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Precio: 3 pesos.
SANTIAGO
mPRElTTA CERVANTES
1881.
B. VICUÑA MACKENNA. é
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EDAD DEL ORO EN CHILE
■-Irl
LA
o SEA
una demostración histórica de la
maravillosa abundancia
de oro que ha existido en el país,
con una reseña de los grandes descubrimientos
arjentíferos que lo han enriquecido,
principalmente en el presente siglo, i algunas
recientes escursiones
a las rej iones auríferas de Catapilco
i quebradas
de Alvarado i Maleara
POR
B. VICUÑA MACKENNA.
SANTIAGO
IMPRElírTA CERVANTES
1881.
•^
A LOS SEÑORES
•«>»}i»f<«<>-.
Como a los representantes mas entusiastas, mas
animosos i mas activos de los dos sistemas que se
disputan en Chile, i especialmente en la Arauca-
nia, la esplotacion de sus ricas comarcas auríferas,
el uno conforme al procedimiento esclusivista i anti-
cuado de las Indias, que ajuicio del autor ha hecho
ya su camino i su cosecha, i el otro como campeón
del procedimiento poptdar de California i de Aus^
tralia, que está llamado probablemente a revolucio-
nar la producción del oro en el suelo de la repiiblica
mediante el trabajo Ubre i la inmigración espontci-
nea, — este pequeño trabajo de actualidad i de propa-
ganda comparativa, es sincera i cariñosamente de-
dicado por el amigo de ambos, que desea a los
unos i los otros, sistemas i hombres, descubridores i
empresarios, ricos i pobres, capitalistas i obreros
de un progreso caro i común, larga vida, risueñas
ilusiones (parte esencial de la vida larga) e ilimi-
tada prosperidad, complemento forzoso de aquélla
i del minero
B. Vicuña Maekenna.
/' «4 /ci^áV.
anftaú^/
aa&f
PRELIMINAR.
«Una de las provincias mas opulentas de
oro que se an descubierto en la América,
es el Reyno de Chile, y en tiempos pasados
fueron muchísimos los minerales que se la-
braron, porque todos los pueblos y lugares
teuiau minas riquísimas en sus distritos.»
— Rosales. — Historia de Chile, vol. I, páj.
209.
«En general, ont peut diré que tout le
Pays est fort riche, que les habitans nean-
moins y sont fort pauvres d'argent; parce
qu'au lieu de travailler aux mines, ils se
contentent du commerce qu'ils fout de
cuirs, de suif, de viande seche, de chanvre
et de bled.» — Freziek. — Voyage a la Mer
du Sad—\1\2, 13— U— París 1716, páj.
103).
I.
El título del presente trabajo, mas histórico que
estadístico, mas demostrativo que industrial, mas
ameno (si ello se alcanza) que económico i espe-
culativo, esplica suficientemente, a nuestro enten-
M
der, su objeto, su significado i su alcance. — «La
EDAD DEL ORO EN GhILE.))
En esa sencilla carátula, una sola letra del alfa-
beto castellano pone en transparencia su tela i su
argumento, porque no decimos — «la edad de oro
de Chile» sino — «su edad deloYO.y>
Los siglos de la colonia no fueron ciertamente
la «edad de oro» que cantan los poetas i han fin-
jido los historiadores de este remotísimo suelo,
claustro emparedado de las Indias, sijilosamente
mantenido en el apartamiento del mundo, cual
bajo la llave de celosos conventuales, por el rei i
las leyes de Indias, por los Andes i el Océano.
Todo lo contrario. Esa edad fué de abatimien-
to, de ignorancia, de catástrofes, de vergüenza i de
lágrimas.
Pero al mismo tiempo fué positivamente la
«edad del oro», porque, como decia el conquista-
dor Pedro de Valdivia, todo el país no era sino «una
mina de oro», si bien cada grano de éste costaba
a sus vasallos, por las inclemencias del tiempo, de
la guerra i de la conquista, «cien gotas de sangre
i el doble de sudor». (1)
(1) «Por costamos cada peso de oro (cada castellano) cien
gotas de sangre y doscientas de snáor.D— (Carta de Pedro Val-
divia al emperador Carlos V. — Concepción^ setiembre 15 de
1550.)
II.
El oro era abundantísimo en aquellos siglos de
oro: el suelo parecía a la verdad cuajado del pre-
cioso metal, i a nuestro juicio lo está todavía, sal-
vo que se hallaba, entonces como hoi, diseminado
en moléculas tan diminutas i difíciles de amalga-
mación i recojida, que solo por el esfuerzo de una
gran innovación en los procedimientos de solici-
tación individual o colectiva se habrá de llegar en
el presente a grandes resultados, especialmente en
el suelo vírjen de la Araucania.
No son en verdad gotas de sudor ni menos de
sangre las que la esplotacion del oro en grande o
en pequeña escala habrá de requerir en los tiempos
de libertad i de progreso moral i mecánico que he-
mos alcanzado en nuestros dias, sino gotas de inje-
nio, condensadas por el vapor o la fuerza hidráuli-
ca, palancas colosales destinadas a remplazar al in-
dio esclavo, débil i abatido de las Encomiendas i
al lento i fatigoso trapiche que molia durante las
lluvias el duro cuarzo aurífero, a razón de tres o
cuatro onzas de oro en polvo cada dia.
III.
I a este propósito, i como una demostración
jeneral i palmaria de lo que decimos, será oportu-
LA E. DEL O. 2
— 10 —
no recordar que así como todas las ciudades i al-
deas del llano central desde Santiago a Concep-
ción, las dos capitales de la conquista i la colonia,
debieron su oríjen a la fertilidad agrícola de su
topografía, así casi todas las ciudades i villas, al-
deas i asientos del Norte i de la estremidad aus-
tral del territorio, tomaron su oríjen del descu-
brimiento i riquezas del oro.
Copiapó, como lo demostraremos mas adelante
en el curso de este libro, no arrancó su fundación
de Chañarcillo i sus portentos arjentíferos, sino
del oro de su propia planta, del oro de Palpóte,
del mineral del Inca i del célebre cerro de Capote.
La Serena, a su turno, no debió su antigua
prosperidad ni a Arqueros ni a Tamaya, que todo
esto es comparativamente fortuna de ayer, sino a
Andacollo, mineral inagotable de riquísimo oro.
I lo mismo puede i debe decirse de Illapel, que
en indio significa «pluma de oro)>, milla (oro)
peí (pluma); de Petorca i sus famosos laboreos
del Bronce; de la Ligua i de su ponderada mina
Amazonas, que hoi una compañía desaterra per-
siguiendo un gran problema aurí^ero-jeolójico, i
en jeneral de todos los lugarejos de alguna nom-
bradla en esa rejion de la república, desde las mi-
nas desaparecidas de San Cristóval de Lampa-
gui, que despoblaban las ciudades de Chile cuando
en 1713 visitara la colonia el hábil injeniero de
Luis XIV, Frezier, hasta Casuto, aldea de oro,
— 11 —
que siglo i medio mas tarde hemos divisado no-
sotros desde alto monte, en el fondo de una árida
quebrada, en el departamento de Illapel.
lY.
I de igual manera acontecia en el Sur, porque
si bien algunas antiguas poblaciones eran impues-
tas al reino por la configuración de su terreno,
por las distancias, por los alojamientos (los tam-
hos indíjenas), i con mayor particularidad por
las necesidades de la guerra i su estratejia, como
Chillan, en los llanos del Nuble i Nacimiento en
la confluencia del Biobio i del Yergara, los An-
jeles en el centro de la isla de la Laja, Angol co-
mo punto intermedio entre la antigua Penco i la
floreciente Imperial (i de aquí su primitivo nom-
bre Los Confines), i Cañete, por último, hacia la
costa; i así como otras ciudades nacian espontá-
neamente del comercio, cual la de Talca, en la
medianía de los cambios del largo trayecto de un
confín a otro del pais, i algunas (que éstas fueron
las menos) se delineaban en la superficie a virtud
de un simple decreto del capitán jeneral, como
Rancagua i el Parral, San Carlos i Cauquenes, así
las mas ñxmosas ciudades de la conquista en los lí-
mites australes de Chile civilizado i cristiano, sur-
jieron de la riqueza del oro, como Osorno, que tuvo
casa de moneda para sellar el opulentísimo metal
— 12 —
de Ponzuelos, como Yillaríca, que lleva en su
nombre i en sus seculares ruinas la historia de su
esplendor pasado, i como Yaldivia, cuyo metal fué
reputado, junto con el de Andacollo, en la opues-
ta zona del pais, el mas puro i saneado de las
Indias. La lei media del oro de Chile i probable-
mente del mundo es de 20 a 21 quilates; pero el
de Andacollo subia a 23 i el de Valdivia a 24, lo
cual equivalia a su máximun de limpidez, malea-
bilidad i pureza.
El que hoi se saca como muestra del oro arau-
cano en las montañas de Lebu es de la misma o
mejor lei, porque éste tiene, conforme a los ensayes
de compra de la casa de Moneda, hasta 969 milési-
mas de fino, que es casi la pureza absoluta del me-
tal, o sea una fracción pequeña menos de los 24
quilates de la denominación i prueba españolas.
V.
I precisamente estas demostraciones, arranca-
das, no a la ciencia, porque el que esto escribe
no es ni químico, ni minero, ni jeólogo i menos
que todo esto no es ni podria ser hombre de ne-
gocios, sino a la jeografía i a la historia en cuyo
estudio ha consumido dos tercios de su vida, es lo
que nos ha movido a escribir este libro que nada
tiene que hacer ni con la especulación ni con las
empresas,
— 13 —
Es sencillamente una compilación de hechos i
de observaciones históricas i tradicionales cuya
responsabilidad queda a cargo del suelo a que se
refieren, a los autores que las han conservado i a
los numerosos datos inéditos recojidos especial-
mente en los archivos i en las oficinas públicas
del pais, que dan constancia de esos fenómenos.
I esta convicción deribada de la riqueza aurífe-
ra de Chile no es en nosotros ni aislada ni reciente,
porque en diversos libros le hemos dado antes for-
ma i aliento, i porque la hemos llevado hasta la
lejislacion pública en una náocion lejislativa que
ha recibido ya su primera sanción jeneral en el
Senado. I como ese proyecto de lei coopera en no
pequeño grado a esplicar los móviles i los fines
que nos inducen a dar a luz el presente trabajo,
nos parece de utilidad i conveniencia reproducirlo
íntegramente en seguida, i con tanta mayor efica-
cia cuanto que la presente publicación está desti-
nada a circular de preferencia entre los diputados
i senadores que en la inmediata renovación de los
poderes co-lejislativos van a decidir con su estu-
dio i con sus votos cuestión de tan vital trascen-
dencia para el porvenir de la república.
YI.
Esa moción presentada en julio último al Se-
nado está concebida en los términos siguientes:
— H —
«Honorable Senado:
j)El hermoso porvenir que aguarda a la Arau-
cania. redimida i civilizada no se halla limitado
únicamente a la estension i feracidad de sus terre-
nos adaptables a la agricultura i a la colonización,
sino a las riquezas mineralójicas que, según una
tradición constante i autorizada, encierra su es-
tenso i vírjen territorio. Nadie ignora que Chile
fué, especialmente en el siglo XVI, un país seña-
lado en el mundo como uno de los centros pro-
ductores i esportadores de oro en mayor escala
entre los conocidos; i los nombres de Yillarica y
Madre de Dios, en el rio Valdivia, se hicieron fa-
mosos entonces i mas tarde hasta la gran rebelión
del primer año del siglo XVII que arruinó todas
aquellas florecientes poblaciones llamadas las «sie-
te ciudades», tal vez en razón misma de su riqueza
y de la codicia exaltada de sus pobladores. Es un
hecho histórico comprobado hasta por las ruinas
hoi existentes, que la Antigua Imperial, a orillas
del Cautin, i Osorno, a orillas del rio Rahué, ali-
mentada la última ciudad por el famoso mineral
aurífero de Ponzuelos, tuvieron casa de moneda,
dos siglos antes que Santiago, i el único metal que
allí se elaboraba era el oro. Es un hecho también
averiguado que este metal pasaba, por su pureza i
maleabilidad, como el mejor i mas obrizo del uni-
— 15 —
verso, al menos el que se esportaba por Valdivia:
— «el oro de Valdivia.»
]í)Hoi mismo, los últimos reconocimientos he-
chos, mas por un hallazgo casual que bajo un plan
i propósitos dados, en las faldas occidentales de la
cordillera de Nahuelbuta, especialmente en las
quebradas de Pilpilco i Caramávida, esta última
de fama aun entre los primitivos españoles, auto-
riza a creer que no es infundada la espectativa de
que esos territorios, cuya posición jeográfica i per-
files jeolójicos mas acentuados recuerdan «los pla-
ceres» de California (situados éstos en una posi-
ción completamente análoga en el nuestro a la
del hemisferio norte del Nuevo Mundo), sean tan
ricos aquéllos como los últimos. Esta es también
la opinión vulgar de unos cuantos esploradores
californienses que han visitado últimamente «los
placeres» de Lebu, no como hombres de ciencia
sino como simples lavadores de oro (goldivashers).
»Mas, sea como sea, el hecho que hoi se pre-
senta como el mayor obstáculo a la esplotacion i
progreso de la industria aurífera en la Araucania,
es el de que la ordenanza de minas vijente, si bien
sabia i amplia en muchas de sus disposiciones, es-
tá fundada respecto de la esplotacion del oro en
bases que, habiendo desaparecido con el trascurso
de los tiempos, dañan hoi profundamente esos in-
tereses i aun los esterilizan.
»Estribando, en efecto, la esplotacion antigua
— 16 —
del oro, como la de los demás metales preciosos
de las Indias, en el principio del trabajo servil i
barato, es decir, él de la mita del indio, la enco-
mienda del inquilino i la tarea del negro esclavo,
se otorgaba al minero, esto es, al señor feudal, al
conquistador, con el nombre de «pertenencia» o
«estaca», una porción considerable del suelo, du-
plicándola para los que el código de minería llama
todavía «descubridores».
»La pertenencia o estaca de oro abarca hoi mis-
mo un espacio de diez mil metros cuadrados, i co-
mo un solo individuo puede pedir i obtener con
diversos nombres, dos, cinco, veinte o mas esta-
cas, resulta que, amparado por las disposiciones
terminantes de la ordenanza, el réjimen feudal,
es decir, el monopolio, queda sancionado hacién-
dose el que tiene influjo o solo la prioridad del
denuncio, daeño esclusivo de un vasto placer aurí-
fero o de una montaña entera, como se asegura
ha sucedido últimamente en la cordillera de Na-
huelbuta, paralizándose así toda labor i malver-
sando en pleitos las riquezas arrancadas por la
industria libre al suelo.
»Si los esplotadores de oro tuviesen hoi a su
disposición, como en remotos tiempos, las cuadri-
llas de indios que sin mas salario que el látigo i
sin mas alimento que un puñado de maíz tostado
lavaban en sus bateas de palo el cascajo de los es-
teros, como sucedía en Andacollo, en Casuto, en
— 17 —
Marga-Marga, en Talcamávida i en Villarica, el
réjimen legal que dejamos recordado^ tendría to-
davía su esplicacíon, porque la leí española favo-
recía en todo la cupídez del conquistador í del
reí, que iba en compañía con él, interesado forzo-
samente en el veinte por ciento de la producción
neta — «los quintos reales.»
5) Pero hoi no existe en todo el mundo para la
esplotacion en grande escala del oro, sino un sis-
tema útil i racional, el trabajo libre e individual,
el sistema de California i de Australia, que dejan-
do al lavador, esto es, al minero, la mas amplia
libertad de acción, ha producido riquezas que han
asombrado al mundo moderno, sobrepasando muí
lejos todas las leyendas i todas las realidades de
la conquista de América i, como consecuencia, im-
provisando, mediante la inmigración espontánea
de las razas, como consecuencia forzosa de la li-
bertad de industria, nacionalidades verdadera-
mente portentosas.
»Se hace, pues, indispensable cambiar la base
de la esplotacion del oro, es decir, sustituir a la
pertenencia inamovible, que es el monopolio feu-
dal, la estaca o pertenencia reducida pero movible
que permite al minero recorrer i esplotar sucesi-
vamente una vasta estension de territorio, dando
por este procedimiento cabida a millares de obre-
ros a la vez.
y>A este respecto el réjimen que se ha adopta-
LA E. DEL O. 3
— 18 —
do en California i en Australia, los grandes mer-
cados del gro nativo en la época presente, es el
que en breves palabras pasamos a esponer.
))E1 Estado reconoce como minero no al que
pide tal o cual estaca o pertenencia determinada,
sino al que paga o mas bien compra anualmente
una licencia cuyo precio es jeneralmente de cinco
pesos en California i de una libra en Australia.
Esta licencia da derecho al que la posee para ca-
tear, trabajar i esplotar un espacio cuadrado, mas
o menos de diez metros por costado, sin perjuicio
de que uno, diez, cien, mil, diez mil mineros tra-
bajen conjuntamente en sus respectivos lotes den-
tro de una legua o diez leguas cuadradas, sea en
llano o en quebradas.
3) Sucede de esta manera que el trabajo libre
descubre i esplota una comarca aurífera en un
mes, cuando por el réjimen antiguo del monopo-
lio, un solo propietario, asediado de pleitos, tar-
d'aria diez años en la misma esplotacion, porque
ha de tenerse presente que si bien nadie puede
invadir el cuadrado movible en cuyo centro plan-
ta su barreta el obrero, si nota éste que su lote
es de mala lei, o no contiene metal, o se agota,
se muda inmediatamente a otro paraje que mejor
le acomode, sin mas trámite que mostrar su licen-
cia al superintendente o subdelegado que para la
policía jeneral del «placer» delegue la autoridad
vecina o el gobernador del departamento.
— 19 —
))Será también digno de observarse que este
sistema, aunque completamente individual en su
base, no se opone al principio fecundo de la aso-
ciación, sino que lo favorece, porque deja espedito
el campo a la agrupación de los mineros en ac-
tual trabajo, formándose entre ellos asociaciones
i cuadrillas de muchos centenares para esplorar o
poner en beneficio un campo dado. Se halla así el
trabajo aurífero protejido eficazmente contra el
monopolio de uno solo; pero el capitalista, el res-
catador, el habilitador de oro, pueden encontrar
fácil acomodo a su industria i a su capital desde
que existe un trabajo colectivo i una producción
abundante. Por lo jeneral, las cuadrillas de lava-
dores de oro se forman en grupos de a cuatro indi-
viduos para cada lote, distribuyéndose entre sí las
tareas especiales del trabajo, — el que cava, el que
lava, el que cocina, etc. Sábese que por su estraña
i parsimoniosa distribución jeolójica en todo el
universo, el oro requiere un trabajo esclusivamen-
te individual i por lo mismo no exije mas capital
que una batea de mano ni mas fuerzas que las de
un niño o una mujer.
í)No es fácil, por desgracia, implantar el nuevo
réjimen en la parte ya ocupada i sometida a las
leyes antiguas o modernas del país, porque los in-
tereses creados entrarían en choque con la indus-
tria, especialmente por lo que toca a la propiedad
del suelo, del agua, del combustible, la formación
— 20 —
de caminos, el derecho de tránsito i demás ele-
mentos propios de las faenas mineras.
j)Pero la posesión futura del territorio arauca-
no, mas a título de reincorporación de suelo que
de conquista, por cuanto aquellas comarcas fue-
ron civilizadas i los indios rebeldes las subyuga-
ron, permite sin dificultad alguna el planteamien-
to de un réjimen completamente nuevo, que abra
horizontes a una basta i espontánea inmigración,
necesidad absoluta e imperiosa de nuestro país,
especialmente respecto de lo que pasa en nacio-
nes vecinas i diez veces mas vastas que la nuestra.
»En esta virtud i alentado con la esperanza de
que las ideas contenidas en esta brevísima esposi-
cion, encuentren una favorable acojida en el seno
del Congreso, por cuanto una bienhechora i fecun-
da esperiencia las ha sancionado en pueblos mas
ricos i mas adelantados que el nuestro, tengo el
honor de formular el siguiente
PROYECTO DE LEÍ:
» Artículo 1.° El Estado es el único i esclusivo
dueño legal de todos los yacimientos auríferos
que existen o se descubran en el territorio com-
prendido entre la actual línea del Traiguén i la
del rio Cruces i las cordilleras de Nahuelbuta i de
los Andes, sea que aquéllos existan en forma de
lavaderos («placeres») o de minas de pozo de es-
— 21 —
plotacion regularizada por las galerías subterrá-
neas.
D Artículo I!" El cateo, trabajo i esplotacion de
esos yacimientos es completamente libre, i su
concesión no se otorgará por via de merced i de
estacas medidas i fijas, sino por medio de licen-
cias personales concedidas a los que las soliciten
ante el gobernador del respectivo departamento
o la autoridad especial que éste delegue.
» Artículo 3.° Las licencias serán esclusivamen-
te personales e intrasmisibles por ningún título, i
su precio no podrá esceder de diez pesos para las
licencias de «placeres», por cada individuo, i de
doscientos pesos para las licencias de minas de
pozo. La ausencia de licencia se penará con el
diez tantos de su valor i su falsificación con una
cantidad equivalente a cincuenta veces su impor-
te, sin perjuicio de las demás penas impuestas por
el Código Penal.
» Artículo 4.*^ Cada licencia da facultad al que
la posee para trabajar una estaca o pertenencia
de veinte metros en cuadro sin constituir por esto
ningún derecho de propiedad sino el del simple
usufructo mientras la pertenencia se halle en ac-
tual trabajo. El abandono o suspensión del traba-
jo de una pertenencia por espacio de veinticuatro
horas consecutivas, constituye despueble i da de-
recho a nuevos ocupantes sucesivamente.
)) Artículo 5.° Las aspas o prolongación hori-
- 22 -
zontal de las pertenencias de minas de pozo o
galerías verticales, en ningún caso podrán tener
mas de cien metros a uno i otro costado del pozo
de ordenanza.
j) Artículo 6.° Las licencias se otorgarán por un
año, pero pueden prorogarse indefinidamente pa-
gando en cada renovación el precio correspon-
diente.
» Artículo 7.° El producido del ramo de licen-
cias de minas será aplicado por mitad al fisco i a
los respectivos municipios, deducidos los gastos
que su aplicación requiera.
» Artículo 8." Las disposiciones de esta lei se
harán ostensivas a los placeres auríferos del terri-
torio magallánico cuando el gobierno lo tenga
por conveniente.
» Artículo 9.° El presidente de la república dic-
tará los reglamentos que la planteacion de esta
lei exija, especialmente respecto del otorgamiento
de licencias i las penas,
» Artículo 10. Queda abolida la ordenanza vi-
jente de minas en cuanto sus disposiciones fueren
contrarias a la presente lei.
DSantiago, julio 11 de 1881.
DBenjamin Vicuña Mackenna,
))( Senador por Coquimbo).»
— 23 —
VIII.
Presentada esta moción al Senado el 17 de ju-
lio de 1881 fué aprobada en jeneral i pasó a co-
misión en la^sesion del 24 de a^^osto con un solo
voto en contra que fué el del señor senador su-
plente por Coquimbo don Teodosio Cuadros, mi-
nero de profesión, intelijente en su ramo, pero
tal vez familiarizado en demasía con los privilejios
esclusivistas de la ordenanza vijente de minas.
Por lo demás, las bases que preceden i que le-
jos de ser definitivas contienen apenas el bosque-
jo de una evolución industrial de notoria impor-
tancia i susceptible de considerables perfecciona-
mientos, al ser aprobadas como simple punto de
partida casi por la unanimidad del alto cuerpo a
cuya deliberación fueran presentadas demuestran
su importancia i su actualidad; i si bien ha reci-
bido algunas impugnaciones por la prensa, estos
mismos debates han contribuido a darle vida i a
suscitar sobre ella una interesante i provechosa
discusión. (1)
(1) En la sección de anexos que figurará en la parte fiual de
esta publicación i que tiene por objeto acopiar aquellos docu-
mentos esplicativos que no encontrarían oportuna cabida en el
testo, reproducimos del Diario Oficial la parte de la sesión del
Senado en que se aprobó la moción anterior i las cartas que so-
bre los propósitos i resultados que la última pudiera alcanzar
— 24 —
IX.
No dejaremos ciertamente de llamar la aten-
ción en esta palabra preliminar a dos circunstan-
cias de notoria importancia que habremos de es-
forzarnos por desarrollar mas adelante i que aho-
ra nos limitamos simplemente a enunciar en bos-
quejo; a saber: 1.^ la estraordinaria semejanza
jeolójica i jeográfica que Cliile presenta con el
aspecto esterior del territorio de la Alta Califor-
nia, situada en las mismas latitudes, entre el Pa-
cífico i la cordillera Nevada en el hemisferio norte
del Nuevo Mundo, i aun con Australia, continente
fronterizo al nuestro, océano de por medio; i 2.^
la tradición universal que han conservado todos
los antiguos historiadores i cronistas de Chile, so-
bre la estraordinaria riqueza aurífera de la Arau-
cania i la taciturna pero inquebrantable tenacidad
con que los araucanos persisten hasta hoi en ocul-
tar sus catas i minas de oro, especialmente desde
la ruina de, las siete ciudades que en los tres pri-
se cambiaron, a mediados de setiembre último, entre el señor
Francisco Ovalle Olivares, esforzado minero am-ífero de Lebu, i
el autor, correspondencia en la cual uno i otro concluyen por
ponerse de acuerdo sobre la necesidad de alterar la leí vijente
sobre el descubrimiento i esplotacion de los minerales auríferos
de la república.
— 25 —
meros años del sigio XVÍI sepultó, junto con la
codicia insaciable de los conquistadores, el secre-
to de la desdicha de los naturales reducidos a la
condición de esclavos en las encomiendas del oro,
desde Quilacoya, que fueron minas riquísimas i
personales de Pedro de Valdivia, junto a la actual
Concepción, hasta la Madre de Dios, opulento la-
vadero de oro en el rio Cruces, junto a Valdivia.
X.
Con este mismo propósito de ilustración nos
proponemos dar a luz o simplemente reprodu-
cir algunas escursiones hechas por nosotros en
época remota a diversos lugares de antigua fama
como productores de oro, buscando en esto, junto
con la comprobación de nuestro tema principal,
el solaz del lector i ej nuestro propio, en cuanto
nos sea dable obtenerlo.
XI.
Dos razones de índole diversa, que podríamos
llamar subsidiarias pero de palpitante actualidad,
nos han inducido también a emprender este rápi-
do trabajo de acopio i de demostración, en que co-
mo faena de curiosidad el mayor esfuerzo queda
confiado a la investigación.
La primera de esas razones es puramente mo-
LA E. DEL O. 4
— 26 ~
Y'cú, O si es posible decirlo así, sintomática, porque
si es cierto lo que reza el proverbio filosófico a
propósito de que — «la privación es causa eficaz del
apetito», de creer es que ninguna oportunidad seria
mejor escojida que la presente, por cuanto el oro
ha comenzado a ser para los chilenos, al menos en
su calidad, un mito de otras edades.
En ciertos papeles antiquísimos hemos leido en
efecto que un célebre capitán chileno del siglo
XVn,don Pedro de Amasa, feudatario de Purutum
i de Quillota, prestó, cuando tenia mas de sesenta
años i era por consiguiente de sobra mayor de
edad, una declaración judicial de la cual resultaba
que jamas hahia visto un doblón de oro, es decir,
una onza de oro sellada, como las que hace un
cuarto de siglo eran el tipo de la riqueza, el lujo i
la fastuosa pompa de Chile — la edad ya lejos pa-
sada del «oro en polvoí) i de la «plata labrada»
de nuestros bisabuelos, que así llamaban las bue-
nas prendas i aun las virtudes humanas.
I por el camino que hoi recorremos ¿no es de
temer- que la jeneracion inconvertible que hoi se
forma ha de verse antes de mucho en el caso del
noble encomendero de Quillota respecto de nues-
tros tipos monetarios antiguos i modernos, el do-
blón i el cóndor?
Por esto nos ha parecido que un bosquejo de la
desvanecida abundancia en la producción de las
mas ricas pastas monetarias conocidas, el oro i la
— 27 —
plata, habrá de despertar alguna novedad entre las
jentes i distraer su espíritu de la monotonía i pe-
sado olor de las sustancias fósiles que han tomado
hoi el puesto de aquellas ricas, brillantes, malea-
bles i doradas pastas tan apetecidas desde el co-
mienzo del mundo i del latin... Aiiri sacra fames
(Virjilio).... Áurea mediocritas (Horacio).
XII.
Pero mucho mas importante que aquel preca-
rio i transitorio motivo existe, en concepto nues-
tro, para tratar del oro en la ausencia del oro.
Aludimos a la circunstancia económica del poder
incalculable de ese metal como medio civilizador i
como elemento de progreso para un país i para la
humanidad. Nunca, a la verdad, fué mas cierto el
áurea mediocritas («el elemento del oro») del poe-
ta que en la presente edad, porque es preciso con-
venir, contra el vulgo, que aparte de su estima-
ción como metal raro i nobilísimo bajo su pun-
to de vista químico i mineralójico, aparte de su
mérito como joya i como arte, aparte de su re-
presentación irremplazable como moneda i tipo
monetario, el oro es una gran fuerza económica
que tiende a revolucionar con su producción al
mundo, sirviendo de poderoso caduceo al comer-
cio i de potentes alas a la industria.
Observa con razón Levasseur, que desde las es-
— 28 —
tupendas producciones de California i de Austra-
lia, corrientes solo desde la medianía del presente
siglo, rendimiento aurífero que ha alcanzado mas
de cien millones de pesos en un año, i que lia mas
que duplicado la existencia de esa pasta en el co-
mercio humano desde los dias del diluvio, todo ha
marchado en el mundo industrial con una pujan-
za asombrosa.
No habria por esto metáfora en decir que la ma-
yor parte de los ferrocarriles del orbe moderno, las
grandes compañías de vapores, las fábricas de to-
do jénero montadas en pié jigantesco para abara-
tar la producción, como las del Creussot en Fran-
cia i las de Essen en Alemania, todo eso ha veni-
do del ensanche fabuloso de la producción del oro
en los últimos tiempos.
I esto por una razón muí sencilla.
Porque las reservas metálicas de los erarios pú-
blicos, de los bancos i de los particulares, ha permi-
tido a todos los dispensadores del crédito centupli-
car el medio circulante fiduciario; i de aquí las
notables facilidades otorgadas a la producción en
grande escala, de aquí los enormes acarreos que
aquellas traían aparejados como resultado indis-
pensable, i las transacciones i cambios mercanti-
les que su distribución en el globo requerían. — El
oro ha sido, mas que la corrmna i el nihilismo, el
gran transformador del siglo; pero en el sentido
de favorecer los intereses lejítimos i no los egois-
— 29 —
mos salvajes de la humanidad. Decíamos por esto
que de ese concepto económico i verdadero se de-
riba la estimación latente i positiva que el ensan-
che de la producción del oro hoi alcanza.
XIII.
iSTo se han abierto suficiente camino todavía
entre nosotros estas ideas, porque la rutina here-
dada i antigua nos hace mirar en el oro simple-
mente el símbolo, la moneda, — «la onza», «el cón-
dor», es decir, la materialidad del medio, i no sus
influencias ajenas al elemento circulante. I a la
verdad, solo cuando se ha tenido la fortuna i el
placer de visitarlas bóvedas del Banco de Inglate-
rra o de otros establecimientos de este j enero, en
que las barras yacen cautivas en rimeros duran-
te larguísimos años, o cuando para cubrir un che-
que ocurren los pagadores de las grandes casas
de comercio a la romana o a una poruña de, me-
tal para vaciar en los talegos o en los bolsillos de
los cobradores rimeros de libras esterlinas sin con-
tarlas, llega el chileno, montaraz como el cóndor,
a formarse cuenta de que el oro es una mercade-
ria cualquiera, como el trigo i la chuchoca, i que
su valor intrínseco no le viene de haber pasado
por el volante de una casa de moneda, sino por
sus cualidades valiosísimas, como sustancia mi-
neralójica.
— 30 —
A crear impresiones semejantes a ésas, que son
las correctas, está encaminado este pequeño libro,
i de su lectura resultará talvez algún pequeño
bien, colocando bajo su verdadera, luz social, po-
lítica i económica una producción nacional de tan
señalada importancia, que aun siendo C^ile, tris-
te i apartada colonia de un estado sórdidamente
avaro del oro como metal sellado, nos colocó en el
segundo o tercer rango entre los grandes territo-
rios productores de él en el ancho Universo.
XIY.
Dirijidos a ese mismo fin, si bien de una mane-
ra correlativa, van los datos en su mayor parte
inéditos que agrupamos mas adelante (i talvez en
volumen por separado) sobré los estraordinarios i
aun maravillosos descubrimientos de plata ocurri-
dos en Chile en los últimos dos siglos; i no antes,
porque parecería, conforme a la fabulosa teoria de
los alquimistas del viejo mundo de i los aboríie-
nes del nuevo, que la plata, hija de la luna,! habia
de brillar en nuestros arenosos páramos solo des-
pués que el oro, enjendro directo del sol i de su ro-
jo fuego, hubiese escondido su disco tras la loma.
En realidad todos los hallazgos arjentíferos do
gran cuantía ocurridos en Chile desde los de San
Pedro Nolasco en el Cajón de Maipo al de Tres
Puntas en los yermos de Atacama, desde el de
— 31 —
Arqueros al de Chañarcillo, desde el de Caracoles
al de Chañaral, (segiin se demostrará) han sido
obra no de la ciencia ni siquiera de la perseveran-
cia, sino del acaso, del leñador, del arriero, del
pastor, del indio trajinante como el Diego Huaica
de Potosí en el siglo XVI i como Juan Godoy, el
indio del Potosí chileno en el primer tercio del
siglo XIX.
I esto está probando lo que antes deciamos, i
forma el tema principal de este libro, a saber, que
el suelo de Chile se halla cuajado de riquezas ig-
notas, especialmente en plata i oro, faltando solo
para traerlos al alcance del pico, del fuego i del
vajel el gran ájente de todos estos misterios i
portentos humanos — la casualidad — opaca pero
feliz linterna de las ciencias subterráneas.
XV.
Dadas estas indispensables esplicaciones i es-
tampados los corolarios que preceden, va a ser
para nosotros tarea senqilla i hasta grata entrar
en el terreno de las demostraciones históricas i de
las revelaciones autorizadas de la tradición i de
los archivos públicos i privados, que si no habrán
de conducirnos como a Jason i sus argonautas a las
playas fabulosas de la Colchida i su ((vellocino de
oro», nos llevaran al menos a los placeres i vene-
ros auríferos reales en que los «pellejos de carne-
— 32 —
ro» (que son los verdaderos vellocinos de la fábu-
la), puestos a la salida de los ti^apiches de Chile
para recojer las menudas partículas del precioso
metal según se ejecuta actualmente en California
i en Australia, en Catapilco i en Llampaico, ha-
brán de hacernos llegar al pleno reino de «la edad
del oro en Chile.»
I dicho todo esto, entraremos en materia para
conducir al lector en el mas breve espacio de
tiempo que sea dable i con la menor fatiga posi-
ble a los reinos encantados, amenos i hasta festi-
vos del oro, rei del mundo desde don Pedro de
Valdivia a don Alfredo Paraff.
CAPITULO I.
EL ORO DE CHILE EN TIEMPO DE LOS INCAS.
Los primitivos chilenos no conocian ni el uso, ni el valor, ni la esplota-
cion del oro. — Arte que les enseñaron los peruanos i tributo que les im-
puso el Inca — Ideas de los peruanos sobre el oro. — Lo usan solo como
ornamentación, pero no como medio de cambios — Nociones de Garcilaso
de la Vega. — Almagro encuentra en Copiapó minas de oro cientificamen-
te trabajadas. — En qué consistia el tributo de Cbile. — Derroteros fabu-
losos sobre el rescate de Atahualpa en Chile. — Vaso de oro hallado
en Copiapó i regalado al presidente Prieto. — Imponderable acumulación
de oro hecha por los Incas, mediante la producción de las minas del Pe-
rú i de Chile. — Noticias de Cieza de León i de Gomara. — La maroma
de Huáscar 1 la cadena de oro de los jesuítas de Santiago. — Riquezas de
los templos del Sol i de las minas de Carabaya. — Ocultaciones de oro
según Garcilaso i otros antiguos cronistas. — Comprobación auténtica de
las riquezas acumuladas en el Perú, mediante el rescate de Atahualpa, i
su acta de repartición. — Lo que cupo a Carlos V. i a Francisco Pizarro.
— Las riquezas del palacio de verano del emperador de la China en
1860, i los tesoros de Arjcl i de Caxamarca. — Comparaciones i anéc-
dotas.— Verificaciones posteriores. — Remates recientes de ofrendas de
oro i plata del Perú en Londres.
«Decimos, pues, que el Oro y Plata que
davan al Rey, era presentado y no de tri-
buto forzoso, porque aquellos Indios (como
oy lo usan) no supieron jamas visitar al
Superior, sin llevar algún presente.»
(Garcilaso de la Vega. — Comentarios Rea-
les, Lih. V.)
LA E. DEL O. 5
— 34 —
I.
Es im hecho de tradición constante que los
pueblos salvajes no conocieron el valor del oro,
ni como elemento i símbolo de cambio ni siquie-
ra como arte i ornamentación.
El oro i sus usos dan al contrario i por todas
partes testimonio evidente de los comienzos de
la civilización.
El oro ha sido civilizador, porque ha creado el
trabajo i el obrero.
I de tal hecho ha sido comprobación viva la
historia de ese metal en Chile, porque hai cons-
tancia que sus primeros pobladores bárbaros no
lo conocieron, ni lo esplotaron, ni menos lo ne-
cesitaron para su áspera vida.
II.
Verdaderamente, cuando un siglo antes de la
conquista castellana, los Incas, que ya habían ocu-
pado a Quito, descendían desde el Cuzco a las lla-
nuras de Tucuma (el Tucuman) i recibieron de
los embajadores de este pais la noticia de que mas
allá de la cordillera nevada existia una comarca
llamada «Chile», estos emisarios i solicitadores de
la conquista incarial hablaron, no de sus riquezas,
— 35 —
sino de su población; no del oro, sino de la indó-
mita bravura de sus tribus.
Por consiguiente, la invasión incásica de Chile
no fué una empresa de codicia sino una cruzada
de civilización i predominio, conforme al admira-
ble i paciente sistema de aquellos conquistadores
que dominaron un mundo con un hilo de lana de
vicuña i una borla roja en la cabeza por via de
diadema.
Pero los peruanos, aunque bárbaros en el sen-
tido de la moderna civilización material i cristia-
na que al presente prevalece sobre la tierra, cono-
cían el valor del oro como sustancia química de
sobresaliente mérito, como pasta dúctil i brillan-
te, como elemento precioso de arte, de placer i de
culto. A semejanza de los palacios i de los tem-
plos del Indostan, todos los palacios i todos
los templos de los Incas eran de oro, o estaban
recamados de oro como el de Salomón.
III.
No conocían los Incas ni sus subditos el valor
mercantil de esa sustancia, ni el de la plata i en
realidad el de ningún metal precioso, porque nada
vendían ni nada compraban sino a virtud de la
permuta directa de sus frutos i consumos. En este
sentido era i ha sido hasta hace poco tan ruda la
condición de los aboríjenes en la parte austral del
— 36 —
continente, que los araucanos preferían por ejemplo
al oro i a la plata las piedras de color o simplemen-
te jaspeadas que encontraban en el pedregal de
sus esteros i denominaban llancas; i todavía cam-
bian alegremente sus prendas de mayor estima por
los vidrios i chaquiras de los buhoneros. — -ccEl Oro
y Plata y las Piedras preciosas que los Reyes In-
cas tuvieron con tanta cantidad, dice en efecto Gar-
cilaso de la Vega, que en esto i a guisa de indíjena,
es buen juez, no eran de tributo obligatorio que fue-
sen los Indios obligados a darlo, ni los Reyes lo pe-
dían, porque no lo tuvieron por cosa necesaria para
la Guerra ni para la Paz; y todo esto no estimaron
por Hacienda, ni Tesoro, porque como se sabe,
no vendían, ni compravan cosa alguna por Plata
ni por Oro, ni con ello paga van la gente de gue-
rra, ni lo gastavan en socorro de alguna necesidad
que se les ofreciese; y por tanto lo tenian por cosa
snperflua, porque ni era de comsr, ni para comprar
de comer: solamente lo estimavan por su hermo-
sura y resplandor, para ornato y servicio de las
Casas reales y templos del Sol y Casas de las Vír-
genes.»
I en otra parte el nieto de los postreros incas
anadia: — «Quando hablan (los vasallos) al Rey
en sus negocios particulares, o en los de sus tie-
rras, o quando los Reyes visitavan el Reyno, en
tod¿is estas visitas jamas le besa van las manos, sin
llevarle todo el Oro i Plata y piedras preciosas
- 37 -
que sus indios sacavan, quando estavan ociosos:
porque como no era cosa necesaria para la vida
humana, no los ocupavan en sacarlo, quando avia
otra cosa en que entender. Empero, como veian
que lo empleavan en adornar las Casas reales i
los templos (cosas que ellos tanto estimaban)
gastav.an el tiempo que les sobrava, buscando Oro
i Plata i piedras Preciosas para tener que presen-
tar al Inca i al Sol que eran sus Dioses.» (1)
lY.
Bajo este punto de vista especial de la conquis-
ta peruana, los lugartenientes del Inca impusieron
a sus vasallos de Chile, desde Copiapó hasta el
Maule, el tributo anual del oro, i así como les en-
señaron a cultivar la tierra, a sembrar el maiz, a
abrir canales, a ejemplo del que el sombrío Vita-
cura labró para Santiago i que todavía sirve para
proveer de agua corriente a la ciudad en sus
barrios del norte, así les enseñaron a lavar las
arenas auríferas de sus rios, a abrir hondas ca-
(1) Garcilaso. — Comentarios Reales, lib. V. páj. 139.
El lector chileno se dará fácilmente cuenta, a virtud de lo
que cuenta Garcilaso, de la costumbre que todavía rije en todos
nuestros campos de llevar algo, si mas no sea que una gallina o
una docena de huevos, o un atado de berros al señor, al feudata-
rio, al inca, es decir, al patrón, es decir, al moderno Vitacura.
— Los indíjenas bolivianos llaman hasta hoi Viracocha o. ioáo
hombre blanco i rico.
— 38 —
tas i hasta laboreos en el duro cuarzo de sus cerros.
Cuenta el ilustre Gonzalo Fernandez de Oviedo,
contemporáneo de Almagro i su amigo de intimi-
dad (puesto que le confiara a su hijo, el cual vino
con el Adelantado a Chile i se aho2:ó a su resrreso
en el rio de Arequipa), que el viejo conquistador
cuyas cartas él viera en la isla de Santo Dominólo
antes que el rei, encontró minas de oro formales
en los valles de Copiapó i el Huasco, Coquimbo i
hasta el rio de Aconcagua. «I el general se partió
de allí (de Copiapó), dice, tierra adentro é visitó
lo que della mejor avia y envió mineros é higo dar
catas, é hallaron las minas é quebradas é naci-
miento dellas tan bien lahy^adas como si españoles
entendieran en eUo.y> (1)
V.
Los infelices chilenos pagaban en consecuencia
al blando conquistador indíjena el mismo lujoso
tributo que los tucumanos, los quiteños i todas las
tribus dominadas por los emperadores del Cuzco,
i esto lo verificaban forzosamente en aquella pasta
mas preciada i de mas fácil trasporte, o para decir
mejor, en la única materia trasportable a brazos de
(1) Oviedo i Valdés. — Historia jeneral i natural de las lu-
dias, vol. II. páj. 273.
— 39 —
hombre, el cual, junto con la llama, era la bestia
de carga usual en sus dominios. El ilustre ma-
drileño Diego de Rosales, historiador que disfrutó
papeles antiquísimos, no conocidos de los cronis-
tas que le precedieron o le copiaron, afirma que
a la época de la entrada de Almagro a Chile, el
tributo de oro de este país alinea ascendía acaloree
quintales i medio al año, i que este injente caudal
llevábanlo con gran aparato sus subdito en andas de
cañas que paseaban triunfalmente en la distancia
de quinientas leguas que se contaban del Mapocho
al Cuzco. — (íEl tributo anual que rendían al Inga,
Emperador del Perú, dice el bien informado jesuí-
ta, los chilenos en distrito de ciento y cincuenta le-
guas que conquistaron al principio sus capitanes,
fué de catorce quintales de oro azendrado^ de mas
de veinte y dos quintales y medio, en tejos de a
cincuenta pesos, señalados con la marca de un pe-
cho mugeril. El último tesoro que cerca del Cuzco
embargó y repartió entre sus soldados el Adelan-
tado Don Diego de Almagro era de mil y doscien-
tas libras de oro y entre ellas llevaban dos granos
que el uno pesaba setecientos pesos y el otro mas
de quinientos.)) (1)
(1) Rosales, vol. I, páj. 209. — «Trajinaban los indios del Pe-
rú, agrega el cronista, este tesoro por tierra con mucha majestad
y pompa, en vaules de cañas brabas curiosamente texidas. So-
bre las tapas estaban labradas de la misma caña las armas del
rey Inca, que eran un sol en manos de dos rapantes tigres pen-
— 40 ~
Es oportuno advertir aquí que Almagro i sus
compañeros vinieron precisamente a Chile, no
persiguendo un interés jeográfico i de descubri-
miento, sino en demanda de aquello que tan feliz-
mente les salia al encuentro, — del oro. — «Por el
informe que hicieron los indios peruanos (dice
Kosales) a don Francisco Pizarro y a don Diego
de Almagro en el Cuzco de la fertilidad y riqueza
de oro del Reyno de Chile, se concertaron en su
nueva amistad y concordia, aviendo estado antes
mui enemistados. 2)
El oro, que las mas veces es pábulo de guerra i
de discordia como el acero, suele ser pacificador i
aun apaciguador de pequeñas i de grandísimas
querellas.
VI.
No nos es fácil comprobar la exactitud métrica
dientes de los rayos, y una borla roja, de finissima lana, insig-
nia de los Reyes, que la train en la frente, de lana de vicuña, y
a los otros señores se les consentía el traer borla colgada ha-
zla la oreja, pero en la frente era solo de Reyes, como lo refiere
el Padre Acosta. Cada cofre iba en andas en ombros de cuatro
indios, y assistian otros para irse remudando. Precedían cua-
trocientos flecheros, asegurando los caminos y previniendo los
aloxamientos. Por cualquiera pueblo que pasaban los recivian
con singular aplauso y regocijo, celebrando el poder y soberanía
de su Rey.»
— 41 —
del tributo chileno, cuya devolución hoi, a nuestro
turno, reclamamos a los vencidos por nuestras ar-
mas; pero en lo que están de acuerdo todos los cro-
nistas primitivos de Chile i del Perú es en referir
que el Adelantado don Diego de Almagro, al llegar
desbaratado a Copiapó, por el camino de Jujui i
Catamarca en el rigor del invierno de 1536 (a fi-
nes de junio), encontró en ese valle o algo mas
adelante, un injente tesoro, i que regocijado por
este hallazgo, con su acostumbrada jenerosidad,
tan conocida i alabada por los conquistadores en
contraposición a la terca codicia de los Pizarro,
rompió las escrituras que por adelantos i avios de
guerra le hablan firmado todos sus compañeros de
descubrimiento. La deuda así cancelada pasaba,
según Herrera, de doscientos mil pesos, magnifi-
cencia de rei, o mas bien de minero de oro en al-
cance de oro.
VII.
Es mui posible que los conductores del tributo
del Inca se dieran maña para ocultar una parte
considerable de su contenido; i a esa causa débese
talvez el hallazgo que hace mas de cuarenta años
se hizo en un solar del actual pueblo de Copiapó
de un rico vaso de oro macizo, en el cual libaron
jeneroso vino al patriotismo i la victoria el presi-
dente don Joaquín Prieto i sus ministros cuando
se recibiera en Santiago la noticia de la batalla de
LA E. DEL O. 6
Yungay, por febrero de 1839. Ese vaso, que hoi
existe en poder de la familia del hijo del jeneral
Prieto, de su mismo nombre, le fué obsequiado
por el intendente de Copiapó don Juan Melgarejo,
i entendemos que el doctor Philippi ha publicado
hace poco una descripción i grabado de él.
El tributo del Inca, interceptado por Almagro,
ha dado también lugar a la inestinguible leyenda
popular, cana de tantos famosos derroteros del
desierto i de las gargantas andinas, según la cual
existen en Chile no menos de cien parajes, espe-
cialmente rios, lagunas i quebradas, en cuyo fondo
los portadores del tesoro lo arrojaron, espantados
al saber que Atahualpa habia sido ajusticiado en
Caxamarca... I de aquí las mil patrañas en «busca
del tesoro del Inca».
El esplorador Pertuisset ha llevado en esta
parte la petulancia de la fantasía hasta forjar una
disparatada novela según la cual el tesoro del In-
ca ha ido a parar a la Tierra del Fuego «Les
trésqr des Incas á la Terre dii Feu....-»
VIH.
Sea como fuere, lo que importa saber para nues-
tro propósito es que muchos años antes de la in-
vasión castellana existia en Chile el oro en es-
traordinaria i casi prodijiosa abundancia, i como
tal era enviado en forma de tributo anual al Perú.
— 43 —
I es llano calcular que si el homenaje anual era
de mas de 14 quintales de metal, en el largo siglo
que duró el dominio incarial contribuyó nuestro
suelo con no menos de mil i quinientos quintales
DE ORO a la vajilla, al placer i al culto de aquellos
emperadores de la América, como los llama el
cronista. - cíVisitava por sus gobernadores, dice
del Inca a este respecto Garcilaso (Comentarios
Eeales, Jjib 8, páj. 274) el Reyno de Chili, cada
dos o tres años y embiava mucha Ropa fina, y Pre-
seas de su persona para los Curacas, y sus Deu-
dos, y otra mucha ropa de la común para los
Vasallos. De allá le enviavan los Caciques mucho
Oro, y mucha plumería y otros frutos de la Tie-
rra: y esto duró hasta que Don I¡)iego de Alma-
gro entró en aquel Reyno, como adelante vere-
mos.»
I era esa corriente aurífera, que en el lugar
oportuno la estadística nos ayudará a comprobar
como cosa asombrosa, junto con el raudal de las
minas de Carabaya, no lejos del lago Titicaca, ve-
neros de oro que trabajaban con tesón los perua-
nos, i agregados los suministros de otros tributos,
lo que esplica la fabulosa acumulación de oro que
los primitivos narradores de las maravillas del
imperio incásico no se cansan de referir ni de
ponderar.
Escuchémosles un instante, si mas no sea que
por la grata impresión que produce, al través
— 44 —
de los siglos i de las pobrezas sucesivas, su pro-
pio injénuo deleite. «Tenian en gran estima el
oro, (dice Cieza de León, el mas antiguo narra-
dor de los portentos del Perú i contemporáneo de
los Pizarro, así como el contador Agustin de Za-
rate, que en ello también anduvo), porque de él
hacia el Rey y sus principales sus vasijas para su
servicio, y dello hacían Joias para su atavio y lo
ofrecian; y traia el Rey un Tablón en que se sen-
tava, de Oro, de diez y seis quilates, que valió de
buen oro mas de veinte i cinco mil ducados, qué
es el que don Francisco Pizarro escojió por su
joia al tiempo de la Conquista, porque conforme
a su capitulación le avian de dar una joia que él
escogiese, fuera de la quenta común.»
I tomando por su cuenta propia la palabra el
cronista que se jactaba de ser hijo i nieto de los
emperadores i de sus reales collas (princesas), el
inca Garcilaso, anadia lo que sigue, como cosa
i tradición de familia i de su casa: «Al tiem-
po que le nasció vn Hijo el primero, mandó ha-
cer Guayuacava vna Maroma de Oro, tan grue-
sa (según ay muchos indios vivos que lo dicen)
que asidos a ella mas de doscientos Indios Ore-
jones, no la levantavan mui fácilmente. Y en
memoria de esta tan señalada joia llamaron al
Hijo Guasca que en su lengua quiere decir Soga,
con el Sobrenombre de Inga que era de todos los
Reyes, como los Emperadores Romanos se llama-
- 45 —
van Augustos. Esto he traído aquí por desarrai-
gar vna opinión que comunmente se La tenido en
Castilla entre la gente, que no tiene platica con
las cosas de las Indias, de que los indios no te-
nían en nada el Oro, ni conoscian su valor. Tam-
bién tenían muchos Graneros i Troges hechas de
Oro y Plata, y grandes figuras de hombres i Mu-
geres, y de Ovefas, y de todos los otros animales,
y de todos los géneros de yervas, que nascian en
aquella tierra con sus espigas y bastigas y ñudos,
hechas al natural, y gran suma de mantas, y hon-
das, entretegidas con Oro tirado, y aun cierto nú-
mero de leños, como los que avia de quemar,
hechos de Oro y Plata.»
IX.
«En todas las casas de las Doncellas escojidas
para el Inga, agregaba todavía el inca Garcilaso,
aumentando la maravilla de sus predecesores que
comenta, la Bajilla i los demás vasos de servicio,
eran de Plata y Oro, como los avia en la Casa de
las Mugeres de el Sol, y en su famoso Templo; y
como los huvo (según diremos) en las Casas Rea-
les: que hablando en suma, se puede afirmar, que
toda la riquega de Oro, y Plata, y Piedras precio-
sas, que en aquel grande imperio se sacava, no se
empleava en otra cosa sino en el adorno, y servi-
cio de los Templos del Sol, que eran muchos, y
— 46 —
de las Casas de las Viíjenes, que por consiguien-
te eran otras tantas; y en la Sumptuosidad, y
Magestad de las casas reales, que fueron muchas
mas. Lo que se gastava en el servicio de los se-
ñores y Vasallos era poco o nada porque no era
mas de los vasos de beber i esos eran limitados
por su cuenta i número, conforme al privilegio
que el Inca les dava para ellos; atro poco se em-
pleaba en los vestidos, y arreos con que celebra-
van sus fiestas principales.» (1)
X.
Entrando en la enumeración de casos particu-
lares, el mismo historiador mestizo, o mas propia-
mente indíjena, deleitábase i aun gastaba la ufa-
nía de un príncipe caido en referir los que por su
amenidad en seguida copiamos, i en los cuales
presentóse al público de la Península mas como
que historiador como testigo de vista, cuando es-
cribía en Córdoba, en cuya magnífica catedral
diez años hace vimos con respeto su sepulcro. —
(cDe las riquezas de Oro i Plata que en el Perú se
sacan es buen testigo España, dice el real mesti-
zo en el Lb. 8.° de su famosa historia, pues de mas
de veinte y cinco años, sin los de atrás, le traen
cada año doce, trece Millones de Plata i Oro, sin
(1) Comentarios Reales, lib. IV. páj. 110.
— 47 —
otras cosas que no entran en esta cuenta: cada
Millón monta diez veces cien mil ducados. El Oro
se coge en todo el Perú: en vnas provincias es en
mas abundancia que en otras, pero generalmente
lo ai en todo el Eeyno.
«Hállase en la superficie de la Tierra j en los
Arroios, y Rios donde lo llevan las avenidas de
las lluvias: de allí lo sacan, lavando la tierra o la
arena, como laban acá los Plateros la escudilla de
sus Tiendas, que son las barreduras dellas. Lla-
man los Españoles lo que aquí sacan, «Oro en
polvo)), porque sale como limalla. Algunos granos
se hallan gruesos de dos, tres pesos i mas. Yo vi
granos de a mas de 20 pesos, llámanles Pepitas;
algunas son llanas como Pepitas de Melón, o Ca-
labaza, otras redondas, otras Lirgas como Huevos.
Todo el Oro del Perú es de diez y ocho a veinte
quilates de Ley, poco mas, poco menos. Solo el
que se saca en las minas de Callavaya o Gallahua-
ya es finísimo de veinte y cuatro quilates, y aun
pretende pasar dellos, según me lo han dicho al-
gunos Plateros de España.
))E1 año de mil y quinientos y cincuenta y seis,
se halló en vn resquicio de vna Mina de las de
Callahuaya vna piedra de las que se crian con el
Metal, del tamaño de la cabeca de un hombre, el
color propiamente era color de bofes, i aun la he-
chura lo parecía porque toda ella estaba aguge-
reada de vnos agugeros chicos y grandes que la
— 48 ~
pasavan de vn cabo a otro. Por todos ellos aso-
mavan puntas de Oro como si le huvieran echado
Oro derretido por cima, vnas puntas salian fuera
de la piedra, otras emparejavan con ella, otras
quedavan mas adentro. Decian los que entendían
de Minas que sí no la sacaran de donde estava,
que por Tiempo viniera a convertirse toda la pie-
dra en Oro. En el Cozco la miravan los Españoles
por cosa maravillosa, los indios la llamavan Hua-
ca, que como en otra parte digimos, entre otras
muchas significaciones que este nombre tiene,
vna es decir Admirable, Cosa digna de admira-
ción, por ser linda, como también significa Cosa
abominable, por ser fea. Yo la mirava con los
vnos y con los otros. El dueño de la piedra, que
era hombre rico, determinó venirse a España y
traerla como estava para presentarla al Rey Don
Felipe II que la Joia por su estrañeza era mucho
de estimar.
))De los que vinieron en el Armada en que él
vino, supe en España que la Nao se avia perdido
con otra mucha riqueza que traia.3)
" XI.
/su fai
Pero Garcilaso ño'^se contentaba con contar lo
que él mismo habia visto con sus ojos, siendo ni-
ño i palpado con sus manos cuando anciano, por-
que citaba los prodijios del oro que otros hablan
— 49 —
referido antes que él, i a este respecto, por no
acumular las citas, varaos a cederle otra vez la pa-
labra en su justamente celebrado libro.
«Estando yo allí, dice el nieto de los últimos
Incas, en el Cozco, tomando de los principales de
allí la relación de los Ingas, oí decir que Paulo
Inga y otros principales decían que si todo el te-
soro que avia en las provincias y guacas, que son
sus templos, y en los enterramientos, se juntase,
que baria tan poca mella lo que los españoles
avian sacado, (de oro) quan poca se bacía, sacan-
do de una gran vasija de agua una gota della. I
que haciendo mas claro y patente la comparación,
tomaban una medida de maíz de la cual sacando
un puñado decían: Los cristianos han ávido esto,
lo demás está en tales partes que nosotros mismos
no sabemos dello. Así que grandes son los tesoros
que en estas partes están perdidos. Y lo que se ha
ávido, si los españoles no lo hubieran ávido, cier-
tamente todo ello o lo mas estuviera ofrecido al
diablo i a sus templos y sepulturas donde, enterra-
van sus difuntos; porque estos indios no lo quie-
ren, ni lo buscan para otra cosa, pues no pagan
sueldo con ello a la gente de guerra, ni mercan
ciudades ni reinos, ni quieren mas que enjaezarse
con ello, 'siendo vivos, y después que son muertos
llevárselo consigo. Aunque me parece a mí que
todas estas cosas eramos obligados a los amones-
tar que viniesen a cmiocimiento de Nuestra Santa
LA E. DEL o. 7
— 50 —
Fe Católica, sin pretender solamente henchir las
bolsas, etc.»
XII.
«Lo que Francisco López de Gomara escribe
en su Historia de la riqueza de aquellos reyes es
lo que se sigue, sacado a la letra del capítulo 121.
Todo el servicio de su casa, mesa y cocina era de
oro y de Plata y quando menos de plata, y cobre
por mas recio. Tenia en su recámara estatuas
huecas de oro, que parecían gigantes, y las figuras
al propio y tamaño de quantos animales, aves, ár-
boles y yervas produce la tierra, y de cuantos pe-
ces cria la mar y aguas de sus reinos. Tenia asi-
mismo sogas, costales, cestas y trages de Oro i
Plata, rimeros de palos de oro, que pareciere leña
rajada para quemar. En fin no havia cosa en su
tierra que no la tuviese de oro contrahecha y aun
dicen que tenían los Incas un vergel en una isla,
cerca de Puna, donde se iban a holgar quando
querían Mar, que tenia la ortaliza, los árboles y
flores de oro y plata invención y grandeza hasta
entonces nunca vista. Allende de todo esto tenia
infinitísima cantidad de oro y plata por labrar en
el Cuzco que se perdió por la muerte de Guascar,
que los indios lo escondieron, viendo que los es-
pañoles se lo tomavan y embiavan a España. Mu-
chos lo han buscado después acá y no lo hallan.»
— 51 —
XIII.
«Hasta aqui es de Francisco López Gomara, y
el vergel que dice que los reyes incas tenian cerca
de Puna, lo tenian en cada casa de todas las rea-
les que avia en el Reyno, con toda la demás ri-
queza que dellas escrive, sino que como los es-
pañoles no vieron otro vergel en pié sino aquel,
que estava por donde ellos entraron en aquel rei-
no, no pudieron dar relación de otro; porque luego
que ellos entraron, los descompusieron los indios
y escondieron la ríqueza, donde nunca mas ha
parecido, como lo dice el mismo autor, y todos
los otros historiadores. La infinita cantidad de
plata y oro que dice que tenian por labrar en el
Cuzco, allende de aquella grandeza y Majestad que
ha dicho de las Casas reales, en lo que sobra va
del ornato de ellas, que qo teniendo en que lo
ocupar, lo tenian amontonado.
2)No se hace esto duro de creer a los que des-
pués acá han visto traer de mi tierra tanto oro, y
plata como se ha traido (concluye el historiador
indíjena pero avecindado en Cái'dova) pues solo
en el año de 1595, en espacio de ocho meses, en
tres partidas, entraron por la barra de San Lúcar,
treinta y cinco millones de plata y oro.»
— 52 —
XIY.
Es mui posible que en lo que contaron a sus
contemporáneos el viajero Cieza de León (que
era andaluz), el tesorero Zarate, Pedro de Xeres,
secretario de Francisco Pizarro, i otros conquista-
dores, conforme a la tendencia hacia lo portento-
so que en aquel tiempo dominaba especialmente
en Cádiz, en Sevilla i en Córdoba, puertos i ciu-
dades de entrada i pasaje del oro, i era hasta
cierto punto un sistema (como aconteció trescien-
tos años mas tarde en California), hubiese alguna
ponderación del lenguaje o de la credulidad. Pero
la operación metálica i de banco que se ha llama-
el rescate de Atahualpa, hecho positivo i compro-
bado por cuentas reales i archis^adas, viene a dar
razón a los prodijios mismos, porque de las listas
del reparto que se han conservado i que esplica
minuciosamente el concienzudo Prescott, resulta
que lo que juntó el Inca en el famoso aposento
que todavia se muestra en Caxamarca, ascendió a
la suma fabulosa de 1.326,539 pesos de oro, i
51,610 marcos de plata. El peso de oro, equivalen-
te al actual castellano i tomando en cuenta el valor
del metal en aquel tiempo, representaba, según
Prescott, la suma de quince millones i medio de
pesos; pero si la comparación de los valores hubie-
ra de hacerse con los del presente según don Diego
- 53 -
Clemencin, resultaría que el rescate de Atahual-
pa importó mas ele sesenta millones de pesos,
sin contar con el valor de la plata. — -Tan solo a
Pizarro le cupo del botin la suma de 57,222 pe-
sos de oro i 2,350 marcos de plata i, como simple
galantería de los suyos, el trono del Inca de que
habla Cieza de León (quien lo viera i en él pro-
bablemente se sentara), el cual era compuesto de
una tabla de oro reluciente que valia por si sola
en aquel tiempo mas de cien mil pesos o sea 25,000
pesos de oro. (1)
(1) «La joia qae dice que don Francisco Pigarro escogió, fué
de aquel gran rescate, que Atahualpa dio por sí, y Pizarro como
jeneral podía, según Ley Militar, tomar del montón la Joia que
quisiese, y aunque avia otras de mas precio, como Tinajas y Ti-
najones, tomó aquella porque era singular y era asiento del Rey
(que sobre aquel Tablón le ponían la silla) como pronosticando
que el Rey de España se avia de sentar en ella.
dDc la maroma de Oro diremos en la vida de Huayna Capac,
vltirao de los Incas, que fué vna cosa increíble.» — (Garcilaso.
Comentarios Reales citados.)
Respecto de esta maroma de oro, que dio por ser imitación
de una soga, según vimos, su nombre al heredero lejítimo del
imperio peruano, i que, a ser cierto lo que de ella cuentan, debió
pesar algo mas que las cadenas de toscu) fierro del Huáscar mo-
derno, ya hemos copiado lo que dice el historiador indíjena, i
partidario, como cuzqueño, del inca Huáscar contra el quiteño
Atahualpa, a quien trataba de usurpador. — Piérola contra Gar-
cía Caldei;p'^, García Calderón contra Piérola....
I mui probablemente de esta estupenda maroma de oro viene
la leyenda popular, que nosotros oimos muchas veces en nuestra
— 54 —
XY.
Los soldados de a caballo recibieron confor-
me al Acta de repartición del rescate, docuraento
que aun existe en los archivos de la Península,
8 mil pesos de oro i a los infantes les cupo la mi-
tad, o sea 4,440 pesos de oro, sin contar la plata
que de suyo se hizo vil, como en el saqueo moderno
del palacio de los emperadores de la China, a
quienes no se dio tiempo para ofrecer su rescate,
porque lord Elguin i el conde de Palikao, este
Pizarro i este Almagro de la época presente, se^lo
tomaron todo para sí, i para borrar la huella del
despojo, incendiaron sus grandiosas arcas. — «Los
aposentos inmediatos a la sala del trono del pala-
cio de Yuen-min-yen, residencia de verano de los
emperadores de la China, situado en los suburbios
de Pekín i que los aliados ingleses i franceses pu-
sieron a saco e incendiaron en octubre de 1860,
dice el mas serio de los historiadores de la espe-
dicion a la China, i después de haber descrito el
fabuloso lujo i riqueza de esas mismas salas, rebo-
niñez, según la cual los jesuítas de Chile tenían una cadena de
oro con la que daban una vuelta entera a la plaza cuando hacían
sus procesiones, cuya cadena echaron a un pozo de la Compañía
en la noche que precedió a su espulsion i no ha vuelto a saberse
mas de ella
— 55 —
saba de objetos de oro i desplata adornados de pie-
dras preciosas, de armas ricamente adamasquina-
das, de porta-copas de oro i plata incrustados de
turquesas, de flores i de frutas formadas de per-
las finas, de pequeños palacios, árboles i animales
raros festonados por las sustancias mas precio-
sas». (1)
XYI.
Mas adelante, agrega el mismo sobrio narrador, i
sin pretender en lo mas mínimo hacer contrastes
ni acordarse del rescate de los incas en vista del
de los emperadores, i después de atravesar por un
puente espléndido de mármol echado sobre un de-
licioso lago artificial, se penetraba en los aposentos
reservados de la emperatriz i del emperador; i
sobre la portentosa riqueza de estos aposentos re-
servados, se espresa como sigue: — «Es preciso re-
nunciar a describir lo que contenían esos depar-
tamentos. Las palabras faltan para pintar las ri-
quezas materiales i artísticas que esas habitaciones
encerraban. Todo lo que hasta ese momento ha-
bían encontrado los visitantes del palacio de ve-
rano no era sino una pobre muestra (icn miserable
échantülon) del espectáculo que ahora se les pre-
(1) Paul de Y hV,i^>~Expédition de Chine, Paris 1862, páj,
234.
— 56 —
sentaba a la vista. Era una visión de las Mil i una
noches, un cuento de liadas que la imajinacion ha-
bria sido impotente para forjar i comparar con
aquellas realidades que todos tocaban con la ma-
no Sobre los altares relucían candelabros, va-
sos e incensarios de oro macizos, i en uno de estos
templos se encontró una espléndida armadura cuyo
casco estaba coronado por una perla fina del mas
puro oriente i del tamaño de un huevo de palo-
ma.» (1)
(1) Varin. — Obra citada, páj. 245. — En cuanto al botin en
lingotes de oro i de plata de Pekín, aunque inferior al de Caxa-
marca, fué tan enorme que apesar de la rapacidad de los jefes,
cupieron a cada soldado (sobre cinco o seis mil) 100 francos por
cabeza, i esto sacado de unas pocas barras de oro encontradas
en los departamentos de la emperatriz. — De la plata dice el
historiador francés que era tan abundante, que los soldados,
despreciándola, daban hasta cien pesos fuertes por una o dos
botellas de mal coñac, i respecto de las mas ricas sederías bor-
dadas de plata i oro, las arrojaban como basura a lo largo del
camino solo por librarse de su peso, sin embargo de llevar mu-
chos indíjenas cargados con ellas i atados por su larga trenza a
un botón de sus casacas para que no se les escaparan Ardid
espiritual i eminentemente propio de francés!
;. Por lo demás, estas grandes acumulaciones de riqueza no son
raras en los países despóticos. Sin hacer mención de los incal-
culables tesoros de Mahoma en la Meca, ni de los del sultán en
Constantinopla, ni la del último i pródigo Khedive de Ejipto
Martin de Monssy dice en su obra, sobre la República Arjentina,
vol. III que el tesoro encontrado por los franceses en la ciudad
de Arjel cuando la tomaron en 1830 ascendió a mas de 53 mi-
llones de francos.
— 67 —
XXVII.
Fué esta riquísima joya entre muchas otras desti-
nada al emperador i a la emperatriz de los fran-
ceses, exactamente como Francisco Pizarro mandó
a Carlos V. con su hermano Hernando los esplén-
didos vasos, jarrones, figuras de animales i choclos
de oro con su cabello i su grano todo macizo i de-
liciosamente imitado que vio i admiró en Santo
Domingo Oviedo i Yaldés, cuando el emisario pa-
saba para España.
Pero mas feliz el emperador en cuyos dominios
no se ponia el sol que aquel que hoi yace en pres-
tada tumba, vio llegar a sus pies todos los tesoros
de Caxamarca, mientras que el último i su impe-
rial consorte, que hoi vaga solitaria por las mon-
tañas de la Suiza, no conocieron la famosa perla
de la emperatriz de la China sino de nombre por
cuanto jamas llegó a sus manos....
XVIÍI.
Ahora bien, en vista de esto, i tomando en con-
sideración la inverosímil profusión de oro que
existia en el Perú al comenzar la conquista, pro-
fusión que hace afirmar al padre García que el
Perú era el verdadero Ofir i que de sus playas lle-
vó Salomón las planchas de oro con que tapizó su
templo, envista de todo esto, preguntábamos,-¿hai
LA E. DEL O. 8 .
— 58 —
motivos suficientes para tildar de exajeradas las
descripciones de los prin\eros cronistas de la con-
quista, testigos de vista de aquellos prodijios, co-
mo el narrador francés parece haberlo sido de los
del palacio de verano de Pekín?
Nosotros (lo decimos injenuamente) no lo du-
damos; i como habremos de justificarlo con cifras
estadísticas acumuladas en nuestros archivos res-
pecto de la abundancia positiva del oro de Chile,
en su edad del oro, abrigamos al contrario la per-
suasión, de que esceptuando las formas del len-
guaje todos los portentos de que se nos hablan
fueron en el fondo cosa cierta. Las cuentas de la
repartición de Caxamarca están allí; los presentes
a Carlos Y. todos los vieron a sus pies; i mas ade-
lante i por capítulo separado presentaremos noso-
tros las comprobaciones inéditas del oro de Chile
que en nada desdicen de las del Perú i de las del
Celeste Imperio.
Por esto mismo damos remate al presente con
esta última cita del Inca peruano que bien pudie-
ra apropiársela el historiador de la romántica i fa-
bulosa campaña de la China.
«En todas las casas reales tenían hechos jardi-
nes y huertos donde el Inca se recreava. Planta-
ban en ellos todos los árboles hermosos y vistosos,
posturas de Flores y Plantas olorosas y hermosas,
que en el Eeino avia: a cuia semejanga contraha-
cían de Oro y Plata muchos Arboles, y otras Ma-
— so-
tas menores al natural, con sus Hojas, Flores y
Frutas: vnas que empega van a brotar, otras a me-
dio sazonar, otras en todo perficionadas en su ta-
maño. Entre estas y otras grandecas hacían Mai-
gales, contrahechos al natural con sus hojas, ma-
gorca y caña, con sus raices y flor: y los cabellos,
que echa la majorca, eran de Oro y todo lo demás
de Plata, soldado lo vno con lo otro, y la misma
diferencia hacian en las demás Plantas, que la
flor, o cualquiera otra cosa, que amarilleara, la
contrahacían de Oro y lo demás de Plata.
)) También avia Animales, chicos y grandes,
contrahechos y vaciados de Oro, y Plata: como
eran Conejos, Ratones, Lagartijas, Culebras, Ma-
riposas, Zorras, Gatos monteses, que domésticos
no los tuvieron. Avia pájaros de toda suertes,
vnos puestos por los árboles como que cantaban;
otros, como que estaban bolando, y chupando la
miel de las flores. Avia Penados i Gamos, Leones
y Tigres, y todos los demás animales y aves que
en la tierra se criavan, cada cosa puesta en su lu-
gar, como mejor contrahiciese a lo natural.
))En muchas casas, o en todos tenían baños con
Grandes Tinajones de Oro y Plata, en que se la-
bavan, y caños de Plata y Oro por los cuales ve-
nia el agua a los Tinajones.» (1)
(1) Comentarios Reales, lib. 8,° páj. 172. — Esta aficiona
imitar en oro i plata los objetos especialmente los animales, ha
— 60 —
XIX.
De todas suertes, i rebajando cnanto se quiera
por pasión, credulidad o afición a lo estupendo
propio de aquellas edades i de las presentes, sobre
lo que no puede establecerse la mas pequeña du-
da es sobre que el Perú indíjena era el mas rico
país del orbe en oro. Ahora en cuanto a que Chile
fué su principal tributario en tan espléndida for-
tuna, habrá de cabernos la satisfacción de demos-
quedado todavía viva hasta hoi entre los indios del Cuzco, de
Quito i con mas primor en los de Guamangas (hoi Ayacucho)
cuyos plateros fueron eximios, especialmente en las labores
de filigrana, rivales en esto de los joyeros de Malta i de Flo-
rencia. Hasta hace pocos anos los plateros de la América espa-
ñola, incluso los de Chile, imitaban todo i con particularidad
gallinas, pavos, gansos, vacas, caballos, etc. I apropósito de esto
se cuenta de un caballero que en el siglo pasado llevó en Lima
a un fiscal famoso por su venalidad un venado de plata maci-
zo, i habiéndole rehusado aquél, observándole que tenia dos hi-
jas i no acostumbraba dar a la una lo que no podia dar a la otra,
enten-dió en el acto el solicitante la fina alusión, salió a la calle,
entró a la primera platería de la calle de Espaderos, compró un
huanaco del mismo peso i tamaño del venado, i volvió al estu-
dio del letrado, con lo cual las hijas del fiscal quedaron iguala-
das i él sacó una vista a su paladar i deseo.
De todas maneras, el talento i gusto por las artes manuales
ha sido común a chinos i a peruanos, i esta es mas seria analo-
jía de razas que las que algunos han encontrado afirmando que
Ancón procede de Hong-Cong i Chancay de Shangay...
— 61 —
trarlo con nuevos i no menos peregrinos i com-
probados antecedentes i noticias mas adelante. (1)
(2) Respecto de las al parecer inagotables riquezas del Perú
en oro, los europeos i especialmente los ingleses han tenido oca-
sión de ver muestras casi tan espléndidas como las enviadas a
Carlos V. por los Pizarros, en algunas de las ofrendas o despo-
jos patrióticos de sus paisanos que el dictador Piérola ha envia-
do a Londres para convertirlas en libras esterlinas. Los diarios
de esa ciudad dan cuenta en efecto de haberse rematado en
agosto último en su Galería Artística de Pall-Mall por los se-
ñores Foster, antiguas joyas del Perú de oro i plata hasta la su-
ma total de 10,778 libras esterlinas. Entre los objetos mas dis-
putados por los entusiastas ingleses que se imajinarian talvez
asistir al «rescate de Átahualpa,» cuando era solo al derroche
de Piérola, figuraban un mostrario o relicario de oro con peso
de 378 onzas por el que pagaron 10 mil pesos, otro del peso de
185 onzas vendido en 940 libras esterlinas i así varios otros
restos de la pasada opulencia incarial i di^atorial de aquel des-
dicliado país.. — Posteriormente se ha dicho que la venta total
de estos objetos ha producido en Londres mas de cien mil libras
esterlinas, o sea varios millones de soles. El Perú no se des-
miente.
CAPITULO II
EL ORO EN CHILE EN TIEMPO DE DON PEDRO DE VALDIVIA.
I. — MARGA-MARGA.— II. QUILACOYA.— III. LA IMPERIAL.
— IV. OSORNO. - V. VILLARRICA.
4
El Adelantado don Diego'de Almagro llega hasta el territorio de Casablanca
i Melipilia. — Causas verdaderas de su regreso al Perú. — A pesar de que-
dar Chile «mal famado» por los de Almagro, conserva la tradición de su
gran riqneza aurífera, i esta es la que mueve a Valdivia i a sus compa-
ñeros a emprender de nuevo el descubrimiento. — Los primeros siete
años de la conquista i sus miserias. — Ardides de oro de que se vale Val-
divia para traer socorros. — Las estriberas de Monroi i el sombrero de
oro de Concón. — Los ochenta mil dorados de Camacho. — Descubrimiento
de las minas de oro de Marga-Marga i su prodijiosa riqneza. — La de-
mora.--Cómo el oro comenzó a promover la emigración espontánea a
Chile. — Los primeros emigrantes del oro en Marga-Marga, según el
contemporáneo Marino de Lovera. — Cálcalo de lo que produjeron las
minas de Marga-Marga basado en el incierto quinto del rei.— ha, lejisla-
cion del oro colonial. — Primeros acuerdos del cabildo de Santiago, en
ausencia de Valdivia, sobre las cuadrillas, estacas, denuncios, juegos,
etc., en las minas de Marga-Marga — Cómo las multas de Marga-Marga
comenzaron a servir a la ciudad de Santiago para su hijiene, su Cate-
dral, sus calles, etc., — Curiosa carta de los mineros de Marga-Mar-
ga pidiendo una guarnición militar para defenderse contra los indios. —
Acuerdo del cabildo concediéndola i manda bien pagado al verdugo Or-
tun Xerez i tres compañeros de a caballo. — Regresa del Perú Valdivia,
i notando el incremento de las minas, nombra alcalde de ellas en enero
de 1550. — Los ediles de Santiago acuerdan turnarse para hacer la justi-
cia en las minas. — El primer abogado en las minas de oro. — Aspecto
— 63 -
actual de los lavaderos del Rio de las minas i su imponente estension.
— Visitas del autor en 1851 i en 1877. — Una faena de oro en el Rio de
las minas, en el último año nombrado. — Abundancia de oro en polvo en
Santiago a mediados del siglo XVII. — Se prohibe su uso como moneda
en esa forma con severas penas, pero en vano. — El oro en polvo es el
tipo de la fortuna i de la moneda en Chile hasta el obispo Cienfuegos
que en esa forma lo llevó a Roma. — Descubrimiento de las minas de
Quilacoya en octubre de 155-3 i su prodijiosa riqueza. — Dos quintales de
oro diarios, según alguien que los vio. — Descubrimiento de placeres en
la Imperial, i cómo ayudan sus productos a erijir su Catedral i su mitra.
— Las minas de oro de Villa Rica i la calidad de su metal. — Aspecto
que las ruinas de esta romántica ciuda»d ofrecían en 1640 i en 1858. —
Los esploradores Lee-Smith i Colé. — Riqueza aurífera de Osorno antes
del descubrimiento de Ponzuelos. — Minas de oro olvidadas i la cofradía
de Puigato. — Estraordinaria opulencia per.sonal de Valdivia i sospechas
de que quiso coronarse en Chile, declarándose independiente. — La inde-
pendencia del oro antes de la independencia de la libertad. — Visita
Valdivia sus minas de Quílacoya enl a víspera de su muerte, i su profé-
tico desabrimiento en presencia de las ofrendas del oro. — El sací'ificio
de este grande hombre perturba la riqueza aurífera de Chile para rena-
cer con mayor aliento.
«Lo que puedo decir con verdad de la
bondad de esta tiera es que cuantos vasa-
llos de V. M. están en ella y han visto la
Nueva España dicen ser mucho mas can-
tidad de gente que la de alia; es toda un
pueblo e una simentera y una mina de oro.»
(Carta de Pedro Valdivia á Cái'los V. —
Concepción, setiembre 25 de 1551.)
«Las primeras minas que labraron los
Españoles fueron las de Marga-Marga, mas
cerca de Quillota que de Santiago. I de
solo aquella mina rendían a los quintos
Reales cada año treinta mil pesos, ensa-
yados de oro de ley. Fué tanto el oro que
daba aquella mina, que se pesaba con ro-
mana.»~(Rosales, Historia de Chile, pái.
210)
I.
Dimos cuenta en el capítulo precedente de có-
mo los placeres de oro contribuían con notoria
abundancia al tesoro del Inca peruano por via de
anual tributo i de cómo adueñándose don Dieojo
— 64 —
de Almagro de una de estas remesas periódicas,
o según dicen algunos, de una colecta extraordi-
naria destinada al «rescate del Inca)), creyóse aquél
el conquistador mas favorecido del Nuevo Mundo
i rompió todas las escrituras de empeño que al
partir del Cuzco le habían firmado sus lugar te-
nientes i sus soldados i pecheros.
Pero fuera que los indios se dieran maña para
ocultar sus mejores minas, fuera impaciencia de
la jente, flaqueza de ánimo del anciano esplo-
rador, o lo que es mas probable, resultado de su
recelosa enemiga con los Pizarros, a quienes ha-
bla dejado dueños absolutos del campo i el poder
a su espalda, el resultado fué que él personalmen-
te no llegó sino hasta las vecindades que forman
el promedio entre Casablanca i Melipilla («la tierra
de los FiconesD dice el Adelantado en sas cartas
al rei, i es por donde está todavía la hacienda de
Pico, a dos o tres leguas de la última ciudad),
donde hizo lavar un poco de oro, i calculando por
lo fríjido de la temperatura i lo rudo de sus pobla-
dores «que en toda aquella tierra no hallarían una
punta de oro», (1) dio la vuelta al Cuzco para mo-
rir en el garrote vil a manos de sus avarientos i
crueles espoliadores.
(1) Oviedo, vol. IV. páj. 272.
— 65 —
II.
No dio tan punzante espina la noticia de aque-
lla tierra «mal famada» (así por ufania la llama él
mismo) a su sucesor en el descubrimiento don
Pedro de Valdivia, el animoso, porque desdeñan-
do las riquísimas minas de plata de Parca que le
tocaron en encomienda, marchó el último cuatro
años mas tarde a Chile; i en doce de proezas i de
aventuras lo conquistó entero, al tranco del caba-
llo i al bote de la lanza, hasta el rio i pueblo que
llevan todavía su glorioso nombre.
III.
En los primeros siete años de la conquista (los
años de Faraón) fué todo penalidades, hambres,
lluvias i miserias para los pobladores, incluso el
invierno de 1543 que el jefe déla hueste compara
con el diluvio; i aun para atraer alguna junta de
socorro necesitó Valdivia ocurrir a una estrataje-
ma cuyo aliciente como de costumbre fué el oro.
«Determiné, dice en carta escrita a Carlos V. des-
de la Serena el 4 de Setiembre de 1545, cuatro
años después de la fundación de Santiago, de-
terminé para mover los ánimos de los soldados
llevando muestra de la tierra, enviar hasta siete
mil pesos, que en tanto que e&tuve en el valle de
LA E. DÉLO. 9
^~ 66 —
Canconcagua entendiendp en el bergantín los ha-
bían sacado los anaconas, y talvez anaconcillas do
los cristianos, que eran allí las minas, y me los
dieron todos para el común bien, y porque no lle-
vasen carga los caballos hice seis pares de estribe-
ras para ellos. Y guarniciones para las espadas
y un par de vasos en que hehiesen.y> (1)
VI-
Venian los primeros pobladores de Chile engan-
chados por sus capitanes exactamente como las
«peonadas» que algunos hacendados i buscadores
de oro de Cliile llevaron cuando en 1849 vinieron
en alas de la codicia las primeras noticias i alboroto
de California, en tantas cosas semejante a los pri-
meros ensayos de' colonización en las Indias; i por
esto, hablando de sus dificultades i escaseces, el
gobernador agregaba en la misma carta que aca-
bamos de citar, estas palabras. — «Y estando al
presente en esta tierra doscientos hombres, que
me cuesta cada uno mas de mil pesos puesto en
(1) Por este mismo tiempo ocurrió la matanza de los españo-
les que construian un barco en la caleta de Concón, a conse-
cuencia de haber descuidado sus armas al mostrarles los indios
del valle un sombrero lle?io de oro. De aquella matanza escapó
solo un negro, i el mayordomo del gobernador, Gonzalo de los
Ríos, abuelo de la famosa i abominable Quintrala, doña Cata-
lina de los Ríos, la Lucrecia Borjia de Chile.
— 67 —
ella; porque a otras tierras nue ras van por la bue-
na fama a ella los hombres, y desta huyen todos
jpOT la mala en que la hahian dejado los que no
quisieron hacer en ella como tales; y así me ha
convencido hasta el dia de hoi para la sustentar,
comprar los que tengo a peso de oro.»
V.
I sin embargo la constancia invencible de aquel
grande hombre, que araba el suelo con su propio
caballo de batalla i andaba vestido con pellejos
como su último soldado, recompensóle en breve
de sus imponderables afanes, porque se descubrie-
ron las minas de Marga-Marga, en la vecindad de
Valparaíso, i de sus primeras bateas sacó el go-
bernador, o mas bien sus subditos a quien las pi-
dió en préstamo forzoso, los primeros «ochenta mil
peces dorados» del gracejo Camacho, que fueron
ochenta mil pesos de oro (algo como dos millones
de hoi), con los cuales fué el gobernador al Perú
en 1547 a darse aire de opulentísimo señor i traer
con su munificencia refuerzos. (1)
(1) De este despojo tan parecido a robo de Valdivia i que mag
tarde le recordó en un sermón de burlas un gracejo llamado Ca-
macho en las bodas de la sobrina del gobernador celebradas en
Concepción, hablan casi todos los historiadores primitivos, espe-
cialmente Marino de Lovera que fué testigo de vista o poco me-
nos. Marino de Lovera era hombre verídico, natural de Ponteve-
dra, la patria de Méndez Nuüez.
— 68 ~
vf.
Las minas, o mas propiamente los lavaderos de
Marga-Marga (Malga-Malga, dice el venerable
Lihro-hecerro del Cabildo de Santiago) fueron en
su principio riquísimas i de sus estupendos traba-
jos liállanse visibles las huellas en todas partes en
aquel hoi solitario i yermo valle. Aunque se tra-
bajaba solo durante el otoño (después de la cose-
cha) i en el invierno, que era lo que se llamaba
la demora, (1) sacaban con unas pocas cuadrillas
de infelices indios hasta mil pesos de oro al dia. I
no debian ser tan numerosos los indíjenas por cuan-
to, aun en tiempo de rebelión, bastaban cuatro
hombres a caballo i pagados por el rei para man-
tenerlos a raya, mientras que hasta el último ga-
ñan se enriquecía. «Era la grosedad de estos
minerales tan abundante, dice un soldado que an-
duvo con Valdivia i estuvo destinado a morir con
él (Marino de Lovera) que venian hombres con
mujeres e hijos tan pobres que para los fletes no
tenían, y se remediaban luego con la grosedad de
la tierra.»
(1) La demora duraba en todos las ladias ocho meses i varia-
ba probablemente en cada país según el clima. En Chile dobia
comenzar a fines de enero, cuando ya estaban guardadas las co-
sechas en las trojes, i terminaba por fines de setiembre cuando
69 —
VII.
Resulta claramente de este pasaje de un con-
temporáneo, que la primera inmigración espontá-
nea i no enganchada por dádivas o levas que
penetró en el «mal famado Chile» fué encaminada
por su riqueza aurífera o mas propiamente por las
minas de Marga-Marga: i de estos mismos place-
res hace referencia el padre Rosales en su libro
que escribió un siglo cabal mas tarde cuando dice:
(íDe las minas de Quillota y Limache sacaban mil
pesos de oro cada dia. En las minas de Culacoya,
distante de la Concepción seis leguas, se sacó gran
suma de oro y hasta oy se saca. Y se halló allí un
grano que pesó cuatrocientos pesos, y en otras
muchas de a ciento. De la encc>mienda que tenia
el governador D. Pedro de Valdivia en los valles
de Tucapel y Arauco, travajaban en la labor de las
minas de aquellos paises cada semana noventa y
seis marcos de oro, como refiere Arcila.p (1)
comenzaba el sembradío de chácaras, que era en lo que enten-
dían los indios.
(1) Ercilla.Como se sabe, el marco de oro pesa media libra i
equivalia'a 50 pesos de oro, o sea 150 pesos de plata, de aquel
tiempo, equivalentes a quinientos o mil del presente. Sobre el va-
lor mercantil del primer oro de Chile, hé aquí lo que dice el pa-
dre Rosales en el Lib. V. de su Historia citada, «El marco de oro
es de ocho onzas, que montan cincuenta pesos de oro, cada peso
— 70 —
VDI.
Es a la verdad tan interesante bajo el punto de
vista no solo de los oríjenes de la primitiva in-
dustria minera en Chile sino con relación a nuestra
lejislacion, vijente todavía en su espíritu, que no
podemos menos de echarnos a pesquisar en los vo-
luminosos acuerdos de los primeros cabildos de la
capital todo lo que en ellos fué materia de acuerdo
con referencia al primer asiento regular de minas
de oro, únicas riquezas propiamente tales que hu-
bo en Chile durante dos siglos, sometidas a cier-
tas reglas de esplotacion mas o menos bien esta-
blecidas.
I desde luego tropezamos con una serie de re-
soluciones tomadas cuando Valdivia aun no re-
gresaba del Perú, en su viaje vengador contra
los Pizarro, medidas reglamentarias cuya aplica-
ción en el terreno, limitando los privilejios de
los esploradores en el empleo de sus cuadrillas,
en el reparto de las estacas, en la obligación de
llevar el trabajo bástala circa ((i la peña») i hasta
en la prohibición del juego, enfermedad incura-
ble de todo asiento minero, no seria infructuoso
ocho tomines, cada tomín doze granos, y cada cuatro granos de
oro puro es un quilate. Assi se practica en el Perú, como lo dicen
Miguel Jerónimo de Santa Cruz y Juan de Arze en su quilata-
dor. El peso de oro valia eu Chile siendo de })erfecta ley 450
maravedís castellanos.»
71 —
retener en la memoria para lejislar en los presen-
tes tiempos sobre el oro venidero.
IX.
He aquí en efecto estos curiosísimos acuerdos
de los primeros ediles de Santiago que correspon-
den al 10 de diciembre de 1540 i dicen testual-
mente como sigue:
«En la ciudad de Santiago del Nuevo Extremo
de estas provincias de la Nueva Estremadura, lu-
nes diez dias del mes de diciembre de mil e qui-
nientos e cuarenta e ocho años, se juntaron a ca-
bildo e ayuntamiento en las casas de S. M. los
magníficos señores Salvador de Montoya e Rodri-
go de Quiroga, alcaldes ordinarios, y Juan Fer-
nandez Alderete, y Rodrigo de A raya, y Juan Go-
dinez Alderete, y Juan Bautista de Pastene, regi-
dores, e Juan Gómez alguacil mayor e así juntos
por ante mí Luis de Cartagena, escribano de este
su cabildo, acordaron y ordenaron lo siguiente,
sobre lo tocante a las minas de donde se saca oro.
» Primeramente, que se eche a las minas a sa-
car oro desde 15 de enero primero venidero del
año de 1549 años; porque salgan las cuadrillas a
tiempo que tenga lugar de sembrar al fin de la
demora.
))Item ordenaron y mandaron: que de hoi en
adelante, que cualquier persona que hobiese sido
— 72 —
minero y traído cuadrilla, a su cargo de cualquier
persona, que dentro de tres años no pueda traer
cuadrilla suya propia en ninguna mina de oro,
aunque tenga jente para ello; so pena de perdido
todo el oro que sacare, aplicado en tres tercias
partes: la una para la cámara del rey, y la otra pa-
ra la persona que lo denunciare, y la otra para las
obras públicas de esta ciudad de Santiago; y que
tenga perdidos el tal minero las piezas con que lo
sacare.
j)Otrosi ordenaron i mandaron los dichos seño-
res: que cualquier señor de cuadrilla que tuviere
y trajere mas de una cuadrilla en tales minas de
oro y de un minero, y descubriere minas que no
puedan estacarse ambos a dos a una estaca, sino
que se le dé salteada y que el alcalde de minas dé
allí mina al primero qae la pidiere.
3)Otrosi, que si algún esclavo o anacona que
trajere cuadrilla de su amo sacando oro, que si
las catas que diere y no llegare a la peña, que pa-
gue de pena y se lleven dos pesos de buen oro por
cada cada cata que diere y no llegare a la dicha
peña,
j)Otrosi mandaron: Que ningún minero ni otra
persona sea osado de jugar ni jueguen en las di-
chas minas y termino de ellas a naipes, ni a da-
dos, ni bolas, ni a otros juegos; so pena de cien
pesos de buen oro de lei perfecta, aplicados en
cuatro partes: la una para la cámara de S. M. y
^ 73 -
la otra para la persona que lo denunciare, y la
otra para las obras públicas de esta dicha ciudad,
y la otra para el alcalde de minas que lo ejecuta-
re; y que si el diclio alcalde lo disimulare y no lo
ejecutare, que se ejecute en él y se le lleve la misma
pena en que desde ahora le dan p07^ condenado, lo
cont7'ario haciendo.
))Otrosi, que ningún negro, ni esclavo, ni ana-
conas no jueguen en las dichas minas, sopeña por
la primera vez de cien azotes, y por la segunda
doscientos i que esté todo un dia atado a la picota
que está en las dichas minas. I de como lo acor-
daron y mandaron, lo firmaron aqui de sus nom-
bres. I mandaron se pregone todo lo susodicho
publicamente, para que venga a noticia de todos.
))Otrosi ordenamos y mandamos: que ningún
minero ni otra persona alguna mande trabajar, ni
trabajen los indios ni anaconas que sacan oro, los
domingos y fiestas que se guardan en ellos en cosa
alguna que sea de trabajo; sopeña de 20 $ de
oro, en los cuales les damos por condenados a la
persona que los mandare trabajar, aplicados en
tres partes: la una para la iglesia mayor de esta
ciudad de Santiago, y la otra para la persona que
la denunciare, .y la otra tercia para las obras pú-
blicas de esta dicha ciudad. I el alcalde de minas
que luego lo ejecute e reciba los dichos veinte pe-
sos i los reparta en los que se aplican; so pena
que si lo desimulare, sea ejecutado en la dicha
LA E. DEL O. 10
— 74 —
pena, én la cual le damce por condenado lo cod-
trario haciendo.»
X.
I fué de esa manera (obsérvese ello bien), con
las multas, es decir, con la cosa mas aborrecida por
el santiaguino, i otro sí con multas de oro, como
comenzó la ciudad a tener calles i acequias, ace-
ras i empedrados, templos e hijiene; siendo asun-
to digno de nota, en aquellos ascéticos tiempos
que la multa por quebrantar la santidad i el ocio
del domingo era en realidad leve, cuando la del
juego no podia ser ni mas severa ni mas humi-
llante.— Cien pesos de oro componían entonces
una pequeña fortuna i cien azotes serán siempre
un castigo mui poco apetecido aun por los que
nacen envilecidos i esclavos.
XI.
No es menos interesante respecto de la guarda
i de los lavaderos de Marga-Marga la siguiente
resolución que en un caso de apuro, por amenaza
de un levantamiento jeneral de las indiadas, tomó
dos meses mas tarde el ayuntamiento de Santiago,
cuando iba a comenzar la demora, es decir, la épo-
ca de sudor i de azote de los lavaderos. — El acuer-
do dice testualmente como sigue:
— 75 —
«En la ciudad de Santiago del nuevo Extremo
de estas provincias de la Nueva Estremadura,
miércoles 13 días del mes de febrero, año de mil
e quinientos e cuarenta y nueve años, se juntaron
a cabildo e ayuntamiento los magnificos señores
capitán Francisco de Aguirre y Juan Fernandez
Alderete, alcaldes ordinarios, y Salvador de Mon-
toya y Rodrigo de Quiroga, y Gaspar de Vergara
y Francisco de Riberos, rejidores, y Juan Gómez
alguacil mayor, y así juntos por ante mí Luis de
Cartagena, escribano de este su ayuntamiento,
acordaron y proveyeron lo siguiente:
))Dió en este cabildo Gaspar de Yergara reci-
bida una carta misiva que traia del asiento de las
minas de donde (se) saca oro; la cual venia diri-
jida para los dichos señores justicia y rejidores,
del tenor siguiente:
«Muí magnificos señores: Pedro Gómez de las
Montoyas, en nombre de todos los mineros que
están encestas minas de Malga-Malga, digo: por
cuanto la tierra está rebelada, y han muerto todos
los españoles de Coquimbo y los de Copiapó, se-
gún los indios dicen, lo cual todas vuestras mer-
cedes mejor saben; suplico a vuestras mercedes en
nombre de todos los mineros, pidan y requieran a
los oficiales de S. M. que para que se puedan sus-
tentar estas minas y estén seguras y no den los
indios en todos los que estamos aquí, manden pro-
veer de alguna gente de a caballo a costa de la ha-
— 76 —
cienda de S. M. y de sus quintos reales como en
otras partes donde hay m'eas se suele hacer, por-
que si no se envia jente que sustente las minas y
nos guarden, yo y todos los dichos mineros esta-
mos determinados de desamparar las minas, y ca-
da señor de cuadrilla venga a poner cobro en ella
dentro de ocho dias si no lo proveyeren. I de esta
manera los quintos reales de S. M., por no gastar
lo que pueden dar a seis hombres a caballo que
nos guarden y sustenten las minas, perderá S. M.
cantidad de veinticinco o treinta mil pesos de oro
de quintos. I porque me pareció a mi y a todos
los dichos mineros, conviene al servicio de Dios y
de S. M., y aumento de sus quintos reales, y pro y
seguridad de la tierra, lo pido y suplico por mi y
en nombre de todos los dichos mineros (que) lo
piden y requieren, como arriba digo, a los dichos
oficiales de S. M. que lo hagan como arriba su-
plico.
)) Besan las magnificas manos de vuestras mer-
cedes.--Pec?ro Gómez.-— Juan Gutiérrez. — Fran-
cisco de Loarte. — Pedro Dominguez. — Francisco
Gómez. — Sebastian Vázquez. — Alonso Pérez Jura-
do.—Francisco Gómez.— Francisco Moreno. — Fran-
cisco Rubio.— Juan de Chavez. — Amador de Silva.
— Francisco Gallego. »
))E leida la dicha carta los dichos señores jun-
tamente con los señores oficiales de S. M., visto y
acordado que así conviene se provea de alguna
— 77 —
jente de a caballo que esté y resida en el dicho
asiento de minas, para la buena guardia i susten-
tación de los españoles que allí están sacando oro;
se proveyó 4 de a caballo y que estos sean paga-
dos de la real hacienda de S. M., y que se les dé
de salario 50 pesos de oro cada mes a cada uno de
ellos, atento a que al presente vale mui caro el
herraje, y todo lo demás para sustentar sus armas
y sus caballos y sus personas. Lo cual se les ha de
pagar, como es dicho, de la caja .del rey a cada
persona de los dichos cuatro de a caballo, 50 pe-
sos de buen oro y lei perfecta, cada mes, para que
estos tengan cuidado de velar cuando fuere me-
nester a los cuartos del alba y andar paseándose
con sus armas y caballo al tiempo que cada noche
vienen las cuadrillas a dar el oro que han sacado^
a los mismos; y que se les escriba que todos juntos
los dichos mineros y las demás personas que resi-
den en las dichas minas, duerman todos en las
dos calles principales que están en las dicha's mi-
nas y que todos estén con sus armas apercibidas;
pues conviene así para la sustentación y buena
guardia de las dichas minas. I como lo acordaron
y proveyeron y lo firmaron aquí de sus nombres.
— Francisco de Aguirre, — Jua7i Fernandez Alde-
rete. — Salvador de Montoya. — Gasp)ar de Ver gara.
— Ante mí, Luis de Cartajena.f) (1)
(1) Los guarda de a caballo que eran solo cuatro, i entre es-
78 —
xii.
Un año habia pasado. Era el mes de enero de
1550, i el dadivoso Pedro de Valdivia, que en es-
to igualó a Almagro, habia vuelto mas gallardo i
poderoso que antes de su segunda campaña del
Perú en la que vengara a aquél i «a los de Chile»
tos el que hacia el oficio de verdugo i se llamaba Ortum Xerez
cumplieron al parecer su contrato i el cabildo su compromi-
so, porque en el mes de setiembre (el 25) de ese mismo año, el
ayuntamiento mandó pagarles sus salarios de la fenecida demora
conforme al acuerdo siguiente.
«Acordóse por los dichos señores justicia e rejidores que por
cuanto por muchas peticiones que en este cabildo han dado por
parte de Antonio Muñoz y de Juan Hermosa e Ortum Xerez y
Bartolomé Camacho que fueron las personas que por este libro
de cabildo parece haber sido tomados e concertados para ir a las
minas donde se saca oro, nombradas Ma]ga-Malga, para la vela
e guarda de ellas, por estar la tierra e los naturales de guerra y
convino así al servicio de Dios y del Rey y aumento de sus de-
rechos e quintos reales; se les proveyó de un libramiento de
quinientos y veinte pesos que se les debia a todos cuatro de dos
meses e veinte dias que estuvieron con sus armas y caballos en
las dichas minas hasta el dia en que fueron despedidos.»
El padre Rosales que indudablemente consultó en Santiago
el casi inintelijible libro-becerro, cita equivocadamente la sesión
del 1." de febrero por la del 13, cuande dice: — «Y dize assi el li-
bro de el Cabildo: «Viernes primero de Febrero de 1549. Los
mineros de Malga-Malga escribieron al Cabildo de esa Ciudad
querían desamparar las minas, sabido lo que pasaba en Coquim-
bo y Copiapó. Y escriben perderá el Rey en solas afjuellas mi-
— 79 —
haciendo cortar la cabeza en Ayaciicho a Gonzalo
Pizarro. Iba a comenzar la demora de Marga-Mar-
ga; que ya producía al reí solo de quintos 30 mil
pesos de oro, i a tanto subia la fortuna del mine-
ral que el gobernador juzgó necesario nombrar al-
caldes que allí residieran por turnos para admi-
nistrar justicia, conforme al rescripto que copia-
mos a continuación:
«Don Pedro de Valdivia, gobernador e capitán
general por S. M. en este nuevo Extremo, &^
Por cuanto me conviene nombrar alcalde de minas
en el asiento de Malo-a-Malsra donde sacan oro las
cuadrillas mias e de los vecinos de esta ciudad
de Santiago, para qu€ determine los pleitos, cau-
sas y diferencias que sobre el estar de las minas
del oro e sobre las demás cosas que se suelen mo-
ver entre los mineros e las demás personas pobla-
dores de las dichas minas, que sea hábil e suficien-
te e tenga esperiencia de lo que al tal oficio con-
viene; e porque vos Mateo Diaz sois tal persona y
en quien concurren las dichas cualidades y las de-
nas de quintos, si las desamparan, cantidad de 25 o 30 mil pesos
de oro.»
En la junta del 1.° de febrero no se trató absolutamente de
las minas de Malga-Malga, siiio del alzamiento de los indios de
Coquimbo, cuya mala nueva llegó probablemente ese día, i en
consecuencia se acordó mandar a Francisco de Villagra a apa-
ciguarlos, quedando de gobernador interino Francisco de Agui-
rre, que para ello tenia poder de Valdivia.
— so-
mas que se requieren teno*aii las personas que han
de ser nombradas para semejantes cargos, Vos
nombro e proveo para alcalde de las dichas minas
de oro en el rio de Malga-Malga e asiento de ellas,
e vos doi poder para que como tal alcalde podáis
conocer e conozcáis de todas las causas, pleitos e
negocios que se ofrecieren en lo que a vuestra ju-
risdicción tocare sobre las tales minas; e los tales
pleitos e causas difinir e sentenciar difinitivamen-
te, ejecutando las dichas sentencias como en todo
lo acostumbran hacer los demás alcaldes de minas
puestos en estas partes de Indias por los goberna-
dores e justicias de ellos. E así mismo os doi po-
der para que si en dichas minas y términos de ella
sucediere entre los vasallos de S. M. alguna cues-
tión, los podáis prender, y hecha vuestra infor-
mación enviarlos a esta ciudad remitidos al licen-
ciado de las Peñas, (1) mi justicia mayor, o a los
alcaldes de S. M. para que conozcan de la tal causa
e la lleven conforme a derecho a debida ejecución.
E así mismo porque conocéis los indios naturales
cuan mentirosos son e huidores, no por el mal
tratamiento que ahí se les hace, ni por traba-
jos excesivos que se les dan en el sacar el oro,
(1) Este licenciado fué el primer abogado i embrollón de plei-
tos de minas que hubo en Chile, por lo cual, sobre sus honora-
rios, llevó sendas palizas, según consta de la historia. El segun-
do abogado se llamaba Altamirano, era natural de Huete i
hombre de guerra.
— 81 —
ni por falta de mantenimiento que tengan, sí-
no por ser bellacos y en todo mal inclinados e por
esto ser necesario castigarlos conforme a justicia:
vos doy poder para que los podáis castigar dándo-
les a.^o¿es e otros castigos en que no intervenga
cortar miembros; ni tampoco castiguéis cacique
ninguno que merezca por el delito de cortar al-
gún miembro o la muerte; y en tal caso teniendo
información, merece así ser castigado, yo os man-
do le enviéis a esta ciudad al dicho licenciado para
que él lo determine conforme a justicia e dé la
pena que mereciere.» (1)
(1) Acuerdo semejante a esto celebraron los ediles de Santia-
go un año mas tarde, esto es, el 29 de enero de 1551, estable-
ciendo alcaldes de turno entre ellos mismos, conforme a una
resolución que es del tenor siguiente:
«Asi mesmo acordaron y proveyeron sus mercedes que por
cuanto en esta ciudad hay personas de confianza e conciencia y
de fidelidad en quien concurren las calidades que se deben te •
ner para el efecto susodicho y para que estén y residan en las
dichas minas por sus términos de mes a mes. E los tales reji-
dores de este dicho Cabildo, al tiempo que se hallaren en las di-
chas minas de Malga-Malga, puedan conocer e conozcan de to-
dos los casos anejos e pertenecientes a las dichas minas de oro,
e juegos e rescates y en otras cosas que por sus personas e bienes
(de los) que rebeldes fueren; e conforme a las dichas ordenanzas
y lo demás que está mandado e proveído, por este dicho Oabil-
do, aplicando las tales penas parala cámara e obras públicas de
esta ciudad. Y en todo hagan e administren justicia, en todo
aquello que conviene al servicio de S. M. e de la ejecución de su
justicia e bien e pro de la república e de esta ciudad. E cono-
LA E. DEL o. 11
82 —
xiii.
Eran tan abundantes i tan ricas en polvo aurí-
fero los páramos del distrito que es hoi departa-
mento de Casablaaca, que aceptando la base su-
mamente mezquina del derecho que los mineros
pagaban al rei (cuando ello se les antojaba) su pro-
ducción llegaba a cien mil pesos de oro en cada
año, pero la realidad entre jente tan áspera, apar-
tada de la lei, de suyo revoltosa i que andaba de
continuo con la espada en la mano contra el mis-
mo rei, no podia menos de superar en muchos co-
dos de oro a esa cuenta.
Del aspecto que esos lugares presentan hoi da-
duciríase en efecto que fueron trabajados largos
años i por millares de obreros, porque el cascajo es-
tá revuelto, grietado i en montones por espacio de
varias leguas i horadada la tierra con hondos po-
zos hasta la circa. Mas suponiendo que no hubie-
ran sido esplotadas sino en los primeros veinte
años de la conquista, esto es, hasta 1561, en que
fueron descubiertas las minas de Choapa que las
eclipsaron, resultarla que sin salir de la tasa es-
tablecida, i trabajándolas solo durante ocho me-
ciendo en todos los casos civiles y criminales, lo podáis conocer
y ejecutar asi en pena pecunial como en pena corporal y como
mas convenga al servicio de S. M. e de la república.'»
— 83 —
ses en cada año, habrían producido dos millones
de pesos de oro, equivalentes a seis de plata i a
veinte i cuatro millones de pesos de la actual mo-
neda, computada la diferencia de valor del oro i
de la plata de aquellos i de los presentes tiem-
pos. (1)
XIV.
Recorrimos nosotros en la primera edad de la
vida, peregrinos de la política i sus sentencias....
políticas, el Rio de las minas, o de Marga- Marga,
que es el mismo de Viña del Mar, en el mes de
julio de 1851, i no cual señor dictando leyes a
usanza de don Pedro de Valdivia, que también
estuvo preso i condenado a muerte, sino en pobre
rocin, prófugo de una cárcel, donde quedárase el
último Ortum Xerez ejerciendo su fatal oficio I a
la verdad que no pudimos menos de maravillar-
nos de aquellos imponentes escombros del trabajo
servil i de la tiranía humana.
(2) Respecto del valor del castellano de oro (que era lo rjiie
se llamaba jí?g5í) de oro) hé aquí lo que dice Rosales de acuerdo
cou cálculos posteriores de Clemenciu i de Prescott.
«Mandóse avaluar, por cédula de 13 de marzo de 1613, cada
peso castellano de oro por quinientos y ochenta y nueve raara-
vedis, como lo refiere Gaspar Escalona en su Glasofilacio, con
que montan los treinta mil pesos: sesenta y cuatro mil, nove-
cientos y sesenta y tres pesos, un real y treinta maravedís de
plata.»
— 84 —
Veinte i seis años mas tarde (marzo de 1877)
volvimos a visitar el Bío de las minas, qne así se
llama, i custodió el verdugo Ortum Xerez i sus tres
socios tres siglos antes; pero solo hasta sns juntas
con los esteros de Quilpué, tierra antigua de oro, i
de Keculemu que viene del fondo de la hacienda
jesuítica de la Palma, cuyos ricos lavaderos! trapi-
ches de oro visitó espresamente Frezier en 1713.
I todavía en el tiempo de nuestra última corre-
ría habia allí una faena de oro, impulsada por va-
por i perteneciente a un esforzado, si bien poco fe-
liz, minero atacameño; su nombre, don Antonio
Covarrubias. Un motor que habia sido arrastrado
por 13 yuntas de bueyes desde la estación del Salto
habia' remplazado las cuadrillas de don Pedro de
Valdivia i de los encomenderos de Santiago, pero
con mucho menor fortuna i recojida. (1)
(1) De temer es ciertamente que esos veneros, como muchos
otros de pasada ñima, estén hoi completamente agotados porque
los españoles los trabajaron hasta la «peña,» es decir, hasta la
circa o roca plutónica, según se observa en los documentos i es-
combros ya citados.
Por otra parte,^i en el lugar elejido por el industrial arriba
nombrado, era preciso luchar con las capas de arenas arrastradas,
que allí miden mucho metros de espesor, i con la abundancia de
agua que aquellas mantienen en suspensión i que es la que hoi
dia surto a Valparaiso. Por esto nos pareció poco propicia aque-
lla empresa, i de ella en su época dijimos lo que en seguida co-
piamos: —«Pero este trabajo no seria de importancia si no fuera
que es preciso luchar en estos parajes a brazo partido i hora
85 —
XV.
Mas, volviendo de regreso a los siglos i a los la-
vaderos de Marga-Marga, vecinos de los de Llani-
paico, Quilpué, Malacara (que es Maleara) la
quebrada de Alvarado i otros parajes circunveci-
nos de la provincia de Valparaíso notorios por los
vestijios de su antigua opulencia, fueron tan pro-
por hora, miouto a minuto, con el agua, esa misma agua que
vienen a buscar como oro los hidróscopos de Valparaíso.
3)E1 actual esplorador del Rio de las minas ha tratado de de-
saguar su pozo de reconocimiento con una bomba a vapor. No
dio ésta abasto, i el tenaz empresario llevó al sitio, hace un mes,
un enorme caldero arrastrado por once yuntas de bueyes que
andaban un quilómetro por dia. I como esto fuera todavía in-
suficiente, practica ahora otra esploracion a vapor algo mas
arriba del estero, a pocos pasos de una f lena abandonada por los
españoles, al pié de una palma, cuyos escombros acusan un es-
fuerzo colosal i cuya tradición habla, como siempre, solo de «ca-
pachos de oro» ....Por nuestra parte, deseamos solo uno, pero bien
colmado, al esforzado compatriota quo allí tiene empeñada su
fortuna i su vida por realizar un inmenso problema nacional.
»Notaremos, de paso, que así como en los lavaderos de Cata-
pilco se lucha con la carencia de agua, aqiií el constante enemigo
del éxito es esa misma agua que brota límpida i brillante a ca-
da golpe de barreta. I así, como en este cajón de cerros, vive
siempre el hombre entre la esperanza i la fortuna en la redon-
dez entera del mundo, malogrando en las mas ocasiones su ha-
do, imas veces crpor cartas demás i otras por cartas de menos».
— {Be Valparaíso a Santiago, por B. Vicuña Mackenna, páj.
120.)
líficos los primeros de oro en polvo, que se hizo
indispensable tomar medidas serias para obligar a
sus dueños a fundirlo, marcarlo i sacar de él el
tributo que antes se pagaba al Inca i ahora al Rei,
— el quinto del oro, — o sea el veinte por ciento,
estilo del salitre de Antofagasta, Iquique i Aguas
Blancas.
Hé aquí en efecto una curiosa resolución del ca-
bildo de Santiago del 24 de enero de 1551 (enero
era de ordinario, como víspera de la demora, el
mes en que se lejislaba sobre minas en Chile),
que hoi parecería a los que mandan a la plaza sus
desgarrados billetes un delicioso pero inverosímil
sueño.
))Este dia (enero 24 de 1551) acordaron i man-
daron sus mercedes: que por cuanto a noticia de
sus mercedes era venido como muchos yanaconas,
indios, indias, asi naturales de estas provincias
como de las provincias del Perú, van a comprar
con oro en polvo a las casas de los mercaderes que
residen en esta ciudad y los mercaderes reciben
de ellos el dicho oro e venden su ropa en mas cre-
cidos precios que a otras personas, yendo los di-
chos mercaderes contra la orden y mando de sus
mercedes que antes de ahora está mandado. Por
tanto dijeron «que mandaban e mandaron a todos
los mercaderes y otras personas que al presente
residen o residieren en esta dicha ciudad, que
ellos ni otra persona ninguna por ellos vendan
— 87 —
ninguna ropa de la tierra ni otra mercadería a
ningún yanacona, ni india, ni indio a trueque de
oro en polvo sino fuere a trueque de oro fundido e
marcado, so pena de cada cincuenta pesos de buen
oro, aplicados la tercia parte para la cámara de
S. M. y los otras dos tercias partes para las obras
públicas de esta ciudad, e lo firmaron de sus nom-
bres.
))Asi mismo acordaron sus mercedes: que por
cuanto antes de ahora e ahora han usado e usan
de nombrar por alcalde de minas de oro, persona
que siempre ha tenido e tiene cargo de cuadrilla
de indios, que en él están encargados, no pueden
ser de derecho tal persona por alcalde, sino una
persona que no tenga cargo de indios ni minas,
por tanto dijeron sus mercedes que mandaban e
mandaron que de hoi en adelante no puede ser ni
sea por alcalde de minas de oro persona ninguna
que tenga cargo de indios de cuadrilla, ni nigun
minero; e si tal persona fuere alcalde, sea en si
ninguno el tal oficio, e lo que por él fuere hecho
tocante a las dichas minas y lo demás que por él
se hiciere e fuere proveído. — Rodrigo de Quiroga.
— Rodrigo de A raga, — Pedro Gómez --Francisco
Miñez. — Diego Garda de Gáceres. — Pedro de Mi-
randa.— Juan Gómez. — Pasó ante mí, Pascual de
Ihazeta escribano publico de Cabildo. (1)
(1) Durante todos los siglos del coloniaje se repitieron reales
1
XVI.
Antes de la muerte de Valdivia, acontecimien-
to funestísimo para Chile ocurrido en los últimos
dias de diciembre de 1553, la riqueza aurífera de
Chile alcanzó un desarrollo verdaderéxmente pro-
dijiososo. Un cronista del siglo pasado refiere que
el despierto cuanto infatigable primer gobernador
ordenó se hiciese pesquisa formal de minas de oro
entre los indios i añade que el éxito coronó su
empeño i la fortuna de los cateadores o deman-
deros. (1)
Pero un soldado contemporáneo, que militaba
cédulas i peuas para prohibir el uso del oro eu polvo como mo-
neda; pero era inútil como se vio eu este mismo siglo eu Cali-
fornia, prueV»a de que el oro no vale como moneda sino como sus-
tancia. Los patricios de 1810 que pudieron emigrar eu 1814, lle-
varon su fortuna en oro en polvo, i en oro en polvo, de sus minas
del Chivato llevó sus donas al papa León XII el obispo Cienfue-
gos cuando fué dos veces a Roma a sus acuerdos espirituales, al-
gunos años mas tarde i trajo consigo wa papa, el futuro Pió IX.
(1) «Dispúsose el que se solicitare el descubrimiento de mi-
nas que mejorarían el rey no, para cuyo efecto se despacharon va-
rias personas inteligentes en busca de ellas, y después de haber
corrido mucho, volvieron los emisarios gozosos por la descubier-
ta que hablan hecho y que demostraban ser mui ricas, princi-
palmente las de Quilacoya, cuya noticia la celebraron los espa-
ñoles con demostraciones singulares de alegría: mas no así el
gobernador, quien la recibió con ánimo indiferente sin que se le
observase mutación exterior.» {Córdoba i Figiieroa — Historia
de Chile páj. 54).
— 89 —
bajo el estandarte de Valdivia i anduvo con él
hasta el dia víspera de su muerte, Pedro Marino
de Lovera, natural de Galicia, cuenta sencillamen-
te el descubrimiento del famoso mineral de Quila-
coya, que hoi besan los rieles del ferrocarril entre
Concepción i San Eosendo, en los naturales térmi-
nos siguientes, i como hombre que lo viera i lo
palpara:
«Poco después de su partida (la de Valdivia pa-
ra Santiago) se descubrieron unas minas en un
lugar llamado Quilacoya que está cinco leguas de
la Concepción cuya riqueza es tan excesiva que so-
lo los indios que sacaban oro para el gobernador,
le daban cada dia cinco libras y mas de oro fino.
)) Hallada esta opulencia tan grande se hizo un
asiento de minas en aquel lugar, el cual se comen-
zó en el mes de octubre de 1553, poniendo para
ello españoles mineros que gobernasen a los in-
dios porque pasaban de 20,000 los que venian a
trabajar por sus tandas, acudiendo de cada repar-
timiento una cuadrilla a sacar oro para su enco-
mendero. Fué tanta la prosperidad que se gozó en
este tiempo que sacaban cada dia pesadas de L)Os-
ciENTAs LIBRAS DE ORO, lo cítal testifica el autor co-
mo testigo de vista, cosa de tanta opulencia que
quita la vanagloria a los famosos rios Idaspe de
la India y Pactólo de Asia.» (1)
(1) Marino de Lovera, Historia de Chile, páj. 144. Marino an-
LA E. DEL o. 12
— 90 —
La oscura colonia brillo entonces como deslum-
bradora centella en el horizonte de las Indias, po-
blada de codicias, i lo que habia sido rincón del
Universo comenzó a ser emporio. De todas partes
en los dos mundos afluyó de tropel la jente mer-
cenaria i rebuscadora, como a California tres siglos
justos mas tarde, i esa California del siglo XVI
fué la Araucania. «Con estas poblaciones, dice el
historiador Eosales, que en esta parte merece mu-
chas veras, como hombre grave i de la época, ha-
daba cou Valdivia en calidad de simple saldado cuando éste, a
mediados de diciembre de 1553, se dirijió a 0')nce[)GÍoii para ir a
morir en Tucapel, i estuvo de paso unco dosdias inspeccionando
sus ricas minas, con ánimo triste i sombrío, al decir de quienes
lo acompañaban. «Aquella misma iniñana eu que llegó a las
minas, dice en efecto Marino de Lovera que allí estaba, trajo ol
mayordomo al gobernador llamado Rodrigo Volante, una fuente
de plata con seis libras de oro en polvo, i se la puso delante di-
ciéndole que aquel oro hablan sacado sus indios el día antes, y
que cada dia le sacaban otro tanto; por otra parte le trajeron una
hermosa fuente llena de diversas conservas, (dulces), mas él
estaba tan amargo que ni lo primero le alegró el corazón, ni lo
segundo endulzó el gusto, antes mirando el oro dijo: — Yo alabo
aquel que tal cria, i cou esto mandó quitarle de delante; pues era
tiempo de tomar las armas i no de cobdicia de riquezas i de las
conservas tomó una tajada de diacitron (dulce de cidra), el cual
al parecer se le atravesó en la garganta, donde parecia tener un
nudo que lo impedia.» — (Obra citada, páj. 152.)
~ 91 —
blando de las ciudades araucanas nacidas del oro
como la Imperial, Valdivia, Villarica, Osoruo, An-
gol i muchas otras, se puso cuidado en todas partes
en catear (1) la tierra y descubrir minas de oro, y
se hallaron algunas riquísimas, particularmente en
Culacoya (Quilacoya), la Im23erial, Valdivia, Cal-
coimo, Relomo, Tucapel y Angol, donde los indios
al princij)io juraron de no descubrir oro ninguno
porque no los obligasen a trabajar en las minas;
pero después las descubrieron a ruego e instancia
de los españoles-y se sacaron granos muy gruesos
de a ciento y doscientos pesos.
))E1 oro que los españoles poseían era mucho,
añade el concienzudo jesuíta, porque todo el tra-
to de compras y ventas era en oro en polvo y en
tejos, y las penas de las Justicias eran también de
a quinientos y mil pesos de oro. Lo común era que
a Valdivia le daban cada día mil pesos de oro y
(1) Es curioso observar que esta palabra anticuada que en
español significa buscar, descubrir, coincide con el araucano, en
el cual la palabra cata significa agujero, como el que se hace
]iara escavar las minas de oro, i así dicen todavía por los para-
jes donde ha habido lavaderos que «hai muchas catas j> — Cata-
pilco es lugar de catas i las hai en mucha abundancia. — El pe-
queño canal que corría para conducir el agua a las catas se Ví'á.-
maba 7;27(7í>, (i así también se llama en indio el paladar) i de
aquí Catapilco.
¿Llamarían también por ventura los indijenas catas, catitas, etc.
a las hembras de los loros })orque vivían i ponían sus huevos en
agujeros labrados [)or ellas en las l>arrancas de los ríos?
— 92 —
clias de mil doscientos, como lo declararon los
maiordomos que tenia en las minas para recojer
los tributos, y todos los sábados pesaban lo que se
juntaba.)) (1)
XYIII.
Hallóse tan poderoso i tan acatado don Pedro
Valdivia con tan estupenda riqueza, que en el
sentir del mismo historiador que esto cuenta, hu-
bo jentes que pensaron se alza^/i contra el Kei,
como Gonzalo Pizarro i el tirano Aguirre. Pero el
leal i astuto gobernador de Chile que acababa de
(1) Rosales. Lib. 7 vol. I páj. 470. —Se observará que de algu-
nos de los minerales de oro cuyo nombre apunta Rosales se ha
perdido toda huella como los á¿ Calcoimo i Relo?no (junto al
Cautín) i así mushos otros. En el Libro-becerro de Santiago
existe constancia por ejemplo de un mineral enteramente desa-
parecido llamado de Puigato, el cual debió ser tan rico que
dieziocho años después de la fundación de Santiago habia dado
ya lugar a una cofradía ~la cofradía de Puigato, que supone-
mos-no fuera del Tupungato.
Hé aquí lo que de esa mina i cofradía dice en efecto el acuer-
do del cabildo de Santiago en 20 de mayo de 1559. — «Este di-
cho dia eu el dicho cabildo los dichos señores proveyeron e nom-
braron por diputados de la cofradía do las minas de Puigato, a
Alonso de Córdoba e a Juan de Cuevas, vecinos de esta ciudad,
para que ellos e cada uuo de ellos entiendan en todo lo que con-
viniere tocante a la dicha cofiudia de sus ])ieaes.» —Alonso de
Escobar i Juan de Cuevas figuraban entre los uiaü pudientes i
respetados vecinos de Santiago.
— 93 —
llegar del castigo del primero de esos caudillos,
era demasiado hombre i demasiado sensato para
acometer tan riesgosa empresa, i esta ambición
de coronarse rei no pasa, en concepto nuestro, de
una dramática leyenda tan falta de verdad como
la de que los indios le mataron en Tucapel hacién-
dole tragar oro derretido, o como la de que hombre
tan fastuoso i principal tuviera su casa en un sitio
de adobon a espaldas del Santa Lucía en Santia-
go, i no en la Plaza de Armas, como la tuvo, i era
de práctica i de le i. (1)
XIX.
De los famosos lavaderos de la Imperial, que
(1) «No faltaron calumniadores que viendo a Valdivia en
tanta prosperidad riqueza i mando, quisieron decir que se pre-
tendia hacer Virey de Chile», Rosales Lib. 1 vol. I páj. 470.
El padre Rosales se indigna con la sospecha de que don Pe-
dro de Valdivia se hubiera levantado contra su rei i señor natu"
ral. Pero olvida que desde el primer año de su estadía en Chile,
el fiero estremeño se sublevó de hecho i de derecho contra don
Francisco Pizarro, de quien vino como simple lugar- teniente,
haciéndose gobernador del Nuevo Estremo por aclamación po-
pular. Por otra parte, no se crea que la revolución de 1810 fué
toda nacida de causas políticas, porque si pusieran hoi (como es
fácil hacerlo) en una balanza la idea i el oro, como causas jene-
ratrices de la independencia de Chile no seria empresa de ro-
manos demostrar que el platillo del último era el que inclinaba
con mas vigor el fiel.
— 94 —
dieron a esta ciudad tan justamente famosa su
altivo nombre, pueblo de ^heroínas por cuyas soli-
tarias ruinas cruza en los momentos que escribi-
mos a manera de fénix misterioso el fluido eléc-
trico que resucita, sino las cenizas, la luz, habla
también con entusiasmo el jesuíta misionero que
tuvo a su disposición sus archivos i visitó su ame-
nísima campiña medio siglo después de su deso-
lación.
I es digno de advertir aquí que sus lavaderos
dieron a la Imperial mitra i catedral antes que
a Santiago porque el oro era entonces, como hoi,
todopoderoso i la pobreza sierva, «según consta
dice el padre Rosales, que en aquellas comarcas vi-
viera 40 años, del libro de las rentas de la iglesia
catedral de la Imperial. Con que le sacaban cada
semana cuatro mil y ochocientos pesos de oro fino.
Pero de los libros de cuenta de sus mayordomos
consta que la tarea de cada dia era de setecientos
pesos en oro, y a esta proporción le acudían de
otros minerales.»
))Las minas de aquella tierra, agrega el mismo
historiador mas adelante de su crónica, fueron
muchas y mui ricas porque los cerros por donde
vaja el rio de las Damas las avia abundantísimas
y en las lomas de Calcoimo y Relomo fueron mas
célebres por ser el oro allí mas crecido y de ma-
yores pepitas o granos.»
«Por donde entra el rio de Repocui'a al rio de la
— 95 —
Imperial, se sacaba muchissimo oro y también
mili crecido, que como los indios no avian hecho
caso de él ni sacádole jamas, porque no llegó a la
Imperial el imperio de los Reyes Ingas y no le
tributaron oro, y ahora que labraban las minas,
como era a los principios, hallábanle mui crecido,
y en muchas partes los granos tan grandes como
Abas.))
XX.
Visitó también el prolijo i andariego jesuíta en
la medianía del siglo XVII la ponderada ciudad
Villarica i atravesó hacia las pampas su camino
que llama ^íde flores)) por lo ameno i por lo lla-
no. I él aludiendo ala riqueza que le dejó su nom-
bre, su fama i su actual codicia, en vísperas talvez
de ser saciada, se espresaba de ellas como sigue:
— -ccLos indios eran muchos y de buenos naturales,
las minas riquísimas, pues se hallaban granos de
doscientos pesos, y de las otras ciudades venían
los indios a esta a sacar oro para dar tributo a sus
encomenderos. Y aquí también acudían los tribu-
tarios de Valdivia a sacar oro de Puren, Tucapel
y Arauco por la mucha abundancia i crecidos gra-
nos.)) (1)
(1) Por la agradable forma de su estilo, digno de Solis i de
Quintana, i por el atractivo de actualidad que todo lo de la
— 96 —
XXI.
En cuanto a los placeres de Osorno, aunque no
nombra a Ponzuelos, el ilustre misionero e histo-
Araucauia i especialmente lo relativo a Villarica tiene al presen-
te, cuando se habla de ir a repoblarla, no podemos menos de co-
piar la siguiente admirable pintura quede ese encantador paraje
hace Rosales, que lo conociera personalmente hace dos siglos i
medio, i medio siglo después de su destrucción.
«El sitio de la Villarica es el mas deleitoso, el mas ameno,
y de mexor vista que ay en todo el Reyno, porque está en una
mesa un poco levantada a la orilla de una deliciosa laguna que
está en la parte austral, de seis o ocho leguas de circunferen-
cia, de donde nace el famoso rio de Tolten; quando el tiempo está
sereno parece desde la eminencia de la ciudad un hermoso y re-
luciente espejo, Y cuando los vientos la turban, un pequeño mar
humanamente bravo y suavemente espumoso, siempre se deja
tratar y nunca avara da regalados peces y en una isla que for-
ma en medio mucha arboleda y deleitosas sombras para el re-
creo, y era uno de los grandes que los vecinos y las damas de
aquella ciudad tenian el discurrir por las apacibles aguas de la
laguna en vareos, el ir a gozar de las frescuras de la frondosa is-
la, y de las meriendas y regalos qu3 en ella servían al apetito;
por esta laguna acarreaban con gran comodidad sus comidas y
cosechas en embarcaciones, porque por todos lados estaba la tie-
rra poblada de indios en grande abundancia, que el gobernador
repartió liberalmeute entre los primeros pobladores y vecinos,
los quales hicieron estancias en los pueblos de sus indios y por
la laguna iban de unas partes en otras a cuidar de sus estancias
y al tragin de sus cosechas, siendo la principal asistencia la ciu-
dad."
A propósito del aspecto, de las tradiciones i de las ruinas de
riador que tanto lustre i novedad ha dado a las
noticias antiguas de Chile, pondera sin embargo
su riqueza, porque de ella dice lo siguiente. «El
terreno de Osorno es de un cascajal que trajo el
rio y sobre él, medio estado de tierra cenicienta;
es sujeto a heladas, abundante de aguas, porque
demás de los dos rios dichos tiene dos arroyos a
los dos costados llamados Pilauco y Molí ule o don-
de se hicieron dos molinos; es abundantissimo de
arboledas de todo genero, tiene minas de plata i
oro, y este se sacaba en tanta abundancia, que con
un día o dos que los indios trabajaban sacaban la
tassa que avian de dar a sus encomenderos cada se-
Villarica, hé aquí lo que un amigo, noblemente entusiasta por
el oro, nos escribe desde Valparuiso hace pocos dias:— «Me ha
referido el doctor TrurabuU, distiusruido médico de Talcahuano
quo en 1858 los jóvenes don Juan Lee Smith i F. Colé penetra-
ron hasta Villarica, siendo estos tal vez los únicos hombres ci-
vilizados que hasta allí han llegado, i se persuadieron que el
distrito en torno a Villarica era metalífero en alto grado. Al-
canzaron a traer algunas piedras mui ricas de plata i cobre, ape-
sar de la vijilaucia de los indios, que era tal que casi no les per-
mitían bajarse de sus muías ni para los usos mas necesarios.
Anadian los esploradores que los restos de edificios i aun 7na-
quinaria.... (trapiches?) en Villarica demuestran haber sido esa
ciudad mui importante, i que allí i en muchas partes vieron res-
tos de lavaderos de oro mui estensos.»
Hablaban también los esploradores norte-americanos del fa-
moso boquete de Villarica i de su paso a las pampas con la mis-
ma admiración que Rosales, don Luis Cruz i actualraeute el
injeniero Frick de Valdivia.
LA E. DEL o. 13
— 98 —
mana y les sobraba, y sacaban granos tan grandes
que los partían y iban dando a 'pedazos por su tarea.'s>
XXII.
I bien: todo eso desapareció, o mas bien se eclip-
só en un dia con la muerte del hombre grande
que liabia hecho en el país el primer asiento de la
civilización, del gobierno i del oro en Chile; pero
para reaparecer con mayor brillo todavía en pocos
años de paz, según habrá de verse en seguida:
tanta era la portentosa e inagotable riqueza de
esta primitiva California en que el oro se r^oma-
neaba por quintales!
CAPITULO III.
LA CRÍSIS DEL ORO EN EL SIGLO XVII
Influencia de la muerte de don Pedro de Valdivia en la producción del oro
en Chile. — Abandono total de la Araucania. — Despueble de Concepción i
de la3 minas de Quilacoya. — llestoá de éstas visibles en 1879. — El casti-
llo de don Pedro de Valdivia. — A la muerto del primer gobernador se su-
ceden los disturbios de sus lugartenientes por el mando hasta la llegada
de don Hurtado de Mendoza en 1557.— Pone ésto en orden el reino i se
descubren las riquísimas minas de oro de Choapa i del rio de Valdivia. —
Noticias que de éstas da el contemporáneo Góngora Mannolejo i el pa-
dre Rosales. — El oro se hace mas barato que el fierro, i los colonos le
usan en lugar de este metal para oficios viles. — El oro servido en
salvillas en los banquetes de Santiago, según el padre Ovallo. — La fama
de esta riqueza inunda el mundo i viene el Drake a piratear en esto»
mares. — Captura en Valparaíso 00,000 pesos de oro de Valdivia. — El
Cacafiieyo i el Caca plata. — El corsario «Richarte» captura oro, gallinas
i una dama de la vircina del Perú en A'alparaiso. — El mineral de Pon-
zuelos i oscuridad que reina sobre su oríjen i su ubicación. — Un clérigo
de Osorno tunda las monjas Claras con dos tejas de oro de Ponzuelos.—
Inmensa opulencia de oro en el siglo XVI — La primera edad de la edad
de oro.--Sobreviene la rebelión jeneral de principios del siglo XVII i
comienza la crisis en la producción del oro.-- La Araucania es otra vez
desamparada por los españoles i sucumben sus siete ciudades —El oro i
su menosprecio durante el asedio de Villa Rica,— Se s^uccdrn grandes
secas, pestes i esterilidades. — El terremoto de 1647. — El Señor de Mayo
es el emblema de Chile durante aquella fatal cJad. — .\ estos cataclis-
mos siguen los bucaneros i sus robo*. — Sharp o Charqui en Coquimbo. —
Ocultación sistemática en les indios de las rique/as auríferas de Chile
después de la conquista. — Casos que refieren los jesuítas Ovalle i Ro-
sales, los viajeros Ulloa i .Tuan i el capitán de injenieros Mackenna —
La tradición de Manan-Chili en Lampa i los tesoros de Rocha en Potosí.
—Profundo abatimiento en que cae la colonia durante el sigjo XVII i
su indecible miseria. — La taza de la pila de la plaza i el badajo de la
-- 100 —
campana de cabildo. — La apatía i la abundancia do mantenimientos del
país hacen que los chilenos no se ifoocupen del laboreo de sns minas.
— Opiniones del padre Ovalle i del viajero Frezier pobre este particu-
lar.—El descubrimiento de AndacoUo i su esplotacioii es lo único que
mantiene la vitalidad económica del reino durante el siglo XVII. — An-
dacoUo es la casa de IMoneda de Chile i su oro el único tipo de las
transacciones. — Noticias encontradas por el autor en el Archivo de
Indias sobre este rico mineral. — La disminución de la producción del
oro no provino en el siglo XVII de agotamiento sino de causas estrañas
a las fuentes de prodnccion. — Igual fenómeno se observa en 181U al
comenzar la era de la Independencia.
«Quien viese tanto oro en aquellos tiem-
pos en Chile i tan poco en éstos, no dude
que Chile íiejie ahora el 7nis7no qne anfes, i
advierto que el no verlo ahora en tanta
abundancia es por la guerra i jwr la falta
(le yVn/í!.»— (Rosales e.scribiendo en 1674. —
Hütoria de Chile, lib. III, cap. II.)
I.
La muerte del primer gobernador de Chile don
Pedro de Valdivia, si no fué la primera i dolorosa
crisis del reino, fué la mayor de su historia en el
temprano siglo de su vida.
Todo se paralizó como por via de sortilejio, i
aun tratóse de desocupar totalmente el país, como
lo ejecutara dieziocho años antes el Adelantado
don Diego de Almagro, volviéndole airado la es-
palda como a tierra ingrata i maldita — «tierra sin
oro.»
La ciudad de Concepción, («el fuerte Penco» de
los antiguos, junto al mar), fué abandonado por
sus pobladores en medio de los varoniles denues-
tos de doña Mencia de los Nidos; i Lautaro, ele-
vado de paje del gobernador muerto a caudillo
de su patria, llegó con sus huestes vencedoras has-
— 101 —
ta tres jornadas del Mapocho, es decir, hasta Pe-
teroa, i allí rindió heroico i sorprendido la vida,
donde yace hoi el fértil valle de Nancagua.
Las opulentísimas minas de Qüilacoya, que en
un dia natural rendian hasta «dos quintales de
oro», según lo afirma quien lo s^iera i lo pesara,
fueron precipitadamente desamparadas, i no que-
dó de ellas mas memoria que la de dos botijas de
oro que junto a unos perales enterró uno de los
mayordomos de Valdivia al huir, i que mas tarde
misterio de encantadores trasmudaron de lugar i
de sepultura para hacer perder la huella a los áv i-
dos cristianos. (1)
(1) En mayo de 1879 algunos de mis amigos del sur, entu-
siasmados por las leyendas del oro que en esa época i aun desde
1877 circulaban profusamente en el pais, se dirijieron a reconocer
los vestijios de las minas de Qüilacoya, i hé aquí lo que uno de
ellos nos decia en carta de Chillan, junio 4 de 1879.
«El estero de Qüilacoya nace en la cima de la montaña de la
costa i, después de recorrer cinco leguas por inmensas pendien-
tes i después de pasar al pié de altos cerros todos auríferos, de-
semboca en el Biobio.
2)Es ""^idad que antes de la caída al último rio nombrado re-
corre una planicie inclinada do dos leguas, pero no por esto deja
de tener bastante corriente.
»Se tiene la evidencia que lo que se llama vega de Qüilacoya
está compuesta del solevantamiento del terreno a causa de la
constante corrida de arenas, todas auríferas, que han ido depo-
sitándose ahí desde hace mas de 300 años. Hace algún tiempo
que a don Manuel Barragan se le ocurrió hacer un pique en la
ribera del rio, i a los 12 metros de profundidad encontró palas
— 102 —
ih
Agregóse a todo esto una plaga mas estirili-
zante que la guerra, — la discordia civil.
gruesas i trabajadas con serrucho i, bajo esas palas, cieno de
mal olor. Este trabajo estaba ubicado frenta al fuerte de don
Pedro de Valdivia.
»Existen todavía, añade nuestro corresponsal, los fosos del
fuerte de Valdivia i los perales que circundaban el castillo.
Existe también el ras<ío de un canal que sacaron sobre los ce-
rros. I como para decir a los codiciosos, como a los viajeros, que
también en aquellas tierras se muere, existe aun una cruz sobre
la tumba de alguno de los compañeros del conquistador, conser-
vada por los moradores de aquella comarca con respetuoso cui-
dado.»
A propósito de ruinas i vestijios de los minerales de oro en la
parte austral de nuestro territorio, nos parece oportuno citar es-
tas cortas líneas que dimos a luz en El Mercurio de mayo últi-
mo (1881), con motivo de los antiguos trapiches o molinos de
oro en los lagos de la provincia de Valdivia.
«Mucho ruido se hace con las piedras de molino fabricadas a
orillas del lago Llanquihue por el colono alemán don Juan
Klocker.
»Celebramos mucho el descubrimiento, pero como «no hai
nada nuevo bajo el sol,» podemos asegurar que esas mismas
piedras volcánicas fueron usadas por los conquistadores españo-
les que poblaron a Osorno i Villa-Rica.
»Cuando el capitán de injenieros don Juan Mackenna repobló
la ciudad de Osorno por orden del virei O'Higgins a fines del
siglo pasado (1788-1800) visitó los lagos interiores de aquellas
comarcas, especialmente los de Rauco i Villa-Rica, i en una de
sus notas al virei, que orijiual hemos visto, le asegura que eu
— 103 —
Por disputarse un reino vacio, que era solo un
nombre jeográfico, una fatiga diaria i una alarma
permanente de la vida en el hogar i en la batalla,
apellidándose los mas briosos de los lugartenien-
tes de Valdivia sus herederos, estuvieron al venirse
a las manos a golpes de lanza i de escritos de
abogados, siendo los mas inquietos don Francisco
de Aguirre i don Francisco Villagra. Pero des-
pués de largos años de riñas i arbitrajes, que
trajeron toda la colonia en zozobras i alborotos,
vino a ponerlos en paz un mozo de tan cortos
años que aun no le crecia el bozo en el labio, pero
que tenia muchos pelos en el pecho. Embarcó el
recien venido a los émulos para Lima, i fué tal
su severidad i su enerjía, que además de lo que
cuenta Ercilla sobre que le mandó cortar la cabe-
za en la Imperial, por cierto enojo en un palen-
que, cuando se recibió en Santiago, los ediles de
la ciudad firmaron el acta de entrega a la luz de
las mechas de los arcabuceros que las tenian en-
cendidas sobre sus cabezas i sobre la mesa i el
papel.
Puso don García Hurtado de Mendoza (que
la» orillas de ese último lago encontró grandes piedras de moli-
no de orijen volcánico, i que habian sido labradas i usadas por
los primitivos castellanos.
»E1 descubrimiento es bueno, pero lo mejor t^ue tiene es que
nadie podrá pedir por él primle'/io esclusivo.y)
— 104 —
este era su nombre) en reposo el reino con su
enerjía i los grandes refuerzos que por engrande-
cer su flima juvenil diérale el virei su padre; i
gracias a esto, con la quietud i el trabajo, volvió
el oro a aparecer en mayor abundancia i en mejor
leí, a semejanza de ciertos raudales de Chile que
se pierden en los pedregales de su lecho para apa-
recer mas caudalosos i límpidos, cual el Mapocho
después de besar la orla de basuras i de flores de
Santiaofo.
III.
En el penúltimo año del corto gobierno de don
García, que duró solo cuatro (1557-1581), des-
cubriéronse en efecto los lavaderos llamados pro-
piamente de Valdivia i que en su tiemo fueron
conocidos por el nombre de la Madre de Dios, a ori-
llas del rio Cruces, i al mismo tiempo halláronse
las minas de Illapel i Choapa, que como un arroyo
de oro inagotable no han dejado de rendir su tribu-
to, en ocasiones pingüe, escaso en otras, pero nun-
ca completamente desfallecido, al caudal de Chi-
le. «Poco antes de su partida, dice de don García
un soldado que militó con él, el rudo Góngora
Marmolejo, fué Dios servido se descubriesen las
minas de Choapa, cosa riquísima de oro i las minas
do Valdivia por estremo ricas, que de ellas unas i
— 105 —
otras se han sacado en catorce años grandísimo
número de pesos de oro.» (1)
Esto escribía un contemporáneo sobre aquellos
descubrimientos en 1775, cuando ya mui anciano; i
estando a diversos testimonios, la riqueza conti-
nuó después de sus dias. — «Cessó, dice en efecto el
investigador jesuíta Rosales que escribió sobre es-
tas cosas cerca de un siglo mas tarde, cessó por
algún tiempo la guerra y el trato de conjuración,
y con la paz común que en todas partes avia se
descubrieron las minas de la Madre de Dios en
Valdivia, y las de Gliuapa pasado Coquimbo. Y fué
admiración el oro que en ellas se halló, particular-
mente en Valdivia, donde a la f¿ima de aquellas
minas concurrió mucha gente de varias partes. Y
tiénese averiguado, que de las dos minas se sacó
este año un millón y ducientos mil pesos de oro,
atribuyéndolo a dicha de don García porque jamas
en Chile se avía sacado tanto como entonces se
sacó. Porque en Valdivia cada catorze indios mi-
neros sacaban al día quinientos pesos, y el día en
que se sacaban cuatrocientos dezían los señores de
minas quando se comunicaban: oy no se ha saca-
do cosa que de contar sea.» (2)
I en otro pasaje, confirmando con sano criterio
la ponderación casi fabulosa de esta abundancia
(1) Gó^gora-'Mar-molis.jo. —Historia de Chile, páj. 91.
(2) Rosales. — Historia de Chile, lib. IV, páj. 23.
LA E. DEL O. 14
— 106 —
que hacian bueno el dicho de Valdivia cuando de-
fine a Chile como «una gran mina de oro,» puesto
que en todas las zonas de su territorio aparecia el
espléndido i deslumbrador metal, espresábase to-
davía el mismo autor en los términos que en se-
guida pasamos a copiar de la pajina 210 del pri-
mer volumen de su historia:
<iEl oro mas celebrado fué el de Valdivia, de
las minas de la Madre de Dios: están en uq valle,
dos leguas de la Mariquina y doze de la ciudad de
Valdivia, de donde se sacaba el mas fino oro que
se conoce, porque se graduó bruto y como sale de
la mina en veinte y tres quilates y' dos granos.
La pensión que pagaba cada dia un indio eran
treinta pesos de oro y treinta y cinco, sin fatigar-
se mucho para enterar la tarea, y le sobraba mu-
cho que guardaba para sí. Adquirieron tanto oro
los españoles, que tenian por mas barato labrar de
oro los frenos, espuelas, estribos, evillas y errada-
ras de los caballos, que de yerro; no corría en el
comercio sino oro en polvo para comprar el pan,
la tíarne, fruta, ortalizas y todo lo demás. No avia
otra moneda sino oro, y andaban todos los mer-
caderes, taberneros, tenderos y vendederas, carga-
dos de pesos y valanzas para comprar y ven-
der.» (1)
(1) A la producción i a las leyes del oro en el siglo XVI se
refiere también el siguiente interesante pasaje del historiador
— 107
lY.
No contradice estas demostraciones, i por el con-
trario las confirma con datos domésticos i casi pre-
senciales, en su historia el padre Alonso de Ovalle
jesuíta.
«Y aunque después se prohibió por cédula Real, hasta que se
quintase, ordenando que se usase de moneda de reales para las
compras j ventas, como consta de cédula de 26 de abril de 1 550,
y por provission del virrey D. Luis de Velasco, como lo refiere
Escalona, pero siempre dispensaron los virreyes, juzgando que
importaba mas este tnito que el de los Reales.
3) Adquirían esta riqueza de oro los Españoles, añade el histo-
riador, a poca costa, sin gasto de azogue ni estraordinarios ins-
trumentos y otros materiales, por que la mayor cantidad la
cojiau en los arroyos y vertientes, que todo lo beneficiaban en
lavaderos, aun lo que desenterraban en los socabonesque hazian,
sin ahondar mucho la tierra, que si hubiera intervinido el azo-
gue sin duda alguna doblaran la ganancia. Las minas de la Im-
perial, en el rio de las Damas, fueron mui celebres, y sobre to-
das las de Galcoimo y Relomo, donde sacaban graudissimas
pepitas. Y en fin, no ay parte en todo Chile donde no aia mucho
oro. Y en Coquimbo solamente falta el agua para labarle, que
llueve poco en aquella tierra, y en lloviendo en cualquiera parte
se lava oro.»
I tan cierto es esto último que habiendo sido lluvioso el pre-
sente i el pasado año (1880-81) ha salido mucho oro en todas
las quebradas de Andacollo. Según datos del actual diputado
por la Serena don Pedro N. Videla, hijo i nieto de antiguos mi-
neros de oro de aquel lugar, los habitantes de este hoi decaído
mineral han recojido no menos de 40 mil pesos «de buen oro de
Andalloco,)) sacando cada lavador de uno a tres pesos por dia.
— 108 —
cuando refiere que en l^as fiestas de banquetes de
matrimonios, óleos u otras semejantes, era cos-
tumbre poner en los salones de las casas solarie-
gas de Santiago, en lugar de sal, oro en polvo; i el
lujo i la gala de los fastuosos colonos era derra-
marlo como quien derrama sal para que al dia si-
guiente los domésticos lo barriesen, i esto era su
despojo i su «barato.»
Y.
Prosiguió el curso de la abundancia verdadera-
deramente prodijiosa del oro en este suelo, con-
vertido en una verdadera California, durante todo
lo que restaba por correr del siglo XVI, de suer-
te que no seria aventurado asegurar que en los
primeros sesenta años de la dominación española
Chile fué el pais mas rico en oro en todo el uni-
verso, puesto que a la conclusión de ese dominio,
ocupaba todavía el tercer puesto.
Candió indudablemente por el mundo la fama de
esa riqueza, por mas que la España la guardara
en sijilosos cofres, i de aquí la aparición que en los
mares de Chile comenzaron a hacer sucesivamente
desde el último tercio de aquel siglo los piratas i
corsarios ingleses; i el primero entre éstos el ilus-
tre Drake. Cuando este afortunado navegante
asaltó a Valparaíso el 4 de diciembre de 1578,
apresó allí 60 mil pesos de oro de Valdivia, i se-
— 109 —
gun el almirante Lamero Gallegos a él solo le
tomó 800 mil pesos, en compensación de cuya
pérdida el presidente don Alonso de Sotomayor
le regaló la hacienda de Longotoma, en el depar-
tamento de Petorca, que el agraciado, cuando vie-
jo, dio en trueque por una sepultura a los padres
de San Agustin, sus actuales afortunados due-
ños. (1)
VI.
Cuando 14 años mas tarde i tras las huellas de
Drake, visitó a Yalparaiso el famoso i romántico
Kicardo Hawkins (el «Richarte» de los españoles)
se apoderó también de una remesa de oro de Val-
divia, i de algo que el galante marino británico
acariciara mas que el oro, — la bella doña Teresa
de Castro, dama de honor de la ^ireina que se di-
rijia al Perú, llevándole por presente o solo como
compañeras de navegación, ademas del oro, dos
mil gallinas ....
(1) Sir Francisco Drake (el Draque) capturó en seguida en
este famoso viaje, primero de los ingleses al derredor del mun-
do, un buque con 57 barras de plata de Potosí en Arica, i poco
mas adelante un pequeño galeón que llevaba 23 toneladas de
plata i un quintal de oro^ oro probablemente de Chile, es decir,
oro de Valdivia. El galeón se llamaba Caga fuego, el Draque
que era chistoso, le puso, en celebración de esta presa, el Caca
plata.
- lio
vñ.
De todas suertes, i si bien se carezca casi por
completo de datos estadísticos precisos, porque
todo el oro salia en crudo, es decir, en polvo, del
país, i se empleaba como único medio de cambio
en su forma primitiva (por lo cual todo el mundo,
así como hoi usa cartera de marroquí para los bi-
lletes, llevaba en los bolsillos una pequeña pesa de
metal); es un hecho que no admite duda el de
que el suelo de Chile produjo pingües rendimien-
tos de oro durante toda la segunda mitad del si-
glo XVI, i que a ello debió su mediana prosperi-
dad, balanceando ésta los estragos de la guerra
con los araucanos, que consumía todos los cauda-
les i agotaba toda la sangre.
Hemos leido una antiquísima escritura de fun-
dación, de la cual aparece que el monasterio de
monjas de Santa Isabel en Osorno (que es el mis-
mo de Las Claras en Santiago) fué fundado en
aquella ciudad con dos tejos de oro que para el
caso legó o donó en vida un clérigo llamado Hur-
tado, que así devolvía probablemente al cielo lo
que el altar le habia dado de las misas ricamente
pagadas «a peso de oro», oro de Villarrica i la Im-
perial, de la Madre de Dios i de Ponzuelos. (1)
(1) Es curioso observar que de este mineral de oro, el mas fa-
moso talvez de Chile, estando a la tradición, no hable nominati-
— 111 —
YIII.
Tal fué, diseñada en ancho bosquejo, la mara-
villosa riqueza aurífera de Chile en el siglo XVI.
Pero así como el sacritício de Pedro de Valdivia
en la vega de Tucapel marcó una edad de pasajera
si bien significativa decadencia en su producción,
así la aleve matanza del gobernador Oñez de
Loyola, sobrino de San Ignacio, ocurrida a fines
de 1598 en la quebrada de Curalaba marcó lar-
guísima época de quebrantos.
A la verdad, el siglo XVII todo entero fué una
edad de angustias i de miserias, como el que le
precediera se alternó entre abismos i portentos.
Comenzó aquél con una gran rebelión que estu-
vo al despoblar por la tercera vez el reino, huyen-
vamente ningún cronista antiguo. — Las noticias que tioi mismo
tenemos son vagas e incompletas. —Únicamente dice de él don
F. S. Astaburuaga en su escelente Diccionario Jeográfico de
Chile, que existia en la bkuda izquierda del rio Negro, afluen-
te del Rahue, a 35 quilómetros al sudoeste de Osorno, donde se
descubren todavía sus ruinas. — Añade que las minas de Pon-
zuelos fueron descubiertas en 1561, esto es, cuando don García
se retiró del reino, i sobre la calilad de su metal aofrea-a. — -'«El
oro, ademas de haber sido mui abundante, era el mas obrizo i
puro de los de Chile i casi no se diferenciaba del verdaderamen-
te acendrado. — Este mineral podrá rendir pingües beneficios si
se trabaja de nuevo conforme a los métodos modernos.'»
— 112 —
do de sus calamidades iiasta los mas sufridos vas-
tagos de la conquista.
En los primeros tres años de ese siglo se per-
dieron las siete ciudades i con ellas injentes rique-
zas i millares de vidas.
Desde entonces (1603) con la caida de la fuer-
te Yillarica, con la desocupación de Osorno, la
ruina de la Imperial, defendida por heroica hem-
bra, i la pérdida de Valdivia i sus cautivas, la
Araucania dejó de ser española para ser otra vez
bárbara, como sigue siéndolo hasta hoi dia, para
mengua eterna de nuestras clases dominantes.
IX.
Pero en todo esto hubo de notable que aun en
aquella terrible brega con los bárbaros en que to-
maban parte las mujeres como amazonas i los sa-
cerdotes como héroes, tuvo ocasión de mostrarse la
profusión de oro que a la sazón existia en las ciu-
dades araucanas. — «Encarecia el hambre el valor
de la comida, dice el historiador Rosales del cerco
de Yillarica, ciudad que no sucumbió sino cuando
solo quedaban en torno de su campeón, el ínclito
capitán Bastidas, once hombres i doce mujeres,
(1602), encarecía el hambre el valor de la comi-
da y haz i a despreciar el oro y la plata, que nunca
falta quien la codicie aunque sepa que la ha de
perder. Valia una morcilla de sangre de caballo
— 113 —
diez pesos oro, un tasaxo catorce, un celemín de
zebada cuarenta. Hombre ubo que durante la am-
bre se comió media cuera de ante de Castilla y
dos panes de jabón. Una muger se comió, acababa
de parir, la criatura de sus entrañas. Carne huma-
na la comieron muchos, y de los indios que ma-
taban hazian cecina. Creció tanto la necesidad
que los hombres querían echar suertes para co-
merse unos a otros.»
X.
Vinieron después de todo esto las pestes, las se-
quías i las hambres.
I en pos de esas plagas sobrevino el gran cata-
clismo terráqueo que se llamó el temblor grande
del 13 de mayo de 1647, del cual nos ha quedado
vinculado el terror i la misericordia en el rostro
airado de una efijie i una corona de espinas caída
a su garganta. El «Señor de Mayo» es el emble-
ma histórico de aquella fatal edad, como la abo-
minable «Quintrala» fué su emblema social: í
ambos tipos están ligados por íntima tradición de
vecindad, de profanación i de culto.
Pereció, en la horrenda noche del temblor de
mayo, la cuarta parte de la población española o
criolla de Chile, i se trató de desalojar a Santiago
llevando la planta de la ciudad a otro paraje, como
antes se había tratado de desalojar el reino.
LA E. DEL O. 15
— 114 —
xr.
A las rebeliones, a la inseguridad de las ciuda-
des, a las sequías, a los terremotos, a las siete pla-
gas de Ejipto, se siguieron todavía los bucaneros
o salteadores del mar que invadieron todas las
costas del Pacífico, desde que el atrevido Enrique
Morgan pasó al Darien con sus voraces filibus-
teros atravesando a pié el Itsmo de Panamá en
1670.
Las principales fuentes del oro habian quedado
sepultadas en las selvas de Arauco, i, lo que era
peor, los indios alzados mostraban una aversión
som.bría i terrible a revelar los secretos perdi-
dos, causa de su esclavitud i de su esterminio.
Refiere el padre O valle que habiendo en su tiem-
po ofrecido un indio de Santiago conducir a un
estanciero a cierto paraje de la cordillera en que
habia una rica mina, i aunque el feudatario tuvo
la precaución de ocultarlo para que nadie sospe-
chara su dilijencia, amaneció el revelador ahorca-
do, porque esta era la pena de todo el que traicio-
naba la lei del invencible arcano que para ellos
rije todavía. «Están las principales minas de oro,
dice el jesuíta Rosales, que en esto afianza el tes-
timonio de su contemporáneo arriba citado, están
las princijjales minas de oro en tierra del enemigo,
j por verse trabajados los indios y maltratados so-
— 115 —
bre sacar oro a los españoles, se revelaron y arro-
jaron el oro que tenían en el rio de Valdivia y se
concertaron de no descubrir minas ningunas, ame-
nazando de muerte al que las manifestare, y con
aver también en tierras de paz minas muy ricas las
"'^ienen ocultas, y por el temor de que no les quiten
la vida otros indios no quieren descubrirlas.» (1)
(1) Rosales.— Historia de Chile, vol. I, páj. 211.— El padre
Oval le abriga la misma opinión i cita varios casos particulares
que la confirman. Hé aquí sus palabras en la edición italia-
na de su historia, única que tenemos a la mano. — «Che cause
trace, che qiiefte ricchezze non fi godino, ne fi manifeftino. La
])rima é la commune ragione di ftato & inviolabile refolutione,
che communemente hanno gl' Indiani di coprirle e non manifes-
tarle a neffun altra natione il che ofíeruano con tanta gran pun-
tualitá, che non v'é minor pena, che della vita fra di loro il
violare quefto filentio, ch' effi ftimano per cofa facra & indif-
penfabile; e fe alcuno per intereffe, o halordangine, o per altro
motivo a lui con vene volé, fcopre qnalche c )fi di quefto, é
infallibile ¡a fuá morte, ne v'é difefa humana, che poffída que-
11a liberarlo.» - (Ovalle; Historia de Chile, páj. 116.)
I esto mas o menos era lo mismo que habia sucedido en todas
las indias. «Perdiéronse, dicen Juan i Ulloa en su Relación del
viaje a la América meridional, hablando de las ricas minas del
Ecuador (vol. II. páj. 602), perdiéronse las minas de oro que en-
cierra la jurisdicción de Macas, por la sublevación de los indios,
y no se procuraron recuperar; de suerte que con el trascurso del
tiempo hasta la memoria de los sitios donde determinadamente
estaban, se oscureció: descaecieron los labores de las minas de
Zaruma porque empezó a olvidarse allí el arte de beneficiar los
metales y faltó la aplicación en Jas jentes para dedicarse a ello; y
al mismo respecto fué esperimentando su decadencia de toda la
— 116 —
XII.
I como los cronistas antigaos siempre citan en
su abono casos particulares de lo que cuentan,
como si temieran no ser creidos por la posteridad
bajo su sola respetabilísima palabra, el jesuíta
Kosales, a ejemplo del padre O valle, su discípulo i
amigo, refiere el siguiente lance de ocultación de
minas de oro ocurrido en su tiempo en la enton-
ces restaurada ciudad de Valdivia: — «Y a acon-
tecido ir algunos indios importunados y acaricia-
dos de los Españoles a enseñarles algunas minas
y huídoseles del camino, porque si ven una zorra
provincia.»
I un poco mas adelante, los mismos autores agregaban:
«Lo mismo que las minas de Zaruma esperimentan otras
también de oro que hay en la jurisdicción del gobierno de Jaén
de Bracamoros: de estas se sacaban grandes porciones havrá
cosa de 80 años; pero desde que los indios de aquellas partes, a
imitación de los de Macas se sublevaron, quedaron olvidadas en-
teramente; y nunca se ha hecho diligencia de volverlas a descu-
brir para beneficiarlas.» — (Vol. II. páj. 607.)
En realiadad, las tradiciones de la América española están tan
empapadas de estas ocultaciones misteriosas de tesoros por los
indios como de las del rescate, del inca o los millones de los je-
suítas en la noche de su expulsión. El viajero ingles C. B. Mar-
ckham, que visitó el Cuzco en 1853, refiere que un siglo atrás un
cura de Lampa, en la provincia de Puno, habia descubierto un
inmenso tesoro en un paraje del cual un indio sacaba con fre-
cuencia objetos de oro para empeñarlos en los tambos. Denun-
— 117 —
O un guanaco dizen que les es mal agüero y les
sale al camino a anunciarles la muerte. Quanclo
dieron la paz los indios de Valdivia y la Mari quina
por los años de 1646, fué allá el capitán D. Martin
de Santander, que avia sido vecino muy rico de
aquella ciudad, a sacar algunos parientes cautivos,
y de camino hizo grandes diligencias con algunos
indios porque le mostrassen las minas y no lo pudo
conseguir, y aviendo pagado mui bien a uno, lo
mas que hizo fué llevarle por unos cerros muy do-
blados y señalarle desde uno dellos una quebrada,
y le dixo que alli estava la mina, que la fuese a
buscar, que él no podia pasar adelante, y como no
le quiso dar mas que esta noticia confusa, se hubo
ciado el indio por la mujer que recibía aquellas kuacas ea pren-
da, fué azotado por el cura hasta que confesó i mostró el sitio
del entierro; i de este sacó el codicioso párroco, ayudado por don
Pedro Aranibar, vecino de Arequipa, la enorme suma de dos
millones i medio de pesos. El lugar donde este tesoro fué des-
cubierto se llama hoi Manan — chili, i conforme a las predicciones
del iufeliz indio se ha convertido en un lao^unato de agua. —
{Marckham. — Ajourney to Cuzco, Londres 1856, páj. 217.)
El célebre escritor potosino, don Julio L. Jaimes, dio también
a luz en la Revista de Lima en 1873 una tradición de este jé-
nero con el título de Los Tesoros de Rocha, tesoros que parecen
una fábula calcada sobre la de los subterráneos que el abate
Faria mostró en el castillo de Iff a Montecristo, pues se trata de
infinitos millones ocultos en una caverna del cono de Potosí a
mediados del pasado siglo. Pero el señor Jaimes nos ha asegura-
do que el hecho es cierto i consta de documentos orijinales que
é! ha rejistrado en Potosí.
— 118 —
de volver. Y los indios^ que de nuevo avian dado
la paz se quexaron al Governador de que andu-
viese haziendo diligencias por descubrir minas,
que avian sido la ocasión del alzamiento general,
con que le dixo el Governador que desistiese por
entonces de aquel intento, que era temprano, y
los indios, como nuevos, estaban delicados.» (1)
XIII.
Fué por todo esto el segundo siglo de la exis-
tencia de Chile estreraadamente infeliz, porque
fué un siglo sin oro, es decir, un siglo sin comer-
cio, sin cambios, sin esportacion, sin inmigrantes.
(1) Rosales Ibid, lib. Y. — Los araacaaos no solo han recela-
do siempre de divulgar las antiguas minas sino hasta los asien-
tos de las antiguas ciudades arruinadas. — Dando cuenta el
capitán de injenieros don Juan Mackenna de la manera casual
como en 1792 fueron descubiertos los escombros de Osorno con
sus cinco iglesias i cuatro conventos de frailes, se espresa así en
un manuscrito que existe en la Biblioteca Nacional. — «El go-
bernador de Valdivia, de orden superior, después de varias es-
ploraciones en requerimiento de las ruinas de Osorno, pero todas
en vano por motivo de la estremada cautela i recelo de los in-
dios, a quienes infundia terror la menor pregunta de Osorno,
cuyas ruinas miraban como a objeto de abominación, todo nacido
de la triste idea que por medio de tradición conservaban de lo
que sus antepasados habian padecido bajo el duro i tirano yugo
de los encomenderos; pero al fin una casualidad descubrió lo
que no pudieron los mas bien combinados reconociniientos.s>
— 119 —
El oro tan abuadante en los dias de Valdivia i
de Drake, habia desaparecido como si las entra-
ñas de la tierra que lo producía se hubiesen en-
fermado de esterilidad, cual los valles del Perú res-
pecto del trigo.
I así era la verdad, porque a mas de estar ce-
gadas las fuentes productoras de Ponzuelos, de
Yillarica, de la Imperial, de la Madre de Dios i
de la rejion que hoi mismo vuelve a aparecer en
las cordilleras de Caramávida j unto a Lebu, los
habitantes del reino desalentados, pesarosos i pro-
vistos sin embargo de lo que sobraba a su existencia
material, no se imponían la menor fatiga para pro-
curarse aquellas riquezas que tantos afanes, sangre
i desengaños hablan impuesto a sus mayores.
El oro habia hecho mucho mas viudas que el
acero en Chile, i por él hablan perecido dos gober-
nadores del Estado, — don Pedro de Valdivia eu un
totoral junto a .Tucapel i don Martin Garcia Oñez
de Loyola en una garganta estrecha llamada Cu-
ralaba.
I en este particular, es decir, en la poca dili-
jencia de los colonos para incrementar sus inte-
reses por la industria i bienestar, hállanse de
acuerdo el padre Ovalle i el viajero Frezier, que
con el intervalo de 70 años (1640 a 1715) escri-
bieron sobre el país, sus riquezas i sus habitantes.
«La segunda causa que encuentro, decia el prime-
ro para esplicar la disminución de la producción
— 120 —
del oro a mediados del s%lo XVII, por la cual los
chilenos no aprovecharon estas riquezas, era la
gran abundancia de mantenimientos que ofrece la
tierra, de suerte que la hambre, que es el aguijón
de la codicia, no quiere arriesgarse a nada i nadie
quiere perder la comodidad de su casa para lan-
zarse a las asperezas de los montes en busca de
minas.» (1)
Los chilenos de aquel tiempo dedicidamente no
eran cateadores porque no tenian hambre:
XIV.
A la verdad, a tal grado habia llegado el abati-
miento i la miseria del reino, que habiendo queri-
(1) «La fecouda caufa che trouo, che non fi godaDO quefte
ricchezze, e la molta abboudanza che v'é íq tatta la térra delle
cofe neceffarie per paffare la vita, fiche mancando la farae, che
é il follecitatore della cupudigia, non v'é chi fi rifchi, né vogli
perderé la commoditá della fuá cafa per andaré per Tafprezza
de monti alia cerca delle miniere.» — (Ovalle. — Historia de Chi-
le, páj. 16.)
Exactamente de esta opinión i como hombre que la habia
comprobado por sus propios ojos, era Frezier cuando hablando
de la indolente pereza de los colonos de Chile, decía en 1713: —
«Quoiqu'il en foit, il est vrai que ees lavoirs sont tres ivé-
quans dans le Chili, que la nonchalance des Espagnols et le
peu d'ouvriers qu'ils ont, laissent des trésors inmenses en terre,
dont ils pourroient facilemeut jouir, mais comme ils ne se
bornent pas k des profits mediocres, ils ne s'attachent qu'aux
miniares, oü ils peuvent trouver un gaiu considerable.»
— 121 —
do el presidente ERriquez construir la taza de cal
i ladrillo de la primera pila que tuvo Santiago en
el centro de su plaza principal i única, hubo de
valerse de un criado suyo que sabia alg'o de alba-
ñilería; i cuando el famoso bucanero Bartolomé
Sharp asaltó a Goquiínho— (Ya llegó charqui
(Sharp) a Coquimbo) solo se encontraron en la
sala de armas de la capital tres trabucos viejos para
salirle al encuentro. (1)
(1) Sobre este punto de si fué cierto el alboroto que producía la
aparición de Bartolomé Sbarp i sus compañeros de salteo eu la
Serena lo que dio oríjen al curioso i espre.sivo refrán — Ya llegó
charqui a Goquimbo! o si el dicho viene de la alegría que en
aquella provincia i capital producía eu tiempos remotos la llega-
da del charqui del sur, hacemos nuestras reservas, si mas no sea
en honor de la lengua castiza de la provincia que de la cual so-
mos por ahora, i con harto honor nuestro, lenguaraz.
Parecería en efecto ser natural la priiuera aunque estropeada
derivación porque en nuestra niñez oíamos decir.— Fa llegó
charqui a Coquii:-ibOy cuando llegaba alguien haciendo bulla i za-
lagarda. Apropósito de esto, el tesorero Madariaga que escribió
a mediados del siglo pasado una relación que se mantiene iné-
dita sobre el obispado de Santiago (17-14) dice estas palabras con
motivo de la alarma continua de los serenenses. - «A la menor
noticia de vela de alguna magnitud que aportase a su puerto, no
quedaba persona que no dispusiese su retirada, por la ninguna
defensa con que se consideraban.»
Pero al propio tiempo el mismo escritor ea oLro pasaje añade,
comentando la pobreza de mantenimientos de aquella provincia
en los pasados tiempos. — «Siendo preciso siempre el que de
otros parajes se lleve porción de vacas i carneros para su abas-
to, charqui, grasa i sebo, sin cuyo socorro lo pasarían con mu-
LA E. DEL o. 16
\
XV.
De esta misma época data también el siguiente
cmioso acuerdo del cabildo de Santiago que por
gráfico i característico de la época trascribimos
íntegramente como sigue:
c(En la muí noble y mui leal ciudad de Santiago
de Chile, en 17 dias del mes de enero de 1681
años. Los señores del Cabildo, justicia y regimien-
to se juntaron en su lugar acostumbrado para tra-
tar y conferir el bien y útil de la república. Este
dia acordaron que por la falta que ace la campana
del cabildo, assi para llamar a los capitulares los
dias acostumbrados, como para combocar los mi-
nistros eu las ocasiones de las fugas de las cárce-
les y accr la señal de la queda para que a las nue-
ve se recojan las personas que lo deben acer a esta
hora, se llame a Nicolás López, maestro herrero
que paga censo a los propios de este cabildo y se le
obligue a que, por cuenta de los réditos, aga se pon-
í'-a la lensfüeta a la dicha campana dentro de diez
i neis días y se comete esta diligencia al S. Licen-
ciado don José González Manrique, abogado de es-
ta real audiencia y alcalde ordinario de esta ciudad
cho trabajo.» I agregan los antiguos que cuando entraban las
recuas con charqui ala Serena, repicaban las campanas; i de
aquí el — Ya llegó chargui a Coquimbo.
-. 123 —
y con esto se cerro este cabildo. - Don José Gonzá-
lez Manrique. — D. Pedro Recalde Briseño. — D.
Jerónimo de Villalon. — D. Diego del Águila. — D.
Juan Antonio Bar a. — Antonio Ponce de León. —
Matías de Uga (escribano público y de ciudad). »
XVI.
I sin embargo de todo esto, en el largo i penoso
curso del siglo XVII existió una mina de oro, una
sola mina de copiosa riqueza, i que por si sola, a
nuestro juicio, sostuvo a todo el reino impidiendo
con su provisión constante un verdadero cata-
clismo.
Esa mina fué la famosa de Andacollo, de la
cual al comenzar aquel siglo siglo decia el presi-
dente García Kamon al rei, en carta de abril de
1607: — «el cerro de Andacollo es uno de los r ios
que hai en el mundo de oro.» (1)
(1) No existe constancia cierta de la época en que fuera des-
cubierto el mineral de Andacollo. De nn raanu.scrito del siglo
pasado, que citaremos ampliamente mas adelante, resultaría que
pudo ser conocido antes de la conquista castellana, porque se
habla de labores trabajadas «en tiempo de los jentiles,» i ademas
el nombre parece de etiraolojía peruana: — talvez Anta-Colla,
dos palabras quichuas. Fuera de esto, en el Archivo de Indias
de Sevilla encontramos en 1870 una comunicación del presiden-
te Bravo de Saravia fechada en la Serena (puerto donde desem-
barcó para venir por tierra a Santiago) el 19 de agosto de 1568
en que agradece a los mineros de oro de aquella ciudad el je-
neroso donativo que le hicieron de los productos de un mes de
— 124 —
I el tosco conquistado^,^creyendo tal vez usar solo
una figura para describir la abundancia, denuncia-
ba sin embargo una gran verdad jeolójica, que la
ciencia ha venido a comprobar dos siglos mas tar-
de; a saber, la de que la mayor parte i los mejores
panizos de oro son aquellos que han corrido como
rios, sirviendo de poderosos estuarios a corrientes
antediluvianas, que trituraron las montañas i re-
dujeron a polvo sus veneros.
Teníase a la verdad por fenomenal i prodijiosa
la riqueza aurífera no agotada todavía de Anda-
collo en pasados tiempos i aun hoi mismo, todos
los cascajos (la circa como allá se dice) de aque-
lla vasta i árida subdelegacion, enclavada en un
riñon de cerros entre la Serena i Ovalle, contie-
nen oro, bastando la menor lluvia para hacerlos
producir no despreciables sumas. Era por esto mui
exacta la definición de García Ramón, cuando de-
nominaba aquellas secas quebradas fcnn rio de
oro,5> porque cuando el agua corre el oro se li-
quida. I de esto volveremos a tratar mas adelante
con datos recojidos a fines del pasado siglo i en
el presente que no tardará en acabarse.
No es posible, entretanto, ni hai barómetro
los ocho de la demora para los gastos de la guerra. — En corres-
pondencia, el presidente se proponia enviar a Coquimbo una
guarnición de cien soldados para defender a sus vecinos en caso
de una sublevación de los indios, i todo esto prueba que el oro
era allí abundantísimo en el último tercio del sitólo XYI.»
— 125 —
adecuado para valorizar la riqueza que Andacollo
ha rendido a nuestro suelo, a no ser por las pre-
seas de su vírjen milagrosa i por las ofrendas de
sus devotos que han solido producir hasta 40 mil
pesos en un año, o sea cuatro millones en un si-
glo. Pero a juzgar por los documentos públicos i
particulares de aquel tiempo, Andacollo no solo
era el mercado proveedor de Chile sino su verda-
dera casa de Moneda, porque invariablemente to-
do*s los contratos i escrituras públicas de esa época
(i de éstas hemos visto nosotros algunos centena-
res) se hacian «en buen oro de Andacollo,» que
era jeneralmente de 23 quintales.
A semejante período de nuestra historia mer-
cantil i social, cuando todo se hacia con oro en
polvo, se refiere también la declaración que antes
citamos del feudatario Amaza, cuando por el año
de 1660 declaraba que no conocía las onzas de oro
sellado sino íde oidas.»
El oro de Andacollo sirvió por consiguiente de
pilar a Chile, i en medio de una crisis que duró
un largo siglo, le ayudó poderosamente a vivir.
XVII.
Pero una considerable reacción, fruto tal vez del
esceso de la miseria, o del acaso, vinieron a abrirse
en los primeros años del siglo subsiguiente nuevos
horizontes a la industria, al trabajo, a la produc-
— 126 —
cion; i como acontece ^siempre fué el oro el que
dio la voz del despertamiento i la fortuna.
Después de un largo eclipse, la edad del oro, que
habia comenzado en don Pedro de Valdivia, volvió
a renacer con el siglo que en el viejo continente se
ha llamado de la luz, i que en Chile con razón
debería denominarse «el siglo del oro», como en
breve vamos a dejarlo demostrado.
Es suficiente entretanto que quede establecido
aquí, porque este ha sido el principal propósito
del presente capítulo, que la riqueza aurífera de
Chile, tan prolífica i comprobada en el siglo
XYI, no se paralizó por agotamiento de sus ve-
neros naturales, sino por fenómenos económicos
completamente ajenos a la tierra que lo rinde, i
especialmente por los efectos de la guerra que
cegó de golpe todos los afluentes del oro en la
Araucania, dejando solo en curso los del Norte i
especialmente el de Andacollo.
I, cosa digna de tomarse en cuenta, igual nove-
dad.va a producirse muchos lustros mas tarde por
causas completamente análogas cuando habria de
comenzar la guerra de la Independencia.
Con datos completamente irrecusables, sacados
de las oficinas públicas de Santiago, demostrare-
mos en efecto i en el lugar oportuno que el año X
fué el año del oro por escelencia en Chile, i que sin
embargo, junto con la guerra, comenzó la esteri-
lidad, como en 1553 i como en 1603.
CAPITULO IV.
LA RESURRECCIÓN DEL ORO EN EL SIGLO XVIII
Favorables auspicios con qne comienza el siglo XVIII para los mineros de
oro de Chile. — La pobreza jeneral producida por las catástrofes del si-
glo XVll incita a los trabajos i a los descubrimientos. — El mineral de
oro de Tiltil eu 1713. — Los trapiches de oro. — «Entre solera i voladora».
— Escritura de venta de un trapiche de oro en la Serena. — El mecanis-
mo de un trapiche, su trabajo i sus obreros. — Importantes descubrimien-
tos auríferos en Copiapó en 1706. — Frezier en Copiapó i en la Serena.—
Lo que era un buitrón o trapiche real. — El oro de Capote. — Opiniones
científicas de Frezier sobre la formación del oro conforme a las teorías
modernas. — Singulares creencias de los padres Rosales i Olivares, se-
gún las cuales el oro crecía como las semillas. — Petzolt i Suess. — Incre-
mento que toma Copiapó con sus minas de oro un siglo antes de aparecer
la plata.— La aldea es elevada a villa i el valle a correjimiento. — Ins-
trucciones al correjidor Saravia en 1740. — Antigüedad de la «cangalla».
— Las minas de Lampagui i por qué se abandonaron.— Pobreza relati-
va de las minas de ciarzo respecto de los placeres de oro en Chile i en
todo el mundo. — Proporción de Laveleye. — Descubrimiento de las minas
de Petorca i de la Ligua. — Lampagui i don «Bartoio Intento». — Cálculos
de Ulloa, de Molina i de Olivares sobre la producción del oro en Chile a
mediados del siglo pasado. — El oro de los buches de gallina. — Las ga-
llinas de Truz-Truz i la perdiz de Petorca.— La abundancia de oro in-
duce a los vecinos de Santiago a solicitar la fundación de una casa de
Moneda desde 1730. — La Moneda de Santiago no nació de la plata ni,
del cobre, ni de una «equivocación del rei», sino del oro.
«Los lavaderos de oro son tantos, que
algunos piensan, no sin razón, que en todas
partes del reino los hai, poco o mucho.
En Tiltil, Petorca, Ligua, Coquimbo, Huas-
co, Copiapó, Talcamávida, Culacoyan, es-
— 128 —
tanOia del rei i Valdivia. De este último
podemos hablar sobre el informe de nues-
tros ojos, visto en varias partes de la cir-
cunferencia esterior de la plaza, aun a po-
cos pasos fuera del cuartel, ocuparse en la-
var tierra algunos pobres, sin azogue ni
otro adminículo, de los que tocan a este
beneficio i quedan raui bien pagados de su
trabajo, aun cuando acusan de adversa su
fortuna, pues cuando menos logran, con la
dilijencia de una o dos horas, el peso de
un tomin de oro de ganancia.»— Olivares,
Historia de Chile, páj. 27.)
I.
El siglo que abrió la puerta al que hoi a su
turno se va, comenzó para los infelices colonos de
Chile bajo auspicios harto mas dichosos que el que
le habia precedido.
Los indios se mantenian quietos, i desde el Bio-
bio al norte se encontraban completamente do-
mados.
A los rapaces bucaneros del mar, a Morgan, a
Davis, a Sharp, estos dos últimos azote de la cos-
ta del reino desde Coquimbo a Chiloé, habian
sucedido los ricos armadores de San Malo que
vinieron al Pacífico con permiso del rei francés
Felipe V, nieto de Luis XIV, i abarrotaron nues-
tras ciudades con las baratas comodidades de las
fábricas de su país.
I por último, la miseria misma i las escaseces
producidas, trocadas en enseñanzas i en estímulo,
a virtud de la sabiduría del viejo probérvio, segim
el cual nada a^uza mas el humano entendimiento
— 129 —
que la inhumana necesidad, los colonos echando
al suelo sus capas de perezosos hidalgos se hicie-
ron, como en los dias de Paraíf, (días de penu-
ria), solícitos rebuscadores de oro.
I de aquí surjieron los descubrimientos casi coe-
táneos de Tiltil, de Copiapó (1706) i de Lampa-
gui (1710) en las cordilleras de Illapel.
II.
No hemos llegado a desenterrar de los archivos
la fecha exacta del descubrimiento de los mine-
rales de cuarzo de Tiltil, cuyo vocablo en indio
tiene el nombre de un metal que no es el oro («el
estaño»); pero un viajero eminente que visitó sus
trapiches en 1712, nos ha dejado una idea bastan-
te cabal de su riqueza i de la industria de los chi-
lenos. El mineral era comparativamente pobre,
como sigue siéndolo hoi mismo; pero bastaba que
cada cajón de 64 quintaks españoles rindiera en
la molienda dos onzas de oro para que costease su
esplotacion. Todo lo que de esa lei de rendi-
miento subiese era prov^echo, i cuando el minero
encontraba entre el vacio i recovecos de las grie-
tas una «bolsa» o «riñonada» de oro, como la que
a principios de este siglo disfrutaron los famosos
«Osorios de Tiltil», entonces el provecho se con-
vertía en pingüe fortuna.
LA E. BEL O. 17
130 —
ill.
El sistema de los trapiches era primitivo, pero
eficaz, barato i tal vez el mas apropiado a la pecu-
liaridad del oro cuarzoso de Chile, que es laminar
mas que granulado, i por lo mismo sumamente su-
til, delgado i susceptible de ser arrastrado por las
fuertes corrientes de la presión hidráulica como
ha sucedido, de seguro, en Niblinto i talvez en Ca-
tapilco. El ilustre injeniero Frezier que vino a re-
correr la América del Sur con ojos de Argos i con
encargo especial de Luis XÍV i a sus espen-
sas, compara los trapiches de Tiltil a los que se
usan en Normandia para moler manzanas i es-
trujar de su jugo la cidra; i los restos de esos
aparatos que todavía existen, i que el viajero puede
al acaso divisar desde el fondo de su veloz asiento
en el trayecto de la quebrada, entre Polpaico i
Montenegro, componíansasolo de dos piednis gra-
níticas o calcáreas como las de molino, de las cua-
les lá que servia de lecho llamábase solera^ i la que
la oprimía con su pe-¡ojirando en torno a su eje
de madera, voladora: i de aquí el refrán chileno de
decir cuando se halla alguien en aprietos que ha
sido puesto «entre solera i voladora.»
Un rodezno de palo i un cauce de temporada
cuando llovía, completaban el aparato industrial
del minero, i permitian así a cualquier hombre me-
131 —
dianamente empeñoso, emprender las risueñas
tareas del oro tan espléndidamente favorecidas
por las leyes españolas. (1)
(1) Sin embargo i apesar de su simplicidad primitiva, un tra-
piche de la colonia representaba cierto capital i solia valer al-
gunos centenares de pesos equivalentes a otros tantos miles hoi
dia. Como cosa de curiosidad para el minero de oro, reproduci-
mos en seguida la escritura de una venta de trapiche de oro
celebrada en la Serena entre un rico minero de Copiapó i una
viuda pobre, hace justamente un siglo.
(íEn la ciudad de la Serena en 27 días del mes de abril a
1779 años: ante mí el escribano y testigos doña María Antonia
Santelices, viuda del Maestre de Campo don Francisco Bergara,
su Albacea testamentaria, tutora y guardadora de sus menores
hijos, dixo: Que en consequencia de haver fallecido su dicho
marido en corta fortuna debiendo crecidas cantidades de pesos,
que aun con todas sus fincas y vienes no alcanzaba a satisfa-
cerlas y por evitar el trance y remate que nesesariamente se
habia de executar formándose concurso de los acrehedores y
que muchos de ellos por su menor antigüedad saldrán perjudi-
cados en sus principales, expecialmente los combentos del señor
San Juan de Dios, casa de exercicios y nuestra señora de Mer-
cedes de esta ciudad; por los caídos que se le debían de varios
zensos impuestos en su favor en dichas fincas; consiguió de to-
dos en alguna parte perdón general de sus respectivas depen-
dencias y créditos, con tal que se aseguren los principales y
para ello trató con el maestre ds campo don Miguel Riberos y
Aguirre el venderle la hacienda de el Mol le y con el capitán don
Francisco Súber Caseaux un trapiclie que dejó fundado el fina-
do su marido en la otra banda del rio de esta ciudad libre de
todo empeño, zenso é hipoteca tácita ni expresa, que no la tiene
ni le queda en manera alguna, ])orque la venta que hizo el dia
de ayer de la hacienda de el Molle, quedaron en ella cargados
— 132 —
\
IV.
De Tiltil el viajero francés se dirijió a Copiapó,
i después de haber levantado los planos de Santia-
go, Valparaíso, La Serena i Caldera, se internó en
quatro mil y quatrocientos pesos a favor de los ya citados com-
bentos y casa de exercicio, y tres mil pesos que reconoce, dos
mil al cómbente del señor San Francisco y los mil restantes a
favor de don Lucas Fernandez de Ley va, están impuestos i si-
tuados en las casas de esta ciudad
i)...I dice que da en venta pública y real al referido capitán
don Francisco Caseaux para el susodicho, sus sub-cesores y he-
rederos y para quien de el y a cualquiera de ellos uviere titulo,
voz y recurso: A saber: el referido trapiche que está situado,
plantado y edificado a la otra banda del rio en tierra de doña
María Calleja, avil y corriente, con todos sus aperos, usos, libre
de zenso, empeño ni hipoteca como dicho es, y lo asegura en
todo tiempo en cantidad de 700 $, que por su valor le ha dado y
pagado en plata corriente, i porque su recivo no es aprescente,
renunció la excepción y Leyes de la non numerata pecunia y
demás a este caso y le otorga recivo en forma.»
Lá construcción de los trapiches de oro continua siendo hasta
ahora una especialidad de ciertos parajes i de ciertos obreros.
El valle de lllapel desde el pueblo actual i desde su asiento viejo,
situado una legua mas al oriente, hasta el mineral de Chillan,
está sembrado de trapiches de oro en número de 12 o 15, como
la fiímosa rivera de Potosí de injenios de plata.
L& gran dificultad para formar un trapiche es procurarse las
piedras, es decir, la voladora, la solera la contra solera. Se
trabajan éstas por canteros especiales, tardan hasta seis meses
en cantear una parada, i suele valer cada piedra de 80 a 100 pe-
— 133 —
el pobrísimo valle que un siglo después debia ha-
cer abaratar la plata en todos los mercados del
mundo en la misma proporción que lo hablan he-
cho antes en el Alto Perú Potosí, i Guanajuato
en Méjico.
Copiapó antes de 1706 era un simple tambo de
indios para el escaso trajin del desierto; pero los
ricos placeres i minerales de oro que en los cerros
que emparedan al pueblo actual por el norte i en
su propia aurífera vega se descubrieron en aquel
sos, medido su diámetro por cuartas, a razón de 10 pesos la
cuarta.
I este es uu gasto fuerte, si bien único, porque la voladora es
devorada en un año cuando muele metales duros. La vida de la
solera es el doble mas prolongada i la de la contra solera, o ci-
miento, es eterna. Los demás gastos son menores, con escepcion
del peón, o grueso tronco de quillai o de higuera que sirve de
eje perpendicular a la voladora. Un buen peón suele costar 30
pesos, i el resto del aparato se compone de cuatro pilares de al'
garrobo, i algunas vigas fuera del rodezno o cuchara del mo-
lino.
En Illapel son famosos como canteros de piedras de trapiche
en el asiento viejo los dos Aracena, padre e hijo, sucesores de
Lorenzo Albornoz, ya difunto. Un trapiche de oro vale hoi en
Illapel 1,500 pesos, el doble de lo que importaba durante la co-
lonia.
Los trapiches están jeneralraente a cargo de dos moledores,
hombres peritos que ganan seis reales, alternándose en la noche
i en el día. Jeneralmente los mineros de oro llevan sus metales
a maquila al moledor i pagan a razón de 2 pesos por cajón el
metal blando i el doble por el cuarzo duro. Suelen tomarse en
arriendo a razón 200 i 250 pesos por año.
— 134 --
año, hicieron emigrar casi en masa a los pobla-
dores de la Serena, al punto de que cuando Fre-
zier visitó ésta última ciudad, no se hablaba toda-
vía, seis años mas tarde, sino del oro de Copiapó,
conocido en aquel tiempo con el nombre de oro
capote, por la riqueza de su lei marcada en el ce-
rro del último nombre.
El distinguido injeniero i espia político (pues
tal lo era a la sombra del nieto de su rei), encon-
tró en la incipiente i desparramada ranchería de
Copiapó, especie de placilla de Juan Godoy del
oro, seis trapiches como los de Tiltil; pero la abun-
dancia del metal habia alentado a un industrial
de empuje a implantar lo que entonces se llamaba
un huit7^on o «trapiche real», esto es, un aparato
hidráulico de pisones que trituraban en un dia do-
ce veces mayor suma de metal que los trapiches
antediluvianos de solera i voladora. El trapiche
real de Copiapó estaba destinado a moler seis ca-
jones diarios de metal, al paso que los antiguos
trituradores de granito o ala de mosca convertían
en harinas (este era el nombre lugareño) los gui-
jarros en la proporción de medio cajón por dia. El
primer buitrón de Copiapó estuvo talvez estable-
cido en el mismo lugar de la Chimba de esa ciu-
dad, en que hoi, según noticias, existe habilitado
i en actual esplotacion el buitrón, llamado por el
nombre de su dueño «el trapiche de Sierra.»
Por lo demás, estos trapiches eran tan numero-
— 135 —
sos en el país que sus restos han sido encontrados
en las mas altas cordilleras del norte i del centro,
como en lagunas australes de Valdivia, fabricados
éstos por los primitivos conquistadores, al paso
que todos los asientos urbano de la plaza de la
villa Alhué situada encima de la montaña de este
nombre, frente a Rancagua i háíia el poniente,
están sencillamente formados por aquellas piedras
circulares desgastadas i disminuidas por el uso i
que hoi la decadencia de la industria mantiene en
descanso.
Y.
Adquirió en vista de sus observaciones perso-
nales el esplorador francés de comienzos del pa-
sado siglo la convicción ilustrada de que Chile era
un país de oro, i así con toda claridad lo espuso
en la imparcial relación que redactó de sus viajes
a su reo'reso a Paris en 1715.— «En este valle de
o
Copiapó, dice, se encuentran ademas de los lava-
deros tan gran número de minas de oro, i algunas
de plata en las montañas, que habría como ocu-
par cuarenta mil hombres, según lo que me comu-
nicó el gobernador de Coquimbo.»
Era considerado ent»ónces por su lei como el
mas aquilatado oro de Chile, cual el de Valdivia
lo fuera en el siglo XVI, el que producía el hoi
estinguido mineral de Capote en los cerros de es-
— 136 —
te nombre qne marcan e\ lindero entre los actua-
les departamentos de Freirina i Yallenar. — Apun-
ta Frezier que este oro, el oro capote, que este
nombre jenérico tenia, era el mas dúctil, obrizo
rebuscado i el verdadero tipo monetario de la
colonia, como el de Andacollo lo fuera en el siglo
precedente «el buen oro de Andacollo». Agrega
el esplorador francés que algunos emprendedores
vecinos se proponian levantar en aquellos parajes
nuevos trapiches, pero faltaban brazos. (1)
(1) «Dans cette méme vallée, outre lea lavoirs, il se troave
sur les montagnes une si grande quantité de miniéres d^or et
quelques unes d'argeut, qu'il y auroit de quoi occuper plus de
40,000 hommes, áce que j'eu ai appris du Gouverueur de Co-
quimbo; 011 se propose d'y faire iucessammeat des moulins, mais
les ouvriers y manquent».— (Fr^^z^r, obra citada, páj. 121.)
El mismo autor añade sobre este antecedente particular i a
propósito de las grandes riquezas auríferas de Chile en el siglo
XVII J., lo siguiente:
«Un trouve dans presque toutes les coulées du Chili, de la te-
rre d'oü on peut tirer de l'or, il n'ya que les plus et le moins qui
enfasse la difference; elle est ordinaireraent rougeátre, et minee
vers la surface; á hauteur d'homme elle est mclée de grains de
gros sable oü commence le lit d'or; et en creusant plus bas, sont
des bañes de fond pierreux comme d'uu roclier pourri, bleuátre,
melé de quantité de pailles jauues qui on prendroit pour de l'or,
niais qui ne sont effectivement que áñ^ pintes ou marcasites, si
minees et si legéres, que le .couraut de l'eau les entraine. Au-
dessous de oes bañes des pierres on ne trouve plus d'or, il sem-
ble qui il est retenu dessus pour étre tomhé de plus haut.S)
Discurre el hábil iujeniero francés cou detención sobre las
causas físicas i jeolójicas de la producción de oro, i esplica su
137 —
VI.
Hallábanse completamente de acuerdo a este
respecto el viajero científico de Luis XIV i un
humilde jesuíta chillanejo que vivió i escribió me-
dio siglo después que él, el padre Miguel de Oliva-
existencia eu Chile por el diluvio, las lluvias, los terremotos.
Pero ciertameute no piensa como el padre Rosales que atribuye
su orijen a la acción de los rayos solares en las entrañas de la
tierra, agregando como ejemplo de su sutileza que la jeute recia
i granada del valle de Aconcagua, tierra de oro, lo es tal porque
ha absorvido por sus plantas el nobilísimo jugo aurífero de su
suelo. Los jesuítas de Chile, a ejemplo de los alquimistas de la
Edad-Media, creían que el oro nacía i se desarrollaba como una
semilla cualquiera, i de aquí el decir con frecuencia del padre
Rosales que el oro de tal i tal parte estaba ya mas o menos
crecido, según el tiempo en que se le habia trabajado.
Pero Frezier era un verdadero hombre científico i es de notar
la analojia que existe entre su opinión marcada en su última fra-
se del párrafo que arriba copiamos, con las ideas dominantes de
los mineralojistas que, como el alemán Petzholfc i el profesor de
la Universidad de Viena, Suess, en su libro (no reñido del todo
este último con el presente, al memos en su título. — «El porve-
nir del oro») los cuales esplican la escasez antigua, actual i per-
manente del oro por la leí de su peso específico que lo ha preci-
pitado a las entrañas de la tierra a donde apenas alcanza el
ingenio i la maquinaria humana. Sobreestás curiosas teorías, en
todo conformes a las de Frezier, puede leerse un interesante
articulo publicado en la Bevue des deux Mondes por M. Emilio
Laveleye con el título De la producción i el consumo de los
metales preciosos,
LA E. DEL O. 18
— 138 —
res, quien cuenta, a la p^r con Molina, verdaderos
prodijios de la abundancia del oro en Chile en los
dias a que hacemos raferencia. ccLas minas de me-
tales, dice el buen jesuita, suelen hallarse en paí-
ses áridos: pero a Chile lo mejoró tanto el Hace-
dor de las cosas, que a mas de la abundancia de
frutos que produce la tierra, ayudada de la indus-
tria, son sus senos otros tantos ricos cofres en que
guarda para sus habitadores los mas preciosos me-
tales. Los asientos mas principales de minas de
oro están en Copiapó, Huasco, Coquimbo, Anda-
collo, Talca, Amallanca, Illapel, Petorca, Tiltil,
Quebrada Honda, Caren, Illagüe, Algüé, Guillipa-
tagua, Apalta, Pichidegua, y los mas de estos
asientos son tan ricos de metales, que en muchos
asientos se hallan mas de cien boca-minas, y en
algunos no mui raros )nas de quinientas: unas se
trabajan actualmente; otras (mas no de las nom-
bradas) se abandonan porque no satisfacen en el
todo a los deseos de los mineros, que acostum-
brados a elejir entre muchos, desechan todo lo que
no es mui soh^esaliente; y mas quieren el torpe
ocio que la diligencia que produzca una moderada
conveniencia. En la tierra que habitan los indios
de BioBio para el estrecho, hay opulentas minas;
pero éstos repugnan tanto que las trabajemos, que
aun querrían que las ignorásemos; pero nunca po-
drá el tiempo borrar la memoria de las de la Im-
perial, Villa-Rica y Osorno, las cuales solas, sin
— 139 —
ayuda ele otros frutos tenian pobladas tj felices aque-
llas ciudades, y habiendo pasado mas de siglo y
medio sin trabajarse, deben reputarse al presente
COMO VÍLJENES.D
I en confirmación de las maravillas que nos
cuenta el honrado fraile que esto escribía en el
retiro a mediados del siglo XVIII (1760) refiere
como comprobación personal que una señora de
Valdivia se hacia labrar sus alhajas con el oro
que sus sirvientes le recojian en los alrededores
de su casa cuando llovia (que allí esto sucede to-
dos los dias), agregando que un capitán amigo
suyo residente en esa ciudad, ni ese trabajo se im-
ponia porque se proporcionaba algún oro sin mas
trabajo que ordenar a su cocinera sacase del buche
de las gallinas el que estas de ordinario guardaban
sin dijerir.,.. (1)
(1) Esto que parecería singular en cualquier pais del mundo
s comuu en Chile. Existe en el norte una tradición según la
cual el mineral de oro de Hierro Viejo fué descubierto por una
perdiz que no pudo volar a causa de tener el buche lleno de oro
i, atrapada por un minero, le dio el buche i el oro la pista del
descubrimiento.
Hemos oido decir tauíbian al comandante don Eafael Vargas
que cuando hizo la espedicion de ultra-Cautín en I8G8 con el
ministro de la guerra don Francisco Echáurren, encontraban en
los buches de la mayor parte de las gallinas que mataban, espe-
cialmente en la reducción de Truz-Truz, algunos granos de oro
que fueron traídos por curiosidad a Santiago.
Pintorescamente se ha llamado i>or algunos esa correría la
«.Campaña de las cazuelas de gallina;» pero ¿no seria igualmen-
— 140 —
I todo esto que parecoa'ia patraña no lo es tal,
porque aun hoi dia mismo se Ve a los muchachos
de las calles de Ancud andar a la cosecha de oro
después de un aguacero, exactamente como via-
jando nosotros en nuestra mocedad con frecuencia
a Coquimbo (1851-52) íbamos encontrando en
cada una de sus quebradas i riachuelos, en la Li-
gua, en Longotoma, en Quilimarí, en Choapa, en
Illapel, en el Lirnarí, en todas las aguadas, grupog
de infantiles lavadores de oro sin mas instrumento
que un pedazo de mate para recojer la arena en el
ancón, es decir, en aquella parte del cauce en que
el curso del agua hace curva, i en seguida lavarla.
No habia mentido ciertamente Valdivia al em-
perador cuando desde la Serena decíale: — «Sacra-
tísimo príncipe, toda esta tierra es una mina de
oro.D
VII.
Entretanto, i por el camino de los lavaderos i
de los trapiches de cuarzo, i otros sistemas case-
ros conocidos en Chile para la esplotacion del oro,
antes del ensayo hasta aquí poco afortunado del
sistema californiense de la presión hidráulica, ha-
bíase hecho Copiapó, por el oro antes que por la
plata, un mineral tan importante de Cuile que en
1744 se elevó su aldea al rango de villa por el
te apropiado denominarla en adelante— «la campaña de los bu-
ches de oro?i>
— 141 —
laborioso i organizador presidente Manso de Ye-
lasco, i, aun con anterioridad a esta fundación, ve-
mos que aquel intelijente funcionario liabia toma-
do medidas de incremento i orden económico en
aquellas ricas i, por lo mismo, turbulentas faenas.
Orijinales tenemos a la vista las instrucciones
que en 29 de octubre de 1740 diera aquel capitán
jeneral a su delegado en Copiapó don Antonio de
Saravia, encargándole guardase el orden, adminis-
trase buena justicia, persiguiese a los ladrones,
atajase a los contrabandistas que introducían mer-
caderías desde Buenos Aires por los puertos de la
cordillera, i autorizándolo para otorgar, por es-
cepcion, estacas i dar permisos para heridos de
trapiches, prefiriendo en todo caso a los dueños de
la tierra, que era precisamente lo contrario de lo
que los subdelegados hacian, a títult) de que los
dueños del suelo eran indios.
Recomienda también el celoso capitán jeneral
a su delegado, como medida de buen gobierno, que
tenga la vista fija en un tal don Juan de Dios
Arias, hombre tumultuario i probablemente tinte-
rillo, algún «licenciado Las Peñas» del oro de Co-
piapó, que en los minerales andaba revolviendo
las jentes, por lo cual el presidente habíale des-
terrado el año de 1739 por dos años al Huasco. —
Se imponían también severas penas a los ladrones
de metales en las canchas, prueba de que el mine-
ral era rico i la «cangalla» antigua.
— 142 —
Por lo demás, Copiapó>como comunidad de oro,
habia crecido tan aprisa que el presidente re-
comend¿ibaa su correjidor hacer alarde de jente
de armas, i le autorizaba para formar con ellas
un rejiraiento si su número llegaba a seiscientas
plazas de guerra.
VIII.
Coincidió con el auje de las minas de oro de
Copiapó, o mas bien, vínole de refuerzo, el descu-
brimiento de las minas de oro de Petorca i de su
célebre mina del Bronce, mas animada sin embar-
go entre los mineros que por su notoria riqueza
por la trájica muerte de los siete mineros que fue-
ron a robar oro i se quedaron convertidos en es-
tatuas de piedra, según da cuenta una rima popular
de aquellos tiempos, que mas adelante haremos
conocer. (1)
(1) En cuanto a las minas de Lampagui de que habla Fre-
zier, ■ como si hubieran sido mui ricas, no solo en oro sino en
plata, cobre i otros metales, no ha quedado huella conocida, i lo
único que se colije por el grado jeográfico que él les asigna,
(pues en su tiempo se descubrieron, i despoblaron con la nove-
dad i la codicia a Santiago) deben haber existido en la serranía,
en un paraje medianero entre los departamentos de Combarba-
lá e Illapel. Parece que el mineral era verdaderamente rico pero
demasiado duro, por lo cual hubo de abandonarse, como muchas
minas de cuarzo aurífero en Chile. Sabido es que casi la totali-
dad del oro existente en el mundo procede de lavaderos o place-
res, en la proporción de 83 por ciento, mientras que el oro de
minas, según los cálculos dje Laveleye, solo ha contribuido a la
— 143 —
La ponderada mina de la Amazonas, junto a la
Ligua, que boi desaterra el injeniero aurífero
Simpson con capitales extranjeros, i en seguida
los trabajos del rico minero Gamboa, fundador de
Alhué, frente a R-ancagua, a fines del pasado si-
glo, completaron la red de riquezas auríferas que
ostentaba Chile en sus entrañas i que le colocaron
en primera fila entre los paises productores de oro
en aquel siglo.
masa comim en la proporción de un 1 2 por ciento.
Frezier es el único autor que menciona a Lampagui i fija pa-
ra su ubicación el grado 31°.
El cordón de Lampagui i el de Llavin (o Llaliuin) que tam-
bién menciona el viajero francés, forman hoiel límite que separa
a Illapel de Combarbalá por el lado de la cordillera; pero es
mui posible que el mineral de oro de que habla el viajero fran-
cés, sea el llamado lioi por los mineros de Illapel i de Combar-
bala íLampago» o «Mampago» en el cerro de los Hornos, alta
cuesta medianera entre ambos departamentos, como el cerro de
Capote entre Vallenar i Freirina.
A tres o caatro cuadras del camino real del norte, hacia el
oriente, se ven en efecto todavía grandes desmontes de metales
durísimos, i hace pocos años que un minero de oro de aquellos
parajes, llamado Rudesindo Aguirre, a quien hemos conocido,
«yendo a la leña,» encontró en ese desmonte un pequeño guija-
rro tan tachonado de oro que un cambiasta de Illapel le dio
por él 3 pesos. Consérvase toclavia en aquella ciudad la tradi-
ción del iiltimo dueño de la mina de Lampago, el mentado
«don Bartolo Intento» (Atieuzo?) hombre tan rico que «cuan-
do salían a ladrarle los perros, los espautaba con pesos fuertes.»
La famosa mina de la Curia, que hoi se trata de rehabilitar,
está en la misma corrida de los Hornos.
— 14Í —
IX.
De todo esto habremos de dar cabal cuenta
mas adelante, pero en nada se aventm-a la verdad
al anticipar desde ahora la formal creencia de que
el siglo XYIII fué la segunda Edad deloro que
nosotros hemos inscrito como carátula de este
trabajo histórico i de prueba.
Dos viajeros científicos que en su medianía vi-
sitaron de lijera nuestras costas, como Frezier en
sus comienzos, don Jorje Juan i don Antonio de
Ulloa, capitanes de fragata de la armada españo-
la, resumen, en efecto, las impresiones favorables
que de la somera inspección del reino recibieron,
en las palabras que a continuación copiamos:
«Entre Quillota i Yalparaiso en un paraje que
dan el nombre de la Ligua, hai un mineral de oro
muí abundante i de buena lei. También en Co-
quimbo se trabajan algunas minas de oro i del
mismo modo en Gopiapó i en el Huasco: a el que
se saca de estas últimas dan el nombre de oro ca-
pote, siendo el mas sobresaliente de el que se co-
noce. Hai en aquel reino otra especie de minas
del mismo metal distintas de las antecedentes, i
estas son tan superficiales, que a poco de haber
empezado a trabajarlas i rendido alguna porción
se desparece la veta; estas son en grande número
como también las de lavaderos-, las cuales se ha-
llan como a una legua de Yalparaiso, entre este
— 145 —
lugar i las Peñiielas; (1) otras en Yapél, en las
fronteras de los indios jentiles i en las inmedia-
ciones de la Concepción: de todas estas i otras
varias que se conocen en aquel reino se saca oro
en polvo, encontrándose tal vez algunas pepitas de
bastante grandor, por el qual han solido hacerse
particulares.
))Todo este oro que se estrae en Chile se vende
allí, añaden los navegantes españoles, para llevarlo
a Lima, que es donde se sella, porque en Chile no
hai casa de Moneda, i se tiene averiguado por la
razón que se toma de él, que sale anualmente la
cantidad de seiscientos mil pesos; pero aseguran
que el que se extravía por la cordillera pasa de
quatrocientos mil, i así compondrá el todo un mi-
llón o algo mas. (2)
(1) Este lavadero podía ser o el actual de Llámpaico, tan
lleno hoi de panizos para sus esplotadores, o el que los jesuítas
tenían en su hacienda de las Palmas i que visitó Frezíer eu
1713. Pero uno i otro distan algo mas de una legua de Valpa-
raíso.
(2) Aunque los célebres navegantes españoles no hicieron
mas que asomarse a las costas de Chile en persecución de Lord
Anson i su escuadrilla en 1741-43, se quedaron mui atrás déla
verdadera producción del oro al hablar de un millón al año, asf
como a Molina se le pasó la mano, según lo observa Huraboldt,
al hacer subir el rendimiento del oro a cuatro millones de pesos
por año. Mas adelante se restablecerá la verdad con cifras es-
tadísticas; pero entretanto no estará demás recordar que un mi-
llón en la medianía del siglo pasado equivalía como valor mer-
cantil a cuatro millones del presente.
LA E. DEL o. 19
— 146 —
í)Coqmmbo i el Huasco, países donde los minera-
les de todas suertes de metales son tan comunes
que parejee que la tierra está convertida en ellos, son
los parajes donde se trabajan los de cobre, de que
se abastece todo el Perú i reino de Chile: pero aun
de este metal, cuya calidad es lo mas sobresalien-
te, que se conoce, solo se hacen labores en aquellas
minas que se consideran necesarias para el consu-
mo que hai de él, quedando intactas lamayor parte
de las otras de que hai noticias i se tienen descu-
biertas.» (1)
Fué a la verdad tan notable el incremento de
la producción del oro en Chile desde el primer
tercio del siglo XVIII, que sus pobladores comen-
zaron a solicitar del rei el planteamiento de una
casa de Moneda para sellar oro, desde 1730, liber-
tándose de los riesgos de mandarlo a Lima i de
los contrabandos a Buenos Aires i a todas partes.
La actual Moneda de Chile no debió su oríjen,
por consiguiente, a la equivocación de una real
cédula, según corre en una patraña popular, que la
destinaba a Méjico, sino a la abundancia de su pro-
ducción i esportacion de oro. I hecho tan significa-
tivo es el- que vamos a comprobar en el próximo
capítulo, valiéndonos de los propios archivos de la
Real Casa, en los cuales encontraremos también
mas de un autorizado dato estadístico que confir-
me por completo lo que venimos sosteniendo.
( 1 ) Juan i Ulloa. — Relación riistórica de viajes hechos a la,
América Meridional Española, vol. III. páj. 350.
CAPÍTULO IV.
LA CASA DE MONEDA DEL ORO.
La abundancia de la producción del oí o induce a loa chilenos en ITLIO ;v
solicitar una casa de Moneda para acuñarlo. — Desaire i menosprecio do
los magnates de Lima a propósito de esta solicitud. — Insisten los mag-
nates santiagumos i va a I'yspaña el caballero vizcaíno don Francisco
üarcia Huidobro, quien obtiene el privilejio de establecer la casa do
Moneda por su cuenta. — Curiosas condiciones de este monopolio perso-
nal.— Viajo do Garcia Huidobro a Chile, su captura por los ingleses en
Portugal i su rescate. — Regresa a Santiago i edifica Ja Ca?a Real de ht
cual se hace marqués. — Celos de los santiaguinos con el marqués do Ca-
sa Real i se oponen a su privilejio.^ Datos inéditos. — -So instala la pri-
mera Casa de Moneda i comien/.a a funcionar en 1759. — ]\Ionto do la
amonedación hasta 1770. — Trescientos ochenta i cinco quintales do oro
en once años.^Pingües provechos del marqués de Casa Real. — Se renue-
van los celos de los santiaguinos i. ayudados par el codicioso Vírey
Amat, obtienen la abolición del privilejio del man(ués. — «Los testigos
del Virey Orcasitas.» — Knérjica defensa que de su derecho hace el mar-
qués Huidobro i cómo prueba el gran incremento que ha tenido la pro-
ducción del oro i la renta del reí con su Casa do Moneda. — Es expropia-
do, i Carlos HI trampea el valor de la Moneda i lo paga la República
un siglo ma? taide. — Regocijados los santiaguinos con el despojo del
marqués, ofrecen al presidente Morales «El Basural» para fundar la
«Casa de Moneda del oro.» — Se oponen los padres de Santo Domingo o
inician un pleito que dura veinte años. — Documentos inéditos. — Los ci-
mientos del r3asural dan en agua i se traslada la planta de la Casa do
Moneda a la Arboleda de los jesuítas, donde hoi existe. — Relación del
Virey Amat solare la planteacion do la nueva Casa de Moneda i su plan
de sueldos. — Presupuesto de estos en 1810. — El archivo de la Moneda. —
Compra do oro en 1772 a 1781. — Gastos semanales do amonedación. —
«El volante.» — Rendimiento del oro i de la plata conforme a las compra'*
hechas en el decenio de 178U a 1798.— Cuadro del oro comprado desdo
1799 a 1817. — La producción máxima del oi'o en 1800 i en 1810.— «Dos rail
quintales do oro». — Comienza la decadencia do la producción junto con
la guerra de la Independencia.— Nuevas comprobaciones.
148
«Realza i multiplica el júbilo a los veci-
nos i moradores do esta ciudad (Santiago)
í aun de todo el reino, la noticia que tienen
de la concesión i permiso de la Casa de
Moneda que S. M. se ha dignado permitir
en ella.» — (M.vdakiaítA — Relación del obis-
pado de Santiago, inédita, 1744.)
«Mayores eran las cantidades de oro que
pasando por alto para fuera del reino o
consumiéndose en obras antes de sellarse,
defraudaban el derecho deljrei.» — (Miguel
DE OlivaiíES, obra citada, páj. 28.)
1.
Decíamos poco lia que la Casa de Moneda de
Santiago de Chile era un perdurable monumento
levantado a su oro, o, como es mas propio decir^
a la «edad del oro» cuyos anales aquí de prisa bos-
quejamos, I así en efecto lo afirma el virrei Amat
en la parte inédita de sus Memorias que se con-
serva en nuestra Biblioteca Nacional, como un
documento precioso para la historia económica,
mercantil i financiera de esta pobre colonia sacada
en aquel tiempo del lodo. . . por el oro.
II.
A consecuencia de la abundancia de producción
que comenzaron a rendir todos juntos los minera-
les de Tiltil, de Copiapó, de Capote, de Lampa-
gai, de Limadle, del Asiento de la Ligua (Lúa,
dice Fernandez Oviedo), todo el norte en fin,
(como antes liabia sido todo el sur), los santia-
— 140 —
guiños, que nunca fueron cortos en pedir, se atre-
vieron en efecto por el año de 1730 a solicitar
directamente, poniéndose a los pies del rei de Es-
paña, una Casa de Moneda propia, que les liber-
tara del yugo, de las trampas i de la soberbia de
Lima, aborrecida ya desde entonces.
Tenian por ese tiempo casa de Moneda, como
cosa o casa propia, ademas de la opulentísima i
despótica Ciudad de los Eeyes, Potosí, Méjico i
hasta Popayan; i por aquello talvez de que «todo
el mundo es Popayan 5», los chilenos, acordándose
que sus mayores hablan disfrutado de los pingües
beneficios de aquella institución real en la remo-
tísima Osorno, exijieron con ahinco un privilejio
que no era sino una devolución.
III.
Pero los §rvandes mercaderes i potentados de
Lima, condes i marqueses, que-miraban entonces
a Santiago exactamente como Santiago miraba
hace pocos años la ce villa del Cóbil,» antes de in-
corporársela como uno de sus mas sucios arrabales,
echaron a la risa la pretensión de los colonos del
sebo, del charqui i del afrecho de trigo. Los lime-
ños pretendían seguir lisa i llanamente usufruc-
tuando el oro de Chile, como usufructuaban el sebo
de sus ramadas de matanza para el alumbrado de
sus casas i de la ciudad, del charqui para la paila
— 150 —
de sus negros esclavos i del trigo para los amasi-
jos de sus panaderias.
Negáronse por consiguiente a tal enormidad, i
las cosas quedaron así entre peticiones i papeles
por mas de una década de años.
lY.
Lo mas curioso del caso era que el virei de Li-
ma, informando en contra al rei, daba por razón,
del desaire que hacia a los cliilenos, el riesgo
de sus terremotos para edificar casas reales; de
suerte, que, a juicio de aquellos majistrados, los in-
felices habitantes de este pobre reino estaban des-
tinados a vivir solo en ranchos, al aire libre o ba-
jos los árboles, como los indi^ i los pájaros. Pero
lo cierto fue que aquelki escusa labro alguna me-
lla en el real ánimo, por cuanto lo que mas se
encargó mas tarde al arquitecto Toesca, traido
espresamente de Roma para edificar la actual Mo-
neda, faé que la hiciese «aprueba de terremotos.»
I de aquí la inquebrantable solidez i enormísimo
peso de este mausoleo de piedra que a tantos ha
aplastado i sigue aplastando con su mole de cal,
ladrillo i canto, — «cal i canto.»
V.
Pero al fin los magnates del Ptimac encontra-
— 151 —
ron la horma de su zapato en iin caballero vizcaí-
no, intelijente como su raza, especialmente para
el negocio, i tenaz para sus empresas, como el fie-
rro de sus montañas. Llamábase este hidalgo don
Francisco García Huidobro, i se habia avecindado
en Santiago como negociante i como minero, ca-
sándose con una de las mas ricas herederas de la
ciudad i de la familia que dio todas las grandes
dotes, si no las grandes bellezas, a la coloaia en
su último período, — la familia Larrain, llamada
por su número prodijioso la «de los Ochocientos.»
Empeñado el caballero vizcaíno en la obra de
acuñar el oro de Chile en casa propia i no alqui-
lada, fuese a España; i tan buena maña se dio que
en 1744 obtuvo el real permiso para poner de su
cuenta casa de Moneda en la capital de Chile, con
el título de tesorero perpetuo de ella, i sin mas
gravamen que reconocer el derecho de señoreaje
por el cuño (llamado el uno i medio de G)bos, por
el secretario dd Carlos V. a quien el emperador
dio esto regalo de millones) i la obligación de
enajenarla al rei, si éste alguna vez lo tenia por
conveniente, pagando la empresa, a tasación de
peritos, i abonando un cinco por ciento por los ca-
pitales que al tiempo de ajustar el pago quedasen
en moras. — El rei era el mayor tramposo de todos
los deudores de Indias, i esto harto lo ha conoci-
do la familia del fundador de la Moneda que solo
en plena república, i hace pocos años, ha recibido
152
el importe de lo que S. M. Carlos III quedó de-
biendo a su abuelo i bisabuelo don Francisco Gar-
cía Huidobro, marques de Casa-Real.
VI.
Gozozo con su espléndido monopolio, embarcó-
se el emprendedor vizcaíno en Cádiz con su maqui-
naria i obreros con rumbo a Buenos Aires para
desde allí atravesar las pampas i las cordilleras
con su volante í su cuño-, que eso era con algunos po-
cos fierros i crisoles lo que entonces se llamaba
Casa de Moneda.
Pero al principio le cupo poca fortuna, porque
como la España era rica i la Inglaterra pobre,
estaban las dos monarquías en eterno pleito en
aquellos siglos; i esto de tal suerte que a poco de sa-
lir de Cádiz apresaron al tesonero vizcaíno, i con
su maquinaria i obreros, lo llevaron a un puerto de
Portugal, entonces como hoi, sucursal de la Gran
Bretaña, i allí lo declararon buena presa.
VIL
Mas como los ingleses son jentc práctica, cono-
cieron a poco que mas les valia soltar la presa, con
la esperanza de atrapar algún dia los doblones de
oro sellados de Chile; i por un rescate del doble del
precio de fabrica o de factura de la maquinaria,
— 153 —
le dejaron seguir su camino. Esto mismo cuenta
el fundador en un documento de reclamación al
rei que existe en el Archivo de la Cámara de Di-
putados, agregando que la prima que pagó a los
ingleses por su soltura fué de 100 a 150 por
ciento.
VIII.
Llegado al fin a Chile, compró el futuro mar-
qués de Casa-Eeal un sitio en parte central i pre-
destinada de la ciudad, edificó casa adecuada, «la
Casa Real)), que es la misma que hoi reedifica de
cal i ladrillo con zócalos de Regolemo la Caja Hi-
potecaria, esta moderna casa real de Chile; i así, en
la medianía cabal del siglo por escelencia del oro,
quedó instalada la fábrica de moneda con el gasto,
injente entonces, de noventa mil pesos, en cuya
suma dice el caballero vizcaíno invirtió ce el cau-
dal de sus amigos i la dote de su mujer.»
El mismo fué nombrado, por su propia virtud,
administrador i tesorero, cuyo título debia pasar
a sus sucesores hasta la mas remota jeneracion,
por juro de heredad, como el derecho de correos
que tenia monopolizado en el Perú i en Chile la
familia de Caravajal, sin que pudieran perderlo
sus herederos, ni aun por el mayor delito, con tal
que éste no fuera uno de estas tres enormidades,
lesoe magestatis, «pecado nefando», i lo que era
mucho peor que todo esto — la «herejía» . ..
LA E. DEL O. 20
— 154 ^
IX.
No se habia engañado el sagaz vizcaíno en sus
cálculos, porque el oro afluyó a sus cuños como un
verdadero raudal, i estando alas cuentas compro-
badas del virei Amat, en solo doce años, esto es,
desde 1759 a 1770, selló la casa de moneda la
enorme cantidad de 77,344 marcos, o onzas i 8
octavos de oro, o lo que es lo mismo, — 38,672 li
bras o trescientos ochenta i seis quintales de oro,
todo oro chileno, fuera del que se pasaba por alto
(que así se decia porque llevábanlo de contraban-
do por encima de la cordillera), que probable-
mente era el doble o el triple. Los chilenos no
querian ser menos que el rei i, como dice el padre
Olivares, a su vez, lo trampeaban . . .
X.
Por su parto, el contratista vizcaíno hacia pin-
güe cosecha, rindiéndole tal provecho los golpes
del volante sobre la blanda pasta, que luego com-
pró un marquesado real, dándole el título de su
propia casa. Según el avaro i cuidadoso cálculo
de sus contemporáneos, el marqués no ganaba me-
nos por año de veinte mil pesos, lo que era como
ganar hoi un millón. (1)
(1) Hé aqiü las curiosas e importantes revelaciones que a
155 —
XI.
Pero esto mismo fué al fin la perdición del
marqués, porque ha sido también i es todavía
achaque eminentemente santiaguino esto de no
dejar que otros ganen cuando no ganan todos con
él, como si no fuera refrán tan cierto como la luz
del sol i el agua de los aguaceros que- -«cuando
llueve todos se mojan», i aquel otro de que — «mas
da el duro que el desnudo.»
Fué de todas maneras lo cierto que la negra en-
vidia comenzó a afilar sus colmillos; ayudó a los
murmuradores el avariento virei Amat; despertóse
la cupidez del rei; fueron talvez regalos i las tale-
este respecto contiene la memoria inédita de Amat:
— ((Desde el año 1759, hasta el de 1770 (ambos inclusive)
que se comprenden doce años, y en que se mandó incorporar a
la Corona dicha Real Casa, se habian labrado, y amonedado en
ella 77,344 marcos, 5 onzas, 8 octavos de oro. En los primeros
tiempos huvo menos labor; pero posteriormente pasaron de 4,000
marcos los que se acuñaron al año; Suponiendo que en la es-
presada Casa, únicameete se acuñasen 4,000 marcos, importan
éstos, a razón de 135, pesos 544,000 pesos. Y pagándose a 128
pesos 32 maravedís según ordenanzas de Casas de Monedas
únicamente 512,470 pesos 4 reales 28 maravedís, lograba el
Asentista 31,527 pesos 3 reales 10 maravedís; y aunque consu-
miese mucha parte en materiales y salarios, con todo, le queda-
ba una crecidísima utilidad, que es la que al prese7ite reporta su
Majestad, con mas las correspondientes que ofrecen las mone-
das de Plata.»
— 156 —
gas del virei Orcasitas como testigos, i de repente
vino la real orden de quitar al marqués de Casa-
Real su casa i adjudicarla al real tesoro de Carlos
III, que en agarrar lo ajeno no fué corto. (1)
XII.
En vano fué que el monedero mayor de Chile
hiciera toda clase de argumentos. Ponderó en sus
defensas el estraordinario incremento del reino
con el derrame del oro acuñado en el pais, lo que
(1 ) El bando promulgando la Real Cédula de San Ildefonso
que mandaba crear la casa de moneda de Santiago por cuenta
de un particular, fué publicado en la capital el 10 de setiembre
de 1544, i en él se prohibía que se sacase del reino ningún haro.
Así, al menos testual mente dice el libro de actas del comercio
de Santiago durante el siglo XVI II que orijinal teníamos en
nuestro poder hasta que hace poco nos lo robó alguien^ junto
con los seis volúmenes de preciosos manuscritos del jenerál
Mackenna i otros importantes documentos i hasta valiosos li-
bros.
Pero los caballeros santiaguinos, verdaderos perros de hortelano
(aunque jamas robaron libros, ni manuscristos, m.horo), se con-
gregaron inmediatamente enjuntá, i pidieron al reí que revocara
al permiso dado a García Huidobro como obtenido «por informe
i relación subsepticia» (por subrebticia), i pidieron "que el rei
tomase la erección de su cuenta.
En cuanto a los testigos del virei Orcasitas, de Méjico, dicen
que fueron 200 talegos de a mil pesos que presentó en un
armario para probar su inocencia, i así la obtuvo en un caso de
peculado, de un ministro de España, a quien le habia prome-
tido probarle su acrisolada honradez «con doscientos testigos.»
— 157 —
era efectivo; probó que los quintos reales del oro,
que antes no pasaban año con año de 9,300 pe-
sos, habian subido en 1773 a 30,749 pesos, fuera
del derecho de señoreaje o privilejio de fabricar
moneda que él habia pagado, doblón sobre doblón,
hasta la enorme suma de 116,217 pesos en los
años corridos de 1750 a 1766. Todo fué inútil, i
aun contraproducente, porque ni siquiera le valió
haber hecho en 1767 un donativo de 1,300 pesos
contra el inglés (dulce venganza del cautiverio i
rescate de Portugal!) ni haber regalado diez mil
pesos al presidente Morales para la guerra con
los Araucanos en 1770.
Citaba también el acongojado marqués en sus
memoriales el progreso visible del reino: — «la ma-
yor labor y descubrimiento de minas; la ninguna
extracción del oro a Keinos Extranjeros; el au-
mento de Mineros; la extensión del comercio y
población tan ventajosa al Estado en el floreciente
en que hoy se halla la capital y reino de Chile.» (1)
(1) Los regocijados santiaguinos, vencedores del opulento
marqués vizcaíno, acordaron regalar, i de hecho regalaron al rei,
el sitio llamado el Basural para la nueva casa de Moneda.
Pero no contaban los ediles con la huéspeda, es decir, con los
padres de Santo Domingo, quienes, llamándose a dueños del
terreno, pusieron pleito, el cual duró veinte años, conforme a los
documentos inéditos que en seguida copiamos i que existen
orijinales, el primero en la Biblioteca Nacional i el segundo en
158
XIII.
Mas, no hubo arbitrio. El presidente Morales
tomó posesión de la casa real a nombre de Carlos
el archivo del cabildo, i dicen así:
I.
«En esta ciudad de Santiago de Chile; en uno dia del mes de
junio de 1772 años, los señores de este ilustrísimo Cabildo, con-
sejo de justicia y reximiento, estando juntos en su sala de ayun-
tamiento como lo han uso y costumbre, a saber los que abajo
firmarán sus nombres. En este dia disponen que haliándose no-
vissimamente adjudicada al real Patrimonio la casa de Moneda
de esta ciudad, con noticia de que para su construcción se deli-
bera'sobre el sitio de mejor propósito y siendo de este el que
posee esta ciudad a continuación de los solares de el convento
de Santo Domingo, assi (hacia?) a su espalda, acordaron (para?)
que las tales intenciones tengan su logro, debían hacer y hacían
oblación de dicho sitio para que en él pueda plantificarse la cas-
sa sin que Su Majestad tenga precisión alguna de ninguna exhi-
bición para la consecución del terreno y sitio correspondiente a
dicha casa y que assi mismo contribuirá poner con sueldo, (con-
suelo?) con todo aquello que se conbíniere en sus facultades para
ofrecerlas en su servicio y obsequio de Su Majestad. — Así lo
acordaron y firmaron de que doi fé. — Luis Manuel de Zañartu.
— José Miguel de Prado. — Mariano Zavalla. — Miguel Pérez
Cotapos y Villa??iil. — Pedro Andrés de Zagra,—Jna7i Ignacio de
Goycolea. — Juan de Santa Cruz. — Dtor. Aguistin Seco y Santa
Cruz, licenciado. — Ante mí José Gómez de Silva, escribano pú-
bli&o,»
(L Santiago, \\ de junio de 1772.
j)Admítese en nombre del Rey la oferta que hace el procura-
— 159 —
IIT; rechazó la compra del edificio del marqués
por «estrecho)), i sin embargo de haber hecho
tasar la maquinaria por peritos de tan poca leí
dor jeneral de esta ciudad por represen tacioii de sa Cabildo, Jus-
ticia y reximiento del sitio que posee a inmediación del Puente
y al Convento de Predicadores, para que en él se levante la nue-
va Casa de Moneda incorporada a la Eeal Corona, en perpetui-
dad y con proporción a todas sus oficinas y se le dan las gra-
cias a nombre de Su Majestad, informándole de este servicio
como de la continuada demostración de su fidelidad y del celo de
propender al maior beneficio de la real hacienda; y los oficiales
reales tomarán posession del precitado sitio con las formalida-
des prevenidas en derecho mandándole medir por^-el alarife, con
citación de todos los circunvecinos y darán cuenta de su deli-
gencia para que se provea lo mas que convenga.
Morales. — {Luqite. ) »
II.
Cabildo estraordinario de 24 de julio de 1791.
«Instruidos de los autus formados entre el señor Procurador
Jeneral de ciudad y el convento del señor Santo Domingo sobre
el derecho a un sitio nombrado el Basural en que se declaró
para el Supremo Gobierno de este Reino, a consequencia de la
sentencia dada por el Tribunal de esta Real Audiencia tocan y
pertenecen a dicho convento el sitio, según la mensura hecha
por el alarife Vicente Marcelino de la Peña, acordaron que en
atención a no haber acreditado dicho convento mas dominio que
de siete solares, según documentos de f. y fs., lo que no tuvo
presente el enunciado alarife para la mensura que practicó a
que por el citado auto de f. 83 quaderno 1.° se dejó reservado
a dicho señor Procurador para que sobre el error que notaba la
indicada mensura y demás pretensiones que constan de los autos
para que usase de el en esta Real Audiencia y a que tiene
160 —
que, según las palabras del agraviado, valori-
zaron en doce pesos tres reales i un cuarti-
llo, ciertos utensilios que ellos mismos hablan
fabricado haciéndose pagar 425 por cada uno,
quedó debiendo el rei a su subdito 79,600 pesos,
demostrada el convento a la calle del Monasterio de Capuchinas
que debia dirijirse a la nombrada de las Ramadas, en cuio terre-
no tiene parte la ciudad, el señor Procurador Jeneral de ella, con
reflexión a estas consideraciones, esforzándolas lo mas que le dic-
tare su celo, se presente al tribunal de esta Real Audiencia con-
testimonip de esta causa, a fin de que se declare por dicha su-
perioridad que el dicho convento está bastantemente enterado
de los siete solares a que tiene dominio con lo que se halla de
claustrada y que el demás terreno que intenta edificar pertene-
cen en ambos derechos de posesión y propiedad a los propios de
esta ciudad, y quando a esto lugar no haya, exponga que en aten-
ción a la necesidad pública de todo aquel terreno, así por el be-
neficio de la población como por otras circunstancias que este
Cavildo tiene consultado con el M. I. 8. Presidente, se obliga a
la ciudad a comprar a dicho convento la parte que tenga del
citado terreno ú beneficio de sus propios.
j>Y assi lo acordaron y firmaron dichos señores que doy fee.»
Con todos estos trámites la construcción de la actual casa de
Moneda tardó 36 años, desde 1772 en que se dio el sitio del Ba-
sural hasta 1808 en que la instaló definitivamente el presidente
Muñoz de Guzman con un gasto de 922,263 pesos, según cuentas
archivadas en la Contaduría mayor. El gasto del edificio había
corrido desde el 1.° de junio de 1783 en que se principió la obra
actual hasta el 1.° de julio de 1808.
En la Historia de Santiago, vol. II., hemos hecho la historia
de la Moneda, pero solo como edificio, i con relación a la edilidad.
Los datos publicados aquí sobre la Moneda del oro, son entera-
mente nuevos e inéditos.
— 161 —
los mismos que un siglo mas tarde pagó la hon-
rada república a sus herederos.
Carlos Iir, rei flaco i cazador, fué ciertamente
manilargo, i al ver lo que sus lugartenientes i es-
pecialmente el odiado i temido Amat habian he-
cho con los jesuítas, vecinos de calle del marqués,
debió echar éste la barba en remojo. I en efec-
to, los unos i los otros fueron, con diferencia
de pocos años, despojados: los padres en^l767 i el
marqués en 1770.
XIV.
En consecuencia, la maquinaria de la casa de
Moneda fue trasladada temporalmente al claustro
desocupado de la Compañía de Jesús, en la parte
que caia a la calle de la Catedral, i allí estuvo va-
rios años hasta que el presidente Benavides, des-
pués de haber hecho cavar los cimientos de la
nueva casa en el basural del rio (donde hoi está
el Mercado central), i dando aquéllos, como se le
habia anunciado, en agua, la ubicó definitivamen-
te en la arboleda que en el sitio en que hoi se
levanta tenían los jesuítas, en torno de una cuarte-
ría de teatinos, i de esto vino el nombre de la calle
de atravieso. La calle de Huérfanos, destinada a
ser calle de plata, i que hasta entonces habia vi-
sado huérfana de nombre, como todas las de la
capital, pasó a denominarse calle de la Moneda
LA E. DEL O. 1
— 1G2 —
vieja (por la desocnpada habitación del marqués
de Casa-Real) i la de Morandé tomó este nombre
por la alianza i edificio de esta familia con la del
marqués. Antes llamaban vulgarmente a la últi-
ma calle de la botica de los jesaitas, por la que
estos buenos servidores de la ciudad tenian en el
preciso sitio en que hoi se levanta el peristilo del
Senado, bptica i mortero de la república. (1)
XY.
Tal fué la historia de la primera casa de la Mo-
neda del oro^ i queremos completarla cediendo la
palabra a su principal autor en la forma i planta
que hasta el presente tiene, esto es, al sagaz i co-
dicioso pero resuelto virei Amat, el catalán de la
Pe rrichola, insaciable de amoríos i de oro. He aquí
su interesante relación tomada del capítulo 26 de
su Memoria inédita citada, el cual capítulo lleva
este rubro: — Beal casa de Moneda de Chile, i di-
ce así:
ccLiSi porción crecida de oro, que se sacaba en el
Reino de Chile, se pasaba a amonedar a esta ca-
pital; pero mucha parte se extrahia por la vía de
Buenos-Aires, y así por el cabildo Justicia, y Re-
jimiento de la ciudad de Santiago, se solicitó la
(1) Memorial orijinal en el archivo de la Cámara de Dipu-
tados.
— 163 —
creación de una RL casa, para labrar Oro y Plata
ofreciéndose a su construcción, y a la satisfacción
de salarios y demás gastos á sus propias expensas,
Don Francisco Garcia Huido1)ro, con tal de que
se le concediese el empleo de tesorero perpetuo
para sí, sus hijos herederos y subherederos, lo que
visto por su Majestad en Rl. Cédula de 16 de Oc-
tubre de 1744, vino en semejante solicitud, bajo
de las condiciones, calidades, ampliaciones, y pri-
vilejios contenidos en dicha Real determinación,
previniéndole a mi Antecesor ausiliase el referido
establecimiento, que corrió de este modo por al-
gunos años.
))Por Rl. Cédula de 8 de Agosto de 1770 se
mandó incorporar a la Corona la referida casa,
cometiéndoseme su ejecución, y cumplimiento, y
que al mencionado Huidobro, se le satisfaciese lo
que correspondiese a su contrata y certificase en
toda forma haber gastado en semejante habilita-
ción; pero que se le mantuviese en dicho empleo
de Tesorero durante sus dias.
í)Para esta resolución fué preciso tomar varias
medidas, que orientasen mas los conocimientos,
que yo tenia de antemano de aquel Reino. Al Pre-
sidente de aquella Real Audiencia, con fecha 11 i
13 de Marzo de 1772 le comuniqué las órdenes, y
advertencias respectivas, con cirreglo a las orde-
nanzas de la casa de esta capitah para su planti-
ficación. A las personas que tuve provistas para
— 164 —
Intendente, contador, y Ensayador, que son los
móviles de primera plana, les mandé se instruye-
sen en esta Real casa, con formal estudio del me-
canismo de estas operaciones, para que se acom-
pañase a la especulación la práctica tan necesaria
para su puntual desempeño. Nombré Intendente,
Contador, Oficial de Tesorero, Guarda materiales
y Portero marcador, quedando los demás empleos
reserbados a la discreción de aquel Presidente,
mediante lo que se estableció, provisionalmente
el reglamento comprehensivo del número de ofi-
ciales, y sueldos, que havian de gozar, de que di
puntual noticia a S. M., quien se sirvió aprobar
mis providencias por Rl. Cédula de 30 de julio de
1774.
Sueldos que se satisfacen a los Dependientes de la
Bl. Casa de Moneda de Chile, por Decreto
de 12 de marzo de 1772.
Al Intendente 3000
• Al Contador 2050
Al Tesorero 2050
Al primer Ensayador 1500
Al segundo Ensayador 500
Al Balanzario 550
Al Fiel de Moneda 1000
Al Fundidor mayor 1000
Al Guarda cuños que ha de suplir de
Contador de Moneda en la sala de
— 165 —
libranzas 300
Al Guarda materiales j maestro de
Moneda que sirve también de guar-
da-vist^ de la fundición 450
Al Oficial de Contaduría que debe su-
plir por el Balanzario 480
Al tallador mayor ^
A su oficial y 1400
Al Aprendiz de Talla J
Al oficial de Tesorería que sirva de
ayudante de Balanzario y Contador
de Moneda 300
Al Escribano 200
Al ayudante de fundidor mayor que
suple por el guarda materiales .... 000
Al Portero mayor que sirva de Conta-
dor de Moneda 200
A un sirviente 90
A un cerrajero, su oficial i soplador. . 300
A un guarda de noche 150
Total 15520
i)La cantidad de quince mil quinientos veinte
pesos destinada para los sueldos de Oficiales, y
Dependientes es fuera de los gastos ordinarios
que se consumen en la labor de Oro, y la plata.
))Para esta referida Real Casa como igualmente
para la de Lima, y Potosí, según llevo anterior-
mente dicho, remitió su Majestad nuebos cuños,
^ 166 —
sellos, y Punzones con arreglo a la Real Pracrna-
tica de 29 de mayo de 1772 ya citado, comunicán-
dole Yo, á aquellos oficios las reglas é instruccio-
nes que pide el mas exacto cumplimiento condu-
cente al Real servicio, como podrá Y. E. ber, por
los autos, y papeles que se le entregarán por mi
secretario de Cámara.» (1)
(1) Los sueldos de la plana mayor de la Casa de Moneda
cuando en 1810 pasó de manos del reí tramposo a las de la Re-
pública buena pagadora, quedando así vengado de los desaires
su fundador, estaban reducidos a 10,381 pesos según un docu-
mento orijinal de la época i con el siguiente personal.
Superintendente don José Santiago Portales | 3,000
Contador dcfn Santiago Vicente O'Rian » 2,050
Tesorero don Silvestre Martin Ocliagaví a » 1,500
Ensayador mayor don Francisco Rodríguez Bro-
chero » 1,500
Asesor don José Gregorio xirgomed). » 150
Capellán don Manuel Cañol » 250
Escribano don José Ignacio Zenteno » 200
El total do gastos de empleados era de | 10,381.
El primer ensayador de la Moneda que vino a Chile se llama-
ba don José de Larrañeta, i fué nombrado ensayador de las cajas
reales por el virrei del Perú; pero los desconfiados mercaderes de
Santiago se reunieron en jauta de comercio el 20 de enero de
1756 i elevaron una representación para tener ensayador por su
cuenta.
El último ensayador del rei fué don Francisco Rodríguez
Brochero, hombre mui intelijente i de cuyos trabajos nos ocupa-
remos mas adelante.
— 167 —
XVI.
El despojo real de la Casa de Moneda del mar-
qués de Gasa Real pudo ser injusto como la es
pulsión de la archi-millonaria Compañía de Jesús
i, a nuestro juicio, lo fué; pero en el fondo una i
otra disposiciones tuvieron un alcance profunda-
mente político i benéfico para la industria i la
prosperidad de la colonia, por cuanto eran la re-
dención de un doble monopolio, monopolio de la
agricultura que los padres esplotaban i esportaban
sin pagar ningún tributo, a título de relijiosos, i
el monopolio del oro que el marqués de Casa Real
habia resumido en su familia, a título de empre-
sario contratista.
XVII.
La casa de Moneda siguió, en consecuencia, fun-
cionando por cuenta del rei; i de sus libros, que he-
mos rejistrado en su enorme i polvoroso archivo,
resulta la comprobación del incremento gradual
d"e la producción del oro en todo el país, sin to-
mar en cuenta sino el que allí iba a sellarse, que
era lo menos. ,
Hemos, en efecto, formado un prolijo estado
del oro que se amonedó en la primera década de
la administración por el rei, i de esa demostración
— 168 —
perfectamente comprobada, libro por libro, fecha
por fecha, resulta que se compraron por el teso-
rero real no menos de 45,955 marcos de oro, que
al precio de 128 pesos, que era el de ordenanza,
valia 5.948,118 pesos conforme al siguiente pro-
lijo estado:
Marcos. Importan.
1772 1.382 253.257
1773 3.953 506.505
1774 5.042 646.040
1775 4.382 567.538
1776 5.002 640.877
1777 5.138 646.418
1778 5.248 660.900
1779 5.429 695.550
1780 5.168 662.772
1781 5.216 668.261
45.955 5.948.118
XYIII.
No va comprendida en esta cuenta la ganancia
que dejaba al erario la diferencia siempre favora-
ble de la calidad del oro, porque éste se compraba
indistintamente como si fuera de 22 quilates,
siendo de ordinario su lei mucho mayor.
Hubo año (el de 1781), según los libros de
-- 160 —
cuentas de la casa de Moneda, en que esta diferen-
cia rindió una utilidad de 11,575 pesos 3 reales i
2 maravedises. La utilidad media de la amoneda-
ción del oro era para el tesoro de 40,000 pesos al
año, siendo los gastos, con esccpcion de los suel-
dos, comparativamente insignifícantes. I esta pre-
cisamente liabia sido la astuta cuenta sacada por
los santiaguinos al marqués de Casa-Real cuando
comenzó a enriquecerse hasta dar celos a los mis-
mos jesuítas. (1)
i
(1) Hé aquí algunos items de los gastos ordinarios de la amo-
nedación del oro:
Carbón en un año 94 pesos 50 centavos.
A don Agustín Tagle por 6 quintales 38 libras de fierro ver-
gazon para componer los hornos de afinación, a 20 pesos quin-
tal, 129 pesos.
El cobre se compraba a 2 i medio real¿s la libra para las liga-
ciones i el cobre en granalla a 4 reales libra.
El azogue era traído directamente de España i llegó a vender-
se a 84 pesos el quintal, pero en 1781 estaba cargado solo a 70
pesos i 5 reales.
Había también algunos gastos estraordinarios, como el que se
incurrió en el año arriba recordado para «asegurar el volante,»
operación que costó 90 pesos i medio real. Jeneralmente la fun-
dición del oro se hacia en cuatro porciones al año i el gasto total
no pasaba nunca de 3,000 pesos. En 1781 este gasto fué de
3,099 pesos 6 i medio reales i en 1782, de 2,301 2 reales.
En estas cuentas no están comprendidos los pailones o boca-
dos de oro que se sacaban de cada uno de las monedas que se
fundían, onzas, medías onzas, cuartos de onzas i octavos de on-
za i que se remitían directamente por los tesoreros de las casas
de Moneda de la América española, al cofre del reí, destinados a
LA E. DEL ü. 22
170 —
XIX.
Los libros de la casa de Moneda colonial que
en número de varios centenares se conservan to-
davía en sus armarios, dan completa luz sobre la
estraordinaria riqueza aurífera de Chile en la épo-
ca que hemos recorrido, porque de ellos resulta
que lejos de ir en desmedro, la producción aumen-
tó a pesar de los cortísimos medios i herramientas
de que en aquel tiempo, fenecidas de hecho i por
lei las encomiendas, disponían los mineros con sus
bateas de palo i sus trapiches de piedra.
La compra de oro i su amonedación, que según
el vireí Amat había sido de cuatro mil marcos,
término medio por año en la mitad del siglo, fué
subiendo hasta llegar muchas veces a la cifra de
cinco mil marcos i aun a la de seis mil.
Notable es como coincidencia la de que el pri-
mer año del presente siglo se estrenara con la ma-
yor producción de oro conocida por el asiento de
servir probablemente para comprar alfileres al cofre de la
reina.
En cnanto al volante del marques de Casa Real, le conocimos
nosotros funcionando, manejado por dos robustos peones que
lanzaban alternativamente sns brazos de fierro provistos en la
estremidad de una pesada bola de fierro, a fin de apretar el cu-
fio. Funcionaba especialmente los jueves (dia de cimarra) por los
años de 1845, i después que se remontó la Moneda en su pié ac-
tual so vendió como fierro viejo.
— J71 —
los libros que hoi justifican nuestra teoría, como
los del Cabildo dieron antes razón de nuestras
ideas sobre los períodos de secas i de lluvias que el
cielo i las nubes se ha encargado de justificar des-
de su publicación hasta el presente.
La compra de oro en la tesorería de la Moneda,
alcanzó en efecto el año de 1800 a la cantidad de
6,476 marcos o sea mas de 32 quintales, que al
precio de compra importaron 829,689 pesos, des-
preciando fracciones.
XX.
Cosa no solo de curiosidad sino también de in-
terés político i económico es el hecho estadístico
de haber alcanzado la producción del oro su máxi-
mun después de aquella fecha, precisamente en
el año que podríamos llamar de oro en nuestra
vida política de pueblo libre, — ce el año de 1810.»
Las pastas compradas en ese año pesaron, en
efecto, 6,359 marcos, o sea cerca de 32 quintales.
I ¡cosa curiosa! apenas aparece la revolución con
sus inquietudes, sus turbulencias i sus desconfian-
zas, se advierte la disminución gradual de la pro-
ducción, descendiendo a poco mas de cinco mil
marcos en 1811 i en 1812 i declinando a 4,594 el
año 13, año de guerras i a 3,455, en 1814, año de
desastres.
He aquí la comprobación de lo que acabamos
— 172 —
(le esponer, formada en vista de los pergaminos de
la Moneda de Santiago que de esta manera se han
convertido en nuestros testigos irrecusables como
«las talegas del virei Orcasitas».
El cuadro siguiente que abraza un período de
15 años hasta 1817, arroja una producción de
77,837 marcos, mui superior (en los años que abra-
sa del coloniaje), a las que fijaba el virei Amat
para la mediania del siglo XVIIT, i dice así:
1799
5,193
m.
665.314
1800
6,476
7>
829,689
1805
5,256
))
692,873
1806
4,686
»
600,359
1807
4,625
3)
592,544
1808
4,642
y>
594,722
1809
4,815
))
616,886
1810
6,359
D
814,700
1811
5,230
))
670,055
1812
5,631
»
721,430
1813
4,574
D
586,010
1814
3,455
))
442,646
1815
4,778
3)
612,145
1816
4,719
)>
604,587
1817
4,398
m.
563,461
77,837
9.087,422 (1)
(1) Estos cuadros columnarios han sido formados por noso-
tros en vista de los respectivos libros dol archivo de la Moneda.
173 —
XXI.
No habría, por consigaiente, en vista de estos
datos numéricos i auténticos, razón alguna para no
colocar a Chile durante su edad del oro en el piná-
culo de los paises productores de este metal, mu-
cho mas tomada en cuenta su estension, su esca-
sez de brazos i la pobreza de sus medios de pro-
Pero hé aquí un cuadro completo de un decenio, comprendido
el oro i la plata, que se encuentra orijinal en la Biblioteca Na-
cional i arroja con corta diferencia un millón de amonedación
por año.
El cuadro a que nos referimos se refiere precisamente a los 10
años que preceden al que nosotros hemos formado arriba i dict^
así:
Estrado que manifiesta las cajiticlades de oro i ¡ilata que se han
labrado en, esta real Casa de Moneda en un decenio corrido
del 1° de enero de 1789 hasta ün de diciembre de 1798.
Años. Marcos de oro. Su valor. Marcos da plata. Su valor Valor de am-
bos metales.
1789
5012
081.632
29.645
251.982.4
933.614.4
1790
5307
721.752
21.770
185.045
906.797
1791
5621.4
704.524
23.882.4
203.001
967.525.2
P92
5403
734.808
21.324
181.254
916.062
1793
4850
059.600
29.895
254.107.4
913.707.4
1794
5708.4
776.356
24.164
205,394
981.750
1795
6072.4
825.860
2S.306
240.601
1.066,461
1796
6245
849.320
28.141
239.I9S.4
1.088.518.4
1797
6005
816.680
27.490
233.605
1.050.345
1798
5838
793.968
23.076
196.146
090.114
10
56,602.4
7,625.-500
•257.693.4
2,190.394.6
9,814.894.6
— 174 —
duccion. Porque suponiendo que el término medio
del rendimiento del oro hubiese sido solo de 4,500
marcos por año durante el siglo que comenzó en el
viaje de Frezier i terminó en la batalla de Chaca-
buco, tendríamos, conforme al cómputo de la amo-
nedación, que es el mas ínfimo, una producción to-
tal de 4.500,000 marcos, equivalentes a 2.225,000
libras, o lo que es lo mismo a la enorme suma de
2,250 quintales, o sea una verdadera montaña de
oro acumulada durante un siaio.
XXIL
I en esto no hai engaño sino estadística mez-
quina, porque en realidad la amonedación repre-
sentaba solo la mitad o un tercio del total produ-
cido, i esta rectificación, sin esfuerzo, alguno ele-
varia la cantidad anterior a 4,000 i aun a cinco mil
quintales de oro.
Pero aceptando solo la cifra de 4,000 quintales
españoles de oro producido en Chile desde 1700
a 1818, en que el rendimiento desapareció casi
por completo junto con la libertad política que
hizo del obrero esclavo i barato un trabajador li-
bre i dispendioso, tendríamos, que vendida esa
suma de metal por el precio hoi corriente del oro,
que es de 32,890 pesos el quintal español, habría
producido la colonia en el pasado siglo, verdadera
California lavada en bateas, la enorme s.uma de
131.560,000 pesos. (1)
XXIII.
Para formar los cómputos anteriores no hemos
dispuesto únicamente de los libros de la casa de
Moneda, pues existen a niiestro alcance medios
no menos importantes de comprobación, cuales son
los de la inspección local de los minerales de oro
que produjeron esas sumas, lioi al parecer fabulo-
sas, con medios verdaderamente miserables, i
los estudios comparativos que sabios eminentes,
(1) Los precios que hoi (octubre de 1881) se pagan en la ca-
sa de Moneda por el oro son los siguientes, conforme a uu apun-
te que ha tenido a bien suministrarnos su intelijente fundidor i
ensayador don Antonio Brieba :
Un kilogramo de oro fino (1,000 1,000) ^ 715
ün quintal métrico de id. id d 71,500
Un id. español de 100 libras » 32,890
Un marco de oro fino (media libra) » 163.45
Una libra de id. id » 328.90
Dada la diferencia del kilogramo al marco antiguo, i supo-
niendo que el kilogramo contenga poco mas de 4 marcos, no ha
habido un aumento demasiado exajerado en el precio del oro en
bruto cuando éste se compraba en oro sellado, respecto del que
hoi se paga con papeles inconvertibles. La diferencia del peso
de 4 marcos o 2 libras españolas al de un kilogramo es de 512
pesos oro, a 715 pesos papel.
'(] —
(JcsiIl* Jiiuubolt u Ohcviilior, desde Jjuvoleyc a Si-
iTionin, linu heclio de. la ])roduccion del oro en el
inundo, ion los cuales hace Chile sieinj^re fii.nira
distinguida i preeminente.
A tan interesantes objetos consagraremos por
separado el próximo i subsiguientes capítulos.
CAPITULO VI.
EL ORO EN EL NORTE DE CHILE EN EL SIGLO XVIII.
ATACAMA I COQUIxMliO.
Las quebradas i las quiebras de los .hombres] del «cuño antiguo».— Falta
do datos sobro la procedencia del oro que se amonedaba en la Moneda.
— Aproxiniacionos Uii^urüñas.— Las tros zonas dol oro en Chile.— Hl oro
de Ataoaina on el siglo X.VIII.— Minerales do oro del Inca, do Chamo-
nate i C/í«>ic7ío^m>í.— Colección do muestras díil corrojidor do Copiu|)6
Pinto i Cobos, i sus cuentas. — Sm ideas sobre la opulencia verdadera do
aquella comarca. — VA muestrario del rei i el de la academia do San Luis
en Santi.igo —Trabajos del ensayador mayor Rodrigue/, Brochero. — Kl
oro en Co;iuimbo — La Pescadora i el mineral do Talca. — Quebrada Hon-
da.— La b Lamenca descubierta por un indio on la cordillera do Kl(|ui.
El mineral do Chintjoles do oro, plata i cobro. — (Jarácter errante do lo^
mineros de oro. — Los asientos de minas i las placillaa. — Proverbios do
la colonia sobre el oro.— ICl oro es el único arlículo do exportación ul-
tramarino do Chile durante el siglo XVUl.—Kl mineral de Andacollo
durante el siglo pasado.— -Trabajos do los jentiloi.— Las minas del Toro
i Churumata dol canónigo Contador. — Don José Tomás Urmenota como
minoro de oro. — Las lluvias i la producción permanente de Andacollo.
Noticias individuales do las labores do Andacollo en 17Ü2.— líl oro en
lllapel.— Restos de su opulencia. — Sus quince trapiches.— La dureza do
su cuarzo. — La mina Chamuscada. — Minerales del «Chillan» i del cerro
dol Cuyano. — Las arenas auríferas do lllapol. — líasuto i sus pepas de un
quilogramo. — La pepa do cinco libras do oro do don .Santiago Lira.
Planta que se da a oste mineral on 18 tU i su actual decadencia.
«Así viven los que trabajan minas do oro
on el reino. Kilos so inclinan a ellas. Pre-
valecen en su oficio. Ninguno o mui poco
LA K. uF.i, O. 23
178 —
vemos logrado. En el conjunto de todos se
logra anualmente un comercio de bastante
entidad, respecto al poco fomento con que
empiezan, sus dependencias en pié, los rea-
les quintos aumentados a su gremio que
cada dia se van estendiendo en nuevos des-
cubrimientos, accidentes que en unos i otros
son dignos de admiración i solo la esperan-
za mantiene a todos.»— (Madakiaga, — Re-
lación del Obispado de Santiago, en 1744
(inédita.)
I.
No cuidaron nuestros mayores de apuntar en
sus libros la procedencia del oro que fundían i
menos del que «pasaban por alto».... Ni para qué?
— La estadística era para ellos una ciencia tan
desconocida como la jeolojía, i les bastaba la
«ciencia de los números», que es la ciencia, si no
del minero, del chileno. Verdad es que las cuen-
tas de aquel tiempo acababan casi siempre en que-
brados de reales i de maravedíes i los libros, como
la circa de las minas de plata, acababan en quie-
bras. I a la verdad, no hemos con.ocido sino mui
pocos, (si alguno) entre los memorables tesoreros
reales de la colonia que no se alzase con los cau-
dales del rei «i tomase iglesia» para cancelar en
el asilo la doble cuenta da su conciencia i de la
cárcel. I por esto cuando oimos con frecuencia
hablar de la honradez de «cuño antiguo»., .tene-
mos buen cuidado de mirar i remirar el cuño, para
ver si no es algún desecho del cuño de la tesorería
real o de la Moneda antigua.. .
— 179 —
Felizmente, no es difícil con nn poco de perse-
verancia desaterrar el cauce ya casi del todo bo-
rrado por el cual corría el oro líquido del colonia-
je, i dejar espedito el camino que de costumbre
seguia para llegar desde su criadero de empeder-
nido cuarzo al volante de fierro de Vizcaya de la
casa de Moneda a convertirse allí bajo el cuño
real en «doblones», que así llamaban los colonos
las «onzas» con la efijie de los narigones reyes
de la estirpe borbónica de España (la única ra-
ma que disfrutó en Chile de este privilejio), de
donde vino llamar familiarmente a las onzas sim-
plemente— «narigonas».
II.
Con el ausilio de los archivos i especialmente
el de la paciencia, linterna sorda pero de dura
que alumbra aun en las mas profundas entrañas
de la tierra i sus veneros, vamos en consecuencia
a esforzarnos por comprobar, sitio por sitio, la
cuenta del raudal de oro que a fines del siglo pa-
sado Humboldt hacia subir a doce mil marcos de
peso, o sea seis mil libras, o sesenta quintales por
año en Chile, peso líquido i destarado que repre-
sentaba cuatro tantos justos del tributo del inca
en la época prehistórica. Este, según el lector ha-
brá de recordarlo, era de catorce quintales i medio.
Comenzaremos por el Norte, porque así como
— 180 —
para su clima i su agricultura, nuestro largo terri-
torio, faldeo continuado de los Andes, puede di-
vidirse en tres zonas auríferas:
La zona del Norte.
La zona del Centro.
La zo7ia del Sur.
Termina la primera en el Choapa, la segunda
en el Maule i la tercera en el Rahue o rio de
Osorno, i todas son igualmente ricas, como lo es
la de Magallanes i la de la Tierra del Fuego que
hoi va a esplorarse.
De esta última, que a su tiempo llamaremos
zona austral, diremos también algo.
III.
En el lugar oportuno dimos noticia de los des-
cubrimientos de oro que a principios del pasado
siglo formaron los cimientos de la actual ciudad
de Copiapó i fijaron los arranques de su fama hoi
universal.
No nombran los escritores antiguos los lugares
precisos de la primera estraccion del oro; pero
parécenos que entre otros que han perdido hasta
su nombre con su broceo a agotamiento, el mine-
ral del Lica, en que el apreciable ciudadano don
José Ramón Sánchez, hijo de Valparaíso i de viz-
caíno, ha invertido injentes caudales, es de los
mas antiguos.
— 181 —
En viejos papeles conservados en la Biblioteca
nacional encontramos también la huella de los
minerales de oro de Ghamonate i Chanchoquin^
que todavía sudan (al menos el último) algunas
gotas de oro bajo el pico i la batea. Según unas
muestras que en 1806 se conservaban por el pro-
lijo i rebuscador afán del ilustre patriota don Ma-
nuel Salas en la Academia de matemáticas de San
Luis, fundada por él en Santiago, el mineral de
Chamonate rendia, cinco onzas por cajón i el de
Chanchoquin el doble.
Existia ademas en beneficio a fines del siglo
XVIII una mina de oro en el partido de Copiapó
descubierta por un «José Diaz» (buen nombre para
descubridor, pues es el de Caracoles) quien la con-
sagró al santo patrón de su pila. Llamábase San
José, i según los análisis practicados por el ensa-
yor mayor de la casa de Moneda don Francisco
Eodriguez Brochero, llevaba aquel mineral a
principios del presente siglo tres estacas a firme
que hablan producido ocho cajones i medio de
metal de lei de cinco onzas por cajón: harto es-
caso rendimiento en verdad, a menos que el me-
tal o criadero fuera blando, porque lo que arruina
al minero de oro son dos cosas, — la dureza del
cuarzo i la cangalla de oro. T este es peor que el
pedernal porque aquélla se ejercita sobre el sudor
ya logrado de la industria.
— 182 —
IV.
El mineral de San José era notable sin embar-
go por hallarse el oro embutido en una gran por-
ción de cobre, oro, plata, hierro i azufre, i parecía
tan rico en la primera de estas sustancias acceso-
rias (si bien hoi seria principalísima) que su lei,
según los ensayos de la casa de .Moneda, en aquel
tiempo (1806) era de 14 o 15 quintales de cobre
por cajón o sea un 25 por ciento. (1)
En la segunda mitad del siglo último habia
comenzado por las causas arriba mencionadas, i la
distancia de los parajes socorridos, la decadencia
del oro en Copiapó. Mas verificábase esto solo pa-
ra que el broceo del oro fuese sucedido inme-
diatamente por la riqueza de la plata, según en el
lugar a propósito lo dejaremos demostrado. En
1744 según el tesorero real Madariaga (que bien
debia saberlo) existían treinta i dos estacas de oro
en el partido de Copiapó; pero añade que era «de
poca fama su beneficio como lo demuestran lo
desaviados que están sus dueños. ^^
(1) Puede verse en la Biblioteca Nacional el interesante do-
cumento titulado: «Informe a los señores del Real Tribunal de
Minería de este Reino de Chile por el ensayador mayor de esta
Real casa de Moneda don Francisco Rodríguez Brochero. — San-
tiago, enero 10 de 1806.»
Este informe, que contiene 26 pajinas en folio, se refiere a 128
muestras de diferentes minerales, i de estas corresponden 50 al
partido de Rancagua, 35 al de Copiapó i 43 al de la Serena.
— 183 —
Sin embargo, al terminar el siglo i habiendo
visitado en persona todos los minerales de aquel
distrito su correjidor don José Joaquín Pinto i
Cobos (que entendemos fué bisabuelo del último
presidente de la república) para dar cumplimien-
to en 1792 a una real orden, se espresaba en es-
tos términos sobre las verdaderas causas del aba-
timiento de la producción minera en aquella mas
tarde opulentísima comarca. — «Finalmente es mui
digna de traerse a consideración la actual suma
decadencia de este opulento mineral, no siendo otra
la principal causa que la total escasez que se es-
perimenta de bastimentos y demás preciso y ne-
cesario para la manutención diaria de los peones
y demás operarios empleados en las faenas de mi-
nas de que pende la subsistencia y estabilidad de
estos importantísimos laboreos tan recomendados
por S. M. como que de ellos resultan conocidas ven-
tajas a su real erario y bien público en jeneral ,
Pues siendo este reino, principalmente este parti-
do, TAN ABUNDANTE DE VETAS DE TODAS CLASES DE
METALES, COMO LO HAN RECONOCIDO LOS HOMBRES MAS
INTELTJENTES I PERITOS QUE HAN VENIDO A ÉL, CaUSa
una gran lástima ver que las causas antedichas
sean las que desaniman y acobardan a los mineros
y aniquilan sus fuerzas y destruyen su constancia
en estos útiles laboreos.» (1)
(1) Hemos copiado el interesante párrafo anterior, que está
184 —
V.
En cuanto al valle i serranías del Huasco, que
en aquel tiempo formaban parte del partido de
Copiapó, (así como la provincia de Coquimbo se
de acuerdo con las opiniones del tesorero Madariaga sob'-o la
minería de Chile a mediados del pasado siglo, de un importante
manuscrito que existe en la Biblioteca Nacional, el cual tiene la
fecha de 8 de marzo de 1782 i la siguiente larga i demostrativa
carátula.
«Relación instructoria y circunstanciada que el subdelegado
don José Joaquín Pinto y Cobos, diputado del R.^ de San Fran-
cisco de la Selva, ha extendido a consecuencia de la orden que le
comunicó'con fecha 16 de abril de 1791 el administrador general
del Real importante cuerpo de minería, doctor don Antonio
Martínez de Cuata para la colección de nuestros minerales de
este reino, mandada practicar por Real Orden de 15 de marzo
del año anterior, con arreglo a la instrucción que se ha dirijido
para el efecto, y advertencias que sobre el particular se le han
hecho, en cumplimiento de lo resuelto y determinado acerca de
este importante asunto por la superintendencia general de Real
Hacienda en decreto de 11 de noviembre de 1790 que se ha te-
nido presente, con una breve y clara explicación de las minas
que se hallan en actual laboreo en la jurisdicción de dicho Real
de minas, la distancia en que se halla cada veta, su rumbo, su-
jetos que la trabajan, y demás especificaciones conducentes al
exclarecimiento y mejor comprensión de cuanto se relaciona para
la cabal inteligencia de la superioridad o superioridades lespec-
tivas, practicada para dicho diputado en consorcio de las gentes
que le acompañaron.»
Por vía de curiosidad estampamos también en seguida la*
cuenta que por su trabajo de buscas i muestras i su acomodo,
— 185
estén dia desde el Choapa al Loa), la única noti-
cia de minerales de oro que ha llegado hasta no-
sotros es la que apunta el subdelegado de Valle-
pasó al correjidor don José Joaquín Pinto al capitán jeneral, i
dice así:
«Razón de los costos impendidos en la colección de muestras
minerales practicada a consecuencia de superiores órdenes co-
municadas a esta diputación de villa de San Francisco de la
Selva en la forma i manera siguiente:
Precisamente por el costo que han causado mis salidas a la
enunciada colección de muestras de todo este mineral, compren-
diéndose los costos de arrieros, manutención y otros gastos que
han sido indispensables como líquido importe, asciende. 8o »
Id. a los peritos facultativos que me acompañaron a es-
ta dilijencia, los que fueron en cabalgaduras propias
y manteniéndose joor sí, treinta y cinco pesos a cada
uno, y hacen 70 »
Por el cütense, clavos, ylo y precintar (poner bandas
de cuero?) los cajoncitos, dos pesos dos reales 2 »
Por los diez pesos pagados al escribiente que copió las
referidas relaciones,.y gasto de papel 10 00
167 2
Según parece de las partiias arriba nominadas ascienden a
la cantidad de ciento sesenta y siete pesos, dos reales. S. Y., y
para que conste lo firm;>, Gopiapó y abril 24 de I7d2. —José
Joaquín Pinto y Cobos. ^
Como se habrá observado, la cuenta es en demasia moderada;
pero es preciso tener también presente la pobreza que en todo lo
demás reinaba en aquel estrecho valle. Según Madariaga, todo
el partido de Copiapó (incluso el Huasco) no tenia sino 800 va-
cas que no alcanzaban para la comida, ni siquiera para la leche
de sus moradores, i producía apenas 200 arrobas de vino que se
bebían sus mineros i su cura en el cáliz bajo el pajizo techo de
LA E. DEL o. 24
— 186 —
nar don Gregorio del Villar, cuando aquel bonito
pueblo era una sucia ranchería. Llamábase aquel
mineral San Fernando viejo, i había sido descu-
bierto por don Juan Cortés. «En su actual laboreo,
dice el subdelegado de aquel tiempo, se han es-
traido de ella 100 cajones de metal que han pro-
ducido 50 marcos de oro.» (1)
YI.
En cambio de esta penuria lugareña la riqueza
aurífera del distrito de la Serena fué, i lo es toda-
vía, un solo i prodijioso riñon de serranía que se
empina en su centro — el famoso Andacollo.
Trabajóse, es verdad, el oro en diversos parajes
de aquel suelo, que es todo un solo manto abigar-
rado dé metales, sin esceptuar el hipizlázuli i el
cristal de roca; i a mediados del siglo iiabia no me-
nos de treinta minas de oro en beneficio sin con-
tar el derrame nunca agotado de Andacollo.
' Notables entre aquellos veneros fué el llamado
'. - ' "■ '^'.. ■- .
su iglesia parroquial, r todo esto comprendida la hacienda del
convento de la Merced (que tolavía existe) «que es la que en
sustaücia se señalaba en todo el partido.»— {Madariaga, 1744.)
Ko sefáfüérá dé lugar ági'ega'r que el correjidor Pinto no
pudo acomodar las muestras conforme a las instrucciones de
Madrid, porque nj pudo hallarse en todo Co])iapó el samíí? o
jénero a propósito para enfardelar las muestras.
(1) Informe inédito fechado en San Ambrosio de Vallenar del
fíuasco, enero 30 de 1792.
— 187 —
de la Pescadora en el mineral de «Talca», «riquí-
simo)) de fama pero de cuarzo tan intratable por su
resistencia a la barreta i al trapiche, que al fin fué
preciso desampararla, como el mineral de Lam-
pangui a principios del siglo XVflI. Según un
informe que tenemos a la vista de las postrime-
rías del último, producía todavía la veta Pescadora
«de casi invencible dureza», 100 pesos por cajón,
«de modo que no se costea, decía de ella el reji-
dor de la Serena don Víctor Ibañez de Cor vera, i
solo con la esperanza de que, habiendo sido mui
rica pueda hallar los metales en mayor profundi-
dad, la trabajan.»
YII.
Había también en Coquimbo un mineral lla-
mado el Potrero de Quebrada Honda del cual ha-
bla el historiador Olivares, así como menciona al de
«Talca», i aquel producía en 1792 hasta una libra
de oro por cajón; pero era tal su dureza i la exi-
güidad de los medios de explotación, que en seis
años sacaron sus dueños solo ochenta cajones de
metal. Los productos de estas minas se traían a la
Serena i se molían en el trapiche de la viuda
Santelices, que en 1779 compró el caballero fran-
cés i opulento minero de Copiapó don Francisco
Subercaseaux, según antes contamos,
VITI.
A la fama aurífera del mineral de Talca, en las
sierras de la Serena, sucedió a fines del siglo la de
La Flamenca, fríjido asiento de temporada situado
en las cordilleras de Elqui, que encontrara por
acaso un indio cazador de huanacos llamado Ense-
bio Palta, exactamente como tres siglos antes Die-
go Huaica descubriera a Potosí cazando vicuñas.
Distaba aquella mina 40 leguas de la Serena i den-
tro de la cordillera real, i de ella una relación inédi-
ta que tenemos a la vista da los curiosos detalles
que a continuación copiamos. «Trabaja en ella al
presente (1792) una estaca mina de oro en la veta
de Palta don Miguel Lastarria en compañía del
teniente coronel don Thomas Shee. Su primer des-
cubridor fué Eusebio Palta indio, que la halló
cazando Guanacos a pié el año 1784 en un cerro
escarpado mui alto. Este indio trabajó poco tiem-
po esta pertenencia nominada la Descubridora por
haverle quitado la vida en el rio de Rapel.
«Cayetanos Baras, con quien parece havia for-
mado compañía, suscitó pleito j quedó con ella,
formó compañía con don Thomas Shee y la tra-
bajaron hasta el presente año de 92 con poca uti-
lidad, pues resultó (la compañía) descubierta en
2,000 pesos.
3) Posteriormente vendió su parte Baras a don
— 189 —
Miguel Lastarria, quien sigue en compañía con
Shee. Se ignora los cajones que se han sacado. En
el dia tiene dos boca-minas, la primera con un ca-
ñón de 30 estados perpendicular y seis labores en
beneficio, la otra dos cañones en 40 estados y dos
labores en beneficio, unas y otras llevan desde uaa
mano de metal hasta una tercia. La lei de estas es
varia. La muestra número 13 da 28 a 30 pesos
por cajón, la número 14, pesos 70 y la 15, qua-
renta, de modo que unos con otros salen de 50 a
60 pesos por cajón. La saca con 4 barretas es de
tres tercios por dia, que componen 6 quintales de
metal.
))En este mineral solo se trabajan seis meses en
el año por estar en lo ríjido de la Cordillera. Tie-
ne aguas y leña en la inmediación. Los caminos
no obstante haverlos hecho componer, son peli-
grosos y se conducen los metales al rio de Rapel
que dista ocho leguas de la mina. En el beneficio
se pierde de un real a 2 de azogue.»
IX
Menciona también el ya recordado ensayador
de la Moneda, Kodriguez Brochero, un curioso mi-
neral del norte llamado de Chingóles (Chineóles?)
que, como las papas arjentíferas de Huantajaya en
Tarapacá, ofrecian la peculiaridad de contener el
oro en piritas de plata. Hallábase el codiciado me-
—.190 —
tal en matriz de cuarzo i hasta de leí de 7 i 8 on-
zas por cajón, pero aliado, sin estar en combina-
ción, con el cobre i con la plata, i aunque se traba-
jaba por ésta, el ensayador de una muestra de ella
decia en 1806: — «Si todo el mineral fuera como
esta muestra tendría mas cuenta beneficiarla por
oro que como plata.»
X.
Gomo jente enérjica e independiente, los co-
quimbanos han sido de sujo cateadores, i era re-
gla antigua de la colonia la de que las minas ricas
de oro se hallaban solo en ^am^os pobres i estéri-
les como los de su suelo. — «No son las minas de
oro en mucha abundancia, decia el tesorero Ma-
dariaga, ni tan ricas como se han encontrado en
parajes secos i áridos.»
Pero preciso es también recordar un refrán de la
colonia que esplica, a su manera, la especial pros-
peridad de la industria minera en Chile, porque
aun en aquel tiempo se decia que así como «una
mina de oro empobrecía a sus dueños, i una de pla-
ta los mantenía en su caudal, las de cobre los en-
riqícecian.-» 1 así al menos ha acontecido en lo que
va corrido del presente siglo,
En jeneral \8.s minas de 07^o no han hecho la for-
tuna particular de los individuos, con escepcion de
la del Toro i la Churumata en Andacollo i la del
— 191 —
Chivato en Talca; pero los lavaderos de Chile lo-
cupletaron de fortuna el país en conjunto, tomado
como comunidad, desde los dias de la conquista, i
junto con esas mismas minas de duro cuarzo i esca-
sa lei formaron durante tres siglos su mayor sus-
tancia, i lo que parecería increíble, durante dos de
ellos, su único artículo de esportacion a ultramar.
XI.
Venia de aquí i de la colecta del oro que es £9,-^
cil en ciertos mantos mas o menos superficiales,
que los mineros de oro eran esencialmente am-
bulantes i formaban pueblos i prósperos asientos
de minas denominados jenei:almentep¿acz7/as, co-
mo la posterior de Juan Godoi en Chañarcillo i
las antiguas de la Ligua, la Placilla de Colchagua
i la de Nancagua, etc. que quedaban después
desiertos como Potosí, ciudad de mas de cicA
mil almas, o estacionarios como la mayor par-
te de los pueblos del norte de Chile que no vi-
ven de su agricultura. — «lio que les alegra el co-
razón, decia un observador del pasado siglo, ha-
blando de los errantes coquimbanos, es el oro i la
vida suelta que llevan, que en aquella jurisdicción
i cur¿ito donde se descubre el mineral, aquélla por
aquel tiempo es la mas rica i el mejor curíito i el
mejor correjimiento.» (1)
(1) Madariaga, Relación inédita citada, ■'■'* -
— 192 —
«Todos los dias, añadía sin embargo el mismo
narrador hablando de la j urisdiccion de la Serena,
se descubren nuevos mineriiles de oro i se mantie-
nen con esperanzas, dando al tiempo lugar con la
muerte i la esperanza.»
XII.
Pero el gran sustentador de la industria aurífe-
ra del norte i del país en jeneral fué, desde fines
del siglo XVII, Andacollo, la casa de Moneda de
Chile de oro en polvo antes que se estableciera la
casa de Moneda del oro sellado.
En otra ocasión hemos dicho a la lijera lo que
a este estraordinario mineral correspondía en su
época de mayor auje, i ahora nos limitaremos a
señalar algunas de sus condiciones mas peculiares
en el siglo a que hemos llegado, i que podria lla-
marse en términos de minero, que fué su época de
disfrute i despilaramiento.
El mineral de Andacollo ofrece la peculiaridad
de ser un nudo árido i montañoso, todo metalífe-
ro, i en el cual el cobre abunda tanto como el oro
en sus proporciones naturales. Andacollo es todo
una mina, desde la cúspide a la circa, i aun sus
poderosas i tenaces venas suelen pasar mas allá
del duro pedernal i de la roca plutónica.
Como el vecino i portentoso cono de Tamaya
ha sido el emporio del cobre en Chile, así An-
— 193 —
flacollo lo fué del oro, i continúa siéndolo, por-
que apenas llueve en mediana abundancia, como
lo observaba hace doscientos años el jesuita Ro-
sales, i nosotros lo recordamos antes, se saca oro
de todas partes. En el presente i pasado año
(1880-81) que han sido regularmente lluviosos
en el norte, se han obtenido notables cantida-
des de oro en las pobres bateas indíjenas de
Andacollo i de su circuito que han rendido a ra-
zón de 2 pesos diarios termino medio, por cada
operario, sea varón, mujer o niño. (1)
XIII.
Andacollo es mineral de lav^adero i al mismo
tiempo es mineral de pozo, i hai indicios para
creer que bajo una i otra forma lo trabajaron los
aboríjenes bajo la dirección intelijente de los co-
lonizadores peruanos. Era, a la verdad, tal la abun-
dancia prodijiosa de sus catas hasta hace poco
tiempo, que el mayor trabajo que impuso la for-
mación del camino carretero que hoi pone el mi-
neral en comunicación con los rieles, fué el relleno
(1) Según el señor P, N. Vidala, diputado por la Serena, se
ha sacado de Andacollo algunos miles de pesos de oro en cada
temporada, i el mismo ha vendido a la Casa de Moneda por
encargo de los cambistas de aquel lugar una pequeña parte de
él, especialmente el oro en polvo que le ha remitido don Pru-
dencio Hidalgo, conocido comerciante de aquel lugar.
>fc LA E. DEL o. 25
— 194 —
de los hoyos con que indios i cristianos liabian lite-
ralmente sembrado el suelo convirtiéndolo en ar-
nero.
Existen todavia galerías abiertas del tiempo cede
los jentiles» i las célebres minas del Toro i Chu-
rumata, que enriquecieron a un canónigo de la
Serena llamado Contador (apellido apropiado pa-
ra él que tanto oro tenia) han sido de probervial
riqueza en Chile. En la última, i trabajándola con
maquinaria a vapor para el desagüe i chanca de
los metales, gastó varios centenares de miles de
pesos el emprendedor ciudadano don José Tomas
Urmeneta; pero con poco retorno, porque según
antes dijimos, la época del «disfrute» habia lle-
gado para Andacollo.
XIV.
Por otra parte, sus minerales son casi todos
óxidos mui duros i ofrecen combinaciones quími-
cas poco comunes, lo que aumenta las dificultades
de la esplotacion. Su condición, por tanto, afines
del siglo pasado era ya mediocre, como hoi, i pa-
samos a dar cuenta de algunas de sus labores, con-
forme a un testimonio antiguo que tenemos a la
vista, del cual estraemos los siguientes párra-
fos: (1)
(1) El título de este informe es el siguiente:
«ColeccioQ de metales de oro hecha en la diputación del Bl. de
— 195 —
«El asiento y mineral de Andacollo está situa-
do en el cerro nombrado la Centinela distante 14
leguas de esta ciudad de la Serena y trabaja en él
una estaca-mina de metales de oro en la veta del
mismo nombre don Juan de Dios A.lvarez. Su pri-
mer descubridor Tadeo x\lvarez, que la trabajó el
año 1763, sacó, según noticias, 8 cajones de metal
de lei de 30 pesos por cajón.
DEn 1773 pidió esta mina Agustin Zuleta que
la trabajó hasta el de 77 en el que la d'sfrutó por
hallarse los planes en bronces blancos deslavados,
mucha dureza y sin ley: sacó dicho Zuleta 100
cajones de metal que empezaron por 30 pesos de
ley y se aumentó hasta 200 por cajón, todos en
metales colorados.
3)En el mismo mineral y cerro de San Pedro
Nolasco trabaja una estaca mina de metales de
oro en la cabeza del mismo nombre Pedro Ga-
llardo, en compañía de don Miguel Malbran. Su
primer descubridor fué Francisco Rojas. Se igno-
ra qué años trabajó, pero se dice sacó mas de 6
mil pesos en metales colorados.
))En el propio mineral, en el paraje denominado
de Veneros, que fueron trabajados j90?' los gentiles
la Serena con espresion de las minas de donde se han extraído
la que ha verificado de orden superior el capitán de exército don
Víctor Ibañez de Corvera, diputado del importante ramo de
minería del partido de Coquimbo. Empezó en 4 de marzo de
1792 y íinalizó el 30 de junio del mismo año,»
— 196 —
a tajo abierto hasta que hallavan dureza, pidió el
año de 1763 Ginés Marin por criadero de oro, y
siguió trabajando hasta el año de 74. Se ignora lo
que sacó, pero hai noticia de que le fué bien.
))E1 año mismo de 74 entró el actual poseedor
Felipe Marin, desaterrando siempre trabajos anti-
guos que han sido a tajo abierto. Los planes del
actual están en 7 estados de profundidad con un
solo cañón. Dichos veneros son una mesa de pie-
dra dura en las que van dos criaderos y en ellos,
en donde se halla el oro, algunas veces no pro-
fimdan. En los 16 años ha sacado 30 cajones de
metal, su ley de 12 hasta 30 p. por cajón con una
barreta continua, y conjetura haber hallado en
oro en todo el espresado tiempo mas de 3,000 pe-
sos en los términos que aparece de la muestra n."
8, la que vino a mis manos hace dos años por ca-
sualidad, y remito por no haber de esta clase en
la actualidad; de modo que solo esta esperanza los
hace seguir y el trabajar personalmente pues de
lo contrario los peones robarían el oro sin que su-
piese el dueño cuando se havia alcanzado: es mu-
cha la dureza y se laborea a fuerza de pólvora.
))En el mineral de oro en el cerro de Malbran
trabaja una estaca mina de metales de oro en la
veta del mismo nombre Antonio Guerra. Ancho
del metal desde tres dedos hasta una cuarta.
)>E1 metal n." 9 se llama cobrizo i el 10." llaman
arenilla: el primero se ensayó por menor en ley de
— 197 —
125 pesos y el segundo por 60, pero contiuuamen-
te aumenta o baja.
))En seis meses ha sacarlo 6 cajones que ha be-
neficiado sin separarlos i le han rendido hasta 600
pesos hasta purificar el oro. (1)
XV.
No es mas aventajada hoi dia la condición de
los placeres i minas de pozo del departamento de
Illapel, aquellas «minas de Choapa», descubiertas
en tiempo de don Garcia Hurtado de Mendoza
que tan^ pondera su compañero de armas, el viejo,
agraviado i regañón cronista Góngora — Marmo-
lejo. Pero no por eso ha dejado de ser Illapel, co-
mo Andacollo, uno de «esos rios de oro que co-
rren por el mundo» según la gráfica espresion del
presidente Garcia llamos en 1607; i dan testimo-
nio de su opulencia hasta época reciente sus quin-
(1) En la colección mineralójica de la Academia de San Luis
existia también una muestra de metal de oro de Andacollo,
la que fué ensayada en 1 806 por Rodríguez Brochero, i de ella
dice éste lo siguiente:
«Muestra del mineral de Andacollo j sitio de los Veneros, en
diputación de Coquimbo. Es de oro nativo interpuesto entre
matriz de arcilla rojiza u ocrácea, esto es, impregnada de óxi-
do o cal de hierro: es muestra sumamente pequeña, mas no
obstante, se ha reservado por curiosa para el gabinete de la
Academia en donde existe entre los minerales de oro, con
el N.° 2.»
— 198 —
ce trapiches machos de ellos corrientes toda-
vía i las ruinas, visibles en todas partes, de los
que existieron, especialmente en el cerro de Chi-
llan, hacia la cordillera, los desmontes de duro
cuarzo de Lampagui i de los Hornos i las diver-
sas minas que hasta hoi se trabajan.
Fué notable entre éstas hasta la medianía del
presente siglo, la mina del Indio, descubierta por
un indio en el cerro llamado del Cuyano, i que
enriqueció a su primer dueño i esplotador don
José Agustín Undurraga, el banquero del oro en
Illapel.
Como en Andacollo, el oro se presenta en esta
comarca en diversas combinaciones, i especial-
mente en óxidos i en piritas. (1)
Pero su criadero mas jeneral es como en todo
el resto del mundo el cuarzo, i éste se presenta en
tal dureza que hoi se acostumbra en algunas mi-
nas hacer en el interior grandes fogatas de cardo-
nes para reblandecer, por la trituración, la caja im-
penetrable al pico que contiene la angosta veta
aurífera. Existe todavía hacia la costa una mina
de esta naturaleza que rinde hasta una libra de
oro por cajón a sus dueños, vecinos de Mincha; i
se llama la Chamuscada, porque continuamente
(1) En el muestrario de la Academia de San Luis encontró el
ensayador Brochero auna pirita de hierro i cobre aurífero de
Illapel. Su leí era de mas de un marco de oro por cajón.»
— 199 —
la chamuscan con fuego para esplotarla. Sin la
escesiva dureza de su criadero, que fué lo que hizo
improductivo el rico mineral de Lampagitl, esta
mina seria lioi comq muchas otras una verdade-
ra fortuna. (1)
XVI.
De época presente se citan todavía los nombres
de las minas de oro «la Jote», que fué de la fa-
milia Izquierdo, de lUapel; la Matamoros, la de
los Portugueses, la del Divisadero, los Guayaca-
nes i principalmente la de la Curia, en el cerro de
los Hornos, camino real de Combarbalá, la cual
fué descubierta por un indio llamado Coco, por
cuyo motivo suele denominarse la mina de la
Curia-Coco. Según noticias recientes trata de ha-
bilitarse en grande escala esta pertenencia de oro
en todas sus labores.
XVII.
En cuanto a lavaderos, se cita todavia en el de-
partamento de lUapel el caso de haberse enrique-
cido con el hallazgo de un manto superficial al
pié del cerro del Cuyano un vecino de aquel pueblo
llamado don Antonio Kamirez, quien, en pocos
(1) El nombre de Lampagui lo escriben todos diversamente.
Juan i Ulloa en sus Noticias secretas lo llaman Lampaguay.
— 200 —
dias, logró una fortuna de 40 mil pesos; pero puede
decirse que en jeneral todas las arenas de los enca-
jonados ríos de aquel departamento, especialmente
las del Illapel i las del Ghoapa, son un inagotable
si bien escaso lavadero de oro. En 1851-52 hemos
visto lavar las arenas hasta en sus sombreros a
cuadrillas de muchachos no solo en esos rios sino
en la profunda quebrada del Negro que formaba
su límite meridional. No sin razón dieron los pro-
pios indios el nombre de Mülapel a esa re j ion,
porque milla es oro. (1)
XVIII.
Esto no obstante, i según lo observaba el teso-
rero Madariaga en 1744, en todo el norte de Chile
ha acontecido que donde se debilitaba un mineral
aparece otro. A la fama i riqueza de (das minas
de Choapa» sucedió la de Casuto, célebre asiento
de minas descubierto a fines del siglo último en
una quebrada a distancia de dos o tres leguas del
puerto de los Yilos, i fué tal su riqueza que dio su
propio nombre a una planicie aurífera de Anda-
collo, ya humillado por su decadencia.
Fué mui persistente el rendimiento de este mi-
(1) En Illapel conocen esta etímolojía i dicen que su nombre
md!i)Qnd. úgniñc-A pluma de oro, pero mas propio es decir />e5-
cuezo o garganta de oro.
— 201 —
iieml, i todavía se habla en su esparcido asiento
de la «punta de oro» de cinco libras de peso que
se halló en una batea el afortunado vecino de la
Ligua don Santiago Lira, que con su valor «puso
tienda» i fué mas tarde hombre de pro en Illa-
peí. (1)
La fortuna de Casuto, eclipsada hoi pero no
agotada, se mantenia todavía intacta a mediados
del presente siglo, i en los anales de la Cámara de
Diputados correspondientes al 11 de junio de 1849
se encuentra una lei de espropiacion de terrenos
que autorizaba para fundar en aquel asiento una
población con una área de doce cuadras de es-
tension.
XIX.
Tales han sido, descritos a grandes rasgos pero
con fidelidad, los mas notables veneros de oro de
(1) El señor Astaburuaga dice en su Diccionario Jeográjico
que este mineral ha sido notable por sus grandes pepas de oro,
«de mas de un kilogramo de peso.» El señor Cuadra habla en
sus Apuntes sobre la, Jeografla de Chile de pepas de 300 i 400
gramos .
Hoi el asiento de Casuto está muí decaido. Últimamente nos
ha informado un minero de ese lugar que entre dos trabajadores
sacaron en 15 días solo seis castellanos de oro. Sin embargo, al-
guna cantidad llega todavía a la Casa de Moneda.
Casuto pertenece políticamente a Petorca, pero es mineral
iUapelino.
hk E. DEL o. 26
la rejion del Norte, esto es, del territorio que yacia
en la antigua provincia de Coquimbo, desde el
Choapa hasta el Salado.
En la primera parte de este trabajo bistórico
dimos a conocer los veneros del Sur, i por este
motivo no volveremos hoi sobre este tema, pasan-
do directamente a la zona del centro.
CAPITULO VII.
EL ORO EN LA REJION CENTRAL.
DEL «BRONCE» AL (ÍCEIVATOÍ.
Carácter jeolój ico especial del departamento de Petorca. — Tbdat sih po-
blaciones han nacido del oro. — Las familias fundadoras de Petorca. —
Lo.s Bueras. — El frasco de. oro del coronel Mendiburu. — La famosa mina
del Bronce viejo i la muerte de los siete ladrones de oix). — La relación
de Carvallo i la leyenda del pacto coa el diablo. — «La visión del Bron-
ce».— La uoesia del minero de oro, — Las décimas del lego Guevara ao-
bre la «Vision del Bronce.» — Los asientos mineros de Petorca i su
antigüedad.- -Longotoina, el Hierro viejo i Pupio. — La mina de la
Ama/.ona ea la Ligua — Escursioaes auríferas a Gatapilco i a las que-
bradas do Maleara i Alvarado. — La riqueza auFifora de Quillota a fines
dal siglo pasado. — El cambista de oro Avaria i sus remesas. — Caleo.
— La riqueza aurífera de Melipilla. i Casablanca. — Curacaví i su tra-
piche de oro. — Pobreza aurífera da Santiago i los denuncios de oro en
el Santa Lucia 1 minas do fieiTO en un solar de la calle de Agustinas. —
Estraordinaria riqueza aurífera do la rejion montañosa de Rancagua. —
Descubrimiento de Alhué i su considerable opulencia. — La mina del
Escarpi lia. del Agua fría — El lapizlázuli de Caren. — Estadística —
Yaquil, Apaltá i Millahue. — Las plac illas de Nancagua i doña Elena
Valladares. — Las minas del Chivato i sus cuatro millones. — ChuchuiiCo,
Gialleco i los Tajos — Hallazgos de oro según Molina. — Pobre7a rela-
tiva de la cuenca del Maule. — El mineral de Pocillas i el de Niblinto.
— (Jomo queda hecha la comprobación lugareña de Jas vertientes de
oroquG formaban el caudal de la colonia. — La comprobación univer.-al.
<tEn la mina de oro denominada Bronco
viejo, jtórteneciente a don Martin de Bri-
to, distinto cuatro leguas de la villa d«
— 204 —
Santa Ana de Brlviesca, el 24 do octubre
de 1779 se hallaron siete hombres muer-
tos sin herida ni contusión.»
(Carvallo Goyeneche — Histoi-ia de
Chile, vol. V. del testo manuscrito )
I.
El vasto departamento de Petorca es talvez el
mas montañoso de toda la república, porque no
tiene llanuras, ni mesetas, ni esconde siquiera
valles sino í^rietas.
El valle central i sus ramificaciones han desa-
parecido por completo al pié de la cuesta del Me-
lón por el lado de la costa, i al pié de la cuesta de
los Alíjeles por el lado de oriente. Divisado desde
una altura, como lo hemos contemplado mas de
ima ocasión en la niñez, o visto de plano en el
mapa de Pissis, presenta aquella interesante i ris-
pida serranía solo la imájen de un inconmensura-
ble caos de abismos i de montañas. Las horada-
ciones por donde corre el rio de Longotoma desdo
Alicahüe, el cajón de Tílama i el de las Vacas no
son propiamente valles sino desfiladeros, i los
llamados «llanos del Huaquen» no pasan de ser
un médano arenoso. A la verd'\d, Petorca no
puede envanecerse de tener mas llanura propia
que su cancha de guerra, junto al pueblo, don-
de los antiguos mineros del oro corrian gruesas
apuestas de oro en polvo, o de oro en pellas, o
de oro en tejos, en las carreras de los famosos ca-
— 205 —
ballos longotominos, i donde un siglo mas tarde
los partidos armados en guerra civil libraron el
14 de octubre de 1851 sangrienta batalla. Petor-
ca no tiene siquiera los llanos del Rayado ni los
lamederos de Catapilco, canchas dilatadas^ de su
vecino i reducido departamento de la Ligua.
II.
Pero por lo mismo que es todo de montes, el
departamento de Petorca forma un solo nudo
metalífero, i es curioso observar que todos sus es-
parcidos centros de población — Petorca, Quilima'
W, Pupio i q\ HíeiTO Viejo — han debido su oríjen
al oro i nada mas que al oro. Esceptuando las
haciendas de riego de Longotoma i de Chincolco,
no hai en Petorca agricultura, pero en todas sus
laderas hai minas; i como lo observaba su joven
gobernador actual en un informe oficial de no re-
mota data, sus venas de oro, desgastadas por el
pico i la batea no han sido del todo consumidas
todavia ni para la insaciable codicia ni para h\
injeniosa industria.
III.
Descubriéronse sus principales minas de oro en
los cerros que dominan la actual ciudad por el nor-
te en la primera mitad del siglo XVIII, i a ese
remoto paraje ocurrieron pobladores de todas
— 206 —
las provincias i aun de España. Al oro de Petor-
ca debióse el establecimiento de las conocidas
familias de los Montt, que emigraron del departa-
mento aurífero de Casablanca; de los Borgoño,
procedentes de un caballero aragonés que allí hi-
zo vecindad, de los Bueras i de los García, cuya
parentela conserva todavía sus lares entre aque-
llas ásperas montañas (1)
(1) Don Manuel Montt, los dos jenerales Borgoño, don José-
Manuel i don Pedro Antonio, (este último al servicio del Perú,)
don Juan, don Ramón i don José Antonio García, el bravo
Bueras, de Maipo, son orijinarios de Pe torca i retoños de la-
inmigración que atrajo el descubrimiento i la esplotacion di
su oro.
Bespecto del último apellido hemos encontrado una transac-
ción sobre arriendo de las haciendas de Choapa de la famosa
benefactora doña Matilde Salamanca en que firma, como marido
de doña Joíjefa Avaria, pariente inmediato de aquella señora,
don Santiago Bueras, i éste fuó probablemesite el padre del hé-
roe petorquino. El inííferameato está otorgado en Santiago el D
de setiembre de 1797.
Eu cuanto a los Grarcia, saberao'^que el beaemérito fundador
de esta familia obtuvo un premio de virtud de la república, i
entre otros títulos que justificaron su acrisolada probidad, se ci-
ta el haber devuelto a un patriota desterrado en 1814, el coro-
nel don Antonio lUendiburu, a su regreso en 1817, un frasco de
oro en polvo que valia 15,000 pesos, siu que faltara un solo to-
mín.... La prueba era evidente — <íla mujer i)or el hombre, el
hombre por el oro, el oro por el fuego.» — Iso pudieron talvea
decir otro tanto los amantes i aplaudidores de las famosas «Pc-
torquinas.,..»
2Ü7 —
IV.
Fué la mas famosa de estas minas, i lo es toda-
vía, la del Bronce Viejo, que como las del Hierro
Viejo, liigarejo de deliciosos limones, produjo a
sus afortunados dueños riquísimos jugos hasta que,
estando a la tradición popular predilecta de los
mineros del norte de Chile, la maldijo el demonio,
matando éste a siete de sus operarios de un solo
bufido....
El hecho en su tanto fué cierto, porque en la
noche del 23 de octubre de 1879 amanecieron
muertos, mostrando en los semblantes raras se-
ñales de espanto, siete mineros que se hablan
introducido furtivamente en la galería subterránea
para robar el oro de copiosa labor en beneficio.
Por una casualidad verdaderamente singular ocur-
rió sin duda en aquella precisa noche una esplosion
o desagregación de gases mortíferos, probable-
mente una descomposición de azufre i antimonio
semejante a las que han tenido lugar en la famosa
mina de plata llamada La Hedionda, en el mineral
de Lipez i que por este motivo no se trabaja desde
hace siglos, apesar de su conocida opulencia.
V.
El historiador Carvallo i Goyeneche, hijo de Valdi-
via, que en su condición de soldado era mucho mas
— 208 —
ladino que crédulo i superticioso, refiere en los tér-
minos siguientes la estraña catástrofe, dando a en-
tender que pudo ser obra de sortilejio, pero sin re-
conocerlo ni testificarlo como contemporáneo. «El
primero de los mineros muertos, dice en el volumen
Y. de su obra manuscrita, estaba a doce estados de
profundidad boca abajo en el escalón de una es-
calera. El 2." a distancia de dos varas mas abajo
del primero. El 3.° y 4." juntos cuatro estados mas
abajo que el 2.°. A corta distancia del cuarto es-
taba el 5." detras de un escombro de metales for-
mando cruces con los dos primeros dedos de las
dos manos y con el rostro vuelto hacia atrás en
ademan de apart¿ir la vista de algún objeto. El
6." y 7." distaban 6 vairas del 5." a mas profundi-
dad, y en tal posición que el último tenia la cabe-
za a los pies del 6.", formando ambos cruces con
los dedos y los rostros en el mismo ademan que
el 5.". Estos entraron a la mina prevenidos de lu-
ces y de saquillos para robar metales la noche del
sábado 23 del espresado mes y dejaron uno fuera
de ella para que observase si se acercaba jente al
cerro y viendo que ya aclaraba el dia siguiente,
se retiró v estuvo a la mira de las resultas.»
VI.
La anterior es probablemente la relación exac-
ta del caso, pero los mineros, jente adicta a lo
— 209 —
misterioso que vive en eterna noche emparedada
en las entrañas de pedernal de la tierra, inventaron
una leyenda según la cual el que hacia cabeza en la
banda de nocturnos hurtadores, i cuyo nombre lue-
go sabremos, habia ajustado pacto con el diablo....
En consecuencia, pro tejido por el último el exco-
mulgado entraba todas las noches a robar oro,
«montado en un cardón», al que azuzaba para ha-
cer su jornada gritándole incesantemente — Arre
diablo!
Pero habiendo convidado a algunos de sus com-
pañeros en la noche mencionada para participar-
les de su hallazgo i de su impunidad, olvidó pre-
venirles lo del pacto; i sucedió que al resbalarse
uno de los mineros esclamó: — Ave- María purísi-
ma! i sin mas que esto el demonio, que andaba en-
tre ellos en figura de cardón, reventó instantá-
neamente abriendo ancho agujero en la bós'eda
de la mina por el cual escapóse el espíritu infer-
nal, dejando muertos al estallar a todos sus cóm-
plices, que se hallaban no solo en pecado mortal
sino en delito infraganti de hurto de oro.
VII.
A la terrible aventura que conmovió entonces a
todo el país mas que la catástrofe de la Compañía,
sucedió naturalmente la leyenda i a la leyenda el
romance que en celebradas rimas escdbió el le-
LA. E. DEL O. . 27
— 210 —
go chileno Bernardo de Guevara, poeta contem-
poráneo, i que vivia todavía en Lima por el año
de 1824, ya mui anciano. I como esta troba es de
fama universal en los asientos de minas de la re-
pública, vamos a copiar aquí algunas de sus prin-
cipales décimas descriptivas del suceso, porque no
todo ha de ser positivismo en el amarillento pára-
mo en que se cria el oro.
Todo lo contrario. Para que la lira de la poesía
sea sonora al viento i grata al corazón i al oido,
ha de ser lira labrada de oro, por aquello del poeta
herrero de Madrid que contestó a Felipe IV cuan-
do le interrogaba sobre su estro poético.
— ((....Dícenme que viertes perlas....
— Sí, señor, mas son de cobre
I como las vierte un pobre
Nadie se baja a cojerlas....»
I sin mas que este preámbulo, pasamos a reci-
tar las estrofas del oscuro lego chileno, que fué en
su época el «padre Gal vez» de su comunidad i el
herrero de Felipe IV....
VIII.
Viendo que la media noche
Mediaba su curso lento,
De sus pajizos albergues
I sus mal mullidos lechos
Salieron pisando horrores
— 211 —
Como lo habían dispuesto
Siete inquilinos peones
Cuyo laborioso empleo
Era de ser en las minas
Apires i barreteros.
El uno es Andrés Gallardo,
Rejis i Manuel Carreño
José Piñones i un Tapia
Con otros dos compañeros.
Xavier Soriano, i José
Lugo que habian dispuesto
Robar en aquella noche
La mina del Bronce viejo
Llamada asi porque tieno
Su piedra el color bermejo
I lo mas como el imán
Cristalizado i broncero.
Mas es tan grande el caudal
Del oro que tiene dentro
Que a robar en algún ojo
De metal, que descubrieron,
0 alguna puente, o estribo
Se determinaron estos,
Habiendo pactado ser
Con un profundo recreto
Para su seguridad
Arpocrates de si mesmos,
1 atropellando temores
Sobresaltos i recelos
Que son de la culpa siempre
Bastardos hijos del miedo.
Llegaron pues a la boca
De la mina, cuyo seno,
Parece que de! abismo
— 212 —
Es un lóbrego bostezo
En fin entre tantas ansias
Temores i desconsuelos
Poseídos de tanto espanio
Los delincuentes murieron
I de su terrible juicio
Lo que fué no lo sabemos;
Solo si la po itura
En que quedaron los cuerpos.
Do^, que con las cruce 5 hechas
Tenían los rostros vueltos,
Pasados i en ademan
De un tímido movimiento
Los otros tres que tenían
Inclinada obre el pecho
La cabeza, con el rostro
Vuelto como los primeros.
El otro estaba sentado
En un recodo pequeño.
I el último en una puente
Estaba de bruces puesto.
I es esta la misma forma
En que los hallaron, luego
Que por el balcón de oriente
Los matutinos reflejos
Crepúsculos precursores
De la luz aparecieron
Cosa de las nueve i media
Entró (l)con dos compañeros
El uno Manuel del Pino
(1) El mayordomo,
— 213 —
Otro un esforzado arriero,
Que fué quien primero vio
A Manuel Carroño muerto
I los tres certificados
Del caso reconocieron
Que aquel que estaba de bruces
Era difunto: i con esto
Saliendo despavoridos
Avisaron al momento
A don Nolasco de Unieres,
Juez comisionado, i luego
Juntando bastante jente
I a la mina descendiendo
Los miserables despojos
De la muerte conocieron
Que sin herida ninguna
Los siete estaban ilesos.
Mandó el juez que los sacasen
I a la plaza del asiento
Los llevasen donde al punto
La noticia dio corriendo
De unas en otras personas
Con mui diferentes ecos
Con temerosa impresión
Parece que iba diciendo:
— «Venid a ver la justicia
Que quiere hacer el Supremo
Como señor absoluto
Juez de vivos i de muertos,
Venid a ver la justicia
Preparada para aquellos
Que quebrantando la lei
Roban caudales ajenos
Venid, oid la sentencia
Justa que se intimará presto
— 214 —
Contra los falsos tratantes
Mercaderes usureros
1 hacendados que retienen
Del jornalero el dinero
I lo precisan a que
Por su sudor i desvelo
Reciban jéneros malos
Por exorbitante precio.
«Venid, aluínnos de Baco
Plebeyos i caballeros
Que en embriagueces tenéis
Cifrado vuestro contento,
Venid, j ugadores grandes,
Maldicentes i blasfemos
Que empobrecéis las familias,
Que perdéis todo el comercio,
I a vuestros hijos dejais
A mendicidad'sujetos.
Supuestas pues estas cosas
Que de antemano dijeron
Profetas i evanjelistas.
Vuelvo a deciros: si ciertos
Justos i severos juicios
Hai en estos siete muertos.
Desde luego os notifican
Se acerca el dia tremendo
De la muerte que será
Eterna en los que queriendo
Permanec 3r en sus culpas
Despreciaran este ejemplo.
Oyeron pues estas voces
Palparon este portento,
I temieron el castigo
Los petorquinos mineros
-215 -
1 después de medio dia
Que los difuntos tuvieron
A la vista, se les hizo
Un decentísimo entierro
I la fama voladora
Con sus ecos vocingleros
Por todas partes llevó
La noticia del suceso.
I moviendo el corazón
Del poeta, dispuso en verso
Dar al mundo la noticia
Para el aprovechamiento,
I suplica humildemente
Le perdonen los defectos.» (1)
IX.
No daremos aquí cuenta particular del mineral
de oro de Hierro Viejo, que parece fué de placeres
i lavaderos mas que de minas de pozo; ni de los de
Pupio, asiento aurífero no lejos de la célebre mi-
na de las Yacas de que habla Humboldt i que en-
riqueció hasta hace pocos años a la honorable fa-
milia illapelina de los Montes i Solar; ni de las
minas de oro de Peldehue, hacienda de don Die-
(1) Esta famosa poesía popular fué publicada en Santiago
en 1824 en un pequeño folleto, hoi sumamente raro, con el título
de Romance de los siete ladrones, por el impresor Pérez en la
imprenta llamada de Valles. — Según Carvallo, la mina del Bron-
ce Viejo en que esto pasó era de don Martin de Brito; pero se-
gún la publicación referida pertenecía a doña María del Rosario
Munchástegui.
— 216 —
go Portales, ni de las minas de Longotoma que
daban ya materia de charla i hasta de pleitos en
los tiempos del Señor de Mayo i de la Quintrala,
señora feudataria de la Ligua i Longotoma (1).
X.
Por análogos motivos no nos ocupamos en el
presente capítulo de la antigua riqueza de la Li-
gua, revivida hoi por la empresa norte-americana
titulada — Ligua Mining Company, porque de es-
te punto especial trataremos cuando habremos de
reproducir, un tanto rejuvenecida, nuestra escur-
sion a los placeres auríferos de Gatapilco en 1878.
Agregaremos, al presente para no dejar nada ol-
vidado, que la famosa mina Amazonas que dio
(1) En el archivo jeneral de Santiago existen los autos de
un pleito sobre cierta mina de oro ubicada en el «Asiento de
Longotoma» i que ventilaron ante el diputado i juez de minas
don Pedro de Mena ea 1637 dos mineros llamados don Pedro
de ürquieta (apellido de minero todavía) i don Domingo So-
riano, apellido de uno de los siete mineros de la Vision del
Bronce i que ahora vuelve a aparecer entre los descubridores de
Lebu.
En los legajos correspondientes al escribano Hinostrosa, que
funcionó un siglo mas tarde, existe también un poder otorgado
el 21 de octubre de 1742, «en la jurisdicción del asiento de
Santa Cruz de Petorca.D Fué eáte el primer nombre de esta
ciudad que once años mas tarde cambió el presidente Ortiz de
Rosas, denominándolo, en honor de su esposa, Santa Ana de
Bribiesca.
— 217 —
oríjen a fines del siglo pasado al asiento de minas
de la Placilla de la Ligua, dentro de la hacienda
i marquesado de Pullally, se halla también en ma-
nos de una compañía norte- americana que se ocu-
pa de desaterrar su socabon abierto en cerro re-
blandecido, i a tiro de piedra en la banda norte
del rio de la Ligua del camino real que de la ca-
pital conduce a Coquimbo.
XI.
El departamento de Qaillota, que pertenece
también a la rejion central, fué abundante en mi-
nas de oro durante el siglo XVIII, pero de ese
punto, como del oro de Limache i de Yalparaiso,
habremos de hablar en nuestr¿is escursiones iné-
ditas a las quebradas de Maleara i Alvarado. No
pasaremos adelante, esto no obstante, sin decir
que en 1744 existian en trabajo en el partido de
Quillota, que llegaba por el norte hasta el Choa-
pa, no menos de 36 estacas de oro, — «fuera de los
relámpagos (así dice el tesorero Madariaga que
apunta esta noticia) de muchos que a cuatro dias
se desaparecen i llaman de cabeza, porque a corto
trecho o se pierde la guia o dan en agua.»
Otro motivo agrega • el estadista del obispado
de Santiago para esplicar el poco rendimiento de
las minas de Quillota en su tiempo; i era éste el de
la «pereza de sus pobladores i la poca jen te que
LA E. DEL O. 28
— 218 —
abunda (sic) en el reino, su flojera i ramos que
tiene en que divertirse, que junto con la abundan-
cia de él, se les da muí poco en trabajar o no.»
No debia ser sin embargo ni tanta la pereza de
la jente, ni los ccramos de divertirse» en que los
colonos gastaban su vitalidad durante la mitad
justa del año i del siglo, ni la «escasez de brazos
que abundaba en el país», por cuanto tenemos a
la vista iorijinal la correspondencia de un cambista
de oro establecido en Quillota para el rescate de
esta pasta en el último tercio del siglo pasado, es-
pecialmente en los años de 1767 (el de la espul-
sion de los jesuitas) a 1769; i en cada una de sus
cartas acusa remesas que sumadas en una serie de
meses importan no solo arrobas sino quintales de
oro en polvo i en pellas. (1)
(1) Correspondencia de don José Avaria, administrador de
estnnco de Quillota a su hermano don Francisco Avaria, rico
comerciante de Santiago que le habilitaba para la compra del
oro.
Hé aquí algunas partidas asentadas en sus cartas: (remesas
de 1767) — una libra de oro — (otra) 210 castellanos— (otra) —
317 id — (otra) 425 id— (17G8)— oro de Petorca 203 castellanos
— oro de id — 306 castellanos i 22 pellas— oro de Illapel 359
castellanos — (1869) una remesa de 2 libras i 20 castellanos
de oro, otra de 3 libras, otra de 530 castellanos, otra de 689 id,
etc. I esto era casi todas las semanas.
— 219
XII.
En los actuales departaniontos de San Felipe,
los Andes i Piitaendo, no escaseaba tampoco el
oro, el jeneroso «oro de Canconicagaa» de que
habla don Pedro de Valdivia i el padre Ovalle, el
cual se infiltraba por la planta de los pies a sus
bizarros hijos... Hablando de Catemu en su Diccio-
nario jeográfico el señor Astaburuaga, dice que en
esa valiosa hacienda «i en sus contornos han exis-
tido ricas minas de oro». Otro tanto observa el
mismo autor con respecto a la aldea de Caleo si-
tuada en una meseta al pié del cerro del Eoble
entre Tiltil i Llay-Llay. Hoi mismo venden sus
habitantes un poco de oro a la Moneda con el
nombre de (coro del Roble.»
XIII.
Prosiguiendo en consecuencia desembarazados
nuestra tarea que va siendo, etapa por etapa, i ca-
si sin alojamiento, el itinerario del oro, pasamos
de lijera por el departamento de Santiago, que solo
ha tenido un mineral de fama, el de Tiltil, si bien
no ha faltado quien denuncie minas de oro en el
peñón de Santa Lucía (1872), solicitud que fué
denegada aunque se probó que allí habia íiabido
— 220 —
traba]os. — ¿I a dónde irá el buei que no are i el
hombre que no desaterre el oro?
En aquel mismo año se denunció, en efecto, una
veta de fierro en un solar de la calle de Agustinas/
i esto que faltaba todavía una larga era para la
aparición de Paraff...
En cambio de la esterilidad del terreno de alu-
vión de Santiago, lia sido fértil en oro el de Meli-
pilla, especialmente en las serranias de Lepe, Ca-
ren i el Colliguay, que en unas ocasiones, (según
las proximidades de la sierra) alimentaban los
trapiches de Limache, i en otras el del Curacaví,
cuyas ruinas vimos en nuestra niñez junto al estero
que corre por la hacienda del mayorazgo i feuda-
tario don Pedro Prado de la Canal, quien dejó su
nombre al trapiche, a la hacienda i a su cuesta.
Curacaví no nació, como se ha creido, de las
carretas sino del oro, como nació Casablanca.
Cuando el virei O'Higgins labró las carreteras de
las cuestas en 1795 ya corrían muchos trapiches
de oro en la vecindad de esos lugarejos i se habla-
ba hasta hace poco del oro de Tapigüe que trabajó
don Juan de Vargas (no el novelesco de Navarin,
sino el verdadero de California i la Tierra del Fue-
go); el oro de Llampaico; el oro jesuítico de las
Palmas i el oro de las Dichas, que no es desdicha-
do apelativo para quien busca tan escondida i casi
impalpable sustancia,
— 221 -
XIY.
Como en el llano intermedio i sus ramificaciones,
nacieron del decreto del oro las aldeas ya nombra-
das, así en una áspera montaña de la provincia de
Santiago que mereció de los indíjenas por su cerril
fragosidad el nombre de «El Infierno)) (Alhué)
surjió también una pintoresca aldea que hoi llora
sobre los vestijios de sus innumerables trapiches,
convertidos en asiento de paseo, su pasada gran-
deza.
Encontrados los veneros de oro de aquella mon-
taña fronteriza por el poniente al pueblo de
Rancagua, mas o menos en la misma época que
que las de Petorca (1739), llegaron a tener una
verdadera opulencia a fines del pasado siglo, cuan-
do el fundador de la villa don DiesfO de Gamboa,
jeneroso como minero de oro, la delineó a sus es-
pensas, en 1776, en memoria de lo cual pusimos
nosotros a su plaza un siglo cabal mas tarde, su
nombre i su plancha, la cual habria merecido ser
no de quebradizo fierro sino de oro reluciente.
XV.
Señalábanse en 1792, año en que se hizo una es-
pecie de estadística jeneral de las minas de Chile,
en el cerro titulado de la Leona, que desde la pía-
— 222 —
za de Alhué se divisa como plomizo páramo, la
famosa mina del Escarpe, descubierta en 1755 por
un minero que no tenia «donD, i se llamaba Ig-
nacio Brito, como el de Peto rea, pero que debia
poseerlo mas tarde con la agregación de asia, por-
que el escarpe le produjo sesenta mil pesos.
Hallábase esta mina, por escepcion, en cuerpo
de cerro blando como la del Toro en AndacoUo, i
era preciso trabajarla con gran costo enmaderán-
dola. En 1792 tenia tres labores de pobre lei (de
20 a 25 pesos cajón), dos de ellas de doce estados
de profundidad i la tercera de treinta estados.
XYI.
Fueron también riquísimas las minas del Agua
fría (hacienda que fué de don Juan Estephany,
llamado por sobrenombre «el diablo», sin saber
sin duda lo que significaba Alhue) la cual habia
descubierto en 1756 don José Zúñiga i trabajaba
varios años hacia don Francisco Madariaga. — Era
mina mui sobresaliente, jeneralmente de lei de
cien pesos por cajón, pero su producto solia ascen-
der hasta dos mil pesos, lo que favoreció a tal
punto a su dueño ya nombrado, que en pocos años
dispuso de una fortuna de cien mil pesos, equiva-
lente a un largo millón en la actualidad. La mina
de don Ambrosio Aransiora produjo hasta 1790
mas de ochenta mil pesos i la del alto de Salinas
• __ 223 —
de don Juan Ugarte, descubierta en 1768 mas de
setenta mil. (1)
Un poco al occidente de Alliué existe la hacien-
da de secano i ancha quebrada de Caren en la
cual se saca también oro, aun hoi dia, siendo de
notar que este nombre indíjena de Caren va casi
siempre asociado a minerales de oro, plata, cobre
i aun de lapizlázuli. Así al menos se observa en
el paraje de este nombre situado en el departa-
mento de Ovalle, en el Caren de Melipilla i en el
de Rancao-ua. En el Caren de Ovalle abunda el
lapizlázuli, de tal suerte que habiéndolo llevado
por quintales a Europa un señor Aracena, según
(1) Tomamos estas noticias de un manuscrito titulado — Re-
lación histórica, de las minas del actual laboreo que mantiene es-
te partido deRancagua, enero de 179¿.— Sehace en él referen-
cia a 50 minas de oro i se lee en su testo esta nota: «En este
partido no hai laboreo de minas de plata ni cobre, por lo que no
van muestras de estos metales, si solamente de oro.»
En otro manuscrito de 1790 encontramos que se computaban
en esa época 100 minas de oro, situadas al sud de Santiago, 26
en Rancagua, 2-4 en Alhué, i éstas últimas hacen las 50 ya men-
cionadas. Esas minas produjeron en ese año 2,581^ libras de oro,
rendimiento que en 1825 habia decaído a 158 libras.
En 1806 se ensayó en la Moneda una muestra del mineral
micáceo de la mina de las Animas, 18 leguas distante de Ran-
cagua, que reudia de 20 a 21 onzas de oro por cajón, pero solo
de lei de \Q a 17 quilates. Otra muestra de pirita ferrujinosa
aurífera del cerro de la Leona Vieja rindió lei de 6 a 7 marcos
por cajón, con indicios de contener algún cobre en combina-
ción.
— 224 —
el iiitelijente escritor Juan de la Roca, lo hizo de-
caer de precio como cosa vil, o poco menos.
XVII.
Al sur del Cachapoal las minas auríferas esca-
sean. En el valle de Nancagua fueron abundantes
en tiempo de la conquista i aun en los de doña
Elena Valladares, fundadora de la placilla de aquel
nombre i cuya casa de corredores, mas vetusta que
los siglos, todavia se muestra. I aun a orillas del
Maule trabajaron los primitivos castellanos minas
de oro desde la conquista, porque en su paso por
aquella rejion solitaria desbarató Lautaro una fae-
na que allí tenían los secuaces de Valdivia, proba-
blemente en el Cerro de las minas que da frente a
Talca.
Fué también ése el primer escarpe de la famo-
sa mina del Chivato que enriqueció a los Zapatas
de Talca i que según don Pedro Lucio Cuadra
produjo desde 1775 a 1797 cuatro millones de pe-
sos en oro. Su rendimiento decayó rápidamente
con su hondura, que según la creencia de los mau-
linos atraviesa, a manera de túnel, por debajo de
su rio, así como la de Chuchunco que con escaso
provecho usufructuó para la Casa de Ejercicios de
Talca, por donación de uno de sus dueños, el obis-
po Cienfuegos. (1)
(1) Hemos visto en poder de don José Francisco Opazo el li-
— 225 —
El desmedro de las minas del Chivato no ha
sido 23roducido, sin embargo, por agotamiento, si-
no por una causa jeneral que ha paralizado mu-
chas ricas faenas en Chile. — La inundación. A
cierta profundidad las labores daban en agua i en
aquel tiempo se carecía de todo medio de estrac-
cion, escepto el capacho. Sin embargo, en 1839 se
hizo un imperfecto desagüe del Chivato i en tres
meses se sacaron 80 mil pesos. En 1868 se traba-
jaban todavía en ese mineral siete labores i aun hoi
mismo, según entendemos, se las esplota. El cerro
de las minas, desde cuyas faldas muchos «aficio-
nados» (hoi llamados cucalones) presenciaron la
batalla de Loncomilla, el 8 de diciembre de 1851,
dista siete leguas de Talca.
XVIII.
El abate Molina, entusiasta por su patria, que
era entonces Talca, porque el ilustre sabio nació
en el delta del Maule i el Loncomilla, refiere varios
hallazgos riquísimos de oro ocurridos en su tiem-
po, i entre otros cita el de un tal Basso que aran-
do un campo descubrió un manto copioso de oro,
i el de un tal Tiznado, que abriendo una acequia
bro de cuentas que llevaba el señor Cienfiiegos de los rendi-
mientos de la mina Chuchunco, por los años de 1820 a 1835, i
rara vez posaba aquella de dos mil pesos libres al año.
LA E. DEL o. 29
— 226 —
de regadío en Huilquilemii cerca ele Talca, desen-
terró, como el molinero del capitán Sutler en Ca-
lifornia, al abrir el cárcamo de un injenio, un ver-
dadero campo de oro. Por su parte Tiznado sacó
cincuenta mil pesos de aquel placer o manto su-
perficial de oro.
Pero en jeneral i esceptuando el oro de Guayeco
i de la hacienda allí vecina de los Tajos (hoi pro-
piedad de un señor Urzua), (1) hacia el poniente
del departamento de Talca, la hoya del Maule
ha sido hasta hoi reputada comparativamente po-
bre en oro, i de ella decia el tesorero Madariaga
en 1744 estas palabras:
«En este partido i su jurisdicción hai algunos
lavaderos de oro que con mucha dificultad i tra-
bajos no correspondientes a él, se juntan algunos
castellanos, i en el partido de la isla (del Maule)
se han descubierto algunas minas de corta fama, i
su utilidad la suficiente para proseguir sus labo-
res. De los demás metales de plata, cobre i demás
no se tiene noticia porque sus naturales no se in-
clinan a este trabajo.»
XIX.
Ko entra en nuestro propósito de comprobacio-
(1) «La villa de Guayeco contiene lavaderos de oro, que en
época anterior eran ricos, especialmente en los terrenos llamados
los Tajos. :!>-'{ Asi ABURVAGÁ., Diccionario Jeográfico de Chile.)
— 227 —
nes lugareñas, al menos por el presente, pasar mas
allá del Maule, puesto que ya en varios capítulos
anteriores hemos consagrado bastante espacio a
la rejion aurífera de la zona del sur, i por esto
nos limitamos a decir que en diferentes épocas se
ha esplotado el oro, si bien en comparativa esca-
sez, en Cauquenes, en Rere, en la Florida, en Las
Pocillas, donde el jeneral i presidente Prieto, tra-
bajaba este mineral, llamado así en razón de sus nu-
merosas catas de oro, por los años de 1830 a 35, i
el mineral de Niblinto en las cordilleras de Chi-
llan, que acaba de cerrarse con tan lamentable
mal éxito para sus habilitadores, si bien esplican
algunos la causa del malogro por defectos inhe-
rentes a la esplotacion, que no son del todo insub-
sanables, allí como en Catapilco. (1)
De todas suertes, parécenos que con lo que pro-
lijamente hemos ido caminando, descubriendo i
narrando al lector interesado o simplemente cu-
rioso, sobra para probar que este pais ha tenido i
tiene todavía entrañas de oro que la mano del
hombre ha desgarrado sin convseguir agotarlas
(1) El mineral de las Pocillas, situado una legua al norte de
esta aldea i a cinco o seis de Quirihue, en el departamento de
Itata, es el mismo de íJuülipatagua, de que tanto hablan los
escritores del siglo pasado Fué descubierto por el año de 1730
a 740, mas o menos, al mismo tiempo que el mineral del
Chivato i el de Alhué, i por esto dice Molina de él que era co-
mo los dos últimos «:de receuto scavameuto.»
— 228 —
en sus mas recónditos o mas superficiales cria-
deros (1).
I así, por nuestra parte, creemos haber dejado
cumplida nuestra tarea demostrativa en corrobo-
ración de los datos sacados de los libros de la ca-
sa de Moneda de Santiago i de aquel famoso di-
cho de Pedro de Valdivia, según el cual el Reino
de Chile era todo «una mina de oro». I como a
tal le pusieron nombre i título de «Reino», cual
el «Nuevo Reino de Granada», quedando Méjico,
el Perú i el Rio de la Plata reducidos a la condi-
ción de simples «Vireinatos.»
XX,
Cúmplenos ahora verificar las mismas demos-
traciones ofrecidas, por el ancho método de la cien-
cia i de la estadística universal.
De cualquier manera que sea i por cualquier ca-
mino que vayamos al oro, sea que le fundamos en
crisol de humilde greda nativa o en delicada co-
pela de arcilla inglesa refractaria; sea que lo en-
sayemos por la via seca o por la via húmeda,
(1) No hemos hecho mención en esta revista aurífera del
norte i del centro de Chile, de ciertos conocidos minerales, com-
el de Yaquil, las tierras auríferas de Peñuelas, etc., por per-
tenecer su mayor rendimiento conocido a una época posterior i
casi contemporánea, de que hablaremos mas adelante.
— 229 —
siempre resulta que Chile ha sido pais riquísimo
en oro, i tal vez en su tanto i dadas sus condiciones
de población, estension i carácter, el mas cuan-
tioso del mundo, sin esceptuar a California, ni a
Australia ni al Ofir de Salomón.
CAPITULO VIII.
CHILE CONSIDERADO COMO EL PRIMER PAÍS PRODUCTOR
DE ORO.
DE LA AMERICA I DEL MUNDO ANTES DEL
DESCUBRIMIENTO DE CALIFORNIA.
La estadística del oro del nuevo mundo. — Cálculos de Sancho de Moneada
i Pedro de Navarrete sobre los metales preciosos importados de Amé-
rica a España en los siglos XVI i XVII. — Períodos de producción i es-
portacion que establece Humboldt hasta principios del presente siglo-
— Cálculos de Marcoleta i de Robertson, de Carapomanes i de Pezuela.
— Estudios i estadística de Chevalier sobre el oro i la plata en el Nuevo
Mundo hasta 1846. — Parte principal que en todas estas demostraciones
se asigna al oro de Chile. — Por qué el nombre de esta colonia no figura
directamente en los primeros siglos, sino como un apéndice anónimo del
Perú. — Humboldt es el primero que hace justicia a Chile como país pro-
ductor de oro, i lo coloca mucho mas arriba del Perú i de Méjico. — Chi-
le produce tres veces mas oro que el Perú. — Comparación de la casa de
Moneda de Chile con las de Popayan, Potosí i Lima, según datos inédi-
tos, i cómo la primera ha sobrepujado a las otras en el oro. — «Una onza de
oro» de la casa de Moneda de Lima. — Demostraciones del viajero ingles
Helms i de Humboldt. — El acarreo del oro de Chile desde el Callao a Cá-
diz i flotas prodijiosas de metales preciosos. — Estadística de Chevalier
sobre el oro de Chile. — La lejislacion española sobre el oro como de-
mostración de su producción jenuina i verdadera.
«M. Pluch, il P. Bufñer, ed altri scrit-
tori francesi, e inglesi afferifcono, che l'or
del Chili e il piü puro, e il piü pregevole
del mondo».
«Quefto Regno de Chile é abbondante di
miniere d'ogni fpecle, ma fpecialmente
d'oro, di raine. Le miniere di quefta fpecic
231
fono coinuniffime: Coquimbo, Copiapó e
Guafco hauno rainiere d'oro ildi'cuime-
tallo viene per eccellenza chiamato Oro
Capote, effendo il piú pregiabile de qualun-
que altro fcoperto fin qui».
{Gazzetiere Americano).
(Autores citados por Moliü a. —Historia
naíuralle., lib. II, páj. 108).
I.
Considerable es el número de autores que en
diversas lenguas han hecho la cuenta i formado
la estadística del prodijioso rendimiento de meta-
les preciosos que el Nuevo Mundo ha tributado al
antiguo, especialmente en oro i en plata. Sancho
de Moneada, que escribió en Alcalá en 1619 sobre
los tesoros de España i de América, es el mas ve-
nerable de estos estadistas del oro. Humboldt, que
visitó con ése i otros propósitos ambas Américas,
es el mas correcto. Chevalier, el último que con-
densara tan interesante materia, antes del descu-
brimiento de California (1846), es talvez el mas
comprensivo. Después de los hallazgos portento-
sos de la Alta California i de la Australia, los es-
critores i comentadores de las maravillas cuén-
tanse por centenares.
11.
Segiin Sancho de Moneada los tesoros traspor-
tados por los galeones de las flotas en los prime-
— 232 —
ros 103 años del descubrimiento i la conquista,
es decir, desde 1492 a 1595, ascendieron a dos
mil millones de pesos, de los cuales solo el diez
por ciento, o sea solo doscientos millones, habian
quedado en España, mísero, si bien obligado puen-
te por donde pasaba el metálico a pagar la indus-
tria, el trabajo i el comercio ajenos. Estando a los
cálculos de ese antiguo escritor peninsular, i sin
contar el metal que pasaba por contrabando «o
fuera de rejistro,» según entonces se decia, la im-
portación de metales preciosos de América ascen-
día, mas o menos, a 20 millones de pesos por año.
III.
Pedro Fernandez de Navarrete, otro docto es-
critor del siglo XYII, que no es ciertamente el
gran historiador náutico del presente, llevó la
cuenta del oro i plata de rejistro desde 1519 a
1617, i obtuvo como resultado 1,536 millones, o
sea poco mas de 13 millones por año, en un pe-
ríodo de 98 años; i el célebre economista Jeróni-
mo de Ustáriz, autor intelijente i liberal que
trató sobre el comercio español i sus trabas en
su libro de la Teoría i práctica del comercio, acu-
mula la montaña de oro i plata que esplotó la Es-
paña hasta la época en que escribió (1724) en la
suma de 3,132 millones de pesos. (1)
(1) La edición de este notable libro que nos ha servido para
233
IV.
Mas metódico i mas sagaz, el ilustre Humboldt
divide ea tres épocas o cauces el raudal de meta-
les preciosos (oro i plata) que del Nuevo Mundo
fluyó hacia las costas de Europa, como si hubiera
sido aquél la corriente de marque lleva el nombre
del insigne viajero.
La primera de esas edades sucesivas, de la edad
del oro de la América española, duró solo ocho
años (de 1492 a 1500), i se limitó a la producción
del oro famoso de Cibao i las Antillas, que rendia
solo 250,000 pesos por año. La segunda época
(1500 a 1545) se cuenta durante los 45 años que
en el siglo XVI precedieron al descubrimiento
de Potosí; es decir, la época del oro de Oarabaya, del
Cuzco, del Chocó i un poco de plata de Porco i de
consultar los datos del testo, es la infolio de Madrid 1757. Según
Marcolcta que coadeasa eu su obra sobre los estableciuiieutos eu-
ropeos en las Indias (vol. I páj. 244) todas las cifras de Monea-
da, Navarretei Ustáriz, la producción i esportacion de los metales
preciosos de América a Europa ascendió eu los 248 años tras-
curridos desde 1492 a 1740, a nueve mil millones de pesos.
Pero Robertson en su Historia de la A-nérica (vol. IV páj. 152) •
disminuye la proporción a la mitad, porque afirma que en los 283
años corridos desde Colon a 1775 en que él escribió, la produc-
ción total solo llegó a 5,094 millones de pesos. Campumanea
calculaba la producción de metales preciosos de América, sin
contar probablemente el contrabando, que era la mitad, en el
mismo año que Robertson (1775), en 30 millones de pesos al año.
LA E. DEL o. 30
— 234 —
Oruro. La producciou anual no pasaba de 3 mi-
llones de pesos.
La tercera época, que fué la de los potentes sur-
jideros de Potosí, Zacatecas i Guanajuato, cua-
druplicó la producción anual de metales preciosos,
porque el sabio alemán en su reparto anual la
hace ascender a 11 millones desde 1545, en que
se descubrió Potosí, al año de 1600, i a 16 millo-
nes por año desde 1600 a 1700.
Desde esa época comenzó a decaer Potosí, pero
luego vino en su remplazo el cerro de Pasco, que,
como Huanchaca en Bolivia, es toda una masa de
plata de baja lei, que se ccestrae con palas». I con
esto, el rendimiento del siglo XVI 11 subió al do-
ble del precedente i aun al triple, porque Hum-
boldt apunta en su cuenta estas dos cifras:
De 1700 a 1750, por año, 22.500,000 pesos.
De 1750 a 1803, por año, 35.300,000 pesos.
Según el mismo autor, la producción había as-
cendido en 1802, época en que él visitó a Méjico
i el Perú, a 54.742,033 pesos. (1)
(1) El lector liabi'á parado raieütes eii qtie, con corta diferen-
cia, todos lo3 autores que haii escrito a propósito de las ri-
quezas del Nuevo Mundo están de acuerdo sobre el monto de las
cantidades rejistr acias (es decir, sin tomar en consideración el
contrabando). Moneada, Navarrete i Ustáriz establecen, en efec-
to, mas o ménus las mismas cifras que Marcoleta, Robertsou,
Campomanes i Humboldt. El moderno historiador Pezuela en
su Reseña histórica de la casa de contratación de las flotas i ga-
— 235
Y.
En cuanto a la producción de la primera mitad
del presente siglo, que marca visible decadencia,
sino en sus veneros, en la intermitente esplotacion
que de ellos se hizo desde las turbulencias de la
emancipación, i tomando en cuenta solo el oro,
asegura Chevalier que la producción de esta sus-
tancia en el Nuevo Mundo alcanzó, desde 1810 a
1845, tiempo en que escribió sa epítome sobre las
riquezas del suelo americano, a 14,934 kilogramos
que valían, conforme a la tarifa de la Casa de Mo-
neda de Paris, 51.434,000 francos, o sea unos once
millones de pesos. (1)
El estadista francés que se complacía, a ejemplo
de los divulgadores modernos, en reducir las ári-
das cifras del cálculo aritmético a figuras gráficas
i tanjibles, manifiesta que todo el oro que a me-
diados de este siglo existia en el orbe habitado,
habría cabido, como el rescate de Atahualpa en
leones, acepta, como el jeógrafo Torrente, la cifra de 5,350 mi-
llones de pesos producidos i rejistrados por el Nueyo Mundo
desde 1492 a 1807. Pero tomando en cuenta los valores que no
se rejistrahan, siempre se llega a una cifra aproximativa de
DIEZ MIL MILL0NF3 de pesos csportados en pastas de oro i plata
por la América española en los trescientos diezioclio años que
duró el coloniaje (1492—1810.)
(1) Chevalier, Des mines cVargent et il'or du Nouveau Mon-
de.—Tsltís, 1846.
— 236 —
Cajamarca, dentro de un pequeño salón de París,
que midiese solo ocho metros de largo por ocho
de ancho i cinco de alto.
Después de los descubrimientos i fenómenos
que se sucedieron desde 1848, la producción del
oro se ha mas que duplicado en 35 años, pero aun
así no llegaría a reconstruirse con su masa, ni si-
quiera hasta la mitad de su altura, la columna Ven-
dóme que Courbet derribó durante la Comuna bár-
bara i niveladora de 1871: tanta es su estraordina-
ria escasez intrínseca en las entrañas del orbe! (1)
(1) Según Laveleye, la producción total del oro de California
hasta 1861, fué 2,508 millones de fríuicos, o sea quinientos millo-
nes de pesos, i el de Australia 1,095 millones, o sea, entre ambos
países, unos ochocientos millones de pesos. Según Roswag el oro
existente hasta 1848 equivalía, en números redondos, a 14 mil
millones i medio de francos, i esa cantidad se aumentó de
1848 a 57, en 6 mil millones, i de 1857 a 71 en 9,719 millo-
nes. Es decir que el oro se ha mas que duplicado en 23 años, en
esta forma:
Antes de 1848 14,426 milis, de frs.
Después de 1848 15,723 » » »
Total 30,149 y> » »
O sea mas de 6,000 millones de pesos, que con el aumento de
los últimos diez años a razón de 100 millones por año, puede
arrojar hoi un total de siete mil millones de pesos como
total tanjible de la existencia de este escasísimo metal eu el
mundo.
— 237
VI.
I bien! De cualquier manera que se haya hecho
el reparto de la riqueza entre sus diversas zonas,
en el continente americano, Chile ha hecho siem-
pre una figura principal en la producción de los
metales preciosos i especialmente del oro, i si se
toma en consideración su estrechísima área com-
parativa, ha sido tal vez su suelo el que se ha man-
tenido a la cabeza de la línea. Porque aquí es
preciso tener presente que este pobre, remoto,
oscuro i maltratado ((Reino», nunca fué tomado
en cuenta por sí solo sino como un simple apén-
dice del Perú, como un casi invisible satélite del
país del sol: por manera que haciendo ahora es-
trecha devolución, según ha quedado demostrado
en este libro, Chile debe considerarse, por lo me-
nos como el mas rico afluente aurífero del Perú,
cual si fuera el Marañon o el Madera respecto del
Amazonas.
Como Cádiz, o mas propiamente Sevilla i su
torre del oro, que existe todavía derruida i solita-
ria a orillas del turbio i barrancoso Guadalquivir,
eran el forzoso peaje del oro de las Indias, de
igual manera, Lima i Panamá, con sus flotas de
galeones, fueron los acarreadores i esplotadores del
oro anónimo de Chile.
— 238 —
VII.
Tan cierto es esto último, que cuando los escri-
tores o viajeros peninsulares hablaban por acaso'
de Chile, lo consideraban solo como una mera
dependencia i provincia del Perú, dignándose, a lo
mas, tratarlo como una sola entidad, cuando los
ponian juntos. — «Son los reÍ7ios del Perú i Chile,
dicen, a este propósito, los navegante JuaniUlloa
en sus Noticias secretas sobre la América, tan
fecundos en minerales i plantas, que parece se es-
moró la naturaleza en enriquecerlos en las cosas
que pueden ser mas apreciables para el servicio
de la vida humana.» (1)
I como lo dijeron los dos ilustres náuticos es-
pañoles, así lo han reconocido todos los escritores
europeos que comenzaron, desde principios del si-
glo actual, a poner las cuentas a granel de los
antiguos bajo un método estadístico i ordenado.
VIII.
De esta suerte, Humboldt distribuye la produc-
ción del oro en 1803, dando en realidad a Chile el
puesto de honor sobre el Perú i aun sobre Méjico,
(1) JoEJE Juan i Antonio de Ulloa. — Noticias secretas
de América, publicadas por David Barry; Londres 1826, parte
II, cap. IX.
— 239 —
porque, reconociendo su total ele producción de
41,400 marcos de oro para el Nuevo Mundo (in-
cluso el Brasil), fija las fuentes principales de su
rendimiento en este estado comparativo:
Perú 3,400 marcos
Méjico 7,000 (1)
Chile 10,000
IX.
Solo el Nuevo Reino de Granada que con Ve-
nezuela formaba casi la mitad |del continente his-
pano-americano, superaba a Chile (18,000 mar-
cos); pero en realidad, hecha la cuenta por el área
de terrenos, la ventaja quedaba mui lejos por Chi-
le. El mismo Humboldt hace subir mas adelante
(Ij Chile ofrece en su territorio el doble i singular fenómeno
de ser al mismo tiempo rico productor en oro i en plata. El Perú
sin Potosí, sin Oruro i sin Cerro de Pasco, es decir, sin sus mon-
tañas de plata, no habria tenido la fama universal que ha al-
canzado, i lo mismo habria acontecido a Méjico sin Guanajuato,
Zacatecas i, en el presente siglo, sin Real del Monte. Pero Chi-
le ha tenido al mismo tiempo a Agua Amarga i a Audacollo, a
Arqueros i a Casuto, a Chañarcillo i a Illapel; es decir, que ha
producido el oro i plata en igual abundancia.
Respecto de Méjico, la desproporción de los dos metales era
tanta que Robertsou, citamlo a Villasenor, a fines del siglo pasa-
do, establece esta proporción enire los derechos que percibía el
rei: por la plata 700 mil pesos i por el oro solo 60 mil pesos:
es decir, que el oro producía menos entrada fiscal en la Nueva
España que los naipes, porque éstos rendían 70,000 pesos i la
bula 150,000. El derecho de gallos producía 21,000 pesos.
— 240 —
la producción del oro en Chile (1810) a 12,212
marcos (1)
(1) El eminente químico Dotneyko en su Tratado de ensa-
yes, (páj. 320), no se maestra pródigo para con Chile, pues
aumenta la producción de Colombia hasta 19 o 20 rail marcos
eu la época de la colonia, i rebaja la nuestra a 11 mil marcos.
Según esta cuenta^ Chile ocaparia el tercer lugar en la jerarquía
de la producción del oro en el Nuevo Mundo, después del Brasil i
de Colombia; pero dedúzcase la estension del territorio esplotado,
i Chile, que es al menos diez veces menor que aquellos países,
subirá por cien codos a la preeminencia.
Apropósito de la casa de Moneda de Lima, consignaremos aquí
un interesante dato práctico que debemos a la obsequiosa ga-
lantería del coronel don Demófilo Fueuzalída, comandante del
Tejimiento Santiago en la tercera toma de Lima por los chile-
nos. Este dato es nada menos una onza de oro fundida í sellada
en Lima el año memorable de 1810 í que aquel distinguido jefe
nos ha enviado, no como las famosas «pastillas de Paraf» sino
a título de amistoso i buen recuerdo.
Esta moneda es naturalmente preciosa, no solo por su metal
i su calidad jenuina de oro americano, como el que sirvió para
dorar la techumbre de Santa María la Mayor en Roma, en tiem-
po de Felipe II, sino por su venerable fecha, 1810.
Las inscripciones que contiene, traducidas mas o menos, in-
terpretativamente, dicen así:
Anverso.— .FERDiN. vii. D. g. hisp. et ind. íi. 1810.
Reverso. — .auspice. deo. i. p. lim^. in. utroq. felix.
Traducción.
Anverso. — Fernando VII, por la gracia de Dios, Rei de las
Espurias i de las Indias.
Reverso. — Con la 2)>'Oteccion de Dios, impera felizmente en uno i
otro reino. Lima.
Es posible también que las letras I. P. que siguen en el re-
— 241 —
Pero esto no obstante, la casa de Moneda de Po-
payan no sellaba en realidad mas oro que la de
Chile a fines del último siglo, si se comparan los
datos que nosotros hemos estraido de sus archivos
con los que allí tomó en persona Alejandro de
Humboldt. De 1780 a 1795, el oro amonedado en
aquella ciudad ascendía, en efecto, a 6,830 marcos
por año; i se recordará que, con cortísima diferen-
cia, esa era la misma cantidad sellada en Chile, se-
gún en su lugar quedó demostrado (1)
verso a la palabra Deo, signifiquen Imperium Peruvianun; pero
de todos modos la traducción anterior nos parece bastante fiel i
es hecha por persona competente.
(1) Según Humboldt ( Viajes a la Nueva 'España, vol. III,
cap. XI.) el producto de las minas de Chile se habia aumentado
mucho hacia a fines del siglo XVIII. En 1790 se acuñó en efec-
to en Santiago por valor de 721,000 pesos en oro i 146,000 en
plata.
De 1782 a 1786, año común, se selló solo 521,644 pesos; pero
desde 1789 a 1803, mas de 971,000 pesos.
I estas cifras, que Humboldt debió comprobar en Lima, son
las mismas que arrojau los pergaminos de la Casa de Moneda
de Santiago.
En cuanto a la proporción de rendimiento del oro por conti-
nentes, he aquí, eu efecto, las que fijaba Humboldt al principio
del presente siglo.
La Europa producia anualmente 1,297 kilogramos de oro.
El Asia solo 53 klgs.
La América 19,726 klgs.
Hablando del único territorio de la América española que a
mediados del siglo pasado aventajaba a Chile en oro, es decir,
de la Nueva Granada, he aquí como se espresaban los naveo-an-
LA E. DEL O. 31
242
X.
Igual i aun mas ventajosa demostración podría
verificarse comparando el rendimiento del oro en
tes españoles Jorje Juan i Antonio de Ulloa en su obra varias
veces citada (vol. I, páj. 176.)
«Fueía de iKs perlas tenia el reino de Tierra Firme en los
tiempos pasados el renglón del oro, que se sacaba de los mine-
rales de su dependencia, con el cual se aumentaban sus riquezas
considerablemente; parte de estos minerales están en la provin-
cia de Veraguas, otros en la misma de Panamá, y el mayor nú-
mero, los mas abundantes en metales, y los que daban oro de
mejor calidad son los que están en la provincia del Dañen, por
cuya razón han sido siempre estos los que se llevaron la atención
de los mineros; mas después que los indios se sublevaron , y se
hicieron dueños quasi de toda la provincia, fué preciso abando-
nar las minas, y quedó la mayor parte de ellas perdida, y redu-
cidas las que pudieron conservarse a solo aquellas que se halla-
ban en las fronteras, de las quales se sacan algunas cortas por-
ciones de oro; y pudieran ser mayores, si el temor que infunden
los indios con su acostumbrada inconstancia, y la falta de segu-
ridad que debe haber en su amistad, no diese motivo a que,
cautelándose los dueños de minas de los contratiempos que
pueden sobrevenirles, dejen de empeñarse en el aumento de las
tareas con la eficacia que se necesitaba para su mayor fomento.
«Aun sin estar espuestos al antecedente peligro, las de Vera-
guas y Panamá, no es mayor el fomento que esperimentan, y es-
to procede de dos causas; la una es el que los metales son poco
abundantes en ellas y el oro que dan no de tanta lei como el de
las del Darien; y la otra (que es así mismo la mas poderosa)*
que teniendo en aquellos mares el rico producto de las perlas
con que cuentan aquellas gentes mas seguras las ganancias, se
— 243 —
Chile por el que se sellaba en su casa de Moneda
como el que pasaba en igual fecha por los cuños
de la aduana de Potosí, porque según papeles ori-
jinales que tenemos a la vista correspondientes a
1780 el total del oro comprado en esa casa desde
el 1.° de enero al 31 de julio de ese año, alcanzaba
apenas a 468 marcos i el amonedado en igual plazo
solo a 1,361 marcos, esto es, casi la quintaparte del
fundido i sellado en Chile. El rezago de oro que
habia quedado del año anterior en la callana
de la casa de Moneda de Potosí, según las cuen-
tas del visitador don Jorje Escobedo, que vi-
no por esa época a Chile, i trajo de escribiente o
secretario a un joven natural de Moquegua, que
fué padre de Manuel Rodríguez, habia sido de 1,327
marcos, cantidad mínima que al precio de 128 pe-
sos 32 maravedises, importaba 170,034 pesos. El re-
zago de plata apenas pasaba del doble. A ese punto
habia llegado el paulatino decrecimiento de Potosí:
— 51,638 marcos a 8 pesos2 r, o sea 413,486 pesos!
XI.
Pero la comparación positiva i numérica (por-
que este es el sistema demostrativo que ahora per-
aplicau a él, prefiriéndolo al oro de las minas, mas costoso de
adquirir, pero no por esto dejan de trabajarse algunas, aunque
pocas, sin las que ya se han dicho de las fronteras del Dañen. »
— 244 —
seguimos) que restituye a Chile toda su pujanza
auiíferai esplica en gran manera la fama adquiri-
da a costa nuestra por el Perú colonial- -«Es un
Perú,)) — es el parangón de lo que redituaba en oro
la famosa casa de Moneda de Lima respecto de la
de Santiago.
Cualquiera, dadas las condiciones i la forma de
los dos paises, se imajinaria que la amonedación
del oro del Perú, comprendido Quito i todas las
zonas de aquel vireinato, que abarcaba la mitad de
los dominios del rei de España en el Pacífico, se-
ria diez, quince o veinte veces superior a la de
Chile. Pero sin contar con el dato ya apuntado,
que establece, bajo la fé i la inspección personal
de Humboldt, la superioridad de Chile en produc-
ción, un viajero que visitó el Perú poco después
que el sabio alemán, el ingles Helms, afirma que
el oro amonedado en la casa de Moneda de Li-
ma en 1789 importó 766,768 pesos i subió en
1790 de 6,038 marcos (1)
(1) Voy ages dans V Amériqíie méridionaU par Antoine Za-
carías fíelms. — lS15.
Hablando de las condiciones desfavorables en que se encon-
traba Chile i el Perú respecto de Méjico para la producción de
los metales preciosos, el viajero ingles, que era hombre perito,
se espresaba en los siguientes términos en la páj. 75 de su libro.
«Si le Perou, le Chili et Buenos Aires, jouissaient des mémes
avantages dont jouit le Méxiqne, je soutiens que le Pérou mé-
me, oü tout est encoré dans la confusión et le cahos, pourrait
fonruir auuellement quatre fois plus d' argent que le Méxique.»
— 245 —
Ahora véase en la pajina respectiva de este li-
bro (de la 168 a la 180) las cifras que correspon-
den a la casa de Moneda da Chile en igual época,
i se estimará lo que era en realidad este pais co-
mo productor de oro respecto del Perú.
XII.
Asombra ciertamente leer en los documentos
inéditos del vireinato del Perú la manera como
hasta en el último tercio del pasado siglo acarrea-
ban sus galeones i sus navios de rejistro por el cabo
de Hornos los tesoros reputados propiedad esclusi-
va de aquel pais, porque en sus partidas de rejistro
no se nombraba jamas a Chile ni sus puertos sino
al Callao. Desde 1761 a 1775, se trasportaron en
efecto en solo 45 cascos 71.677,526 pesos cinco
reales i un cuartillo, según la prolija cuenta de
Amat. Pero ¡cuántos de esos valores habian sido
arrancados por los oscuros i humildes colonos de
este reino a sus entrañas!
Entretanto, i como cosa digna de curiosidad, pu-
blicamos por la primera vez la siguiente lista del
movimiento naval del Pacífico en cuanto al acarreo
del oro i la plata hajo partida de rejistro (que no
era sino lo que hoi se llama el conocimiento de
embarque) i que consta de la siguiente nómina
de barcos i de millones conservada por el virei
Amat en sus Memorias inéditas depositadas en
— 246 —
la Biblioteca Nacional de Santiago, las cuales
abrazan un período de dieziseis años:
XITI.
CANTIDADES REMITIDAS DESDE EL PUERTO DEL CALLAO
A LOS DE ESPAÑA DESDE 1761 A OCTUBRE DE
1775 EN LOS SIGUIENTES N AVÍOS DE
REJISTRO:
Año 1761 La Galera Esperanza "1
» » Nuestra Señora del Pilar.,. > 4.648,899 | 5 rls.
» y) El Toscano )
» 1762 La Ermiona de S. M. (de'J
guerra) f 3 567 917 » 2^- »
j) » Los Parajes (alias) la Con- ( • ? « 4
cepcion )
» 1763 San Miguel \ 930,239 » 7| »
» 1764 La Liebre de S. M. (de^
^,5!j^^''^)-; \ 5.612,980.3 »
» » El Diamante i '
» •» El Torero , . 3
» 1766 La Ventura 1 rooA'-an. ai ^
D . Los Flaeeres j •'^•224,.60 i. 4i »
^ 1766 La Concordia \ g i27,479 d 7| i>
» » -&/ Gallardo j ' *
» 1767 La Famosa
» ■ » La Ventura
» » El Águila
» » El Matamoros } 6.588,367 » 4^ »
» y> El Toscano
» 7> El Peruano de S. M. (de
guerra)
j) 1768 Santa Bárbara. \
j> )> La Concordia... ( 4.734,871 )) U d
» » El Buen Consejo í ' *
» » El Rosario í
» 1769 El Águila ^
» » San lliguel V 5.430,911 » 4;^^ »
» s> La Ve?itura j
— 247 —
Año 1770 La Galga..
» » La Aurora
D D La Concordia > 4.543,537 | o^ rls.
» » El Hércules i
» » El Diamante y
» 1771 No hubo rejistro |
» 1772 El Sete?itrion de S. M. (de
guerra)....
» ^ ÍT/^'T^', '^- '^ V 9.163,603 » 4i D
» » ¿^/ J.5¿!mí;í? id. id / ' *
» 7> La Liebre id. id
» » «Sa?íía i?í?sa/ia id. id
» 1773 El Príncipe ")
» » ElAquUes V 5.812,500 » 4 »
» » El Toscano j
» 1774 Za Industria de S. M. ("de \
guerra) ... f 5.015,916 y> O i>
» » La Liebre m. lá í '
» » El Águila 3
» 111 o El Astuto ")
» » El Buen Consejo >■ 4.275,540 » 7^ »
» » El Hércules 3
Total 71.677,526 $ 5^ rls.
XIV.
Se habrá notado seguramente por el lector que
este proclijioso raudal de oro salia de nuestras cos-
tas, con destino muchas veces a naufragar i otras
a ser capturado por los ingleses, como las famosas
cuatro fragatas de Cádiz de 1804, en solo tres o
cuatro buques por año, i en ocasiones en menos.
En 1766 la Concordia i el Gallardo condujeron en
su bodega 6.127,479 pesos, o sea mas de tres mi-
llones cada uno. Ah! Si lo hubieran sabido los in-
gleses!....
248 —
XV.
Decíamos hace poco que parte no pequeña de
esos tesoros trasportados a España mas o menos
de la misma manera que los vapores de la com-
pañía inglesa remiten hoi a Liverpool i a Burdeos
los cueros, la lana i el trigo de Chile, correspon-
dian de justicia a la estadística de nuestro país, i
en efecto Chevalier, haciendo la distribución del
oro i de la plata con parca mano fijaba a Chile en
su estudio de 1846 las siguientes cantidades a uno
i otro metal.
Plata producida por Chile antes de 1810 —
30,0000 kilogramos: -Oro 217,000 kilogramos; o
sean 4,739 quintales 13 libras de oro directo i re-
jisTRADO, por solo 652 de plata.
XVI.
Quédanos todavía por demostrar, mediante un
cuarto método, la incalculable riqueza aurífera de
Cliile en su edad de oro, es decir, mediante su le-
jislacion sobre el oro, equivalente al contrabando del
oro; i a esta interesante tarea consagraremos el
breve capítulo que va a continuación del presente
i como su comprobación lójica i sucesiva.
CAPITULO IX.
LAS IVIERMAS DEL ORO EN GHILF.
Caisa? que fomentaron el cont rabando del oro en las Indias. — Impuesto del
¿2 por ciento. — Cómo se repartían estas gabelas. — El quinto del rei. —
Eli uno i medio de Cobos. — La quilca i graves sucesos a que dio lugar
en Chile a principios del siglo XVIII. — Protestas de independencia en
1778. — Los chilenos consiguen la abolición de este impuesto en 18Ü3.—
El impuesto de aueria i enérjicas protestas a que dio lugar. — Los mer-
caderes .santiaguinos cobran la «aparta» del oro i de la plata; pero se
oponen a que se establezca un banco de rescate — El cacuo de oro i pa-
ra qué servia — Seis causas de detrimento para la industria del oro eu
la época de la colonia. — Los pleitos. — La canr/alla i la pena de muer-
te.— Penuria i carestía de capital i de utensilios. — Falta de pn teccion
publica. — Benéfico gobierno del presidente Manso, i .sus frutos. — Bajo
firecio del oro p«r lis imperfecciones de su elaboración i las artes de
05 raercadens de Lima. — Desaparición completa de los indios de enco-
mienda.— Los precursores de Paratf —El fraile Andia i su secreto de
millones. — Los químicos Blanca i Palazuelos. — Termina con la indepen-
dencia la edad del oro en Chile, i motivos porqué continuamos nuestra
tarea mas allá de esa época i de nuestra promesa.
«L'oro é ¡1 metallo che piú abbonda nel
Chili. non vi ha, per cosí diré, un monte,
o un colle, dove non fi trovi in maggiore
o in minore quantitá; perfino fra la polve-
re delle pianure, e piú fpesso fra lafabbia
dei fiume, dci torrenti incontrafi questo
metallo.»
(Molina, Aliona iVaíuroZZfjlib, II, páj. 108)
LA E. DEL O. 32
— 250
Hemos comprobado la abundancia del oro de
Chile en sus crisoles, en sus asientos reales, en
sus ensayes químicos i en sus leyes jenerales i
comparativas de esportacion i de comercio.
Cábenos ahora la tarea de justificar nuestros
asertos, exhibiendo en sustancia la lejíslacion del
oro, es decir, sas gabelas i sus fraudes, o lo que
tanto vale, su necesario e inevitable contrabando,
resultado lójico de aquéllos.
II.
En diversos lugares de este libro hemos mani-
festado que por la avara lejislacion española el
minero de oro de las Indias iba forzosamente a
medias con el fisco, a virtud del quinto que pa-
gaba por impuesto al rei. I ya se calculará, da-
do el carácter español, indómito i enemigo de
suyo de la lei, si el minero suelto de Chile estaría
dispuesto a someterse a pagar de buena gana la
quinta parte de su ganancia a S. M.: veinte pesos
sobre cada cien!
Por esta sola causa i cortapisa el contrabando
del oro, sustancia dúctil i casi microscópica, era
universal i es apenas un dato inductivo el del oro
que se quintaba por los tesoreros reales o se com-
~ 251 —
praba por los fundidores en las casas de amoneda-
ción. Por lo que acontecia antes con el diezmo, que
no era del rei sino de Dios, quien de ello tomaría
cuenta, i por lo que acontece todavia con las bulas
que son de las ánimas del purgatorio, i las primi-
cias, que son, mas que ofrendas, trampas hechas al
altar, i no obstante las llamas vivas del infierno,
se dejará ver lo que seria aquello del veinte por
ciento del oro, la materia de mas fácil contrabando
que existe en el orbe. Don Manuel Salas, como se-
cretario del Consulado de Chile, da cuenta en una
memoria que publicó el Mercurio de Valparaiso
en 1843, que en la cordillera de Uspallata se per-
dió un correo con cuarenta mil pesos en oro que
llevaba sobre su cuerpo... Un peón o un arriero
chilenos podian contrabandear, por lo menos,
igual suma en un dia i hasta en una hora.
III.
Los viajeros españoles Juan i Ulloa estimaban
por esta razón el contrabando del oro en la pro-
porción de 3 a 2; pero Kobertson, que, era a virtud
de su nacionalidad, mas sincero i no menos bien
informado, estima que el contrabando del oro en
las Indias representaba por lo menos la mitad de
la producción. Molina iba mucho mas lejos cuan-
do a fines del siglo pasado aseguraba que la pro-
ducción del oro era de 4 millones de pesos; i bue-
— 252 —
nos motivos tendría para decirlo, convÍDÍendo no-
sotros en esto con el sabio talquino, i defendién-
dolo del cargo de «ponderativo», que por ese ca-
pítulo le dirijió su amigo el sabio Humboldt. (1)
IV.
Pero el 20 por ciento no era suficiente a la re-
jia insaciable codicia de España; i Carlos Y, na-
da mas que por agnidar a su secretario Cobos, le
regaló el iino i medio por ciento del oro, impuesto
inverosímil que se llamó «de Cobos» por su primer
usufructuario. I con esto la tasa jeneral del oro
era de 21 i medio por ciento. En Chile el ano i
medio de Cobos rendía a mediados del siglo pasado
15,000 pesos al re i.
Y.
Aplicábase esa pauta a todas las Indias. Mas
los infelices mineros de Chile se vieron forzados a
sopoitar otro jénero de odiosos impuestos locales
que alimentaban el tributo hasta un 22 por cien-
to; i entre aquellos señalaremos solo estos dos;
(1) Según Molina, el oro que en Cliile se pasaba ^or alto, o
«se estraviaba para Buenos Aires,5)estandü a la espresion del virei
Amat, ascendía sobre cuatro millonea a 2.750,000 pesos. Pero
en esta cantidad estaba comprendido el que se destinaba a víiji»
Ha, joyas i otros u^us caseros a que tan afectos eran los criollos
aniorican(^s.
— 253 —
El Humado de quüca, que erasolo un fastidio, i
el de averia, que era de uno i cuarto por ciento
sobre la plata i de medio por ciento sobre el oro.
VI.
La quüca, mas que una contribución era una
impertinencia, a virtud de la cual los tesoreros
por sellar cada tejo que se les presentaba, cobraban
cuatro reales de impuesto. I de la resistencia cons-
tante i enérjica que los santia^uinos, hijos i nie-
tos de vizcaínos i del país de los Fueros, han
opuesto siempre al fisco, se recuerda en un libro
manuscrito que nosotros tuvimos (i porque nos lo
robaron no lo tenemos hoi) un caso curioso ocu-
rrido al caballero don Domingo do Yaldés, sue-
gro del conde don Mateo Toro Zambrauo, el mis-
mo que con su injente caudal contribuyó ostento-
samente al edificio de Li actual iglesia de la Mer-
ced, donde descansan sus cenizas. I el caso fué co^
mo sÍL>;ue:
Presentó el caballero Valdés a los tesoreros
reales en un dia de noviembre de 1726, cuando no
existia sino en escondidos deseos la espectativa de
una casa de Moneda, cierta cantidad de tejos de
oro que pesaban 15, 20 i hasta 25 libras cada uno,
i por aplicarles su real sello los tesoreros exijieron
cuatro reales por tejo, a título de quüca; i do aquí
la disputa i el enojo. Siguióse en consecuencia un
— 254 ~
espediente de cuarenta fojas, i como siempre el
mercader perdió su pleito contra el rei.
Rejia este nimio pero odioso impuesto, en con-
secuencia, a fines del siglo XVIII, i en un dia de
1781 (el 11 de julio) reuniéronse airados, hace de
esto justo cien años, los comerciantes de Santiago
en casa de su presidente i juez de comercio don
José Pérez García, el historiador, i firmaron una
acta solicitando la abolición del repugnante im-
puesto de la quilca. En materia de palabras ento-
nadas contra el rei i sus gabelas no se quedaban
eortos los chilenos treinta años antes de la inde-
pendencia.
YII.
Aplicóse también al oro de Chile en el última
tercio del pasado siglo el impuesto llamado de ave-
Tía, el cual existia antes como una especie de se-
guro para el comercio jeneral de flotas i galeones.
Ocurriósele, en efecto, al comercio de Lima cuan-
do vino la famosa espedicion de Cevallos contra
ios portugueses al Rio de la Plata, prestar al rei
para este gasto millón i medio de pesos en 1777;
i a fin de resarcirse de su adelanto, i acostumbra-
dos los limeños de aquel tiempo a hacer con los
chilenos i aun con los arjentinos lo que los niños
con sus volantines, les impusieron la contribución
de medio por ciento sobre el oro.
— S55 —
Eaérjicas i hasta significativos de graves suce-
sos venideros fueron los términos en que los veci-
nos de Santiago, puestos de acuerdo con los de
Buenos Aires, reclamaron contra aquel escanda-
loso abuso del Consulado de Lima en una junta
especial que para el caso celebraron el 11 de junio
de 1775, dia, a escondidas, precursor del 18 de
setiembre de 1810.
«El consulado de Lima (así dice el acta oriji-
nal) no ha podido tenernos presente solo para coar-
tar la libertad de nuestros jiros i deprimir la esfera
de nuestras negociaciones, siempre que los celos o
los discursos le presentan oportunidad. I todo esto
sucede en fuerza de la odiosa plenitud de poder
con que hasta ahora ha oprimido a este comer-
cio, i qi¿e quiere aun mantener después del Real
Bescripto de independencia que queda referido.»
VIH.
Aludia el grave acuerdo que precede, a una real
cédula de 1767 por la cual se habia mandado crear
en Chile, a ejemplo de Bogotá i de Méjico, un
tribunal de alzada, independiente del Consulado
de Lima, el cual era una especie de rei chico del
Pacífico. Mas, el espíritu de las palabras que he-
mosjcitado, i las palabras mismas, son a la verdad,
una justificación de lo que en otra parte dijimos,
esto es, — que el oro pesó mas en la balanza del
— 25G
año X.j año por escelencia de oro, que la idea je-
neradora de la independencia. Mas, por ventura,
el oro no es también idea?
IX.
El derecho de averia continuó, sin embargo, co-
brándose implacablemente. Los arjentinos, que de
ordinario iban a nuestra vans^uardia, lo hicieron
suspender en 1793; pero en Chile se ejercitaba
con pleno vigor en 1800, año en que el Consula-
do establecido ya en Santiago solicitó su abroga-
ción. Vino esto a ser concedido solo por real cé-
dula de 22 de octubre de 1803.
X.
En un sentido diferente, pero dirijido a los mis-
mos fines de espoliacion, los ensayadores de la
casa de Moneda aplicaban al fisco (o a ellos mis-
mos) el valor de la plata que estraian del oro i
que en el metal de Chile se estimaba en una onza
por cada libra. Ya el famoso Fagoaga habia
verificado en Méjico el descubrimiento que le hi-
zo merecer el título de «marques del Apartado,»
sistema que hoi se ha llevado a tal perfección que
hasta de la moneda vieja sacan un milésimo de
oro con provecho los laboratorios de afinación
en Europa. Poro los tesoreros reales de la casa de
- 257;-
Moneda no se daban cuenta de tal maravilla, i en
junta de comercio, celebrada en la casa del mer-
cader decano don José Pérez García el 8 de
agosto de 1782, se solicito, ignoramos con qué re-
sultado, que se abonas3 por el rei la aparta de la
plata que los ensayadores sacaban del oro.
IX.
Justo es también reconocer aquí que los celos
de perro de hortelano que los mercaderes de San-
tiago mantenían entre sí, como sucedió en el caso
del marqués Huidobro, no eran parte a aliviarlos
de sus cargas, porque habiendo solicitado en 1776
el caballero don Juan José de Santa Cruz, segun-
do o tercer abuelo de un héroe malogrado, que se
le permitiera establecer en Chile un rescate de
plata i oro, en el cual los particulares habrían ob-
tenido las ventajas de la competencia, se opusie-
ron todos sus colegas en masa, apellidando mono-
polio lo que era redención.
Hubo con este motivo una acalorada junta de
comerciantes el 2[8 de febrero de 1776, en la que se
dio por argumento en contra, «la escasez de plata
seticilla», i firmaron don Lorenzo Gutiérrez de
Mier, don Domingo Muñoz de Salcedo, don Cele-
donio de Yillota, don Pedro Palazuelos, don Anto-
nio de la Lastra, don Juan Anjel Berenguer, don
Miguel Pérez de Cotapos i Villar, éste con pulso
LA E. DEL O. 33
— 258 —
trémulo de anciano, don Agustín de Tagle, el mis-
mo que vendía el fierro a precio de oro (20 pesos
por quintal), don JoséPerez García, don José Ea-
mirez i don Salvador de Trucíos, en una palabra,
la flor i nata del caudal i de la prosapia vizcaína
en Santiago de Chile. (1)
XII.
I con esto que llevamos dicho sobre las gabelas
jenerales i locales del oro, podrá el lector valori-
zar en su conciencia si los chilenos de antaño pa-
gaban con fidelidad su tributo al reí, i si era el oro
quintado solo la mitad, la cuarta parte o solo el
quinto del oro que producía de suyo la agradeci-
da i rica tierra.
Nada era por esto mas común que el oro pasa-
se directamente de la boca de la mina o de la ba-
tea del lavadero a sus dueños, i así, en crudo, en
polvo, lo llevaban hasta España en las gavetas.
Hablando el opulento comerciante don Francisco
Javier Errázuriz (abuelo del penúltimo presidente
de Chile) a un hermano que tenif^n Lima de otro
(1) El argumento déla i^lata sencilla no dejaba de tener al-
gún valimiento, porque a mediados del presente siglo no era
cosa sencilla cambiar una onza de oro en pesetas, reales, medios
i cuartillos de carita, ni aun por sucia plata de cruz o macuqui-
na. El premio que entonces se pagaba era el de dos reales por
cada 1 7 pesos, o sea algo como el uno i medio de Cobos.
— 259 —
hermano de ambos que fué canónigo (el doctor
don José Antonio Errázuriz), de las dilijencias
que para obtener su prebenda iba a hacer perso-
nalmente a España el último contra sus rivales
de oposición en la cátedra, los doctores Palacios i
Arteaga, le decia desde Santiago: — (El 20 de
abril de 1783 salió para Buenos Aires José Anto-
nio, a disputar la canonjía doctoral en Madrid.
Va con muchas recomendaciones, i lo que es mas
con harto cacao. ...d El cacao era el oro en polvo, el
mismo cacao que llevó a Roma el canónigo Cien-
fuegos; i así como el presbítero Errázuriz vino a
sentarse en el coro a título del cacao servido en
las bruñidas chocolateras de Madrid, de igual
suerte el digno cura de Talca i condueño de las
minas del Chivato, volvió de Boma unjido obispo
de Rétimo, cuarenta años mas tarde Efectos
del cacao de Chile, es decir, del oro
XIIL
Causas económicas de orden diverso pero no
menos eficaces que las mencionadas, contribuían
también de consuno a embarazar i limitar la pro-
ducción del oro i, entre otras, figuran en primera
línea estas seis:
I. Los pleitos.
II. La cangalla.
IIÍ. La penuria de capital i utensilios.
IV. La falta de protección pública.
— 260 —
V. El bajo precio del oro.
YI. La estincion de las encomiendas.
XIV.
Los pleitos, porque si los hombres, i en espe-
cial los chilenos, pelean poruña raja de leña en la
montaña o un almud de trigo en la era, o lo que es
mas común, por una cerca vieja en los potreros, por
el oro han acostumbrado matarse. — California en-
jendró junto con el oro el revólver, esto es, el arte
de matar aprisa. — «(Está también de manifiesto,
decia un acuerdo del comercio de Santiago del 4 de
enero de 1754, que si alguna miña descubre buenos
metales, la codicia de todos lo reduce todo a pleitos,
en cuya profesión se gasta mas de lo que se da.»
XV.
La segunda plaga del oro, después de la del papel
sellado, de los tinterillos i de los abogados «los
doctores Las Peñas» del coloniaje, era la cangalla,
i el robo de metales en las canchas de las minas. —
Ya hemos dicho como se perseguía este fraude en
Copiapó a mediados del siglo pasado; pero contra
la tentación del oro en polvo no hai al parecer
remedio humano. -El rei, es cierto, castigaba al
que le robaba en sus canchas, es decir, en el vo-
lante de la Moneda, con la pena de muerte. Pero
— 261 —
los pobres mineros de Chile no eran reyes para
defenderse con la horca. I era mucho que tuvieran
a su disposición el rollo.... (1)
XVI.
La tercera causa eficaz que esterilizaba la pro-
ducción del oro en Chile no era en realidad la es-
casez de operarios, que abundaba en el reino según
las palabras del tesorero Madariaga, sino con
mucha mayor eficacia su ignorancia, su falta de
capital i de utensilios, junto con la tiranía de los
cambistas 'que imponían a los infelices labriegos
la lei de su usura o su capricho. No habia compe-
tencia, porque habia monopolio.
No tenían, ala verdad, mas medios de producción
los mineros de aquel tiempo que la barreta cuando
el fierro costaba tanto como la plata, ni mas ma-
(1) «En cédula de 22 de marzo de 1786 se mandó ejecutar en
Indias la pena de muerte que las leyes de Castilla imponen con-
tra los operarios y empleados de las casas de moneda de Indias
que roban el oro o plata de ellas.
»Pero debe tenerse muy presente, que sucedido posteriormente
eu la misma casa de Méjico donde acaeció el robo que motivó la
anterior resolución, otro de unos pedazos de rieles, S. M. en cé-
dula de 11 de junio de 1792 se sirvió declarar, que la pena de la
ley de Castilla no comprende los robos de metal en ¡teísta, sino
la saca de moneda empezada y no acabada y librada por el te-
soro, y que en este delito y no en aquel debe solamente ejeca-
tarse la pena capital, conforme a la lei. d - {Leyes de Indias, nota
.3.'^ al t. 23, lib. 4.°)
— 262 —
quinaria que el trapiche primitivo, ni mas utensilio
que la batea, ni mas capital que su sudor, ni mas
cajón de seguridad que el buche de las gallinas,
preparado para convertirlo en diminutos receptá-
culos de oro cuando no eran las criadillas de los
carneros o el cañón de las plumas de ganso los
que le servían para almacenarlos...
Por lo jeneral, los mineros trabajaban personal-
mente sus labores, por temor de que los peones
les robasen el oro, como aconteció en el caso famo-
so de los siete escomulgados del Bronce de Petorca.
XVII.
Ni el gobierno jeneral del reino, i ni los avaros
correjidores de partido, se preocupaban tampoco
en lo menor de ofrecer algún intelijente estímulo a
la industria; i hai constancia de que-en tiempo del
presidente Concha, a principios del siglo XVIII,
no se podian beneficiar las ricas minas de plata de
San Pedro Nolasco en el cajón de Maipo, porque
nadie se cuidaba de hacer venir azogue de Huan-
cavélica, que era monopolio del rei i do Potosí.
Solo durante el gobierno del ilustre Manso, el
mejor i el único administrador que tuvo la Espa-
ña en Chile, con escepcion de don Am.brosio
O'Higgins, se concedió alguna atención al laboreo
i réjimen de las minas de oro, según Jo notamos al
hablar de Copiapó, en 1740. «Todas estas minas
— 263 —
de Chile, decían ]>or este motivo con justicia en
sns Noticias secretas los viajeros españoles tantas
veces citados, que en esa misma época visita-
ron este reino, estuvieron totalmente abandonadas
hasta que en los años de 1728 empezaron a ha-
cerse en ellas algunas labores: estas fueron ade-
lantándose poco a poco, i entrando la emulación
entre aquellas jentes, procuraron poner corrientes
muchas de las que estaban entregadas al olvido i
a la omisión.» (1)
I esta era la cuarta causa del abatimiento de las
minas de oro.
XVIII.
Figura como la quinta causa del atraso de la
producción en suelo tan rico de suyo como el de
Chile en pastas metálicas, el bajo precio que en
primer término los cambistas locales i en seguida
los mercaderes de Lima pagaban por su rescate de
oro al infeliz minero, a título de que el metal no
era bastante puro i acendrado, o porque en reali-
dad los mineros de aquel tiempo no sabian resfo-
gar sus pinas por los métodos adelantados que hoi
se emplean. Uno de los medios mas usuales para
(1) Obra citada, páj. 568. — Según Madanaga,lo8 quintos rea-
les que antes de esa época estaban arrendados en el obispado de
Santiago en la miserable suma de 4,50o pesos, se remataron por
algo más del doble, esto es, por 9,188 pesos duante el gobierno
de Manso.
— 264 —
dí^jDurar el oro i estraer el azogue de la amalgama,
era escupir con tabaco las pellas al machacarlas en
una piedra, a fin de «botar las mugres;» i por este
beneficio, que muchos practican todavía, se com-
prenderá cuan intenso era el atraso de la industria
del oro i cuan crecidas sus mermas. No por esto
dejaban de lucrar con él el minero, el cambista lu-
gareño, el mercader de la capital o del puerto, el
naviero i, sobre todo, el feudatario limeño. A la
verdad, era Lima en esos años el pozo i el arca
que absorvia toda la sustancia de este suelo escla-
vo suyo, que hoi se ha trocado en vengador i en
señor. — «No es obstáculo la merma del oro, de-
cían a este propósito los autores de las Noticias
secretas de América, para que queden ganancias
mui suficientes para los que compran oro en Chi-
le i lo llevan a vender a Lima.»
xrx.
La sesta causa que influyó, aun dentro de la co-
lonia i de sus escasísimos medios de esplotacion,
en la disminución del oro, fué la casi absoluta es-
tincion queesperimentó el trabajo servil por el aca-
bamiento total de los indios de encomienda desde
la medianía del siglo XVIII. En un artículo que
en 1878 publicamos sobre el orijen del nombre de
Chile (1), dimos cuenta de la mísera condición que
(1) Eelaciones Históricas. 1.* serie.
— 265 —
arrastraban a principios del presente siglo los pue-
blos de indios, que mas bien debieron llamarse «co-
munidades de libertos.)) Mas para que el lector se
forme una idea dv^ los estragos que hablan hecho
en la raza indíjena desde Copiapó al Maule las vi-
ruelas i el látigo, la codicia i el oro, será suficien-
te recordar aquí el dato iuédito que apunta el
tesorero Madariaga en su relación citada, según la
cual, en 1744 los mayores feudataríos de Santiago
tenian en sus haciendas indios de encomienda en
la forma que vamos a espresar. — El marques de
Villapalma, don Diego de Encalada, 33 indios en
Codao. Don Diego Salinas, en la Angostura de
Paine, 3. Don José Aldunate en Chada, 4. Don
José Nicolás de la Cerda, 3, i don Juan Francisco
Larrain en Acúleo, un indio.... I en esto hablan
venido a parar los diez mil, los veinte mil, los cien
mil, ios «doscientos mil indios de encomienda)) i
sacadores de oro de que hablan los viejos cronis-
tas en diversas comarcas de Chile!
XX.
No concluiremos este capítulo, destinado mas a
las curiosidades del oro que a su producción i a
su estadística, sin mencionar siquiera algunos de
los predecesores que en materia de inventos o de
hallazgos de oro tuvo el insigne químico alsaciano
don Alfredo Paraff en el último tercio del siglo
LA E. DEL O. 3-4
«inconvertible» en que vivimos. T entre los pri-
meros de aquellos augures de las ciencias incóg-
nitas figura un fraile que no es ni el que inventó
la pólvora en Friburgo ni aquel famoso cura
de Potosí, Alonso de Barb-i, por cuyo libro ofre-
cieron, en la época de la aurífera locura, hasta cinco
mil pesos, por tenerlo, i hasta mil solo por leerlo
en veinte i cuatro horas (histórico), sino un astuto
monje de Santiago llamado frai Domingo de An-
dia, quien, deseando probablemente ir tcde guerra»
a España, es decir, sin pagar pasaje en los galeones
del rei, ahorrándose tres mil ducados, que era el
precio de un camarote con derecho a dos años de
ración, escribió a S. M. una carta por el año 1618,
anunciándole que, si lo llamaba a sus reinos, le
revelarla un secreto por el (iual lucrarla su exhaus-
to er¿irio dos millones de ducados en cada año i por
término indefinido.
Era el soberano austríaco de aquella época el
beato don Felipe III; pero no cayó en la trampa
del fraile mercedario con la fixcilidad que otros
en la del hábil químico de Mulusa, porque S. M.
escribió al gobernador de Chile, el buen don Lo-
pe de Lemus, que también era beato, no le envia-
se al fraile «porque agora (así dice una real cé-
dula de 3 de junio de 1620 que existe en el ar-
chivo de la Curia de Santiago) no conviene que
este relijioso venga a estos reinos». Pero al mis-
mo tiempo agrega, con la sospecha del que codi-
— 267 —
cia i espera... «quesera bueno reducir el fraile mis-
terioso a clausura para arrancarle su secreto, bajo
precepto de obediencia, i si por ese camino nada se
obtuviese, habria de ocurrirse a medios persuasi-
vos, haciéndole ver, que se tendrá de él la cuenta
que es justo i se le agr£idecerá como lo verá por
los efectos»... Concluia el cauto rei recomendando
a su lugarteniente en Chile pusiera manos a la
obra con urjencia, tanto cuanto «la nece'sidad
obliga»
XXI.
Mencionan también otros papeles que orij i na-
les tenemos a la vista i de diversa procedencia, a
un don Miguel Blanco que pidió permiso i plazo
de dos años al virei Guirior para fundir metales
preciosos a fuego; un apreciable caballero de San-
tiago que propuso al presidente O'Higgins el be-
neficio de las mismas sustancias por medio de un
menjurje parecido a lalejia, i al caballero don Jo-
séJoaquin Fernandez de Palazuelos, que en 1778
pasó a Potosí para venir a enseñar a los copiapi-
nos el arte de Alonso de Barba i que, sin la fama i
el lustre de su maestro, murió como Juan Godoi,
en suma indijencia i en la patria del último, en
1783. ¡La eterna opaca estrella que alumbra a
los descubridores!
268 —
XXII.
Pero de todo esto, que mas pertenece al reino
de la plata que al del oro, habremos de ocupar-
nos en libro por separado, conforme a nuestra
promesa, así como de las curiosas pruebas i mali-
cias a que dio lugar la enseñanza técnica de la
esplotacion i beneficio de aquel metal en Potosí i
en Lima, arte que vino a enseñar a los criollos ame-
ricanos el insigne mineralojista alemán i barón de
Nordcnflyclit, cuyos nietos vagan hoi, como el Fer-
nandez Palazuelo de Potosí i como el Juan Go-
doi de Chañarcillo, a manera de sombras entre
las sombras.
XXIII.
Debiéramos, por el orden, la lójica i la carátu-
la del presente libro ponerle aquí término, por
cuanto hemos llegado en el camino de las demos-
traciones i de las pruebas a la cima reluciente en
que el oro de Chile ostentó su mayor edad i su
mayor pujanza, en aquel año del presente siglo
que se ha mirado como la cuna de la independen-
cia política de la república.
En esa cima culminó la edad de oro a que es-
tas pajinas están consagradas; i si hubiéramos de
descender por la pendiente llevados solo del pro-
— 269 —
pósito, a nuestro ánimo vedado en lo absoluto, de
aconsejar empresas temerarias o prestar alas a
sórdidas especulaciones, de seguro no pasaríamos
adelante, dejando así fielmente cumplido nuestro
empeño para con el lector i el patriota, con el
minero i el lejislador.
Mas como los posteriores descubrimientos de
California, de Australia i de la Nueva Zelanda
han sido hecbos i esplotados bajo leyes, costum-
bres i sistemas enteramente diversos de loR que
rijieron la esplotacion servil del oro de Chile du-
rante sus tres períodos de crecimiento, que se
dilatan desde Diego 5e Almagro adon Mateo To-
ro Zambrano — el Descubrimiento — la Conquista
— la Colonia, — será fuerza prolonguemos todavía
un tanto nuestra fatiga, a fin de sacar airosa, sino
triunfante, la innovación nacional que hemos pro-
puesto a una rama del Congreso, i cuyo proyecto
de lei es el motivo i la eficacia esclusiva de 'este
libro.
CAPITULO X.
LA DECREPITUD DE LA EDAD DEL ORO EN CHILE.
Influencia esterilizadora de la guerra de la independencia en la producción
del oro. — Ocultación de capitales i dismffiucion de brazos.— Decreto de
la junta de 1813 en favor de los mineros. — La producción del oro decae
a la mitad en 1814, i en 1821 casi no hai pastas que amonedar. — Cua-
dro de la amonedación del oro desde 1818 a 1821. — La amonedación des-
ciende a 400 marcos por año en 1830 i 1831, años de esterilidad para
Chile. — Demostración del oro amonedado en Santiago desde 1822 a
1830.— Gabelas que gravan la esportacion del oro, i sus atenuaciones en
1832. — Se aumenta en este año el precio de compra de oro en la casa
de Moneda i la venta se quintuplica. — Intluencia adversa de los descu-
brimientos de plata de Arqueros i Chañarcillo en la producción del
oro.— «El libro de la Plata.» — Cálculo de la producción del oro desde
1844 a 1875. — Casos de esplotaciones ricas de oro de 1830 a 44. — El
yankee Yansen en Yaquil. — El oro en la rejion central desde Acúleo a
«Las Palmas» en el departarmento do Curicó. — «El hoyo de la Vieja,»
en el San Critóval. — Las tierras auríferas de Peñuelas en 1840-44. —
Oro chileno amonedado en el trienio de 1879-80-81, según Brieba.--
Condensacion de la producción de treinta lugaren diferentes en los últi-
mos tres años. — Amonedación del oro de Catapilco, de Llampaico,
de Niblinto i de Lebu. — El oro en Illapel durante el invierno de 1881, i
minas qne en ese departamento existen i se trabajan. — Descubrimientos
auríferos de California, i cómo éstos redundan en daño directo de la pro-
ducción del oro en Chile. — La tercera edad del oro en California, i có-
mo esta nueva faz de la industria ha abierto nuevos horizontes a la
esplotacion del oro eel país.
«Una de las provincias mas opulentas
de oro que se an descubierto en la Améri-
ca es el Reyno de Chile, y en tiempos
passados fueron muchíssimos los minerales
que se labraron, porque todos los pueblos
y lugares tenían minas riquissimas en sus
distritos, unas halladas por arte i otras
— 211 —
por fortuna; i eí mayor número manifesta-
ron las corrientes de las aguas que se des-
cuelgan en las serranías, robando las prime-
ras capas de tierra; otras p)or los pedazos
de los cerros que se derrumbaron con los
temblores, enfiaqueciéndose los cimientos en
que estribaban., — Diego de Rosales. HiSTO-
UE Chile, lib, 1, cap. V.)
«¡Cuántas riquezas minerales están se-
pultadas hajo las arenas o espuestas a la
mirada atónita del intelijente viajero' El
oro se encuentra al N. N. O. de Tres Pun-
tas, sobre la pendiente de los Andes i en
las montañas de la costa cerca del puerto
de Taltal, así como las que rodean al nor-
te el valle arenoso donde se pierde el rio
deJiCopiapó.» {Vicente^ Pérez Rosales. —
Ensayo sokre Chile, páj. 411).
I.
La guerra de la Independencia produjo en Chi-
le sobre el oro una revolución semejante a la que
habia traido aparejada la guerra de la rebelión in-
díjena en los comienzos del siglo XVII.
Paralizó casi por completo la industria de su
esplotacion i de su beneficio.
I ello era natural i en realidad inevitable, por-
que todas las industrias viven de la paz; i ningu-
na con mas especialidad que el oro, en razón de
su estraordinario valor, de las dificultades de su
estraccion, de los riesgos continuos de su fraude i
lo manual i mecánico de sus procedimientos. A la
verdad, en la esplotacion del oro corno en la de los
diamantes, los rubíes i los záfiros todo es cuestión
de confianza i desconfianza, de economia i de pro-
digalidad, de carestia en el precio i baratura en los
— 272 —
procedimientos i en los jornales. No debió por esto
ser Jason eltipoauriferode la Mitolojía, sino Argos.
I como la guerra desbarata todo esto, a la ma-
nera de un colosal trapiche en que la locura hu-
mana arroja todos sus tesoros de bienestar i opu-
lencia, aconteció que la era de la independencia
inició lo que podriamos llamar con propiedad la
decrepitud de la edad del oro, porque no fué su
esterilidad ni su agotamiento, sino simplemente
un período de debilidad i languidez de la cual, a
semejanza del ave férdx, volverá tal vez a reco-
brarse mas adelante de los tiempos con mas pu-
jante vuelo su industria.
II.
Las batallas de la Patria vieja (1813-14), las
tiranías de la Reconquista (1815-16) i las victo-
rias mismas de la Patria nueva (1817-26), desa-
rrollaron en consecuencia en nuestro territorio el
mismo fenómeno que la rebelión de Caupolican i
de Lautaro contra Valdivia (1553-1561) i la rui-
na de las siete ciudades en tiempo de Oñez de Lo-
yola (1598-1603).
Pero con esta notable diferencia:
Que en aquellos siglos el campo de la esplota-
cion vedado a la industria i la codicia, quedó ] e-
ducido al suelo rico pero limitado de la Arauca-
nia, al sur del Biobio, al paso que en la guerra je-
— 273 —
neral de la emancipación las causas de la paráli-
sis del oro fueron jenerales i afectaron todo el
cuerpo del reino.
La escasez de capitales, la timidez de los habi-
litadores, la fuga i el secuestro de los ricos penin-
sulares que hablan ejercido casi esclusivamente el
comercio de cambiadores i de aviadores del oro;
la escasez déjente, arrebatada por las levas i el
pánico de la guerra; el alza consiguiente de los
salarios, todo se conjuró contra el oro.
I por esto, en el lugar oportuno dejamos com-
probado con datos oficiales i autéaticos que la
proporción del oro, que iba en creces hasta 1810,
quedó súbitamente detenida como en las crisis in-
díjenas ya recordadas, descendiendo a casi la mi-
tad de esa cifra su producción antigua, conforme
a los rejistros de la casa de Moneda.
III.
Clara cuenta de estos fenómenos diéronse los
primeros gobiernos nacionales, i entre otras me-
didas de protección para la decadente industria
minera, la Junta que sabia i patrióticamente rejia
la naciente república en 1813, dictó el siguiente
decreto de exenciones i protección al minero:
(L Santiago, mayo 1.° de 1813.
Teniendo el Gobierno declarado de antemano
LA E. DEL O. 35
— 274 --
que los mineros que se hallen trabajando minas
en virtud de haber obtenido merced del Tribunal
Jeneral o las respectivas diputaciones, i sus ma-
yordomos i operarios i los pirquineros i cateado-
res, sean exentos de todo alistamiento i servicio
de armas, conforme a lo prevenido en las orde-
nanzas de minería i militíir, i a la utilidad i con-
veniencia que en las actuales circunstancias del
Reino resulta al Estado del fomento i laboreo de
las minas, ningún jefe militar molestará a estos
individuos. Para que lo tengan entendido, se im-
primirá en el Monitor i con esto se tendrá por
bastante circular. — Ferez. — Infante. — Eijzagui'
rre-)) (1).
IV.
No cesó por esto el mal, i al contrario, con la
prolongación de la guerra se hizo mas intenso.
A la verdad, tres años después de la batalla de
Maipo i pocos meses después de la ocupación de
Lima por el Ejército Libertador, no habia casi oro
que amonedar en la callana de la Moneda, i en la
Gaceta ministerial de aquel tiempo hemos encon-
trado una disposición que tiene fecha de 26 de
octubre de 1821, por la cual se disponía que se
aumentasen «los remaches», i que cuando hubiese
doce o quince tejos de oro juntos, se avisase alpü-
(1) Monitor Araucano, mayo de 1813.
— 275 —
hlico, (no dice si por bando callejero o simplemen-
te por avisos), que iba a «haber amonedación», co-
mo quien hubiese dicho que iba a «haber óleo»
Tan escaso habíase hecho con la guerra el precio-
so metal! El fierro habia remplazado al oro.
y.
En el lugar correspondiente de este libro deja-
mos en efecto asentada la escala ascendente de la
producción del oro, según los datos del archivo de
la Moneda hasta 1810, i su escala descendente has-
ta 1817. 1 ahora habrá de ser de oportunidad jus-
tificar con números oficiales los conceptos que
hemos venido emitiendo i formar una nueva es-
cala que abrace los cuatro años posteriores que
nos conducirán al que acabamos de mencionar.
He aquí esa triste proporción:
Producción del oro conforme a las compras he-
chas en la casa de Moneda desde 1818 a 1821.
1818 3,702 marcos.
1819 4,603 »
1820 4,290 »
1821 1,192» » (1)
YI.
Continuó desde esa época viviendo en estado
(l^ Estos datos fueron publicados eu el Araucano niím. 14,
correspondiente al año de 1831.
— 276 —
enfermizo i precario la industria del oro, i esto a tal
punto, que para su amonedacian, según el discurso
inaugural del presidente Prieto en 1834, no se ha-
bia llevado a la casa de Moneda durante los años
de 1830 i 31, que fueron años negros de esterili-
dad i discordia para Chile, sino 932 marcos de
oro en 29 meses, o sea mas o menos 400 marcos
por año! I, como se notará, esto era apenas la vi-
jésiraa quinta parte del rendimiento acusado por
aquel vehículo en 1810.
I ¡cosa, a la verdad, harto en senadora! en el año
de 1827, que fué de intensas ajitaciones, casi no
hubo amonedación (282 marcos) i en el de 1829,
que fué período de sangrientas revueltas civiles,
el oro se escondió de tal manera en las entrañas
de la tierra o en las gabetas de los cambistas, que
no se llevó un solo marco a los crisoles de la Mo-
neda. I para justificar lo que decimos aquí, va en
seguida la demostración, conforme a los libros de
compra de la casa de Moneda durante el nove-
nario de años corridos desde 1822 a 1830, con los
precios respectivos de su adquisición:
Marcos de oro. Su importe en pesos.
1822 3873 527.278
1823 2300 313.160
1824 1388 189.001
1825 1152.7 156.953
1826 1294.4 116.220
1827 282 33.390
— 277 —
1828 565.7 77.031
1829 (No hubo amonedación).
1830 410.1.6 55.937
YII.
Llegó ciertamente la disminución, sino propia-
mente en el rendimiento del oro, en su venta an-
tigua i cuotidiana, a tal estado durante los últimos
años marcados en el cuadro anterior, que hízose
preciso dictar una lei nacional aumentando el pre-
cio de compra del oro a 136 pesos el marco de 22
quilates, i esta medida produjo resultados prontos
i favorables, fl)
Según el testimonio del ministro Renjifo, autor
de esta cuerda medida, la venta del oro a la ca-
sa de Moneda se cuadruplicó en el acto, porque en
9 meses pasaron por sus balanzas 1,790 marcos.
El beneficio neto que la casa de Moneda dejó en
1831 al erario fué de 19,646 pesos, o sea la mitad
de lo que a fines del siglo pasado rendia al rei. En
1832 la venta fué mas o menos la misma i aun
esperimentó una corta merma, 19,536 pesos.
YIII.
Era, entretanto, el aumento de venta del oro al
(1) Lei de 23 de agosto de 1832. Boletín de las Leyes, lib. V.
núm. 7.
~ 278 —
laboratorio de la casa de Moneda de Santiago que
acabalónos de señalar, prueba palmaria de que el
oro no habia disminuido ni como criadero ni co-
mo metal de veta en las entrañas del país, sino que
su disminución en el mercado obedecía a causas i a
perturbaciones económicas que nada tenian que
hacer con su sustancia intrínseca. I en esto esta-
ban de acuerdo todos los hombres observadores i
aun los murmuradores de profesión o de desquite
que en aquellos tiempos visitaron esta apartada
tierra, — Caldcleugh, que se hizo después vecino de
Chile por el oro, el cáustico John Miers, que trajo
de Inglaterra una maquinaria completa de amo-
nedación, el mineral oj i sta Schmidtmeyer i hasta
la varonil i en cierta manera ahombrada» María
Graham.
I aunque de todos estos viajeros i de otros que
recorrieron los valles, ciudades i páramos de Chile
hurgueteándolo de arriba abajo, habremos de ocu-
parnos en el libro jemelo del presente i ya ofreci-
do como su natural compañero con relación a la
plata, que en Chile fué albacea del oro, no pode-
mos menos de citar aquí la opinión del primero
respecto a la decadencia del metal rei. — «Su prin-
cipal decadencia, decia Mr. Caldcleugh (después
«don Alejandro Caldéelo-») en 1821, i como hom-
bre entendido en el oficio, proviene de la deficien-
cia del capital, mal que la revolución ha aumen-
tado, por cuanto los principales poseedores del
— 279 —
dinero eran españoles, i éstos, lejos de proseguir
en especulaciones mineras, se empeñaron, al con-
trario, en desprenderse de ellas.» (1)
IX.
Visitando en 1821, a su paso de Valparaíso a
Santiago, el trapiche de Curacaví, cuyos escombros
dijimos antes conocimos en nuestra niñez, el via-
jero ingles de que venimos ocupándonos presajia-
ba melancólicamente i para dentro de breve plazo
su completa paralización, no por faifa de oro
(oro de Caren i Colliguay) sino por falta de bra-
zos i de salarios. I así aconteció.
Igual pronóstico formulaba tres o cuatro años
mas tarde el descontentadizo e impertinente me-
(1) «The chief falling off, therefore, has heen owing to a defi-
cience of capital, wich the revolutioii has naturally much
aggravated; for the chief capitalist were oíd spaniardj, who, ins-
tad of investing their funds in speciilatioas of this sort, were
rather calculating how to withdraw and conceal them». — (A
Caldcleugh. Travelsin South America, 1S19-20~81. Londres
1825, vol. II. páj. 363.)
Mr. Caldcleugh vino a Chile como ájente de las famosas com-
pañías inglesas que malbarataron millones de millones de li-
bras esterlinas en empresas ideales i en una especie de delirio que
recuérdala fiebre aurífera de 1877-78. Pero de sus apreciaciones,
así como la délos ajentes Andrews, Head, Cameron, Schmidtme-
yer, Barry i otros, habremos de hablar con esteusion en la obra
que probablemente llamaremos el Libro de la Plata, como el
presente pudo llamarse Liber aureolus.
— 280 —
cánico John Miers, el viajero que mas desaforada-
mente haya calumniado a Chile, respecto de los
lavaderos de oro en jeneral, cuando decia que
la alza sucesiva del salario i las ocasiones de me-
jores industrias i mayores provechos, esterilizarían
por completo la producción de esa antes fácil i
barata fuente de riquezas para los «bárbaros chi-
lenos» (1).
X.
La verdad era que el oro dejaba de cosecharse,
pero no habia cesado de existir ni en el campo ni
en la troj. I la prueba de ello, era que no obstan-
te el cúmulo de dificultades nacidas de la situa-
ción, el oro continuaba esportándose gracias a la
libertad de comercio, habiendo desaparecido la
pauta antigua de la amonedación que era la única
estadística aproximativa de la colonia.
Miers, que deprime sistemáticamente todo lo
que pertenecía a Chile (porque no le compraron
sus máquinas....), reconoce que la producción del
oro podia estimarse en los años de su residencia
en Concón (1822-24) en cinco mil marcos por
año, i en el estudio publicado en el Araucano
núm. 14, a que hemos ya aludido, se afirma que la
(1) «Wheu ever labour becomes more valuable, and greater
incitemeats lead the uncimlized Chileno to more active employ-
ments, gold washing mili never be rcorth following,^ — Miérs.
Travels in Chile and La Plata, London 1826, vol. II. páj. 399.)
— 281 —
producción del oro desde 1803 a 1830 no fué in-
ferior a diez millones de pesos.
Mas, como era natural, casi en su totalidad el
dúctil metal salia por alto, es decir, se esportaba
de contrabando, no obstante las absurdas trabas
impuestas por las leyes antiguas i modernas a su
libre jiro en el país.
X[.
A fin de obviar en parte los inconvenientes de
esta esportacion que seguia llamándose todavía
clandestina, se dictó el 5 de febrero de 1835 un
decreto por el cual se aboban las estrechas corta-
pisas impuestas a su jiro interno, dejándolo com-
pletamente libre de contribuciones guias i torna-
guias que el contrabando eludia cada hora. (1)
(1) Por decreto de 21 de setiembre de 1832, el ministro Reii-
jifo habia ordetiado que los remisores del oro enviado a las adua-
nas marítimas o terrestres del país (así como las dueños de re-
mesas de plata) estavieseu sujetos a justificar que no lo espor-
taban al estranjero, por medio de torna-guias que debían presen-
tar bajo severas penas en el término de tres meses.
En el caso de ^no justificar que hubiesen vendido el oro i la
plata a la casa de Moneda o no habían convertido esas pastas en
alhajas o en vajilla, deberían pagar los derechos establecidos
para la salida de uno í otro metal.
El decreto de 1835 abolió estas gabelas en la parte en que se
referían al oro respecto a su jiro interno; pero dejólas subsisten-
tes en lo que se refería a su curso por las aduanas marítimas.
LA E. DEL o. 36
— 282 —
XII.
Tocio esto no obstante, prosiguió el oro su curso
subterráneo, engrosando el caudal estranjero, sin
pasar por los cilindros de la casa de Moneda ni
por las pólizas de las aduanas. I esto era a tal
punto en los años que se llamaron en Santiago del
«hoyo de la vieja» i en Valparaíso de las «tierras
auríferas dePeñuelas)) (1840-1844:), que un minero
yankee llamado don Zacarías Yance sacó, confor-
me a su nombre, del mineral de Yaquil, i especial-
mente de lamina de Cocinilla, en los cerros aurí-.
feros que rodean a San Fernando i a Nancagua,
no menos de 150 mil pesos que remitió directa-
mente a su pais, donde se fué a gozarlos (1)
(1) Este dato uos ha sido comuaicado por nuestro ilustrado
amigo el doctor don Wenceslao Diaz.
Según las observaciones personales de este distinguido natu-
ralista, toda la rejion montañosa del centro comprendida entre
el Cachapoal i el Teño ha sido i puede ser todavía abundantísi-
ma en oro, i esto lo confirman no solo las minas de oro que dan
vista a San Fernando sino los minerales de Yaquil, Apalta i
Pichidegua de que habla Olivares i otros historiadores del siglo
XVIII. Según el doctor Diaz, que visitó en 1861 la hacienda
de Las Palmas, ubicada en el centro de ese nudo monta-
ñoso en el departamento de Curicó, todas las quebradas arras-
tran oro i existen en ellas todavía los vestijios de trapiches an-
tiguos. Cuando nosotros hicimos la visita oficial de la provincia
eu 1874, un clérigo italiano, llamado Quagliotini, habilitado por
el gran minero chileno don José Tomas Urmeneta, trabajaba mi-
— 283 —
En jen eral toda la hoya que formaba hasta hace
pocos años la laguna de Tagua-Tagua era podero-
samente aurífera, i allí está todavía Milla/me que
quiere decir lugai^ de oro para justificar la tradi-
ción indíjena del ioro de los cachos de oro de
Tagua-Tagua
XIII.
Una nueva causa vino a debilitar la producción
del oro en Chile, como habia acontecido antes en
Méjico i en el Perú, — los grandes descubrimien-
tos arjentíferos de Arqueros en 1824 i los de Cha-
ñarcillo poco mas tarde. Los mineros de todo el
ñas de oro en los cerros de Acúleo, que según Pissis forman parte
de ese nudo central, i tenia trapiche de oro en Valdivia, junto al
Maipo.
En cuanto a la tradición del «hoyo de la vieja», fué una fábu-
la aurífera que raetió mucha bulla en SantiafTO, asegurándose
que una vieja habia descubierto en el cerro de San Cristóbal,
allá por el año de 1840, una mina de oro que era toda de metal
macizo i de 22 quilates »
Lo de las tierras auríferas de Peñuelas. que enloquecieron al
mismo tiempo a santiaguinos i porteños, fué también una patra-
ña como la de Paraff; pero en los dias de su voga escasearon en
las dos ciudades las tazas de lavatorio, i aun otros tiestos de mas
humilde uso, porque todos pasaban de cabeza dia i noche lavan-
do las tierras que en costales traian de la vecindad de Casablan-
ca. Nosotros, que como niños andábamos en ello, lavando i des-
parramando tiestos, recordamos perfectamente haber visto al
jeneral don F, A. Pinto haciendo igual operación en mangas de
camisa,
— 284 —
pais acudieron, Terificándose el fenómeno que hoi
mismo se esperimenta en California, respecto de
Nevada, Arizona i Colorado, a los nuevos veneros
con su industria, sus capitales i sus brazos. I de esta
suerte Chañarcillo. como la prodijiosa mina de
Comstock en 1861, creó, mas que la alianza, la ri-
validad del oro i de la plata i del sistema bimetá-
lico que hoi está a la orden del día de los gobier-
nos i de los economistas. Según el apreciable jeó-
grafo chileno Cuadra, la producción del oro al
menos en sus comprobaciones estadísticas, comen-
zó a disminuir de tal suerte en Chile, que desde
1844: a 1875 solo se han computado 2.017,364 pe-
sos. Según este mismo autor en 1864 se esportó
al estranjero un valor de 18,802 pesos en oro
en polvo i 768,745 pesos en oro sellado: total
787,647 pesos. El señor Cuadra fija para esa épo-
ca un ancño márjen a la incierta producción del
oro, esto es, de 2 a 4,000 marcos por año. (1)
(1) Por este mismo tiempo se fijó por decreto de 27 de mayo
de 1864 el premio de la compi-a del kilogramo de oro en 715
pesos i con fecha 21 de ese mismo mes i año se decretaron las
siguientes formalidades para su adquisición.
Mayo 21 de 1864.,
He acordado i decreto:
1." Los precios de pastas de oro i plata se fijaran por una jun-
ta compuesta del Superintendente, del Tesorero i del Interven-
tor.
2.* Estajunta se reunirá cada vez que el Superintendente la
~ 285 —
XIV.
Mas, cuanto hemos venido estableciendo ¿signi-
fica por ventura que el oro se había agotado en sus
veneros naturales i antiguos, en sus lavaderos, en
sus mantos superficiales, en sus minas de pozo
cavadas a centenares de metros?
Muí lejos de ello.
La competencia, la agricultura, el comercio,
la plata, el carbón de piedra, i mas que todo, el lú-
jente desarrollo de la producción del cobre habia
desviado la esplotacion i el acopio del oro, pero
no la habia aniquilado.
I esto podria constatarse hoi mismo con los li-
bros de la casa de IMoneda, aparte de la corriente
subterránea i clandestina, que como sus vetas es-
condidas en el duro cuarzo, arranca por la mano
de los cambistas libres, especialmente los estable»
cidos en Valparaíso, casi toda la producción je-
nuina del pais, en dirección a las casas de mo-
neda i a las joyerías estranjeras.
convoque.
3." El máximnn del precio del oro será de 715 pesos por ki-
logramo en la lei de mil milésimos. El mínimun será de 700.
4.° No podrán alterarse ni modificarse los precios que se es-
tablecieren sin qne trascurra un mes a lo menos, etc., etc., etc.
Pérez.
Alejandro Reyes.
— 286 —
Andacollo, Illapel i Petorca continúan, en efec-
to, destilando todavía en los crisoles de la casa
de Moneda de Santiago algunas gruesas gotas de
de su antiguo raudal, porque de nuestras investi-
gaciones resulta que, no obstante la absoluta li-
bertad de comercio que hoi reina respecto del
oro, llegan cada año a las arcas del superinten-
dente de Santiago algunos puñados de pellas, al-
gunos frascos o haches de oro en polvo, algunas
pepas que pesan de uno a cien castellanos, algu-
nos tejos fundidos con lei de una a cien libras.
En los 33 meses corridos hasta si 1." de oc-
tubre del presente año desde el 1*° de enero de
1879, meses de guerra, ingrata para el oro, pro-
fusa para el papel, que es su capital enemigo, han
entrado en efecto a la retorta de la casa de Mo-
neda mas de 15 kilogramos de oro de Andacollo,
otros tantos de Petorca i mas de seis kilogramos de
Illapel, al paso que los nuevos minerales des-
cubiertos han contribuido a la faena en la propor-
ción siguiente:
Catapilco con 4.950 kilogramos.
Niblinto con 7.874 «
Llampaico con 15.348 «
Lebucon 29.988 a
Aun el exhausto Casuto ha hecho su ofrenda de
2 kilogramos de oro i Tiltil, como mas próximo a
— 287 —
Santiago, ha contribuido con un buen medio quin-
tal (24.057 kilogramos).
En resumen, el oro comprado en la Moneda
desde que estalló la guerra i en no menos de
treinta parajes diferentes, todos de antigua nom-
BRADÍA aurífera, cstá representado por estas ci-
fras oficiales.
1879 — 156 kilogramos.
1880—186 id.
1881 (hasta el 1.° octubre) 139 id. (1).
XV.
Una última i grave causa vino a influir todavía
en el decaimiento aparente de la producción del
oro en Chile, aunque, en apariencias también, esta-
ba destinada a influir de mui diversa manera: — ta-
les fueron los maravillosos descubrimientos aurí-
»
(1) En el apéndice de este libro pablicaraos un cuadro com-
pleto de estos tres años que debemos a la atención del primer
ensayador de la Moneda señor Antonio Brieba, i un resúmeu
por las calidades que sobre esos mismos datos hemos preparado
nosotros.
Según se observará en esos estractos, la huella del oro de Co-
piapó, el oro capote de Frezier i de ülloa, ha desaparecido casi
por completo, encontrándose solo pequeñas cantidades corres-
pondientes al Huasco i a Freirina.
Sin embargo, según Pérez Rosales, (obra citada) había en
1853, 17 minas de oro en Copiapó, 3 en Vallenar i 2 en Freiri-
na: total en la provincia de Atacama 22.
— 288 —
feros de California en 1848. Con la escepcion de
los Estados Unidos i de Méjico, no hubo talvez
ningún pais en el orbe que acudiera con mayor
número de brazos a las jigartí;escas e improvisadas
faenas de aquella comarca en cuyos valles, con-
vertidos en hormigueros vivos por la hambre in-
saciable del oro, muchos mas fueron los que cojie-
ron lágrimas que pellas, dejando centenares de
nuestros compatriotas el polvo de sus huesos don-
de habian ido a buscar las partículas escondidas
del codiciado metal.
Mas que esto todavía.
Abrigamos la convicción de que dado el núme-
ro proporcional i escaso de sus habitantes, Chile
fué el que en mayor escala engrosó la tripulación
de los argonautas del siglo XIX, porque no hubo
casi minero de aventura, hacendado de caudal o
chacarero de hortaliza i alfalfa que, no enganchara
cuadrillas desde cinco a cien peones, especial-
mente mineros de oro, destinados al pais del oro.
I esto era a tal punto que en 1849 i 50 escaseaban
en Valparaíso los buques para trasportar tantos
millares de animosos rebuscadores como los que
fueron a disputar sus estacas, cuchillo en mano,
a los galgos i sus rifles en los placeres del Sacra-
mento. No es Chile a la verdad la cuna^i el yunque
del corvo: fuélo California.
— 289 —
XVI.
Empobrecióse por consiguiente el pais de bra-
zos, i la esterilidad i decripitiid del oro alcanzó su
mayor intensidad por aquella causa homologa que
liabria parecido estar destinada a fomentarla. (1)
Mas, a virtud de las compensaciones i devolu-
(1) Cuando el presente capítulo se hallaba en prensa, liemos
recibido de nuestro intelijente amigo don Carlos de Undurraga,
de Illapel, datos que con tirman todo lo que por vagas noticias
habíamos dicho de la riqueza aurífera de ese departamento.
«Puedo asegurar (nos dice nuestro entendido corresponsal, hijo
de minero de oro i que paga hoi en oro el arriendo de la valiosa
hacienda de Illapel) que no hai en Chile un mineral de oro tan
estenso como el departamento de Illapel,» i como prueba de ello
nos refiere que con las creces de los últimos inviernos las hierbas
de los barrancos en las quebradas han quedado saturadas de par-
tículas de oro. Sin embargo, la producción actual de Illapel, en
razón de la escasez de sus medios, apenas alcanza a uno i medio
quintal de oro, cuando hai memoria que en los años corridos de
1840 a 50, uno o dos cambistas de Illapel compraron mas de un
millón de pesos.
Por esto creemos que una nueva edad de oro ha de sobrevenir
a este departamento que recuerde la mina de los portugueses»
déla cual sus tres dueños, que le dejaron su nombre, sacaron,
según la tradición del último siglo, diez quintales de oro que se
llevaron consigo, o el beneficio más reciente de la Churumata
de AndacoUo, que en pocos dias produjo, según el profesor de
química i mineralojía del Liceo de la Serena en 1859, don Ma-
nuel Araceua, tres o cuatro quintales de oro en un solo alcan-
ce...— (Véanse los Anales de la Universidad, correspondientes a
1858, páj. 223.)
LA E. DEL O. KN C. 37
— 290 —
ciones naturales que forman la balanza de la
existencia económica de los países, la nueva ñiz i
el extraordinario desarrollo que adquirió la esplo-
tacion hidráulica del oro en California, después del
agotamiento de sus venas superficiales, ha venido a
despertar en Chile, sobre sus estinguidos campos
auríferos, el mismo interés, imitando idénticos
procedimientos, i planteando al propio tiempo,
uno de los mas serios i trascendentales problemas
reinantes en el dia para la industria i la riqueza
públicas de Chile.
A semejante estudio de analojía consagraremos
el próximo capítulo de este libro que llega ya a
los límites naturales de su programa i de su pro-
pósito.
CAPITULO XI.
CALIFORNIA I CHILE.
Las tres épocas de la edad aurífera do California i las dos de Chile. — La
época de los Inraderos, la época de las minas, i la época de los cascajos
inihterráneos. — Procedimientos hidráulicos para esplotar los últimos, e
injentes capitales invertidos en los estados norte-americanos del Pacífi-
co.— ^Existe el problema de la tercera zona en Chile? — Asimilaciones
con California. — Latitudes, ejes i sistemas, — Clima, orografía, rio.s, llu-
vias, secas, sucesión en la producción de los metales, etc. — California
corresponde jeográficamente a la Araucanía con mas propiedad que a Chi-
le.— Cómo sobrevino en aquel país el descubrimiento de los cascajos
auríferos después del agotamiento del oro superficial e intermedio. —
Opiniones de Bowie i Whiteney.— Escesiva pobreza de los cascajos de Ca-
lifornia i pingües ganancias que dejan mediante el sistema hidráulico —
Tres centavos por cajón. — Chile-Gulch i su prodijiosa riqueza. — Cascajos
azules. — Opinión de Mr. Shanklin.--Los rinocerontes fósiles de Chile-
Gulch i los mastodontes de las Dichas. — Fabulosas cantidades de meta-
les de oro i plata combinados. — Demostracicnes i datos hasta 1876. —
Prodijiosa amonedación de pastas, en Estados Unidos. — Las principales;
amonedaciones en 1875 según Soetebeer. — Aplicación del sistema hi-
dráulico a Chile i sus primeros ensayos. — ¿Han sido estos ejecutados en
la misma forma i con los mismos recursos que en California? — ^Deben
darse por definitivos? — Opiniones de Shanklin, Holcombe i Sewelí.
«Para demostrar mas evidentemente la
gran riqueza de los depósitos auríferos de
Chile, voi a hacer una comparación entre
éstos i algunos de los mas importantes de
California.» — (Articulo publicado en El
MercAirio de Valparaíso del 5 de diciembre
de 1878 por Mr. T. B. Shanklin, esperto i
corredor, con el título de \oi Depósitos au-
ríferos de Chile.)
292
I.
En lo que hasta aquí va corrido del presente
libro hemos cumplido como mejor nos ha sido da-
ble nuestra promesa.
I aun hemos ido mas allá .
Porque no solo hemos referido sucinta pero
leal mente lo que hemos llamado «la edad del oro
en Chile», sino que, llevados de una mira patrió-
tica i puramente especulativa (que es todo lo con-
trarío de sórdida especulación), hemos seguido
paso a paso el período de su decrepitud, a lo cual
no estábamos obligados por ningún empeño.
II.
Orillábamos con el último motivo i a la postre
del capítulo precedente el problema de California
en razón de la influencia dañosa que sus placeres
verdaderamente prodijiosos i víijenes ejercieron
sobre la ya enfermiza producción de los por tantos
siglos de trabajo agotados mmitos de Chile, i to-
mando pié de esa circunstancia, sentábamos senci-
llamente el problema, mas jeolójico que iiidustrial,
de si sobrevendría para los yacimientos auríferos
de este país una segunda o mas bien una tercera
evolución de esplotacion i de riqueza como la que
en los últimos veinte años i con labor de verda-
— 293 —
deros jigantes ha rendido California al jénio, a la
tenacidad i al caudal de sii8 intelijentes esplota-
dore^.
III.
California ha tenido en efecto tres edades aurí-
feras, completamente distintas i marcadas por pe-
ríodos i productos conocidos.
La edad de los lavaderos o «placeres» superfi-
ciales (shalloiu placers^ del descubridor Sutter, que
corresponde a la de Pedro de Valdivia i sus inme-
diatos sucesores en Chile, la cual duró, allá, diez
años (1848-49).
La edad de las minas de pozos (deep placers),
que en Chile corresponde al largo período del co-
loniaje, época de activa esplotacion que duró en
aquel país del vapor i de la electricidad otros diez-
años (1859-70).
I la edad que podríamos llamar de \£ifuer?xi M-
dráulica por el método aplicado en escala tan co-
losal i tan fructífera a los cascajos, residuos i re-
laves, comparativamente pobres, legados por los
dos períodos precedentes a la nunca fatigada i
siempre injeniosa codicia humana.
IV
Esta división progresiva de la esplotacion del
oro en California ha sido marcada por todos los
injenieros i escritores que en los últimos diez años
— 294 —
se han ocupado de ese metal, sea en su faz econó-
mica como elemento monetario, sea simplemente
como producción química i jeolójica. — «La segun-
da etapa del oro (dice un escritor eminente cuyos
artículos fueron le idos en Chile con avidez en
1876) i que corre de 1859 a 1870, puede ser con-
siderada como período de transición. Los placeres,
o por lo menos, los planos arenosos de superficie,
son poco a poco abandonados, i las minas de cuar-
to aurífero trabajadas mas profunda i activamen-
te. Sin embargo, la producción del oro va dismi-
nuyendo de afio en año hasta ser reducida a la
mitad; i de 50 millones de pesos que producía en
1849, baja a 25 millones en 1870. En 1853, año
del mayor producido, éste liabia pasado de 65 mi-
llones.»
V.
I pasando inmediatame nte al tercer período, es
decir, a la evolución operada sobre las masas enor-
mes de cascajos esplotados por la presión hidráuli-
ca, realidad potente i tanjible de la misteriosa
fuerza bíblica «que allanaba las montañas», he
aquí como se espresaba el mismo distinguido au-
tor francés.
«El tercer período de la esplotacion del oro es
talvez el mas curioso i lleno de enseñanzas, ya
que no sea el mas productivo. Empieza en 1870
i llega hasta nosotros. La etapa actual es aquella
— 295 —
en que, con una audacia i una paciencia que asom-
bra y por medio del método hidráulico perfeccio-
nado, se ataca a los criaderos apenas esplorados,
los lüaceres subterráneos de una época diluviana
o glacial, — pues los otros placeres, los superficiales,
pertenecen a la época fluvial o contemporánea,
jeolójicamente hablando. A nadie detiene el te-
mor de los gastos. Fúndanse las compañías mas
poderosas, a fin de proseguir i poner en buen pié
esos inmensos trabajos, que exijen anticipos con-
siderables. Constrúyense canales de centenares de
quilómetros, venciendo dificultades de toda clase,
no ya canales de poco aliento sino muchos cuyo-
inmenso volumen de agua podria bastar para la
provisión de una gran ciudad. La fuerza hidráu-
lica que proporcionan esas masas acuosas adquiere
una potencia décupla de la que tenian en las es-
plotaciones precedentes; su fuerza es irresistible,
i en efecto, no hai cosa que no sea destruida por
ella. ¿Es esto todo? A través de los valles se cons-
truyen enormes recipientes i represas para alma-
cenar las lluvias que en tanta abundancia caen en
otoño e invierno i alimentar los canales durante
todo el año, mediante estos inmensos estanques.
Gracias a la liberal lejislacion que aquí preside a
los trabajos mineros, gracias al espíritu de asocia-
ción que reina en todas partes en este país del self
government, ejecutan los particulares lo que en un
Estado no se atreveria siquiera a intentar.);
— 296
YL
I bien! Hé aquí calcado sobre esas mismas pa-
labras i conceptos el gran problema planteado por
el tiempo, la naturaleza i el ejemplo en nuestro
suelo de cascajo, o como dicen con propiedad los
mineros californienses, de losplaceres subterráneos.
Evidentemente, Chile lia pasado ya de sobra, en
el espacio de trecientos cuarenta años, por las dos
primeras etapas de su desarrollo como país jene-
rador de oro. I a la verdad, esceptuando el terri-
torio de la Araucania, que hemos probado se halla
comparativamente vírjen, i uno que otro placer o
lavadero de corta dura hallado por algún acaso
en remoto i poco visitado paraje, no liai fundadas
espectativas de que pudiera llegarse a la esplota-
cion primitiva fácil i barata de los conquistadores
castellanos aquí, o de los primeros pioneers, o gas-
tadores, allá.
De suerte que la cuestión que entre nosotros se
suscita (el territorio de Arauco dejado aparte)
sencillamente es ésta:
¿Se halla Chile e?i las mismas favorables o me-
jores condiciones que California para esplotar sus
cascajos pobres i densos de 30, 40, 100 i hasta dos-
cientos pies de profundidad, por medio de la tritu-
ración de la dinamita i la segregación de la presión
hidráulica de los pitones o monitores californienses
— 297 —
que han derribado i perforado, reducido a átomos
colinas i montañas con un simple chorro de agua?
Esa i no otra es la cuestión.
Ese i no. otro es el punto culminante, capital i
único que marcó el poeta ingles cuando enfática-
mente dijo: — That is the question. O como con i;o
menos propiedad pero estilo mas pintoresco, de-
cian nuestros abuelos, harto mas ladinos, que lo
que es corriente creer — Esa es la madre del corde-
ro,.... o lo que es lo mismo, en el presente caso,
esa es la madre del oro, que en lo antiguo fué un
vellocino o pellejo de ese popular i útil cuadrú-
pedo, el vellocino de oro de Jason. (1)
VIL
En lugar mas oportuno i ya cercano a esta paji-
na, nos haremos cargo prácticamente de la solución
del problema en el término práctico de sus ensa-
yos, en cuanto éstos nos son conocidos personal-
mente, pero para acercarnos en lo posible a la
verdad teórica por analojía i asimilación, será de
indisputable conveniencia i luz, echar una mirada
rápida a los dos países que nos sirven de término
de comparación.
(1) A este propósito de la madre o criadero del oro, nuestro corresponsal
de Ulapel, recientemente citado, nos refiere una cai-acteiística anécdota
del indio que descubrió el mineral de su nombre, el cual desparramaba el
Dio sin decir su procedencia, hasta que intei rogado sobre el caso
contestó testualmente: — «Al hijo (el oro) lo conocerás, pero a la madre no
la olerás.-»
LA E. DEL O. 38
298
VIIT.
Que Chile, país situado en el hemisferio sur del
Nuevo Mundo en una lonja horizontal de llanos i
de valles que se estrechan entre el Pacificó i los
Andes, posee un territorio de estructura física,
jeolójica i jeográfica, semejante a la de California,
es asunto que salta a la vista natural i que cono-
cen hasta los niños que han dibujado con tiza un
mapa-mnndi en la pizarra.
Los grandes rasgos, de los sistemas de ejes que
ideó el ilustre jeólogo Elias de Beaumont i que ha
seguido fielmente en sus estudios su discípulo Pis-
sis en Chile, corresponden, en efecto, casi simé-
tricamente en los dos territoritos como la compaji-
nacion de un libro, o mas propiamente como esos
calcos que las láminas recientemente grabadas
suelen dejar impresos en la pajina fronteriza de su
encuademación. — ciüna línea recta o eje máximo
(main axial Une), dice un distinguido injeniero
de minas de gran reputación en California, pasan-
do por las cumbres de sus sierras, marcaría la lí-
nea divisoria del Estado de California por el Este
en una estension de 500 millas. Una segunda lí-
nea, que recorriera al pié de esas montañas, esta-
blecería en la misma distancia su eje central i una
tercera paralela, muí distante de la última, mar-
caria la base occidental de las costas californienses.
— 299 —
«Estas líneas paralelas dividen, en consecuencia,
el Estado de California en tres zonas de norte a
sur que podrían denominarse — La Sierra, — el
gran valle central del Sacramento — i las colinas
o cerros de la costa. y) (1)
(1) Estractamos esta escelente definicioQ topográfica de
Califonia de un iateresaute i compeadioso artículo publi-
cado por el injeaiero de minas de aquel estado Mr. Aug. F.
Bowie eu el Mining and Scientific Press, revista de indus-
tria i minas publicada en San Francisco i correspondiente al 13
de octubre de 1877, que tenemos a la vista. El título del artí-
culo, ilustrado por un corte jeolójico perpendicular, semejante a
la perforación de los pozos artesianos, es el siguiente: Hydrau-
Uc Mining in California, i nos parece del caso, por la circula-
ción que este libro pudiera alcanzar entre los hombres de la
profesión, copiar las propias palabras del conocido esperto norte-
americano, que dicen así:
«A straight or mam axial Une, whose course would be
north 31° west, passing tlirough the culmiuating peaks of the
Sierras for a distánce of 500 miles, can be assumel as the wes-
tern boundary of the State. A second parallel drawn 55 miles
west of the 7nain axial Une will skirt the westeru base of the
Sierra Nevada, aloug the edge of foot-hills. A third parallel run
equidistant from the second will represent, as ?iearly as possi-
ble, the western base of the Coast ranges. These parallels di-
vide the State into three belts, namely, the Sierra, the great
Valley of California, and the Coast ranges.'»
Agregaremos todavía que el injeuiero Bowie es citado con
elojio por el esperto Shanklin que ha visido la Australia i la
Nueva Zelandia para implantar el sistema hidráulico en los
cascajos auríferos,
— 300 —
IX.
No es diferente la definición topográfica que
de California ha hecho un sabio prominente de la
Universidad de Cambridge, el profesor J. D.Whit-
ney, en su espléndida i lujosa obra sobre los cas-
cajos auríferos de Califoimia recientemente publi-
cada con gran costo en Cambridge hace por estos
dias un año. (1)
X,
I a la verdad, no podia suceder de otra manera
al ejecutar el calco topográfico de aquel país, que
siendo en. cierta manera nuestro antípoda, parece-
ria por su planta, su orografía, su latitud, sus
producciones, su clima, sus fenómenos jeolójicos,
solo una reproducción del nuestro o vice -versa.
Saltan, en efecto, aun al ojo mas superficial, en
Chile las tres líneas capitales marcadas por los
jeólogos californienses i se amoldan de maravilla
a su estructura.
El primer eje forma su zona de la cordillera o
( l ) The auriferous gravéis of the Sierra Nevada of Califor-
nia, by F. D. íK7¿¿¿«í?y. —Cambridge, october, 1880.
Somos deudores de la ventaja de haber consultado un eje'ii-
plar de eata obra a nuestro intelijeute amiga don Carlos Row-
sel, el verdadero pioneer de los cascajos auríferos de Chile.
— 301 —
rejion andina correspondiente, pico por pico, que-
brada por quebrada (salvo la magnitud), rio por
rio, al sistema californiense. Viene en seguida el
gran valle central que en California es el del Sa-
cramento i el de San Joaquin, con una área de
18 mil millas cuadradas, i por último, la montaña
de la costa, que, nudo por nudo i garganta por gar-
ganta, equivale al de nuestra costa.
Divisada ciertamente desde las calles de Sa-
cramento, como la apercibiéramos nosotros en
una diáfana mañana invernal en enero de 1853, la
blanca silueta de la Sierra Nevada, nos parecería
haber sido trasportados a Chile para contemplar
desde los perfiles de su valle central, como en An-
gol, los cordilleras de Trapa-Trapa hasta el vol-
can de Llayma, o el Yillarica desde el rio Futajun-
to a Valdivia, en latitudes casi equivalentes en
uno i otro hemisferio. Sacramento, 38'' 33' N. Val-
divia, 38° 40' S.
I aquí de paso observaremos que la rejion pro-
piamente aurífera de California corresponde, eje
por eje, latitud por latitud, mas a la Araucania
que a Chile, i que los rios auríferos de Sacramen-
to, San Joaquin, el Plumas, el Yuba i otros que
arrastran como el Pactólo antiguo arenas, pajue-
las i plumas de oro, corresponden mucho mejor al
Biobio, al Renaico, al Bureo, al Cautin, al Tol-
ten, al Calle-Calle, al Rio Bueno, etc., que al
Aconcagua, al Mapocho o al Tinguiririca.
M
— 302 —
XI.
Pero esas semejanzas no solo existen en los
grandes rasgos de los dos sistemas comparados,
sino aun en los detalles. Así, por ejemplo, lo que
se ha creído una peculiaridad de los rios de Chile,
es decir, la de que corran éstos sobre cauces sole-
vantados i de mas alto nivel que la planicie que
recorren e irrigan, se observa también en los rios
de California, según lo hace notar Whitney i es-
plican así sus propensiones a desbordarse, como
acontece de ordinario en Chile, especialmente con
el Cachapoal i el Tinguiririca, que figuran entre
los mas empinados del sistema. (1)
xri.
Análoga en semejanza es la descripción cientí-
fica de las cerrilladas de la costa de California
a la que a nosotros corresponde i que forma tan
señalado rasgo de la fisonomía de nuestro terri-
torio. (2)
(1) «As is usually the case with large rivers iu broad va-
lleys, the Sacramento River nins oii aii elevated ridge, the
hanks of the river heing decidedly higber than the strip of land
adjacent ou both sides íbr a distauce of three or four railes.» —
(Whitney, obra citada, páj. 3.)
(2) Hé aquí las testuales palabras del autor citado que por la
— 303 —
XIII.
En cuanto a las analojías de clima, de produc-
tos i de aspectos, son aquellas demasiado conoci-
das aun para el mas rudo de los chilenos que ha-
ya visitado aquel remoto pais. En California las
estaciones son tan marcadas como en Chile; allí
llueve solo en un período igual al nuestro i con
fuerza solo durante dos meses, que son los que
equivalen a junio i julio entre nosotros. I en esa
corta época cae por junto la mitad del agua fluvial
que empapa incesantemente el suelo, sobrevinien-
do los mismos fenómenos de períodos lluviosos i de
secas que han sido el lote secular de nuestra tierra.
Todavía una singularidad mas que hace notar
Witney.
En California llueve con nubesque vienen siem-
pre del sud o del sudoeste como en Chile.
I para llevar las asimilaciones mas allá de nues-
tro territorio, i aunque la Sierra Nevada no sea sino
una gran meseta o mas propiamente el contrafuerte
que envían hacia el Pacífico las Montañas Ro-
callosas, los territorios que yacen a espaldas de
sus crestas, como Nevada, Arizona, Colorado etc.,
fidelidad del concepto dejaniMS copiadas:
«The Coast Ranees form tiie limits of the Greai Valley on
tlie western side and extend to the Pacif Cecean, there beina:
no where in that side more than a narrow space between the
foot hills and the occean...»
— 304 —
son tan secos i naturalmente estériles como las
provincias que quedan a espaldas de nuestra gran
cadena andina, Mendoza, Sati Juan, La Rioja,
Catamarca etc.
Por último, i como si todas estas anal ojias, que
no son transitorias ni casuales sino tan fundamen-
tales como las estratas del suelo, no bastasen, ob-
servamos que en California no solo los grandes
veneros de plata han seguido a los del oro como
en Chile, sino que últimamente se ha descubierto
en aquel maravilloso territorio, o en sus vecinda-
des, no solo cobre en estraordinaiia abundancia (en
las montañas de la Muía, distrito del estado de
Arizona), sino carbón de piedra 'de primera ca-
lidad en las montañas de Humboldt, en Nevada,
i hasta salitre en Carson River! . .
La misma progresión histórica i sucesiva de Chile.
XIV.
Llegando ahora a conclusiones prácticas i apli-
cables a la esplotacion del oro i sus edades, los
dos espertos que hemos citado, el injeniero i el
jeólogo, el minero i el sabio, están de acuerdo en es-
plicar sencillamente los fenómenos que en el cur-
so de millares de millones de años han ido crean-
do en diversas estratas de la costa terráquea las
diferentes zonas del oro.
De la capa superficial, es decir, de los placeres
o lavaderos, no necesitamos dar esplicaciones por-
— 305 —
que conocen eso hasta los peones mas rústicos de
Chile, siendo las tierras auríferas meras desagrega-
ciones de las rocas, especialmente del cuarzo, del
granito i de la sienita que lo contenían embebido
en su forma primitiva.
No es menos sencilla la esplicacion jeolójica de
la existencia del oro de minas, pues al alcance do
todos está que ésa es simple cuestión de profun-
didad, de hondura artificial en la prosecución de
vetas que han asomado al sol, i que van a desa-
parecer en las vertientes subterráneas o en el bro-
ceo de la roca plutónica que le sirve de base.
XV.
Mas, respecto del tercer fenómeno, o sea la es-
plotacion de los cascajos profundos, que en Chile
son todavía un enigma i en California un pingüe
negocio, cuando han sido acometidos con los capita-
les, constancia e iiiteUjencia que requieren en vasta
escala, exijen como formación jeolójica i como his-
toria industrial, que nos detengamos un breve ins-
tante para mejor comprenderlos. «Cuando los pri-
meros lavadores del oro, dice el injeniero Bowie ya
citado, vieron agotarse a sus pies el metal superfi-
cial, reflexionaron, i siguiendo el curso de los ríos
hacia su oríjen, se propusieron encontrar la fuente
deloro {The source oj the gold) ; i como era natural,
al llegar al arranque de las quebradas, desaterraron
LA E. DEL O. 39
— 306 —
en sus roturas i solevantamientos las capas de cas-
cajo que marcaban el cauce de antiguos rios ante-
diluvianos, que corrían completamente opuestos a
los que hoi siguen el curso de los estuarios existen-
tes. Esas capas de cascajo (ripios, decimos en Chi-
le), es decir, de tierras trituradas por acción de las
aguas, contenian en mayor o menor escala i a di-
versas profundidades el oro que habia asomado a la
superficie, i el atacarlo por medio de piques (^shots o
minas de pozos), fué el primer trabajo de reconoci-
miento, exactamente como en las minas de carbón
de piedra, i en seguida vino el sistema de tritura-
ción hidráulica para separar el precioso metal de
la parte inerte, de la basura (dirt), como llaman
propiamente los mineros de oro de California lo
que nosotros conocemos con el nombre mas culto
de desm.ontes, relaves o ripios. Esplicado así senci-
llamente el hallazgo i formación de los cascajos
auríferos, hé aquí cómo se procedia, según la rela-
ción gráfica i animada del escritor francés que an-
tes hemos citado.
«Antes de abordar de frente los nuevos />/ace-
res, se los analiza, se los sondea, por medio de pozos,
estensas o^alerías, enterradas en las llanuras o en
el costado de las colinas. Estas galerías que son
verdaderos túneles, tienen muchas veces, mas de
un quilómetro de largo. La ejecución dura muchos
años, i si la roca es dura, cuesta un precio exorbi-
tante, mas de 200 pesos por metro. Una vez reco-
— 307 —
nocido el criadero, es necesario desmoronarlo i se
penetra en él construyendo una galería mucho mas
corta. De la estremidad interior de aquella se des-
tacan, a derecha e izquierda, otras dos galerías que
dan a todo el trabajo la figura de una T. Colócase
metódicamente en la escavacion muchos centena-
res de barriles de pólvora o de diaamita, cada uno
de los cuales contiene 25 libras, o sea, 12 quilogra-
mos o menos. Se les une a todos por medio de un
hilo metálico, en seguida se tapa sólidamente la
entrada del túnel, i después se les envia el fuego
desde afuera por medio de la chispa eléctrica. En-
tonces se produce un enorme quebraj amiento, al-
go como una conmoción volcánica, un verdadero
terremoto; toda la mole se conmueve i un espacio
de 50,000 metros cúbicos se encuentra hendido,
desmenuzado, en punto de ser atacado por el
chorro hidráulico.
X)En seguida, los hombres se aproximan, dirijien-
do el agua comprimida por medio de tubos per-
feccionados, de hierro o de acero, llamados moni-
t(wes, que permiten lanzar, sin la menor dificultad,
el chorro de derecha a izquierda, de arriba abajo.
En otro tiempo se conducía el agua por una man-
ga impermeable de tela; hoi se la lleva por tubos
de fierro colocados sobre caballetes: entonces se
creia bastante una presión de dos atmósferas, o
sea 20 metros de altura i un volumen diario de
50 pulgadas de agua (3.800,000 litros), medidas
— 308 —
usadas en las minas; hoi dia se emplea por lo me-
nos 1,000 o 2,000 pulgadas i una presión de 8 a 10
atmósferas.
XYI.
))La palabra monitor está mui bien aplicada; el
tubo con que se opera es un verdadero cañón. La
lámina líquida sale de él lisa i trasparente, firme
como una barra de cristal, sin ondulaciones ni di-
visiones, i hiere los bancos del terromontero como
esos arietes de guerra que en otro tiempo golpea-
ban los bastiones de las plazas fuertes. Tiene la
impetuosidad de la bala i hiere, hiere sin cesar.
La roca no tarda en ceder. Se forma por lo pron-
to una especie de arco, cuyos pilares son luego
echados a tierra; entonces ya no es sino una an-
cha caverna, cuyo techo carece de sosten i se des-
morona. Se necesita mucha atención i mucha vis-
ta para dirijir este trabajo i escapar ileso de los
desmoronamientos.
); Demolidos, pulverizados por el choque indo-
mable que los mina, las colinas o mantos de cas-
cajo son arrastrados con el agua. El piso del ca-
nal del lavado, que se abre ante el frente que se
ataca está pavimentado con piedra o madera; la
piedra que se usa es una especie de guijarros suel-
tos o bien adoquines de madera que están dis-
puestos de modo que las fibras estén contra la
— 309 —
corriente. Adoquines i guijarros detienen el oro
en sus intersticios. También se coloca cubetas de
azogue en el curso de los areniscos.
))Casi en todas partes el trabajo no tiene lugar
sino en la estación de las lluvias, a causa del tan
abundante volumen de agua que se necesita, i en
California no llueve jamas de junio a octubre, en
la rejion en que están situados los placeres. Los
canales del lavado no se vacian i limpian sino en
lejanos intervalos, i ya se comprende cuan grade
emoción reina en esos momentos. ¡Allí está toda
la cosecha de oro! Hai puntos en que se hace la
limpia dos veces en la temporada, en otros tan
solo una.
))E1 largo de los canales puede estenderse has-
ta dos quilómetros, entre el banco en esplotacion
i el arroyo donde se arrojan las tierras lavadas.
En esta estension se colocan algunos saltos, de mo-
do que la línea de la corriente no sea continua;
por lo demás, también tiene una pendiente va-
riable.
)>N() es raro que el peso del azogue arrojado en
el caucil sea de 2,000 quilogramos, dando al qui-
logramo de este metal el precio de 3 pesos 20
centavos a que alcanzó en 1874, este solo gasto
llegaria a 6,400 pesos. (1)
(1) Esta operación de limpiar los canales o sluices que a ve-
ces son de madera eu forma de cajones herméticamente cerra-
dos o verdaderos túneles i cajas de piedra^ es lo que los mineros
— 310 —
XYII.
sLa cantidad media de oro, prosigue el escritor
citado, es variable según los criaderos i baja has-
ta 1 franco 50 céntimos por metro cúbico de ri-
pio, duchado i lavado. Estas cifras representan
el mínimun que se puede esplotar con utilidad,
gracias a los medios a la vez tan perfeccionados i
poderosos como económicos de que se echa mano.
En otro tiempo con el sistema hidráulico primiti-
vo, un minero se daba por satisfecho con obtener
un beneficio de 2 a 3 francos de oro por metro cú-
bico en algunos terromonteros. Mucho mas babria
costado tan solo el derribar un metro cúbico de
cascajo sólido, si no se hubiera tenido a mano el
agua, tan injeniosamente adoptada aquí como
ájente mecánico, tanto para la demolición como
llaman cleaning itp, es decir, lira])iar o barrer el oro, como se
practicaba antiguamente en la Colchida i en Chile con los pe-
llejos- de carnero que se ponian a la salida de los trapiches, a fin
de retener entre las hebras de la lana las mas delgadas partí-
culas del metal, i de aquí el vellocmo de oro de Jason, precursor
del toisón, o trasquila de oro de Carlos V. Hablando de un good
cleaning up, es decir, de una buena cosecha de oro por amalgama,
el Transcripta diario de Nevada,- correspondiente al 4 de agosto
de 1878, refiere que la sociedad aurífera denominada Manzanita
Cowjoa/??/, habia hecho en esos días una «espléndida cosecha,i>
porque después de un lavado de veinte dias i con solo 25 hom-
bres recojió 280 libras de amalgama valorizadas en 35,000
pesos, osea 125 pesos por libra de azogue i oro.
— 311 —
para el lavado i acarreo de las arenas i de los gui-
jarros colectores. Pero después, los perfecciona-
mientos introducidos en el método hidráulico han
sido tales, que pueden al presente ser beneficia-
das con provecho algunas tierras diez veces mas
pobres.
XVIII.
Entra en seguida en terreno mas sólido el ilus-
trado autor que por su claridad de esposicion ve-
nimos fielmente siguiendo, i cita algunos ejem-
plos prácticos de la ejecución i resultados de los
procedimientos de que ha venido dándonos cuenta.
«La Compama Americana en Sebastopol, con-
dado de Nevada, habia lavado a fines de 1871, cer-
ca seis millones de metros cúbicos de cascajos, que
le habian producido 1.800,000 pesos en oro, lo
que equi valia a un provecho de quince centavos
por metro cúbico. El banco de cascajo que esplo-
taba tenia una altura media de cincuenta metros
i reposaba sobre un lecho de granito. De 1871 a
1873 el producido en oro habia sido el mismo.
Algunas compañías vecinas, mas favorecidas, sa-
caban hasta tres pesos por metro cúbico; otras,
cuyos ripios eran demasiado duros i se resistían a
desmoronarse bajo la presión hidráulica, se veian
obligados a romperlos a polvorazos i molerlos con
pisones o baterías mecánicas. Estos cascajos ha-
— 312 —
bian rendido hasta seis pesos poT' tonelada (1).
Teniendo en cuenta los gastos de pólvora i mo-
lienda, es preciso convenir en que esos cascajos
debian ser mucho mas ricos, pues de otra manera,
los gastos de esplotacion habrian dejado en zaga
al beneficio del oro.
c(I no se crea que todo este oro se encontrara
en estado microscópico, mezclado como polvo
imperceptible en la composición del cascajo; liai
también pepitas, muchas veces de un regular vo-
lumen, i pajuelas, (las antiguas bolsas de los mine-
ros de Chile.J nidos de oro semi-cristalino, conte-
nido en las junturas i cavidades de los trozos de
cuarzo.
XIX.
»Guando se lava en la artesa la composición de
los ripios auríferos se encuentra, como entre las
arenas de los placeres superficiales pero en menor
cantidad, fierro magnético negro oxidulado, lo
que es fácil separar de los otros cuerpos mezcla-
dos con él por medio de una barra de imán, gra-
_____ _
(l) Algo eqaivaleate a IS pesos p)i' cajón en Chile. ¿Quién
habria trabajado jamas por el sistema de trapiches metales de tan
pobre lei entre nosotros? Recuérdese que aun en tiempo de Fi*ezier
el cascajo debia rendir dos onzas de oro para que costease sim-
plemente, pero sin dejar la menor ganancia. I ahora que se es-
plotan cascajos que riiulen 15 es. el cajón!
— 313 —
nos ele platina, los que se dan a conocer por su
color gris i su gran densidad, rubíes de un her-
moso color rojo, pero demasiado pequeños para
tener algún valor, algunos záfiros azules trasluci-
dos, granates, circones, igualmente sin valor al-
guno, restos de cristal de roca i según algunos
hasta chispas de diamantes; pero se ha reconocido
que no tenían un valor mayor que las piedras an-
tedichas. En resumen, solé el oro constituye la
verdadera cosecha de estas grandes esplotaciones.
))De todas las compañía del condado de Neva-
da, la mas poderosa es la de North-Bloomfield, cu-
yos trabajos hemos seguido en 1868 desde sus prin-
cipios. Pcsee en propiedad una estension de 635
hectáreas de cascajo aurífero. En un estrecho va-
lle ha construido un gran dique que limita un in-
menso depósito que puede contener 21 metros de
agua, los que luego subirán a 30. En la primera
de estas profundidades, el volumen de agua alma-
cenado es de 15,000 millones de litros, o sea 15
millones de metros cúbicos. El canal que corre
desde el dique hasta los bancos de cascajos, tiene
72 quilómetros de largo i no ha coí^tado menos de
500,000 pesos. Está adherido a los flancos de las
colinas rocosas que encajonan el lecho del Yuba
o South Yiihci, i el viajero que recorre este valle
salvaje admira desde abajo tan audaz construc-
ción. El canal desemboca a 300 metros sobre las
minas i allí se encuentra uu segundo depósito.
LA E. DEL O. 40
— 314 —
«En 1873 se constrnia otro canal de 32 kilóme-
tros, que debia reunirse el precedente en la mi-
tad de su camino. Si se ha terminado ya esta
obra, la compañía de North Bloomfield podrá
trabajar durante todo el año i gastar diariamente
a la vez en todos los puntos de esplotacion, cer-
ca de 380 millones de litros, que corresponden al
volumen de 5,000 pulgadas de agua de minero.
«El total del gasto de estas jigantescas empre-
sas llega a un millón de pesos, de los que 700
rail se han empleado en los 104 kilómetros de ca-
nales i 300,000 en los diques i depósitos. La com-
pañía posee ademas una parte sobre depósitos en
los cascajos vecinos i allí construye también 50
kilómetros de canales, con el gasto de 250,000
pesos. Ademas le pertenece esclusivamente una
línea de agua canalizada de mas de 150 kilóme-
tros, que desde la cumbre de las montañas i de
los flancos nevados de la sierra, se estiende hasta
el pié de los valles adyacentes.»
XX.
Podríamos por nuestra parte aumentar estos
ejemplos con numerosos casos que hemos acopiado
en la lectura no remota de diarios californienses,
pero nos será licito únicamente recordar, si mas
no sea que por su nombre (que casi es un título de
nacionalidad) el célebre lavadero superficial i de
— 315 —
casc.'ijo llamado CMU-Gkdch (o garganta de Chi-
le) en la veeindad de la ciudad de Mokeluna, con-
dado de Calaveras, asiento de fabulosa riqueza,
porque cada una de sus claims o estacas, aun
cuando no median mas de 15 pies cuadrados, pro-
dujeron, según un mineralojista francés, 250 libras
o sea dos quintales i medio por cada cinco metros
cuadrados.
Era aquello una verdadera plancha maciza de
oro, descubierta por algún chileno. (1)
(1) P. Laur. — Metaux précieux de Californie páj. 27. Se-
gún el diario The Calaveras Gkronicle del 12 de enero de 1878,
im viejo minero llamado Garland había comprado estos cascajos
cuapdo habia dado ya ea la circa (cement,) i se proponía tritu-
rarlos, para cuyo fin estaba levantando una batería de pisones
que tendrían una presión de 260 pies por pulgada: era esto lo
que se llama cement mining, dirijido a estraer el oro de su
base roas dura i mas profunda.
En la revista titulada The liessources of California corres-
pondiente a agosto de 1877 encontramos también un prolijo es-
tudio sobre trabajos ejecutados en llevada en una estension in-
calculable de cascajos auríferos que allí tienen el nombre de
cascados azules de plomo (the blue gravel íí^aí/) que han produ-
cido muchos millones de pesos a las compañías que los espío-
tan.
El minero australiense Mr. J. B. Shanklin, que ha sido uno
de los primeros esploradores de los cascajos auríferos de Chile,
cita también como actor i artífice, en un artículo publicado el 19
de marzo de 1878 en El Mercurio de Valparaíso, una serie de
grandes trabajos de este jénero logrados en California.
Por último, nuestro amigo i colaborador Rowsell, «el bombe-
ro de treinta años,» nos ha enviado la siguiente lista de los
— 316 —
XXT.
Una peculiaridad, o mas bien, una anal ojia chi-
lena de Chile- Gulch. En estos cascajos se han
principales túneles i galerías abiertas para la esplotaoion de los
cascajos.
Costo i largo de los tímeles practicados en la rejion sur e inter-
media del rio Yuba en California.
Pies. Costo.
North Bloomfield 7,874 % 500,000
Bortón 1,600 j> 40,000
American 3,900 » 140,000
Manzanita 1,740 » 62,000
Sweetland Creeck 2,200 » 90,000
French Corral 3,500 » 145,000
Lista de túneles abiertos en terrenos de la compañía Excelsior
(Smartsville.)
Buhl i Michigan largo 2,000 pies.
Pactolus »
Cement Claim »
Blue Gravel »
Enterprise »
Movney lias »
Se ha estimado que Smartsvilia ha producido $ 13.000,000 i
ha contenido término medio 23 es. de oro por yarda cúbica, i se
calcula que producirá de 18 a 22.000,000 mas.
I ahora preguntamos - ¿se ha hecho algo semejante o parecí-
do siquiera en Chile? ¿Puedeu considerarse como verdaderos
trabajos i menos como esplotaciones de lavado de cascajos aurí-
leros los simples ensayos i reconocimientos de Catapilco, Llam-
paico i Niblinto? — Pero no anticipemos.
1,600
»
1,800
»
1,808
»
3,092
»
3,300
»
— 317 —
encontrado fósiles de rinocerontes a la profundi-
dad de 243 pies. Pues algo parecido ha ocurrido
en la vecindad de Llampaico, donde se nos ase-
gura se desenterró un diente de mastodonte u otro
animal antediluviano, con la singularidad de con-
tener en sus cavidades una porción considerable
de oro. Se nos ha informado que esta curiosidad
existe en poder de don Carlos Waddington, en
Valparaiso, i fué encontrado en las Dichas, es de-
cir, en el fondo del estero aurífero de Casablanca.
XXII.
De toda suerte, es un hecho sobre el cual no
cabe duda el de que casi la totalidad del oro pro-
ducido por la América del Nort3 en sus estados
del Pacífico, desde 1871 hasta la fecha, se deben
no a los agotados lavaderos superficiales de oro,
sino a los cascajos auríferos de que detenidamente
nos hemos ocupado.
Vimos ya en la pajina 235 que, según Lavele-
ye, la producción total de California en los 13
años comprendidos desde el descubrimiento, 1848,
a 1861, ascendió mas o menos a 500 millones de
pesos, lo que hace aproximativamente 40 millones
de pesos por año.
Veamos ahora, según datos de reciente i auto-
rizada data, cual ha sido el rendimiento del oro
en aquellos paises, según los libros de la Compa-
— 318 —
nía acarreadora de metales preciosos el conocido i
universal Expreso de Wclls-Fargo i Compañía,
para los siguientes años:
1873 * $ 40.456,593
1874 40.103,045
1875 41.745,147
1876 44.328,301
1877 46.129,547 (1)
Se notará que la proporción del oro ha ido
siempre en aumento, i esto mismo ha sucedido
(1) Haciendo la cuenta por libras de estos verdaderos cerros
de metales preciosos que tanto eclipsan los prodijios antiguos
del Ofir i del Perú, encontramos el siguiente resultado.
«La producción total de oro i plata en los Estados Unidos,
durante el año 1870 se elevó a 17.076,080 libras, a cuyo valor
el oro contribuye con 9.370,000 i la plata con 7.700,000 libra?.
Según el informe dado por el director de la moneda, doctor Lin-
derman, el estado de ^Nevada contribuyó con 57 por ciento de
la suma total de plata, o sea 5.00.5,000 libras; Utah figura con
1.155,000; Colorado con 808,400 libras; Montana, con 231,000.
»Eü la estadística de la prodaccion total de metales preciosos
desde 1860 hasta fin de diciembre de 1876, consta que la pro-
ducción total en el primer año ascendió a 9.230,000 libras, ha-
biendo desde entonces aumentado en progresión creciente hasta
17.070,000 libras, que constituyó la estimación para el último
año. El aumento es debido casi esclusivamente a la obtención
de plata, la cual ha aumentado desde 30,000 libras (en 1860,)
hasta 7.700,000 (en 1876.)
» Así, en 17 años, la producción total de oro ha sido de
153.355,418 libras, i la de plata de 57,971,000, lo que dá un to-
tal de211.326;418 libras.»
— 319 —
con la plaüi, coa el plomo i todos los demás valio-
sos metales de aquellas zonas verdaderamente
portentosas. I a fin de comprobarlo, nos será líci-
to reproducir del Mining Beview de San Francisco
de 1877, el siguiente cuadro que representa el valor
total de los metales producidos por los once esta-
dos del Pacífico que reconocen en el de California
su cuna i su matriz:
lí^7S 19741 1975 iS76
California $18.025,722 $20300,531 $17.753,151 $19.000,000
Nevada 35.254,507 35.452,233 40.478,369 49.300,000
Oregon 1.376,389 609,070 1.165,046 1.200,000
Washinhton 200,395 155,535 81,932 100,000
Idaho 2.343,654 1.880,004 1.-554,902 1.700,000
Montana 3.892,810 3.439,498 3.573,609 2.800,000
Utah 4.906,337 5.911, ¿78 5.687,494 5.600,000
Arizona 47,778 26,066 109.093 1.400,000
Colorado 4.083,268 4.191,405 6.299,817 7.000,000
N. México 868,798 798,878 2.408,671 2.200,000
3r. Columbia 1.250,035 1.636,557 1.776,953 1.500,000
Totales $72.258,693 $74.401,055 $80.889,037 $91.800,000
XXIII.
En cuanto al año de 1877, un estado prolijo
publicado en el estudio estadístico a que hacemos
referencia, aumenta la producción de metales pre-
ciosos en mas de siete millones de pesos, llegando
la estadística a la suma, verdaderamente fabulosa,
de 98.421,754: pesos estraidos en su mayor parte
por el sistema de la presión hidráulica en un solo
año.
— 320 —
El autor de los cómputos que seguimos, corri-
jiendo un tanto los cálculos de Laveleye, afirma
que la producción del oro i plata en California
desde desde 1848 a la época de los descubrimien-
tos arjentíferos de Nevada en 1861, fué de 700
millones de pesos, estableciendo que la contribu-
ción de la plata a esta cifra no fué mui conside-
rable.
Ahora bien, desde que el rudo minero Coms-
tock, creyendo haberse encontrado un pedazo in-
forme de escoria, reveló al mundo, como Juan
Godoi en 1832, la prodijiosa riqueza arjentífera
de Nevada, este Potosí moderno, el rendimiento
del oro ha sido en proporción mucho mas del do-
ble de la plata, en esta forma:
Oro $ 876.000,000
Plata 372.000,000
Esplícase este fenómeno por la circunstancia
de que las minas de plata de Nevada contienen
jeneralmente un 43 por ciento de oro.
Los metales sacados en 1877 de las minas Con-
solidated VirgÍ7iia i California, que son las descu-
bridoras de Nevada, i estraidos de la profundidad
de 1,500 pies, contienen en igual proporción el
oro i la plata, maravilla nunca vista hasta aquí.
Sin embargo, en los estados norte-americanos
del Pacífico, como ha sucedido en Chile, la plata
va tomando cada dia mayor ascendiente, pues la
— 321 —
proporcionen que estaban uno i otro metal en 1877
en aquellos territorios era de 51 millones de pesos,
producción del oro i de 49 millones de pesos, pro-
ducción de la plata; i de aquí el bimetalismo que
tanto desespera a los sabios, como si fuera posible
dar un valor fijo, «a lo Piérola», a sustancias que
alteran su precio de una manera indefinida, año
por año, i casi mes por mes. (1)
(1) Como un dato interesante de la asombrosa riqueza metalí-
fera de los Estados Unidos, reproducimos las siguientes cifras
sobre las cantidades de oro i plata amonedadas en las tres casas
de moneda de ac[uel país en el año de 1877, como sigue:
Casa de moneda de Filadeljia.
Oro 7.679,844 pesos.
Plata 10.651,04.5 »
Nickel! 8,525! »
Total en Filadelfia 18.339,414 »
Casa de moneda en San Francis-
co (oro i plata) 49.772,000! »
Casa de moneda de Carson, esta-
blecida en 18 'O en Nevada (oro
i plata) 4.020,000 »
Gran total de amonedación
en uníalo 72.131,434!!! »
Lo que amonedó la casa de Moneda de Chile en un siglo!
Hé aquí todavía un dato de importancia que tiene apropiada
cabida en este libro i que reproducía hace poco el Economiste
Frangais, a propósito de la debatida cuestión del bimetalismo,
asegurando que aun cuando la produ.-cion del oro haya decrecido
LA E. DEL o. 41
— 322 --
XIV.
Llegado es ahora el caso de proponer la solu-
ción práctica i similativa que hemos venido per-
siguiendo i que podria concretarse a esta simple i
comprensiva fórmula:
¿Tiene Chile una tercera zona aurífera esplotahle,
asi como ha tenido dos zonas arjentiferas perfecta-
mente demarcadas?
I si así esa zona existe, como parece fuera de
duda, ¿es ésta susceptible de ser esplotada con las
pingües ventajas que en California i por los pro-
pios medios usados en este pais i en Australia?
El problema queda así lealmente establecido;
pero los ensayos ejecutados hasta aquí desde 1877
en los últimos cuatro años, no por esto dejaría de sobrar para
las necesidades verdaderas o ficticias del mundo.
«Soetbeer, que es uu estadístico mas minucioso que los pre-
cedentes, da las cifras de la acuñación de las monedas de oro i
plata en el período mas reciente, es decir, de 1851 a 1875, en
los doce principales estados del mundo civilizado fabricantes
de moneda en la siguiente forma: Australia, Gran Bretaña,
Indias Inglesas, Estados Unidos, Francia, Béljica, Italia,
Alemania, Austria-Hungría, Escaudinavia i los Países Bajos.
Esos Estados reunidos han amonedado en ese período 5.785,580
kilogramos de oro, que valen 16,142.000,000 de marcos o sea
4,035.400,000 de pesos fuertes, i 42.098,340 kilogramos de pla-
ta, que valen 7,578 millones de marcos o 1,896 millones de pesos.
Según estos datos puede admitirse que debe haber a lo menos o
niil millones de pesos en oro, en estado do moneda, t-n todo el
Djundo civilizado.»
— 323 '-
en Catapilco, en Maleara, en Llampaico, en Ni-
blinto, ¿alientan o desprestijian semejante indus-
tria hasta el presente.
— «Sí!», responden los entusiastas decidiendo el
primer término a su favor, i esplicando el poco
éxito alcanzado hasta aquí por causas ajenas a la
riqueza intrínseca, jennina i probada de la tierra,
es decir, por la escasez de agua, la penuria de ca-
pitales, las intrigas del ajio, i mas que todo, por
la inconstancia cúpida que se fatiga i desespera
del primer malogro.
— c(Nó!)) dicen los otros invocando testimonios
contrarios i hechos desconsoladores.
En cuanto a nosotros, colocándonos fríamente
en el centro de la controversia, nosotros que bus-
camos solo la solución de un gran problema na-
cional, i esponemos los hechos i las doctrinas que
tienden a ilustrarlo, nos limitaremos a narrar sen-
cillamente lo que sobre el particular vimos en es-
cursiones auríferas que cuentan ya la autoridad de
algunos años (1878) i a esto consagraremos, con-
forme a nuestro programa, los dos capítulos sub-
siguientes.
XXV.
No pondremos remate, sin embargo, al presen-
te, sin citar, sin com.entario alguno, la opinión del
esperto, Mr. Shanklin, quien en el artículo recien-
— 324 —
teniente citado i correspondiente a diciembre de
1878, se espresa en los términos siguientes:
((Es un hecho demostrado por hi esperiencia
obtenida en los lavaderos de Australia i Califor-
nia, que el manto o stratum que contiene la ma-
yor parte del oro, está situado en los ocho o diez
pies que se hallan sobre la circa o roca primitiva,
aunque hai casos, como en el (cGreat-blue lead»
de California, en que ese manto alcanza hasta 40
pies de espesor sobre la circa; pero esto es escep-
cional. El North Bloomfield Grcwel Mining Cora-
2)(iny, tiene un depósito de unos trescientos pies de
espesor, de los cuales solo los 40 mas profundos son
del manto verdaderamente aurífero. En los años
1870 a 1874 esta compañía lavó de la parte supe-
rior del depósito tres i un cuarto millones de casca-
jo, con un resultado de 2.9/10 centavos por yarda.
((En 1874 a 1875 lavó 1.858,000 yardas cúbicas
de la misma parte superior, hasta la profundidad
de 160 pies, con un resultado de 3.9/10 centavos
por ya,rda cúbica, i con un costo de 2.84/100 cen-
tavos. En 1875 a 1876 la misma compañía lavó
2.919,700 yardas cúbicas hasta la profundidad de
260 pies con un resultado de 6.6/10 centavos, es-
traidos a un costo de 3.19/100 centavos por yar-
da. El cálculo, por estudios prolijamente hechos,
del valor de todo el depósito, daba unalei común
de 25 centavos, siendo la de los mantos superiores
aumentada por la de los inferiores.
— 325 -
))Esta compañía es una de las mas importantes
en California.
))La Compañía Light en un ensaye hecho para
estimar el valor de los mantos superiores e infe-
riores, lavó 58,340 yardas cúbicas del cascajo su-
perior con un resultado de dos centavos por yar-
da, (dos centavos en lugar de dos onzas de oro
sellado por cajón! , i en seguida lavó el manto
situado a cuatro pies sobre la circa, dando 55 por
yarda cúbica.
))La compañía La Grange lavó también con el
mismo objeto de estimar el valor de los cascajos
superiores e inferipres, 41,038 yardas cúbicas, con
un resultado de tres centavos por yarda, i 7,242
yardas del manto inferior que dieron 94 centavos
por yarda cúbica.
))La Compañía Ceder-Creeck tiene un depósito
de 130 pies de espesor, de los cuales 90 pies de la
parte superior no contienen nada de oro. Puedo
citar muchísimos ejemplos como éstos, i otros en
Australia, donde el manto pagador no tiene jene-
ralmente mas de un pié de espesor sobre la circa,
con escepcion del distrito de Ballarat, donde varia
entre siete i diez pies sobre la circa.
y) Compárense ahora estos depósitos con los hasta
la fecha reconocidos en Chile. Los ensayos en Ca-
tapilco han dado una leí mínima de 30 centavos
por yarda cúbica; en Llampaico de cuarenta a
ochenta centavos, sin saberse todavia lo que pueden
— 326 -.
producir los mantos inferiorQs; en Marga-Marga,
desde 30 centavos hasta dos pesos; en Petorca des-
de 50 centavos hasta un peso; en el Romeral desde
50 centavos hasta dos pesos; i en Garen desde cin-
cuenta centavos hasta cuatro pesos j) (1)
(1) Sobre este mismo particular i en el mismo sentido han
escrito los espertes o cateadores de oro Mr. Holcombe i Sirap-
son, que han recorrido una buena parte del país, i también el
químico chileno don Enrique Sewell-Gana. Este último hizo un
llamamiento especial a los p?'ospecfors i mineros californienses
en un artículo publicado en enero de 1878 en El Minimj i
Scienfic Press de San Francisco, ofreciendo todo jénero de ven-
tajas a nombre del presidente Pinto i de su ministro el señor
Lastarria.
Se nos ha informado que el injeniero aurífero señor Messerer,
el mas versado talvez de los hombres de ciencia i de práctica
auríferas combinadas que haya venido a Chile, no abriga una
esperanza raui lisonjera de la tercera zona aurífera de Chile por
la formación de sus estratas. Pero, al mismo tiempo, se uos dice
que el señor Messerer trabaja minas de cuarzo en Tiltil, en Pe-
torca i donde las halla...
Escrito i en prensa lo precedente, el Mercurio de Valparaíso
del 9 de noviembre anunció la llegada a esa ciudad de la segun-
da remesa de oro de Llampaico (13 libras) producto de 130 ho-
ras de lavados de cascajos con un monitor hidráulico de mínima
presión i aprovechamiento... I no es este el caso de esclamar,
como respecto del oro de Lebu: — oiSanto Tomas, ver i creerh
CAPiraLO XII.
LOS CASCAJOS auríferos DZ CATAPILCO.
El pr'imev prospector o cateador de los cascajos auríferos de Chile, el doctor
Buriles. — Catapilco i su fama aurífera. — Llega este emisario a Chile i
regresa el doctor Burnes a Estados Unidos en 1876. — Mr. .John Flagler i
prolijos reconocimientos profesionales que ejecuta en Catapilco. — íSe re-
suelve a establecer trabajos por la presión hidráuliga i regresa a Esta-
dos Unidos. — Vigoroso planteamiento inicial de las faenas. — El injenie-
ro Simpson. — La fiebre de Paraff i nuestras escursiones en 1878. — Es-
cursion a Catapilco. — La comitiva, la partida, los adioses i los aco-
modos.— «Ambrosio Lámela.» — De Viña del Mar a Concón.— La cazuela
de Colmo. — Los gringos de Semana Santa i la aventnra del arriero de
los qringos. — Quinteros. — Puchuncaví.— La laguna de Catapilco. — Una
acojida yankae i sus brindis. — Visitas de las faenas del oro. — El Cule-
brón i el Quemado. — El cambista Román i sus tesoros. — Pedro Cruz i
Montenegro. — Una arroba de oro por semana. — Descripción de los tra-
bajos.— Los canales. — Los Jlumes i los acueductos. — La revelación del
indio en el hospital de Santiago. — Risueñas ilusiones. — Cartas de Mr.
Flagler que las confirman.
«Desde que se ha dado publicidad a los
notables trabajos auríferos de Catapilco,
se ha despertado un verdadero entusiasmo
por este jénero de empresas.
»Varias personas recorren los campos de
la costa, estimulados por las mismas era-
presas, i entre otras se nos asegura que una
caravana compuesta de los señores Luis i
Patricio Lynch, Juan de Dios Merino Be-
navente i otros caballeros se han diriji-
do últimamente a Catapilco para hacerse
cargo prácticamente de este nuevo siste-
ma de esplotar las riquezas dsl paí'í, el
328 —
cual, manejado con mediana discreción,
nos sacaria sin duda de la aflictiva situa-
ción que atravesamos.
(Crónica del Ferrocarril del 4 de marzo
de 1878.)
Por el año de 1875 hizo su aparición en Chi-
le el ^vuíieY prospector o «cateador de panizos de
oro», en demanda de la antigua i universal fama
de Chile así como de la aplicación de los sistemas
californienses que hemos descrito en el capítulo
precedente de este libro. Era este nuevo Jason en
busca del perdido vellocino de la Colchida, un
médico de profesión, llamado Mr. Burnes, que con
el grado de coronel habia servido en las filas de la
rebelión de Estados Unidos i consagrádose en se-
guida a las labores de oro en California i aun en
los Estados del Sur de la Union, a que pertenecia.
11.
El doctor Burnes fué en seguida enviado, i al pa-
recer era sostenido i estimulado, por una compañía
de capitalistas resid-entes en San Francisco i Nue-
va York, que deseaban esplorar los casc¿ijos aurí-
feros de Chile, o sea su tercera i todavia vírjen
zona subterránea, a fin de esplotarla por los pro-
cedimientos hidráulicos.
Llamaron desde luego la atención del pioneer
— 329 —
de los cascajos auríferos las renombradas tierras
auríferas de Catapilco, estensa hacienda situada
en la costa del departamento de la Ligua i en los
confines setentrionales de la de Valparaíso. •
Allí no habia en efecto dejado de trabajarse ja-
mas el oro, desde el tiempo de los aboríjenes, i
hoi mismo continúa dando pábulo i sustento a la
vida de algunas familias i al provecho de uno o
dos cambiadores de oro, por el método antiguo de
la batea i el buche de la gallina, especialmente
en el lugar denominado La Laguna, que es don-
de en un remanso de playa desemboca en el Pa-
cífico el estero aurífero de Catapilco. Esta noble
estancia ha sido durante dos siglos bien patrimo-
nial de la familia Yicuña, i hoi es propiedad de
una rama de este — los señores O valle-Vicuña.
III.
Después de un año de esploraciones, el doctor
Burnes dio la vuelta a Nueva York, i a mediados
de 1876 regresó a Chile acompañando a un ho-
norable, intelijente i entusiasta industrial, Mr.
John Flagler, que disponía de los poderes i de los
capitales de una rica compañía organizada en
Boston i en Nueva York i de la cual era él el mas
influyente accionista.
Mr. Flagler trasladóse inmediatamente, acom-
pañado de su apreciable familia, la señora Flagler
LA E. DEL O. 42
— 330 —
i una encantadora hija única, a Catapilco, i des-
pués de haber hecho con rara perseverancia i per-
sonalmente durante el invierno de 1877 cuantos
trabíyos preliminares i reconocimientos previos
juzgó necesarios hasta convencerse de la riqueza de
aquel suelo, cinco, diez o mas veces superior a la
que habia producido tantos millones en los últimos
seis años en California i en Hevada, regresó a su
pais para enviar los obreros, las máquinas, las
herramientas i los capitales que la planteacion de
la empresa de lavados en grande o mediana esca-
la requería.
No tardaron estos elementos en llegar al terre-
no con gran costo de trasporte, organizándose una
verdadera compañía de esplotacion por medio de
la presión hidráulica i con el nombre de Ligua
Mining Company.
IV.
Creyóse al principio mas económico i producti-
vo levantar las aguas de la laguna de Catapilco
por medio de bombas a vapor a la altura suficien-
te para alcanzar lo que los injenieros californien-
ses llaman un good head, es decir, una posición tal
que produjese la presión requerida a los pistones o
monitores destinados a lavar los cascajos.
Iniciáronse los trabajos bajo la dirección de un
injeniero práctico, un prospector de profesión, lia-
— 331 —
mado Mr. Juan Sknpson, traído espresamente de
los cascajos i esplotaciones de California para el
caso. T durante el verano de 1877-78, se adelan-
taron éstos, canales, tímeles, represas, acueductos,
etc., lo suficiente para llamar la atención de todo
el país, que contemplaba en ese momento, ator-
mentado por las aletargadoras impresiones del
sueño o pesadilla de Paraff, la solución de aquel
gran problema práctico.
y.
Habia algunas personas, poquísimas en núme-
ro, i entre ellas el autor de estos apuntes, que no
creyeron jamas, ni por un solo minuto, en las pa-
trañas de aquel aventurero tan inj enloso como au-
daz; i juzgando que era mas acertado, mas juicioso
i mas práctico llamar la atención de los capitalis-
tas i de los trabajadores comunes hacia los intere-
ses auríferos, mas lentos pero menos fantásticos,
que desarrollaban los industriales californienses,
ejecutó en compañía de varios amigos diver-
sas escursiones a los lugares de mayor i mejor
reputada fama aurífera que existían al alcance
de su residencia habitual en aquella época, que^
era la aldea de Yiña del Mar. '^^'^
Con esos propósitos visitó sucesivamente 'Mié'
quebradas de Eeculemo, de Maleara i de Alvárá^'
do en la provincia de Valparaíso, i los Vastos^
— 332 -
campos de Catapilco en la de ^concagua, depar-
tamento de la Ligua. I hoi, en cumplimiento de
los propósitos que ha venido desarrollando en el
presente libro, se propone dar a conocer el fruto
de esos reconocimientos, o mas propiamente sim-
ples visitas de escritor ejecutadas por placer a los
placeres auríferos, usando para ello el llano len-
guaje de una relación familiar.
Comenzamos en consecuencia la jornada de Ca-
tapilco sin escluir ninguno de sus incidentes i epi-
sodios, que acaso llevarán algún solaz al ojo del
lector, cansado ya de la aridez del páramo,
VI.
Esa relación, contenida en una carta escrita al
pié de la estribera, cual el prólogo del inmortal
Manchego, al Ferrocarril de Santiago, en las ca-
sas de la hacienda de Catapilco el 20 de abril de
1878 (sábado santo) estaba concebida con levísi-
mas variantes en los términos que en seguida pa-
samos a copiar:
En la mañana del jueves santo, dia 18 de abril,
de 1878 la pequeña i de ordinario tranquila ca-
lle Bohn, este pequeño camino de cintura del
moderno Versalles (pero que mas parece, por lo
estrecho, pretina que avenida), presentaba el mas
animado espectáculo. Todo era carreras, gritos,
caballos en pelo, sueltos los unos conducidos por
el diestro los otros, maletas i sacos de viaje lleva-
— 333 —
dos en hombros por las aceras, sillas de montar pe-
didas aquí i allá en préstamo, sirvientes que iban i
venían, i entre el revuelto i pintoresco enjambre de
jinetes de bota fuerte, de pedestres a pié pelado,
de huasos que aparejaban lozanos machos de al-
mofrej, las dulces i curiosas caritas de los niñosque
venian a decir al «papá» i al «tio» el último adiós
junto con el último encargo — «¿Qué me trae?»
YII.
Nuestras buenas amigas, las señoritas E ,
con su intelijente i nunca desmentido comedi-
miento, se hablan encargado de la colación mati-
nal, de suerte que a la siete de la mañana, con un
sol radioso de otoño, pero que refrescaba la brisa
del mar vecino, estábamos listos todos los «viaje-
ros de Catapilco», que éramos siete, como los pe-
cados mortales, en el orden en que vamos a nom-
brarlos de memoria, cosa que no es difícil, porque
desde el elegante aposento de las casas de Cata-
pilco en que esto escribimos, oigo que en el salón
superior están seis de ellos «cantando gloria» (la
gloria de la resureccion) con voces tan destempla-
das que de lejos saben a notas galopadas a razón
de quince leguas por dia. Para esta noche tiene
también anunciada, la misma alegre comparsa, un
concierto a favor del hospital de la vecina Ligua,
en que se representará una petipieza titulada Pa-
334 —
raff en Gatapilco, i uno de los actores remedará al
«ciego Acuña en e
ñor de Pelequen».
«ciego Acuña en el Santa Lucía» i otro al «ruise-
VIII.
Formaban, pues, la festiva i animosa comitiva
los amigos que siguen con sus respectivos títulos
de guerra, que para el caso usaremos como mas
discretos i de mayor llaneza:— Juan Ashley Wal-
ker, que como recien llegado de las arjentíferas co-
linas (o mentiras) del Rio Colorado, le cupo en es-
ta escursion aurífera de las costas el importante
papel de capitán de rancho; mi hermano Antonio
Subercaseaux, nombrado tesorero «in partibus»;
Osvaldo Rodríguez, secretario de la intendencia
de Santiago, el simpático capitán Borgoño, ayu-
dante de la intendencia de Valparaíso, a quien
sus jefes dejaron a pié, cuyos dos personajes ofi-
ciales conservan sus respectivos títulos en la mar-
cha, con la sola circunstancia de que para mayor
respeto de la caravana fué el último ascendido a
coronel, (i hoi ¡oh profecía! ya lo es); el respetable
capellán i futuro cura, cuando haya iglesia, de
Viña del Mar, quien no teniendo como oficiar en
el lugar, se proponía misionar a lo largo de la
costa; mi inseparable i querido primo Januario
Ovalle, a quien nunca he sabido si quiero mas co-
mo a primo que como hermano, i al cual los hua-
sos de esta tierra, sus inquilinos i subditos, lia-
— 335 —
man solo don «Juan Arias», i nosotros por cariñosa
abreviatura «clon Juanitoí', i por último, el que es-
to escribe, que tomó para sí el empleo de nunca
cansado cronista o como dice irónicamente ce don
Jaanito)),de «Tata de los costinos» o el «Tostado».
IX.
Decíamos que el coronel ayudante del intenden-
te de Valparaíso habia sido dejado a pié, i así era
la verdad, porque su asistente no parecía con el
«caballo del gobierno», i ya iban a sonar en el reloj
de la estación las nueve de la mañana.
Echóse el tesorero con este motivo no previsto
a buscar un rocinante de ocasión, i con tanta suer-
te, qae cuando «el tren de nueve» venia haciendo
sonar su bocina de. alarma por la Ptrntilla de los
Burros, (que es por donde se entra a Viña del
Mar viniendo de Santiago) , ya salíamos de tropel
por la boca occidental de la callejuela de Bohn
hacia la que se llama Plaza de la Libertad i que
no es todavía sino de «las basuras».
X.
Pero he aquí que mientras perfilábamos la ca-
balgata para atravesar el pesado médano del es-
tero, que en futuros tiempos se llamará, por. de-
creto de 1875, Avenida de la Marina, aparece
— 336 —
hacia nuestra izquierda un grupo de elegantes se-
ñoritas, que en un abrir i cerrar de ojos ponen
en desbandaba a los viajeros. Son las graciosas
señoritas C que se dirijen a tomar el
«tren de nueve», razón por la cual los jinetes se
arremolinan i parten en esta dirección, i en la
,otra sin escuchar voz de mando, a mas que lijero
trote llevando la vanguardia el secretario de San-
tigo i el coronel de Valparaíso, para rendir sus
homenajes i decir sus finos adioses a las bellas
aparecidas, con el nunca olvidado apéndice de —
«Qué me encarga?»
Hasta «don Juanito» puso a mas que a un tercio
de rienda su dorado caballito de paso llamado por
buen nombre el Tomate, i no parecía sino que
cual Sancho enviado por su enamorado amo el de
la Triste Figura, iba a decir algún discreto recado
i razonamiento a aquellas hermosas Dulcineas de
esta aldea que han dado por manía cortesana en
llamar Versalles, cuando en realidad no es sino
un dulce Toboso Solo el capitán cronista i su
capellán, como Pedro de Valdivia i el fiel padre
Pozo en la batalla de Tucapel, quedáronse firmes
sobre sus estribos, atravesando con tardo paso el
ñitigoso arenal.
XI.
Al cabo de un mas que mediano cuarto de hoía
la cuadrilla de la santa hermandad se hallaba
— 337 —
otra vez reunida i compacta en la opuesta banda
del estero jauto al sitio en que estuvo la viña de
Alonso de Rivera, i que hoi sombrean como tris-
tes memorias del pasado, grupos de amarillosos
álamos.
Comenzó aquí una escena de diversa especie
de la ya pasada de juveniles amoríos que se lle-
van los suspiros, porque era cuestión de enjal-
mas, de asentaderas i de rocines. Quién estribaba
demasiado largo, quién demasiado corto, como si
fuese en cuclillas, a cual se le liabia caido los
sudaderos por llevar floja las cinchas, i cual liabia
olvidado los cigarros i cual otro los fósforos. Solo
*
el cauto capellán llevaba todo su apero en regla i
cabal como lo demostró sacando su breviario de-
bajo del poncho i la sotana, i «don Juanito» una
buena marraqueta de pan francés de que habia he-
cho prevención en la cariñosa mesa de nuestro ma-
tinal desayuno. —«No se lo decia yo, esclamó en
tal conflicto de apreturas, uno de los de la.cuadri-
11a, no se lo decia yo que debíamos hacer ayer
por la tarde lo de los jesuitas, que siempre que
sallan de viaje montaban la víspera a caballo,
cargaban las muías, i los pozuelos, daban una
vuelta por los claustros i en seguida se alojaban
poniendo cosa con cosa, los lazos sobre los lomi-
llos, los pellones en el suelo, las espuelas junto al
freno i la manea, i por almohada el misal?
LA E. DEL O. 43
— 338 —
XII.
Quedaron los compañeros edificados con aquel
sermoncito de vieja de jueves santo, i prometieron
viajar en otra ocasión cea lo jesuita)) para no tener
atrasos ni andar a la disparada como liabia acon-
tecido aquella mañana.
Organizamos en seguida la marcha tomando la
vanguardia los de a caballo de buen galope, los
del trote al centro i los de paso menudo la reta-
gu¿irdia que cerraba don Juanito en su mentado
caballo el Tomate.
* En cuanto al mozo de la carga, un despierto
muchacho catapilcano llamado Manuel Pérez, con
mas cábulas que Ambrosio Lámela, el arriero de
Jil Blas, pero de voluntad lista como la malicia,
destacámoslo adelante en calidad de emisario del
estómago. Es de advertir que casi toda la caba-
llada era de Catapilco, asi es que los rocines con
no menos velocidad que alegría iban tragándose
las leguas i el viento salino i vigorizante de la
costa.
XIII.
Haciendo un vuelco hacia la playa de aquélla,
abandonamos a poco el camino real de Quillota,
en el punto en que el desdichado Portales tomó
— 339 —
SU postrera taza de caldo, que le dieron de caridad
en un rancho que todavía se halla de pié, i pushno-
nos a galopar sobre el cómodo sendero macadami-
zadoque, con poco costo pero no pequeño injenio,
ha echado sobre las arenas muertas el caballero
ingles que habita la antigua posesión de «Las Sa-
linas», esta Inglaterra en miniatura situada ala
sombra de las encinas i los pinos entre las colinas
i el mar.
En seguida, penetrando por un desfiladero de
rocas rotas a pólvora, comenzamos a seguir la
huella del antiguo trazado del ferrocarril hecho
por Alian Campbell, via Concón, i que fué aban-
donado por el túnel de San Pedro i los cinco
puentes de las Cucharas, arrojando al mar cuatro-
cientos mil pesos en cortes i terraplenes que toda-
vía existen como camino i como protestas. El
sendero es angosto i escarpado hasta el paraje de
Cochoa, pero no existe en comarca alguna del
mundo sendero de calzada mas valioso^que aquél.
Una cuadra de adoquines importa en Santiago o
Valparaíso de dos a tres mil pesos; pero estas la-
deras rebanadas desde las cumbres i estos rellenos
de cascajo i piedra que después de veinte años
resisten inmóviles al embate de las olas, han cos-
tado a razón de seis, de ocho, de diez i hasta de
veinte mil pesos cuadra. Así avanzamos un par
de leguas sobre verdaderos adoquines de plata, de-
leitados con el panorama, las cristalinas aguadas
— 340 —
que se desprenden de los farellones, los ranchos de
los pescadores suspendidos sobre las rocas, i a los
pies del sendero, i tan lejos como la vista alcanza,
el azulado océano dormido todavía entre sábanas
de espuma... Pero ella hacia el sur viene alguien a
turbar su sueño i su pureza; es el vapor de Euro-
pa que llega al puerto contorneando la punta de
Corumilla para echar en nuestra empobrecida
costa su rico cargamento de letras por pag¿u'...
XIY.
En la mitad de aquella travesía hemos tenido
entretanto un gran encuentro. Teatro de este ha
sido el rancho de una india pescadora, chascona
como un pan de luche i desabrochada como el
cochayuyo, tipo i vestijio de los antiguos Changos,
raza peculiar de nuestra costa i de la del Sur-Perú
que no era ni araucano, ni quichua, ni aimará,
sino una especie aparte i anfibia como los lobos
de cuyo aceite vivian i de cuyos cueros hacían sus
balsas de pescar junto con su tosca vestimenta.
Era aquella una antigua conocida de la calle de
Bohn, donde coloca de ordinario su cosecha de
marisco; pero ceña María» está hoi de gran fiesta
i mantel largo porque un mingaco de rudos obro-
ros de la «fundición de la Victoria)), con su maes-
tro mayor a la cabeza, grupo pintoresco que en-
contramos una noche marchando por los rieles
— 341 —
desde Valparaíso a la luz de la luna, ha venid o a
pasar el feriado de Semana Santa en su espacioso
rancho marisqueando (i se llamaba Marta..?) con
ella entre las rocas. Noble ejemplo de sobriedad i
amor a la naturaleza, raro en el jornalero de la chi-
cha, i que consuela por el porvenir de nuestra
clase obrera.
XY.
Después de fraternizar un breve momento con
aquel grupo de rudos i hollinados fundidores,
proseguimos nuestra jornada a paso de jente que
comienza a sentir el aguijón de la cazuela, i al
cabo de dos horas estábamos sobre las altas coli-
nas de Concón, al pié de dos hermosas palmas je-
suíticas i jemelas, macho i hembra, viendo dila-
tarse delante de los deleitados ojos los verdes
campos de aquella feraz hacienda i de su vecina
tierra de Colmo en la opuesta banda del rio, que
allí llega como cansado i se echa en unos laguna-
tos de agua dulce que el mar envidioso lame i
sala.
XVI.
Pusímonos allí a conversar con los pescadores
de la caleta sobre el fenómeno de la Fata Alorga-
na que desde aquella altura suele divisarse hacia
el norte sobre la saliente península de Quintero
en estos dias de plácido otoño, i que por ciertas
— 342 —
coincidencias de estación llaman aquellas sencillas
j entes el encanto del viernes santo.
Abrigaban muchos conconinos la persuasión de
que al dia siguiente se abriría como en otros años
el encanto, i no habria faltado algún curioso de
los de la comitiva que hubiera querido hacer allí
nuestro primer alojamiento, para divisar la mara-
villa que muchos tienen todavia a cuento. Pero
consultado el capellán de la espedicion sobre el
negocio, como cosa de brujeriajentilicia, i el capi-
tán ranchero como cosa de almuerzo, fueron de
opinión de pasar adelante, lo que en el acto púso-
se por obra.
XVII.
Hace, por estos dias cuatro años que vadeába-
mos por este propio paso el ex-caudaloso Aconca-
gua en la grata compañía de dos o tres amigos,
de los cuales uno se halla hói en el pináculo de la
política, sin desearlo tal vez. (1). I entonces el rio
humilde diónos comedido paso humedeciendo ape-
nas entre bulliciosos guijarros la pezuña de nues-
tras monturas, haciendo un viaje a la inversa de
Quintero a Yiña del Mar. Pero ¡oh inconstancia
de los ríos i de los hombres! Habíase sumerjido
ahora tan hondo el vado, que, sin el auxilio casual
de dos canoas que vinieron por los lagunatos, nos
(1) Viaje hecho desde Quintero a Viña del Mar en 1874 con
don Vicente Keyes, ministro del interior en 1878.
~ 343 —
habríamos quedado donde estábamos o dado la
vuelta atrás. Pasamos por tanto a la márjen se-
tentrional del rio, los caballos desensillados i a
volapié, i los jinetes sin mantas ni espuelas, lis-
tos para un naufrajio, como cosa que está de moda,
i encaramados cual sartas de corbinas, los unos
sobre los otros en el fondo. No dejó de darnos
cuidado la segunda remesa porque se balanceaba
el angosto leño como potro chucaro bajo la mano
de inesperto amansador. Mas en breve divisamos
a don Juan de Arias, que era la mejor parte de su
lastre, dar un salto con airosa pirueta desde la
borda, i quedamos en paz con el susto. El coronel,
i el que esto escribe hablan sido el lastre i la es-
tiva de la primera canoa.
XYIII.
Ensillamos los caballos que tiritaban todavía a
influjos del hielo i del miedo, i fuimos a un confor-
table grupo de ranchos que por allí habia i desde
cuya puerta, el dilijente Ambrosio Lámela de Ca-
tapilco, llegado una hora antes que nosotros, nos •
hacia apetitosas señas. Eran, por el reloj abdomi-
nal de la comitiva, las doce en punto.
XIX.
Diez minutos después estábamos en la cómoda
i elegixnte posesión i ranchería del honrado inqui-
— 344 ~
lino de Colmo, ño Dionisio Arancibia, cuya com-
pañera ña Juanita Jorquera rodeada del fogón
con sus hijas i sus nueras, apuraban a soplidos la
cazuela, porque habia llegado oportunamente a
su noticia que entre aquellos viandantes de Se-
mana Santa venia también «el patrón».
Habría sido nuestro deseo ir a participar de la
caballerosa hospitalidad del hacendado del paraje,
don Domingo Fernández Puelma, cuya mesa i
cordialidad eran conocidas i alabadas de mas de
uno de los circunstantes, pero esto nos habria im-
puesto un rodeo de varias leguas, porque las casas
de la hacienda están mui arriba del valle; i así
nos quedamos con aquella buena jente que dejó
mas que bien puesto el nombre del lugar. Todos
los viajeros de Gatapilco i especialmente el coro-
nel i don Juanito han jurado por las plumas i la
cresta de los dos millones de gallináceas que se-
gún la estadística duermen cada noche en Chile,
que no se olvidarán en los dias de su vida de la
«cazuela de Colmo».
XX.
Sazonada la vianda nacional por unos cuantos
tragos de esquisita chicha que de sus lagares de
Curacaví nos habia enviado espresamente para el
caso nuestro amigo don José Kamon Armazan,
que la fabrica deliciosa para su gasto, trabóse lúe-
— 315 —
go en las lenguas la cuestión de la política, que se
parece en muchas cosas a la chicha i especialmen-
te en que fermenta... I a la verdad que estábamos
en el panizo clásico de las iniquidades tradiciona-
les de ese j enero, porque es éste el territorio elec-
torral que decide el voto de Quillota, i como tal i
por apartado, ha sido i será, si el caso vuelve a
precisar, teatro de las mas negras i villanas tro-
pelías. 2Ísí, contó uno, que un piquete de soldados
traidos de Quillota habia asesinado con una des-
carga a un infeliz en la plaza de Puchuncaví en
las elecciones de 1871, i otro contó, que una espe-
cie de visir sid generis, que reinó aquí a sablazos
durante tres meses en 1876, concluyó su campaña
llevando amarrados por los lagartos de los brazos
a la espalda i atados a los correones de los Navales
a los cinco vocales de la mesa de Pucalan, como
a otros tantos ladrones de camino real, todo por
supuesto de «orden suprema». En cuanto a los
inquilinos de Colmo, no se dejó votar uno solo
por la sencilla razón, estando al dicho de don
Dioniosio, de ser ((colminos)).
XXI.
Eepletos de aquellas miserias mas que del sa-
broso caldo de la memorable cazuela, en tierra de
legumbres, i habiendo cantado el coronel coa voz
llena i sonora, a falta de té, el Té i el Tcí, mon -
I. A, E. DEL O. 44
— 340 —
tamos otni vez, a las dos de la tarde*, a caballo i
piisímonos a recorrer a mediano paso la abierta
j)laya de Ritoqiie, que se estiende en forma de
media luna i por espacio de dos leguas entre las
bocas de Concón i la península de Quintero, que
a la manera de colosal cetáceo se avanza hacia el
mar como si fuera a sume rj irse de cabeza en sus
profundos senos. I a fin de distraer aquella mono-
toma travesía, comenzó don Juanito a contarnos
la aventura que se llama en estas partes «lá de-
voción del ingles», i que según su memoria ocurrió
allá por los años de 1820, cuando Lord Cochrane
<íra señor del Pacífico i de Quintero.
Fué el caso, i para abreviar lo contamos con
mucho menos gracia que su narrador orijinario,
que en un naufrajio ocurrido en la costa de E,ito-
que, ahogóse un marinero ingles, i por consiguien-
te hereje, naal mirado por los changos i arrieros
cristianos de la costa. Sin embargo, sus compa-
ñeros de infortunio que escaparon con vida, dié-
ronle compasiva sepultura en la enjuta arena i al
pié de unas rocas que todavía sirven de lindero
entre Duguño i Colmo.
— Pues, señor, continuó contando don Juanito,
pasaron los meses i los años desdo aquella mala-
ventura hasta que en una ocasión en que viajaba
entre Catapilco i Valpar¿iiso el contra-almirante
de Chile, don Carlos Wooster, acompañado de un
huaso mucho mas devoto al parecer que nuestro
— 347 —
Lámela, al pasar cerca de las rocas consabidas
pidió aquél al marino permiso para apartarse un
tanto del sendero i hacer de a pie cierta clilijen-
cia Concedióselo el viajero, i cuando volvió
el arriero a alcanzarlo a pocos pasos, clavando la
rodaja en los hijares de su muía, contóle que de-
jaba cumplida «su devoción con el ingles»... I por-
que nó? No dice un iluste jeólogo, a propósito de
la estructura de Chile, que muchas de sus estratas
son impermeables i otras meablesf
Habrá adivinado el lector en lo que consistía
aquella húmeda ceremonia del bárbaro fanatismo
de los campos en aquellos remotos años. Peit) ail
¿han hecho acaso menos que eso con mas aflijidos
náufragos nuestros campesinos de la costa de Illa-
pel tan bárbaros como sus abuelos? (Naufrajio del
Eten en 1877.)
XXII.
Conversando de éstas i otras cosas parecidas, i
marchando cual vandada do gaviotas en fila por
la playa que la resaca acaba de endurecer, llega-
mos a los lindes de Quintero, donde un esterillo
remanso que va formando pajonales i trechos de
verdura, a manera de islotes de césped, convida a
descansar. I a poco, sobre uno de esos ta])ices
naturales divisamos cuatro caballos ensillados a
la inglesa, i luego descubrimos por el suelo echa-
— 348 —
clos alegremente entre sus patas otros tantos jine-
tes, sus señores, que allí sobre la fresca yerba re-
posaban ele su primer duro galope desde las caba-
llerizas del «Puerto». Eran estos cuatro jinetes,
simpáticos i esforzados jóvenes ingleses del comer-
cio de Valparaiso que hablan salido a «rodar tie-
rras» sin ningún rnmbo fijo, mientras durase el
aliento de sus pingos alquilados i el feriado de tres
dias en que los bancos i los almacenes atrancan,
mas por descanso que por devoción, sus puertas.
Acércamenos i preguntárnosle s con el acento de
buenos camaradas i en ingles, de dónde venian?
hacia a dónde iban? i a qué iban?
Contestáronnos que respecto del lugar de dón-
de venian podian decírnoslo sin mayor embarazo,
i para esto bastaba ver la catadura de sus jadean-
tes bucéfalos; pero en cuanto a dónde se encami-
naban mas sabian sus caballos que ellos mismos.
Hablan oido hablar de cuatro o cinco lugares de
recreo esparcidos mas o menos en aquella direc-
ción, de «Quintera», de «Catapilca», de «Campi-
cha» i de la «Ligua»; pero tenían los novedosos
bretones mui vaga idea de cuál de aquellas co-
marcas estaba antes i cuál después en su camino.
En cuanto a Pa,chuncavi, que es el mas próxi-
mo poblado mediterráneo, nuestros camaradas sa-
jones no intentaron siquiera hacer el áspero dele-
treo de su jerigonza indíjena. La cuestión para
ellos no era de jeografía, ni de alojamiento, ni si-
— 349 —
quiera de casuelly (como llaman en las listas de
a bordo la cazuela), sino simplemente de galopar
a media rienda durante tres dias de seguido. Por
manera que si la Semana Santa durara en Valpa-
raíso lo que en Santiago, aquellos buenos gringos,
vestidos de diablo fuerte, habrían llegado a Com-
barbalá o a Mendoza, i dado la vuelta de redondo.
Después de empinar sus redomas de delicioso
whisky de Escocia a la salud de S. M. B. con un
chistoso brindis que don Juanito pronunció en in-
gles de Australia, dijimos adiós a los galopadores,
asegurándoles que si llegaban a «Catapilca», allá
mudarían caballo o el cuero, a su gusto una cosa
u otra, aunque es mas que probable que habrán
necesitado mudar ambas...
XXIII.
Habíamos olvidado decir que desde Colmo des-
pachamos al afanoso Lámela catapilcano, con una
esquela para nuestra querida prima i amiga, E. U.
de S., castellana de Quintero, que sabíamos esta-
ba pasando, qh su cómoda masion del puerto, la
estación de baños, i anunciándole que nada menos
que los Siete Infantes de Lára le pedían aloja-
miento en su castillo.
Mas, por desdicha nuestra, solo el dia prece-
dente habíase regresado la familia a Santiago al
toque de semana santa, i así vino a decírnoslo el
— 350 —
arriero cuando ya avistábamos desde las lomas,
donde existen todavía las ruinas del rústico alber-
gue de Lord Gochrane, el caserío de la península
quinterana, con su dédalo de pajizos ranchos coro-
nados de hermosas casas veraniegas de teja i es-
tuco.
XXIV.
Citó en el acto, en vista de aquella inesperada
emerjencia, el capitán de rancho a consejo de
guerra, i se debatió sobre si en ausencia de nues-
tras amables primas, se tomarla la casa por asal-
to, (que otro remedio no habia) o seguir bregan-
do hacia Puchuncaví. El debate fué largo i un si
es no acalorado; pero al fin prevaleció la opi-
nión de don Juan Arias, que estuvo por el asalto
o por la muerte Debemos agregar, en obsequio
a la verdad, que el caballo Tomate parecia añadir
su triste opinión a la del cónclave, cerrando lán-
guidamente los ojos.
Descendimos, en consecuencia, a la amena vega
de 'Quintero, asiento de su futura ciudad, cuando,
como en Granada, vuelva a aparecer entre noso-
tros un rei Boabdil; i nos dirijimos al lugarejo en
pelotón, a la manera de guerrilla i a \q, pelamesa,
como cuenta Marino de Lo vera del encuentro que
tuvieron en esta propia vega, chilenos i holande-
ses el año del Señor de 1586.
— 351
XXV.
Debo yo confesar injémiamente en esta parte,
que a fuer de hombre precavido, aparté buen tre-
cho hacia im hido de la linea de la arremetida
para visitar cierta posesión que allí entre las coli-
nas tengo desde algunos años, no mas grande en
tamaño que una regular sepultura, i en la cual i
en un pozo que allí hice cavar, sin hallar jamas
agua, tengo enterrados en piedras i en sanjas, mas
que un regular puñado de billetes; de suerte que
no me encontré en el asedio i embestida de las
posiciones amigas a donde habriamos entrado de
paz i casi en triunfo, si hubiéramos llegado en
mejor liora.
XXVI.
Mas, cuando me apeé de mis ocho leguas, en-
contré a la comitiva réjiamente instalada en un
espacioso comedor, cubierta la mesa de blanca por-
celana, mientras que el ruido del plumero en los
postigos i vidrieras, anunciaba que a la soculenta
cena habría de seguir el blando dormir en mulli-
das camas no reñidas ni con el holán de hilo ni la
Jacaranda.
Contáronme entonces, los afortunados asaltan-
tes, que-la cuidadora de la casa «Doña Mariquita»,
— 352 -
como le decian todos con el mas melifluo puchero,
cada vez que en su presencia la nombraban, les
había recibido junto con el intruso Lámela, cual
si hubiesen sido los siete Macabeos regresando
vencedores a la ciudad de Dios; pero que ape-
nas comenzó el capellán a descolgar de debajo
de la manta carí^ de los telares de Pirque, que
ocultaba el misterio de su profesión, su larga so-
tana, cuando, a la par con los pliegues de la túni-
ca sacerdotal, iban deshaciéndose las arrugas del
ceño ¿e la huésped. Mas estando a la opinión
unánime del colejio de habrientos caminantes allí
congregados, quien decidió del todo de su volun-
tad, fué el incomparable don Juanito saliendo de
las filas con su cara de Nueva Holanda, mitad en
ingles i mitad en chileno, i haciéndose conocer co-
mo quien era, primo i señor. Don Juan Arias es
conocido en toda la costa norte de Chile, desde la
Serena a Yin a del Mar, i donde se apea de su ca-
ballo no hai puerta que se le cierre, ni brazos que
no -se abran de par en par para estrecharle cari-
ñosos, como a una noble i dulce naturaleza. I esto
último a tal punto llega, que mañana de madruga-
da, mientras ciertos de nosotros regresamos a Yiña
del Mar por la cuesta del Melón i la Calera, él si-
gue viaje con el np menos piadoso i filántropo ca-
pellán hasta la Ligua, para dejar allí una valiosa
ofrenda que en dias pasados hízole el ministro ac-
tual de hacienda de su noblemente distribuido
— 353 —
sueldo, debiéndose agregar a aquella la colecta del
anunciado beneficio de esta noche que se regula
en buenos pesos, por hallarse aquí de paseo i de
visita al oro, dos ricos negociantes del alto co-
mercio porteño.
Mas volviendo a lo de Quintero, no hizo don
Juanito mas que divisarme de regreso de mis rui-
nas, cuando echándome un brazo sobre el hom-
bro, me dijo al oido con marcado saboreo: «Ya
hai dos pollonas en la cacerola» ....
XXVII.
Mientras alegremente comíamos i empalidecian
unas en pos de otras las botellas de Curacaví a la
par con las de Subercaseaux que habia traído en
la carga de Lámela nuestro tesorero in partibus,
divisamos que un bote cruzaba rápidamente la
bahia, impulsado a cuatro remos. Nos asomamos
con curiosidad, i con el anteojo de larga vista que
allí existe, descubrimos que los cuatro vogadores
eran nada menos que los cuatro ingleses de Rito-
que que, en vez de comer como nosotros, iban a
gastar las pocas fuerzas que les habian dejado las
riendas en los brazos, voltejeando por la esplén-
dida i anchurosa bahia, cuyos sombríos perfiles
iluminaban lentamente los primeros raudales de
la luna: como la cabra tira al monte, así el ingles
tira a la mar.
LA E. DE 45
— 354 —
Al día siguiente, i cuando antes de que apa-
reciera el sol montábamos a caballo, frente a
las deliciosas tinas de granito de Quintero, por-
que allí cada baño es un estanque en miniatura,
divisamos otra vez una cabeza en cada tina a flor
del agua. Eran todavía nuestros infatigables grin-
gos que tomaban su primera ablución antes del
galope del segundo dia, viernes santo.
XXYIII.
Acabada la comida, el devoto capellán se fué á
misionar a la capilla de los pescadores, i después
del rosario i de la plática hubo canto ¡eneral, en
que las voces del coronel, del capitán de rancho,
del secretario i don Juanito rivalizaron en célicas
armonías con los ánjeles.
Nunca la fiesta del jueves santo habia sido ce-
lebrada con mas unción por los pescadores de la
bahia de Alonso de Quinteros. Pero inmediata-
mente después de los maitines vinieron las tinie-
hlas, i a las diez de la noche dormían los siete
Macabeos de Quintero con mucho mas placentero
sueño que los judíos que prendieron al Señor en
el huerto de Jetsemané, solo que algunos de los
camaradas, i especialmente los que hablan canta-
do, roncaban como judíos. . . .
— 355 —
XXIX.
Teñían apenas con leves vapores luminosos las
líneas de las sierras los primeros lánguidos boste-
zos del alba, cuando don Juanito i el coronel an-
daban ya en sus trajines despertando la perezosa
muchedumbre, al paso que Lámela, sacudido de
sus pellejos con el primer trino de las loicas, cin-
chaba su muía i metia el freno en el hocico a los
macilentos rocines, sus paisanos. De suerte que
cuando el sol apareció tras de las crestas, radioso
cual si no alumbrara fúnebre memoria de cristia-
nos, nos hallábamos todos echados de brazos
sobre los balcones de la casa principal de Quin-
tero, contemplando el maravilloso espectáculo
de la bahia i sus contornos. Desde ese sitio di-
vísase aquélla completamente cerrada, cual di-
latado i remanso la^jo, mientras que los cerros
de la costa quebrándose a trechos, permiten al
ojo desnudo divisar la zona de la cordillera del
medio en toda su majestad, desde los empinados
cerros del Colliguay, cuyas laderas orientales mi-
ran hacia Santiago, hasta los picos de Cachagua,
que forman la ladera setentrional de Catapilco:
un panorama de cuarenta leguas en un solo anfi-
teatro.
Por una de las quiebras (el portezuelo de Puca-
lan) del primer cordón que forma el atalaya de la
— 356 —
costa, divisábamos las altas i afiladas cumbres de
Curichilonco (la montaña del «hombre de la ca-
beza negra») que se empinan sobre los valles de
Ocoa i de la Ligua. Por otra, (el portezuelo de
Chillicauquen, que se divisa desde las calles de Qui-
llota) álzase majestuoso i solitario el cerro de la
Campana que en aquel momento el sol tenia de
oro antes de asomar sobre los valles. De ningún
paraje de las cuatro provincias a que aquel pico
pintoresco sirve de común divisadero i de mojón,
colúmbranse con mayor ventaja que desde la pla-
ya de Quintero, porque destácase únicamente el
cono superior, sin ramificación alguna, i así ofrece
la exacta imájen de colosal campana suspendida
por hilos invisibles a la bóveda celeste. Debió ser
Alonso de Quintero, descubridor de esta bahía i
compañero de Almagro, quien le puso desde en-
tonces ese apropiado nombre.
XXX.
No nos dejó Ambrosio Lámela regocijarnos lar-
gamente con aquel grandioso espectáculo, porque
era preciso seguir sobre las movedizas arenas de
Puchuncaví las huellas de su muía de vaqueano, i
y^ iba saliendo a mas que apresurado trote por la
playa i ponia en ello la misma dilijencia que nues-
tros Baviecas, conocedores del rastro de su nativo
suelo. Asi es que en menos de dos horas estábamos
— 357 —
a las puertas de la famosa ciudad de los costinos,
que se compone de una sola calle interrumpida en
el centro por una especie de cambucho triangular
que se denomina «la plaza de Puchuncaví», junto
a su parroquia, cuya iglesia bastante espaciosa
está todavía a medio hacer i así se estará por mu-
chos años.
XXXI.
íbamos a paso de camino, horondos por la ca-
lle, a cuyas puertas i ventanas se asomaba mas de
una cabeza femenina, de no mui malos bigotes i
ojos de lucero, cuando suscitósenos un grave e
inesperado obstáculo en la marcha.
No se trataba por fortuna de ninguna desgracia
personal, digna de la crónica de un diario santia-
giiino, ni siquiera de un corcobo de la mansa ca-
ballada, sino de un mozalvete de menos de quince
años que, a pié descalzo, mote de maiz en la cabe-
za, i mal traida manta, prenda segura de difunto
o del sacristán del pueblo, salió con un sable del
tiempo de San Bruno que llevaba desnudo en la
diestra e intimónos que por allí no pasaba nadie,
«porque era viernes santo.»
— Con que se quieren meter Uds. en camisa de
once varas como si fueran santiasruinos! esclamó
nrial aj estado el coronel al toparse con aquella es-
traña barrera. I frunciendo el entrecejo guió el
— 358 —
avance de la caravana que habia hecho alto, pa-
sando el capellán i don Juanito bajo el sable de
Puchimcaví con rostros compunjidos.
Era aquella guardia sin la menor duda orden
disparatada i autoritaria del sacritan, porque ¿có-
mo podia irse a la iglesia ni salir de ella sino
dejando franco el paso de la calle única, a los
fieles? De manera que absueltos por la iglesia ba-
jo aquel capítulo i pro tejidos por la voz de la mi-
licia humana, quebrantamos la mística orden i
seguimos adelante.
Mas si tal hicimos, tuvimos para nosotros que
los andariegos cuatro ingleses de la víspera, que
habian salido a rodar tierras, no pasaron un pun-
to mas allá de la raya que hizo el sable del rotito
en la polvorosa calle, lo, cual de seguro tomaron
por las fronteras de la lei de Chile; i como tal la
respetaron volviéndose de mal talante al puerto,
salvo el caso de que por un ííirdo de quimones o
cosa parecida, como el sable i el mote de maiz del
guardián puchuncavino, sus ftiinistros a lo Pal-
merston, nos manden una visita del Shah i sus
cañones.
XXXII.
La laguna da Catapilco donde esta famosa ha-
cienda toca al mar i se acaba por el occidente,
objetivo principal de nuestra esforzada caminata
— 359 —
de 25 leguas, no dista sino tres escasas leguas de
Puchuncaví, de suerte que a las once de la ma-
ñana nos paseábamos en medio de sus rústico ca-
serío de lavadores de oro que viven bajo la totora
i a la puerta hospitalaria del superintendente del
oro de Catapilco, Mr. Artui'o P. Burnes, este je-
neral Sutter de la California subterránea que se
trata de sacar a flor de tierra en Chile.
XXXIII.
Como Mr. Burnes es un antis^uo amio-o i estaba
prevenido de nuestra llegada, nos aguardaba con
el mantel puesto, i así todo fué llegar i cortar es-
cobas. Mr. Barnes es un distinguido cirujano i
médico de la universidod de Baltimore, su ciudad
natcpl, i por esto nadie le conoce en estos parajes
sino con el nombre de — «el doctor». Comprometi-
do por afecciones de corazón i de intereses en la
guerra civil de su patria, e íntimo amigo del ñimo-
so Stone — Wall Jackson, a quien acompañó, a su
decir, hasta su última i gloriosa batalla, ha busca-
do, como muchos de los jefes de la rebelión vencida,
en climas estranjeros, si no reposo i olvido, trabajo
i fortuna. Por esto, i por motivos especiales que
mas adelante apuntaremos, c(el doctor» ha escoji-
do a Chile, i es hoi su voluntad pujante i varonil
el alma que anima estas antes inertas rejiones.
El doctor Burnes es un hombre joven todaTÍa,
— 360 :— ;
alto, flexible, de mirada meridional, de alma in-
domable i de una enerjía muscular a toda prueba,
embarazado apenas por una sordera bastante in-
tensa adquirida en una recia tempestad de nieve
en que estuvo perdido en su país natal.
Todo a su lado revelaba que estábamos en una
faena de herejes: las tropas de muías que bajaban
por las laderas, las rumas de maderas, desembar-
cadas recientemente del vapor Hércules en la ve-
cina ensenada del Maitencillo, las rojas caras sa-
jonas, las botas de cuero, las encendidas camisas
i cotonas, las huascas con sólido puño de acero
de los capataces, los puestos de frutas, los grupos
de pililos con camisa limpia i hasta las conversa-
ciones i cuchicheos en gringo que oíamos a nues-
tro paso, todo nos traía a la memoiia que había-
mos pasado la raya del Chile viejo i español para
penetrar en la tierra ignota de la Yanquicia, llena
de novedades, alborotos i estrañas aventuras.
I aquí propiamente entramos en el verdadero
objeto de nuestro viaje i narración, al cual las
peripecias ya contadas solo sirven de marco i de
preludio.
XXXIY.
Hacíanos la laguna de Catapilco, que no es si-
no un grupo de treinta o cuarenta ranchos, situa-
dos en la márien meridional del remanso estero
~ 361 —
que allí desemboca, hacíanos, decíamos, recordar
a lo vivo las faenas carrilanas, que en 1863 visita-
mos junto con el, a la sazón, adelantado propieta-
rio de Catapilco cuando trabajaban a la par en
aquéllas, distribuidos en siete u ocho grupos, hasta
siete mil carrilanos. La población estacionaria de
la Laguna i su territorio adyacente es de solo 530
almas, pero con el trajin del dia suele subir al do-
ble. Mr. Burnes ha tenido hasta 700 obreros so-
bre el pico i la barreta, pero hoi que los trabajos
se aproximan a su conclusión, solo conserva la
mitad de esa cifra.
XXXV.
Entretanto, i antes de hablar a fondo del oro
de Catapilco, sentámonos a la mesa con un ape-
tito mas de cordero pascual que de calvario, pues
hacia seis horas que trotábamos por las riberas
del mar; harto mejor estimulante que todos los
inventados por Holloway i Lanman i Kemp.
Aprovechando en efecto de la sordera de «el
doctor», preguntó don Juanito al mozo de mano
que servia «cuántos nudos tenia la muía», i resul-
tando ser cinco, las mandíbulas tomaron la cosa
con reposo: cazuela de gallina, gallina asada i es-
tofado de gallina, que por diferenciar llamaremos
fricasé. Tal era el menú de la Laguna. Los otros
dos nudos eran el uno de costillas de puerco, boca-
LA E. DEL o. 46
— 362 —
do para viernes santo de viajero, si mas no fuera
que para hacer rabiar a los ¡udios, i el otro un gui-
so de congrio con tomate i papas, es decir, un nu-
do gordiano. Llegado el turno de este nudo, em-
pleó don Juanito su mas fina persuasión para
disuadir a Mr. Burnes de aquella horrible promis-
cuación en viernes santo, — gallina, cliancho i pes-
cado,— -pero el doctor se hizo sordo como un con-
grio, i alivió el lebrillo de sus mejores presas.
No impidió esta herejía, represalia tal vez de la
«devoción del ingles», que alguien propusiera un
entusiasta brindis a fin de que la ciudad futura de
la Laguna hubiera de llamarse Barnes-Gity, a lo
cual don Juanito con su acostumbrado i anjelical
donaire observó que si el doctor volvia a promis-
cuar en viernes santo o no sacaba tantas tonela-
das de oro como «cóndores ParaíF» corrieron entre
los hábiles, se le cambiase a la ciudad la r por una
I quedado asi Balnes-Citi/, lo cual fué unanima-
mente aprobado con un entusiasta chivateo jene-
ral a la araucana, cosa que el coronel sabia por
principios.
XXXYÍ.
Terminado el almuerzo de la Laguna i su pos-
tre de charla, i el siguiente lacónico brindis de
don Juanito: 3Iy felicitas hions to Mr. Burnes and
when he is over in his gold, he will give to every
;-. 363 —
one of the es cur sionista h'f piece of gold of Cata-
pilco; i recibidas algunas visitas de antiguos cono-
cidos de la niñez, i entre otras la del señor Mar-
tin Montenegro, el mas antiguo banquero i cam-
bista de la Laguna, donde reside desde 1835,
montamos otra vez a caballo i comenzamos ^ su-
bir las colinas que allí, al desembocar el estero de
Catapilco, en el mar, formando un pequeño la-
gunato largo i angosto, encumbranse en todas di-
recciones hasta formar un verdadero dédalo de
agrestes montañas.
El doctor iba a mi lado como guia, i mas biza-
rro i erecto jinete sobre brioso caballo cbileno no
he conocido nunca.
XXXVII.
Habíamos andado apenas como ocho o diez cua-
dras cerro arriba por escelente camino carretero
recientemente labrado, cuando llegamos a la fa-
mosa colina del Quemado, de la cual en el curso
de los siglos los mineros de la Laguna han estrai-
do un largo millón de pesos, sin mas elementos
de trabajo que la poruña, la batea i el capacho.
Hoi se trata de remplazar todos estos utensilios
por un simple pistón de agua que hará en veinnti-
cuatro horas lo que antes hacian, a fuerza de azo-
tes, diez mil indios.
— 364 —
XXXVIII.
Es aquella colina una loma suave de un color
amarilloso tirando a bayo, sin ninguna vejeta-
cion, i tan blanda i redondeada que cualquier la-
cho elejiria su cima para una buena cancha de
carreras. Tiene, a ojo, diez cuadras de largo i dos
de ancho, i se halla como atravesada de norte a
sur, a caballo sobre el estero de Gatapilco, que la
envuelve por el norte a considerable i selvática
profundidad, i una áspera quebrada llamada de
Casuto que baja por el sur.
Yénse en todas direcciones en esta curiosa for-
mación catas, picados i lumbreras, que es el nom-
bre técnico que los mineros de oro dan a los pi-
ques de reconocimiento o de esplotaciou, i los des-
montes son de una forma calcárea, como un cuar-
zo o quijo de oro reblandecido, que éste es siem-
pre criadero de oro en Chile como en California i
en Australia.
Algunas de esas lumbreras tienen hasta cin-
cuenta metros de profundidad, i de una de ellas
llamada la «mina del Caballo» en la Loma del
Quemado, sacó el mas afortunado de los mineros
de la Laguna, Juan del Carmen Koman, mas de
150 mil pesos durante catorce años de bonanza,
los mismos que, tomin por tomin, remolió en to-
das las chinganas de la costa desde P'jichuncaví
— 365 —
hasta el Maintop. Cuentan sus contemporáneos
que cuando no tenia a quien feriar, porque toda
la comarca estaba ya~ dormida b^o el trago, se
hacia hacer ponche en leche, para que viniesen a
beber a su jenerosidad los perros del lugar que
lengüeteaban el suelo; i así el mentado Koman
vino a morir en el hospital de Santiago, como
Juan Godoi de Chañarcillo, como los Ossorios de
Tiltil, como los Volados de Agua Amarga i todos
los mineros de la redondez de Chile, que sin eso
no serian mineros i menos mineros de oro cual
los de la Laguna.
El mas influyente i respetado de los mineros
antiguos del Quemado es Pedro Cruz, hombre de
notable enerjía, natural de la Laguna, que ha via-
jado doce años a bordo de buques de guerra in-
gleses i americanos, i residido largo tiempo en
Estados-Unidos i en California. Posee Cruz bas-
tante bien el ingles i está ahora al servicio de Mr.
Burnes como jefe de faena e intérprete.
Reside también en la Laguna un enérjico joven
liguano, don Nicanor López, que en el carácter
de subdelegado ambulante maneja a las mil ma-
ravillas las turbulentas peonadas, i un intelijente
mozo del nombre de Reyes, de Valparaíso, hijo
de un antiguo minero, i tenedor de libros en in-
gles i en español.
— 366
XXXIX.
Cuando nos ftallábamcs en la cumbre de la lo-
ma del Quemado, púsose el doctor bondadosa-
mente a esplicarnos su teoría jeolójica de la for-
mación i distribución del oro en Chile, como en
California; i aunque reservamos, según dijimos al
principio de esta carta, ese punto para detalles
teóricos posteriores, diremos que en Catapilco,
como en Marga-Marga, como en Casuto, como en
Andacollo, se trata simplemente de la existencia
de un rio subterráneo del período plioceno, cuyas
arenas, depósitos i cascajo de acarreo son mas o
menos ricos en partículas i pellas de oro.
El término medio de los picados hechos por el
doctor i sus hombres prácticos de California da un
rendimiento de un peso veinte centavos de oro por
cada metro cúbico de tierra; i se podrá calcular
la riqueza de este suelo cuando se sepa que en Ca-
lifornia existen compañías hidráulicas que lavan-
do cascajos por el sistema que se va a plantear en
Catapilco (i en el cual cada pitón puh^eriza diez
mil toneladas de cascajo cada veinticuatro horas)
ganan millones obteniendo un rendimiento de tres
o cinco centavos solamente por yarda cúbica.
Por supuesto hai trabajos en Catapilco en que
se han sacado hasta mil pesos de un metro cúbico
i hasta de un capacho, no siendo raro hallar pe-
— 367 —
lias de una libra o cien castellanos. Lavando los
desmontes de Román que nos mostró Pedro Cruz a
diez metros del camino, unos cuantos mineros han
sacado en el invierno último hasta tres mil pesos.
Hubo época en 1883, en que los cuatro princi-
pales cambistas de la Laguna, don Martin Mon-
tenegro, don Francisco Benavides i los hermanos
Gómez reunieron durante varias semanas a razón
de una arroba de oro por semana que iban a ven-
der a Valparaiso a los joyeros Moyon i en Santia-
go a la casa de Moneda, a rayón de tres pesos
castellano.
El oro de Catapilco es como el mas rico del
mundo, lei jeneral i subida del oro de Chile, pues
que mientras que el mejor oro de California se
vende en la Moneda de San Francisco a razón de
15 pesos 50 centavos, el doctor Burnes vendió a
ese establecimiento cincuenta onzas que llevó co-
mo muestra de Catapilco a 20 pesos la onza.
XL.
— «Cuánto oro habrá en la loma del Quemado?
pregunté al doctor cuando nos hallábamos domi-
nándola desde una altura superior.
— «No podria decirlo, me contestó, pero aven-
turarla mi cabeza a que en esa colina (hill) hai
mas oro que el que existe depositado en el banco
de Inglaterra.
— 368 —
— «Mire, doctor, le repliqué, que he visto el úl-
timo balance del banco, i habia en sus bóvedas en
febrero 57 millones de libras esterlinas. . . .
— «Pues entonces, volvió a decirme el doctor
de Baltimore con su imperturbable i a todas luces
leal serenidad. — Pues entonces habrá 60 millones
de libras esterlinas.»
Trescientos millones de pesos en una loma que
seria caro comprar por medio real!
Esplica el doctor Burnes la riqueza especial de
la loma del Quemado, tan probada ya por el ca-
pacho, i cuyo depósito aurífero desde la superficie
hasta la circa, es decir, hasta la roca plutónica,
estima en doscientos pies de profundidad (riqueza
i fenómeno que no existe en parte alguna de Ca-
lifornia), por la circunstancia de estar aquella
atravesada como una barrera o taco en el lecho
del rio ante-diluviano de que ya hemos hecho su-
perficial mención.
XLI.
Nosotros no podemos dar fé de todo esto sin
embargo, ni como hombres científicos, ni como
hombres prácticos, ni siquiera como «aficionados»,
porque, a Dios gracias, si alguna sed puso la natu-
raleza en el fondo de nuestro ser, no fué cierta-
mente la del oro. I aprovechamos este momento
para declarar de la manera mas esplícita i solem-
— 369 -^
ne que esto que hemos escrito i lo que escribamos
de otros parajes del país que nos proponemos vi-
sitar, es puramente a título de escritor, sin que
nuestra franca palabra pueda dar el mas mínimo
asidero ni a la especulación, ni a la bulla, ni si-
quiera a la natural oscitación que de ordinario
producen en el espíritu del hombre los descubri-
mientos de los metales preciosos.
Mas que esto: los que han leído nuestros escritos
históricos desde hace mas de veinte años, saben
cuan profunda i antigua es nuestra convicción de
que Chile es un pais que está cuajado de oro. I hoi,
en vista de lo que vemos en este lugar nos afir-
mamos en esa convicción. Pero al mismo tiempo
es evidente que para que esa riqueza subterrá-
nea se convierta en verdadero caudal, se necesita,
no de aventureros, ni de ajiotistas, ni de corredo-
res de acciones, ni de fabricantes de sociedades
anónimas, sino al contrario, de hombres profun-
damente serios, prudentes, tranquilos i metódi-
cos, que procedan en los reconocimientos con la
mayor cautela i calma, como han procedido los
capitalistas americanos, que sin hacer el mas leve
ruido han habilitado estos vastos trabajos i pre-
parado el campo, no para futuros bribones, sino
para los hombres de trabajo, de esperiencia i de
honradez.
I sobre este particular adv,ertimos que si estas
pajinas fueran en lo menor, parte a que se levan-
LA E. DEL O. 47
— 370 —
tara im intempestivo i funesto clamoreo de em-
presas temerarias, que serian una ruina mas en el
país, nos arrepentiríamos mil veces de haberlas
escrito i preferiríamos que antes de ver la luz pú-
blica se convirtieran en hediondas cenizas.
XLII.
Por otra parte, si bien el lecho aurífero de Ca-
tapilco (estando siempre a los reconocimientos i
esperiencias del doctor Barnes) puede medirsfé por
millas i por leguas cuadradas, la compañía espío-
tadora tiene denunciadas en ciento seis pedimen-
tos legales los mejores panizos que a razón de diez
mil metros por denuncio, ocupan una estension do
250 cuadras. I fuera de esto el monopolio de la
compañía norte-americana de Catapilco queda
asegurado con la posesión esclusiva de agua sin
cuyo elemento todo trabajo es del todo inútil. Los
intereses de la hacienda, liberalraente represen-
tados por don Olegario Ovalle, están enteramente
vinculados a los de la empresa, i francamente que
a la caballerosidad i llaneza del último débese la
rapidez i fortuna de los trabajos que en otros lu-
gares es mas que de seguro habrían costado un
pliego de papel sellado por cada barretazo.
Esa es al menos la opinión del doctor Burnes,
quien asegura que hai todavía en Chile, después
— 371 —
del rebusque superficial de los españoles, mil Ca-
tapilcos subterráneos que denunciar i demoler.
XLTII.
Avanzando de la loma del Quemado, continua-
mos visitando los trabajos ejecutados bajo la ins-
pección personal de Mr. Burnes desde el I."* de
diciembre último, i que pueden resumirse de la
manera siguiente:
I. Un canal de seis leguas de largo, dos metros
de ancho i uno de profundidad, que va rebanando
las faldas de los cerros meridionales de la vasta
hova jeolójica de Catapilco i que tiene su punto
de partida en la ensenada llamada las Casas
Viejas.
II. Ese canal ha encontrado en su desarrollo
hasta la loma del Quemado (objetivo actual de los
trabajos) tres túneles en roca viva que han sido
abiertos a fuerza de dinamita i miden una esten-
sion de 131 metros el mas largo, de 121 el del
medio i de 90 el último.
TU Este canal-madre tiene varias desviaciones
laterales, sea para recojer las aguas de las que-
bradas, sea para llevar aquéllas a otros parajes en
que el pistón debe atacar el cascajo. De trecho
en trecho poseen también todos esos canales,
compuertas de desahogo i de entrada de aguas, i
el desmonte ha sido dispuesto de modo que sirve
— 372 —
como un camino de a caballo para los que han de
estar encargados de su servicio i vijilancia.
lY Atraviesa también el canal del Quemado
no menos de trece quebradas, mas o menos an-
chas i profundas i en cada una de éstas se ha cons-
truido un sólido acueducto de pino del Oregon
fiume, obras todas ejecutadas con admirable lim-
pieza i solidez.
Hállase en construcción el mas formidable de
estos pasos, i francamente que su aspecto impre-
siona casi tanto como la vista del viaducto de los
Maquis porque tiene 320 pies de largo, 82 pies de
profundidad, i el agua pasará a esa altura enorme
descansando sobre trece columnas de pino del
Oregon, con la misma fuerza i abundancia que en
los mas cuantiosos canales secundarios del llano
de Maipo.
LIV.
En el avance de nuestra escursion hacia el in-
terior del valle donde, a la distancia de cinco le-
guas, existen las hermosas casas centrales de Ca-
tapilco, visitamos durante cuatro horas todos los
trabajos, los canales, los acueductos que los mine-
ros californienses llaman flumes, las compuertas i
los túneles.
Para bajar a algunos do éstos era preciso for-
mar verdaderas escaleras humanas, sirviendo los
— 373 —
mas flacos de la comitiva de balaustres i los mas
macizos de pisaderas. Visitamos también los hed
rock tunéis, es decir, los socavones o galerias en
la roca viva destinados a recibir las tierras que el
pitón va lavando con terrífica fuerza (porque un
golge de pitón mata como la bala de un cañón)
de los flancos de las quebradas. Para este fin
aquéllas han sido abiertas en el fondo a gran
costo.
Tienen estos túneles mas altura que la de un
hombre, i dentro de su bóveda, como talegas guar-
dadas e'n caja de fierro, se va guardando el oro,
quedando el mas grueso i pesado en la parte su-
perior del túnel i lo mas delgado esparcido hasta
cerca de la boca. Para este fin colócanse cajones
sucesivos en graderias que remplazan a las mari-
tatas españolas, i en su fondo va quedando depo-
sitado el oro, bajo candado. La «cosecha» (así se
llama en California) se hace solo cada dos o tres
meses, i el doctor nos tiene convidados para que
vengamos a presenciar en junio la primera trilla
asegurándonos que no será como la de los «labo-
ratorios del Estado en la Moneda.» — No dice tam-
poco Mr. Burnes que él va a rescatar la Alsacia
ni a armar a sus bravos virginians para marchar
contra Washington, ni a vengar la bala que mató
a su amigo Stone-Wally sino simplemente que
comprará una buena hacienda (cuando pueda) en
el valle de Aconcagua o en el llano de Maipo pa-
— 374 —
ra traer a su esposa i sus hijos que residen en
Baltimore. Si el año es lluvio.so espera lavar un
millón de pesos limpios de polvo i arena, i así cree
poder seguir la cosecha con la maquinaria que
viene en camino con solo dos docenas de obreros
durante cincuenta años.
XLY.
Poco antes de las tres de la tarde llegamos a
la parte mas interesante de nuestra escursion, es
decir, al fliime num. 13, situado en la quebrada
que los vaqueros de Catapilco llamaban antes de
los Maitemes, como los vaqueros de las Mazas lla-
maban quebrada de los Maquis a la del famoso
viaducto.
Aun cuando era viernes santo, hallábanse tra-
bajando unos quince robustos carpinteros i peo-
nes ingleses, presididos por un hombre de ancha
espalda i membrudos brazos, que dirijia el jigan-
tesco trabajo. Gruesos chorros de sudor rodaban
por su mejilla, cuando a nuestros gritos alzó la
vista i Te saludamos descendiendo al fondo de la
quebrada. ¿Quién era ese rudo obrero? — Era nada
menos que ol director científico de todas estas
obras notables en cualquier pais, i ejecutadas con
tan maravillosa rapidez, discreto silencio i exacta
ejecución técnica i barato precio de jornal. Su
nombre es Mr. John Sirapson, injeniero hidráuli-
— 375 —
co, natural del Estado de Nueva York, pero que
ha paoado la mayor parte de su vida en los bos-
ques de Michigan i en las quebradas auríferas de
California.
Mr. Simpson es un hombre de 45 años i tiene
las formas de un verdadero titán. De suerte que,
entusiasmado a su vista uno de los de la comisión,
sacó el reloj, i notando que eran las tres en pun-
to, pidió, a manera de sermón de tres horas, tres
hurrahs! por el trabajo, que fueron dados por vi-
gorosos pulmones, repitiendo las voces los agres-
tes ecos de la montaña.
XLVI.
Llamónos también no poco la atención en aquel
lugar una circunstancia verdaderamente poética,
pero que en la vida del trabajo es un hecho de
todos los dias, de todas las horas. Una apuesta i
bizarra dama, cubierto el rostro con un velo i de-
fendidas las manos por elegante cabritilla, estaba
presenciando la faena, sentada en una roca. ¿Qué
hacia allí aquella señora? Era sencillamente la es-
posa de Mr. Simpson, que iba a acompañar a su es-
poso en la hora de la fatiga. Otro hurrah por ella!
XLYII.
Proseguimos ahora nuestra jornada hacia el
ameno sitio en que existen las casas de Catapilco,
— 376 —
albergue feliz de la niñez, que allí en ejercicios
varoniles preparó los años de esta vejez todavía
ájil i robusta que se acerca.
En toda la estension del camino fuimos encon-
trando innumerables catas i escavaciones del te-
rreno evidentemente prehistórico, porque es un
hecho altamente curioso i singular que el nombre
mismo de CatapUco tenga como signiñcacion in-
di] ena algo de mui semejante a lo que hoi se está
ejecutando, por artífices de afuera. Porque cata
quiere decir en araucano^ agujero (i de aquí ca-
tear) i pilco significa literalmente cañuto o conduc-
to estrecho, como los túneles de roca viva que hoi
construyen los yankees para lavar las tierras.
Existen todavía algunos pilcos o pequeños ca-
nales que llevan el agua a las tierras auríferas,
especialmente en la quebrada del Culebrón de tra-
dicional fama por su riqueza.
I séanos permitido agregar a propósito de esta
tradición doméstica que durante el largo siglo
que'Gatapilco ha sido uua propiedad de nuestra
familia, el oro ha existido siempre en abundancia
desde los bisabuelos del que esto escribe hasta sus
primos que hoi la poseen.
De suerte que de tiempos mui antiguos se re-
cuerdan casos que rayan en fábula, pero que
nosotros escuchamos muchas veces en nuestra ni-
ñez, especialmente el de un indio del Culebrón,
que al morir cu el hospital de Santiago a fines
— 377 —
del pasado siglo, reveló, agradecido a un enfermero,
la existencia de un depósito de oro tan copioso que
no bastándole al último, cuando vino al derrotero,
sus alforjas, llevó a la Ligua un sombrero lleno de
gruesas pellas. Hoi mismo han venido aquí mien-
tras escribimos, a vender oro de otras quebradas
de la hacienda a mis compañeros, si bien con di-
versidad de precios porque al «tesorero» de la ca-
rabana, como tal, ha pagado el castellano al pre-
cio de la Moneda, es decir, a 3 pesos, i el capellán
al precio de la Catedral, es decir, a 21 real. La
iglesia siempre por delante, i especialmente en
sábado santo!
XLVIII.
Un punto delicado nos queda por tocar -el
personal, — el de quién fué el primero en llamar la
atención de los americanos del norte a esos cam-
pos subterráneos del oro de Chile después que es-
taban agotados los de la superficie, etc. etc. Pero,
detestando todo lo que es de interés en estas em-
presas, cuyo aspecto público, franco i jeneroso es
el único simpático, nos contentamos con decir que
los señores Thorner e Ildefonso Vargas trajeron a
la Laguna en 1875 a un intelijente corresponsal
del New York Herald llamado Mr. Quiraby que
habia venido a Chile con motivo de la Esposicion,
i que éste llevó unas cuantas libras de oro como
LA E. DEL O. 48
— 378 —
muestra a California; que habiendo encontrado en
Panamá a bordo del mismo vapor en que se diri-
jia a San Francisco (el vapor Glty of Sidney) al
señor Burnes conferenció con éste, i el ultimo to-
mó a su cargo la empresa.
Trajo con este motivo Mr. Burnes a Chile en el
verano de 1876, dos hombres prácticos, trabaja-
dores (le oro por el sistema hidráulico de Califor-
nia llamado el uno Seven-Oaks i el otro Hol-
comb; i persuadido de que los lechos auríferos de
Chile eran tanto o mas ricos que los mejores de
California, se dirijió a Nueva York, donde, bajo
la influencia de un respetable i emprendedor mi-
llonario Mr. G. H. Flagler logró organizar una
compañía por cinco millones de pesos que con el
nombre de Ligua gold mining compang of CatapU-
co, fué incorporada bajo los estatutos de la lei
americana de 2 de marzo de 1877.
En consecuencia, en el invierno último vino a
Chile el distinguido caballero ya nombrado, acom-
pañado de su esposa, tan bella como amable, i
cuando después de veinte dias de incesantes reco-
nocimientos personales, se persuadió de la efecti-
vidad de lo que la tieriM encubría en su seno, de-
terminóse a dar alas a los trabajos en la forma
que hasta aquí han llevado.
Mr. Flagler tenia, sin embargo, desde Nueva
York la fé mas viva en los informes preliminares
del doctor Burnes, i en varias ocasiones le oimos
— 379 —
estas palabras cjae son en estos tiempos el mejor
pasaporte para un hombre de bien. «No hai en
los Estados Unidos un solo hombre que pueda
decir que el doctor Burnes ha mentido una sola
vez X» .
Llegará alguna vez para Chile el dia en que
pueda decirse otro tanto de los organizadores de
sociedades anóüimas? (1)
(1) Seis meses mas tarde, i cuando las faenas preparatorias de
la esplotacion de los cascajos de Catapilco se hallaban terminadas
se cambiaron eutre el señor Flagler, jefe de la empresa, i el
autor de la precedente relación las siguientes cartas:
Catapilco, octubre ?>\ de 1878.
Mi apreciado señor:
Como usted ha manifestado siempre el mas vivo interesen
el desarrollo de la industria aurífera en Chile i ha visitado i he-
cho conocer al públicD la empresa a cuya cabeza me he puesto,
bajo la denominación legal de La Ligua Gold Mining Coni-
pany, me tomo la libertad de dirijir a usted estas dos palabras,
anunciándole que mi segunda visita a este país i a este distrito,
después de un año de ausencia, rae ha confirmado plenamente
no solo en las espectativas, sino en los propósitos que desde el
principio he abrigado, en común con mis amigos de Nueva
York, partícipes en la mencionada compañía.
Esas espectativas son las de una grande i positiva riqueza
para esta república i para nosotros mismos, i esos propósitos
son los de qn trabajo asiduo, constante i tan en vasta escala co-
mo sea preciso para llegar al fin que buscamos, ejecutándolo
todo con nuestro solo capital, sin que jamas hayamos solicitado
la cooperación de ningún {•a})italista que no haya sido de
— 380 —
XLIX.
Entretanto llegábamos al término de nuestro
viaje; i por entre las copas de los árboles que hoi
riega la copiosa represa de Catapilco, una de
las obras que mas honra al injenio chileno i al es-
píritu progresista de su autor i obrero don Fran-
cisco Javier Ovalle, divisamos al fin la casa que-
los q»e formaron ea Nueva York la compañía orijinaria. El
capital de ésta es de cinco millones de pesos, i con ellos se haráa
todas las obras, cualquiera que sea su magnitud.
Ahora, me parece, señor, que con estos antecedentes, que me
ha sido forzoso citar, no por jactancia, sino para definir i dejar
bien establecidos los hechos i las posiciones, me parece que tengo
derecho para dirijirme por conducto de usted al país en jeneral
i a las personas ilustradas en el desarrollo tranquilo, honorable
i bien entendido de las industrias auríferas, llamadas a tan im-
portantes resultados en Chile, a fin de precaver a los industria-
les i a las personas honradas c(»ntra las exajeraciones, fraudes i
falsas especulaciones a que este j enero de negocios da jeneral-
mente lugar, como ha acontecido en California, i pudiera suce-
der en- Chile, si no reinara la prudencia i cordura debidas.
Doi este paso en cumplimiento de un deber de lealtad para
con este país, i por cuanto comprendo que pesa sobre la empresa
que represento cierta responsabilidad moral como orijinaria de
este movimiento. I al hacer esto procedo de acuerdo con el re-
presentante legal de la compañía, el honorable Guillermo Tri-
pler que ha venido conmigo de Estados Unidos para todos los
fines legales de la organización i trabajos de la mencionada com-
pañía.
Esperando que usted sabrá apreciar los motivos de esta co-
381 —
rida, nido de flores de los felices años que pasa-
ron. .....
Entonces, mi corazón, lejos de entregarse á la
espansion de dulce gozo, fruto de aquella jornada
tan alegremente emprendida, se apretó dentro de
mi pecho, como el párpado que esconde lágrima
municacion, tengo el honor de suscribirme de usted afectísimo i
respetuoso servidor.
John H. Flagler.
Señor senador Benjamin Vicuña Mackenna.
(Contestación.)
Señor John H. Flagler.
Santiago, noviembre 5 de 1878.
Distinguido señor:
He recibido con verdadero placer la honrosa carta que usted
se ha servido dirijirme, i en la cual manifiesta usted de una
manera inequívoca los elevados sentimientos de caballero i de
hombre de bien bajo cuyos auspicios vino usted a Chile con su
respetable familia el año último i ha regresado otra vez con al-
gunos de sus amigos.
La manera silenciosa, tranquila i perfectamente honorable
como han sido dirijidos los costosos trabajos de Catapilco, in-
virtiéndose en ellos sumas que constituirian una verdadera ri-
queza, i sin solicitar del país ni de sus ciudadanos un solo ma-
ravedí, en forma de bonos o acciones (sistema lastimoso i justa-
mente desacreditado entre nosotros) ha sido siempre para mí
la prueba mas evidente, no solo de la perfecta buena fé de los
procedimientos de la compañía a cuyo nombre usted habla, sino
— 382 —
silenciosa, escapada de lo mas íntimo del alma....
Ah! — Catapilco no es ya juventud, no es el pla-
cer, ni los ensueños primeros, ni el dulce calor
del hogar. Mi venerable tia se ha ido al cielo des-
de la última vez en que en estas salas besé su
santa frente, i sus hijos, que son i han sido siem-
pre mis hermanos, no están tampoco en el anti-
guo nido, todos juntos con nosotros, cual solíamos
en apartados dias, para cantar con una sola voz
en la plegaria de la tarde el himno de respeto
que los buenos deben siempre a sus mayores.
del distinguido carácter de sus representantes eu Chile.
Creo, por tanto, que u-^ted hace un verdadero servicio a los
hombres honrados de esta república i al país mismo, tan honda-
mente trabajado por una crisis, nacida en gran parte de locas
especulaciones, haciendo un llamamiento a la cordura i al buen
juicio de los que se arriesgan en empresas tan delicadas como
la de que se trata i eu las cuales volveremos a encontrar nues-
tra perdida prosperidad, si hai intelijencia, reposo i rectitud; pero
que nos arrastraría infaliblemente a una ruina mayor, si hubiesen
por desgracia de faltar en lo más mínimo esas condiciones.
Bajo esa intelijencia, acepto como dignas de usted i del hono-
rable señor Tripler las esplicaciones que usted se sirve darme, i
en ese mismo concepto las entregaré, antes de su próximo re-
greso a Estados Unidos, al dominio de la publidad.
Me es grato ofrecer a usted mis mas atentas consideraciones.
B. Vicuña Mackenna.
CAPITULO XIII,
LAS QUEBRADAS DE MALCARA I ALVARADO
EN LA PROVINCIA ÜE VALPARAÍSO.
El ailo de Pat'aft' i la fiebre parafina en 1877 — Remedio que para la última
habrían encontrad) los chilenos eu un refrán d imésiico de dun Manuel
Salas i en el diccionario de la lengua en la palabra «piedra. »~Pánicü
de fines da 1877, i lo que dijo don Manuel Montt al saberla quiebra del
banco David Thoma?. — El balance de la riqueza de Chile en 1875.—
Bienes positivos que el engaTio— Paraíf prodjjo al pais despertándola
afición al oro verdadero. — El trabajo ha sido siempre la tabla del
naufi'ajio de Chile. — líevívense todos los derroteros i leyendas anti-
guas— La laguna del Tigre en el camino de Hnspallata i Ponzuelos en
Osorno. — Escursiones en los campos auríferos de Pedro d-^ Valdivia. —
Organízanse no menos de siete compañías auríferas, i cuent.aque se da
de ellas. — Entierros i nuevas tradiciones. — Alcances i poruñazos. — Los
Cristales i Cachiyuyo. — Los Talayeras i Alfon.so Duque Ante-Cristo. —
El contajio de las escarsiones auríferas so radica en Viña del Mar.
— La compañía ds Maleara, i cabalgata que a ella se dirije en mayo de
1878. — El cam no hasta Colmo. — El jeneral Maroto en Conca i en Con-
cón.— El canónigo de Caracas i el letrero del finado. — La noche de Col-
mo i el ascenso a la montaña de Manco. — El hossanna i el ¡halloic! de
las cumbres. — El cabo Olivos i el vaquero Cortés. — El descenso i el
descubridor Molina. — En el fondo de la mina i su maravillo.so aspecto.
— La piedra del descubridor i su ensaye en la IMoneda. — Porqué no
nos hemos ocupado en este libro de la faz científica íjeolojica de la
cuestión díl oro.— Resumen por don Alberto Mackenna.— Los ingleses
i los aboríjenes del caci'jue Maleara. — Don Juan Palacios i su paila de
oro. — Estévan Silva, el ultimo minero de Maleara, i su salteo. — Regreso
déla carabana de Maleara a Quillota i a Viña d 'I Mar.— Una visita
aurífera a la quebrada de los Alvarados, «el valle de Andorra» de Val-
— 384 —
paraíso, — Los lavaderos del «Peñón» i del «Morro»— Vestij ios de la
riqueza aurífera del departamento de Limache i de la provincia de Val-
paraíso.
(íMala cara sigue siendo el tema de las
conversaciones del dia.
«Aquí no se trata sino del oro que da en
abundancia la tierra en aquel lugar. El
lieloton de oro que, según algunos diarios,
compró el señor Abel Castro, ha hecho so-
ñar a muchos con a luel precioso metal.»
{Correo de Quilloia, mayo 30 de 1878.)
I.
El año del señor de 1877 fué el año de ParaíF,
el año de los delirios, cuando un cuarto de barra
de la sociedad de las higueras de Zapata (que
dejó a tantos sin zapatos) se vendia por lo que se
habia comprado antes una hacienda, o una buena
chacra del llano de Maipo, — de 15 a 25 mil pesos.
Una acción completa, entre cien de fundadores,
llegó a venderse en 80 mil pesos «por favor»; i
aun díjose que en los consejos de gobierno, don-
de se repartían los cóndores da oro ParaíF con el
título limeño ^q pastillas (i de estas cupieron cien
al presidente de la república) se habia discutido
con la mayor formalidad del mundo i como cual-
quiera otro negocio de Estado, sobre si se envia-
ria un quintal métrico o solo medio quintal de oro
Paraíf a la Esposicioii universal que en el año sub-
siguiente iba a celebrarse en Francia... Porque a
este punto de verdadero paroxismo habia llegado
— 385
lo que con propiedad podía llamarse \sl fiebre pa-
rafina de aquel tiempo. (1)
II.
Pero el químico alsaciano, en medio de sus
locuras propias i ajenas, hizo a su manera a la co-
munidad sensata del país un bien positivo por-
que llamó la atención de los hombres sobrios i de
trabajo a la industria i a la esplotacion abandona-
da del oro natural de su suelo.
El país estaba pobre; la crisis había llegado al
máximun de su intensidad; i aquel año memora-
ble por sus crisoles, sus ilusiones i sus ruinas, se
estinguia a manera de macilento candil con la
clausura del primer banco que quebraba en Chile,
(1) Para curarse de semejante mania, que causó tantas ruinas
i tantas lágrimas, i que hacia recordar el dicho usual del cáus-
tico i espiritual taita Salas. — «Dios ha de castigar a los chile-
nos, mas que por diablos, por lesosy>, les habria bastado a los úl-
timos hojear el Diccionario de la lengua i leer en la palabra piedra
lo siguiente:
«La piedra de toque o la piedra filosofal es la materia con que
los alquimistas pretenden hacer oro artificialmente, lo cual no
pasa de ser una sustancia puramente imajinaria, una cosa basa-
da en el absurdo, cuando no es la malicia engañadora la que
suple por el imposible, depositando oro natural o verdadero en el
crisol del alquimista para deslumhrar a los incaustos i atrapar-
les su dinero, con achaque de esperiraentos conducentes a la su-
puesta i mentida fabricación del oro.T>
LA E. DEL o. 49
— 386 —
el Banco David Thomas, que cerró en Yalparaiso
sus puertas a su numerosa clientela el 29 de oc-
tubre de 1877. — Recordamos perfectamente haber
oido en el Senado, cuando circuló en sus bancos la
noticia telegráfica, recibida al dia siguiente a las
dos de la tarde, de aquella primera campanada del
pánico, al sesudo señor Moatt que esclamó: — «Es-
to es el principio del fin!»
A la verdad, era preciso liquidar; es decir, era
preciso trabajar.
El país habia vivido de ilusiones, los bancos ha-
blan vivido del país i los particulares de los ban-
cos. (1)
(1) El Ferrocarril^ diario de Santiago, a fin de atenuar la
impresión de pánico que produjo la quiebra del Banco David
Thomas, decia al dia siguiente 30 de octubre de 1877 estas pa-
labras que son al mismo tiempo una verdad i una paradoja, co-
mo todas las cosas de doble sentido.
«Se asegura i aun se grita con frecuencia que el público está
a merced de los bancos, i las mas veces es su victima.
j)Error, profundo error económico.
»Son los bancos los que están a la merced del piíblico, i para
demostrar esto no hai sino leer las cifras de sus depósitos, o
lo que es lo mismo, el monto de la confianza pública que éstos
representan.»
Respecto de las ilusiones i de las realidades de riqueza (fenó-
meno relativo que reviste también una doble significación), hé
aquí algunas halagüeñas cifras en que el intelijente corredor de
comercio de Santiago don Francisco Riso Patrón, agrupaba el 1."
de enero de 1876, el monto de la riqueza nacional, con relación
al crédito i a los bancos, en el año precedente.
Según esta demostración, el capital de responsabilidad de los
— 387 —
III.
Lanzáronse por consiguiente los chilenos al
trabajo con su vigor acostumbrado.
bancos i de las compañías anónimas del país alcanzaba a 118
millones 40,ü00 pesos en esta forma:
Capital nominal de los bancos | 59.610,000
En compañías chilenas de seguros 10.000,000
En ferrocarriles, sin contar los del Estado 11.415,009
En empresas de buques i vapores 6.800,000
En empresas de gas de Valparaíso i Santiago. 1.380,000
En id varias, telégrafos, etc 3.450,000
En compañías salitreras 4.650,000
Enicl.de agua 923,200
En minas de Caracoles 10.862,000
En id. de cobre i fundición de Chañaral 2.000,000
En id. de carbón 6.950,000
Total I 118.040,200
Pero sobre esta enorme suma de valores, solo la mitad, mas o
menos, habia sido pagada a las diversas empresas industriales i
financieras en esta forma:
Pagados a los bancos de emisión , | 17.480,000
Por compañías de seguros 900,000
Por ferrocarriles 11.415,000
Por empresas de buques, vapores etc 5.159,000
Por compañías de gas 1.380,000
Por varias, telégrafos, etc 1 ,550,000
Por compañías de salitres 3.312,500
Porid.de agua , 303,200
— 388 —
El trabajo ha sido siempre la tabla de salva-
ción de esta angosta faja de playa, «en la cual, pa-
ra no caerse al mar, es preciso agarrarse a las cor-
dilleras d, en todos sus naufrajios.
El trabajo ha sido «el hueso de santo» que se-
gún don Manuel Salas ha estado enterrado bajo
el empedrado de la Plaza de Armas de Santiago
i que ha hecho para Chile durante la era de la
república tantos milagros de prosperidad i de ven-
Por minas de Caracoles 9.930,750
Por id. de cobre i fundición, etc 2.000,000
Por id. de carbón 4.035,650
Un total de 57.466,100
Así es que, resumiendo, existia un total de créditos respon-
sables de 118.040,200 pesos con un efectivo de 57.466,100.
Los balances de los Bancos habían dado el siguiente resul-
tado en 1875:
Banco Nacional de Chile, con un capital efectivo de 3.750,000,
ha producido la suma neta de $ 334.882, 39
El Banco de Valparaíso, con un efectivo de
6.150,000, ha producido la utilidad líquida de.... 285,769 13
El Baiico de la Alianza, con capital efectivo
de 1.000,000 pesos dio un líquido total de 77,484 00
El Banco Agrícola, capital efectivo 1.800,000
producto líquido del semestre 115,654 64
El Banco de la Unio7i, con un efectivo de
57,618, ha dado una utilidad líquida de 3,645 40
El Banco del Pobre, con un efectivo de
500,000, ha dado un resultado de 1-3,984 79
El Banco Garantizador de Valores, con un
efectivo d 232,000 ha dado una utilidad de 70,403 36
— 389 —
tura, i en ciertos casos de redención asombrosa.
Por consiguiente, el año de 1878 fué un año de
trabajo, o mas propiamente, de preparación de
trabajo, de cáteos de oro, de empresas auríferas,
de lavados de cascajo, como el precedente habia
sido un año de lavado de bolsillos.... Tenemos a
la vista una carta dirijida al diario Los Tiempos
desde Copiapó, a principios de aquel año (marzo
16) i en ella, describiendo la mísera condición a
que habia descendido aquel suelo arjentífero an-
tes tan afortunado, se aseguraba que la crisis habia
reducido en un 90 por ciento la antigua opulenta
fortuna de la provincia de Atacama.- -«Caldera,
decia espiritualmente el corresponsal del diario
santiaguino. Caldera, el puerto que otro tiempo era
todo vida i movimiento, es hoi una deliciosa man-
sión del sueño.
íYallenar, la ciudad mas pintoresca de Ataca-
ma i donde hasta los niños se entretenían en con-
tar los pesos //seríes que encontraban botados, no
posee hoi ni sus sabrosos camarones.
))Freirina, la ciudad de la hermosura femenil,
no tiene mas consuelo que recordar aquellos feli-
ces tiempos en que se regalaba una onza por un
jYiva Chile! seguido de la interjección que los
chilenos aprendimos a Camhrone.
IV.
Por todas partes se buscaba en consecuencia la
— 390 —
solución a la crisis, o como podria decirse mejor
en términos caseros, «el remedio a la pobreza». —
Por todas partes se araba la tierra i se arañaba
los cerros. Un diario de la capital de mediados de
aquel año, daba cuenta de no menos de siete so-
ciedades auríferas formadas para esplorar i lavar
el oro natural i nativo, no por el procedimiento
de Paraft" i su manipulador Rogelio, sino por el
«sistema de California»; i aquéllas eran las si-
guientes:
La compama de Gatapilco.
La compama de Marga-Marga i de la Palma.
La compama de Jjlampaico.
«Esto por lo respecto a la rejion del centro,»
decia el diario citado, i anadia:
«Nos llegan también informes positivos del im-
pulso que nuevas compañías imprimen en este
momento a los terrenos auríferos del sur, que en
épocas remotas fueron celebrados por su riqueza.
))Los trabajos del mineral de Niblinto, a corta
distancia de Chillan, se prosiguen con actividad
por una compañía chilena, al paso que otra socie-
dad en ciernes ha denunciado precautoriamente i
entrado en posesión de los valiosos terrenos aurí-
feros de Rere i la Florida, que enriquecieron a
Pedro de Valdivia i sus secuaces en el espacio de
solo dos años.
» Otras compañías se organizan para esplotar
los lavaderos de oro de Nahuelbuta, cerca de Ca-
— 391 —
ñete; otras esploran a Valdivia i Osorno, donde
estuvo el renombrado mineral de Ponzuelos, i
aun los trabajos auríferos de Magallanes comien-
zan a revivir.
))En la zona del norte no se han abandonado
tampoco los antiquísimos i dispendiosos trabajos
del mineral del Inca, en Atacama, ni los de An-
dacollo i Casuto, en Coquimbo i Aconcagua.
))Al contrario, dos nuevas empresas se prepa-
ran para esplotar en esa dirección conocidos pero
abandonados veneros, entre la que vemos figurar
los de la pequeña quebrada de Mala Gara, a seis
leguas de Valparaiso.
))Han hablado también últimamente los diarios
de importantes reconocimientos practicados por
los señores Chase i Tyler, ciudadanos americanos,
en los antiguos i riquísimos campos auríferos de
Petorca, donde estuvo la mina del Bronce, que
por sí sola alimentó durante algunos años los ba-
tientes de nuestra Casa de Moneda.
)) Reconociendo la profundidad i lei de los cas-
cajos auríferos por medio de los piques i minas
abandonadas, se nos asegura que el doctor Chase
ha llegado a determinar la existencia de un cam-
po aurífero que mide muchas leguas cuadradas
con una profundidad de 15 a 30 metros i con una
lei media de 30 centavos por metro cúbico, como
mínjmun, cuando la proporción media de los cas-
cajos de California es de 12 i medio centavos, i
— 392 —
aun se trabaja con provecho por compañías na-
cionales o europeas los cascajos que rinden hasta
4 i medio centavos por yarda cúbica.
))Estos terrenos, provistos de abundante caida
de agua, se hallan situados en la quebrada llama-
da de los Tornos, frente a la aldea de Hierro
Viejo.
))Se nos asegura que sus esplotadores han de-
nunciado allí 384 pertenencias de diez mil metros
cuadrados cada una, i que los trabajos de esplo-
tacion comenzarán en el verano próximo.
)) Tenemos, en resumen, que en el espacio de
seis meses se han organizado no menos de seis
compañías europeas, sin contar la fundadora de
Catapilco, i esto constituye ya un indicio consola^
dor para el pais de futura i talvez próxima reac-
ción en su riqueza minera.» (1)
V.
Hácese mención en los párrafos anteriores de
una sociedad en ciernes organizada en Rere so-
bre los antiguos campos de oro que enriquecie-
ron en menos de dos años i no lejos del Biobio a
don Pedro de Valdivia; i a este propósito, como
demostración de lo que en aquel tiempo ocurria,
no podemos menos de copiar aquí lo que desde
*
(1) Ferrocarril del 6 de agosto de 1878.
— 393 —
uno de esos parajes nos escribía, a fines de junio
de aquel año, uno de los mas animosos esplora-
dores de aquella comarca aurífera:
(íLa quebrada de Quilacoya (debe ser Quilaco-
yan, agua de los tres robles) corre de este a oeste,
desembocando sus aguas en el Biobio, mas al sur
del pueblo de Hualqni.
«^(Uesde el nacimiento u oríjen de sus aguas,
hasta el Biobio, tendrá una estension de cinco
leguas, estension mas o menos igual de la cima
de toda la montaña de la costa hasta el mar.
«El fuerte Valdivia i los trabajos que hicieron
los españoles están situados como a dos leguas
antes de entrar al Biobio.
«El rio Quilacoya es el divisor de los departa-
mentos de Rere i Puchacai. De modo, pues, que
los pedimentos han sido hechos en uno i otro de-
partamento.
«Reconocimientos hechos por don Manuel Ba-
rragan sobre la ribera del rio (de que antes habla-
mos), prueban que en tiempos de Valdivia el suelo
primitivo estaba en la Vega, ocho o diez metros
mas abajo de lo que ahora se ve, pues a esa hon-
dura ha encontrado maderas aserradas i labradas
coaio en forma de tijerales. Aquella planicie ha sido
formada con todas las arenas auríferas que han co-
rrido en cada invierno sobre su fondo, desde el dia
en que entró en el suelo la primera punta de arado
i desde el momento en que el hacha del labrador
LA E. DEL O. 50
— 39i —
cortó el primer roble. A uno i otro lado de la que-
brada sé ven barrancas de tierras amarillas i co-
loradas, compuestas de cascajos, cuarzo i arenas.
«Sujetos mui formales del lugar nos aseguraron
que ningún pobre trabaja por menos de seis cen-
tavos batea. Es común oir contar que los padres
mandan a sus hijos en busca de pepitas de oro en
los dias de fuertes lluvias.
«Olvidaba decirte que la vega de Quilacoya se
estiende como legua i media desde la montaña al
Biobio, sobre cuya vega corre el mismo rio.
«El caudal de agua en el invierno es inmenso,
i nos aseguran quedará con 50 regadores en el
verano. Por ahí poco saben de regadores.
«Al pié del fuerte Valdivia existe un pajonal, \
las jentes del lugar han ido conservando la tradi-
ción de que ahí estaba ubicado el cementerio.
Aun se conserva una cruz.
Los fosos del fuerte aun no se han borrado i en
casi toda la estension están rodeados de perales
enormes.
«También se notan las señales del herido de un
canal que llevaban a mucha elevación. Parece que
esos hombres principiaron en aquella época a sos-
pechar el sistema yanquee.
«Después de recorrer la quebrada de Quila-
coya i de tomar nota de todo para hacer los pe-
dimentos de tierras i aguas, nos encaminamos ha-
cia el pueblo de Rere, como por ejemplo si salié-
— 395 —
ramos de Cobquecnra hacia Quirihne, situado, co-
mo aquí, en la montaña baja de la costa, en lo
que llamamos llanos aquellos que vivimos entre
hondas quebradas i bajo montes seculares.
ííRere está a cinco leguas de Quilacoya. Pueblo
mui antiguo, en donde tuvieron colejio los jesuí-
tas i célebre por cuatro cosas:— su pahua de 200
años; su campana de cobre puro, cuyos ecos co-
rren por los aires ocho leguas i fundida ahí mismo
el año de 1721; una preciosa niña, esbelta como
la palma, pero con un cero menos; i finalmente el
respetable cjira Arriagada notorio por los villanos
palos que le dieron el 26 de marzo de 1876, inteli-
jente joven, tio de la linda palma de veinte años i
en cuya casa hospitalaria nos alojamos, a fuer de
golpeados i perseguidos del mismo dia i año.
((Llegamos, lloviendo, i mojados hasta las uñas;
pero llegábamos a casa de cura, i de consiguiente
tuvimos buenas brasas, buena cama, buena sopa
i para complemento de nuestro feliz alojamiento,
la |?a/m¿if a cantó lindísimas canciones con una voz,
sino tan sonora como la de la campana, mas dul-
ce i (ñas seductora que aquélla. Así, a lo menos,
rae lo manifestó con acento enamorado nuestro
amicho F
'^cSalimos de ahí en camino para Yumbel, capi-
tal del departamento.
((A legua i media de Rere estala quebrada lla-
mada Oolchagua, receptáculo de todas las corridas
— 396 —
de los ricos minerales de Matamala i Rere, al de-
cir de aquellos habitantes, mas ricos que los de
Quilacoya i La Florida. Ann quedan personas que
vieron una pepita que se vendió en Santiago en
61 onzas de oro sellado. (1)
«La quebrada tiene como tres i media milla de
largo i desemboca en el Biobio, estación de Hiie-
nuraque.
«Corre a lo largo de ella un estero que lleva el
mismo nombre i en sus pequeñas barrancas ma-
nifiesta un manto de oro, segnn nuestro cicerom,
de bastante lei.
«En mucha parte de su estension se ven las co-
rrederas de los mineros de batea.
«Aquí se vendia en hierba el oro, a 10 pesos la
onza.
(1) Este hecho es efectivo, i el comprador orijinario de esta
pella fué el conocido comerciante don Juan Antonio González,
natural de Concepción. El s-^ñor González compró la celebrada
pepa de Quilacoya, que tenia la forma de un tejo de oro, en 51
onzas por los años de 1839, i la vendió a don Ricardo Price,
ganando en la reventa nueve onzas. Díjose que el señor Price la
habia remitido al Museo Británico. Por lo demás, son de tal
modo auríferas las tierras del estero de Quilacoya que un aríiigo
nuestro presenció el lavado de un adobe, sacado al albur de una
pared en 1842, i vio estraec de él varias partículas de oro.
El mismo amigo que esto nos refiere, el señor Marcial Gon-
zález, senador por Concepción, nos asegura que ea la vecindad
de Nacimiento, a una Ugua hacia el sudeste del pueblo, existió
nu riquísimo lavadero de oro i que como señas del paraje se mos-
traban, en el tiempo en que él lo visitara, unos troncos de Sau-
ce completamente petrificados,
— 397 —
<íEl agua es abundante por ocho meses del año;
pero liai lugares magníficos para hacer trauques
a poco costo.
«Creo que este lugar es el mejor i lo mas en
armonía con el sistema de Gatapilco. Mucho des-
censo, mucho oro, mucho terreno i una salida o
corrida hacia el Biobio rápida i espedita»
YI.
Hacíase continuamente también por aquellos
dias en la prensa i en las charlas, memoria del
famoso mineral de Ponzuelos, perdido como la
fabulosa ciudad de los Césares, entre las selvas de
la Araucania. I a este respecto, i como la afición
a derroteros no se acaba todavía, no obstante las
maldiciones de Jotabeche en su memorable es-
cursion a la mina de los Candeleras, sino que va
en creces, nos parece acertado reproducir aquí
el siguiente derrotero que como el de Soria sobre
la Laguna del Tigre en el camino de Huspallata,
publicó el 29 de octubre de 1861 nuestro amigo
i compañero de infancia Manuel Antonio Xime-
nes Vargas eri el Mercurio num. 10,255 con el
título de Os)r)io i sus lavaderos de oro. (1)
(1) Decíamos que la afición a los derroteros auríferos no de-
crecía en el país, i precisamente en los momentos en que correji-
mos esta pajina (noviembre 13 de J88J) un antiguo amicro, en-
tusiasta minero i cateador, nos escribe de los Andes solicitando
— 398 —
«....Entre los puntos reconocidos superficial-
mente, decia nuestro amigo, se cree que exista el
afamado mineral de Ponzuelos donde se asegura
se encuentra enterrada la fabulosa suma de algu-
nos millones de pesos de buen oro que los benefi-
ciadores no tuvieron tiempo de esportar o llevarse,
siendo repentinamente apremiados por la subleva-
ción de los indios.
«La tradición i aun la historia misma habla de
los minerales de Osorno con tan marcado interés
que bien merece que consigne en este escrito al-
gunos datos importantes de una i otra.
))La tradición nos dice que Osorno era o fué
un verdadero pozo de oro, un pais encantado i
nos refiere a este respecto verdaderos cuentos de
los «Mil i una noches. X)
»Pero lo que hai de mas positivo es un derrote-
ro encontrado por acaso en el archivo del convento
de San Francisco de Ghillan., el que da poco mas
o menos la siguiente noticia: El mineral de Pon-
zuelos se encuentra a 15 o 16 leguas de la ciudad
de Osorno en la dirección del sur; i en cuyo punto
quedó enterrado el producto de tres años de tra-
bajos! de seis mil operarios que trabajaban por año.
copia de la noticia que en 1856 publicamos nosotros en el libro
titulado Viajes sobre el famoso derrotero de Soria, un pobre vi-
sionario muerto en Cádiz, i que se refiere a la eterna leyenda de
las talegas de oro en cueros de huanacos, el rescate de Atahualpa
«arrojado a una laguna.»
— 399 —
)) Ahora veamos lo que nos dice la historia so-
bre el jaismo panto.
5) Habiendo salido el gobernador señor Rodrigo
de Quiroga contra los araucanos (1577), pasó
hasta el pueblo de Osorno para ver por sí mismo,
a m¿is de su rica fábrica de paños i de linos, la fa-
mosísima mina de Ponzuelos, de oro tan obrizo
que a petición de Francisco Castañeda hubo que
ligarla con seis qiLilates menos que el que se es-
traia de las demás minas, para que el comercio
corriera igual, como que los numilarios comenza-
ban a no querer sino el oro de Ponzuelos.»
))Rápido hubo de ser su tiorecimiento, dice en
otra parte refiriéndose al mismo pueblo, pues que
poblado en noviembre de 1558 notamos que en
1576 Nieto de Loarte, uno de sus vecinos, (a los
dieziocho años de su población), lega, antes de mo-
rir, la enorme suma de 27,000 pesos de haen oro
para los tres mil indios de su encomienda, in-
vierte 54,000 pesos en obras pías i todavía le deja
un inmenso caudal a su hijo Francisco, etc.»
c(Fj1 mineral de Ponzuelos, agregebael entusias-
ta cateador austral, que en esto habia precedido
en cerca de veinte años a los del centro, oculto
hoi en medio de impenetrables bosques, existe, i
no es difícil hallarlo; solo que para buscarlo se re-
quiere constancia i plata ....
I conforme a esta sentencia, tan verdadera co-
mo el oro, concluía por hacer la siguiente invita*
— 400 —
cion práctica a los futuros buscadores de Ponzue-
los, los cuales, estamos ciertos de ello, han de ir
allí, como fueron ya de Caramávida (lugar tan fa-
moso como el de Pocizuelos en la historia de Arau-
co) i lo hallaron.
«Concluiré, decia en consecuencia el convenci-
do autor del derrotero ya citado, concluiré convi-
dando a todo el que quiera venir por estos mun-
dos a probar fortuna, con el bien entendido que si
no trae plata para trabajar, no hará mas que per-
der el viaje, su tiempo i saborear las crueles
amarguras que yo he apurado i apuraré todavía,
pero debe advertir también que cualquiera que
traiga de 500 pesos para arriba, le garantizo buea
provecho en cualquier punto de los qne he reco-
rrido.» (1).
I esto era fuera de los prodijios, de los alcances
i de \o^ poruñazos (2)
Según una noticia publicada en El Mercurio
dfel 2 de octubre de 1877 con el título de Este no
es oro Paraff, se habia ensayado en la Moneda
(1) El señor Jiménez Vargas, autor del anterior derrotero,
es hijo de Chillan pero casado i establecido en Osoruo. Antiguo
i valeroso alumno de la Academia militar, oficial de marina eu
1846, comandante de la guarnición militar del Amazonas en la
guerra con el Perú (1879) es hoi empleado supeiior e intelijen-
te de la aduana de Puerto Montt.
(2) Poruñazos llaman los mineros de Chile los chascos i en-
gaños que suelen ellos mismos dar a h)s incanstos sobre alcan-
ces, mentiras, riquezas, etc., de las minas.
— 401 —
nna muestra de la mina de Los Cristales en el de-
partamento de Itata, que rendía 9,440 castellanos
de oro por cajón (algo como 30,000 pesos). Ha-
blábase asimismo de otro ensaye de la mina Las
Cardas, situada también en Itata, que habia dado
lei de 432 castellanos. I mientras esto sucedía ha-
cia el sur, por el norte, i solo una semana mas tar-
de, El Constituijente de Copiapó del 8 de octubre,
se estasiaba con estas nuevas leyendas de Mon-
tecristo, a las que todos prestaban fé de ciegos.
«En la mina Carmen del mineral de San Pedro
de Cachiyuyo, propiedad del señor Juan B. Itu-
rrieta i compañía, se ha hecho últimamente un
fenomenal alcance en oro i cobre de una lei que
asombra, decía el diario atacameño.
))La lei del oro es de cuatrocientos marcos, o
sea tres mil doscientas onzas por cajón. La del
cobre da un treinta por ciento. Me garantizan
que las muestras fueron ensayadas en el laborato-
rio del señor Francisco Sierralta.
íüSTosotros hemos visto piedras que se asemejan
a una semí-harra de oro.D
Todo en aquel tiempo (1878) era a la verdad
correrías, derroteros, cáteos, catas, cateadores,
charla de oro i aventuras. I no solo se hablaba en
Copiapó i en Rere, en Santiago i en Petorca de
viejas minas aterradas i sacadas otra vez al sol,
como la del Bronce i sus siete mineros muertos de
un soplido por el diablo, sino de labores derrumba-
LA E. DEL ü. 51
— 402 —
das que como las de las Tórtolas en Tamaya dejó
enterrados el doble de aquéllos, sacándose al fin
trece vivos, después de diez días de oscuridad i de
hambre: harto mayor milagro que el de la visión
■del Bronce ya contada en este libro! (1).
VIH.
I no era solo de los veneros de antigua fama
de los que se ocupaban las jentes, sino délos inaca-
bables entierros de los aboríjenes, del rescate del
Inca, del caudal secreto de los jesuítas, del tesoro
misterioso del jeneral Maroto en la calle de los
Huérfanos, i de las talegas de San Bruno i de sus
Talaveras en todas las calles de Santiago.
I a este propósito era efectivo que algunos años
hacia (por el de 1863) habíase encontrado en una
quinta de la Chimba, al pié del San Cristóbal,
ima cartuchera llena de onzas narigonas, es decir,
(1) Este curioso fenómeno de vitalidad humana ocurrió en una
mina de Tamaya a fines de 1873. Ei derrumbe se produjo el 22
de octubre i solo el 30, es decir, ocho dias mas tarde, pudo es-
tablecerse una comunicación de aire con los aterrados. El 2 de
noviembre logró sacarse a catorce de aquellos infelices de los
cuales trece sobrevivieron, i hoi están otra vez gordos i tan fuer-
tes como ilutes. Por supuesto, esta prueba harto mas convin-
eente sobre el poder de resistencia que la del célebre doctor
Tañer, que acaba de morir en la Haya, es completamente au-
téntica, pues los sepultados vivos uo tuvieron aquí ni pan ni
agua i apenas un poco de aire durante 240 horas
— 403 —
onzas i cartuchera de Talaveras; i mientras todo
esto tenia lugar en los estrados i en los clubs, las
pajinas de avisos de los diarios rebosaban en casi
todos los pueblos de la república con el calendario
de los pedimentos con cargo de minas de oro. — «La
fiebre por descubrir entierros, decia un diario de
la capital de mediados de mayo de 1878, se ha
apoderado de algunos individuos.
((Últimamente han ocurrido a la intendencia
dos solicitudes para sacar entierros que se dice es-
tán en la via publica: uno en la calle de San An-
tonio i el otro en la del Dieziocho.))
De este último se comentaba que existia bajo
los viejos olivos que dan todavia sombra a la rejia
mansión de la señora viuda de Cousiño, «al pié
del espino del rei Fernando», i su descubridor de-
cíase ser el hijo de un soldado de Talaveras que
vino con el derrotero desde España i regresó para
morir en la guerra franco-prusiana. El persegui-
dor de esta resurrección del oro llamábase Fer-
nando Duque de Antecristo.... I esto era algo como
el ?Ioi/o de la vieja i las Tierras auríferas de Ca-
sablanca en 1840-1844.
IX.
El contajio del oro habia cundido, según se habrá
visto, a semejanza de las viruelas, bajo la lanzeta
del inoculador Paraff. I como consecuencia de la
— 404 —
inquieta e incesante novedad, algunos vecinos o
transeúntes de Viña del Mar, oyendo hablar con
frecuencia del mineral de oro allí vecino de Mal-
cara^ tentáronse para ir a visitarlo en grata cara-
rana de caballos; i como habiaraos ido a mediados
de abril a Catapilco, así fuimos a principios de ma-
yo a Maleara, que éste i no Malacara es su lejíti-
mo nombre, porque en unos títulos de la familia
de Iñiguez que fué i es propietaria de la hacienda
aurífera de Chillicauquen, donde aquella célebre
quebrada se halla situada en la banda norte del
rio de Aconcagua, se dice que ésas eran tierras
del cacique Maleara.
X.
Componíase ahora la alegre cabalgata, que vol-
via a salir al trote franco de la estrecha calle de
Bohn de Viña del Mar, de los mismos siete de la
jornada a Quintero i Catapilco. Pero esta vez la
comitiva había aumentado en rango, porque a
mas del coronel Borgoño i del tesorero de la pri-
mera andanza (don Antonio Subercaseaux), se
hablan agregado de ocasión nada menos que dos
jueces de letras, un diputado i un gobernador
eclesiáotico en cuyas intelij entes sienes muchos
han creído ver resplandecer desde tiempo ya re-
moto las ricas pedrerías de una bien merecida
mitra.... En cuanto a nombres, los jueces eran don
— 405 —
Andrés H. Rojas, vecino de Viña del Mar; don Ea-
mon Dominguez, vecino de Valparaíso; el diputa-
do éralo don Juan E. Mackenna, huésped ocasio-
nal del Versalles chileno, i el gobernador eclesiás-
tico don Mariano Casanova, simple i grata visita
en aquel dia. La escursion era toda de improviso
i de humorada; i en cuanto a práctico i a Lámela,
llevábamos ahora al famoso «cabo Olivos» de la
policía de Valparaíso, que habiy, conocido a los
Talaveras desbandados en los friitiUares de Ronca,
su tierra natal, i tenia ahora la cara echa frutilla,
con mucho mas arrugas que dientes.
El cabo Olivos iba a cargo del «caballo del go-
bierno,» que era el de batalla del coronel Borgoño,
préstamo de apuro del ya difunto coronel Niño,
jefe de la policía del vecino puerto.
Era domingo, i si la memoria no nos falla
el 3 o 4 de mayo de 1878. La tarde estaba fres-
ca con la brisa del mar i del invierno, dos huéspe-
des que allí i a esas horas viajaban vecinos; los
cuerpos alivianados con la misa, misa de gober-
nador eclesiástico; i la esperanza de dormir aquella
noche en tierra amiga daba alas a las bien comidas
cabal gaduríis. Solo el «caballo del gobierno» i su
jinete solian quedarse atrás, que esto ha sido siem-
pre achaque de cosas, de hombres i de animales
de gobierno
— 40G
XI.
Siguiendo el camino real de Quillota, descendi-
mos a puestas de sol a Concón, hacienda que fué
de los jesuítas, de los Cortes Madariaga i del j ene-
ral Maroto, duque de Yergara, albergue por tanto
de dos notabilidades americanas.
En Concón vivieron en efecto el famoso jene-
ral i pacificador que ya hemos nombrado i el me-
morable aunque en Chile poco conocido canónigo
tribunicio de Caracas don José Cortés i Madaria-
ga. Fue éste hijo del feudatario que compró aque-
lla estancia al rei después de la espulsion de los
desdichados hijos de San Ignacio en 1767, cuya
memoria recuerdan todavía con plañidero bullicio
en su ramaje dos colosales palmas por su mano
plantadas i benditas.
A virtud de una singular coincidencia de nom-
bres, el jeneral Maroto, antiguo jefe de los Tala-
veras en Chile, habia nacido en Conca, lugarejo de
la provincia de Murcia en 1785, i habia pasado su
vejez en Concón, de donde saliera solo para morir
i ser enterrado en el cementerio de Yalparaiso el
25 de agosto de 1853. En cuanto a Cortés i Mada-
riaga, el de Concón i de Caracas, ése duerme con
su fama i su ignorada g-^loria en Kio Hacha, lejos,
mui lejos, del rio pastoril que en Chile fuera cam-
po i solaz de su niñez.
— 407 --
Aparte de estas memorias i sepulturas del pasa-
do, no encontramos durante la jornada de aquel
día, i terminada en su última mitad por lúgubre i
purpurino sol que hendia como fúnebre antorcha
las nubes del ocaso encima de las olas, sino una
tosca cruz, que recordando otro triste desaparecido
decia así testualmente, a un lado del camino. —
((Aquí dejo de existir q\ finado Gregorio Olibares
el 1.° de octubre de 1872,»
Pero ¡loado sea Dios! e\ finado no Labia dejado
de existir a cucliillo, sino aplastado por una ca-
rreta en un descuido.
XII.
Oscura ya la noche, cruzamos el rio de Aconca-
gua que allí se llama de Quillota, ya agotado en
sus postrimerías del otoño mas que por la sequía,
por la codicia desbordada, por las acequias i por
los pleitos; i no habiendo tenido la fortuna de en-
contrar al hospitalario hacendado de Colmo, don
Domingo Fernandez Puelma, dormimos aquella
noche en las derruidas casas de aquella hacienda,
que fué también patrimonio de San Ignacio i lo
es hoi de los tiernos hijos del que esto a la carre-
ra escribe i recuerda....
XIII.
Forma la quebrada de Maleara parte de la ha-
— 408 —
ciencia de Cliillicaiiqucn, denominada así por los
pájaros cauquenes o patos aboríjenes del rio Chile,
que era entonces el nombre de toda la comarca i
del pais; pero toma su arranque de la de Colmo,
con la cual aquella deslinda por los cordones, que
se atan al pié del pintoresco cerro del Manco, de
aurífera celebridad según Pissis. El pico de Manco,
en cuya cima dicen, los que a su pié habitan, existe
un malal o fortaleza de indios, es el nudo que ata
como a una sola elegante pretina los faldeos de
las haciendas de Quintero, de Chillicauquen i de
Colmo, que forman toda la playa i sustancia de la
rejion occidental del departamento de Quillota.
XIV.
Guiados por uno de los vaqueros de la hacien-
da llamado «ño Cortés», quien despreciativamente
echó id cabo Olivos a retaguardia con sas remu-
das de caballos del gobierno, trasmontó la alen-
tada comitiva los blandos i boscosos lomajes que
forman la espalda de Colmo, abriéndose en no
pocas ocasiones estrecho sendero por tupidos re-
novales i corpulentos árboles, reyes seculares de
la selva que el hacha i la «escritura de arriendo»
ha respetado. De ellos por tanto podia decirse co-
mo de las viejas encinas de los bosques de su na-
tivo suelo lo que el poeta ingles:
— 409 —
«Long has it stood to grace this wood
A lovely, sunny spot;
Loug may it stand, tliis monarch grand.
Brave axman, harin it not!» (1).
XV.
Eran apenas las 8 de la mañana del dia si-
guiente, dia lunes, cuando el alentado gobernador
eclesiástico, trepando con briosa espuela sobre el
último cordón que da vista a la quebrada del
buen cacique Maleara, ahora desfigurada por los
estragos del tiempo, entonaba en las cumbres el
hosanna! de las alturas. I a este grito, solemne
entonación del peregrino que divisa en lontanan-
za a Jerusalen, i en parte lejana de la colina, ha-
cia eco el robusto i prosaico hallom! del coronel.
Guiando este último su partida del poder lejisla-
tivo i judicial, habia hecho su ascensión por una
fragosa quebrada, repitiendo los árboles coposos i
las ásperas colinas los gritos i los cantos.
En cuanto al gobernador eclesiástico a caballo,
ése habia seguido adelante, como la cruz alta, por
el camino recto, con el feudatario de la tierra i
el vaquero, su vasallo... — «La iglesia por delante)^,
(1) «Por largos años ha estado allí cubriendo con su sombra
aquel hermoso sitio que el sol recrea, i tod'ivia enhiesto quedará
aquel monarca de la montaña... Bravo leñador, no le hagáis
mal!»
LA E. DEL o. 52
— 4Í0 —
que esto se cumple de ordinario en Chile aunque
sea en la punta de los cerros
Cúponos en seguida descender por abruptas la-
deras al fondo de la pintoresca si bien estrecha
quebrada que tanta celebridad tuvo en remotos
años, i hoi es yermo solitario de leñadores, de ca-
bras i de mineros.
XVI.
Hallábase por esos dias la quebrada de Maleara
cubierta de minas de oro, pero solo en denuncios
de papel, porque a la fama de un descubrimiento
hecho por el caballero quillotano don Vicente
Macaya, afluyeron los pedimentos de infinitas per-
tenencias, especialmente demandadas por estran-
jeros. Figuraban entre éstos los apellidos de los
Mac Gilí de Escocia; de los Willson, de Inglate-
rra; de los Boonet, del Pais de Gales; de los Con-
dell, de Punta Gruesa, i hasta los Macay — (Ma-
cay contra Macaya), sin que faltaran elegantes
nombres de damas en la polvorosa escribanía del
notario Aris en Quillota, cuales los de las seño-
ritas Antonia Chamang i Carolina Harailton, cu-
ya última probablemente no seria de la estirpe de
la que tanto amó Lord Nelson.
Encontrábanse aquellos pedimentos disemina-
dos en todas las grietas i recovecos de la hacienda
de Chillicauquen, en la quebrada de las Jari-
— 411 —
lias, la de los Loros, la de las Canchas i aun la
del Tíque, que allí es nombre de un árbol como
el del teak en los bosques sagrados de la India.
Pero la principal faena, la mina de Macaya, es
decir, la Descuh^idora, estaba ubicada en el cen-
tro mismo de la quebrada de Maleara; i a sus
aseados ranchos llegamos a eso de las once del
dia, hora de apetitoso almuerzo, para quien de
madrugada ha subido i bajado una montaña.
XVII.
En Chile, como en Irlanda, el absentismo es una
enfermedad de los campos i aun de las minas. En
mayo, ese mes tan hermoso del otoño de Chile,
nadie cuidaba su heredad ni su labor, ni siquiera
el dueño de la Descubridora i de la bulla estaba
allí para aumentarla con la algazara nuestra.
Recibiónos en cambio su jente con agrado, a
estilo de todas las campañas de Chile, i cuando
hablamos mascado, echados por el aurífero suelo,
el liviano cocaví que el vaquero Cortés i el cabo
Olivos acomodaron de parte de noche en sus
alforjas, con el olor del charqui, guiado por su ol-
fato, preséntesenos el minero capataz i por en-
tonces único de la faena.
No era ya Maleara, como en los tiempos del
afamado don Juan Palacios ni del minero indíje-
na fio Jacinto Ulloa, que en nuestra juventud no-
— 412 —
sotros, de paso por aquellos lugares, conociéra-
mos (1852), lavadero superficial de oro sino mi-
na de pozo. La barreta había penetrado en la se-
gunda rejion californiense (que en Chile existe
tan marcadamente para la plata,) i la pólvora in-
glesa i la dinamita de Noruega hacían ya el oficio
de la índíjena batea.
Llamóse a descubridor de la veta al minero que
llegaba a disfrutar los restos de aquella mesa del
pellejo que no había tenido manteles, í díjonos
llamarse José Tiburcio Molina, personaje no poco
conocido en aquellas canchas, que no tenía don
ni siquiera ño (abreviatura plebeya de señor) pe-
ro llevaba mas que apropiado nombre para moler
duros metales i blandas credulidades.
I para cerciorarnos de que eran sus propias ma-
nos las que había abierto en el duro flanco de la
montaña la primera cata, ofrecióse a conducirnos
hasta la boca -mina que distaba de allí unos
cuantos centenares de metros, por la quebrada
abajo i a mas, comidióse a bajarnos al apa a su
fondo, si de ello teníamos intención i ganas.
XYIII.
Aceptamos el cómodo partido, si bien lo mas
común en nuestra tierra es encaramarse sobre
ajenos hombros para subir antes que para descen-
der I después de unos cuantos minutos, asidos
— 413 —
a una mala escalera de patillas i al delantal de
cuero del minero (prenda de vestimenta que por
conocido no nombramos con su espresivo nom-
bre), nos encontrábamos en los planes de la mi-
na de Maleara, que tenia a la sazón unos siete
u ocho estados de profundidad.
Para un lego que no perseguía el oro sino sus
leyendas, sus curiosidades i sus desengaños, aque-
llo era. a la simple vista, deslumbrador, maravi-
lloso. Por todas partes relucía el oro, al resplan-
dor del candil del minero, desmenuzado en finísi-
mas partículas.
I en aquello no habia engaño.
El cerro cuarzoso mostraba sus delgadas vetas
tachonado de moléculas riquísimas como vése, de
noche, el firmamento brillar con las estrellas.
Era aquello a la verdad la visión del abate Fa-
ria trasladada por encanto al pié del Mauco, i
nadie habria dudado, en presencia de tantos visi-
bles primores, que el primer señor de aquellos
tesoros, don Juan Palacios, fué digno de su apellido.
La mina de Maleara parecía un palacio encan-
tado, cuyo «Simbad el marino» habitaba bajo los
sótanos de olorosos chirimoyos en los huertos de
Macaya, al pié de la Moyaca....
I cosa estraña! entre los denunciantes de vetas
en la quebrada de Maleara en mayo de 1878, apa-
recía un segundo Juan Palacios haciendo pedi-
mento de una mina que se llamarla de Los amigos.
— 414 —
Serian éstos por ventara los amigos de \i\ paila de
orof....
XIX.
Para convencernos mas a fondo de la riqueza
natm'¿il del suelo que pisábamos, el minero Moli-
na, (que en la cara, el jesto i la sospecha un tan-
to parecía al célebre manipulador químico do
Paraíf), cojió la yaucana, estrajo una piedra de
mas que regular porte de la caja aurífera, i ofre-
ciéndonosla de regalo nos suplicó la llevásemos
al sol para verla i en seguida a Quillota i a Viña
el Mar para que todos la admirasen i a Santiago
para venderla o para ensayarla.
Hicímoslo como el minero fundador de la mo-
derna Maleara lo queria, i sometida la piedra
al honrado crisol de la Moneda bajo la mano
de su entendido primer ensayador, dio el resultado
que consta de la siguiente carta que de su orijinal
copiamos i así dice:
Santiago, junio 26 de 1878,
((Muí señor mió i amigo:
))He retardado hasta hoi esta contestación por
haber tenido que hacer varias operaciones a ^n
de obtener la lei mas exacta del mineral que Ud.
me remitió.
))E1 trozo del espresado mineral, que presumo
— 415 —
proceda de Viña del Mar, pesó tres quilogramos i
medio, i contiene peróxido hidratado de fierro i
mili poca pirita arsenical de fierro, en criadero
de cuarzo poroso i silicato de fierro. El común
dio lei media de ciento sesenta castellanos por ca-
jón de 64 quintales españoles, lo que da a razón
de tres pesos castellanos, 480 pesos valor de un
cajón de mineral. Si la veta es ancha i de buena
formación no dado haya campo para un negocio
de granices resultados.
))Soi de Ud. su afectísimo amigo i seguro ser-
vidor,
A. Brieha.y)
XX.
No nos hablamos por tanto en manera alguna
equivocado.
En la riqueza indíjena, nativa i verdadera del
criadero de metal no habia engaño; pero aun sien-
do así, el verdadero problema de aquella hora i de
aquella faena era, como lo es al presente de todas
las faenas aurífeías de Chile, si en t:iles condicio-
nes de lugar, de distancia, de recursos, de vijilan-
cia, de capital, etc., con venia o no la esplotacion
en grande; i este es el problema que todavía se per-
sigue. Todo lo cual queda dicho i afirmado a me-
nos que el descubridor Molina fuese de la escuela
del Rojelio de Paraff i hubiera tenido embutidas
en el cerro las muestras del engaño, lo que por
— 416 —
cierto no era imposible.... El poruñazo es arte
de minero muí anterior en Chile al crisol del
químico alsaciano, i a las pastillas de cóndores
de las Higueras de Zapata....
Confesamos por lo que a nosotros toca que des-
de ese dia no hemos vuelto a oir hablar de la mi-
na de Maleara ni sus dueños; pero de lo que po-
demos dar sincero testimonio, es de que estando
a autorizados criterios científicos como los de los
señores Pissis i Puelma, la quebrada de Malacara,
o de Colmo, como aquellos químicos la denomi-
nan tomando su frente por espalda, se encuen-
tra en la coi-rida jeolójica i tradicional del oro
en Chile i que su riqueza pasada fué considera-
ble. (1)
(1) De propósito no hemos abundado en este QQixiáio puramente
tradicional e histórico sobre el oro de Chile las cuestiones cien-
tíficas a que esa sustancia se refieren, no solo porque tal asunto
es ajeno a nuestra competencia, sino porque ha sido tratado con
notoria maestria por el sabio jeólogo Pissis. Puede verse sobre
ese particular su conocida Jeografia física de Chile, i en especial
para el mineral de Maleara, el estudio que en 18o7 publicó so-
bre la Provincia de Aconcagua i Valparaíso en los Anales de
la Universidad. Don Francisco Puelma en una memoria jeoló-
jica que en octubre de 1852 dio a luz, dice lo siguiente respecto
de las rocas que forman el criadero de aquel mineral:
«La formación délas rocas feldespáticas presentan asientos un
poco mas ricos en oro, i aun localidades célebres por la cantidad
de oro que se ha sacado de eilas, i tales son entre otras el cerro
de Mauco en la hacienda de Colmo.»
Sin embargo de todo esto i para satisfiícer a los que sobre lo
— 417 —
XXL
En cuanto a su tradición, ya en otra oportuni-
dad trazada por nosotros, he aquí lo poco pero
auténtico que tenemos que decir:
Tuvo la quebrada de Maleara, en sus dias de fe-
cundidad i de aguardiente, sus famosos calaveras,
como los Volados de Agua Amarga, como los
Guerra de Chañarcillo, como los Osorio de Tiltil,
pues se hace todavía memoria entre la jente del
oficio del renombrado «don Juan Palacios», de
quien se cuenta que habiendo hallado una pella de
oro que pesaba varias arrobas, la hizo colocar en el
fondo de una paila i ordenó que se mantuviera
ésta rebosando de ponche fino mientras hubiera es-
tómagos de mineros que llenar, i sin que por nin-
gún motivo quedará a descubierto la planchuela de
metal, hasta que la quebrada entera se durmió em-
briaí^ada en derredor del inaf^otable tonel. Es éste
el cahuín, mingaco o remolienda mas reputado
de moderna data en aquellas comarcas, i aña-
den las crónicas que cuando don Juan de Mala
Cara, como el don Juan de Manara de Sevilla, fue
relativo a la ciencia del oro pudiera interesar al lector de este
libro, publicamos con gusto en el apéndice un interesante artí-
culo claro i comprensivo que un modesto pero entendido quími-
co (don Alberto Mackenna) ha preparado espresamente para
esta obra.
LA E. TEL o. 53
— 418 —
:a vender a Quillota su famoso hallazgo, ya lo de-
bía todo, i lo metieron a la cárcel, acontecién-
dole lo que a aquel soldado de Pizarro, Mansio
Sierra, que ganó i perdió el sol del Cuzco en una
noche.
Ignórase a punto fijo cuál fué la época del des-
<3ubrimiento de este notable i ya desierto mineral,
pues no hemos encontrado huella de su existen-
cia en libro alguno ni en viejos manuscritos; pero
acaso precedió a la conquista, i esto esplica los
vestijios de poderío i de prosperidad que han soli-
do encontrarse enterrados en estos sitios. ¿Fué de
^sus senos auríferos de donde los asaltantes de
Gonzalo de los Eios, cuando construia éste por
órdenes de Valdivia el bergantín histórico de la
boca de Concón, sacaron el sombrero lleno de
oro con que tentaron la codicia de los castellanos
antes de pasarlos a cuchillo? ¿Fué el malal de
Mauco la plaza fuerte del toqui de Colmo i de
Quintero i señor de Maleara que allí guardaba
los tesoros de sus lavaderos contra la coiicia de
ios "vecinos valles?
XXII.
Sea de ello lo que fuere, desde esa época la que-
brada, cerril mansión del cacique Maleara que
'(lestronó don Juan Palacios, no ha dejado de ren-
dir inagotable si bien parsimoniosa cosecha a la
— 419 —
batea. Ea 1874 conocimos nosotros en Quintera
un minero de oro (que fué a vendérnoslo) llama-
do Estevan Silva, quien en cierta ocasión, sacu-
diendo un matorral de la quebrada, hallóse una
pepa que pesaba 16 castellanos, igual en su peso
(asi decia él) a cinco cóndores fundidos; i no
menos de 22 años atrás hablamos comprado no-
sotros por tres cuartos de onza una pella de oro
recojida en el sitio mismo i casi a nuestra vis-
ta por un subdito del cacique de Maleara llamado
ño Jacinto Ulloa, un venerable ermitaño que habia
vivido allí cerca de un siglo recojiendo oro i des-
tilando aguardiente... como don Juan Palacios, su-
primer patrón.
Según nos informababa el minero Silva habia-
años, o mas bien, temporadas como la del llu-
vioso invierno de 1866 en que la cosecha de su
batea le produjo 631 pesos, lo que fué para su mal^
pues supiéronlo unos bandidos de Quillota, i en
numero de diezinueve asaltaron el desamparado
rancho del lavador de oro en la noche del 6 de-
marzo de aquel año i mataron a su primojénito,,
gallardo mozo de 24 años. El infeliz padre estaba
ausente, i solo un año mas tarde reconoció, ojen-
do misa en la Matriz de Quillota, la manta de su
inmolado hijo. Mas, como siempre, el asesino la
habia emjjefíado, i el portador de la prenda resulta
inocente. Mandó, empero, entregarla la justicia; i
ese pedazo de trapo sangriento es todo lo que
— 420 —
queda al anciano de una lozana vida, retoño i
báculo de la ti-iste suya... (1)
XXIII.
Hecho todo esto, i porque en aquellas ásperas i
solitarias serranías no nos aconteciese algo pare-
cido a la del desdichado últi mo minero de Mal-
cara, comenzamos a encumbrarnos hacia la una de
la tarde,, todos los de lacarabana, clérigos i jueces,
diputados i militares, vaqueros, policiales i cronis-
tas, por el fondo de la quebrada del Tique, hacia
la cuesta de Chillicauquen que por el oriente da
vista a Qaillota; i en seguida penetrábamos a me-
dia rienda por las calles de la hermosa ciudad de
las chirimoyas i de las ojotas, a manera de gue-
rrilla, como en Puchuncaví, con el capellán de
ejército a vanguardia i el cabo Olivos en su puesto
de táctica, cubriendo la retirada.
En un dia habíamos hecho una jornada de quin-
ce a veinte leguas por inclementes asperezas; i sin
(1) Esfcraemos este fragmento de un folleto que en 1874 pu-
blicamos con el título de Quintero, su estado actual i su porve-
nir, i por no repetir, en lo demás de minas de Maleara a él nos
referiremos.
Desde 1878 nada se ha vuelto a hablar de Maleara. Pero pare-
ce que en estos días va a precederse a su esplotacion en grande
escala, por el sistema hidráulico i bajo la dirección del enten-
dido injeniero Messerer. Hacemos votos sinceros por su éxito
— 421 —
esperar inquieto sueño en sábanas ele pulgas, to-
mábamos a las ocho el tren espreso que venia de
Santiago, i a las diez de la noche, en medio de
desecho i comedido huracán de agua que había-
mos visto arremolinearse en los picos i gargan-
tas que en la tarde atravesáramos, dándonos avi-
so i espera, llegábamos a nuestro punto de parti-
da, quedando así felizmente terminada la segunda
escursion del oro i dispuestos a emprender en bre-
ves di as la tercera.
XXIV.
No tuvo esta última corre ri a aurífera, empren-
dida ida i vuelta el jueves 16 de mayo de 1878
a la famosa quebrada de «Los Alvarados», este
«valle de Andorra» de la provincia de Valparaiso,
departamento de Limache, no tuvo decíamos in-
terés de nota, por cuanto ese dia solo galopamos
diez o quince leguas por campos que antes habían
sido de oro i que ahora son de suculenta alfalfa, es
decir, de oro enhierha. — El departamento de Lima-
che, fué durante la conquista una rejion estrema-
damente rica en ese metal, i el famoso cerro de la
Campana que le da sombra, horizonte i fama, ha-
llábase entonces orlado, al decir de los viajeros,
de los vestijios de trapiches de oro cuyas ruinas
son hoi por todas partes una misteriosa estadística,
como las de Alliué i un cómodo asiento para el fa-
tigado caminante en sus caserios i paseos.
422
Nos contentamos por tanto con divisar desde la
casa de la buena señora doña «Carmelita Hurtado
viuda de Sagredo», los empinados lavaderos o man-
tos de oro del Morro i del Fefion, dos plomizos i
abruptos farellones que fueron lavados i demoli-
dos mediante una acequia labrada por los antiguos,
que la trajeron a gran costo desde la hoya del Co-
lliguay, i que esplotaba ahora con mas ánimos que
fortuna el caballero don Francisco Olmos de Agui-
lera, vecino e industrial de Limache.
XXY.
La comitiva de la tercera carabana de los Al-
varados mientras llega la cuarta de Llampaico,
(para la cual tenemos ya grato i aceptado convite
de otoño) habia sido mas o menos la misma del
cacique de Maleara, salvo que la última no tenia
capellán ni tesorero, remplazando a este el simpá-
tico joven porteño don Alfredo Edwards, de modo
que aquellos Jasones del oro limachino se queda-
ron, vihuela en mano, en la casa de c(doña Carme-
lita», mientras que el sosegado cronista dio la vuel-
ta pacíficamente a su hogar villamarino en el mis-
mo dia de su salida, por la via de Lliu-Lliu, tierra
que también fué de oro i era hoi para el viajero
solo visita do dulce cariño i de memorias.
— 423
XXVI.
En cuanto a los primitivos pobladores castella-
nos que dieron nombre a la pintoresca, bonanci-
ble i selvática quebrada, fueron siete como los es-
ploradores de mayo i como los cajones de su enma-
rañada sierra.
Hemos logrado trazar en nuestros rebusques
su perdido oríjen hasta un don Pedro de Al varado
que vivió en Quillota por el año de 1603; pero
desaparecidos hoi como el oro, decia de sus des-
cendientes un vecino del lugar, que, «acabados
los troncos, no qued¿iban sino los renovales.»
Guéntanse entre éstos hoi, que son dias de de-
cadencia, los Gamboas, apellido aurífero de Alhué,
los Sagredo que lo son del Jil Blas, los Bañados
de Limache, hijos, nietos i bisnietos del respetable
minero de oro don Secundino Bañados, célebre en
el lugar, i por último, de estranjera estraccion, don
Bernardo Dupuch, antiguo herrero mecánico que
se habia hecho rico mas como viñador que como
minero. — Los naturales llamábanle Lipuchi, i él
a su quebrada i como represalia Cacon...
ZXVII.
De todas suertes, la quebrada o cajón de los
Alvarados i su soñolienta lar£ruísima cuesta. Ha-
— 42i —
macla con propiedad La Dormida, quG la separa
de Tiltil, i que atravesó de una jornada Frezier,
durmiendo a la helle étoile en 1712, ha sido una
comarca rica en oro como lo ha sido, sin escep-
cion, toda la provincia de secano de Valparaíso
desde el cerro de la Campana, tierra adentro, has-
ta el de Mauco, a orillas del mar; desde Maleara a
Llampaico; desde el Gallito de oro en Pucalan de
la Costa hasta el estero de Marga-Marga, que fué
en tiempo de los jentiles i de los primeros con-
quistadores un verdadero «estero de oro», como
An dolió fué «rio.»
A la verdad, todo el suelo de la antigua comar-
ca de Aliamapa («pais quemado») descubierto
por Juan de Saavedra, natural de Valparaíso de
Estremadura, en 1536, es una rejion de oro, co-
mo lo observa el sabio Pissis en sus estudios jeo-
lójicos de aquella parte de nuestro territorio. —
Nosotros mismos, recorriendo los cerros i colinas
que hacen espalda a la ciudad i al puerto, con el
propósito de trazar por ellos la huella del anti-
guo camino de carretas que iba a descender a la
Matriz, encontramos en el invierno de 1868 la-
vadores de oro en todas las quebradas, i no sin
esperanzas ni provechos, porque aquéllos hablan
asentado sus reales con cierta comodidad de re-
cursos en todos los parajes en que brotaba alguna
escasa vena de agua.
— 425 —
XX VIH.
El oro, por consiguiente, existe en todo el te-
rritorio que dejamos galopado. Pero la practicabi-
lidad i la ventaja de su esplotacion en grande,
continúa siendo hoi, como en los pasados siglos, la
premisa no resuelta de un negocio que en Chile
es todavia un problema insoluto, al paso que en
California, cuna de la innovación, ha sido i es
una cuantiosísima riqueza.
Xo poco ha contribuido a ese resultado en
aquel pais, junto con los poderosos monitores de la
presión hidráulica, su libérrima lejislacion minera,
que ha creado, en lugar de las estacas, que en
Chile estacan todavia la industria como los cue-
ros en las ramadas de matanza. I por esto en el
próximo i final capítulo de este libro habremos
de tomar en cuenta algunas de las interesantes
faces de esa cuestión que se halla sometida desde
hace tres siglos a la vista del pais i desde hace
tres meses a la deliberación del Congreso.
De su solución talvez dependa en gran mane-
ra, si no el porvenir de Chile, asegurado bajo
otros conceptos, el porvenir de la Araucania, este
Chile aurífero del porvenir, i por esto habrá de
escusársenos que por ese rumbo, que fué por don-
de hace un mes comenzamos, hayamos hoi de con-
cluir.
LA E. DEL O. 4
CAPITULO XII.
LA LEJISLACION DEL ORO EN CHILE I SU URJENTE REFORMA.
Escelencia del Código de Minería de 1875. — Sus principales defectos i
urjencia de su reforma. — Estudios del actual ministro de justicia señor
Vergara. — Las tarifas de las mensuras de Lebu. — El uso del agua para
el lavado de cascajos auríferos i las prohibiciones del art. 6.° del C'ódi-
go de Minería. — Estension escesiva de las estacas i pertenencias. — El
despueble i su sustitución por la patente minera. — Lejislacion criminal
inglesa sobre las minas. — El salteo del mineral del Inca en 1848. — Las
sociedades anónimas de minas, i precauciones minuciosas de la lejisla-
cion inglesa — Los espositores i tratadistas modernos de la lejislacion
minera en Chile. — El mayor peligro de las compañías i minas de oro
en Chile no está en el broceo sino en el ojio i en la farsa. — Limitación
de nuestros propósitos solo al trabajo libre en la Araucanía. — El oro
de Magallanes i de Tierra del Fuego. — Datos i noticias. — Acertadas
apreciaciones de la prensa sobre la condición actual de la industria del
oro. — Los ejemplos que de la situación i de los efectos de la lejislacion
ofrece actualmente el mineral de Lebu, — Maravillosas pepas de oro vol-
cáni'co de la Montana Negra, i su comparación con las de otras comar-
cas auríferas — Reseña de los placeres de Lebu í su estado actual. — Ven-
tajas que reportaría al país (si no a los particulares) como comunidad,
el trabajo libre de la Araucania. — El remedio de la situación. — La li-
cencia del minero i su primer ejemplo para lo venidero. — Conclusión.
«Las piedras i metales que se encuen-
tren aislados en la superficie del suelo
pertenecen al primer ocupante.» — Código
de Minería, art. 2.°)
«Son de libre aprovechamiento las are-
nas auríferas... siempre que se encuentren
en terrenos eriales de cualquier dominio.»
(Id. del art. IV.)
427
I.
Que el código de minería vijente en Chile desde
el I.'' de marzo de 1875 es una cosa escelente i
aun óptima bastaria a dejarlo demostrado los dos
artículos que de él dejamos copiados en el epígra-
fe del presente i último capítulo de este libro»
los cuales aplícanse a la libertad absoluta de ad-
quirir la propiedad minera por el simple hallaz-
go superficial del oro o de los metales preciosos.
Pero tenemos una razón de mayor valia para
estimar el código de minería de 1875 como una
innovación útil i ventajosa introducida en nues-
tra lejislacion por el laborioso presidente Errá-
zuriz, i esa razón es simplemente la de que es un
sumario breve, el mas breve de nuestra moderna
codificación.
Consta en efecto solo de dieziocho títulos con
un total de 212 artículos que caben en 70 pajinas
de abierta impresión tipográfica. ¿I no es este el
mayor elojio que podria hacerse de un libro des-
tinado a andar entre abogados?
Hijo de mineros, siempre oimos alabar la an-
tigua Ordenanza de minas de Nueva España im-
plantada en Chile como una de las obras que mas
honraban el injenio español, si bien atribuyese su
confección a un alemán. Mas sea como fuere, con-
cebida la Ici española bajo el plan de dar al des-
— 428 —
cubridor i esplotador de los metales preciosos en
América la mayor protección i elasticidad posibles,
los resultados eran favorables en su aplicación,
especialmente bajo el antiguo réjimen en que la
maquinaria de mayor cuenta en el beneficio de los
metales consistía en los dedos puestos en la batea
i en los capachos de los apires a la espalda.
II.
Pero que el código de minas, como todas las co-
sas que existen enjaretadas i aferradas al opaco
globo terráqueo que habitamos i que la luz solo
alumbra a intervalos, como para poner en eviden-
cia su limitación i oscuridad, es un trabajo defi-
ciente que necesita premiosa reforma, nos lo de-
muestra no solo la aprobación casi unánime presta-
da por el senado al simple bosquejo que sobre la
esplotacion futura del oro tuvimos el honor de
presentarle hace cuatro meses (i del cual el
presente libro es obligado corolario i complemen-
to), sino también las continuas notas, datos i es-
tudios que está acopiando el ministro de justicia i
distinguido juriconsulto don José Eujenio Verga-
ra, apropósito de la lejislacion minera. Hoi mismo
rejistra la prensa de la capital una circular notable
de ese funcionario, relativa al cuerpo de injenieros
de minas i a sus funciones, en cuyas miras se pone
en trasparencia la necesidad de ocurrir al Gongre-
— 429 —
so (como ya lo habíamos hecho nosotros) para so-
licitar su cooperación en el sentido de mejorar lo
establecido en materia de minas i su beneficio.
— «A los informes que U. S. obtenga de las mu-
nicipalidades, dice el señor Yergara en su circu-
lar a los intendentes del 31 de octubre último,
convendrá que se agreguen los de U. S. mismo i
los de los gobernadores i jueces letrados de su
provincia, a fin de proporcionar al gobierno el
mayor acopio posible de datos, i ponerle en si-
tuación de adoptar por sí solo o con la coopera-
don del Congreso Nacional las medidas necesa-
rias para llenar en nuestra lejislacion minera el
vacio que dejo anotado.»
III.
Ahora bien, entrando en el terreno completa-
mente práctico en que debe ejercitarse la lei, i
sin salir siquiera mas allá de las causas que moti-
van los empeños del actual ministro de justicia,
¿es posible dejar sin urjente reglamentación el
servicio de los injenieros de minas, arbitros mu-
chas veces de la fortuna al otorgar las mensuras
de su profesión i responsabilidad? Hemos visto
cartas recientes de Lebu en que se asegura que
se ha exijido hasta 400 pesos por la mensura i
entrega de una pertenencia de oro a un trabaja-
dor coman que no tendría ni siquiera cu centavos
— 430 —
esa cifra. ¿I cómo, preguntamos, con tal réjimen
puede darse espansion, garantías, fe i bríos a una
industria que nace, o mas propiamente, que renace
en las rejiones mas salvajes i remotas del pais?
IV.
En otro sentido ¿conviene mantener respecto de
las minas o placeres o mantos de oro (que en to-
das estas formas aparece su estructura i su labor),
conviene mantener la antigua enorme estaca, fija,
inamovible de la ordenanza española para cons-
tituir la propiedad minera respecto del oro, pro-
piedad singularmente versátil i variable?
Se nos ha asegurado que por poco que se es-
tiendan los denuncios de minas o quebradas en
Lebu, no solo rebasarán las mensuras i pertenen-
cias de la Montaña Negra, oríjen i centro de aquel
rico descubrimiento, sino que atravesarán las últi-
mas de banda a banda la Araucania, i se llegará
así hasta invadir antes de mucho los valles andinos
de los pehuenches, que algunos suponen también
ricos en oro.
V.
I respecto del uso del agua paríl el lavado de
cascajos auríferos ¿cuáles disposiciones adecuadas
ha podido contener una ordenanza i un código,
dictado en '^ifH- cuando tal procedimiento era
— 431 —
solo conocido de oidas por lo que acontecía en
California i en Australia?
Punto es este de la mayor importancia, porque
si bien el Código de minería concede el uso mas
liberal posible al minero, del agua, pastos, com-
bustible, tránsito i demás servidumbres impuestas
a la tierra i a su dueño, no hai provisión alguna
que otorgue la preferencia de las aguas para usos
industriales en gran escala, i todo se deja como
hasta hoi, al albedrio i buena voluntad del pro-
pietario del suelo para pactar o* no con el indus-
trial lavador mecánico del oro i sus cascajos.
Al contrario, el art. 6." del Código vijente pa-
recería poner su veto al derecho del industrial
tan ampliamente favorecido en California i en
Australia cuando en su parte final dice: ccEl due-
ño del terreno no está obligado a consentir el es-
tablecimiento de empresas industriales o comer-
ciales de fundición o heneficioj>
¿No seria por lo mismo de cierta utilidad prácti-
ca introducir alguna innovación respecto de los
cascajos auríferos, al menos en los territorios va-
cos a que nuestros actuales propósitos se estien-
den?
VIL
Otra cuestión capital de la lejislacion minera
vijente en Chile, en Méjico i en España ha sido
— 432 —
hasta hoi la pérdida legal i de hecho de la propie-
dad minera por despueble, i su denuncio sucesivo
por el primero que tenga a bien hacer uso de este
privilejio.
Obvio es el principio que consultaba la lei de
los reyes españoles, ansiosos siempre porque no
cesara el golpe de la barreta en los injenios, a tí-
tulo de socios en permanencia i sin mas carga que
recojer sus reales quintos. Pero bajo la lejislacion
libre de la república ¿cabe con desahogo seme-
jante apremio? §e nos ha informado que en Espa-
ña se ha reformado últimamente la lei en'el sen-
tido de exijir una patente o contribución de mi-
nas, i que el pago de ésta es la que constituye la
continuidad i la preferencia de la propiedad ac-
tual i amparo de todo j enero de minas, aunque no
se trabaje con los cuatro operarios i se haga el
pago de ordenanza actual.
I adoptando, en vista de este sistema mucho
mas liberal, el sistema que al presente nosotros
perseguimos de las licencias remuneradas, ¿no se
lograrla mejor la protección eficaz del minero por
el Estado i la ventaja del Estado mismo, ahorran-
do, mediante el pago de una contribución como la
que se aplica a los productos agrícolas de la tierra,
los pleitos continuos, las intrigas subterráneas i los
abusos de todo j enero a que da lugar el sistema
actual de abandono i denuncio por despueble de
que trata el tit. VI del Código de Minerial
433
VIL
No es menos deficiente talvez nuestra lejisla-
cion en materia de penas para los abusos, las irre-
gularidades i aun los crímenes que suelen come-
terse en la esplotacion de las minas. Cierto es que
la cangalla está sujeta a la leí común, lo mismo
que el salteo de metales en cancha, operación que
ha tenido lugar en Chile, como en Real del Mon-
te en ]\[éjico; pero los castigos determinados a los
casos especiales no existen en nuestra lejislacion,
sin embargo de ser de notoria importancia en
otros paises (1).
Asi, por ejemplo, en Inglaterra se estatuyó en
el reinado de Joije IV que el que con dañada in-
tención ahogase una mina desviando hacia ella un
cauce de agua o por otro medio seria considerado
culpable de felonía, i podia ser en consecuencia
desterrado del pais hasta por siete años, con mas
ser azotado el hechor públicamente, i no solo una,
(l) No han faltado en Chile casos de asalta a mano armada
dado por bandoleros a las minas, i entre otros recordamos
uno que tuv^o lugar al mineral de 01*0 del Inca en Copiapó en
noviembre de 18i8. Los acusados llamados Antonio Troncoso,
Pascual Quinteros i Lorenzo Salinas fueron absueltos por falta
de prueba (lo de siempre), por sentencia de 20 de abril de
1849 rejistrada en La, Gacetct, de los Tribunales, correspondiente
a ese año, páj. 2 117.
E. o. 55
— 434 —
sino dos i tres veces, como aditamento a su casti-
go. El acto no poco frecuente en aquel pais de
incendiar las minas de carbón de piedra estaba
sujeto a ser penado con prisión perpetua i trabajo
de cadena. A la verdad, tan severa ha sido en esta
parte la de suyo rigorosa lejislacion criminal en la
Gran Bretaña, que hasta hace poco se castigaba
con la pena capital todo intento dirijido a dañar
algún injenio o amotinar una faena minera (1).
(1) Llegado el caso, el lejislador chileno i especialmente el
ministro del ramo consultaría con algún fruto, entre otros libros
especiales relativos a California, un interesante resumen sobre la
lejislacion minera de Inglaterra publicado por el abogado Mr.
Whitton Arundel en 1862 con el titulo de A practical treatise
on the law relating to mining companies. Con este mismo propó-
sito se ha publicado liltimamente en Londres (marzo de 1881)
un pequeño folleto que tiene el siguiente título: Gold mining
from the investor's point ofview hy Alfred G. Lek.
El lejislador futuro haria bien a este mismo propósito en con-
sultar algunas obras interesantes publicadas en Chile sobre le-
jislacion de minas, especialmente por los señores Cobo (Manual
del minero)^ Lira (Esposicion Je las leyes mmeras de Chile),
P. F. Vicuña {Respuesta a la comisión de bosques), Quesada
(Proyecto de reforma de la ordenanza de minería — 1864; Güemes
{Proyecto id, de 1866). Urmenet?, Tocornal i Domeyko {Proyec-
tode reforma del tít. IV de la ordenanza) i con mas particula-
ridad una estensa, laboriosa i erudita memoria leida ante la Fa-
cultad de leyes en setiembre de 1874 i publicada ese mismo año
en los Anales de ese docto cuerpo por el malogrado abogado i
minero del norte don Mariano F. Saavedra, con el título de Le-
jislacion de millas.
— 435 —
VIH.
Otra de las mas graves cuestiones que ajuicio
del que esto escribe debería abordar el reforma-
dor del código de minas en este pais, seria el de
las sociedades anónimas para esplotar minas.
En este punto la lei inglesa es mui severa i de-
biera serlo mas en Chile.
Puede asegurarse, en efecto, con perfecta razón
i evidencia, que en las faenas mineras organi-
zadas o trabajadas por asociaciones anónimas, no
es el broceo lo que deben temer mas los accionis-
tas, sino el ajio i \'¿i farsa. Poco después de la in-
dependencia de la América Española, deslumbra-
dos los ingleses i especialmente «la ignorante Lon-
dres» (así la llama un autor recientemente citado a
propósito de minas) por la fama de los tesoros del
Nuevo Mundo, cayeron en mil estravcigaücias, se-
gún cuenta Barry, i aun hubo una crisis jeneral
en aquel opulento pais motivada por la fiebre mi-
nera que cuhTiinó en 1825. Mas, por lo mismo, i
especialmente después de 1856 en que se dictó el
Joint Stock Gompanies Act, o lei de compañías
anónimas, las precauciones del lejislador son tan
minuciosas que seria difícil dar lugar al engaño i
a la irresponsabilidad. La garantía principal de
la fci británica no consiste tanto, a nuestro enten-
der^ en el depósito en arcas fiscales de cierta su-
— 436 —
ma, como se requiere en Chile para las institucio-
nes de crédito, sino en la responsabilidad concreta
i determinada (limüed) de la asociación i de sus
socios individualmente por un capital dado, i de
aquí el limüed que se lee en todas las compañías
inglesas o norte americanas, como el street en to-
das sus calles.
El tratadista ingles que hace poco citamos
(Arundel) maneja con mucha detención este asun-
to i a él consagra la mitad de su libro de esposicion
sobre la lejislacion inglesa en materia de minas.
Confianza i no fraude es ciertamente lo que en
Chile ayudará al oro a salir de las entrañas de la
tierra a la superficie, i confesamos que para no-
sotros el mayor peligro del porvenir lo vemos
vinculado a este respecto al abuso del pasado. En
jeneral, i por lo que a nuestro propio criterio in-
cumbe, toda compañía de oro que vende accio-
nes i juega al alza i baja de ellas se hace en el
acto sospechosa.
IX.
Ocurresenos también que se prestaria a una re-
forma saludable el cambiar el orden de funciona-
rios políticos que por la lejislacion vijente tienen
en Chile elprivilejío de otorgar i de tasar la for-
tuna del minero, es decir, los intendentes, los go-
bernadores i aun los subdelegados de minas.
— 437 —
¡Cuántos escándalos se han cometido en este
orden desde los descubrimientos de Chañarcillo a
los de Caracoles! ¿I no seria por esto mas acerta-
do el principio de poner todo el réjimen de la pro-
piedad minera, como el de toda la propiedad ci-
vil, bajo el amparo de la justicia común?
X.
Lanzamos nosotros estas ideas como simples te-
mas de discusión, i solo con el propósit(3 de con-
vencer al pais, al Congreso i aun al gobierno, que
el Código de minería necesita una reforma radi-
cal, si ha de recojerse de él todo el fruto a que el
adelanto industrial de la república tiene derecho.
Mas, según desde la primera pajina de este li-
bro hemos venido declarándolo, nuestra aspira-
ción propia i nuestra acción lejislativa es mucho
mas modesta. Se limita a solo doá puntos esen-
ciales, que al dar cima a nuestra tarea nos parece
útil recordar; — a saber, a la libertad industrial de
tr¿ibajar el oro, mediante una patente o licencia
barata i renovable cada año, i a la aplicación de
este sistema a los vastos i comparativamente vír-
jenes campos de la Araucania, territorio que es
hoi esclusiva propiedad de la nación, puesto que
por su rescate del bárbaro derrama la última a
estas horas su sudor, su oro i su sano-re.
¿Puede pedirse menos?
438
XI.
I sin embargo, nosotros solo a eso llegamos i
con eso nos damos por satisfechos para el presente,
advirtiendo que en ese terreno no nos encontramos
solos, pues vamos ya en la honorable compañía del
ministro del ramo i de los mas ricos propietarios
de pertenencias auríferas de la montaña de Cara-
mávida, tanto en laj medidas i adjudicadas como
en las por denunciar i por medir en Magallanes i
en la Tierra del Fuego, para cuyos páramos i
arrecifes va navegando a estas horas esforzada
espedicion de argonautas. (1)
(1) Son interesantes algunos detalles publicados en la obra
titulada Thomas Brasscy in Nineteenth Century sobre el oro de
Magallanes i su riqueza. Su calidad es tan buena, según esos
datos, que mientras el oro bien reputado de Ballarat en Austra-
lia se ha vendido a razón de 3 £ 18 chelines i 6 peniques la on-
za, el de Magallanes ha alcanzado mas o menos el mismo pre-
cio, o sea 3 £ 16 chelines. Según esperimentos del vice-cónsul
de S. M. B. en Punta Arenas, Mr. Shanklin, varias veces citado
en este libro, de 3,^^00 yardas cúbicas de cascajos sacó 680 pe-
sos oro o sea 37 es. por yarda, cuando en California ha producido
millones lavar cascajos que solo rendían 4| por yarda cúbica.
Según nuestros amigos D. Dublé Almeida, antiguo goberna-
dor de Magallanes, i Daniel C. Ramírez, comerciante de aque-
lla colonia, el producido del oro pasa de 22,000 pesos un año
con otro en la colonia; i el último, que se halla recien llegado de
aquellos parajes, nos asegura que hoi mismo el que quiere lavar
oro en el rio de las ininas, junto al pueblo^ saca uno, dos i hasta
— 439 —
c(Lo qae es indudable, decia liace poco iiu bien
pensado artículo de la prensa de Yalparaiso, ha-
blando de las espectativas i de los temores de la
presente hora para los mineros del oro, lo que es
indudable es que ni al pais ni a los que han ob-
tenido concesiones de tierras auríferas, ni a los
que han invertido algún dinero en reconocimien-
tos i ensayes, puede convenirles la incertidambre
actual. Unos i otros están sufriendo una especie
de suplicio de Tántalo: creen que ya van a tocar
la riqueza, i la riqueza se les escapa. Prolongar
esta situación es perder tiempo i dinero, lo que,
en los malos dias que corren, constituye una pér-
dida doblemente sensible, porque esos capitales i
esa actividad que se están malgastando, aplicados
a otras industrias, podrían hacerlas prosperar.
))Esto por lo que toca a los particulares. El go-
bierno también tiene algo que hacer en materia
de lavaderos, i es 'preparar una leí que supla los
vacíos de nuestras ordenanzas de minas que no tie-
nen disposiciones aplicables a la esplotacíon de tie-
rras awiferas.
);La analojía entre una mina i un lavadero no
pasa mas allá de la semejanza de sas productos:
del lavadero i de la mina se estraen metales pre-
tres pesos diarios. Todo el oro de Magallanes va directamente a
Europa, i en 1875 el gobernador Dublé mandó hacer tres cajas
o tarjeteros de ese metal a Inglaterra.
— 440 —
ciosos. Pero ni la forma en qne se hacen los pedi-
mentos, ni la forma en que se plantea el trabajo,
tienen en ambas industrias un solo punto de se-
mejanza.
))Para que se vea cuan absurdo es pretender
aplicar nuestra lejislacion minera a los lavaderos,
recuérdese solamente que la lei obliga al dueño
de una pertenencia en una mina a poner en ella
cierto trabajo en un plazo determinado so pena
de perderla. Ahora bien: como el que pretende
esplotar un lavadero necesita acumular muchas
pertenencias, estarla obligado a pouer trabajo en
todas, lo que es inaceptable. ¿Cómo ha de poner
trabajo el dueño de cien pertenencias en diez
puntos diversos a la vez? Ello, lo repetimos, seria
un verdadero absurdo.» (1)
XII.
Pero ¿a qué ocurrir a divagaciones ni a teorías
sobre la necesidad i la urjencia de la reforma es-
pecial i específica que reclamamos, cuando el mas
próspero i el mas reciente descubrimiento aurífe-
ro de Chile está sirviendo de ejemplo vivo del
mal que lamentamos?— Hace, en efecto, por estos
dias apenas un año que anos pobres hombres 11a-
(J ) Editorial del Mercurio de Valparaíso del 27 de octubre de
1881.
— 441 —
mados Novas (i según otros irnos desertores del
ejército) descubrieron el primer grano de oro na-
tivo en una serie de quebradas que se vacian en
el rio Pilpilco i forman, corriendo de sur a norte,
el nudo que se llama la Montaña Negra en las
vertientes occidentales de la cadena de Nahuel-
buta, a cinco o seis leguas de Cañete i a mas cor-
ta distancia de Tacapel viejo, donde fué ultimado
el primer minero de oro de la conquista, don Pe-
dro de Valdivia.
¿I qué se ha adelantado desde entonces? -Plei-
tos, mensuras i contra mensuras, pedimentos con-
tra pedimentos, balazos,^ afanes, contrabandos i
robos escandalosos, que uno de los descubridores i
víctima del mal réjimen actual ha estimado hasta
en la cantidad de 200,000 pesos.... Ese es el inven-
tario de un gran descubrimiento bajo el réjimen
actual.
XIIT.
Esto no obstante, es tal la riqueza nativa de
aquel suelo volcánico, el cual de seguro fué tra])a-
jado por los españoles, conforme a demostracio-
nes en todas parte visibles del paso de j entiles i
cristianos, que su esplotacion continúa siendo una
de las espectativas mas lisonjeras del país, al pun-
to que el hallazgo reciente i auténtico de una de
las puntas de oro mas valiosas de que haya memo-
LA E. DEL O. 56
— 442 —
ría, encontrada en la pertenencia de un pobre mi-
nero del apellido de los de la Vision del Bronce en
Pe torca (Soriano), ha producido una A^erdadera
sensación en todos los círculos financieros de Chi-
le. Hasta hoi, al menos, no se habia tenido noticia
de una pepa de oro que sobrepujase ala de la que-
brada 2)rimera de las pertenencias llamada Cali-
fornia en la Montaña Negra, con escepcion de la
punta de oro de don Santiago Lira que pesó en Ca-
suto (mas según la tradición que en la romana)
cinco libras de oro i la de don Juan Palacios de
Maleara que pesó mas de una arroba. La píinta de
oro de Lebu, que fué llevada al pueblo de este
nombre el 10 de octubre último para ser examina-
da i puesta en la balanza, dio por lei de peso 3005
gramos, i de éstos 2573 eran de oro paro i solo 432
de cuarzo. (1)
(1) Las pepas de oro de mayor volumen que se han conocido
en el mundo después de la que hemos citado, bajo la autoridad
de Garcilaso, han sido, según un apunte de nuestro laborioso ami-
go Rowsell, las siguientes: Una que existe en el Colejio de" Mi-
nería de San Petersburgo sacada de los Montes Urales que pesa
3 i medio kilogramos, o sea, cerca de ocho libras. Otra de Ca-
null Creeck (California) de 18 libras, estraida en 1850 con peso
de 18 libras. Otra del mismo pais en el mineral de Vallecito del
peso justo de una arroba; varias de 50 libras de Nueva Zelan-
dia i la mayor del mundo Ibuuada La Bien venida {The Well
come) que un feliz minero sacó del famoso Ballarat en Austra-
lia, la cual pesaba 184 libras; i ¿,sta no era pepa sino sandía.
Valia este prodijio miueralójico, aparte de su precio de estima-
ción, 45 mil p<^sos, i su dueño ganó una fortuna exhibiéndola.
— 443 —
XIV.
Las ((chispas», «pellas», «pepas», i «puntas de
oro» de la Montaña Negra son de frecuente ha-
llazgo, lo que prueba, junto con las lavas i las
cenizas volcánicas que se encuentran en sus que-
bradas, el oríjen igneo del metal. — Hemos oido
hablar, a mas de la punta citada de Soriano, de
una chispa que se vendió en 131 pesos 25 centa-
vos i una pepa propiedad de don Juan Waise que
pesó 450 gramos. Los empleados de la casa de
Moneda nos han asegurado haberse comprado hace
Véase a este propósito lo que de las minas de oro de Australia
i especialmente del distrito de Ballarat cuenta el conde de
Beauvoir en sus amenos e interesantes Viajes alrededor del
mundo.
I a propósito ¿no debería adquirir el Estado estas que podría-
mos llamar joyas de la corona que la naturaleza constituida en
primoroso artífice regala al amado pais? En toílos los museos de
Europa se exhiben preciosidades estranjeras de este jénero, sin
esceptuar el de Historia Natural de Madrid, en cnyos estantes
hemos visto riquísimas muestras antiguas de minerales de Amé-
rica. Se nos ha asegurado también que la pepa de Quilacoya
comprada por Mr. Price en 1839 fué a parar al Museo británico
de Londres.
De todas suertes serian preciosas, como todas las que se han
acopiado en Chile, particularmente por la intelijente Junta de
minería de Copiapó. Esta asociación remitió al gobierno en fe-
brero de 1878 cinco cajones de muestras para ser distribuidas
en los diversos liceos de la república. (Anales de la Universidad,
marzo de 1878).
— 444 —
poco en ese establecimiento una pepa de Lehu qne
pesaba 487 gramos, por la cual se pagó 500 pesos.
Según esa misma fuente de información, el oro de
Lebu es delgado, pero de un hermoso amarillo i
purísimo de lei, pues ha pasado de 23 quilates, o
sea, de 969 de fino en mil partes de metal. En
cuanto al rendimiento por lavado se ha dado cuen-
ta de haberse sacado hasta tres pesos de 8 bateas
de cascajo i 60 pesos de una tonelada.
XY.
c(Es ya fuera de duda (decia haciendo entusias-
ta reseña del porvenir que aguarda a Lebu, un
periódico austral) que los minerales de oro de
Montaña Negra de este departamento son de una
riqueza colosal que asegura, no solamente el por-
venir de esta provincia, sino también el de toda
la república. ,
))La situación en lugares abundantes de agua i
maderas a poca distancia de esta ciudad, a cinco
leguas de Cañete, a una legua al oriente del ca-
mino público que une a estos dos pueblos i a inme-
diacianes de la Caramávida i Temuco, lugares los
mas poblados i productores de este departamento,
reúne un conjunto de circunstancias que ofrece al
minero todo j enero de facilidades i ventajas para
hacer una esplotacion cómoda i económica.
))Hoi que, puede decirse, solo se practican los
— 445 —
primeros ensayos de trabajos mineros en este gran-
dioso descubrimiento, se han estraido ya centena-
res de miles de pesos. I lo que es mas digno de no-
tarse es que desde el descubrimiento hasta el
presente no han dejado de estar apareciendo en
sus diversas quebradas trozos de oro de admirables
dimensiones. Hará cinco meses vimos uno de don
F. Ovalle Olivares estraido de la quebrada Salto
cuyo peso era de mas de trece onzas. Posteriormente
fué vendido otro a comerciantes franceses de Ca-
ñete, cuyo peso era de mas de 900 gramos. Últi-
mamente hemos visto las muestras siguientes: dos
trozos traídos de la Descubridora del Carmen
perteneciente al señor Ovalle i Ca., uno de 223
gramos i el otro de 373 oro puro; de una pequeña
quebrada denominada Primera que entra por el
lado sur a la Descubridora del Carmen o Nueva
California, han estraido los señores Smith i So-
riano un pedazo de 140 gramos, otro de 419, am-
bos de oro puro; i el 8 del presente mes estos
mismos señores en la misma quebrada encontra-
ron un enorme trozo que hemos tenido en nues-
tras manos cuyo peso en bruto es de tres mil cinco
gramos, oro puro dos mil quinientos setenta i tres
i 432 de cuarzo, según el análisis practicado por
los señores Mary i Barron. (1)
(l) E¿ Liberal del 15 de octubre último.
Igaoramos hasta el momento ea que escribimos cual haya si-
446 —
XVI.
«De la misma quebrada primera de California,
decia otro periódico lugareño {^El Araucano del
10 de octubre), se trajo una gran cantidad de oro
en polvo, como dos mil gramos. Todo este oro
visto sobre una mesa no significa solo un valor de
tres a cuatro mil pesos, significa tal vez el engran-
decimiento de un pueblo. Esa piedra de dimen-
siones poco comunes, no es una piedra única, ais-
lada, es una parte insignificante de una inmen-
sa riqueza.* Creemos, pues, fundadas las palabras
que la vista de tanta abundancia de oro arran-
có a muchos: «El porvenir de Lebu está asegu-
rado!»
«En la pertenencia del señor Schliebener se
ha sacado oro en polvo i algunas pepas, entre las
cuales figuran dos de alguna importancia: una pe-
só 373 gramos; la otra 233. Solo en el dia de ayer
el señor Barron recibió siete mil i tantos pesos en
oro.»
do la suerte de los mineros de la Montaña Negra en el último
alzamiento de los indios. Pero ¿acaso el oro ha sido parte de la
rebelión hoi como en 1553?
Se anuncia al menos que lian sido muertos muchos de los po-
bladores de Temuco en la Montaña Negra, i por esos mismos
parajes fué sacrificado hace 328 años el primer gobernador de
Chile i señor de Arauco, don Pedro de Valdivia.
— 447 —
XVII.
I bien, apesar de todas estas tentaciones i estos
francos i aun opulentos dones de la naturaleza;
apesar de hallarse la propiedad de la Montaña
Negra constituida en manos liberales i aun jene-
rosas como las del señor Francisco Os'alle Oliva-
res i los señores Cousiño de Lota, puede afirmar-
se, sin cometer una exajeracion en ello, que el sis-
tema de estacas fijas i de pertenencias acumulati-
vas ha estado haciendo en la Montaña Negra el
mismo esterilizante oficio que haria una barrera,
siquiera fuera de oro, conteniendo dentro de re-
mota represa, perdida en la montaña, las aguas
que una vez sueltas darian fertilidad i opulencia a
vasta campiña. A la verdad, el trabajo lejítimo i
fecundo ha estado de para en Lebu, escepto en
las faenas de propiedad particular ya citadas que
persiguen sus aprestos con meritorio i dignísimo
esfuerzo. Pero el trabajo libre, el que engrandece
las comarcas, el que enriquece a los países como
comunidad, se ha hecho, a virtud de la fuerza de las
cosas i los defectos de la lei, materia de contraban-
do, de celos, de peligros, de robos que alejan la
confianza, salud de todas las empresas industriales.
I todavía, si la lei de estacas fijas i acumulati-
vas que enjendra el monopolio no hubiese de re-
formarse ¿no veríamos mañana, pas-ido, dentro de
— 448 —
poco, cuando la aurífera Araucania, redimida del
bárbaro mas por el colono que por el soldado, se
halle toda en nuestras manos, i bajo la éjida de
la civilización, no veríamos, decíamos, ese mismo
peligro i ese grave daño crecer con el suelo i con
la riqueza, hasta hacer necesaria una nueva cam-
paña contra los ^perros del hortelano que no tar-
darían en adueñarse de todo el territorio con
sus estacas como hoi lo están los araucanos con
sus lanzas?
XVIII.
He allí el peligro del porvenir, he ahí la llaga
viva del código de minería respecto del oro; pero
he allí también el remedio: — la licencia que auto-
riza el trabajo libre, remunerativo para el estado,
que éste custodia sin gastar, que dirije sin oprimir
i que al fin, como los hilos imperceptibles que en
su oríjen forman el manantial de los rios. llevan
la abundancia i el bienestar a todas partes.
I por esto ponemos fin a nuestro trabajo, ya
demasiado estenso para tan sencillo si bien patrió-
tico tema, reproduciendo en su pajina final algo
que habríamos deseado hacer grabar con bien
marcados tipos en su carátula; esto es, un facsí-
mil de lo que en California, en la Australia i en
la Nuev^a Zelandia constituye la base, el título,
la lei, el amparo, la riqueza, la vida en fin i la
— 449 —
fortuna ele la esplotacion del oro, — todo lo cual
consiste en una pequeña tira de papel de oficio o
pergamino que vale 5 pesos cada año, i diria así
testualraente, aplicándolo al mas vecino distrito
de faenas de oro de la capital i al hombre que por
su desinteresado entusiasmo mereciera tener en-
tre nosotros el primer puesto en las filas de los ci-
vilizadores de Chile por el oro:
LA E. DEL O. 67
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(1) El ofijinal en inglés qiK? nos ha servido para redactar el anteiio
foi'mnlario con alguna licencia (como que es tal) pertenece al apveciabit
cabaUiTO italiano don Arístides Cattabcui, antiguo njiuero libre de I;:
Nueva Zelandia i dice testualmcate at,í;
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EPÍLOGO
«Articulo I." Se establece en Santiago
una sociedad bajo la denominación de «So-
ciedad Nacional de Minería».
»Art. 2.'' La Sociedad tiene por objeto
el fomento i progreso de la minería.
»Art. 3.** La Sociedad, tan luego como el
cutado de sus recursos lo permita, fundará
escuelas especiales, laboratorios de quími-
ca analítica i colecciones de todos tos mi-
nerales conocidos.
»Art. 4." Ejercerá igualmente su acción
por medio de la prensa por publicaciones
periódicas, promoviendo congresos de mi-
neros e industriales; estableciendo rela-
ciones con sociedades o corporaciones es-
tranjeras para el cambio recíproco de co-
nocimientos, i propagando, en fin, los me-
jores i mas nuevos sistemas de esplotacion
i beneficio de las materias que son objeto
de la industria,
( Estatutos de la dSociedad Nacio7ial de
MineriaTü, noviembre de 1881).
I.
Estraño parecerá sin duda a muchos, que un li-
bro tan llano como el presente, tan escaso de
emociones como nutrido de números, humilde i
prosaico como un risco de escasa lei, alcance los
honores de un epílogo. Pero fuera de que el oro
— 453 —
ha dado oríjen a mayores dramas que la mujer,
desde Colon a Humbold, desde Jason al capitán
Sutter, desde Cagliostro a Parafí", lo cierto es que,
tal como ha nacido en tosco pañal, la obra que
hoi entregamos al público ha tenido sin esfuerzo
epílogo, i por esto lo colocamos aquí, ensanchando-
en unas cuantas líneas el márjen de la tela orijinal
sobre la cual el bosquejo habia sido diseñado.
Ese epílogo está contenido en las pocas líneas
que a su frente hemos puesto por epígrafe; pero
no podemos menos de agregar el acta de instala-
ción preparatoria de una sociedad llamada a pro-
ducir para la industria minera en Chile los mismos
opimos frutos que hoi rinde a su labranza la So-
ciedad Ncicional de Agricultura. Esa acta dicQ
así:
«PRIMERA REUNIÓN DE LA JUNTA ORGANIZADORA
)) Convencidos los que suscriben de la necesidad
i conveniencia de organizar una Sociedad Nacio-
nal de Minería que propenda al desarrollo i fo-.
mentó de los intereses mineros,
)) Acuerdan:
)) Constituirse en junta a fin de trabajar en la
realización de aquel propósito. Al efecto se convo-
cará a una reunión a todas las personas que resi-
diendo en esta ciudad, tengan interés en la indus-
— 451 —
tria minera, i se solicitará la cooperación ele todos
los mineros de la república.
»Los señores Francisco Gandarillas i Agastin
Nazario Elgiiin, nombrados secretarios de la Jim-
ta, quedan encargados de ejecutar i transcribir
sus acuerdos. — Santiago, noviembre 17 de 1881.
dA. Sassi. — Telésforo Andrada. — José de Bes-
paldíza. — Lorenzo Elguin Bodríguez. — Agustín
Nazario Elgain. — Washington Lastarría. — Na-
zario Elguin. — Francisco Gandarillas. — A. 2."
Sassi. — J. M. Ovalle O. — Alberto Gandarillas. —
P. N. Videla. — F. L. Luco. — J. Francisco Bivas.
— Ramón F. O valle. — N. González Julio. — J. An-
tonio Tagle A. — Alejandro Pérez. — Francisco de
P. Pérez. ^
II.
Acompañan a estas albricias de una nueva edad
para la minería en Cliile las siguientes importan-
tes i eficaces reflexiones de uno de sus promotores
i secretario que nosotros no podemos menos de
acojer en un libro que se titula La edad del oro,
metal matriz i tipo de todas las riquezas que las
entrañas de la tierra rinden al esfuerzo humano.
«Se trata, dice el señor Francisco Gandarillas,
en una carta a «La Época» del 25 do noviembre
(que es la fecha en que escribimos) se trata de
organizar una Sociedad Nacional de Minería, que
'' — 455 —
fomente i vele por el progreso do esta industria,
tan principal e importante en nuestro organismo
económico.
((Queremos que la minería, imitando a la agri-
cultura, que ha sabido ser mas previsora i que ha
comprendido mejor, que la unión es la fuerza,
tenga la posición social que le corresponde.
))La Estadística Comercial correspondiente al
año último manifiesta que, mientras la esporta-
cion de productos agrícolas solo ha ascendido a
poco mas de once millones de pesos, la esporta-
cion de productos de la minería, comprendiendo
en ella todas las industrias estractivas, supera de
treinta i siete millones de pesos.
5)Este solo dato bastarla para manifestar la im-
portancia i el desarrollo que esta industria tiene i
puede alcanzar en Chile.
^Nuestro pais es, sin duda, el mas rico de la
tierra en productos minerales, i son muchos los
que viven en él sin saberlo, como aquel ciudada-
no que, ya viejo, vino a caer en que hablaba en
prosa.
))Sin embargo, no hái intereses mas mal com-
prendidos ni peor atendidos.
3) Desde que se constituye la propiedad de la
mina hasta que el producto se embarca en nues-
tros puertos para ir a cambiarse al estranjero, to-
do es dificultades i gabelas.»
— 450 —
III,
Ocupándose en seguida de nuestro pequeñísi-
mo proyecto presentado al Senado en agosto últi-
mo, base orijinaria i casi esclusiva de este libro,
el autor de las consideraciones anteriores, lo aco-
je también en justicia con las palabras siguientes:
«A muchos de estos males se ha tratado de po-
ner remedio inútilmente, i penden ante la consi-
deración del Congreso algunos proyectos tendien-
tes a ese fin.
5)E1 último talrez es el del honorable senador
por Coquimbo, para hacer posible la esplotacion
de los lavaderos de oro por los métodos hidráuli-
cos modernos. Este proyecto, defectuoso i deficien-
te como es, a nuestro juicio, porque se preocupa
mucho del oro i nada del agua para lavarlo, po-
dria servir siquiera para iniciar una verdadera re-
forma.»
Aceptamos con verdadera satisfacción los cali-
ficativos de «defectuoso» i «deficiente» del proyec-
to senatorial de agosto, puesto que es lo mismo
que el proyecto dice, limitándose al escliisivo pun-
to del trabajo libre en la Araucania que era todo
el alcance que por entonces la idea tenia.
Hoi vemos con sincera satisfacción que la idea
innata crece, se desarrolla i brilla. I al tomar no-
ta de tan consolador progreso, nos enorgullece-
— 457 —
mos de haber puesto el primer adoquín en la an-
cha via, el primer pilar bajo la bóveda de la ina-
gotable mina, la primera tenue lumbrera al sol
del aspa, por la cual será dable penetre a los
ricos planes i lavaderos del futuro, la luz de la
reforma que es mas poderosa i mas fructífera
dentro de las entrañas de la tierra que el brillo
fugaz de la pólvora i el esparcimiento de sus es-
f^^mbros en las canchas...
El autor.
Santiago, noviembre 25 do 1881.
■» ♦<&> —I
LA E. DEL O. 58
ANEXOS.
I.
DISCUSIÓN HABIDA KN EL SKNADO CON MOTIVO DE I.A ArilOBACION EN
JENERAL DF.L PROYECTO QUE SIRVE DE BASE AL PKESENTK LIBKO,
JiN LA SESIÓN DE AQUEL CUERPO CORRESPONDIENTE AL
2-1 DE AGOSTO DE 1881
El señor Vicuña Mackenna. — Hai. en la carpeta del señor
Secretario un proyecto que tuve el honor de presentar hace
algunos dias, tendente a regularizar la esplotacion de los ya-
cimientos de oro en el territorio de Arauco.
Como sobre esta misma materia existe en Comisión otro
proyecto análogo, pedirla que el mío pasara a esa misma
Comisión.
El señor Presidente. — Pero, como Su Señoría sabe, no se
puede pasar un proyecto a Comisión antes de su aprobación en
jeneral.
El señor Vicuña Mackenna. — ^Nli objeto, señor, os pedir la
¿discusión jeneral.
El señor Presidente. — En discusión jeneral el proyecto.
Se leyó la moción del señor Vicuña Mackenna, pMicada
'Cn la sesión de 11 de julio del presente año, moción que tiene
por objeto regularizar la esplotacion de los yacimientos aurí-
feros de la Araucania.
El señor Vicuña Mackenna. — E?te proyecto, señor, corres-
— 459 —
ponde a una verdadera revolución industrial, que se ha ope-
rado, desde hace treinta aiios, en las naciones productoras de
oro.
Persiguiéndose en los tiempos de la colonia en América-
casi esclusivamonte el beneficio de las minas de oro, la lejis-
lacion se vio obligada, atendiendo a la escasez de conquista-
dores que entonces poblaban el continente, a otorgar grandes
porciones de tierra aun mismo individuo, para que esplotara
esos yacimientos. De ahí venia que un simple individuo era
dueño de grandes porciones auríferas, para esplotarlas sin
otro medio que el sudor i la sangre de grandes manadas de
indios, que trabajaban como esclavos.
Ese trabajo manual ha desaparecido junto con la población
indíjena, i el progreso de la ciencia i de las industrias lo ha
remplazado por los grandes descubrimientos modernos de la
hidráulica i del vapor que han transformado esas faenas.
Ya que el Gobierno está resuelto a solucionar la cuestión
de la Araucania, sometiendo definitivamente aquel territorio
al imperio de nuestras leves, se hace indispensable dictar
una lei sobre minas, que no sea como la que rije en la parte
ya esplotada.
Ya la lejislacion vijente ha principiado a dar en Arauco el
resultado que ha producido siempre en la primera época del
descubrimiento de un gran mineral, resultado que producirá
siempre, mientras tenga por base el derecho que concede a
un solo individuo, para denunciar a titulo de descubridor dos
pertenencias, i en seguida, a nombre de un hijo, de un ami-
go, etc., otras tantas pertenencias. Ese resultado es que una
sola persona se hace dueño de una comarca entera, con grave
perjuicio de la riqueza pública i privada, porque naturalmen-
te no puede espío tari a toda.
Es, pues, indispensabla cambiar la base de la lejislacion,
tanto mas cuanto que Arauco fué en el pasado la provincia
verdaderamente productora de oro, como lo prueba el hecho
do haber habido una casa de moneda en Osorno, i hai autores
— 460 —
que sostienen que había otra en la Imperial. Es posible quo
con la ocupación total i pacífica vuelvan aquellos descubri-
mientos. Ya, según parece, se han principiado.
En fin, señor, la idea jeneral del proyecto es esta: ¿convie-
ne ensanchar la esfera del trabajo en los placeres de oro de
la Araucania, sí o nó? Si el Senado cree que conviene, apriie -
ba en jeneral el proyecto para pasarlo a Comisión, donde re-
cibirá las variaciones a que so preste; porque en realidad el
proyecto no hace mas que apuntar una idea, calcada de lo
que pasa en California i Australia.
El señor Matiii. — He pedido la palabra únicamente para
hacer una reserva de opinión, que talvez puede llegar a ser
enteramente opuesta a la solución que propone el proyecto.
Aceptando que la materia sobre la cual versa este debate
es una de aquellas que deben sufrir alguna modificación, daré
mi voto a la aprobación jeneral del proyecto; pero anticipo
desde luego que ni sus disposiciones, ni las razones en que el
Honorable Senador por Coquimbo lo ha apoyado, me parecen
de acuerdo con nuestra lejislacion, ni con las costumbres de
nuestra sociedad.
Precisamente, uno de los principales defectos de nuestra le-
jislacion minera es la poca protección que presta al descubrí-
dor. A mi juicio, los privilejios del descubridor deben ser mui
verdaderos i positivos, i precisamente es esta aspiración la
que tiende a contrariar el proyecto casi por completo.
Noto, por otra parte, que algunas de las disposiciones quo
contiene, como la del art. 10, por ejemplo, son inútiles, dada
nuestra lejislacion vijente, porque son disposiciones que están
no solo en el Código de Minas, sino en el Código Civil.
Se votó ün jeneral el proyecto, en la intelijencia de que de-
bía pasar a Comisión i fué aprobado j^or unanimidad. (1)
(1) Hai en esta parte un pequeño error en la redacción oficial del Bole-
tín del Senado publicado en el /J/ario O/íCí'aí el 24 de setiembre de 1881*
Propiamente no hubo unanimidad, porque hubo un voto en contra, i este fué
el del spuor Cuadro.?, senador suplente por Coquimbo i minero del ^'ürtQ.
— 401
II.
EL OUO DE LA MONTAÑA NEGRA I EL ORO DE LÁ ARAUCAKIA.
(Cartas cambiadas entro el señor F. Oval le Olivares ¡ el autor en setiem-
bre de 1881, con motivo de la discusión i aprobación en jeneral del
proyecto de lei del último sobre reformas del Código de Minas con re-
lación al oro de la Araucanía.)
Mineral de la Montaña Negra, setiembre 6 de 1881.
Seiíor don Benjamin Vicuña Mackenna.
Estimado señor:
El puesto que Ud. ocupa en el Senado, su prestijio de escri-
tor i el interés que ha manifestado por defender los derechos
del pueblo, me obligan a dirijirme por la prensa, ya que no
rae es posible contestarle en la Cámara, a fin de hacer luz
sobre los antecedentes que han servido de base al proyecto
sobre «yacimientos de oro en Arauco», presentado por Ud. al
Senado.
Ud., por segunda vez, en presencia del Senado, ha asevera-
do «que un solo individuo ha llegado a denunciar en Arauco
comarcas enteras.»
Para los que no conozcan las disposiciones vijentes del Có-
digo de Minería; para los que no conozcan la tramitación obli-
gada que los jueces de letras de la República están obligados
a dar a toda solicitud o petición de minas, llegaría a creerse
que, en el juzgado de Lebu, por una escepcion, se habían he-
cho concesiones indebidas, otorgando a un solo individuo va-
rias pertenencias mineras, con perjuicio de los demás.
Hai, pues, un deber de mi parte en manifestar al país i a las
personas ilustradas la manera i forma cómo he llegado a ad-
quirir las pertenencias mineras que poseo. El procedimiento
que he seguido es el mismo que Ud. conoce i que se ha adop-
— 4G2 —
tado en Catapilco, Llampaico, Marga-Marga, Las Dichas, Ni-
blinto i (lemas asientos mineros donde existen lavaderos
de oro.
El articulo 24 del Código de Minería dice testualmente lo
que sigue: «Fuera do los casos i personas espresamente es-
ceptuadas en la lei, nadie podrá adquirir, a título de descu-
brimiento o denuncio, mas de una pertenencia sobre una misma
veta o corrida, pero cualquiera persona hábil puede adquirir
por otros l'üulos las que quisiere, sin lirailacion alguna.^
Esto último os precisamente lo que ha sucedido en los la-
vaderos de oro de «Montaña Negra». Llegué a este mineral
uno de los primeros. Llegué con capital, con fé i conciencia
propia, con la esperiencia que puede adquirirse en 25 años de
estudios i esploraciones. Con la voluntad inquebrantable de
esplorar i trabajar al amparo de la lei i de las garantías que
la Constitución del Estado otorga a todos los ciudadanos.
Tuve fé en la importancia del descubrimiento, tuve confian-
za que en mi paí.s debia al fin imperar el orden i ampararse a
los hombres honrados i laboriosos, i fué por eso que en medio
del desorden de los primeros tiempos i de la lluvia de balas
que silbaban sobre nuestras cabezas, llamé a los primeros des-
cubridores de la quebrada Fortuna, señores Juan de Dios i
Sebastian Novas, José Candelario San-Martin i Maximiano
Acevedo i les propuse comprarles sus derechos al descubri-
miento. Ellos aceptaron gustosos, i tanto mas desde que una
partida de aventureros, invocando las teorías del libre apro-
vechamiento, avanzaba en pos de los descubridores, hasta
arrebatarles su descubrimiento. De esta manera he llegado a
ser dueño del primer descubrimiento titulado «La Fortuna.»
Viendo que el descubrimiento hecho era una pequeña mues-
tra de la riqueza que debían encerrar estas comarcas mal
esploradas, formó con los mismos descubridores señores Novas
i varios amigos animosos i entusiastas una sociedad minera
que se llama «Francisco O valle i C.S, sociedad por la cual mo
obligué a suministrar los capitales necesarios para las espío-
— 4G3 —
raciones i esplotaciones miner.is, contribuyendo, ademas, con
mis estudios i dirección personal de la negociación, de la cual
era el socio jerente. En compensación, tomé el 50 %. El resto
lo dividí entre mis asociados.
Bajo estas bases i ayudado por mis socios, machete en mano
i el barro hasta la rodilla, abriéndonos paso a través de raon i
tañas impenetrables, llegamos a descubrir los importantes
minerales que se llaman «El Carmen o California», «San Ben-
jainin», «Lancoten» i «Santa Rita».
Los partidarios del libre aprovechamiento, sin querer reco-
nocer la propiedad minera, llegaron a adueñarse d.j varios
puntos de nuestros descubrimientos. Ha sido necesario soste-
ner verdaderas luchas: i si no ha habido desgracias que la-
mentar, ha sido porque hemos tenido la rara paciencia de de-
jarnos arrebatar mas de doscientos mil pesos en oro a trueque
de evitar conflictos. Hemos podido defender a viva fuerza
nuestras propiedades; pero hemos preferido, por respeto a la
lei i por la moralidad del pueblo, recurrir siempre a las au-
toridades, pidiendo el castigo de los culpables.
En los primeros tiempos hubo varios señores que nos enta-
blaron juicios alegando derechos a los descubrimientos Fortu-
na i California. Como un medio pacífico de zanjar las dificul-
tades, les propuse someter la solución de las cuestiones a la
decisión de un juez arbitro. El señor don José Benitez, juez
letrado de Yumbel, fué designado por mis contendores como
juez arbitro, con facultades amplias; nombramiento que acep-
té gustoso, pues se trataba de un intelijente i honorable fun-
cionario. La resolución del juez compromisario me fué favora-
ble, tanto en el descubrimiento Fortuna como en el titulado
California. El señor Washington Lastarria, injeniero del go-
bierno, fué encargado de mensurar i entregarme uno i otro
descubrimiento. Las actas de mensuras se encuentran inscri-
tas en el rejistro del conservador de minas del departamento
de Lebu, todo lo cual puede certificarlo el escribano de minas
señor Saavedra. Las demás pertenencias mineras que la socio-
— iGi —
dad F. OvalL) i C.^ ha comprado a varias personas han sido
también mensuradas por el injeniero don Carlos hyná i las
actas de mensura se encuentran inscritas en el rejistro res-
pectivo.
Esta ha sida, señor Vicuña Mackenna, la historia del des-
cubrimiento de los lavaderos de oro de Montaña Negra i el
procedimiento que hemos adoptado para adquirir nuestras
pertenencias mineras. Si nuestros títulos no están ajustados
a la lei; si alguien se cree perjudicado, puede ejercitar su
derecho ante los tribunales do justicia. Yo, acatando sus fa-
llos, entregaré todas i cada una una de mis pertenencias al
que la Corte de Concepción declare ser dueño. Mientras tan-
to, firme en mi derecho, i en la legalidad de mis títulos, segui-
ré trabajando con actividad en las diversas faenas que tengo
implantadas. I si he hecho, para algunos, la calaverada de
sacrificar mi salud, mi tiempo i mi dinero, en adquirir varias
pertenencias mineras, es porque creo que en Chile, i especial-
mente en la Araucania, apesar del fracaso de las empresas
de Catapilco, Llampaico, Niblinto i otras, es posible esplotar
con ventaja sus ricos minerales i lavaderos, con buena admi-
nistración pública, i con trabajos bien meditados i organiza-
dos.
Espero que andando el tiempo se me hará justicia i mis es-
fuerzos serán apreciados debidamente por los hombres de
Estado, por la jente ilustrada i por los hombres de la ciencia.
El' provecto presentado por Ud. al Senado, manifiesta: «que
los privilejios que la lejislacion española concedía al descu-
bridor eran escesivos» i trata, en los lavaderos de oro, de li-
mitar la estension de las pertenencias.
Por mas trabas que se ponga en la lei, por mas que se limi-
te la estension de la propiedad minera, dados los adelantos de
la ciencia, ellas serian impotentes a detener el espíritu do
empresa, la inversión del capital, i la asociación que pudieran
hacer varios individuos para csp'otar o ejercitar cualquier
acto traslaticio de dominio.
— 405 —
El minero, como todo industrial, busca la solución de un
problema, i una vez resuelto; tiende a asegurar en todo o par-
te el resultado de sus esfuerzos i sacrificios.
¿Qué capitalista, qué esplorador serio habria que basase
sus combinaciones en pertenencias mineras d(i la estension
que Ud. señala? Los trabajos de esas pequeñas pertenencias
volantes serian trabajo de pirquen, que no darian otro resul-
tado que destruir o inutilizar importantes minerales, como ha
sucedido con los miles de minerales que liai ea la República,
aterrado^ i llenos de agua.
Permítame, señor Vicuña, ocuparme por un momento del
minero descubridor, de ese elemento absorbente que, según
üd,, priva a los demás de las riquezas destinadas a la comu-
nidad. Para mi, como para los lejisladores españoles que san-
cionaron la Ordena,nza de Nueva España, el descubridor es
un ser benéfico, abnegado, el hombre de acero, que mientras
sus amigos de ciudad se calientan al calor de la chimenea i
apuran la copa de champaña en amorosas libaciones, él, intré-
pido, a pié, sin mas elemento que su herramienta, un pedazo
de pan i un poco de agua, se lanza al desierto, a las nieves
perpetuas, a las montañas, a arrancar a la naturaleza sus se-
cretos i a desafiar la muerte a cada paso. El transita por un
témpano de hielo, socavado por los vapores de una solfatara;
él pasa por un vertijinoso precipicio, la tempestad, la nieve,
la lluvia, el sol, el frió, el hambre, la miseria, en fin, conclu-
yen por conducirlo de un hospital al sepulcro. La riqueza
soñada apenas ha alcanzado a acariciar los sueños de su fan-
tástica imajinacion.
El descubridor es casi siempre el simpático roto, el hijo del
pueblo, destituido de fortuna, falto de ilustración, que fiado
en su fuerza moral i en la potencia de su brazo, busca el pan
i el de sus hijos en apartadas rcjiones, donde los hombres re-
galones no se atreven a llegar. Su fortuna tiene el orgullo de
estraerla de las entrañas de la tierra i no de las lágrimas ni
de las luchas de sus semejantes.
LA- E. DEL o. 59
— 406 —
I si esto sucede, ¿por qué no premiar el esfuerzo individual
la abnegación i el patriotismo? ¿Por qué igualar al deacuhridor
con el ocioso, que con manos limpias viene a aprovecliarse del
resultado, quizá, de 30 años de estudios i sacrificios?
Si hai alguna profesión que demande mayor fuerza de ima-
jinacion, mayor fuerza material i moral, es la noble profesión
del minero descubridor. En todo país culto, agradecido, justo
apreciador de los méritos individuales, deberla al minero des-
cubridor concedérsele, a mas de sus pertenencias mineras,
una distincio'j especial, según fuese la importancia de su des-
cubrimiento.
I tan cierto es que el noble sentimiento de la gratitud se
encuentra arraigado en los grandes pueblos, que en la pro-
vincia de Atacama, a la cual tengo el honor de pertenecer,
en la ciudad de Copiapó, bai una estatua erijida en memoria
del descubridor de Chañarcillo, Juan Godoy, estatua que el
hombre de ciencia, el chileno agradecido, el estranjero, saluda
con cariño i respeto, contemplando con asombro al compañero
de labor de Abraham Lincoln.
Pero, volvamos al mineral «lavaderos de oro de Montaña
Negra» que tanta bulla ha despertado i que ha merecido los
honores de un proyecto de lei presentado por Ud. al Senado.
;Qué mas tiene este mineral que el de Catapilco que Ud. co-
noce i cuy¡i colosal riqueza describió hace años? Recuerdo
que en su descripción decia: que habia mas oro en el trayecto
de un socavón, que en todo el Banco de Londres. ¿Qué se ha
hecho esa colosal riqueza? ¿Dónde están esos jeni^s j'ankees
que venían a abrirnos los ojos i a enseñarnos a trabajar? ¡Ilu-
(Siones de la imajinacion, sueños fantásticos que sí han tradu-
cido en una pérdida de mas de 200,000 pesos. La verdad es,
«cñor Vicuña, que el papel aguanta todo i que es necesario
pensar mucho, antes de dar una opinión, sobre asuntos que no
se conocen.
Tongo profunda segundad que dados los hábitos de nuestras
clases trabajudoia^, la insoguridnd que reir.a en los campos i
— 4G7 —
rej iones apartadas, la indolencia do los gobiernos, i la lentitud?
de los procedimientos judiciales, aprobado el proyecto de Ud,
el dia que se descii!)riera un rico mineral se convertirla en
un campo de batalla, donde no escasearían ni los heridos n^
los muertos.
Creo, señor Vicuña, que la lei actual podría modificarse con
ventaja oyendo la cpinion de los mineros prácticos, asociados
a los jurisconsultos mas distinguidos i al dictamen de injenie-
ros competentes. Yo estoi cierto que ello modificarla en parte
sus ideas, i con sus luces i su entusiasmo ayudarla a hacer
una obra de vital importancia para el p;i¡s.
Entretanto, le saluda afectuosamente su atento S. S.
Francisco Ooalle Olioare^.
(contestación.)
Santiago, setiembre 15 de 188Í.
Señor don Francisco Ovalle Olivares.
Mi estimado amigo:
He leido con verdadero placer la interesante carta que se
ha servido usted dirijirme desde la «Montaña Negra» con fe-
cha 6 del presente i que da a luz Et Ferrrocarril de hoi.
Antes de todo, permítame desvanecer un error que mi sin-
cera estimación por usted no me consentirla dejar establecido.
Juzga usted qi:e e/itre los antecedentes que motivaron la
moción que presenté al Senado sobie el oro de la Araucanía
figuraban los importantes descubrimientos i posiciones adqui-
ridas por usted en la Montaña Negra, i cuya franca i varonil
historia usted nos traza.
Este es un error.
La base única de mi moción, aprobada ya en jeneral por el
— Í6S —
Senado, no es osa cuestión individual en la que cabe a iistiíd
indisputable honra, sino los proyectos de pacificación i ocupa-
ción total del territorio araucano desde el rio Traiguén hasta
la laguna i ciudad arruinada de Villa-Rica.
He creido (i usted concluye por darme razón sobre este par-
ticular en su carta) f^ue la lei actual sobro yacimientos de
oro es estreclia, deficiente i tiende a estarilizar el trabajo pro-
ductor del minero, esponiéndoio a caer en el monopolio o en
las trampas de las sociedadf s anónimas di; minas, que tanto
daño han hecho a nuestro país desde Caracoles a ParaíF.
Pero he estado tan lejos de atacar los derechos tan animo-
samente adquiridos por usted, que he esceptuado esplicitaynen-
ie del sistema que propongo, no solo la montaña que usted
posee, sino toda la zona occidental da la cordillera de Nahuelbu-
ta, de la cual aquella es una rama o espolón. Conozco lo sufi-
ciente el derecho para saber respetar todo título lejítiraamente
adquirido, i aprecio tanto como usted el mérito i aun la gloria
del desculK'idor para vulnerarla, en lugar de ofrecerle estí-
mulo.
Por consiguiente, los ricos yacimientos de Ja Montaña Ne-
gra i todos los que estén ya en posesión de descubridores parti-
culares, deb.^n, a mi juicio, dejarse incólumes, i esto es
precisamente lo que he solicitado en la moción a que usted
alude. ^-Pero no cree usted necesario, indispensable, absoluta-
mente indispensable al mismo tiempo, que se declare el Esta-
do absoluto dueño de todas las comarcas auríferas que nue.s-
tras armas van a devolver por la segunda vez a la civilización,
al capital i a la intelijencia? ¿No declara usted mismo, en su
carta que contesto, que se ha visto forzado a dejarse robar
m-'is de doscientos mil pesos en oro dentro de las pertenencias
f^ue le ha otorgado la lei? ¿I no es esto una prueba flagrante
<le que la lei actual es incompleta i desigual, que no establece
la verdadera protección del descubridor i menos del trabaja-
■doi' suelto? Luego hai un punto en el que estamos completa-
mente de acuerdo; i es el de que la lei actual es mala i nece-
— 4G9 —
sita una reforma radical, porque si es ineficaz para asegurar
la propiedad i la esplotacion es una pequeña comarca cerno la
de la Montaña Negra ¿cuánto no habrá de serlo cuando tenga
su aplicación a un a comarca vírjen i tan estensa como la de
la Araucania?
I en otro sentido, ¿no juzga Lsted que abolidas las enea'
miendas, que eran la servidumbre perpetua del indio lavador
de oro para el conquistador, es preciso introducir un nueva
sistema de esplotacion jeneral?
Hó aqui toda la cuestión que jo he sometido al Senado, co-
mo una simple base, sin prejuzgar nada i solo como uua evo-
lución económica i social del porvenir, que puede ser de
gran trascendencia para el país i sus clases trabajadoras.
Yo parto de la impresión jeneral justificada por la historia i
por la formación jeolójica de la Araucania, (tan semejante a
la. de la Alta California), de que en ese territorio hai grandes
riquezas auríferas; i a este prop'sito estoi preparando un fo-
lie to demostrativo, con documentos inéditos sacados de nues-
tros archivos i aun de las casas de moneda de Santiago i Po-
tosí, para manifestar lo que racionalmente debe esperarse de
la ocupación araucana bajo el punto de vista especial de la
producción del oro.
I en ese mismo trabajo espero demostrar que lo que dije o
presencié de la antigua riqueza de Catapilco, Llampaicoi otros
parajes del norte, es una verdad histórica i un problema de
actualidad, que Ud. cree ya resuelto, pero que no lo está ni
con mucho todavía.
El verdadero enigma para esas zonas no es el oro: es el
agua I como este elemento sobra en la Araucania, queda des-
cartada una de las grandes dificultades del probL^ma.
Por lo demás, al decir de Ud. en su párrafo final que la lei
actual es susceptible de una útil reforma mediante la acción
combinada del hombre práctico, es decir, del minero i del le-
jislador, dice exactamente lo que yo establezco en mi proyec-
ta A la verdad no tiene aquel mas alcance,* como lo espresa
— 470 —
terminantemonto oii su preámbulo, que provocar una discu-
sión i una solución satisfactorias para el pais; i esto es lo que
veo con verdadera sati.sfaccion que comienza a suceder.
La publicación del folleto o libro (porque no sé todavía lo
que será, pues me ocupo en acopiar los materiales) a que he
aludido, avivará talver. esa discusión, i al fin todos llegaremos
a enten lernos en bien del pais i de la comunidad, noble pro-
I'ósito que a usted alienta i del cual yo mismo he podido dar
testimonio respecto del jeneroso patriotismo que a usted ani-
ma mientras fui intendente de Santiago i presidente de la So-
ciedad Protectora.
Resiablecida la discusión en sus verdaderos propósitos i
putitos de mira de interés jeneral, me es grato quedar a sus
órdenes i suscribirme su afectísimo amigo.
Btujaiián 'Vicuña Mackenna.
III.
Razón del oko comimiauo i rtjXDiDo ev la casa de moneda le
SANTIAGO DURANTE EL TKIBNIO DE 1879,80, 81, O.vj ESI'EOII'ICACIGN
IJE SU PESO, PROCEDENCIA I ESTADO EN QUE FUÉ ADQUIRIDO, SEGÚN
DATOS SUMINISTRADUri POR LA OFICINA DE ENSAYES DE ESE E8TAULECI-
MIENTU.
Año 1879. — -Ovo fiuidido en la casa de Moneda de Santiago
perteneciente a particulares..
úgs.
Gramos.
Procedencia
39
839
Santiago
10
065
»
g
569
»
2
888
»
4
470
>>
10
085
>
7}
500
Valparais
Estado del oro.
En chafalonía
En barras
Eu pellas
En polvo
En monedas de $ 1 i 2
En monedas estranjeras
Eu polvo
— 471
Ülóg8.
Gramos.
Procedencia.
Estado del oro.
3
179
» '
En pellas
4
705
»
En barras
1
000
»
En chafalonía
3
844
Talca
En pellas
1
478
»
En polvo
0
888
»
En barras
0
478
»
En chafalonía
12
313
Tiltil
En pellas
9
152
Illapel
En polvo
2
723
»
En pellas
4
923
»
En barras
8
040
Llampaico
En polvo
G
592
Petorca
En polvo
3
80G
Andacollo
En polvo
2
589
Rancagua
En pollas
2
487
Itata
En barras
1
943
Freirina
En pellas
1
758
San Felipe
En polvo
0
529
»
En chafalonía
0
742
Hualleco
l{n polvo
0
501
Lsbu
En polvo
0
803
Constitución
En polvo
0
315
Yumbel
En polvo
0
492
Maipo
En pellas
2
042
Limadle
En pellas
0
543
Catapilco
En polvo
0
612
Casuto
En polvo
0
175
Ocoa
En pellas
0
262
Ligua
En barras
0
337
Niblinto
En pellas
0
431
Perú
En chafalonía
156
360
— 472
Año 1880. — Oro fundido en la casa de Moneda de Santiago
perteneciente a particulares.
lógs.
Gramos.
Procedencia.
Estado del oro.
17
121
Santiago
En chafalonía
1
195
»
En pellas
2
540
»
En barras
5
245
»
En polvo
22
980
Valparaíso
En polvo
14
187
»
En barras
4
976
»
En pellas
0
444
»
En chafalonía
6
983
Chilenos
En monedas de $ 1
o
18
273
Estranjeros
En monedas
14
537
lUapel
Es pellas
10
119
»
En polvo
5
978
Tiltil
En pellas
1
198
»
En polvo
9
669
Petorca
En polvo
0
427
»
En pellas
7
308
Llarapaico
En polvo
4
813
Rancagua
En pellas
4
407
Catapilco
En polvo
9
745
AndacoUo
En polvo
3
695
Talca
En pellas
0
819
»
En chafalonía
0
820
»
En polvo
3
774
I tata
En barras
0
985
Concepción
En polvo
0
680
San Felipe
En chafalonía
1
310
Lebu
En polvo
0
629
Ocoa
Eü pellas
0
451
Colchagua
En polvo
— 473 -
Kilógs.
Gramos.
Procedencia.
Estado del oro,
1
607
Curicó
En
barras
0
815
Ligua
En
polvo
9
352
Melipilla
En
pullas
1
734
Casuto
En
polvo
1
516
Ovalle
En
polvo
3
734
Bolivia
En
polvo
1
087
Maule
En
polvo
186
153
Año V^^X.— Oro fundido en la casa de Moneda de Santiago
'perteneciente a particulares.
ilógs.
Gramos.
Procedencia.
Estado del oro.
0
025
Santiago
En chafa onía
3
065
»
En polvo
1
420
»
En barras
31
880
Valparaíso
En polvo
15
215
»
En barras
8
808
»
En pellas
1
083
»
En chafalonía
7
592
Chilenos
En monedas de %
1 i2
5
275
Estranjeros
En monedas
22
828
Lebú
En polvo
5
349
»
En barras
<>
t >
054
Tiltil
En pellas
2
214
»
En polvo
8
731
Illapel
En pellas
0.
308
»
En pdlvo
5
230
Nibrnto
En pellas
2
307
AndacoUo
En polvo
1
992
I tata
En barras
LA
E. DEL 0.
co
— 474 —
Kilúgs.
Graniüs.
Procedencia.
Estado del oro
1
355
Huasco
En barras
071
Talca
En barra.i
1
647
»
En pellas
1
000
»
En polvo
0
076
Rancagua
En pellas
0
220
)»
En polvo
0
254
Roble
En pellas
2
174
Pe torca
En polvo
1
150
Copiapó
En barras
1
236
San Felipe
En pellas
139 159
Casa de Moneda, octubre 1." de 1881.
Nota. — La suma de ciento treinta i nueve quilogramos cien-
to cincuenta i nueve gramos representa el oro fundido hasta
el 1." de octubre, es decir, en nueve meses del año presente.
RESUMEN POR LOCALIDADES EN LOS TRfCS AÑOS DB
1879, 80 I 81.
fH)9.
tHHO.
IH^I.
Total.
ks. gs.
Talca 5. 678
Tiltil 12. 313
Illapel 15. 799
Llampaico... 8. 040
Petorca 6. .592
Andacolio... 3. 806
Rancagua ... 2. 589
Itata 2. 487
o.
6.
24.
7.
gs.
334
176
656
308
10. 076
9. 745
4. 313
3. 774
ks.
5
4
2
2
O
I
gs.
718
268
039
174
307
89(5
992
ks. ge.
13. 703
24. 057
64. 494
15. 348
18. 8.32
1.5. 858
7. 798
8. 253
— 475 —
IHÍ9. ISftO. lí»Hl. Total.
k^.
gs.
ka.
g«-
ks.
gs-
ka.
gs-
Fieiriiia:
1.
943
1.
943
San Felipe...
2.
587
0
680
1.
236
4.
503
Gualleco
, 0.
742
0.
742
Lebu
0.
501
1.
310
28.
177
29.
988
Constii,ucion
0.
803
0.
803
Yiimbel
0.
315
. . .
0.
315
Maipo
0.
492
0.
492
Limache
2.
042
...
2.
042
Catapilco....
0.
543
4.
407
4.
950
Casuto
0.
612
1.
734
. . .
2.
346
Ocoa
0.
175
0.
629
0.
804
Ligua
0.
262
...
...
...
...
0.
262
Niblinto
0.
337
7.
537
7.
874
Concepción ..
...
0.
985
...
0.
985
Colchagua ...
...
0.
451
...
0.
451
Curici'i
...
...
1.
607
...
...
1.
607
Melipilla
...
...
0.
352
...
...
0.
352
Ovalle
...
...
1.
516
...
...
1.
516
Maule
...
1.
087
...
1.
087
Huasco
Roble
...
1.
0.
1.
355
254
150
1.
0,
1,
355
254
Copiapó
150
RESUMEN.
ks.
gs-
♦
1879
1880
1881
.. 155.
.. 186.
.. 139.
360
153
159
481.
672
— 176
IV.
EL ORO DE CHILE KAJO SU PUNTO DE VISTA CIENTÍFICO, QUÍMICO
I JEOLÓJICO.
(Resumen escrito por don Alberto Mackenna para el presente libro.)
Lecho de los minerales i de los lavaderos de oro en Chile. *- Cómo
se halla, el oro en la naturaleza. — Lanaderos de oro en Chile.
— Producción de oro en Chile. — Diversos sistemas de beneficio
del oro que yju edén adoptarse en Chile. — Memorias que con-
tiene C07isulfar sobre el beneficio de minerales de oro. — Memo-
rias que seria útil consultar para tomar datos sobre el oro su-
perjícial del terreno aurífero en California. — Producción total
de la plata i oro en el mundo, desde los primeros tiempos hasta
fines de 1871.
I. — Lecho de los minerales i de los lavader s de oro en Chile.
— Dice Domeyko que «el lecho de los minerales ele oro en
Chile se halla en terrenos graníticos no estratificados, en
las rocas que en jeneral constituyen la costa del Pacífico i la
parte mas elevada de los Andes i que se conocen en la jeolojía
bajo la denominación de rocas de solevantamiento, rocas de
cristalización».
Los lavaderos de oro se hallan en los terrenos que provienen
de la destrucción de los anteriores. — (Domeyko.— Tratado de
ensates, páj. 330. )
II. — Cóino se halla el oro en la naturaleza. — La mayor
parte del oro que circula en el comercio proviene de lo** lava-
deros de Estados Unidos. Rusia i Australia i la cantidad de
oro que se estrae de las minas ha sido siempre insignifi-
cante con relación a la del oro de los lavaderos.
De.spues del oro nativo los minerales mas abundantes son los
metales de color de oro i los bronces de oro, en los que este
metal está combinado en una forma no bien definida hasta hoi.
Los minerales de esta clase que dejan alguna ut'.lidad en
Chile tienen una leí de 20 a 30 centavos por cajón i en Rusia
se esplotan iguales minerales con leí de 5 centavos i con nota-
bles provechos.
Vienen en seguida los minerales de oro que dan unidades
por ciento como es el teluro combinndo con oro que se ha en-
contrado en Estados Unidos i Alemania, el paladio aliado
con oro que se ha halbido en el Brasil i el rodio en combina-
ción con el oro en Colombia.
Estos minerales tienen de un 2 a un 40 % de oro.
El oro se halla también en pequeña cantidad al estado de
amalgama, aliado con la plata acompañando al estaño en te
rrenos do Cornwall (Inglaterra) i con el iridio en Califor-
nia.
III. — Lavaderos de oro en Chile.— Lo^ lavaderos mas co-
nocidos en Chile son los de Catapilco, Punitaque, Gualleco
(Talca), Andacollo, Marga-Marga, Hierro Viejo (Petorca).
^<Es digno de notar, dice Domeyko, que aun en los paises
donde las arenas auríferas se benefician en grande i producen
riquezas inmensas, como por ejemplo, en los lavaderos de Ru
sia, o bien en los del Brasil, la lei media de estas arenas no es
mayor que la que se observa en Ch.i\e>-> .—(Tratado de ensayes,
páj. 323.)
Es de advertir que la producción total de Rusia desde 1814
a 1860 ascendió a 582,885 kilogramos de oro, cayo valor al-
canza mas o menos a 1 ,882.000,000 de francos. — (Anales de
minas. — ISGl.)
IV. — Prod'.íccion de oro en Chile. — Al principio del siglo,
la prciduccion anual de todas las minas de oro del mundo era
de lOOjOOí^ marcos, en cuya producción Chile ocupaba el ter-
cer lugar.
^<Eu efecto, dice Domevko, el Brasil era el país que al prin-
cipio del siglo producía la mayor cantidad de oro (28,000 mar-
cos); venia después Colombia i en particular Nueva Granada,
cuya p:'üduccioii anual subía a 19 o 20,000 marco.s; i en Chile
S9 estraian mas de 11,000 marcos anualmente, mientras ahora
— 478 —
la estraccion anual de oro de esta República apenas pasa de
3,000 marcos». — (Tratado de ensayes, páj. 320.)
V. — Diversos sistemas de beneficio del oro que pueden adop-
tarse en Chile. — Las máquinas para beneficiar los lavaderos de
oro han llegado en Estado.^ Unidos a una perfección tal que
se obtiene utilidad de ostraer el oro donde liai 10 centavos de
este metal en una tonelada de tierra aurífera.
Respecto al beneficio de minerales, se puede practicar en Cbi-
le ya por lavado i amalgamación, haciendo una calcinación pre-
via con vapor de agua, como aconseja Rivot, o haciendo [asar
el metal molido sobre un cilindro caliente como se hace en
Boston, o ya empleando en el beneficio por fundición el plomo,
para recojer el oro según se practica en los grandes estableci-
mientos de Hungría, o por último, empleando el cloro como in-
dica Plattes, lo cual ha dado buenos resultados en Alemania.
VI. — Memorias que conviene consultar sobre el beneficio de
minerales de oro. — Beneficio de minerales de teluro on oro
en el establecimiento de Boston, en Colorado (Estados Unidos.)
— [Anales de minas.— Año 1874 i 75.)
Nuevo sistema para tratar los minerales de oro i plata. — M.
Rivot. -'{Anales de minas. — Año 1870.) (1)
Nuevo método para beneficiar las piritas i sacar el oro i la
plata que contienen. —Anales de Química i Fisica. — Año 1872,
tomo 27.)
Nuevo método de ensaye i tratamiento de las piritas aurí-
feras.— /. B. Boussingault. — (Anales de minas.- — Año 1827).
Viaje a Hungría, ejecutado e.n 1851 por M. M. Rivot i Du-
chanez. — {Anales de minas. —Año 1853.)
Nuevo método para separar el azufre i el arsénico do minH-
(1) Hablando Rivot (la primera lumbrera moderna de la MetaUírjia) de
este procedimiento i del poco oro i plata ijue sacan en California por lo
defectuoso de los procedimientos empleados, dice estas palabras.— «Estoi
autorizado para pensar (jue el éxito completo de las últimas operaciones
dará en un porvenir mui próximo un vuelo notable a la producción del oro
i de la plata en América.»
— 4t0 ~
rales de oro. — (Boletin de la sociedad de estimulo i. — .iño 18G4.)
Manera de operar el oro haciendo pasar el cloro por el me-
lal fundido. — (Boletín de la sociedad de estímulos. —Año 1872.)
Este procedimiento económico i rápido se emplea hoi en las
casas de moneda de Inglaterra i Estados Unidos,
VII. — Memorias que conviene consultar para tomar datos je-
uerales sobre la esplotacion del oro. -Metales preciosos. Sobre
la producción i el consumo jeneral de los metales preciosos
durante el período de 1857 a 1871. — M.E. Roswag. — (Boletin
dr l'i sociedad de estímulos. Año 1874.)
Producción de oro i plata en Australia i Estados Unido.s, i
datos sobre la producción total de oro i plata en el mundo, se
encuentra en los Anales de minas.— Año 1868.
Minerales de oro en Italia i Escocia. — (Anales de minas.-
1869.)
Minas de oro del Brasil. — (Anales de minas, — Serie l.% to-
mo 2.", páj. 199.)
ViII. — Superficie del ten-eno aurífero en California. — La
superficie de toda la zona de oro esplotada en 1863 ascendía a
19,000 kilómetros cuadrados i se hallan distribuidas estas mi-
nas en una ostensión de mas de 130 kilómetros de largo sobre
el curso de rios navegables como el San Joaquín i el Sacra-
m.ento que conduce a la bahía de San Francisci>.
La facilidad de comunicación, la estraordinaria abundancia
de agua i lo^, capitales hacen difícil que los terrenos auríferos
•la Chile puedan dar los beivücios qn^ d-m In^ far-pno^ aurí-
)-!ros de California.
En los lavaderos de oro la situación constituye la mitad de
la riqueza, *
IX. — Producción oiai de pial' fti el muiido desde
— 480 —
los primeros tiempos hasta fines de 1871 (1). — En 1848, la
producción total de metales preciosos era estimada en 30 mi-
llares 152 millones de plata i 14 millares 426 millones de
oro, sea en todo 44 millares 578 millones de francos. En esta
suma están comprendidos como antiguos fondos, provinientes
de los siglos anteriores al año 1500, 700 millones de plata i
300 millones de oro.
En 1857 encontramos la cifra total de 8 millares 174 mi-
llones estraidos después de 1848, la cual se componía de 2
millares 170 millones de plata i 6 millares 4 millones de oro.
Durante este periodo la producción de plata era constante i
normal, pero la del oro habia llegado a ser estraordinaria; se
elevaba en menos de nueve años a cerca de la mitad del oro
que existia en 1848.
La Australia habia suministrado 1 miliar 695 millones; Ca-
lifornia 2 millares 508 millones; Rusia G78 millones. En todo,
4 millares 781 millones de francos sobre un total de 6 milla-
res 4 millones. El resto era la producción de diversos paises
productores de América (Méjico, Nueva Granada, Estados
Unidos, Perú, Bolivia, Brasil, Chile) sea 445 millones i a los
diferentes centros europeos como 65 milloaes; a las i&las de la
Garde i las Indias, 505 millones; i en fin a la costa de .Guinea
i al resto del África, 108 millones.
Agregando las sumas de los dos períodos, el uno anterior a
1848 i el otro posterior a 1748, hasta 1857, se encuentra de
la producción total en estj año la suma de 52 millares 761
millones, de los cuales 32 millares 331 millones en plata i 20
millares 430 millones en oro.
(1) Estos datos los ha tornado T. Roswai; de todas las publicaciones
notables que se han hecho en cada país del muudo i es lo mas completo
que se ha escrito sobro la materia. No estará de mas agregar que im mi-
llar equivale a mil millones de francos, o sea a doscientos millones de
pesoí fuertes.
— 481 —
La producción total de oro on el período de 1857 a 1871
es la siguiente:
ORO.
Mllrs. de fres.
California 2.241,150
Australia 4.491,275
Rusia 1.239,750
Paires americanos (Nueva Granada, Estados
Unidos, escepto California, Perú, Bolivia,
Brasil, Chile) término medio anual 49 millo-
nes i medio 693,000
Europa. (Todos los países menos Rusia.) Térmi-
no medio anual 7 millones i medio 101,500
Asia. (Islas de la Garde, Indias inglesas, Araw
<!tc.) Término medio anual 56 millones 784,000
África. (Costa de Guinea, Zanzibar Alto Ejipto,
Kurdistan, etc.) Término medio 12 millo-
nes 168,000
Total jeneral de la producción del oro 9.718,675
Como se ve, la producc'o.i total del oro en el período de
1857 a 1871 asciende a 9 millones %.
El fondo común habia subido durante este m'.smo tiempo de
3 millares 367 millones % de plata i de 9 millares 718 millo-
nes de oro, en todo 13 millares mas o méno3, en un millar por
año término medio. El oro representa los 74 o 77 % de esta
producción (en números redondos los % ).
RESUMEN.
Mlh's. de frc3.
Total del oro estraido hasta el año 1857 20. 430 millones
Oroestraido de 1857 a 1871 9.719
Total del oro producido 30. 149
LA E. DEL o. 61
— 482 —
MUrs. de fres
Total de la plata estraida hasla 1857.... 32. 331 millones
Plata estraida en el período de 1857 a
1871 3. 367 »
Total de la plata producida.. 35. 698 millones
Sumada la producción del oro i plata tendremos que la pro-
ducción de todas las minas del globo asciende de 65 a 66 mi-
llares de francos.
El oro representa el 45,58 %.
En 1856 el oro representaba solo el 38,7 %.
i^e 1856 a 1871 ha subido 6,88 % la producción del oro so-
bre la de plata. — Bulletin de la société cf encouragement. — N.°
248. — Métaux precieux. — M. T, Roswag.
ÍNDICE.
Dedicatokia Páj. 5
Preliminar Páj. 7
CAPITULO I.
El oro de Chile en tiempo de los Incas
Los primitivos chilenos no conocían ni el uso, ni el valor, ni la esplota-
cioa del oro. — Arto que les enseñaron los peruanos i tributo que les im-
puso el Inca — Ideas de los peruanos sobre el oro. — Lo usan solo corno
ornamentación, pero no como medio de cambios — Nociones de Garcilaso
de la Vega. — .\lmagro encuentra en Copiapó minas de oro científicamen-
te trabajadas. — En qué consislia el tributo de Chile. — Derroteros fabu-
losos sobre el rescate de Atahualpa en Chile. — Vaso de oro hallado
en Copiapó i regalado al presidente Prieto. — Imponderable acumulación
de oro hecha por los Incas, mediante la produeciou de las minas del Pe-
rú i de Chile. — Noticias de Cieza de León i de Gomara. — La iiiaroma
de Huáscar i la cadena de oro de los jesuitas de Santiago. — Riíjuezas de
los templos del Sol i de las minas de Carabaya. — Ocultaciones de oro
según fitarcilaso i otros antiguos cronistas. — Comprobación atiténtica de
las riquezas acumuladas en el Perú, mediante el rescate de Atahualpa, i
su acta (le reparlirion — Lo que cupo a Carlos V. i a Francisco Pizarro.
— Las riquezas del palacio de verano del emperador de la China en
1860, i los tesoros de Arjel i de Caxamarca. — Comparaciones i anéc-
dotas.— Verificaciones posteriores. — Remates recientes de ofrendas de
oro i plata del Perú en Londres Páj. 33
CAPITULO 11.
El oro en Chile en tiempo de don Pedro de Valdivia
I. — MARr.A-MAUGA.— II. QUILACOYA — IIÍ. LA IMPKKIAL. — IV. O.SORXO. —
V. VILLAUHICA
El Adelantado don Diego de Almagro llega hasta el territorio de Casablanca
i Mclipilla.— Oaisas verdaderas de su regreso al Perú. — A pesar de que-
484 ÍNDICE
dar Chile «mal famado» por los de Almagro, conserva la tradición de su
gran riqneza aurífeía, i esta es la que mueve a Valdivia i a sus compa-
ñeros a emprender de nuevo el descubrimiento. — Los primeros siete
años de la conquista i sus miserias. — Ardides de oro de que se vale Val-
divia para traer .socorros. — Las estriberas de Monroi i el sombrero de
oro de Concón. — Los ochenta mil dorados de Camacho. — Descubrimiento
de las minas de oro de Marga-Marga i su prodijiosa riqueza. — La de-
mora.— Cómo el oro comenzó a promover la emigración espontánea a
Chile. — Los primeros emigrantes del oro en Marga-Marga, según el
contemporáneo Marino de Lovera. — Cálcalo de lo que produjeron las
minas de Marga-Marga basado en el incierto quinto del m.— La lejisla-
oion del oro colonial. — Primeros acuerdos del cabildo de Santiago, en
ausencia de Valdivia, sobre las cuadrillas, estacas, denuncios, juegos,
etc,enlas minas de Marga-Marga — Gomólas multas de Marga-Marga
comenzaron a servir a la ciudad de Santiago para su hijiene, su Cate-
dral, sus calles, etc., — Curiosa carta de los mineros de Marga-Mar-
ga pidiendo una guarnición militar para defenderse contra los indios. —
Acuerdo del cabildo concediéndola, i manda bien pagado al verdugo Or-
lun Xerez i tres compañeros de a caballo. — Regresa del Perú Valdivia,
i notando el incremento de las minas, nombra alcalde de ellas en enero
de 1550. — Los ediles de Santiago acuerdan turnarse para hacer la justi-
cia en las minas. — El primer abogado en la.s minas de oro — Aspecto
actual de los lavaderos del Rio de las minas i su imponente estension,
— Visitas del autor en 1851 i en 1877. — Una faena de oro en el Rio de
las minas, en el último año nombrado — Abundancia de oro en polvo en
Santiago a mediados del siglo XVII. — Se prohibe su uso como moneda
en esa forma con severas penas, pero en vano. — El oro en polvo es el
tipo de la fortuna i de la moneda en Chile hasta el obispo Cienfuegos
que en esa forma lo llevó a Roma — Descubrimiento de las minas de
Quilacoya en octubre de 1553 i su prodijiosa riqueza — Dos quintales de
oro diarios, según alguien quo los vio. — Descubrimiento de placeres en
la Imperial, i cómo ayudan sus productos a erijir su Catedral i su mitra.
— Las minas de oro de Villa Rica i la calidad de su metal. — Aspecto
que las ruinas de esta romántica ciudad ofrecían en 1640 i en 1858. —
Los esploradores Lee-Smith i Colé. — Riqueza aurífera de Osorno antes
del descubrimiento de Ponzuelos. — Minas de oro olvidadas i la cofradía
de Paigato. — Estraordinaria opulencia personal de Valdivia i sospechas
de que quiso coronarse en Chile, declarándose independíente. — La inde-
pendencia del oro antes de la independencia de la libertad. — Visita
Valdivia sus minas de Quílacoya en la víspera de su muerte, i su profé-
tico desabrimiento en presencia de las ofrendas del oro. — El sacrificio
de este grande hombre perturba la riqueza aurífera de Chile para rena-
cer con mayor aliento Páj. 62
CAPITULO Ilí.
La crisis del oro en el sig-lo XVII.
Influencia de la muerte de don Pedro de Valdivia en la producción del oro
en Chile. — Abandono total de la Araucania. — Despueble de Concepción i
de las minas de Quílacoya. — Restos de éstas visibles en 1879. — El casti-
llo de don E*edro de Valdivia. — A la muerte del primer gobernador se su-
ceden los disturbios de sus lugartenientes por el mando hasta la llegada
de don Hurtado de Mendoza en 1557. —Pone é.íte en orden el reino i se
descubren las riquísimas minas de oro de Choapa i del rio de Valdivia. —
Noticias que do éstas da el contemporáneo Góngora Marmolejo i el pa-
)N I-ICE 485
dre Rosales. — El oro se hace mas barato ¡[uc el fierro, i los colonos lo
usan en lugar de este metal para oficios viles. --El oro servido en
salvillas en los Ijanquetes de Santiago, según el padre Ovalle.— La fama
de esta riqueza inunda el mundo i viene el Drake a piratear en estos
mares. — Captura en Valparaíso 60,000 pesos de oro de Valdivia. — El
Caca facijo i el Caca plata,. — El corsario «Ricliarte» captura oro, gallinas
i una dama de la virreina del Perú en Valparaíso. — El mineral de Pon-
zuelos i oscuridad que reina sobre su oríjen i su ubicación. — Un clérigo
de Osorno funda las monjas Claras con dos tejos de oro de Ponzuelos.—
Inmensa opulencia de oro en el siglo XVI — La primera edad de la edad
de oro.- -Sobreviene la rebelión jeneral de principios del siglo XVII i
comienza la crisis en la producción del oro.---La Araucania es otra vez
desamparada por los espaiíoles i sucumben sus siete ciudades --El oro i
su menosprecio durante el asedio de Villa Rica,— Se suceden grandes
secas, pestes i esterilidades. — El terremoto de 1647 — El Seiior de Mayo
es el emblema de Chile durante aquella fatal edad. — A estos cataclis-
mos siguen los bucaneros i sus robo?. — Sharp o Charqui en Coquimbo —
Ocultación sistemática en los indios de las riquezas auríferas de Chile
después de la conquista. — Casos que refieren los jesuítas Ovalle i Ro-
sales, los viajeros Ulloa i Juan i el capitán de injenieros Mackenna —
La tradición de Manan-Chili en Lampa i los tesoros de Rocha en Potosí.
---Profundo abatimiento en que cae la colonia durante el sigjo XVII i
su indecible miseria. — La taza de la pila de la plaza i el badajo de la
campana de cabildo. — La apatía i la abundancia de mantenimientos del
país hacen que los chilenos no se preocupen del laboreo de sus minas
— Opiniones del padre Ovalle i del viajero Frezier sobre este particu-
lar.— El descubrimiento de Andacolio i su esplotacion es lo único que
mantiene la vitalidad económica del reino durante el siglo XVII. — An-
dacolio es la casa do Moneda do Chile i su oro el único tipo de las
transacciones. — Noticias encontradas por el autor en el Archivo de
Indias sobre este rico mineral. — La disminución de la producción del
oro no provino en el. siglo XVII de agotamiento sino de causas estrañaa
a las fuentes de producción. — Igual fenómeno se observa en 1810 al
comenzar la era de la Independencia Páj. 99
CAPITULO IV.
La resurrección del oro en el sig-lo XVIII
Favorables auspicios con qne comienza el siglo XVIII para los mineros de
oro de Chile. — La pobreza jenoral producida por las catástrofes del si-
glo XVII incita a los trabajos i a los descubrimientos. — El mineral de
oro de Tiltil en 1713. — Los trapiches de oro. — «Entre solera i voladora».
— Escritura de venta de un trapiche de oro en la Serena. — El mecanis-
mo de un trapiche, su trabajo i sus obreros. — Importantes descubrimien-
tos auríferos en Copiapó en 1706. — Frezier en Copiapó i en la Serena. —
Lo que era un buitrón o trapiche real. — El oro de Capote. — Opiniones
científicas de Frezier sobre la formación del oro conforme a las teorías
modernas. — Singulares creencias de los padres Rosales i Olivares, se-
gún las cuales el oro crecía como las semillas. — Petzolt i Suess. — Incre-
mento que toma Copiapó con sus minas de oro un siglo antes de aparecer
la plata.— La aldea es elevada a villa i el valle a correjimiento. — Ins-
trucciones al correjidor Saravia en 1740. — Antigüedad de la «cangalla».
— Las minas de Lampagui i por qué se abandonaron.— Pobreza relati-
va de las minas de cuarzo respecto de los placeres de oro en Chile i en
todo el mando. — Proporción de Laveleye. — üescubriraiento de las minas
486 ÍNiHti;
de Petorca i de la Ligua. — Latnpagui i don «Bartolo Intento». — Cálculos
de Ulloa, de Molina i de Olivares sobre la producción del oro en Chile a
mediados del siglo pasado. — El oro de los buches de gallina. — Las ga-
llinas de Truz-Truz i la perdiz de Petorca.— La abundancia de oro in-
duce a los vecinos de Santiago a solicitar la fundación de una casa de
Moneda desde 1730. — La Moneda de Santiago no nació de la plata ni,
del cobre, ni de una «equivocación del rei», sino del oro Páj. 127
CAPITULO V,
La Casa de Moneda del Oro
La abundancia de la producción del oro induce a los chilenos en 1730 a
solicitar una casa de Moneda para acuñarlo. — Desaire i menosprecio de
los magnates de Lima a propósito de esta solicitud. — Insisten los mag-
nates santiaguinos i va a España el caballero vizcaíno don Francisco
García Huídobro, quien obtiene el privilejio de establecer la casa de
Moneda por su cuenta. — Curiosas condiciones de este monopolio perso-
nal.— Viaje de García Huidobro a Chile, su captura por los ingleses en
Portugal i su rescate. — Regresa a Santiago i edifica la Casa Real de la
cual se hace marqués. — Celos de los santraguinos con el marqués de Ca-
sa Real i se oponen a su privilejio.— Datos inéditos.— ~Se ínstala la pri-
mera Casa de Moneda i comienza a funcionar en 1759. — Monto de la
amonedación hasta 1770. — Trescientos ochenta i cinco quintales de oro
en once años.^Pingües provechos del marqués de Casa Real. — Se renue-
van los celos de los santiaguínos i, ayudados por el codicioso virrei
Amat, obtienen la abolición del privilejio del marqués. — «Los testigos
del virrei Orcasitas.» — Enérjica defensa que de su derecho hace el mar-
qués Haidobro i cómo prueba el gran incremento que ha tenido la pro-
ducción del oro i la renta del reí con su Casa de Moneda. — Es expropia-
do, i Carlos III trampea el valor de la Moneda i lo paga la República
un siglo mas tarde. — Regocijados los santíagninos con el despojo del
marqués, ofrecen al presidente Morales «El Basural» para fundar la
«Casa de Moneda del oro.» — Se oponen los padres de Santo Domingo e
inician un pleito que dira veinte años. — Documentos inéditos. — Los ci-
mientos del Basural dan en agua i se traslada la planta de la Casa de
Moneda a la Arboleda de los jesuítas, donde hoi existe. — Relación del
virrei Amat sobre la planteacion de la nueva Casa de Moneda i su plan
dj sueldos. — Presupuesto de estosen 1810. — El archivo de la Moneda. —
Compra de oro en 1772 a 1781. — Gastos semanales de amonedación. —
«El volante.» — Rendimiento del oro i de la plata conforme a las compras
hechas en el decenio de 178'.) a 1708. — Cuadro del oro comprado desde
179Ü a 1817. — La producción máxima del oro en 1800 i en 1810.— «Dos mil
quintales de oro». — Comienza la decadencia de la producción junto con
la guerra de la Independencia.— Nuevas comprobaciones Páj. 147
CAPITULO VL
El oro en el norte de Chile en el siglo XVIII
ATACAMA I COQUIMBO
Las quebradas í las quiebras de los .hombres del «cuño antiguo». — Falta
de datos sobre la procedencia del oro que se amonedaba en la Moneda.
— .aproximaciones lugareñas. — Las tres zonas del oro en Chile.— El uro
de Atacaraa en el siglo XVIII. — Minerales de oro del Inca, de Chamo-
iiate i C/ianchO'/uin. — Colección de muestras del correjidor de Copiapó
ÍNijicK 487
Pinto i Cobos, i sus cuentas.— Sus ideas sobre la opulencia verdadera de
aquella comarca. — El muestrario del rei i el de la academia de San Luis
en Santiago. —Trabajos del ensayador mayor Rodriguez Brochero. — El
oro en Coquimbo —La Pescadoí'u i el mineral de Talca. — Quebrada Hon-
da.— La Flamenca descubierta por un indio en la cordillera de Elqui. —
El mineral de Chingóles de oro, plata i cobre. — Carácter errante de los
mineros de oro. — Los asientos de minas i las placillas. — Proverbios de
la colonia sobre el oro. — El oro es el único artículo de esportacion ul-
tramarino de Chile durante el siglo XVI II. — El mineral de Andacollo
durante el siglo pasado. — Trabajos de los jentiles. — Las minas del Toro
i Cliurumata del canónigo Contador. — Don José Tomás Uraieneta como
minero de oro. — Las lluvias i la producción permanente de Andacollo. —
Noticias individuales de las labores de Andacollo en 1792. — El oro en
Ulapel. — Restos de su opulencia. — Sus quince trapiche.?. — La dureza de
su cuarzo. — La mina Ciuumtscada.—'Mineva.les del «Chillan» i del cerro
del Cuyano. — Las arenas auríferas de Illapel. — Casuto i sus pepas de un
quilogramo. — La pepa de cinco libras de oro de don Santiago Lira. —
Planta que se da a este mineral en 1849 i su actual decadencia... Páj. 177
CAPITULO VJI.
El oro en la rejion central
DEL BRONCE \L CH1V.\T0
Carácter jeolójico especial del departamento de Petorca. — Todas sus po-
blaciones han nacido del oro. — Las familias fundadoras de Petorca. —
Los Bueras. — El frasco de oro del coronel Mendiburu. — La famosa mina
del Bronce viejo i la muerte de los siete ladrones de oro. — La relación
de Carvallo i la leyenda del pacto con el diablo. — «La visión del Bron-
ce».— La poesía del minero de oro. — Las décimas del lego Guevara so-
bre la «Vision del Bronce.» — Los asientos mineros de Petorca i su
antigüedad.- - Longotouia, el Hierro viejo i Pupio. — La mina de la
Amazona en la Ligua. — Escursiones auríferas a Catapilco i a las que-
bradas de Maleara i Alvarado. — La riqueza aurífera de Quillota a fines
del siglo pasado. — El cambista de oro Avaria i sus remesas. — Caleo.
— La riqueza aurífera de Melipilla i Casablanca. — Curacaví i su tra-
piche de oro. — Pobreza aurífera de Santiago i los denuncios de oro en
el Santa Lucia 1 minas de fierro en un solar de la calle de Agustinas. —
Estraordinaria riqueza aurífera de la rejion montañosa de Rancagua. —
Descubrimiento de Alhué i su considerable opulencia. — La mina del
JEscarpe lia, del Agua fría — El lapizlázuli de Caren. — Estadística —
Yaquil, Apaltá i MiUahue. — Las placillas de Nancagua i doña Elena
Valladares. — Las minas del Chivato i sus cuatro millones. — Chuchunco,
Gualleco i los Tajos — Hallazgos de oro según Molina. — Pobreza relativa
de la cuenca del Maule. — El mineral de Pocillas i el deNíblinto. — Cómo
queda hecha la comprobación lugareña dejlaá vertientes de oro que for-
maban el caudal de la colonia. — La comprobación universal Páj. 203
CAPITULO VIII.
Chile considerado como el primer país productor en
oro de la América i del mundo, antes del descubri-
miento de California
La estadística del oro del nuevo mundo.— Cálculos de Sancho de Moneada
48» IXDICK
i Pedro de Navarrete -sobre lo? metales preciosos importados de Amé-
rica a Espaaa en los siglos XVI i XVII. — Períodos da producción i es-
portacion que establece Humboldt hasta principios del presente siglo-
— Cálculos de Marcoleta i de Robertson, de Campomanes i de Pezuela.
— Estudios i estadística de Chevalier sobre el oro i la plata en el Nuevo
Mundo hasta 1846. — Parte principal que en todas estas demostraciones
se asigna al oro de Chile. — Por qué el nombre de esta colonia no figura
(I ¿rec falliente en los primeros siglos, sino como un apéndice anónimo del
Perú. — Humboldt es el primero que hace justicia a Chile como país pro-
ductor de oro, i lo coloca mucho mas arriba del Perú i de Méjico. — Chi-
le produce tres veces mas oro que el Perú. — Comparación de la casa de
Moneda de Chile con las de Popayan, Potosí i Lima, según datos inédi-
tos, i cómo la primera ha sobrepujado a las otras en el oro. — «Una onza de
oro» de la casa de Moneda de Liuia. — Demostraciones del viajero ingles
Helms i de Humboldt. — El acarreo del oro de Chile desde el Callao a Cá-
diz i ilotas prodijio^as de metales preciosos. — Estadística de Chevalier
sobre el oro de Chile. — La lejislacion española sobre el oro como de-
mostración de su producción jenuina i verdadera Páj. 230
CAPITULO IX.
Las mermas del oro en Chile
Causas que fomentaron el contiabando del oro en las Indias. — Impuesto del
22 por ciento. — Cómo se repartían estas gabelas. — El quinto del rei. —
El uno i medio de Cohox. — La quilca i graves sucesos a que dio lugar
en Chile a principios del siglo XVIII. — Protestas de independencia en
1778. — Los chilenos consiguen la abolición de este impuesto en 180.3. —
El impuesto de arteria i enérjicas protestas a que dio lugar. — Los mer-
caderes santiaguinos cobran la «aparta» del oro i de la plata; pero se
oponen a que se establezca un banco de rescate — Ei cacao de oro i pa-
ra qué servia — Seis causas de detrimento para la industria del oro en
la época de la colonia. — Los pleitos. — La cangalla i la pona de muer-
te.— Penuria i carestía de capital i de utensilios.—Falta de prc teccion
publica. — Benéfico gobierno del presidente Manso, i sus frutos. — Bajo
precio del oro por las imperfecciones de su elaboración i las artes de
los mercaderas de Lima. — Desaparición completa de los indios de enco-
mienda.— Los precursores de Paraff — El fraile Andia i su secreto de
millones. — Los químicos Blanco i Palazuelos. — Termina con la indepen-
dencia la edad del oro en Chile, i motivos por qué continuamos nuestra
tarea mas allá de esa época i de nuestra promesa Páj. 249
CAPITULO X.
La decrepitud de la edad del oro en Chile
Influencia esterilizadora de la guerra de la independencia en la producción
del oro. — Ocultación de capitales i disminución de brazos. — Decreto do
la junta de 1813 en favor de los mineros. — La producción del oro decae
a la mitad en 1814, i en 1821 casi no hai pastas que amonedar. — Cua-
dro de la amonedación del oro desde 1818 a 1821. — La amonedación des-
ciende a 400 marcos por año en 1830 i 1831, años de esterilidad para
Chile. — Demostración del oro amonedado en Santiago desde 1822 a
1830. --Gabelas que gravan la esportacion del oro, i sus atenuaciones en
1832. — Se aumenta en este año el precio de compra de oro en la casa
do Moneda i lo vimú-i .¡.^ (ininlMiTi]if>íi. — Influencia adversa de los desea-
ÍNDICB 489
briroientos de plata de Arqueros i Chañarcillo en la producción del
oro. — *E1 libro de la Plata.» — Cálculo de la producción del oro desde
1844 a 1875. — Casos de esplotaciones ricas de oro de 1830 a 44. — El
yankee Yansen en Yaquil. — El oro en la rejion central desde Acúleo a
«Las Palmas» en el departarniento de Curicó. — «El hoyo de la Vieja»
en el San Gristóval. — Las tierras auríferas de Peñuelas en 1840-44. —
Oro chileno amonedado en el trienio de 1879-80-81, según Brieba. —
Condensación de la producción de treinta lugares diferentes en los últi-
mos tres años. — Amonedación del oro de Catapilco, de Llampaico,
de Niblinto i de Lebu. — El oro en Illapel durante el invierno de 1881,1
minas qne en ese «lepartamento existen i se trabajan. — Descubrimientos
auríferos de California, i cómo éstos redundan en daño directo de la pro-
ducción del oro en Chile. — La tereera edad del oro en California, i có-
mo esta nueva faz de la industria ha abierto nuevos horizontes a la
esplotacion del oro eel país Páj. 270
CAPITULO XI.
California i Chile
Las tres épocas de la edad aurífera de California i las dos de Chile. — Ls
época de los lavadero.", la época de las ininan, i la época de los cascajos
subterráneos. — Procedimientos hidráulicos para esplotar los últimos, e
injentes capitales invertidos en los estados norte-americanos del Pacifi-
co.— ¿E.xiste el problema de la tercera zona en Chile? — Asimilaciones
con California. — Latitudes, ejes i sistemas. — Clima, orografía, ríos, llu-
vias, secas, sucesión en la producción de los metales, etc. — California
corresponde jeográficamente a la Araucanía con mas propiedad que a Chi-
le.— Cómo sobrevino en aquel país el descubrimiento de los cascajos
auríferos después del agotamiento del oro superficial e intermedie-
Opiniones de Bowie i Whiteney.— Escesiva pobreza de los cascajos de Ca-
lifornia i pingües ganancias que dejan mediante el sistema hidráulico. —
Tres centavos por cajón. — Chile-Gulch i su prodijiosa riqueza. — Cascajos
azules. — Opinión de Mp. Shanklin.--Los rinocerontes fósiles de Chile-
Gulch i los mastodontes de las Dichas. — Fabulosas cantidades de meta-
les de oro i plata combinados. — Demostracicnes i datos hasta 1876. —
Prodijiosa amonedación de pastas en Estados Unidos. — Las principales
amonedaciones en 1875 según Soetebeer. — Aplicación del sistema hi
dráulico a Chile i sus primeros ensayos. — ¿Han sido estos ejecutados en
la misma forma i con los mismos recursos que en California? — ¿De-
ben darse por definitivos? — Opiniones de Shanklin, Holcombe i Se-
well Páj. 291
CAPITULO XIL
Los cascajos auríferos de Catapilco
El ]pr\mev prospector o cateador de los cascajos auríferos de Chile, el doctor
Burnes. — Catapilco i su fama aurífera. — Llega un emisario a Chile i
regresa el doctor Burnes a Estados Unidos en 1876. — Mr. John Flagler i
prolijos reconocimientos profesionales que ejecuta en Catapilco. — Se re-
suelve a establecer trabajos por la presión hidráuliga i regresa a Esta-
dos Unidos. — Vigoroso planteamiento inicial de las faenas. — El injenie-
ro Simpson. — La fiebre de Paraff i nuestras escursiones en 1878. — Es-
cursion a Catapilco. — La comitiva, la partida, los adioses i los aco-
modos.— «Ambrosio Lámela.» — De Viña del Mar a Concón.— La cazuela
LA E. DEL O. 62
■^><¿í
490 ÍNDICE
de Colmo. — Los gringos de Semana Santa i la aventnra del arriero de
los /-/««y/os.— Quinteros. — Pachuncaví.— La laguna de Catapilco.— Una
acojida yankee i sus brindis. — Visitas a las faenas del oro.— El Cule-
brón i el Quemado. — El cambista Román i sus tesoros.— Pedro Cruz i
Montenegro. — Una arroba de oro por semana. — Descripción de los tra-
bajos.— Los canales. — Los fin mes i los acueductos.— La revelación del
indio en el hospital de Santiago.— Risufiñas iinsioüeí;. — Caitas de Mr.
Flagler (¡ue las confirman Páj. 327
CAPITULO Xlíl.
Las quebradas do Maleara i Alvarado en la provincia
de Valparaiso
El aüu de Paraft' i la ñehve pcirajjna en 1877 — Rcnu dio que paia la última
habrían encontrado los chilenos en un refrán doméstico de don Manuel
Salas i en el diccionario de la lengua en la palabra «piedra.» — Pánico
de fines de 1877, i lo que dijo don Manuel Montt al saberla quiebra del
banco David-Thoma*. — El balance de la riqueza de Chile en 1875.^
Bienes positivos que el «engano-Paraff» produjo al pais despertándola
aficjon al oro verdadero — El trabajo ha sido siempre la tabla del
naufrajio de Chile. — Revívense todos los derroteros i leyendas anti-
guas — La laguna del Tigre en el camino de Huspallata i Ponzuelos en
Osorno. — Esciu'siones en los campos auríferos de Pedro de Valdivia. —
Organízanse no menos do siete compañíaa auríferas, i cuenta que se da
■de ellas. — Entierros i nuevas tradiciones. — Alcances \ poniüazo'^. — Los
Cristales i Cachiyuyo. — Los Talavoras i Alfonso Duque Ante-Cristo. —
El cjntajio de las cscursionos auríferas se radica en Viña del Mar.
— La compañía d j Iklalcara, i cabalgata que a ella se dirije en mayo de
1878. — El camino hasta Colmo. — El jeneral Maroto en Couca i en Con-
cón.— El canónigo de Caracas i el letrero del finado. — La noche de Col-
mo i el ascenso a la montaña de Mauco.- — El hossanna i el ¡halloic! de
las cumbres. — P]l cabo Olivos i el vaquero Cortés. — El descenso i el
descu!)ridor Molina.-— Kn el fondo de la mina i su maravilloso aspecto.
— La piedra del descubridor i su on.^aye en la Moneda. — Porqué no
nos hemos ocupado en este libro de la faz científica íjeolojica de la
cuestión del oro. — Resumen por don yVlberto Mackenna.— Los ingleses
i Ijs aboríjenes del cacique Álalcara. — Don Juan Palacios i su jiaila de
oro. — Estévan Silva, el último minero de Maleara, i su salteo. — Regreso
de la carabana de Maleara a Qulllota i a Viña del Mar.— Una visita
aurífera a la quebrada de los Alvarados, «el vallo de Andorra» de Val-
paraíso,— Los lavaderos del «Peñón» i del «Morro»— Vestijios de la
riqueza aurífera del departamento de Limache i de la provincia de Val-
paraíso Páj. 383
CAPITULO XIV.
La lejislacion del oro en Chile i su urjente reforma
Escelencia del Códiqo de Minería de 1875. — Sus principales defectos i
urjencia de su reforma. — Estudios del actual ministro de justicia señor
Vergara. — Las tarifas de las mensuras de Lebu. — El uso del agua para
el lavado de cascajos auríferos i las prohibiciones del art. 6.° del Códi-
go de Minería. — Estension escesiva de las esfaccis i pertenencias. — El
despueble i su sustitución por la patento minera. — Lejislacion criminal
in'.;í<va «obre las rainas. — El salteo del mineral del Inca en 1848. — Las
ÍNDICE 49
sociedades anónimas de minas, i precauciones minuciosas de la lejisla-
cion inglesa. — Los espositores i tratadistas modernos de la lejislacion
minera en Otile. — El mayor peligro de las compañías i minas de oro
en Chile no está en el broceo sino en el ajio i en la farsa. — Limitación
de nuestros propósitos solo al trabajo libre en la Araucanía. — El oro
de Magallanes i de Tierra del Fuego. — Datos i noticias. — Acertadas
apreciaciones de la prensa sobre la condición actual de la industria del
oro. — Los ejemplos que de la situación i de los efectos de la lejislacion
ofrece actualmente el mineral de Lebu, — Maravillosas ^ej:>a8 de oro vol-
cánico de la Montaña Negra, i su comparación con las de otras comar-
cas auríferas — Reseña de los placeres de Lebu i su estado actual. — Ven-
tajas que reportaría al país (si no a los particulares) como comunidad,
el trabajo libre de la Araucanía. — El remedio de la situación. — La li-
cencia del minero i eu primer eiemplo para lo venidero. — Conclu-
sión Páj. 426
Epílogo Páj. 452
ANEXOS.
I.
Discusión habida en el Senado con motivo de la aprobación en jeneral del
proyecto que sirve de base al presente libro, en la sesión de aquel
cuerpo correspondiente al 24 de agosto de 1881 Páj. 458
II.
El oro de la Montaña Negra i el oro de la Araucanía. — Cartas cambiadas
entre el señor F. Ovalle Olivares i el autor en setiembre de 1881, con
motivo de la discusión i aprobación en jeneral del proyecto de leí del
último sobre reforma del Código de Minas con relación al oro de la
Araucanía Páj. 416
Contestación Páj . 467
IIL
Razón del oro comprado i fundido en la casa de Moneda de Santiago du-
rante el trienio de 1879, 80, 81, con especificación de su peso, proceden-
cia i estado en que fué adquirido, según datos suministrados por la ofici-
na de ensayes de este establecimiento Páj. 470
IV.
El oro de Chile bajo su punto de vista científico, químico i jeolójico.—
Resumen escrito por don Alberto Mackenna para el presente li-
bro Páj. 476
FIN DE LA EDAD DEL ORO EN CHILE.
PLEASE DO NOT REMOVE
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UNIVERSÍTY OF TORONTO LIBRARY
TN Vicuña Ilackenna, Benjamín
í^U La edad del oro en Chile
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18S1
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