I'yspaña  el  caballero  vizcaíno    don  Francisco 
üarcia  Huidobro,  quien  obtiene  el  privilejio  de  establecer  la  casa  do 
Moneda  por  su  cuenta. — Curiosas  condiciones   de   este  monopolio  perso- 
nal.— Viajo  do  Garcia  Huidobro  a  Chile,    su  captura  por  los  ingleses  en 
Portugal  i  su  rescate. — Regresa  a  Santiago  i  edifica  Ja  Ca?a  Real  de  ht 
cual  se  hace  marqués. — Celos  de  los  santiaguinos  con  el  marqués  do  Ca- 
sa Real  i  se  oponen  a  su  privilejio.^ Datos  inéditos. — -So  instala  la  pri- 
mera Casa  de  Moneda  i  comien/.a  a  funcionar  en  1759. — ]\Ionto   do   la 
amonedación  hasta  1770. — Trescientos  ochenta  i  cinco  quintales  do  oro 
en  once  años.^Pingües  provechos  del  marqués  de  Casa  Real. — Se  renue- 
van los  celos  de  los  santiaguinos  i.   ayudados  par  el  codicioso  Vírey 
Amat,  obtienen  la  abolición  del  privilejio   del  man(ués. — «Los  testigos 
del  Virey  Orcasitas.» — Knérjica  defensa  que  de  su  derecho  hace  el  mar- 
qués Huidobro  i  cómo  prueba  el  gran   incremento  que  ha  tenido  la  pro- 
ducción del  oro  i  la  renta  del  reí  con  su  Casa  do  Moneda. — Es  expropia- 
do, i  Carlos  HI  trampea  el  valor  de  la  Moneda  i  lo  paga  la  República 
un  siglo  ma?   taide. — Regocijados   los  santiaguinos  con  el  despojo  del 
marqués,  ofrecen  al  presidente  Morales  «El  Basural»  para  fundar  la 
«Casa  de  Moneda  del  oro.» — Se  oponen  los  padres  de  Santo  Domingo  o 
inician  un  pleito  que  dura  veinte  años. — Documentos  inéditos. — Los  ci- 
mientos del  r3asural  dan    en  agua  i  se  traslada  la  planta  de  la  Casa  do 
Moneda  a  la  Arboleda  de  los  jesuítas,   donde  hoi  existe. — Relación  del 
Virey  Amat  solare    la  planteacion  do  la  nueva  Casa  de  Moneda  i  su  plan 
de  sueldos. — Presupuesto  de  estos  en  1810. — El  archivo  de  la  Moneda. — 
Compra  do  oro  en  1772  a  1781. — Gastos  semanales  do   amonedación. — 
«El  volante.» — Rendimiento  del  oro  i  de  la  plata  conforme  a  las  compra'* 
hechas  en  el  decenio  de  178U  a    1798.— Cuadro  del  oro  comprado  desdo 
1799  a  1817. — La  producción  máxima  del  oi'o  en  1800  i  en  1810.— «Dos  rail 
quintales  do  oro». — Comienza  la  decadencia  do   la  producción  junto  con 
la  guerra  de  la  Independencia.— Nuevas  comprobaciones. 


148 


«Realza  i  multiplica  el  júbilo  a  los  veci- 
nos i  moradores  do  esta  ciudad  (Santiago) 
í  aun  de  todo  el  reino,  la  noticia  que  tienen 
de  la  concesión  i  permiso  de  la  Casa  de 
Moneda  que  S.  M.  se  ha  dignado  permitir 
en  ella.» — (M.vdakiaítA — Relación  del  obis- 
pado de  Santiago,  inédita,  1744.) 

«Mayores  eran  las  cantidades  de  oro  que 
pasando  por  alto  para  fuera  del  reino  o 
consumiéndose  en  obras  antes  de  sellarse, 
defraudaban  el  derecho  deljrei.» — (Miguel 
DE  OlivaiíES,  obra  citada,  páj.  28.) 


1. 


Decíamos  poco  lia  que  la  Casa  de  Moneda  de 
Santiago  de  Chile  era  un  perdurable  monumento 
levantado  a  su  oro,  o,  como  es  mas  propio  decir^ 
a  la  «edad  del  oro»  cuyos  anales  aquí  de  prisa  bos- 
quejamos, I  así  en  efecto  lo  afirma  el  virrei  Amat 
en  la  parte  inédita  de  sus  Memorias  que  se  con- 
serva en  nuestra  Biblioteca  Nacional,  como  un 
documento  precioso  para  la  historia  económica, 
mercantil  i  financiera  de  esta  pobre  colonia  sacada 
en  aquel  tiempo  del  lodo.  . .  por  el  oro. 


II. 


A  consecuencia  de  la  abundancia  de  producción 
que  comenzaron  a  rendir  todos  juntos  los  minera- 
les de  Tiltil,  de  Copiapó,  de  Capote,  de  Lampa- 
gai,  de  Limadle,  del  Asiento  de  la  Ligua  (Lúa, 
dice  Fernandez  Oviedo),  todo  el  norte  en  fin, 
(como  antes  liabia  sido  todo  el  sur),  los  santia- 


—  140  — 

guiños,  que  nunca  fueron  cortos  en  pedir,  se  atre- 
vieron en  efecto  por  el  año  de  1730  a  solicitar 
directamente,  poniéndose  a  los  pies  del  rei  de  Es- 
paña, una  Casa  de  Moneda  propia,  que  les  liber- 
tara del  yugo,  de  las  trampas  i  de  la  soberbia  de 
Lima,  aborrecida  ya  desde  entonces. 

Tenian  por  ese  tiempo  casa  de  Moneda,  como 
cosa  o  casa  propia,  ademas  de  la  opulentísima  i 
despótica  Ciudad  de  los  Eeyes,  Potosí,  Méjico  i 
hasta  Popayan;  i  por  aquello  talvez  de  que  «todo 
el  mundo  es  Popayan 5»,  los  chilenos,  acordándose 
que  sus  mayores  hablan  disfrutado  de  los  pingües 
beneficios  de  aquella  institución  real  en  la  remo- 
tísima Osorno,  exijieron  con  ahinco  un  privilejio 
que  no  era  sino  una  devolución. 


III. 


Pero  los  §rvandes  mercaderes  i  potentados  de 
Lima,  condes  i  marqueses,  que-miraban  entonces 
a  Santiago  exactamente  como  Santiago  miraba 
hace  pocos  años  la  ce  villa  del  Cóbil,»  antes  de  in- 
corporársela como  uno  de  sus  mas  sucios  arrabales, 
echaron  a  la  risa  la  pretensión  de  los  colonos  del 
sebo,  del  charqui  i  del  afrecho  de  trigo.  Los  lime- 
ños pretendían  seguir  lisa  i  llanamente  usufruc- 
tuando el  oro  de  Chile,  como  usufructuaban  el  sebo 
de  sus  ramadas  de  matanza  para  el  alumbrado  de 
sus  casas  i  de  la  ciudad,  del  charqui  para  la  paila 


—  150  — 

de  sus  negros  esclavos  i  del  trigo  para  los  amasi- 
jos de  sus  panaderias. 

Negáronse  por  consiguiente  a  tal  enormidad,  i 
las  cosas  quedaron  así  entre  peticiones  i  papeles 
por  mas  de  una  década  de  años. 


lY. 


Lo  mas  curioso  del  caso  era  que  el  virei  de  Li- 
ma, informando  en  contra  al  rei,  daba  por  razón, 
del  desaire  que  hacia  a  los  cliilenos,  el  riesgo 
de  sus  terremotos  para  edificar  casas  reales;  de 
suerte,  que,  a  juicio  de  aquellos  majistrados,  los  in- 
felices habitantes  de  este  pobre  reino  estaban  des- 
tinados a  vivir  solo  en  ranchos,  al  aire  libre  o  ba- 
jos los  árboles,  como  los  indi^  i  los  pájaros.  Pero 
lo  cierto  fue  que  aquelki  escusa  labro  alguna  me- 
lla en  el  real  ánimo,  por  cuanto  lo  que  mas  se 
encargó  mas  tarde  al  arquitecto  Toesca,  traido 
espresamente  de  Roma  para  edificar  la  actual  Mo- 
neda, faé  que  la  hiciese  «aprueba  de  terremotos.» 
I  de  aquí  la  inquebrantable  solidez  i  enormísimo 
peso  de  este  mausoleo  de  piedra  que  a  tantos  ha 
aplastado  i  sigue  aplastando  con  su  mole  de  cal, 
ladrillo  i  canto, —  «cal  i  canto.» 


V. 


Pero  al  fin  los  magnates  del  Ptimac  encontra- 


—  151  — 

ron  la  horma  de  su  zapato  en  iin  caballero  vizcaí- 
no, intelijente  como  su  raza,  especialmente  para 
el  negocio,  i  tenaz  para  sus  empresas,  como  el  fie- 
rro de  sus  montañas.  Llamábase  este  hidalgo  don 
Francisco  García  Huidobro,  i  se  habia  avecindado 
en  Santiago  como  negociante  i  como  minero,  ca- 
sándose con  una  de  las  mas  ricas  herederas  de  la 
ciudad  i  de  la  familia  que  dio  todas  las  grandes 
dotes,  si  no  las  grandes  bellezas,  a  la  coloaia  en 
su  último  período, — la  familia  Larrain,  llamada 
por  su  número  prodijioso  la  «de  los  Ochocientos.» 
Empeñado  el  caballero  vizcaíno  en  la  obra  de 
acuñar  el  oro  de  Chile  en  casa  propia  i  no  alqui- 
lada, fuese  a  España;  i  tan  buena  maña  se  dio  que 
en  1744  obtuvo  el  real  permiso  para  poner  de  su 
cuenta  casa  de  Moneda  en  la  capital  de  Chile,  con 
el  título  de  tesorero  perpetuo  de  ella,  i  sin  mas 
gravamen  que  reconocer  el  derecho  de  señoreaje 
por  el  cuño  (llamado  el  uno  i  medio  de  G)bos,  por 
el  secretario  dd  Carlos  V.  a  quien  el  emperador 
dio  esto  regalo  de  millones)  i  la  obligación  de 
enajenarla  al  rei,  si  éste  alguna  vez  lo  tenia  por 
conveniente,  pagando  la  empresa,  a  tasación  de 
peritos,  i  abonando  un  cinco  por  ciento  por  los  ca- 
pitales que  al  tiempo  de  ajustar  el  pago  quedasen 
en  moras. —  El  rei  era  el  mayor  tramposo  de  todos 
los  deudores  de  Indias,  i  esto  harto  lo  ha  conoci- 
do la  familia  del  fundador  de  la  Moneda  que  solo 
en  plena  república,  i  hace  pocos  años,  ha  recibido 


152 


el  importe  de  lo  que  S.  M.  Carlos  III  quedó  de- 
biendo a  su  abuelo  i  bisabuelo  don  Francisco  Gar- 
cía Huidobro,  marques  de  Casa-Real. 


VI. 


Gozozo  con  su  espléndido  monopolio,  embarcó- 
se el  emprendedor  vizcaíno  en  Cádiz  con  su  maqui- 
naria i  obreros  con  rumbo  a  Buenos  Aires  para 
desde  allí  atravesar  las  pampas  i  las  cordilleras 
con  su  volante  í  su  cuño-,  que  eso  era  con  algunos  po- 
cos fierros  i  crisoles  lo  que  entonces  se  llamaba 
Casa  de  Moneda. 

Pero  al  principio  le  cupo  poca  fortuna,  porque 
como  la  España  era  rica  i  la  Inglaterra  pobre, 
estaban  las  dos  monarquías  en  eterno  pleito  en 
aquellos  siglos;  i  esto  de  tal  suerte  que  a  poco  de  sa- 
lir de  Cádiz  apresaron  al  tesonero  vizcaíno,  i  con 
su  maquinaria  i  obreros,  lo  llevaron  a  un  puerto  de 
Portugal,  entonces  como  hoi,  sucursal  de  la  Gran 
Bretaña,  i  allí  lo  declararon  buena  presa. 

VIL 

Mas  como  los  ingleses  son  jentc  práctica,  cono- 
cieron a  poco  que  mas  les  valia  soltar  la  presa,  con 
la  esperanza  de  atrapar  algún  dia  los  doblones  de 
oro  sellados  de  Chile;  i  por  un  rescate  del  doble  del 
precio  de  fabrica  o  de  factura  de  la  maquinaria, 


—  153  — 

le  dejaron  seguir  su  camino.  Esto  mismo  cuenta 
el  fundador  en  un  documento  de  reclamación  al 
rei  que  existe  en  el  Archivo  de  la  Cámara  de  Di- 
putados, agregando  que  la  prima  que  pagó  a  los 
ingleses  por  su  soltura  fué  de  100  a  150  por 
ciento. 

VIII. 

Llegado  al  fin  a  Chile,  compró  el  futuro  mar- 
qués de  Casa-Eeal  un  sitio  en  parte  central  i  pre- 
destinada de  la  ciudad,  edificó  casa  adecuada,  «la 
Casa  Real)),  que  es  la  misma  que  hoi  reedifica  de 
cal  i  ladrillo  con  zócalos  de  Regolemo  la  Caja  Hi- 
potecaria, esta  moderna  casa  real  de  Chile;  i  así,  en 
la  medianía  cabal  del  siglo  por  escelencia  del  oro, 
quedó  instalada  la  fábrica  de  moneda  con  el  gasto, 
injente  entonces,  de  noventa  mil  pesos,  en  cuya 
suma  dice  el  caballero  vizcaíno  invirtió  ce  el  cau- 
dal de  sus  amigos  i  la  dote  de  su  mujer.» 

El  mismo  fué  nombrado,  por  su  propia  virtud, 
administrador  i  tesorero,  cuyo  título  debia  pasar 
a  sus  sucesores  hasta  la  mas  remota  jeneracion, 
por  juro  de  heredad,  como  el  derecho  de  correos 
que  tenia  monopolizado  en  el  Perú  i  en  Chile  la 
familia  de  Caravajal,  sin  que  pudieran  perderlo 
sus  herederos,  ni  aun  por  el  mayor  delito,  con  tal 
que  éste  no  fuera  uno  de  estas  tres  enormidades, 
lesoe  magestatis,  «pecado  nefando»,  i  lo  que  era 
mucho  peor  que  todo  esto — la  «herejía» . .. 

LA  E.  DEL  O.  20 


—  154  ^ 

IX. 

No  se  habia  engañado  el  sagaz  vizcaíno  en  sus 
cálculos,  porque  el  oro  afluyó  a  sus  cuños  como  un 
verdadero  raudal,  i  estando  alas  cuentas  compro- 
badas del  virei  Amat,  en  solo  doce  años,  esto  es, 
desde  1759  a  1770,  selló  la  casa  de  moneda  la 
enorme  cantidad  de  77,344  marcos,  o  onzas  i  8 
octavos  de  oro,  o  lo  que  es  lo  mismo, — 38,672  li 
bras  o  trescientos  ochenta  i  seis  quintales  de  oro, 
todo  oro  chileno,  fuera  del  que  se  pasaba  por  alto 
(que  así  se  decia  porque  llevábanlo  de  contraban- 
do por  encima  de  la  cordillera),  que  probable- 
mente era  el  doble  o  el  triple.  Los  chilenos  no 
querian  ser  menos  que  el  rei  i,  como  dice  el  padre 
Olivares,  a  su  vez,  lo  trampeaban . . . 

X. 

Por  su  parto,  el  contratista  vizcaíno  hacia  pin- 
güe cosecha,  rindiéndole  tal  provecho  los  golpes 
del  volante  sobre  la  blanda  pasta,  que  luego  com- 
pró un  marquesado  real,  dándole  el  título  de  su 
propia  casa.  Según  el  avaro  i  cuidadoso  cálculo 
de  sus  contemporáneos,  el  marqués  no  ganaba  me- 
nos por  año  de  veinte  mil  pesos,  lo  que  era  como 
ganar  hoi  un  millón.  (1) 


(1)  Hé  aqiü  las  curiosas  e  importantes  revelaciones  que  a 


155  — 


XI. 


Pero  esto  mismo  fué  al  fin  la  perdición  del 
marqués,  porque  ha  sido  también  i  es  todavía 
achaque  eminentemente  santiaguino  esto  de  no 
dejar  que  otros  ganen  cuando  no  ganan  todos  con 
él,  como  si  no  fuera  refrán  tan  cierto  como  la  luz 
del  sol  i  el  agua  de  los  aguaceros  que- -«cuando 
llueve  todos  se  mojan»,  i  aquel  otro  de  que — «mas 
da  el  duro  que  el  desnudo.» 

Fué  de  todas  maneras  lo  cierto  que  la  negra  en- 
vidia comenzó  a  afilar  sus  colmillos;  ayudó  a  los 
murmuradores  el  avariento  virei  Amat;  despertóse 
la  cupidez  del  rei;  fueron  talvez  regalos  i  las  tale- 
este  respecto  contiene  la  memoria  inédita  de  Amat: 

— ((Desde  el  año  1759,  hasta  el  de  1770  (ambos  inclusive) 
que  se  comprenden  doce  años,  y  en  que  se  mandó  incorporar  a 
la  Corona  dicha  Real  Casa,  se  habian  labrado,  y  amonedado  en 
ella  77,344  marcos,  5  onzas,  8  octavos  de  oro.  En  los  primeros 
tiempos  huvo  menos  labor;  pero  posteriormente  pasaron  de  4,000 
marcos  los  que  se  acuñaron  al  año;  Suponiendo  que  en  la  es- 
presada  Casa,  únicameete  se  acuñasen  4,000  marcos,  importan 
éstos,  a  razón  de  135,  pesos  544,000  pesos.  Y  pagándose  a  128 
pesos  32  maravedís  según  ordenanzas  de  Casas  de  Monedas 
únicamente  512,470  pesos  4  reales  28  maravedís,  lograba  el 
Asentista  31,527  pesos  3  reales  10  maravedís;  y  aunque  consu- 
miese mucha  parte  en  materiales  y  salarios,  con  todo,  le  queda- 
ba una  crecidísima  utilidad,  que  es  la  que  al  prese7ite  reporta  su 
Majestad,  con  mas  las  correspondientes  que  ofrecen  las  mone- 
das de  Plata.» 


—  156  — 

gas  del  virei  Orcasitas  como  testigos,  i  de  repente 
vino  la  real  orden  de  quitar  al  marqués  de  Casa- 
Real  su  casa  i  adjudicarla  al  real  tesoro  de  Carlos 
III,  que  en  agarrar  lo  ajeno  no  fué  corto.   (1) 

XII. 

En  vano  fué  que  el  monedero  mayor  de  Chile 
hiciera  toda  clase  de  argumentos.  Ponderó  en  sus 
defensas  el  estraordinario  incremento  del  reino 
con  el  derrame  del  oro  acuñado  en  el  pais,  lo  que 

(1 )  El  bando  promulgando  la  Real  Cédula  de  San  Ildefonso 
que  mandaba  crear  la  casa  de  moneda  de  Santiago  por  cuenta 
de  un  particular,  fué  publicado  en  la  capital  el  10  de  setiembre 
de  1544,  i  en  él  se  prohibía  que  se  sacase  del  reino  ningún  haro. 
Así,  al  menos  testual mente  dice  el  libro  de  actas  del  comercio 
de  Santiago  durante  el  siglo  XVI II  que  orijinal  teníamos  en 
nuestro  poder  hasta  que  hace  poco  nos  lo  robó  alguien^  junto 
con  los  seis  volúmenes  de  preciosos  manuscritos  del  jenerál 
Mackenna  i  otros  importantes  documentos  i  hasta  valiosos  li- 
bros. 

Pero  los  caballeros  santiaguinos,  verdaderos  perros  de  hortelano 
(aunque  jamas  robaron  libros,  ni  manuscristos,  m.horo),  se  con- 
gregaron inmediatamente  enjuntá,  i  pidieron  al  reí  que  revocara 
al  permiso  dado  a  García  Huidobro  como  obtenido  «por  informe 
i  relación  subsepticia»  (por  subrebticia),  i  pidieron  "que  el  rei 
tomase  la  erección  de  su  cuenta. 

En  cuanto  a  los  testigos  del  virei  Orcasitas,  de  Méjico,  dicen 
que  fueron  200  talegos  de  a  mil  pesos  que  presentó  en  un 
armario  para  probar  su  inocencia,  i  así  la  obtuvo  en  un  caso  de 
peculado,  de  un  ministro  de  España,  a  quien  le  habia  prome- 
tido probarle  su  acrisolada  honradez  «con  doscientos  testigos.» 


—  157  — 

era  efectivo;  probó  que  los  quintos  reales  del  oro, 
que  antes  no  pasaban  año  con  año  de  9,300  pe- 
sos, habian  subido  en  1773  a  30,749  pesos,  fuera 
del  derecho  de  señoreaje  o  privilejio  de  fabricar 
moneda  que  él  habia  pagado,  doblón  sobre  doblón, 
hasta  la  enorme  suma  de  116,217  pesos  en  los 
años  corridos  de  1750  a  1766.  Todo  fué  inútil,  i 
aun  contraproducente,  porque  ni  siquiera  le  valió 
haber  hecho  en  1767  un  donativo  de  1,300  pesos 
contra  el  inglés  (dulce  venganza  del  cautiverio  i 
rescate  de  Portugal!)  ni  haber  regalado  diez  mil 
pesos  al  presidente  Morales  para  la  guerra  con 
los  Araucanos  en  1770. 

Citaba  también  el  acongojado  marqués  en  sus 
memoriales  el  progreso  visible  del  reino:  — «la  ma- 
yor labor  y  descubrimiento  de  minas;  la  ninguna 
extracción  del  oro  a  Keinos  Extranjeros;  el  au- 
mento de  Mineros;  la  extensión  del  comercio  y 
población  tan  ventajosa  al  Estado  en  el  floreciente 
en  que  hoy  se  halla  la  capital  y  reino  de  Chile.»  (1) 


(1)  Los  regocijados  santiaguinos,  vencedores  del  opulento 
marqués  vizcaíno,  acordaron  regalar,  i  de  hecho  regalaron  al  rei, 
el  sitio  llamado  el  Basural  para  la  nueva  casa  de  Moneda. 
Pero  no  contaban  los  ediles  con  la  huéspeda,  es  decir,  con  los 
padres  de  Santo  Domingo,  quienes,  llamándose  a  dueños  del 
terreno,  pusieron  pleito,  el  cual  duró  veinte  años,  conforme  a  los 
documentos  inéditos  que  en  seguida  copiamos  i  que  existen 
orijinales,  el  primero  en  la  Biblioteca  Nacional  i  el  segundo  en 


158 


XIII. 

Mas,  no   hubo  arbitrio.   El  presidente  Morales 
tomó  posesión  de  la  casa  real  a  nombre  de  Carlos 

el  archivo  del  cabildo,  i  dicen  así: 

I. 

«En  esta  ciudad  de  Santiago  de  Chile;  en  uno  dia  del  mes  de 
junio  de  1772  años,  los  señores  de  este  ilustrísimo  Cabildo,  con- 
sejo de  justicia  y  reximiento,  estando  juntos  en  su  sala  de  ayun- 
tamiento como  lo  han  uso  y  costumbre,  a  saber  los  que  abajo 
firmarán  sus  nombres.  En  este  dia  disponen  que  haliándose  no- 
vissimamente  adjudicada  al  real  Patrimonio  la  casa  de  Moneda 
de  esta  ciudad,  con  noticia  de  que  para  su  construcción  se  deli- 
bera'sobre  el  sitio  de  mejor  propósito  y  siendo  de  este  el  que 
posee  esta  ciudad  a  continuación  de  los  solares  de  el  convento 
de  Santo  Domingo,  assi  (hacia?)  a  su  espalda,  acordaron  (para?) 
que  las  tales  intenciones  tengan  su  logro,  debían  hacer  y  hacían 
oblación  de  dicho  sitio  para  que  en  él  pueda  plantificarse  la  cas- 
sa  sin  que  Su  Majestad  tenga  precisión  alguna  de  ninguna  exhi- 
bición para  la  consecución  del  terreno  y  sitio  correspondiente  a 
dicha  casa  y  que  assi  mismo  contribuirá  poner  con  sueldo,  (con- 
suelo?) con  todo  aquello  que  se  conbíniere  en  sus  facultades  para 
ofrecerlas  en  su  servicio  y  obsequio  de  Su  Majestad. — Así  lo 
acordaron  y  firmaron  de  que  doi  fé. — Luis  Manuel  de  Zañartu. 
— José  Miguel  de  Prado. — Mariano  Zavalla. — Miguel  Pérez 
Cotapos  y  Villa??iil. — Pedro  Andrés  de  Zagra,—Jna7i  Ignacio  de 
Goycolea. — Juan  de  Santa  Cruz. — Dtor.  Aguistin  Seco  y  Santa 
Cruz,  licenciado. — Ante  mí  José  Gómez  de  Silva,  escribano  pú- 
bli&o,» 


(L Santiago,  \\  de  junio  de  1772. 
j)Admítese  en  nombre  del  Rey  la  oferta  que  hace  el  procura- 


—  159  — 

IIT;  rechazó  la  compra  del  edificio  del  marqués 
por  «estrecho)),  i  sin  embargo  de  haber  hecho 
tasar  la  maquinaria  por  peritos  de  tan  poca  leí 

dor  jeneral  de  esta  ciudad  por  represen tacioii  de  sa  Cabildo,  Jus- 
ticia y  reximiento  del  sitio  que  posee  a  inmediación  del  Puente 
y  al  Convento  de  Predicadores,  para  que  en  él  se  levante  la  nue- 
va Casa  de  Moneda  incorporada  a  la  Eeal  Corona,  en  perpetui- 
dad y  con  proporción  a  todas  sus  oficinas  y  se  le  dan  las  gra- 
cias a  nombre  de  Su  Majestad,  informándole  de  este  servicio 
como  de  la  continuada  demostración  de  su  fidelidad  y  del  celo  de 
propender  al  maior  beneficio  de  la  real  hacienda;  y  los  oficiales 
reales  tomarán  posession  del  precitado  sitio  con  las  formalida- 
des prevenidas  en  derecho  mandándole  medir  por^-el  alarife,  con 
citación  de  todos  los  circunvecinos  y  darán  cuenta  de  su  deli- 
gencia  para  que  se  provea  lo  mas  que  convenga. 

Morales. — {Luqite. ) » 

II. 

Cabildo  estraordinario  de  24  de  julio  de  1791. 

«Instruidos  de  los  autus  formados  entre  el  señor  Procurador 
Jeneral  de  ciudad  y  el  convento  del  señor  Santo  Domingo  sobre 
el  derecho  a  un  sitio  nombrado  el  Basural  en  que  se  declaró 
para  el  Supremo  Gobierno  de  este  Reino,  a  consequencia  de  la 
sentencia  dada  por  el  Tribunal  de  esta  Real  Audiencia  tocan  y 
pertenecen  a  dicho  convento  el  sitio,  según  la  mensura  hecha 
por  el  alarife  Vicente  Marcelino  de  la  Peña,  acordaron  que  en 
atención  a  no  haber  acreditado  dicho  convento  mas  dominio  que 
de  siete  solares,  según  documentos  de  f.  y  fs.,  lo  que  no  tuvo 
presente  el  enunciado  alarife  para  la  mensura  que  practicó  a 
que  por  el  citado  auto  de  f.  83  quaderno  1.°  se  dejó  reservado 
a  dicho  señor  Procurador  para  que  sobre  el  error  que  notaba  la 
indicada  mensura  y  demás  pretensiones  que  constan  de  los  autos 
para  que  usase  de  el  en  esta  Real  Audiencia  y  a  que  tiene 


160  — 


que,  según  las  palabras  del  agraviado,  valori- 
zaron en  doce  pesos  tres  reales  i  un  cuarti- 
llo, ciertos  utensilios  que  ellos  mismos  hablan 
fabricado  haciéndose  pagar  425  por  cada  uno, 
quedó  debiendo  el  rei  a  su  subdito   79,600  pesos, 


demostrada  el  convento  a  la  calle  del  Monasterio  de  Capuchinas 
que  debia  dirijirse  a  la  nombrada  de  las  Ramadas,  en  cuio  terre- 
no tiene  parte  la  ciudad,  el  señor  Procurador  Jeneral  de  ella,  con 
reflexión  a  estas  consideraciones,  esforzándolas  lo  mas  que  le  dic- 
tare su  celo,  se  presente  al  tribunal  de  esta  Real  Audiencia  con- 
testimonip  de  esta  causa,  a  fin  de  que  se  declare  por  dicha  su- 
perioridad que  el  dicho  convento  está  bastantemente  enterado 
de  los  siete  solares  a  que  tiene  dominio  con  lo  que  se  halla  de 
claustrada  y  que  el  demás  terreno  que  intenta  edificar  pertene- 
cen en  ambos  derechos  de  posesión  y  propiedad  a  los  propios  de 
esta  ciudad,  y  quando  a  esto  lugar  no  haya,  exponga  que  en  aten- 
ción a  la  necesidad  pública  de  todo  aquel  terreno,  así  por  el  be- 
neficio de  la  población  como  por  otras  circunstancias  que  este 
Cavildo  tiene  consultado  con  el  M.  I.  8.  Presidente,  se  obliga  a 
la  ciudad  a  comprar  a  dicho  convento  la  parte  que  tenga  del 
citado  terreno  ú  beneficio  de  sus  propios. 

j>Y  assi  lo  acordaron  y  firmaron  dichos  señores  que  doy  fee.» 
Con  todos  estos  trámites  la  construcción  de  la  actual  casa  de 
Moneda  tardó  36  años,  desde  1772  en  que  se  dio  el  sitio  del  Ba- 
sural hasta  1808  en  que  la  instaló  definitivamente  el  presidente 
Muñoz  de  Guzman  con  un  gasto  de  922,263  pesos,  según  cuentas 
archivadas  en  la  Contaduría  mayor.  El  gasto  del  edificio  había 
corrido  desde  el  1.°  de  junio  de  1783  en  que  se  principió  la  obra 
actual  hasta  el  1.°  de  julio  de  1808. 

En  la  Historia  de  Santiago,  vol.  II.,  hemos  hecho  la  historia 
de  la  Moneda,  pero  solo  como  edificio,  i  con  relación  a  la  edilidad. 
Los  datos  publicados  aquí  sobre  la  Moneda  del  oro,  son  entera- 
mente nuevos  e  inéditos. 


—  161  — 

los  mismos  que  un  siglo  mas  tarde  pagó  la  hon- 
rada república  a  sus  herederos. 

Carlos  Iir,  rei  flaco  i  cazador,  fué  ciertamente 
manilargo,  i  al  ver  lo  que  sus  lugartenientes  i  es- 
pecialmente el  odiado  i  temido  Amat  habian  he- 
cho con  los  jesuítas,  vecinos  de  calle  del  marqués, 
debió  echar  éste  la  barba  en  remojo.  I  en  efec- 
to, los  unos  i  los  otros  fueron,  con  diferencia 
de  pocos  años,  despojados:  los  padres  en^l767  i  el 
marqués  en  1770. 

XIV. 

En  consecuencia,  la  maquinaria  de  la  casa  de 
Moneda  fue  trasladada  temporalmente  al  claustro 
desocupado  de  la  Compañía  de  Jesús,  en  la  parte 
que  caia  a  la  calle  de  la  Catedral,  i  allí  estuvo  va- 
rios años  hasta  que  el  presidente  Benavides,  des- 
pués de  haber  hecho  cavar  los  cimientos  de  la 
nueva  casa  en  el  basural  del  rio  (donde  hoi  está 
el  Mercado  central),  i  dando  aquéllos,  como  se  le 
habia  anunciado,  en  agua,  la  ubicó  definitivamen- 
te en  la  arboleda  que  en  el  sitio  en  que  hoi  se 
levanta  tenían  los  jesuítas,  en  torno  de  una  cuarte- 
ría de  teatinos,  i  de  esto  vino  el  nombre  de  la  calle 
de  atravieso.  La  calle  de  Huérfanos,  destinada  a 
ser  calle  de  plata,  i  que  hasta  entonces  habia  vi- 
sado huérfana  de  nombre,  como  todas  las  de  la 
capital,  pasó  a  denominarse  calle  de   la  Moneda 

LA    E.  DEL   O.  1 


—  1G2  — 

vieja  (por  la  desocnpada  habitación  del  marqués 
de  Casa-Real)  i  la  de  Morandé  tomó  este  nombre 
por  la  alianza  i  edificio  de  esta  familia  con  la  del 
marqués.  Antes  llamaban  vulgarmente  a  la  últi- 
ma calle  de  la  botica  de  los  jesaitas,  por  la  que 
estos  buenos  servidores  de  la  ciudad  tenian  en  el 
preciso  sitio  en  que  hoi  se  levanta  el  peristilo  del 
Senado,  bptica  i  mortero  de  la  república.  (1) 


XY. 


Tal  fué  la  historia  de  la  primera  casa  de  la  Mo- 
neda del  oro^  i  queremos  completarla  cediendo  la 
palabra  a  su  principal  autor  en  la  forma  i  planta 
que  hasta  el  presente  tiene,  esto  es,  al  sagaz  i  co- 
dicioso pero  resuelto  virei  Amat,  el  catalán  de  la 
Pe rrichola,  insaciable  de  amoríos  i  de  oro.  He  aquí 
su  interesante  relación  tomada  del  capítulo  26  de 
su  Memoria  inédita  citada,  el  cual  capítulo  lleva 
este  rubro: — Beal  casa  de  Moneda  de  Chile,  i  di- 
ce así: 

ccLiSi  porción  crecida  de  oro,  que  se  sacaba  en  el 
Reino  de  Chile,  se  pasaba  a  amonedar  a  esta  ca- 
pital; pero  mucha  parte  se  extrahia  por  la  vía  de 
Buenos-Aires,  y  así  por  el  cabildo  Justicia,  y  Re- 
jimiento   de  la  ciudad  de  Santiago,   se   solicitó  la 


(1)  Memorial  orijinal  en  el  archivo  de  la  Cámara  de  Dipu- 
tados. 


—  163  — 

creación  de  una  RL  casa,  para  labrar  Oro  y  Plata 
ofreciéndose  a  su  construcción,  y  a  la  satisfacción 
de  salarios  y  demás  gastos  á  sus  propias  expensas, 
Don  Francisco  Garcia  Huido1)ro,  con  tal  de  que 
se  le  concediese  el  empleo  de  tesorero  perpetuo 
para  sí,  sus  hijos  herederos  y  subherederos,  lo  que 
visto  por  su  Majestad  en  Rl.  Cédula  de  16  de  Oc- 
tubre de  1744,  vino  en  semejante  solicitud,  bajo 
de  las  condiciones,  calidades,  ampliaciones,  y  pri- 
vilejios  contenidos  en  dicha  Real  determinación, 
previniéndole  a  mi  Antecesor  ausiliase  el  referido 
establecimiento,  que  corrió  de  este  modo  por  al- 
gunos años. 

))Por  Rl.  Cédula  de  8  de  Agosto  de  1770  se 
mandó  incorporar  a  la  Corona  la  referida  casa, 
cometiéndoseme  su  ejecución,  y  cumplimiento,  y 
que  al  mencionado  Huidobro,  se  le  satisfaciese  lo 
que  correspondiese  a  su  contrata  y  certificase  en 
toda  forma  haber  gastado  en  semejante  habilita- 
ción; pero  que  se  le  mantuviese  en  dicho  empleo 
de  Tesorero  durante  sus  dias. 

í)Para  esta  resolución  fué  preciso  tomar  varias 
medidas,  que  orientasen  mas  los  conocimientos, 
que  yo  tenia  de  antemano  de  aquel  Reino.  Al  Pre- 
sidente de  aquella  Real  Audiencia,  con  fecha  11  i 
13  de  Marzo  de  1772  le  comuniqué  las  órdenes,  y 
advertencias  respectivas,  con  cirreglo  a  las  orde- 
nanzas de  la  casa  de  esta  capitah  para  su  planti- 
ficación. A  las  personas  que  tuve   provistas  para 


—  164  — 

Intendente,  contador,  y  Ensayador,  que  son  los 
móviles  de  primera  plana,  les  mandé  se  instruye- 
sen en  esta  Real  casa,  con  formal  estudio  del  me- 
canismo de  estas  operaciones,  para  que  se  acom- 
pañase a  la  especulación  la  práctica  tan  necesaria 
para  su  puntual  desempeño.  Nombré  Intendente, 
Contador,  Oficial  de  Tesorero,  Guarda  materiales 
y  Portero  marcador,  quedando  los  demás  empleos 
reserbados  a  la  discreción  de  aquel  Presidente, 
mediante  lo  que  se  estableció,  provisionalmente 
el  reglamento  comprehensivo  del  número  de  ofi- 
ciales, y  sueldos,  que  havian  de  gozar,  de  que  di 
puntual  noticia  a  S.  M.,  quien  se  sirvió  aprobar 
mis  providencias  por  Rl.  Cédula  de  30  de  julio  de 
1774. 

Sueldos  que  se  satisfacen  a  los  Dependientes  de  la 

Bl.  Casa  de  Moneda  de  Chile, por  Decreto 

de  12  de  marzo  de  1772. 

Al  Intendente 3000 

•    Al  Contador 2050 

Al  Tesorero 2050 

Al  primer  Ensayador 1500 

Al  segundo  Ensayador 500 

Al  Balanzario 550 

Al  Fiel  de  Moneda 1000 

Al  Fundidor  mayor 1000 

Al  Guarda  cuños  que  ha  de  suplir  de 
Contador  de  Moneda  en  la  sala  de 


—  165  — 

libranzas 300 

Al  Guarda  materiales  j  maestro  de 
Moneda  que  sirve  también  de  guar- 
da-vist^  de  la  fundición 450 

Al  Oficial  de  Contaduría  que  debe  su- 
plir por  el  Balanzario 480 

Al  tallador  mayor ^ 

A  su  oficial y     1400 

Al  Aprendiz  de  Talla J 

Al  oficial  de  Tesorería  que  sirva  de 
ayudante  de  Balanzario  y  Contador 

de  Moneda 300 

Al  Escribano 200 

Al  ayudante  de  fundidor  mayor  que 

suple  por  el  guarda  materiales ....       000 
Al  Portero  mayor  que  sirva  de  Conta- 
dor de  Moneda 200 

A  un  sirviente 90 

A  un  cerrajero,  su  oficial  i  soplador. .        300 
A  un  guarda  de  noche 150 

Total 15520 

i)La  cantidad  de  quince  mil  quinientos  veinte 
pesos  destinada  para  los  sueldos  de  Oficiales,  y 
Dependientes  es  fuera  de  los  gastos  ordinarios 
que  se  consumen  en  la  labor  de   Oro,  y  la  plata. 

))Para  esta  referida  Real  Casa  como  igualmente 
para  la  de  Lima,  y  Potosí,  según  llevo  anterior- 
mente dicho,  remitió  su  Majestad  nuebos  cuños, 


^  166  — 

sellos,  y  Punzones  con  arreglo  a  la  Real  Pracrna- 
tica  de  29  de  mayo  de  1772  ya  citado,  comunicán- 
dole Yo,  á  aquellos  oficios  las  reglas  é  instruccio- 
nes que  pide  el  mas  exacto  cumplimiento  condu- 
cente al  Real  servicio,  como  podrá  Y.  E.  ber,  por 
los  autos,  y  papeles  que  se  le  entregarán  por  mi 
secretario  de  Cámara.»   (1) 


(1)  Los  sueldos  de  la  plana  mayor  de  la  Casa  de  Moneda 
cuando  en  1810  pasó  de  manos  del  reí  tramposo  a  las  de  la  Re- 
pública buena  pagadora,  quedando  así  vengado  de  los  desaires 
su  fundador,  estaban  reducidos  a  10,381  pesos  según  un  docu- 
mento orijinal  de  la  época  i  con  el  siguiente  personal. 

Superintendente  don  José  Santiago  Portales |  3,000 

Contador  dcfn  Santiago  Vicente  O'Rian »  2,050 

Tesorero  don  Silvestre  Martin  Ocliagaví a »  1,500 

Ensayador  mayor  don   Francisco  Rodríguez  Bro- 

chero »  1,500 

Asesor  don  José  Gregorio  xirgomed). »      150 

Capellán  don  Manuel  Cañol »      250 

Escribano  don  José  Ignacio  Zenteno »      200 

El  total  do  gastos  de  empleados  era  de  |  10,381. 

El  primer  ensayador  de  la  Moneda  que  vino  a  Chile  se  llama- 
ba don  José  de  Larrañeta,  i  fué  nombrado  ensayador  de  las  cajas 
reales  por  el  virrei  del  Perú;  pero  los  desconfiados  mercaderes  de 
Santiago  se  reunieron  en  jauta  de  comercio  el  20  de  enero  de 
1756  i  elevaron  una  representación  para  tener  ensayador  por  su 
cuenta. 

El  último  ensayador  del  rei  fué  don  Francisco  Rodríguez 
Brochero,  hombre  mui  intelijente  i  de  cuyos  trabajos  nos  ocupa- 
remos mas  adelante. 


—  167  — 


XVI. 


El  despojo  real  de  la  Casa  de  Moneda  del  mar- 
qués de  Gasa  Real  pudo  ser  injusto  como  la  es 
pulsión  de  la  archi-millonaria  Compañía  de  Jesús 
i,  a  nuestro  juicio,  lo  fué;  pero  en  el  fondo  una  i 
otra  disposiciones  tuvieron  un  alcance  profunda- 
mente político  i  benéfico  para  la  industria  i  la 
prosperidad  de  la  colonia,  por  cuanto  eran  la  re- 
dención de  un  doble  monopolio,  monopolio  de  la 
agricultura  que  los  padres  esplotaban  i  esportaban 
sin  pagar  ningún  tributo,  a  título  de  relijiosos,  i 
el  monopolio  del  oro  que  el  marqués  de  Casa  Real 
habia  resumido  en  su  familia,  a  título  de  empre- 
sario contratista. 

XVII. 

La  casa  de  Moneda  siguió,  en  consecuencia,  fun- 
cionando por  cuenta  del  rei;  i  de  sus  libros,  que  he- 
mos rejistrado  en  su  enorme  i  polvoroso  archivo, 
resulta  la  comprobación  del  incremento  gradual 
d"e  la  producción  del  oro  en  todo  el  país,  sin  to- 
mar en  cuenta  sino  el  que  allí  iba  a  sellarse,  que 
era  lo  menos.  , 

Hemos,  en  efecto,  formado  un  prolijo  estado 
del  oro  que  se  amonedó  en  la  primera  década  de 
la  administración  por  el  rei,  i  de  esa  demostración 


—  168  — 

perfectamente  comprobada,  libro  por  libro,  fecha 
por  fecha,  resulta  que  se  compraron  por  el  teso- 
rero real  no  menos  de  45,955  marcos  de  oro,  que 
al  precio  de  128  pesos,  que  era  el  de  ordenanza, 
valia  5.948,118  pesos  conforme  al  siguiente  pro- 
lijo estado: 

Marcos.  Importan. 

1772  1.382  253.257 

1773  3.953  506.505 

1774  5.042  646.040 

1775  4.382  567.538 

1776  5.002  640.877 

1777  5.138  646.418 

1778  5.248  660.900 

1779  5.429  695.550 

1780  5.168  662.772 

1781  5.216  668.261 


45.955         5.948.118 
XYIII. 

No  va  comprendida  en  esta  cuenta  la  ganancia 
que  dejaba  al  erario  la  diferencia  siempre  favora- 
ble de  la  calidad  del  oro,  porque  éste  se  compraba 
indistintamente  como  si  fuera  de  22  quilates, 
siendo  de  ordinario  su  lei  mucho  mayor. 

Hubo  año  (el   de   1781),  según  los  libros  de 


--  160  — 

cuentas  de  la  casa  de  Moneda,  en  que  esta  diferen- 
cia rindió  una  utilidad  de  11,575  pesos  3  reales  i 
2  maravedises.  La  utilidad  media  de  la  amoneda- 
ción del  oro  era  para  el  tesoro  de  40,000  pesos  al 
año,  siendo  los  gastos,  con  esccpcion  de  los  suel- 
dos, comparativamente  insignifícantes.  I  esta  pre- 
cisamente liabia  sido  la  astuta  cuenta  sacada  por 
los  santiaguinos  al  marqués  de  Casa-Real  cuando 
comenzó  a  enriquecerse  hasta  dar  celos  a  los  mis- 
mos jesuítas.  (1) 
i 

(1)  Hé  aquí  algunos  items  de  los  gastos  ordinarios  de  la  amo- 
nedación del  oro: 

Carbón  en  un  año  94  pesos    50  centavos. 

A  don  Agustín  Tagle  por  6  quintales  38  libras  de  fierro  ver- 
gazon  para  componer  los  hornos  de  afinación,  a  20  pesos  quin- 
tal, 129  pesos. 

El  cobre  se  compraba  a  2  i  medio  real¿s  la  libra  para  las  liga- 
ciones i  el  cobre  en  granalla  a  4  reales  libra. 

El  azogue  era  traído  directamente  de  España  i  llegó  a  vender- 
se a  84  pesos  el  quintal,  pero  en  1781  estaba  cargado  solo  a  70 
pesos  i  5  reales. 

Había  también  algunos  gastos  estraordinarios,  como  el  que  se 
incurrió  en  el  año  arriba  recordado  para  «asegurar  el  volante,» 
operación  que  costó  90  pesos  i  medio  real.  Jeneralmente  la  fun- 
dición del  oro  se  hacia  en  cuatro  porciones  al  año  i  el  gasto  total 
no  pasaba  nunca  de  3,000  pesos.  En  1781  este  gasto  fué  de 
3,099  pesos  6  i  medio  reales  i  en  1782,  de  2,301  2  reales. 

En  estas  cuentas  no  están  comprendidos  los  pailones  o  boca- 
dos de  oro  que  se  sacaban  de  cada  uno  de  las  monedas  que  se 
fundían,  onzas,  medías  onzas,  cuartos  de  onzas  i  octavos  de  on- 
za i  que  se  remitían  directamente  por  los  tesoreros  de  las  casas 
de  Moneda  de  la  América  española,  al  cofre  del  reí,  destinados  a 
LA  E.  DEL  ü.  22 


170  — 


XIX. 


Los  libros  de  la  casa  de  Moneda  colonial  que 
en  número  de  varios  centenares  se  conservan  to- 
davía en  sus  armarios,  dan  completa  luz  sobre  la 
estraordinaria  riqueza  aurífera  de  Chile  en  la  épo- 
ca que  hemos  recorrido,  porque  de  ellos  resulta 
que  lejos  de  ir  en  desmedro,  la  producción  aumen- 
tó a  pesar  de  los  cortísimos  medios  i  herramientas 
de  que  en  aquel  tiempo,  fenecidas  de  hecho  i  por 
lei  las  encomiendas,  disponían  los  mineros  con  sus 
bateas  de  palo  i  sus  trapiches  de  piedra. 

La  compra  de  oro  i  su  amonedación,  que  según 
el  vireí  Amat  había  sido  de  cuatro  mil  marcos, 
término  medio  por  año  en  la  mitad  del  siglo,  fué 
subiendo  hasta  llegar  muchas  veces  a  la  cifra  de 
cinco  mil  marcos  i  aun  a  la  de  seis  mil. 

Notable  es  como  coincidencia  la  de  que  el  pri- 
mer año  del  presente  siglo  se  estrenara  con  la  ma- 
yor producción  de  oro  conocida  por  el  asiento  de 

servir   probablemente    para    comprar   alfileres  al  cofre  de  la 
reina. 

En  cnanto  al  volante  del  marques  de  Casa  Real,  le  conocimos 
nosotros  funcionando,  manejado  por  dos  robustos  peones  que 
lanzaban  alternativamente  sns  brazos  de  fierro  provistos  en  la 
estremidad  de  una  pesada  bola  de  fierro,  a  fin  de  apretar  el  cu- 
fio. Funcionaba  especialmente  los  jueves  (dia  de  cimarra)  por  los 
años  de  1845,  i  después  que  se  remontó  la  Moneda  en  su  pié  ac- 
tual so  vendió  como  fierro  viejo. 


—  J71  — 

los  libros  que  hoi  justifican  nuestra  teoría,  como 
los  del  Cabildo  dieron  antes  razón  de  nuestras 
ideas  sobre  los  períodos  de  secas  i  de  lluvias  que  el 
cielo  i  las  nubes  se  ha  encargado  de  justificar  des- 
de su  publicación  hasta  el  presente. 

La  compra  de  oro  en  la  tesorería  de  la  Moneda, 
alcanzó  en  efecto  el  año  de  1800  a  la  cantidad  de 
6,476  marcos  o  sea  mas  de  32  quintales,  que  al 
precio  de  compra  importaron  829,689  pesos,  des- 
preciando fracciones. 


XX. 


Cosa  no  solo  de  curiosidad  sino  también  de  in- 
terés político  i  económico  es  el  hecho  estadístico 
de  haber  alcanzado  la  producción  del  oro  su  máxi- 
mun  después  de  aquella  fecha,  precisamente  en 
el  año  que  podríamos  llamar  de  oro  en  nuestra 
vida  política  de  pueblo  libre, — ce  el  año  de  1810.» 

Las  pastas  compradas  en  ese  año  pesaron,  en 
efecto,  6,359  marcos,  o  sea  cerca  de  32  quintales. 
I  ¡cosa  curiosa!  apenas  aparece  la  revolución  con 
sus  inquietudes,  sus  turbulencias  i  sus  desconfian- 
zas, se  advierte  la  disminución  gradual  de  la  pro- 
ducción, descendiendo  a  poco  mas  de  cinco  mil 
marcos  en  1811  i  en  1812  i  declinando  a  4,594  el 
año  13,  año  de  guerras  i  a  3,455,  en  1814,  año  de 
desastres. 

He  aquí  la  comprobación   de  lo  que  acabamos 


—  172  — 

(le  esponer,  formada  en  vista  de  los  pergaminos  de 
la  Moneda  de  Santiago  que  de  esta  manera  se  han 
convertido  en  nuestros  testigos  irrecusables  como 
«las  talegas  del  virei  Orcasitas». 

El  cuadro  siguiente  que  abraza  un  período  de 
15  años  hasta  1817,  arroja  una  producción  de 
77,837  marcos,  mui  superior  (en  los  años  que  abra- 
sa del  coloniaje),  a  las  que  fijaba  el  virei  Amat 
para  la  mediania  del  siglo  XVIIT,  i  dice  así: 


1799 

5,193 

m. 

665.314 

1800 

6,476 

7> 

829,689 

1805 

5,256 

)) 

692,873 

1806 

4,686 

» 

600,359 

1807 

4,625 

3) 

592,544 

1808 

4,642 

y> 

594,722 

1809 

4,815 

)) 

616,886 

1810 

6,359 

D 

814,700 

1811 

5,230 

)) 

670,055 

1812 

5,631 

» 

721,430 

1813 

4,574 

D 

586,010 

1814 

3,455 

)) 

442,646 

1815 

4,778 

3) 

612,145 

1816 

4,719 

)> 

604,587 

1817 

4,398 

m. 

563,461 

77,837 

9.087,422  (1) 

(1)  Estos  cuadros  columnarios   han  sido  formados  por   noso- 
tros en  vista  de  los  respectivos  libros  dol  archivo  de  la  Moneda. 


173  — 


XXI. 

No  habría,  por  consigaiente,  en  vista  de  estos 
datos  numéricos  i  auténticos,  razón  alguna  para  no 
colocar  a  Chile  durante  su  edad  del  oro  en  el  piná- 
culo de  los  paises  productores  de  este  metal,  mu- 
cho mas  tomada  en  cuenta  su  estension,  su  esca- 
sez de  brazos  i  la  pobreza  de  sus  medios  de  pro- 
Pero  hé  aquí  un  cuadro  completo  de  un  decenio,  comprendido 
el  oro  i  la  plata,  que  se  encuentra  orijinal  en  la  Biblioteca  Na- 
cional i  arroja  con  corta  diferencia  un  millón  de  amonedación 
por  año. 

El  cuadro  a  que  nos  referimos  se  refiere  precisamente  a  los  10 
años  que  preceden  al  que  nosotros  hemos  formado  arriba  i  dict^ 
así: 

Estrado  que  manifiesta  las  cajiticlades  de  oro  i  ¡ilata  que  se  han 
labrado  en,  esta  real  Casa  de  Moneda  en  un  decenio  corrido 
del  1°  de  enero  de  1789  hasta  ün  de  diciembre  de  1798. 

Años.  Marcos  de  oro.  Su  valor.  Marcos  da  plata.  Su  valor      Valor  de  am- 
bos metales. 


1789 

5012 

081.632 

29.645 

251.982.4 

933.614.4 

1790 

5307 

721.752 

21.770 

185.045 

906.797 

1791 

5621.4 

704.524 

23.882.4 

203.001 

967.525.2 

P92 

5403 

734.808 

21.324 

181.254 

916.062 

1793 

4850 

059.600 

29.895 

254.107.4 

913.707.4 

1794 

5708.4 

776.356 

24.164 

205,394 

981.750 

1795 

6072.4 

825.860 

2S.306 

240.601 

1.066,461 

1796 

6245 

849.320 

28.141 

239.I9S.4 

1.088.518.4 

1797 

6005 

816.680 

27.490 

233.605 

1.050.345 

1798 

5838 

793.968 

23.076 

196.146 

090.114 

10 

56,602.4 

7,625.-500 

•257.693.4 

2,190.394.6 

9,814.894.6 

—  174   — 

duccion.  Porque  suponiendo  que  el  término  medio 
del  rendimiento  del  oro  hubiese  sido  solo  de  4,500 
marcos  por  año  durante  el  siglo  que  comenzó  en  el 
viaje  de  Frezier  i  terminó  en  la  batalla  de  Chaca- 
buco,  tendríamos,  conforme  al  cómputo  de  la  amo- 
nedación, que  es  el  mas  ínfimo,  una  producción  to- 
tal de  4.500,000  marcos,  equivalentes  a  2.225,000 
libras,  o  lo  que  es  lo  mismo  a  la  enorme  suma  de 
2,250  quintales,  o  sea  una  verdadera  montaña  de 
oro  acumulada  durante  un  siaio. 


XXIL 

I  en  esto  no  hai  engaño  sino  estadística  mez- 
quina, porque  en  realidad  la  amonedación  repre- 
sentaba solo  la  mitad  o  un  tercio  del  total  produ- 
cido, i  esta  rectificación,  sin  esfuerzo,  alguno  ele- 
varia  la  cantidad  anterior  a  4,000  i  aun  a  cinco  mil 
quintales  de  oro. 

Pero  aceptando  solo  la  cifra  de  4,000  quintales 
españoles  de  oro  producido  en  Chile  desde  1700 
a  1818,  en  que  el  rendimiento  desapareció  casi 
por  completo  junto  con  la  libertad  política  que 
hizo  del  obrero  esclavo  i  barato  un  trabajador  li- 
bre i  dispendioso,  tendríamos,  que  vendida  esa 
suma  de  metal  por  el  precio  hoi  corriente  del  oro, 
que  es  de  32,890  pesos  el  quintal  español,  habría 
producido  la  colonia  en  el  pasado  siglo,  verdadera 


California  lavada  en  bateas,  la  enorme  s.uma  de 
131.560,000  pesos.  (1) 

XXIII. 

Para  formar  los  cómputos  anteriores  no  hemos 
dispuesto  únicamente  de  los  libros  de  la  casa  de 
Moneda,  pues  existen  a  niiestro  alcance  medios 
no  menos  importantes  de  comprobación,  cuales  son 
los  de  la  inspección  local  de  los  minerales  de  oro 
que  produjeron  esas  sumas,  lioi  al  parecer  fabulo- 
sas, con  medios  verdaderamente  miserables,  i 
los  estudios  comparativos  que   sabios  eminentes, 


(1)  Los  precios  que  hoi  (octubre  de  1881)  se  pagan  en  la  ca- 
sa de  Moneda  por  el  oro  son  los  siguientes,  conforme  a  uu  apun- 
te que  ha  tenido  a  bien  suministrarnos  su  intelijente  fundidor  i 
ensayador  don  Antonio  Brieba : 

Un  kilogramo  de  oro  fino  (1,000  1,000) ^       715 

ün  quintal  métrico  de  id.  id d  71,500 

Un  id.  español  de  100  libras »  32,890 

Un  marco  de  oro  fino  (media  libra) »        163.45 

Una  libra  de  id.  id »        328.90 

Dada  la  diferencia  del  kilogramo  al  marco  antiguo,  i  supo- 
niendo que  el  kilogramo  contenga  poco  mas  de  4  marcos,  no  ha 
habido  un  aumento  demasiado  exajerado  en  el  precio  del  oro  en 
bruto  cuando  éste  se  compraba  en  oro  sellado,  respecto  del  que 
hoi  se  paga  con  papeles  inconvertibles.  La  diferencia  del  peso 
de  4  marcos  o  2  libras  españolas  al  de  un  kilogramo  es  de  512 
pesos  oro,  a  715  pesos  papel. 


'(]  — 


(JcsiIl*  Jiiuubolt  u  Ohcviilior,  desde  Jjuvoleyc  a  Si- 
iTionin,  linu  heclio  de.  la  ])roduccion  del  oro  en  el 
inundo,  ion  los  cuales  hace  Chile  sieinj^re  fii.nira 
distinguida  i  preeminente. 

A  tan  interesantes  objetos  consagraremos  por 
separado  el  próximo  i  subsiguientes  capítulos. 


CAPITULO  VI. 


EL   ORO    EN   EL   NORTE   DE    CHILE    EN    EL    SIGLO    XVIII. 

ATACAMA    I    COQUIxMliO. 

Las  quebradas  i  las  quiebras  de  los  .hombres]  del  «cuño  antiguo».— Falta 
do  datos  sobro  la  procedencia  del  oro  que  se  amonedaba  en  la  Moneda. 
— Aproxiniacionos  Uii^urüñas.— Las  tros  zonas  dol  oro  en  Chile.— Hl  oro 
de  Ataoaina  on  el  siglo  X.VIII.— Minerales  do  oro  del  Inca,  do  Chamo- 
nate  i  C/í«>ic7ío^m>í.— Colección  do  muestras  díil  corrojidor  do  Copiu|)6 
Pinto  i  Cobos,  i  sus  cuentas.  — Sm  ideas  sobre  la  opulencia  verdadera  do 
aquella  comarca. — VA  muestrario  del  rei  i  el  de  la  academia  do  San  Luis 
en  Santi.igo —Trabajos  del  ensayador  mayor  Rodrigue/,  Brochero.  — Kl 
oro  en  Co;iuimbo  — La  Pescadora  i  el  mineral  do  Talca. — Quebrada  Hon- 
da.— La  b  Lamenca  descubierta  por  un  indio  on  la  cordillera  do  Kl(|ui. 

El  mineral  do  Chintjoles  do  oro,  plata  i  cobro. — (Jarácter  errante  do  lo^ 
mineros  de  oro. — Los  asientos  de  minas  i  las  placillaa. — Proverbios  do 
la  colonia  sobre  el  oro.— ICl  oro  es  el  único  arlículo  do  exportación  ul- 
tramarino do  Chile  durante  el  siglo  XVUl.—Kl  mineral  de  Andacollo 
durante  el  siglo  pasado.— -Trabajos  do  los  jentiloi.— Las  minas  del  Toro 
i  Churumata   dol  canónigo  Contador. — Don  José  Tomás   Urmenota  como 

minoro  de  oro. — Las  lluvias  i  la  producción  permanente  de  Andacollo. 

Noticias  individuales  do  las  labores  do  Andacollo  en  17Ü2.— líl  oro  en 
lllapel.— Restos  de  su  opulencia. — Sus  quince  trapiches.— La  dureza  do 
su  cuarzo. — La  mina  Chamuscada. — Minerales  del  «Chillan»  i  del  cerro 
dol  Cuyano. — Las  arenas  auríferas  do  lllapol. — líasuto  i  sus  pepas  de  un 

quilogramo. — La   pepa   do  cinco  libras  do  oro  do  don  .Santiago  Lira. 

Planta  que  se  da  a  oste  mineral  on  18  tU  i  su  actual  decadencia. 

«Así  viven  los  que  trabajan  minas  do  oro 
on  el  reino.  Kilos  so  inclinan  a  ellas.  Pre- 
valecen en  su  oficio.  Ninguno  o  mui  poco 
LA   K.    uF.i,  O.  23 


178  — 


vemos  logrado.  En  el  conjunto  de  todos  se 
logra  anualmente  un  comercio  de  bastante 
entidad,  respecto  al  poco  fomento  con  que 
empiezan,  sus  dependencias  en  pié,  los  rea- 
les quintos  aumentados  a  su  gremio  que 
cada  dia  se  van  estendiendo  en  nuevos  des- 
cubrimientos, accidentes  que  en  unos  i  otros 
son  dignos  de  admiración  i  solo  la  esperan- 
za mantiene  a  todos.»— (Madakiaga, — Re- 
lación del  Obispado  de  Santiago,  en  1744 
(inédita.) 


I. 


No  cuidaron  nuestros  mayores  de  apuntar  en 
sus  libros  la  procedencia  del  oro   que  fundían  i 
menos  del  que  «pasaban  por  alto»....  Ni  para  qué? 
— La  estadística  era  para  ellos  una  ciencia  tan 
desconocida   como   la  jeolojía,   i   les  bastaba  la 
«ciencia  de  los  números»,  que  es  la  ciencia,  si  no 
del  minero,  del  chileno.  Verdad  es  que  las  cuen- 
tas de  aquel  tiempo  acababan  casi  siempre  en  que- 
brados de  reales  i  de  maravedíes  i  los  libros,  como 
la  circa  de  las  minas  de  plata,  acababan  en  quie- 
bras. I  a  la  verdad,  no  hemos  con.ocido  sino  mui 
pocos,  (si  alguno)  entre  los  memorables  tesoreros 
reales  de  la  colonia  que  no  se  alzase  con  los  cau- 
dales del  rei  «i  tomase  iglesia»  para  cancelar  en 
el  asilo  la  doble  cuenta  da  su  conciencia  i  de  la 
cárcel.  I  por  esto  cuando  oimos  con  frecuencia 
hablar  de  la  honradez  de  «cuño  antiguo».,  .tene- 
mos buen  cuidado  de  mirar  i  remirar  el  cuño,  para 
ver  si  no  es  algún  desecho  del  cuño  de  la  tesorería 
real  o  de  la  Moneda  antigua.. . 


—  179  — 

Felizmente,  no  es  difícil  con  nn  poco  de  perse- 
verancia desaterrar  el  cauce  ya  casi  del  todo  bo- 
rrado por  el  cual  corría  el  oro  líquido  del  colonia- 
je, i  dejar  espedito  el  camino  que  de  costumbre 
seguia  para  llegar  desde  su  criadero  de  empeder- 
nido cuarzo  al  volante  de  fierro  de  Vizcaya  de  la 
casa  de  Moneda  a  convertirse  allí  bajo  el  cuño 
real  en  «doblones»,  que  así  llamaban  los  colonos 
las  «onzas»  con  la  efijie  de  los  narigones  reyes 
de  la  estirpe  borbónica  de  España  (la  única  ra- 
ma que  disfrutó  en  Chile  de  este  privilejio),  de 
donde  vino  llamar  familiarmente  a  las  onzas  sim- 
plemente— «narigonas». 


II. 


Con  el  ausilio  de  los  archivos  i  especialmente 
el  de  la  paciencia,  linterna  sorda  pero  de  dura 
que  alumbra  aun  en  las  mas  profundas  entrañas 
de  la  tierra  i  sus  veneros,  vamos  en  consecuencia 
a  esforzarnos  por  comprobar,  sitio  por  sitio,  la 
cuenta  del  raudal  de  oro  que  a  fines  del  siglo  pa- 
sado Humboldt  hacia  subir  a  doce  mil  marcos  de 
peso,  o  sea  seis  mil  libras,  o  sesenta  quintales  por 
año  en  Chile,  peso  líquido  i  destarado  que  repre- 
sentaba cuatro  tantos  justos  del  tributo  del  inca 
en  la  época  prehistórica.  Este,  según  el  lector  ha- 
brá de  recordarlo,  era  de  catorce  quintales  i  medio. 

Comenzaremos  por  el  Norte,  porque  así  como 


—  180  — 

para  su  clima  i  su  agricultura,  nuestro  largo  terri- 
torio, faldeo  continuado  de  los  Andes,  puede  di- 
vidirse en  tres  zonas  auríferas: 

La  zona  del  Norte. 

La  zona  del  Centro. 

La  zo7ia  del  Sur. 
Termina  la  primera  en  el  Choapa,  la  segunda 
en  el  Maule  i  la  tercera  en  el  Rahue  o  rio  de 
Osorno,  i  todas  son  igualmente  ricas,  como  lo  es 
la  de  Magallanes  i  la  de  la  Tierra  del  Fuego  que 
hoi  va  a  esplorarse. 

De  esta  última,  que  a  su  tiempo  llamaremos 
zona  austral,  diremos  también  algo. 


III. 


En  el  lugar  oportuno  dimos  noticia  de  los  des- 
cubrimientos de  oro  que  a  principios  del  pasado 
siglo  formaron  los  cimientos  de  la  actual  ciudad 
de  Copiapó  i  fijaron  los  arranques  de  su  fama  hoi 
universal. 

No  nombran  los  escritores  antiguos  los  lugares 
precisos  de  la  primera  estraccion  del  oro;  pero 
parécenos  que  entre  otros  que  han  perdido  hasta 
su  nombre  con  su  broceo  a  agotamiento,  el  mine- 
ral del  Lica,  en  que  el  apreciable  ciudadano  don 
José  Ramón  Sánchez,  hijo  de  Valparaíso  i  de  viz- 
caíno, ha  invertido  injentes  caudales,  es  de  los 
mas  antiguos. 


—  181  — 

En  viejos  papeles  conservados  en  la  Biblioteca 
nacional  encontramos  también  la  huella  de  los 
minerales  de  oro  de  Ghamonate  i  Chanchoquin^ 
que  todavía  sudan  (al  menos  el  último)  algunas 
gotas  de  oro  bajo  el  pico  i  la  batea.  Según  unas 
muestras  que  en  1806  se  conservaban  por  el  pro- 
lijo i  rebuscador  afán  del  ilustre  patriota  don  Ma- 
nuel Salas  en  la  Academia  de  matemáticas  de  San 
Luis,  fundada  por  él  en  Santiago,  el  mineral  de 
Chamonate  rendia,  cinco  onzas  por  cajón  i  el  de 
Chanchoquin  el  doble. 

Existia  ademas  en  beneficio  a  fines  del  siglo 
XVIII  una  mina  de  oro  en  el  partido  de  Copiapó 
descubierta  por  un  «José  Diaz»  (buen  nombre  para 
descubridor,  pues  es  el  de  Caracoles)  quien  la  con- 
sagró al  santo  patrón  de  su  pila.  Llamábase  San 
José,  i  según  los  análisis  practicados  por  el  ensa- 
yor  mayor  de  la  casa  de  Moneda  don  Francisco 
Eodriguez  Brochero,  llevaba  aquel  mineral  a 
principios  del  presente  siglo  tres  estacas  a  firme 
que  hablan  producido  ocho  cajones  i  medio  de 
metal  de  lei  de  cinco  onzas  por  cajón:  harto  es- 
caso rendimiento  en  verdad,  a  menos  que  el  me- 
tal o  criadero  fuera  blando,  porque  lo  que  arruina 
al  minero  de  oro  son  dos  cosas, — la  dureza  del 
cuarzo  i  la  cangalla  de  oro.  T  este  es  peor  que  el 
pedernal  porque  aquélla  se  ejercita  sobre  el  sudor 
ya  logrado  de  la  industria. 


—  182  — 
IV. 

El  mineral  de  San  José  era  notable  sin  embar- 
go por  hallarse  el  oro  embutido  en  una  gran  por- 
ción de  cobre,  oro,  plata,  hierro  i  azufre,  i  parecía 
tan  rico  en  la  primera  de  estas  sustancias  acceso- 
rias (si  bien  hoi  seria  principalísima)  que  su  lei, 
según  los  ensayos  de  la  casa  de  .Moneda,  en  aquel 
tiempo  (1806)  era  de  14  o  15  quintales  de  cobre 
por  cajón  o  sea  un  25  por  ciento.  (1) 

En  la  segunda  mitad  del  siglo  último  habia 
comenzado  por  las  causas  arriba  mencionadas,  i  la 
distancia  de  los  parajes  socorridos,  la  decadencia 
del  oro  en  Copiapó.  Mas  verificábase  esto  solo  pa- 
ra que  el  broceo  del  oro  fuese  sucedido  inme- 
diatamente por  la  riqueza  de  la  plata,  según  en  el 
lugar  a  propósito  lo  dejaremos  demostrado.  En 
1744  según  el  tesorero  real  Madariaga  (que  bien 
debia  saberlo)  existían  treinta  i  dos  estacas  de  oro 
en  el  partido  de  Copiapó;  pero  añade  que  era  «de 
poca  fama  su  beneficio  como  lo  demuestran  lo 
desaviados  que  están  sus  dueños. ^^ 

(1)  Puede  verse  en  la  Biblioteca  Nacional  el  interesante  do- 
cumento titulado:  «Informe  a  los  señores  del  Real  Tribunal  de 
Minería  de  este  Reino  de  Chile  por  el  ensayador  mayor  de  esta 
Real  casa  de  Moneda  don  Francisco  Rodríguez  Brochero. — San- 
tiago, enero  10  de  1806.» 

Este  informe,  que  contiene  26  pajinas  en  folio,  se  refiere  a  128 
muestras  de  diferentes  minerales,  i  de  estas  corresponden  50  al 
partido  de  Rancagua,  35  al  de  Copiapó  i   43  al  de  la  Serena. 


—  183  — 

Sin  embargo,  al  terminar  el  siglo  i  habiendo 
visitado  en  persona  todos  los  minerales  de  aquel 
distrito  su  correjidor  don  José  Joaquín  Pinto  i 
Cobos  (que  entendemos  fué  bisabuelo  del  último 
presidente  de  la  república)  para  dar  cumplimien- 
to en  1792  a  una  real  orden,  se  espresaba  en  es- 
tos términos  sobre  las  verdaderas  causas  del  aba- 
timiento de  la  producción  minera  en  aquella  mas 
tarde  opulentísima  comarca. — «Finalmente  es  mui 
digna  de  traerse  a  consideración  la  actual  suma 
decadencia  de  este  opulento  mineral,  no  siendo  otra 
la  principal  causa  que  la  total  escasez  que  se  es- 
perimenta  de  bastimentos  y  demás  preciso  y  ne- 
cesario para  la  manutención  diaria  de  los  peones 
y  demás  operarios  empleados  en  las  faenas  de  mi- 
nas de  que  pende  la  subsistencia  y  estabilidad  de 
estos  importantísimos  laboreos  tan  recomendados 
por  S.  M.  como  que  de  ellos  resultan  conocidas  ven- 
tajas a  su  real  erario  y  bien  público  en  jeneral , 
Pues  siendo  este  reino,  principalmente  este  parti- 
do, TAN  ABUNDANTE  DE  VETAS  DE  TODAS  CLASES  DE 
METALES,  COMO  LO  HAN  RECONOCIDO  LOS  HOMBRES  MAS 
INTELTJENTES  I  PERITOS  QUE    HAN    VENIDO  A  ÉL,  CaUSa 

una  gran  lástima  ver  que  las  causas  antedichas 
sean  las  que  desaniman  y  acobardan  a  los  mineros 
y  aniquilan  sus  fuerzas  y  destruyen  su  constancia 
en  estos  útiles  laboreos.»   (1) 

(1)  Hemos  copiado  el  interesante  párrafo  anterior,  que  está 


184  — 


V. 


En  cuanto  al  valle  i  serranías  del  Huasco,  que 
en  aquel  tiempo  formaban  parte  del  partido  de 
Copiapó,  (así  como  la  provincia  de  Coquimbo  se 

de  acuerdo  con  las  opiniones  del  tesorero  Madariaga  sob'-o  la 
minería  de  Chile  a  mediados  del  pasado  siglo,  de  un  importante 
manuscrito  que  existe  en  la  Biblioteca  Nacional,  el  cual  tiene  la 
fecha  de  8  de  marzo  de  1782  i  la  siguiente  larga  i  demostrativa 
carátula. 

«Relación  instructoria  y  circunstanciada  que  el  subdelegado 
don  José  Joaquín  Pinto  y  Cobos,  diputado  del  R.^  de  San  Fran- 
cisco de  la  Selva,  ha  extendido  a  consecuencia  de  la  orden  que  le 
comunicó'con  fecha  16  de  abril  de  1791  el  administrador  general 
del  Real  importante  cuerpo  de  minería,  doctor  don  Antonio 
Martínez  de  Cuata  para  la  colección  de  nuestros  minerales  de 
este  reino,  mandada  practicar  por  Real  Orden  de  15  de  marzo 
del  año  anterior,  con  arreglo  a  la  instrucción  que  se  ha  dirijido 
para  el  efecto,  y  advertencias  que  sobre  el  particular  se  le  han 
hecho,  en  cumplimiento  de  lo  resuelto  y  determinado  acerca  de 
este  importante  asunto  por  la  superintendencia  general  de  Real 
Hacienda  en  decreto  de  11  de  noviembre  de  1790  que  se  ha  te- 
nido presente,  con  una  breve  y  clara  explicación  de  las  minas 
que  se  hallan  en  actual  laboreo  en  la  jurisdicción  de  dicho  Real 
de  minas,  la  distancia  en  que  se  halla  cada  veta,  su  rumbo,  su- 
jetos que  la  trabajan,  y  demás  especificaciones  conducentes  al 
exclarecimiento  y  mejor  comprensión  de  cuanto  se  relaciona  para 
la  cabal  inteligencia  de  la  superioridad  o  superioridades  lespec- 
tivas,  practicada  para  dicho  diputado  en  consorcio  de  las  gentes 
que  le  acompañaron.» 

Por  vía  de  curiosidad  estampamos  también  en  seguida  la* 
cuenta  que  por  su  trabajo  de  buscas  i  muestras  i  su  acomodo, 


—  185 


estén dia  desde  el  Choapa  al  Loa),  la  única  noti- 
cia de  minerales  de  oro  que  ha  llegado  hasta  no- 
sotros es  la  que   apunta  el  subdelegado  de  Valle- 


pasó  al  correjidor  don  José  Joaquín  Pinto  al  capitán  jeneral,  i 
dice  así: 

«Razón  de  los  costos  impendidos  en  la  colección  de  muestras 
minerales  practicada  a  consecuencia  de  superiores  órdenes  co- 
municadas a  esta  diputación  de  villa  de  San  Francisco  de  la 
Selva  en  la  forma  i  manera  siguiente: 

Precisamente  por  el  costo  que  han  causado  mis  salidas  a  la 
enunciada  colección  de  muestras  de  todo  este  mineral,  compren- 
diéndose los  costos  de  arrieros,  manutención  y  otros  gastos  que 
han  sido  indispensables  como  líquido  importe,  asciende.     8o  » 
Id.  a  los  peritos  facultativos  que  me  acompañaron  a  es- 
ta dilijencia,  los  que  fueron  en  cabalgaduras  propias 
y  manteniéndose  joor  sí,  treinta  y  cinco  pesos  a  cada 

uno,  y  hacen 70  » 

Por  el  cütense,  clavos,  ylo   y   precintar  (poner  bandas 

de  cuero?)  los  cajoncitos,  dos  pesos   dos  reales 2  » 

Por  los  diez  pesos  pagados  al  escribiente  que  copió  las 
referidas  relaciones,.y  gasto  de  papel 10  00 

167  2 

Según  parece  de  las  partiias  arriba  nominadas  ascienden  a 
la  cantidad  de  ciento  sesenta  y  siete  pesos,  dos  reales.  S.  Y.,  y 
para  que  conste  lo  firm;>,  Gopiapó  y  abril  24  de  I7d2. —José 
Joaquín  Pinto  y    Cobos. ^ 

Como  se  habrá  observado,  la  cuenta  es  en  demasia  moderada; 
pero  es  preciso  tener  también  presente  la  pobreza  que  en  todo  lo 
demás  reinaba  en  aquel  estrecho  valle.  Según  Madariaga,  todo 
el  partido  de  Copiapó  (incluso  el  Huasco)  no  tenia  sino  800  va- 
cas que  no  alcanzaban  para  la  comida,  ni  siquiera  para  la  leche 
de  sus  moradores,  i  producía  apenas  200  arrobas  de  vino  que  se 
bebían  sus  mineros  i  su  cura  en  el  cáliz  bajo  el  pajizo  techo  de 
LA  E.  DEL  o.  24 


—  186  — 

nar  don  Gregorio  del  Villar,  cuando  aquel  bonito 
pueblo  era  una  sucia  ranchería.  Llamábase  aquel 
mineral  San  Fernando  viejo,  i  había  sido  descu- 
bierto por  don  Juan  Cortés.  «En  su  actual  laboreo, 
dice  el  subdelegado  de  aquel  tiempo,  se  han  es- 
traido  de  ella  100  cajones  de  metal  que  han  pro- 
ducido 50  marcos  de  oro.»  (1) 


YI. 


En  cambio  de  esta  penuria  lugareña  la  riqueza 
aurífera  del  distrito  de  la  Serena  fué,  i  lo  es  toda- 
vía, un  solo  i  prodijioso  riñon  de  serranía  que  se 
empina  en  su  centro — el  famoso  Andacollo. 

Trabajóse,  es  verdad,  el  oro  en  diversos  parajes 
de  aquel  suelo,  que  es  todo  un  solo  manto  abigar- 
rado dé  metales,  sin  esceptuar  el  hipizlázuli  i  el 
cristal  de  roca;  i  a  mediados  del  siglo  iiabia  no  me- 
nos de  treinta  minas  de  oro  en  beneficio  sin  con- 
tar el  derrame  nunca  agotado  de  Andacollo. 

'  Notables  entre  aquellos  veneros  fué  el  llamado 

'.  -  ' "■  '^'.. ■- . 

su  iglesia  parroquial,  r  todo  esto  comprendida  la  hacienda  del 
convento  de  la  Merced  (que  tolavía  existe)  «que  es  la  que  en 
sustaücia  se  señalaba  en  todo  el  partido.»—  {Madariaga,  1744.) 

Ko  sefáfüérá  dé  lugar  ági'ega'r  que  el  correjidor  Pinto  no 
pudo  acomodar  las  muestras  conforme  a  las  instrucciones  de 
Madrid,  porque  nj  pudo  hallarse  en  todo  Co])iapó  el  samíí?  o 
jénero  a  propósito  para  enfardelar  las  muestras. 

(1)  Informe  inédito  fechado  en  San  Ambrosio  de  Vallenar  del 
fíuasco,  enero  30  de  1792. 


—  187  — 

de  la  Pescadora  en  el  mineral  de  «Talca»,  «riquí- 
simo)) de  fama  pero  de  cuarzo  tan  intratable  por  su 
resistencia  a  la  barreta  i  al  trapiche,  que  al  fin  fué 
preciso  desampararla,  como  el  mineral  de  Lam- 
pangui  a  principios  del  siglo  XVflI.  Según  un 
informe  que  tenemos  a  la  vista  de  las  postrime- 
rías del  último,  producía  todavía  la  veta  Pescadora 
«de  casi  invencible  dureza»,  100  pesos  por  cajón, 
«de  modo  que  no  se  costea,  decía  de  ella  el  reji- 
dor  de  la  Serena  don  Víctor  Ibañez  de  Cor  vera,  i 
solo  con  la  esperanza  de  que,  habiendo  sido  mui 
rica  pueda  hallar  los  metales  en  mayor  profundi- 
dad, la  trabajan.» 

YII. 

Había  también  en  Coquimbo  un  mineral  lla- 
mado el  Potrero  de  Quebrada  Honda  del  cual  ha- 
bla el  historiador  Olivares,  así  como  menciona  al  de 
«Talca»,  i  aquel  producía  en  1792  hasta  una  libra 
de  oro  por  cajón;  pero  era  tal  su  dureza  i  la  exi- 
güidad de  los  medios  de  explotación,  que  en  seis 
años  sacaron  sus  dueños  solo  ochenta  cajones  de 
metal.  Los  productos  de  estas  minas  se  traían  a  la 
Serena  i  se  molían  en  el  trapiche  de  la  viuda 
Santelices,  que  en  1779  compró  el  caballero  fran- 
cés i  opulento  minero  de  Copiapó  don  Francisco 
Subercaseaux,  según  antes  contamos, 


VITI. 

A  la  fama  aurífera  del  mineral  de  Talca,  en  las 
sierras  de  la  Serena,  sucedió  a  fines  del  siglo  la  de 
La  Flamenca,  fríjido  asiento  de  temporada  situado 
en  las  cordilleras  de  Elqui,  que  encontrara  por 
acaso  un  indio  cazador  de  huanacos  llamado  Ense- 
bio Palta,  exactamente  como  tres  siglos  antes  Die- 
go Huaica  descubriera  a  Potosí  cazando  vicuñas. 
Distaba  aquella  mina  40  leguas  de  la  Serena  i  den- 
tro de  la  cordillera  real,  i  de  ella  una  relación  inédi- 
ta que  tenemos  a  la  vista  da  los  curiosos  detalles 
que  a  continuación  copiamos.  «Trabaja  en  ella  al 
presente  (1792)  una  estaca  mina  de  oro  en  la  veta 
de  Palta  don  Miguel  Lastarria  en  compañía  del 
teniente  coronel  don  Thomas  Shee.  Su  primer  des- 
cubridor fué  Eusebio  Palta  indio,  que  la  halló 
cazando  Guanacos  a  pié  el  año  1784  en  un  cerro 
escarpado  mui  alto.  Este  indio  trabajó  poco  tiem- 
po esta  pertenencia  nominada  la  Descubridora  por 
haverle  quitado  la  vida  en  el  rio  de  Rapel. 

«Cayetanos  Baras,  con  quien  parece  havia  for- 
mado compañía,  suscitó  pleito  j  quedó  con  ella, 
formó  compañía  con  don  Thomas  Shee  y  la  tra- 
bajaron hasta  el  presente  año  de  92  con  poca  uti- 
lidad, pues  resultó  (la  compañía)  descubierta  en 
2,000  pesos. 

3) Posteriormente  vendió  su  parte   Baras  a  don 


—  189  — 

Miguel  Lastarria,  quien  sigue  en  compañía  con 
Shee.  Se  ignora  los  cajones  que  se  han  sacado.  En 
el  dia  tiene  dos  boca-minas,  la  primera  con  un  ca- 
ñón de  30  estados  perpendicular  y  seis  labores  en 
beneficio,  la  otra  dos  cañones  en  40  estados  y  dos 
labores  en  beneficio,  unas  y  otras  llevan  desde  uaa 
mano  de  metal  hasta  una  tercia.  La  lei  de  estas  es 
varia.  La  muestra  número  13  da  28  a  30  pesos 
por  cajón,  la  número  14,  pesos  70  y  la  15,  qua- 
renta,  de  modo  que  unos  con  otros  salen  de  50  a 
60  pesos  por  cajón.  La  saca  con  4  barretas  es  de 
tres  tercios  por  dia,  que  componen  6  quintales  de 
metal. 

))En  este  mineral  solo  se  trabajan  seis  meses  en 
el  año  por  estar  en  lo  ríjido  de  la  Cordillera.  Tie- 
ne aguas  y  leña  en  la  inmediación.  Los  caminos 
no  obstante  haverlos  hecho  componer,  son  peli- 
grosos y  se  conducen  los  metales  al  rio  de  Rapel 
que  dista  ocho  leguas  de  la  mina.  En  el  beneficio 
se  pierde  de  un  real  a  2  de  azogue.» 


IX 


Menciona  también  el  ya  recordado  ensayador 
de  la  Moneda,  Kodriguez  Brochero,  un  curioso  mi- 
neral del  norte  llamado  de  Chingóles  (Chineóles?) 
que,  como  las  papas  arjentíferas  de  Huantajaya  en 
Tarapacá,  ofrecian  la  peculiaridad  de  contener  el 
oro  en  piritas  de  plata.  Hallábase  el  codiciado  me- 


—.190  — 

tal  en  matriz  de  cuarzo  i  hasta  de  leí  de  7  i  8  on- 
zas por  cajón,  pero  aliado,  sin  estar  en  combina- 
ción, con  el  cobre  i  con  la  plata,  i  aunque  se  traba- 
jaba por  ésta,  el  ensayador  de  una  muestra  de  ella 
decia  en  1806: — «Si  todo  el  mineral  fuera  como 
esta  muestra  tendría  mas  cuenta  beneficiarla  por 
oro  que  como  plata.» 


X. 


Gomo  jente  enérjica  e  independiente,  los  co- 
quimbanos  han  sido  de  sujo  cateadores,  i  era  re- 
gla antigua  de  la  colonia  la  de  que  las  minas  ricas 
de  oro  se  hallaban  solo  en  ^am^os  pobres  i  estéri- 
les como  los  de  su  suelo. — «No  son  las  minas  de 
oro  en  mucha  abundancia,  decia  el  tesorero  Ma- 
dariaga,  ni  tan  ricas  como  se  han  encontrado  en 
parajes  secos  i  áridos.» 

Pero  preciso  es  también  recordar  un  refrán  de  la 
colonia  que  esplica,  a  su  manera,  la  especial  pros- 
peridad de  la  industria  minera  en  Chile,  porque 
aun  en  aquel  tiempo  se  decia  que  así  como  «una 
mina  de  oro  empobrecía  a  sus  dueños,  i  una  de  pla- 
ta los  mantenía  en  su  caudal,  las  de  cobre  los  en- 
riqícecian.-»  1  así  al  menos  ha  acontecido  en  lo  que 
va  corrido  del  presente  siglo, 

En  jeneral  \8.s  minas  de  07^o  no  han  hecho  la  for- 
tuna particular  de  los  individuos,  con  escepcion  de 
la  del  Toro  i  la  Churumata  en  Andacollo  i  la  del 


—  191  — 

Chivato  en  Talca;  pero  los  lavaderos  de  Chile  lo- 
cupletaron  de  fortuna  el  país  en  conjunto,  tomado 
como  comunidad,  desde  los  dias  de  la  conquista,  i 
junto  con  esas  mismas  minas  de  duro  cuarzo  i  esca- 
sa lei  formaron  durante  tres  siglos  su  mayor  sus- 
tancia, i  lo  que  parecería  increíble,  durante  dos  de 
ellos,  su  único  artículo  de  esportacion  a  ultramar. 


XI. 


Venia  de  aquí  i  de  la  colecta  del  oro  que  es  £9,-^ 
cil  en  ciertos  mantos  mas  o  menos  superficiales, 
que  los  mineros  de  oro  eran  esencialmente  am- 
bulantes i  formaban  pueblos  i  prósperos  asientos 
de  minas  denominados  jenei:almentep¿acz7/as,  co- 
mo la  posterior  de  Juan  Godoi  en  Chañarcillo  i 
las  antiguas  de  la  Ligua,  la  Placilla  de  Colchagua 
i  la  de  Nancagua,  etc.  que  quedaban  después 
desiertos  como  Potosí,  ciudad  de  mas  de  cicA 
mil  almas,  o  estacionarios  como  la  mayor  par- 
te de  los  pueblos  del  norte  de  Chile  que  no  vi- 
ven de  su  agricultura. —  «lio  que  les  alegra  el  co- 
razón, decia  un  observador  del  pasado  siglo,  ha- 
blando de  los  errantes  coquimbanos,  es  el  oro  i  la 
vida  suelta  que  llevan,  que  en  aquella  jurisdicción 
i  cur¿ito  donde  se  descubre  el  mineral,  aquélla  por 
aquel  tiempo  es  la  mas  rica  i  el  mejor  curíito  i  el 
mejor  correjimiento.»   (1) 

(1)  Madariaga,  Relación  inédita  citada,  ■'■'*      - 


—  192  — 

«Todos  los  dias,  añadía  sin  embargo  el  mismo 
narrador  hablando  de  la  j  urisdiccion  de  la  Serena, 
se  descubren  nuevos  mineriiles  de  oro  i  se  mantie- 
nen con  esperanzas,  dando  al  tiempo  lugar  con  la 
muerte  i  la  esperanza.» 

XII. 

Pero  el  gran  sustentador  de  la  industria  aurífe- 
ra del  norte  i  del  país  en  jeneral  fué,  desde  fines 
del  siglo  XVII,  Andacollo,  la  casa  de  Moneda  de 
Chile  de  oro  en  polvo  antes  que  se  estableciera  la 
casa  de  Moneda  del  oro  sellado. 

En  otra  ocasión  hemos  dicho  a  la  lijera  lo  que 
a  este  estraordinario  mineral  correspondía  en  su 
época  de  mayor  auje,  i  ahora  nos  limitaremos  a 
señalar  algunas  de  sus  condiciones  mas  peculiares 
en  el  siglo  a  que  hemos  llegado,  i  que  podria  lla- 
marse en  términos  de  minero,  que  fué  su  época  de 
disfrute  i  despilaramiento. 

El  mineral  de  Andacollo  ofrece  la  peculiaridad 
de  ser  un  nudo  árido  i  montañoso,  todo  metalífe- 
ro, i  en  el  cual  el  cobre  abunda  tanto  como  el  oro 
en  sus  proporciones  naturales.  Andacollo  es  todo 
una  mina,  desde  la  cúspide  a  la  circa,  i  aun  sus 
poderosas  i  tenaces  venas  suelen  pasar  mas  allá 
del  duro  pedernal  i  de  la  roca  plutónica. 

Como  el  vecino  i  portentoso  cono  de  Tamaya 
ha  sido  el  emporio   del  cobre  en  Chile,  así  An- 


—  193  — 

flacollo  lo  fué  del  oro,  i  continúa  siéndolo,  por- 
que apenas  llueve  en  mediana  abundancia,  como 
lo  observaba  hace  doscientos  años  el  jesuita  Ro- 
sales, i  nosotros  lo  recordamos  antes,  se  saca  oro 
de  todas  partes.  En  el  presente  i  pasado  año 
(1880-81)  que  han  sido  regularmente  lluviosos 
en  el  norte,  se  han  obtenido  notables  cantida- 
des de  oro  en  las  pobres  bateas  indíjenas  de 
Andacollo  i  de  su  circuito  que  han  rendido  a  ra- 
zón de  2  pesos  diarios  termino  medio,  por  cada 
operario,  sea  varón,  mujer  o  niño.   (1) 

XIII. 

Andacollo  es  mineral  de  lav^adero  i  al  mismo 
tiempo  es  mineral  de  pozo,  i  hai  indicios  para 
creer  que  bajo  una  i  otra  forma  lo  trabajaron  los 
aboríjenes  bajo  la  dirección  intelijente  de  los  co- 
lonizadores peruanos.  Era,  a  la  verdad,  tal  la  abun- 
dancia prodijiosa  de  sus  catas  hasta  hace  poco 
tiempo,  que  el  mayor  trabajo  que  impuso  la  for- 
mación del  camino  carretero  que  hoi  pone  el  mi- 
neral en  comunicación  con  los  rieles,  fué  el  relleno 


(1)  Según  el  señor  P,  N.  Vidala,  diputado  por  la  Serena,  se 
ha  sacado  de  Andacollo  algunos  miles  de  pesos  de  oro  en  cada 
temporada,  i  el  mismo  ha  vendido  a  la  Casa  de  Moneda  por 
encargo  de  los  cambistas  de  aquel  lugar  una  pequeña  parte  de 
él,  especialmente  el  oro  en  polvo  que  le  ha  remitido  don  Pru- 
dencio Hidalgo,  conocido  comerciante  de  aquel  lugar. 
>fc         LA  E.   DEL  o.  25 


—  194  — 

de  los  hoyos  con  que  indios  i  cristianos  liabian  lite- 
ralmente sembrado  el  suelo  convirtiéndolo  en  ar- 
nero. 

Existen  todavia  galerías  abiertas  del  tiempo  cede 
los  jentiles»  i  las  célebres  minas  del  Toro  i  Chu- 
rumata,  que  enriquecieron  a  un  canónigo  de  la 
Serena  llamado  Contador  (apellido  apropiado  pa- 
ra él  que  tanto  oro  tenia)  han  sido  de  probervial 
riqueza  en  Chile.  En  la  última,  i  trabajándola  con 
maquinaria  a  vapor  para  el  desagüe  i  chanca  de 
los  metales,  gastó  varios  centenares  de  miles  de 
pesos  el  emprendedor  ciudadano  don  José  Tomas 
Urmeneta;  pero  con  poco  retorno,  porque  según 
antes  dijimos,  la  época  del  «disfrute»  habia  lle- 
gado para  Andacollo. 

XIV. 

Por  otra  parte,  sus  minerales  son  casi  todos 
óxidos  mui  duros  i  ofrecen  combinaciones  quími- 
cas poco  comunes,  lo  que  aumenta  las  dificultades 
de  la  esplotacion.  Su  condición,  por  tanto,  afines 
del  siglo  pasado  era  ya  mediocre,  como  hoi,  i  pa- 
samos a  dar  cuenta  de  algunas  de  sus  labores,  con- 
forme a  un  testimonio  antiguo  que  tenemos  a  la 
vista,  del  cual  estraemos  los  siguientes  párra- 
fos: (1) 

(1)  El  título  de  este  informe  es  el  siguiente: 

«ColeccioQ  de  metales  de  oro  hecha  en  la  diputación  del  Bl.  de 


—  195  — 

«El  asiento  y  mineral  de  Andacollo  está  situa- 
do en  el  cerro  nombrado  la  Centinela  distante  14 
leguas  de  esta  ciudad  de  la  Serena  y  trabaja  en  él 
una  estaca-mina  de  metales  de  oro  en  la  veta  del 
mismo  nombre  don  Juan  de  Dios  A.lvarez.  Su  pri- 
mer descubridor  Tadeo  x\lvarez,  que  la  trabajó  el 
año  1763,  sacó,  según  noticias,  8  cajones  de  metal 
de  lei  de  30  pesos  por  cajón. 

DEn  1773  pidió  esta  mina  Agustin  Zuleta  que 
la  trabajó  hasta  el  de  77  en  el  que  la  d'sfrutó  por 
hallarse  los  planes  en  bronces  blancos  deslavados, 
mucha  dureza  y  sin  ley:  sacó  dicho  Zuleta  100 
cajones  de  metal  que  empezaron  por  30  pesos  de 
ley  y  se  aumentó  hasta  200  por  cajón,  todos  en 
metales  colorados. 

3)En  el  mismo  mineral  y  cerro  de  San  Pedro 
Nolasco  trabaja  una  estaca  mina  de  metales  de 
oro  en  la  cabeza  del  mismo  nombre  Pedro  Ga- 
llardo, en  compañía  de  don  Miguel  Malbran.  Su 
primer  descubridor  fué  Francisco  Rojas.  Se  igno- 
ra qué  años  trabajó,  pero  se  dice  sacó  mas  de  6 
mil  pesos  en  metales  colorados. 

))En  el  propio  mineral,  en  el  paraje  denominado 
de  Veneros,  que  fueron  trabajados  j90?'  los  gentiles 

la  Serena  con  espresion  de  las  minas  de  donde  se  han  extraído 
la  que  ha  verificado  de  orden  superior  el  capitán  de  exército  don 
Víctor  Ibañez  de  Corvera,  diputado  del  importante  ramo  de 
minería  del  partido  de  Coquimbo.  Empezó  en  4  de  marzo  de 
1792  y  íinalizó  el  30  de  junio  del  mismo  año,» 


—  196  — 

a  tajo  abierto  hasta  que  hallavan  dureza,  pidió  el 
año  de  1763  Ginés  Marin  por  criadero  de  oro,  y 
siguió  trabajando  hasta  el  año  de  74.  Se  ignora  lo 
que  sacó,  pero  hai  noticia  de  que  le  fué  bien. 

))E1  año  mismo  de  74  entró  el  actual  poseedor 
Felipe  Marin,  desaterrando  siempre  trabajos  anti- 
guos que  han  sido  a  tajo  abierto.  Los  planes  del 
actual  están  en  7  estados  de  profundidad  con  un 
solo  cañón.  Dichos  veneros  son  una  mesa  de  pie- 
dra dura  en  las  que  van  dos  criaderos  y  en  ellos, 
en  donde  se  halla  el  oro,  algunas  veces  no  pro- 
fimdan.  En  los  16  años  ha  sacado  30  cajones  de 
metal,  su  ley  de  12  hasta  30  p.  por  cajón  con  una 
barreta  continua,  y  conjetura  haber  hallado  en 
oro  en  todo  el  espresado  tiempo  mas  de  3,000  pe- 
sos en  los  términos  que  aparece  de  la  muestra  n." 
8,  la  que  vino  a  mis  manos  hace  dos  años  por  ca- 
sualidad, y  remito  por  no  haber  de  esta  clase  en 
la  actualidad;  de  modo  que  solo  esta  esperanza  los 
hace  seguir  y  el  trabajar  personalmente  pues  de 
lo  contrario  los  peones  robarían  el  oro  sin  que  su- 
piese el  dueño  cuando  se  havia  alcanzado:  es  mu- 
cha la  dureza  y  se  laborea  a  fuerza  de  pólvora. 

))En  el  mineral  de  oro  en  el  cerro  de  Malbran 
trabaja  una  estaca  mina  de  metales  de  oro  en  la 
veta  del  mismo  nombre  Antonio  Guerra.  Ancho 
del  metal  desde  tres  dedos  hasta  una  cuarta. 

)>E1  metal  n."  9  se  llama  cobrizo  i  el  10."  llaman 
arenilla:  el  primero  se  ensayó  por  menor  en  ley  de 


—  197  — 

125  pesos  y  el  segundo  por  60,  pero  contiuuamen- 
te  aumenta  o  baja. 

))En  seis  meses  ha  sacarlo  6  cajones  que  ha  be- 
neficiado sin  separarlos  i  le  han  rendido  hasta  600 
pesos  hasta  purificar  el  oro.   (1) 

XV. 

No  es  mas  aventajada  hoi  dia  la  condición  de 
los  placeres  i  minas  de  pozo  del  departamento  de 
Illapel,  aquellas  «minas  de  Choapa»,  descubiertas 
en  tiempo  de  don  Garcia  Hurtado  de  Mendoza 
que  tan^  pondera  su  compañero  de  armas,  el  viejo, 
agraviado  i  regañón  cronista  Góngora — Marmo- 
lejo.  Pero  no  por  eso  ha  dejado  de  ser  Illapel,  co- 
mo Andacollo,  uno  de  «esos  rios  de  oro  que  co- 
rren por  el  mundo»  según  la  gráfica  espresion  del 
presidente  Garcia  llamos  en  1607;  i  dan  testimo- 
nio de  su  opulencia  hasta  época  reciente  sus  quin- 

(1)  En  la  colección  mineralójica  de  la  Academia  de  San  Luis 
existia  también  una  muestra  de  metal  de  oro  de  Andacollo, 
la  que  fué  ensayada  en  1 806  por  Rodríguez  Brochero,  i  de  ella 
dice  éste  lo  siguiente: 

«Muestra  del  mineral  de  Andacollo  j  sitio  de  los  Veneros,  en 
diputación  de  Coquimbo.  Es  de  oro  nativo  interpuesto  entre 
matriz  de  arcilla  rojiza  u  ocrácea,  esto  es,  impregnada  de  óxi- 
do o  cal  de  hierro:  es  muestra  sumamente  pequeña,  mas  no 
obstante,  se  ha  reservado  por  curiosa  para  el  gabinete  de  la 
Academia  en  donde  existe  entre  los  minerales  de  oro,  con 
el  N.°  2.» 


—  198  — 

ce  trapiches  machos  de  ellos  corrientes  toda- 
vía i  las  ruinas,  visibles  en  todas  partes,  de  los 
que  existieron,  especialmente  en  el  cerro  de  Chi- 
llan, hacia  la  cordillera,  los  desmontes  de  duro 
cuarzo  de  Lampagui  i  de  los  Hornos  i  las  diver- 
sas minas  que  hasta  hoi  se  trabajan. 

Fué  notable  entre  éstas  hasta  la  medianía  del 
presente  siglo,  la  mina  del  Indio,  descubierta  por 
un  indio  en  el  cerro  llamado  del  Cuyano,  i  que 
enriqueció  a  su  primer  dueño  i  esplotador  don 
José  Agustín  Undurraga,  el  banquero  del  oro  en 
Illapel. 

Como  en  Andacollo,  el  oro  se  presenta  en  esta 
comarca  en  diversas  combinaciones,  i  especial- 
mente en  óxidos  i  en  piritas.  (1) 

Pero  su  criadero  mas  jeneral  es  como  en  todo 
el  resto  del  mundo  el  cuarzo,  i  éste  se  presenta  en 
tal  dureza  que  hoi  se  acostumbra  en  algunas  mi- 
nas hacer  en  el  interior  grandes  fogatas  de  cardo- 
nes para  reblandecer,  por  la  trituración,  la  caja  im- 
penetrable al  pico  que  contiene  la  angosta  veta 
aurífera.  Existe  todavía  hacia  la  costa  una  mina 
de  esta  naturaleza  que  rinde  hasta  una  libra  de 
oro  por  cajón  a  sus  dueños,  vecinos  de  Mincha;  i 
se  llama  la    Chamuscada,  porque  continuamente 


(1)  En  el  muestrario  de  la  Academia  de  San  Luis  encontró  el 
ensayador  Brochero  auna  pirita  de  hierro  i  cobre  aurífero  de 
Illapel.  Su  leí  era  de  mas  de  un  marco  de  oro  por  cajón.» 


—  199  — 

la  chamuscan  con  fuego  para  esplotarla.  Sin  la 
escesiva  dureza  de  su  criadero,  que  fué  lo  que  hizo 
improductivo  el  rico  mineral  de  Lampagitl,  esta 
mina  seria  lioi  comq  muchas  otras  una  verdade- 
ra fortuna.   (1) 

XVI. 

De  época  presente  se  citan  todavía  los  nombres 
de  las  minas  de  oro  «la  Jote»,  que  fué  de  la  fa- 
milia Izquierdo,  de  lUapel;  la  Matamoros,  la  de 
los  Portugueses,  la  del  Divisadero,  los  Guayaca- 
nes  i  principalmente  la  de  la  Curia,  en  el  cerro  de 
los  Hornos,  camino  real  de  Combarbalá,  la  cual 
fué  descubierta  por  un  indio  llamado  Coco,  por 
cuyo  motivo  suele  denominarse  la  mina  de  la 
Curia-Coco.  Según  noticias  recientes  trata  de  ha- 
bilitarse en  grande  escala  esta  pertenencia  de  oro 
en  todas  sus  labores. 

XVII. 

En  cuanto  a  lavaderos,  se  cita  todavia  en  el  de- 
partamento de  lUapel  el  caso  de  haberse  enrique- 
cido con  el  hallazgo  de  un  manto  superficial  al 
pié  del  cerro  del  Cuyano  un  vecino  de  aquel  pueblo 
llamado  don   Antonio  Kamirez,  quien,  en  pocos 

(1)  El  nombre  de  Lampagui  lo  escriben  todos  diversamente. 
Juan  i  Ulloa  en  sus  Noticias  secretas  lo  llaman  Lampaguay. 


—  200  — 

dias,  logró  una  fortuna  de  40  mil  pesos;  pero  puede 
decirse  que  en  jeneral  todas  las  arenas  de  los  enca- 
jonados ríos  de  aquel  departamento,  especialmente 
las  del  Illapel  i  las  del  Ghoapa,  son  un  inagotable 
si  bien  escaso  lavadero  de  oro.  En  1851-52  hemos 
visto  lavar  las  arenas  hasta  en  sus  sombreros  a 
cuadrillas  de  muchachos  no  solo  en  esos  rios  sino 
en  la  profunda  quebrada  del  Negro  que  formaba 
su  límite  meridional.  No  sin  razón  dieron  los  pro- 
pios indios  el  nombre  de  Mülapel  a  esa  re j ion, 
porque  milla  es  oro.  (1) 

XVIII. 

Esto  no  obstante,  i  según  lo  observaba  el  teso- 
rero Madariaga  en  1744,  en  todo  el  norte  de  Chile 
ha  acontecido  que  donde  se  debilitaba  un  mineral 
aparece  otro.  A  la  fama  i  riqueza  de  (das  minas 
de  Choapa»  sucedió  la  de  Casuto,  célebre  asiento 
de  minas  descubierto  a  fines  del  siglo  último  en 
una  quebrada  a  distancia  de  dos  o  tres  leguas  del 
puerto  de  los  Yilos,  i  fué  tal  su  riqueza  que  dio  su 
propio  nombre  a  una  planicie  aurífera  de  Anda- 
collo,  ya  humillado  por  su  decadencia. 

Fué  mui  persistente  el  rendimiento  de  este  mi- 


(1)  En  Illapel  conocen  esta  etímolojía  i  dicen  que  su  nombre 
md!i)Qnd.  úgniñc-A  pluma  de  oro,  pero  mas  propio  es  decir />e5- 
cuezo  o  garganta  de  oro. 


—  201  — 

iieml,  i  todavía  se  habla  en  su  esparcido  asiento 
de  la  «punta  de  oro»  de  cinco  libras  de  peso  que 
se  halló  en  una  batea  el  afortunado  vecino  de  la 
Ligua  don  Santiago  Lira,  que  con  su  valor  «puso 
tienda»  i  fué  mas  tarde  hombre  de  pro  en  Illa- 
peí.  (1) 

La  fortuna  de  Casuto,  eclipsada  hoi  pero  no 
agotada,  se  mantenia  todavía  intacta  a  mediados 
del  presente  siglo,  i  en  los  anales  de  la  Cámara  de 
Diputados  correspondientes  al  11  de  junio  de  1849 
se  encuentra  una  lei  de  espropiacion  de  terrenos 
que  autorizaba  para  fundar  en  aquel  asiento  una 
población  con  una  área  de  doce  cuadras  de  es- 
tension. 

XIX. 

Tales  han  sido,  descritos  a  grandes  rasgos  pero 
con  fidelidad,  los  mas  notables  veneros  de  oro  de 

(1)  El  señor  Astaburuaga  dice  en  su  Diccionario  Jeográjico 
que  este  mineral  ha  sido  notable  por  sus  grandes  pepas  de  oro, 
«de  mas  de  un  kilogramo  de  peso.»  El  señor  Cuadra  habla  en 
sus  Apuntes  sobre  la,  Jeografla  de  Chile  de  pepas  de  300  i  400 
gramos . 

Hoi  el  asiento  de  Casuto  está  muí  decaido.  Últimamente  nos 
ha  informado  un  minero  de  ese  lugar  que  entre  dos  trabajadores 
sacaron  en  15  días  solo  seis  castellanos  de  oro.  Sin  embargo,  al- 
guna cantidad  llega  todavía  a  la  Casa  de  Moneda. 

Casuto  pertenece  políticamente  a  Petorca,  pero  es  mineral 
iUapelino. 

hk  E.  DEL  o.  26 


la  rejion  del  Norte,  esto  es,  del  territorio  que  yacia 
en  la  antigua  provincia  de  Coquimbo,  desde  el 
Choapa  hasta  el  Salado. 

En  la  primera  parte  de  este  trabajo  bistórico 
dimos  a  conocer  los  veneros  del  Sur,  i  por  este 
motivo  no  volveremos  hoi  sobre  este  tema,  pasan- 
do directamente  a  la  zona  del  centro. 


CAPITULO  VII. 


EL  ORO  EN  LA  REJION  CENTRAL. 
DEL  «BRONCE»  AL  (ÍCEIVATOÍ. 


Carácter  jeolój ico  especial  del  departamento  de  Petorca. — Tbdat  sih  po- 
blaciones han  nacido  del  oro. — Las  familias  fundadoras  de  Petorca. — 
Lo.s  Bueras. — El  frasco  de. oro  del  coronel  Mendiburu. — La  famosa  mina 
del  Bronce  viejo  i  la  muerte  de  los  siete  ladrones  de  oix). — La  relación 
de  Carvallo  i  la  leyenda  del  pacto  coa  el  diablo. — «La  visión  del  Bron- 
ce».— La  uoesia  del  minero  de  oro, — Las  décimas  del  lego  Guevara  ao- 
bre  la  «Vision  del  Bronce.» — Los  asientos  mineros  de  Petorca  i  su 
antigüedad.- -Longotoina,  el  Hierro  viejo  i  Pupio. — La  mina  de  la 
Ama/.ona  ea  la  Ligua — Escursioaes  auríferas  a  Gatapilco  i  a  las  que- 
bradas do  Maleara  i  Alvarado. — La  riqueza  auFifora  de  Quillota  a  fines 
dal  siglo  pasado. — El  cambista  de  oro  Avaria  i  sus  remesas. — Caleo. 
— La  riqueza  aurífera  de  Melipilla.  i  Casablanca. — Curacaví  i  su  tra- 
piche de  oro. — Pobreza  aurífera  da  Santiago  i  los  denuncios  de  oro  en 
el  Santa  Lucia  1  minas  do  fieiTO  en  un  solar  de  la  calle  de  Agustinas. — 
Estraordinaria  riqueza  aurífera  do  la  rejion  montañosa  de  Rancagua. — 
Descubrimiento  de  Alhué  i  su  considerable  opulencia. — La  mina  del 
Escarpi  lia.  del  Agua  fría — El  lapizlázuli  de  Caren. — Estadística  — 
Yaquil,  Apaltá  i  Millahue. — Las  plac illas  de  Nancagua  i  doña  Elena 
Valladares. — Las  minas  del  Chivato  i  sus  cuatro  millones. — ChuchuiiCo, 
Gialleco  i  los  Tajos — Hallazgos  de  oro  según  Molina. — Pobre7a  rela- 
tiva de  la  cuenca  del  Maule. — El  mineral  de  Pocillas  i  el  de  Niblinto. 
— (Jomo  queda  hecha  la  comprobación  lugareña  de  Jas  vertientes  de 
oroquG  formaban  el  caudal  de  la  colonia. — La  comprobación  univer.-al. 

<tEn  la  mina  de  oro  denominada  Bronco 
viejo,  jtórteneciente  a  don  Martin  de  Bri- 
to,  distinto  cuatro  leguas  de  la  villa  d« 


—  204  — 

Santa  Ana  de  Brlviesca,  el  24  do  octubre 
de  1779  se  hallaron  siete  hombres  muer- 
tos sin  herida  ni  contusión.» 

(Carvallo  Goyeneche  — Histoi-ia  de 
Chile,  vol.  V.  del  testo  manuscrito  ) 


I. 


El  vasto  departamento  de  Petorca  es  talvez  el 
mas  montañoso  de  toda  la  república,  porque  no 
tiene  llanuras,  ni  mesetas,  ni  esconde  siquiera 
valles  sino  í^rietas. 

El  valle  central  i  sus  ramificaciones  han  desa- 
parecido por  completo  al  pié  de  la  cuesta  del  Me- 
lón por  el  lado  de  la  costa,  i  al  pié  de  la  cuesta  de 
los  Alíjeles  por  el  lado  de  oriente.  Divisado  desde 
una  altura,  como  lo  hemos  contemplado  mas  de 
ima  ocasión  en  la  niñez,  o  visto  de  plano  en  el 
mapa  de  Pissis,  presenta  aquella  interesante  i  ris- 
pida serranía  solo  la  imájen  de  un  inconmensura- 
ble caos  de  abismos  i  de  montañas.  Las  horada- 
ciones por  donde  corre  el  rio  de  Longotoma  desdo 
Alicahüe,  el  cajón  de  Tílama  i  el  de  las  Vacas  no 
son  propiamente  valles  sino  desfiladeros,  i  los 
llamados  «llanos  del  Huaquen»  no  pasan  de  ser 
un  médano  arenoso.  A  la  verd'\d,  Petorca  no 
puede  envanecerse  de  tener  mas  llanura  propia 
que  su  cancha  de  guerra,  junto  al  pueblo,  don- 
de los  antiguos  mineros  del  oro  corrian  gruesas 
apuestas  de  oro  en  polvo,  o  de  oro  en  pellas,  o 
de  oro  en  tejos,  en  las  carreras  de  los  famosos  ca- 


—  205  — 

ballos  longotominos,  i  donde  un  siglo  mas  tarde 
los  partidos  armados  en  guerra  civil  libraron  el 
14  de  octubre  de  1851  sangrienta  batalla.  Petor- 
ca  no  tiene  siquiera  los  llanos  del  Rayado  ni  los 
lamederos  de  Catapilco,  canchas  dilatadas^  de  su 
vecino  i  reducido  departamento  de  la  Ligua. 

II. 

Pero  por  lo  mismo  que  es  todo  de  montes,  el 
departamento  de  Petorca  forma  un  solo  nudo 
metalífero,  i  es  curioso  observar  que  todos  sus  es- 
parcidos centros  de  población — Petorca,  Quilima' 
W,  Pupio  i  q\  HíeiTO  Viejo — han  debido  su  oríjen 
al  oro  i  nada  mas  que  al  oro.  Esceptuando  las 
haciendas  de  riego  de  Longotoma  i  de  Chincolco, 
no  hai  en  Petorca  agricultura,  pero  en  todas  sus 
laderas  hai  minas;  i  como  lo  observaba  su  joven 
gobernador  actual  en  un  informe  oficial  de  no  re- 
mota data,  sus  venas  de  oro,  desgastadas  por  el 
pico  i  la  batea  no  han  sido  del  todo  consumidas 
todavia  ni  para  la  insaciable  codicia  ni  para  h\ 
injeniosa  industria. 

III. 

Descubriéronse  sus  principales  minas  de  oro  en 
los  cerros  que  dominan  la  actual  ciudad  por  el  nor- 
te en  la  primera  mitad  del  siglo  XVIII,  i  a  ese 
remoto   paraje    ocurrieron  pobladores   de    todas 


—  206  — 

las  provincias  i  aun  de  España.  Al  oro  de  Petor- 
ca  debióse  el  establecimiento  de  las  conocidas 
familias  de  los  Montt,  que  emigraron  del  departa- 
mento aurífero  de  Casablanca;  de  los  Borgoño, 
procedentes  de  un  caballero  aragonés  que  allí  hi- 
zo vecindad,  de  los  Bueras  i  de  los  García,  cuya 
parentela  conserva  todavía  sus  lares  entre  aque- 
llas ásperas  montañas  (1) 


(1)  Don  Manuel  Montt,  los  dos  jenerales  Borgoño,  don  José- 
Manuel  i  don  Pedro  Antonio,  (este  último  al  servicio  del  Perú,) 
don  Juan,  don  Ramón  i  don  José  Antonio  García,  el  bravo 
Bueras,  de  Maipo,  son  orijinarios  de  Pe  torca  i  retoños  de  la- 
inmigración  que  atrajo  el  descubrimiento  i  la  esplotacion  di 
su  oro. 

Bespecto  del  último  apellido  hemos  encontrado  una  transac- 
ción sobre  arriendo  de  las  haciendas  de  Choapa  de  la  famosa 
benefactora  doña  Matilde  Salamanca  en  que  firma,  como  marido 
de  doña  Joíjefa  Avaria,  pariente  inmediato  de  aquella  señora, 
don  Santiago  Bueras,  i  éste  fuó  probablemesite  el  padre  del  hé- 
roe petorquino.  El  inííferameato  está  otorgado  en  Santiago  el  D 
de  setiembre  de  1797. 

Eu  cuanto  a  los  Grarcia,  saberao'^que  el  beaemérito  fundador 
de  esta  familia  obtuvo  un  premio  de  virtud  de  la  república,  i 
entre  otros  títulos  que  justificaron  su  acrisolada  probidad,  se  ci- 
ta el  haber  devuelto  a  un  patriota  desterrado  en  1814,  el  coro- 
nel don  Antonio  lUendiburu,  a  su  regreso  en  1817,  un  frasco  de 
oro  en  polvo  que  valia  15,000  pesos,  siu  que  faltara  un  solo  to- 
mín.... La  prueba  era  evidente — <íla  mujer  i)or  el  hombre,  el 
hombre  por  el  oro,  el  oro  por  el  fuego.»  — Iso  pudieron  talvea 
decir  otro  tanto  los  amantes  i  aplaudidores  de  las  famosas  «Pc- 
torquinas.,..» 


2Ü7  — 


IV. 


Fué  la  mas  famosa  de  estas  minas,  i  lo  es  toda- 
vía, la  del  Bronce  Viejo,  que  como  las  del  Hierro 
Viejo,  liigarejo  de  deliciosos  limones,  produjo  a 
sus  afortunados  dueños  riquísimos  jugos  hasta  que, 
estando  a  la  tradición  popular  predilecta  de  los 
mineros  del  norte  de  Chile,  la  maldijo  el  demonio, 
matando  éste  a  siete  de  sus  operarios  de  un  solo 
bufido.... 

El  hecho  en  su  tanto  fué  cierto,  porque  en  la 
noche  del  23  de  octubre  de  1879  amanecieron 
muertos,  mostrando  en  los  semblantes  raras  se- 
ñales de  espanto,  siete  mineros  que  se  hablan 
introducido  furtivamente  en  la  galería  subterránea 
para  robar  el  oro  de  copiosa  labor  en  beneficio. 
Por  una  casualidad  verdaderamente  singular  ocur- 
rió sin  duda  en  aquella  precisa  noche  una  esplosion 
o  desagregación  de  gases  mortíferos,  probable- 
mente una  descomposición  de  azufre  i  antimonio 
semejante  a  las  que  han  tenido  lugar  en  la  famosa 
mina  de  plata  llamada  La  Hedionda,  en  el  mineral 
de  Lipez  i  que  por  este  motivo  no  se  trabaja  desde 
hace  siglos,  apesar  de  su  conocida  opulencia. 

V. 

El  historiador  Carvallo  i  Goyeneche,  hijo  de  Valdi- 
via, que  en  su  condición  de  soldado  era  mucho  mas 


—  208  — 

ladino  que  crédulo  i  superticioso,  refiere  en  los  tér- 
minos siguientes  la  estraña  catástrofe,  dando  a  en- 
tender que  pudo  ser  obra  de  sortilejio,  pero  sin  re- 
conocerlo ni  testificarlo  como  contemporáneo.  «El 
primero  de  los  mineros  muertos,  dice  en  el  volumen 
Y.  de  su  obra  manuscrita,  estaba  a  doce  estados  de 
profundidad  boca  abajo  en  el  escalón  de  una  es- 
calera. El  2."  a  distancia  de  dos  varas  mas  abajo 
del  primero.  El  3.°  y  4."  juntos  cuatro  estados  mas 
abajo  que  el  2.°.  A  corta  distancia  del  cuarto  es- 
taba el  5."  detras  de  un  escombro  de  metales  for- 
mando cruces  con  los  dos  primeros  dedos  de  las 
dos  manos  y  con  el  rostro  vuelto  hacia  atrás  en 
ademan  de  apart¿ir  la  vista  de  algún  objeto.  El 
6."  y  7."  distaban  6  vairas  del  5."  a  mas  profundi- 
dad, y  en  tal  posición  que  el  último  tenia  la  cabe- 
za a  los  pies  del  6.",  formando  ambos  cruces  con 
los  dedos  y  los  rostros  en  el  mismo  ademan  que 
el  5.".  Estos  entraron  a  la  mina  prevenidos  de  lu- 
ces y  de  saquillos  para  robar  metales  la  noche  del 
sábado  23  del  espresado  mes  y  dejaron  uno  fuera 
de  ella  para  que  observase  si  se  acercaba  jente  al 
cerro  y  viendo  que  ya  aclaraba  el  dia  siguiente, 
se  retiró  v  estuvo  a  la  mira  de  las  resultas.» 


VI. 


La  anterior  es  probablemente  la  relación  exac- 
ta del  caso,   pero  los  mineros,  jente  adicta  a  lo 


—  209  — 

misterioso  que  vive  en  eterna  noche  emparedada 
en  las  entrañas  de  pedernal  de  la  tierra,  inventaron 
una  leyenda  según  la  cual  el  que  hacia  cabeza  en  la 
banda  de  nocturnos  hurtadores,  i  cuyo  nombre  lue- 
go sabremos,  habia  ajustado  pacto  con  el  diablo.... 

En  consecuencia,  pro  tejido  por  el  último  el  exco- 
mulgado entraba  todas  las  noches  a  robar  oro, 
«montado  en  un  cardón»,  al  que  azuzaba  para  ha- 
cer su  jornada  gritándole  incesantemente — Arre 
diablo! 

Pero  habiendo  convidado  a  algunos  de  sus  com- 
pañeros en  la  noche  mencionada  para  participar- 
les de  su  hallazgo  i  de  su  impunidad,  olvidó  pre- 
venirles lo  del  pacto;  i  sucedió  que  al  resbalarse 
uno  de  los  mineros  esclamó: — Ave- María  purísi- 
ma! i  sin  mas  que  esto  el  demonio,  que  andaba  en- 
tre ellos  en  figura  de  cardón,  reventó  instantá- 
neamente abriendo  ancho  agujero  en  la  bós'eda 
de  la  mina  por  el  cual  escapóse  el  espíritu  infer- 
nal, dejando  muertos  al  estallar  a  todos  sus  cóm- 
plices, que  se  hallaban  no  solo  en  pecado  mortal 
sino  en  delito  infraganti  de  hurto  de  oro. 


VII. 


A  la  terrible  aventura  que  conmovió  entonces  a 
todo  el  país  mas  que  la  catástrofe  de  la  Compañía, 
sucedió  naturalmente  la  leyenda  i  a  la  leyenda  el 
romance  que  en  celebradas  rimas  escdbió  el  le- 

LA.   E.    DEL   O.  .  27 


—  210  — 

go  chileno  Bernardo  de  Guevara,  poeta  contem- 
poráneo, i  que  vivia  todavía  en  Lima  por  el  año 
de  1824,  ya  mui  anciano.  I  como  esta  troba  es  de 
fama  universal  en  los  asientos  de  minas  de  la  re- 
pública, vamos  a  copiar  aquí  algunas  de  sus  prin- 
cipales décimas  descriptivas  del  suceso,  porque  no 
todo  ha  de  ser  positivismo  en  el  amarillento  pára- 
mo en  que  se  cria  el  oro. 

Todo  lo  contrario.  Para  que  la  lira  de  la  poesía 
sea  sonora  al  viento  i  grata  al  corazón  i  al  oido, 
ha  de  ser  lira  labrada  de  oro,  por  aquello  del  poeta 
herrero  de  Madrid  que  contestó  a  Felipe  IV  cuan- 
do le  interrogaba  sobre  su  estro  poético. 

— ((....Dícenme  que  viertes  perlas.... 
— Sí,  señor,  mas  son  de  cobre 
I  como  las  vierte  un  pobre 
Nadie  se  baja  a  cojerlas....» 

I  sin  mas  que  este  preámbulo,  pasamos  a  reci- 
tar las  estrofas  del  oscuro  lego  chileno,  que  fué  en 
su  época  el  «padre  Gal  vez»  de  su  comunidad  i  el 
herrero  de  Felipe  IV.... 

VIII. 


Viendo  que  la  media  noche 
Mediaba  su  curso  lento, 
De  sus  pajizos  albergues 
I  sus  mal  mullidos  lechos 
Salieron  pisando  horrores 


—  211  — 

Como  lo  habían  dispuesto 
Siete  inquilinos  peones 
Cuyo  laborioso  empleo 
Era  de  ser  en  las  minas 
Apires  i  barreteros. 

El  uno  es  Andrés  Gallardo, 
Rejis  i  Manuel  Carreño 
José  Piñones  i  un  Tapia 
Con  otros  dos  compañeros. 
Xavier  Soriano,  i  José 
Lugo  que  habian  dispuesto 
Robar  en  aquella  noche 
La  mina  del  Bronce  viejo 
Llamada  asi  porque  tieno 
Su  piedra  el  color  bermejo 
I  lo  mas  como  el  imán 
Cristalizado  i  broncero. 
Mas  es  tan  grande  el  caudal 
Del  oro  que  tiene  dentro 
Que  a  robar  en  algún  ojo 
De  metal,  que  descubrieron, 

0  alguna  puente,  o  estribo 
Se  determinaron  estos, 
Habiendo  pactado  ser 
Con  un  profundo  recreto 
Para  su  seguridad 
Arpocrates  de  si  mesmos, 

1  atropellando   temores 
Sobresaltos  i  recelos 

Que  son  de  la  culpa  siempre 
Bastardos  hijos  del  miedo. 

Llegaron  pues  a  la  boca 
De  la  mina,  cuyo  seno, 
Parece  que  de!  abismo 


—  212  — 
Es  un  lóbrego  bostezo 


En  fin  entre  tantas  ansias 
Temores  i  desconsuelos 
Poseídos  de  tanto  espanio 
Los  delincuentes  murieron 
I  de  su  terrible  juicio 
Lo  que  fué  no  lo  sabemos; 
Solo  si  la  po  itura 
En  que  quedaron  los  cuerpos. 
Do^,  que  con  las  cruce  5  hechas 
Tenían  los  rostros  vueltos, 
Pasados  i  en  ademan 
De  un  tímido  movimiento 
Los  otros  tres  que  tenían 
Inclinada    obre  el  pecho 
La  cabeza,  con  el  rostro 
Vuelto  como  los  primeros. 
El  otro  estaba  sentado 
En  un  recodo  pequeño. 
I  el  último  en  una  puente 
Estaba  de  bruces  puesto. 
I  es  esta  la  misma  forma 
En  que  los  hallaron,  luego 
Que  por  el  balcón  de  oriente 
Los  matutinos  reflejos 
Crepúsculos  precursores 
De  la  luz  aparecieron 

Cosa  de  las  nueve  i  media 
Entró  (l)con  dos  compañeros 
El  uno  Manuel  del  Pino 


(1)  El  mayordomo, 


—  213  — 

Otro  un  esforzado  arriero, 
Que  fué  quien  primero  vio 
A  Manuel  Carroño  muerto 
I  los  tres  certificados 
Del  caso  reconocieron 
Que  aquel  que  estaba  de  bruces 
Era  difunto:  i  con  esto 
Saliendo  despavoridos 
Avisaron  al  momento 
A  don  Nolasco  de  Unieres, 
Juez  comisionado,  i  luego 
Juntando  bastante  jente 
I  a  la  mina  descendiendo 
Los  miserables  despojos 
De  la  muerte  conocieron 
Que  sin  herida  ninguna 
Los  siete  estaban  ilesos. 

Mandó  el  juez  que  los  sacasen 
I  a  la  plaza  del  asiento 
Los  llevasen  donde  al  punto 
La  noticia  dio  corriendo 
De  unas  en  otras  personas 
Con  mui  diferentes  ecos 
Con  temerosa  impresión 
Parece  que  iba  diciendo: 
— «Venid  a  ver  la  justicia 
Que  quiere  hacer  el  Supremo 
Como  señor  absoluto 
Juez  de  vivos  i  de  muertos, 
Venid  a  ver  la  justicia 
Preparada  para  aquellos 
Que  quebrantando  la  lei 
Roban  caudales  ajenos 
Venid,  oid  la  sentencia 
Justa  que  se  intimará  presto 


—  214  — 

Contra  los  falsos  tratantes 
Mercaderes  usureros 
1  hacendados  que  retienen 
Del  jornalero  el  dinero 
I  lo  precisan  a  que 
Por  su  sudor  i  desvelo 
Reciban  jéneros  malos 
Por  exorbitante  precio. 
«Venid,  aluínnos  de  Baco 
Plebeyos  i  caballeros 
Que  en  embriagueces  tenéis 
Cifrado  vuestro  contento, 
Venid,  j  ugadores  grandes, 
Maldicentes  i  blasfemos 
Que  empobrecéis  las  familias, 
Que  perdéis  todo  el  comercio, 
I  a  vuestros  hijos  dejais 
A  mendicidad'sujetos. 

Supuestas  pues  estas  cosas 
Que  de  antemano  dijeron 
Profetas  i  evanjelistas. 
Vuelvo  a  deciros:  si  ciertos 
Justos  i  severos  juicios 
Hai  en  estos  siete  muertos. 
Desde  luego  os  notifican 
Se  acerca  el  dia  tremendo 
De  la  muerte  que  será 
Eterna  en  los  que  queriendo 
Permanec  3r  en  sus  culpas 
Despreciaran  este  ejemplo. 

Oyeron  pues  estas  voces 
Palparon  este  portento, 
I  temieron  el  castigo 
Los  petorquinos  mineros 


-215  - 

1  después  de  medio  dia 
Que  los  difuntos  tuvieron 
A  la  vista,  se  les  hizo 
Un  decentísimo  entierro 
I  la  fama  voladora 
Con  sus  ecos  vocingleros 
Por  todas  partes  llevó 
La  noticia  del  suceso. 

I  moviendo  el  corazón 
Del  poeta,  dispuso  en  verso 
Dar  al  mundo  la  noticia 
Para  el  aprovechamiento, 
I  suplica  humildemente 
Le  perdonen  los  defectos.»  (1) 

IX. 

No  daremos  aquí  cuenta  particular  del  mineral 
de  oro  de  Hierro  Viejo,  que  parece  fué  de  placeres 
i  lavaderos  mas  que  de  minas  de  pozo;  ni  de  los  de 
Pupio,  asiento  aurífero  no  lejos  de  la  célebre  mi- 
na de  las  Yacas  de  que  habla  Humboldt  i  que  en- 
riqueció hasta  hace  pocos  años  a  la  honorable  fa- 
milia illapelina  de  los  Montes  i  Solar;  ni  de  las 
minas  de  oro  de  Peldehue,  hacienda  de  don  Die- 

(1)  Esta  famosa  poesía  popular  fué  publicada  en  Santiago 
en  1824  en  un  pequeño  folleto,  hoi  sumamente  raro,  con  el  título 
de  Romance  de  los  siete  ladrones,  por  el  impresor  Pérez  en  la 
imprenta  llamada  de  Valles. — Según  Carvallo,  la  mina  del  Bron- 
ce Viejo  en  que  esto  pasó  era  de  don  Martin  de  Brito;  pero  se- 
gún la  publicación  referida  pertenecía  a  doña  María  del  Rosario 
Munchástegui. 


—  216  — 

go  Portales,  ni  de  las  minas  de  Longotoma  que 
daban  ya  materia  de  charla  i  hasta  de  pleitos  en 
los  tiempos  del  Señor  de  Mayo  i  de  la  Quintrala, 
señora  feudataria  de  la  Ligua  i  Longotoma  (1). 

X. 

Por  análogos  motivos  no  nos  ocupamos  en  el 
presente  capítulo  de  la  antigua  riqueza  de  la  Li- 
gua, revivida  hoi  por  la  empresa  norte-americana 
titulada — Ligua  Mining  Company,  porque  de  es- 
te punto  especial  trataremos  cuando  habremos  de 
reproducir,  un  tanto  rejuvenecida,  nuestra  escur- 
sion  a  los  placeres  auríferos  de  Gatapilco  en  1878. 
Agregaremos,  al  presente  para  no  dejar  nada  ol- 
vidado, que  la  famosa  mina  Amazonas  que   dio 

(1)  En  el  archivo  jeneral  de  Santiago  existen  los  autos  de 
un  pleito  sobre  cierta  mina  de  oro  ubicada  en  el  «Asiento  de 
Longotoma»  i  que  ventilaron  ante  el  diputado  i  juez  de  minas 
don  Pedro  de  Mena  ea  1637  dos  mineros  llamados  don  Pedro 
de  ürquieta  (apellido  de  minero  todavía)  i  don  Domingo  So- 
riano,  apellido  de  uno  de  los  siete  mineros  de  la  Vision  del 
Bronce  i  que  ahora  vuelve  a  aparecer  entre  los  descubridores  de 
Lebu. 

En  los  legajos  correspondientes  al  escribano  Hinostrosa,  que 
funcionó  un  siglo  mas  tarde,  existe  también  un  poder  otorgado 
el  21  de  octubre  de  1742,  «en  la  jurisdicción  del  asiento  de 
Santa  Cruz  de  Petorca.D  Fué  eáte  el  primer  nombre  de  esta 
ciudad  que  once  años  mas  tarde  cambió  el  presidente  Ortiz  de 
Rosas,  denominándolo,  en  honor  de  su  esposa,  Santa  Ana  de 
Bribiesca. 


—  217  — 

oríjen  a  fines  del  siglo  pasado  al  asiento  de  minas 
de  la  Placilla  de  la  Ligua,  dentro  de  la  hacienda 
i  marquesado  de  Pullally,  se  halla  también  en  ma- 
nos de  una  compañía  norte- americana  que  se  ocu- 
pa de  desaterrar  su  socabon  abierto  en  cerro  re- 
blandecido, i  a  tiro  de  piedra  en  la  banda  norte 
del  rio  de  la  Ligua  del  camino  real  que  de  la  ca- 
pital conduce  a  Coquimbo. 


XI. 


El  departamento  de  Qaillota,  que  pertenece 
también  a  la  rejion  central,  fué  abundante  en  mi- 
nas de  oro  durante  el  siglo  XVIII,  pero  de  ese 
punto,  como  del  oro  de  Limache  i  de  Yalparaiso, 
habremos  de  hablar  en  nuestr¿is  escursiones  iné- 
ditas a  las  quebradas  de  Maleara  i  Alvarado.  No 
pasaremos  adelante,  esto  no  obstante,  sin  decir 
que  en  1744  existian  en  trabajo  en  el  partido  de 
Quillota,  que  llegaba  por  el  norte  hasta  el  Choa- 
pa,  no  menos  de  36  estacas  de  oro, — «fuera  de  los 
relámpagos  (así  dice  el  tesorero  Madariaga  que 
apunta  esta  noticia)  de  muchos  que  a  cuatro  dias 
se  desaparecen  i  llaman  de  cabeza,  porque  a  corto 
trecho  o  se  pierde  la  guia  o  dan  en  agua.» 

Otro  motivo  agrega  •  el  estadista  del  obispado 
de  Santiago  para  esplicar  el  poco  rendimiento  de 
las  minas  de  Quillota  en  su  tiempo;  i  era  éste  el  de 
la  «pereza  de  sus  pobladores  i  la  poca  jen  te  que 

LA    E.  DEL   O.  28 


—  218  — 

abunda  (sic)  en  el  reino,  su  flojera  i  ramos  que 
tiene  en  que  divertirse,  que  junto  con  la  abundan- 
cia de  él,  se  les  da  muí  poco  en  trabajar  o  no.» 

No  debia  ser  sin  embargo  ni  tanta  la  pereza  de 
la  jente,  ni  los  ccramos  de  divertirse»  en  que  los 
colonos  gastaban  su  vitalidad  durante  la  mitad 
justa  del  año  i  del  siglo,  ni  la  «escasez  de  brazos 
que  abundaba  en  el  país»,  por  cuanto  tenemos  a 
la  vista  iorijinal  la  correspondencia  de  un  cambista 
de  oro  establecido  en  Quillota  para  el  rescate  de 
esta  pasta  en  el  último  tercio  del  siglo  pasado,  es- 
pecialmente en  los  años  de  1767  (el  de  la  espul- 
sion  de  los  jesuitas)  a  1769;  i  en  cada  una  de  sus 
cartas  acusa  remesas  que  sumadas  en  una  serie  de 
meses  importan  no  solo  arrobas  sino  quintales  de 
oro  en  polvo  i  en  pellas.  (1) 


(1)  Correspondencia  de  don  José  Avaria,  administrador  de 
estnnco  de  Quillota  a  su  hermano  don  Francisco  Avaria,  rico 
comerciante  de  Santiago  que  le  habilitaba  para  la  compra  del 
oro. 

Hé  aquí  algunas  partidas  asentadas  en  sus  cartas:  (remesas 
de  1767) — una  libra  de  oro — (otra)  210  castellanos— (otra) — 
317  id — (otra)  425  id— (17G8)— oro  de  Petorca  203  castellanos 
— oro  de  id — 306  castellanos  i  22  pellas— oro  de  Illapel  359 
castellanos — (1869)  una  remesa  de  2  libras  i  20  castellanos 
de  oro,  otra  de  3  libras,  otra  de  530  castellanos,  otra  de  689  id, 
etc.  I  esto  era  casi  todas  las  semanas. 


—  219 


XII. 


En  los  actuales  departaniontos  de  San  Felipe, 
los  Andes  i  Piitaendo,  no  escaseaba  tampoco  el 
oro,  el  jeneroso  «oro  de  Canconicagaa»  de  que 
habla  don  Pedro  de  Valdivia  i  el  padre  Ovalle,  el 
cual  se  infiltraba  por  la  planta  de  los  pies  a  sus 
bizarros  hijos...  Hablando  de  Catemu  en  su  Diccio- 
nario jeográfico  el  señor  Astaburuaga,  dice  que  en 
esa  valiosa  hacienda  «i  en  sus  contornos  han  exis- 
tido ricas  minas  de  oro».  Otro  tanto  observa  el 
mismo  autor  con  respecto  a  la  aldea  de  Caleo  si- 
tuada en  una  meseta  al  pié  del  cerro  del  Eoble 
entre  Tiltil  i  Llay-Llay.  Hoi  mismo  venden  sus 
habitantes  un  poco  de  oro  a  la  Moneda  con  el 
nombre  de  (coro  del  Roble.» 

XIII. 

Prosiguiendo  en  consecuencia  desembarazados 
nuestra  tarea  que  va  siendo,  etapa  por  etapa,  i  ca- 
si sin  alojamiento,  el  itinerario  del  oro,  pasamos 
de  lijera  por  el  departamento  de  Santiago,  que  solo 
ha  tenido  un  mineral  de  fama,  el  de  Tiltil,  si  bien 
no  ha  faltado  quien  denuncie  minas  de  oro  en  el 
peñón  de  Santa  Lucía  (1872),  solicitud  que  fué 
denegada  aunque  se  probó  que  allí  habia  íiabido 


—  220  — 

traba]os. — ¿I  a  dónde  irá  el  buei  que  no  are  i  el 
hombre  que   no  desaterre  el  oro? 

En  aquel  mismo  año  se  denunció,  en  efecto,  una 
veta  de  fierro  en  un  solar  de  la  calle  de  Agustinas/ 
i  esto  que  faltaba  todavía  una  larga  era  para  la 
aparición  de  Paraff... 

En  cambio  de  la  esterilidad  del  terreno  de  alu- 
vión de  Santiago,  lia  sido  fértil  en  oro  el  de  Meli- 
pilla,  especialmente  en  las  serranias  de  Lepe,  Ca- 
ren  i  el  Colliguay,  que  en  unas  ocasiones,  (según 
las  proximidades  de  la  sierra)  alimentaban  los 
trapiches  de  Limache,  i  en  otras  el  del  Curacaví, 
cuyas  ruinas  vimos  en  nuestra  niñez  junto  al  estero 
que  corre  por  la  hacienda  del  mayorazgo  i  feuda- 
tario don  Pedro  Prado  de  la  Canal,  quien  dejó  su 
nombre  al  trapiche,  a  la  hacienda  i  a  su  cuesta. 

Curacaví  no  nació,  como  se  ha  creido,  de  las 
carretas  sino  del  oro,  como  nació  Casablanca. 
Cuando  el  virei  O'Higgins  labró  las  carreteras  de 
las  cuestas  en  1795  ya  corrían  muchos  trapiches 
de  oro  en  la  vecindad  de  esos  lugarejos  i  se  habla- 
ba hasta  hace  poco  del  oro  de  Tapigüe  que  trabajó 
don  Juan  de  Vargas  (no  el  novelesco  de  Navarin, 
sino  el  verdadero  de  California  i  la  Tierra  del  Fue- 
go); el  oro  de  Llampaico;  el  oro  jesuítico  de  las 
Palmas  i  el  oro  de  las  Dichas,  que  no  es  desdicha- 
do apelativo  para  quien  busca  tan  escondida  i  casi 
impalpable  sustancia, 


—  221  - 


XIY. 


Como  en  el  llano  intermedio  i  sus  ramificaciones, 
nacieron  del  decreto  del  oro  las  aldeas  ya  nombra- 
das, así  en  una  áspera  montaña  de  la  provincia  de 
Santiago  que  mereció  de  los  indíjenas  por  su  cerril 
fragosidad  el  nombre  de  «El  Infierno))  (Alhué) 
surjió  también  una  pintoresca  aldea  que  hoi  llora 
sobre  los  vestijios  de  sus  innumerables  trapiches, 
convertidos  en  asiento  de  paseo,  su  pasada  gran- 
deza. 

Encontrados  los  veneros  de  oro  de  aquella  mon- 
taña fronteriza  por  el  poniente  al  pueblo  de 
Rancagua,  mas  o  menos  en  la  misma  época  que 
que  las  de  Petorca  (1739),  llegaron  a  tener  una 
verdadera  opulencia  a  fines  del  pasado  siglo,  cuan- 
do el  fundador  de  la  villa  don  DiesfO  de  Gamboa, 
jeneroso  como  minero  de  oro,  la  delineó  a  sus  es- 
pensas,  en  1776,  en  memoria  de  lo  cual  pusimos 
nosotros  a  su  plaza  un  siglo  cabal  mas  tarde,  su 
nombre  i  su  plancha,  la  cual  habria  merecido  ser 
no  de  quebradizo  fierro  sino  de  oro  reluciente. 

XV. 

Señalábanse  en  1792,  año  en  que  se  hizo  una  es- 
pecie de  estadística  jeneral  de  las  minas  de  Chile, 
en  el  cerro  titulado  de  la  Leona,  que  desde  la  pía- 


—  222  — 

za  de  Alhué  se  divisa  como  plomizo  páramo,  la 
famosa  mina  del  Escarpe,  descubierta  en  1755  por 
un  minero  que  no  tenia  «donD,  i  se  llamaba  Ig- 
nacio Brito,  como  el  de  Peto  rea,  pero  que  debia 
poseerlo  mas  tarde  con  la  agregación  de  asia,  por- 
que el  escarpe  le  produjo  sesenta  mil  pesos. 

Hallábase  esta  mina,  por  escepcion,  en  cuerpo 
de  cerro  blando  como  la  del  Toro  en  AndacoUo,  i 
era  preciso  trabajarla  con  gran  costo  enmaderán- 
dola. En  1792  tenia  tres  labores  de  pobre  lei  (de 
20  a  25  pesos  cajón),  dos  de  ellas  de  doce  estados 
de  profundidad  i    la  tercera  de  treinta  estados. 

XYI. 

Fueron  también  riquísimas  las  minas  del  Agua 
fría  (hacienda  que  fué  de  don  Juan  Estephany, 
llamado  por  sobrenombre  «el  diablo»,  sin  saber 
sin  duda  lo  que  significaba  Alhue)  la  cual  habia 
descubierto  en  1756  don  José  Zúñiga  i  trabajaba 
varios  años  hacia  don  Francisco  Madariaga. — Era 
mina  mui  sobresaliente,  jeneralmente  de  lei  de 
cien  pesos  por  cajón,  pero  su  producto  solia  ascen- 
der hasta  dos  mil  pesos,  lo  que  favoreció  a  tal 
punto  a  su  dueño  ya  nombrado,  que  en  pocos  años 
dispuso  de  una  fortuna  de  cien  mil  pesos,  equiva- 
lente a  un  largo  millón  en  la  actualidad.  La  mina 
de  don  Ambrosio  Aransiora  produjo  hasta  1790 
mas  de  ochenta  mil  pesos  i  la  del  alto  de  Salinas 


•  __  223  — 

de  don  Juan  Ugarte,  descubierta  en  1768  mas  de 
setenta  mil.  (1) 

Un  poco  al  occidente  de  Alliué  existe  la  hacien- 
da de  secano  i  ancha  quebrada  de  Caren  en  la 
cual  se  saca  también  oro,  aun  hoi  dia,  siendo  de 
notar  que  este  nombre  indíjena  de  Caren  va  casi 
siempre  asociado  a  minerales  de  oro,  plata,  cobre 
i  aun  de  lapizlázuli.  Así  al  menos  se  observa  en 
el  paraje  de  este  nombre  situado  en  el  departa- 
mento de  Ovalle,  en  el  Caren  de  Melipilla  i  en  el 
de  Rancao-ua.  En  el  Caren  de  Ovalle  abunda  el 
lapizlázuli,  de  tal  suerte  que  habiéndolo  llevado 
por  quintales  a  Europa  un  señor  Aracena,  según 

(1)  Tomamos  estas  noticias  de  un  manuscrito  titulado — Re- 
lación histórica,  de  las  minas  del  actual  laboreo  que  mantiene  es- 
te partido  deRancagua,  enero  de  179¿.— Sehace  en  él  referen- 
cia a  50  minas  de  oro  i  se  lee  en  su  testo  esta  nota:  «En  este 
partido  no  hai  laboreo  de  minas  de  plata  ni  cobre,  por  lo  que  no 
van  muestras  de  estos  metales,  si  solamente  de  oro.» 

En  otro  manuscrito  de  1790  encontramos  que  se  computaban 
en  esa  época  100  minas  de  oro,  situadas  al  sud  de  Santiago,  26 
en  Rancagua,  2-4  en  Alhué,  i  éstas  últimas  hacen  las  50  ya  men- 
cionadas. Esas  minas  produjeron  en  ese  año  2,581^  libras  de  oro, 
rendimiento  que  en  1825  habia  decaído  a  158  libras. 

En  1806  se  ensayó  en  la  Moneda  una  muestra  del  mineral 
micáceo  de  la  mina  de  las  Animas,  18  leguas  distante  de  Ran- 
cagua, que  reudia  de  20  a  21  onzas  de  oro  por  cajón,  pero  solo 
de  lei  de  \Q  a  17  quilates.  Otra  muestra  de  pirita  ferrujinosa 
aurífera  del  cerro  de  la  Leona  Vieja  rindió  lei  de  6  a  7  marcos 
por  cajón,  con  indicios  de  contener  algún  cobre  en  combina- 
ción. 


—  224  — 

el  iiitelijente  escritor  Juan  de  la  Roca,  lo  hizo  de- 
caer de  precio  como  cosa  vil,  o  poco  menos. 

XVII. 

Al  sur  del  Cachapoal  las  minas  auríferas  esca- 
sean. En  el  valle  de  Nancagua  fueron  abundantes 
en  tiempo  de  la  conquista  i  aun  en  los  de  doña 
Elena  Valladares,  fundadora  de  la  placilla  de  aquel 
nombre  i  cuya  casa  de  corredores,  mas  vetusta  que 
los  siglos,  todavia  se  muestra.  I  aun  a  orillas  del 
Maule  trabajaron  los  primitivos  castellanos  minas 
de  oro  desde  la  conquista,  porque  en  su  paso  por 
aquella  rejion  solitaria  desbarató  Lautaro  una  fae- 
na que  allí  tenían  los  secuaces  de  Valdivia,  proba- 
blemente en  el  Cerro  de  las  minas  que  da  frente  a 
Talca. 

Fué  también  ése  el  primer  escarpe  de  la  famo- 
sa mina  del  Chivato  que  enriqueció  a  los  Zapatas 
de  Talca  i  que  según  don  Pedro  Lucio  Cuadra 
produjo  desde  1775  a  1797  cuatro  millones  de  pe- 
sos en  oro.  Su  rendimiento  decayó  rápidamente 
con  su  hondura,  que  según  la  creencia  de  los  mau- 
linos  atraviesa,  a  manera  de  túnel,  por  debajo  de 
su  rio,  así  como  la  de  Chuchunco  que  con  escaso 
provecho  usufructuó  para  la  Casa  de  Ejercicios  de 
Talca,  por  donación  de  uno  de  sus  dueños,  el  obis- 
po Cienfuegos.  (1) 

(1)  Hemos  visto  en  poder  de  don  José  Francisco  Opazo  el  li- 


—  225  — 

El  desmedro  de  las  minas  del  Chivato  no  ha 
sido  23roducido,  sin  embargo,  por  agotamiento,  si- 
no por  una  causa  jeneral  que  ha  paralizado  mu- 
chas ricas  faenas  en  Chile. — La  inundación.  A 
cierta  profundidad  las  labores  daban  en  agua  i  en 
aquel  tiempo  se  carecía  de  todo  medio  de  estrac- 
cion,  escepto  el  capacho.  Sin  embargo,  en  1839  se 
hizo  un  imperfecto  desagüe  del  Chivato  i  en  tres 
meses  se  sacaron  80  mil  pesos.  En  1868  se  traba- 
jaban todavía  en  ese  mineral  siete  labores  i  aun  hoi 
mismo,  según  entendemos,  se  las  esplota.  El  cerro 
de  las  minas,  desde  cuyas  faldas  muchos  «aficio- 
nados» (hoi  llamados  cucalones)  presenciaron  la 
batalla  de  Loncomilla,  el  8  de  diciembre  de  1851, 
dista  siete  leguas  de  Talca. 

XVIII. 

El  abate  Molina,  entusiasta  por  su  patria,  que 
era  entonces  Talca,  porque  el  ilustre  sabio  nació 
en  el  delta  del  Maule  i  el  Loncomilla,  refiere  varios 
hallazgos  riquísimos  de  oro  ocurridos  en  su  tiem- 
po, i  entre  otros  cita  el  de  un  tal  Basso  que  aran- 
do un  campo  descubrió  un  manto  copioso  de  oro, 
i  el  de  un  tal  Tiznado,  que  abriendo  una  acequia 


bro  de  cuentas  que  llevaba  el  señor  Cienfiiegos  de  los  rendi- 
mientos de  la  mina  Chuchunco,  por  los  años  de  1820  a  1835,  i 
rara  vez  posaba  aquella  de  dos  mil  pesos  libres  al  año. 

LA  E.  DEL  o.  29 


—  226  — 

de  regadío  en  Huilquilemii  cerca  ele  Talca,  desen- 
terró, como  el  molinero  del  capitán  Sutler  en  Ca- 
lifornia, al  abrir  el  cárcamo  de  un  injenio,  un  ver- 
dadero campo  de  oro.  Por  su  parte  Tiznado  sacó 
cincuenta  mil  pesos  de  aquel  placer  o  manto  su- 
perficial de  oro. 

Pero  en  jeneral  i  esceptuando  el  oro  de  Guayeco 
i  de  la  hacienda  allí  vecina  de  los  Tajos  (hoi  pro- 
piedad de  un  señor  Urzua),  (1)  hacia  el  poniente 
del  departamento  de  Talca,  la  hoya  del  Maule 
ha  sido  hasta  hoi  reputada  comparativamente  po- 
bre en  oro,  i  de  ella  decia  el  tesorero  Madariaga 
en  1744  estas  palabras: 

«En  este  partido  i  su  jurisdicción  hai  algunos 
lavaderos  de  oro  que  con  mucha  dificultad  i  tra- 
bajos no  correspondientes  a  él,  se  juntan  algunos 
castellanos,  i  en  el  partido  de  la  isla  (del  Maule) 
se  han  descubierto  algunas  minas  de  corta  fama,  i 
su  utilidad  la  suficiente  para  proseguir  sus  labo- 
res. De  los  demás  metales  de  plata,  cobre  i  demás 
no  se  tiene  noticia  porque  sus  naturales  no  se  in- 
clinan a  este  trabajo.» 

XIX. 

Ko  entra  en  nuestro  propósito  de  comprobacio- 

(1)  «La  villa  de  Guayeco  contiene  lavaderos  de  oro,  que  en 
época  anterior  eran  ricos,  especialmente  en  los  terrenos  llamados 
los  Tajos. :!>-'{ Asi ABURVAGÁ.,  Diccionario  Jeográfico  de  Chile.) 


—  227  — 

nes  lugareñas,  al  menos  por  el  presente,  pasar  mas 
allá  del  Maule,  puesto  que  ya  en  varios  capítulos 
anteriores  hemos  consagrado  bastante  espacio  a 
la  rejion  aurífera  de  la  zona  del  sur,  i  por  esto 
nos  limitamos  a  decir  que  en  diferentes  épocas  se 
ha  esplotado  el  oro,  si  bien  en  comparativa  esca- 
sez, en  Cauquenes,  en  Rere,  en  la  Florida,  en  Las 
Pocillas,  donde  el  jeneral  i  presidente  Prieto,  tra- 
bajaba este  mineral,  llamado  así  en  razón  de  sus  nu- 
merosas catas  de  oro,  por  los  años  de  1830  a  35,  i 
el  mineral  de  Niblinto  en  las  cordilleras  de  Chi- 
llan, que  acaba  de  cerrarse  con  tan  lamentable 
mal  éxito  para  sus  habilitadores,  si  bien  esplican 
algunos  la  causa  del  malogro  por  defectos  inhe- 
rentes a  la  esplotacion,  que  no  son  del  todo  insub- 
sanables, allí  como  en  Catapilco.  (1) 

De  todas  suertes,  parécenos  que  con  lo  que  pro- 
lijamente hemos  ido  caminando,  descubriendo  i 
narrando  al  lector  interesado  o  simplemente  cu- 
rioso, sobra  para  probar  que  este  pais  ha  tenido  i 
tiene  todavía  entrañas  de  oro  que  la  mano  del 
hombre    ha    desgarrado  sin   convseguir  agotarlas 

(1)  El  mineral  de  las  Pocillas,  situado  una  legua  al  norte  de 
esta  aldea  i  a  cinco  o  seis  de  Quirihue,  en  el  departamento  de 
Itata,  es  el  mismo  de  íJuülipatagua,  de  que  tanto  hablan  los 
escritores  del  siglo  pasado  Fué  descubierto  por  el  año  de  1730 
a  740,  mas  o  menos,  al  mismo  tiempo  que  el  mineral  del 
Chivato  i  el  de  Alhué,  i  por  esto  dice  Molina  de  él  que  era  co- 
mo los  dos  últimos  «:de  receuto  scavameuto.» 


—  228  — 

en  sus   mas  recónditos  o  mas  superficiales  cria- 
deros (1). 

I  así,  por  nuestra  parte,  creemos  haber  dejado 
cumplida  nuestra  tarea  demostrativa  en  corrobo- 
ración de  los  datos  sacados  de  los  libros  de  la  ca- 
sa de  Moneda  de  Santiago  i  de  aquel  famoso  di- 
cho de  Pedro  de  Valdivia,  según  el  cual  el  Reino 
de  Chile  era  todo  «una  mina  de  oro».  I  como  a 
tal  le  pusieron  nombre  i  título  de  «Reino»,  cual 
el  «Nuevo  Reino  de  Granada»,  quedando  Méjico, 
el  Perú  i  el  Rio  de  la  Plata  reducidos  a  la  condi- 
ción de  simples  «Vireinatos.» 

XX, 

Cúmplenos  ahora  verificar  las  mismas  demos- 
traciones ofrecidas,  por  el  ancho  método  de  la  cien- 
cia i  de  la  estadística  universal. 

De  cualquier  manera  que  sea  i  por  cualquier  ca- 
mino que  vayamos  al  oro,  sea  que  le  fundamos  en 
crisol  de  humilde  greda  nativa  o  en  delicada  co- 
pela de  arcilla  inglesa  refractaria;  sea  que  lo  en- 
sayemos por  la  via  seca  o  por  la  via  húmeda, 

(1)  No  hemos  hecho  mención  en  esta  revista  aurífera  del 
norte  i  del  centro  de  Chile,  de  ciertos  conocidos  minerales,  com- 
el  de  Yaquil,  las  tierras  auríferas  de  Peñuelas,  etc.,  por  per- 
tenecer su  mayor  rendimiento  conocido  a  una  época  posterior  i 
casi  contemporánea,  de  que  hablaremos  mas  adelante. 


—  229  — 

siempre  resulta  que  Chile  ha  sido  pais  riquísimo 
en  oro,  i  tal  vez  en  su  tanto  i  dadas  sus  condiciones 
de  población,  estension  i  carácter,  el  mas  cuan- 
tioso del  mundo,  sin  esceptuar  a  California,  ni  a 
Australia  ni  al  Ofir  de  Salomón. 


CAPITULO  VIII. 


CHILE  CONSIDERADO    COMO     EL    PRIMER    PAÍS     PRODUCTOR 

DE    ORO. 

DE  LA  AMERICA  I  DEL  MUNDO  ANTES    DEL 
DESCUBRIMIENTO  DE  CALIFORNIA. 


La  estadística  del  oro  del  nuevo  mundo. — Cálculos  de  Sancho  de  Moneada 
i  Pedro  de  Navarrete  sobre  los  metales  preciosos  importados  de  Amé- 
rica a  España  en  los  siglos  XVI  i  XVII. — Períodos  de  producción  i  es- 
portacion  que  establece  Humboldt  hasta  principios  del  presente  siglo- 
— Cálculos  de  Marcoleta  i  de  Robertson,  de  Carapomanes  i  de  Pezuela. 
— Estudios  i  estadística  de  Chevalier  sobre  el  oro  i  la  plata  en  el  Nuevo 
Mundo  hasta  1846. — Parte  principal  que  en  todas  estas  demostraciones 
se  asigna  al  oro  de  Chile. — Por  qué  el  nombre  de  esta  colonia  no  figura 
directamente  en  los  primeros  siglos,  sino  como  un  apéndice  anónimo  del 
Perú. — Humboldt  es  el  primero  que  hace  justicia  a  Chile  como  país  pro- 
ductor de  oro,  i  lo  coloca  mucho  mas  arriba  del  Perú  i  de  Méjico. — Chi- 
le produce  tres  veces  mas  oro  que  el  Perú. — Comparación  de  la  casa  de 
Moneda  de  Chile  con  las  de  Popayan,  Potosí  i  Lima,  según  datos  inédi- 
tos, i  cómo  la  primera  ha  sobrepujado  a  las  otras  en  el  oro. — «Una  onza  de 
oro»  de  la  casa  de  Moneda  de  Lima. — Demostraciones  del  viajero  ingles 
Helms  i  de  Humboldt. — El  acarreo  del  oro  de  Chile  desde  el  Callao  a  Cá- 
diz i  flotas  prodijiosas  de  metales  preciosos. — Estadística  de  Chevalier 
sobre  el  oro  de  Chile. — La  lejislacion  española  sobre  el  oro  como  de- 
mostración de  su  producción  jenuina  i  verdadera. 

«M.  Pluch,  il  P.  Bufñer,  ed  altri  scrit- 
tori  francesi,  e  inglesi  afferifcono,  che  l'or 
del  Chili  e  il  piü  puro,  e  il  piü  pregevole 
del  mondo». 

«Quefto  Regno  de  Chile  é  abbondante  di 
miniere  d'ogni  fpecle,  ma  fpecialmente 
d'oro,  di  raine.  Le  miniere  di  quefta  fpecic 


231 


fono  coinuniffime:  Coquimbo,  Copiapó  e 
Guafco  hauno  rainiere  d'oro  ildi'cuime- 
tallo  viene  per  eccellenza  chiamato  Oro 
Capote,  effendo  il  piú  pregiabile  de  qualun- 
que  altro  fcoperto  fin  qui». 

{Gazzetiere  Americano). 

(Autores  citados  por  Moliü a. —Historia 
naíuralle.,  lib.  II,  páj.  108). 


I. 


Considerable  es  el  número  de  autores  que  en 
diversas  lenguas  han  hecho  la  cuenta  i  formado 
la  estadística  del  prodijioso  rendimiento  de  meta- 
les preciosos  que  el  Nuevo  Mundo  ha  tributado  al 
antiguo,  especialmente  en  oro  i  en  plata.  Sancho 
de  Moneada,  que  escribió  en  Alcalá  en  1619  sobre 
los  tesoros  de  España  i  de  América,  es  el  mas  ve- 
nerable de  estos  estadistas  del  oro.  Humboldt,  que 
visitó  con  ése  i  otros  propósitos  ambas  Américas, 
es  el  mas  correcto.  Chevalier,  el  último  que  con- 
densara tan  interesante  materia,  antes  del  descu- 
brimiento de  California  (1846),  es  talvez  el  mas 
comprensivo.  Después  de  los  hallazgos  portento- 
sos de  la  Alta  California  i  de  la  Australia,  los  es- 
critores i  comentadores  de  las  maravillas  cuén- 
tanse  por  centenares. 


11. 


Segiin  Sancho  de  Moneada  los  tesoros  traspor- 
tados por  los  galeones  de  las  flotas  en  los  prime- 


—  232  — 

ros  103  años  del  descubrimiento  i  la  conquista, 
es  decir,  desde  1492  a  1595,  ascendieron  a  dos 
mil  millones  de  pesos,  de  los  cuales  solo  el  diez 
por  ciento,  o  sea  solo  doscientos  millones,  habian 
quedado  en  España,  mísero,  si  bien  obligado  puen- 
te por  donde  pasaba  el  metálico  a  pagar  la  indus- 
tria, el  trabajo  i  el  comercio  ajenos.  Estando  a  los 
cálculos  de  ese  antiguo  escritor  peninsular,  i  sin 
contar  el  metal  que  pasaba  por  contrabando  «o 
fuera  de  rejistro,»  según  entonces  se  decia,  la  im- 
portación de  metales  preciosos  de  América  ascen- 
día, mas  o  menos,  a  20  millones  de  pesos  por  año. 

III. 

Pedro  Fernandez  de  Navarrete,  otro  docto  es- 
critor del  siglo  XYII,  que  no  es  ciertamente  el 
gran  historiador  náutico  del  presente,  llevó  la 
cuenta  del  oro  i  plata  de  rejistro  desde  1519  a 
1617,  i  obtuvo  como  resultado  1,536  millones,  o 
sea  poco  mas  de  13  millones  por  año,  en  un  pe- 
ríodo de  98  años;  i  el  célebre  economista  Jeróni- 
mo de  Ustáriz,  autor  intelijente  i  liberal  que 
trató  sobre  el  comercio  español  i  sus  trabas  en 
su  libro  de  la  Teoría  i  práctica  del  comercio,  acu- 
mula la  montaña  de  oro  i  plata  que  esplotó  la  Es- 
paña hasta  la  época  en  que  escribió  (1724)  en  la 
suma  de  3,132  millones  de  pesos.  (1) 

(1)  La  edición  de  este  notable   libro  que  nos  ha  servido  para 


233 


IV. 

Mas  metódico  i  mas  sagaz,  el  ilustre  Humboldt 
divide  ea  tres  épocas  o  cauces  el  raudal  de  meta- 
les preciosos  (oro  i  plata)  que  del  Nuevo  Mundo 
fluyó  hacia  las  costas  de  Europa,  como  si  hubiera 
sido  aquél  la  corriente  de  marque  lleva  el  nombre 
del  insigne  viajero. 

La  primera  de  esas  edades  sucesivas,  de  la  edad 
del  oro  de  la  América  española,  duró  solo  ocho 
años  (de  1492  a  1500),  i  se  limitó  a  la  producción 
del  oro  famoso  de  Cibao  i  las  Antillas,  que  rendia 
solo  250,000  pesos  por  año.  La  segunda  época 
(1500  a  1545)  se  cuenta  durante  los  45  años  que 
en  el  siglo  XVI  precedieron  al  descubrimiento 
de  Potosí;  es  decir, la  época  del  oro  de  Oarabaya,  del 
Cuzco,  del  Chocó  i  un  poco  de  plata  de  Porco  i  de 

consultar  los  datos  del  testo,  es  la  infolio  de  Madrid  1757.  Según 
Marcolcta  que  coadeasa  eu  su  obra  sobre  los  estableciuiieutos  eu- 
ropeos en  las  Indias  (vol.  I  páj.  244)  todas  las  cifras  de  Monea- 
da, Navarretei  Ustáriz,  la  producción  i  esportacion  de  los  metales 
preciosos  de  América  a  Europa  ascendió  eu  los  248  años  tras- 
curridos desde  1492  a  1740,  a  nueve  mil  millones  de  pesos. 
Pero  Robertson  en  su  Historia  de  la  A-nérica  (vol.  IV  páj.  152)  • 
disminuye  la  proporción  a  la  mitad,  porque  afirma  que  en  los  283 
años  corridos  desde  Colon  a  1775  en  que  él  escribió,  la  produc- 
ción total  solo  llegó  a  5,094  millones  de  pesos.  Campumanea 
calculaba  la  producción  de  metales  preciosos  de  América,  sin 
contar  probablemente  el  contrabando,  que  era  la  mitad,  en  el 
mismo  año  que  Robertson  (1775),  en  30  millones  de  pesos  al  año. 

LA  E.  DEL  o.  30 


—  234  — 

Oruro.  La  producciou  anual  no  pasaba  de  3  mi- 
llones de  pesos. 

La  tercera  época,  que  fué  la  de  los  potentes  sur- 
jideros  de  Potosí,  Zacatecas  i  Guanajuato,  cua- 
druplicó la  producción  anual  de  metales  preciosos, 
porque  el  sabio  alemán  en  su  reparto  anual  la 
hace  ascender  a  11  millones  desde  1545,  en  que 
se  descubrió  Potosí,  al  año  de  1600,  i  a  16  millo- 
nes por  año  desde  1600  a  1700. 

Desde  esa  época  comenzó  a  decaer  Potosí,  pero 
luego  vino  en  su  remplazo  el  cerro  de  Pasco,  que, 
como  Huanchaca  en  Bolivia,  es  toda  una  masa  de 
plata  de  baja  lei,  que  se  ccestrae  con  palas».  I  con 
esto,  el  rendimiento  del  siglo  XVI 11  subió  al  do- 
ble del  precedente  i  aun  al  triple,  porque  Hum- 
boldt  apunta  en  su  cuenta  estas  dos  cifras: 

De  1700  a  1750,  por  año,  22.500,000  pesos. 

De  1750  a  1803,  por  año,  35.300,000  pesos. 

Según  el  mismo  autor,  la  producción  había  as- 
cendido en  1802,  época  en  que  él  visitó  a  Méjico 
i  el  Perú,  a  54.742,033  pesos.  (1) 


(1)  El  lector  liabi'á  parado  raieütes  eii  qtie,  con  corta  diferen- 
cia, todos  lo3  autores  que  haii  escrito  a  propósito  de  las  ri- 
quezas del  Nuevo  Mundo  están  de  acuerdo  sobre  el  monto  de  las 
cantidades  rejistr acias  (es  decir,  sin  tomar  en  consideración  el 
contrabando).  Moneada,  Navarrete  i  Ustáriz  establecen,  en  efec- 
to, mas  o  ménus  las  mismas  cifras  que  Marcoleta,  Robertsou, 
Campomanes  i  Humboldt.  El  moderno  historiador  Pezuela  en 
su  Reseña  histórica  de  la  casa  de  contratación  de  las  flotas  i  ga- 


—  235 


Y. 


En  cuanto  a  la  producción  de  la  primera  mitad 
del  presente  siglo,  que  marca  visible  decadencia, 
sino  en  sus  veneros,  en  la  intermitente  esplotacion 
que  de  ellos  se  hizo  desde  las  turbulencias  de  la 
emancipación,  i  tomando  en  cuenta  solo  el  oro, 
asegura  Chevalier  que  la  producción  de  esta  sus- 
tancia en  el  Nuevo  Mundo  alcanzó,  desde  1810  a 
1845,  tiempo  en  que  escribió  sa  epítome  sobre  las 
riquezas  del  suelo  americano,  a  14,934  kilogramos 
que  valían,  conforme  a  la  tarifa  de  la  Casa  de  Mo- 
neda de  Paris,  51.434,000  francos,  o  sea  unos  once 
millones  de  pesos.   (1) 

El  estadista  francés  que  se  complacía,  a  ejemplo 
de  los  divulgadores  modernos,  en  reducir  las  ári- 
das cifras  del  cálculo  aritmético  a  figuras  gráficas 
i  tanjibles,  manifiesta  que  todo  el  oro  que  a  me- 
diados de  este  siglo  existia  en  el  orbe  habitado, 
habría  cabido,  como  el  rescate  de  Atahualpa  en 

leones,  acepta,  como  el  jeógrafo  Torrente,  la  cifra  de  5,350  mi- 
llones de  pesos  producidos  i  rejistrados  por  el  Nueyo  Mundo 
desde  1492  a  1807.  Pero  tomando  en  cuenta  los  valores  que  no 
se  rejistrahan,  siempre  se  llega  a  una  cifra  aproximativa  de 
DIEZ  MIL  MILL0NF3  de  pesos  csportados  en  pastas  de  oro  i  plata 
por  la  América  española  en  los  trescientos  diezioclio  años  que 
duró  el  coloniaje   (1492—1810.) 

(1)  Chevalier,  Des  mines  cVargent  et  il'or  du  Nouveau  Mon- 
de.—Tsltís,  1846. 


—  236  — 

Cajamarca,  dentro  de  un  pequeño  salón  de  París, 
que  midiese  solo  ocho  metros  de  largo  por  ocho 
de  ancho  i  cinco  de  alto. 

Después  de  los  descubrimientos  i  fenómenos 
que  se  sucedieron  desde  1848,  la  producción  del 
oro  se  ha  mas  que  duplicado  en  35  años,  pero  aun 
así  no  llegaría  a  reconstruirse  con  su  masa,  ni  si- 
quiera hasta  la  mitad  de  su  altura,  la  columna  Ven- 
dóme que  Courbet  derribó  durante  la  Comuna  bár- 
bara i  niveladora  de  1871:  tanta  es  su  estraordina- 
ria  escasez  intrínseca  en  las  entrañas  del  orbe!  (1) 


(1)  Según  Laveleye,  la  producción  total  del  oro  de  California 
hasta  1861,  fué  2,508  millones  de  fríuicos,  o  sea  quinientos  millo- 
nes de  pesos,  i  el  de  Australia  1,095  millones,  o  sea,  entre  ambos 
países,  unos  ochocientos  millones  de  pesos.  Según  Roswag  el  oro 
existente  hasta  1848  equivalía,  en  números  redondos,  a  14  mil 
millones  i  medio  de  francos,  i  esa  cantidad  se  aumentó  de 
1848  a  57,  en  6  mil  millones,  i  de  1857  a  71  en  9,719  millo- 
nes. Es  decir  que  el  oro  se  ha  mas  que  duplicado  en  23  años,  en 
esta  forma: 

Antes  de  1848 14,426  milis,  de  frs. 

Después  de  1848 15,723      »      »     » 

Total 30,149      y>      »     » 

O  sea  mas  de  6,000  millones  de  pesos,  que  con  el  aumento  de 
los  últimos  diez  años  a  razón  de  100  millones  por  año,  puede 
arrojar  hoi  un  total  de  siete  mil  millones  de  pesos  como 
total  tanjible  de  la  existencia  de  este  escasísimo  metal  eu  el 
mundo. 


—  237 


VI. 


I  bien!  De  cualquier  manera  que  se  haya  hecho 
el  reparto  de  la  riqueza  entre  sus  diversas  zonas, 
en  el  continente  americano,  Chile  ha  hecho  siem- 
pre una  figura  principal  en  la  producción  de  los 
metales  preciosos  i  especialmente  del  oro,  i  si  se 
toma  en  consideración  su  estrechísima  área  com- 
parativa, ha  sido  tal  vez  su  suelo  el  que  se  ha  man- 
tenido a  la  cabeza  de  la  línea.  Porque  aquí  es 
preciso  tener  presente  que  este  pobre,  remoto, 
oscuro  i  maltratado  ((Reino»,  nunca  fué  tomado 
en  cuenta  por  sí  solo  sino  como  un  simple  apén- 
dice del  Perú,  como  un  casi  invisible  satélite  del 
país  del  sol:  por  manera  que  haciendo  ahora  es- 
trecha devolución,  según  ha  quedado  demostrado 
en  este  libro,  Chile  debe  considerarse,  por  lo  me- 
nos como  el  mas  rico  afluente  aurífero  del  Perú, 
cual  si  fuera  el  Marañon  o  el  Madera  respecto  del 
Amazonas. 

Como  Cádiz,  o  mas  propiamente  Sevilla  i  su 
torre  del  oro,  que  existe  todavía  derruida  i  solita- 
ria a  orillas  del  turbio  i  barrancoso  Guadalquivir, 
eran  el  forzoso  peaje  del  oro  de  las  Indias,  de 
igual  manera,  Lima  i  Panamá,  con  sus  flotas  de 
galeones,  fueron  los  acarreadores  i  esplotadores  del 
oro  anónimo  de  Chile. 


—  238  — 


VII. 


Tan  cierto  es  esto  último,  que  cuando  los  escri- 
tores o  viajeros  peninsulares  hablaban  por  acaso' 
de  Chile,  lo  consideraban  solo  como  una  mera 
dependencia  i  provincia  del  Perú,  dignándose,  a  lo 
mas,  tratarlo  como  una  sola  entidad,  cuando  los 
ponian  juntos. — «Son  los  reÍ7ios  del  Perú  i  Chile, 
dicen,  a  este  propósito,  los  navegante  JuaniUlloa 
en  sus  Noticias  secretas  sobre  la  América,  tan 
fecundos  en  minerales  i  plantas,  que  parece  se  es- 
moró la  naturaleza  en  enriquecerlos  en  las  cosas 
que  pueden  ser  mas  apreciables  para  el  servicio 
de  la  vida  humana.»  (1) 

I  como  lo  dijeron  los  dos  ilustres  náuticos  es- 
pañoles, así  lo  han  reconocido  todos  los  escritores 
europeos  que  comenzaron,  desde  principios  del  si- 
glo actual,  a  poner  las  cuentas  a  granel  de  los 
antiguos  bajo  un  método  estadístico  i  ordenado. 

VIII. 

De  esta  suerte,  Humboldt  distribuye  la  produc- 
ción del  oro  en  1803,  dando  en  realidad  a  Chile  el 
puesto  de  honor  sobre  el  Perú  i  aun  sobre  Méjico, 

(1)  JoEJE  Juan  i  Antonio  de  Ulloa. —  Noticias  secretas 
de  América,  publicadas  por  David  Barry;  Londres  1826,  parte 
II,  cap.  IX. 


—  239  — 

porque,  reconociendo  su  total  ele  producción  de 
41,400  marcos  de  oro  para  el  Nuevo  Mundo  (in- 
cluso el  Brasil),  fija  las  fuentes  principales  de  su 
rendimiento  en  este  estado  comparativo: 

Perú 3,400  marcos 

Méjico 7,000  (1) 

Chile 10,000 

IX. 

Solo  el  Nuevo  Reino  de  Granada  que  con  Ve- 
nezuela formaba  casi  la  mitad  |del  continente  his- 
pano-americano,  superaba  a  Chile  (18,000  mar- 
cos); pero  en  realidad,  hecha  la  cuenta  por  el  área 
de  terrenos,  la  ventaja  quedaba  mui  lejos  por  Chi- 
le. El  mismo  Humboldt  hace  subir  mas  adelante 

(Ij  Chile  ofrece  en  su  territorio  el  doble  i  singular  fenómeno 
de  ser  al  mismo  tiempo  rico  productor  en  oro  i  en  plata.  El  Perú 
sin  Potosí,  sin  Oruro  i  sin  Cerro  de  Pasco,  es  decir,  sin  sus  mon- 
tañas de  plata,  no  habria  tenido  la  fama  universal  que  ha  al- 
canzado, i  lo  mismo  habria  acontecido  a  Méjico  sin  Guanajuato, 
Zacatecas  i,  en  el  presente  siglo,  sin  Real  del  Monte.  Pero  Chi- 
le ha  tenido  al  mismo  tiempo  a  Agua  Amarga  i  a  Audacollo,  a 
Arqueros  i  a  Casuto,  a  Chañarcillo  i  a  Illapel;  es  decir,  que  ha 
producido  el  oro  i  plata  en  igual  abundancia. 

Respecto  de  Méjico,  la  desproporción  de  los  dos  metales  era 
tanta  que  Robertsou,  citamlo  a  Villasenor,  a  fines  del  siglo  pasa- 
do, establece  esta  proporción  enire  los  derechos  que  percibía  el 
rei:  por  la  plata  700  mil  pesos  i  por  el  oro  solo  60  mil  pesos: 
es  decir,  que  el  oro  producía  menos  entrada  fiscal  en  la  Nueva 
España  que  los  naipes,  porque  éstos  rendían  70,000  pesos  i  la 
bula  150,000.  El  derecho  de  gallos  producía  21,000   pesos. 


—  240  — 


la  producción  del  oro  en  Chile   (1810)  a   12,212 
marcos  (1) 


(1)  El  eminente  químico  Dotneyko  en  su  Tratado  de  ensa- 
yes, (páj.  320),  no  se  maestra  pródigo  para  con  Chile,  pues 
aumenta  la  producción  de  Colombia  hasta  19  o  20  rail  marcos 
eu  la  época  de  la  colonia,  i  rebaja  la  nuestra  a  11  mil  marcos. 
Según  esta  cuenta^  Chile  ocaparia  el  tercer  lugar  en  la  jerarquía 
de  la  producción  del  oro  en  el  Nuevo  Mundo,  después  del  Brasil  i 
de  Colombia;  pero  dedúzcase  la  estension  del  territorio  esplotado, 
i  Chile,  que  es  al  menos  diez  veces  menor  que  aquellos  países, 
subirá  por  cien  codos  a  la  preeminencia. 

Apropósito  de  la  casa  de  Moneda  de  Lima,  consignaremos  aquí 
un  interesante  dato  práctico  que  debemos  a  la  obsequiosa  ga- 
lantería del  coronel  don  Demófilo  Fueuzalída,  comandante  del 
Tejimiento  Santiago  en  la  tercera  toma  de  Lima  por  los  chile- 
nos. Este  dato  es  nada  menos  una  onza  de  oro  fundida  í  sellada 
en  Lima  el  año  memorable  de  1810  í  que  aquel  distinguido  jefe 
nos  ha  enviado,  no  como  las  famosas  «pastillas  de  Paraf»  sino 
a  título  de  amistoso  i  buen  recuerdo. 

Esta  moneda  es  naturalmente  preciosa,  no  solo  por  su  metal 
i  su  calidad  jenuina  de  oro  americano,  como  el  que  sirvió  para 
dorar  la  techumbre  de  Santa  María  la  Mayor  en  Roma,  en  tiem- 
po de  Felipe  II,  sino  por  su  venerable  fecha,  1810. 

Las  inscripciones  que  contiene,  traducidas  mas  o  menos,  in- 
terpretativamente, dicen  así: 

Anverso.— .FERDiN.  vii.  D.  g.  hisp.  et  ind.  íi.  1810. 

Reverso. — .auspice.  deo.  i.  p.  lim^.  in.  utroq.  felix. 

Traducción. 

Anverso. — Fernando    VII,  por   la  gracia  de   Dios,  Rei  de  las 
Espurias  i  de  las  Indias. 

Reverso. — Con  la  2)>'Oteccion  de  Dios,  impera  felizmente  en  uno  i 
otro  reino.  Lima. 

Es  posible  también  que  las  letras  I.  P.  que  siguen  en  el  re- 


—  241  — 

Pero  esto  no  obstante,  la  casa  de  Moneda  de  Po- 
payan  no  sellaba  en  realidad  mas  oro  que  la  de 
Chile  a  fines  del  último  siglo,  si  se  comparan  los 
datos  que  nosotros  hemos  estraido  de  sus  archivos 
con  los  que  allí  tomó  en  persona  Alejandro  de 
Humboldt.  De  1780  a  1795,  el  oro  amonedado  en 
aquella  ciudad  ascendía,  en  efecto,  a  6,830  marcos 
por  año;  i  se  recordará  que,  con  cortísima  diferen- 
cia, esa  era  la  misma  cantidad  sellada  en  Chile,  se- 
gún en  su  lugar  quedó  demostrado   (1) 

verso  a  la  palabra  Deo,  signifiquen  Imperium  Peruvianun;  pero 
de  todos  modos  la  traducción  anterior  nos  parece  bastante  fiel  i 
es  hecha  por  persona  competente. 

(1)  Según  Humboldt  (  Viajes  a  la  Nueva  'España,  vol.  III, 
cap.  XI.)  el  producto  de  las  minas  de  Chile  se  habia  aumentado 
mucho  hacia  a  fines  del  siglo  XVIII.  En  1790  se  acuñó  en  efec- 
to en  Santiago  por  valor  de  721,000  pesos  en  oro  i  146,000  en 
plata. 

De  1782  a  1786,  año  común,  se  selló  solo  521,644  pesos;  pero 
desde  1789  a  1803,  mas  de  971,000  pesos. 

I  estas  cifras,  que  Humboldt  debió  comprobar  en  Lima,  son 
las  mismas  que  arrojau  los  pergaminos  de  la  Casa  de  Moneda 
de  Santiago. 

En  cuanto  a  la  proporción  de  rendimiento  del  oro  por  conti- 
nentes, he  aquí,  eu  efecto,  las  que  fijaba  Humboldt  al  principio 
del  presente  siglo. 

La  Europa  producia  anualmente  1,297  kilogramos  de  oro. 

El  Asia  solo  53  klgs. 

La  América  19,726  klgs. 

Hablando  del  único  territorio  de  la  América  española  que  a 
mediados  del  siglo  pasado  aventajaba  a  Chile  en  oro,  es  decir, 
de  la  Nueva  Granada,  he  aquí  como  se  espresaban  los  naveo-an- 

LA   E.    DEL   O.  31 


242  


X. 


Igual  i  aun  mas  ventajosa  demostración  podría 
verificarse  comparando  el  rendimiento  del  oro  en 

tes  españoles  Jorje  Juan  i  Antonio  de  Ulloa  en    su  obra  varias 
veces  citada  (vol.  I,  páj.  176.) 

«Fueía  de  iKs  perlas  tenia  el  reino  de  Tierra  Firme  en  los 
tiempos  pasados  el  renglón  del  oro,  que  se  sacaba  de  los  mine- 
rales de  su  dependencia,  con  el  cual  se  aumentaban  sus  riquezas 
considerablemente;  parte  de  estos  minerales  están  en  la  provin- 
cia de  Veraguas,  otros  en  la  misma  de  Panamá,  y  el  mayor  nú- 
mero, los  mas  abundantes  en  metales,  y  los  que  daban  oro  de 
mejor  calidad  son  los  que  están  en  la  provincia  del  Dañen,  por 
cuya  razón  han  sido  siempre  estos  los  que  se  llevaron  la  atención 
de  los  mineros;  mas  después  que  los  indios  se  sublevaron  ,  y  se 
hicieron  dueños  quasi  de  toda  la  provincia,  fué  preciso  abando- 
nar las  minas,  y  quedó  la  mayor  parte  de  ellas  perdida,  y  redu- 
cidas las  que  pudieron  conservarse  a  solo  aquellas  que  se  halla- 
ban en  las  fronteras,  de  las  quales  se  sacan  algunas  cortas  por- 
ciones de  oro;  y  pudieran  ser  mayores,  si  el  temor  que  infunden 
los  indios  con  su  acostumbrada  inconstancia,  y  la  falta  de  segu- 
ridad que  debe  haber  en  su  amistad,  no  diese  motivo  a  que, 
cautelándose  los  dueños  de  minas  de  los  contratiempos  que 
pueden  sobrevenirles,  dejen  de  empeñarse  en  el  aumento  de  las 
tareas  con  la  eficacia  que  se  necesitaba  para  su  mayor  fomento. 

«Aun  sin  estar  espuestos  al  antecedente  peligro,  las  de  Vera- 
guas y  Panamá,  no  es  mayor  el  fomento  que  esperimentan,  y  es- 
to procede  de  dos  causas;  la  una  es  el  que  los  metales  son  poco 
abundantes  en  ellas  y  el  oro  que  dan  no  de  tanta  lei  como  el  de 
las  del  Darien;  y  la  otra  (que  es  así  mismo  la  mas  poderosa)* 
que  teniendo  en  aquellos  mares  el  rico  producto  de  las  perlas 
con  que  cuentan  aquellas  gentes  mas  seguras  las  ganancias,  se 


—  243  — 

Chile  por  el  que  se  sellaba  en  su  casa  de  Moneda 
como  el  que  pasaba  en  igual  fecha  por  los  cuños 
de  la  aduana  de  Potosí,  porque  según  papeles  ori- 
jinales  que  tenemos  a  la  vista  correspondientes  a 
1780  el  total  del  oro  comprado  en  esa  casa  desde 
el  1.°  de  enero  al  31  de  julio  de  ese  año,  alcanzaba 
apenas  a  468  marcos  i  el  amonedado  en  igual  plazo 
solo  a  1,361  marcos,  esto  es,  casi  la  quintaparte  del 
fundido  i  sellado  en  Chile.  El  rezago  de  oro  que 
habia  quedado  del  año  anterior  en  la  callana 
de  la  casa  de  Moneda  de  Potosí,  según  las  cuen- 
tas del  visitador  don  Jorje  Escobedo,  que  vi- 
no por  esa  época  a  Chile,  i  trajo  de  escribiente  o 
secretario  a  un  joven  natural  de  Moquegua,  que 
fué  padre  de  Manuel  Rodríguez,  habia  sido  de  1,327 
marcos,  cantidad  mínima  que  al  precio  de  128  pe- 
sos 32  maravedises,  importaba  170,034  pesos.  El  re- 
zago de  plata  apenas  pasaba  del  doble.  A  ese  punto 
habia  llegado  el  paulatino  decrecimiento  de  Potosí: 
— 51,638  marcos  a  8  pesos2  r,  o  sea  413,486  pesos! 


XI. 


Pero  la  comparación  positiva  i  numérica  (por- 
que este  es  el  sistema  demostrativo  que  ahora  per- 

aplicau  a  él,  prefiriéndolo  al  oro  de  las  minas,  mas  costoso  de 
adquirir,  pero  no  por  esto  dejan  de  trabajarse  algunas,  aunque 
pocas,  sin  las  que  ya  se  han  dicho  de  las  fronteras  del  Dañen. » 


—  244  — 

seguimos)  que  restituye  a  Chile  toda  su  pujanza 
auiíferai  esplica  en  gran  manera  la  fama  adquiri- 
da a  costa  nuestra  por  el  Perú  colonial- -«Es  un 
Perú,)) — es  el  parangón  de  lo  que  redituaba  en  oro 
la  famosa  casa  de  Moneda  de  Lima  respecto  de  la 
de  Santiago. 

Cualquiera,  dadas  las  condiciones  i  la  forma  de 
los  dos  paises,  se  imajinaria  que  la  amonedación 
del  oro  del  Perú,  comprendido  Quito  i  todas  las 
zonas  de  aquel  vireinato,  que  abarcaba  la  mitad  de 
los  dominios  del  rei  de  España  en  el  Pacífico,  se- 
ria diez,  quince  o  veinte  veces  superior  a  la  de 
Chile.  Pero  sin  contar  con  el  dato  ya  apuntado, 
que  establece,  bajo  la  fé  i  la  inspección  personal 
de  Humboldt,  la  superioridad  de  Chile  en  produc- 
ción, un  viajero  que  visitó  el  Perú  poco  después 
que  el  sabio  alemán,  el  ingles  Helms,  afirma  que 
el  oro  amonedado  en  la  casa  de  Moneda  de  Li- 
ma en  1789  importó  766,768  pesos  i  subió  en 
1790  de  6,038  marcos  (1) 

(1)  Voy  ages  dans  V  Amériqíie  méridionaU  par  Antoine  Za- 
carías fíelms.  —  lS15. 

Hablando  de  las  condiciones  desfavorables  en  que  se  encon- 
traba Chile  i  el  Perú  respecto  de  Méjico  para  la  producción  de 
los  metales  preciosos,  el  viajero  ingles,  que  era  hombre  perito, 
se  espresaba  en  los  siguientes  términos  en  la  páj.  75  de  su  libro. 

«Si  le  Perou,  le  Chili  et  Buenos  Aires,  jouissaient  des  mémes 
avantages  dont  jouit  le  Méxiqne,  je  soutiens  que  le  Pérou  mé- 
me,  oü  tout  est  encoré  dans  la  confusión  et  le  cahos,  pourrait 
fonruir  auuellement  quatre  fois  plus  d'  argent  que  le  Méxique.» 


—  245  — 

Ahora  véase  en  la  pajina  respectiva  de  este  li- 
bro (de  la  168  a  la  180)  las  cifras  que  correspon- 
den a  la  casa  de  Moneda  da  Chile  en  igual  época, 
i  se  estimará  lo  que  era  en  realidad  este  pais  co- 
mo productor  de  oro  respecto  del  Perú. 

XII. 

Asombra  ciertamente  leer  en  los  documentos 
inéditos  del  vireinato  del  Perú  la  manera  como 
hasta  en  el  último  tercio  del  pasado  siglo  acarrea- 
ban sus  galeones  i  sus  navios  de  rejistro  por  el  cabo 
de  Hornos  los  tesoros  reputados  propiedad  esclusi- 
va  de  aquel  pais,  porque  en  sus  partidas  de  rejistro 
no  se  nombraba  jamas  a  Chile  ni  sus  puertos  sino 
al  Callao.  Desde  1761  a  1775,  se  trasportaron  en 
efecto  en  solo  45  cascos  71.677,526  pesos  cinco 
reales  i  un  cuartillo,  según  la  prolija  cuenta  de 
Amat.  Pero  ¡cuántos  de  esos  valores  habian  sido 
arrancados  por  los  oscuros  i  humildes  colonos  de 
este  reino  a  sus  entrañas! 

Entretanto,  i  como  cosa  digna  de  curiosidad,  pu- 
blicamos por  la  primera  vez  la  siguiente  lista  del 
movimiento  naval  del  Pacífico  en  cuanto  al  acarreo 
del  oro  i  la  plata  hajo  partida  de  rejistro  (que  no 
era  sino  lo  que  hoi  se  llama  el  conocimiento  de 
embarque)  i  que  consta  de  la  siguiente  nómina 
de  barcos  i  de  millones  conservada  por  el  virei 
Amat  en  sus  Memorias  inéditas   depositadas  en 


—  246  — 


la  Biblioteca   Nacional  de  Santiago,  las   cuales 
abrazan  un  período  de  dieziseis  años: 

XITI. 


CANTIDADES  REMITIDAS  DESDE  EL  PUERTO    DEL  CALLAO 

A  LOS  DE  ESPAÑA  DESDE  1761  A  OCTUBRE  DE 

1775  EN  LOS  SIGUIENTES   N AVÍOS  DE 

REJISTRO: 

Año  1761  La  Galera  Esperanza "1 

»        »      Nuestra  Señora  del  Pilar.,.  >       4.648,899  |  5     rls. 

»        y)      El  Toscano ) 

»      1762  La  Ermiona  de  S.  M.  (de'J 

guerra) f        3  567  917  »  2^-    » 

j)        »      Los  Parajes  (alias)  la  Con-  (         •       ?     «         4 

cepcion ) 

»      1763  San  Miguel \  930,239  »  7|    » 

»     1764  La  Liebre  de    S.   M.    (de^ 

^,5!j^^''^)-; \       5.612,980.3      » 

»        »      El  Diamante i  ' 

»        •»      El  Torero , .  3 

»  1766  La  Ventura 1        rooA'-an.    ai    ^ 

D        .      Los  Flaeeres  j        •'^•224,.60  i.  4i    » 

^  1766  La  Concordia \       g  i27,479  d  7|   i> 

»        »      -&/  Gallardo j  '  * 

»  1767  La  Famosa 

»  ■  »      La  Ventura 

»        »      El  Águila 

»        »      El  Matamoros }      6.588,367  »  4^    » 

»        y>      El  Toscano 

»        7>      El  Peruano  de  S.   M.  (de 

guerra) 

j)  1768  Santa  Bárbara. \ 

j>        )>      La  Concordia... (       4.734,871  ))  U    d 

»        »      El  Buen  Consejo í  '  * 

»        »      El  Rosario í 

»  1769  El  Águila ^ 

»        »      San  lliguel V       5.430,911  »  4;^^    » 

»        s>      La  Ve?itura j 


—  247  — 


Año  1770  La  Galga.. 
»        »      La  Aurora 


D        D     La  Concordia >      4.543,537  |  o^  rls. 

»        »      El  Hércules i 

»        »      El  Diamante y 

»  1771  No  hubo  rejistro | 

»  1772  El  Sete?itrion  de  S.  M.  (de 

guerra)....  

»        ^      ÍT/^'T^',  '^-  '^ V       9.163,603  »  4i    D 

»         »      ¿^/ J.5¿!mí;í?  id.  id /  '  * 

»        7>      La  Liebre  id.  id 

»        »      «Sa?íía  i?í?sa/ia  id.  id 

»  1773  El  Príncipe ") 

»         »      ElAquUes V       5.812,500  »  4      » 

»         »     El  Toscano    j 

»  1774  Za  Industria  de  S.  M.  ("de  \ 

guerra)     ...  f       5.015,916  y>  O      i> 

»        »      La  Liebre  m.  lá í  ' 

»        »      El  Águila 3 

»  111  o  El  Astuto ") 

»        »      El  Buen  Consejo >■       4.275,540  »  7^    » 

»        »      El  Hércules 3 


Total 71.677,526  $  5^  rls. 

XIV. 

Se  habrá  notado  seguramente  por  el  lector  que 
este  proclijioso  raudal  de  oro  salia  de  nuestras  cos- 
tas, con  destino  muchas  veces  a  naufragar  i  otras 
a  ser  capturado  por  los  ingleses,  como  las  famosas 
cuatro  fragatas  de  Cádiz  de  1804,  en  solo  tres  o 
cuatro  buques  por  año,  i  en  ocasiones  en  menos. 
En  1766  la  Concordia  i  el  Gallardo  condujeron  en 
su  bodega  6.127,479  pesos,  o  sea  mas  de  tres  mi- 
llones cada  uno.  Ah!  Si  lo  hubieran  sabido  los  in- 
gleses!.... 


248  — 


XV. 


Decíamos  hace  poco  que  parte  no  pequeña  de 
esos  tesoros  trasportados  a  España  mas  o  menos 
de  la  misma  manera  que  los  vapores  de  la  com- 
pañía inglesa  remiten  hoi  a  Liverpool  i  a  Burdeos 
los  cueros,  la  lana  i  el  trigo  de  Chile,  correspon- 
dian  de  justicia  a  la  estadística  de  nuestro  país,  i 
en  efecto  Chevalier,  haciendo  la  distribución  del 
oro  i  de  la  plata  con  parca  mano  fijaba  a  Chile  en 
su  estudio  de  1846  las  siguientes  cantidades  a  uno 
i  otro  metal. 

Plata  producida  por  Chile  antes  de  1810 — 
30,0000  kilogramos:  -Oro  217,000  kilogramos;  o 
sean  4,739  quintales  13  libras  de  oro  directo  i  re- 
jisTRADO,  por  solo  652  de  plata. 

XVI. 

Quédanos  todavía  por  demostrar,  mediante  un 
cuarto  método,  la  incalculable  riqueza  aurífera  de 
Cliile  en  su  edad  de  oro,  es  decir,  mediante  su  le- 
jislacion  sobre  el  oro,  equivalente  al  contrabando  del 
oro;  i  a  esta  interesante  tarea  consagraremos  el 
breve  capítulo  que  va  a  continuación  del  presente 
i  como  su  comprobación  lójica   i   sucesiva. 


CAPITULO  IX. 


LAS   IVIERMAS  DEL  ORO  EN  GHILF. 

Caisa?  que  fomentaron  el  cont  rabando  del  oro  en  las  Indias. — Impuesto  del 
¿2  por  ciento. — Cómo  se  repartían  estas  gabelas. — El  quinto  del  rei. — 
Eli  uno  i  medio  de  Cobos. — La  quilca  i  graves  sucesos  a  que  dio  lugar 
en  Chile  a  principios  del  siglo  XVIII. — Protestas  de  independencia  en 
1778. — Los  chilenos  consiguen  la  abolición  de  este  impuesto  en  18Ü3.— 
El  impuesto  de  aueria  i  enérjicas  protestas  a  que  dio  lugar. — Los  mer- 
caderes .santiaguinos  cobran  la  «aparta»  del  oro  i  de  la  plata;  pero  se 
oponen  a  que  se  establezca  un  banco  de  rescate  — El  cacuo  de  oro  i  pa- 
ra qué  servia — Seis  causas  de  detrimento  para  la  industria  del  oro  eu 
la  época  de  la  colonia. —  Los  pleitos. — La  canr/alla  i  la  pena  de  muer- 
te.— Penuria  i  carestía  de  capital  i  de  utensilios. — Falta  de  pn  teccion 
publica. — Benéfico  gobierno  del  presidente    Manso,  i   .sus  frutos. — Bajo 

firecio  del  oro  p«r  lis  imperfecciones  de  su  elaboración  i  las  artes  de 
05  raercadens  de  Lima. — Desaparición  completa  de  los  indios  de  enco- 
mienda.— Los  precursores  de  Paratf —El  fraile  Andia  i  su  secreto  de 
millones. — Los  químicos  Blanca  i  Palazuelos. — Termina  con  la  indepen- 
dencia la  edad  del  oro  en  Chile,  i  motivos  porqué  continuamos  nuestra 
tarea  mas  allá  de  esa  época  i  de  nuestra  promesa. 

«L'oro  é  ¡1  metallo  che  piú  abbonda  nel 
Chili.  non  vi  ha,  per  cosí  diré,  un  monte, 
o  un  colle,  dove  non  fi  trovi  in  maggiore 
o  in  minore  quantitá;  perfino  fra  la  polve- 
re  delle  pianure,  e  piú  fpesso  fra  lafabbia 
dei  fiume,  dci  torrenti  incontrafi  questo 
metallo.» 

(Molina, Aliona iVaíuroZZfjlib,  II,  páj.  108) 
LA  E.  DEL  O.  32 


—  250 


Hemos  comprobado  la  abundancia  del  oro  de 
Chile  en  sus  crisoles,  en  sus  asientos  reales,  en 
sus  ensayes  químicos  i  en  sus  leyes  jenerales  i 
comparativas  de  esportacion  i  de  comercio. 

Cábenos  ahora  la  tarea  de  justificar  nuestros 
asertos,  exhibiendo  en  sustancia  la  lejíslacion  del 
oro,  es  decir,  sas  gabelas  i  sus  fraudes,  o  lo  que 
tanto  vale,  su  necesario  e  inevitable  contrabando, 
resultado  lójico  de  aquéllos. 


II. 


En  diversos  lugares  de  este  libro  hemos  mani- 
festado que  por  la  avara  lejislacion  española  el 
minero  de  oro  de  las  Indias  iba  forzosamente  a 
medias  con  el  fisco,  a  virtud  del  quinto  que  pa- 
gaba  por  impuesto  al  rei.  I  ya  se  calculará,  da- 
do el  carácter  español,  indómito  i  enemigo  de 
suyo  de  la  lei,  si  el  minero  suelto  de  Chile  estaría 
dispuesto  a  someterse  a  pagar  de  buena  gana  la 
quinta  parte  de  su  ganancia  a  S.  M.:  veinte  pesos 
sobre  cada  cien! 

Por  esta  sola  causa  i  cortapisa  el  contrabando 
del  oro,  sustancia  dúctil  i  casi  microscópica,  era 
universal  i  es  apenas  un  dato  inductivo  el  del  oro 
que  se  quintaba  por  los  tesoreros  reales  o  se  com- 


~  251  — 

praba  por  los  fundidores  en  las  casas  de  amoneda- 
ción. Por  lo  que  acontecia  antes  con  el  diezmo,  que 
no  era  del  rei  sino  de  Dios,  quien  de  ello  tomaría 
cuenta,  i  por  lo  que  acontece  todavia  con  las  bulas 
que  son  de  las  ánimas  del  purgatorio,  i  las  primi- 
cias, que  son,  mas  que  ofrendas,  trampas  hechas  al 
altar,  i  no  obstante  las  llamas  vivas  del  infierno, 
se  dejará  ver  lo  que  seria  aquello  del  veinte  por 
ciento  del  oro,  la  materia  de  mas  fácil  contrabando 
que  existe  en  el  orbe.  Don  Manuel  Salas,  como  se- 
cretario del  Consulado  de  Chile,  da  cuenta  en  una 
memoria  que  publicó  el  Mercurio  de  Valparaiso 
en  1843,  que  en  la  cordillera  de  Uspallata  se  per- 
dió un  correo  con  cuarenta  mil  pesos  en  oro  que 
llevaba  sobre  su  cuerpo...  Un  peón  o  un  arriero 
chilenos  podian  contrabandear,  por  lo  menos, 
igual  suma  en  un  dia  i  hasta  en  una  hora. 


III. 


Los  viajeros  españoles  Juan  i  Ulloa  estimaban 
por  esta  razón  el  contrabando  del  oro  en  la  pro- 
porción de  3  a  2;  pero  Kobertson,  que,  era  a  virtud 
de  su  nacionalidad,  mas  sincero  i  no  menos  bien 
informado,  estima  que  el  contrabando  del  oro  en 
las  Indias  representaba  por  lo  menos  la  mitad  de 
la  producción.  Molina  iba  mucho  mas  lejos  cuan- 
do a  fines  del  siglo  pasado  aseguraba  que  la  pro- 
ducción del  oro  era  de  4  millones  de  pesos;  i  bue- 


—  252  — 

nos  motivos  tendría  para  decirlo,  convÍDÍendo  no- 
sotros en  esto  con  el  sabio  talquino,  i  defendién- 
dolo del  cargo  de  «ponderativo»,  que  por  ese  ca- 
pítulo le  dirijió  su  amigo  el  sabio  Humboldt.  (1) 

IV. 

Pero  el  20  por  ciento  no  era  suficiente  a  la  re- 
jia  insaciable  codicia  de  España;  i  Carlos  Y,  na- 
da mas  que  por  agnidar  a  su  secretario  Cobos,  le 
regaló  el  iino  i  medio  por  ciento  del  oro,  impuesto 
inverosímil  que  se  llamó  «de  Cobos»  por  su  primer 
usufructuario.  I  con  esto  la  tasa  jeneral  del  oro 
era  de  21  i  medio  por  ciento.  En  Chile  el  ano  i 
medio  de  Cobos  rendía  a  mediados  del  siglo  pasado 
15,000  pesos  al  re  i. 

Y. 

Aplicábase  esa  pauta  a  todas  las  Indias.  Mas 
los  infelices  mineros  de  Chile  se  vieron  forzados  a 
sopoitar  otro  jénero  de  odiosos  impuestos  locales 
que  alimentaban  el  tributo  hasta  un  22  por  cien- 
to; i  entre  aquellos  señalaremos  solo  estos  dos; 

(1)  Según  Molina,  el  oro  que  en  Cliile  se  pasaba  ^or  alto,  o 
«se  estraviaba  para  Buenos  Aires,5)estandü  a  la  espresion  del  virei 
Amat,  ascendía  sobre  cuatro  millonea  a  2.750,000  pesos.  Pero 
en  esta  cantidad  estaba  comprendido  el  que  se  destinaba  a  víiji» 
Ha,  joyas  i  otros  u^us  caseros  a  que  tan  afectos  eran  los  criollos 
aniorican(^s. 


—  253  — 


El  Humado  de  quüca,  que  erasolo  un  fastidio,  i 
el  de  averia,  que  era  de  uno  i  cuarto  por  ciento 
sobre  la  plata  i  de  medio  por  ciento  sobre  el  oro. 


VI. 


La  quüca,  mas  que  una  contribución  era  una 
impertinencia,  a  virtud  de  la  cual  los  tesoreros 
por  sellar  cada  tejo  que  se  les  presentaba,  cobraban 
cuatro  reales  de  impuesto.  I  de  la  resistencia  cons- 
tante i  enérjica  que  los  santia^uinos,  hijos  i  nie- 
tos de  vizcaínos  i  del  país  de  los  Fueros,  han 
opuesto  siempre  al  fisco,  se  recuerda  en  un  libro 
manuscrito  que  nosotros  tuvimos  (i  porque  nos  lo 
robaron  no  lo  tenemos  hoi)  un  caso  curioso  ocu- 
rrido al  caballero  don  Domingo  do  Yaldés,  sue- 
gro del  conde  don  Mateo  Toro  Zambrauo,  el  mis- 
mo que  con  su  injente  caudal  contribuyó  ostento- 
samente al  edificio  de  Li  actual  iglesia  de  la  Mer- 
ced, donde  descansan  sus  cenizas.  I  el  caso  fué  co^ 
mo  sÍL>;ue: 

Presentó  el  caballero  Valdés  a  los  tesoreros 
reales  en  un  dia  de  noviembre  de  1726,  cuando  no 
existia  sino  en  escondidos  deseos  la  espectativa  de 
una  casa  de  Moneda,  cierta  cantidad  de  tejos  de 
oro  que  pesaban  15,  20  i  hasta  25  libras  cada  uno, 
i  por  aplicarles  su  real  sello  los  tesoreros  exijieron 
cuatro  reales  por  tejo,  a  título  de  quüca;  i  do  aquí 
la  disputa  i  el  enojo.  Siguióse  en  consecuencia  un 


—  254  ~ 

espediente  de  cuarenta  fojas,  i  como  siempre  el 
mercader  perdió  su  pleito  contra  el  rei. 

Rejia  este  nimio  pero  odioso  impuesto,  en  con- 
secuencia, a  fines  del  siglo  XVIII,  i  en  un  dia  de 
1781  (el  11  de  julio)  reuniéronse  airados,  hace  de 
esto  justo  cien  años,  los  comerciantes  de  Santiago 
en  casa  de  su  presidente  i  juez  de  comercio  don 
José  Pérez  García,  el  historiador,  i  firmaron  una 
acta  solicitando  la  abolición  del  repugnante  im- 
puesto de  la  quilca.  En  materia  de  palabras  ento- 
nadas contra  el  rei  i  sus  gabelas  no  se  quedaban 
eortos  los  chilenos  treinta  años  antes  de  la  inde- 
pendencia. 

YII. 

Aplicóse  también  al  oro  de  Chile  en  el  última 
tercio  del  pasado  siglo  el  impuesto  llamado  de  ave- 
Tía,  el  cual  existia  antes  como  una  especie  de  se- 
guro para  el  comercio  jeneral  de  flotas  i  galeones. 

Ocurriósele,  en  efecto,  al  comercio  de  Lima  cuan- 
do vino  la  famosa  espedicion  de  Cevallos  contra 
ios  portugueses  al  Rio  de  la  Plata,  prestar  al  rei 
para  este  gasto  millón  i  medio  de  pesos  en  1777; 
i  a  fin  de  resarcirse  de  su  adelanto,  i  acostumbra- 
dos los  limeños  de  aquel  tiempo  a  hacer  con  los 
chilenos  i  aun  con  los  arjentinos  lo  que  los  niños 
con  sus  volantines,  les  impusieron  la  contribución 
de  medio  por  ciento  sobre  el  oro. 


—  S55  — 

Eaérjicas  i  hasta  significativos  de  graves  suce- 
sos venideros  fueron  los  términos  en  que  los  veci- 
nos de  Santiago,  puestos  de  acuerdo  con  los  de 
Buenos  Aires,  reclamaron  contra  aquel  escanda- 
loso abuso  del  Consulado  de  Lima  en  una  junta 
especial  que  para  el  caso  celebraron  el  11  de  junio 
de  1775,  dia,  a  escondidas,  precursor  del  18  de 
setiembre  de  1810. 

«El  consulado  de  Lima  (así  dice  el  acta  oriji- 
nal)  no  ha  podido  tenernos  presente  solo  para  coar- 
tar la  libertad  de  nuestros  jiros  i  deprimir  la  esfera 
de  nuestras  negociaciones,  siempre  que  los  celos  o 
los  discursos  le  presentan  oportunidad.  I  todo  esto 
sucede  en  fuerza  de  la  odiosa  plenitud  de  poder 
con  que  hasta  ahora  ha  oprimido  a  este  comer- 
cio, i  qi¿e  quiere  aun  mantener  después  del  Real 
Bescripto  de  independencia   que  queda  referido.» 

VIH. 

Aludia  el  grave  acuerdo  que  precede,  a  una  real 
cédula  de  1767  por  la  cual  se  habia  mandado  crear 
en  Chile,  a  ejemplo  de  Bogotá  i  de  Méjico,  un 
tribunal  de  alzada,  independiente  del  Consulado 
de  Lima,  el  cual  era  una  especie  de  rei  chico  del 
Pacífico.  Mas,  el  espíritu  de  las  palabras  que  he- 
mosjcitado,  i  las  palabras  mismas,  son  a  la  verdad, 
una  justificación  de  lo  que  en  otra  parte  dijimos, 
esto  es, — que  el  oro  pesó  mas  en  la  balanza  del 


—  25G 


año  X.j  año  por  escelencia  de  oro,  que  la  idea  je- 
neradora  de  la  independencia.  Mas,  por  ventura, 
el  oro  no  es  también  idea? 


IX. 


El  derecho  de  averia  continuó,  sin  embargo,  co- 
brándose implacablemente.  Los  arjentinos,  que  de 
ordinario  iban  a  nuestra  vans^uardia,  lo  hicieron 
suspender  en  1793;  pero  en  Chile  se  ejercitaba 
con  pleno  vigor  en  1800,  año  en  que  el  Consula- 
do establecido  ya  en  Santiago  solicitó  su  abroga- 
ción. Vino  esto  a  ser  concedido  solo  por  real  cé- 
dula de  22  de  octubre  de  1803. 


X. 


En  un  sentido  diferente,  pero  dirijido  a  los  mis- 
mos fines  de  espoliacion,  los  ensayadores  de  la 
casa  de  Moneda  aplicaban  al  fisco  (o  a  ellos  mis- 
mos) el  valor  de  la  plata  que  estraian  del  oro  i 
que  en  el  metal  de  Chile  se  estimaba  en  una  onza 
por  cada  libra.  Ya  el  famoso  Fagoaga  habia 
verificado  en  Méjico  el  descubrimiento  que  le  hi- 
zo merecer  el  título  de  «marques  del  Apartado,» 
sistema  que  hoi  se  ha  llevado  a  tal  perfección  que 
hasta  de  la  moneda  vieja  sacan  un  milésimo  de 
oro  con  provecho  los  laboratorios  de  afinación 
en  Europa.  Poro  los  tesoreros  reales  de  la  casa  de 


-  257;- 

Moneda  no  se  daban  cuenta  de  tal  maravilla,  i  en 
junta  de  comercio,  celebrada  en  la  casa  del  mer- 
cader decano  don  José  Pérez  García  el  8  de 
agosto  de  1782,  se  solicito,  ignoramos  con  qué  re- 
sultado, que  se  abonas3  por  el  rei  la  aparta  de  la 
plata  que  los  ensayadores  sacaban  del  oro. 


IX. 


Justo  es  también  reconocer  aquí  que  los  celos 
de  perro  de  hortelano  que  los  mercaderes  de  San- 
tiago mantenían  entre  sí,  como  sucedió  en  el  caso 
del  marqués  Huidobro,  no  eran  parte  a  aliviarlos 
de  sus  cargas,  porque  habiendo  solicitado  en  1776 
el  caballero  don  Juan  José  de  Santa  Cruz,  segun- 
do o  tercer  abuelo  de  un  héroe  malogrado,  que  se 
le  permitiera  establecer  en  Chile  un  rescate  de 
plata  i  oro,  en  el  cual  los  particulares  habrían  ob- 
tenido las  ventajas  de  la  competencia,  se  opusie- 
ron todos  sus  colegas  en  masa,  apellidando  mono- 
polio lo  que  era  redención. 

Hubo  con  este  motivo  una  acalorada  junta  de 
comerciantes  el  2[8  de  febrero  de  1776,  en  la  que  se 
dio  por  argumento  en  contra,  «la  escasez  de  plata 
seticilla»,  i  firmaron  don  Lorenzo  Gutiérrez  de 
Mier,  don  Domingo  Muñoz  de  Salcedo,  don  Cele- 
donio de  Yillota,  don  Pedro  Palazuelos,  don  Anto- 
nio de  la  Lastra,  don  Juan  Anjel  Berenguer,  don 
Miguel  Pérez  de  Cotapos  i  Villar,  éste  con  pulso 

LA    E.  DEL   O.  33 


—  258  — 

trémulo  de  anciano,  don  Agustín  de  Tagle,  el  mis- 
mo que  vendía  el  fierro  a  precio  de  oro  (20  pesos 
por  quintal),  don  JoséPerez  García,  don  José  Ea- 
mirez  i  don  Salvador  de  Trucíos,  en  una  palabra, 
la  flor  i  nata  del  caudal  i  de  la  prosapia  vizcaína 
en  Santiago  de  Chile.   (1) 

XII. 

I  con  esto  que  llevamos  dicho  sobre  las  gabelas 
jenerales  i  locales  del  oro,  podrá  el  lector  valori- 
zar en  su  conciencia  si  los  chilenos  de  antaño  pa- 
gaban con  fidelidad  su  tributo  al  reí,  i  si  era  el  oro 
quintado  solo  la  mitad,  la  cuarta  parte  o  solo  el 
quinto  del  oro  que  producía  de  suyo  la  agradeci- 
da i  rica  tierra. 

Nada  era  por  esto  mas  común  que  el  oro  pasa- 
se directamente  de  la  boca  de  la  mina  o  de  la  ba- 
tea del  lavadero  a  sus  dueños,  i  así,  en  crudo,  en 
polvo,  lo  llevaban  hasta  España  en  las  gavetas. 
Hablando  el  opulento  comerciante  don  Francisco 
Javier  Errázuriz  (abuelo  del  penúltimo  presidente 
de  Chile)  a  un  hermano  que  tenif^n  Lima  de  otro 

(1)  El  argumento  déla  i^lata  sencilla  no  dejaba  de  tener  al- 
gún valimiento,  porque  a  mediados  del  presente  siglo  no  era 
cosa  sencilla  cambiar  una  onza  de  oro  en  pesetas,  reales,  medios 
i  cuartillos  de  carita,  ni  aun  por  sucia  plata  de  cruz  o  macuqui- 
na. El  premio  que  entonces  se  pagaba  era  el  de  dos  reales  por 
cada  1 7  pesos,  o  sea  algo  como  el  uno  i  medio  de  Cobos. 


—  259  — 

hermano  de  ambos  que  fué  canónigo  (el  doctor 
don  José  Antonio  Errázuriz),  de  las  dilijencias 
que  para  obtener  su  prebenda  iba  a  hacer  perso- 
nalmente a  España  el  último  contra  sus  rivales 
de  oposición  en  la  cátedra,  los  doctores  Palacios  i 
Arteaga,  le  decia  desde  Santiago: — (El  20  de 
abril  de  1783  salió  para  Buenos  Aires  José  Anto- 
nio, a  disputar  la  canonjía  doctoral  en  Madrid. 
Va  con  muchas  recomendaciones,  i  lo  que  es  mas 
con  harto  cacao. ...d  El  cacao  era  el  oro  en  polvo,  el 
mismo  cacao  que  llevó  a  Roma  el  canónigo  Cien- 
fuegos;  i  así  como  el  presbítero  Errázuriz  vino  a 
sentarse  en  el  coro  a  título  del  cacao  servido  en 
las  bruñidas  chocolateras  de  Madrid,  de  igual 
suerte  el  digno  cura  de  Talca  i  condueño  de  las 
minas  del  Chivato,  volvió  de  Boma  unjido  obispo 

de  Rétimo,  cuarenta  años    mas  tarde Efectos 

del  cacao  de  Chile,  es  decir,  del  oro 

XIIL 

Causas  económicas  de  orden  diverso  pero  no 
menos  eficaces  que  las  mencionadas,  contribuían 
también  de  consuno  a  embarazar  i  limitar  la  pro- 
ducción del  oro  i,  entre  otras,  figuran  en  primera 
línea  estas  seis: 

I.  Los  pleitos. 

II.  La  cangalla. 

IIÍ.  La  penuria  de  capital  i  utensilios. 
IV.  La  falta  de  protección  pública. 


—  260  — 

V.    El  bajo  precio  del  oro. 

YI.  La  estincion  de  las  encomiendas. 

XIV. 

Los  pleitos,  porque  si  los  hombres,  i  en  espe- 
cial los  chilenos,  pelean  poruña  raja  de  leña  en  la 
montaña  o  un  almud  de  trigo  en  la  era,  o  lo  que  es 
mas  común,  por  una  cerca  vieja  en  los  potreros,  por 
el  oro  han  acostumbrado  matarse. — California  en- 
jendró  junto  con  el  oro  el  revólver,  esto  es,  el  arte 
de  matar  aprisa. — «(Está  también  de  manifiesto, 
decia  un  acuerdo  del  comercio  de  Santiago  del  4  de 
enero  de  1754,  que  si  alguna  miña  descubre  buenos 
metales,  la  codicia  de  todos  lo  reduce  todo  a  pleitos, 
en  cuya  profesión  se  gasta  mas  de  lo  que  se  da.» 

XV. 

La  segunda  plaga  del  oro,  después  de  la  del  papel 
sellado,  de  los  tinterillos  i  de  los  abogados  «los 
doctores  Las  Peñas»  del  coloniaje,  era  la  cangalla, 
i  el  robo  de  metales  en  las  canchas  de  las  minas. — 
Ya  hemos  dicho  como  se  perseguía  este  fraude  en 
Copiapó  a  mediados  del  siglo  pasado;  pero  contra 
la  tentación  del  oro  en  polvo  no  hai  al  parecer 
remedio  humano.  -El  rei,  es  cierto,  castigaba  al 
que  le  robaba  en  sus  canchas,  es  decir,  en  el  vo- 
lante de  la  Moneda,  con  la  pena  de  muerte.  Pero 


—  261  — 

los  pobres  mineros  de  Chile  no  eran  reyes  para 
defenderse  con  la  horca.  I  era  mucho  que  tuvieran 
a  su  disposición  el  rollo....  (1) 

XVI. 

La  tercera  causa  eficaz  que  esterilizaba  la  pro- 
ducción del  oro  en  Chile  no  era  en  realidad  la  es- 
casez de  operarios,  que  abundaba  en  el  reino  según 
las  palabras  del  tesorero  Madariaga,  sino  con 
mucha  mayor  eficacia  su  ignorancia,  su  falta  de 
capital  i  de  utensilios,  junto  con  la  tiranía  de  los 
cambistas 'que  imponían  a  los  infelices  labriegos 
la  lei  de  su  usura  o  su  capricho.  No  habia  compe- 
tencia, porque  habia  monopolio. 

No  tenían,  ala  verdad,  mas  medios  de  producción 
los  mineros  de  aquel  tiempo  que  la  barreta  cuando 
el  fierro  costaba  tanto  como  la  plata,  ni  mas  ma- 

(1)  «En  cédula  de  22  de  marzo  de  1786  se  mandó  ejecutar  en 
Indias  la  pena  de  muerte  que  las  leyes  de  Castilla  imponen  con- 
tra los  operarios  y  empleados  de  las  casas  de  moneda  de  Indias 
que  roban  el  oro  o  plata  de  ellas. 

»Pero  debe  tenerse  muy  presente,  que  sucedido  posteriormente 
eu  la  misma  casa  de  Méjico  donde  acaeció  el  robo  que  motivó  la 
anterior  resolución,  otro  de  unos  pedazos  de  rieles,  S.  M.  en  cé- 
dula de  11  de  junio  de  1792  se  sirvió  declarar,  que  la  pena  de  la 
ley  de  Castilla  no  comprende  los  robos  de  metal  en  ¡teísta,  sino 
la  saca  de  moneda  empezada  y  no  acabada  y  librada  por  el  te- 
soro, y  que  en  este  delito  y  no  en  aquel  debe  solamente  ejeca- 
tarse  la  pena  capital,  conforme  a  la  lei. d  -  {Leyes  de  Indias,  nota 
.3.'^  al  t.  23,  lib.  4.°) 


—  262  — 

quinaria  que  el  trapiche  primitivo,  ni  mas  utensilio 
que  la  batea,  ni  mas  capital  que  su  sudor,  ni  mas 
cajón  de  seguridad  que  el  buche  de  las  gallinas, 
preparado  para  convertirlo  en  diminutos  receptá- 
culos de  oro  cuando  no  eran  las  criadillas  de  los 
carneros  o  el  cañón  de  las  plumas  de  ganso  los 
que  le  servían  para  almacenarlos... 

Por  lo  jeneral,  los  mineros  trabajaban  personal- 
mente sus  labores,  por  temor  de  que  los  peones 
les  robasen  el  oro,  como  aconteció  en  el  caso  famo- 
so de  los  siete  escomulgados  del  Bronce  de  Petorca. 

XVII. 

Ni  el  gobierno  jeneral  del  reino,  i  ni  los  avaros 
correjidores  de  partido,  se  preocupaban  tampoco 
en  lo  menor  de  ofrecer  algún  intelijente  estímulo  a 
la  industria;  i  hai  constancia  de  que-en  tiempo  del 
presidente  Concha,  a  principios  del  siglo  XVIII, 
no  se  podian  beneficiar  las  ricas  minas  de  plata  de 
San  Pedro  Nolasco  en  el  cajón  de  Maipo,  porque 
nadie  se  cuidaba  de  hacer  venir  azogue  de  Huan- 
cavélica,   que  era  monopolio  del  rei  i  do  Potosí. 

Solo  durante  el  gobierno  del  ilustre  Manso,  el 
mejor  i  el  único  administrador  que  tuvo  la  Espa- 
ña en  Chile,  con  escepcion  de  don  Am.brosio 
O'Higgins,  se  concedió  alguna  atención  al  laboreo 
i  réjimen  de  las  minas  de  oro,  según  Jo  notamos  al 
hablar  de  Copiapó,  en  1740.  «Todas  estas  minas 


—  263  — 

de  Chile,  decían  ]>or  este  motivo  con  justicia  en 
sns  Noticias  secretas  los  viajeros  españoles  tantas 
veces  citados,  que  en  esa  misma  época  visita- 
ron este  reino,  estuvieron  totalmente  abandonadas 
hasta  que  en  los  años  de  1728  empezaron  a  ha- 
cerse en  ellas  algunas  labores:  estas  fueron  ade- 
lantándose poco  a  poco,  i  entrando  la  emulación 
entre  aquellas  jentes,  procuraron  poner  corrientes 
muchas  de  las  que  estaban  entregadas  al  olvido  i 
a  la  omisión.»  (1) 

I  esta  era  la  cuarta  causa  del  abatimiento  de  las 
minas  de  oro. 

XVIII. 

Figura  como  la  quinta  causa  del  atraso  de  la 
producción  en  suelo  tan  rico  de  suyo  como  el  de 
Chile  en  pastas  metálicas,  el  bajo  precio  que  en 
primer  término  los  cambistas  locales  i  en  seguida 
los  mercaderes  de  Lima  pagaban  por  su  rescate  de 
oro  al  infeliz  minero,  a  título  de  que  el  metal  no 
era  bastante  puro  i  acendrado,  o  porque  en  reali- 
dad los  mineros  de  aquel  tiempo  no  sabian  resfo- 
gar  sus  pinas  por  los  métodos  adelantados  que  hoi 
se  emplean.  Uno  de  los  medios  mas  usuales  para 

(1)  Obra  citada,  páj.  568. — Según  Madanaga,lo8  quintos  rea- 
les que  antes  de  esa  época  estaban  arrendados  en  el  obispado  de 
Santiago  en  la  miserable  suma  de  4,50o  pesos,  se  remataron  por 
algo  más  del  doble,  esto  es,  por  9,188  pesos  duante  el  gobierno 
de  Manso. 


—  264  — 

dí^jDurar  el  oro  i  estraer  el  azogue  de  la  amalgama, 
era  escupir  con  tabaco  las  pellas  al  machacarlas  en 
una  piedra,  a  fin  de  «botar  las  mugres;»  i  por  este 
beneficio,  que  muchos  practican  todavía,  se  com- 
prenderá cuan  intenso  era  el  atraso  de  la  industria 
del  oro  i  cuan  crecidas  sus  mermas.  No  por  esto 
dejaban  de  lucrar  con  él  el  minero,  el  cambista  lu- 
gareño, el  mercader  de  la  capital  o  del  puerto,  el 
naviero  i,  sobre  todo,  el  feudatario  limeño.  A  la 
verdad,  era  Lima  en  esos  años  el  pozo  i  el  arca 
que  absorvia  toda  la  sustancia  de  este  suelo  escla- 
vo suyo,  que  hoi  se  ha  trocado  en  vengador  i  en 
señor. — «No  es  obstáculo  la  merma  del  oro,  de- 
cían a  este  propósito  los  autores  de  las  Noticias 
secretas  de  América,  para  que  queden  ganancias 
mui  suficientes  para  los  que  compran  oro  en  Chi- 
le i  lo  llevan  a  vender  a  Lima.» 

xrx. 

La  sesta  causa  que  influyó,  aun  dentro  de  la  co- 
lonia i  de  sus  escasísimos  medios  de  esplotacion, 
en  la  disminución  del  oro,  fué  la  casi  absoluta  es- 
tincion  queesperimentó  el  trabajo  servil  por  el  aca- 
bamiento total  de  los  indios  de  encomienda  desde 
la  medianía  del  siglo  XVIII.  En  un  artículo  que 
en  1878  publicamos  sobre  el  orijen  del  nombre  de 
Chile  (1),  dimos  cuenta  de  la  mísera  condición  que 


(1)  Eelaciones  Históricas.  1.*  serie. 


—  265  — 

arrastraban  a  principios  del  presente  siglo  los  pue- 
blos de  indios,  que  mas  bien  debieron  llamarse  «co- 
munidades de  libertos.))  Mas  para  que  el  lector  se 
forme  una  idea  dv^  los  estragos  que  hablan  hecho 
en  la  raza  indíjena  desde  Copiapó  al  Maule  las  vi- 
ruelas i  el  látigo,  la  codicia  i  el  oro,  será  suficien- 
te recordar  aquí  el  dato  iuédito  que  apunta  el 
tesorero  Madariaga  en  su  relación  citada,  según  la 
cual,  en  1744  los  mayores  feudataríos  de  Santiago 
tenian  en  sus  haciendas  indios  de  encomienda  en 
la  forma  que  vamos  a  espresar. — El  marques  de 
Villapalma,  don  Diego  de  Encalada,  33  indios  en 
Codao.  Don  Diego  Salinas,  en  la  Angostura  de 
Paine,  3.  Don  José  Aldunate  en  Chada,  4.  Don 
José  Nicolás  de  la  Cerda,  3,  i  don  Juan  Francisco 
Larrain  en  Acúleo,  un  indio....  I  en  esto  hablan 
venido  a  parar  los  diez  mil,  los  veinte  mil,  los  cien 
mil,  ios  «doscientos  mil  indios  de  encomienda))  i 
sacadores  de  oro  de  que  hablan  los  viejos  cronis- 
tas en  diversas  comarcas  de  Chile! 

XX. 

No  concluiremos  este  capítulo,  destinado  mas  a 
las  curiosidades  del  oro  que  a  su  producción  i  a 
su  estadística,  sin  mencionar  siquiera  algunos  de 
los  predecesores  que  en  materia  de  inventos  o  de 
hallazgos  de  oro  tuvo  el  insigne  químico  alsaciano 
don  Alfredo  Paraff  en  el  último  tercio   del  siglo 

LA   E.    DEL   O.  3-4 


«inconvertible»  en  que  vivimos.  T  entre  los  pri- 
meros de  aquellos  augures  de  las  ciencias  incóg- 
nitas figura  un  fraile  que  no  es  ni  el  que  inventó 
la  pólvora  en  Friburgo  ni  aquel  famoso  cura 
de  Potosí,  Alonso  de  Barb-i,  por  cuyo  libro  ofre- 
cieron, en  la  época  de  la  aurífera  locura,  hasta  cinco 
mil  pesos,  por  tenerlo,  i  hasta  mil  solo  por  leerlo 
en  veinte  i  cuatro  horas  (histórico),  sino  un  astuto 
monje  de  Santiago  llamado  frai  Domingo  de  An- 
dia,  quien,  deseando  probablemente  ir  tcde  guerra» 
a  España,  es  decir,  sin  pagar  pasaje  en  los  galeones 
del  rei,  ahorrándose  tres  mil  ducados,  que  era  el 
precio  de  un  camarote  con  derecho  a  dos  años  de 
ración,  escribió  a  S.  M.  una  carta  por  el  año  1618, 
anunciándole  que,  si  lo  llamaba  a  sus  reinos,  le 
revelarla  un  secreto  por  el  (iual  lucrarla  su  exhaus- 
to er¿irio  dos  millones  de  ducados  en  cada  año  i  por 
término  indefinido. 

Era  el  soberano  austríaco  de  aquella  época  el 
beato  don  Felipe  III;  pero  no  cayó  en  la  trampa 
del  fraile  mercedario  con  la  fixcilidad  que  otros 
en  la  del  hábil  químico  de  Mulusa,  porque  S.  M. 
escribió  al  gobernador  de  Chile,  el  buen  don  Lo- 
pe de  Lemus,  que  también  era  beato,  no  le  envia- 
se al  fraile  «porque  agora  (así  dice  una  real  cé- 
dula de  3  de  junio  de  1620  que  existe  en  el  ar- 
chivo de  la  Curia  de  Santiago)  no  conviene  que 
este  relijioso  venga  a  estos  reinos».  Pero  al  mis- 
mo tiempo  agrega,  con  la  sospecha  del  que  codi- 


—  267  — 

cia  i  espera...  «quesera  bueno  reducir  el  fraile  mis- 
terioso a  clausura  para  arrancarle  su  secreto,  bajo 
precepto  de  obediencia,  i  si  por  ese  camino  nada  se 
obtuviese,  habria  de  ocurrirse  a  medios  persuasi- 
vos, haciéndole  ver,  que  se  tendrá  de  él  la  cuenta 
que  es  justo  i  se  le  agr£idecerá  como  lo  verá  por 
los  efectos»...  Concluia  el  cauto  rei  recomendando 
a  su  lugarteniente  en  Chile  pusiera  manos  a  la 
obra  con  urjencia,  tanto  cuanto  «la  nece'sidad 
obliga» 

XXI. 

Mencionan  también  otros  papeles  que  orij  i  na- 
les tenemos  a  la  vista  i  de  diversa  procedencia,  a 
un  don  Miguel  Blanco  que  pidió  permiso  i  plazo 
de  dos  años  al  virei  Guirior  para  fundir  metales 
preciosos  a  fuego;  un  apreciable  caballero  de  San- 
tiago que  propuso  al  presidente  O'Higgins  el  be- 
neficio de  las  mismas  sustancias  por  medio  de  un 
menjurje  parecido  a  lalejia,  i  al  caballero  don  Jo- 
séJoaquin  Fernandez  de  Palazuelos,  que  en  1778 
pasó  a  Potosí  para  venir  a  enseñar  a  los  copiapi- 
nos  el  arte  de  Alonso  de  Barba  i  que,  sin  la  fama  i 
el  lustre  de  su  maestro,  murió  como  Juan  Godoi, 
en  suma  indijencia  i  en  la  patria  del  último,  en 
1783.  ¡La  eterna  opaca  estrella  que  alumbra  a 
los  descubridores! 


268  — 


XXII. 


Pero  de  todo  esto,  que  mas  pertenece  al  reino 
de  la  plata  que  al  del  oro,  habremos  de  ocupar- 
nos en  libro  por  separado,  conforme  a  nuestra 
promesa,  así  como  de  las  curiosas  pruebas  i  mali- 
cias a  que  dio  lugar  la  enseñanza  técnica  de  la 
esplotacion  i  beneficio  de  aquel  metal  en  Potosí  i 
en  Lima,  arte  que  vino  a  enseñar  a  los  criollos  ame- 
ricanos el  insigne  mineralojista  alemán  i  barón  de 
Nordcnflyclit,  cuyos  nietos  vagan  hoi,  como  el  Fer- 
nandez Palazuelo  de  Potosí  i  como  el  Juan  Go- 
doi  de  Chañarcillo,  a  manera  de  sombras  entre 
las  sombras. 

XXIII. 

Debiéramos,  por  el  orden,  la  lójica  i  la  carátu- 
la del  presente  libro  ponerle  aquí  término,  por 
cuanto  hemos  llegado  en  el  camino  de  las  demos- 
traciones i  de  las  pruebas  a  la  cima  reluciente  en 
que  el  oro  de  Chile  ostentó  su  mayor  edad  i  su 
mayor  pujanza,  en  aquel  año  del  presente  siglo 
que  se  ha  mirado  como  la  cuna  de  la  independen- 
cia política  de  la  república. 

En  esa  cima  culminó  la  edad  de  oro  a  que  es- 
tas pajinas  están  consagradas;  i  si  hubiéramos  de 
descender  por  la  pendiente  llevados  solo  del  pro- 


—  269  — 

pósito,  a  nuestro  ánimo  vedado  en  lo  absoluto,  de 
aconsejar  empresas  temerarias  o  prestar  alas  a 
sórdidas  especulaciones,  de  seguro  no  pasaríamos 
adelante,  dejando  así  fielmente  cumplido  nuestro 
empeño  para  con  el  lector  i  el  patriota,  con  el 
minero  i  el  lejislador. 

Mas  como  los  posteriores  descubrimientos  de 
California,  de  Australia  i  de  la  Nueva  Zelanda 
han  sido  hecbos  i  esplotados  bajo  leyes,  costum- 
bres i  sistemas  enteramente  diversos  de  loR  que 
rijieron  la  esplotacion  servil  del  oro  de  Chile  du- 
rante sus  tres  períodos  de  crecimiento,  que  se 
dilatan  desde  Diego  5e  Almagro  adon  Mateo  To- 
ro Zambrano — el  Descubrimiento — la  Conquista 
— la  Colonia, — será  fuerza  prolonguemos  todavía 
un  tanto  nuestra  fatiga,  a  fin  de  sacar  airosa,  sino 
triunfante,  la  innovación  nacional  que  hemos  pro- 
puesto a  una  rama  del  Congreso,  i  cuyo  proyecto 
de  lei  es  el  motivo  i  la  eficacia  esclusiva  de 'este 
libro. 


CAPITULO  X. 


LA  DECREPITUD  DE  LA  EDAD  DEL  ORO  EN  CHILE. 

Influencia  esterilizadora  de  la  guerra  de  la  independencia  en  la  producción 
del  oro. — Ocultación  de  capitales  i  dismffiucion  de  brazos.— Decreto  de 
la  junta  de  1813  en  favor  de  los  mineros. — La  producción  del  oro  decae 
a  la  mitad  en  1814,  i  en  1821  casi  no  hai  pastas  que  amonedar. — Cua- 
dro de  la  amonedación  del  oro  desde  1818  a  1821. — La  amonedación  des- 
ciende a  400  marcos  por  año  en  1830  i  1831,  años  de  esterilidad  para 
Chile. — Demostración  del  oro  amonedado  en  Santiago  desde  1822  a 
1830.— Gabelas  que  gravan  la  esportacion  del  oro,  i  sus  atenuaciones  en 
1832. — Se  aumenta  en  este  año  el  precio  de  compra  de  oro  en  la  casa 
de  Moneda  i  la  venta  se  quintuplica. — Intluencia  adversa  de  los  descu- 
brimientos de  plata  de  Arqueros  i  Chañarcillo  en  la  producción  del 
oro.— «El  libro  de  la  Plata.» — Cálculo  de  la  producción  del  oro  desde 
1844  a  1875. — Casos  de  esplotaciones  ricas  de  oro  de  1830  a  44. — El 
yankee  Yansen  en  Yaquil. — El  oro  en  la  rejion  central  desde  Acúleo  a 
«Las  Palmas»  en  el  departarmento  do  Curicó. — «El  hoyo  de  la  Vieja,» 
en  el  San  Critóval. — Las  tierras  auríferas  de  Peñuelas  en  1840-44. — 
Oro  chileno  amonedado  en  el  trienio  de  1879-80-81,  según  Brieba.-- 
Condensacion  de  la  producción  de  treinta  lugaren  diferentes  en  los  últi- 
mos tres  años. — Amonedación  del  oro  de  Catapilco,  de  Llampaico, 
de  Niblinto  i  de  Lebu. — El  oro  en  Illapel  durante  el  invierno  de  1881,  i 
minas  qne  en  ese  departamento  existen  i  se  trabajan. — Descubrimientos 
auríferos  de  California,  i  cómo  éstos  redundan  en  daño  directo  de  la  pro- 
ducción del  oro  en  Chile. — La  tercera  edad  del  oro  en  California,  i  có- 
mo esta  nueva  faz  de  la  industria  ha  abierto  nuevos  horizontes  a  la 
esplotacion  del  oro  eel  país. 

«Una  de  las  provincias  mas  opulentas 
de  oro  que  se  an  descubierto  en  la  Améri- 
ca es  el  Reyno  de  Chile,  y  en  tiempos 
passados  fueron  muchíssimos  los  minerales 
que  se  labraron,  porque  todos  los  pueblos 
y  lugares  tenían  minas  riquissimas  en  sus 
distritos,   unas   halladas  por  arte   i  otras 


—  211  — 


por  fortuna;  i  eí  mayor  número  manifesta- 
ron las  corrientes  de  las  aguas  que  se  des- 
cuelgan en  las  serranías,  robando  las  prime- 
ras capas  de  tierra;  otras  p)or  los  pedazos 
de  los  cerros  que  se  derrumbaron  con  los 
temblores,  enfiaqueciéndose  los  cimientos  en 
que  estribaban., — Diego  de  Rosales.  HiSTO- 
UE  Chile,  lib,  1,  cap.  V.) 

«¡Cuántas  riquezas  minerales  están  se- 
pultadas hajo  las  arenas  o  espuestas  a  la 
mirada  atónita  del  intelijente  viajero'  El 
oro  se  encuentra  al  N.  N.  O.  de  Tres  Pun- 
tas, sobre  la  pendiente  de  los  Andes  i  en 
las  montañas  de  la  costa  cerca  del  puerto 
de  Taltal,  así  como  las  que  rodean  al  nor- 
te el  valle  arenoso  donde  se  pierde  el  rio 
deJiCopiapó.»  {Vicente^  Pérez  Rosales. — 
Ensayo  sokre  Chile,  páj.  411). 


I. 


La  guerra  de  la  Independencia  produjo  en  Chi- 
le sobre  el  oro  una  revolución  semejante  a  la  que 
habia  traido  aparejada  la  guerra  de  la  rebelión  in- 
díjena  en  los  comienzos  del  siglo  XVII. 

Paralizó  casi  por  completo  la  industria  de  su 
esplotacion  i  de  su  beneficio. 

I  ello  era  natural  i  en  realidad  inevitable,  por- 
que todas  las  industrias  viven  de  la  paz;  i  ningu- 
na con  mas  especialidad  que  el  oro,  en  razón  de 
su  estraordinario  valor,  de  las  dificultades  de  su 
estraccion,  de  los  riesgos  continuos  de  su  fraude  i 
lo  manual  i  mecánico  de  sus  procedimientos.  A  la 
verdad,  en  la  esplotacion  del  oro  corno  en  la  de  los 
diamantes,  los  rubíes  i  los  záfiros  todo  es  cuestión 
de  confianza  i  desconfianza,  de  economia  i  de  pro- 
digalidad, de  carestia  en  el  precio  i  baratura  en  los 


—  272  — 

procedimientos  i  en  los  jornales.  No  debió  por  esto 
ser  Jason  eltipoauriferode  la  Mitolojía,  sino  Argos. 
I  como  la  guerra  desbarata  todo  esto,  a  la  ma- 
nera de  un  colosal  trapiche  en  que  la  locura  hu- 
mana arroja  todos  sus  tesoros  de  bienestar  i  opu- 
lencia, aconteció  que  la  era  de  la  independencia 
inició  lo  que  podriamos  llamar  con  propiedad  la 
decrepitud  de  la  edad  del  oro,  porque  no  fué  su 
esterilidad  ni  su  agotamiento,  sino  simplemente 
un  período  de  debilidad  i  languidez  de  la  cual,  a 
semejanza  del  ave  férdx,  volverá  tal  vez  a  reco- 
brarse mas  adelante  de  los  tiempos  con  mas  pu- 
jante vuelo  su  industria. 


II. 


Las  batallas  de  la  Patria  vieja  (1813-14),  las 
tiranías  de  la  Reconquista  (1815-16)  i  las  victo- 
rias mismas  de  la  Patria  nueva  (1817-26),  desa- 
rrollaron en  consecuencia  en  nuestro  territorio  el 
mismo  fenómeno  que  la  rebelión  de  Caupolican  i 
de  Lautaro  contra  Valdivia  (1553-1561)  i  la  rui- 
na de  las  siete  ciudades  en  tiempo  de  Oñez  de  Lo- 
yola  (1598-1603). 

Pero  con  esta  notable  diferencia: 

Que  en  aquellos  siglos  el  campo  de  la  esplota- 
cion  vedado  a  la  industria  i  la  codicia,  quedó  ]  e- 
ducido  al  suelo  rico  pero  limitado  de  la  Arauca- 
nia,  al  sur  del  Biobio,  al  paso  que  en  la  guerra  je- 


—  273  — 

neral  de  la  emancipación  las  causas  de  la  paráli- 
sis del  oro  fueron  jenerales  i  afectaron  todo  el 
cuerpo  del  reino. 

La  escasez  de  capitales,  la  timidez  de  los  habi- 
litadores,  la  fuga  i  el  secuestro  de  los  ricos  penin- 
sulares que  hablan  ejercido  casi  esclusivamente  el 
comercio  de  cambiadores  i  de  aviadores  del  oro; 
la  escasez  déjente,  arrebatada  por  las  levas  i  el 
pánico  de  la  guerra;  el  alza  consiguiente  de  los 
salarios,  todo  se  conjuró  contra  el  oro. 

I  por  esto,  en  el  lugar  oportuno  dejamos  com- 
probado con  datos  oficiales  i  autéaticos  que  la 
proporción  del  oro,  que  iba  en  creces  hasta  1810, 
quedó  súbitamente  detenida  como  en  las  crisis  in- 
díjenas  ya  recordadas,  descendiendo  a  casi  la  mi- 
tad de  esa  cifra  su  producción  antigua,  conforme 
a  los  rejistros  de  la  casa  de  Moneda. 


III. 


Clara  cuenta  de  estos  fenómenos  diéronse  los 
primeros  gobiernos  nacionales,  i  entre  otras  me- 
didas de  protección  para  la  decadente  industria 
minera,  la  Junta  que  sabia  i  patrióticamente  rejia 
la  naciente  república  en  1813,  dictó  el  siguiente 
decreto  de  exenciones  i  protección  al  minero: 

(L  Santiago,  mayo  1.°  de  1813. 

Teniendo  el  Gobierno  declarado  de  antemano 

LA    E.  DEL    O.  35 


—  274  -- 

que  los  mineros  que  se  hallen  trabajando  minas 
en  virtud  de  haber  obtenido  merced  del  Tribunal 
Jeneral  o  las  respectivas  diputaciones,  i  sus  ma- 
yordomos i  operarios  i  los  pirquineros  i  cateado- 
res, sean  exentos  de  todo  alistamiento  i  servicio 
de  armas,  conforme  a  lo  prevenido  en  las  orde- 
nanzas de  minería  i  militíir,  i  a  la  utilidad  i  con- 
veniencia que  en  las  actuales  circunstancias  del 
Reino  resulta  al  Estado  del  fomento  i  laboreo  de 
las  minas,  ningún  jefe  militar  molestará  a  estos 
individuos.  Para  que  lo  tengan  entendido,  se  im- 
primirá en  el  Monitor  i  con  esto  se  tendrá  por 
bastante  circular.  —  Ferez.  —  Infante. — Eijzagui' 
rre-))   (1). 

IV. 

No  cesó  por  esto  el  mal,  i  al  contrario,  con  la 
prolongación  de  la  guerra  se  hizo  mas  intenso. 

A  la  verdad,  tres  años  después  de  la  batalla  de 
Maipo  i  pocos  meses  después  de  la  ocupación  de 
Lima  por  el  Ejército  Libertador,  no  habia  casi  oro 
que  amonedar  en  la  callana  de  la  Moneda,  i  en  la 
Gaceta  ministerial  de  aquel  tiempo  hemos  encon- 
trado una  disposición  que  tiene  fecha  de  26  de 
octubre  de  1821,  por  la  cual  se  disponía  que  se 
aumentasen  «los  remaches»,  i  que  cuando  hubiese 
doce  o  quince  tejos  de  oro  juntos,  se  avisase  alpü- 

(1)  Monitor  Araucano,  mayo  de  1813. 


—  275  — 

hlico,  (no  dice  si  por  bando  callejero  o  simplemen- 
te por  avisos),  que  iba  a  «haber  amonedación»,  co- 
mo quien  hubiese  dicho  que  iba  a  «haber  óleo» 

Tan  escaso  habíase  hecho  con  la  guerra  el  precio- 
so metal!  El  fierro  habia  remplazado  al  oro. 

y. 

En  el  lugar  correspondiente  de  este  libro  deja- 
mos en  efecto  asentada  la  escala  ascendente  de  la 
producción  del  oro,  según  los  datos  del  archivo  de 
la  Moneda  hasta  1810,  i  su  escala  descendente  has- 
ta 1817.  1  ahora  habrá  de  ser  de  oportunidad  jus- 
tificar con  números  oficiales  los  conceptos  que 
hemos  venido  emitiendo  i  formar  una  nueva  es- 
cala que  abrace  los  cuatro  años  posteriores  que 
nos  conducirán  al  que  acabamos  de  mencionar. 
He  aquí  esa  triste  proporción: 

Producción  del  oro  conforme  a  las  compras  he- 
chas en  la  casa  de  Moneda  desde  1818  a  1821. 

1818      3,702  marcos. 

1819     4,603       » 

1820     4,290       » 

1821     1,192»     »     (1) 

YI. 

Continuó  desde  esa  época  viviendo  en  estado 

(l^  Estos  datos  fueron  publicados  eu  el  Araucano  niím.  14, 
correspondiente  al  año  de  1831. 


—  276  — 

enfermizo  i  precario  la  industria  del  oro,  i  esto  a  tal 
punto,  que  para  su  amonedacian,  según  el  discurso 
inaugural  del  presidente  Prieto  en  1834,  no  se  ha- 
bia  llevado  a  la  casa  de  Moneda  durante  los  años 
de  1830  i  31,  que  fueron  años  negros  de  esterili- 
dad i  discordia  para  Chile,  sino  932  marcos  de 
oro  en  29  meses,  o  sea  mas  o  menos  400  marcos 
por  año!  I,  como  se  notará,  esto  era  apenas  la  vi- 
jésiraa  quinta  parte  del  rendimiento  acusado  por 
aquel  vehículo  en  1810. 

I  ¡cosa,  a  la  verdad,  harto  en  senadora!  en  el  año 
de  1827,  que  fué  de  intensas  ajitaciones,  casi  no 
hubo  amonedación  (282  marcos)  i  en  el  de  1829, 
que  fué  período  de  sangrientas  revueltas  civiles, 
el  oro  se  escondió  de  tal  manera  en  las  entrañas 
de  la  tierra  o  en  las  gabetas  de  los  cambistas,  que 
no  se  llevó  un  solo  marco  a  los  crisoles  de  la  Mo- 
neda. I  para  justificar  lo  que  decimos  aquí,  va  en 
seguida  la  demostración,  conforme  a  los  libros  de 
compra  de  la  casa  de  Moneda  durante  el  nove- 
nario de  años  corridos  desde  1822  a  1830,  con  los 
precios  respectivos  de  su  adquisición: 

Marcos  de  oro.  Su  importe  en  pesos. 

1822  3873   527.278 

1823  2300   313.160 

1824  1388   189.001 

1825  1152.7  156.953 

1826  1294.4  116.220 

1827  282   33.390 


—  277  — 

1828  565.7 77.031 

1829  (No  hubo  amonedación). 

1830  410.1.6 55.937 

YII. 

Llegó  ciertamente  la  disminución,  sino  propia- 
mente en  el  rendimiento  del  oro,  en  su  venta  an- 
tigua i  cuotidiana,  a  tal  estado  durante  los  últimos 
años  marcados  en  el  cuadro  anterior,  que  hízose 
preciso  dictar  una  lei  nacional  aumentando  el  pre- 
cio de  compra  del  oro  a  136  pesos  el  marco  de  22 
quilates,  i  esta  medida  produjo  resultados  prontos 
i  favorables,  fl) 

Según  el  testimonio  del  ministro  Renjifo,  autor 
de  esta  cuerda  medida,  la  venta  del  oro  a  la  ca- 
sa de  Moneda  se  cuadruplicó  en  el  acto,  porque  en 
9  meses  pasaron  por  sus  balanzas  1,790  marcos. 
El  beneficio  neto  que  la  casa  de  Moneda  dejó  en 

1831  al  erario  fué  de  19,646  pesos,  o  sea  la  mitad 
de  lo  que  a  fines  del  siglo  pasado  rendia  al  rei.  En 

1832  la  venta  fué  mas  o  menos  la  misma  i  aun 
esperimentó  una  corta  merma,  19,536  pesos. 

YIII. 

Era,  entretanto,  el  aumento  de  venta  del  oro  al 

(1)  Lei  de  23  de  agosto  de  1832.  Boletín  de  las  Leyes,  lib.  V. 
núm.  7. 


~  278  — 

laboratorio  de  la  casa  de  Moneda  de  Santiago  que 
acabalónos  de  señalar,  prueba  palmaria  de  que  el 
oro  no  habia  disminuido  ni  como  criadero  ni  co- 
mo metal  de  veta  en  las  entrañas  del  país,  sino  que 
su  disminución  en  el  mercado  obedecía  a  causas  i  a 
perturbaciones  económicas  que  nada  tenian  que 
hacer  con  su  sustancia  intrínseca.  I  en  esto  esta- 
ban de  acuerdo  todos  los  hombres  observadores  i 
aun  los  murmuradores  de  profesión  o  de  desquite 
que  en  aquellos  tiempos  visitaron  esta  apartada 
tierra, — Caldcleugh,  que  se  hizo  después  vecino  de 
Chile  por  el  oro,  el  cáustico  John  Miers,  que  trajo 
de  Inglaterra  una  maquinaria  completa  de  amo- 
nedación, el  mineral oj i sta  Schmidtmeyer  i  hasta 
la  varonil  i  en  cierta  manera  ahombrada»  María 
Graham. 

I  aunque  de  todos  estos  viajeros  i  de  otros  que 
recorrieron  los  valles,  ciudades  i  páramos  de  Chile 
hurgueteándolo  de  arriba  abajo,  habremos  de  ocu- 
parnos en  el  libro  jemelo  del  presente  i  ya  ofreci- 
do como  su  natural  compañero  con  relación  a  la 
plata,  que  en  Chile  fué  albacea  del  oro,  no  pode- 
mos menos  de  citar  aquí  la  opinión  del  primero 
respecto  a  la  decadencia  del  metal  rei. — «Su  prin- 
cipal decadencia,  decia  Mr.  Caldcleugh  (después 
«don  Alejandro  Caldéelo-»)  en  1821,  i  como  hom- 
bre entendido  en  el  oficio,  proviene  de  la  deficien- 
cia del  capital,  mal  que  la  revolución  ha  aumen- 
tado, por  cuanto  los  principales  poseedores  del 


—  279  — 


dinero  eran  españoles,  i  éstos,  lejos  de  proseguir 
en  especulaciones  mineras,  se  empeñaron,  al  con- 
trario, en  desprenderse  de  ellas.»  (1) 


IX. 


Visitando  en  1821,  a  su  paso  de  Valparaíso  a 
Santiago,  el  trapiche  de  Curacaví,  cuyos  escombros 
dijimos  antes  conocimos  en  nuestra  niñez,  el  via- 
jero ingles  de  que  venimos  ocupándonos  presajia- 
ba  melancólicamente  i  para  dentro  de  breve  plazo 
su  completa  paralización,  no  por  faifa  de  oro 
(oro  de  Caren  i  Colliguay)  sino  por  falta  de  bra- 
zos i  de  salarios.  I  así  aconteció. 

Igual  pronóstico  formulaba  tres  o  cuatro  años 
mas  tarde  el  descontentadizo  e  impertinente  me- 

(1)  «The  chief  falling  off,  therefore,  has  heen  owing  to  a  defi- 
cience  of  capital,  wich  the  revolutioii  has  naturally  much 
aggravated;  for  the  chief  capitalist  were  oíd  spaniardj,  who,  ins- 
tad of  investing  their  funds  in  speciilatioas  of  this  sort,  were 
rather  calculating  how  to  withdraw  and  conceal  them». — (A 
Caldcleugh.  Travelsin  South  America,  1S19-20~81.  Londres 
1825,  vol.  II.  páj.  363.) 

Mr.  Caldcleugh  vino  a  Chile  como  ájente  de  las  famosas  com- 
pañías inglesas  que  malbarataron  millones  de  millones  de  li- 
bras esterlinas  en  empresas  ideales  i  en  una  especie  de  delirio  que 
recuérdala  fiebre  aurífera  de  1877-78.  Pero  de  sus  apreciaciones, 
así  como  la  délos  ajentes  Andrews,  Head,  Cameron,  Schmidtme- 
yer,  Barry  i  otros,  habremos  de  hablar  con  esteusion  en  la  obra 
que  probablemente  llamaremos  el  Libro  de  la  Plata,  como  el 
presente  pudo  llamarse  Liber  aureolus. 


—  280  — 

cánico  John  Miers,  el  viajero  que  mas  desaforada- 
mente haya  calumniado  a  Chile,  respecto  de  los 
lavaderos  de  oro  en  jeneral,  cuando  decia  que 
la  alza  sucesiva  del  salario  i  las  ocasiones  de  me- 
jores industrias  i  mayores  provechos,  esterilizarían 
por  completo  la  producción  de  esa  antes  fácil  i 
barata  fuente  de  riquezas  para  los  «bárbaros  chi- 
lenos» (1). 

X. 

La  verdad  era  que  el  oro  dejaba  de  cosecharse, 
pero  no  habia  cesado  de  existir  ni  en  el  campo  ni 
en  la  troj.  I  la  prueba  de  ello,  era  que  no  obstan- 
te el  cúmulo  de  dificultades  nacidas  de  la  situa- 
ción, el  oro  continuaba  esportándose  gracias  a  la 
libertad  de  comercio,  habiendo  desaparecido  la 
pauta  antigua  de  la  amonedación  que  era  la  única 
estadística  aproximativa  de  la  colonia. 

Miers,  que  deprime  sistemáticamente  todo  lo 
que  pertenecía  a  Chile  (porque  no  le  compraron 
sus  máquinas....),  reconoce  que  la  producción  del 
oro  podia  estimarse  en  los  años  de  su  residencia 
en  Concón  (1822-24)  en  cinco  mil  marcos  por 
año,  i  en  el  estudio  publicado  en  el  Araucano 
núm.  14,  a  que  hemos  ya  aludido,  se  afirma  que  la 

(1)  «Wheu  ever  labour  becomes  more  valuable,  and  greater 
incitemeats  lead  the  uncimlized  Chileno  to  more  active  employ- 
ments,  gold  washing  mili  never  be  rcorth  following,^ — Miérs. 
Travels  in  Chile  and  La  Plata,  London  1826,  vol.  II.  páj.  399.) 


—  281  — 

producción  del  oro  desde  1803  a  1830  no  fué  in- 
ferior a  diez  millones  de  pesos. 

Mas,  como  era  natural,  casi  en  su  totalidad  el 
dúctil  metal  salia  por  alto,  es  decir,  se  esportaba 
de  contrabando,  no  obstante  las  absurdas  trabas 
impuestas  por  las  leyes  antiguas  i  modernas  a  su 
libre  jiro  en  el  país. 


X[. 


A  fin  de  obviar  en  parte  los  inconvenientes  de 
esta  esportacion  que  seguia  llamándose  todavía 
clandestina,  se  dictó  el  5  de  febrero  de  1835  un 
decreto  por  el  cual  se  aboban  las  estrechas  corta- 
pisas impuestas  a  su  jiro  interno,  dejándolo  com- 
pletamente libre  de  contribuciones  guias  i  torna- 
guias  que  el  contrabando  eludia  cada  hora.  (1) 


(1)  Por  decreto  de  21  de  setiembre  de  1832,  el  ministro  Reii- 
jifo  habia  ordetiado  que  los  remisores  del  oro  enviado  a  las  adua- 
nas marítimas  o  terrestres  del  país  (así  como  las  dueños  de  re- 
mesas de  plata)  estavieseu  sujetos  a  justificar  que  no  lo  espor- 
taban al  estranjero,  por  medio  de  torna-guias  que  debían  presen- 
tar bajo  severas  penas  en  el  término  de  tres  meses. 

En  el  caso  de  ^no  justificar  que  hubiesen  vendido  el  oro  i  la 
plata  a  la  casa  de  Moneda  o  no  habían  convertido  esas  pastas  en 
alhajas  o  en  vajilla,  deberían  pagar  los  derechos  establecidos 
para  la  salida  de  uno  í  otro  metal. 

El  decreto  de  1835  abolió  estas  gabelas  en  la  parte  en  que  se 
referían  al  oro  respecto  a  su  jiro  interno;  pero  dejólas  subsisten- 
tes en  lo  que  se  refería  a  su  curso  por  las  aduanas  marítimas. 
LA  E.    DEL  o.  36 


—  282  — 


XII. 


Tocio  esto  no  obstante,  prosiguió  el  oro  su  curso 
subterráneo,  engrosando  el  caudal  estranjero,  sin 
pasar  por  los  cilindros  de  la  casa  de  Moneda  ni 
por  las  pólizas  de  las  aduanas.  I  esto  era  a  tal 
punto  en  los  años  que  se  llamaron  en  Santiago  del 
«hoyo  de  la  vieja»  i  en  Valparaíso  de  las  «tierras 
auríferas  dePeñuelas))  (1840-1844:),  que  un  minero 
yankee  llamado  don  Zacarías  Yance  sacó,  confor- 
me a  su  nombre,  del  mineral  de  Yaquil,  i  especial- 
mente de  lamina  de  Cocinilla,  en  los  cerros  aurí-. 
feros  que  rodean  a  San  Fernando  i  a  Nancagua, 
no  menos  de  150  mil  pesos  que  remitió  directa- 
mente a  su  pais,  donde  se  fué  a  gozarlos  (1) 

(1)  Este  dato  uos  ha  sido  comuaicado  por  nuestro  ilustrado 
amigo  el  doctor  don  Wenceslao  Diaz. 

Según  las  observaciones  personales  de  este  distinguido  natu- 
ralista, toda  la  rejion  montañosa  del  centro  comprendida  entre 
el  Cachapoal  i  el  Teño  ha  sido  i  puede  ser  todavía  abundantísi- 
ma en  oro,  i  esto  lo  confirman  no  solo  las  minas  de  oro  que  dan 
vista  a  San  Fernando  sino  los  minerales  de  Yaquil,  Apalta  i 
Pichidegua  de  que  habla  Olivares  i  otros  historiadores  del  siglo 
XVIII.  Según  el  doctor  Diaz,  que  visitó  en  1861  la  hacienda 
de  Las  Palmas,  ubicada  en  el  centro  de  ese  nudo  monta- 
ñoso en  el  departamento  de  Curicó,  todas  las  quebradas  arras- 
tran oro  i  existen  en  ellas  todavía  los  vestijios  de  trapiches  an- 
tiguos. Cuando  nosotros  hicimos  la  visita  oficial  de  la  provincia 
eu  1874,  un  clérigo  italiano,  llamado  Quagliotini,  habilitado  por 
el  gran  minero  chileno  don  José  Tomas  Urmeneta,  trabajaba  mi- 


—  283  — 

En  jen  eral  toda  la  hoya  que  formaba  hasta  hace 
pocos  años  la  laguna  de  Tagua-Tagua  era  podero- 
samente aurífera,  i  allí  está  todavía  Milla/me  que 
quiere  decir  lugai^  de  oro  para  justificar  la  tradi- 
ción indíjena  del  ioro  de  los  cachos  de  oro  de 
Tagua-Tagua 

XIII. 

Una  nueva  causa  vino  a  debilitar  la  producción 
del  oro  en  Chile,  como  habia  acontecido  antes  en 
Méjico  i  en  el  Perú, — los  grandes  descubrimien- 
tos arjentíferos  de  Arqueros  en  1824  i  los  de  Cha- 
ñarcillo  poco   mas  tarde.  Los  mineros  de  todo  el 

ñas  de  oro  en  los  cerros  de  Acúleo,  que  según  Pissis  forman  parte 
de  ese  nudo  central,  i  tenia  trapiche  de  oro  en  Valdivia,  junto  al 
Maipo. 

En  cuanto  a  la  tradición  del  «hoyo  de  la  vieja»,  fué  una  fábu- 
la aurífera  que  raetió  mucha  bulla  en  SantiafTO,  asegurándose 
que  una  vieja  habia  descubierto  en  el  cerro  de  San  Cristóbal, 
allá  por  el  año  de  1840,  una  mina  de  oro  que  era  toda  de  metal 
macizo  i  de  22  quilates » 

Lo  de  las  tierras  auríferas  de  Peñuelas.  que  enloquecieron  al 
mismo  tiempo  a  santiaguinos  i  porteños,  fué  también  una  patra- 
ña como  la  de  Paraff;  pero  en  los  dias  de  su  voga  escasearon  en 
las  dos  ciudades  las  tazas  de  lavatorio,  i  aun  otros  tiestos  de  mas 
humilde  uso,  porque  todos  pasaban  de  cabeza  dia  i  noche  lavan- 
do las  tierras  que  en  costales  traian  de  la  vecindad  de  Casablan- 
ca.  Nosotros,  que  como  niños  andábamos  en  ello,  lavando  i  des- 
parramando tiestos,  recordamos  perfectamente  haber  visto  al 
jeneral  don  F,  A.  Pinto  haciendo  igual  operación  en  mangas  de 
camisa, 


—  284  — 

pais  acudieron,  Terificándose  el  fenómeno  que  hoi 
mismo  se  esperimenta  en  California,  respecto  de 
Nevada,  Arizona  i  Colorado,  a  los  nuevos  veneros 
con  su  industria,  sus  capitales  i  sus  brazos.  I  de  esta 
suerte  Chañarcillo.  como  la  prodijiosa  mina  de 
Comstock  en  1861,  creó,  mas  que  la  alianza,  la  ri- 
validad del  oro  i  de  la  plata  i  del  sistema  bimetá- 
lico que  hoi  está  a  la  orden  del  día  de  los  gobier- 
nos i  de  los  economistas.  Según  el  apreciable  jeó- 
grafo  chileno  Cuadra,  la  producción  del  oro  al 
menos  en  sus  comprobaciones  estadísticas,  comen- 
zó a  disminuir  de  tal  suerte  en  Chile,  que  desde 
1844:  a  1875  solo  se  han  computado  2.017,364  pe- 
sos. Según  este  mismo  autor  en  1864  se  esportó 
al  estranjero  un  valor  de  18,802  pesos  en  oro 
en  polvo  i  768,745  pesos  en  oro  sellado:  total 
787,647  pesos.  El  señor  Cuadra  fija  para  esa  épo- 
ca un  ancño  márjen  a  la  incierta  producción  del 
oro,  esto  es,  de  2  a  4,000  marcos  por  año.  (1) 

(1)  Por  este  mismo  tiempo  se  fijó  por  decreto  de  27  de  mayo 
de  1864  el  premio  de  la  compi-a  del  kilogramo  de  oro  en  715 
pesos  i  con  fecha  21  de  ese  mismo  mes  i  año  se  decretaron  las 
siguientes  formalidades  para  su  adquisición. 

Mayo  21  de  1864., 
He  acordado  i  decreto: 

1."  Los  precios  de  pastas  de  oro  i  plata  se  fijaran  por  una  jun- 
ta compuesta  del  Superintendente,  del  Tesorero  i  del  Interven- 
tor. 

2.*  Estajunta  se  reunirá  cada   vez  que  el  Superintendente  la 


~  285  — 


XIV. 


Mas,  cuanto  hemos  venido  estableciendo  ¿signi- 
fica por  ventura  que  el  oro  se  había  agotado  en  sus 
veneros  naturales  i  antiguos,  en  sus  lavaderos,  en 
sus  mantos  superficiales,  en  sus  minas  de  pozo 
cavadas  a  centenares  de  metros? 

Muí  lejos  de  ello. 

La  competencia,  la  agricultura,  el  comercio, 
la  plata,  el  carbón  de  piedra,  i  mas  que  todo,  el  lú- 
jente desarrollo  de  la  producción  del  cobre  habia 
desviado  la  esplotacion  i  el  acopio  del  oro,  pero 
no  la  habia  aniquilado. 

I  esto  podria  constatarse  hoi  mismo  con  los  li- 
bros de  la  casa  de  IMoneda,  aparte  de  la  corriente 
subterránea  i  clandestina,  que  como  sus  vetas  es- 
condidas en  el  duro  cuarzo,  arranca  por  la  mano 
de  los  cambistas  libres,  especialmente  los  estable» 
cidos  en  Valparaíso,  casi  toda  la  producción  je- 
nuina  del  pais,  en  dirección  a  las  casas  de  mo- 
neda i  a  las  joyerías  estranjeras. 


convoque. 

3."  El  máximnn  del  precio  del  oro  será  de  715  pesos  por  ki- 
logramo en  la  lei  de  mil  milésimos.  El  mínimun  será  de  700. 

4.°  No  podrán  alterarse  ni  modificarse  los  precios  que  se  es- 
tablecieren sin  qne  trascurra  un  mes  a  lo  menos,  etc.,  etc.,  etc. 

Pérez. 

Alejandro  Reyes. 


—  286  — 

Andacollo,  Illapel  i  Petorca  continúan,  en  efec- 
to, destilando  todavía  en  los  crisoles  de  la  casa 
de  Moneda  de  Santiago  algunas  gruesas  gotas  de 
de  su  antiguo  raudal,  porque  de  nuestras  investi- 
gaciones resulta  que,  no  obstante  la  absoluta  li- 
bertad de  comercio  que  hoi  reina  respecto  del 
oro,  llegan  cada  año  a  las  arcas  del  superinten- 
dente de  Santiago  algunos  puñados  de  pellas,  al- 
gunos frascos  o  haches  de  oro  en  polvo,  algunas 
pepas  que  pesan  de  uno  a  cien  castellanos,  algu- 
nos tejos  fundidos  con  lei  de  una  a  cien  libras. 

En  los  33  meses  corridos  hasta  si  1."  de  oc- 
tubre del  presente  año  desde  el  1*°  de  enero  de 
1879,  meses  de  guerra,  ingrata  para  el  oro,  pro- 
fusa para  el  papel,  que  es  su  capital  enemigo,  han 
entrado  en  efecto  a  la  retorta  de  la  casa  de  Mo- 
neda mas  de  15  kilogramos  de  oro  de  Andacollo, 
otros  tantos  de  Petorca  i  mas  de  seis  kilogramos  de 
Illapel,  al  paso  que  los  nuevos  minerales  des- 
cubiertos han  contribuido  a  la  faena  en  la  propor- 
ción siguiente: 

Catapilco  con 4.950  kilogramos. 

Niblinto  con 7.874         « 

Llampaico  con 15.348         « 

Lebucon 29.988         a 

Aun  el  exhausto  Casuto  ha  hecho  su  ofrenda  de 
2  kilogramos  de  oro  i  Tiltil,  como  mas  próximo  a 


—  287  — 

Santiago,  ha  contribuido  con  un  buen  medio  quin- 
tal (24.057  kilogramos). 

En  resumen,  el  oro  comprado  en  la  Moneda 
desde  que  estalló  la  guerra  i  en  no  menos  de 
treinta  parajes  diferentes,  todos  de  antigua  nom- 
BRADÍA  aurífera,  cstá  representado  por  estas  ci- 
fras oficiales. 

1879 — 156  kilogramos. 

1880—186        id. 

1881  (hasta  el  1.°  octubre)  139  id.    (1). 

XV. 

Una  última  i  grave  causa  vino  a  influir  todavía 
en  el  decaimiento  aparente  de  la  producción  del 
oro  en  Chile,  aunque,  en  apariencias  también,  esta- 
ba destinada  a  influir  de  mui  diversa  manera: — ta- 
les fueron  los  maravillosos  descubrimientos  aurí- 
» 

(1)  En  el  apéndice  de  este  libro  pablicaraos  un  cuadro  com- 
pleto de  estos  tres  años  que  debemos  a  la  atención  del  primer 
ensayador  de  la  Moneda  señor  Antonio  Brieba,  i  un  resúmeu 
por  las  calidades  que  sobre  esos  mismos  datos  hemos  preparado 
nosotros. 

Según  se  observará  en  esos  estractos,  la  huella  del  oro  de  Co- 
piapó,  el  oro  capote  de  Frezier  i  de  ülloa,  ha  desaparecido  casi 
por  completo,  encontrándose  solo  pequeñas  cantidades  corres- 
pondientes al  Huasco  i  a  Freirina. 

Sin  embargo,  según  Pérez  Rosales,  (obra  citada)  había  en 
1853,  17  minas  de  oro  en  Copiapó,  3  en  Vallenar  i  2  en  Freiri- 
na: total  en  la  provincia  de  Atacama  22. 


—  288  — 

feros  de  California  en  1848.  Con  la  escepcion  de 
los  Estados  Unidos  i  de  Méjico,  no  hubo  talvez 
ningún  pais  en  el  orbe  que  acudiera  con  mayor 
número  de  brazos  a  las  jigartí;escas  e  improvisadas 
faenas  de  aquella  comarca  en  cuyos  valles,  con- 
vertidos en  hormigueros  vivos  por  la  hambre  in- 
saciable del  oro,  muchos  mas  fueron  los  que  cojie- 
ron  lágrimas  que  pellas,  dejando  centenares  de 
nuestros  compatriotas  el  polvo  de  sus  huesos  don- 
de habian  ido  a  buscar  las  partículas  escondidas 
del  codiciado  metal. 

Mas  que  esto  todavía. 

Abrigamos  la  convicción  de  que  dado  el  núme- 
ro proporcional  i  escaso  de  sus  habitantes,  Chile 
fué  el  que  en  mayor  escala  engrosó  la  tripulación 
de  los  argonautas  del  siglo  XIX,  porque  no  hubo 
casi  minero  de  aventura,  hacendado  de  caudal  o 
chacarero  de  hortaliza  i  alfalfa  que,  no  enganchara 
cuadrillas  desde  cinco  a  cien  peones,  especial- 
mente mineros  de  oro,  destinados  al  pais  del  oro. 
I  esto  era  a  tal  punto  que  en  1849  i  50  escaseaban 
en  Valparaíso  los  buques  para  trasportar  tantos 
millares  de  animosos  rebuscadores  como  los  que 
fueron  a  disputar  sus  estacas,  cuchillo  en  mano, 
a  los  galgos  i  sus  rifles  en  los  placeres  del  Sacra- 
mento. No  es  Chile  a  la  verdad  la  cuna^i  el  yunque 
del  corvo:  fuélo  California. 


—  289  — 


XVI. 


Empobrecióse  por  consiguiente  el  pais  de  bra- 
zos, i  la  esterilidad  i  decripitiid  del  oro  alcanzó  su 
mayor  intensidad  por  aquella  causa  homologa  que 
liabria  parecido  estar  destinada  a  fomentarla.  (1) 

Mas,  a  virtud  de  las    compensaciones  i  devolu- 

(1)  Cuando  el  presente  capítulo  se  hallaba  en  prensa,  liemos 
recibido  de  nuestro  intelijente  amigo  don  Carlos  de  Undurraga, 
de  Illapel,  datos  que  con  tirman  todo  lo  que  por  vagas  noticias 
habíamos  dicho  de  la  riqueza  aurífera  de  ese  departamento. 
«Puedo  asegurar  (nos  dice  nuestro  entendido  corresponsal,  hijo 
de  minero  de  oro  i  que  paga  hoi  en  oro  el  arriendo  de  la  valiosa 
hacienda  de  Illapel)  que  no  hai  en  Chile  un  mineral  de  oro  tan 
estenso  como  el  departamento  de  Illapel,»  i  como  prueba  de  ello 
nos  refiere  que  con  las  creces  de  los  últimos  inviernos  las  hierbas 
de  los  barrancos  en  las  quebradas  han  quedado  saturadas  de  par- 
tículas de  oro.  Sin  embargo,  la  producción  actual  de  Illapel,  en 
razón  de  la  escasez  de  sus  medios,  apenas  alcanza  a  uno  i  medio 
quintal  de  oro,  cuando  hai  memoria  que  en  los  años  corridos  de 
1840  a  50,  uno  o  dos  cambistas  de  Illapel  compraron  mas  de  un 
millón  de  pesos. 

Por  esto  creemos  que  una  nueva  edad  de  oro  ha  de  sobrevenir 
a  este  departamento  que  recuerde  la  mina  de  los  portugueses» 
déla  cual  sus  tres  dueños,  que  le  dejaron  su  nombre,  sacaron, 
según  la  tradición  del  último  siglo,  diez  quintales  de  oro  que  se 
llevaron  consigo,  o  el  beneficio  más  reciente  de  la  Churumata 
de  AndacoUo,  que  en  pocos  dias  produjo,  según  el  profesor  de 
química  i  mineralojía  del  Liceo  de  la  Serena  en  1859,  don  Ma- 
nuel Araceua,  tres  o  cuatro  quintales  de  oro  en  un  solo  alcan- 
ce...— (Véanse  los  Anales  de  la  Universidad,  correspondientes  a 
1858,  páj.  223.) 

LA  E.   DEL  O.    KN  C.  37 


—  290  — 

ciones  naturales  que  forman  la  balanza  de  la 
existencia  económica  de  los  países,  la  nueva  ñiz  i 
el  extraordinario  desarrollo  que  adquirió  la  esplo- 
tacion  hidráulica  del  oro  en  California,  después  del 
agotamiento  de  sus  venas  superficiales,  ha  venido  a 
despertar  en  Chile,  sobre  sus  estinguidos  campos 
auríferos,  el  mismo  interés,  imitando  idénticos 
procedimientos,  i  planteando  al  propio  tiempo, 
uno  de  los  mas  serios  i  trascendentales  problemas 
reinantes  en  el  dia  para  la  industria  i  la  riqueza 
públicas  de  Chile. 

A  semejante  estudio  de  analojía  consagraremos 
el  próximo  capítulo  de  este  libro  que  llega  ya  a 
los  límites  naturales  de  su  programa  i  de  su  pro- 
pósito. 


CAPITULO  XI. 


CALIFORNIA  I  CHILE. 

Las  tres  épocas  de  la  edad  aurífera  do  California  i  las  dos  de  Chile. — La 
época  de  los  Inraderos,  la  época  de  las  minas,  i  la  época  de  los  cascajos 
inihterráneos. — Procedimientos  hidráulicos  para  esplotar  los  últimos,  e 
injentes  capitales  invertidos  en  los  estados  norte-americanos  del  Pacífi- 
co.— ^Existe  el  problema  de  la  tercera  zona  en  Chile? — Asimilaciones 
con  California. — Latitudes,  ejes  i  sistemas, — Clima,  orografía,  rio.s,  llu- 
vias, secas,  sucesión  en  la  producción  de  los  metales,  etc. — California 
corresponde  jeográficamente  a  la  Araucanía  con  mas  propiedad  que  a  Chi- 
le.— Cómo  sobrevino  en  aquel  país  el  descubrimiento  de  los  cascajos 
auríferos  después  del  agotamiento  del  oro  superficial  e  intermedio. — 
Opiniones  de  Bowie  i  Whiteney.—  Escesiva  pobreza  de  los  cascajos  de  Ca- 
lifornia i  pingües  ganancias  que  dejan  mediante  el  sistema  hidráulico  — 
Tres  centavos  por  cajón. — Chile-Gulch  i  su  prodijiosa  riqueza. — Cascajos 
azules. — Opinión  de  Mr.  Shanklin.--Los  rinocerontes  fósiles  de  Chile- 
Gulch  i  los  mastodontes  de  las  Dichas. — Fabulosas  cantidades  de  meta- 
les de  oro  i  plata  combinados. — Demostracicnes  i  datos  hasta  1876. — 
Prodijiosa  amonedación  de  pastas,  en  Estados  Unidos. — Las  principales; 
amonedaciones  en  1875  según  Soetebeer. — Aplicación  del  sistema  hi- 
dráulico a  Chile  i  sus  primeros  ensayos. — ¿Han  sido  estos  ejecutados  en 
la  misma  forma  i  con  los  mismos  recursos  que  en  California? — ^Deben 
darse  por  definitivos? — Opiniones  de  Shanklin,  Holcombe  i  Sewelí. 

«Para  demostrar  mas  evidentemente  la 
gran  riqueza  de  los  depósitos  auríferos  de 
Chile,  voi  a  hacer  una  comparación  entre 
éstos  i  algunos  de  los  mas  importantes  de 
California.»  —  (Articulo  publicado  en  El 
MercAirio  de  Valparaíso  del  5  de  diciembre 
de  1878  por  Mr.  T.  B.  Shanklin,  esperto  i 
corredor,  con  el  título  de  \oi  Depósitos  au- 
ríferos de  Chile.) 


292 


I. 


En  lo  que  hasta  aquí  va  corrido  del  presente 
libro  hemos  cumplido  como  mejor  nos  ha  sido  da- 
ble nuestra  promesa. 

I  aun  hemos  ido  mas  allá . 

Porque  no  solo  hemos  referido  sucinta  pero 
leal  mente  lo  que  hemos  llamado  «la  edad  del  oro 
en  Chile»,  sino  que,  llevados  de  una  mira  patrió- 
tica i  puramente  especulativa  (que  es  todo  lo  con- 
trarío de  sórdida  especulación),  hemos  seguido 
paso  a  paso  el  período  de  su  decrepitud,  a  lo  cual 
no  estábamos  obligados  por  ningún  empeño. 


II. 


Orillábamos  con  el  último  motivo  i  a  la  postre 
del  capítulo  precedente  el  problema  de  California 
en  razón  de  la  influencia  dañosa  que  sus  placeres 
verdaderamente  prodijiosos  i  víijenes  ejercieron 
sobre  la  ya  enfermiza  producción  de  los  por  tantos 
siglos  de  trabajo  agotados  mmitos  de  Chile,  i  to- 
mando pié  de  esa  circunstancia,  sentábamos  senci- 
llamente el  problema,  mas  jeolójico  que  iiidustrial, 
de  si  sobrevendría  para  los  yacimientos  auríferos 
de  este  país  una  segunda  o  mas  bien  una  tercera 
evolución  de  esplotacion  i  de  riqueza  como  la  que 
en  los  últimos  veinte  años  i  con  labor  de  verda- 


—  293  — 

deros  jigantes  ha  rendido  California  al  jénio,  a  la 
tenacidad  i  al  caudal  de  sii8  intelijentes  esplota- 
dore^. 

III. 

California  ha  tenido  en  efecto  tres  edades  aurí- 
feras, completamente  distintas  i  marcadas  por  pe- 
ríodos i  productos  conocidos. 

La  edad  de  los  lavaderos  o  «placeres»  superfi- 
ciales (shalloiu placers^  del  descubridor  Sutter,  que 
corresponde  a  la  de  Pedro  de  Valdivia  i  sus  inme- 
diatos sucesores  en  Chile,  la  cual  duró,  allá,  diez 
años  (1848-49). 

La  edad  de  las  minas  de  pozos  (deep  placers), 
que  en  Chile  corresponde  al  largo  período  del  co- 
loniaje, época  de  activa  esplotacion  que  duró  en 
aquel  país  del  vapor  i  de  la  electricidad  otros  diez- 
años  (1859-70). 

I  la  edad  que  podríamos  llamar  de  \£ifuer?xi  M- 
dráulica  por  el  método  aplicado  en  escala  tan  co- 
losal i  tan  fructífera  a  los  cascajos,  residuos  i  re- 
laves, comparativamente  pobres,  legados  por  los 
dos  períodos  precedentes  a  la  nunca  fatigada  i 
siempre  injeniosa  codicia  humana. 

IV 

Esta  división  progresiva  de  la  esplotacion  del 
oro  en  California  ha  sido  marcada  por  todos  los 
injenieros  i  escritores  que  en  los  últimos  diez  años 


—  294  — 

se  han  ocupado  de  ese  metal,  sea  en  su  faz  econó- 
mica como  elemento  monetario,  sea  simplemente 
como  producción  química  i  jeolójica. — «La  segun- 
da etapa  del  oro  (dice  un  escritor  eminente  cuyos 
artículos  fueron  le  idos  en  Chile  con  avidez  en 
1876)  i  que  corre  de  1859  a  1870,  puede  ser  con- 
siderada como  período  de  transición.  Los  placeres, 
o  por  lo  menos,  los  planos  arenosos  de  superficie, 
son  poco  a  poco  abandonados,  i  las  minas  de  cuar- 
to aurífero  trabajadas  mas  profunda  i  activamen- 
te. Sin  embargo,  la  producción  del  oro  va  dismi- 
nuyendo de  afio  en  año  hasta  ser  reducida  a  la 
mitad;  i  de  50  millones  de  pesos  que  producía  en 
1849,  baja  a  25  millones  en  1870.  En  1853,  año 
del  mayor  producido,  éste  liabia  pasado  de  65  mi- 
llones.» 

V. 

I  pasando  inmediatame  nte  al  tercer  período,  es 
decir,  a  la  evolución  operada  sobre  las  masas  enor- 
mes de  cascajos  esplotados  por  la  presión  hidráuli- 
ca, realidad  potente  i  tanjible  de  la  misteriosa 
fuerza  bíblica  «que  allanaba  las  montañas»,  he 
aquí  como  se  espresaba  el  mismo  distinguido  au- 
tor francés. 

«El  tercer  período  de  la  esplotacion  del  oro  es 
talvez  el  mas  curioso  i  lleno  de  enseñanzas,  ya 
que  no  sea  el  mas  productivo.  Empieza  en  1870 
i  llega  hasta  nosotros.  La  etapa  actual  es  aquella 


—  295  — 

en  que,  con  una  audacia  i  una  paciencia  que  asom- 
bra y  por  medio  del  método  hidráulico  perfeccio- 
nado, se  ataca  a  los  criaderos  apenas  esplorados, 
los  lüaceres  subterráneos  de  una  época  diluviana 
o  glacial, — pues  los  otros  placeres,  los  superficiales, 
pertenecen  a  la  época  fluvial  o  contemporánea, 
jeolójicamente  hablando.  A  nadie  detiene  el  te- 
mor de  los  gastos.  Fúndanse  las  compañías  mas 
poderosas,  a  fin  de  proseguir  i  poner  en  buen  pié 
esos  inmensos  trabajos,  que  exijen  anticipos  con- 
siderables. Constrúyense  canales  de  centenares  de 
quilómetros,  venciendo  dificultades  de  toda  clase, 
no  ya  canales  de  poco  aliento  sino  muchos  cuyo- 
inmenso  volumen  de  agua  podria  bastar  para  la 
provisión  de  una  gran  ciudad.  La  fuerza  hidráu- 
lica que  proporcionan  esas  masas  acuosas  adquiere 
una  potencia  décupla  de  la  que  tenian  en  las  es- 
plotaciones  precedentes;  su  fuerza  es  irresistible, 
i  en  efecto,  no  hai  cosa  que  no  sea  destruida  por 
ella.  ¿Es  esto  todo?  A  través  de  los  valles  se  cons- 
truyen enormes  recipientes  i  represas  para  alma- 
cenar las  lluvias  que  en  tanta  abundancia  caen  en 
otoño  e  invierno  i  alimentar  los  canales  durante 
todo  el  año,  mediante  estos  inmensos  estanques. 
Gracias  a  la  liberal  lejislacion  que  aquí  preside  a 
los  trabajos  mineros,  gracias  al  espíritu  de  asocia- 
ción que  reina  en  todas  partes  en  este  país  del  self 
government,  ejecutan  los  particulares  lo  que  en  un 
Estado  no  se  atreveria  siquiera  a  intentar.); 


—  296 


YL 


I  bien!  Hé  aquí  calcado  sobre  esas  mismas  pa- 
labras i  conceptos  el  gran  problema  planteado  por 
el  tiempo,  la  naturaleza  i  el  ejemplo  en  nuestro 
suelo  de  cascajo,  o  como  dicen  con  propiedad  los 
mineros  californienses,  de  losplaceres  subterráneos. 

Evidentemente,  Chile  lia  pasado  ya  de  sobra,  en 
el  espacio  de  trecientos  cuarenta  años,  por  las  dos 
primeras  etapas  de  su  desarrollo  como  país  jene- 
rador  de  oro.  I  a  la  verdad,  esceptuando  el  terri- 
torio de  la  Araucania,  que  hemos  probado  se  halla 
comparativamente  vírjen,  i  uno  que  otro  placer  o 
lavadero  de  corta  dura  hallado  por  algún  acaso 
en  remoto  i  poco  visitado  paraje,  no  liai  fundadas 
espectativas  de  que  pudiera  llegarse  a  la  esplota- 
cion  primitiva  fácil  i  barata  de  los  conquistadores 
castellanos  aquí,  o  de  los  primeros  pioneers,  o  gas- 
tadores, allá. 

De  suerte  que  la  cuestión  que  entre  nosotros  se 
suscita  (el  territorio  de  Arauco  dejado  aparte) 
sencillamente  es  ésta: 

¿Se  halla  Chile  e?i  las  mismas  favorables  o  me- 
jores condiciones  que  California  para  esplotar  sus 
cascajos  pobres  i  densos  de  30,  40,  100  i  hasta  dos- 
cientos pies  de  profundidad,  por  medio  de  la  tritu- 
ración de  la  dinamita  i  la  segregación  de  la  presión 
hidráulica  de  los  pitones  o  monitores  californienses 


—  297  — 

que  han  derribado  i  perforado,  reducido  a  átomos 
colinas  i  montañas  con  un  simple  chorro  de  agua? 

Esa  i  no  otra  es  la  cuestión. 

Ese  i  no.  otro  es  el  punto  culminante,  capital  i 
único  que  marcó  el  poeta  ingles  cuando  enfática- 
mente dijo: — That  is  the  question.  O  como  con  i;o 
menos  propiedad  pero  estilo  mas  pintoresco,  de- 
cian  nuestros  abuelos,  harto  mas  ladinos,  que  lo 
que  es  corriente  creer — Esa  es  la  madre  del  corde- 
ro,.... o  lo  que  es  lo  mismo,  en  el  presente  caso, 
esa  es  la  madre  del  oro,  que  en  lo  antiguo  fué  un 
vellocino  o  pellejo  de  ese  popular  i  útil  cuadrú- 
pedo, el  vellocino  de  oro  de  Jason.  (1) 

VIL 

En  lugar  mas  oportuno  i  ya  cercano  a  esta  paji- 
na, nos  haremos  cargo  prácticamente  de  la  solución 
del  problema  en  el  término  práctico  de  sus  ensa- 
yos, en  cuanto  éstos  nos  son  conocidos  personal- 
mente, pero  para  acercarnos  en  lo  posible  a  la 
verdad  teórica  por  analojía  i  asimilación,  será  de 
indisputable  conveniencia  i  luz,  echar  una  mirada 
rápida  a  los  dos  países  que  nos  sirven  de  término 
de  comparación. 

(1)  A  este  propósito  de  la  madre  o  criadero  del  oro,  nuestro  corresponsal 
de  Ulapel,  recientemente  citado,  nos  refiere  una  cai-acteiística  anécdota 
del  indio  que  descubrió  el  mineral  de  su  nombre,  el  cual  desparramaba  el 
Dio  sin  decir  su  procedencia,  hasta  que  intei rogado  sobre  el  caso 
contestó  testualmente: — «Al  hijo  (el  oro)  lo  conocerás,  pero  a  la  madre  no 
la  olerás.-» 

LA  E.  DEL  O.  38 


298 


VIIT. 


Que  Chile,  país  situado  en  el  hemisferio  sur  del 
Nuevo  Mundo  en  una  lonja  horizontal  de  llanos  i 
de  valles  que  se  estrechan  entre  el  Pacificó  i  los 
Andes,  posee  un  territorio  de  estructura  física, 
jeolójica  i  jeográfica,  semejante  a  la  de  California, 
es  asunto  que  salta  a  la  vista  natural  i  que  cono- 
cen hasta  los  niños  que  han  dibujado  con  tiza  un 
mapa-mnndi  en  la  pizarra. 

Los  grandes  rasgos,  de  los  sistemas  de  ejes  que 
ideó  el  ilustre  jeólogo  Elias  de  Beaumont  i  que  ha 
seguido  fielmente  en  sus  estudios  su  discípulo  Pis- 
sis  en  Chile,  corresponden,  en  efecto,  casi  simé- 
tricamente en  los  dos  territoritos  como  la  compaji- 
nacion  de  un  libro,  o  mas  propiamente  como  esos 
calcos  que  las  láminas  recientemente  grabadas 
suelen  dejar  impresos  en  la  pajina  fronteriza  de  su 
encuademación. —  ciüna  línea  recta  o  eje  máximo 
(main  axial  Une),  dice  un  distinguido  injeniero 
de  minas  de  gran  reputación  en  California,  pasan- 
do por  las  cumbres  de  sus  sierras,  marcaría  la  lí- 
nea divisoria  del  Estado  de  California  por  el  Este 
en  una  estension  de  500  millas.  Una  segunda  lí- 
nea, que  recorriera  al  pié  de  esas  montañas,  esta- 
blecería en  la  misma  distancia  su  eje  central  i  una 
tercera  paralela,  muí  distante  de  la  última,  mar- 
caria  la  base  occidental  de  las  costas  californienses. 


—  299  — 

«Estas  líneas  paralelas  dividen,  en  consecuencia, 
el  Estado  de  California  en  tres  zonas  de  norte  a 
sur  que  podrían  denominarse —  La  Sierra, — el 
gran  valle  central  del  Sacramento — i  las  colinas 
o  cerros  de  la  costa. y)  (1) 


(1)  Estractamos  esta  escelente  definicioQ  topográfica  de 
Califonia  de  un  iateresaute  i  compeadioso  artículo  publi- 
cado por  el  injeaiero  de  minas  de  aquel  estado  Mr.  Aug.  F. 
Bowie  eu  el  Mining  and  Scientific  Press,  revista  de  indus- 
tria i  minas  publicada  en  San  Francisco  i  correspondiente  al  13 
de  octubre  de  1877,  que  tenemos  a  la  vista.  El  título  del  artí- 
culo, ilustrado  por  un  corte  jeolójico  perpendicular,  semejante  a 
la  perforación  de  los  pozos  artesianos,  es  el  siguiente:  Hydrau- 
Uc  Mining  in  California,  i  nos  parece  del  caso,  por  la  circula- 
ción que  este  libro  pudiera  alcanzar  entre  los  hombres  de  la 
profesión,  copiar  las  propias  palabras  del  conocido  esperto  norte- 
americano, que  dicen  así: 

«A  straight  or  mam  axial  Une,  whose  course  would  be 
north  31°  west,  passing  tlirough  the  culmiuating  peaks  of  the 
Sierras  for  a  distánce  of  500  miles,  can  be  assumel  as  the  wes- 
tern  boundary  of  the  State.  A  second  parallel  drawn  55  miles 
west  of  the  7nain  axial  Une  will  skirt  the  westeru  base  of  the 
Sierra  Nevada,  aloug  the  edge  of  foot-hills.  A  third  parallel  run 
equidistant  from  the  second  will  represent,  as  ?iearly  as  possi- 
ble,  the  western  base  of  the  Coast  ranges.  These  parallels  di- 
vide the  State  into  three  belts,  namely,  the  Sierra,  the  great 
Valley  of  California,  and  the    Coast  ranges.'» 

Agregaremos  todavía  que  el  injeuiero  Bowie  es  citado  con 
elojio  por  el  esperto  Shanklin  que  ha  visido  la  Australia  i  la 
Nueva  Zelandia  para  implantar  el  sistema  hidráulico  en  los 
cascajos  auríferos, 


—  300  — 


IX. 


No  es  diferente  la  definición  topográfica  que 
de  California  ha  hecho  un  sabio  prominente  de  la 
Universidad  de  Cambridge,  el  profesor  J.  D.Whit- 
ney,  en  su  espléndida  i  lujosa  obra  sobre  los  cas- 
cajos auríferos  de  Califoimia  recientemente  publi- 
cada con  gran  costo  en  Cambridge  hace  por  estos 
dias  un  año.  (1) 


X, 


I  a  la  verdad,  no  podia  suceder  de  otra  manera 
al  ejecutar  el  calco  topográfico  de  aquel  país,  que 
siendo  en.  cierta  manera  nuestro  antípoda,  parece- 
ria  por  su  planta,  su  orografía,  su  latitud,  sus 
producciones,  su  clima,  sus  fenómenos  jeolójicos, 
solo  una  reproducción  del  nuestro  o  vice -versa. 

Saltan,  en  efecto,  aun  al  ojo  mas  superficial,  en 
Chile  las  tres  líneas  capitales  marcadas  por  los 
jeólogos  californienses  i  se  amoldan  de  maravilla 
a  su  estructura. 

El  primer  eje  forma  su  zona  de  la  cordillera  o 


( l )  The  auriferous  gravéis  of  the  Sierra  Nevada  of  Califor- 
nia, by  F.  D.  íK7¿¿¿«í?y. —Cambridge,  october,  1880. 

Somos  deudores  de  la  ventaja  de  haber  consultado  un  eje'ii- 
plar  de  eata  obra  a  nuestro  intelijeute  amiga  don  Carlos  Row- 
sel,  el  verdadero  pioneer  de  los  cascajos  auríferos  de  Chile. 


—  301  — 

rejion  andina  correspondiente,  pico  por  pico,  que- 
brada por  quebrada  (salvo  la  magnitud),  rio  por 
rio,  al  sistema  californiense.  Viene  en  seguida  el 
gran  valle  central  que  en  California  es  el  del  Sa- 
cramento i  el  de  San  Joaquin,  con  una  área  de 
18  mil  millas  cuadradas,  i  por  último,  la  montaña 
de  la  costa,  que,  nudo  por  nudo  i  garganta  por  gar- 
ganta, equivale  al  de  nuestra  costa. 

Divisada  ciertamente  desde  las  calles  de  Sa- 
cramento, como  la  apercibiéramos  nosotros  en 
una  diáfana  mañana  invernal  en  enero  de  1853,  la 
blanca  silueta  de  la  Sierra  Nevada,  nos  parecería 
haber  sido  trasportados  a  Chile  para  contemplar 
desde  los  perfiles  de  su  valle  central,  como  en  An- 
gol,  los  cordilleras  de  Trapa-Trapa  hasta  el  vol- 
can de  Llayma,  o  el  Yillarica  desde  el  rio  Futajun- 
to  a  Valdivia,  en  latitudes  casi  equivalentes  en 
uno  i  otro  hemisferio.  Sacramento,  38''  33'  N.  Val- 
divia, 38°  40'  S. 

I  aquí  de  paso  observaremos  que  la  rejion  pro- 
piamente aurífera  de  California  corresponde,  eje 
por  eje,  latitud  por  latitud,  mas  a  la  Araucania 
que  a  Chile,  i  que  los  rios  auríferos  de  Sacramen- 
to, San  Joaquin,  el  Plumas,  el  Yuba  i  otros  que 
arrastran  como  el  Pactólo  antiguo  arenas,  pajue- 
las i  plumas  de  oro,  corresponden  mucho  mejor  al 
Biobio,  al  Renaico,  al  Bureo,  al  Cautin,  al  Tol- 
ten,  al  Calle-Calle,  al  Rio  Bueno,  etc.,  que  al 
Aconcagua,  al  Mapocho  o  al  Tinguiririca. 


M 


—  302  — 


XI. 


Pero  esas  semejanzas  no  solo  existen  en  los 
grandes  rasgos  de  los  dos  sistemas  comparados, 
sino  aun  en  los  detalles.  Así,  por  ejemplo,  lo  que 
se  ha  creído  una  peculiaridad  de  los  rios  de  Chile, 
es  decir,  la  de  que  corran  éstos  sobre  cauces  sole- 
vantados i  de  mas  alto  nivel  que  la  planicie  que 
recorren  e  irrigan,  se  observa  también  en  los  rios 
de  California,  según  lo  hace  notar  Whitney  i  es- 
plican  así  sus  propensiones  a  desbordarse,  como 
acontece  de  ordinario  en  Chile,  especialmente  con 
el  Cachapoal  i  el  Tinguiririca,  que  figuran  entre 
los  mas  empinados  del  sistema.  (1) 


xri. 


Análoga  en  semejanza  es  la  descripción  cientí- 
fica de  las  cerrilladas  de  la  costa  de  California 
a  la  que  a  nosotros  corresponde  i  que  forma  tan 
señalado  rasgo  de  la  fisonomía  de  nuestro  terri- 
torio.  (2) 


(1)  «As  is  usually  the  case  with  large  rivers  iu  broad  va- 
lleys,  the  Sacramento  River  nins  oii  aii  elevated  ridge,  the 
hanks  of  the  river  heing  decidedly  higber  than  the  strip  of  land 
adjacent  ou  both  sides  íbr  a  distauce  of  three  or  four  railes.»  — 
(Whitney,  obra  citada,  páj.  3.) 

(2)  Hé  aquí  las  testuales  palabras  del  autor  citado  que  por  la 


—  303  — 


XIII. 


En  cuanto  a  las  analojías  de  clima,  de  produc- 
tos i  de  aspectos,  son  aquellas  demasiado  conoci- 
das aun  para  el  mas  rudo  de  los  chilenos  que  ha- 
ya visitado  aquel  remoto  pais.  En  California  las 
estaciones  son  tan  marcadas  como  en  Chile;  allí 
llueve  solo  en  un  período  igual  al  nuestro  i  con 
fuerza  solo  durante  dos  meses,  que  son  los  que 
equivalen  a  junio  i  julio  entre  nosotros.  I  en  esa 
corta  época  cae  por  junto  la  mitad  del  agua  fluvial 
que  empapa  incesantemente  el  suelo,  sobrevinien- 
do los  mismos  fenómenos  de  períodos  lluviosos  i  de 
secas  que  han  sido  el  lote  secular  de  nuestra  tierra. 
Todavía  una  singularidad  mas  que  hace  notar 
Witney. 

En  California  llueve  con  nubesque  vienen  siem- 
pre del  sud  o  del  sudoeste  como  en  Chile. 

I  para  llevar  las  asimilaciones  mas  allá  de  nues- 
tro territorio,  i  aunque  la  Sierra  Nevada  no  sea  sino 
una  gran  meseta  o  mas  propiamente  el  contrafuerte 
que  envían  hacia  el  Pacífico  las  Montañas  Ro- 
callosas, los  territorios  que  yacen  a  espaldas  de 
sus  crestas,  como  Nevada,  Arizona,  Colorado  etc., 

fidelidad  del  concepto  dejaniMS  copiadas: 

«The  Coast  Ranees  form  tiie  limits  of  the  Greai  Valley  on 
tlie  western  side  and  extend  to  the  Pacif  Cecean,  there  beina: 
no  where  in  that  side  more  than  a  narrow  space  between  the 
foot  hills  and  the  occean...» 


—  304  — 

son  tan  secos  i  naturalmente  estériles  como  las 
provincias  que  quedan  a  espaldas  de  nuestra  gran 
cadena  andina,  Mendoza,  Sati  Juan,  La  Rioja, 
Catamarca  etc. 

Por  último,  i  como  si  todas  estas  anal  ojias,  que 
no  son  transitorias  ni  casuales  sino  tan  fundamen- 
tales como  las  estratas  del  suelo,  no  bastasen,  ob- 
servamos que  en  California  no  solo  los  grandes 
veneros  de  plata  han  seguido  a  los  del  oro  como 
en  Chile,  sino  que  últimamente  se  ha  descubierto 
en  aquel  maravilloso  territorio,  o  en  sus  vecinda- 
des, no  solo  cobre  en  estraordinaiia  abundancia  (en 
las  montañas  de  la  Muía,  distrito  del  estado  de 
Arizona),  sino  carbón  de  piedra  'de  primera  ca- 
lidad en  las  montañas  de  Humboldt,  en  Nevada, 
i  hasta  salitre  en  Carson  River! .  . 
La  misma  progresión  histórica  i  sucesiva  de  Chile. 

XIV. 

Llegando  ahora  a  conclusiones  prácticas  i  apli- 
cables a  la  esplotacion  del  oro  i  sus  edades,  los 
dos  espertos  que  hemos  citado,  el  injeniero  i  el 
jeólogo,  el  minero  i  el  sabio,  están  de  acuerdo  en  es- 
plicar  sencillamente  los  fenómenos  que  en  el  cur- 
so de  millares  de  millones  de  años  han  ido  crean- 
do en  diversas  estratas  de  la  costa  terráquea  las 
diferentes  zonas  del  oro. 

De  la  capa  superficial,  es  decir,  de  los  placeres 
o  lavaderos,  no  necesitamos  dar  esplicaciones  por- 


—  305  — 

que  conocen  eso  hasta  los  peones  mas  rústicos  de 
Chile,  siendo  las  tierras  auríferas  meras  desagrega- 
ciones de  las  rocas,  especialmente  del  cuarzo,  del 
granito  i  de  la  sienita  que  lo  contenían  embebido 
en  su  forma  primitiva. 

No  es  menos  sencilla  la  esplicacion  jeolójica  de 
la  existencia  del  oro  de  minas,  pues  al  alcance  do 
todos  está  que  ésa  es  simple  cuestión  de  profun- 
didad, de  hondura  artificial  en  la  prosecución  de 
vetas  que  han  asomado  al  sol,  i  que  van  a  desa- 
parecer en  las  vertientes  subterráneas  o  en  el  bro- 
ceo de  la  roca  plutónica  que  le  sirve  de  base. 

XV. 

Mas,  respecto  del  tercer  fenómeno,  o  sea  la  es- 
plotacion  de  los  cascajos  profundos,  que  en  Chile 
son  todavía  un  enigma  i  en  California  un  pingüe 
negocio,  cuando  han  sido  acometidos  con  los  capita- 
les, constancia  e  iiiteUjencia  que  requieren  en  vasta 
escala,  exijen  como  formación  jeolójica  i  como  his- 
toria industrial,  que  nos  detengamos  un  breve  ins- 
tante para  mejor  comprenderlos.  «Cuando  los  pri- 
meros lavadores  del  oro,  dice  el  injeniero  Bowie  ya 
citado,  vieron  agotarse  a  sus  pies  el  metal  superfi- 
cial, reflexionaron,  i  siguiendo  el  curso  de  los  ríos 
hacia  su  oríjen,  se  propusieron  encontrar  la  fuente 
deloro  {The  source  oj  the  gold) ;  i  como  era  natural, 
al  llegar  al  arranque  de  las  quebradas,  desaterraron 

LA    E.  DEL    O.  39 


—  306  — 

en  sus  roturas  i  solevantamientos  las  capas  de  cas- 
cajo que  marcaban  el  cauce  de  antiguos  rios  ante- 
diluvianos, que  corrían  completamente  opuestos  a 
los  que  hoi  siguen  el  curso  de  los  estuarios  existen- 
tes. Esas  capas  de  cascajo  (ripios,  decimos  en  Chi- 
le), es  decir,  de  tierras  trituradas  por  acción  de  las 
aguas,  contenian  en  mayor  o  menor  escala  i  a  di- 
versas profundidades  el  oro  que  habia  asomado  a  la 
superficie,  i  el  atacarlo  por  medio  de  piques  (^shots  o 
minas  de  pozos),  fué  el  primer  trabajo  de  reconoci- 
miento, exactamente  como  en  las  minas  de  carbón 
de  piedra,  i  en  seguida  vino  el  sistema  de  tritura- 
ción hidráulica  para  separar  el  precioso  metal  de 
la  parte  inerte,  de  la  basura  (dirt),  como  llaman 
propiamente  los  mineros  de  oro  de  California  lo 
que  nosotros  conocemos  con  el  nombre  mas  culto 
de  desm.ontes,  relaves  o  ripios.  Esplicado  así  senci- 
llamente el  hallazgo  i  formación  de  los  cascajos 
auríferos,  hé  aquí  cómo  se  procedia,  según  la  rela- 
ción gráfica  i  animada  del  escritor  francés  que  an- 
tes hemos  citado. 

«Antes  de  abordar  de  frente  los  nuevos />/ace- 
res,  se  los  analiza,  se  los  sondea,  por  medio  de  pozos, 
estensas  o^alerías,  enterradas  en  las  llanuras  o  en 
el  costado  de  las  colinas.  Estas  galerías  que  son 
verdaderos  túneles,  tienen  muchas  veces,  mas  de 
un  quilómetro  de  largo.  La  ejecución  dura  muchos 
años,  i  si  la  roca  es  dura,  cuesta  un  precio  exorbi- 
tante, mas  de  200  pesos  por  metro.  Una  vez  reco- 


—  307  — 

nocido  el  criadero,  es  necesario  desmoronarlo  i  se 
penetra  en  él  construyendo  una  galería  mucho  mas 
corta.  De  la  estremidad  interior  de  aquella  se  des- 
tacan, a  derecha  e  izquierda,  otras  dos  galerías  que 
dan  a  todo  el  trabajo  la  figura  de  una  T.  Colócase 
metódicamente  en  la  escavacion  muchos  centena- 
res de  barriles  de  pólvora  o  de  diaamita,  cada  uno 
de  los  cuales  contiene  25  libras,  o  sea,  12  quilogra- 
mos o  menos.  Se  les  une  a  todos  por  medio  de  un 
hilo  metálico,  en  seguida  se  tapa  sólidamente  la 
entrada  del  túnel,  i  después  se  les  envia  el  fuego 
desde  afuera  por  medio  de  la  chispa  eléctrica.  En- 
tonces se  produce  un  enorme  quebraj amiento,  al- 
go como  una  conmoción  volcánica,  un  verdadero 
terremoto;  toda  la  mole  se  conmueve  i  un  espacio 
de  50,000  metros  cúbicos  se  encuentra   hendido, 
desmenuzado,    en    punto  de  ser  atacado  por   el 
chorro  hidráulico. 

X)En  seguida,  los  hombres  se  aproximan,  dirijien- 
do  el  agua  comprimida  por  medio  de  tubos  per- 
feccionados, de  hierro  o  de  acero,  llamados  moni- 
t(wes,  que  permiten  lanzar,  sin  la  menor  dificultad, 
el  chorro  de  derecha  a  izquierda,  de  arriba  abajo. 
En  otro  tiempo  se  conducía  el  agua  por  una  man- 
ga impermeable  de  tela;  hoi  se  la  lleva  por  tubos 
de  fierro  colocados  sobre  caballetes:  entonces  se 
creia  bastante  una  presión  de  dos  atmósferas,  o 
sea  20  metros  de  altura  i  un  volumen  diario  de 
50  pulgadas  de  agua   (3.800,000  litros),  medidas 


—  308  — 

usadas  en  las  minas;  hoi  dia  se  emplea  por  lo  me- 
nos 1,000  o  2,000  pulgadas  i  una  presión  de  8  a  10 
atmósferas. 

XYI. 

))La  palabra  monitor  está  mui  bien  aplicada;  el 
tubo  con  que  se  opera  es  un  verdadero  cañón.  La 
lámina  líquida  sale  de  él  lisa  i  trasparente,  firme 
como  una  barra  de  cristal,  sin  ondulaciones  ni  di- 
visiones, i  hiere  los  bancos  del  terromontero  como 
esos  arietes  de  guerra  que  en  otro  tiempo  golpea- 
ban los  bastiones  de  las  plazas  fuertes.  Tiene  la 
impetuosidad  de  la  bala  i  hiere,  hiere  sin  cesar. 
La  roca  no  tarda  en  ceder.  Se  forma  por  lo  pron- 
to una  especie  de  arco,  cuyos  pilares  son  luego 
echados  a  tierra;  entonces  ya  no  es  sino  una  an- 
cha caverna,  cuyo  techo  carece  de  sosten  i  se  des- 
morona. Se  necesita  mucha  atención  i  mucha  vis- 
ta para  dirijir  este  trabajo  i  escapar  ileso  de  los 
desmoronamientos. 

); Demolidos,  pulverizados  por  el  choque  indo- 
mable que  los  mina,  las  colinas  o  mantos  de  cas- 
cajo son  arrastrados  con  el  agua.  El  piso  del  ca- 
nal del  lavado,  que  se  abre  ante  el  frente  que  se 
ataca  está  pavimentado  con  piedra  o  madera;  la 
piedra  que  se  usa  es  una  especie  de  guijarros  suel- 
tos o  bien  adoquines  de  madera  que  están  dis- 
puestos   de    modo  que  las   fibras  estén   contra  la 


—  309  — 

corriente.  Adoquines  i  guijarros  detienen  el  oro 
en  sus  intersticios.  También  se  coloca  cubetas  de 
azogue  en  el  curso  de  los  areniscos. 

))Casi  en  todas  partes  el  trabajo  no  tiene  lugar 
sino  en  la  estación  de  las  lluvias,  a  causa  del  tan 
abundante  volumen  de  agua  que  se  necesita,  i  en 
California  no  llueve  jamas  de  junio  a  octubre,  en 
la  rejion  en  que  están  situados  los  placeres.  Los 
canales  del  lavado  no  se  vacian  i  limpian  sino  en 
lejanos  intervalos,  i  ya  se  comprende  cuan  grade 
emoción  reina  en  esos  momentos.  ¡Allí  está  toda 
la  cosecha  de  oro!  Hai  puntos  en  que  se  hace  la 
limpia  dos  veces  en  la  temporada,  en  otros  tan 
solo  una. 

))E1  largo  de  los  canales  puede  estenderse  has- 
ta dos  quilómetros,  entre  el  banco  en  esplotacion 
i  el  arroyo  donde  se  arrojan  las  tierras  lavadas. 
En  esta  estension  se  colocan  algunos  saltos,  de  mo- 
do que  la  línea  de  la  corriente  no  sea  continua; 
por  lo  demás,  también  tiene  una  pendiente  va- 
riable. 

)>N()  es  raro  que  el  peso  del  azogue  arrojado  en 
el  caucil  sea  de  2,000  quilogramos,  dando  al  qui- 
logramo de  este  metal  el  precio  de  3  pesos  20 
centavos  a  que  alcanzó  en  1874,  este  solo  gasto 
llegaria  a  6,400  pesos.  (1) 

(1)  Esta  operación  de  limpiar  los  canales  o  sluices  que  a  ve- 
ces son  de  madera  eu  forma  de  cajones  herméticamente  cerra- 
dos o  verdaderos  túneles  i  cajas  de  piedra^  es  lo  que  los  mineros 


—  310  — 

XYII. 

sLa  cantidad  media  de  oro,  prosigue  el  escritor 
citado,  es  variable  según  los  criaderos  i  baja  has- 
ta 1  franco  50  céntimos  por  metro  cúbico  de  ri- 
pio, duchado  i  lavado.  Estas  cifras  representan 
el  mínimun  que  se  puede  esplotar  con  utilidad, 
gracias  a  los  medios  a  la  vez  tan  perfeccionados  i 
poderosos  como  económicos  de  que  se  echa  mano. 
En  otro  tiempo  con  el  sistema  hidráulico  primiti- 
vo, un  minero  se  daba  por  satisfecho  con  obtener 
un  beneficio  de  2  a  3  francos  de  oro  por  metro  cú- 
bico en  algunos  terromonteros.  Mucho  mas  babria 
costado  tan  solo  el  derribar  un  metro  cúbico  de 
cascajo  sólido,  si  no  se  hubiera  tenido  a  mano  el 
agua,  tan  injeniosamente  adoptada  aquí  como 
ájente  mecánico,  tanto  para  la  demolición  como 

llaman  cleaning  itp,  es  decir,  lira])iar  o  barrer  el  oro,  como  se 
practicaba  antiguamente  en  la  Colchida  i  en  Chile  con  los  pe- 
llejos- de  carnero  que  se  ponian  a  la  salida  de  los  trapiches,  a  fin 
de  retener  entre  las  hebras  de  la  lana  las  mas  delgadas  partí- 
culas del  metal,  i  de  aquí  el  vellocmo  de  oro  de  Jason,  precursor 
del  toisón,  o  trasquila  de  oro  de  Carlos  V.  Hablando  de  un  good 
cleaning  up,  es  decir,  de  una  buena  cosecha  de  oro  por  amalgama, 
el  Transcripta  diario  de  Nevada,-  correspondiente  al  4  de  agosto 
de  1878,  refiere  que  la  sociedad  aurífera  denominada  Manzanita 
Cowjoa/??/,  habia  hecho  en  esos  días  una  «espléndida  cosecha,i> 
porque  después  de  un  lavado  de  veinte  dias  i  con  solo  25  hom- 
bres recojió  280  libras  de  amalgama  valorizadas  en  35,000 
pesos,  osea  125  pesos  por  libra  de  azogue  i  oro. 


—  311  — 

para  el  lavado  i  acarreo  de  las  arenas  i  de  los  gui- 
jarros colectores.  Pero  después,  los  perfecciona- 
mientos introducidos  en  el  método  hidráulico  han 
sido  tales,  que  pueden  al  presente  ser  beneficia- 
das con  provecho  algunas  tierras  diez  veces  mas 
pobres. 

XVIII. 

Entra  en  seguida  en  terreno  mas  sólido  el  ilus- 
trado autor  que  por  su  claridad  de  esposicion  ve- 
nimos fielmente  siguiendo,  i  cita  algunos  ejem- 
plos prácticos  de  la  ejecución  i  resultados  de  los 
procedimientos  de  que  ha  venido  dándonos  cuenta. 

«La  Compama  Americana  en  Sebastopol,  con- 
dado de  Nevada,  habia  lavado  a  fines  de  1871,  cer- 
ca seis  millones  de  metros  cúbicos  de  cascajos,  que 
le  habian  producido   1.800,000  pesos  en  oro,  lo 
que  equi valia  a  un  provecho  de  quince  centavos 
por  metro  cúbico.  El  banco  de  cascajo  que  esplo- 
taba  tenia  una  altura  media  de  cincuenta  metros 
i  reposaba  sobre  un  lecho  de  granito.  De  1871  a 
1873  el  producido  en   oro  habia  sido  el  mismo. 
Algunas  compañías  vecinas,   mas  favorecidas,  sa- 
caban hasta  tres  pesos  por  metro  cúbico;  otras, 
cuyos  ripios  eran  demasiado  duros  i  se  resistían  a 
desmoronarse  bajo  la  presión  hidráulica,  se  veian 
obligados  a  romperlos  a  polvorazos  i  molerlos  con 
pisones  o  baterías  mecánicas.   Estos  cascajos  ha- 


—  312  — 

bian  rendido  hasta  seis  pesos  poT'  tonelada  (1). 
Teniendo  en  cuenta  los  gastos  de  pólvora  i  mo- 
lienda, es  preciso  convenir  en  que  esos  cascajos 
debian  ser  mucho  mas  ricos,  pues  de  otra  manera, 
los  gastos  de  esplotacion  habrian  dejado  en  zaga 
al  beneficio  del  oro. 

c(I  no  se  crea  que  todo  este  oro  se  encontrara 
en  estado  microscópico,  mezclado  como  polvo 
imperceptible  en  la  composición  del  cascajo;  liai 
también  pepitas,  muchas  veces  de  un  regular  vo- 
lumen, i  pajuelas,  (las  antiguas  bolsas  de  los  mine- 
ros de  Chile.J  nidos  de  oro  semi-cristalino,  conte- 
nido en  las  junturas  i  cavidades  de  los  trozos  de 
cuarzo. 

XIX. 

»Guando  se  lava  en  la  artesa  la  composición  de 
los  ripios  auríferos  se  encuentra,  como  entre  las 
arenas  de  los  placeres  superficiales  pero  en  menor 
cantidad,  fierro  magnético  negro  oxidulado,  lo 
que  es  fácil  separar  de  los  otros  cuerpos  mezcla- 
dos con  él  por  medio  de  una  barra  de  imán,  gra- 
_____  _ 

(l)  Algo  eqaivaleate  a  IS  pesos  p)i'  cajón  en  Chile.  ¿Quién 
habria  trabajado  jamas  por  el  sistema  de  trapiches  metales  de  tan 
pobre  lei  entre  nosotros?  Recuérdese  que  aun  en  tiempo  de  Fi*ezier 
el  cascajo  debia  rendir  dos  onzas  de  oro  para  que  costease  sim- 
plemente, pero  sin  dejar  la  menor  ganancia.  I  ahora  que  se  es- 
plotan  cascajos  que  riiulen  15  es.  el  cajón! 


—  313  — 

nos  ele  platina,  los  que  se  dan  a  conocer  por  su 
color  gris  i  su  gran  densidad,  rubíes  de  un  her- 
moso color  rojo,  pero  demasiado  pequeños  para 
tener  algún  valor,  algunos  záfiros  azules  trasluci- 
dos, granates,  circones,  igualmente  sin  valor  al- 
guno, restos  de  cristal  de  roca  i  según  algunos 
hasta  chispas  de  diamantes;  pero  se  ha  reconocido 
que  no  tenían  un  valor  mayor  que  las  piedras  an- 
tedichas. En  resumen,  solé  el  oro  constituye  la 
verdadera  cosecha  de  estas  grandes  esplotaciones. 
))De  todas  las  compañía  del  condado  de  Neva- 
da, la  mas  poderosa  es  la  de  North-Bloomfield,  cu- 
yos trabajos  hemos  seguido  en  1868  desde  sus  prin- 
cipios. Pcsee  en  propiedad  una  estension  de  635 
hectáreas  de  cascajo  aurífero.  En  un  estrecho  va- 
lle ha  construido  un  gran  dique  que  limita  un  in- 
menso depósito  que  puede  contener  21  metros  de 
agua,  los  que  luego  subirán  a  30.  En  la  primera 
de  estas  profundidades,  el  volumen  de  agua  alma- 
cenado es  de  15,000  millones  de  litros,  o  sea  15 
millones  de  metros  cúbicos.  El  canal  que  corre 
desde  el  dique  hasta  los  bancos  de  cascajos,  tiene 
72  quilómetros  de  largo  i  no  ha  coí^tado  menos  de 
500,000  pesos.  Está  adherido  a  los  flancos  de  las 
colinas  rocosas  que  encajonan  el  lecho  del  Yuba 
o  South  Yiihci,  i  el  viajero  que  recorre  este  valle 
salvaje  admira  desde  abajo  tan  audaz  construc- 
ción. El  canal  desemboca  a  300  metros  sobre  las 
minas  i  allí  se  encuentra  uu  segundo  depósito. 

LA  E.  DEL  O.  40 


—  314  — 

«En  1873  se  constrnia  otro  canal  de  32  kilóme- 
tros, que  debia  reunirse  el  precedente  en  la  mi- 
tad de  su  camino.  Si  se  ha  terminado  ya  esta 
obra,  la  compañía  de  North  Bloomfield  podrá 
trabajar  durante  todo  el  año  i  gastar  diariamente 
a  la  vez  en  todos  los  puntos  de  esplotacion,  cer- 
ca de  380  millones  de  litros,  que  corresponden  al 
volumen  de  5,000  pulgadas  de  agua  de  minero. 

«El  total  del  gasto  de  estas  jigantescas  empre- 
sas llega  a  un  millón  de  pesos,  de  los  que  700 
rail  se  han  empleado  en  los  104  kilómetros  de  ca- 
nales i  300,000  en  los  diques  i  depósitos.  La  com- 
pañía posee  ademas  una  parte  sobre  depósitos  en 
los  cascajos  vecinos  i  allí  construye  también  50 
kilómetros  de  canales,  con  el  gasto  de  250,000 
pesos.  Ademas  le  pertenece  esclusivamente  una 
línea  de  agua  canalizada  de  mas  de  150  kilóme- 
tros, que  desde  la  cumbre  de  las  montañas  i  de 
los  flancos  nevados  de  la  sierra,  se  estiende  hasta 
el  pié  de  los  valles  adyacentes.» 

XX. 

Podríamos  por  nuestra  parte  aumentar  estos 
ejemplos  con  numerosos  casos  que  hemos  acopiado 
en  la  lectura  no  remota  de  diarios  californienses, 
pero  nos  será  licito  únicamente  recordar,  si  mas 
no  sea  que  por  su  nombre  (que  casi  es  un  título  de 
nacionalidad)  el    célebre  lavadero  superficial  i  de 


—  315  — 

casc.'ijo  llamado  CMU-Gkdch  (o  garganta  de  Chi- 
le) en  la  veeindad  de  la  ciudad  de  Mokeluna,  con- 
dado de  Calaveras,  asiento  de  fabulosa  riqueza, 
porque  cada  una  de  sus  claims  o  estacas,  aun 
cuando  no  median  mas  de  15  pies  cuadrados,  pro- 
dujeron, según  un  mineralojista  francés,  250  libras 
o  sea  dos  quintales  i  medio  por  cada  cinco  metros 
cuadrados. 

Era  aquello  una  verdadera  plancha  maciza  de 
oro,  descubierta  por  algún  chileno.  (1) 

(1)  P.  Laur. — Metaux  précieux  de  Californie  páj.  27.  Se- 
gún el  diario  The  Calaveras  Gkronicle  del  12  de  enero  de  1878, 
im  viejo  minero  llamado  Garland  había  comprado  estos  cascajos 
cuapdo  habia  dado  ya  ea  la  circa  (cement,)  i  se  proponía  tritu- 
rarlos, para  cuyo  fin  estaba  levantando  una  batería  de  pisones 
que  tendrían  una  presión  de  260  pies  por  pulgada:  era  esto  lo 
que  se  llama  cement  mining,  dirijido  a  estraer  el  oro  de  su 
base  roas  dura  i  mas  profunda. 

En  la  revista  titulada  The  liessources  of  California  corres- 
pondiente a  agosto  de  1877  encontramos  también  un  prolijo  es- 
tudio sobre  trabajos  ejecutados  en  llevada  en  una  estension  in- 
calculable de  cascajos  auríferos  que  allí  tienen  el  nombre  de 
cascados  azules  de  plomo  (the  blue  gravel  íí^aí/) que  han  produ- 
cido muchos  millones  de  pesos  a  las  compañías  que  los  espío- 
tan. 

El  minero  australiense  Mr.  J.  B.  Shanklin,  que  ha  sido  uno 
de  los  primeros  esploradores  de  los  cascajos  auríferos  de  Chile, 
cita  también  como  actor  i  artífice,  en  un  artículo  publicado  el  19 
de  marzo  de  1878  en  El  Mercurio  de  Valparaíso,  una  serie  de 
grandes  trabajos  de  este  jénero  logrados  en  California. 

Por  último,  nuestro  amigo  i  colaborador  Rowsell,  «el  bombe- 
ro de  treinta  años,»  nos  ha  enviado  la  siguiente  lista  de  los 


—  316  — 


XXT. 

Una  peculiaridad,  o  mas  bien,  una  anal  ojia  chi- 
lena de    Chile- Gulch.  En  estos  cascajos  se  han 

principales  túneles  i  galerías  abiertas  para  la  esplotaoion  de  los 
cascajos. 

Costo  i  largo  de  los  tímeles  practicados  en  la  rejion  sur  e  inter- 
media del  rio  Yuba  en  California. 

Pies.  Costo. 

North  Bloomfield 7,874  %  500,000 

Bortón 1,600  j>     40,000 

American 3,900  »  140,000 

Manzanita 1,740  »     62,000 

Sweetland  Creeck 2,200  »     90,000 

French  Corral 3,500  »  145,000 

Lista  de  túneles  abiertos  en  terrenos  de  la  compañía  Excelsior 

(Smartsville.) 

Buhl  i  Michigan largo  2,000  pies. 

Pactolus » 

Cement  Claim » 

Blue  Gravel » 

Enterprise » 

Movney  lias » 

Se  ha  estimado  que  Smartsvilia  ha  producido  $  13.000,000  i 
ha  contenido  término  medio  23  es.  de  oro  por  yarda  cúbica,  i  se 
calcula  que  producirá  de  18  a  22.000,000  mas. 

I  ahora  preguntamos  -  ¿se  ha  hecho  algo  semejante  o  parecí- 
do  siquiera  en  Chile?  ¿Puedeu  considerarse  como  verdaderos 
trabajos  i  menos  como  esplotaciones  de  lavado  de  cascajos  aurí- 
leros  los  simples  ensayos  i  reconocimientos  de  Catapilco,  Llam- 
paico  i  Niblinto? — Pero  no  anticipemos. 


1,600 

» 

1,800 

» 

1,808 

» 

3,092 

» 

3,300 

» 

—  317  — 

encontrado  fósiles  de  rinocerontes  a  la  profundi- 
dad de  243  pies.  Pues  algo  parecido  ha  ocurrido 
en  la  vecindad  de  Llampaico,  donde  se  nos  ase- 
gura se  desenterró  un  diente  de  mastodonte  u  otro 
animal  antediluviano,  con  la  singularidad  de  con- 
tener en  sus  cavidades  una  porción  considerable 
de  oro.  Se  nos  ha  informado  que  esta  curiosidad 
existe  en  poder  de  don  Carlos  Waddington,  en 
Valparaiso,  i  fué  encontrado  en  las  Dichas,  es  de- 
cir, en  el  fondo  del  estero  aurífero  de  Casablanca. 

XXII. 

De  toda  suerte,  es  un  hecho  sobre  el  cual  no 
cabe  duda  el  de  que  casi  la  totalidad  del  oro  pro- 
ducido por  la  América  del  Nort3  en  sus  estados 
del  Pacífico,  desde  1871  hasta  la  fecha,  se  deben 
no  a  los  agotados  lavaderos  superficiales  de  oro, 
sino  a  los  cascajos  auríferos  de  que  detenidamente 
nos  hemos  ocupado. 

Vimos  ya  en  la  pajina  235  que,  según  Lavele- 
ye,  la  producción  total  de  California  en  los  13 
años  comprendidos  desde  el  descubrimiento,  1848, 
a  1861,  ascendió  mas  o  menos  a  500  millones  de 
pesos,  lo  que  hace  aproximativamente  40  millones 
de  pesos  por  año. 

Veamos  ahora,  según  datos  de  reciente  i  auto- 
rizada data,  cual  ha  sido  el  rendimiento  del  oro 
en  aquellos  paises,   según  los  libros  de  la  Compa- 


—  318  — 

nía  acarreadora  de  metales  preciosos  el  conocido  i 
universal  Expreso  de  Wclls-Fargo  i  Compañía, 
para  los  siguientes  años: 

1873 *  $  40.456,593 

1874 40.103,045 

1875 41.745,147 

1876 44.328,301 

1877 46.129,547  (1) 

Se  notará  que  la  proporción  del  oro  ha  ido 
siempre  en  aumento,  i  esto  mismo  ha  sucedido 

(1)  Haciendo  la  cuenta  por  libras  de  estos  verdaderos  cerros 
de  metales  preciosos  que  tanto  eclipsan  los  prodijios  antiguos 
del  Ofir  i  del  Perú,  encontramos  el  siguiente  resultado. 

«La  producción  total  de  oro  i  plata  en  los  Estados  Unidos, 
durante  el  año  1870  se  elevó  a  17.076,080  libras,  a  cuyo  valor 
el  oro  contribuye  con  9.370,000  i  la  plata  con  7.700,000  libra?. 
Según  el  informe  dado  por  el  director  de  la  moneda,  doctor  Lin- 
derman,  el  estado  de  ^Nevada  contribuyó  con  57  por  ciento  de 
la  suma  total  de  plata,  o  sea  5.00.5,000  libras;  Utah  figura  con 
1.155,000;   Colorado  con  808,400  libras;  Montana,  con  231,000. 

»Eü  la  estadística  de  la  prodaccion  total  de  metales  preciosos 
desde  1860  hasta  fin  de  diciembre  de  1876,  consta  que  la  pro- 
ducción total  en  el  primer  año  ascendió  a  9.230,000  libras,  ha- 
biendo desde  entonces  aumentado  en  progresión  creciente  hasta 
17.070,000  libras,  que  constituyó  la  estimación  para  el  último 
año.  El  aumento  es  debido  casi  esclusivamente  a  la  obtención 
de  plata,  la  cual  ha  aumentado  desde  30,000  libras  (en  1860,) 
hasta  7.700,000  (en  1876.) 

» Así,  en  17  años,  la  producción  total  de  oro  ha  sido  de 
153.355,418  libras,  i  la  de  plata  de  57,971,000,  lo  que  dá  un  to- 
tal de211.326;418  libras.» 


—  319  — 

con  la  plaüi,  coa  el  plomo  i  todos  los  demás  valio- 
sos metales  de  aquellas  zonas  verdaderamente 
portentosas.  I  a  fin  de  comprobarlo,  nos  será  líci- 
to reproducir  del  Mining  Beview  de  San  Francisco 
de  1877,  el  siguiente  cuadro  que  representa  el  valor 
total  de  los  metales  producidos  por  los  once  esta- 
dos del  Pacífico  que  reconocen  en  el  de  California 
su  cuna  i  su  matriz: 

lí^7S  19741  1975  iS76 

California $18.025,722  $20300,531  $17.753,151  $19.000,000 

Nevada 35.254,507  35.452,233  40.478,369  49.300,000 

Oregon 1.376,389  609,070  1.165,046  1.200,000 

Washinhton 200,395  155,535  81,932  100,000 

Idaho 2.343,654  1.880,004  1.-554,902  1.700,000 

Montana 3.892,810  3.439,498  3.573,609  2.800,000 

Utah 4.906,337  5.911, ¿78  5.687,494  5.600,000 

Arizona 47,778  26,066  109.093  1.400,000 

Colorado 4.083,268  4.191,405  6.299,817  7.000,000 

N.  México 868,798  798,878  2.408,671  2.200,000 

3r.  Columbia 1.250,035  1.636,557  1.776,953  1.500,000 

Totales $72.258,693    $74.401,055    $80.889,037    $91.800,000 

XXIII. 

En  cuanto  al  año  de  1877,  un  estado  prolijo 
publicado  en  el  estudio  estadístico  a  que  hacemos 
referencia,  aumenta  la  producción  de  metales  pre- 
ciosos en  mas  de  siete  millones  de  pesos,  llegando 
la  estadística  a  la  suma,  verdaderamente  fabulosa, 
de  98.421,754:  pesos  estraidos  en  su  mayor  parte 
por  el  sistema  de  la  presión  hidráulica  en  un  solo 
año. 


—  320  — 

El  autor  de  los  cómputos  que  seguimos,  corri- 
jiendo  un  tanto  los  cálculos  de  Laveleye,  afirma 
que  la  producción  del  oro  i  plata  en  California 
desde  desde  1848  a  la  época  de  los  descubrimien- 
tos arjentíferos  de  Nevada  en  1861,  fué  de  700 
millones  de  pesos,  estableciendo  que  la  contribu- 
ción de  la  plata  a  esta  cifra  no  fué  mui  conside- 
rable. 

Ahora  bien,  desde  que  el  rudo  minero  Coms- 
tock,  creyendo  haberse  encontrado  un  pedazo  in- 
forme de  escoria,  reveló  al  mundo,  como  Juan 
Godoi  en  1832,  la  prodijiosa  riqueza  arjentífera 
de  Nevada,  este  Potosí  moderno,  el  rendimiento 
del  oro  ha  sido  en  proporción  mucho  mas  del  do- 
ble de  la  plata,  en  esta  forma: 

Oro $  876.000,000 

Plata 372.000,000 

Esplícase  este  fenómeno  por  la  circunstancia 
de  que  las  minas  de  plata  de  Nevada  contienen 
jeneralmente  un  43  por  ciento  de  oro. 

Los  metales  sacados  en  1877  de  las  minas  Con- 
solidated VirgÍ7iia  i  California,  que  son  las  descu- 
bridoras de  Nevada,  i  estraidos  de  la  profundidad 
de  1,500  pies,  contienen  en  igual  proporción  el 
oro  i  la  plata,  maravilla  nunca  vista  hasta  aquí. 

Sin  embargo,  en  los  estados  norte-americanos 
del  Pacífico,  como  ha  sucedido  en  Chile,  la  plata 
va  tomando  cada  dia  mayor  ascendiente,  pues  la 


—  321  — 

proporcionen  que  estaban  uno  i  otro  metal  en  1877 
en  aquellos  territorios  era  de  51  millones  de  pesos, 
producción  del  oro  i  de  49  millones  de  pesos,  pro- 
ducción de  la  plata;  i  de  aquí  el  bimetalismo  que 
tanto  desespera  a  los  sabios,  como  si  fuera  posible 
dar  un  valor  fijo,  «a  lo  Piérola»,  a  sustancias  que 
alteran  su  precio  de  una  manera  indefinida,  año 
por  año,  i  casi  mes  por  mes.  (1) 

(1)  Como  un  dato  interesante  de  la  asombrosa  riqueza  metalí- 
fera de  los  Estados  Unidos,  reproducimos  las  siguientes  cifras 
sobre  las  cantidades  de  oro  i  plata  amonedadas  en  las  tres  casas 
de  moneda  de  ac[uel  país  en  el  año  de  1877,  como  sigue: 

Casa  de  moneda  de  Filadeljia. 

Oro 7.679,844      pesos. 

Plata 10.651,04.5  » 

Nickel! 8,525!         » 

Total  en  Filadelfia 18.339,414  » 

Casa  de  moneda  en  San  Francis- 
co (oro  i  plata) 49.772,000!         » 

Casa  de  moneda  de  Carson,  esta- 
blecida en  18 'O  en  Nevada  (oro 
i  plata) 4.020,000  » 

Gran  total    de   amonedación 

en  uníalo 72.131,434!!!       » 

Lo  que  amonedó  la  casa  de  Moneda  de  Chile  en  un  siglo! 

Hé  aquí  todavía  un  dato  de  importancia  que  tiene  apropiada 
cabida  en  este  libro  i  que  reproducía  hace  poco  el  Economiste 
Frangais,  a  propósito  de  la  debatida  cuestión  del  bimetalismo, 
asegurando  que  aun  cuando  la  produ.-cion  del  oro  haya  decrecido 

LA    E.    DEL    o.  41 


—  322  -- 

XIV. 

Llegado  es  ahora  el  caso  de  proponer  la  solu- 
ción práctica  i  similativa  que  hemos  venido  per- 
siguiendo i  que  podria  concretarse  a  esta  simple  i 
comprensiva  fórmula: 

¿Tiene  Chile  una  tercera  zona  aurífera  esplotahle, 
asi  como  ha  tenido  dos  zonas  arjentiferas  perfecta- 
mente demarcadas? 

I  si  así  esa  zona  existe,  como  parece  fuera  de 
duda,  ¿es  ésta  susceptible  de  ser  esplotada  con  las 
pingües  ventajas  que  en  California  i  por  los  pro- 
pios medios  usados  en  este  pais  i  en  Australia? 

El  problema  queda  así  lealmente  establecido; 
pero  los  ensayos  ejecutados  hasta  aquí  desde  1877 


en  los  últimos  cuatro  años,  no  por  esto  dejaría  de  sobrar  para 
las  necesidades  verdaderas  o  ficticias  del  mundo. 

«Soetbeer,  que  es  uu  estadístico  mas  minucioso  que  los  pre- 
cedentes, da  las  cifras  de  la  acuñación  de  las  monedas  de  oro  i 
plata  en  el  período  mas  reciente,   es  decir,  de  1851  a  1875,  en 

los  doce  principales  estados  del  mundo  civilizado  fabricantes 
de   moneda   en  la  siguiente  forma:   Australia,  Gran   Bretaña, 

Indias  Inglesas,  Estados  Unidos,  Francia,  Béljica,  Italia, 
Alemania,  Austria-Hungría,  Escaudinavia  i  los  Países  Bajos. 
Esos  Estados  reunidos  han  amonedado  en  ese  período  5.785,580 
kilogramos  de  oro,  que  valen  16,142.000,000  de  marcos  o  sea 
4,035.400,000  de  pesos  fuertes,  i  42.098,340  kilogramos  de  pla- 
ta, que  valen  7,578  millones  de  marcos  o  1,896  millones  de  pesos. 
Según  estos  datos  puede  admitirse  que  debe  haber  a  lo  menos  o 
niil  millones  de  pesos  en  oro,  en  estado  do  moneda,  t-n  todo  el 
Djundo  civilizado.» 


—  323  '- 

en  Catapilco,  en  Maleara,  en  Llampaico,  en  Ni- 
blinto,  ¿alientan  o  desprestijian  semejante  indus- 
tria hasta  el  presente. 

— «Sí!»,  responden  los  entusiastas  decidiendo  el 
primer  término  a  su  favor,  i  esplicando  el  poco 
éxito  alcanzado  hasta  aquí  por  causas  ajenas  a  la 
riqueza  intrínseca,  jennina  i  probada  de  la  tierra, 
es  decir,  por  la  escasez  de  agua,  la  penuria  de  ca- 
pitales, las  intrigas  del  ajio,  i  mas  que  todo,  por 
la  inconstancia  cúpida  que  se  fatiga  i  desespera 
del  primer  malogro. 

— c(Nó!))  dicen  los  otros  invocando  testimonios 
contrarios  i  hechos  desconsoladores. 

En  cuanto  a  nosotros,  colocándonos  fríamente 
en  el  centro  de  la  controversia,  nosotros  que  bus- 
camos solo  la  solución  de  un  gran  problema  na- 
cional, i  esponemos  los  hechos  i  las  doctrinas  que 
tienden  a  ilustrarlo,  nos  limitaremos  a  narrar  sen- 
cillamente lo  que  sobre  el  particular  vimos  en  es- 
cursiones  auríferas  que  cuentan  ya  la  autoridad  de 
algunos  años  (1878)  i  a  esto  consagraremos,  con- 
forme a  nuestro  programa,  los  dos  capítulos  sub- 
siguientes. 

XXV. 

No  pondremos  remate,  sin  embargo,  al  presen- 
te, sin  citar,  sin  com.entario  alguno,  la  opinión  del 
esperto,  Mr.  Shanklin,  quien  en  el  artículo  recien- 


—  324  — 

teniente  citado  i  correspondiente  a  diciembre  de 
1878,  se  espresa  en  los  términos  siguientes: 

((Es  un  hecho  demostrado  por  hi  esperiencia 
obtenida  en  los  lavaderos  de  Australia  i  Califor- 
nia, que  el  manto  o  stratum  que  contiene  la  ma- 
yor parte  del  oro,  está  situado  en  los  ocho  o  diez 
pies  que  se  hallan  sobre  la  circa  o  roca  primitiva, 
aunque  hai  casos,  como  en  el  (cGreat-blue  lead» 
de  California,  en  que  ese  manto  alcanza  hasta  40 
pies  de  espesor  sobre  la  circa;  pero  esto  es  escep- 
cional.  El  North  Bloomfield  Grcwel  Mining  Cora- 
2)(iny,  tiene  un  depósito  de  unos  trescientos  pies  de 
espesor,  de  los  cuales  solo  los  40  mas  profundos  son 
del  manto  verdaderamente  aurífero.  En  los  años 
1870  a  1874  esta  compañía  lavó  de  la  parte  supe- 
rior del  depósito  tres  i  un  cuarto  millones  de  casca- 
jo, con  un  resultado  de  2.9/10  centavos  por  yarda. 

((En  1874  a  1875  lavó  1.858,000  yardas  cúbicas 
de  la  misma  parte  superior,  hasta  la  profundidad 
de  160  pies,  con  un  resultado  de  3.9/10  centavos 
por  ya,rda  cúbica,  i  con  un  costo  de  2.84/100  cen- 
tavos. En  1875  a  1876  la  misma  compañía  lavó 
2.919,700  yardas  cúbicas  hasta  la  profundidad  de 
260  pies  con  un  resultado  de  6.6/10  centavos,  es- 
traidos  a  un  costo  de  3.19/100  centavos  por  yar- 
da. El  cálculo,  por  estudios  prolijamente  hechos, 
del  valor  de  todo  el  depósito,  daba  unalei  común 
de  25  centavos,  siendo  la  de  los  mantos  superiores 
aumentada  por  la  de  los  inferiores. 


—  325  - 

))Esta  compañía  es  una  de  las  mas  importantes 
en  California. 

))La  Compañía  Light  en  un  ensaye  hecho  para 
estimar  el  valor  de  los  mantos  superiores  e  infe- 
riores, lavó  58,340  yardas  cúbicas  del  cascajo  su- 
perior con  un  resultado  de  dos  centavos  por  yar- 
da, (dos  centavos  en  lugar  de  dos  onzas  de  oro 
sellado  por  cajón!  ,  i  en  seguida  lavó  el  manto 
situado  a  cuatro  pies  sobre  la  circa,  dando  55  por 
yarda  cúbica. 

))La  compañía  La  Grange  lavó  también  con  el 
mismo  objeto  de  estimar  el  valor  de  los  cascajos 
superiores  e  inferipres,  41,038  yardas  cúbicas,  con 
un  resultado  de  tres  centavos  por  yarda,  i  7,242 
yardas  del  manto  inferior  que  dieron  94  centavos 
por  yarda  cúbica. 

))La  Compañía  Ceder-Creeck  tiene  un  depósito 
de  130  pies  de  espesor,  de  los  cuales  90  pies  de  la 
parte  superior  no  contienen  nada  de  oro.  Puedo 
citar  muchísimos  ejemplos  como  éstos,  i  otros  en 
Australia,  donde  el  manto  pagador  no  tiene  jene- 
ralmente  mas  de  un  pié  de  espesor  sobre  la  circa, 
con  escepcion  del  distrito  de  Ballarat,  donde  varia 
entre  siete  i  diez  pies  sobre  la  circa. 

y)  Compárense  ahora  estos  depósitos  con  los  hasta 
la  fecha  reconocidos  en  Chile.  Los  ensayos  en  Ca- 
tapilco  han  dado  una  leí  mínima  de  30  centavos 
por  yarda  cúbica;  en  Llampaico  de  cuarenta  a 
ochenta  centavos,  sin  saberse  todavia  lo  que  pueden 


—  326  -. 

producir  los  mantos  inferiorQs;  en  Marga-Marga, 
desde  30  centavos  hasta  dos  pesos;  en  Petorca  des- 
de 50  centavos  hasta  un  peso;  en  el  Romeral  desde 
50  centavos  hasta  dos  pesos;  i  en  Garen  desde  cin- 
cuenta centavos  hasta  cuatro  pesos  j)    (1) 

(1)  Sobre  este  mismo  particular  i  en  el  mismo  sentido  han 
escrito  los  espertes  o  cateadores  de  oro  Mr.  Holcombe  i  Sirap- 
son,  que  han  recorrido  una  buena  parte  del  país,  i  también  el 
químico  chileno  don  Enrique  Sewell-Gana.  Este  último  hizo  un 
llamamiento  especial  a  los p?'ospecfors  i  mineros  californienses 
en  un  artículo  publicado  en  enero  de  1878  en  El  Minimj  i 
Scienfic  Press  de  San  Francisco,  ofreciendo  todo  jénero  de  ven- 
tajas a  nombre  del  presidente  Pinto  i  de  su  ministro  el  señor 
Lastarria. 

Se  nos  ha  informado  que  el  injeniero  aurífero  señor  Messerer, 
el  mas  versado  talvez  de  los  hombres  de  ciencia  i  de  práctica 
auríferas  combinadas  que  haya  venido  a  Chile,  no  abriga  una 
esperanza  raui  lisonjera  de  la  tercera  zona  aurífera  de  Chile  por 
la  formación  de  sus  estratas.  Pero,  al  mismo  tiempo,  se  uos  dice 
que  el  señor  Messerer  trabaja  minas  de  cuarzo  en  Tiltil,  en  Pe- 
torca  i  donde  las  halla... 

Escrito  i  en  prensa  lo  precedente,  el  Mercurio  de  Valparaíso 
del  9  de  noviembre  anunció  la  llegada  a  esa  ciudad  de  la  segun- 
da remesa  de  oro  de  Llampaico  (13  libras)  producto  de  130  ho- 
ras de  lavados  de  cascajos  con  un  monitor  hidráulico  de  mínima 
presión  i  aprovechamiento...  I  no  es  este  el  caso  de  esclamar, 
como  respecto  del  oro  de  Lebu: — oiSanto  Tomas,  ver  i  creerh 


CAPiraLO  XII. 


LOS     CASCAJOS     auríferos     DZ     CATAPILCO. 

El  pr'imev prospector  o  cateador  de  los  cascajos  auríferos  de  Chile,  el  doctor 
Buriles. — Catapilco  i  su  fama  aurífera. — Llega  este  emisario  a  Chile  i 
regresa  el  doctor  Burnes  a  Estados  Unidos  en  1876. — Mr.  .John  Flagler  i 
prolijos  reconocimientos  profesionales  que  ejecuta  en  Catapilco. — íSe  re- 
suelve a  establecer  trabajos  por  la  presión  hidráuliga  i  regresa  a  Esta- 
dos Unidos. — Vigoroso  planteamiento  inicial  de  las  faenas. — El  injenie- 
ro  Simpson. — La  fiebre  de  Paraff  i  nuestras  escursiones  en  1878. — Es- 
cursion  a  Catapilco. — La  comitiva,  la  partida,  los  adioses  i  los  aco- 
modos.— «Ambrosio  Lámela.» — De  Viña  del  Mar  a  Concón.—  La  cazuela 
de  Colmo. — Los  gringos  de  Semana  Santa  i  la  aventnra  del  arriero  de 
los  qringos. — Quinteros. — Puchuncaví.— La  laguna  de  Catapilco. — Una 
acojida  yankae  i  sus  brindis. — Visitas  de  las  faenas  del  oro. — El  Cule- 
brón i  el  Quemado. — El  cambista  Román  i  sus  tesoros. — Pedro  Cruz  i 
Montenegro. — Una  arroba  de  oro  por  semana. — Descripción  de  los  tra- 
bajos.— Los  canales. — Los  Jlumes  i  los  acueductos. —  La  revelación  del 
indio  en  el  hospital  de  Santiago. — Risueñas  ilusiones. — Cartas  de  Mr. 
Flagler  que  las  confirman. 

«Desde  que  se  ha  dado  publicidad  a  los 
notables  trabajos  auríferos  de  Catapilco, 
se  ha  despertado  un  verdadero  entusiasmo 
por  este  jénero  de  empresas. 

»Varias  personas  recorren  los  campos  de 
la  costa,  estimulados  por  las  mismas  era- 
presas,  i  entre  otras  se  nos  asegura  que  una 
caravana  compuesta  de  los  señores  Luis  i 
Patricio  Lynch,  Juan  de  Dios  Merino  Be- 
navente  i  otros  caballeros  se  han  diriji- 
do  últimamente  a  Catapilco  para  hacerse 
cargo  prácticamente  de  este  nuevo  siste- 
ma de  esplotar  las  riquezas  dsl   paí'í,  el 


328  — 


cual,  manejado  con  mediana  discreción, 
nos  sacaria  sin  duda  de  la  aflictiva  situa- 
ción que  atravesamos. 

(Crónica  del  Ferrocarril  del  4  de   marzo 
de  1878.) 


Por  el  año  de  1875  hizo  su  aparición  en  Chi- 
le el  ^vuíieY  prospector  o  «cateador  de  panizos  de 
oro»,  en  demanda  de  la  antigua  i  universal  fama 
de  Chile  así  como  de  la  aplicación  de  los  sistemas 
californienses  que  hemos  descrito  en  el  capítulo 
precedente  de  este  libro.  Era  este  nuevo  Jason  en 
busca  del  perdido  vellocino  de  la  Colchida,  un 
médico  de  profesión,  llamado  Mr.  Burnes,  que  con 
el  grado  de  coronel  habia  servido  en  las  filas  de  la 
rebelión  de  Estados  Unidos  i  consagrádose  en  se- 
guida a  las  labores  de  oro  en  California  i  aun  en 
los  Estados  del  Sur  de  la  Union,  a  que  pertenecia. 


11. 


El  doctor  Burnes  fué  en  seguida  enviado,  i  al  pa- 
recer era  sostenido  i  estimulado,  por  una  compañía 
de  capitalistas  resid-entes  en  San  Francisco  i  Nue- 
va York,  que  deseaban  esplorar  los  casc¿ijos  aurí- 
feros de  Chile,  o  sea  su  tercera  i  todavia  vírjen 
zona  subterránea,  a  fin  de  esplotarla  por  los  pro- 
cedimientos hidráulicos. 

Llamaron   desde  luego  la  atención  del  pioneer 


—  329  — 

de  los  cascajos  auríferos  las  renombradas  tierras 
auríferas  de  Catapilco,  estensa  hacienda  situada 
en  la  costa  del  departamento  de  la  Ligua  i  en  los 
confines  setentrionales  de  la  de  Valparaíso.  • 

Allí  no  habia  en  efecto  dejado  de  trabajarse  ja- 
mas el  oro,  desde  el  tiempo  de  los  aboríjenes,  i 
hoi  mismo  continúa  dando  pábulo  i  sustento  a  la 
vida  de  algunas  familias  i  al  provecho  de  uno  o 
dos  cambiadores  de  oro,  por  el  método  antiguo  de 
la  batea  i  el  buche  de  la  gallina,  especialmente 
en  el  lugar  denominado  La  Laguna,  que  es  don- 
de en  un  remanso  de  playa  desemboca  en  el  Pa- 
cífico el  estero  aurífero  de  Catapilco.  Esta  noble 
estancia  ha  sido  durante  dos  siglos  bien  patrimo- 
nial de  la  familia  Yicuña,  i  hoi  es  propiedad  de 
una  rama  de  este — los  señores  O  valle-Vicuña. 


III. 


Después  de  un  año  de  esploraciones,  el  doctor 
Burnes  dio  la  vuelta  a  Nueva  York,  i  a  mediados 
de  1876  regresó  a  Chile  acompañando  a  un  ho- 
norable, intelijente  i  entusiasta  industrial,  Mr. 
John  Flagler,  que  disponía  de  los  poderes  i  de  los 
capitales  de  una  rica  compañía  organizada  en 
Boston  i  en  Nueva  York  i  de  la  cual  era  él  el  mas 
influyente  accionista. 

Mr.  Flagler  trasladóse  inmediatamente,  acom- 
pañado de  su  apreciable  familia,  la  señora  Flagler 

LA  E.  DEL  O.  42 


—  330  — 

i  una  encantadora  hija  única,  a  Catapilco,  i  des- 
pués de  haber  hecho  con  rara  perseverancia  i  per- 
sonalmente durante  el  invierno  de  1877  cuantos 
trabíyos  preliminares  i  reconocimientos  previos 
juzgó  necesarios  hasta  convencerse  de  la  riqueza  de 
aquel  suelo,  cinco,  diez  o  mas  veces  superior  a  la 
que  habia  producido  tantos  millones  en  los  últimos 
seis  años  en  California  i  en  Hevada,  regresó  a  su 
pais  para  enviar  los  obreros,  las  máquinas,  las 
herramientas  i  los  capitales  que  la  planteacion  de 
la  empresa  de  lavados  en  grande  o  mediana  esca- 
la requería. 

No  tardaron  estos  elementos  en  llegar  al  terre- 
no con  gran  costo  de  trasporte,  organizándose  una 
verdadera  compañía  de  esplotacion  por  medio  de 
la  presión  hidráulica  i  con  el  nombre  de  Ligua 
Mining  Company. 


IV. 


Creyóse  al  principio  mas  económico  i  producti- 
vo levantar  las  aguas  de  la  laguna  de  Catapilco 
por  medio  de  bombas  a  vapor  a  la  altura  suficien- 
te para  alcanzar  lo  que  los  injenieros  californien- 
ses  llaman  un  good  head,  es  decir,  una  posición  tal 
que  produjese  la  presión  requerida  a  los  pistones  o 
monitores  destinados  a  lavar  los  cascajos. 

Iniciáronse  los  trabajos  bajo  la  dirección  de  un 
injeniero  práctico,  un  prospector  de  profesión,  lia- 


—  331  — 

mado  Mr.  Juan  Sknpson,  traído  espresamente  de 
los  cascajos  i  esplotaciones  de  California  para  el 
caso.  T  durante  el  verano  de  1877-78,  se  adelan- 
taron éstos,  canales,  tímeles,  represas,  acueductos, 
etc.,  lo  suficiente  para  llamar  la  atención  de  todo 
el  país,  que  contemplaba  en  ese  momento,  ator- 
mentado por  las  aletargadoras  impresiones  del 
sueño  o  pesadilla  de  Paraff,  la  solución  de  aquel 
gran  problema  práctico. 


y. 


Habia  algunas  personas,  poquísimas  en  núme- 
ro, i  entre  ellas  el  autor  de  estos  apuntes,  que  no 
creyeron  jamas,  ni  por  un  solo  minuto,  en  las  pa- 
trañas de  aquel  aventurero  tan  inj enloso  como  au- 
daz; i  juzgando  que  era  mas  acertado,  mas  juicioso 
i  mas  práctico  llamar  la  atención  de  los  capitalis- 
tas i  de  los  trabajadores  comunes  hacia  los  intere- 
ses auríferos,  mas  lentos  pero  menos  fantásticos, 
que  desarrollaban  los  industriales  californienses, 
ejecutó  en  compañía  de  varios  amigos  diver- 
sas escursiones  a  los  lugares  de  mayor  i  mejor 
reputada  fama  aurífera  que  existían  al  alcance 
de  su  residencia  habitual  en  aquella  época,  que^ 
era  la  aldea  de  Yiña  del  Mar.  '^^'^ 

Con  esos  propósitos  visitó  sucesivamente  'Mié' 
quebradas  de  Eeculemo,  de  Maleara  i  de  Alvárá^' 
do  en  la  provincia  de  Valparaíso,  i  los  Vastos^ 


—  332  - 

campos  de  Catapilco  en  la  de  ^concagua,  depar- 
tamento de  la  Ligua.  I  hoi,  en  cumplimiento  de 
los  propósitos  que  ha  venido  desarrollando  en  el 
presente  libro,  se  propone  dar  a  conocer  el  fruto 
de  esos  reconocimientos,  o  mas  propiamente  sim- 
ples visitas  de  escritor  ejecutadas  por  placer  a  los 
placeres  auríferos,  usando  para  ello  el  llano  len- 
guaje de  una  relación  familiar. 

Comenzamos  en  consecuencia  la  jornada  de  Ca- 
tapilco sin  escluir  ninguno  de  sus  incidentes  i  epi- 
sodios, que  acaso  llevarán  algún  solaz  al  ojo  del 
lector,  cansado  ya  de  la  aridez  del  páramo, 

VI. 

Esa  relación,  contenida  en  una  carta  escrita  al 
pié  de  la  estribera,  cual  el  prólogo  del  inmortal 
Manchego,  al  Ferrocarril  de  Santiago,  en  las  ca- 
sas de  la  hacienda  de  Catapilco  el  20  de  abril  de 
1878  (sábado  santo)  estaba  concebida  con  levísi- 
mas variantes  en  los  términos  que  en  seguida  pa- 
samos a  copiar: 

En  la  mañana  del  jueves  santo,  dia  18  de  abril, 
de  1878  la  pequeña  i  de  ordinario  tranquila  ca- 
lle Bohn,  este  pequeño  camino  de  cintura  del 
moderno  Versalles  (pero  que  mas  parece,  por  lo 
estrecho,  pretina  que  avenida),  presentaba  el  mas 
animado  espectáculo.  Todo  era  carreras,  gritos, 
caballos  en  pelo,  sueltos  los  unos  conducidos  por 
el  diestro  los  otros,  maletas  i  sacos  de  viaje  lleva- 


—  333  — 

dos  en  hombros  por  las  aceras,  sillas  de  montar  pe- 
didas aquí  i  allá  en  préstamo,  sirvientes  que  iban  i 
venían,  i  entre  el  revuelto  i  pintoresco  enjambre  de 
jinetes  de  bota  fuerte,  de  pedestres  a  pié  pelado, 
de  huasos  que  aparejaban  lozanos  machos  de  al- 
mofrej,  las  dulces  i  curiosas  caritas  de  los  niñosque 
venian  a  decir  al  «papá»  i  al  «tio»  el  último  adiós 
junto  con  el  último  encargo — «¿Qué  me  trae?» 


YII. 


Nuestras  buenas  amigas,  las  señoritas  E , 

con  su  intelijente  i  nunca  desmentido  comedi- 
miento, se  hablan  encargado  de  la  colación  mati- 
nal, de  suerte  que  a  la  siete  de  la  mañana,  con  un 
sol  radioso  de  otoño,  pero  que  refrescaba  la  brisa 
del  mar  vecino,  estábamos  listos  todos  los  «viaje- 
ros de  Catapilco»,  que  éramos  siete,  como  los  pe- 
cados mortales,  en  el  orden  en  que  vamos  a  nom- 
brarlos de  memoria,  cosa  que  no  es  difícil,  porque 
desde  el  elegante  aposento  de  las  casas  de  Cata- 
pilco  en  que  esto  escribimos,  oigo  que  en  el  salón 
superior  están  seis  de  ellos  «cantando  gloria»  (la 
gloria  de  la  resureccion)  con  voces  tan  destempla- 
das que  de  lejos  saben  a  notas  galopadas  a  razón 
de  quince  leguas  por  dia.  Para  esta  noche  tiene 
también  anunciada,  la  misma  alegre  comparsa,  un 
concierto  a  favor  del  hospital  de  la  vecina  Ligua, 
en  que  se  representará  una  petipieza  titulada  Pa- 


334  — 


raff  en  Gatapilco,  i  uno  de  los  actores  remedará  al 

«ciego  Acuña  en  e 
ñor  de  Pelequen». 


«ciego  Acuña  en  el  Santa  Lucía»  i  otro  al  «ruise- 


VIII. 

Formaban,  pues,  la  festiva  i  animosa  comitiva 
los  amigos  que  siguen  con  sus  respectivos  títulos 
de  guerra,  que  para  el  caso  usaremos  como  mas 
discretos  i  de  mayor  llaneza:— Juan  Ashley  Wal- 
ker,  que  como  recien  llegado  de  las  arjentíferas  co- 
linas (o  mentiras)  del  Rio  Colorado,  le  cupo  en  es- 
ta escursion  aurífera  de  las  costas  el  importante 
papel  de  capitán  de  rancho;  mi  hermano  Antonio 
Subercaseaux,  nombrado  tesorero  «in  partibus»; 
Osvaldo  Rodríguez,  secretario  de  la  intendencia 
de  Santiago,  el  simpático  capitán  Borgoño,  ayu- 
dante de  la  intendencia  de  Valparaíso,  a  quien 
sus  jefes  dejaron  a  pié,  cuyos  dos  personajes  ofi- 
ciales conservan  sus  respectivos  títulos  en  la  mar- 
cha, con  la  sola  circunstancia  de  que  para  mayor 
respeto  de  la  caravana  fué  el  último  ascendido  a 
coronel,  (i  hoi  ¡oh  profecía!  ya  lo  es);  el  respetable 
capellán  i  futuro  cura,  cuando  haya  iglesia,  de 
Viña  del  Mar,  quien  no  teniendo  como  oficiar  en 
el  lugar,  se  proponía  misionar  a  lo  largo  de  la 
costa;  mi  inseparable  i  querido  primo  Januario 
Ovalle,  a  quien  nunca  he  sabido  si  quiero  mas  co- 
mo a  primo  que  como  hermano,  i  al  cual  los  hua- 
sos   de  esta   tierra,  sus  inquilinos  i  subditos,  lia- 


—  335  — 

man  solo  don  «Juan  Arias»,  i  nosotros  por  cariñosa 
abreviatura  «clon  Juanitoí',  i  por  último,  el  que  es- 
to escribe,  que  tomó  para  sí  el  empleo  de  nunca 
cansado  cronista  o  como  dice  irónicamente  ce  don 
Jaanito)),de  «Tata  de  los  costinos»  o  el  «Tostado». 


IX. 


Decíamos  que  el  coronel  ayudante  del  intenden- 
te de  Valparaíso  habia  sido  dejado  a  pié,  i  así  era 
la  verdad,  porque  su  asistente  no  parecía  con  el 
«caballo  del  gobierno»,  i  ya  iban  a  sonar  en  el  reloj 
de  la  estación  las  nueve  de  la  mañana. 

Echóse  el  tesorero  con  este  motivo  no  previsto 
a  buscar  un  rocinante  de  ocasión,  i  con  tanta  suer- 
te, qae  cuando  «el  tren  de  nueve»  venia  haciendo 
sonar  su  bocina  de.  alarma  por  la  Ptrntilla  de  los 
Burros,  (que  es  por  donde  se  entra  a  Viña  del 
Mar  viniendo  de  Santiago) ,  ya  salíamos  de  tropel 
por  la  boca  occidental  de  la  callejuela  de  Bohn 
hacia  la  que  se  llama  Plaza  de  la  Libertad  i  que 
no  es  todavía  sino  de  «las  basuras». 


X. 


Pero  he  aquí  que  mientras  perfilábamos  la  ca- 
balgata para  atravesar  el  pesado  médano  del  es- 
tero, que  en  futuros  tiempos  se  llamará,  por. de- 
creto de  1875,   Avenida  de  la   Marina,  aparece 


—  336  — 

hacia  nuestra  izquierda  un  grupo  de  elegantes  se- 
ñoritas, que  en  un  abrir  i  cerrar  de  ojos  ponen 
en  desbandaba  a  los  viajeros.  Son  las  graciosas 

señoritas  C que  se  dirijen   a  tomar  el 

«tren  de  nueve»,  razón  por  la  cual  los  jinetes  se 
arremolinan  i  parten  en  esta  dirección,  i  en  la 
,otra  sin  escuchar  voz  de  mando,  a  mas  que  lijero 
trote  llevando  la  vanguardia  el  secretario  de  San- 
tigo  i  el  coronel  de  Valparaíso,  para  rendir  sus 
homenajes  i  decir  sus  finos  adioses  a  las  bellas 
aparecidas,  con  el  nunca  olvidado  apéndice  de  — 
«Qué  me  encarga?» 

Hasta  «don  Juanito»  puso  a  mas  que  a  un  tercio 
de  rienda  su  dorado  caballito  de  paso  llamado  por 
buen  nombre  el  Tomate,  i  no  parecía  sino  que 
cual  Sancho  enviado  por  su  enamorado  amo  el  de 
la  Triste  Figura,  iba  a  decir  algún  discreto  recado 
i  razonamiento  a  aquellas  hermosas  Dulcineas  de 
esta  aldea  que  han  dado  por  manía  cortesana  en 
llamar  Versalles,  cuando  en  realidad  no  es  sino 

un  dulce  Toboso Solo  el  capitán  cronista  i  su 

capellán,  como  Pedro  de  Valdivia  i  el  fiel  padre 
Pozo  en  la  batalla  de  Tucapel,  quedáronse  firmes 
sobre  sus  estribos,  atravesando  con  tardo  paso  el 
ñitigoso  arenal. 

XI. 

Al  cabo  de  un  mas  que  mediano  cuarto  de  hoía 
la  cuadrilla  de    la  santa  hermandad  se   hallaba 


—  337  — 

otra  vez  reunida  i  compacta  en  la  opuesta  banda 
del  estero  jauto  al  sitio  en  que  estuvo  la  viña  de 
Alonso  de  Rivera,  i  que  hoi  sombrean  como  tris- 
tes memorias  del  pasado,  grupos  de  amarillosos 
álamos. 

Comenzó  aquí  una  escena  de  diversa  especie 
de  la  ya  pasada  de  juveniles  amoríos  que  se  lle- 
van los  suspiros,  porque  era  cuestión  de  enjal- 
mas, de  asentaderas  i  de  rocines.  Quién  estribaba 
demasiado  largo,  quién  demasiado  corto,  como  si 
fuese  en  cuclillas,  a  cual  se  le  liabia  caido  los 
sudaderos  por  llevar  floja  las  cinchas,  i  cual  liabia 

olvidado  los  cigarros  i  cual  otro  los  fósforos.  Solo 

* 

el  cauto  capellán  llevaba  todo  su  apero  en  regla  i 
cabal  como  lo  demostró  sacando  su  breviario  de- 
bajo del  poncho  i  la  sotana,  i  «don  Juanito»  una 
buena  marraqueta  de  pan  francés  de  que  habia  he- 
cho prevención  en  la  cariñosa  mesa  de  nuestro  ma- 
tinal desayuno.  —«No  se  lo  decia  yo,  esclamó  en 
tal  conflicto  de  apreturas,  uno  de  los  de  la.cuadri- 
11a,  no  se  lo  decia  yo  que  debíamos  hacer  ayer 
por  la  tarde  lo  de  los  jesuitas,  que  siempre  que 
sallan  de  viaje  montaban  la  víspera  a  caballo, 
cargaban  las  muías,  i  los  pozuelos,  daban  una 
vuelta  por  los  claustros  i  en  seguida  se  alojaban 
poniendo  cosa  con  cosa,  los  lazos  sobre  los  lomi- 
llos, los  pellones  en  el  suelo,  las  espuelas  junto  al 
freno  i  la  manea,  i  por  almohada  el  misal? 

LA    E.    DEL    O.  43 


—  338  — 


XII. 


Quedaron  los  compañeros  edificados  con  aquel 
sermoncito  de  vieja  de  jueves  santo,  i  prometieron 
viajar  en  otra  ocasión  cea  lo  jesuita))  para  no  tener 
atrasos  ni  andar  a  la  disparada  como  liabia  acon- 
tecido aquella  mañana. 

Organizamos  en  seguida  la  marcha  tomando  la 
vanguardia  los  de  a  caballo  de  buen  galope,  los 
del  trote  al  centro  i  los  de  paso  menudo  la  reta- 
gu¿irdia  que  cerraba  don  Juanito  en  su  mentado 
caballo  el  Tomate. 

*  En  cuanto  al  mozo  de  la  carga,  un  despierto 
muchacho  catapilcano  llamado  Manuel  Pérez,  con 
mas  cábulas  que  Ambrosio  Lámela,  el  arriero  de 
Jil  Blas,  pero  de  voluntad  lista  como  la  malicia, 
destacámoslo  adelante  en  calidad  de  emisario  del 
estómago.  Es  de  advertir  que  casi  toda  la  caba- 
llada era  de  Catapilco,  asi  es  que  los  rocines  con 
no  menos  velocidad  que  alegría  iban  tragándose 
las  leguas  i  el  viento  salino  i  vigorizante  de  la 
costa. 

XIII. 

Haciendo  un  vuelco  hacia  la  playa  de  aquélla, 
abandonamos  a  poco  el  camino  real  de  Quillota, 
en  el  punto  en  que  el  desdichado  Portales  tomó 


—  339  — 

SU  postrera  taza  de  caldo,  que  le  dieron  de  caridad 
en  un  rancho  que  todavía  se  halla  de  pié,  i  pushno- 
nos  a  galopar  sobre  el  cómodo  sendero  macadami- 
zadoque,  con  poco  costo  pero  no  pequeño  injenio, 
ha  echado  sobre  las  arenas  muertas  el  caballero 
ingles  que  habita  la  antigua  posesión  de  «Las  Sa- 
linas», esta  Inglaterra  en  miniatura  situada  ala 
sombra  de  las  encinas  i  los  pinos  entre  las  colinas 
i  el  mar. 

En  seguida,  penetrando  por  un  desfiladero  de 
rocas  rotas  a  pólvora,  comenzamos  a  seguir  la 
huella  del  antiguo  trazado  del  ferrocarril  hecho 
por  Alian  Campbell,  via  Concón,  i  que  fué  aban- 
donado por  el  túnel  de  San  Pedro  i  los  cinco 
puentes  de  las  Cucharas,  arrojando  al  mar  cuatro- 
cientos mil  pesos  en  cortes  i  terraplenes  que  toda- 
vía existen  como  camino  i  como  protestas.  El 
sendero  es  angosto  i  escarpado  hasta  el  paraje  de 
Cochoa,  pero  no  existe  en  comarca  alguna  del 
mundo  sendero  de  calzada  mas  valioso^que  aquél. 
Una  cuadra  de  adoquines  importa  en  Santiago  o 
Valparaíso  de  dos  a  tres  mil  pesos;  pero  estas  la- 
deras rebanadas  desde  las  cumbres  i  estos  rellenos 
de  cascajo  i  piedra  que  después  de  veinte  años 
resisten  inmóviles  al  embate  de  las  olas,  han  cos- 
tado a  razón  de  seis,  de  ocho,  de  diez  i  hasta  de 
veinte  mil  pesos  cuadra.  Así  avanzamos  un  par 
de  leguas  sobre  verdaderos  adoquines  de  plata,  de- 
leitados con  el  panorama,  las  cristalinas   aguadas 


—  340  — 

que  se  desprenden  de  los  farellones,  los  ranchos  de 
los  pescadores  suspendidos  sobre  las  rocas,  i  a  los 
pies  del  sendero,  i  tan  lejos  como  la  vista  alcanza, 
el  azulado  océano  dormido  todavía  entre  sábanas 
de  espuma...  Pero  ella  hacia  el  sur  viene  alguien  a 
turbar  su  sueño  i  su  pureza;  es  el  vapor  de  Euro- 
pa que  llega  al  puerto  contorneando  la  punta  de 
Corumilla  para  echar  en  nuestra  empobrecida 
costa  su  rico  cargamento  de  letras  por  pag¿u'... 

XIY. 

En  la  mitad  de  aquella  travesía  hemos  tenido 
entretanto  un  gran  encuentro.  Teatro  de  este  ha 
sido  el  rancho  de  una  india  pescadora,  chascona 
como  un  pan  de  luche  i  desabrochada  como  el 
cochayuyo,  tipo  i  vestijio  de  los  antiguos  Changos, 
raza  peculiar  de  nuestra  costa  i  de  la  del  Sur-Perú 
que  no  era  ni  araucano,  ni  quichua,  ni  aimará, 
sino  una  especie  aparte  i  anfibia  como  los  lobos 
de  cuyo  aceite  vivian  i  de  cuyos  cueros  hacían  sus 
balsas  de  pescar  junto  con  su  tosca  vestimenta. 
Era  aquella  una  antigua  conocida  de  la  calle  de 
Bohn,  donde  coloca  de  ordinario  su  cosecha  de 
marisco;  pero  ceña  María»  está  hoi  de  gran  fiesta 
i  mantel  largo  porque  un  mingaco  de  rudos  obro- 
ros  de  la  «fundición  de  la  Victoria)),  con  su  maes- 
tro mayor  a  la  cabeza,  grupo  pintoresco  que  en- 
contramos una  noche  marchando  por  los  rieles 


—  341  — 

desde  Valparaíso  a  la  luz  de  la  luna,  ha  venid  o  a 
pasar  el  feriado  de  Semana  Santa  en  su  espacioso 
rancho  marisqueando  (i  se  llamaba  Marta..?)  con 
ella  entre  las  rocas.  Noble  ejemplo  de  sobriedad  i 
amor  a  la  naturaleza,  raro  en  el  jornalero  de  la  chi- 
cha, i  que  consuela  por  el  porvenir  de  nuestra 
clase  obrera. 

XY. 

Después  de  fraternizar  un  breve  momento  con 
aquel  grupo  de  rudos  i  hollinados  fundidores, 
proseguimos  nuestra  jornada  a  paso  de  jente  que 
comienza  a  sentir  el  aguijón  de  la  cazuela,  i  al 
cabo  de  dos  horas  estábamos  sobre  las  altas  coli- 
nas de  Concón,  al  pié  de  dos  hermosas  palmas  je- 
suíticas i  jemelas,  macho  i  hembra,  viendo  dila- 
tarse delante  de  los  deleitados  ojos  los  verdes 
campos  de  aquella  feraz  hacienda  i  de  su  vecina 
tierra  de  Colmo  en  la  opuesta  banda  del  rio,  que 
allí  llega  como  cansado  i  se  echa  en  unos  laguna- 
tos de  agua  dulce  que  el  mar  envidioso  lame  i 
sala. 

XVI. 

Pusímonos  allí  a  conversar  con  los  pescadores 
de  la  caleta  sobre  el  fenómeno  de  la  Fata  Alorga- 
na  que  desde  aquella  altura  suele  divisarse  hacia 
el  norte  sobre  la  saliente  península  de  Quintero 
en  estos  dias  de  plácido  otoño,  i  que  por  ciertas 


—  342  — 

coincidencias  de  estación  llaman  aquellas  sencillas 
j  entes  el  encanto  del  viernes  santo. 

Abrigaban  muchos  conconinos  la  persuasión  de 
que  al  dia  siguiente  se  abriría  como  en  otros  años 
el  encanto,  i  no  habria  faltado  algún  curioso  de 
los  de  la  comitiva  que  hubiera  querido  hacer  allí 
nuestro  primer  alojamiento,  para  divisar  la  mara- 
villa que  muchos  tienen  todavia  a  cuento.  Pero 
consultado  el  capellán  de  la  espedicion  sobre  el 
negocio,  como  cosa  de  brujeriajentilicia,  i  el  capi- 
tán ranchero  como  cosa  de  almuerzo,  fueron  de 
opinión  de  pasar  adelante,  lo  que  en  el  acto  púso- 
se por  obra. 

XVII. 

Hace,  por  estos  dias  cuatro  años  que  vadeába- 
mos por  este  propio  paso  el  ex-caudaloso  Aconca- 
gua en  la  grata  compañía  de  dos  o  tres  amigos, 
de  los  cuales  uno  se  halla  hói  en  el  pináculo  de  la 
política,  sin  desearlo  tal  vez.  (1).  I  entonces  el  rio 
humilde  diónos  comedido  paso  humedeciendo  ape- 
nas entre  bulliciosos  guijarros  la  pezuña  de  nues- 
tras monturas,  haciendo  un  viaje  a  la  inversa  de 
Quintero  a  Yiña  del  Mar.  Pero  ¡oh  inconstancia 
de  los  ríos  i  de  los  hombres!  Habíase  sumerjido 
ahora  tan  hondo  el  vado,  que,  sin  el  auxilio  casual 
de  dos  canoas  que  vinieron  por  los  lagunatos,  nos 

(1)  Viaje  hecho  desde   Quintero  a  Viña  del  Mar  en  1874  con 
don  Vicente  Keyes,  ministro  del  interior  en  1878. 


~  343  — 

habríamos  quedado  donde  estábamos  o  dado  la 
vuelta  atrás.  Pasamos  por  tanto  a  la  márjen  se- 
tentrional  del  rio,  los  caballos  desensillados  i  a 
volapié,  i  los  jinetes  sin  mantas  ni  espuelas,  lis- 
tos para  un  naufrajio,  como  cosa  que  está  de  moda, 
i  encaramados  cual  sartas  de  corbinas,  los  unos 
sobre  los  otros  en  el  fondo.  No  dejó  de  darnos 
cuidado  la  segunda  remesa  porque  se  balanceaba 
el  angosto  leño  como  potro  chucaro  bajo  la  mano 
de  inesperto  amansador.  Mas  en  breve  divisamos 
a  don  Juan  de  Arias,  que  era  la  mejor  parte  de  su 
lastre,  dar  un  salto  con  airosa  pirueta  desde  la 
borda,  i  quedamos  en  paz  con  el  susto.  El  coronel, 
i  el  que  esto  escribe  hablan  sido  el  lastre  i  la  es- 
tiva de  la  primera  canoa. 

XYIII. 

Ensillamos  los  caballos  que  tiritaban  todavía  a 
influjos  del  hielo  i  del  miedo,  i  fuimos  a  un  confor- 
table grupo  de  ranchos  que  por  allí  habia  i  desde 
cuya  puerta,  el  dilijente  Ambrosio  Lámela  de  Ca- 
tapilco,  llegado  una  hora  antes  que  nosotros,  nos  • 
hacia  apetitosas  señas.  Eran,  por  el  reloj  abdomi- 
nal de  la  comitiva,  las  doce  en  punto. 

XIX. 

Diez  minutos  después  estábamos  en  la  cómoda 
i  elegixnte  posesión  i  ranchería  del  honrado  inqui- 


—  344  ~ 

lino  de  Colmo,  ño  Dionisio  Arancibia,  cuya  com- 
pañera ña  Juanita  Jorquera  rodeada  del  fogón 
con  sus  hijas  i  sus  nueras,  apuraban  a  soplidos  la 
cazuela,  porque  habia  llegado  oportunamente  a 
su  noticia  que  entre  aquellos  viandantes  de  Se- 
mana Santa  venia  también  «el  patrón». 

Habría  sido  nuestro  deseo  ir  a  participar  de  la 
caballerosa  hospitalidad  del  hacendado  del  paraje, 
don  Domingo  Fernández  Puelma,  cuya  mesa  i 
cordialidad  eran  conocidas  i  alabadas  de  mas  de 
uno  de  los  circunstantes,  pero  esto  nos  habria  im- 
puesto un  rodeo  de  varias  leguas,  porque  las  casas 
de  la  hacienda  están  mui  arriba  del  valle;  i  así 
nos  quedamos  con  aquella  buena  jente  que  dejó 
mas  que  bien  puesto  el  nombre  del  lugar.  Todos 
los  viajeros  de  Gatapilco  i  especialmente  el  coro- 
nel i  don  Juanito  han  jurado  por  las  plumas  i  la 
cresta  de  los  dos  millones  de  gallináceas  que  se- 
gún la  estadística  duermen  cada  noche  en  Chile, 
que  no  se  olvidarán  en  los  dias  de  su  vida  de  la 
«cazuela  de  Colmo». 

XX. 

Sazonada  la  vianda  nacional  por  unos  cuantos 
tragos  de  esquisita  chicha  que  de  sus  lagares  de 
Curacaví  nos  habia  enviado  espresamente  para  el 
caso  nuestro  amigo  don  José  Kamon  Armazan, 
que  la  fabrica  deliciosa  para  su  gasto,  trabóse  lúe- 


—  315  — 

go  en  las  lenguas  la  cuestión  de  la  política,  que  se 
parece  en  muchas  cosas  a  la  chicha  i  especialmen- 
te en  que  fermenta...  I  a  la  verdad  que  estábamos 
en  el  panizo  clásico  de  las  iniquidades  tradiciona- 
les de  ese  j enero,  porque  es  éste  el  territorio  elec- 
torral  que  decide  el  voto  de  Quillota,  i  como  tal  i 
por  apartado,  ha  sido  i  será,  si  el  caso  vuelve  a 
precisar,  teatro  de  las  mas  negras  i  villanas  tro- 
pelías. 2Ísí,  contó  uno,  que  un  piquete  de  soldados 
traidos  de  Quillota  habia  asesinado  con  una  des- 
carga a  un  infeliz  en  la  plaza  de  Puchuncaví  en 
las  elecciones  de  1871,  i  otro  contó,  que  una  espe- 
cie de  visir  sid  generis,  que  reinó  aquí  a  sablazos 
durante  tres  meses  en  1876,  concluyó  su  campaña 
llevando  amarrados  por  los  lagartos  de  los  brazos 
a  la  espalda  i  atados  a  los  correones  de  los  Navales 
a  los  cinco  vocales  de  la  mesa  de  Pucalan,  como 
a  otros  tantos  ladrones  de  camino  real,  todo  por 
supuesto  de  «orden  suprema».  En  cuanto  a  los 
inquilinos  de  Colmo,  no  se  dejó  votar  uno  solo 
por  la  sencilla  razón,  estando  al  dicho  de  don 
Dioniosio,  de  ser  ((colminos)). 

XXI. 

Eepletos  de  aquellas  miserias  mas  que  del  sa- 
broso caldo  de  la  memorable  cazuela,  en  tierra  de 
legumbres,  i  habiendo  cantado  el  coronel  coa  voz 
llena  i  sonora,  a  falta  de  té,  el  Té  i  el  Tcí,   mon  - 

I. A,  E.  DEL  O.  44 


—  340  — 

tamos  otni  vez,  a  las  dos  de  la  tarde*,  a  caballo  i 
piisímonos  a  recorrer  a  mediano  paso  la  abierta 
j)laya  de  Ritoqiie,  que  se  estiende  en  forma  de 
media  luna  i  por  espacio  de  dos  leguas  entre  las 
bocas  de  Concón  i  la  península  de  Quintero,  que 
a  la  manera  de  colosal  cetáceo  se  avanza  hacia  el 
mar  como  si  fuera  a  sume rj irse  de  cabeza  en  sus 
profundos  senos.  I  a  fin  de  distraer  aquella  mono- 
toma  travesía,  comenzó  don  Juanito  a  contarnos 
la  aventura  que  se  llama  en  estas  partes  «lá  de- 
voción del  ingles»,  i  que  según  su  memoria  ocurrió 
allá  por  los  años  de  1820,  cuando  Lord  Cochrane 
<íra  señor  del  Pacífico  i  de  Quintero. 

Fué  el  caso,  i  para  abreviar  lo  contamos  con 
mucho  menos  gracia  que  su  narrador  orijinario, 
que  en  un  naufrajio  ocurrido  en  la  costa  de  E,ito- 
que,  ahogóse  un  marinero  ingles,  i  por  consiguien- 
te hereje,  naal  mirado  por  los  changos  i  arrieros 
cristianos  de  la  costa.  Sin  embargo,  sus  compa- 
ñeros de  infortunio  que  escaparon  con  vida,  dié- 
ronle  compasiva  sepultura  en  la  enjuta  arena  i  al 
pié  de  unas  rocas  que  todavía  sirven  de  lindero 
entre  Duguño  i  Colmo. 

— Pues,  señor,  continuó  contando  don  Juanito, 
pasaron  los  meses  i  los  años  desdo  aquella  mala- 
ventura hasta  que  en  una  ocasión  en  que  viajaba 
entre  Catapilco  i  Valpar¿iiso  el  contra-almirante 
de  Chile,  don  Carlos  Wooster,  acompañado  de  un 
huaso  mucho  mas  devoto  al  parecer  que  nuestro 


—  347  — 

Lámela,  al  pasar  cerca  de  las  rocas  consabidas 
pidió  aquél  al  marino  permiso  para  apartarse  un 
tanto  del  sendero  i  hacer  de  a  pie  cierta  clilijen- 

cia Concedióselo  el  viajero,  i  cuando  volvió 

el  arriero  a  alcanzarlo  a  pocos  pasos,  clavando  la 
rodaja  en  los  hijares  de  su  muía,  contóle  que  de- 
jaba cumplida  «su  devoción  con  el  ingles»...  I  por- 
que nó?  No  dice  un  iluste  jeólogo,  a  propósito  de 
la  estructura  de  Chile,  que  muchas  de  sus  estratas 
son  impermeables  i  otras  meablesf 

Habrá  adivinado  el  lector  en  lo  que  consistía 
aquella  húmeda  ceremonia  del  bárbaro  fanatismo 
de  los  campos  en  aquellos  remotos  años.  Peit)  ail 
¿han  hecho  acaso  menos  que  eso  con  mas  aflijidos 
náufragos  nuestros  campesinos  de  la  costa  de  Illa- 
pel  tan  bárbaros  como  sus  abuelos?  (Naufrajio  del 
Eten  en  1877.) 

XXII. 

Conversando  de  éstas  i  otras  cosas  parecidas,  i 
marchando  cual  vandada  do  gaviotas  en  fila  por 
la  playa  que  la  resaca  acaba  de  endurecer,  llega- 
mos a  los  lindes  de  Quintero,  donde  un  esterillo 
remanso  que  va  formando  pajonales  i  trechos  de 
verdura,  a  manera  de  islotes  de  césped,  convida  a 
descansar.  I  a  poco,  sobre  uno  de  esos  ta])ices 
naturales  divisamos  cuatro  caballos  ensillados  a 
la  inglesa,  i  luego  descubrimos  por  el  suelo  echa- 


—  348  — 

clos  alegremente  entre  sus  patas  otros  tantos  jine- 
tes, sus  señores,  que  allí  sobre  la  fresca  yerba  re- 
posaban ele  su  primer  duro  galope  desde  las  caba- 
llerizas del  «Puerto».  Eran  estos  cuatro  jinetes, 
simpáticos  i  esforzados  jóvenes  ingleses  del  comer- 
cio de  Valparaiso  que  hablan  salido  a  «rodar  tie- 
rras» sin  ningún  rnmbo  fijo,  mientras  durase  el 
aliento  de  sus  pingos  alquilados  i  el  feriado  de  tres 
dias  en  que  los  bancos  i  los  almacenes  atrancan, 
mas  por  descanso  que  por  devoción,  sus  puertas. 

Acércamenos  i  preguntárnosle  s  con  el  acento  de 
buenos  camaradas  i  en  ingles,  de  dónde  venian? 
hacia  a  dónde  iban?  i  a  qué  iban? 

Contestáronnos  que  respecto  del  lugar  de  dón- 
de venian  podian  decírnoslo  sin  mayor  embarazo, 
i  para  esto  bastaba  ver  la  catadura  de  sus  jadean- 
tes bucéfalos;  pero  en  cuanto  a  dónde  se  encami- 
naban mas  sabian  sus  caballos  que  ellos  mismos. 
Hablan  oido  hablar  de  cuatro  o  cinco  lugares  de 
recreo  esparcidos  mas  o  menos  en  aquella  direc- 
ción, de  «Quintera»,  de  «Catapilca»,  de  «Campi- 
cha»  i  de  la  «Ligua»;  pero  tenían  los  novedosos 
bretones  mui  vaga  idea  de  cuál  de  aquellas  co- 
marcas estaba  antes  i  cuál  después  en  su  camino. 
En  cuanto  a  Pa,chuncavi,  que  es  el  mas  próxi- 
mo poblado  mediterráneo,  nuestros  camaradas  sa- 
jones no  intentaron  siquiera  hacer  el  áspero  dele- 
treo de  su  jerigonza  indíjena.  La  cuestión  para 
ellos  no  era  de  jeografía,  ni  de  alojamiento,  ni  si- 


—  349  — 

quiera  de  casuelly  (como  llaman  en  las  listas  de 
a  bordo  la  cazuela),  sino  simplemente  de  galopar 
a  media  rienda  durante  tres  dias  de  seguido.  Por 
manera  que  si  la  Semana  Santa  durara  en  Valpa- 
raíso lo  que  en  Santiago,  aquellos  buenos  gringos, 
vestidos  de  diablo  fuerte,  habrían  llegado  a  Com- 
barbalá  o  a  Mendoza,  i  dado  la  vuelta  de  redondo. 
Después  de  empinar  sus  redomas  de  delicioso 
whisky  de  Escocia  a  la  salud  de  S.  M.  B.  con  un 
chistoso  brindis  que  don  Juanito  pronunció  en  in- 
gles de  Australia,  dijimos  adiós  a  los  galopadores, 
asegurándoles  que  si  llegaban  a  «Catapilca»,  allá 
mudarían  caballo  o  el  cuero,  a  su  gusto  una  cosa 
u  otra,  aunque  es  mas  que  probable  que  habrán 
necesitado  mudar  ambas... 

XXIII. 

Habíamos  olvidado  decir  que  desde  Colmo  des- 
pachamos al  afanoso  Lámela  catapilcano,  con  una 
esquela  para  nuestra  querida  prima  i  amiga,  E.  U. 
de  S.,  castellana  de  Quintero,  que  sabíamos  esta- 
ba pasando,  qh  su  cómoda  masion  del  puerto,  la 
estación  de  baños,  i  anunciándole  que  nada  menos 
que  los  Siete  Infantes  de  Lára  le  pedían  aloja- 
miento en  su  castillo. 

Mas,  por  desdicha  nuestra,  solo  el  dia  prece- 
dente habíase  regresado  la  familia  a  Santiago  al 
toque  de  semana  santa,  i  así  vino  a  decírnoslo  el 


—  350  — 

arriero  cuando  ya  avistábamos  desde  las  lomas, 
donde  existen  todavía  las  ruinas  del  rústico  alber- 
gue de  Lord  Gochrane,  el  caserío  de  la  península 
quinterana,  con  su  dédalo  de  pajizos  ranchos  coro- 
nados de  hermosas  casas  veraniegas  de  teja  i  es- 
tuco. 

XXIV. 

Citó  en  el  acto,  en  vista  de  aquella  inesperada 
emerjencia,  el  capitán  de  rancho  a  consejo  de 
guerra,  i  se  debatió  sobre  si  en  ausencia  de  nues- 
tras amables  primas,  se  tomarla  la  casa  por  asal- 
to, (que  otro  remedio  no  habia)  o  seguir  bregan- 
do hacia  Puchuncaví.  El  debate  fué  largo  i  un  si 
es  no  acalorado;  pero  al  fin  prevaleció  la  opi- 
nión de  don  Juan  Arias,  que  estuvo  por  el  asalto 

o  por  la  muerte Debemos  agregar,  en  obsequio 

a  la  verdad,  que  el  caballo  Tomate  parecia  añadir 
su  triste  opinión  a  la  del  cónclave,  cerrando  lán- 
guidamente los  ojos. 

Descendimos,  en  consecuencia,  a  la  amena  vega 
de 'Quintero,  asiento  de  su  futura  ciudad,  cuando, 
como  en  Granada,  vuelva  a  aparecer  entre  noso- 
tros un  rei  Boabdil;  i  nos  dirijimos  al  lugarejo  en 
pelotón,  a  la  manera  de  guerrilla  i  a  \q,  pelamesa, 
como  cuenta  Marino  de  Lo  vera  del  encuentro  que 
tuvieron  en  esta  propia  vega,  chilenos  i  holande- 
ses el  año  del  Señor  de  1586. 


—  351 


XXV. 


Debo  yo  confesar  injémiamente  en  esta  parte, 
que  a  fuer  de  hombre  precavido,  aparté  buen  tre- 
cho hacia  im  hido  de  la  linea  de  la  arremetida 
para  visitar  cierta  posesión  que  allí  entre  las  coli- 
nas tengo  desde  algunos  años,  no  mas  grande  en 
tamaño  que  una  regular  sepultura,  i  en  la  cual  i 
en  un  pozo  que  allí  hice  cavar,  sin  hallar  jamas 
agua,  tengo  enterrados  en  piedras  i  en  sanjas,  mas 
que  un  regular  puñado  de  billetes;  de  suerte  que 
no  me  encontré  en  el  asedio  i  embestida  de  las 
posiciones  amigas  a  donde  habriamos  entrado  de 
paz  i  casi  en  triunfo,  si  hubiéramos  llegado  en 
mejor  liora. 

XXVI. 

Mas,  cuando  me  apeé  de  mis  ocho  leguas,  en- 
contré a  la  comitiva  réjiamente  instalada  en  un 
espacioso  comedor,  cubierta  la  mesa  de  blanca  por- 
celana, mientras  que  el  ruido  del  plumero  en  los 
postigos  i  vidrieras,  anunciaba  que  a  la  soculenta 
cena  habría  de  seguir  el  blando  dormir  en  mulli- 
das camas  no  reñidas  ni  con  el  holán  de  hilo  ni  la 
Jacaranda. 

Contáronme  entonces,  los  afortunados  asaltan- 
tes, que-la  cuidadora  de  la  casa  «Doña  Mariquita», 


—  352  - 

como  le  decian  todos  con  el  mas  melifluo  puchero, 
cada  vez  que  en  su  presencia  la  nombraban,  les 
había  recibido  junto  con  el  intruso  Lámela,  cual 
si  hubiesen  sido  los  siete  Macabeos  regresando 
vencedores  a  la  ciudad  de  Dios;  pero  que  ape- 
nas comenzó  el  capellán  a  descolgar  de  debajo 
de  la  manta  carí^  de  los  telares  de  Pirque,  que 
ocultaba  el  misterio  de  su  profesión,  su  larga  so- 
tana, cuando,  a  la  par  con  los  pliegues  de  la  túni- 
ca sacerdotal,  iban  deshaciéndose  las  arrugas  del 
ceño  ¿e  la  huésped.  Mas  estando  a  la  opinión 
unánime  del  colejio  de  habrientos  caminantes  allí 
congregados,  quien  decidió  del  todo  de  su  volun- 
tad, fué  el  incomparable  don  Juanito  saliendo  de 
las  filas  con  su  cara  de  Nueva  Holanda,  mitad  en 
ingles  i  mitad  en  chileno,  i  haciéndose  conocer  co- 
mo quien  era,  primo  i  señor.  Don  Juan  Arias  es 
conocido  en  toda  la  costa  norte  de  Chile,  desde  la 
Serena  a  Yin  a  del  Mar,  i  donde  se  apea  de  su  ca- 
ballo no  hai  puerta  que  se  le  cierre,  ni  brazos  que 
no  -se  abran  de  par  en  par  para  estrecharle  cari- 
ñosos, como  a  una  noble  i  dulce  naturaleza.  I  esto 
último  a  tal  punto  llega,  que  mañana  de  madruga- 
da, mientras  ciertos  de  nosotros  regresamos  a  Yiña 
del  Mar  por  la  cuesta  del  Melón  i  la  Calera,  él  si- 
gue viaje  con  el  np  menos  piadoso  i  filántropo  ca- 
pellán hasta  la  Ligua,  para  dejar  allí  una  valiosa 
ofrenda  que  en  dias  pasados  hízole  el  ministro  ac- 
tual  de  hacienda  de  su  noblemente  distribuido 


—  353  — 

sueldo,  debiéndose  agregar  a  aquella  la  colecta  del 
anunciado  beneficio  de  esta  noche  que  se  regula 
en  buenos  pesos,  por  hallarse  aquí  de  paseo  i  de 
visita  al  oro,  dos  ricos  negociantes  del  alto  co- 
mercio porteño. 

Mas  volviendo  a  lo  de  Quintero,  no  hizo  don 
Juanito  mas  que  divisarme  de  regreso  de  mis  rui- 
nas, cuando  echándome  un  brazo  sobre  el  hom- 
bro, me  dijo  al  oido  con  marcado  saboreo:  «Ya 
hai  dos  pollonas  en  la  cacerola» .... 

XXVII. 

Mientras  alegremente  comíamos  i  empalidecian 
unas  en  pos  de  otras  las  botellas  de  Curacaví  a  la 
par  con  las  de  Subercaseaux  que  habia  traído  en 
la  carga  de  Lámela  nuestro  tesorero  in  partibus, 
divisamos  que  un  bote  cruzaba  rápidamente  la 
bahia,  impulsado  a  cuatro  remos.  Nos  asomamos 
con  curiosidad,  i  con  el  anteojo  de  larga  vista  que 
allí  existe,  descubrimos  que  los  cuatro  vogadores 
eran  nada  menos  que  los  cuatro  ingleses  de  Rito- 
que  que,  en  vez  de  comer  como  nosotros,  iban  a 
gastar  las  pocas  fuerzas  que  les  habian  dejado  las 
riendas  en  los  brazos,  voltejeando  por  la  esplén- 
dida i  anchurosa  bahia,  cuyos  sombríos  perfiles 
iluminaban  lentamente  los  primeros  raudales  de 
la  luna:  como  la  cabra  tira  al  monte,  así  el  ingles 
tira  a  la  mar. 

LA  E.  DE  45 


—  354  — 

Al  día  siguiente,  i  cuando  antes  de  que  apa- 
reciera el  sol  montábamos  a  caballo,  frente  a 
las  deliciosas  tinas  de  granito  de  Quintero,  por- 
que allí  cada  baño  es  un  estanque  en  miniatura, 
divisamos  otra  vez  una  cabeza  en  cada  tina  a  flor 
del  agua.  Eran  todavía  nuestros  infatigables  grin- 
gos que  tomaban  su  primera  ablución  antes  del 
galope  del  segundo  dia,  viernes  santo. 

XXYIII. 

Acabada  la  comida,  el  devoto  capellán  se  fué  á 
misionar  a  la  capilla  de  los  pescadores,  i  después 
del  rosario  i  de  la  plática  hubo  canto  ¡eneral,  en 
que  las  voces  del  coronel,  del  capitán  de  rancho, 
del  secretario  i  don  Juanito  rivalizaron  en  célicas 
armonías  con  los  ánjeles. 

Nunca  la  fiesta  del  jueves  santo  habia  sido  ce- 
lebrada con  mas  unción  por  los  pescadores  de  la 
bahia  de  Alonso  de  Quinteros.  Pero  inmediata- 
mente después  de  los  maitines  vinieron  las  tinie- 
hlas,  i  a  las  diez  de  la  noche  dormían  los  siete 
Macabeos  de  Quintero  con  mucho  mas  placentero 
sueño  que  los  judíos  que  prendieron  al  Señor  en 
el  huerto  de  Jetsemané,  solo  que  algunos  de  los 
camaradas,  i  especialmente  los  que  hablan  canta- 
do, roncaban  como  judíos. . . . 


—  355  — 

XXIX. 

Teñían  apenas  con  leves  vapores  luminosos  las 
líneas  de  las  sierras  los  primeros  lánguidos  boste- 
zos del  alba,  cuando  don  Juanito  i  el  coronel  an- 
daban ya  en  sus  trajines  despertando  la  perezosa 
muchedumbre,  al  paso  que  Lámela,   sacudido  de 
sus  pellejos  con  el  primer  trino  de  las  loicas,  cin- 
chaba su  muía  i  metia  el  freno  en  el  hocico  a  los 
macilentos  rocines,  sus  paisanos.  De   suerte  que 
cuando  el  sol  apareció  tras  de  las  crestas,  radioso 
cual  si  no  alumbrara  fúnebre  memoria  de  cristia- 
nos,   nos    hallábamos    todos   echados  de    brazos 
sobre  los  balcones  de  la  casa    principal  de  Quin- 
tero,   contemplando   el   maravilloso   espectáculo 
de  la  bahia  i  sus  contornos.   Desde  ese   sitio  di- 
vísase  aquélla   completamente  cerrada,   cual  di- 
latado i  remanso  la^jo,  mientras   que   los  cerros 
de  la  costa  quebrándose  a  trechos,  permiten  al 
ojo  desnudo  divisar  la  zona  de  la  cordillera  del 
medio  en  toda  su  majestad,  desde  los  empinados 
cerros  del  Colliguay,  cuyas  laderas  orientales  mi- 
ran hacia  Santiago,  hasta  los  picos  de  Cachagua, 
que  forman  la  ladera  setentrional  de  Catapilco: 
un  panorama  de  cuarenta  leguas  en  un  solo  anfi- 
teatro. 

Por  una  de  las  quiebras  (el  portezuelo  de  Puca- 
lan)  del  primer  cordón  que  forma  el  atalaya  de  la 


—  356  — 

costa,  divisábamos  las  altas  i  afiladas  cumbres  de 
Curichilonco  (la  montaña  del  «hombre  de  la  ca- 
beza negra»)  que  se  empinan  sobre  los  valles  de 
Ocoa  i  de  la  Ligua.  Por  otra,  (el  portezuelo  de 
Chillicauquen,  que  se  divisa  desde  las  calles  de  Qui- 
llota)  álzase  majestuoso  i  solitario  el  cerro  de  la 
Campana  que  en  aquel  momento  el  sol  tenia  de 
oro  antes  de  asomar  sobre  los  valles.  De  ningún 
paraje  de  las  cuatro  provincias  a  que  aquel  pico 
pintoresco  sirve  de  común  divisadero  i  de  mojón, 
colúmbranse  con  mayor  ventaja  que  desde  la  pla- 
ya de  Quintero,  porque  destácase  únicamente  el 
cono  superior,  sin  ramificación  alguna,  i  así  ofrece 
la  exacta  imájen  de  colosal  campana  suspendida 
por  hilos  invisibles  a  la  bóveda  celeste.  Debió  ser 
Alonso  de  Quintero,  descubridor  de  esta  bahía  i 
compañero  de  Almagro,  quien  le  puso  desde  en- 
tonces ese  apropiado  nombre. 

XXX. 

No  nos  dejó  Ambrosio  Lámela  regocijarnos  lar- 
gamente con  aquel  grandioso  espectáculo,  porque 
era  preciso  seguir  sobre  las  movedizas  arenas  de 
Puchuncaví  las  huellas  de  su  muía  de  vaqueano,  i 
y^  iba  saliendo  a  mas  que  apresurado  trote  por  la 
playa  i  ponia  en  ello  la  misma  dilijencia  que  nues- 
tros Baviecas,  conocedores  del  rastro  de  su  nativo 
suelo.  Asi  es  que  en  menos  de  dos  horas  estábamos 


—  357  — 

a  las  puertas  de  la  famosa  ciudad  de  los  costinos, 
que  se  compone  de  una  sola  calle  interrumpida  en 
el  centro  por  una  especie  de  cambucho  triangular 
que  se  denomina  «la  plaza  de  Puchuncaví»,  junto 
a  su  parroquia,  cuya  iglesia  bastante  espaciosa 
está  todavía  a  medio  hacer  i  así  se  estará  por  mu- 
chos años. 

XXXI. 

íbamos  a  paso  de  camino,  horondos  por  la  ca- 
lle, a  cuyas  puertas  i  ventanas  se  asomaba  mas  de 
una  cabeza  femenina,  de  no  mui  malos  bigotes  i 
ojos  de  lucero,  cuando  suscitósenos  un  grave  e 
inesperado  obstáculo  en  la  marcha. 

No  se  trataba  por  fortuna  de  ninguna  desgracia 
personal,  digna  de  la  crónica  de  un  diario  santia- 
giiino,  ni  siquiera  de  un  corcobo  de  la  mansa  ca- 
ballada, sino  de  un  mozalvete  de  menos  de  quince 
años  que,  a  pié  descalzo,  mote  de  maiz  en  la  cabe- 
za, i  mal  traida  manta,  prenda  segura  de  difunto 
o  del  sacristán  del  pueblo,  salió  con  un  sable  del 
tiempo  de  San  Bruno  que  llevaba  desnudo  en  la 
diestra  e  intimónos  que  por  allí  no  pasaba  nadie, 
«porque  era  viernes  santo.» 

— Con  que  se  quieren  meter  Uds.  en  camisa  de 
once  varas  como  si  fueran  santiasruinos!  esclamó 
nrial  aj estado  el  coronel  al  toparse  con  aquella  es- 
traña  barrera.  I   frunciendo  el  entrecejo  guió   el 


—  358  — 

avance  de  la  caravana  que  habia  hecho  alto,  pa- 
sando el  capellán  i  don  Juanito  bajo  el  sable  de 
Puchimcaví  con  rostros  compunjidos. 

Era  aquella  guardia  sin  la  menor  duda  orden 
disparatada  i  autoritaria  del  sacritan,  porque  ¿có- 
mo podia  irse  a  la  iglesia  ni  salir  de  ella  sino 
dejando  franco  el  paso  de  la  calle  única,  a  los 
fieles?  De  manera  que  absueltos  por  la  iglesia  ba- 
jo aquel  capítulo  i  pro  tejidos  por  la  voz  de  la  mi- 
licia humana,  quebrantamos  la  mística  orden  i 
seguimos  adelante. 

Mas  si  tal  hicimos,  tuvimos  para  nosotros  que 
los  andariegos  cuatro  ingleses  de  la  víspera,  que 
habian  salido  a  rodar  tierras,  no  pasaron  un  pun- 
to mas  allá  de  la  raya  que  hizo  el  sable  del  rotito 
en  la  polvorosa  calle,  lo,  cual  de  seguro  tomaron 
por  las  fronteras  de  la  lei  de  Chile;  i  como  tal  la 
respetaron  volviéndose  de  mal  talante  al  puerto, 
salvo  el  caso  de  que  por  un  ííirdo  de  quimones  o 
cosa  parecida,  como  el  sable  i  el  mote  de  maiz  del 
guardián  puchuncavino,  sus  ftiinistros  a  lo  Pal- 
merston,    nos  manden  una  visita  del  Shah  i  sus 


cañones. 


XXXII. 

La  laguna  da  Catapilco  donde  esta  famosa  ha- 
cienda toca  al  mar  i  se  acaba  por  el  occidente, 
objetivo  principal  de  nuestra  esforzada  caminata 


—  359  — 

de  25  leguas,  no  dista  sino  tres  escasas  leguas  de 
Puchuncaví,  de  suerte  que  a  las  once  de  la  ma- 
ñana nos  paseábamos  en  medio  de  sus  rústico  ca- 
serío de  lavadores  de  oro  que  viven  bajo  la  totora 
i  a  la  puerta  hospitalaria  del  superintendente  del 
oro  de  Catapilco,  Mr.  Artui'o  P.  Burnes,  este  je- 
neral  Sutter  de  la  California  subterránea  que  se 
trata  de  sacar  a  flor  de  tierra  en  Chile. 

XXXIII. 

Como  Mr.  Burnes  es  un  antis^uo  amio-o  i  estaba 
prevenido  de  nuestra  llegada,  nos  aguardaba  con 
el  mantel  puesto,  i  así  todo  fué  llegar  i  cortar  es- 
cobas. Mr.  Barnes  es  un  distinguido  cirujano  i 
médico  de  la  universidod  de  Baltimore,  su  ciudad 
natcpl,  i  por  esto  nadie  le  conoce  en  estos  parajes 
sino  con  el  nombre  de — «el  doctor».  Comprometi- 
do por  afecciones  de  corazón  i  de  intereses  en  la 
guerra  civil  de  su  patria,  e  íntimo  amigo  del  ñimo- 
so  Stone — Wall  Jackson,  a  quien  acompañó,  a  su 
decir,  hasta  su  última  i  gloriosa  batalla,  ha  busca- 
do, como  muchos  de  los  jefes  de  la  rebelión  vencida, 
en  climas  estranjeros,  si  no  reposo  i  olvido,  trabajo 
i  fortuna.  Por  esto,  i  por  motivos  especiales  que 
mas  adelante  apuntaremos,  c(el  doctor»  ha  escoji- 
do  a  Chile,  i  es  hoi  su  voluntad  pujante  i  varonil 
el  alma  que  anima  estas  antes   inertas   rejiones. 

El  doctor  Burnes  es  un  hombre  joven  todaTÍa, 


—  360 :— ; 

alto,  flexible,  de  mirada  meridional,  de  alma  in- 
domable i  de  una  enerjía  muscular  a  toda  prueba, 
embarazado  apenas  por  una  sordera  bastante  in- 
tensa adquirida  en  una  recia  tempestad  de  nieve 
en  que  estuvo  perdido  en  su  país  natal. 

Todo  a  su  lado  revelaba  que  estábamos  en  una 
faena  de  herejes:  las  tropas  de  muías  que  bajaban 
por  las  laderas,  las  rumas  de  maderas,  desembar- 
cadas recientemente  del  vapor  Hércules  en  la  ve- 
cina ensenada  del  Maitencillo,  las  rojas  caras  sa- 
jonas, las  botas  de  cuero,  las  encendidas  camisas 
i  cotonas,  las  huascas  con  sólido  puño  de  acero 
de  los  capataces,  los  puestos  de  frutas,  los  grupos 
de  pililos  con  camisa  limpia  i  hasta  las  conversa- 
ciones i  cuchicheos  en  gringo  que  oíamos  a  nues- 
tro paso,  todo  nos  traía  a  la  memoiia  que  había- 
mos pasado  la  raya  del  Chile  viejo  i  español  para 
penetrar  en  la  tierra  ignota  de  la  Yanquicia,  llena 
de  novedades,  alborotos  i  estrañas  aventuras. 

I  aquí  propiamente  entramos  en  el  verdadero 
objeto  de  nuestro  viaje  i  narración,  al  cual  las 
peripecias  ya  contadas  solo  sirven  de  marco  i  de 
preludio. 

XXXIY. 

Hacíanos  la  laguna  de  Catapilco,  que  no  es  si- 
no un  grupo  de  treinta  o  cuarenta  ranchos,  situa- 
dos en  la  márien  meridional  del  remanso  estero 


~  361  — 

que  allí  desemboca,  hacíanos,  decíamos,  recordar 
a  lo  vivo  las  faenas  carrilanas,  que  en  1863  visita- 
mos junto  con  el,  a  la  sazón,  adelantado  propieta- 
rio de  Catapilco  cuando  trabajaban  a  la  par  en 
aquéllas,  distribuidos  en  siete  u  ocho  grupos,  hasta 
siete  mil  carrilanos.  La  población  estacionaria  de 
la  Laguna  i  su  territorio  adyacente  es  de  solo  530 
almas,  pero  con  el  trajin  del  dia  suele  subir  al  do- 
ble. Mr.  Burnes  ha  tenido  hasta  700  obreros  so- 
bre el  pico  i  la  barreta,  pero  hoi  que  los  trabajos 
se  aproximan  a  su  conclusión,  solo  conserva  la 
mitad  de  esa  cifra. 

XXXV. 

Entretanto,  i  antes  de  hablar  a  fondo  del  oro 
de  Catapilco,  sentámonos  a  la  mesa  con  un  ape- 
tito mas  de  cordero  pascual  que  de  calvario,  pues 
hacia  seis  horas  que  trotábamos  por  las  riberas 
del  mar;  harto  mejor  estimulante  que  todos  los 
inventados  por  Holloway  i  Lanman  i  Kemp. 

Aprovechando  en  efecto  de  la  sordera  de  «el 
doctor»,  preguntó  don  Juanito  al  mozo  de  mano 
que  servia  «cuántos  nudos  tenia  la  muía»,  i  resul- 
tando ser  cinco,  las  mandíbulas  tomaron  la  cosa 
con  reposo:  cazuela  de  gallina,  gallina  asada  i  es- 
tofado de  gallina,  que  por  diferenciar  llamaremos 
fricasé.  Tal  era  el  menú  de  la  Laguna.  Los  otros 
dos  nudos  eran  el  uno  de  costillas  de  puerco,  boca- 

LA  E.  DEL  o.  46 


—  362  — 

do  para  viernes  santo  de  viajero,  si  mas  no  fuera 
que  para  hacer  rabiar  a  los  ¡udios,  i  el  otro  un  gui- 
so de  congrio  con  tomate  i  papas,  es  decir,  un  nu- 
do gordiano.  Llegado  el  turno  de  este  nudo,  em- 
pleó don  Juanito  su  mas  fina  persuasión  para 
disuadir  a  Mr.  Burnes  de  aquella  horrible  promis- 
cuación en  viernes  santo, — gallina,  cliancho  i  pes- 
cado,— -pero  el  doctor  se  hizo  sordo  como  un  con- 
grio, i  alivió  el  lebrillo  de  sus  mejores  presas. 

No  impidió  esta  herejía,  represalia  tal  vez  de  la 
«devoción  del  ingles»,  que  alguien  propusiera  un 
entusiasta  brindis  a  fin  de  que  la  ciudad  futura  de 
la  Laguna  hubiera  de  llamarse  Barnes-Gity,  a  lo 
cual  don  Juanito  con  su  acostumbrado  i  anjelical 
donaire  observó  que  si  el  doctor  volvia  a  promis- 
cuar en  viernes  santo  o  no  sacaba  tantas  tonela- 
das de  oro  como  «cóndores  ParaíF»  corrieron  entre 
los  hábiles,  se  le  cambiase  a  la  ciudad  la  r  por  una 
I  quedado  asi  Balnes-Citi/,  lo  cual  fué  unanima- 
mente  aprobado  con  un  entusiasta  chivateo  jene- 
ral  a  la  araucana,  cosa  que  el  coronel  sabia  por 
principios. 

XXXYÍ. 

Terminado  el  almuerzo  de  la  Laguna  i  su  pos- 
tre de  charla,  i  el  siguiente  lacónico  brindis  de 
don  Juanito:  3Iy  felicitas hions  to  Mr.  Burnes  and 
when  he  is  over  in  his  gold,  he  will  give  to  every 


;-.  363  — 

one  of  the  es cur sionista  h'f  piece  of  gold  of  Cata- 
pilco;  i  recibidas  algunas  visitas  de  antiguos  cono- 
cidos de  la  niñez,  i  entre  otras  la  del  señor  Mar- 
tin Montenegro,  el  mas  antiguo  banquero  i  cam- 
bista de  la  Laguna,  donde  reside  desde  1835, 
montamos  otra  vez  a  caballo  i  comenzamos  ^  su- 
bir las  colinas  que  allí,  al  desembocar  el  estero  de 
Catapilco,  en  el  mar,  formando  un  pequeño  la- 
gunato largo  i  angosto,  encumbranse  en  todas  di- 
recciones hasta  formar  un  verdadero  dédalo  de 
agrestes  montañas. 

El  doctor  iba  a  mi  lado  como  guia,  i  mas  biza- 
rro i  erecto  jinete  sobre  brioso  caballo  cbileno  no 
he  conocido  nunca. 

XXXVII. 

Habíamos  andado  apenas  como  ocho  o  diez  cua- 
dras cerro  arriba  por  escelente  camino  carretero 
recientemente  labrado,  cuando  llegamos  a  la  fa- 
mosa colina  del  Quemado,  de  la  cual  en  el  curso 
de  los  siglos  los  mineros  de  la  Laguna  han  estrai- 
do  un  largo  millón  de  pesos,  sin  mas  elementos 
de  trabajo  que  la  poruña,  la  batea  i  el  capacho. 
Hoi  se  trata  de  remplazar  todos  estos  utensilios 
por  un  simple  pistón  de  agua  que  hará  en  veinnti- 
cuatro  horas  lo  que  antes  hacian,  a  fuerza  de  azo- 
tes, diez  mil  indios. 


—  364  — 


XXXVIII. 


Es  aquella  colina  una  loma  suave  de  un  color 
amarilloso  tirando  a  bayo,  sin  ninguna  vejeta- 
cion,  i  tan  blanda  i  redondeada  que  cualquier  la- 
cho elejiria  su  cima  para  una  buena  cancha  de 
carreras.  Tiene,  a  ojo,  diez  cuadras  de  largo  i  dos 
de  ancho,  i  se  halla  como  atravesada  de  norte  a 
sur,  a  caballo  sobre  el  estero  de  Gatapilco,  que  la 
envuelve  por  el  norte  a  considerable  i  selvática 
profundidad,  i  una  áspera  quebrada  llamada  de 
Casuto  que  baja  por  el  sur. 

Yénse  en  todas  direcciones  en  esta  curiosa  for- 
mación catas,  picados  i  lumbreras,  que  es  el  nom- 
bre técnico  que  los  mineros  de  oro  dan  a  los  pi- 
ques de  reconocimiento  o  de  esplotaciou,  i  los  des- 
montes son  de  una  forma  calcárea,  como  un  cuar- 
zo o  quijo  de  oro  reblandecido,  que  éste  es  siem- 
pre criadero  de  oro  en  Chile  como  en  California  i 
en  Australia. 

Algunas  de  esas  lumbreras  tienen  hasta  cin- 
cuenta metros  de  profundidad,  i  de  una  de  ellas 
llamada  la  «mina  del  Caballo»  en  la  Loma  del 
Quemado,  sacó  el  mas  afortunado  de  los  mineros 
de  la  Laguna,  Juan  del  Carmen  Koman,  mas  de 
150  mil  pesos  durante  catorce  años  de  bonanza, 
los  mismos  que,  tomin  por  tomin,  remolió  en  to- 
das las  chinganas  de  la  costa  desde  P'jichuncaví 


—  365  — 

hasta  el  Maintop.  Cuentan  sus  contemporáneos 
que  cuando  no  tenia  a  quien  feriar,  porque  toda 
la  comarca  estaba  ya~  dormida  b^o  el  trago,  se 
hacia  hacer  ponche  en  leche,  para  que  viniesen  a 
beber  a  su  jenerosidad  los  perros  del  lugar  que 
lengüeteaban  el  suelo;  i  así  el  mentado  Koman 
vino  a  morir  en  el  hospital  de  Santiago,  como 
Juan  Godoi  de  Chañarcillo,  como  los  Ossorios  de 
Tiltil,  como  los  Volados  de  Agua  Amarga  i  todos 
los  mineros  de  la  redondez  de  Chile,  que  sin  eso 
no  serian  mineros  i  menos  mineros  de  oro  cual 
los  de  la  Laguna. 

El  mas  influyente  i  respetado  de  los  mineros 
antiguos  del  Quemado  es  Pedro  Cruz,  hombre  de 
notable  enerjía,  natural  de  la  Laguna,  que  ha  via- 
jado doce  años  a  bordo  de  buques  de  guerra  in- 
gleses i  americanos,  i  residido  largo  tiempo  en 
Estados-Unidos  i  en  California.  Posee  Cruz  bas- 
tante bien  el  ingles  i  está  ahora  al  servicio  de  Mr. 
Burnes  como  jefe  de  faena  e  intérprete. 

Reside  también  en  la  Laguna  un  enérjico  joven 
liguano,  don  Nicanor  López,  que  en  el  carácter 
de  subdelegado  ambulante  maneja  a  las  mil  ma- 
ravillas las  turbulentas  peonadas,  i  un  intelijente 
mozo  del  nombre  de  Reyes,  de  Valparaíso,  hijo 
de  un  antiguo  minero,  i  tenedor  de  libros  en  in- 
gles i  en  español. 


—  366 


XXXIX. 


Cuando  nos  ftallábamcs  en  la  cumbre  de  la  lo- 
ma del  Quemado,  púsose  el  doctor  bondadosa- 
mente a  esplicarnos  su  teoría  jeolójica  de  la  for- 
mación i  distribución  del  oro  en  Chile,  como  en 
California;  i  aunque  reservamos,  según  dijimos  al 
principio  de  esta  carta,  ese  punto  para  detalles 
teóricos  posteriores,  diremos  que  en  Catapilco, 
como  en  Marga-Marga,  como  en  Casuto,  como  en 
Andacollo,  se  trata  simplemente  de  la  existencia 
de  un  rio  subterráneo  del  período  plioceno,  cuyas 
arenas,  depósitos  i  cascajo  de  acarreo  son  mas  o 
menos  ricos  en  partículas  i  pellas  de  oro. 

El  término  medio  de  los  picados  hechos  por  el 
doctor  i  sus  hombres  prácticos  de  California  da  un 
rendimiento  de  un  peso  veinte  centavos  de  oro  por 
cada  metro  cúbico  de  tierra;  i  se  podrá  calcular 
la  riqueza  de  este  suelo  cuando  se  sepa  que  en  Ca- 
lifornia existen  compañías  hidráulicas  que  lavan- 
do cascajos  por  el  sistema  que  se  va  a  plantear  en 
Catapilco  (i  en  el  cual  cada  pitón  puh^eriza  diez 
mil  toneladas  de  cascajo  cada  veinticuatro  horas) 
ganan  millones  obteniendo  un  rendimiento  de  tres 
o  cinco  centavos  solamente  por  yarda  cúbica. 

Por  supuesto  hai  trabajos  en  Catapilco  en  que 
se  han  sacado  hasta  mil  pesos  de  un  metro  cúbico 
i  hasta  de  un  capacho,  no  siendo  raro  hallar  pe- 


—  367  — 

lias  de  una  libra  o  cien  castellanos.  Lavando  los 
desmontes  de  Román  que  nos  mostró  Pedro  Cruz  a 
diez  metros  del  camino,  unos  cuantos  mineros  han 
sacado  en  el  invierno  último  hasta  tres  mil  pesos. 

Hubo  época  en  1883,  en  que  los  cuatro  princi- 
pales cambistas  de  la  Laguna,  don  Martin  Mon- 
tenegro, don  Francisco  Benavides  i  los  hermanos 
Gómez  reunieron  durante  varias  semanas  a  razón 
de  una  arroba  de  oro  por  semana  que  iban  a  ven- 
der a  Valparaiso  a  los  joyeros  Moyon  i  en  Santia- 
go a  la  casa  de  Moneda,  a  rayón  de  tres  pesos 
castellano. 

El  oro  de  Catapilco  es  como  el  mas  rico  del 
mundo,  lei  jeneral  i  subida  del  oro  de  Chile,  pues 
que  mientras  que  el  mejor  oro  de  California  se 
vende  en  la  Moneda  de  San  Francisco  a  razón  de 
15  pesos  50  centavos,  el  doctor  Burnes  vendió  a 
ese  establecimiento  cincuenta  onzas  que  llevó  co- 
mo muestra  de  Catapilco  a  20  pesos  la  onza. 


XL. 


— «Cuánto  oro  habrá  en  la  loma  del  Quemado? 
pregunté  al  doctor  cuando  nos  hallábamos  domi- 
nándola desde  una  altura  superior. 

— «No  podria  decirlo,  me  contestó,  pero  aven- 
turarla mi  cabeza  a  que  en  esa  colina  (hill)  hai 
mas  oro  que  el  que  existe  depositado  en  el  banco 
de  Inglaterra. 


—  368  — 

— «Mire,  doctor,  le  repliqué,  que  he  visto  el  úl- 
timo balance  del  banco,  i  habia  en  sus  bóvedas  en 
febrero  57  millones  de  libras  esterlinas.  . . . 

— «Pues  entonces,  volvió  a  decirme  el  doctor 
de  Baltimore  con  su  imperturbable  i  a  todas  luces 
leal  serenidad. — Pues  entonces  habrá  60  millones 
de  libras  esterlinas.» 

Trescientos  millones  de  pesos  en  una  loma  que 
seria  caro  comprar  por   medio  real! 

Esplica  el  doctor  Burnes  la  riqueza  especial  de 
la  loma  del  Quemado,  tan  probada  ya  por  el  ca- 
pacho, i  cuyo  depósito  aurífero  desde  la  superficie 
hasta  la  circa,  es  decir,  hasta  la  roca  plutónica, 
estima  en  doscientos  pies  de  profundidad  (riqueza 
i  fenómeno  que  no  existe  en  parte  alguna  de  Ca- 
lifornia), por  la  circunstancia  de  estar  aquella 
atravesada  como  una  barrera  o  taco  en  el  lecho 
del  rio  ante-diluviano  de  que  ya  hemos  hecho  su- 
perficial mención. 

XLI. 

Nosotros  no  podemos  dar  fé  de  todo  esto  sin 
embargo,  ni  como  hombres  científicos,  ni  como 
hombres  prácticos,  ni  siquiera  como  «aficionados», 
porque,  a  Dios  gracias,  si  alguna  sed  puso  la  natu- 
raleza en  el  fondo  de  nuestro  ser,  no  fué  cierta- 
mente la  del  oro.  I  aprovechamos  este  momento 
para  declarar  de  la  manera  mas  esplícita  i  solem- 


—  369  -^ 

ne  que  esto  que  hemos  escrito  i  lo  que  escribamos 
de  otros  parajes  del  país  que  nos  proponemos  vi- 
sitar, es  puramente  a  título  de  escritor,  sin  que 
nuestra  franca  palabra  pueda  dar  el  mas  mínimo 
asidero  ni  a  la  especulación,  ni  a  la  bulla,  ni  si- 
quiera a  la  natural  oscitación  que  de  ordinario 
producen  en  el  espíritu  del  hombre  los  descubri- 
mientos de  los  metales  preciosos. 

Mas  que  esto:  los  que  han  leído  nuestros  escritos 
históricos  desde  hace  mas  de  veinte  años,  saben 
cuan  profunda  i  antigua  es  nuestra  convicción  de 
que  Chile  es  un  pais  que  está  cuajado  de  oro.  I  hoi, 
en  vista  de  lo  que  vemos  en  este  lugar  nos  afir- 
mamos en  esa  convicción.  Pero  al  mismo  tiempo 
es  evidente  que  para  que  esa  riqueza  subterrá- 
nea se  convierta  en  verdadero  caudal,  se  necesita, 
no  de  aventureros,  ni  de  ajiotistas,  ni  de  corredo- 
res de  acciones,  ni  de  fabricantes  de  sociedades 
anónimas,  sino  al  contrario,  de  hombres  profun- 
damente serios,  prudentes,  tranquilos  i  metódi- 
cos, que  procedan  en  los  reconocimientos  con  la 
mayor  cautela  i  calma,  como  han  procedido  los 
capitalistas  americanos,  que  sin  hacer  el  mas  leve 
ruido  han  habilitado  estos  vastos  trabajos  i  pre- 
parado el  campo,  no  para  futuros  bribones,  sino 
para  los  hombres  de  trabajo,  de  esperiencia  i  de 
honradez. 

I  sobre  este  particular  adv,ertimos  que  si  estas 
pajinas  fueran  en  lo  menor,  parte  a  que  se  levan- 

LA  E.  DEL  O.  47 


—  370  — 

tara  im  intempestivo  i  funesto  clamoreo  de  em- 
presas temerarias,  que  serian  una  ruina  mas  en  el 
país,  nos  arrepentiríamos  mil  veces  de  haberlas 
escrito  i  preferiríamos  que  antes  de  ver  la  luz  pú- 
blica se  convirtieran  en  hediondas  cenizas. 


XLII. 

Por  otra  parte,  si  bien  el  lecho  aurífero  de  Ca- 
tapilco  (estando  siempre  a  los  reconocimientos  i 
esperiencias  del  doctor  Barnes)  puede  medirsfé  por 
millas  i  por  leguas  cuadradas,  la  compañía  espío- 
tadora  tiene  denunciadas  en  ciento  seis  pedimen- 
tos legales  los  mejores  panizos  que  a  razón  de  diez 
mil  metros  por  denuncio,  ocupan  una  estension  do 
250  cuadras.  I  fuera  de  esto  el  monopolio  de  la 
compañía  norte-americana  de  Catapilco  queda 
asegurado  con  la  posesión  esclusiva  de  agua  sin 
cuyo  elemento  todo  trabajo  es  del  todo  inútil.  Los 
intereses  de  la  hacienda,  liberalraente  represen- 
tados por  don  Olegario  Ovalle,  están  enteramente 
vinculados  a  los  de  la  empresa,  i  francamente  que 
a  la  caballerosidad  i  llaneza  del  último  débese  la 
rapidez  i  fortuna  de  los  trabajos  que  en  otros  lu- 
gares es  mas  que  de  seguro  habrían  costado  un 
pliego  de  papel  sellado  por  cada  barretazo. 

Esa  es  al  menos  la  opinión  del  doctor  Burnes, 
quien  asegura  que  hai  todavía  en  Chile,  después 


—  371  — 

del  rebusque  superficial  de  los  españoles,  mil  Ca- 
tapilcos   subterráneos   que    denunciar  i  demoler. 

XLTII. 

Avanzando  de  la  loma  del  Quemado,  continua- 
mos visitando  los  trabajos  ejecutados  bajo  la  ins- 
pección personal  de  Mr.  Burnes  desde  el  I."*  de 
diciembre  último,  i  que  pueden  resumirse  de  la 
manera  siguiente: 

I.  Un  canal  de  seis  leguas  de  largo,  dos  metros 
de  ancho  i  uno  de  profundidad,  que  va  rebanando 
las  faldas  de  los  cerros  meridionales  de  la  vasta 
hova  jeolójica  de  Catapilco  i  que  tiene  su  punto 
de  partida  en  la  ensenada  llamada  las  Casas 
Viejas. 

II.  Ese  canal  ha  encontrado  en  su  desarrollo 
hasta  la  loma  del  Quemado  (objetivo  actual  de  los 
trabajos)  tres  túneles  en  roca  viva  que  han  sido 
abiertos  a  fuerza  de  dinamita  i  miden  una  esten- 
sion  de  131  metros  el  mas  largo,  de  121  el  del 
medio  i  de  90  el  último. 

TU  Este  canal-madre  tiene  varias  desviaciones 
laterales,  sea  para  recojer  las  aguas  de  las  que- 
bradas, sea  para  llevar  aquéllas  a  otros  parajes  en 
que  el  pistón  debe  atacar  el  cascajo.  De  trecho 
en  trecho  poseen  también  todos  esos  canales, 
compuertas  de  desahogo  i  de  entrada  de  aguas,  i 
el  desmonte  ha  sido  dispuesto  de  modo  que  sirve 


—  372  — 

como  un  camino  de  a  caballo  para  los  que  han  de 
estar  encargados  de  su  servicio  i  vijilancia. 

lY  Atraviesa  también  el  canal  del  Quemado 
no  menos  de  trece  quebradas,  mas  o  menos  an- 
chas i  profundas  i  en  cada  una  de  éstas  se  ha  cons- 
truido un  sólido  acueducto  de  pino  del  Oregon 
fiume,  obras  todas  ejecutadas  con  admirable  lim- 
pieza i  solidez. 

Hállase  en  construcción  el  mas  formidable  de 
estos  pasos,  i  francamente  que  su  aspecto  impre- 
siona casi  tanto  como  la  vista  del  viaducto  de  los 
Maquis  porque  tiene  320  pies  de  largo,  82  pies  de 
profundidad,  i  el  agua  pasará  a  esa  altura  enorme 
descansando  sobre  trece  columnas  de  pino  del 
Oregon,  con  la  misma  fuerza  i  abundancia  que  en 
los  mas  cuantiosos  canales  secundarios  del  llano 
de  Maipo. 

LIV. 

En  el  avance  de  nuestra  escursion  hacia  el  in- 
terior del  valle  donde,  a  la  distancia  de  cinco  le- 
guas, existen  las  hermosas  casas  centrales  de  Ca- 
tapilco,  visitamos  durante  cuatro  horas  todos  los 
trabajos,  los  canales,  los  acueductos  que  los  mine- 
ros californienses  llaman  flumes,  las  compuertas  i 
los  túneles. 

Para  bajar  a  algunos  do  éstos  era  preciso  for- 
mar verdaderas  escaleras  humanas,  sirviendo  los 


—  373  — 

mas  flacos  de  la  comitiva  de  balaustres  i  los  mas 
macizos  de  pisaderas.  Visitamos  también  los  hed 
rock  tunéis,  es  decir,  los  socavones  o  galerias  en 
la  roca  viva  destinados  a  recibir  las  tierras  que  el 
pitón  va  lavando  con  terrífica  fuerza  (porque  un 
golge  de  pitón  mata  como  la  bala  de  un  cañón) 
de  los  flancos  de  las  quebradas.  Para  este  fin 
aquéllas  han  sido  abiertas  en  el  fondo  a  gran 
costo. 

Tienen  estos  túneles  mas  altura  que  la  de  un 
hombre,  i  dentro  de  su  bóveda,  como  talegas  guar- 
dadas e'n  caja  de  fierro,  se  va  guardando  el  oro, 
quedando  el  mas  grueso  i  pesado  en  la  parte  su- 
perior del  túnel  i  lo  mas  delgado  esparcido  hasta 
cerca  de  la  boca.  Para  este  fin  colócanse  cajones 
sucesivos  en  graderias  que  remplazan  a  las  mari- 
tatas españolas,  i  en  su  fondo  va  quedando  depo- 
sitado el  oro,  bajo  candado.  La  «cosecha»  (así  se 
llama  en  California)  se  hace  solo  cada  dos  o  tres 
meses,  i  el  doctor  nos  tiene  convidados  para  que 
vengamos  a  presenciar  en  junio  la  primera  trilla 
asegurándonos  que  no  será  como  la  de  los  «labo- 
ratorios del  Estado  en  la  Moneda.» — No  dice  tam- 
poco Mr.  Burnes  que  él  va  a  rescatar  la  Alsacia 
ni  a  armar  a  sus  bravos  virginians  para  marchar 
contra  Washington,  ni  a  vengar  la  bala  que  mató 
a  su  amigo  Stone-Wally  sino  simplemente  que 
comprará  una  buena  hacienda  (cuando  pueda)  en 
el  valle  de  Aconcagua  o  en  el  llano  de  Maipo  pa- 


—  374  — 

ra  traer  a  su  esposa  i  sus  hijos  que  residen  en 
Baltimore.  Si  el  año  es  lluvio.so  espera  lavar  un 
millón  de  pesos  limpios  de  polvo  i  arena,  i  así  cree 
poder  seguir  la  cosecha  con  la  maquinaria  que 
viene  en  camino  con  solo  dos  docenas  de  obreros 
durante  cincuenta  años. 

XLY. 

Poco  antes  de  las  tres  de  la  tarde  llegamos  a 
la  parte  mas  interesante  de  nuestra  escursion,  es 
decir,  al  fliime  num.  13,  situado  en  la  quebrada 
que  los  vaqueros  de  Catapilco  llamaban  antes  de 
los  Maitemes,  como  los  vaqueros  de  las  Mazas  lla- 
maban quebrada  de  los  Maquis  a  la  del  famoso 
viaducto. 

Aun  cuando  era  viernes  santo,  hallábanse  tra- 
bajando unos  quince  robustos  carpinteros  i  peo- 
nes ingleses,  presididos  por  un  hombre  de  ancha 
espalda  i  membrudos  brazos,  que  dirijia  el  jigan- 
tesco  trabajo.  Gruesos  chorros  de  sudor  rodaban 
por  su  mejilla,  cuando  a  nuestros  gritos  alzó  la 
vista  i  Te  saludamos  descendiendo  al  fondo  de  la 
quebrada.  ¿Quién  era  ese  rudo  obrero? — Era  nada 
menos  que  ol  director  científico  de  todas  estas 
obras  notables  en  cualquier  pais,  i  ejecutadas  con 
tan  maravillosa  rapidez,  discreto  silencio  i  exacta 
ejecución  técnica  i  barato  precio  de  jornal.  Su 
nombre  es  Mr.  John  Sirapson,  injeniero  hidráuli- 


—  375  — 

co,  natural  del  Estado  de  Nueva  York,  pero  que 
ha  paoado  la  mayor  parte  de  su  vida  en  los  bos- 
ques de  Michigan  i  en  las  quebradas  auríferas  de 
California. 

Mr.  Simpson  es  un  hombre  de  45  años  i  tiene 
las  formas  de  un  verdadero  titán.  De  suerte  que, 
entusiasmado  a  su  vista  uno  de  los  de  la  comisión, 
sacó  el  reloj,  i  notando  que  eran  las  tres  en  pun- 
to, pidió,  a  manera  de  sermón  de  tres  horas,  tres 
hurrahs!  por  el  trabajo,  que  fueron  dados  por  vi- 
gorosos pulmones,  repitiendo  las  voces  los  agres- 
tes ecos  de  la  montaña. 

XLVI. 

Llamónos  también  no  poco  la  atención  en  aquel 
lugar  una  circunstancia  verdaderamente  poética, 
pero  que  en  la  vida  del  trabajo  es  un  hecho  de 
todos  los  dias,  de  todas  las  horas.  Una  apuesta  i 
bizarra  dama,  cubierto  el  rostro  con  un  velo  i  de- 
fendidas las  manos  por  elegante  cabritilla,  estaba 
presenciando  la  faena,  sentada  en  una  roca.  ¿Qué 
hacia  allí  aquella  señora?  Era  sencillamente  la  es- 
posa de  Mr.  Simpson,  que  iba  a  acompañar  a  su  es- 
poso en  la  hora  de  la  fatiga.  Otro  hurrah  por  ella! 

XLYII. 

Proseguimos  ahora  nuestra  jornada  hacia  el 
ameno  sitio  en  que  existen  las  casas  de  Catapilco, 


—  376  — 

albergue  feliz  de  la  niñez,  que  allí  en  ejercicios 
varoniles  preparó  los  años  de  esta  vejez  todavía 
ájil  i  robusta  que  se  acerca. 

En  toda  la  estension  del  camino  fuimos  encon- 
trando innumerables  catas  i  escavaciones  del  te- 
rreno evidentemente  prehistórico,  porque  es  un 
hecho  altamente  curioso  i  singular  que  el  nombre 
mismo  de  CatapUco  tenga  como  signiñcacion  in- 
di] ena  algo  de  mui  semejante  a  lo  que  hoi  se  está 
ejecutando,  por  artífices  de  afuera.  Porque  cata 
quiere  decir  en  araucano^  agujero  (i  de  aquí  ca- 
tear) i  pilco  significa  literalmente  cañuto  o  conduc- 
to estrecho,  como  los  túneles  de  roca  viva  que  hoi 
construyen  los  yankees  para  lavar  las  tierras. 

Existen  todavía  algunos  pilcos  o  pequeños  ca- 
nales que  llevan  el  agua  a  las  tierras  auríferas, 
especialmente  en  la  quebrada  del  Culebrón  de  tra- 
dicional fama  por  su  riqueza. 

I  séanos  permitido  agregar  a  propósito  de  esta 
tradición  doméstica  que  durante  el  largo  siglo 
que'Gatapilco  ha  sido  uua  propiedad  de  nuestra 
familia,  el  oro  ha  existido  siempre  en  abundancia 
desde  los  bisabuelos  del  que  esto  escribe  hasta  sus 
primos  que  hoi  la  poseen. 

De  suerte  que  de  tiempos  mui  antiguos  se  re- 
cuerdan casos  que  rayan  en  fábula,  pero  que 
nosotros  escuchamos  muchas  veces  en  nuestra  ni- 
ñez, especialmente  el  de  un  indio  del  Culebrón, 
que  al  morir   cu   el  hospital  de  Santiago  a  fines 


—  377  — 

del  pasado  siglo,  reveló,  agradecido  a  un  enfermero, 
la  existencia  de  un  depósito  de  oro  tan  copioso  que 
no  bastándole  al  último,  cuando  vino  al  derrotero, 
sus  alforjas,  llevó  a  la  Ligua  un  sombrero  lleno  de 
gruesas  pellas.  Hoi  mismo  han  venido  aquí  mien- 
tras escribimos,  a  vender  oro  de  otras  quebradas 
de  la  hacienda  a  mis  compañeros,  si  bien  con  di- 
versidad de  precios  porque  al  «tesorero»  de  la  ca- 
rabana,  como  tal,  ha  pagado  el  castellano  al  pre- 
cio de  la  Moneda,  es  decir,  a  3  pesos,  i  el  capellán 
al  precio  de  la  Catedral,  es  decir,  a  21  real.  La 
iglesia  siempre  por  delante,  i  especialmente  en 
sábado  santo! 

XLVIII. 

Un  punto  delicado  nos  queda  por  tocar  -el 
personal, — el  de  quién  fué  el  primero  en  llamar  la 
atención  de  los  americanos  del  norte  a  esos  cam- 
pos subterráneos  del  oro  de  Chile  después  que  es- 
taban agotados  los  de  la  superficie,  etc.  etc.  Pero, 
detestando  todo  lo  que  es  de  interés  en  estas  em- 
presas, cuyo  aspecto  público,  franco  i  jeneroso  es 
el  único  simpático,  nos  contentamos  con  decir  que 
los  señores  Thorner  e  Ildefonso  Vargas  trajeron  a 
la  Laguna  en  1875  a  un  intelijente  corresponsal 
del  New  York  Herald  llamado  Mr.  Quiraby  que 
habia  venido  a  Chile  con  motivo  de  la  Esposicion, 
i  que  éste  llevó  unas  cuantas  libras  de   oro  como 

LA  E.  DEL  O.  48 


—  378  — 

muestra  a  California;  que  habiendo  encontrado  en 
Panamá  a  bordo  del  mismo  vapor  en  que  se  diri- 
jia  a  San  Francisco  (el  vapor  Glty  of  Sidney)  al 
señor  Burnes  conferenció  con  éste,  i  el  ultimo  to- 
mó a  su  cargo  la  empresa. 

Trajo  con  este  motivo  Mr.  Burnes  a  Chile  en  el 
verano  de  1876,  dos  hombres  prácticos,  trabaja- 
dores (le  oro  por  el  sistema  hidráulico  de  Califor- 
nia llamado  el  uno  Seven-Oaks  i  el  otro  Hol- 
comb;  i  persuadido  de  que  los  lechos  auríferos  de 
Chile  eran  tanto  o  mas  ricos  que  los  mejores  de 
California,  se  dirijió  a  Nueva  York,  donde,  bajo 
la  influencia  de  un  respetable  i  emprendedor  mi- 
llonario Mr.  G.  H.  Flagler  logró  organizar  una 
compañía  por  cinco  millones  de  pesos  que  con  el 
nombre  de  Ligua  gold  mining  compang  of  CatapU- 
co,  fué  incorporada  bajo  los  estatutos  de  la  lei 
americana  de  2  de  marzo  de  1877. 

En  consecuencia,  en  el  invierno  último  vino  a 
Chile  el  distinguido  caballero  ya  nombrado,  acom- 
pañado de  su  esposa,  tan  bella  como  amable,  i 
cuando  después  de  veinte  dias  de  incesantes  reco- 
nocimientos personales,  se  persuadió  de  la  efecti- 
vidad de  lo  que  la  tieriM  encubría  en  su  seno,  de- 
terminóse a  dar  alas  a  los  trabajos  en  la  forma 
que  hasta  aquí  han  llevado. 

Mr.  Flagler  tenia,  sin  embargo,  desde  Nueva 
York  la  fé  mas  viva  en  los  informes  preliminares 
del  doctor  Burnes,  i  en  varias  ocasiones  le  oimos 


—  379  — 

estas  palabras  cjae  son  en  estos  tiempos  el  mejor 
pasaporte  para  un  hombre  de  bien.  «No  hai  en 
los  Estados  Unidos  un  solo  hombre  que  pueda 
decir  que  el  doctor  Burnes  ha  mentido  una  sola 
vez  X» . 

Llegará  alguna  vez  para  Chile  el  dia  en  que 
pueda  decirse  otro  tanto  de  los  organizadores  de 
sociedades  anóüimas? (1) 

(1)  Seis  meses  mas  tarde,  i  cuando  las  faenas  preparatorias  de 
la  esplotacion  de  los  cascajos  de  Catapilco  se  hallaban  terminadas 
se  cambiaron  eutre  el  señor  Flagler,  jefe  de  la  empresa,  i  el 
autor  de  la  precedente  relación  las  siguientes  cartas: 

Catapilco,  octubre  ?>\  de  1878. 
Mi  apreciado  señor: 

Como  usted  ha  manifestado  siempre  el  mas  vivo  interesen 
el  desarrollo  de  la  industria  aurífera  en  Chile  i  ha  visitado  i  he- 
cho conocer  al  públicD  la  empresa  a  cuya  cabeza  me  he  puesto, 
bajo  la  denominación  legal  de  La  Ligua  Gold  Mining  Coni- 
pany,  me  tomo  la  libertad  de  dirijir  a  usted  estas  dos  palabras, 
anunciándole  que  mi  segunda  visita  a  este  país  i  a  este  distrito, 
después  de  un  año  de  ausencia,  rae  ha  confirmado  plenamente 
no  solo  en  las  espectativas,  sino  en  los  propósitos  que  desde  el 
principio  he  abrigado,  en  común  con  mis  amigos  de  Nueva 
York,  partícipes  en  la  mencionada  compañía. 

Esas  espectativas  son  las  de  una  grande  i  positiva  riqueza 
para  esta  república  i  para  nosotros  mismos,  i  esos  propósitos 
son  los  de  qn  trabajo  asiduo,  constante  i  tan  en  vasta  escala  co- 
mo sea  preciso  para  llegar  al  fin  que  buscamos,  ejecutándolo 
todo  con  nuestro  solo  capital,  sin  que  jamas  hayamos  solicitado 
la   cooperación    de  ningún    {•a})italista  que    no   haya  sido    de 


—  380  — 


XLIX. 


Entretanto  llegábamos  al  término  de  nuestro 
viaje;  i  por  entre  las  copas  de  los  árboles  que  hoi 
riega  la  copiosa  represa  de  Catapilco,  una  de 
las  obras  que  mas  honra  al  injenio  chileno  i  al  es- 
píritu progresista  de  su  autor  i  obrero  don  Fran- 
cisco Javier  Ovalle,  divisamos  al  fin  la  casa  que- 

los  q»e  formaron  ea  Nueva  York  la  compañía  orijinaria.  El 
capital  de  ésta  es  de  cinco  millones  de  pesos,  i  con  ellos  se  haráa 
todas  las  obras,  cualquiera  que  sea  su  magnitud. 

Ahora,  me  parece,  señor,  que  con  estos  antecedentes,  que  me 
ha  sido  forzoso  citar,  no  por  jactancia,  sino  para  definir  i  dejar 
bien  establecidos  los  hechos  i  las  posiciones,  me  parece  que  tengo 
derecho  para  dirijirme  por  conducto  de  usted  al  país  en  jeneral 
i  a  las  personas  ilustradas  en  el  desarrollo  tranquilo,  honorable 
i  bien  entendido  de  las  industrias  auríferas,  llamadas  a  tan  im- 
portantes resultados  en  Chile,  a  fin  de  precaver  a  los  industria- 
les i  a  las  personas  honradas  c(»ntra  las  exajeraciones,  fraudes  i 
falsas  especulaciones  a  que  este  j enero  de  negocios  da  jeneral- 
mente  lugar,  como  ha  acontecido  en  California,  i  pudiera  suce- 
der en-  Chile,  si  no  reinara  la  prudencia  i  cordura  debidas. 

Doi  este  paso  en  cumplimiento  de  un  deber  de  lealtad  para 
con  este  país,  i  por  cuanto  comprendo  que  pesa  sobre  la  empresa 
que  represento  cierta  responsabilidad  moral  como  orijinaria  de 
este  movimiento.  I  al  hacer  esto  procedo  de  acuerdo  con  el  re- 
presentante legal  de  la  compañía,  el  honorable  Guillermo  Tri- 
pler  que  ha  venido  conmigo  de  Estados  Unidos  para  todos  los 
fines  legales  de  la  organización  i  trabajos  de  la  mencionada  com- 
pañía. 

Esperando  que  usted   sabrá  apreciar  los  motivos  de  esta  co- 


381  — 

rida,  nido  de  flores  de  los  felices  años  que  pasa- 
ron. ..... 

Entonces,  mi  corazón,  lejos  de  entregarse  á  la 
espansion  de  dulce  gozo,  fruto  de  aquella  jornada 
tan  alegremente  emprendida,  se  apretó  dentro  de 
mi  pecho,  como  el  párpado  que  esconde   lágrima 

municacion,  tengo  el  honor  de  suscribirme  de  usted  afectísimo  i 
respetuoso  servidor. 

John  H.  Flagler. 
Señor  senador  Benjamin  Vicuña  Mackenna. 


(Contestación.) 
Señor  John  H.  Flagler. 

Santiago,  noviembre  5  de  1878. 

Distinguido  señor: 

He  recibido  con  verdadero  placer  la  honrosa  carta  que  usted 
se  ha  servido  dirijirme,  i  en  la  cual  manifiesta  usted  de  una 
manera  inequívoca  los  elevados  sentimientos  de  caballero  i  de 
hombre  de  bien  bajo  cuyos  auspicios  vino  usted  a  Chile  con  su 
respetable  familia  el  año  último  i  ha  regresado  otra  vez  con  al- 
gunos de  sus  amigos. 

La  manera  silenciosa,  tranquila  i  perfectamente  honorable 
como  han  sido  dirijidos  los  costosos  trabajos  de  Catapilco,  in- 
virtiéndose  en  ellos  sumas  que  constituirian  una  verdadera  ri- 
queza, i  sin  solicitar  del  país  ni  de  sus  ciudadanos  un  solo  ma- 
ravedí, en  forma  de  bonos  o  acciones  (sistema  lastimoso  i  justa- 
mente desacreditado  entre  nosotros)  ha  sido  siempre  para  mí 
la  prueba  mas  evidente,  no  solo  de  la  perfecta  buena  fé  de  los 
procedimientos  de  la  compañía  a  cuyo  nombre  usted  habla,  sino 


—  382  — 

silenciosa,  escapada  de  lo  mas  íntimo  del  alma.... 
Ah! — Catapilco  no  es  ya  juventud,  no  es  el  pla- 
cer, ni  los  ensueños  primeros,  ni  el  dulce  calor 
del  hogar.  Mi  venerable  tia  se  ha  ido  al  cielo  des- 
de la  última  vez  en  que  en  estas  salas  besé  su 
santa  frente,  i  sus  hijos,  que  son  i  han  sido  siem- 
pre mis  hermanos,  no  están  tampoco  en  el  anti- 
guo nido,  todos  juntos  con  nosotros,  cual  solíamos 
en  apartados  dias,  para  cantar  con  una  sola  voz 
en  la  plegaria  de  la  tarde  el  himno  de  respeto 
que  los  buenos  deben  siempre  a  sus  mayores. 

del  distinguido  carácter  de  sus  representantes  eu  Chile. 

Creo,  por  tanto,  que  u-^ted  hace  un  verdadero  servicio  a  los 
hombres  honrados  de  esta  república  i  al  país  mismo,  tan  honda- 
mente trabajado  por  una  crisis,  nacida  en  gran  parte  de  locas 
especulaciones,  haciendo  un  llamamiento  a  la  cordura  i  al  buen 
juicio  de  los  que  se  arriesgan  en  empresas  tan  delicadas  como 
la  de  que  se  trata  i  eu  las  cuales  volveremos  a  encontrar  nues- 
tra perdida  prosperidad,  si  hai  intelijencia,  reposo  i  rectitud;  pero 
que  nos  arrastraría  infaliblemente  a  una  ruina  mayor,  si  hubiesen 
por  desgracia  de  faltar  en  lo  más  mínimo  esas  condiciones. 

Bajo  esa  intelijencia,  acepto  como  dignas  de  usted  i  del  hono- 
rable señor  Tripler  las  esplicaciones  que  usted  se  sirve  darme,  i 
en  ese  mismo  concepto  las  entregaré,  antes  de  su  próximo  re- 
greso a  Estados  Unidos,  al  dominio  de  la  publidad. 

Me  es  grato  ofrecer  a  usted  mis  mas   atentas  consideraciones. 

B.  Vicuña  Mackenna. 


CAPITULO  XIII, 


LAS    QUEBRADAS    DE  MALCARA   I   ALVARADO 
EN  LA  PROVINCIA  ÜE  VALPARAÍSO. 


El  ailo  de  Pat'aft' i  la  fiebre  parafina  en  1877 — Remedio  que  para  la  última 
habrían  encontrad)  los  chilenos  eu  un  refrán  d  imésiico  de  dun  Manuel 
Salas  i  en  el  diccionario  de  la  lengua  en  la  palabra  «piedra. »~Pánicü 
de  fines  da  1877,  i  lo  que  dijo  don  Manuel  Montt  al  saberla  quiebra  del 
banco  David  Thoma?. — El  balance  de  la  riqueza  de  Chile  en  1875.— 
Bienes  positivos  que  el  engaTio— Paraíf  prodjjo  al  pais  despertándola 
afición  al  oro  verdadero. — El  trabajo  ha  sido  siempre  la  tabla  del 
naufi'ajio  de  Chile. — líevívense  todos  los  derroteros  i  leyendas  anti- 
guas— La  laguna  del  Tigre  en  el  camino  de  Hnspallata  i  Ponzuelos  en 
Osorno. — Escursiones  en  los  campos  auríferos  de  Pedro  d-^  Valdivia. — 
Organízanse  no  menos  de  siete  compañías  auríferas,  i  cuent.aque  se  da 
de  ellas. — Entierros  i  nuevas  tradiciones. — Alcances  i poruñazos. — Los 
Cristales  i  Cachiyuyo. — Los  Talayeras  i  Alfon.so  Duque  Ante-Cristo. — 
El  contajio  de  las  escarsiones  auríferas  so  radica  en  Viña  del  Mar. 
— La  compañía  ds  Maleara,  i  cabalgata  que  a  ella  se  dirije  en  mayo  de 
1878. — El  cam  no  hasta  Colmo. — El  jeneral  Maroto  en  Conca  i  en  Con- 
cón.— El  canónigo  de  Caracas  i  el  letrero  del  finado. —  La  noche  de  Col- 
mo i  el  ascenso  a  la  montaña  de  Manco. — El  hossanna  i  el  ¡halloic!  de 
las  cumbres. — El  cabo  Olivos  i  el  vaquero  Cortés. — El  descenso  i  el 
descubridor  Molina. —  En  el  fondo  de  la  mina  i  su  maravillo.so  aspecto. 
—  La  piedra  del  descubridor  i  su  ensaye  en  la  IMoneda. — Porqué  no 
nos  hemos  ocupado  en  este  libro  de  la  faz  científica  íjeolojica  de  la 
cuestión  díl  oro.— Resumen  por  don  Alberto  Mackenna.—  Los  ingleses 
i  los  aboríjenes  del  caci'jue  Maleara. — Don  Juan  Palacios  i  su  paila  de 
oro. — Estévan  Silva,  el  ultimo  minero  de  Maleara,  i  su  salteo. — Regreso 
déla  carabana  de  Maleara  a  Quillota  i  a  Viña  d 'I  Mar.— Una  visita 
aurífera  a  la  quebrada  de  los  Alvarados,  «el  valle  de  Andorra»  de  Val- 


—  384  — 

paraíso, — Los  lavaderos  del  «Peñón»  i  del  «Morro»— Vestij ios  de  la 
riqueza  aurífera  del  departamento  de  Limache  i  de  la  provincia  de  Val- 
paraíso. 

(íMala  cara  sigue  siendo  el  tema  de  las 
conversaciones  del  dia. 

«Aquí  no  se  trata  sino  del  oro  que  da  en 
abundancia  la  tierra  en  aquel  lugar.  El 
lieloton  de  oro  que,  según  algunos  diarios, 
compró  el  señor  Abel  Castro,  ha  hecho  so- 
ñar a  muchos  con  a  luel  precioso  metal.» 

{Correo  de  Quilloia,  mayo  30  de  1878.) 
I. 

El  año  del  señor  de  1877  fué  el  año  de  ParaíF, 
el  año  de  los  delirios,  cuando  un  cuarto  de  barra 
de  la  sociedad  de  las  higueras  de  Zapata  (que 
dejó  a  tantos  sin  zapatos)  se  vendia  por  lo  que  se 
habia  comprado  antes  una  hacienda,  o  una  buena 
chacra  del  llano  de  Maipo, — de  15  a  25  mil  pesos. 
Una  acción  completa,  entre  cien  de  fundadores, 
llegó  a  venderse  en  80  mil  pesos  «por  favor»;  i 
aun  díjose  que  en  los  consejos  de  gobierno,  don- 
de se  repartían  los  cóndores  da  oro  ParaíF  con  el 
título  limeño  ^q  pastillas  (i  de  estas  cupieron  cien 
al  presidente  de  la  república)  se  habia  discutido 
con  la  mayor  formalidad  del  mundo  i  como  cual- 
quiera otro  negocio  de  Estado,  sobre  si  se  envia- 
ria  un  quintal  métrico  o  solo  medio  quintal  de  oro 
Paraíf  a  la  Esposicioii  universal  que  en  el  año  sub- 
siguiente iba  a  celebrarse  en  Francia...  Porque  a 
este  punto  de  verdadero  paroxismo  habia  llegado 


—  385 


lo  que  con  propiedad  podía  llamarse  \sl  fiebre  pa- 
rafina  de  aquel  tiempo.  (1) 


II. 


Pero  el  químico  alsaciano,  en  medio  de  sus 
locuras  propias  i  ajenas,  hizo  a  su  manera  a  la  co- 
munidad sensata  del  país  un  bien  positivo  por- 
que llamó  la  atención  de  los  hombres  sobrios  i  de 
trabajo  a  la  industria  i  a  la  esplotacion  abandona- 
da del  oro  natural  de  su  suelo. 

El  país  estaba  pobre;  la  crisis  había  llegado  al 
máximun  de  su  intensidad;  i  aquel  año  memora- 
ble por  sus  crisoles,  sus  ilusiones  i  sus  ruinas,  se 
estinguia  a  manera  de  macilento  candil  con  la 
clausura  del  primer  banco  que  quebraba  en  Chile, 


(1)  Para  curarse  de  semejante  mania,  que  causó  tantas  ruinas 
i  tantas  lágrimas,  i  que  hacia  recordar  el  dicho  usual  del  cáus- 
tico i  espiritual  taita  Salas. — «Dios  ha  de  castigar  a  los  chile- 
nos, mas  que  por  diablos,  por  lesosy>,  les  habria  bastado  a  los  úl- 
timos hojear  el  Diccionario  de  la  lengua  i  leer  en  la  palabra  piedra 
lo  siguiente: 

«La  piedra  de  toque  o  la  piedra  filosofal  es  la  materia  con  que 
los  alquimistas  pretenden  hacer  oro  artificialmente,  lo  cual  no 
pasa  de  ser  una  sustancia  puramente  imajinaria,  una  cosa  basa- 
da en  el  absurdo,  cuando  no  es  la  malicia  engañadora  la  que 
suple  por  el  imposible,  depositando  oro  natural  o  verdadero  en  el 
crisol  del  alquimista  para  deslumhrar  a  los  incaustos  i  atrapar- 
les su  dinero,  con  achaque  de  esperiraentos  conducentes  a  la  su- 
puesta i  mentida  fabricación  del  oro.T> 

LA  E.   DEL   o.  49 


—  386  — 

el  Banco  David  Thomas,  que  cerró  en  Yalparaiso 
sus  puertas  a  su  numerosa  clientela  el  29  de  oc- 
tubre de  1877. — Recordamos  perfectamente  haber 
oido  en  el  Senado,  cuando  circuló  en  sus  bancos  la 
noticia  telegráfica,  recibida  al  dia  siguiente  a  las 
dos  de  la  tarde,  de  aquella  primera  campanada  del 
pánico,  al  sesudo  señor  Moatt  que  esclamó: — «Es- 
to es  el  principio  del  fin!» 

A  la  verdad,  era  preciso  liquidar;  es  decir,  era 
preciso  trabajar. 

El  país  habia  vivido  de  ilusiones,  los  bancos  ha- 
blan vivido  del  país  i  los  particulares  de  los  ban- 
cos. (1) 

(1)  El  Ferrocarril^  diario  de  Santiago,  a  fin  de  atenuar  la 
impresión  de  pánico  que  produjo  la  quiebra  del  Banco  David 
Thomas,  decia  al  dia  siguiente  30  de  octubre  de  1877  estas  pa- 
labras que  son  al  mismo  tiempo  una  verdad  i  una  paradoja,  co- 
mo todas  las  cosas  de  doble  sentido. 

«Se  asegura  i  aun  se  grita  con  frecuencia  que  el  público  está 
a  merced  de  los  bancos,  i  las  mas  veces  es  su  victima. 

j)Error,  profundo  error  económico. 

»Son  los  bancos  los  que  están  a  la  merced  del  piíblico,  i  para 
demostrar  esto  no  hai  sino  leer  las  cifras  de  sus  depósitos,  o 
lo  que  es  lo  mismo,  el  monto  de  la  confianza  pública  que  éstos 
representan.» 

Respecto  de  las  ilusiones  i  de  las  realidades  de  riqueza  (fenó- 
meno relativo  que  reviste  también  una  doble  significación),  hé 
aquí  algunas  halagüeñas  cifras  en  que  el  intelijente  corredor  de 
comercio  de  Santiago  don  Francisco  Riso  Patrón,  agrupaba  el  1." 
de  enero  de  1876,  el  monto  de  la  riqueza  nacional,  con  relación 
al  crédito  i  a  los  bancos,  en  el  año  precedente. 

Según  esta  demostración,  el  capital  de  responsabilidad  de  los 


—  387  — 


III. 


Lanzáronse    por    consiguiente   los   chilenos  al 
trabajo  con  su  vigor  acostumbrado. 


bancos  i  de  las  compañías  anónimas  del  país  alcanzaba  a  118 
millones  40,ü00  pesos  en  esta  forma: 

Capital  nominal  de  los  bancos |  59.610,000 

En  compañías  chilenas  de  seguros 10.000,000 

En  ferrocarriles,  sin  contar  los  del  Estado 11.415,009 

En  empresas  de  buques  i  vapores 6.800,000 

En  empresas  de  gas  de  Valparaíso  i  Santiago.  1.380,000 

En  id  varias,  telégrafos,  etc 3.450,000 

En  compañías  salitreras 4.650,000 

Enicl.de  agua 923,200 

En  minas  de  Caracoles 10.862,000 

En  id.  de  cobre  i  fundición  de  Chañaral 2.000,000 

En  id.  de  carbón 6.950,000 

Total I  118.040,200 

Pero  sobre  esta  enorme  suma  de  valores,  solo  la  mitad,  mas  o 

menos,  habia  sido  pagada  a  las  diversas  empresas  industriales  i 
financieras  en  esta  forma: 

Pagados  a  los  bancos  de  emisión  ,  |  17.480,000 

Por  compañías  de  seguros 900,000 

Por  ferrocarriles 11.415,000 

Por  empresas  de  buques,  vapores  etc 5.159,000 

Por  compañías  de  gas 1.380,000 

Por  varias,  telégrafos,  etc 1 ,550,000 

Por  compañías  de  salitres 3.312,500 

Porid.de  agua , 303,200 


—  388  — 

El  trabajo  ha  sido  siempre  la  tabla  de  salva- 
ción de  esta  angosta  faja  de  playa,  «en  la  cual,  pa- 
ra no  caerse  al  mar,  es  preciso  agarrarse  a  las  cor- 
dilleras d,  en  todos  sus  naufrajios. 

El  trabajo  ha  sido  «el  hueso  de  santo»  que  se- 
gún don  Manuel  Salas  ha  estado  enterrado  bajo 
el  empedrado  de  la  Plaza  de  Armas  de  Santiago 
i  que  ha  hecho  para  Chile  durante  la  era  de  la 
república  tantos  milagros  de  prosperidad  i  de  ven- 

Por  minas  de  Caracoles 9.930,750 

Por  id.  de  cobre  i  fundición,  etc 2.000,000 

Por  id.  de  carbón 4.035,650 

Un  total  de 57.466,100 

Así  es  que,  resumiendo,  existia  un  total  de  créditos  respon- 
sables de  118.040,200  pesos  con  un  efectivo  de  57.466,100. 

Los  balances  de  los  Bancos  habían  dado  el  siguiente  resul- 
tado en  1875: 

Banco  Nacional  de  Chile,  con  un  capital  efectivo  de  3.750,000, 
ha  producido  la  suma  neta  de $  334.882,  39 

El  Banco  de    Valparaíso,  con  un  efectivo  de 
6.150,000,  ha  producido  la  utilidad  líquida  de....        285,769  13 

El  Baiico  de  la  Alianza,  con  capital  efectivo 
de  1.000,000  pesos  dio  un  líquido  total  de 77,484  00 

El  Banco  Agrícola,  capital  efectivo  1.800,000 
producto  líquido  del  semestre 115,654  64 

El  Banco  de  la   Unio7i,  con   un    efectivo   de 
57,618,  ha  dado  una  utilidad  líquida  de 3,645  40 

El   Banco  del  Pobre,   con   un   efectivo   de 
500,000,  ha  dado  un  resultado  de 1-3,984  79 

El  Banco   Garantizador  de    Valores,  con  un 
efectivo  d  232,000  ha  dado  una  utilidad  de 70,403  36 


—  389  — 

tura,  i  en  ciertos  casos  de  redención  asombrosa. 

Por  consiguiente,  el  año  de  1878  fué  un  año  de 
trabajo,  o  mas  propiamente,  de  preparación  de 
trabajo,  de  cáteos  de  oro,  de  empresas  auríferas, 
de  lavados  de  cascajo,  como  el  precedente  habia 
sido  un  año  de  lavado  de  bolsillos....  Tenemos  a 
la  vista  una  carta  dirijida  al  diario  Los  Tiempos 
desde  Copiapó,  a  principios  de  aquel  año  (marzo 
16)  i  en  ella,  describiendo  la  mísera  condición  a 
que  habia  descendido  aquel  suelo  arjentífero  an- 
tes tan  afortunado,  se  aseguraba  que  la  crisis  habia 
reducido  en  un  90  por  ciento  la  antigua  opulenta 
fortuna  de  la  provincia  de  Atacama.- -«Caldera, 
decia  espiritualmente  el  corresponsal  del  diario 
santiaguino.  Caldera,  el  puerto  que  otro  tiempo  era 
todo  vida  i  movimiento,  es  hoi  una  deliciosa  man- 
sión del  sueño. 

íYallenar,  la  ciudad  mas  pintoresca  de  Ataca- 
ma i  donde  hasta  los  niños  se  entretenían  en  con- 
tar los  pesos //seríes  que  encontraban  botados,  no 
posee  hoi  ni  sus  sabrosos  camarones. 

))Freirina,  la  ciudad  de  la  hermosura  femenil, 
no  tiene  mas  consuelo  que  recordar  aquellos  feli- 
ces tiempos  en  que  se  regalaba  una  onza  por  un 
jYiva  Chile!  seguido  de  la  interjección  que  los 
chilenos  aprendimos  a  Camhrone. 

IV. 

Por  todas  partes  se  buscaba  en  consecuencia  la 


—  390  — 

solución  a  la  crisis,  o  como  podria  decirse  mejor 
en  términos  caseros,  «el  remedio  a  la  pobreza». — 
Por  todas  partes  se  araba  la  tierra  i  se  arañaba 
los  cerros.  Un  diario  de  la  capital  de  mediados  de 
aquel  año,  daba  cuenta  de  no  menos  de  siete  so- 
ciedades auríferas  formadas  para  esplorar  i  lavar 
el  oro  natural  i  nativo,  no  por  el  procedimiento 
de  Paraft"  i  su  manipulador  Rogelio,  sino  por  el 
«sistema  de  California»;  i  aquéllas  eran  las  si- 
guientes: 

La  compama  de  Gatapilco. 

La  compama  de  Marga-Marga  i  de  la  Palma. 

La  compama  de  Jjlampaico. 

«Esto  por  lo  respecto  a  la  rejion  del  centro,» 
decia  el  diario  citado,  i  anadia: 

«Nos  llegan  también  informes  positivos  del  im- 
pulso que  nuevas  compañías  imprimen  en  este 
momento  a  los  terrenos  auríferos  del  sur,  que  en 
épocas  remotas  fueron  celebrados  por  su  riqueza. 

))Los  trabajos  del  mineral  de  Niblinto,  a  corta 
distancia  de  Chillan,  se  prosiguen  con  actividad 
por  una  compañía  chilena,  al  paso  que  otra  socie- 
dad en  ciernes  ha  denunciado  precautoriamente  i 
entrado  en  posesión  de  los  valiosos  terrenos  aurí- 
feros de  Rere  i  la  Florida,  que  enriquecieron  a 
Pedro  de  Valdivia  i  sus  secuaces  en  el  espacio  de 
solo  dos  años. 

» Otras  compañías  se  organizan  para  esplotar 
los  lavaderos  de  oro  de  Nahuelbuta,   cerca  de  Ca- 


—  391  — 

ñete;  otras  esploran  a  Valdivia  i  Osorno,  donde 
estuvo  el  renombrado  mineral  de  Ponzuelos,  i 
aun  los  trabajos  auríferos  de  Magallanes  comien- 
zan a  revivir. 

))En  la  zona  del  norte  no  se  han  abandonado 
tampoco  los  antiquísimos  i  dispendiosos  trabajos 
del  mineral  del  Inca,  en  Atacama,  ni  los  de  An- 
dacollo  i  Casuto,  en  Coquimbo  i  Aconcagua. 

))Al  contrario,  dos  nuevas  empresas  se  prepa- 
ran para  esplotar  en  esa  dirección  conocidos  pero 
abandonados  veneros,  entre  la  que  vemos  figurar 
los  de  la  pequeña  quebrada  de  Mala  Gara,  a  seis 
leguas  de  Valparaiso. 

))Han  hablado  también  últimamente  los  diarios 
de  importantes  reconocimientos  practicados  por 
los  señores  Chase  i  Tyler,  ciudadanos  americanos, 
en  los  antiguos  i  riquísimos  campos  auríferos  de 
Petorca,  donde  estuvo  la  mina  del  Bronce,  que 
por  sí  sola  alimentó  durante  algunos  años  los  ba- 
tientes de  nuestra  Casa  de  Moneda. 

)) Reconociendo  la  profundidad  i  lei  de  los  cas- 
cajos auríferos  por  medio  de  los  piques  i  minas 
abandonadas,  se  nos  asegura  que  el  doctor  Chase 
ha  llegado  a  determinar  la  existencia  de  un  cam- 
po aurífero  que  mide  muchas  leguas  cuadradas 
con  una  profundidad  de  15  a  30  metros  i  con  una 
lei  media  de  30  centavos  por  metro  cúbico,  como 
mínjmun,  cuando  la  proporción  media  de  los  cas- 
cajos de  California  es  de   12  i  medio   centavos,  i 


—  392  — 

aun  se  trabaja  con  provecho  por  compañías  na- 
cionales o  europeas  los  cascajos  que  rinden  hasta 
4  i  medio  centavos  por  yarda  cúbica. 

))Estos  terrenos,  provistos  de  abundante  caida 
de  agua,  se  hallan  situados  en  la  quebrada  llama- 
da de  los  Tornos,  frente  a  la  aldea  de  Hierro 
Viejo. 

))Se  nos  asegura  que  sus  esplotadores  han  de- 
nunciado allí  384  pertenencias  de  diez  mil  metros 
cuadrados  cada  una,  i  que  los  trabajos  de  esplo- 
tacion  comenzarán  en  el  verano  próximo. 

)) Tenemos,  en  resumen,  que  en  el  espacio  de 
seis  meses  se  han  organizado  no  menos  de  seis 
compañías  europeas,  sin  contar  la  fundadora  de 
Catapilco,  i  esto  constituye  ya  un  indicio  consola^ 
dor  para  el  pais  de  futura  i  talvez  próxima  reac- 
ción en  su  riqueza  minera.»   (1) 


V. 


Hácese  mención  en  los  párrafos  anteriores  de 
una  sociedad  en  ciernes  organizada  en  Rere  so- 
bre los  antiguos  campos  de  oro  que  enriquecie- 
ron en  menos  de  dos  años  i  no  lejos  del  Biobio  a 
don  Pedro  de  Valdivia;  i  a  este  propósito,  como 
demostración  de  lo  que  en  aquel  tiempo  ocurria, 
no  podemos  menos  de  copiar  aquí  lo  que  desde 

* 

(1)  Ferrocarril  del  6  de  agosto  de  1878. 


—  393  — 

uno  de  esos  parajes  nos  escribía,  a  fines  de  junio 
de  aquel  año,  uno  de  los  mas  animosos  esplora- 
dores  de  aquella  comarca  aurífera: 

(íLa  quebrada  de  Quilacoya  (debe  ser  Quilaco- 
yan,  agua  de  los  tres  robles)  corre  de  este  a  oeste, 
desembocando  sus  aguas  en  el  Biobio,  mas  al  sur 
del  pueblo  de  Hualqni. 

«^(Uesde  el  nacimiento  u  oríjen  de  sus  aguas, 
hasta  el  Biobio,  tendrá  una  estension  de  cinco 
leguas,  estension  mas  o  menos  igual  de  la  cima 
de  toda  la  montaña  de  la  costa  hasta  el  mar. 

«El  fuerte  Valdivia  i  los  trabajos  que  hicieron 
los  españoles  están  situados  como  a  dos  leguas 
antes  de  entrar  al  Biobio. 

«El  rio  Quilacoya  es  el  divisor  de  los  departa- 
mentos de  Rere  i  Puchacai.  De  modo,  pues,  que 
los  pedimentos  han  sido  hechos  en  uno  i  otro  de- 
partamento. 

«Reconocimientos  hechos  por  don  Manuel  Ba- 
rragan sobre  la  ribera  del  rio  (de  que  antes  habla- 
mos), prueban  que  en  tiempos  de  Valdivia  el  suelo 
primitivo  estaba  en  la  Vega,  ocho  o  diez  metros 
mas  abajo  de  lo  que  ahora  se  ve,  pues  a  esa  hon- 
dura ha  encontrado  maderas  aserradas  i  labradas 
coaio  en  forma  de  tijerales.  Aquella  planicie  ha  sido 
formada  con  todas  las  arenas  auríferas  que  han  co- 
rrido en  cada  invierno  sobre  su  fondo,  desde  el  dia 
en  que  entró  en  el  suelo  la  primera  punta  de  arado 
i  desde  el  momento  en  que  el  hacha  del  labrador 

LA  E.  DEL  O.  50 


—  39i  — 

cortó  el  primer  roble.  A  uno  i  otro  lado  de  la  que- 
brada sé  ven  barrancas  de  tierras  amarillas  i  co- 
loradas, compuestas  de  cascajos,  cuarzo  i  arenas. 
«Sujetos  mui  formales  del  lugar  nos  aseguraron 
que  ningún  pobre  trabaja  por  menos  de  seis  cen- 
tavos batea.  Es  común  oir  contar  que  los  padres 
mandan  a  sus  hijos  en  busca  de  pepitas  de  oro  en 
los  dias  de  fuertes  lluvias. 

«Olvidaba  decirte  que  la  vega  de  Quilacoya  se 
estiende  como  legua  i  media  desde  la  montaña  al 
Biobio,  sobre  cuya  vega  corre  el  mismo  rio. 

«El  caudal  de  agua  en  el  invierno  es  inmenso, 
i  nos  aseguran  quedará  con  50  regadores  en  el 
verano.  Por  ahí  poco  saben  de  regadores. 

«Al  pié  del  fuerte  Valdivia  existe  un  pajonal,  \ 
las  jentes  del  lugar  han  ido  conservando  la  tradi- 
ción de  que  ahí  estaba  ubicado  el  cementerio. 
Aun  se  conserva  una  cruz. 

Los  fosos  del  fuerte  aun  no  se  han  borrado  i  en 
casi  toda  la  estension  están  rodeados  de  perales 
enormes. 

«También  se  notan  las  señales  del  herido  de  un 
canal  que  llevaban  a  mucha  elevación.  Parece  que 
esos  hombres  principiaron  en  aquella  época  a  sos- 
pechar el  sistema  yanquee. 

«Después  de  recorrer  la  quebrada  de  Quila- 
coya  i  de  tomar  nota  de  todo  para  hacer  los  pe- 
dimentos de  tierras  i  aguas,  nos  encaminamos  ha- 
cia el  pueblo  de  Rere,  como  por  ejemplo  si  salié- 


—  395  — 

ramos  de  Cobquecnra  hacia  Quirihne,  situado,  co- 
mo aquí,  en  la  montaña  baja  de  la  costa,  en  lo 
que  llamamos  llanos  aquellos  que  vivimos  entre 
hondas  quebradas  i  bajo  montes  seculares. 

ííRere  está  a  cinco  leguas  de  Quilacoya.  Pueblo 
mui  antiguo,  en  donde  tuvieron  colejio  los  jesuí- 
tas i  célebre  por  cuatro  cosas:—  su  pahua  de  200 
años;  su  campana  de  cobre  puro,  cuyos  ecos  co- 
rren por  los  aires  ocho  leguas  i  fundida  ahí  mismo 
el  año  de  1721;  una  preciosa  niña,  esbelta  como 
la  palma,  pero  con  un  cero  menos;  i  finalmente  el 
respetable  cjira  Arriagada  notorio  por  los  villanos 
palos  que  le  dieron  el  26  de  marzo  de  1876,  inteli- 
jente  joven,  tio  de  la  linda  palma  de  veinte  años  i 
en  cuya  casa  hospitalaria  nos  alojamos,  a  fuer  de 
golpeados  i  perseguidos  del  mismo  dia  i  año. 

((Llegamos,  lloviendo,  i  mojados  hasta  las  uñas; 
pero  llegábamos  a  casa  de  cura,  i  de  consiguiente 
tuvimos  buenas  brasas,  buena  cama,  buena  sopa 
i  para  complemento  de  nuestro  feliz  alojamiento, 
la |?a/m¿if a  cantó  lindísimas  canciones  con  una  voz, 
sino  tan  sonora  como  la  de  la  campana,  mas  dul- 
ce i  (ñas  seductora  que  aquélla.  Así,  a  lo  menos, 
rae  lo  manifestó  con  acento  enamorado  nuestro 
amicho  F 

'^cSalimos  de  ahí  en  camino  para  Yumbel,  capi- 
tal del  departamento. 

((A  legua  i  media  de  Rere  estala  quebrada  lla- 
mada Oolchagua,  receptáculo  de  todas  las  corridas 


—  396  — 

de  los  ricos  minerales  de  Matamala  i  Rere,  al  de- 
cir de  aquellos  habitantes,  mas  ricos  que  los  de 
Quilacoya  i  La  Florida.  Ann  quedan  personas  que 
vieron  una  pepita  que  se  vendió  en  Santiago  en 
61  onzas  de  oro  sellado.  (1) 

«La  quebrada  tiene  como  tres  i  media  milla  de 
largo  i  desemboca  en  el  Biobio,  estación  de  Hiie- 
nuraque. 

«Corre  a  lo  largo  de  ella  un  estero  que  lleva  el 
mismo  nombre  i  en  sus  pequeñas  barrancas  ma- 
nifiesta un  manto  de  oro,  segnn  nuestro  cicerom, 
de  bastante  lei. 

«En  mucha  parte  de  su  estension  se  ven  las  co- 
rrederas de  los  mineros  de  batea. 

«Aquí  se  vendia  en  hierba  el  oro,  a  10  pesos  la 
onza. 

(1)  Este  hecho  es  efectivo,  i  el  comprador  orijinario  de  esta 
pella  fué  el  conocido  comerciante  don  Juan  Antonio  González, 
natural  de  Concepción.  El  s-^ñor  González  compró  la  celebrada 
pepa  de  Quilacoya,  que  tenia  la  forma  de  un  tejo  de  oro,  en  51 
onzas  por  los  años  de  1839,  i  la  vendió  a  don  Ricardo  Price, 
ganando  en  la  reventa  nueve  onzas.  Díjose  que  el  señor  Price  la 
habia  remitido  al  Museo  Británico.  Por  lo  demás,  son  de  tal 
modo  auríferas  las  tierras  del  estero  de  Quilacoya  que  un  aríiigo 
nuestro  presenció  el  lavado  de  un  adobe,  sacado  al  albur  de  una 
pared  en  1842,  i  vio  estraec  de  él  varias  partículas  de  oro. 

El  mismo  amigo  que  esto  nos  refiere,  el  señor  Marcial  Gon- 
zález, senador  por  Concepción,  nos  asegura  que  ea  la  vecindad 
de  Nacimiento,  a  una  Ugua  hacia  el  sudeste  del  pueblo,  existió 
nu  riquísimo  lavadero  de  oro  i  que  como  señas  del  paraje  se  mos- 
traban, en  el  tiempo  en  que  él  lo  visitara,  unos  troncos  de  Sau- 
ce completamente  petrificados, 


—  397  — 

<íEl  agua  es  abundante  por  ocho  meses  del  año; 
pero  liai  lugares  magníficos  para  hacer  trauques 
a  poco  costo. 

«Creo  que  este  lugar  es  el  mejor  i  lo  mas  en 
armonía  con  el  sistema  de  Gatapilco.  Mucho  des- 
censo, mucho  oro,  mucho  terreno  i  una  salida  o 
corrida  hacia  el  Biobio  rápida  i  espedita» 


YI. 


Hacíase  continuamente  también  por  aquellos 
dias  en  la  prensa  i  en  las  charlas,  memoria  del 
famoso  mineral  de  Ponzuelos,  perdido  como  la 
fabulosa  ciudad  de  los  Césares,  entre  las  selvas  de 
la  Araucania.  I  a  este  respecto,  i  como  la  afición 
a  derroteros  no  se  acaba  todavía,  no  obstante  las 
maldiciones  de  Jotabeche  en  su  memorable  es- 
cursion  a  la  mina  de  los  Candeleras,  sino  que  va 
en  creces,  nos  parece  acertado  reproducir  aquí 
el  siguiente  derrotero  que  como  el  de  Soria  sobre 
la  Laguna  del  Tigre  en  el  camino  de  Huspallata, 
publicó  el  29  de  octubre  de  1861  nuestro  amigo 
i  compañero  de  infancia  Manuel  Antonio  Xime- 
nes  Vargas  eri  el  Mercurio  num.  10,255  con  el 
título  de   Os)r)io  i  sus  lavaderos  de  oro.  (1) 

(1)  Decíamos  que  la  afición  a  los  derroteros  auríferos  no  de- 
crecía en  el  país,  i  precisamente  en  los  momentos  en  que  correji- 
mos  esta  pajina  (noviembre  13  de  J88J)  un  antiguo  amicro,  en- 
tusiasta minero  i  cateador,  nos  escribe  de  los  Andes  solicitando 


—  398  — 

«....Entre  los  puntos  reconocidos  superficial- 
mente, decia  nuestro  amigo,  se  cree  que  exista  el 
afamado  mineral  de  Ponzuelos  donde  se  asegura 
se  encuentra  enterrada  la  fabulosa  suma  de  algu- 
nos millones  de  pesos  de  buen  oro  que  los  benefi- 
ciadores no  tuvieron  tiempo  de  esportar  o  llevarse, 
siendo  repentinamente  apremiados  por  la  subleva- 
ción de  los  indios. 

«La  tradición  i  aun  la  historia  misma  habla  de 
los  minerales  de  Osorno  con  tan  marcado  interés 
que  bien  merece  que  consigne  en  este  escrito  al- 
gunos datos  importantes  de  una  i  otra. 

))La  tradición  nos  dice  que  Osorno  era  o  fué 
un  verdadero  pozo  de  oro,  un  pais  encantado  i 
nos  refiere  a  este  respecto  verdaderos  cuentos  de 
los  «Mil  i  una  noches. X) 

»Pero  lo  que  hai  de  mas  positivo  es  un  derrote- 
ro encontrado  por  acaso  en  el  archivo  del  convento 
de  San  Francisco  de  Ghillan.,  el  que  da  poco  mas 
o  menos  la  siguiente  noticia:  El  mineral  de  Pon- 
zuelos se  encuentra  a  15  o  16  leguas  de  la  ciudad 
de  Osorno  en  la  dirección  del  sur;  i  en  cuyo  punto 
quedó  enterrado  el  producto  de  tres  años  de  tra- 
bajos! de  seis  mil  operarios  que  trabajaban  por  año. 

copia  de  la  noticia  que  en  1856  publicamos  nosotros  en  el  libro 
titulado  Viajes  sobre  el  famoso  derrotero  de  Soria,  un  pobre  vi- 
sionario muerto  en  Cádiz,  i  que  se  refiere  a  la  eterna  leyenda  de 
las  talegas  de  oro  en  cueros  de  huanacos,  el  rescate  de  Atahualpa 
«arrojado  a  una  laguna.» 


—  399  — 

))  Ahora  veamos  lo  que  nos  dice  la  historia  so- 
bre el  jaismo  panto. 

5) Habiendo  salido  el  gobernador  señor  Rodrigo 
de  Quiroga  contra  los  araucanos  (1577),  pasó 
hasta  el  pueblo  de  Osorno  para  ver  por  sí  mismo, 
a  m¿is  de  su  rica  fábrica  de  paños  i  de  linos,  la  fa- 
mosísima mina  de  Ponzuelos,  de  oro  tan  obrizo 
que  a  petición  de  Francisco  Castañeda  hubo  que 
ligarla  con  seis  qiLilates  menos  que  el  que  se  es- 
traia  de  las  demás  minas,  para  que  el  comercio 
corriera  igual,  como  que  los  numilarios  comenza- 
ban a  no  querer  sino  el  oro  de  Ponzuelos.» 

))Rápido  hubo  de  ser  su  tiorecimiento,  dice  en 
otra  parte  refiriéndose  al  mismo  pueblo,  pues  que 
poblado  en  noviembre  de  1558  notamos  que  en 
1576  Nieto  de  Loarte,  uno  de  sus  vecinos,  (a  los 
dieziocho  años  de  su  población),  lega,  antes  de  mo- 
rir, la  enorme  suma  de  27,000  pesos  de  haen  oro 
para  los  tres  mil  indios  de  su  encomienda,  in- 
vierte 54,000  pesos  en  obras  pías  i  todavía  le  deja 
un  inmenso  caudal  a  su  hijo  Francisco,  etc.» 

c(Fj1  mineral  de  Ponzuelos,  agregebael  entusias- 
ta cateador  austral,  que  en  esto  habia  precedido 
en  cerca  de  veinte  años  a  los  del  centro,  oculto 
hoi  en  medio  de  impenetrables  bosques,  existe,  i 
no  es  difícil  hallarlo;  solo  que  para  buscarlo  se  re- 
quiere constancia  i  plata .... 

I  conforme  a  esta  sentencia,  tan  verdadera  co- 
mo el  oro,  concluía  por  hacer  la  siguiente  invita* 


—  400  — 

cion  práctica  a  los  futuros  buscadores  de  Ponzue- 
los,  los  cuales,  estamos  ciertos  de  ello,  han  de  ir 
allí,  como  fueron  ya  de  Caramávida  (lugar  tan  fa- 
moso como  el  de  Pocizuelos  en  la  historia  de  Arau- 
co) i  lo  hallaron. 

«Concluiré,  decia  en  consecuencia  el  convenci- 
do autor  del  derrotero  ya  citado,  concluiré  convi- 
dando a  todo  el  que  quiera  venir  por  estos  mun- 
dos a  probar  fortuna,  con  el  bien  entendido  que  si 
no  trae  plata  para  trabajar,  no  hará  mas  que  per- 
der el  viaje,  su  tiempo  i  saborear  las  crueles 
amarguras  que  yo  he  apurado  i  apuraré  todavía, 
pero  debe  advertir  también  que  cualquiera  que 
traiga  de  500  pesos  para  arriba,  le  garantizo  buea 
provecho  en  cualquier  punto  de  los  qne  he  reco- 
rrido.» (1). 

I  esto  era  fuera  de  los  prodijios,  de  los  alcances 
i  de  \o^  poruñazos (2) 

Según  una  noticia  publicada  en  El  Mercurio 
dfel  2  de  octubre  de  1877  con  el  título  de  Este  no 
es  oro  Paraff,  se   habia  ensayado  en  la  Moneda 

(1)  El  señor  Jiménez  Vargas,  autor  del  anterior  derrotero, 
es  hijo  de  Chillan  pero  casado  i  establecido  en  Osoruo.  Antiguo 
i  valeroso  alumno  de  la  Academia  militar,  oficial  de  marina  eu 
1846,  comandante  de  la  guarnición  militar  del  Amazonas  en  la 
guerra  con  el  Perú  (1879)  es  hoi  empleado  supeiior  e  intelijen- 
te  de  la  aduana  de  Puerto  Montt. 

(2)  Poruñazos  llaman  los  mineros  de  Chile  los  chascos  i  en- 
gaños que  suelen  ellos  mismos  dar  a  h)s  incanstos  sobre  alcan- 
ces, mentiras,  riquezas,  etc.,  de  las  minas. 


—  401  — 

nna  muestra  de  la  mina  de  Los  Cristales  en  el  de- 
partamento de  Itata,  que  rendía  9,440  castellanos 
de  oro  por  cajón  (algo  como  30,000  pesos).  Ha- 
blábase asimismo  de  otro  ensaye  de  la  mina  Las 
Cardas,  situada  también  en  Itata,  que  habia  dado 
lei  de  432  castellanos.  I  mientras  esto  sucedía  ha- 
cia el  sur,  por  el  norte,  i  solo  una  semana  mas  tar- 
de, El  Constituijente  de  Copiapó  del  8  de  octubre, 
se  estasiaba  con  estas  nuevas  leyendas  de  Mon- 
tecristo,  a  las  que  todos  prestaban  fé  de  ciegos. 
«En  la  mina  Carmen  del  mineral  de  San  Pedro 
de  Cachiyuyo,  propiedad  del  señor  Juan  B.  Itu- 
rrieta  i  compañía,  se  ha  hecho  últimamente  un 
fenomenal  alcance  en  oro  i  cobre  de  una  lei  que 
asombra,  decía  el  diario  atacameño. 

))La  lei  del  oro  es  de  cuatrocientos  marcos,  o 
sea  tres  mil  doscientas  onzas  por  cajón.  La  del 
cobre  da  un  treinta  por  ciento.  Me  garantizan 
que  las  muestras  fueron  ensayadas  en  el  laborato- 
rio del  señor  Francisco  Sierralta. 

íüSTosotros  hemos  visto  piedras  que  se  asemejan 
a  una  semí-harra  de  oro.D 

Todo  en  aquel  tiempo  (1878)  era  a  la  verdad 
correrías,  derroteros,  cáteos,  catas,  cateadores, 
charla  de  oro  i  aventuras.  I  no  solo  se  hablaba  en 
Copiapó  i  en  Rere,  en  Santiago  i  en  Petorca  de 
viejas  minas  aterradas  i  sacadas  otra  vez  al  sol, 
como  la  del  Bronce  i  sus  siete  mineros  muertos  de 
un  soplido  por  el  diablo,  sino  de  labores  derrumba- 

LA  E.  DEL  ü.  51 


—  402  — 

das  que  como  las  de  las  Tórtolas  en  Tamaya  dejó 
enterrados  el  doble  de  aquéllos,  sacándose  al  fin 
trece  vivos,  después  de  diez  días  de  oscuridad  i  de 
hambre:  harto  mayor  milagro  que  el  de  la  visión 
■del  Bronce  ya  contada  en  este  libro!  (1). 

VIH. 

I  no  era  solo  de  los  veneros  de  antigua  fama 
de  los  que  se  ocupaban  las  jentes,  sino  délos  inaca- 
bables entierros  de  los  aboríjenes,  del  rescate  del 
Inca,  del  caudal  secreto  de  los  jesuítas,  del  tesoro 
misterioso  del  jeneral  Maroto  en  la  calle  de  los 
Huérfanos,  i  de  las  talegas  de  San  Bruno  i  de  sus 
Talaveras  en  todas  las  calles  de  Santiago. 

I  a  este  propósito  era  efectivo  que  algunos  años 
hacia  (por  el  de  1863)  habíase  encontrado  en  una 
quinta  de  la  Chimba,  al  pié  del  San  Cristóbal, 
ima  cartuchera  llena  de  onzas  narigonas,  es  decir, 

(1)  Este  curioso  fenómeno  de  vitalidad  humana  ocurrió  en  una 
mina  de  Tamaya  a  fines  de  1873.  Ei  derrumbe  se  produjo  el  22 
de  octubre  i  solo  el  30,  es  decir,  ocho  dias  mas  tarde,  pudo  es- 
tablecerse una  comunicación  de  aire  con  los  aterrados.  El  2  de 
noviembre  logró  sacarse  a  catorce  de  aquellos  infelices  de  los 
cuales  trece  sobrevivieron,  i  hoi  están  otra  vez  gordos  i  tan  fuer- 
tes como  ilutes.  Por  supuesto,  esta  prueba  harto  mas  convin- 
eente  sobre  el  poder  de  resistencia  que  la  del  célebre  doctor 
Tañer,  que  acaba  de  morir  en  la  Haya,  es  completamente  au- 
téntica, pues  los  sepultados  vivos  uo  tuvieron  aquí  ni  pan  ni 
agua  i  apenas  un  poco  de  aire  durante  240  horas 


—  403  — 

onzas  i  cartuchera  de  Talaveras;  i  mientras  todo 
esto  tenia  lugar  en  los  estrados  i  en  los  clubs,  las 
pajinas  de  avisos  de  los  diarios  rebosaban  en  casi 
todos  los  pueblos  de  la  república  con  el  calendario 
de  los  pedimentos  con  cargo  de  minas  de  oro. — «La 
fiebre  por  descubrir  entierros,  decia  un  diario  de 
la  capital  de  mediados  de  mayo  de  1878,  se  ha 
apoderado  de  algunos  individuos. 

((Últimamente  han  ocurrido  a  la  intendencia 
dos  solicitudes  para  sacar  entierros  que  se  dice  es- 
tán en  la  via  publica:  uno  en  la  calle  de  San  An- 
tonio i  el  otro  en  la  del  Dieziocho.)) 

De  este  último  se  comentaba  que  existia  bajo 
los  viejos  olivos  que  dan  todavia  sombra  a  la  rejia 
mansión  de  la  señora  viuda  de  Cousiño,  «al  pié 
del  espino  del  rei  Fernando»,  i  su  descubridor  de- 
cíase ser  el  hijo  de  un  soldado  de  Talaveras  que 
vino  con  el  derrotero  desde  España  i  regresó  para 
morir  en  la  guerra  franco-prusiana.  El  persegui- 
dor de  esta  resurrección  del  oro  llamábase  Fer- 
nando Duque  de  Antecristo....  I  esto  era  algo  como 
el  ?Ioi/o  de  la  vieja  i  las  Tierras  auríferas  de  Ca- 
sablanca  en  1840-1844. 


IX. 


El  contajio  del  oro  habia  cundido,  según  se  habrá 
visto,  a  semejanza  de  las  viruelas,  bajo  la  lanzeta 
del  inoculador  Paraff.  I  como  consecuencia  de  la 


—  404  — 

inquieta  e  incesante  novedad,  algunos  vecinos  o 
transeúntes  de  Viña  del  Mar,  oyendo  hablar  con 
frecuencia  del  mineral  de  oro  allí  vecino  de  Mal- 
cara^  tentáronse  para  ir  a  visitarlo  en  grata  cara- 
rana  de  caballos;  i  como  habiaraos  ido  a  mediados 
de  abril  a  Catapilco,  así  fuimos  a  principios  de  ma- 
yo a  Maleara,  que  éste  i  no  Malacara  es  su  lejíti- 
mo  nombre,  porque  en  unos  títulos  de  la  familia 
de  Iñiguez  que  fué  i  es  propietaria  de  la  hacienda 
aurífera  de  Chillicauquen,  donde  aquella  célebre 
quebrada  se  halla  situada  en  la  banda  norte  del 
rio  de  Aconcagua,  se  dice  que  ésas  eran  tierras 
del  cacique  Maleara. 


X. 


Componíase  ahora  la  alegre  cabalgata,  que  vol- 
via  a  salir  al  trote  franco  de  la  estrecha  calle  de 
Bohn  de  Viña  del  Mar,  de  los  mismos  siete  de  la 
jornada  a  Quintero  i  Catapilco.  Pero  esta  vez  la 
comitiva  había  aumentado  en  rango,  porque  a 
mas  del  coronel  Borgoño  i  del  tesorero  de  la  pri- 
mera andanza  (don  Antonio  Subercaseaux),  se 
hablan  agregado  de  ocasión  nada  menos  que  dos 
jueces  de  letras,  un  diputado  i  un  gobernador 
eclesiáotico  en  cuyas  intelij entes  sienes  muchos 
han  creído  ver  resplandecer  desde  tiempo  ya  re- 
moto las  ricas  pedrerías  de  una  bien  merecida 
mitra....  En  cuanto  a  nombres,  los  jueces  eran  don 


—  405  — 

Andrés  H.  Rojas,  vecino  de  Viña  del  Mar;  don  Ea- 
mon  Dominguez,  vecino  de  Valparaíso;  el  diputa- 
do éralo  don  Juan  E.  Mackenna,  huésped  ocasio- 
nal del  Versalles  chileno,  i  el  gobernador  eclesiás- 
tico don  Mariano  Casanova,  simple  i  grata  visita 
en  aquel  dia.  La  escursion  era  toda  de  improviso 
i  de  humorada;  i  en  cuanto  a  práctico  i  a  Lámela, 
llevábamos  ahora  al  famoso  «cabo  Olivos»  de  la 
policía  de  Valparaíso,  que  habiy,  conocido  a  los 
Talaveras  desbandados  en  los  friitiUares  de  Ronca, 
su  tierra  natal,  i  tenia  ahora  la  cara  echa  frutilla, 
con  mucho  mas  arrugas  que  dientes. 

El  cabo  Olivos  iba  a  cargo  del  «caballo  del  go- 
bierno,» que  era  el  de  batalla  del  coronel  Borgoño, 
préstamo  de  apuro  del  ya  difunto  coronel  Niño, 
jefe  de  la  policía  del  vecino  puerto. 

Era  domingo,  i  si  la  memoria  no  nos  falla 
el  3  o  4  de  mayo  de  1878.  La  tarde  estaba  fres- 
ca con  la  brisa  del  mar  i  del  invierno,  dos  huéspe- 
des que  allí  i  a  esas  horas  viajaban  vecinos;  los 
cuerpos  alivianados  con  la  misa,  misa  de  gober- 
nador eclesiástico;  i  la  esperanza  de  dormir  aquella 
noche  en  tierra  amiga  daba  alas  a  las  bien  comidas 
cabal gaduríis.  Solo  el  «caballo  del  gobierno»  i  su 
jinete  solian  quedarse  atrás,  que  esto  ha  sido  siem- 
pre achaque  de  cosas,  de  hombres  i  de  animales 
de  gobierno 


—  40G 


XI. 


Siguiendo  el  camino  real  de  Quillota,  descendi- 
mos a  puestas  de  sol  a  Concón,  hacienda  que  fué 
de  los  jesuítas,  de  los  Cortes  Madariaga  i  del  j ene- 
ral  Maroto,  duque  de  Yergara,  albergue  por  tanto 
de  dos  notabilidades  americanas. 

En  Concón  vivieron  en  efecto  el  famoso  jene- 
ral  i  pacificador  que  ya  hemos  nombrado  i  el  me- 
morable aunque  en  Chile  poco  conocido  canónigo 
tribunicio  de  Caracas  don  José  Cortés  i  Madaria- 
ga. Fue  éste  hijo  del  feudatario  que  compró  aque- 
lla estancia  al  rei  después  de  la  espulsion  de  los 
desdichados  hijos  de  San  Ignacio  en  1767,  cuya 
memoria  recuerdan  todavía  con  plañidero  bullicio 
en  su  ramaje  dos  colosales  palmas  por  su  mano 
plantadas  i  benditas. 

A  virtud  de  una  singular  coincidencia  de  nom- 
bres, el  jeneral  Maroto,  antiguo  jefe  de  los  Tala- 
veras  en  Chile,  habia  nacido  en  Conca,  lugarejo  de 
la  provincia  de  Murcia  en  1785,  i  habia  pasado  su 
vejez  en  Concón,  de  donde  saliera  solo  para  morir 
i  ser  enterrado  en  el  cementerio  de  Yalparaiso  el 
25  de  agosto  de  1853.  En  cuanto  a  Cortés  i  Mada- 
riaga, el  de  Concón  i  de  Caracas,  ése  duerme  con 
su  fama  i  su  ignorada  g-^loria  en  Kio  Hacha,  lejos, 
mui  lejos,  del  rio  pastoril  que  en  Chile  fuera  cam- 
po i  solaz  de  su  niñez. 


—  407  -- 

Aparte  de  estas  memorias  i  sepulturas  del  pasa- 
do, no  encontramos  durante  la  jornada  de  aquel 
día,  i  terminada  en  su  última  mitad  por  lúgubre  i 
purpurino  sol  que  hendia  como  fúnebre  antorcha 
las  nubes  del  ocaso  encima  de  las  olas,  sino  una 
tosca  cruz,  que  recordando  otro  triste  desaparecido 
decia  así  testualmente,  a  un  lado  del  camino. — 
((Aquí  dejo  de  existir  q\  finado  Gregorio  Olibares 
el  1.°  de  octubre  de  1872,» 

Pero  ¡loado  sea  Dios!  e\  finado  no  Labia  dejado 
de  existir  a  cucliillo,  sino  aplastado  por  una  ca- 
rreta en  un  descuido. 

XII. 

Oscura  ya  la  noche,  cruzamos  el  rio  de  Aconca- 
gua que  allí  se  llama  de  Quillota,  ya  agotado  en 
sus  postrimerías  del  otoño  mas  que  por  la  sequía, 
por  la  codicia  desbordada,  por  las  acequias  i  por 
los  pleitos;  i  no  habiendo  tenido  la  fortuna  de  en- 
contrar al  hospitalario  hacendado  de  Colmo,  don 
Domingo  Fernandez  Puelma,  dormimos  aquella 
noche  en  las  derruidas  casas  de  aquella  hacienda, 
que  fué  también  patrimonio  de  San  Ignacio  i  lo 
es  hoi  de  los  tiernos  hijos  del  que  esto  a  la  carre- 
ra escribe  i  recuerda.... 

XIII. 
Forma  la  quebrada  de  Maleara  parte  de  la  ha- 


—  408  — 

ciencia  de  Cliillicaiiqucn,  denominada  así  por  los 
pájaros  cauquenes  o  patos  aboríjenes  del  rio  Chile, 
que  era  entonces  el  nombre  de  toda  la  comarca  i 
del  pais;  pero  toma  su  arranque  de  la  de  Colmo, 
con  la  cual  aquella  deslinda  por  los  cordones,  que 
se  atan  al  pié  del  pintoresco  cerro  del  Manco,  de 
aurífera  celebridad  según  Pissis.  El  pico  de  Manco, 
en  cuya  cima  dicen,  los  que  a  su  pié  habitan,  existe 
un  malal  o  fortaleza  de  indios,  es  el  nudo  que  ata 
como  a  una  sola  elegante  pretina  los  faldeos  de 
las  haciendas  de  Quintero,  de  Chillicauquen  i  de 
Colmo,  que  forman  toda  la  playa  i  sustancia  de  la 
rejion  occidental  del  departamento  de  Quillota. 

XIV. 

Guiados  por  uno  de  los  vaqueros  de  la  hacien- 
da llamado  «ño  Cortés»,  quien  despreciativamente 
echó  id  cabo  Olivos  a  retaguardia  con  sas  remu- 
das de  caballos  del  gobierno,  trasmontó  la  alen- 
tada comitiva  los  blandos  i  boscosos  lomajes  que 
forman  la  espalda  de  Colmo,  abriéndose  en  no 
pocas  ocasiones  estrecho  sendero  por  tupidos  re- 
novales i  corpulentos  árboles,  reyes  seculares  de 
la  selva  que  el  hacha  i  la  «escritura  de  arriendo» 
ha  respetado.  De  ellos  por  tanto  podia  decirse  co- 
mo de  las  viejas  encinas  de  los  bosques  de  su  na- 
tivo suelo  lo  que  el  poeta  ingles: 


—  409  — 

«Long  has  it  stood  to  grace  this  wood 
A  lovely,  sunny  spot; 
Loug  may  it  stand,  tliis  monarch  grand. 
Brave  axman,  harin  it  not!»  (1). 

XV. 

Eran  apenas  las  8  de  la  mañana  del  dia  si- 
guiente, dia  lunes,  cuando  el  alentado  gobernador 
eclesiástico,  trepando  con  briosa  espuela  sobre  el 
último  cordón  que  da  vista  a  la  quebrada  del 
buen  cacique  Maleara,  ahora  desfigurada  por  los 
estragos  del  tiempo,  entonaba  en  las  cumbres  el 
hosanna!  de  las  alturas.  I  a  este  grito,  solemne 
entonación  del  peregrino  que  divisa  en  lontanan- 
za a  Jerusalen,  i  en  parte  lejana  de  la  colina,  ha- 
cia eco  el  robusto  i  prosaico  hallom!  del  coronel. 
Guiando  este  último  su  partida  del  poder  lejisla- 
tivo  i  judicial,  habia  hecho  su  ascensión  por  una 
fragosa  quebrada,  repitiendo  los  árboles  coposos  i 
las  ásperas  colinas  los  gritos  i  los  cantos. 

En  cuanto  al  gobernador  eclesiástico  a  caballo, 
ése  habia  seguido  adelante,  como  la  cruz  alta,  por 
el  camino  recto,  con  el  feudatario  de  la  tierra  i 
el  vaquero,  su  vasallo... — «La  iglesia  por  delante)^, 

(1)  «Por  largos  años  ha  estado  allí  cubriendo  con  su  sombra 
aquel  hermoso  sitio  que  el  sol  recrea,  i  tod'ivia  enhiesto  quedará 
aquel  monarca  de  la  montaña...  Bravo  leñador,  no  le  hagáis 
mal!» 

LA  E.  DEL  o.  52 


—  4Í0  — 

que  esto  se  cumple  de  ordinario  en  Chile   aunque 

sea  en  la  punta  de  los  cerros 

Cúponos  en  seguida  descender  por  abruptas  la- 
deras al  fondo  de  la  pintoresca  si  bien  estrecha 
quebrada  que  tanta  celebridad  tuvo  en  remotos 
años,  i  hoi  es  yermo  solitario  de  leñadores,  de  ca- 
bras i  de  mineros. 

XVI. 

Hallábase  por  esos  dias  la  quebrada  de  Maleara 
cubierta  de  minas  de  oro,  pero  solo  en  denuncios 
de  papel,  porque  a  la  fama  de  un  descubrimiento 
hecho  por  el  caballero  quillotano  don  Vicente 
Macaya,  afluyeron  los  pedimentos  de  infinitas  per- 
tenencias, especialmente  demandadas  por  estran- 
jeros.  Figuraban  entre  éstos  los  apellidos  de  los 
Mac  Gilí  de  Escocia;  de  los  Willson,  de  Inglate- 
rra; de  los  Boonet,  del  Pais  de  Gales;  de  los  Con- 
dell,  de  Punta  Gruesa,  i  hasta  los  Macay — (Ma- 
cay  contra  Macaya),  sin  que  faltaran  elegantes 
nombres  de  damas  en  la  polvorosa  escribanía  del 
notario  Aris  en  Quillota,  cuales  los  de  las  seño- 
ritas Antonia  Chamang  i  Carolina  Harailton,  cu- 
ya última  probablemente  no  seria  de  la  estirpe  de 
la  que  tanto  amó  Lord  Nelson. 

Encontrábanse  aquellos  pedimentos  disemina- 
dos en  todas  las  grietas  i  recovecos  de  la  hacienda 
de    Chillicauquen,   en    la    quebrada  de  las  Jari- 


—  411  — 

lias,  la  de  los  Loros,  la  de  las  Canchas  i  aun  la 
del  Tíque,  que  allí  es  nombre  de  un  árbol  como 
el  del  teak  en  los  bosques  sagrados  de  la  India. 
Pero  la  principal  faena,  la  mina  de  Macaya,  es 
decir,  la  Descuh^idora,  estaba  ubicada  en  el  cen- 
tro mismo  de  la  quebrada  de  Maleara;  i  a  sus 
aseados  ranchos  llegamos  a  eso  de  las  once  del 
dia,  hora  de  apetitoso  almuerzo,  para  quien  de 
madrugada  ha  subido  i  bajado  una  montaña. 

XVII. 

En  Chile,  como  en  Irlanda,  el  absentismo  es  una 
enfermedad  de  los  campos  i  aun  de  las  minas.  En 
mayo,  ese  mes  tan  hermoso  del  otoño  de  Chile, 
nadie  cuidaba  su  heredad  ni  su  labor,  ni  siquiera 
el  dueño  de  la  Descubridora  i  de  la  bulla  estaba 
allí  para  aumentarla  con  la  algazara  nuestra. 

Recibiónos  en  cambio  su  jente  con  agrado,  a 
estilo  de  todas  las  campañas  de  Chile,  i  cuando 
hablamos  mascado,  echados  por  el  aurífero  suelo, 
el  liviano  cocaví  que  el  vaquero  Cortés  i  el  cabo 
Olivos  acomodaron  de  parte  de  noche  en  sus 
alforjas,  con  el  olor  del  charqui,  guiado  por  su  ol- 
fato, preséntesenos  el  minero  capataz  i  por  en- 
tonces único  de  la  faena. 

No  era  ya  Maleara,  como  en  los  tiempos  del 
afamado  don  Juan  Palacios  ni  del  minero  indíje- 
na  fio  Jacinto  Ulloa,  que  en  nuestra  juventud  no- 


—  412  — 

sotros,  de  paso  por  aquellos  lugares,  conociéra- 
mos (1852),  lavadero  superficial  de  oro  sino  mi- 
na de  pozo.  La  barreta  había  penetrado  en  la  se- 
gunda rejion  californiense  (que  en  Chile  existe 
tan  marcadamente  para  la  plata,)  i  la  pólvora  in- 
glesa i  la  dinamita  de  Noruega  hacían  ya  el  oficio 
de  la  índíjena  batea. 

Llamóse  a  descubridor  de  la  veta  al  minero  que 
llegaba  a  disfrutar  los  restos  de  aquella  mesa  del 
pellejo  que  no  había  tenido  manteles,  í  díjonos 
llamarse  José  Tiburcio  Molina,  personaje  no  poco 
conocido  en  aquellas  canchas,  que  no  tenía  don 
ni  siquiera  ño  (abreviatura  plebeya  de  señor)  pe- 
ro llevaba  mas  que  apropiado  nombre  para  moler 
duros  metales  i  blandas  credulidades. 

I  para  cerciorarnos  de  que  eran  sus  propias  ma- 
nos las  que  había  abierto  en  el  duro  flanco  de  la 
montaña  la  primera  cata,  ofrecióse  a  conducirnos 
hasta  la  boca -mina  que  distaba  de  allí  unos 
cuantos  centenares  de  metros,  por  la  quebrada 
abajo  i  a  mas,  comidióse  a  bajarnos  al  apa  a  su 
fondo,  si  de  ello  teníamos  intención  i  ganas. 

XYIII. 

Aceptamos  el  cómodo  partido,  si  bien  lo  mas 
común  en  nuestra  tierra  es  encaramarse  sobre 
ajenos  hombros  para  subir  antes  que  para  descen- 
der  I  después  de  unos  cuantos  minutos,  asidos 


—  413  — 

a  una  mala  escalera  de  patillas  i  al  delantal  de 
cuero  del  minero  (prenda  de  vestimenta  que  por 
conocido  no  nombramos  con  su  espresivo  nom- 
bre), nos  encontrábamos  en  los  planes  de  la  mi- 
na de  Maleara,  que  tenia  a  la  sazón  unos  siete 
u  ocho  estados  de  profundidad. 

Para  un  lego  que  no  perseguía  el  oro  sino  sus 
leyendas,  sus  curiosidades  i  sus  desengaños,  aque- 
llo era.  a  la  simple  vista,  deslumbrador,  maravi- 
lloso. Por  todas  partes  relucía  el  oro,  al  resplan- 
dor del  candil  del  minero,  desmenuzado  en  finísi- 
mas partículas. 

I  en  aquello  no  habia  engaño. 

El  cerro  cuarzoso  mostraba  sus  delgadas  vetas 
tachonado  de  moléculas  riquísimas  como  vése,  de 
noche,  el  firmamento  brillar  con  las  estrellas. 

Era  aquello  a  la  verdad  la  visión  del  abate  Fa- 
ria  trasladada  por  encanto  al  pié  del  Mauco,  i 
nadie  habria  dudado,  en  presencia  de  tantos  visi- 
bles primores,  que  el  primer  señor  de  aquellos 
tesoros,  don  Juan  Palacios,  fué  digno  de  su  apellido. 

La  mina  de  Maleara  parecía  un  palacio  encan- 
tado, cuyo  «Simbad  el  marino»  habitaba  bajo  los 
sótanos  de  olorosos  chirimoyos  en  los  huertos  de 
Macaya,  al  pié  de  la  Moyaca.... 

I  cosa  estraña!  entre  los  denunciantes  de  vetas 
en  la  quebrada  de  Maleara  en  mayo  de  1878,  apa- 
recía un  segundo  Juan  Palacios  haciendo  pedi- 
mento de  una  mina  que  se  llamarla  de  Los  amigos. 


—  414  — 

Serian  éstos  por  ventara  los  amigos  de  \i\ paila  de 
orof.... 

XIX. 

Para  convencernos  mas  a  fondo  de  la  riqueza 
natm'¿il  del  suelo  que  pisábamos,  el  minero  Moli- 
na, (que  en  la  cara,  el  jesto  i  la  sospecha  un  tan- 
to parecía  al  célebre  manipulador  químico  do 
Paraíf),  cojió  la  yaucana,  estrajo  una  piedra  de 
mas  que  regular  porte  de  la  caja  aurífera,  i  ofre- 
ciéndonosla de  regalo  nos  suplicó  la  llevásemos 
al  sol  para  verla  i  en  seguida  a  Quillota  i  a  Viña 
el  Mar  para  que  todos  la  admirasen  i  a  Santiago 
para  venderla  o  para   ensayarla. 

Hicímoslo  como  el  minero  fundador  de  la  mo- 
derna Maleara  lo  queria,  i  sometida  la  piedra 
al  honrado  crisol  de  la  Moneda  bajo  la  mano 
de  su  entendido  primer  ensayador,  dio  el  resultado 
que  consta  de  la  siguiente  carta  que  de  su  orijinal 
copiamos  i  así  dice: 

Santiago,  junio  26  de  1878, 

((Muí  señor  mió  i  amigo: 

))He  retardado  hasta  hoi  esta  contestación  por 
haber  tenido  que  hacer  varias  operaciones  a  ^n 
de  obtener  la  lei  mas  exacta  del  mineral  que  Ud. 
me  remitió. 

))E1  trozo  del  espresado  mineral,  que  presumo 


—  415  — 

proceda  de  Viña  del  Mar,  pesó  tres  quilogramos  i 
medio,  i  contiene  peróxido  hidratado  de  fierro  i 
mili  poca  pirita  arsenical  de  fierro,  en  criadero 
de  cuarzo  poroso  i  silicato  de  fierro.  El  común 
dio  lei  media  de  ciento  sesenta  castellanos  por  ca- 
jón de  64  quintales  españoles,  lo  que  da  a  razón 
de  tres  pesos  castellanos,  480  pesos  valor  de  un 
cajón  de  mineral.  Si  la  veta  es  ancha  i  de  buena 
formación  no  dado  haya  campo  para  un  negocio 
de  granices  resultados. 

))Soi  de  Ud.  su  afectísimo  amigo  i  seguro  ser- 
vidor, 

A.  Brieha.y) 

XX. 

No  nos  hablamos  por  tanto  en  manera  alguna 
equivocado. 

En  la  riqueza  indíjena,  nativa  i  verdadera  del 
criadero  de  metal  no  habia  engaño;  pero  aun  sien- 
do así,  el  verdadero  problema  de  aquella  hora  i  de 
aquella  faena  era,  como  lo  es  al  presente  de  todas 
las  faenas  aurífeías  de  Chile,  si  en  t:iles  condicio- 
nes de  lugar,  de  distancia,  de  recursos,  de  vijilan- 
cia,  de  capital,  etc.,  con  venia  o  no  la  esplotacion 
en  grande;  i  este  es  el  problema  que  todavía  se  per- 
sigue. Todo  lo  cual  queda  dicho  i  afirmado  a  me- 
nos que  el  descubridor  Molina  fuese  de  la  escuela 
del  Rojelio  de  Paraff  i  hubiera  tenido  embutidas 
en  el   cerro  las  muestras  del  engaño,  lo  que  por 


—  416  — 

cierto  no  era  imposible....  El  poruñazo  es  arte 
de  minero  muí  anterior  en  Chile  al  crisol  del 
químico  alsaciano,  i  a  las  pastillas  de  cóndores 
de  las  Higueras  de  Zapata.... 

Confesamos  por  lo  que  a  nosotros  toca  que  des- 
de ese  dia  no  hemos  vuelto  a  oir  hablar  de  la  mi- 
na de  Maleara  ni  sus  dueños;  pero  de  lo  que  po- 
demos dar  sincero  testimonio,  es  de  que  estando 
a  autorizados  criterios  científicos  como  los  de  los 
señores  Pissis  i  Puelma,  la  quebrada  de  Malacara, 
o  de  Colmo,  como  aquellos  químicos  la  denomi- 
nan tomando  su  frente  por  espalda,  se  encuen- 
tra en  la  coi-rida  jeolójica  i  tradicional  del  oro 
en  Chile  i  que  su  riqueza  pasada  fué  considera- 
ble. (1) 

(1)  De  propósito  no  hemos  abundado  en  este  QQixiáio  puramente 
tradicional  e  histórico  sobre  el  oro  de  Chile  las  cuestiones  cien- 
tíficas a  que  esa  sustancia  se  refieren,  no  solo  porque  tal  asunto 
es  ajeno  a  nuestra  competencia,  sino  porque  ha  sido  tratado  con 
notoria  maestria  por  el  sabio  jeólogo  Pissis.  Puede  verse  sobre 
ese  particular  su  conocida  Jeografia  física  de  Chile,  i  en  especial 
para  el  mineral  de  Maleara,  el  estudio  que  en  18o7  publicó  so- 
bre la  Provincia  de  Aconcagua  i  Valparaíso  en  los  Anales  de 
la  Universidad.  Don  Francisco  Puelma  en  una  memoria  jeoló- 
jica que  en  octubre  de  1852  dio  a  luz,  dice  lo  siguiente  respecto 
de  las  rocas  que  forman  el  criadero  de  aquel  mineral: 

«La formación  délas  rocas  feldespáticas  presentan  asientos  un 
poco  mas  ricos  en  oro,  i  aun  localidades  célebres  por  la  cantidad 
de  oro  que  se  ha  sacado  de  eilas,  i  tales  son  entre  otras  el  cerro 
de  Mauco  en  la  hacienda  de  Colmo.» 

Sin  embargo  de  todo  esto  i  para  satisfiícer  a  los  que  sobre  lo 


—  417  — 


XXL 


En  cuanto  a  su  tradición,  ya  en  otra  oportuni- 
dad trazada  por  nosotros,  he  aquí  lo  poco  pero 
auténtico  que  tenemos  que  decir: 

Tuvo  la  quebrada  de  Maleara,  en  sus  dias  de  fe- 
cundidad i  de  aguardiente,  sus  famosos  calaveras, 
como  los  Volados  de  Agua  Amarga,  como  los 
Guerra  de  Chañarcillo,  como  los  Osorio  de  Tiltil, 
pues  se  hace  todavía  memoria  entre  la  jente  del 
oficio  del  renombrado  «don  Juan  Palacios»,  de 
quien  se  cuenta  que  habiendo  hallado  una  pella  de 
oro  que  pesaba  varias  arrobas,  la  hizo  colocar  en  el 
fondo  de  una  paila  i  ordenó  que  se  mantuviera 
ésta  rebosando  de  ponche  fino  mientras  hubiera  es- 
tómagos de  mineros  que  llenar,  i  sin  que  por  nin- 
gún motivo  quedará  a  descubierto  la  planchuela  de 
metal,  hasta  que  la  quebrada  entera  se  durmió  em- 
briaí^ada  en  derredor  del  inaf^otable  tonel.  Es  éste 
el  cahuín,  mingaco  o  remolienda  mas  reputado 
de  moderna  data  en  aquellas  comarcas,  i  aña- 
den las  crónicas  que  cuando  don  Juan  de  Mala 
Cara,  como  el  don  Juan  de  Manara  de  Sevilla,  fue 

relativo  a  la  ciencia  del  oro  pudiera  interesar  al  lector  de  este 
libro,  publicamos  con  gusto  en  el  apéndice  un  interesante  artí- 
culo claro  i  comprensivo  que  un  modesto  pero  entendido  quími- 
co (don  Alberto  Mackenna)  ha  preparado  espresamente  para 
esta  obra. 

LA  E.  TEL  o.  53 


—  418  — 

:a  vender  a  Quillota  su  famoso  hallazgo,  ya  lo  de- 
bía todo,  i  lo  metieron  a  la  cárcel,  acontecién- 
dole  lo  que  a  aquel  soldado  de  Pizarro,  Mansio 
Sierra,  que  ganó  i  perdió  el  sol  del  Cuzco  en  una 
noche. 

Ignórase  a  punto  fijo  cuál  fué  la  época  del  des- 
<3ubrimiento  de  este  notable  i  ya  desierto  mineral, 
pues  no  hemos  encontrado  huella  de  su  existen- 
cia en  libro  alguno  ni  en  viejos  manuscritos;  pero 
acaso  precedió  a  la  conquista,  i  esto  esplica  los 
vestijios  de  poderío  i  de  prosperidad  que  han  soli- 
do encontrarse  enterrados  en  estos  sitios.  ¿Fué  de 
^sus  senos  auríferos  de  donde  los  asaltantes  de 
Gonzalo  de  los  Eios,  cuando  construia  éste  por 
órdenes  de  Valdivia  el  bergantín  histórico  de  la 
boca  de  Concón,  sacaron  el  sombrero  lleno  de 
oro  con  que  tentaron  la  codicia  de  los  castellanos 
antes  de  pasarlos  a  cuchillo?  ¿Fué  el  malal  de 
Mauco  la  plaza  fuerte  del  toqui  de  Colmo  i  de 
Quintero  i  señor  de  Maleara  que  allí  guardaba 
los  tesoros  de  sus  lavaderos  contra  la  coiicia  de 
ios  "vecinos  valles? 

XXII. 

Sea  de  ello  lo  que  fuere,  desde  esa  época  la  que- 
brada, cerril  mansión  del  cacique  Maleara  que 
'(lestronó  don  Juan  Palacios,  no  ha  dejado  de  ren- 
dir inagotable  si  bien  parsimoniosa  cosecha  a  la 


—  419  — 

batea.  Ea  1874  conocimos  nosotros  en  Quintera 
un  minero  de  oro  (que  fué  a  vendérnoslo)  llama- 
do Estevan  Silva,  quien  en  cierta  ocasión,  sacu- 
diendo un  matorral  de  la  quebrada,  hallóse  una 
pepa  que  pesaba  16  castellanos,  igual  en  su  peso 
(asi  decia  él)  a  cinco  cóndores  fundidos;  i  no 
menos  de  22  años  atrás  hablamos  comprado  no- 
sotros por  tres  cuartos  de  onza  una  pella  de  oro 
recojida  en  el  sitio  mismo  i  casi  a  nuestra  vis- 
ta por  un  subdito  del  cacique  de  Maleara  llamado 
ño  Jacinto  Ulloa,  un  venerable  ermitaño  que  habia 
vivido  allí  cerca  de  un  siglo  recojiendo  oro  i  des- 
tilando aguardiente...  como  don  Juan  Palacios,  su- 
primer  patrón. 

Según  nos  informababa  el  minero  Silva  habia- 
años,  o  mas  bien,  temporadas  como  la  del  llu- 
vioso invierno  de  1866  en  que  la  cosecha  de  su 
batea  le  produjo  631  pesos,  lo  que  fué  para  su  mal^ 
pues  supiéronlo  unos  bandidos  de  Quillota,  i  en 
numero  de  diezinueve  asaltaron  el  desamparado 
rancho  del  lavador  de  oro  en  la  noche  del  6  de- 
marzo de  aquel  año  i  mataron  a  su  primojénito,, 
gallardo  mozo  de  24  años.  El  infeliz  padre  estaba 
ausente,  i  solo  un  año  mas  tarde  reconoció,  ojen- 
do  misa  en  la  Matriz  de  Quillota,  la  manta  de  su 
inmolado  hijo.  Mas,  como  siempre,  el  asesino  la 
habia  emjjefíado,  i  el  portador  de  la  prenda  resulta 
inocente.  Mandó,  empero,  entregarla  la  justicia;  i 
ese  pedazo  de  trapo  sangriento  es  todo  lo  que 


—  420  — 

queda  al  anciano  de  una  lozana  vida,    retoño  i 
báculo  de  la  ti-iste  suya...  (1) 

XXIII. 

Hecho  todo  esto,  i  porque  en  aquellas  ásperas  i 
solitarias  serranías  no  nos  aconteciese  algo  pare- 
cido a  la  del  desdichado  últi  mo  minero  de  Mal- 
cara,  comenzamos  a  encumbrarnos  hacia  la  una  de 
la  tarde,,  todos  los  de  lacarabana,  clérigos  i  jueces, 
diputados  i  militares,  vaqueros,  policiales  i  cronis- 
tas, por  el  fondo  de  la  quebrada  del  Tique,  hacia 
la  cuesta  de  Chillicauquen  que  por  el  oriente  da 
vista  a  Qaillota;  i  en  seguida  penetrábamos  a  me- 
dia rienda  por  las  calles  de  la  hermosa  ciudad  de 
las  chirimoyas  i  de  las  ojotas,  a  manera  de  gue- 
rrilla, como  en  Puchuncaví,  con  el  capellán  de 
ejército  a  vanguardia  i  el  cabo  Olivos  en  su  puesto 
de  táctica,  cubriendo  la  retirada. 

En  un  dia  habíamos  hecho  una  jornada  de  quin- 
ce a  veinte  leguas  por  inclementes  asperezas;  i  sin 


(1)  Esfcraemos  este  fragmento  de  un  folleto  que  en  1874  pu- 
blicamos con  el  título  de  Quintero,  su  estado  actual  i  su  porve- 
nir, i  por  no  repetir,  en  lo  demás  de  minas  de  Maleara  a  él  nos 
referiremos. 

Desde  1878  nada  se  ha  vuelto  a  hablar  de  Maleara.  Pero  pare- 
ce que  en  estos  días  va  a  precederse  a  su  esplotacion  en  grande 
escala,  por  el  sistema  hidráulico  i  bajo  la  dirección  del  enten- 
dido injeniero  Messerer.    Hacemos  votos  sinceros  por  su  éxito 


—  421  — 

esperar  inquieto  sueño  en  sábanas  ele  pulgas,  to- 
mábamos a  las  ocho  el  tren  espreso  que  venia  de 
Santiago,  i  a  las  diez  de  la  noche,  en  medio  de 
desecho  i  comedido  huracán  de  agua  que  había- 
mos visto  arremolinearse  en  los  picos  i  gargan- 
tas que  en  la  tarde  atravesáramos,  dándonos  avi- 
so i  espera,  llegábamos  a  nuestro  punto  de  parti- 
da, quedando  así  felizmente  terminada  la  segunda 
escursion  del  oro  i  dispuestos  a  emprender  en  bre- 
ves di  as  la  tercera. 

XXIV. 

No  tuvo  esta  última  corre ri a  aurífera,  empren- 
dida ida  i  vuelta  el  jueves  16  de  mayo  de  1878 
a  la  famosa  quebrada  de  «Los  Alvarados»,  este 
«valle  de  Andorra»  de  la  provincia  de  Valparaiso, 
departamento  de  Limache,  no  tuvo  decíamos  in- 
terés de  nota,  por  cuanto  ese  dia  solo  galopamos 
diez  o  quince  leguas  por  campos  que  antes  habían 
sido  de  oro  i  que  ahora  son  de  suculenta  alfalfa,  es 
decir,  de  oro  enhierha. — El  departamento  de  Lima- 
che,  fué  durante  la  conquista  una  rejion  estrema- 
damente  rica  en  ese  metal,  i  el  famoso  cerro  de  la 
Campana  que  le  da  sombra,  horizonte  i  fama,  ha- 
llábase entonces  orlado,  al  decir  de  los  viajeros, 
de  los  vestijios  de  trapiches  de  oro  cuyas  ruinas 
son  hoi  por  todas  partes  una  misteriosa  estadística, 
como  las  de  Alliué  i  un  cómodo  asiento  para  el  fa- 
tigado caminante  en  sus  caserios  i  paseos. 


422  

Nos  contentamos  por  tanto  con  divisar  desde  la 
casa  de  la  buena  señora  doña  «Carmelita  Hurtado 
viuda  de  Sagredo»,  los  empinados  lavaderos  o  man- 
tos de  oro  del  Morro  i  del  Fefion,  dos  plomizos  i 
abruptos  farellones  que  fueron  lavados  i  demoli- 
dos mediante  una  acequia  labrada  por  los  antiguos, 
que  la  trajeron  a  gran  costo  desde  la  hoya  del  Co- 
lliguay,  i  que  esplotaba  ahora  con  mas  ánimos  que 
fortuna  el  caballero  don  Francisco  Olmos  de  Agui- 
lera, vecino  e  industrial  de  Limache. 

XXY. 

La  comitiva  de  la  tercera  carabana  de  los  Al- 
varados  mientras  llega  la  cuarta  de  Llampaico, 
(para  la  cual  tenemos  ya  grato  i  aceptado  convite 
de  otoño)  habia  sido  mas  o  menos  la  misma  del 
cacique  de  Maleara,  salvo  que  la  última  no  tenia 
capellán  ni  tesorero,  remplazando  a  este  el  simpá- 
tico joven  porteño  don  Alfredo  Edwards,  de  modo 
que  aquellos  Jasones  del  oro  limachino  se  queda- 
ron, vihuela  en  mano,  en  la  casa  de  c(doña  Carme- 
lita», mientras  que  el  sosegado  cronista  dio  la  vuel- 
ta pacíficamente  a  su  hogar  villamarino  en  el  mis- 
mo dia  de  su  salida,  por  la  via  de  Lliu-Lliu,  tierra 
que  también  fué  de  oro  i  era  hoi  para  el  viajero 
solo  visita  do  dulce  cariño  i  de  memorias. 


—  423 


XXVI. 


En  cuanto  a  los  primitivos  pobladores  castella- 
nos que  dieron  nombre  a  la  pintoresca,  bonanci- 
ble i  selvática  quebrada,  fueron  siete  como  los  es- 
ploradores  de  mayo  i  como  los  cajones  de  su  enma- 
rañada sierra. 

Hemos  logrado  trazar  en  nuestros  rebusques 
su  perdido  oríjen  hasta  un  don  Pedro  de  Al  varado 
que  vivió  en  Quillota  por  el  año  de  1603;  pero 
desaparecidos  hoi  como  el  oro,  decia  de  sus  des- 
cendientes un  vecino  del  lugar,  que,  «acabados 
los  troncos,  no  qued¿iban  sino  los  renovales.» 

Guéntanse  entre  éstos  hoi,  que  son  dias  de  de- 
cadencia, los  Gamboas,  apellido  aurífero  de  Alhué, 
los  Sagredo  que  lo  son  del  Jil  Blas,  los  Bañados 
de  Limache,  hijos,  nietos  i  bisnietos  del  respetable 
minero  de  oro  don  Secundino  Bañados,  célebre  en 
el  lugar,  i  por  último,  de  estranjera  estraccion,  don 
Bernardo  Dupuch,  antiguo  herrero  mecánico  que 
se  habia  hecho  rico  mas  como  viñador  que  como 
minero. — Los  naturales  llamábanle  Lipuchi,  i  él 
a  su  quebrada  i  como  represalia  Cacon... 

ZXVII. 

De  todas  suertes,  la  quebrada  o  cajón  de  los 
Alvarados  i  su  soñolienta  lar£ruísima  cuesta.  Ha- 


—  42i  — 

macla  con  propiedad  La  Dormida,  quG  la  separa 
de  Tiltil,  i  que  atravesó  de  una  jornada  Frezier, 
durmiendo  a  la  helle  étoile  en  1712,  ha  sido  una 
comarca  rica  en  oro  como  lo  ha  sido,  sin  escep- 
cion,  toda  la  provincia  de  secano  de  Valparaíso 
desde  el  cerro  de  la  Campana,  tierra  adentro,  has- 
ta el  de  Mauco,  a  orillas  del  mar;  desde  Maleara  a 
Llampaico;  desde  el  Gallito  de  oro  en  Pucalan  de 
la  Costa  hasta  el  estero  de  Marga-Marga,  que  fué 
en  tiempo  de  los  jentiles  i  de  los  primeros  con- 
quistadores un  verdadero  «estero  de  oro»,  como 
An dolió  fué  «rio.» 

A  la  verdad,  todo  el  suelo  de  la  antigua  comar- 
ca de  Aliamapa  («pais  quemado»)  descubierto 
por  Juan  de  Saavedra,  natural  de  Valparaíso  de 
Estremadura,  en  1536,  es  una  rejion  de  oro,  co- 
mo lo  observa  el  sabio  Pissis  en  sus  estudios  jeo- 
lójicos  de  aquella  parte  de  nuestro  territorio. — 
Nosotros  mismos,  recorriendo  los  cerros  i  colinas 
que  hacen  espalda  a  la  ciudad  i  al  puerto,  con  el 
propósito  de  trazar  por  ellos  la  huella  del  anti- 
guo camino  de  carretas  que  iba  a  descender  a  la 
Matriz,  encontramos  en  el  invierno  de  1868  la- 
vadores de  oro  en  todas  las  quebradas,  i  no  sin 
esperanzas  ni  provechos,  porque  aquéllos  hablan 
asentado  sus  reales  con  cierta  comodidad  de  re- 
cursos en  todos  los  parajes  en  que  brotaba  alguna 
escasa  vena  de  agua. 


—  425  — 


XX  VIH. 


El  oro,  por  consiguiente,  existe  en  todo  el  te- 
rritorio que  dejamos  galopado.  Pero  la  practicabi- 
lidad  i  la  ventaja  de  su  esplotacion  en  grande, 
continúa  siendo  hoi,  como  en  los  pasados  siglos,  la 
premisa  no  resuelta  de  un  negocio  que  en  Chile 
es  todavia  un  problema  insoluto,  al  paso  que  en 
California,  cuna  de  la  innovación,  ha  sido  i  es 
una  cuantiosísima  riqueza. 

Xo  poco  ha  contribuido  a  ese  resultado  en 
aquel  pais,  junto  con  los  poderosos  monitores  de  la 
presión  hidráulica,  su  libérrima  lejislacion  minera, 
que  ha  creado,  en  lugar  de  las  estacas,  que  en 
Chile  estacan  todavia  la  industria  como  los  cue- 
ros en  las  ramadas  de  matanza.  I  por  esto  en  el 
próximo  i  final  capítulo  de  este  libro  habremos 
de  tomar  en  cuenta  algunas  de  las  interesantes 
faces  de  esa  cuestión  que  se  halla  sometida  desde 
hace  tres  siglos  a  la  vista  del  pais  i  desde  hace 
tres  meses  a  la  deliberación  del  Congreso. 

De  su  solución  talvez  dependa  en  gran  mane- 
ra, si  no  el  porvenir  de  Chile,  asegurado  bajo 
otros  conceptos,  el  porvenir  de  la  Araucania,  este 
Chile  aurífero  del  porvenir,  i  por  esto  habrá  de 
escusársenos  que  por  ese  rumbo,  que  fué  por  don- 
de hace  un  mes  comenzamos,  hayamos  hoi  de  con- 
cluir. 

LA  E.  DEL  O.  4 


CAPITULO  XII. 


LA    LEJISLACION     DEL    ORO    EN    CHILE  I  SU     URJENTE   REFORMA. 

Escelencia  del  Código  de  Minería  de  1875. — Sus  principales  defectos  i 
urjencia  de  su  reforma. — Estudios  del  actual  ministro  de  justicia  señor 
Vergara. — Las  tarifas  de  las  mensuras  de  Lebu. — El  uso  del  agua  para 
el  lavado  de  cascajos  auríferos  i  las  prohibiciones  del  art.  6.°  del  C'ódi- 
go  de  Minería. — Estension  escesiva  de  las  estacas  i  pertenencias. — El 
despueble  i  su  sustitución  por  la  patente  minera. — Lejislacion  criminal 
inglesa  sobre  las  minas. — El  salteo  del  mineral  del  Inca  en  1848. — Las 
sociedades  anónimas  de  minas,  i  precauciones  minuciosas  de  la  lejisla- 
cion inglesa — Los  espositores  i  tratadistas  modernos  de  la  lejislacion 
minera  en  Chile. — El  mayor  peligro  de  las  compañías  i  minas  de  oro 
en  Chile  no  está  en  el  broceo  sino  en  el  ojio  i  en  la  farsa. — Limitación 
de  nuestros  propósitos  solo  al  trabajo  libre  en  la  Araucanía. — El  oro 
de  Magallanes  i  de  Tierra  del  Fuego. — Datos  i  noticias. — Acertadas 
apreciaciones  de  la  prensa  sobre  la  condición  actual  de  la  industria  del 
oro. — Los  ejemplos  que  de  la  situación  i  de  los  efectos  de  la  lejislacion 
ofrece  actualmente  el  mineral  de  Lebu, — Maravillosas  pepas  de  oro  vol- 
cáni'co  de  la  Montana  Negra,  i  su  comparación  con  las  de  otras  comar- 
cas auríferas — Reseña  de  los  placeres  de  Lebu  í  su  estado  actual. — Ven- 
tajas que  reportaría  al  país  (si  no  a  los  particulares)  como  comunidad, 
el  trabajo  libre  de  la  Araucania. — El  remedio  de  la  situación. — La  li- 
cencia del  minero  i  su  primer  ejemplo  para  lo  venidero. — Conclusión. 

«Las  piedras  i  metales  que  se  encuen- 
tren aislados  en  la  superficie  del  suelo 
pertenecen  al  primer  ocupante.» — Código 
de  Minería,  art.  2.°) 

«Son  de  libre  aprovechamiento  las  are- 
nas auríferas...  siempre  que  se  encuentren 
en  terrenos  eriales  de  cualquier  dominio.» 
(Id.  del  art.  IV.) 


427 


I. 


Que  el  código  de  minería  vijente  en  Chile  desde 
el  I.''  de  marzo  de  1875  es  una  cosa  escelente  i 
aun  óptima  bastaria  a  dejarlo  demostrado  los  dos 
artículos  que  de  él  dejamos  copiados  en  el  epígra- 
fe del  presente  i  último  capítulo  de  este  libro» 
los  cuales  aplícanse  a  la  libertad  absoluta  de  ad- 
quirir la  propiedad  minera  por  el  simple  hallaz- 
go superficial  del   oro  o  de  los  metales  preciosos. 

Pero  tenemos  una  razón  de  mayor  valia  para 
estimar  el  código  de  minería  de  1875  como  una 
innovación  útil  i  ventajosa  introducida  en  nues- 
tra lejislacion  por  el  laborioso  presidente  Errá- 
zuriz,  i  esa  razón  es  simplemente  la  de  que  es  un 
sumario  breve,  el  mas  breve  de  nuestra  moderna 
codificación. 

Consta  en  efecto  solo  de  dieziocho  títulos  con 
un  total  de  212  artículos  que  caben  en  70  pajinas 
de  abierta  impresión  tipográfica.  ¿I  no  es  este  el 
mayor  elojio  que  podria  hacerse  de  un  libro  des- 
tinado a  andar  entre  abogados? 

Hijo  de  mineros,  siempre  oimos  alabar  la  an- 
tigua Ordenanza  de  minas  de  Nueva  España  im- 
plantada en  Chile  como  una  de  las  obras  que  mas 
honraban  el  injenio  español,  si  bien  atribuyese  su 
confección  a  un  alemán.  Mas  sea  como  fuere,  con- 
cebida la  Ici  española  bajo  el  plan  de  dar  al  des- 


—  428  — 

cubridor  i  esplotador  de  los  metales  preciosos  en 
América  la  mayor  protección  i  elasticidad  posibles, 
los  resultados  eran  favorables  en  su  aplicación, 
especialmente  bajo  el  antiguo  réjimen  en  que  la 
maquinaria  de  mayor  cuenta  en  el  beneficio  de  los 
metales  consistía  en  los  dedos  puestos  en  la  batea 
i  en  los  capachos  de  los  apires  a  la  espalda. 


II. 


Pero  que  el  código  de  minas,  como  todas  las  co- 
sas que  existen  enjaretadas  i  aferradas  al  opaco 
globo  terráqueo  que  habitamos  i  que  la  luz  solo 
alumbra  a  intervalos,  como  para  poner  en  eviden- 
cia su  limitación  i  oscuridad,  es  un  trabajo  defi- 
ciente que  necesita  premiosa  reforma,  nos  lo  de- 
muestra no  solo  la  aprobación  casi  unánime  presta- 
da por  el  senado  al  simple  bosquejo  que  sobre  la 
esplotacion  futura  del  oro  tuvimos  el  honor  de 
presentarle  hace  cuatro  meses  (i  del  cual  el 
presente  libro  es  obligado  corolario  i  complemen- 
to), sino  también  las  continuas  notas,  datos  i  es- 
tudios que  está  acopiando  el  ministro  de  justicia  i 
distinguido  juriconsulto  don  José  Eujenio  Verga- 
ra,  apropósito  de  la  lejislacion  minera.  Hoi  mismo 
rejistra  la  prensa  de  la  capital  una  circular  notable 
de  ese  funcionario,  relativa  al  cuerpo  de  injenieros 
de  minas  i  a  sus  funciones,  en  cuyas  miras  se  pone 
en  trasparencia  la  necesidad  de  ocurrir  al  Gongre- 


—  429  — 

so  (como  ya  lo  habíamos  hecho  nosotros)  para  so- 
licitar su  cooperación  en  el  sentido  de  mejorar  lo 
establecido  en  materia  de  minas  i  su  beneficio. 
— «A  los  informes  que  U.  S.  obtenga  de  las  mu- 
nicipalidades, dice  el  señor  Yergara  en  su  circu- 
lar a  los  intendentes  del  31  de  octubre  último, 
convendrá  que  se  agreguen  los  de  U.  S.  mismo  i 
los  de  los  gobernadores  i  jueces  letrados  de  su 
provincia,  a  fin  de  proporcionar  al  gobierno  el 
mayor  acopio  posible  de  datos,  i  ponerle  en  si- 
tuación de  adoptar  por  sí  solo  o  con  la  coopera- 
don  del  Congreso  Nacional  las  medidas  necesa- 
rias para  llenar  en  nuestra  lejislacion  minera  el 
vacio  que  dejo  anotado.» 


III. 


Ahora  bien,  entrando  en  el  terreno  completa- 
mente práctico  en  que  debe  ejercitarse  la  lei,  i 
sin  salir  siquiera  mas  allá  de  las  causas  que  moti- 
van los  empeños  del  actual  ministro  de  justicia, 
¿es  posible  dejar  sin  urjente  reglamentación  el 
servicio  de  los  injenieros  de  minas,  arbitros  mu- 
chas veces  de  la  fortuna  al  otorgar  las  mensuras 
de  su  profesión  i  responsabilidad?  Hemos  visto 
cartas  recientes  de  Lebu  en  que  se  asegura  que 
se  ha  exijido  hasta  400  pesos  por  la  mensura  i 
entrega  de  una  pertenencia  de  oro  a  un  trabaja- 
dor coman  que  no  tendría  ni  siquiera  cu  centavos 


—  430  — 

esa  cifra.  ¿I  cómo,  preguntamos,  con  tal  réjimen 
puede  darse  espansion,  garantías,  fe  i  bríos  a  una 
industria  que  nace,  o  mas  propiamente,  que  renace 
en  las  rejiones  mas  salvajes  i  remotas  del  pais? 

IV. 

En  otro  sentido  ¿conviene  mantener  respecto  de 
las  minas  o  placeres  o  mantos  de  oro  (que  en  to- 
das estas  formas  aparece  su  estructura  i  su  labor), 
conviene  mantener  la  antigua  enorme  estaca,  fija, 
inamovible  de  la  ordenanza  española  para  cons- 
tituir la  propiedad  minera  respecto  del  oro,  pro- 
piedad singularmente  versátil  i  variable? 

Se  nos  ha  asegurado  que  por  poco  que  se  es- 
tiendan los  denuncios  de  minas  o  quebradas  en 
Lebu,  no  solo  rebasarán  las  mensuras  i  pertenen- 
cias de  la  Montaña  Negra,  oríjen  i  centro  de  aquel 
rico  descubrimiento,  sino  que  atravesarán  las  últi- 
mas de  banda  a  banda  la  Araucania,  i  se  llegará 
así  hasta  invadir  antes  de  mucho  los  valles  andinos 
de  los  pehuenches,  que  algunos  suponen  también 
ricos  en  oro. 

V. 

I  respecto  del  uso  del  agua  paríl  el  lavado  de 
cascajos  auríferos  ¿cuáles  disposiciones  adecuadas 
ha  podido  contener  una  ordenanza  i  un  código, 
dictado  en   '^ifH-   cuando   tal   procedimiento  era 


—  431  — 

solo  conocido  de  oidas  por  lo  que  acontecía  en 
California  i  en  Australia? 

Punto  es  este  de  la  mayor  importancia,  porque 
si  bien  el  Código  de  minería  concede  el  uso  mas 
liberal  posible  al  minero,  del  agua,  pastos,  com- 
bustible, tránsito  i  demás  servidumbres  impuestas 
a  la  tierra  i  a  su  dueño,  no  hai  provisión  alguna 
que  otorgue  la  preferencia  de  las  aguas  para  usos 
industriales  en  gran  escala,  i  todo  se  deja  como 
hasta  hoi,  al  albedrio  i  buena  voluntad  del  pro- 
pietario del  suelo  para  pactar  o*  no  con  el  indus- 
trial lavador  mecánico  del  oro  i  sus  cascajos. 

Al  contrario,  el  art.  6."  del  Código  vijente  pa- 
recería poner  su  veto  al  derecho  del  industrial 
tan  ampliamente  favorecido  en  California  i  en 
Australia  cuando  en  su  parte  final  dice:  ccEl  due- 
ño del  terreno  no  está  obligado  a  consentir  el  es- 
tablecimiento de  empresas  industriales  o  comer- 
ciales de  fundición  o  heneficioj> 

¿No  seria  por  lo  mismo  de  cierta  utilidad  prácti- 
ca introducir  alguna  innovación  respecto  de  los 
cascajos  auríferos,  al  menos  en  los  territorios  va- 
cos a  que  nuestros  actuales  propósitos  se  estien- 
den? 

VIL 

Otra  cuestión  capital  de  la  lejislacion  minera 
vijente  en  Chile,   en  Méjico  i  en  España  ha  sido 


—  432  — 

hasta  hoi  la  pérdida  legal  i  de  hecho  de  la  propie- 
dad minera  por  despueble,  i  su  denuncio  sucesivo 
por  el  primero  que  tenga  a  bien  hacer  uso  de  este 
privilejio. 

Obvio  es  el  principio  que  consultaba  la  lei  de 
los  reyes  españoles,  ansiosos  siempre  porque  no 
cesara  el  golpe  de  la  barreta  en  los  injenios,  a  tí- 
tulo de  socios  en  permanencia  i  sin  mas  carga  que 
recojer  sus  reales  quintos.  Pero  bajo  la  lejislacion 
libre  de  la  república  ¿cabe  con  desahogo  seme- 
jante apremio?  §e  nos  ha  informado  que  en  Espa- 
ña se  ha  reformado  últimamente  la  lei  en'el  sen- 
tido de  exijir  una  patente  o  contribución  de  mi- 
nas, i  que  el  pago  de  ésta  es  la  que  constituye  la 
continuidad  i  la  preferencia  de  la  propiedad  ac- 
tual i  amparo  de  todo  j enero  de  minas,  aunque  no 
se  trabaje  con  los  cuatro  operarios  i  se  haga  el 
pago  de  ordenanza  actual. 

I  adoptando,  en  vista  de  este  sistema  mucho 
mas  liberal,  el  sistema  que  al  presente  nosotros 
perseguimos  de  las  licencias  remuneradas,  ¿no  se 
lograrla  mejor  la  protección  eficaz  del  minero  por 
el  Estado  i  la  ventaja  del  Estado  mismo,  ahorran- 
do, mediante  el  pago  de  una  contribución  como  la 
que  se  aplica  a  los  productos  agrícolas  de  la  tierra, 
los  pleitos  continuos,  las  intrigas  subterráneas  i  los 
abusos  de  todo  j enero  a  que  da  lugar  el  sistema 
actual  de  abandono  i  denuncio  por  despueble  de 
que  trata  el  tit.  VI  del  Código  de  Minerial 


433 


VIL 


No  es  menos  deficiente  talvez  nuestra  lejisla- 
cion  en  materia  de  penas  para  los  abusos,  las  irre- 
gularidades i  aun  los  crímenes  que  suelen  come- 
terse en  la  esplotacion  de  las  minas.  Cierto  es  que 
la  cangalla  está  sujeta  a  la  leí  común,  lo  mismo 
que  el  salteo  de  metales  en  cancha,  operación  que 
ha  tenido  lugar  en  Chile,  como  en  Real  del  Mon- 
te en  ]\[éjico;  pero  los  castigos  determinados  a  los 
casos  especiales  no  existen  en  nuestra  lejislacion, 
sin  embargo  de  ser  de  notoria  importancia  en 
otros  paises  (1). 

Asi,  por  ejemplo,  en  Inglaterra  se  estatuyó  en 
el  reinado  de  Joije  IV  que  el  que  con  dañada  in- 
tención ahogase  una  mina  desviando  hacia  ella  un 
cauce  de  agua  o  por  otro  medio  seria  considerado 
culpable  de  felonía,  i  podia  ser  en  consecuencia 
desterrado  del  pais  hasta  por  siete  años,  con  mas 
ser  azotado  el  hechor  públicamente,  i  no  solo  una, 


(l)  No  han  faltado  en  Chile  casos  de  asalta  a  mano  armada 
dado  por  bandoleros  a  las  minas,  i  entre  otros  recordamos 
uno  que  tuv^o  lugar  al  mineral  de  01*0  del  Inca  en  Copiapó  en 
noviembre  de  18i8.  Los  acusados  llamados  Antonio  Troncoso, 
Pascual  Quinteros  i  Lorenzo  Salinas  fueron  absueltos  por  falta 
de  prueba  (lo  de  siempre),  por  sentencia  de  20  de  abril  de 
1849  rejistrada  en  La,  Gacetct,  de  los  Tribunales,  correspondiente 
a  ese  año,  páj.  2  117. 

E.         o.  55 


—  434  — 

sino  dos  i  tres  veces,  como  aditamento  a  su  casti- 
go. El  acto  no  poco  frecuente  en  aquel  pais  de 
incendiar  las  minas  de  carbón  de  piedra  estaba 
sujeto  a  ser  penado  con  prisión  perpetua  i  trabajo 
de  cadena.  A  la  verdad,  tan  severa  ha  sido  en  esta 
parte  la  de  suyo  rigorosa  lejislacion  criminal  en  la 
Gran  Bretaña,  que  hasta  hace  poco  se  castigaba 
con  la  pena  capital  todo  intento  dirijido  a  dañar 
algún  injenio  o  amotinar  una  faena  minera  (1). 

(1)  Llegado  el  caso,  el  lejislador  chileno  i  especialmente  el 
ministro  del  ramo  consultaría  con  algún  fruto,  entre  otros  libros 
especiales  relativos  a  California,  un  interesante  resumen  sobre  la 
lejislacion  minera  de  Inglaterra  publicado  por  el  abogado  Mr. 
Whitton  Arundel  en  1862  con  el  titulo  de  A  practical  treatise 
on  the  law  relating  to  mining  companies.  Con  este  mismo  propó- 
sito se  ha  publicado  liltimamente  en  Londres  (marzo  de  1881) 
un  pequeño  folleto  que  tiene  el  siguiente  título:  Gold  mining 
from  the  investor's  point  ofview  hy  Alfred  G.  Lek. 

El  lejislador  futuro  haria  bien  a  este  mismo  propósito  en  con- 
sultar algunas  obras  interesantes  publicadas  en  Chile  sobre  le- 
jislacion de  minas,  especialmente  por  los  señores  Cobo  (Manual 
del  minero)^  Lira  (Esposicion  Je  las  leyes  mmeras  de  Chile), 
P.  F.  Vicuña  {Respuesta  a  la  comisión  de  bosques),  Quesada 
(Proyecto  de  reforma  de  la  ordenanza  de  minería — 1864;  Güemes 
{Proyecto  id,  de  1866).  Urmenet?,  Tocornal  i  Domeyko  {Proyec- 
tode  reforma  del  tít.  IV  de  la  ordenanza)  i  con  mas  particula- 
ridad una  estensa,  laboriosa  i  erudita  memoria  leida  ante  la  Fa- 
cultad de  leyes  en  setiembre  de  1874  i  publicada  ese  mismo  año 
en  los  Anales  de  ese  docto  cuerpo  por  el  malogrado  abogado  i 
minero  del  norte  don  Mariano  F.  Saavedra,  con  el  título  de  Le- 
jislacion de  millas. 


—  435  — 


VIH. 


Otra  de  las  mas  graves  cuestiones  que  ajuicio 
del  que  esto  escribe  debería  abordar  el  reforma- 
dor del  código  de  minas  en  este  pais,  seria  el  de 
las  sociedades  anónimas  para  esplotar  minas. 

En  este  punto  la  lei  inglesa  es  mui  severa  i  de- 
biera serlo  mas  en  Chile. 

Puede  asegurarse,  en  efecto,  con  perfecta  razón 
i  evidencia,  que  en  las  faenas  mineras  organi- 
zadas o  trabajadas  por  asociaciones  anónimas,  no 
es  el  broceo  lo  que  deben  temer  mas  los  accionis- 
tas, sino  el  ajio  i  \'¿i  farsa.  Poco  después  de  la  in- 
dependencia de  la  América  Española,  deslumbra- 
dos  los  ingleses  i  especialmente  «la  ignorante  Lon- 
dres» (así  la  llama  un  autor  recientemente  citado  a 
propósito  de  minas)  por  la  fama  de  los  tesoros  del 
Nuevo  Mundo,  cayeron  en  mil  estravcigaücias,  se- 
gún cuenta  Barry,  i  aun  hubo  una  crisis  jeneral 
en  aquel  opulento  pais  motivada  por  la  fiebre  mi- 
nera que  cuhTiinó  en  1825.  Mas,  por  lo  mismo,  i 
especialmente  después  de  1856  en  que  se  dictó  el 
Joint  Stock  Gompanies  Act,  o  lei  de  compañías 
anónimas,  las  precauciones  del  lejislador  son  tan 
minuciosas  que  seria  difícil  dar  lugar  al  engaño  i 
a  la  irresponsabilidad.  La  garantía  principal  de 
la  fci  británica  no  consiste  tanto,  a  nuestro  enten- 
der^  en  el  depósito  en  arcas  fiscales  de   cierta  su- 


—  436  — 

ma,  como  se  requiere  en  Chile  para  las  institucio- 
nes de  crédito,  sino  en  la  responsabilidad  concreta 
i  determinada  (limüed)  de  la  asociación  i  de  sus 
socios  individualmente  por  un  capital  dado,  i  de 
aquí  el  limüed  que  se  lee  en  todas  las  compañías 
inglesas  o  norte  americanas,  como  el  street  en  to- 
das sus  calles. 

El  tratadista  ingles  que  hace  poco  citamos 
(Arundel)  maneja  con  mucha  detención  este  asun- 
to i  a  él  consagra  la  mitad  de  su  libro  de  esposicion 
sobre  la  lejislacion  inglesa  en  materia  de  minas. 
Confianza  i  no  fraude  es  ciertamente  lo  que  en 
Chile  ayudará  al  oro  a  salir  de  las  entrañas  de  la 
tierra  a  la  superficie,  i  confesamos  que  para  no- 
sotros el  mayor  peligro  del  porvenir  lo  vemos 
vinculado  a  este  respecto  al  abuso  del  pasado.  En 
jeneral,  i  por  lo  que  a  nuestro  propio  criterio  in- 
cumbe, toda  compañía  de  oro  que  vende  accio- 
nes i  juega  al  alza  i  baja  de  ellas  se  hace  en  el 
acto  sospechosa. 

IX. 

Ocurresenos  también  que  se  prestaria  a  una  re- 
forma saludable  el  cambiar  el  orden  de  funciona- 
rios políticos  que  por  la  lejislacion  vijente  tienen 
en  Chile  elprivilejío  de  otorgar  i  de  tasar  la  for- 
tuna del  minero,  es  decir,  los  intendentes,  los  go- 
bernadores i  aun  los  subdelegados  de  minas. 


—  437  — 

¡Cuántos  escándalos  se  han  cometido  en  este 
orden  desde  los  descubrimientos  de  Chañarcillo  a 
los  de  Caracoles!  ¿I  no  seria  por  esto  mas  acerta- 
do el  principio  de  poner  todo  el  réjimen  de  la  pro- 
piedad minera,  como  el  de  toda  la  propiedad  ci- 
vil, bajo  el  amparo  de  la  justicia  común? 


X. 


Lanzamos  nosotros  estas  ideas  como  simples  te- 
mas de  discusión,  i  solo  con  el  propósit(3  de  con- 
vencer al  pais,  al  Congreso  i  aun  al  gobierno,  que 
el  Código  de  minería  necesita  una  reforma  radi- 
cal, si  ha  de  recojerse  de  él  todo  el  fruto  a  que  el 
adelanto  industrial  de  la  república  tiene  derecho. 

Mas,  según  desde  la  primera  pajina  de  este  li- 
bro hemos  venido  declarándolo,  nuestra  aspira- 
ción propia  i  nuestra  acción  lejislativa  es  mucho 
mas  modesta.  Se  limita  a  solo  doá  puntos  esen- 
ciales, que  al  dar  cima  a  nuestra  tarea  nos  parece 
útil  recordar; — a  saber,  a  la  libertad  industrial  de 
tr¿ibajar  el  oro,  mediante  una  patente  o  licencia 
barata  i  renovable  cada  año,  i  a  la  aplicación  de 
este  sistema  a  los  vastos  i  comparativamente  vír- 
jenes  campos  de  la  Araucania,  territorio  que  es 
hoi  esclusiva  propiedad  de  la  nación,  puesto  que 
por  su  rescate  del  bárbaro  derrama  la  última  a 
estas  horas  su  sudor,  su  oro  i  su  sano-re. 

¿Puede  pedirse  menos? 


438 


XI. 


I  sin  embargo,  nosotros  solo  a  eso  llegamos  i 
con  eso  nos  damos  por  satisfechos  para  el  presente, 
advirtiendo  que  en  ese  terreno  no  nos  encontramos 
solos,  pues  vamos  ya  en  la  honorable  compañía  del 
ministro  del  ramo  i  de  los  mas  ricos  propietarios 
de  pertenencias  auríferas  de  la  montaña  de  Cara- 
mávida,  tanto  en  laj  medidas  i  adjudicadas  como 
en  las  por  denunciar  i  por  medir  en  Magallanes  i 
en  la  Tierra  del  Fuego,  para  cuyos  páramos  i 
arrecifes  va  navegando  a  estas  horas  esforzada 
espedicion  de  argonautas.  (1) 


(1)  Son  interesantes  algunos  detalles  publicados  en  la  obra 
titulada  Thomas  Brasscy  in  Nineteenth  Century  sobre  el  oro  de 
Magallanes  i  su  riqueza.  Su  calidad  es  tan  buena,  según  esos 
datos,  que  mientras  el  oro  bien  reputado  de  Ballarat  en  Austra- 
lia se  ha  vendido  a  razón  de  3  £  18  chelines  i  6  peniques  la  on- 
za, el  de  Magallanes  ha  alcanzado  mas  o  menos  el  mismo  pre- 
cio, o  sea  3  £  16  chelines.  Según  esperimentos  del  vice-cónsul 
de  S.  M.  B.  en  Punta  Arenas,  Mr.  Shanklin,  varias  veces  citado 
en  este  libro,  de  3,^^00  yardas  cúbicas  de  cascajos  sacó  680  pe- 
sos oro  o  sea  37  es.  por  yarda,  cuando  en  California  ha  producido 
millones  lavar  cascajos  que  solo  rendían  4|  por  yarda  cúbica. 

Según  nuestros  amigos  D.  Dublé  Almeida,  antiguo  goberna- 
dor de  Magallanes,  i  Daniel  C.  Ramírez,  comerciante  de  aque- 
lla colonia,  el  producido  del  oro  pasa  de  22,000  pesos  un  año 
con  otro  en  la  colonia;  i  el  último,  que  se  halla  recien  llegado  de 
aquellos  parajes,  nos  asegura  que  hoi  mismo  el  que  quiere  lavar 
oro  en  el  rio  de  las  ininas,  junto  al  pueblo^  saca  uno,  dos  i  hasta 


—  439  — 

c(Lo  qae  es  indudable,  decia  liace  poco  iiu  bien 
pensado  artículo  de  la  prensa  de  Yalparaiso,  ha- 
blando de  las  espectativas  i  de  los  temores  de  la 
presente  hora  para  los  mineros  del  oro,  lo  que  es 
indudable  es  que  ni  al  pais  ni  a  los  que  han  ob- 
tenido concesiones  de  tierras  auríferas,  ni  a  los 
que  han  invertido  algún  dinero  en  reconocimien- 
tos i  ensayes,  puede  convenirles  la  incertidambre 
actual.  Unos  i  otros  están  sufriendo  una  especie 
de  suplicio  de  Tántalo:  creen  que  ya  van  a  tocar 
la  riqueza,  i  la  riqueza  se  les  escapa.  Prolongar 
esta  situación  es  perder  tiempo  i  dinero,  lo  que, 
en  los  malos  dias  que  corren,  constituye  una  pér- 
dida doblemente  sensible,  porque  esos  capitales  i 
esa  actividad  que  se  están  malgastando,  aplicados 
a  otras  industrias,  podrían  hacerlas  prosperar. 

))Esto  por  lo  que  toca  a  los  particulares.  El  go- 
bierno también  tiene  algo  que  hacer  en  materia 
de  lavaderos,  i  es  'preparar  una  leí  que  supla  los 
vacíos  de  nuestras  ordenanzas  de  minas  que  no  tie- 
nen disposiciones  aplicables  a  la  esplotacíon  de  tie- 
rras awiferas. 

);La  analojía  entre  una  mina  i  un  lavadero  no 
pasa  mas  allá  de  la  semejanza  de  sas  productos: 
del  lavadero  i  de  la  mina  se  estraen  metales  pre- 


tres  pesos  diarios.  Todo  el  oro  de  Magallanes  va  directamente  a 
Europa,  i  en  1875  el  gobernador  Dublé  mandó  hacer  tres  cajas 
o  tarjeteros  de  ese  metal  a  Inglaterra. 


—  440  — 

ciosos.  Pero  ni  la  forma  en  qne  se  hacen  los  pedi- 
mentos, ni  la  forma  en  que  se  plantea  el  trabajo, 
tienen  en  ambas  industrias  un  solo  punto  de  se- 
mejanza. 

))Para  que  se  vea  cuan  absurdo  es  pretender 
aplicar  nuestra  lejislacion  minera  a  los  lavaderos, 
recuérdese  solamente  que  la  lei  obliga  al  dueño 
de  una  pertenencia  en  una  mina  a  poner  en  ella 
cierto  trabajo  en  un  plazo  determinado  so  pena 
de  perderla.  Ahora  bien:  como  el  que  pretende 
esplotar  un  lavadero  necesita  acumular  muchas 
pertenencias,  estarla  obligado  a  pouer  trabajo  en 
todas,  lo  que  es  inaceptable.  ¿Cómo  ha  de  poner 
trabajo  el  dueño  de  cien  pertenencias  en  diez 
puntos  diversos  a  la  vez?  Ello,  lo  repetimos,  seria 
un  verdadero  absurdo.»  (1) 

XII. 

Pero  ¿a  qué  ocurrir  a  divagaciones  ni  a  teorías 
sobre  la  necesidad  i  la  urjencia  de  la  reforma  es- 
pecial i  específica  que  reclamamos,  cuando  el  mas 
próspero  i  el  mas  reciente  descubrimiento  aurífe- 
ro de  Chile  está  sirviendo  de  ejemplo  vivo  del 
mal  que  lamentamos?— Hace,  en  efecto,  por  estos 
dias  apenas  un  año  que  anos  pobres  hombres  11a- 


(J )  Editorial  del  Mercurio  de  Valparaíso  del  27  de  octubre  de 

1881. 


—  441  — 

mados  Novas  (i  según  otros  irnos  desertores  del 
ejército)  descubrieron  el  primer  grano  de  oro  na- 
tivo en  una  serie  de  quebradas  que  se  vacian  en 
el  rio  Pilpilco  i  forman,  corriendo  de  sur  a  norte, 
el  nudo  que  se  llama  la  Montaña  Negra  en  las 
vertientes  occidentales  de  la  cadena  de  Nahuel- 
buta,  a  cinco  o  seis  leguas  de  Cañete  i  a  mas  cor- 
ta distancia  de  Tacapel  viejo,  donde  fué  ultimado 
el  primer  minero  de  oro  de  la  conquista,  don  Pe- 
dro de  Valdivia. 

¿I  qué  se  ha  adelantado  desde  entonces?  -Plei- 
tos, mensuras  i  contra  mensuras,  pedimentos  con- 
tra pedimentos,  balazos,^  afanes,  contrabandos  i 
robos  escandalosos,  que  uno  de  los  descubridores  i 
víctima  del  mal  réjimen  actual  ha  estimado  hasta 
en  la  cantidad  de  200,000  pesos....  Ese  es  el  inven- 
tario de  un  gran  descubrimiento  bajo  el  réjimen 
actual. 

XIIT. 

Esto  no  obstante,  es  tal  la  riqueza  nativa  de 
aquel  suelo  volcánico,  el  cual  de  seguro  fué  tra])a- 
jado  por  los  españoles,  conforme  a  demostracio- 
nes en  todas  parte  visibles  del  paso  de  j entiles  i 
cristianos,  que  su  esplotacion  continúa  siendo  una 
de  las  espectativas  mas  lisonjeras  del  país,  al  pun- 
to que  el  hallazgo  reciente  i  auténtico  de  una  de 
las  puntas  de  oro  mas  valiosas  de  que  haya  memo- 

LA  E.  DEL  O.  56 


—  442  — 

ría,  encontrada  en  la  pertenencia  de  un  pobre  mi- 
nero del  apellido  de  los  de  la  Vision  del  Bronce  en 
Pe  torca  (Soriano),  ha  producido  una  A^erdadera 
sensación  en  todos  los  círculos  financieros  de  Chi- 
le. Hasta  hoi,  al  menos,  no  se  habia  tenido  noticia 
de  una  pepa  de  oro  que  sobrepujase  ala  de  la  que- 
brada 2)rimera  de  las  pertenencias  llamada  Cali- 
fornia en  la  Montaña  Negra,  con  escepcion  de  la 
punta  de  oro  de  don  Santiago  Lira  que  pesó  en  Ca- 
suto  (mas  según  la  tradición  que  en  la  romana) 
cinco  libras  de  oro  i  la  de  don  Juan  Palacios  de 
Maleara  que  pesó  mas  de  una  arroba.  La  píinta  de 
oro  de  Lebu,  que  fué  llevada  al  pueblo  de  este 
nombre  el  10  de  octubre  último  para  ser  examina- 
da i  puesta  en  la  balanza,  dio  por  lei  de  peso  3005 
gramos,  i  de  éstos  2573  eran  de  oro  paro  i  solo  432 
de  cuarzo.  (1) 

(1)  Las  pepas  de  oro  de  mayor  volumen  que  se  han  conocido 
en  el  mundo  después  de  la  que  hemos  citado,  bajo  la  autoridad 
de  Garcilaso,  han  sido,  según  un  apunte  de  nuestro  laborioso  ami- 
go Rowsell,  las  siguientes:  Una  que  existe  en  el  Colejio  de"  Mi- 
nería de  San  Petersburgo  sacada  de  los  Montes  Urales  que  pesa 
3  i  medio  kilogramos,  o  sea,  cerca  de  ocho  libras.  Otra  de  Ca- 
null  Creeck  (California)  de  18  libras,  estraida  en  1850  con  peso 
de  18  libras.  Otra  del  mismo  pais  en  el  mineral  de  Vallecito  del 
peso  justo  de  una  arroba;  varias  de  50  libras  de  Nueva  Zelan- 
dia i  la  mayor  del  mundo  Ibuuada  La  Bien  venida  {The  Well 
come)  que  un  feliz  minero  sacó  del  famoso  Ballarat  en  Austra- 
lia, la  cual  pesaba  184  libras;  i  ¿,sta  no  era  pepa  sino  sandía. 
Valia  este  prodijio  miueralójico,  aparte  de  su  precio  de  estima- 
ción, 45  mil  p<^sos,  i  su  dueño  ganó    una  fortuna  exhibiéndola. 


—  443  — 

XIV. 

Las  ((chispas»,  «pellas»,  «pepas»,  i  «puntas  de 
oro»  de  la  Montaña  Negra  son  de  frecuente  ha- 
llazgo, lo  que  prueba,  junto  con  las  lavas  i  las 
cenizas  volcánicas  que  se  encuentran  en  sus  que- 
bradas, el  oríjen  igneo  del  metal. — Hemos  oido 
hablar,  a  mas  de  la  punta  citada  de  Soriano,  de 
una  chispa  que  se  vendió  en  131  pesos  25  centa- 
vos i  una  pepa  propiedad  de  don  Juan  Waise  que 
pesó  450  gramos.  Los  empleados  de  la  casa  de 
Moneda  nos  han  asegurado  haberse  comprado  hace 

Véase  a  este  propósito  lo  que  de  las  minas  de  oro  de  Australia 
i  especialmente  del  distrito  de  Ballarat  cuenta  el  conde  de 
Beauvoir  en  sus  amenos  e  interesantes  Viajes  alrededor  del 
mundo. 

I  a  propósito  ¿no  debería  adquirir  el  Estado  estas  que  podría- 
mos llamar  joyas  de  la  corona  que  la  naturaleza  constituida  en 
primoroso  artífice  regala  al  amado  pais?  En  toílos  los  museos  de 
Europa  se  exhiben  preciosidades  estranjeras  de  este  jénero,  sin 
esceptuar  el  de  Historia  Natural  de  Madrid,  en  cnyos  estantes 
hemos  visto  riquísimas  muestras  antiguas  de  minerales  de  Amé- 
rica. Se  nos  ha  asegurado  también  que  la  pepa  de  Quilacoya 
comprada  por  Mr.  Price  en  1839  fué  a  parar  al  Museo  británico 
de  Londres. 

De  todas  suertes  serian  preciosas,  como  todas  las  que  se  han 
acopiado  en  Chile,  particularmente  por  la  intelijente  Junta  de 
minería  de  Copiapó.  Esta  asociación  remitió  al  gobierno  en  fe- 
brero de  1878  cinco  cajones  de  muestras  para  ser  distribuidas 
en  los  diversos  liceos  de  la  república.  (Anales  de  la  Universidad, 
marzo  de  1878). 


—  444  — 

poco  en  ese  establecimiento  una  pepa  de  Lehu  qne 
pesaba  487  gramos,  por  la  cual  se  pagó  500  pesos. 
Según  esa  misma  fuente  de  información,  el  oro  de 
Lebu  es  delgado,  pero  de  un  hermoso  amarillo  i 
purísimo  de  lei,  pues  ha  pasado  de  23  quilates,  o 
sea,  de  969  de  fino  en  mil  partes  de  metal.  En 
cuanto  al  rendimiento  por  lavado  se  ha  dado  cuen- 
ta de  haberse  sacado  hasta  tres  pesos  de  8  bateas 
de  cascajo  i  60  pesos  de  una  tonelada. 

XY. 

c(Es  ya  fuera  de  duda  (decia  haciendo  entusias- 
ta reseña  del  porvenir  que  aguarda  a  Lebu,  un 
periódico  austral)  que  los  minerales  de  oro  de 
Montaña  Negra  de  este  departamento  son  de  una 
riqueza  colosal  que  asegura,  no  solamente  el  por- 
venir de  esta  provincia,  sino  también  el  de  toda 
la  república.  , 

))La  situación  en  lugares  abundantes  de  agua  i 
maderas  a  poca  distancia  de  esta  ciudad,  a  cinco 
leguas  de  Cañete,  a  una  legua  al  oriente  del  ca- 
mino público  que  une  a  estos  dos  pueblos  i  a  inme- 
diacianes  de  la  Caramávida  i  Temuco,  lugares  los 
mas  poblados  i  productores  de  este  departamento, 
reúne  un  conjunto  de  circunstancias  que  ofrece  al 
minero  todo  j enero  de  facilidades  i  ventajas  para 
hacer  una  esplotacion  cómoda  i  económica. 

))Hoi  que,  puede  decirse,  solo  se  practican  los 


—  445  — 

primeros  ensayos  de  trabajos  mineros  en  este  gran- 
dioso descubrimiento,  se  han  estraido  ya  centena- 
res de  miles  de  pesos.  I  lo  que  es  mas  digno  de  no- 
tarse es  que  desde  el  descubrimiento  hasta  el 
presente  no  han  dejado  de  estar  apareciendo  en 
sus  diversas  quebradas  trozos  de  oro  de  admirables 
dimensiones.  Hará  cinco  meses  vimos  uno  de  don 
F.  Ovalle  Olivares  estraido  de  la  quebrada  Salto 
cuyo  peso  era  de  mas  de  trece  onzas.  Posteriormente 
fué  vendido  otro  a  comerciantes  franceses  de  Ca- 
ñete, cuyo  peso  era  de  mas  de  900  gramos.  Últi- 
mamente hemos  visto  las  muestras  siguientes:  dos 
trozos  traídos  de  la  Descubridora  del  Carmen 
perteneciente  al  señor  Ovalle  i  Ca.,  uno  de  223 
gramos  i  el  otro  de  373  oro  puro;  de  una  pequeña 
quebrada  denominada  Primera  que  entra  por  el 
lado  sur  a  la  Descubridora  del  Carmen  o  Nueva 
California,  han  estraido  los  señores  Smith  i  So- 
riano  un  pedazo  de  140  gramos,  otro  de  419,  am- 
bos de  oro  puro;  i  el  8  del  presente  mes  estos 
mismos  señores  en  la  misma  quebrada  encontra- 
ron un  enorme  trozo  que  hemos  tenido  en  nues- 
tras manos  cuyo  peso  en  bruto  es  de  tres  mil  cinco 
gramos,  oro  puro  dos  mil  quinientos  setenta  i  tres 
i  432  de  cuarzo,  según  el  análisis  practicado  por 
los  señores  Mary  i  Barron.  (1) 


(l)  E¿  Liberal  del  15  de  octubre  último. 

Igaoramos  hasta  el  momento  ea  que  escribimos  cual  haya  si- 


446  — 


XVI. 


«De  la  misma  quebrada  primera  de  California, 
decia  otro  periódico  lugareño  {^El  Araucano  del 
10  de  octubre),  se  trajo  una  gran  cantidad  de  oro 
en  polvo,  como  dos  mil  gramos.  Todo  este  oro 
visto  sobre  una  mesa  no  significa  solo  un  valor  de 
tres  a  cuatro  mil  pesos,  significa  tal  vez  el  engran- 
decimiento de  un  pueblo.  Esa  piedra  de  dimen- 
siones poco  comunes,  no  es  una  piedra  única,  ais- 
lada, es  una  parte  insignificante  de  una  inmen- 
sa riqueza.*  Creemos,  pues,  fundadas  las  palabras 
que  la  vista  de  tanta  abundancia  de  oro  arran- 
có a  muchos:  «El  porvenir  de  Lebu  está  asegu- 
rado!» 

«En  la  pertenencia  del  señor  Schliebener  se 
ha  sacado  oro  en  polvo  i  algunas  pepas,  entre  las 
cuales  figuran  dos  de  alguna  importancia:  una  pe- 
só 373  gramos;  la  otra  233.  Solo  en  el  dia  de  ayer 
el  señor  Barron  recibió  siete  mil  i  tantos  pesos  en 
oro.» 


do  la  suerte  de  los  mineros  de  la  Montaña  Negra  en  el  último 
alzamiento  de  los  indios.  Pero  ¿acaso  el  oro  ha  sido  parte  de  la 
rebelión  hoi  como  en  1553? 

Se  anuncia  al  menos  que  lian  sido  muertos  muchos  de  los  po- 
bladores de  Temuco  en  la  Montaña  Negra,  i  por  esos  mismos 
parajes  fué  sacrificado  hace  328  años  el  primer  gobernador  de 
Chile  i  señor  de  Arauco,  don  Pedro  de  Valdivia. 


—  447  — 


XVII. 


I  bien,  apesar  de  todas  estas  tentaciones  i  estos 
francos  i  aun  opulentos  dones  de  la  naturaleza; 
apesar  de  hallarse  la  propiedad  de  la  Montaña 
Negra  constituida  en  manos  liberales  i  aun  jene- 
rosas  como  las  del  señor  Francisco  Os'alle  Oliva- 
res i  los  señores  Cousiño  de  Lota,  puede  afirmar- 
se, sin  cometer  una  exajeracion  en  ello,  que  el  sis- 
tema de  estacas  fijas  i  de  pertenencias  acumulati- 
vas ha  estado  haciendo  en  la  Montaña  Negra  el 
mismo  esterilizante  oficio  que  haria  una  barrera, 
siquiera  fuera  de  oro,  conteniendo  dentro  de  re- 
mota represa,  perdida  en  la  montaña,  las  aguas 
que  una  vez  sueltas  darian  fertilidad  i  opulencia  a 
vasta  campiña.  A  la  verdad,  el  trabajo  lejítimo  i 
fecundo  ha  estado  de  para  en  Lebu,  escepto  en 
las  faenas  de  propiedad  particular  ya  citadas  que 
persiguen  sus  aprestos  con  meritorio  i  dignísimo 
esfuerzo.  Pero  el  trabajo  libre,  el  que  engrandece 
las  comarcas,  el  que  enriquece  a  los  países  como 
comunidad,  se  ha  hecho,  a  virtud  de  la  fuerza  de  las 
cosas  i  los  defectos  de  la  lei,  materia  de  contraban- 
do, de  celos,  de  peligros,  de  robos  que  alejan  la 
confianza,  salud  de  todas  las  empresas  industriales. 

I  todavía,  si  la  lei  de  estacas  fijas  i  acumulati- 
vas que  enjendra  el  monopolio  no  hubiese  de  re- 
formarse ¿no  veríamos  mañana,  pas-ido,  dentro  de 


—  448  — 

poco,  cuando  la  aurífera  Araucania,  redimida  del 
bárbaro  mas  por  el  colono  que  por  el  soldado,  se 
halle  toda  en  nuestras  manos,  i  bajo  la  éjida  de 
la  civilización,  no  veríamos,  decíamos,  ese  mismo 
peligro  i  ese  grave  daño  crecer  con  el  suelo  i  con 
la  riqueza,  hasta  hacer  necesaria  una  nueva  cam- 
paña contra  los  ^perros  del  hortelano  que  no  tar- 
darían en  adueñarse  de  todo  el  territorio  con 
sus  estacas  como  hoi  lo  están  los  araucanos  con 
sus  lanzas? 

XVIII. 

He  allí  el  peligro  del  porvenir,  he  ahí  la  llaga 
viva  del  código  de  minería  respecto  del  oro;  pero 
he  allí  también  el  remedio: — la  licencia  que  auto- 
riza el  trabajo  libre,  remunerativo  para  el  estado, 
que  éste  custodia  sin  gastar,  que  dirije  sin  oprimir 
i  que  al  fin,  como  los  hilos  imperceptibles  que  en 
su  oríjen  forman  el  manantial  de  los  rios.  llevan 
la  abundancia  i  el  bienestar  a  todas  partes. 

I  por  esto  ponemos  fin  a  nuestro  trabajo,  ya 
demasiado  estenso  para  tan  sencillo  si  bien  patrió- 
tico tema,  reproduciendo  en  su  pajina  final  algo 
que  habríamos  deseado  hacer  grabar  con  bien 
marcados  tipos  en  su  carátula;  esto  es,  un  facsí- 
mil de  lo  que  en  California,  en  la  Australia  i  en 
la  Nuev^a  Zelandia  constituye  la  base,  el  título, 
la  lei,  el  amparo,   la  riqueza,   la  vida  en  fin  i   la 


—  449  — 

fortuna  ele  la  esplotacion  del  oro, — todo  lo  cual 
consiste  en  una  pequeña  tira  de  papel  de  oficio  o 
pergamino  que  vale  5  pesos  cada  año,  i  diria  así 
testualraente,  aplicándolo  al  mas  vecino  distrito 
de  faenas  de  oro  de  la  capital  i  al  hombre  que  por 
su  desinteresado  entusiasmo  mereciera  tener  en- 
tre nosotros  el  primer  puesto  en  las  filas  de  los  ci- 
vilizadores de  Chile  por  el  oro: 


LA  E.   DEL  O.  67 


—  450 


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(1)  El  ofijinal  en  inglés  qiK?  nos  ha  servido  para  redactar  el  anteiio 
foi'mnlario  con  alguna  licencia  (como  que  es  tal)  pertenece  al  apveciabit 
cabaUiTO  italiano  don  Arístides  Cattabcui,  antiguo  njiuero  libre  de  I;: 
Nueva  Zelandia  i  dice  testualmcate  at,í; 


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EPÍLOGO 


«Articulo  I."  Se  establece  en  Santiago 
una  sociedad  bajo  la  denominación  de  «So- 
ciedad Nacional  de  Minería». 

»Art.  2.''  La  Sociedad  tiene  por  objeto 
el  fomento  i  progreso  de  la  minería. 

»Art.  3.**  La  Sociedad,  tan  luego  como  el 
cutado  de  sus  recursos  lo  permita,  fundará 
escuelas  especiales,  laboratorios  de  quími- 
ca analítica  i  colecciones  de  todos  tos  mi- 
nerales conocidos. 

»Art.  4."  Ejercerá  igualmente  su  acción 
por  medio  de  la  prensa  por  publicaciones 
periódicas,  promoviendo  congresos  de  mi- 
neros e  industriales;  estableciendo  rela- 
ciones con  sociedades  o  corporaciones  es- 
tranjeras  para  el  cambio  recíproco  de  co- 
nocimientos, i  propagando,  en  fin,  los  me- 
jores i  mas  nuevos  sistemas  de  esplotacion 
i  beneficio  de  las  materias  que  son  objeto 
de  la  industria, 

( Estatutos  de  la  dSociedad  Nacio7ial  de 
MineriaTü,  noviembre  de  1881). 


I. 


Estraño  parecerá  sin  duda  a  muchos,  que  un  li- 
bro tan  llano  como  el  presente,  tan  escaso  de 
emociones  como  nutrido  de  números,  humilde  i 
prosaico  como  un  risco  de  escasa  lei,  alcance  los 
honores  de  un  epílogo.  Pero  fuera  de  que  el  oro 


—  453  — 

ha  dado  oríjen  a  mayores  dramas  que  la  mujer, 
desde  Colon  a  Humbold,  desde  Jason  al  capitán 
Sutter,  desde  Cagliostro  a  Parafí",  lo  cierto  es  que, 
tal  como  ha  nacido  en  tosco  pañal,  la  obra  que 
hoi  entregamos  al  público  ha  tenido  sin  esfuerzo 
epílogo,  i  por  esto  lo  colocamos  aquí,  ensanchando- 
en  unas  cuantas  líneas  el  márjen  de  la  tela  orijinal 
sobre  la  cual  el  bosquejo  habia  sido  diseñado. 

Ese  epílogo  está  contenido  en  las  pocas  líneas 
que  a  su  frente  hemos  puesto  por  epígrafe;  pero 
no  podemos  menos  de  agregar  el  acta  de  instala- 
ción preparatoria  de  una  sociedad  llamada  a  pro- 
ducir para  la  industria  minera  en  Chile  los  mismos 
opimos  frutos  que  hoi  rinde  a  su  labranza  la  So- 
ciedad Ncicional  de  Agricultura.  Esa  acta  dicQ 
así: 

«PRIMERA  REUNIÓN  DE  LA  JUNTA  ORGANIZADORA 

)) Convencidos  los  que  suscriben  de  la  necesidad 
i  conveniencia  de  organizar  una  Sociedad  Nacio- 
nal de  Minería  que  propenda  al  desarrollo  i  fo-. 
mentó  de  los  intereses  mineros, 

))  Acuerdan: 

)) Constituirse  en  junta  a  fin  de  trabajar  en  la 
realización  de  aquel  propósito.  Al  efecto  se  convo- 
cará a  una  reunión  a  todas  las  personas  que  resi- 
diendo en  esta  ciudad,  tengan  interés  en  la  indus- 


—  451  — 

tria  minera,  i  se  solicitará  la  cooperación  ele  todos 
los  mineros  de  la  república. 

»Los  señores  Francisco  Gandarillas  i  Agastin 
Nazario  Elgiiin,  nombrados  secretarios  de  la  Jim- 
ta,  quedan  encargados  de  ejecutar  i  transcribir 
sus  acuerdos. — Santiago,  noviembre  17  de  1881. 

dA.  Sassi. — Telésforo  Andrada. — José  de  Bes- 
paldíza. —  Lorenzo  Elguin  Bodríguez. —  Agustín 
Nazario  Elgain. —  Washington  Lastarría. —  Na- 
zario Elguin. —  Francisco  Gandarillas. —  A.  2." 
Sassi. — J.  M.  Ovalle  O. — Alberto  Gandarillas. — 
P.  N.  Videla. — F.  L.  Luco. —  J.  Francisco  Bivas. 
— Ramón  F.  O  valle. — N.  González  Julio. — J.  An- 
tonio Tagle  A. — Alejandro  Pérez. — Francisco  de 
P.  Pérez. ^ 


II. 


Acompañan  a  estas  albricias  de  una  nueva  edad 
para  la  minería  en  Cliile  las  siguientes  importan- 
tes i  eficaces  reflexiones  de  uno  de  sus  promotores 
i  secretario  que  nosotros  no  podemos  menos  de 
acojer  en  un  libro  que  se  titula  La  edad  del  oro, 
metal  matriz  i  tipo  de  todas  las  riquezas  que  las 
entrañas  de  la  tierra  rinden  al  esfuerzo  humano. 

«Se  trata,  dice  el  señor  Francisco  Gandarillas, 
en  una  carta  a  «La  Época»  del  25  do  noviembre 
(que  es  la  fecha  en  que  escribimos)  se  trata  de 
organizar  una  Sociedad  Nacional  de  Minería,  que 


'' —  455  — 

fomente  i  vele  por  el  progreso  do  esta  industria, 
tan  principal  e  importante  en  nuestro  organismo 
económico. 

((Queremos  que  la  minería,  imitando  a  la  agri- 
cultura, que  ha  sabido  ser  mas  previsora  i  que  ha 
comprendido  mejor,  que  la  unión  es  la  fuerza, 
tenga  la  posición  social  que  le  corresponde. 

))La  Estadística  Comercial  correspondiente  al 
año  último  manifiesta  que,  mientras  la  esporta- 
cion  de  productos  agrícolas  solo  ha  ascendido  a 
poco  mas  de  once  millones  de  pesos,  la  esporta- 
cion  de  productos  de  la  minería,  comprendiendo 
en  ella  todas  las  industrias  estractivas,  supera  de 
treinta  i  siete  millones  de  pesos. 

5)Este  solo  dato  bastarla  para  manifestar  la  im- 
portancia i  el  desarrollo  que  esta  industria  tiene  i 
puede  alcanzar  en  Chile. 

^Nuestro  pais  es,  sin  duda,  el  mas  rico  de  la 
tierra  en  productos  minerales,  i  son  muchos  los 
que  viven  en  él  sin  saberlo,  como  aquel  ciudada- 
no que,  ya  viejo,  vino  a  caer  en  que  hablaba  en 
prosa. 

))Sin  embargo,  no  hái  intereses  mas  mal  com- 
prendidos ni  peor  atendidos. 

3) Desde  que  se  constituye  la  propiedad  de  la 
mina  hasta  que  el  producto  se  embarca  en  nues- 
tros puertos  para  ir  a  cambiarse  al  estranjero,  to- 
do es  dificultades  i  gabelas.» 


—  450  — 


III, 


Ocupándose  en  seguida  de  nuestro  pequeñísi- 
mo proyecto  presentado  al  Senado  en  agosto  últi- 
mo, base  orijinaria  i  casi  esclusiva  de  este  libro, 
el  autor  de  las  consideraciones  anteriores,  lo  aco- 
je  también  en  justicia  con  las  palabras  siguientes: 

«A  muchos  de  estos  males  se  ha  tratado  de  po- 
ner remedio  inútilmente,  i  penden  ante  la  consi- 
deración del  Congreso  algunos  proyectos  tendien- 
tes a  ese  fin. 

5)E1  último  talrez  es  el  del  honorable  senador 
por  Coquimbo,  para  hacer  posible  la  esplotacion 
de  los  lavaderos  de  oro  por  los  métodos  hidráuli- 
cos modernos.  Este  proyecto,  defectuoso  i  deficien- 
te como  es,  a  nuestro  juicio,  porque  se  preocupa 
mucho  del  oro  i  nada  del  agua  para  lavarlo,  po- 
dria  servir  siquiera  para  iniciar  una  verdadera  re- 
forma.» 

Aceptamos  con  verdadera  satisfacción  los  cali- 
ficativos de  «defectuoso»  i  «deficiente»  del  proyec- 
to senatorial  de  agosto,  puesto  que  es  lo  mismo 
que  el  proyecto  dice,  limitándose  al  escliisivo  pun- 
to del  trabajo  libre  en  la  Araucania  que  era  todo 
el  alcance  que  por  entonces  la  idea  tenia. 

Hoi  vemos  con  sincera  satisfacción  que  la  idea 
innata  crece,  se  desarrolla  i  brilla.  I  al  tomar  no- 
ta de  tan  consolador   progreso,   nos  enorgullece- 


—  457  — 

mos  de  haber  puesto  el  primer  adoquín  en  la  an- 
cha via,  el  primer  pilar  bajo  la  bóveda  de  la  ina- 
gotable mina,  la  primera  tenue  lumbrera  al  sol 
del  aspa,  por  la  cual  será  dable  penetre  a  los 
ricos  planes  i  lavaderos  del  futuro,  la  luz  de  la 
reforma  que  es  mas  poderosa  i  mas  fructífera 
dentro  de  las  entrañas  de  la  tierra  que  el  brillo 
fugaz  de  la  pólvora  i  el  esparcimiento  de  sus  es- 
f^^mbros  en  las  canchas... 


El  autor. 


Santiago,  noviembre  25  do  1881. 


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LA   E.    DEL  O.  58 


ANEXOS. 
I. 

DISCUSIÓN    HABIDA    KN    EL    SKNADO    CON    MOTIVO  DE   I.A   ArilOBACION    EN 

JENERAL  DF.L  PROYECTO  QUE  SIRVE  DE  BASE  AL  PKESENTK  LIBKO, 

JiN    LA    SESIÓN    DE    AQUEL    CUERPO    CORRESPONDIENTE  AL 

2-1   DE  AGOSTO  DE  1881 

El  señor  Vicuña  Mackenna. — Hai.  en  la  carpeta  del  señor 
Secretario  un  proyecto  que  tuve  el  honor  de  presentar  hace 
algunos  dias,  tendente  a  regularizar  la  esplotacion  de  los  ya- 
cimientos de  oro  en  el  territorio  de  Arauco. 

Como  sobre  esta  misma  materia  existe  en  Comisión  otro 
proyecto  análogo,  pedirla  que  el  mío  pasara  a  esa  misma 
Comisión. 

El  señor  Presidente. — Pero,  como  Su  Señoría  sabe,  no  se 
puede  pasar  un  proyecto  a  Comisión  antes  de  su  aprobación  en 
jeneral. 

El  señor  Vicuña  Mackenna. — ^Nli  objeto,  señor,  os  pedir  la 
¿discusión  jeneral. 

El  señor  Presidente. — En  discusión  jeneral  el  proyecto. 

Se  leyó  la  moción  del  señor  Vicuña  Mackenna,  pMicada 
'Cn  la  sesión  de  11  de  julio  del  presente  año,  moción  que  tiene 
por  objeto  regularizar  la  esplotacion  de  los  yacimientos  aurí- 
feros de  la  Araucania. 

El  señor  Vicuña  Mackenna. — E?te  proyecto,  señor,  corres- 


—  459  — 

ponde  a  una  verdadera  revolución  industrial,  que  se  ha  ope- 
rado, desde  hace  treinta  aiios,  en  las  naciones  productoras  de 
oro. 

Persiguiéndose  en  los  tiempos  de  la  colonia  en  América- 
casi  esclusivamonte  el  beneficio  de  las  minas  de  oro,  la  lejis- 
lacion  se  vio  obligada,  atendiendo  a  la  escasez  de  conquista- 
dores que  entonces  poblaban  el  continente,  a  otorgar  grandes 
porciones  de  tierra  aun  mismo  individuo,  para  que  esplotara 
esos  yacimientos.  De  ahí  venia  que  un  simple  individuo  era 
dueño  de  grandes  porciones  auríferas,  para  esplotarlas  sin 
otro  medio  que  el  sudor  i  la  sangre  de  grandes  manadas  de 
indios,  que  trabajaban  como  esclavos. 

Ese  trabajo  manual  ha  desaparecido  junto  con  la  población 
indíjena,  i  el  progreso  de  la  ciencia  i  de  las  industrias  lo  ha 
remplazado  por  los  grandes  descubrimientos  modernos  de  la 
hidráulica  i  del  vapor  que  han  transformado  esas  faenas. 

Ya  que  el  Gobierno  está  resuelto  a  solucionar  la  cuestión 
de  la  Araucania,  sometiendo  definitivamente  aquel  territorio 
al  imperio  de  nuestras  leves,  se  hace  indispensable  dictar 
una  lei  sobre  minas,  que  no  sea  como  la  que  rije  en  la  parte 
ya  esplotada. 

Ya  la  lejislacion  vijente  ha  principiado  a  dar  en  Arauco  el 
resultado  que  ha  producido  siempre  en  la  primera  época  del 
descubrimiento  de  un  gran  mineral,  resultado  que  producirá 
siempre,  mientras  tenga  por  base  el  derecho  que  concede  a 
un  solo  individuo,  para  denunciar  a  titulo  de  descubridor  dos 
pertenencias,  i  en  seguida,  a  nombre  de  un  hijo,  de  un  ami- 
go, etc.,  otras  tantas  pertenencias.  Ese  resultado  es  que  una 
sola  persona  se  hace  dueño  de  una  comarca  entera,  con  grave 
perjuicio  de  la  riqueza  pública  i  privada,  porque  naturalmen- 
te no  puede  espío  tari  a  toda. 

Es,  pues,  indispensabla  cambiar  la  base  de  la  lejislacion, 
tanto  mas  cuanto  que  Arauco  fué  en  el  pasado  la  provincia 
verdaderamente  productora  de  oro,  como  lo  prueba  el  hecho 
do  haber  habido  una  casa  de  moneda  en  Osorno,  i  hai  autores 


—  460  — 

que  sostienen  que  había  otra  en  la  Imperial.  Es  posible  quo 
con  la  ocupación  total  i  pacífica  vuelvan  aquellos  descubri- 
mientos. Ya,  según  parece,  se  han  principiado. 

En  fin,  señor,  la  idea  jeneral  del  proyecto  es  esta:  ¿convie- 
ne ensanchar  la  esfera  del  trabajo  en  los  placeres  de  oro  de 
la  Araucania,  sí  o  nó?  Si  el  Senado  cree  que  conviene,  apriie  - 
ba  en  jeneral  el  proyecto  para  pasarlo  a  Comisión,  donde  re- 
cibirá las  variaciones  a  que  so  preste;  porque  en  realidad  el 
proyecto  no  hace  mas  que  apuntar  una  idea,  calcada  de  lo 
que  pasa  en  California  i  Australia. 

El  señor  Matiii. — He  pedido  la  palabra  únicamente  para 
hacer  una  reserva  de  opinión,  que  talvez  puede  llegar  a  ser 
enteramente  opuesta  a  la  solución  que  propone  el  proyecto. 

Aceptando  que  la  materia  sobre  la  cual  versa  este  debate 
es  una  de  aquellas  que  deben  sufrir  alguna  modificación,  daré 
mi  voto  a  la  aprobación  jeneral  del  proyecto;  pero  anticipo 
desde  luego  que  ni  sus  disposiciones,  ni  las  razones  en  que  el 
Honorable  Senador  por  Coquimbo  lo  ha  apoyado,  me  parecen 
de  acuerdo  con  nuestra  lejislacion,  ni  con  las  costumbres  de 
nuestra  sociedad. 

Precisamente,  uno  de  los  principales  defectos  de  nuestra  le- 
jislacion minera  es  la  poca  protección  que  presta  al  descubrí- 
dor.  A  mi  juicio,  los  privilejios  del  descubridor  deben  ser  mui 
verdaderos  i  positivos,  i  precisamente  es  esta  aspiración  la 
que  tiende  a  contrariar  el  proyecto  casi  por  completo. 

Noto,  por  otra  parte,  que  algunas  de  las  disposiciones  quo 
contiene,  como  la  del  art.  10,  por  ejemplo,  son  inútiles,  dada 
nuestra  lejislacion  vijente,  porque  son  disposiciones  que  están 
no  solo  en  el  Código  de  Minas,  sino  en  el  Código  Civil. 

Se  votó  ün  jeneral  el  proyecto,  en  la  intelijencia  de  que  de- 
bía pasar  a  Comisión  i  fué  aprobado  j^or  unanimidad.  (1) 

(1)  Hai  en  esta  parte  un  pequeño  error  en  la  redacción  oficial  del  Bole- 
tín del  Senado  publicado  en  el /J/ario  O/íCí'aí  el  24  de  setiembre  de  1881* 
Propiamente  no  hubo  unanimidad,  porque  hubo  un  voto  en  contra,  i  este  fué 
el  del  spuor  Cuadro.?,  senador  suplente  por  Coquimbo  i  minero  del  ^'ürtQ. 


—  401 


II. 


EL  OUO  DE  LA  MONTAÑA  NEGRA  I  EL  ORO  DE  LÁ  ARAUCAKIA. 

(Cartas  cambiadas  entro  el  señor  F.  Oval  le  Olivares  ¡  el  autor  en  setiem- 
bre de  1881,  con  motivo  de  la  discusión  i  aprobación  en  jeneral  del 
proyecto  de  lei  del  último  sobre  reformas  del  Código  de  Minas  con  re- 
lación al  oro  de  la  Araucanía.) 

Mineral  de  la  Montaña  Negra,  setiembre  6  de  1881. 
Seiíor  don  Benjamin  Vicuña  Mackenna. 
Estimado  señor: 

El  puesto  que  Ud.  ocupa  en  el  Senado,  su  prestijio  de  escri- 
tor i  el  interés  que  ha  manifestado  por  defender  los  derechos 
del  pueblo,  me  obligan  a  dirijirme  por  la  prensa,  ya  que  no 
rae  es  posible  contestarle  en  la  Cámara,  a  fin  de  hacer  luz 
sobre  los  antecedentes  que  han  servido  de  base  al  proyecto 
sobre  «yacimientos  de  oro  en  Arauco»,  presentado  por  Ud.  al 
Senado. 

Ud.,  por  segunda  vez,  en  presencia  del  Senado,  ha  asevera- 
do «que  un  solo  individuo  ha  llegado  a  denunciar  en  Arauco 
comarcas  enteras.» 

Para  los  que  no  conozcan  las  disposiciones  vijentes  del  Có- 
digo de  Minería;  para  los  que  no  conozcan  la  tramitación  obli- 
gada que  los  jueces  de  letras  de  la  República  están  obligados 
a  dar  a  toda  solicitud  o  petición  de  minas,  llegaría  a  creerse 
que,  en  el  juzgado  de  Lebu,  por  una  escepcion,  se  habían  he- 
cho concesiones  indebidas,  otorgando  a  un  solo  individuo  va- 
rias pertenencias  mineras,  con  perjuicio  de  los  demás. 

Hai,  pues,  un  deber  de  mi  parte  en  manifestar  al  país  i  a  las 
personas  ilustradas  la  manera  i  forma  cómo  he  llegado  a  ad- 
quirir las  pertenencias  mineras  que  poseo.  El  procedimiento 
que  he  seguido  es  el  mismo  que  Ud.  conoce  i  que  se  ha  adop- 


—  4G2  — 

tado  en  Catapilco,  Llampaico,  Marga-Marga,  Las  Dichas,  Ni- 
blinto  i  (lemas  asientos  mineros  donde  existen  lavaderos 
de  oro. 

El  articulo  24  del  Código  de  Minería  dice  testualmente  lo 
que  sigue:  «Fuera  do  los  casos  i  personas  espresamente  es- 
ceptuadas  en  la  lei,  nadie  podrá  adquirir,  a  título  de  descu- 
brimiento o  denuncio,  mas  de  una  pertenencia  sobre  una  misma 
veta  o  corrida,  pero  cualquiera  persona  hábil  puede  adquirir 
por  otros  l'üulos  las  que  quisiere,  sin  lirailacion  alguna.^ 

Esto  último  os  precisamente  lo  que  ha  sucedido  en  los  la- 
vaderos de  oro  de  «Montaña  Negra».  Llegué  a  este  mineral 
uno  de  los  primeros.  Llegué  con  capital,  con  fé  i  conciencia 
propia,  con  la  esperiencia  que  puede  adquirirse  en  25  años  de 
estudios  i  esploraciones.  Con  la  voluntad  inquebrantable  de 
esplorar  i  trabajar  al  amparo  de  la  lei  i  de  las  garantías  que 
la  Constitución  del  Estado  otorga  a  todos  los  ciudadanos. 

Tuve  fé  en  la  importancia  del  descubrimiento,  tuve  confian- 
za que  en  mi  paí.s  debia  al  fin  imperar  el  orden  i  ampararse  a 
los  hombres  honrados  i  laboriosos,  i  fué  por  eso  que  en  medio 
del  desorden  de  los  primeros  tiempos  i  de  la  lluvia  de  balas 
que  silbaban  sobre  nuestras  cabezas,  llamé  a  los  primeros  des- 
cubridores de  la  quebrada  Fortuna,  señores  Juan  de  Dios  i 
Sebastian  Novas,  José  Candelario  San-Martin  i  Maximiano 
Acevedo  i  les  propuse  comprarles  sus  derechos  al  descubri- 
miento. Ellos  aceptaron  gustosos,  i  tanto  mas  desde  que  una 
partida  de  aventureros,  invocando  las  teorías  del  libre  apro- 
vechamiento, avanzaba  en  pos  de  los  descubridores,  hasta 
arrebatarles  su  descubrimiento.  De  esta  manera  he  llegado  a 
ser  dueño  del  primer  descubrimiento  titulado  «La  Fortuna.» 

Viendo  que  el  descubrimiento  hecho  era  una  pequeña  mues- 
tra de  la  riqueza  que  debían  encerrar  estas  comarcas  mal 
esploradas,  formó  con  los  mismos  descubridores  señores  Novas 
i  varios  amigos  animosos  i  entusiastas  una  sociedad  minera 
que  se  llama  «Francisco  O  valle  i  C.S,  sociedad  por  la  cual  mo 
obligué  a  suministrar  los  capitales  necesarios  para  las  espío- 


—  4G3  — 

raciones  i  esplotaciones  miner.is,  contribuyendo,  ademas,  con 
mis  estudios  i  dirección  personal  de  la  negociación,  de  la  cual 
era  el  socio  jerente.  En  compensación,  tomé  el  50  %.  El  resto 
lo  dividí  entre  mis  asociados. 

Bajo  estas  bases  i  ayudado  por  mis  socios,  machete  en  mano 
i  el  barro  hasta  la  rodilla,  abriéndonos  paso  a  través  de  raon  i 
tañas  impenetrables,  llegamos  a  descubrir  los  importantes 
minerales  que  se  llaman  «El  Carmen  o  California»,  «San  Ben- 
jainin»,  «Lancoten»  i  «Santa  Rita». 

Los  partidarios  del  libre  aprovechamiento,  sin  querer  reco- 
nocer  la  propiedad  minera,  llegaron  a  adueñarse  d.j  varios 
puntos  de  nuestros  descubrimientos.  Ha  sido  necesario  soste- 
ner verdaderas  luchas:  i  si  no  ha  habido  desgracias  que  la- 
mentar, ha  sido  porque  hemos  tenido  la  rara  paciencia  de  de- 
jarnos arrebatar  mas  de  doscientos  mil  pesos  en  oro  a  trueque 
de  evitar  conflictos.  Hemos  podido  defender  a  viva  fuerza 
nuestras  propiedades;  pero  hemos  preferido,  por  respeto  a  la 
lei  i  por  la  moralidad  del  pueblo,  recurrir  siempre  a  las  au- 
toridades, pidiendo  el  castigo  de  los  culpables. 

En  los  primeros  tiempos  hubo  varios  señores  que  nos  enta- 
blaron juicios  alegando  derechos  a  los  descubrimientos  Fortu- 
na i  California.  Como  un  medio  pacífico  de  zanjar  las  dificul- 
tades, les  propuse  someter  la  solución  de  las  cuestiones  a  la 
decisión  de  un  juez  arbitro.  El  señor  don  José  Benitez,  juez 
letrado  de  Yumbel,  fué  designado  por  mis  contendores  como 
juez  arbitro,  con  facultades  amplias;  nombramiento  que  acep- 
té gustoso,  pues  se  trataba  de  un  intelijente  i  honorable  fun- 
cionario. La  resolución  del  juez  compromisario  me  fué  favora- 
ble, tanto  en  el  descubrimiento  Fortuna  como  en  el  titulado 
California.  El  señor  Washington  Lastarria,  injeniero  del  go- 
bierno, fué  encargado  de  mensurar  i  entregarme  uno  i  otro 
descubrimiento.  Las  actas  de  mensuras  se  encuentran  inscri- 
tas en  el  rejistro  del  conservador  de  minas  del  departamento 
de  Lebu,  todo  lo  cual  puede  certificarlo  el  escribano  de  minas 
señor  Saavedra.  Las  demás  pertenencias  mineras  que  la  socio- 


—  iGi  — 

dad  F.  OvalL)  i  C.^  ha  comprado  a  varias  personas  han  sido 
también  mensuradas  por  el  injeniero  don  Carlos  hyná  i  las 
actas  de  mensura  se  encuentran  inscritas  en  el  rejistro  res- 
pectivo. 

Esta  ha  sida,  señor  Vicuña  Mackenna,  la  historia  del  des- 
cubrimiento de  los  lavaderos  de  oro  de  Montaña  Negra  i  el 
procedimiento  que  hemos  adoptado  para  adquirir  nuestras 
pertenencias  mineras.  Si  nuestros  títulos  no  están  ajustados 
a  la  lei;  si  alguien  se  cree  perjudicado,  puede  ejercitar  su 
derecho  ante  los  tribunales  do  justicia.  Yo,  acatando  sus  fa- 
llos, entregaré  todas  i  cada  una  una  de  mis  pertenencias  al 
que  la  Corte  de  Concepción  declare  ser  dueño.  Mientras  tan- 
to, firme  en  mi  derecho,  i  en  la  legalidad  de  mis  títulos,  segui- 
ré trabajando  con  actividad  en  las  diversas  faenas  que  tengo 
implantadas.  I  si  he  hecho,  para  algunos,  la  calaverada  de 
sacrificar  mi  salud,  mi  tiempo  i  mi  dinero,  en  adquirir  varias 
pertenencias  mineras,  es  porque  creo  que  en  Chile,  i  especial- 
mente en  la  Araucania,  apesar  del  fracaso  de  las  empresas 
de  Catapilco,  Llampaico,  Niblinto  i  otras,  es  posible  esplotar 
con  ventaja  sus  ricos  minerales  i  lavaderos,  con  buena  admi- 
nistración pública,  i  con  trabajos  bien  meditados  i  organiza- 
dos. 

Espero  que  andando  el  tiempo  se  me  hará  justicia  i  mis  es- 
fuerzos serán  apreciados  debidamente  por  los  hombres  de 
Estado,  por  la  jente  ilustrada  i  por  los  hombres  de  la  ciencia. 
El'  provecto  presentado  por  Ud.  al  Senado,  manifiesta:  «que 
los  privilejios  que  la  lejislacion  española  concedía  al  descu- 
bridor eran  escesivos»  i  trata,  en  los  lavaderos  de  oro,  de  li- 
mitar la  estension  de  las  pertenencias. 

Por  mas  trabas  que  se  ponga  en  la  lei,  por  mas  que  se  limi- 
te la  estension  de  la  propiedad  minera,  dados  los  adelantos  de 
la  ciencia,  ellas  serian  impotentes  a  detener  el  espíritu  do 
empresa,  la  inversión  del  capital,  i  la  asociación  que  pudieran 
hacer  varios  individuos  para  csp'otar  o  ejercitar  cualquier 
acto  traslaticio  de  dominio. 


—  405  — 

El  minero,  como  todo  industrial,  busca  la  solución  de  un 
problema,  i  una  vez  resuelto;  tiende  a  asegurar  en  todo  o  par- 
te el  resultado  de  sus  esfuerzos  i  sacrificios. 

¿Qué  capitalista,  qué  esplorador  serio  habria  que  basase 
sus  combinaciones  en  pertenencias  mineras  d(i  la  estension 
que  Ud.  señala?  Los  trabajos  de  esas  pequeñas  pertenencias 
volantes  serian  trabajo  de  pirquen,  que  no  darian  otro  resul- 
tado que  destruir  o  inutilizar  importantes  minerales,  como  ha 
sucedido  con  los  miles  de  minerales  que  liai  ea  la  República, 
aterrado^  i  llenos  de  agua. 

Permítame,  señor  Vicuña,  ocuparme  por  un  momento  del 
minero  descubridor,  de  ese  elemento  absorbente  que,  según 
üd,,  priva  a  los  demás  de  las  riquezas  destinadas  a  la  comu- 
nidad. Para  mi,  como  para  los  lejisladores  españoles  que  san- 
cionaron la  Ordena,nza  de  Nueva  España,  el  descubridor  es 
un  ser  benéfico,  abnegado,  el  hombre  de  acero,  que  mientras 
sus  amigos  de  ciudad  se  calientan  al  calor  de  la  chimenea  i 
apuran  la  copa  de  champaña  en  amorosas  libaciones,  él,  intré- 
pido, a  pié,  sin  mas  elemento  que  su  herramienta,  un  pedazo 
de  pan  i  un  poco  de  agua,  se  lanza  al  desierto,  a  las  nieves 
perpetuas,  a  las  montañas,  a  arrancar  a  la  naturaleza  sus  se- 
cretos i  a  desafiar  la  muerte  a  cada  paso.  El  transita  por  un 
témpano  de  hielo,  socavado  por  los  vapores  de  una  solfatara; 
él  pasa  por  un  vertijinoso  precipicio,  la  tempestad,  la  nieve, 
la  lluvia,  el  sol,  el  frió,  el  hambre,  la  miseria,  en  fin,  conclu- 
yen por  conducirlo  de  un  hospital  al  sepulcro.  La  riqueza 
soñada  apenas  ha  alcanzado  a  acariciar  los  sueños  de  su  fan- 
tástica imajinacion. 

El  descubridor  es  casi  siempre  el  simpático  roto,  el  hijo  del 
pueblo,  destituido  de  fortuna,  falto  de  ilustración,  que  fiado 
en  su  fuerza  moral  i  en  la  potencia  de  su  brazo,  busca  el  pan 
i  el  de  sus  hijos  en  apartadas  rcjiones,  donde  los  hombres  re- 
galones no  se  atreven  a  llegar.  Su  fortuna  tiene  el  orgullo  de 
estraerla  de  las  entrañas  de  la  tierra  i  no  de  las  lágrimas  ni 
de  las  luchas  de  sus  semejantes. 

LA-  E.  DEL   o.  59 


—  406  — 

I  si  esto  sucede,  ¿por  qué  no  premiar  el  esfuerzo  individual 
la  abnegación  i  el  patriotismo?  ¿Por  qué  igualar  al  deacuhridor 
con  el  ocioso,  que  con  manos  limpias  viene  a  aprovecliarse  del 
resultado,  quizá,  de  30  años  de  estudios  i  sacrificios? 

Si  hai  alguna  profesión  que  demande  mayor  fuerza  de  ima- 
jinacion,  mayor  fuerza  material  i  moral,  es  la  noble  profesión 
del  minero  descubridor.  En  todo  país  culto,  agradecido,  justo 
apreciador  de  los  méritos  individuales,  deberla  al  minero  des- 
cubridor concedérsele,  a  mas  de  sus  pertenencias  mineras, 
una  distincio'j  especial,  según  fuese  la  importancia  de  su  des- 
cubrimiento. 

I  tan  cierto  es  que  el  noble  sentimiento  de  la  gratitud  se 
encuentra  arraigado  en  los  grandes  pueblos,  que  en  la  pro- 
vincia de  Atacama,  a  la  cual  tengo  el  honor  de  pertenecer, 
en  la  ciudad  de  Copiapó,  bai  una  estatua  erijida  en  memoria 
del  descubridor  de  Chañarcillo,  Juan  Godoy,  estatua  que  el 
hombre  de  ciencia,  el  chileno  agradecido,  el  estranjero,  saluda 
con  cariño  i  respeto,  contemplando  con  asombro  al  compañero 
de  labor  de  Abraham  Lincoln. 

Pero,  volvamos  al  mineral  «lavaderos  de  oro  de  Montaña 
Negra»  que  tanta  bulla  ha  despertado  i  que  ha  merecido  los 
honores  de  un  proyecto  de  lei  presentado  por  Ud.  al  Senado. 
;Qué  mas  tiene  este  mineral  que  el  de  Catapilco  que  Ud.  co- 
noce  i  cuy¡i  colosal  riqueza  describió  hace  años?  Recuerdo 
que  en  su  descripción  decia:  que  habia  mas  oro  en  el  trayecto 
de  un  socavón,  que  en  todo  el  Banco  de  Londres.  ¿Qué  se  ha 
hecho  esa  colosal  riqueza?  ¿Dónde  están  esos  jeni^s  j'ankees 
que  venían  a  abrirnos  los  ojos  i  a  enseñarnos  a  trabajar?  ¡Ilu- 
(Siones  de  la  imajinacion,  sueños  fantásticos  que  sí  han  tradu- 
cido en  una  pérdida  de  mas  de  200,000  pesos.  La  verdad  es, 
«cñor  Vicuña,  que  el  papel  aguanta  todo  i  que  es  necesario 
pensar  mucho,  antes  de  dar  una  opinión,  sobre  asuntos  que  no 
se  conocen. 

Tongo  profunda  segundad  que  dados  los  hábitos  de  nuestras 
clases  trabajudoia^,    la   insoguridnd  que  reir.a  en  los  campos  i 


—  4G7  — 

rej iones  apartadas,  la  indolencia  do  los  gobiernos,  i  la  lentitud? 
de  los  procedimientos  judiciales,  aprobado  el  proyecto  de  Ud, 
el  dia  que  se  descii!)riera  un  rico  mineral  se  convertirla  en 
un  campo  de  batalla,  donde  no  escasearían  ni  los  heridos  n^ 
los  muertos. 

Creo,  señor  Vicuña,  que  la  lei  actual  podría  modificarse  con 
ventaja  oyendo  la  cpinion  de  los  mineros  prácticos,  asociados 
a  los  jurisconsultos  mas  distinguidos  i  al  dictamen  de  injenie- 
ros  competentes.  Yo  estoi  cierto  que  ello  modificarla  en  parte 
sus  ideas,  i  con  sus  luces  i  su  entusiasmo  ayudarla  a  hacer 
una  obra  de  vital  importancia  para  el  p;i¡s. 

Entretanto,  le  saluda  afectuosamente  su  atento  S.  S. 

Francisco  Ooalle  Olioare^. 


(contestación.) 

Santiago,  setiembre  15  de  188Í. 
Señor  don  Francisco  Ovalle  Olivares. 
Mi  estimado  amigo: 

He  leido  con  verdadero  placer  la  interesante  carta  que  se 
ha  servido  usted  dirijirme  desde  la  «Montaña  Negra»  con  fe- 
cha 6  del  presente  i  que  da  a  luz  Et  Ferrrocarril  de  hoi. 

Antes  de  todo,  permítame  desvanecer  un  error  que  mi  sin- 
cera estimación  por  usted  no  me  consentirla  dejar  establecido. 

Juzga  usted  qi:e  e/itre  los  antecedentes  que  motivaron  la 
moción  que  presenté  al  Senado  sobie  el  oro  de  la  Araucanía 
figuraban  los  importantes  descubrimientos  i  posiciones  adqui- 
ridas por  usted  en  la  Montaña  Negra,  i  cuya  franca  i  varonil 
historia  usted  nos  traza. 

Este  es  un  error. 

La  base  única  de  mi  moción,  aprobada  ya  en  jeneral  por  el 


—   Í6S  — 

Senado,  no  es  osa  cuestión  individual  en  la  que  cabe  a  iistiíd 
indisputable  honra,  sino  los  proyectos  de  pacificación  i  ocupa- 
ción total  del  territorio  araucano  desde  el  rio  Traiguén  hasta 
la  laguna  i  ciudad  arruinada  de  Villa-Rica. 

He  creido  (i  usted  concluye  por  darme  razón  sobre  este  par- 
ticular en  su  carta)  f^ue  la  lei  actual  sobro  yacimientos  de 
oro  es  estreclia,  deficiente  i  tiende  a  estarilizar  el  trabajo  pro- 
ductor del  minero,  esponiéndoio  a  caer  en  el  monopolio  o  en 
las  trampas  de  las  sociedadf  s  anónimas  di;  minas,  que  tanto 
daño  han  hecho  a  nuestro  país  desde  Caracoles  a  ParaíF. 

Pero  he  estado  tan  lejos  de  atacar  los  derechos  tan  animo- 
samente adquiridos  por  usted,  que  he  esceptuado  esplicitaynen- 
ie  del  sistema  que  propongo,  no  solo  la  montaña  que  usted 
posee,  sino  toda  la  zona  occidental  da  la  cordillera  de  Nahuelbu- 
ta,  de  la  cual  aquella  es  una  rama  o  espolón.  Conozco  lo  sufi- 
ciente el  derecho  para  saber  respetar  todo  título  lejítiraamente 
adquirido,  i  aprecio  tanto  como  usted  el  mérito  i  aun  la  gloria 
del  desculK'idor  para  vulnerarla,  en  lugar  de  ofrecerle  estí- 
mulo. 

Por  consiguiente,  los  ricos  yacimientos  de  Ja  Montaña  Ne- 
gra i  todos  los  que  estén  ya  en  posesión  de  descubridores  parti- 
culares, deb.^n,  a  mi  juicio,  dejarse  incólumes,  i  esto  es 
precisamente  lo  que  he  solicitado  en  la  moción  a  que  usted 
alude.  ^-Pero  no  cree  usted  necesario,  indispensable,  absoluta- 
mente indispensable  al  mismo  tiempo,  que  se  declare  el  Esta- 
do absoluto  dueño  de  todas  las  comarcas  auríferas  que  nue.s- 
tras  armas  van  a  devolver  por  la  segunda  vez  a  la  civilización, 
al  capital  i  a  la  intelijencia?  ¿No  declara  usted  mismo,  en  su 
carta  que  contesto,  que  se  ha  visto  forzado  a  dejarse  robar 
m-'is  de  doscientos  mil  pesos  en  oro  dentro  de  las  pertenencias 
f^ue  le  ha  otorgado  la  lei?  ¿I  no  es  esto  una  prueba  flagrante 
<le  que  la  lei  actual  es  incompleta  i  desigual,  que  no  establece 
la  verdadera  protección  del  descubridor  i  menos  del  trabaja- 
■doi'  suelto?  Luego  hai  un  punto  en  el  que  estamos  completa- 
mente de  acuerdo;  i  es  el  de  que  la  lei  actual  es  mala  i  nece- 


—  4G9  — 

sita  una  reforma  radical,  porque  si  es  ineficaz  para  asegurar 
la  propiedad  i  la  esplotacion  es  una  pequeña  comarca  cerno  la 
de  la  Montaña  Negra  ¿cuánto  no  habrá  de  serlo  cuando  tenga 
su  aplicación  a  un  a  comarca  vírjen  i  tan  estensa  como  la  de 
la  Araucania? 

I  en  otro  sentido,   ¿no  juzga  Lsted  que   abolidas  las  enea' 
miendas,  que  eran  la  servidumbre  perpetua  del  indio  lavador 
de  oro  para  el  conquistador,   es   preciso  introducir  un  nueva 
sistema  de  esplotacion  jeneral? 

Hó  aqui  toda  la  cuestión  que  jo  he  sometido  al  Senado,  co- 
mo una  simple  base,  sin  prejuzgar  nada  i  solo  como  uua  evo- 
lución económica  i  social  del  porvenir,  que  puede  ser  de 
gran  trascendencia  para  el  país  i  sus  clases  trabajadoras. 

Yo  parto  de  la  impresión  jeneral  justificada  por  la  historia  i 
por  la  formación  jeolójica  de  la  Araucania,  (tan  semejante  a 
la.  de  la  Alta  California),  de  que  en  ese  territorio  hai  grandes 
riquezas  auríferas;  i  a  este  prop'sito  estoi  preparando  un  fo- 
lie to  demostrativo,  con  documentos  inéditos  sacados  de  nues- 
tros archivos  i  aun  de  las  casas  de  moneda  de  Santiago  i  Po- 
tosí, para  manifestar  lo  que  racionalmente  debe  esperarse  de 
la  ocupación  araucana  bajo  el  punto  de  vista  especial  de  la 
producción  del  oro. 

I  en  ese  mismo  trabajo  espero  demostrar  que  lo  que  dije  o 
presencié  de  la  antigua  riqueza  de  Catapilco,  Llampaicoi  otros 
parajes  del  norte,  es  una  verdad  histórica  i  un  problema  de 
actualidad,  que  Ud.  cree  ya  resuelto,  pero  que  no  lo  está  ni 
con  mucho  todavía. 

El  verdadero  enigma  para  esas  zonas  no  es  el  oro:  es  el 
agua  I  como  este  elemento  sobra  en  la  Araucania,  queda  des- 
cartada una  de  las  grandes  dificultades  del  probL^ma. 

Por  lo  demás,  al  decir  de  Ud.  en  su  párrafo  final  que  la  lei 
actual  es  susceptible  de  una  útil  reforma  mediante  la  acción 
combinada  del  hombre  práctico,  es  decir,  del  minero  i  del  le- 
jislador,  dice  exactamente  lo  que  yo  establezco  en  mi  proyec- 
ta A  la  verdad  no  tiene  aquel  mas  alcance,*  como  lo  espresa 


—  470  — 

terminantemonto  oii  su  preámbulo,  que  provocar  una  discu- 
sión i  una  solución  satisfactorias  para  el  pais;  i  esto  es  lo  que 
veo  con  verdadera  sati.sfaccion  que  comienza  a  suceder. 

La  publicación  del  folleto  o  libro  (porque  no  sé  todavía  lo 
que  será,  pues  me  ocupo  en  acopiar  los  materiales)  a  que  he 
aludido,  avivará  talver.  esa  discusión,  i  al  fin  todos  llegaremos 
a  enten  lernos  en  bien  del  pais  i  de  la  comunidad,  noble  pro- 
I'ósito  que  a  usted  alienta  i  del  cual  yo  mismo  he  podido  dar 
testimonio  respecto  del  jeneroso  patriotismo  que  a  usted  ani- 
ma mientras  fui  intendente  de  Santiago  i  presidente  de  la  So- 
ciedad Protectora. 

Resiablecida  la  discusión  en  sus  verdaderos  propósitos  i 
putitos  de  mira  de  interés  jeneral,  me  es  grato  quedar  a  sus 
órdenes  i  suscribirme  su  afectísimo  amigo. 

Btujaiián  'Vicuña  Mackenna. 


III. 


Razón   del   oko  comimiauo    i   rtjXDiDo  ev   la  casa    de   moneda   le 

SANTIAGO  DURANTE  EL  TKIBNIO  DE  1879,80,  81,  O.vj  ESI'EOII'ICACIGN 
IJE  SU  PESO,  PROCEDENCIA  I  ESTADO  EN  QUE  FUÉ  ADQUIRIDO,  SEGÚN 
DATOS  SUMINISTRADUri  POR  LA  OFICINA  DE  ENSAYES  DE  ESE  E8TAULECI- 
MIENTU. 

Año  1879. — -Ovo  fiuidido  en   la  casa  de  Moneda  de  Santiago 
perteneciente  a  particulares.. 


úgs. 

Gramos. 

Procedencia 

39 

839 

Santiago 

10 

065 

» 

g 

569 

» 

2 

888 

» 

4 

470 

>> 

10 

085 

> 

7} 

500 

Valparais 

Estado  del  oro. 

En  chafalonía 

En  barras 

Eu  pellas 

En  polvo 

En  monedas  de  $  1  i  2 

En  monedas  estranjeras 

Eu  polvo 


—  471 


Ülóg8. 

Gramos. 

Procedencia. 

Estado  del  oro. 

3 

179 

»   ' 

En  pellas 

4 

705 

» 

En  barras 

1 

000 

» 

En  chafalonía 

3 

844 

Talca 

En  pellas 

1 

478 

» 

En  polvo 

0 

888 

» 

En  barras 

0 

478 

» 

En  chafalonía 

12 

313 

Tiltil 

En  pellas 

9 

152 

Illapel 

En  polvo 

2 

723 

» 

En  pellas 

4 

923 

» 

En  barras 

8 

040 

Llampaico 

En  polvo 

G 

592 

Petorca 

En  polvo 

3 

80G 

Andacollo 

En  polvo 

2 

589 

Rancagua 

En  pollas 

2 

487 

Itata 

En  barras 

1 

943 

Freirina 

En  pellas 

1 

758 

San  Felipe 

En  polvo 

0 

529 

» 

En  chafalonía 

0 

742 

Hualleco 

l{n  polvo 

0 

501 

Lsbu 

En  polvo 

0 

803 

Constitución 

En  polvo 

0 

315 

Yumbel 

En  polvo 

0 

492 

Maipo 

En  pellas 

2 

042 

Limadle 

En  pellas 

0 

543 

Catapilco 

En  polvo 

0 

612 

Casuto 

En  polvo 

0 

175 

Ocoa 

En  pellas 

0 

262 

Ligua 

En  barras 

0 

337 

Niblinto 

En  pellas 

0 

431 

Perú 

En  chafalonía 

156 


360 


—  472 


Año  1880. — Oro  fundido  en   la  casa  de  Moneda  de  Santiago 
perteneciente  a  particulares. 


lógs. 

Gramos. 

Procedencia. 

Estado  del  oro. 

17 

121 

Santiago 

En  chafalonía 

1 

195 

» 

En  pellas 

2 

540 

» 

En  barras 

5 

245 

» 

En  polvo 

22 

980 

Valparaíso 

En  polvo 

14 

187 

» 

En  barras 

4 

976 

» 

En  pellas 

0 

444 

» 

En  chafalonía 

6 

983 

Chilenos 

En  monedas  de  $  1 

o 

18 

273 

Estranjeros 

En  monedas 

14 

537 

lUapel 

Es  pellas 

10 

119 

» 

En  polvo 

5 

978 

Tiltil 

En  pellas 

1 

198 

» 

En  polvo 

9 

669 

Petorca 

En  polvo 

0 

427 

» 

En  pellas 

7 

308 

Llarapaico 

En  polvo 

4 

813 

Rancagua 

En  pellas 

4 

407 

Catapilco 

En  polvo 

9 

745 

AndacoUo 

En  polvo 

3 

695 

Talca 

En  pellas 

0 

819 

» 

En  chafalonía 

0 

820 

» 

En  polvo 

3 

774 

I  tata 

En  barras 

0 

985 

Concepción 

En  polvo 

0 

680 

San  Felipe 

En  chafalonía 

1 

310 

Lebu 

En  polvo 

0 

629 

Ocoa 

Eü  pellas 

0 

451 

Colchagua 

En  polvo 

—  473  - 


Kilógs. 

Gramos. 

Procedencia. 

Estado  del  oro, 

1 

607 

Curicó 

En 

barras 

0 

815 

Ligua 

En 

polvo 

9 

352 

Melipilla 

En 

pullas 

1 

734 

Casuto 

En 

polvo 

1 

516 

Ovalle 

En 

polvo 

3 

734 

Bolivia 

En 

polvo 

1 

087 

Maule 

En 

polvo 

186 

153 

Año  V^^X.— Oro  fundido  en  la  casa  de  Moneda  de  Santiago 
'perteneciente  a  particulares. 


ilógs. 

Gramos. 

Procedencia. 

Estado  del  oro. 

0 

025 

Santiago 

En  chafa  onía 

3 

065 

» 

En  polvo 

1 

420 

» 

En  barras 

31 

880 

Valparaíso 

En  polvo 

15 

215 

» 

En  barras 

8 

808 

» 

En  pellas 

1 

083 

» 

En  chafalonía 

7 

592 

Chilenos 

En  monedas   de   % 

1  i2 

5 

275 

Estranjeros 

En  monedas 

22 

828 

Lebú 

En  polvo 

5 

349 

» 

En  barras 

<> 
t  > 

054 

Tiltil 

En  pellas 

2 

214 

» 

En  polvo 

8 

731 

Illapel 

En  pellas 

0. 

308 

» 

En  pdlvo 

5 

230 

Nibrnto 

En  pellas 

2 

307 

AndacoUo 

En  polvo 

1 

992 

I  tata 

En  barras 

LA 

E.  DEL  0. 

co 

—  474  — 


Kilúgs. 

Graniüs. 

Procedencia. 

Estado  del  oro 

1 

355 

Huasco 

En  barras 

071 

Talca 

En  barra.i 

1 

647 

» 

En  pellas 

1 

000 

» 

En  polvo 

0 

076 

Rancagua 

En  pellas 

0 

220 

)» 

En  polvo 

0 

254 

Roble 

En  pellas 

2 

174 

Pe  torca 

En  polvo 

1 

150 

Copiapó 

En  barras 

1 

236 

San  Felipe 

En  pellas 

139         159 

Casa  de  Moneda,  octubre  1."  de  1881. 

Nota. — La  suma  de  ciento  treinta  i  nueve  quilogramos  cien- 
to cincuenta  i  nueve  gramos  representa  el  oro  fundido  hasta 
el  1."  de  octubre,  es  decir,  en  nueve  meses  del  año  presente. 


RESUMEN    POR    LOCALIDADES   EN    LOS    TRfCS    AÑOS    DB 

1879,  80  I   81. 


fH)9. 


tHHO. 


IH^I. 


Total. 


ks.  gs. 

Talca 5.  678 

Tiltil 12.  313 

Illapel 15.  799 

Llampaico...  8.  040 

Petorca 6.  .592 

Andacolio...  3.  806 

Rancagua ...  2.  589 

Itata 2.  487 


o. 

6. 

24. 

7. 


gs. 

334 
176 
656 
308 


10.  076 

9.  745 

4.  313 

3.  774 


ks. 

5 
4 

2 
2 

O 
I 


gs. 

718 
268 
039 

174 
307 

89(5 
992 


ks.  ge. 

13.  703 

24.  057 

64.  494 

15.  348 

18.  8.32 

1.5.  858 

7.  798 

8.  253 


—  475  — 

IHÍ9.  ISftO.  lí»Hl.  Total. 


k^. 

gs. 

ka. 

g«- 

ks. 

gs- 

ka. 

gs- 

Fieiriiia: 

1. 

943 

1. 

943 

San  Felipe... 

2. 

587 

0 

680 

1. 

236 

4. 

503 

Gualleco 

,     0. 

742 

0. 

742 

Lebu 

0. 

501 

1. 

310 

28. 

177 

29. 

988 

Constii,ucion 

0. 

803 

0. 

803 

Yiimbel 

0. 

315 

. . . 

0. 

315 

Maipo 

0. 

492 

0. 

492 

Limache 

2. 

042 

... 

2. 

042 

Catapilco.... 

0. 

543 

4. 

407 

4. 

950 

Casuto 

0. 

612 

1. 

734 

. . . 

2. 

346 

Ocoa 

0. 

175 

0. 

629 

0. 

804 

Ligua 

0. 

262 

... 

... 

... 

... 

0. 

262 

Niblinto 

0. 

337 

7. 

537 

7. 

874 

Concepción .. 

... 

0. 

985 

... 

0. 

985 

Colchagua ... 

... 

0. 

451 

... 

0. 

451 

Curici'i 

... 

... 

1. 

607 

... 

... 

1. 

607 

Melipilla 

... 

... 

0. 

352 

... 

... 

0. 

352 

Ovalle 

... 

... 

1. 

516 

... 

... 

1. 

516 

Maule 

... 

1. 

087 

... 

1. 

087 

Huasco 

Roble 

... 

1. 
0. 
1. 

355 
254 
150 

1. 

0, 

1, 

355 
254 

Copiapó 

150 

RESUMEN. 

ks. 

gs- 

♦ 

1879 
1880 
1881 

..     155. 
..     186. 
..     139. 

360 
153 
159 

481. 

672 

—    176 


IV. 


EL  ORO  DE  CHILE  KAJO  SU  PUNTO  DE  VISTA  CIENTÍFICO,  QUÍMICO 
I   JEOLÓJICO. 

(Resumen  escrito  por  don  Alberto  Mackenna  para  el  presente  libro.) 

Lecho  de  los  minerales  i  de  los  lavaderos  de  oro  en  Chile.  *-  Cómo 
se  halla,  el  oro  en  la  naturaleza. —  Lanaderos  de  oro  en  Chile. 
—  Producción  de  oro  en  Chile. — Diversos  sistemas  de  beneficio 
del  oro  que  yju edén  adoptarse  en  Chile. — Memorias  que  con- 
tiene C07isulfar  sobre  el  beneficio  de  minerales  de  oro. — Memo- 
rias que  seria  útil  consultar  para  tomar  datos  sobre  el  oro  su- 
perjícial  del  terreno  aurífero  en  California. —  Producción  total 
de  la  plata  i  oro  en  el  mundo,  desde  los  primeros  tiempos  hasta 
fines  de  1871. 


I. — Lecho  de  los  minerales  i  de  los  lavader  s  de  oro  en  Chile. 
— Dice  Domeyko  que  «el  lecho  de  los  minerales  ele  oro  en 
Chile  se  halla  en  terrenos  graníticos  no  estratificados,  en 
las  rocas  que  en  jeneral  constituyen  la  costa  del  Pacífico  i  la 
parte  mas  elevada  de  los  Andes  i  que  se  conocen  en  la  jeolojía 
bajo  la  denominación  de  rocas  de  solevantamiento,  rocas  de 
cristalización». 

Los  lavaderos  de  oro  se  hallan  en  los  terrenos  que  provienen 
de  la  destrucción  de  los  anteriores. — (Domeyko.— Tratado  de 
ensates,  páj.  330. ) 

II. — Cóino  se  halla  el  oro  en  la  naturaleza. — La  mayor 
parte  del  oro  que  circula  en  el  comercio  proviene  de  lo**  lava- 
deros de  Estados  Unidos.  Rusia  i  Australia  i  la  cantidad  de 
oro  que  se  estrae  de  las  minas  ha  sido  siempre  insignifi- 
cante con  relación  a  la  del  oro  de  los  lavaderos. 

De.spues  del  oro  nativo  los  minerales  mas  abundantes  son  los 
metales  de  color  de  oro  i  los  bronces  de  oro,  en  los  que  este 
metal  está  combinado  en  una  forma  no  bien  definida  hasta  hoi. 

Los  minerales  de  esta  clase   que  dejan  alguna  ut'.lidad  en 


Chile  tienen  una  leí  de  20  a  30  centavos  por  cajón  i  en  Rusia 
se  esplotan  iguales  minerales  con  leí  de  5  centavos  i  con  nota- 
bles provechos. 

Vienen  en  seguida  los  minerales  de  oro  que  dan  unidades 
por  ciento  como  es  el  teluro  combinndo  con  oro  que  se  ha  en- 
contrado en  Estados  Unidos  i  Alemania,  el  paladio  aliado 
con  oro  que  se  ha  halbido  en  el  Brasil  i  el  rodio  en  combina- 
ción con  el  oro  en  Colombia. 

Estos  minerales  tienen  de  un  2  a  un  40  %  de  oro. 

El  oro  se   halla  también  en  pequeña  cantidad  al  estado  de 
amalgama,  aliado  con  la  plata   acompañando  al  estaño  en  te 
rrenos   do  Cornwall  (Inglaterra)   i  con   el   iridio  en  Califor- 
nia. 

III. — Lavaderos  de  oro  en  Chile.— Lo^  lavaderos  mas  co- 
nocidos en  Chile  son  los  de  Catapilco,  Punitaque,  Gualleco 
(Talca),  Andacollo,  Marga-Marga,  Hierro  Viejo  (Petorca). 

^<Es  digno  de  notar,  dice  Domeyko,  que  aun  en  los  paises 
donde  las  arenas  auríferas  se  benefician  en  grande  i  producen 
riquezas  inmensas,  como  por  ejemplo,  en  los  lavaderos  de  Ru 
sia,  o  bien  en  los  del  Brasil,  la  lei  media  de  estas  arenas  no  es 
mayor  que  la  que  se  observa  en  Ch.i\e>-> .—(Tratado  de  ensayes, 
páj.  323.) 

Es  de  advertir  que  la  producción  total  de  Rusia  desde  1814 
a  1860  ascendió  a  582,885  kilogramos  de  oro,  cayo  valor  al- 
canza mas  o  menos  a  1 ,882.000,000  de  francos. — (Anales  de 
minas. —  ISGl.) 

IV. — Prod'.íccion  de  oro  en  Chile. — Al  principio  del  siglo, 
la  prciduccion  anual  de  todas  las  minas  de  oro  del  mundo  era 
de  lOOjOOí^  marcos,  en  cuya  producción  Chile  ocupaba  el  ter- 
cer lugar. 

^<Eu  efecto,  dice  Domevko,  el  Brasil  era  el  país  que  al  prin- 
cipio del  siglo  producía  la  mayor  cantidad  de  oro  (28,000  mar- 
cos); venia  después  Colombia  i  en  particular  Nueva  Granada, 
cuya  p:'üduccioii  anual  subía  a  19  o  20,000  marco.s;  i  en  Chile 
S9  estraian  mas  de  11,000  marcos  anualmente,  mientras  ahora 


—  478  — 

la  estraccion  anual  de  oro  de  esta  República  apenas  pasa  de 
3,000  marcos». — (Tratado  de  ensayes,  páj.  320.) 

V. —  Diversos  sistemas  de  beneficio  del  oro  que  pueden  adop- 
tarse en  Chile. — Las  máquinas  para  beneficiar  los  lavaderos  de 
oro  han  llegado  en  Estado.^  Unidos  a  una  perfección  tal  que 
se  obtiene  utilidad  de  ostraer  el  oro  donde  liai  10  centavos  de 
este  metal  en  una  tonelada  de  tierra  aurífera. 

Respecto  al  beneficio  de  minerales,  se  puede  practicar  en  Cbi- 
le  ya  por  lavado  i  amalgamación,  haciendo  una  calcinación  pre- 
via con  vapor  de  agua,  como  aconseja  Rivot,  o  haciendo  [asar 
el  metal  molido  sobre  un  cilindro  caliente  como  se  hace  en 
Boston,  o  ya  empleando  en  el  beneficio  por  fundición  el  plomo, 
para  recojer  el  oro  según  se  practica  en  los  grandes  estableci- 
mientos de  Hungría,  o  por  último,  empleando  el  cloro  como  in- 
dica Plattes,   lo  cual  ha  dado  buenos  resultados  en  Alemania. 

VI. — Memorias  que  conviene  consultar  sobre  el  beneficio  de 
minerales  de  oro. — Beneficio  de  minerales  de  teluro  on  oro 
en  el  establecimiento  de  Boston,  en  Colorado  (Estados  Unidos.) 
— [Anales  de  minas.— Año  1874  i  75.) 

Nuevo  sistema  para  tratar  los  minerales  de  oro  i  plata. —  M. 
Rivot. -'{Anales  de  minas. — Año  1870.)  (1) 

Nuevo  método  para  beneficiar  las  piritas  i  sacar  el  oro  i  la 
plata  que  contienen.  —Anales  de  Química  i  Fisica. — Año  1872, 
tomo  27.) 

Nuevo  método  de  ensaye  i  tratamiento  de  las  piritas  aurí- 
feras.— /.  B.  Boussingault. — (Anales  de  minas.- — Año  1827). 

Viaje  a  Hungría,  ejecutado  e.n  1851  por  M.  M.  Rivot  i  Du- 
chanez.  —  {Anales  de  minas.  —Año  1853.) 

Nuevo  método  para  separar  el  azufre  i  el  arsénico  do  minH- 


(1)  Hablando  Rivot  (la  primera  lumbrera  moderna  de  la  MetaUírjia)  de 
este  procedimiento  i  del  poco  oro  i  plata  ijue  sacan  en  California  por  lo 
defectuoso  de  los  procedimientos  empleados,  dice  estas  palabras.— «Estoi 
autorizado  para  pensar  (jue  el  éxito  completo  de  las  últimas  operaciones 
dará  en  un  porvenir  mui  próximo  un  vuelo  notable  a  la  producción  del  oro 
i  de  la  plata  en  América.» 


—  4t0  ~ 

rales  de  oro.  —  (Boletin  de  la  sociedad  de  estimulo  i. — .iño  18G4.) 
Manera  de  operar  el  oro  haciendo  pasar  el  cloro  por  el  me- 

lal  fundido. — (Boletín  de  la  sociedad  de  estímulos.  —Año  1872.) 
Este  procedimiento  económico  i  rápido  se  emplea  hoi  en  las 

casas  de  moneda  de  Inglaterra  i  Estados  Unidos, 

VII. — Memorias  que  conviene  consultar  para  tomar  datos  je- 
uerales  sobre  la  esplotacion  del  oro.  -Metales  preciosos.  Sobre 
la  producción  i  el  consumo  jeneral  de  los  metales  preciosos 
durante  el  período  de  1857  a  1871. — M.E.  Roswag. — (Boletin 
dr  l'i  sociedad  de  estímulos.     Año  1874.) 

Producción  de  oro  i  plata  en  Australia  i  Estados  Unido.s,  i 
datos  sobre  la  producción  total  de  oro  i  plata  en  el  mundo,  se 
encuentra  en  los  Anales  de  minas.—  Año  1868. 


Minerales  de  oro  en  Italia  i  Escocia. —  (Anales  de  minas.- 

1869.) 


Minas  de  oro  del  Brasil. —  (Anales  de  minas, — Serie  l.%  to- 
mo 2.",  páj.  199.) 

ViII. — Superficie  del  ten-eno  aurífero  en  California. — La 
superficie  de  toda  la  zona  de  oro  esplotada  en  1863  ascendía  a 
19,000  kilómetros  cuadrados  i  se  hallan  distribuidas  estas  mi- 
nas en  una  ostensión  de  mas  de  130  kilómetros  de  largo  sobre 
el  curso  de  rios  navegables  como  el  San  Joaquín  i  el  Sacra- 
m.ento  que  conduce  a  la  bahía  de  San  Francisci>. 

La  facilidad  de  comunicación,  la  estraordinaria  abundancia 
de  agua  i  lo^,  capitales  hacen  difícil  que  los  terrenos  auríferos 
•la  Chile  puedan  dar  los  beivücios  qn^  d-m  In^  far-pno^  aurí- 
)-!ros  de  California. 

En  los  lavaderos  de  oro  la  situación  constituye  la  mitad  de 
la  riqueza,  * 

IX. — Producción  oiai  de  pial'  fti  el  muiido  desde 


—  480  — 

los  primeros  tiempos  hasta  fines  de  1871  (1). — En  1848,  la 
producción  total  de  metales  preciosos  era  estimada  en  30  mi- 
llares 152  millones  de  plata  i  14  millares  426  millones  de 
oro,  sea  en  todo  44  millares  578  millones  de  francos.  En  esta 
suma  están  comprendidos  como  antiguos  fondos,  provinientes 
de  los  siglos  anteriores  al  año  1500,  700  millones  de  plata  i 
300  millones  de  oro. 

En  1857  encontramos  la  cifra  total  de  8  millares  174  mi- 
llones estraidos  después  de  1848,  la  cual  se  componía  de  2 
millares  170  millones  de  plata  i  6  millares  4  millones  de  oro. 
Durante  este  periodo  la  producción  de  plata  era  constante  i 
normal,  pero  la  del  oro  habia  llegado  a  ser  estraordinaria;  se 
elevaba  en  menos  de  nueve  años  a  cerca  de  la  mitad  del  oro 
que  existia  en  1848. 

La  Australia  habia  suministrado  1  miliar  695  millones;  Ca- 
lifornia 2  millares  508  millones;  Rusia  G78  millones.  En  todo, 
4  millares  781  millones  de  francos  sobre  un  total  de  6  milla- 
res 4  millones.  El  resto  era  la  producción  de  diversos  paises 
productores  de  América  (Méjico,  Nueva  Granada,  Estados 
Unidos,  Perú,  Bolivia,  Brasil,  Chile)  sea  445  millones  i  a  los 
diferentes  centros  europeos  como  65  milloaes;  a  las  i&las  de  la 
Garde  i  las  Indias,  505  millones;  i  en  fin  a  la  costa  de  .Guinea 
i  al  resto  del  África,  108  millones. 

Agregando  las  sumas  de  los  dos  períodos,  el  uno  anterior  a 
1848  i  el  otro  posterior  a  1748,  hasta  1857,  se  encuentra  de 
la  producción  total  en  estj  año  la  suma  de  52  millares  761 
millones,  de  los  cuales  32  millares  331  millones  en  plata  i  20 
millares  430  millones  en  oro. 


(1)  Estos  datos  los  ha  tornado  T.  Roswai;  de  todas  las  publicaciones 
notables  que  se  han  hecho  en  cada  país  del  muudo  i  es  lo  mas  completo 
que  se  ha  escrito  sobro  la  materia.  No  estará  de  mas  agregar  que  im  mi- 
llar equivale  a  mil  millones  de  francos,  o  sea  a  doscientos  millones  de 
pesoí  fuertes. 


—  481  — 

La  producción   total   de  oro  on  el  período  de   1857  a  1871 

es  la  siguiente: 

ORO. 

Mllrs.  de  fres. 

California 2.241,150 

Australia  4.491,275 

Rusia 1.239,750 

Paires  americanos  (Nueva  Granada,  Estados 
Unidos,  escepto  California,  Perú,  Bolivia, 
Brasil,  Chile)  término  medio  anual  49  millo- 
nes i  medio 693,000 

Europa.  (Todos  los  países  menos  Rusia.)  Térmi- 
no medio  anual  7  millones  i  medio 101,500 

Asia.  (Islas  de  la  Garde,  Indias  inglesas,  Araw 

<!tc.)  Término  medio  anual  56  millones 784,000 

África.  (Costa  de  Guinea,  Zanzibar  Alto  Ejipto, 
Kurdistan,  etc.)  Término  medio  12  millo- 
nes       168,000 

Total  jeneral  de  la  producción  del  oro  9.718,675 

Como  se  ve,  la  producc'o.i  total  del  oro  en  el  período  de 
1857  a  1871  asciende  a  9  millones  %. 

El  fondo  común  habia  subido  durante  este  m'.smo  tiempo  de 
3  millares  367  millones  %  de  plata  i  de  9  millares  718  millo- 
nes de  oro,  en  todo  13  millares  mas  o  méno3,  en  un  millar  por 
año  término  medio.  El  oro  representa  los  74  o  77  %  de  esta 
producción  (en  números  redondos  los  % ). 

RESUMEN. 

Mlh's.  de  frc3. 

Total  del  oro  estraido  hasta  el  año  1857     20.  430  millones 
Oroestraido  de  1857  a  1871 9.719 

Total  del  oro  producido 30.   149 

LA  E.    DEL  o.  61 


—  482  — 

MUrs.  de  fres 

Total  de  la  plata  estraida  hasla  1857....     32.  331   millones 

Plata  estraida  en  el  período  de   1857  a 

1871 3.  367       » 


Total  de  la  plata  producida..     35.  698  millones 

Sumada  la  producción  del  oro  i  plata  tendremos  que  la  pro- 
ducción de  todas  las  minas  del  globo  asciende  de  65  a  66  mi- 
llares de  francos. 

El  oro  representa  el  45,58  %. 

En  1856  el  oro  representaba  solo  el  38,7  %. 

i^e  1856  a  1871  ha  subido  6,88  %  la  producción  del  oro  so- 
bre la  de  plata. — Bulletin  de  la  société  cf  encouragement. — N.° 
248. — Métaux  precieux. — M.  T,  Roswag. 


ÍNDICE. 


Dedicatokia Páj.  5 

Preliminar Páj.  7 

CAPITULO  I. 

El  oro  de  Chile  en  tiempo  de  los  Incas 

Los  primitivos  chilenos  no  conocían  ni  el  uso,  ni  el  valor,  ni  la  esplota- 
cioa  del  oro. — Arto  que  les  enseñaron  los  peruanos  i  tributo  que  les  im- 
puso el  Inca  — Ideas  de  los  peruanos  sobre  el  oro. — Lo  usan  solo  corno 
ornamentación,  pero  no  como  medio  de  cambios — Nociones  de  Garcilaso 
de  la  Vega. — .\lmagro  encuentra  en  Copiapó  minas  de  oro  científicamen- 
te trabajadas. — En  qué  consislia  el  tributo  de  Chile. — Derroteros  fabu- 
losos sobre  el  rescate  de  Atahualpa  en  Chile. — Vaso  de  oro  hallado 
en  Copiapó  i  regalado  al  presidente  Prieto. — Imponderable  acumulación 
de  oro  hecha  por  los  Incas,  mediante  la  produeciou  de  las  minas  del  Pe- 
rú i  de  Chile. — Noticias  de  Cieza  de  León  i  de  Gomara. — La  iiiaroma 
de  Huáscar  i  la  cadena  de  oro  de  los  jesuitas  de  Santiago. — Riíjuezas  de 
los  templos  del  Sol  i  de  las  minas  de  Carabaya. — Ocultaciones  de  oro 
según  fitarcilaso  i  otros  antiguos  cronistas. — Comprobación  atiténtica  de 
las  riquezas  acumuladas  en  el  Perú,  mediante  el  rescate  de  Atahualpa,  i 
su  acta  (le  reparlirion  — Lo  que  cupo  a  Carlos  V.  i  a  Francisco  Pizarro. 
— Las  riquezas  del  palacio  de  verano  del  emperador  de  la  China  en 
1860,  i  los  tesoros  de  Arjel  i  de  Caxamarca. — Comparaciones  i  anéc- 
dotas.— Verificaciones  posteriores. — Remates  recientes  de  ofrendas  de 
oro  i  plata  del  Perú  en  Londres Páj.  33 

CAPITULO  11. 
El  oro  en  Chile  en  tiempo  de  don  Pedro  de  Valdivia 

I.  —  MARr.A-MAUGA.— II.      QUILACOYA — IIÍ.    LA     IMPKKIAL. — IV.      O.SORXO. — 

V.    VILLAUHICA 

El  Adelantado  don  Diego  de  Almagro  llega  hasta  el  territorio  de  Casablanca 
i  Mclipilla.— Oaisas  verdaderas  de  su  regreso  al  Perú. — A  pesar  de  que- 


484  ÍNDICE 

dar  Chile  «mal  famado»  por  los  de  Almagro,  conserva  la  tradición  de  su 
gran  riqneza  aurífeía,  i  esta  es  la  que  mueve  a  Valdivia  i  a  sus  compa- 
ñeros a  emprender  de  nuevo  el  descubrimiento. — Los  primeros  siete 
años  de  la  conquista  i  sus  miserias. — Ardides  de  oro  de  que  se  vale  Val- 
divia para  traer  .socorros. — Las  estriberas  de  Monroi  i  el  sombrero  de 
oro  de  Concón. — Los  ochenta  mil  dorados  de  Camacho. — Descubrimiento 
de  las  minas  de  oro  de  Marga-Marga  i  su  prodijiosa  riqueza. — La  de- 
mora.— Cómo  el  oro  comenzó  a  promover  la  emigración  espontánea  a 
Chile. — Los  primeros  emigrantes  del  oro  en  Marga-Marga,  según  el 
contemporáneo  Marino  de  Lovera. — Cálcalo  de  lo  que  produjeron  las 
minas  de  Marga-Marga  basado  en  el  incierto  quinto  del  m.— La  lejisla- 
oion  del  oro  colonial. — Primeros  acuerdos  del  cabildo  de  Santiago,  en 
ausencia  de  Valdivia,  sobre  las  cuadrillas,  estacas,  denuncios,  juegos, 
etc,enlas  minas  de  Marga-Marga — Gomólas  multas  de  Marga-Marga 
comenzaron  a  servir  a  la  ciudad  de  Santiago  para  su  hijiene,  su  Cate- 
dral, sus  calles,  etc., — Curiosa  carta  de  los  mineros  de  Marga-Mar- 
ga pidiendo  una  guarnición  militar  para  defenderse  contra  los  indios. — 
Acuerdo  del  cabildo  concediéndola,  i  manda  bien  pagado  al  verdugo  Or- 
lun  Xerez  i  tres  compañeros  de  a  caballo. — Regresa  del  Perú  Valdivia, 
i  notando  el  incremento  de  las  minas,  nombra  alcalde  de  ellas  en  enero 
de  1550. — Los  ediles  de  Santiago  acuerdan  turnarse  para  hacer  la  justi- 
cia en  las  minas. — El  primer  abogado  en  la.s  minas  de  oro — Aspecto 
actual  de  los  lavaderos  del  Rio  de  las  minas  i  su  imponente  estension, 
— Visitas  del  autor  en  1851  i  en  1877. — Una  faena  de  oro  en  el  Rio  de 
las  minas,  en  el  último  año  nombrado — Abundancia  de  oro  en  polvo  en 
Santiago  a  mediados  del  siglo  XVII. — Se  prohibe  su  uso  como  moneda 
en  esa  forma  con  severas  penas,  pero  en  vano. — El  oro  en  polvo  es  el 
tipo  de  la  fortuna  i  de  la  moneda  en  Chile  hasta  el  obispo  Cienfuegos 
que  en  esa  forma  lo  llevó  a  Roma  — Descubrimiento  de  las  minas  de 
Quilacoya  en  octubre  de  1553  i  su  prodijiosa  riqueza — Dos  quintales  de 
oro  diarios,  según  alguien  quo  los  vio. — Descubrimiento  de  placeres  en 
la  Imperial,  i  cómo  ayudan  sus  productos  a  erijir  su  Catedral  i  su  mitra. 
— Las  minas  de  oro  de  Villa  Rica  i  la  calidad  de  su  metal. — Aspecto 
que  las  ruinas  de  esta  romántica  ciudad  ofrecían  en  1640  i  en  1858. — 
Los  esploradores  Lee-Smith  i  Colé. — Riqueza  aurífera  de  Osorno  antes 
del  descubrimiento  de  Ponzuelos. — Minas  de  oro  olvidadas  i  la  cofradía 
de  Paigato. — Estraordinaria  opulencia  personal  de  Valdivia  i  sospechas 
de  que  quiso  coronarse  en  Chile,  declarándose  independíente. — La  inde- 
pendencia del  oro  antes  de  la  independencia  de  la  libertad. — Visita 
Valdivia  sus  minas  de  Quílacoya  en  la  víspera  de  su  muerte,  i  su  profé- 
tico  desabrimiento  en  presencia  de  las  ofrendas  del  oro. — El  sacrificio 
de  este  grande  hombre  perturba  la  riqueza  aurífera  de  Chile  para  rena- 
cer con  mayor  aliento Páj.  62 

CAPITULO  Ilí. 
La  crisis  del  oro  en  el  sig-lo  XVII. 

Influencia  de  la  muerte  de  don  Pedro  de  Valdivia  en  la  producción  del  oro 
en  Chile. — Abandono  total  de  la  Araucania. — Despueble  de  Concepción  i 
de  las  minas  de  Quílacoya. — Restos  de  éstas  visibles  en  1879. — El  casti- 
llo de  don  E*edro  de  Valdivia. — A  la  muerte  del  primer  gobernador  se  su- 
ceden los  disturbios  de  sus  lugartenientes  por  el  mando  hasta  la  llegada 
de  don  Hurtado  de  Mendoza  en  1557.  —Pone  é.íte  en  orden  el  reino  i  se 
descubren  las  riquísimas  minas  de  oro  de  Choapa  i  del  rio  de  Valdivia. — 
Noticias  que  do  éstas  da  el  contemporáneo  Góngora  Marmolejo  i  el  pa- 


)N  I-ICE  485 

dre  Rosales. — El  oro  se  hace  mas  barato  ¡[uc  el  fierro,  i  los  colonos  lo 
usan  en  lugar  de  este  metal  para  oficios  viles. --El  oro  servido  en 
salvillas  en  los  Ijanquetes  de  Santiago,  según  el  padre  Ovalle.— La  fama 
de  esta  riqueza  inunda  el  mundo  i  viene  el  Drake  a  piratear  en  estos 
mares. — Captura  en  Valparaíso  60,000  pesos  de  oro  de  Valdivia. — El 
Caca  facijo  i  el  Caca  plata,. — El  corsario  «Ricliarte»  captura  oro,  gallinas 
i  una  dama  de  la  virreina  del  Perú  en  Valparaíso. — El  mineral  de  Pon- 
zuelos  i  oscuridad  que  reina  sobre  su  oríjen  i  su  ubicación. — Un  clérigo 
de  Osorno  funda  las  monjas  Claras  con  dos  tejos  de  oro  de  Ponzuelos.— 
Inmensa  opulencia  de  oro  en  el  siglo  XVI — La  primera  edad  de  la  edad 
de  oro.- -Sobreviene  la  rebelión  jeneral  de  principios  del  siglo  XVII  i 
comienza  la  crisis  en  la  producción  del  oro.---La  Araucania  es  otra  vez 
desamparada  por  los  espaiíoles  i  sucumben  sus  siete  ciudades  --El  oro  i 
su  menosprecio  durante  el  asedio  de  Villa  Rica,— Se  suceden  grandes 
secas,  pestes  i  esterilidades. — El  terremoto  de  1647  — El  Seiior  de  Mayo 
es  el  emblema  de  Chile  durante  aquella  fatal  edad. — A  estos  cataclis- 
mos siguen  los  bucaneros  i  sus  robo?. — Sharp  o  Charqui  en  Coquimbo  — 
Ocultación  sistemática  en  los  indios  de  las  riquezas  auríferas  de  Chile 
después  de  la  conquista. — Casos  que  refieren  los  jesuítas  Ovalle  i  Ro- 
sales, los  viajeros  Ulloa  i  Juan  i  el  capitán  de  injenieros  Mackenna  — 
La  tradición  de  Manan-Chili  en  Lampa  i  los  tesoros  de  Rocha  en  Potosí. 
---Profundo  abatimiento  en  que  cae  la  colonia  durante  el  sigjo  XVII  i 
su  indecible  miseria. — La  taza  de  la  pila  de  la  plaza  i  el  badajo  de  la 
campana  de  cabildo. — La  apatía  i  la  abundancia  de  mantenimientos  del 
país  hacen  que  los  chilenos  no  se  preocupen  del  laboreo  de  sus  minas 
— Opiniones  del  padre  Ovalle  i  del  viajero  Frezier  sobre  este  particu- 
lar.— El  descubrimiento  de  Andacolio  i  su  esplotacion  es  lo  único  que 
mantiene  la  vitalidad  económica  del  reino  durante  el  siglo  XVII. — An- 
dacolio es  la  casa  do  Moneda  do  Chile  i  su  oro  el  único  tipo  de  las 
transacciones.  —  Noticias  encontradas  por  el  autor  en  el  Archivo  de 
Indias  sobre  este  rico  mineral. — La  disminución  de  la  producción  del 
oro  no  provino  en  el. siglo  XVII  de  agotamiento  sino  de  causas  estrañaa 
a  las  fuentes  de  producción. — Igual  fenómeno  se  observa  en  1810  al 
comenzar  la  era  de  la  Independencia Páj.  99 

CAPITULO  IV. 

La  resurrección  del  oro  en  el  sig-lo  XVIII 

Favorables  auspicios  con  qne  comienza  el  siglo  XVIII  para  los  mineros  de 
oro  de  Chile. — La  pobreza  jenoral  producida  por  las  catástrofes  del  si- 
glo XVII  incita  a  los  trabajos  i  a  los  descubrimientos. — El  mineral  de 
oro  de  Tiltil  en  1713. — Los  trapiches  de  oro. — «Entre  solera  i  voladora». 
— Escritura  de  venta  de  un  trapiche  de  oro  en  la  Serena. — El  mecanis- 
mo de  un  trapiche,  su  trabajo  i  sus  obreros. — Importantes  descubrimien- 
tos auríferos  en  Copiapó  en  1706. — Frezier  en  Copiapó  i  en  la  Serena. — 
Lo  que  era  un  buitrón  o  trapiche  real. — El  oro  de  Capote. — Opiniones 
científicas  de  Frezier  sobre  la  formación  del  oro  conforme  a  las  teorías 
modernas. — Singulares  creencias  de  los  padres  Rosales  i  Olivares,  se- 
gún las  cuales  el  oro  crecía  como  las  semillas. — Petzolt  i  Suess. — Incre- 
mento que  toma  Copiapó  con  sus  minas  de  oro  un  siglo  antes  de  aparecer 
la  plata.— La  aldea  es  elevada  a  villa  i  el  valle  a  correjimiento. —  Ins- 
trucciones al  correjidor  Saravia  en  1740. — Antigüedad  de  la  «cangalla». 
— Las  minas  de  Lampagui  i  por  qué  se  abandonaron.— Pobreza  relati- 
va de  las  minas  de  cuarzo  respecto  de  los  placeres  de  oro  en  Chile  i  en 
todo  el  mando. — Proporción  de  Laveleye. — üescubriraiento  de  las  minas 


486  ÍNiHti; 

de  Petorca  i  de  la  Ligua. — Latnpagui  i  don  «Bartolo  Intento». — Cálculos 
de  Ulloa,  de  Molina  i  de  Olivares  sobre  la  producción  del  oro  en  Chile  a 
mediados  del  siglo  pasado. — El  oro  de  los  buches  de  gallina. — Las  ga- 
llinas de  Truz-Truz  i  la  perdiz  de  Petorca.— La  abundancia  de  oro  in- 
duce a  los  vecinos  de  Santiago  a  solicitar  la  fundación  de  una  casa  de 
Moneda  desde  1730. — La  Moneda  de  Santiago  no  nació  de  la  plata  ni, 
del  cobre,  ni  de  una  «equivocación  del   rei»,  sino  del  oro Páj.  127 

CAPITULO  V, 
La  Casa  de  Moneda  del  Oro 

La  abundancia  de  la  producción  del  oro  induce  a  los  chilenos  en  1730  a 
solicitar  una  casa  de  Moneda  para  acuñarlo. — Desaire  i  menosprecio  de 
los  magnates  de  Lima  a  propósito  de  esta  solicitud. — Insisten  los  mag- 
nates santiaguinos  i  va  a  España  el  caballero  vizcaíno  don  Francisco 
García  Huídobro,  quien  obtiene  el  privilejio  de  establecer  la  casa  de 
Moneda  por  su  cuenta. — Curiosas  condiciones  de  este  monopolio  perso- 
nal.— Viaje  de  García  Huidobro  a  Chile,  su  captura  por  los  ingleses  en 
Portugal  i  su  rescate. — Regresa  a  Santiago  i  edifica  la  Casa  Real  de  la 
cual  se  hace  marqués. — Celos  de  los  santraguinos  con  el  marqués  de  Ca- 
sa Real  i  se  oponen  a  su  privilejio.— Datos  inéditos.— ~Se  ínstala  la  pri- 
mera Casa  de  Moneda  i  comienza  a  funcionar  en  1759. — Monto  de  la 
amonedación  hasta  1770. — Trescientos  ochenta  i  cinco  quintales  de  oro 
en  once  años.^Pingües  provechos  del  marqués  de  Casa  Real. — Se  renue- 
van los  celos  de  los  santiaguínos  i,  ayudados  por  el  codicioso  virrei 
Amat,  obtienen  la  abolición  del  privilejio  del  marqués. — «Los  testigos 
del  virrei  Orcasitas.» — Enérjica  defensa  que  de  su  derecho  hace  el  mar- 
qués Haidobro  i  cómo  prueba  el  gran  incremento  que  ha  tenido  la  pro- 
ducción del  oro  i  la  renta  del  reí  con  su  Casa  de  Moneda. — Es  expropia- 
do, i  Carlos  III  trampea  el  valor  de  la  Moneda  i  lo  paga  la  República 
un  siglo  mas  tarde. — Regocijados  los  santíagninos  con  el  despojo  del 
marqués,  ofrecen  al  presidente  Morales  «El  Basural»  para  fundar  la 
«Casa  de  Moneda  del  oro.» — Se  oponen  los  padres  de  Santo  Domingo  e 
inician  un  pleito  que  dira  veinte  años. — Documentos  inéditos. — Los  ci- 
mientos del  Basural  dan  en  agua  i  se  traslada  la  planta  de  la  Casa  de 
Moneda  a  la  Arboleda  de  los  jesuítas,  donde  hoi  existe. — Relación  del 
virrei  Amat  sobre  la  planteacion  de  la  nueva  Casa  de  Moneda  i  su  plan 
dj  sueldos. — Presupuesto  de  estosen  1810. — El  archivo  de  la  Moneda. — 
Compra  de  oro  en  1772  a  1781. — Gastos  semanales  de  amonedación. — 
«El  volante.» — Rendimiento  del  oro  i  de  la  plata  conforme  a  las  compras 
hechas  en  el  decenio  de  178'.)  a  1708. — Cuadro  del  oro  comprado  desde 
179Ü  a  1817. — La  producción  máxima  del  oro  en  1800  i  en  1810.— «Dos  mil 
quintales  de  oro». — Comienza  la  decadencia  de  la  producción  junto  con 
la  guerra  de  la  Independencia.— Nuevas  comprobaciones Páj.  147 

CAPITULO  VL 
El  oro  en  el  norte  de  Chile  en  el  siglo  XVIII 

ATACAMA  I  COQUIMBO 

Las  quebradas  í  las  quiebras  de  los  .hombres  del  «cuño  antiguo». — Falta 
de  datos  sobre  la  procedencia  del  oro  que  se  amonedaba  en  la  Moneda. 
— .aproximaciones  lugareñas. — Las  tres  zonas  del  oro  en  Chile.— El  uro 
de  Atacaraa  en  el  siglo  XVIII. — Minerales  de  oro  del  Inca,  de  Chamo- 
iiate  i  C/ianchO'/uin. — Colección  de  muestras    del    correjidor  de  Copiapó 


ÍNijicK  487 

Pinto  i  Cobos,  i  sus  cuentas.— Sus  ideas  sobre  la  opulencia  verdadera  de 
aquella  comarca. — El  muestrario  del  rei  i  el  de  la  academia  de  San  Luis 
en  Santiago. —Trabajos  del  ensayador  mayor  Rodriguez  Brochero.  — El 
oro  en  Coquimbo  —La  Pescadoí'u  i  el  mineral  de  Talca. — Quebrada  Hon- 
da.— La  Flamenca  descubierta  por  un  indio  en  la  cordillera  de  Elqui. — 
El  mineral  de  Chingóles  de  oro,  plata  i  cobre. — Carácter  errante  de  los 
mineros  de  oro. — Los  asientos  de  minas  i  las  placillas. — Proverbios  de 
la  colonia  sobre  el  oro. — El  oro  es  el  único  artículo  de  esportacion  ul- 
tramarino de  Chile  durante  el  siglo  XVI II. — El  mineral  de  Andacollo 
durante  el  siglo  pasado. — Trabajos  de  los  jentiles. — Las  minas  del  Toro 
i  Cliurumata  del  canónigo  Contador. — Don  José  Tomás  Uraieneta  como 
minero  de  oro. — Las  lluvias  i  la  producción  permanente  de  Andacollo. — 
Noticias  individuales  de  las  labores  de  Andacollo  en  1792. — El  oro  en 
Ulapel. —  Restos  de  su  opulencia. — Sus  quince  trapiche.?. — La  dureza  de 
su  cuarzo. — La  mina  Ciuumtscada.—'Mineva.les  del  «Chillan»  i  del  cerro 
del  Cuyano. — Las  arenas  auríferas  de  Illapel. — Casuto  i  sus  pepas  de  un 
quilogramo. — La  pepa  de  cinco  libras  de  oro  de  don  Santiago  Lira. — 
Planta  que  se  da  a  este  mineral  en  1849  i  su  actual  decadencia...  Páj.  177 

CAPITULO   VJI. 
El  oro  en  la  rejion  central 

DEL  BRONCE   \L  CH1V.\T0 

Carácter  jeolójico  especial  del  departamento  de  Petorca. — Todas  sus  po- 
blaciones han  nacido  del  oro. — Las  familias  fundadoras  de  Petorca. — 
Los  Bueras. — El  frasco  de  oro  del  coronel  Mendiburu. — La  famosa  mina 
del  Bronce  viejo  i  la  muerte  de  los  siete  ladrones  de  oro. — La  relación 
de  Carvallo  i  la  leyenda  del  pacto  con  el  diablo. — «La  visión  del  Bron- 
ce».— La  poesía  del  minero  de  oro. — Las  décimas  del  lego  Guevara  so- 
bre la  «Vision  del  Bronce.» — Los  asientos  mineros  de  Petorca  i  su 
antigüedad.-  -  Longotouia,  el  Hierro  viejo  i  Pupio. — La  mina  de  la 
Amazona  en  la  Ligua. — Escursiones  auríferas  a  Catapilco  i  a  las  que- 
bradas de  Maleara  i  Alvarado. — La  riqueza  aurífera  de  Quillota  a  fines 
del  siglo  pasado. — El  cambista  de  oro  Avaria  i  sus  remesas. — Caleo. 
— La  riqueza  aurífera  de  Melipilla  i  Casablanca. — Curacaví  i  su  tra- 
piche de  oro. — Pobreza  aurífera  de  Santiago  i  los  denuncios  de  oro  en 
el  Santa  Lucia  1  minas  de  fierro  en  un  solar  de  la  calle  de  Agustinas. — 
Estraordinaria  riqueza  aurífera  de  la  rejion  montañosa  de  Rancagua. — 
Descubrimiento  de  Alhué  i  su  considerable  opulencia. — La  mina  del 
JEscarpe  lia,  del  Agua  fría — El  lapizlázuli  de  Caren. — Estadística  — 
Yaquil,  Apaltá  i  MiUahue. — Las  placillas  de  Nancagua  i  doña  Elena 
Valladares. — Las  minas  del  Chivato  i  sus  cuatro  millones. — Chuchunco, 
Gualleco  i  los  Tajos — Hallazgos  de  oro  según  Molina. — Pobreza  relativa 
de  la  cuenca  del  Maule. — El  mineral  de  Pocillas  i  el  deNíblinto. — Cómo 
queda  hecha  la  comprobación  lugareña  dejlaá  vertientes  de  oro  que  for- 
maban el  caudal  de  la  colonia. — La  comprobación  universal Páj.  203 

CAPITULO   VIII. 

Chile  considerado  como  el  primer  país  productor  en 
oro  de  la  América  i  del  mundo,  antes  del  descubri- 
miento de  California 

La  estadística  del  oro  del  nuevo  mundo.— Cálculos  de  Sancho  de  Moneada 


48»  IXDICK 

i  Pedro  de  Navarrete  -sobre  lo?  metales  preciosos  importados  de  Amé- 
rica a  Espaaa  en  los  siglos  XVI  i  XVII. — Períodos  da  producción  i  es- 
portacion  que  establece  Humboldt  hasta  principios  del  presente  siglo- 
— Cálculos  de  Marcoleta  i  de  Robertson,  de  Campomanes  i  de  Pezuela. 
— Estudios  i  estadística  de  Chevalier  sobre  el  oro  i  la  plata  en  el  Nuevo 
Mundo  hasta  1846. — Parte  principal  que  en  todas  estas  demostraciones 
se  asigna  al  oro  de  Chile. — Por  qué  el  nombre  de  esta  colonia  no  figura 
(I ¿rec falliente  en  los  primeros  siglos,  sino  como  un  apéndice  anónimo  del 
Perú. — Humboldt  es  el  primero  que  hace  justicia  a  Chile  como  país  pro- 
ductor de  oro,  i  lo  coloca  mucho  mas  arriba  del  Perú  i  de  Méjico. — Chi- 
le produce  tres  veces  mas  oro  que  el  Perú. — Comparación  de  la  casa  de 
Moneda  de  Chile  con  las  de  Popayan,  Potosí  i  Lima,  según  datos  inédi- 
tos, i  cómo  la  primera  ha  sobrepujado  a  las  otras  en  el  oro. — «Una  onza  de 
oro»  de  la  casa  de  Moneda  de  Liuia. — Demostraciones  del  viajero  ingles 
Helms  i  de  Humboldt. — El  acarreo  del  oro  de  Chile  desde  el  Callao  a  Cá- 
diz i  ilotas  prodijio^as  de  metales  preciosos. — Estadística  de  Chevalier 
sobre  el  oro  de  Chile. — La  lejislacion  española  sobre  el  oro  como  de- 
mostración de  su  producción  jenuina  i   verdadera Páj.  230 

CAPITULO  IX. 
Las  mermas  del  oro  en  Chile 

Causas  que  fomentaron  el  contiabando  del  oro  en  las  Indias. — Impuesto  del 
22  por  ciento. — Cómo  se  repartían  estas  gabelas. — El  quinto  del  rei. — 
El  uno  i  medio  de  Cohox. — La  quilca  i  graves  sucesos  a  que  dio  lugar 
en  Chile  a  principios  del  siglo  XVIII. — Protestas  de  independencia  en 
1778. — Los  chilenos  consiguen  la  abolición  de  este  impuesto  en  180.3. — 
El  impuesto  de  arteria  i  enérjicas  protestas  a  que  dio  lugar. — Los  mer- 
caderes santiaguinos  cobran  la  «aparta»  del  oro  i  de  la  plata;  pero  se 
oponen  a  que  se  establezca  un  banco  de  rescate  — Ei  cacao  de  oro  i  pa- 
ra qué  servia  — Seis  causas  de  detrimento  para  la  industria  del  oro  en 
la  época  de  la  colonia. — Los  pleitos. — La  cangalla  i  la  pona  de  muer- 
te.— Penuria  i  carestía  de  capital  i  de  utensilios.—Falta  de  prc  teccion 
publica. — Benéfico  gobierno  del  presidente  Manso,  i  sus  frutos. — Bajo 
precio  del  oro  por  las  imperfecciones  de  su  elaboración  i  las  artes  de 
los  mercaderas  de  Lima. — Desaparición  completa  de  los  indios  de  enco- 
mienda.— Los  precursores  de  Paraff — El  fraile  Andia  i  su  secreto  de 
millones. — Los  químicos  Blanco  i  Palazuelos. — Termina  con  la  indepen- 
dencia la  edad  del  oro  en  Chile,  i  motivos  por  qué  continuamos  nuestra 
tarea  mas  allá  de  esa  época  i  de  nuestra  promesa Páj.  249 

CAPITULO  X. 
La  decrepitud  de  la  edad  del  oro  en  Chile 

Influencia  esterilizadora  de  la  guerra  de  la  independencia  en  la  producción 
del  oro. — Ocultación  de  capitales  i  disminución  de  brazos. — Decreto  do 
la  junta  de  1813  en  favor  de  los  mineros. — La  producción  del  oro  decae 
a  la  mitad  en  1814,  i  en  1821  casi  no  hai  pastas  que  amonedar. — Cua- 
dro de  la  amonedación  del  oro  desde  1818  a  1821. — La  amonedación  des- 
ciende a  400  marcos  por  año  en  1830  i  1831,  años  de  esterilidad  para 
Chile. — Demostración  del  oro  amonedado  en  Santiago  desde  1822  a 
1830. --Gabelas  que  gravan  la  esportacion  del  oro,  i  sus  atenuaciones  en 
1832. — Se  aumenta  en  este  año  el  precio  de  compra  de  oro  en  la  casa 
do  Moneda  i  lo    vimú-i  .¡.^   (ininlMiTi]if>íi. — Influencia  adversa  de  los  desea- 


ÍNDICB  489 

briroientos  de  plata  de  Arqueros  i  Chañarcillo  en  la  producción  del 
oro. — *E1  libro  de  la  Plata.» — Cálculo  de  la  producción  del  oro  desde 
1844  a  1875. — Casos  de  esplotaciones  ricas  de  oro  de  1830  a  44. — El 
yankee  Yansen  en  Yaquil. — El  oro  en  la  rejion  central  desde  Acúleo  a 
«Las  Palmas»  en  el  departarniento  de  Curicó. — «El  hoyo  de  la  Vieja» 
en  el  San  Gristóval. — Las  tierras  auríferas  de  Peñuelas  en  1840-44. — 
Oro  chileno  amonedado  en  el  trienio  de  1879-80-81,  según  Brieba. — 
Condensación  de  la  producción  de  treinta  lugares  diferentes  en  los  últi- 
mos tres  años. — Amonedación  del  oro  de  Catapilco,  de  Llampaico, 
de  Niblinto  i  de  Lebu. — El  oro  en  Illapel  durante  el  invierno  de  1881,1 
minas  qne  en  ese  «lepartamento  existen  i  se  trabajan. — Descubrimientos 
auríferos  de  California,  i  cómo  éstos  redundan  en  daño  directo  de  la  pro- 
ducción del  oro  en  Chile. — La  tereera  edad  del  oro  en  California,  i  có- 
mo esta  nueva  faz  de  la  industria  ha  abierto  nuevos  horizontes  a  la 
esplotacion  del  oro  eel  país Páj.  270 

CAPITULO  XI. 

California  i   Chile 

Las  tres  épocas  de  la  edad  aurífera  de  California  i  las  dos  de  Chile. — Ls 
época  de  los  lavadero.",  la  época  de  las  ininan,  i  la  época  de  los  cascajos 
subterráneos. — Procedimientos  hidráulicos  para  esplotar  los  últimos,  e 
injentes  capitales  invertidos  en  los  estados  norte-americanos  del  Pacifi- 
co.— ¿E.xiste  el  problema  de  la  tercera  zona  en  Chile? — Asimilaciones 
con  California. — Latitudes,  ejes  i  sistemas. — Clima,  orografía,  ríos,  llu- 
vias, secas,  sucesión  en  la  producción  de  los  metales,  etc. — California 
corresponde  jeográficamente  a  la  Araucanía  con  mas  propiedad  que  a  Chi- 
le.— Cómo  sobrevino  en  aquel  país  el  descubrimiento  de  los  cascajos 
auríferos  después  del  agotamiento  del  oro  superficial  e  intermedie- 
Opiniones  de  Bowie  i  Whiteney.—  Escesiva  pobreza  de  los  cascajos  de  Ca- 
lifornia i  pingües  ganancias  que  dejan  mediante  el  sistema  hidráulico. — 
Tres  centavos  por  cajón. — Chile-Gulch  i  su  prodijiosa  riqueza. — Cascajos 
azules. — Opinión  de  Mp.  Shanklin.--Los  rinocerontes  fósiles  de  Chile- 
Gulch  i  los  mastodontes  de  las  Dichas. — Fabulosas  cantidades  de  meta- 
les de  oro  i  plata  combinados. — Demostracicnes  i  datos  hasta  1876. — 
Prodijiosa  amonedación  de  pastas  en  Estados  Unidos. — Las  principales 
amonedaciones  en  1875  según  Soetebeer. — Aplicación  del  sistema  hi 
dráulico  a  Chile  i  sus  primeros  ensayos. — ¿Han  sido  estos  ejecutados  en 
la  misma  forma  i  con  los  mismos  recursos  que  en  California? — ¿De- 
ben darse  por  definitivos? — Opiniones  de  Shanklin,  Holcombe  i  Se- 
well Páj.  291 

CAPITULO  XIL 
Los  cascajos  auríferos  de  Catapilco 

El  ]pr\mev prospector  o  cateador  de  los  cascajos  auríferos  de  Chile,  el  doctor 
Burnes. — Catapilco  i  su  fama  aurífera. — Llega  un  emisario  a  Chile  i 
regresa  el  doctor  Burnes  a  Estados  Unidos  en  1876. — Mr.  John  Flagler  i 
prolijos  reconocimientos  profesionales  que  ejecuta  en  Catapilco. — Se  re- 
suelve a  establecer  trabajos  por  la  presión  hidráuliga  i  regresa  a  Esta- 
dos Unidos. — Vigoroso  planteamiento  inicial  de  las  faenas. — El  injenie- 
ro  Simpson. — La  fiebre  de  Paraff  i  nuestras  escursiones  en  1878. — Es- 
cursion  a  Catapilco. — La  comitiva,  la  partida,  los  adioses  i  los  aco- 
modos.— «Ambrosio  Lámela.» — De  Viña  del  Mar  a  Concón.— La  cazuela 
LA  E.   DEL    O.  62 


■^><¿í 


490  ÍNDICE 

de  Colmo. — Los  gringos  de  Semana  Santa  i  la  aventnra  del  arriero  de 
los  /-/««y/os.— Quinteros. — Pachuncaví.— La  laguna  de  Catapilco.— Una 
acojida  yankee  i  sus  brindis. — Visitas  a  las  faenas  del  oro.— El  Cule- 
brón i  el  Quemado. — El  cambista  Román  i  sus  tesoros.— Pedro  Cruz  i 
Montenegro. — Una  arroba  de  oro  por  semana. — Descripción  de  los  tra- 
bajos.— Los  canales. — Los  fin  mes  i  los  acueductos.— La  revelación  del 
indio  en  el  hospital  de  Santiago.— Risufiñas  iinsioüeí;. — Caitas  de  Mr. 
Flagler  (¡ue  las  confirman Páj.  327 

CAPITULO  Xlíl. 

Las  quebradas  do  Maleara  i  Alvarado  en  la  provincia 
de  Valparaiso 

El  aüu  de  Paraft'  i  la  ñehve  pcirajjna  en  1877 — Rcnu dio  que  paia  la  última 
habrían  encontrado  los  chilenos  en  un  refrán  doméstico  de  don  Manuel 
Salas  i  en  el  diccionario  de  la  lengua  en  la  palabra  «piedra.» — Pánico 
de  fines  de  1877,  i  lo  que  dijo  don  Manuel  Montt  al  saberla  quiebra  del 
banco  David-Thoma*. — El  balance  de  la  riqueza  de  Chile  en  1875.^ 
Bienes  positivos  que  el  «engano-Paraff»  produjo  al  pais  despertándola 
aficjon  al  oro  verdadero — El  trabajo  ha  sido  siempre  la  tabla  del 
naufrajio  de  Chile. — Revívense  todos  los  derroteros  i  leyendas  anti- 
guas — La  laguna  del  Tigre  en  el  camino  de  Huspallata  i  Ponzuelos  en 
Osorno. — Esciu'siones  en  los  campos  auríferos  de  Pedro  de  Valdivia. — 
Organízanse  no  menos  do  siete  compañíaa  auríferas,  i  cuenta  que  se  da 
■de  ellas. — Entierros  i  nuevas  tradiciones. — Alcances  \ poniüazo'^. — Los 
Cristales  i  Cachiyuyo. — Los  Talavoras  i  Alfonso  Duque  Ante-Cristo. — 
El  cjntajio  de  las  cscursionos  auríferas  se  radica  en  Viña  del  Mar. 
— La  compañía  d  j  Iklalcara,  i  cabalgata  que  a  ella  se  dirije  en  mayo  de 
1878. — El  camino  hasta  Colmo. — El  jeneral  Maroto  en  Couca  i  en  Con- 
cón.— El  canónigo  de  Caracas  i  el  letrero  del  finado. —  La  noche  de  Col- 
mo i  el  ascenso  a  la  montaña  de  Mauco.- — El  hossanna  i  el  ¡halloic!  de 
las  cumbres. — P]l  cabo  Olivos  i  el  vaquero  Cortés. — El  descenso  i  el 
descu!)ridor  Molina.-— Kn  el  fondo  de  la  mina  i  su  maravilloso  aspecto. 
—  La  piedra  del  descubridor  i  su  on.^aye  en  la  Moneda. —  Porqué  no 
nos  hemos  ocupado  en  este  libro  de  la  faz  científica  íjeolojica  de  la 
cuestión  del  oro. — Resumen  por  don  yVlberto  Mackenna.—  Los  ingleses 
i  Ijs  aboríjenes  del  cacique  Álalcara. — Don  Juan  Palacios  i  su  jiaila  de 
oro. — Estévan  Silva,  el  último  minero  de  Maleara,  i  su  salteo. — Regreso 
de  la  carabana  de  Maleara  a  Qulllota  i  a  Viña  del  Mar.—  Una  visita 
aurífera  a  la  quebrada  de  los  Alvarados,  «el  vallo  de  Andorra»  de  Val- 
paraíso,— Los  lavaderos  del  «Peñón»  i  del  «Morro»— Vestijios  de  la 
riqueza  aurífera  del  departamento  de  Limache  i  de  la  provincia  de  Val- 
paraíso    Páj.  383 

CAPITULO  XIV. 
La  lejislacion  del  oro  en  Chile  i  su  urjente  reforma 

Escelencia  del  Códiqo  de  Minería  de  1875. — Sus  principales  defectos  i 
urjencia  de  su  reforma. — Estudios  del  actual  ministro  de  justicia  señor 
Vergara. — Las  tarifas  de  las  mensuras  de  Lebu. — El  uso  del  agua  para 
el  lavado  de  cascajos  auríferos  i  las  prohibiciones  del  art.  6.°  del  Códi- 
go de  Minería. — Estension  escesiva  de  las  esfaccis  i  pertenencias. — El 
despueble  i  su  sustitución  por  la  patento  minera. — Lejislacion  criminal 
in'.;í<va  «obre  las  rainas. — El  salteo  del  mineral  del  Inca  en  1848. — Las 


ÍNDICE  49 

sociedades  anónimas  de  minas,  i  precauciones  minuciosas  de  la  lejisla- 
cion  inglesa. — Los  espositores  i  tratadistas  modernos  de  la  lejislacion 
minera  en  Otile. — El  mayor  peligro  de  las  compañías  i  minas  de  oro 
en  Chile  no  está  en  el  broceo  sino  en  el  ajio  i  en  la  farsa. — Limitación 
de  nuestros  propósitos  solo  al  trabajo  libre  en  la  Araucanía. — El  oro 
de  Magallanes  i  de  Tierra  del  Fuego. — Datos  i  noticias. — Acertadas 
apreciaciones  de  la  prensa  sobre  la  condición  actual  de  la  industria  del 
oro. — Los  ejemplos  que  de  la  situación  i  de  los  efectos  de  la  lejislacion 
ofrece  actualmente  el  mineral  de  Lebu, — Maravillosas  ^ej:>a8  de  oro  vol- 
cánico de  la  Montaña  Negra,  i  su  comparación  con  las  de  otras  comar- 
cas auríferas — Reseña  de  los  placeres  de  Lebu  i  su  estado  actual. — Ven- 
tajas que  reportaría  al  país  (si  no  a  los  particulares)  como  comunidad, 
el  trabajo  libre  de  la  Araucanía. — El  remedio  de  la  situación. — La  li- 
cencia del  minero  i  eu  primer  eiemplo  para  lo  venidero. — Conclu- 
sión   Páj.  426 

Epílogo Páj.  452 


ANEXOS. 
I. 

Discusión  habida  en  el  Senado  con  motivo  de  la  aprobación  en  jeneral  del 
proyecto  que  sirve  de  base  al  presente  libro,  en  la  sesión  de  aquel 
cuerpo  correspondiente  al  24  de    agosto  de  1881 Páj.  458 

II. 

El  oro  de  la  Montaña  Negra  i  el  oro  de  la  Araucanía. — Cartas  cambiadas 
entre  el  señor  F.  Ovalle  Olivares  i  el  autor  en  setiembre  de  1881,  con 
motivo  de  la  discusión  i  aprobación  en  jeneral  del  proyecto  de  leí  del 
último  sobre  reforma  del  Código  de  Minas  con  relación  al  oro  de  la 
Araucanía Páj.  416 

Contestación Páj .  467 

IIL 

Razón  del  oro  comprado  i  fundido  en  la  casa  de  Moneda  de  Santiago  du- 
rante el  trienio  de  1879,  80,  81,  con  especificación  de  su  peso,  proceden- 
cia i  estado  en  que  fué  adquirido,  según  datos  suministrados  por  la  ofici- 
na de  ensayes  de  este  establecimiento Páj.  470 

IV. 

El  oro  de  Chile  bajo  su  punto  de  vista  científico,  químico  i  jeolójico.— 
Resumen  escrito  por  don  Alberto  Mackenna  para  el  presente  li- 
bro   Páj.  476 


FIN    DE   LA   EDAD   DEL   ORO   EN   CHILE. 


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UNIVERSÍTY  OF  TORONTO  LIBRARY 


TN  Vicuña  Ilackenna,   Benjamín 

í^U  La  edad  del  oro  en  Chile 

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18S1 


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