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Full text of "La lira lusitana; La señorita de aldea; De mi álbum; Articulos y poesías en gallego y castellano"

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OBRAS  COMPLETAS  DE  CURROS  ENRIQUEZ 

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Obras  completas  de  Curros  Enríquez 

La  Lira  Mim 


La  Seóorlta  íe  aldea 


Be  mi  álíoni 


irlíGQíos  9  poesías 

en  gallego  y  castellano 


Precedidas  de  un  admirable  estudio  crítico 

por  el  Excmo.  Sr.  D.  Segismundo  Moret;  seguidas  de  importantes  juicios 

acerca  de  la  labor  literaria  de  Curros  Enríquez,  por  eminentes 

literatos,  y  con  el  aditamento  de  diversas  notas, 

escritas  por  el  recopilador  de  estas  obras. 


MADRID 

LIBRERÍ/V    DE    LOS    SUC.    DE    HERNANDO 
Calle  del  Arenal,  núm.  11. 

1912 


ES  PROPIEDAD 


Imprenta  de  los  Sucesores  de  Hernando,  Quintana,  33. 


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Á    GUISA    DE    PRÓLOGO 


Eseucliaudo  el  ((Xouturiiio).  (^) 


Carta  dirigida  por  su  insigne  autor  á  D.  Manuel  Casas  Fernández, 
notable  literato  y  elocuentísimo  abogado  coruñés,  principal  orga- 
nizador de  la  velada  necrolóorica  celebrada  en  memoria  de  Curros 
Enríqiiez  en  el  Teatro  Principal  do  Coruña  la  noche  del  3  de  abril 
de  1908. 


Sr.  D.  Manuel  Casas  Fernández. — Coruña. 

Muy  señor  mío  y  de  mi  consideración:  No  me 
hubiera  atrevido  á  aceptar  la  invitación  que  se 
sirvió  usted  hacerme  el  15  de  marzo  para  asistir 
al  acto  de  conmemoración  que  Galicia  dedica  á 
su  ilustre  hijo  Curros  Enríquez,  porque  habiendo 
de  leer  en  él  sus  poesías,  sólo  los  que  conocen  á 
fondo  el  idioma  en  que  están  escritas  podrían,  sin 
mengua  de  la  belleza  que  encierran,  repetir  sus 
musicales  estrofas. 

Tiene  tales  acentos  de  dulzura  el  lenguaje  ga- 


(1)     Véanse  las  Notas  del  recopilador,  que  figuran  después  del 
índice  de  este  tomo. 


M.    CURROS    ENRIQUEZ 


llego,  me  produjo  tal  impresión  cuando  lo  escu- 
ché por  primera  vez  en  labios  de  las  paisanas  de 
Lugo,  que  sería  atrevimiento  imperdonable  el 
intento  de  leer,  por  labios  extraños  á  la  pronun- 
ciación gallega,  los  versos  de  su  más  ilustre  poeta 
contemporáneo. 

Pero  tampoco  puedo  dispensarme,  ya  que  tiene 
usted  la  bondad  de  invitarme  á  ello,  de  consagrar 
un  recuerdo  á  su  memoria  y  de  pagar,  con  algu- 
nas líneas  de  entusiasta  elogio,  la  deuda  de  grati- 
tud contraída  con  quien  me  ha  hecho  sentir  en 
sus  versos  la  honda  melancolía  que  en  su  alma 
.  de  poeta  producía  la  contemplación  de  las  mise- 
rias humanas. 

Tuve  yo  noticia  por  primera  vez  de  sus  obras, 
en  el  Incio.  Analizaba  Benito  Quiroga  la  psicolo- 
gía gallega,  y  atribuyendo  á  la  tranquila  belleza 
de  sus  valles  y  al  color  brumoso  de  su  cielo  la 
melancolía  que  refleja  el  carácter  de  sus  habitan- 
tes, nos  daba  como  prueba  de  sus  asertos  el  sello 
especial  de  la  poesía  gallega.  Alguien  citaba  los 
cantares  de  Rosalía  de  Castro,  cuando  uno  de 
sus  hijos  trajo  el  volumen  titulado  Aires  d'a  miña 
térra.  Tener  el  libro  y  empezar  á  hojearlo  fué 
todo  uno. 

La  casualidad  hizo  que  nos  fijáramos  en  el 
<Isouturnio». 

Era  el  anochecer,  y  la  hora  y  el  paisaje  algo 
agreste  de  aquel  valle  parecían  responder  á  la 
primera  estrofa  en  que  la  mano  maestra  del  poeta 
traza  en  cuatro  versos  un  admirable  cuadro  de 
paz  y  de  reposo:  i 


Á    GUISA    DE    PRÓLOGO 


D'a  aldea  lexana  fumegan  as  tellas; 
Detrás  d'os  petoutos  vay  póndos'6  sol; 
Retornan  pr'os  eidos  co'a  noite  as  ovellas 
Triscando  n'as  veiras  o  céspede  mol. 

Poro  esos  cuatro  versos  que  ponen  calma  en  el 
espíritu  y  bienestar  en  el  alma,  preceden  á  otros 
cuatro  que  con  rudo  contraste  evocan  la  ligura 
del  dolor  encarnada  en  un  anciano  que  trabajo- 
samente sube  la  cuesta  del  monte  : 

Un  vello,  arrimado  n'un  pau  de  sanguino, 
O  monte  atravesa  de  carN)  pifiar.' 
Vay  canso;  unlia  pedra  topou  n'ó  camifio 
E  n'ela  sentouse  pr'a  folgos  tomar. 

Y  apenas  esbozado  así  el  protagonista,  surge 
la  nota  característica  de  la  poesía,  la  voz  de  la 
Naturaleza,  que  responde  indiferente  á  la  angus- 
tia de  los  mortales: 

—  ¡Ay!  —  dixo  — iqué  triste, 
Qué  triste  eu  estoul  — 
Y  un  sapo  qu'o  oía 
Repuxo:  — ¡Cro,  ero! 

Queda  un  momento  suspenso  el  ánimo,  presin- 
tiendo el  obscuro  drama  que  el  poeta  prepara  y 
que  aparece  en  las  dos  siguientes  estrofas,  sínte- 
sis desgarradora  de  la  justicia  humana,  que  el 
pobre  anciano  refiere  en  términos  familiares  á 
los  paisanos  de  Galicia.  ¡Cuántos  las  recordarán 
al  oir  sonar  la  campana  de  la  torre! 

¡As  ánemas  tocan!...  Tal  noite  com'esta 
Queimóusem'a  casa,  morreum'a  muiler. 


M.    CURROS    ENRIQUEZ 


Ardeum'a  xugada  n^a  corte  y-a  besta, 
"N'a  térra  a  sementé  botous'a  perder. 

Vendín  pr'os  trabucos  vacelos  e  hortas 
E  vou  pol-o  mundo  d'eníón  á  pedir; 
Mais  cando  non  topo  pechadal-as  portas, 
Os  cans  sáyenm'elas  e  fanme  fuxir. 

¡Pobre  criatura!  Cuál  se  encoge  el  corazón  j 
se  cierra  la  garganta  ante  su  cruel  abandono.  Él 
llora.  ¿Quién  le  oirá?  Ningún  ser  humano  le 
tiende  la  mano,  pero  en  medio  del  silencio  suena 
la  voz  misteriosa  de  la  Naturaleza,  que  le  habla 
el  lenguaje  de  lo  infinito,  y  al  oiría  el  caminante 
parece  entenderlo  y  le  dice: 

—  Canta,  sapo,  canta: 
7'i  y-eu  ¡somos  dousl  — 
Y-6  sapo  choroso 
Cantaba:  — ¡Cro,  ero! 

A  cuya  respuesta,  para  todos,  menos  para  él, 
ininteligible,  desborda  la  amargura  de  aquel 
corazón  herido,  y  comparándose  con  el  mísero 
ser  que  suspira  en  la  obscuridad,  solloza  estas 
palabras: 

Soliños  estamos  entrambos  n'a  térra, 
Mais  n'ela  un  buraco  ti  alcontras  y-eu  non; 
A  ti  non  te  morden  os  ventos  d'a  serra 
Y  a  min  as  entrañas  y-os  osos  me  ron. 

Ti,  nado  n'os  montes,  n'os  montes  esperas, 
.  De  cote  cantando,  teu  térmeno  ver; 
Eu,  nado  entr'os  liomes,  dormendo  entr'as  feras^ 
E  morte  non  haclio,  si  quero  morrer. 


Á    GUÍSA    DE    PRÓLOGO 


Y  mientras  estas  palabras  que  parecen  lágri- 
mas caen  de  sus  labios,  la  campana  de  la  vieja 
torre  lanza  al  aire  su  melancólico  tañido,  cuya 
vibración  despierta  en  el  alma  la  idea  de  un  ser 
supremo  que  allá  en  la  noche,  en  la  obscuridad 
y  en  la  desgracia,  nos  habla  de  algo  que  nuestro 
espíritu  ignora,  pero  que  presiente  como  su 
única  redención.  Y  entonces,  el  alma  dolorida 
exclama  aquellos  dos  versos  en  los  cuales  la 
amargura  se  confunde  con  la  desesperación: 

—  Xa  tocan...  ; Recemos, 
Qae  dicen  qu'liay  Diosl 

Exclamación  que  el  poeta  recoge  diciendo: 

Kl  reza,  y-6  sapo 
Cantaba:  — ¡Cro,  crol 

Pero  esto  no  basta.  Faltaba  algo  en  ese  cuadro 
de  suprema  tristeza;  faltaba  el  desenlace  del  dra- 
ma. Era  precisa  la  nota  que  enlazase  la  primera 
estrofa  con  las  demás  y  viniese  á  resumir  el  poe- 
ma de  lágrimas  y  angustias: 

A  noite  cerraba,  y-o  rayo  d'a-lua 
N'as  lívidas  cumes  comenza  á  brillar; 
Curisco  que  toUe  n'os  albores  brua 
Y-escóitase  ó  lexos  é  lobo  ouvear. 

O  probé  d'o  vello,  c'os  anos  cangado, 
Ergueuse  d'a  pedra  y-ó  pau  recadou; 
Virou  par'os  ceos  ó  puño  pechado 
E  car'os  touzales  rosmando  niarchou... 


10  M.    CURROS   ENRÍQUEZ 


Y  así  desaparece  la  visión  entristecida.  Aquella 
silueta  del  mendigo  errante  parece  la  síntesis  de 
la  existencia  humana.  El  cuadro  en  que  se  des- 
taca el  cantar  melancólico  del  sapo,  la  infinita 
tristeza  de  la  versificación,  son  una  página  de 
sublime  pesimismo  que  sólo  encuentra  seme- 
jante en  el  Eisorgimento  de  Leopardi.  La  inspi- 
ración inimitable  de  Curros  Enriquez  supo  agru- 
par magistralmente  los  elementos  todos  de  la 
existencia.  La  Naturaleza  que  vive,  sonríe  y  dura; 
€l  ser  humano  que  sufre,  marcha  y  desaparece 
<en  la  noche,  y  el  destino  fatal  que  enlaza  ambos 
términos,  y  que  Curros  Enriquez  resume  en  la 
última  estrofa: 

C'os  olios  seguindo-o 
ISÍ'a  escura  extensión, 
O  sapo  quedouse 
Cantando:  —/Cro,  ero/ 

El  gran  Quintana,  en  una  inspiración  seme- 
jante, lanza  al  espacio  su  vigoroso  acento,  y  ele- 
vándose sobre  la  miseria  humana  exclama: 

Y  el  mundo  en  tanto  sin  cesar  navega 
Por  el  giélago  inmenso  del  vacio. 

Curros  Enriquez  dice  eso  mismo  á  sus  olvida- 
dos tristes  paisanos,  pero  se  lo  dice  en  el  único 
lenguaje  en  que  pueden  entenderle,  en  su  forma 
especial,  inimitable,  poética.  Porque  nadie  que 
haya  leído  esta  poesía,  pensando  y  revolviendo 
en  su  memoria  sucesos  y  momentos  que  se  ase- 
mejan á  los  dolores  del  viejo  y  desgraciado  cami- 


Á    GUISA.    DE    PRÓLOGO  1  I 


liante,  dejará  de  repetir,  humedecidos  sus  ojos  y 
temblorosa  la  voz,  aquella  desgarradora  frase  del 
^Nocturno»: 

Xa  tocan...  ;Recemos, 
Que  dicen  qu'liay  Dios! 

Y  aquí  termino.  Leer  en  alta  voz  el  «Nocturno» 
ante  un  auditorio  que  lo  sienta  y  lo  comprenda, 
debe  ser  fruición  inmensa  reservada  á  los  que 
conociendo  ese  idioma  y  esa  tierra  puedan,  al 
hacerlo,  identificarse  con  el  alma  de  Curros  En- 
ríquez;  pero  ya  que  me  está  vedada  esa  fortuna, 
espero  que  si  estas  líneas  llegan  al  auditorio 
reunido  para  honrar  su  memoria,  sean  miradas 
como  modesta  rama  de  roble  que  deposita  sobré 
su  féretro  quien  queda  de  ustedes  atento  seguro 
servidor  q.  b.  s.  m., 

Segismundo  Moret. 

Madrid,  29  de  marzo  de  1908. 

* 


La  poesía  «Nouturnio»  —  una  de  las  más  bellas  que  produjo  el 
maravilloso  numen  de  Curros  Enríquez— forma  parte  del  tomo  I  de 
estas  obras  completas,  y  figura  entre  las  composiciones  de  Aires  d'a 
miña  térra. 

Después  del  magnífico  estudio  que  acerca  de  «Nouturnio»  lia 
escrito  la  galana  pluma  del  Sr.  Moret  y  que  saborearán  con  deleite 
nuestros  lectores,  fuera  complemento  precioso  el  poder  traducir 
en  verso  castellano  las  estrofas  escritas  por  su  autor  en  el  dulce  y 
armonioso  dialecto  gallego.  Un  muy  querido  amigo  nuestro,  el  ilus- 
tre escritor  y  catedrático  del  Instituto  de  La  Coruña,  D.  Leopoldo 
Pedreira,  nos  envió  lia  meses  una  notable  traducción  hecha  por 
dicho  señor  y  publicada  en  un  periódico  de  la  ciudad  herculina  á 
raíz  del  fallecimiento  de  Curros  Enríquez.  Aquellas  cuartillas  sufrie- 


12  M.    CURROS    ENRÍQUEZ 


ron  extravío,  y  corao  no  queremos  qne  nuestras  manos  pecadoras 
Ijrofanen  los  versos  del  poeta,  á  continuación  trasladamos  á  prosa, 
vil  el  asunto  de  la  hermosa  poesía,  sin  otro  ánimo  que  el  de  que 
nuestros  lectores  tengan  no  más  que  una  idea  aproximada  de  cuan- 
tas bellezas  atesoran  aquellos  versos  del  fenecido  vate  orensano. 


Nocturno. 

En  la  aldea  lejana  humean  las  tejas  de  sus  ca- 
seríos; por  sobre  los  picachos  va  ocultándose  el 
sol;  vuelven  hacia  el  ejido  los  rebaños  de  ovejas,, 
ya  con  noche,  triscando  en  las  verdes  hileras  el 
césped  en  flor.  Un  anciano  misérrimo  que  apoya 
su  decrépito  cuerpo  en  un  palo  de  chopo,  atra- 
viesa el  monte  con  rumbo  al  pinar.  Va  cansado, 
y  al  hallar  una  piedra  en  su  camino,  siéntase  en 
ella  para  tomar  aliento. 

Tocan  las  campanas  en  la  vecina  iglesia  á  áni- 
mas, y  el  desdichado  exclama  con  tristeza:  «Tal 
noche  como  esta  ardió  mi  casa,  perdí  á  mi  compa- 
ñera, quemóse  el  establo,  y  la  simiente,  próxima 
á  dar  fruto,  perdióse  también.  Vendí  para  el  Fisco 
mis  ganados,  mis  huertos...  ¡De  entonces,  vago 
por  el  mundo  implorando  la  caridad  de  las  gen- 
tes, y  cuando  las  puertas  no  hallo  cerradas,  lá- 
dranme  los  canes  y  me  obligan  á  huir!» 

En  esto,  cuando  la  angustia  del  pobre  viejo  es 
mayor,  percíbese  en  cercana  charca  el  canto  de 
un  sapo,  y  el  anciano  dice:  «¡Canta,  sapo,  canta; 
tú  y  yo  somos  dos!»  El  sapo  lloroso  parece  decir 
con  su  ¡ero,  crol:  Tienes  razón;  somos  dos  desgra- 
ciados. 


Á    GUISA    DE    PRÓLOGO  13 


Y  repite  el  viejo:  «Ambos  somos  huérfanos  en 
la  tierra;  pero  tú,  más  afortunado,  encuentras  un 
albergue  que  á  mí  se  me  niega;  á  ti  no  te  apuña- 
lan los  vientos  de  la  sierra;  á  mí  me  roen  las  en- 
trañas y  los  huesos.  Tú,  nacido  en  los  montes,  en 
los  montes  esperas,  cantando,  el  fin  de  tu  vida; 
yo,  nacido  del  hombre,  duermo  entre  las  fieras, 
y  la  muerte  no  acude  á  mis  repetidos  llama- 
mientos... Ya  tocan...  ¡Recemos...,  que  dicen  que 
hay  Dios!...^  Y  el  viejo  reza  y  el  sapo  repite: 
;Cro,  ero! 

Por  fin  cierra  la  noche,  noche  hosca  y  fría;  un 
rayo  de  luna  comienza  á  brillar  en  las  lívidas 
cumbres;  un  viento  helador  azota  las  ramas,  y  en 
la  lejanía  se  escucha  el  incesante  aullar  de  los 
lobos.  El  viejo,  encorvado  por  el  peso  de  los 
años  y  de  los  infortunios,  levántase  de  su  asien- 
to, coge  el  palo,  dirige  al  alto  el  sarmentoso  puño 
cerrado  con  rabia,  y  gruñendo,  maldiciendo  de 
su  suerte,  aléjase  hacia  la  espesura.  El  sapo,  que 
parece  seguir  con  los  ojos  la  silueta  del  anciano 
en  la  obscura  extensión,  queda  cantando  ¡crOy 
eró!,  como  si  dijera:  ¡Efectivamente,  soy  más 
feliz  que  tú!  ¡Que  Dios  te  acompañe,  miserable 
viejo! 


LA  LIRA  LUSITANA  ^'^ 

POEMAS  PORTUGUESES 
ORIGINALES   DE   LOS   MEJORES   VATES   CONTEMPORÁNEOS 


(2)      Véanse  las  Notas  del  recopilador^  que  figuran  después  del 
índice  de  este  tomo. 


I  I  I  I  I  I  I  I  I m  i  I  I  I  I  I  I  I  I  I  I  i  I  I  I  II  I  I  I  11  I  lili  I  I  g.i  11  I  I  7XL¿ 


PROLOGO 


La  literatura  portuguesa  alcanza  tan  extraordi- 
nario y  floreciente  desarrollo  en  nuestros  días, 
que  su  preterición  á  otras,  con  más  ó  menos  for- 
tuna divulgadas,  no  se  explicaría  ciertamente  en 
nuestro  país  sin  inferir  á  la  nación  hermana  una 
gravísima  ofensa. 

Apenas  se  comprende  cómo  siendo  España  y 
Portugal  de  un  mismo  origen;  siendo  tal  la  iden- 
tidad de  sus  razas;  teniendo  ambas  casi  una  mis- 
mo lengua  y  una  misma  historia;  uniéndolas  unos 
mismos  recuerdos  del  pasado  y  unas  mismas 
esperanzas  para  lo  porvenir;  ligadas  en  lo  moral 
por  los  mismos  lazos  y  en  lo  físico  por  los  mis- 
mos continentes,  no  han  logrado  todavía  fundir 
€n  una  sus  literaturas,  viviendo,  por  el  contrario, 
los  dos  pueblos  gemelos  identificados  en  todo 
menos  en  la  santa  comunión  del  pensamiento. 

Convengamos,  sin  embargo,  en  que  no  es  á 
Portugal  á  quien  más  debe  reprocharse  esa  infe- 
cunda obstinación  en  un  absurdo  individualismo 
literario.  Con  tan  buenos  historiadores,  con  tan 
buenos  novelistas,  con  tan  buenos  poetas  como 


18  M.    CURROS   ENRÍQUFZ 


nosotros,  la  patria  de  Herculano,  de  Almeida  Ga- 
rrct  y  de  Ega  de  Queiroz,  traduce  á  nuestros 
poetas,  á  nuestros  novelistas  y  á  nuestros  histo- 
riadores; acude  á  sus  teatros  á  escuchar  las  crea- 
ciones de  nuestros  dramaturgos  y  lee  arrebatado 
de  entusiasmo,  de  ese  entusiasmo  que  nosotros, 
hombres  serios,  no  sentimos  ya  por  nada  ni  por 
nadie,  la  prodigiosa  palabra  de  nuestros  incom- 
parables oradores. 

Si  responde  ó  no  España  á  la  honra  que  así  se 
le  dispensa,  no  hay  para  qué  decirlo:  España  no 
se  toma  el  trabajo  de  traducir  del  portugués;  si 
acaso,  plagia;  lo  cual  no  es  obstáculo  para  que, 
cuando  á  veces  la  hiere  el  recuerdo  de  sus  pasa- 
das grandezas  j  medita  en  el  papel  importantí- 
simo que  aun  podría  desempeñar  en  el  concierto 
de  las  naciones  de  Europa,  á  serle  dado  presen- 
tarse en  él  cogida  del  brazo  de  Portugal,  exclame 
con  la  copa  de  Champagne  en  la  mano  y  hacien- 
do alarde  de  esa  prodigiosa  originalidad  que  la 
distingue: 

Le  monde,  en  s^ccíairant,  s'óldüe  a  Vunité; 
Je  suts  concitofjen  de  tout  honinie  qui  pense. 

Empero,  abrigar  determinados  ideales  de  re- 
sultados prácticos  para  lo  venidero,  y  no  traba- 
jar por  ellos;  hablar  de  la  conveniencia  de  estre- 
char las  relaciones  sociales  y  políticas  entre  los 
pueblos,  y  no  importarnos  nada  sus  adelantos  ni 
sus  hombres  eminentes;  brindar  en  un  banque- 
te por  la  unión  y  prosperidad  de  las  naciones,  y 


PRÓLOGO  10 


olvidarnos  de  si  existen  en  el  mapa,  apenas  so 
disipan  los  últimos  vapores  de  la  orgía,  parece- 
nos  profundamente  lastimoso,  mirado  de  lejos; 
mirado  de  cerca,  parécenos  infame. 

Demostrar  cuánto  hay  de  criminal  en  el  olvido 
en  que  tenemos  la  literatura  de  nuestros  vecinos, 
y  el  contrasentido  que  resulta  de  la  coexistencia 
de  ese  olvido  con  determinadas  aspiraciones,  no 
sin  causa  por  aquéllos  condenadas,  es  el  objeto 
que  nos  proponemos  al  decidirnos  á  dar  á  la 
prensa  este  pequeño  trabajo. 

Nuestra  tarea,  hoy  por  hoy,  no  representa  más 
que  el  producto  de  una  rápida  ojeada  sobre  la 
poesía  portuguesa  contemporánea. 

La  poesía  lírica  portuguesa  cuenta  en  la  actua- 
lidad con  dos  cultivadores  eminentes:  Teófllo 
Braga  y  Guerra  Junqueiro. 

De  poderosa  inteligencia  ambos,  al  par  que  de 
fecunda  y  rica  imaginación,  quizá  no  haya  un 
solo  país  en  Europa  y  América  donde  sus  obras 
no  sean  conocidas,  excepción  hecha  del  nuestro. 
Glorias  las  más  legítimas  de  que  puede  envane- 
cerse en  nuestros  días  el  pueblo  de  allende  el 
Miño,  el  primero  debe  su  reputación,  entre  otros, 
á  los  magníficos  libros  La  visión  de  los  tiempos. 
Tempestades  sonoras  y  Torrentes,  y  el  segundo  al 
notabilísimo  poema,  escrito  á  los  veintidós  años, 
La  muertfi  de  Don  Juan;  siendo  el  uno  jefe  reco- 
nocido de  lo  que  pudiéramos  llamar  escuela  his- 
tórica, y  el  otro  fundador  de  esa  poesía  extraña^ 
original,  exuberante  de  belleza  y  gracia,  que  ar- 
moniza en  brillantísima  síntesis  el  clásico  natu- 


20  M.    CURROS    ENRÍQÜEZ 


ralismo  y  el  idealismo  no  romántico,  polos  inque- 
brantables del  Arte. 

Seis  poemas  tan  sólo  nos  es  dado  ofrecer  en 
esta  colección.  De  los  tres  primeros  nada  tene- 
mos que  decir:  la  sencillez  de  sus  asuntos  exclu- 
ye toda  explicación  que  tienda  á  producir  en  el 
ánimo  de  los  amantes  de  lo  bello  el  efecto  emo- 
cional que,  á  despecho  de  las  imperfecciones  de 
la  traducción,  es  inseparable  de  las  verdaderas 
obras  de  arte. 

No  para  buscar  ese  efecto  precisamente,  sino 
para  mejor  inteligencia  de  los  tres  poemas  res- 
tantes, conviene  advertir  que  «La  sombra  del 
Profeta»,  donde  se  cantan  los  amores  de  los  án- 
geles, ya  elocuentemente  cantados  por  Tomás 
Moore  en  sus  leyendas  preadamíticas,  está  inspi- 
rado, según  el  autor  hace  observar  oportuna- 
mente, en  el  libro  de  Enoch,  capítulos  7  al  17,  y 
en  el  Génesis,  capítulo  4,  v.  1.  Quien  haya  leído 
esos  libros,  recordará  los  nombres  de  los  ángeles 
que  se  olvidan  del  paraíso  por  el  amor  de  las 
hijas  de  los  hombres. 

El  «Fin  de  Satanás»  es  una  bella  apología  de 
la  misericordia  de  Dios  en  el  día  del  Juicio,  que 
recuerda  en  lo  atrevido  de  la  idea  una  de  las  más 
originales  obras  de  Juan  Pablo  Richter.  Por  úl- 
timo, la  «Infancia  de  Homero»  completa  el  pen- 
samiento de  la  «Vejez  de  Homero»,  poema  del 
mismo  autor,  que  no  hemos  podido  proporcio- 
narnos. Esto  no  obstante,  no  hemos  querido  ex  - 
cusamos  de  traducir  ese  fragmento,  que  como 
tal  publicamos,  en  gracia  al  indisputable  mórito 


PRÓLOGO  21 


que  encierra.  En  este  trozo  se  describe  una  sere- 
na y  apacible  noche  en  el  archipiélago  griego. 
El  rumor  de  las  brisas  y  de  los  mares  y  el  zum- 
bido de  los  insectos  confúndense  en  un  coro  in- 
menso hablando  del  poeta  ciego,  del  sublime 
Aeda.  Los  ríos  dicen:  Le  hemos  visto  nacer;  nos- 
otros ahogamos  sus  primeros  vagidos.  Las  ciga- 
rras cantan:  Nosotras  hemos  arrullado  su  sueño, 
poblado  de  encantadoras  imágenes.  Las  brisas 
murmuran:  Nosotras  hemos  llevado  en  nuestras 
alas  sus  estrofas.  Los  mares:  Le  hemos  transpor- 
tado de  isla  en  isla.  Las  islas:  Le  hemos  recogido 
cuando  andaba  errante  y  le  hemos  alzado  altares 
donde  se  le  rinda  perdurable  culto.  La  voz  del 
Vesubio,  simbolizando  la  voz  de  Vico,  filósofo 
napolitano  que  negó  la  existencia  del  poeta,  inte- 
rrumpe el  general  concierto,  gritando:  ¡Homero 
no  existió!  Pero  los  ríos,  los  mares  y  las  islas  con- 
tinúan: Le  hemos  visto,  le  hemos  oído,  le  ama- 
mos, le  sentimos  en  nosotros,  porque  él  es  el 
alma  de  la  Grecia  antigua. 

Tales  son  las  poesías  cuya  traducción  ofrece- 
mos, traducción  libre,  en  verdad,  pero  no  tanto 
que  hayamos  prescindido  en  ella,  tal  vez  con  exa- 
gerada escrupulosidad,  de  detalles  de  fondo  y 
forma  que  hemos  considerado  necesarios.  Á  pe- 
sar de  eso,  es  posible  que  se  resienta  nuestro 
trabajo  de  muchos  defectos;  pero  traducir  bien  y 
en  verso  es  difícil.  Ningún  vaciado  responde  tan 
perfectamente  al  molde,  que  no  deje  algo  que 
hacer  á  la  lima. 

Una  traducción  es  un  cambio  de  moneda.  Al 


22  M.    CURROS    ENRÍQUEZ 


traducir  á  una  lengua,  como  al  penetrar  en  una 
nación,  no  debe  exigírsenos  la  del  país  de  donde 
procedemos,  sino  una  equivalente.  En  este  cam- 
bio sólo  hay  de  sensible  que  tengamos  que  ofre- 
cer en  cobre  lo  que  nos  dan  en  oro. 

El  Traductor. 


iliH'JM  I  I  I  I  I  I  I  ti  i""l,:l>'g'8i'|:i|l'l''IJL:|i;|:iii|||.|!Hi:|!.|!iii,aM!j''ii||''»Hliil-iil!.li:l:l  I  i  i  3  3  r 


LA  LIRA  LUSITANA 


GUERRA  JÜNOUEIRO 

Tragedia  infantil. —  Lealtad. —  El    Mirlo. 

TRAGEDIA  INFANTIL 

I 

Ella. 

Son  dos  hermanitos  :  ella, 
De  cuatro  años  solamente, 
Es  como  un  ángel  de  bella 

Y  de  una  gracia  esplendente. 

Su  cuerpo,  que  diera  á  Fidias 
Tormento,  en  lo  esbelto  y  breve, 
Es  dulce  cual  las  orquidias, 

Y  cual  la  palmera  leve. 

Producir  un  cuerpo  tal, 
Con  tal  encanto  y  primor. 
Sólo  al  cincel  inmortal 
Le  fuera  dado  de  Amor. 


24  M.    CURROS    ENRI'qUEZ 


Tomándola,  ciega  y  loca, 
Por  una  rosa  bermeja, 
Mieles  buscando,  en  su  boca 
Vino  á  posarse  una  abeja. 

Sus  grandes  ojos  rasgados 
Con  limpidez  infantil, 
Fueron  del  azul  formados 
De  las  mañanas  de  abril. 

Tras  ansia,  una  vez,  prolija, 
Pero  con  toda  ventura, 
Nacióle  á  Bebé  una  hija 
Ya  casi  de  su  estatura. 

Lleváronla  á  bautizar 

Y  hubo  alegría  ruidosa: 
Un  banco  sirvió  de  altar. 
Sirvió  de  hisopo  una  rosa. 

Bebé,  con  mimo  divino, 
Concurrió  al  templo  en  su  afán; 
Su  hermano  hizo  de  padrino, 
De  cura  y  de  sacristán. 

Mimí  le  han  puesto  por  nombre, 

Y  á  f e  que  es  nombre  escogido, 
Pues  no  nació  mujer  ni  hombre 
Con  quien  tenga  parecido. 

Muñeca  más  desdichada 
No  se  ha  visto  ni  se  ve: 


LA    LIRA    LUSITANA 


¡Fué  de  trapo  fabricada 
En  el  taller  de  Bebé! 

No  tiene  piernas,  ni  brazos, 
Ni  garganta  la  infeliz. 
Su  faz  ostenta  unos  trazos 
Con  ínfulas  de  nariz. 

Sus  bellos  rizos  dorados 
Son  de  pelo  de  baúl, 

Y  sus  ojos,  espantados, 
Uno  negro  y  otro  azul. 

¿Qué  importa?  Mal  que  le  cuadre, 
Bebé  adora  á  su  Mimí; 
La  halla  lindísima...  Es  madre, 

Y  las  madres  son  así. 

¡Santa  ilusióíi!  Para  ella, 
Qae  la  alimenta  á  su  seno, 
No  hay  una  joven  más  bella, 
Nada  tan  perfecto  y  bueno. 

¡Qué  bien  le  está  aquella  cinta! 
La  boca  vale  un  tesoro; 
Los  ojos,  mancha  de  tinta. 
Son  dos  estrellitas  de  oro. 

Ella  misma  lo  confiesa  : 
Es  Mimí  lo  que  más  ama. 
Comen  á  la  misma  mesa, 
Duermen  en  la  misma  cama. 


26  M.    CURROS    ENRÍQUEZ 


Cuando  enferma  Mimí  estuvo, 
Ella  en  cuidarla  se  esmera, 

Y  nunca  una  reina  tuvo 

Más  solícita  enfermera. 

« 

¡Y  qué  ternura  exquisita, 
Qué  gesto  tan  singular, 
Si  la  pócima  prescrita 
Era  mala  de  tomar! 

Bebé  entonces  la  llamaba, 
El  remedio  la  ofrecía, 

Y  por  ver  si  la  engañaba  : 
«¡Ay,  qué  rico!...  >,  le  decía. 

La  enferma  es  impertinente 
Á  veces;  dice  pecados; 
Se  enrabisca;  no  consiente 
En  tener  los  pies  tapados... 

Bebé,  con  mil  sutilezas, 
Cuéntala  cuentos  de  hadas, 
Donde  hay  reyes  y  princesas, 
Donde  hay  moras  encantadas. 

Y  á  poco,  en  lazos  amantes, 
Bebé  y  su  niña  llorosa, 
Sueñan  con  genios,  diamantes, 

Y  caramelos  de  rosa. 


LV    LIRA    LUSITANA. 


II 


El. 

Cuenta  tres  años  el  niño, 

Y  no  hay  nada  más  hermoso 
Que  su  altivez  y  su  aliño 

Y  aquel  andar  orgulloso. 

Cuando  sale  con  su  hermana, 
Cual  si  llevara  una  flor  : 
Ella,  la  tímida  y  vana; 
Él,  el  fuerte,  el  protector. 

Ella  le  habla  de  amor  llena 

Y  él  la  mira  con  ternura: 
Parecen  Paris  v  Elena, 
Por  supuesto,  en  miniatura. 

Tiene  él  en  su  erguido  busto 
Tonos  que  del  lino  son; 
Es  rubio,  alegre  y  robusto, 
Como  cachorro  león. 

Nadie  á  travieso  le  iguala; 
Nada  para  en  torno  á  sí. 
Su  risa  parece  el  ala 
Ardiente  de  un  colibrí. 


28  M.    CURROS    ENRÍQUEZ 

Es  el  vir  trabajador 
Que  ora  destruye,  ora  crea, 
Hecho  de  crueldad  y  amor, 
De  voluntad  y  de  idea. 

Dase  á  perseguir  babosas 
Eq  sus  impulsos  bravios; 
Hojas  arranca  á  las  rosas 

Y  hace  con  ellas  navios. 

Si  acaso  nadando  observa 
En  el  estanque  profundo 
Un  palo,  un  trapo,  una  hierba, 
En  fin,  una  isla,  un  mundo. 

Sobre  él,  terrible  almirante^ 
Lánzase  sin  más  consejos. 
Con  una  flota  brillante 
De  dos  periódicos  viejos. 

Detesta  oficios  sencillos, 
Ama  empresas  peligrosas. 
Es  un  Atila  de  grillos, 
Un  Nemrod  de  mariposas. 

Guarda  en  dos  cofres  estrechos 
Un  magnífico  rebaño 

Y  un  grande  ejército,  hechos 
De  media  libra  de  estaño. 

Cuando  lo  forma  en  batalla. 
En  menos  que  canta  un  cuco 


LA    LIRA    LUSITANA  29 


Derriban  una  muralla 
Sus  cañones  de  saúco. 

Las  fortalezas  modernas 
Ruedan  por  allí  en  pedazos; 
Quedan  jinetes  sin  piernas 

Y  granaderos  sin  brazos. 

Y  sobre  el  campo  candente, 
El,  el  héroe  imperturbable. 
Galopa  soberbiamente 
Sobre  una  escoba  indomable. 

Después,  harto  ya  de  guerra, 
Deja  su  ros  de  soldado, 

Y  labra  y  siembra  la  tierra 
Dentro  de  un  palmo  cuadrado. 


in 

Los  dos. 

Una  vez,  todo  anhelante. 
Andaba  por  el  jardin, 
Ruidoso  como  un  gigante 
Y  alegre  como  un  clarín, 

Tratando  de  edificar, 
Bajo  floridas  cortinas, 
Una  Roma  secular 
Sobre  sus  siete  colinas. 


30  M.    CURROS   ENRÍQUEZ 


Con  lodo  de  un  charco  inmundo 

Y  mimbres  de  los  juncales, 
Eleva  al  azul  profundo 
Rotondas  y  catedrales. 

No  encuentra  su  instinto  vago 
Dificultad  que  le  amosque. 
Con  una  concha  hace  un  lago, 

Y  con  tres  hierbas  un  bosque. 

Por  donde  el  reptil  su  baba, 
Tiende  él  la  locomotora; 

Y  cae  de  su  frente  lava, 
Cual  rocío  de  la  aurora. 

Alza  palacios,  bazares; 
Siembra  campos,  coge  frutos, 
Construye  templos  y  altares 
En  menos  de  dos  minutos. 

Y  si  no  inventa,  aniquila; 
Es  arquitecto  y  guerrero; 
Mirada  de  héroe  tranquila 

Y  manos  de  carbonero. 

Profesa  un  odio  horroroso 
A  las  hormigas  crueles. 
A  Rhodas  quita  el  coloso, 

Y  á  Nínive  los  vergeles. 

Lanza,  con  intrepidez. 
Del  Ossa  encima  el  Pellón. 


LA    LIRA    LUSITANA  31 


Es  un  carro  cualquier  nuez, 

Y  cualquier  mosca  un  trotón. 

Siempre  que  en  su  mente  apunta 
Un  proyecto,  no  desmaya; 
Dadle  un  palo  y,  aun  sin  punta, 
Perforará  el  Himalaya. 

Con  una  valla  cercó 
Los  cuadros  de  las  simientes, 

Y  un  arado  construyó 

Con  tres  palillos  de  dientes. 

En  su  mirar,  que  gobierna, 
Brillan  fulgores  de  espadas. 
Suéltenle  la  hidra  de  Lerna: 
¡La  matará  á  dentelladas! 

Con  todas  las  cualidades 
De  una  hacendosa  mujer, 
Mientras  el  niño  ciudades, 
Hace  Bebé  de  comer. 

Mimí  en  un  sueño  ligero 
Dormita...  De  cuando  en  cuando, 
Su  madre  espuma  el  puchero 

Y  va  á  arrullarla  cantando. 

Torna  el  guiso  á  revolver, 
Ve  si  tiene  sal  bastante, 

Y  poniéndose  á  coser 
Con  aire  alegre  y  radiante. 


32  M.    CURROS    ENRÍQUEZ 


Mientras  su  niña  hechicera 
Duerme  en  un  sueño  florido, 
Con  ilusoria  tijera 
Corta  ilusorio  vestido. 

Mas  ya  es  hora;  el  pequeñuelo 
Debe  ya  de  andar  cansado 
De  tanto  creador  anhelo 
y  tanto  esfuerzo  gastado. 

Con  lloros,  Mimí,  incesantes 
Va  á  despertar,  de  horror  presa; 
Es  necesario  cuanto  antes 
Poner  la  sopa  en  la  mesa. 

¡Ved  cómo  el  servicio  brilla! 
¡Qué  Trimalción  infantil! 
La  marca  de  la  vajilla 
Tiene  la  firma  de  abril. 

Jamás  loza  tan  preciosa 
Vio  mesas  de  embajadores: 
Los  platos,  hojas  de  rosa; 
Las  copas,  urnas  de  flores. 

Hay  allí  el  lujo  extremado 
De  una  saturnal  pacana: 
Para  cada  convidado... 
Dos  pepitas  de  manzana. 


LA    LIRA    LUSITANA  33 


IV 


El  crimen, 


En  tanto,  el  pequeño,  ardiendo 
Cual  bajo  un  sol  tropical, 
No  se  da  paz,  persiguiendo 
Un  proyecto  colosal. 

Sobre  una  roca  improvisa 
Una  torre  atrincherada, 
Más  baja  que  la  de  Pisa, 
Pero  harto  más  inclinada. 

Para  su  coronamiento 
Fáltanle,  empero,  banderas 
Que  agite  furioso  el  viento 
Al  son  de  marchas  guerreras. 

Búscalas  con  frenesí 
Por  una  y  por  otra  parte: 
«¿Y  el  vestido  de  Mimi?... 
¡Que  magnífico  estandarte! 

Mas  si  lo  nota  Bebé, 
Que  es  lo  que  hay  de  más  lloroso.. 
¡Bah,  no  importa!»  Y,  pie  tras  pie, 
€omo  un  ladrón,  cauteloso, 


34  M.    CURROS   ENRÍQUEZ 


Se  acerca  al  lecho  de  amor 
Do  yace  Mimí  tranquila; 
Quiere  volverse...  jValor! 
Sus  piernas  tiemblan...,  vacila. 

Bien  se  le  alcanza  al  malvado 
Que  un  crimen  va  á  cometer... 
Mas  si  el  traje  es  encarnado 

Y  es  nuevo...  ¡qué  le  ha  de  hacer! 

No  resiste...  Fuera  en  vano. 
Lo  cog^...  En  el  mismo  instante 
Llega  Bebé,  y  á  su  hermano 
Sorprende  en  robo  flagrante. 

Ya  sus  banderas  perdidas, 
Hace  una  espantosa  mueca, 

Y  á  puntapiés  homicidas 
Despedaza  la  muñeca. 

Loca,  consternada,  absorta, 
Bebé  dio  un  grito  estridente, 
Como  una  flecha  que  corta 
El  aire  rápidamente. 

La  familia,  que  lo  oyó. 
Corre  llena  de  recelo. 
Bebé,  pálida,  cayó: 
La  alza  su  madre  del  suelo. 

<'¿Qué  tienes?  ¡Ay,  qué  agonía! 
¿Te  has  h^cho  daño?  Á  ver,  ¿dónde? 


LA    LIRA    LUSITANA  35 


¿Dónde  fué?...  ¡Virgen  María! 
¡Habla!... »  Bebé  no  responde. 

Se  ahoga,  se  desgañita, 
En  lágrimas  anegada. 
La  decrépita  abuelita 
Prométele  mermelada. 

Jura  que  la  ha  de  enseñar 
Su  padre,  si  á  hablar  no  accede. 
Pero  ella  no  puede  hablar. 
¡Vaya,  está  visto,  no  puede! 

De  una  azotina  no  escasa 
Líbrala  á  tiempo  el  perdón. 

Es  de  noche.  Entran  en  casa. 
Tocaban  á  la  oración. 


El  remordimiento. 

El  chico,  desencajado, 
Mudo,  quedó  en  el  jardín, 
Inerte  como  un  forzado, 
Sombrío  como  Caín. 

Negros  fantasmas  quiméricos 
Daban  hondas  carcajadas. 


36  M.    CURROS    ENRÍQUEZ 


Veía  lirios  cadavéricos 

Y  flores  ensangrentadas. 

Contemplábanlo  las  piedras 
Con  siniestra  indignación. 
Las  enmarañadas  hiedras 
Gimen  bajito:  «¡Ladrón!» 

«¡No,  para  ti  no  habrá  cielo!», 
Dice  un  lucero  argentino. 
Sobre  un  ciprés  un  mochuelo 
Silbaba  ronco:  «¡Asesino!» 

Conteniendo  el  trote  recio, 
De  sus  brutos  desde  el  lomo, 
Mirábanlo  con  desprecio 
Sus  cien  soldados  de  plomo. 

Y  á  sus  pies,  trizas  la  ropa, 
Yacía  Mimí  insensible, 
¡Ay!,  con  los  sesos  de  estopa 
Fuera  del  cráneo...  ¡Era  horrible! 

Lamentando  sus  excesos, 
Alzó  los  restos  del  drama... 
¡Iban  juntas,  con  los  huesos, 
Tripas  de  algodón  en  rama! 

Guardó  en  su  gorro  estropeado 
Aquella  carnicería; 

Y  cual  marcha  un  condenado 
Por  la  dolorosa  vía, 


LA    LIRA    LUSITANA  37 


Lleno  de  dolor  sincero 
Entró  en  casa,  hosco  é  imponente. 
Un  gato  sobre  un  alero 
Mayaba  lúgubremente, 

Y  en  el  cielo  esplendoroso 
La  luna,  roja,  suspensa, 
Mostraba  un  disco  monstruoso, 
Como  una  palmeta  inmensa. 


VI 


La  enfermedad  de  Bebé. 

Desnúdanla,  échanla  en  cama, 

Y  no  encontrándola  herida, 
El  padre  indignado  exclama: 

¡Una  rabieta!...  ¡Por  vida!...» 

Mas  no  cesa  en  su  dolor 
Bebé.  ¿Qué  tendrá?  ¡Misterio! 
Su  madre  llama  á  un  doctor, 

Y  entra  un  doctor  grave  y  serio. 

Tómala  el  pulso,  medita, 

Y  con  aire  autorizado : 
«Es  una  indigestioncita 

—  Dice — ;  nada  de  cuidado.» 

Y  encargando  una  tisana, 
Se  alejó  la  Medicina. 


38  M.    CURROS    ENRÍQUEZ 


Á  veces  la  pena  humana 
Es  una  garra  leonina 

Que  se  nos  clava  en  el  pecho, 
Nos  aplasta,  nos  estrella, 
Y  el  cuerpo  al  fin  cae  deshecho, 
Postrado  debajo  de  ella. 

Así,  la  niña  llorosa. 
Por  el  cansancio  vencida, 
Aletargada  reposa. 
Más  bien  muerta  que  dormida. 


VII 

El  sueño  de  Bebé. 

Bebé  sueña  que  Mimí 
Su  postrer  aliento  arranca 
Sobre  almohadón  carmesí. 
En  lecho  de  guata  blanca. 

Al  resplandor  de  los  cirios 
Yace  en  ataúd  estrecho; 
Sus  blancas  manos  de  lirios 
Puestas  en  cruz  sobre  el  pecho. 

Su  boca  ha  sido  asaltada 
Por  la  gangrena  invasora; 
Boca  color  de  alborada. 
Color  de  violeta  ahora. 


LA.    LIRA    LUSITANA  39 


Tiene  el  seno  macilento, 
Rígido  é  inmóvil  el  talle... 
Allá  fuera  gime  el  viento, 
Aullan  perros  en  la  calle... 

Desde  un  rincón  de  la  sala 
Bebé,  que  á  su  liijita  adora. 
Hondos  suspiros  exhala 

Y  cual  nunca  gime  y  llora. 

Allí  está,  yerta,  tendida, 
Muda  y  en  eterna  calma, 
La  que  es  vida  de  su  vida. 
La  que  es  alma  de  su  alma. 

¡Ya  en  su  blonda  cabellera 
Prender  no  podrá  una  flor! 
Tan  hermosa  como  era 

Y  matarla...  ¡Oh,  qué  rigor! 

Sus  grandes  ojos  velados. 
Dos  firmamentos,  quizás 
Estarán  siempre  cerrados 

Y  no  se  abrirán  ya  más... 

¿Y  si  esto  fuese  mentira? 
¿Si  fué  un  sueño  que  pasó?... 
¡Ah!  Parece  que  respira... 
¡Aun  vive!  ¡No  ha  muerto,  no! 

¡Mas  las  campanas  doblando! 
¡¡Mimíü  ¡La  van  á  enterrar!... 


40  M.    CURROS   ENRÍQUEZ 

Ya  están  los  curas  cantando... 
Ya  se  la  quieren  llevar... 

Las  criadas,  compungidas, 
Besan  á  la  niña  muerta... 
¡Ya  con  hachas  encendidas 
Los  pobres  rodean  la  puerta! 

Le  echan  el  agua  bendita... 
Van  á  clavar  el  cajón... 
La  angustia,  que  es  infinita, 
Revienta  en  una  explosión. 

Bebé,  la  mirada  fija, 
Lívida,  terrible,  opresa, 
Se  arroja  sobre  su  hija 
Cual  tigre  sobre  su  presa. 

Sus  tristes  ojos  sombríos 
Lloran,  lloran  sin  cesar. 
¿Qué  importa  que  sean  ríos. 
Si  dentro  de  ella  hay  un  mar? 

Suplica,  blasfema,  implora. 
Llama  á  la  muerte  inhumana... 
Despertó  entonces...  La  aurora 
Entraba  por  la  ventana. 

Mira,  y  ve  junto  de  sí 
(Maravilla  que  no  espera) 
Á  la  ex  difunta  Mimí, 
Tan  rolliza  y  tan  entera. 


LA    LTRA    LUSITANA  41 


Radiando  de  gozo  sano: 
¿Quién  hizo  tal?»,  preguntó. 
Salta  de  un  rincón  su  hermano, 
Y  dice  riendo:  «¡Fui  yo!» 


*  *  * 


LEALTAD 


Había  en  su  mirada  dulcísima  un  profundo 
Rastro  de  íntima  pena  que  nadie  comprendió: 
Era  un  mastín  decrépito,  un  perro  vagabundo, 
El  más  vulgar  de  cuantos  el  fisco  respetó. 

Acostumbrado  al  viento  y  al  frío  y  las  heladas, 
Del  barrio  de  la  plebe  las  calles  apartadas 
Víasele  á  deshora  husmeando  pasear; 

Y  á  veces  de  la  luna  al  rayo  solitario 

El  viejo  perro  aullaba  un  canto  funerario. 
Triste,  cual  las  tristezas  osiánicas  del  mar. 

Cuando  arreciaba  el  agua  y  el  frío  era  incle- 

[mente, 
Del  templo  guarecíase  detrás  del  portalón; 
Echábanlo,  y  entonces  huía  humildemente. 
Sin  que  el  trancazo  innoble  ni  el  puntapié  inso- 

[lente 
Un  grito  le  arrancara  de  justa  indignación. 

Inofensivo,  manso,  del  transeúnte  amigo. 
Jamás  ladró  á  la  capa  roída  del  mendigo. 
Ni  miedo  fué  á  la  infancia,  ni  horror  á  la  vejez. 

Y  del  respeto  á  cambio  que  todos  le  debían, 


42  M.    CURROS   ENRÍQUEZ 


Si  á  palos  por  doquiera  los  viejos  le  seguían, 
Corríanle  á  pedradas  los  niños  á  su  vez. 


Un  día,  un  pintor  de  esos  de  triste  catadura 
Á  quienes  sobra  genio,  si  falta  protección, 
Hallóse  en  la  revuelta  de  una  calleja  obscura 
Con  la  siniestra  estampa  del  perro  matalón. 

Era  el  pintor  un  alma  versátil  y  sencilla, 
Que  en  la  estrechez  viviendo  de  una  épica  buliar- 

[dilla, 
Feliz  en  sus  ensueños  de  nombre  universal, 
La  sed  fatal  sentía  de  aplausos  y  de  gloria. 
Esa  pasión  que  á  veces  conduce  á  la  victoria, 

Y  á  veces  al  hediondo  lecho  de  un  hospital. 
Quedóse,  al  verle,  el  perro  mirándole  y  parado, 

Y  de  un  secreto  impulso  del  corazón  llevado. 
Hablóle  así  el  Apeles,  mirándole  también: 
«¡Cuan  rara  semejanza  entre  nosotros  noto! 
Yo  soy,  cual  tú,  ¡oh  colega!,  un  proletario  roto. 
Sin  patria,  sin  familia,  ni  amigos  ni  sostén!» 

Un  rayo  de  la  luna  que  se  elevaba  en  calma. 
Vino  en  los  tristes  ojos  del  perro  á  sorprender 
Una  lágrima  ardiente,  cual  la  explosión  de  un 

[alma 
Que  pugna  sus  cadenas  de  hierro  por  romper. 
No  se  ocultó  al  artista  lo  horrible  de  este  an- 

[helo 
Que  el  ansia  revelaba  de  un  mudo  corazón, 

Y  continuó:  «Comprendo  tu  amargo  desconsuelo; 
Ven,  y  desde  hoy  vivamos  en  fraternal  unión.» 


L\    LIRA    LUSITANA  43 


Y  leales  compañeros,  heroicos  puritanos, 
Vivieron  desde  entoncee  entrambos  como  her- 

[manos, 
Placeres  é  infortunios  sintiendo  por  igual, 

Y  no  hubo  dicha  ó  duelo,  rigor  ó  bienandanza, 
Amargo  desaliento  ni  próvida  esperanza 

En  que  no  reclamase  su  parte  cada  cual. 

Y  cuando  el  pobre  artista,  hambriento  y  mise- 

[rable, 
Desfallecer  sentía  su  genio  inquebrantable, 
Cual  desfallece  á  veces  el  fuerte  luchador; 
Cuando  en  su  examen  íntimo  miro  la  fe  perdida 

Y  quiso  la  monótona  jornada  de  la  vida 
Interrumpir,  el  hierro  pulsando  matador. 
Los  ojos  de  su  perro,  entonces  de  amor  llenos, 
Decirle  parecían  con  lánguido  mirar: 

«¿No  ves?  ¡Yo  también  sufro!  ¡Y  el  hombro  sufre 

[menos 
Cuando  hay  quien  á  su  lado  comparta  su  posar!...» 


Mas  la  fortuna,  al  cabo,  la  diosa  millonaria, 
Entróse  en  la  buhardilla  y  díjole  al  pintor: 
<¡E1  hijo  de  las  Musas  viviendo  como  un  paria! 
Arroja  de  tus  hombros  la  hopa  funeraria 
Y  sigúeme  :  te  esperan  la  dicha  y  el  amor.» 

El  mundo  desde  entonces  tuvo  sólo  placeres 
Para  el  artista,  dulces  sonrisas  las  mujeres, 
Lauros  la  patria,  y  oro  y  honor  la  sociedad; 
Deslumbradora  gloria  iluminó  su  vida, 


44  M.    CURROS   ENRÍQUEZ 


Y  por  doquier  siguiéronle,  escolta  distinguida, 
El  éxito,  el  aplauso,  la  popularidad. 

Era  feliz  :  su  dicha  velando  satisfecho 
El  animal,  insomne  del  amo  junto  al  lecho, 
El  golpe  contenía  de  su  respiración; 

Y  cuando  de  la  aurora  la  blanca  luz  rayaba, 
Dejando  el  sibarita  su  sueño,  despertaba 

De  un  beso  de  su  perro  sintiendo  la  impresión. 


Empero,  rodeado  de  goces  y  delicias. 
Pronto  al  pintor  cansaron  del  perro  las  caricias, 
Que  al  ñn  ya  no  tenían  encantos  para  el. 
Le  incomodó  su  aullido,  y  atarazó  su  boca; 
Le  hastió  su  compañía,  y,  corazón  de  roca, 
Molióle  á  bastonazos,  incompasivo  y  cruel. 

Y  como  el  desdichado  ni  pelo  ya  tenía. 
Su  dueño,  que  mirarle  sin  asco  no  podía. 
Mandóle  de  los  sótanos  las  cloacas  á  habitar; 
De  allí  le  trasladaron  á  un  frío  cuarto  obscuro 

Y  de  alimento  diéronle,  de  un  hueso  mondo  y 

[duro, 
La  esquirla  que  otro  perro  no  pudo  atravesar. 
Ya  todos  le  trataban  peor  que  un  asesino; 

Y  al  grillo  condenado  y  á  bárbara  prisión, 
En  vano  lamentaba,  gruñendo,  su  destino, 
Que  nadie  de  él  tenía  piedad  ni  compasión. 

Su  lomo,  carcomido  por  el  rigor  del  hambre, 
Cayó  sobre  sus  llagas  de  moscas  un  enjambre, 

Y  un  día,  gangrenado,  sintiéndose  morir, 


LA    LIRA    LUSITANA  45 

<No  moriré  sin  verle  —  pensó  de  angustia  hen- 

[chido  -~; 
Exhalaré  á  sus  plantas  mi  postrer  gemido; 
Le  debo  amor,  y  quiero  con  mi  deber  cumplir.» 
Y  exhausto,  y  arrastrándose  jadeante,  mori- 

[bundo, 
Humilde,  acobardado,  cual  pordiosero  inmundo, 
En  la  morada  espléndida  metióse  del  pintor. 
<:¡Tú  aun  vivo!  —  exclamó  este  con  ira  en  el  sem- 

[blante— . 
¡Salgamos!...»  Y  partieron  :  el  perro  iba  delante, 
Mirándole  á  intervalos  con  infinito  amor. 


Era  una  noche  horrible,  noche  invernal,  som- 
Del  mar  alborotado  la  augusta  sinfonía        [bría; 
En  las  desiertas  playas  dejábase  sentir. 
Llegaron  á  unas  rocas;  el  perro  lazariento 
Detúvose,  escuchando  como  un  presentimiento 
Bajo  sus  pies  las  olas  monótonas  gemir. 

Á  un  ademán  del  amo,  postrado  el  triste  perro, 
Mudo,  impasible,  inerme,  dejóse  amordazar; 
Sintió  sobre  la  nuca  la  pesadez  del  hierro 
Y  el  ritmo  oyó  de  un  frío  y  erótico  cantar... 

Y  en  tanto  que  sublime,  magnífico,  sereno. 
La  hora  presentía  fatal  del  Nazareno 
Al  recibir  de  Judas  el  ósculo  traidor, 
«¿Qué  importa?— parecía  decir  su  vista  incierta—; 
Sólo  él  me  llamó  amigo;  sólo  él  me  abrió  su 

[puerta. 
¡Muramos,  si  mi  muerte  complace  á  mi  señor!» 


46  M.    CURROS    ENRÍQUrZ 


Mas  éste,  sin  oirle,  cogióle,  y  de  repente 
Le  sepultó  en  las  aguas,  su  canto  al  terminar. 
Oyóse  un  sordo  grito  ahogado  en  la  corriente, 

Y  luego,  de  la  luna  al  resplandor  naciente, 
Quedó  una  cosa  blanca  flotando  sobre  el  mar. 

El  despiadado  artista,  en  su  malvado  anhelo, 
Al  arrojar  su  víctima  al  agua,  no  miró 
Que  entre  el  dogal  cogido  del  perro,  iba  el  pa- 

[ñuelo 
Que  de  su  amor  en  prueba  su  amada  le  bordó. 

«¡Maldito  can!  —  decía  al  retirarse  airado — . 
Mi  nombre,  mis  tesoros,  todo  lo  hubiera  dado 
Antes  que  de  esa  prenda  la  pérdida  sufrir...» 
No  pudo  aquella  noche  pensar  en  otro  objeto, 

Y  se  acostó  iracundo,  alucinado,  inquieto. 
Queriendo  vanamente  en  su  ansiedad  dormir. 

Cuando  del  nuevo  día  la  luz  bañaba  el  suelo, 
Llamar  sintió  á  la  puerta;  se  levantó  y  abrió. 
El  perro  entró,  y  exánime,  de  lealtad  modelo. 
Sobre  la  muelle  alfombra  abandonó  un  pañuelo, 
Lamió  los  pies  del  amo,  miróle...  y  expiró. 


EL  MIRLO 

Yo  he  conocido  un  mirlo 
Negro,  vibrante,  rápido,  nervioso. 
Madrugador,  jocoso; 
Apenas  se  anunciaba 


LA    LIRA    LUSITANA  47 


La  luz  clara  del  día,  la  arboleda 
Con  sus  gárrulas  risas  resonaba. 

Cuando  el  cura  del  pueblo,  importunado 

Por  el  huésped  alado. 

Del  todo  aun  no  despierto, 
Salía  á  abrir  la  puerta  que  da  al  huerto 
Murmurando  terribles  ironías. 
Oculto  del  vergel  en  la  espesura, 
Gritábale  el  volátil:  «¡Buenos  días!...» 

Y  al  viejo  padre  cura 
No  agradaban  aquellas  cortesías. 

Éste  era  un  vejestón  bien  conservado, 
Un  tonel  de  alegrías  y  rencores; 
No  ostentaba  palomas  su  tejado 

Ni  su  ventana  flores. 
Tenía  una  pasión  :  la  cetrería; 

Y  desde  que  en  cazar  se  ejercitaba 
Ya  la  gota  cruel  no  le  aquejaba, 

Á  Dios  gracias  y  á  Noé...,  como  él  decía. 
El  mirlo,  poco  ó  nada  inteligente 
Del  latín  en  los  sabios  solecismos. 
Continuaba  cantando,  indiferente 
Del  párroco  á  los  negros  exorcismos. 
De  su  locuacidad  incomodado 

Y  rebosando  en  santas  intenciones, 
Pensó  el  cura  una  vez,  viendo  posado 

Al  mirlo  en  su  sembrado  : 
«¡Me  acaban  con  el  grano  estos  ladrones!... 

¿Por  qué  habrá  Dios  criado 
Esta  turba  de  mirlos  y  gorriones?» 
El  pajarillo,  en  tanto, 

Honesto  como  un  santo, 


48  M.    CURROS    ENRÍQUEZ 

No  bien  allá  en  Oriente 
La  estrella  matinal  resplandecía, 

Cuando  ya  diligente 

Por  la  troje,  y  risueño, 
Á  perseguir  se  daba  honradamente 
Todos  cuantos  parásitos  veía, 
De  la  hormiga  al  insecto  más  pequeño. 
Á  pesar  de  lo  cual,  el  proletario, 
El  buen  trabajador,  de  vida  obscura, 
Nunca  ha  pedido  aumento  de  salario. 
¡Y  aun  le  persigue,  loco,  el  señor  cura! 

Llevado  á  la  era  el  trigo 

Y  sobre  él  puesto  un  espantajo  vano, 
Díjose,  hablando  el  buen  abad  consigo: 
«¡Á  ver  ahora  quién  se  atreve  al  grano!» 

Y  durmió  aquella  noche  satisfecho; 
Pero  apenas  lució  la  nueva  aurora 

Se  despertó,  escuchando,  con  despecho. 
Del  mirlo  audaz  la  jácara  sonora. 
De  pronto  deja  el  lecho; 
Arrebujado  á  medias  en  su  ropa 
Sale  al  balcón  en  actitud  guerrera, 

Y  ve  al  mirlo  saltando  allá  en  la  era, 
De  su  sombrero  encima  de  la  copa... 

Llegó  la  cosa  á  tanto, 
Que  enfermó  el  padre  y  enfermó  de  espanto; 
No  hablaba,  no  reía, 

Y  fue  tal  su  disgusto  y  tan  constante. 
Que  el  bermejo  color  de  su  semblante 
Pálido  se  trocó  desde  aquel  día. 
Hizo  la  enfermedad  huella  tan  dura 
En  aquel  valeroso  ánimo  ahito, 


LA.    LIRA    LUSITANA  49 


Que  por  perderlo  to^o  el  padre  cura, 
Perdió...  (¡quién  lo  creyera!)  el  apetito. 


Leyendo  en  su  jardín  cierta  mañana 
En  voz  alta  el  Antiguo  Testamento, 
Descubrió  entre  la  hiedra,  que  lozana 
Una  pared  vestía  comarcana. 
De  un  nido  con  seis  mirlos  el  asiento. 

Al  verlo  el  cura,  dijo  : 
^La  madre  el  fruto  se  comió  vedado; 
Luego,  si  bien  colijo, 
Se  transmitió  el  pecado. 
¿Pagó  la  madre?  No.  Pues  pague  el  hijo. 
Es  doctrina  infalible.  Estoy  vengado.» 

Y  cogiendo  las  míseras  parejas, 

Hambrientas  y  desnudas. 
Metiólas  de  una  jaula  entre  las  rejas. 
Que  sintieron  cerrar  de  asombro  mudas. 
Dejó  luego  la  jaula  suspendida 
En  la  rama  de  un  sauce  desgajada, 

Y  volvió  á  su  lectura  interrumpida, 
Con  una  sonrisita  desdentada. 


La  noche  iba  cayendo  silenciosa 
Y  velaba  su  faz  Naturaleza, 
Bajo  un  manto  de  sombra  religiosa. 
Una  bella  tristeza 


50  M.    CURROS   ENRÍQUEZ 


Se  extiende  por  doquier  indefinida. 
El  sol,  al  ocultarse  tras  el  llano, 
Deja  siempre  en  el  alma  dolorida 
Un  misticismo  heroico,  dulce  y  sano. 

Doradas  por  un  rayo  postrimero, 
Las  torres  de  la  iglesia  resplandecen 
Como  el  casco  y  la  lanza  de  un  guerrero. 
En  la  cumbre  del  monte  solitario, 
Inmóviles  los  árboles,  parecen 
Las  descarnadas  plantas  de  un  herbario. 
Tornaban  al  hogar  los  labradores 

Y  en  paz  dormían  esas  cosas  suaves : 

Los  rebaños,  las  flores, 

Los  niños  y  las  aves. 
Dormían...,  mas  el  cura  está  despierto. 

Con  paso  torpe  é  incierto 
Fué  á  descolgar  la  jaula  de  la  altura, 

Y  la  sombra  de  su  árida  figura 

Como  una  mancha  se  extendió  en  el  huerto. 
Entonces,  con  diabólica  alegría, 
Murmuró  al  ver  las  aves  inocentes : 
«¡Y  qué  gordas  están!  ¡Por  vida  mía! 
¡Guisadas  con  arroz  son  excelentes!* 

La  luna  apareció.  De  los  arbustos 
Brillaban  en  las  hojas  las  sonrisas 
Tranquilas  y  apacibles  de  los  justos. 
Á  las  abiertas  yemas  arrancado 
De  los  tallos  en  flor,  llevan  las  brisas 
Por  doquier  un  efluvio  perfumado. 

En  los  senos  profundos 
De  la  materia  en  sueños,  escuchábase 


LA    LIRA    LUSITANA  5{ 


Un  himno  vago,  fresco,  penetrante. 
Todas  las  fuerzas  vivas  de  los  mundos 
Sostenían  un  diálogo  gigante. 
Es  preciso  un  silencio  concentrado, 
Una  aptitud  poética,  nerviosa, 
Para  entender  la  cifra  misteriosa 
De  ese  lenguaje  vegetal,  no  hablado. 
En  el  campo,  en  el  bosque,  en  la  laguna, 
Estallan  como  besos  mil  rumores, 

Y  al  magnético  rayo  de  la  luna 

La  vega  invade  una  explosión  de  flores. 

El  mirlo  entonces  fué  derecho  al  nido, 

Calor  á  sus  hijuelos  procurando; 

Llevábales  del  pico  suspendido 

Con  el  tierno  alimento  el  musgo  blando. 

Rápido  se  posó  sobre  la  piedra 

Del  muro;  alzó  otra  vez  su  ala  de  gasa, 

Y  separando  el  pabellón  de  hiedra. 
Miró...  y  ¡ay  triste!  no  encontró  su  casa. 

Convulso,  atolondrado 
Al  golpe  de  un  dolor  rudo,  infinito. 
Recorre  el  huerto  de  uno  al  otro  lado. 

Busca,  inquiere,  se  afana. 
¡Todo  inútil!  De  pronto  suelta  un  grito, 
Sus  hijos  viendo  en  la  prisión  insana. 
¿Quién  aquí  os  encerró?» 

Y  el  mayorcito 
Dijo,  agitando  al  par  su  ala  temprana: 

<Fué  ese  hombre...,  ese  hombre  negro! 
Cuando  le  vimos,  todos  te  llamamos, 
Pero  tú  estabas  lejos  y  no  oías, 


52  M.    CURROS    ENRÍQUEZ 


Y  al  vernos  solos  frente  de  él...  lloramos. 
Mírale...  ¿No  le  ves?  Mira...  ¡Es  tan  feo! 
¡Es  tan  feo!  Mas  ábrenos  la  puerta 

Y  escóndenos  debajo  de  tus  alas. 

No  nos  tengas  más  tiempo  en  esta  huerta. 
En  el  campo  hay  más  luz,  mejores  galas. 
Todo  allí  es  libertad  y  poesía, 
Del  sol  á  los  purísimos  reflejos. 
¡Quién  tuviera  tus  alas,  madre  mía. 
Para  volar,  para  volar  muy  lejos!» 

Y  el  mirlo,  alucinado. 

Clamó: 

«¡Cómo!  ¿Es  pecado, 
Es  un  crimen  amar  estas  criaturas? 
¡Dios  mío!  ¡Y  me  las  han  encarcelado, 
Tan  candidas,  tan  buenas  y  tan  puras! 
¡Y  tú  lo  ves.  Señor,  y  lo  consientes! 
Robármelos...  ¡Y  nunca  daño  hicieron 
Á  nadie  mis  hijitos  inocentes! 
Con  mi  calor  yo  los  crié  á  mi  seno, 

Y  para  su  alimento  he  separado, 
¡Trabajo  atroz!,  del  grano  malo  el  bueno. 
Para  darles  abrigo  he  destrozado 

Mi  pico  en  los  breñales,  y  hame  herido 
En  rudo  encuentro  el  gavilán  malvado. 
¡Cuánto  amor^  cuánto  afán,  cuánto  desvelo 
Para  buscarles  ese  pan  que  nunca, 
Nunca  sin  sacrificios  nos  da  el  Cielo! 

Y  cuando,  ya  criados,  sonreía. 

Con  la  esperanza  de  mirarlos,  leves. 
Cruzar  en  jubilosa  algarabía 
Los  abismos  del  éter  insondables. 


L\    LIRA    LUSITANA  OÓ 

¡Avaras  de  mi  paz,  manos  crueles 

Los  privan  de  mi  amor!...  ¡Ah,  miserables! 

La  luz,  la  luz,  el  cántico  glorioso 
Que  en  ecos  mil  de  la  creación  se  exhala 
Al  despertar  la  aurora,  he  ahí  el  arcano 
De  nuestra  vida,  nota  que  resbala 
En  el  concierto  inmenso  y  soberano. 

Y  ¡ay!  sofocar  un  ala 
Es  sofocar  el  pensamiento  humano. 

Mas  yo  tengo  la  culpa...  Anochecía 
Cuando  el  nido  dejé...  Todas  las  tardes 
Salgo  para  volver  al  otro  día, 
Pero  hoy  tardé.  ¡La  culpa  es  mía...,  es  mía! 
¡Hicisteis  bien...,  hicisteis  bien!  ¡Cobardes! 

Este  aire  me  asesina.  ¡Oh,  quién  tuviera 

Las  garras  de  una  fiera 
Para  romper  esta  prisión  maldita!... 
¡Y  cuan  dulce  la  noche  y  cuan  hermosa! 
¡Por  todas  partes  luz,  calma  infinita! 
¡Sólo  en  mi  pecho  sombra  tenebrosa!» 


Y  la  noche,  serena,  omnipotente, 
Sonreía  entretanto  castamente 
En  su  cendal  envuelta  de  vapores, 
Mientras  de  la  arboleda  en  las  plateadas 
Copas,  de  hojas  lucientes  como  espadas^ 
Gorjean  los  canoros  ruiseñores. 

Los  vegetales,  pálidos,  felices. 
Hundían  en  la  tierra  sus  raíces, 


M.    CURROS    ENRIQüEZ 


Procurando  su  savia  dulce  y  buena, 
Con  las  feroces  ansias  monstruosas 
De  las  pequeñas  crías  vigorosas 
Al  ubérrimo  pecho  de  la  hiena. 
La  luna,  melancólica,  durmiente, 

Desdémona  doliente, 
Vagaba  silenciosa  por  la  altura. 
Su  luz  vertiendo  soñadora  y  fría, 

Blanca,  cual  la  armonía 

Y  cual  la  verdad,  pura. 
Y  entre  la  luz,  los  cantos  y  las  flores, 
En  la  atonía  cruel  y  el  paroxismo 

De  los  grandes  dolores. 

El  mirlo  solitario 
Yacía  inerte,  exánime,  sereno. 
Cual  la  madre  inmortal  del  Nazareno 
En  la  terrible  noche  del  Calvario. 


LA    LIRA    LÍISITANA  0  3 


TEÓFILO  BRA&A 


La  sombra  del  Profeta:  Samiaza  ó  el  amor  de  los  ángeles. 
Fin  de  Satanás. —  La  infancia  de  Homero. 


LA  SOMBRA  DEL  PROFETA 

Super  fiu:nina.. 

El  anciano  murió,  viendo  á  su  hija 
En  poder  de  las  hordas  imperiales, 
A  su  cariño  santo  arrebatada 
Para  encantar  las  noches  crapulosas 
Del  palacio  de  Ciro,  y  mudo  yace. 
Como  la  mole  herida  por  el  rayo, 
Rodó  por  tierra  al  instantáneo  golpe. 
Jaliel,  la  más  hermosa  entre  las  bellas 
Vírgenes  de  Sión,  va,  cual  paloma 
En  las  garras  del  buitre  suspendida. 
¿Adonde?  No  lo  sabe.  Sabe  sólo 
Que  deja  atrás  al  pobre  anciano  muerto. 
¡Niña  y  sola  en  el  mundo!  Había  nacido 
En  Babilonia,  la  imperial,  mas  nunca 
Viera  los  sitios  que  cantó  el  profeta: 
Los  ríos  sonorosos,  los  jardines 
De  las  campiñas  del  Sarón,  las  tumbas 
Donde  duermen  los  viejos  patriarcas. 


56  M.    CURROS   ENRÍQUEZ 


El  dolor  de  su  pueblo  la  hizo  triste, 
Dio  á  sus  labios  la  voz  del  vaticinio 

Y  á  su  faz  la  expresión  del  que  refleja, 
Frente  á  frente  de  Dios,  sus  maravillas. 
Antes  de  darla  á  luz  su  pobre  madre, 
Largos  años  estéril,  lamentaba 

No  haber  sido  elegida  y  en  su  vientre 
No  engendrar  al  mejor  de  los  profetas. 
¡Cuánto  lloró! 

La  fe  le  abandonara. 
Aliento  que  al  espíritu  reanima 

Y  abre  á  los  ojos  horizontes  nuevos. 
Un  día  hacia  el  desierto  encaminóse, 

Ansiando  hablar  de  Elias  con  la  sombra. 
Penetró  en  las  cavernas  del  Carmelo 

Y  pronunció  conjuro  misterioso. 
Una  voz  contestóle,  semejante 

Al  vendaval  que  azota  la  montaña: 
«Cuando  florezca  en  tu  jardín  un  lirio, 
Grato  al  Señor  será  también  tu  fruto.» 

Inflnito  placer,  júbilo  inmenso 
Su  existencia  doró  desde  aquel  día. 
¡Oh,  esperanza!  Alborada  rutilante. 
Que  en  pos  luciendo  de  la  noche  negra 
Llamas  al  alma  á  divinal  concierto. 
Á  tu  luz,  de  relámpago  bendito, 
Vese  del  cielo  la  dorada  cimbra. 

Al  gemir  de  las  tribus  bajo  el  hierro 
Del  cautiverio  insano,  vino  á  unirse 
De  un  nuevo  ser  el  lánguido  vagido. 
Era  Jahel.  Su  madre  presentóla 
Al  templo  abierto  del  espacio  libre, 


LA.    LIRA    LUSITANA  0/ 


Y  en  él  de  castidad  formuló  el  voto. 
¿Quién  osará  tocar  con  mano  impía 
En  su  virgínea  veste  consagrada? 
¿Quién  beberá  en  el  cáliz  elegido 
Sin  temer  la  sentencia  de  ruina? 


En  el  palacio  de  marfil  de  Armenia 
Todo  es  luz  y  armonías  j  esplendores 

Y  fiestas  y  locura.  Esclavos,  príncipes 
Hacen  la  corte  al  déspota  monarca. 
Los  salones  de  pórfido  luciente 
Tienen  rosas  y  flores  por  alfombra; 
Luz  de  color  suavísimo  los  baña, 
Que  á  somnolencia  plácida  convida. 
Las  bóvedas  inmensas  repitiendo 

El  dulce  son  de  las  marmóreas  fuentes, 
Adormecen  el  ánimo  cansado. 
Bollas  mujeres,  las  hurís  de  Tiro, 
Ceñida  al  hombro  la  flotante  túnica, 
Olor  de  áloes  y  de  mirra  exhalan. 
Sostienen  cien  esfinges  las  columnas 
Del  salón  del  festín,  cubierto  de  oro 

Y  púrpura  de  Sidon.  Apoyada 

La  cabeza  en  su  cetro  de  diamantes, 
Que  deslumhra  los  ojos,  entró  Ciro 
Rodeado  de  sensual  magnificencia. 
Sus  plantas,  al  andar,  huellan  las  flores 
Más  raras  y  preciosas  que  en  sus  lindes 


58  M.    CURROS    ENRÍQUEZ 


El  imperial  oasis  producía. 

Tiéndese  en  un  diván  de  blanda  pluma, 

Y  mientras  de  sus  sueños  fastuosos 
Reposa  de  grandezas  y  prodigios, 
Mano  gentil  su  clámide  desata 

Y  ungen  su  cuerpo  jóvenes  doncellas. 
La  sensación  sintiendo  halagadora 
De  los  dedos  que  estallan  en  su  carne, 
Suavemente  retuércese  el  tirano. 
Como  al  son  irritante  de  los  pífanos 
Se  enrosca  en  espirales  la  serpiente. 
De  la  estancia  el  rocío  perfumado, 
Las  danzas,  los  suspiros,  los  marciales 
Himnos  de  triunfo,  el  vino  que  chispea 
En  los  cálices  de  ágata,  el  ruido. 
Todo  embriagaba  al  oriental  monarca. 


II 


Ciro  llamó  á  la  esclava  israelita. 
Quiere  su  arpa  escuchar  conmovedora, 
En  sus  brazos  tenerla,  fascinarla, 
Y  robar  á  Jehová  la  flor  divina 
Que  la  cautiva  consagró  en  sus  aras. 
Rumor  confuso  de  lejana  música 
La  entrada  le  anunció  de  la  doncella. 
¡Hela  allí!  Viene  lívida,  ojerosa. 
Ciro  le  indica  que  levante  el  velo. 
Impaciente  de  amor  y  delirante. 
¡Su  belleza  le  arrastra  y  su  ternura! 


LA.    LIRA    LUSITANA  59 


Ungiéronla  con  óleo  perfumado, 

Y  el  rey,  loco  de  amor,  así  la  dice  : 
¡Jahel,  Jahel!  Reclínate  en  mi  seno 

Como  se  inclina  al  sol  y  cae  el  dorado 
Racimo  de  Engadí,  en  la  siesta  ardiente. 
Ven,  tú  de  las  hermosas  la  escogida, 

Y  abrásame  en  el  fuego  de  tus  ojos. 
Rico  es  el  polvo  de  oro  que  en  tu  crencha 
Mis  siervos  derramaron;  rico  el  manto 
Con  que  quiero  elevarte  hasta  mi  trono; 
Pero  es  más  rico  aún  lo  que  me  ocultas. 


III 


Jahel  aproximóse  temblorosa. 
¡Cuan  bella  estaba  así,  cuan  hechicera 
—  Ella,  tan  pura,  tan  pequeña  — ,  casi 
Á  la  altura  de  un  beso!  Su  mirada, 
En  la  húmeda  pupila  adormecida, 
Ofrece  ala  pasión  sordo  incentivo. 
Leve,  flexible,  como  caña  débil. 
Era  la  poma  por  el  sol  dorada 
Bajo  el  cielo  oriental;  falta  cogerla. 
Ella  desconocía  ese  deseo 
Que  deja  siempre  el  corazón  hastiado. 
Ciro  ardía  en  amor  al  contemplarla, 
Cual  las  brasas  de  sándalo  y  de  mirta 
Que  humean  en  los  áureos  pebeteros. 
Pero  el  señor  de  imperios  y  naciones, 
De  su  esclava  humillado  en  la  presencia, 


60  M.    CURROS    ENRÍQUEZ 

No  se  atreve  á  tocarla...  Allá  á  lo  lejos 
Sonar  se  oyeron  arpas  misteriosas  : 

«¡Jahel,  Jaliel!  Encantadora  virgen^ 
Orgullo  de  Israel,  sueño  de  amores : 
Dame  te  estreche,  fugitiva  nube. 
Quiero  escuchar  tu  voz.  ¡Habla!  Te  adoro.» 

Desprendióse  Jahel  de  entre  sus  brazos, 
Cual  la  paloma  que  remonta  el  vuelo, 
Y  tomando  una  cítara,  caída 
Sobre  el  tapiz  de  pieles  de  pantera 
Que  revestía  el  gineceo,  preludia. 
Sus  trenzas  sueltas  por  los  hombros  caen; 
Parece  la  inspirada  profetisa 
Que  bajo  las  palmeras  del  desierto 
Á  las  tribus  anuncia  su  destino. 
Fijos  los  ojos  en  el  cielo  obscuro, 
Así  cantó  con  voz  tranquila  y  grave  : 

SAMIAZA  Ó  EL  AMOR  DE  LOS  ÁNGELES 

THRENO   PRIMERO 

I 

«Salve,  amor  inmortal,  llama  divina. 
Motivo  eterno  del  eterno  canto, 
Fuerza  y  ley  de  que  todo  se  origina; 

De  la  inmensa  creación  perenne  encanto 
Reflejado  en  las  formas  que  se  enlazan; 
¡Unidad,  de  nuestra  alma  anhelo  santo! 

Por  ti  los  orbes  rutilantes  trazan. 
Arrebatados  en  febril  cadencia, 
Surcos  de  luz  que  el  infinito  abrazan. 


LA    LIRA    LUSITANA  Gl 

Sin  ti  fuera  imposible  la  existencia, 
Quimeras  las  más  puras  realidades, 
Toda  substancia  inerte  y  sin  esencia. 

Tú  eres  torrente  que  la  vida  invades, 
Sinfonía  del  himno  de  los  mundos, 
Prisma  ideal  de  celestes  claridades. 

Á  tus  ardientes  besos  y  fecundos 
Estremécese  próvida  Natura, 
Agitada  en  anhélitos  profundos. 

Se  abre  la  flor,  prodigio  de  hermosura, 
Y  su  desnudo  seno  y  aromoso 
Se  ofrece  al  germen  de  la  brisa  pura. 

Siente  sed  el  estío  caluroso; 
Son  las  nupcias  motivo  de  alegría. 
¡Tú  el  instante  aceleras  misterioso, 
¡Oh,  amor!,  eterno  verbo  de  armonía! 


II 


Foco  brillante  de  ese  amor  inmenso 
Que  en  sí  concentra  inextinguible  hoguera, 
El  ángel  es,  en  su  éxtasis,  suspenso. 

Ante  el  Señor,  en  la  celeste  esfera, 
Los  ángeles,  con  cántico  yocundo. 
Su  gloria  ensalzan,  que  eternal  impera. 

Mientras  otros,  dispersos  por  el  mundo, 
Contemplan  cómo  todo  cuanto  existe 
Cumple  su  fin,  misterio  el  más  profundo 

De  amor  y  muerte— ley  obscura  y  triste. 
Antítesis  fatal  é  inexorable. 
Que  ningún  ser  elude  ni  resiste. 

Del  grande  Amor  enigma  indescifrable, 


62  M.    CURROS    ENRÍQUEZ 


Cántanlo  en  salmos  vividos,  sonoros, 
Ascendiendo  en  escala  perdurable 
Tronos,  patriarcas,  serafines,  coros. 

ÍII 

Mas  ningún  ángel  á  Samiaza  iguala: 
Vive  en  la  luz,  anégase  en  la  aurora; 
Baña  en  el  éter  palpitante  el  ala. 

Tipo  gentil  de  gracia  seductora, 
La  bondad  se  revela  en  su  semblante 

Y  es  dulce  su  mirada  soñadora. 

De  alas  blancas,  de  un  blanco  deslumbrante^ 
El  rumor  que  su  vuelo  producía, 
De  una  lira  semeja  el  son  distante. 

¡Samiaza!  Es  su  nombre  una  armonía, 
Un  perfume  llevado  por  el  viento, 
Una  estrofa  de  espléndida  poesía. 

Nunca  á  un  ser  á  éste  igual  el  pensamiento 
Dio  forma  del  Señor,  y  Él  lo  enviara 
Por  la  extensión  azul  del  firmamento. 

Traspuso  mundos  de  grandeza  rara, 

Y  obediente  á  la  tierra  se  transporta. 
Viene  á  escuchar  la  melodía  clara 
Que  se  levanta  de  la  vida  absorta. 


IV 


Ya  satisfecho  el  divinal  mandato 
Dijo  á  Samiaza  Dios:  «Ángel,  ¿que  viste 
Sobre  ese  suelo  á  mi  cariño  ingrato? 

»Pálido  tornas,  conmovido  y  triste.» 


LA    LIRA.    LUSITANA  6.3 


^Tá  eros,  Señor,  la  fuente  de  do  mana 
El  amor  que  en  los  seres  infundiste. 

Al  fuego  de  ese  amor,  la  forma  humana 
De  la  nada  sacaste;  á  ti  debemos 
Nuestra  inmarchita  juventud  lozana. 

»Prototipos  hicístenos  supremos 
Del  puro  amor;  nos  distes  el  encanto 
En  que  tu  trono  altísimo  envolvemos; 

»Todo  cuanto  hay  de  bueno  y  noble  y  santo. 
Mas  ¡ay!  del  Universo  en  el  gran  coro 
Vaga  una  nota  de  dolor  y  llanto. 

»¡Muerte  y  amor  van  juntos!  Yo  te  imploro^ 
Señor,  me  hagas  sentir  ese  misterio, 
Cuyo  secreto  tenebroso  ignoro. 

>>Las  nubes  cantan  en  su  azul  imperio  : 
»Nosotras  nos  amamos,  nos  buscamos, 
^>Llevadas  de  hemisferio  en  hemisferio; 

»Mas  el  ósculo  santo  que  nos  damos, 
»Bajo  el  sol  que  doró  nuestra  blancura, 
»Nos  sepulta  en  la  tierra  que  regamos.» 

»Las  aguas  gimen  con  igual  tristura: 
«Reflejamos  los  cielos  transparentes, 
»Esmaltados  de  luz  intensa  y  pura. 

»Rodamos  turbulentas  é  impacientes; 
-El  almo  Dios  sobre  nosotras  pasa, 
»Y  al  fin  nos  sorben  ¡ay!  los  continentes.» 

>La  mustia  flor,  ya  de  perfume  escasa, 
Dice:  <A1  romper  la  aurora  fresca  y  roja 
>Ábrense  nuestros  pétalos  de  gasa; 

»Mas  un  soplo  de  viento  nos  deshoja 
>Y  el  calor  que  fecunda  nos  marchita. 
»¡Dura  ley  que  entristece  y  acongoja!» 


64  M.    CURROS    ENRÍQUEZ 


»El  torpe  insecto,  dolorido,  grita : 
Hijos  del  sol,  su  fuego  nos  calienta 
:^  Y  á  su  luz  agitámonos  bendita; 

»Pero  al  venir  la  noche  soñolienta, 
» Cuando  su  rayo  se  extinguió  en  el  cielo, 
» ¡Ráfaga  helada  mátanos  violenta!» 

Rompe,  Señor,  del  grande  arcano  el  velo. 
¿Por  qué  pusiste  en  todo  amor  y  muerte 
Y  á  mí  me  privas  de  sentir  su  anhelo? 

» ¡Dichosos  los  que  sufren!  Grande  y  fuerte, 
Tú  al  ángel  das  la  gracia  que  lo  exalta; 
Pero  si  ha  de  llegar  á  conocerte, 
Aún  el  dolor,  aún  el  dolor  le  falta! » 


IV 


Ciro  asombrado  oía  los  arpegios 
De  la  doliente  voz,  que  se  filtraba 
De  su  pecho  en  lo  íntimo.  ¡Los  ángeles 
No  tienen  lira  tan  sonora  y  dulce! 
Mudas  están  las  báquicas  orquestas. 
Todo  parece  que  en  redor  escucha. 

En  cojines  de  seda  reclinado. 
La  languidez  sintiendo  del  deseo, 
Ciro  quiere  más  cantos,  más  suspiros. 
Jahel  pulsa  de  nuevo  el  cinnor  santo 
Que  de  sus  manos  trémulas  cayera; 
La  desceñida  túnica  de  lino 
Deja  entrever  sus  formas  delicadas; 
Su  voz  adquiere  el  ritmo  tempestuoso 


LA    LIRA    LUSITANA  65 


De  la  alta  profecía.  En  ese  instante 

La  inspiración  volcánica,  terrible, 

Dio  á  su  semblante  una  expresión  siniestra. 


THRENO   SEGUNDO 


«Junto  al  Hermon,  al  pie  de  la  montaña, 
Del  tiempo  antiguo  en  las  pasadas  eras. 
Raza  altiva  vivía,  audaz  y  extraña. 

Sus  hijos,  vigorosos  como  fieras, 
Moraban  ya  en  el  bosque,  ya  en  la  gruta. 
Hermanos  de  chacales  y  panteras. 

De  inquieta  sangre  y  cabellera  hirsuta. 
Ellos  poblaron  la  extensión  de  horrores. 
Viviendo  en  perdurable,  honda  disputa. 

Pero  en  compensación  á  esos  rigores. 
Las  vírgenes  aquellas  engendraron, 
Por  las  cuales,  muñéndose  de  amores, 
Á  la  tierra  los  ángeles  bajaron. 


II 


El  azote  de  Dios  cayó  tremendo 
Sobre  la  tribu  miserable  un  día. 
De  lepra  y  peste  con  castigo  horrendo. 

La  tierra  quedó  estéril  y  baldía, 
Y  del  hambre  temiendo  las  torturas. 
Loca  la  gente  y  consternada  huía. 

Débiles  seres,  candidas  criaturas, 


66  M.    CURROS   ENRÍQUEZ 


Por  sus  madres  al  huir,  abandonadas, 


Poblaron  las  desiertas  espesuras, 
Al  furor  de  las  aves  entregadas. 


III 

Samiaza  nuevamente  el  éter  corta 
Para  escuchar  el  inmortal  concierto 
Que  se  levanta  de  la  tierra  absorta. 

De  pronto,  triste  queja,  lloro  incierto 
Oye  exhalarse  al  borde  del  torrente. 
Allá,  donde  halla  límite  el  desierto. 

Acércase  á  la  sima  diligente. 
¡Es  una  pobre  niña  la  que  llora. 
Que  el  frío  helado  de  la  noche  siente! 

Flor  á  quien  niega  en  su  primer  aurora 
Su  amparo  el  tallo,  en  que  gentil  se  mira; 
Allí  su  madre  la  arrojó  traidora, 
Y  el  buitre  fiero  en  torno  de  ella  gira. 


IV 


El  ángel,  contemplándola,  bendijo 
El  dolor  que  la  vida  nos  revela, 

Y  de  piedad  vertió  llanto  prolijo. 

Por  su  bien,  nueva  madre,  se  desvela; 
Lecho  de  rosas  dale  por  guarida, 

Y  mientras  ella  duerme,  el  ángel  vela. 
Y  viene  á  despertarla  á  la  salida 

Del  sol,  y  guía  sus  pasos  en  el  suelo; 

Y  por  verla  y  guardarla,  hasta  se  olvida 
De  sí,  de  Dios  y  de  su  patria,  el  cielo. 


LA    LIRA    LUSITANA  67 


V 

De  día  en  día  más  gentil  y  bella, 
La  pobre  niña  huérfana  crecía; 
Mas  ¿cómo  el  ángel  revelarse  á  ella? 

Extraño  afán  su  espíritu  sentía; 
Le  encantaba  su  gracia  soberana, 
La  amaba...  ¡y  ella  nunca  lo  sabría! 

Rebelde,  sordo  á  su  pasión  tirana, 
Fáltale  el  verbo  en  que  el  amor  se  expresa, 
Noble  atributo  de  la  forma  humana... 

De  infinito  dolor  el  alma  presa, 
Buscó  para  su  amada  un  dulce  nombre 

Y  la  llamo  Tamiel,  de  fe  en  promesa. 
¡Nada  que  más  conmueva  y  tanto  asombre 

Como  el  dolor  de  un  ángel,  en  la  fría 
Atmósfera  agitándose  del  hombre! 
Tamiel,  en  tanto,  en  soledad  vivía, 

Y  Samiaza  le  hablaba  en  el  lenguaje 
De  la  naturaleza  casta  y  pía. 

Ora  la  sonreía  entre  el  follaje. 
Ora  la  estremecía  con  el  blando, 
Suave  rumor  del  aura  en  el  boscaje. 

Y  poco  á  poco,  la  ansiedad  medrando. 
Del  ángel  puro  en  la  divina  esencia 
Iba  el  amor  terreno  penetrando. 

Loco,  por  fin,  de  afán  y  de  impaciencia, 
Á  Tamiel  prometió  mostrarse  un  día 
De  un  hermoso  galán  en  la  apariencia. 

Tamiel  creyó  morirse  de  alegría 
Al  oír  la  promesa  misteriosa, 


68  M.    CURROS    ENRÍQUEZ 


Y  esperando  la  aurora  que  venía, 
Cuanto  serlo  aquí  cabe,  era  dichosa. 


VI 


Corpórea  forma  pidió  á  Dios,  sediento 
El  ángel...,  y  sus  alas  se  desprenden 
Cual  hojas  secas  que  arrebata  el  viento. 

Las  cuerdas  de  su  cítara  suspenden 
El  cántico  inmortal;  de  su  pupila 
Á  raudales  las  lágrimas  descienden. 

Sus  ensueños  de  gloria,  su  tranquila 
Paz,  todo  en  doloroso  panorama. 
Ante  sus  ojos  súbito  desfila. 

¡Ya  de  sus  goces  se  extinguió  la  llama! 
¡Perdió  su  sien  el  resplandor  sagrado! 
¡Hombre  es  el  ángel  ya!...  ¿Qué  importa,  si  ama? 

De  un  sueño  delicioso  y  regalado 
Despiértase  Tamiel,  y  se  estremece 
Viendo  un  lindo  doncel,  triste,  á  su  lado. 

í<¡Tú  no  eres  la  visión  que  resplandece 
En  mis  ensueños!  Samiaza  sonreía; 
Tú  lloras,»  y  tu  llanto  me  entristece. 

»¿Qué  buscas  junto  á  mí? — Tamiel  decía— . 
No;  tú  no  tienes  sus  sonrisas  francas... 
Mi  amado  sobre  el  éter  ascendía, 
Y  tú  careces  de  sus  alas  blancas.  >^ 

VII 

Samiaza  llora.  Del  dolor  cautiva. 
Su  alma  tan  ruda  decepción  no  arrostra. 


LA    LIRA    LUSITANA  69 


Y  es  que  el  amor  con  el  desdén  se  aviva 

Y  la  pena  que  eleva  es  la  que  postra.» 


Ciro  dormía  ya  profundamente, 
Como  el  león  cansado,  oyendo  en  sueños 
La  vibración  del  plectro  cadencioso, 
Que  dulce  suavidad  vierte  en  su  alma. 
Jahel  cantaba  ahora  más  serena; 
Su  canto  la  protege  en  el  combate 
Contra  el  fiero  monarca  voluptuoso. 

Pura  como  Judith,  en  vez  de  espada, 
Por  prolongar  el  sueño  del  tirano, 
De  nuevo  va  á  pulsar  el  nablo  augusto. 

THRENO   TERCERO 
I 

«Samiaza  en  su  destierro  languidece, 
Como  flor  á  una  roca  trasplantada 
Del  vergel  en  que  fresca  y  pura  crece. 

Mustia  como  la  flor,  su  alma  apenada 
Bebía  la  frescura  que  da  vida 
De  la  hermosa  Tamiel  en  la  mirada. 

Á  veces,  sorprendiéndola  dormida, 
La  contemplaba  en  su  ardoroso  empeño 
Con  expresión  de  duelo  indefinida. 

Ver  su  semblante  mágico  y  risueño 


70  M.    CURRf^S    ENRÍQUEZ 


Era  su  afán;  su  encanto  más  precioso 
Arrullar  con  sus  cánticos  su  sueño. 

En  sus  escasas  horas  de  reposo 
Préstale  el  césped  generosa  alfombra. 
¡Ya  no  sonríe  en  éxtasis  glorioso, 
Hi  alas  ya  tiene  que  le  presten  sombra! 


II 


ün  día  oyóse  un  grito  sofocado 
Allá  en  la  gruta  en  que  Tamiel  dormía, 

Y  al  punto  el  ángel  acudió  á  su  lado. 
Tamiel  no  estaba  allí.  Legión  impía 

Sorprendióla  de  bárbaros  guerreros, 
Que  huyen  con  ella  por  la  selva  umbría. 

Atajando  caminos  y  senderos 
Samiaza  corre,  los  alcanza  y  traba 
l«eha  mortal  con  los  salvajes  fieros. 

Y  como  si  otra  vez  la  fuerza  brava 
De  su  vida  pretérita  tuviera. 
De  cada  golpe  un  monstruo  derribaba. 

¡Venció  por  fin!  Tamiel  libre  ya  era, 

Y  estaba  en  su  poder  ya  rescatada. 
Ella  le  sonrió...  ¡La  gloria  fuera 
Kuin  premio  á  esa  sonrisa  comparada! 


III 


Del  Hermon  en  la  cumbre  fué  el  combate; 
El  sol  ya  en  el  ocaso  se  escondía 
Oíando,  de  la  fatiga  que  le  abate 


LA    LIRA    LUSITANA  71' 


Sin  reposar  Samiaza,  descendía 
Al  valle  con  Tamiel.  Su  sombra  vaga 
Por  doquiera  el  crepúsculo  extendía. 

La  ave  nocturna,  á  quien  la  sangre  embriaga, 
Fosforesciendo  á  los  airados  ojos, 
En  torno  á  los  cadáveres  divaga. 

Y  en  tanto  que  devora  sus  despojos, 
Samiaza  va  faldeando  la  montaña. 
Destrozados  sus  pies  por  los  abrojos. 

Sudor  sangriento  su  semblante  baña. 
Teme  otra  horda  encontrar  asoladora, 

Y  una  inquietud  inmensa  le  acompaña. 
Llegó  al  valle;  la  frente  soñadora 

Reclinó  de  su  amada  sobre  el  seno; 

Y  durmiéronse  así.  La  nueva  aurora 
Iluminó  aquel  grupo  casto  y  bueno. 


IV 


Abrió  á  la  luz  del  sol  sus  ojos  bellos 
Tamiel,  y  de  Samiaza,  que  aun  reposa. 
Acarició  sonriente  los  cabellos. 

Los  ecos  de  la  selva  sonorosa 
Forman  himno  magnífico,  uniforme, 
Que  embriaga  el  alma  en  placidez  dichosa. 

De  pronto  una  pantera  horrible,  informe, 
Que  del  monte  bajó,  rápida  llega 

Y  hunde  á  Tamiel  bajo  la  garra  enorme. 
Al  sordo  ruido  que  en  la  ruda  brega 

La  bestia  hacía,  despertó  Samiaza, 

Y  de  su  puño  á  un  golpe  de  ira  ciega 
La  aplastó,  com.o  al  golpe  de  una  maza. 


M.    CURROS    ENRIQUEZ 


V 

Tamiel  se  desplomó,  pálida,  yerta. 
Su  amado  la  llamó,  y  ¡ay!  no  responde... 
Y  aun  la  llamó  otra  vez...  ¡Estaba  muerta! 

Entre  sus  manos  el  doncel  esconde 
Dolorido  la  faz.  No  se  le  alcanza 
Que  á  veces  puede,  sin  saber  por  dónde. 
Venir  á  consolarnos  la  esperanza. 

VI 

Desde  el  cénit  el  astro  rutilante 
Iluminaba  el  valle  y  la  colina 
Con  luz  intensa,  viva,  deslumbrante. 

La  frente  alzando  que  á  la  luz  inclina 
Samiaza  transfigúrase,  y  advierte    - 
Que  se  remonta  á  la  mansión  divina. 

Allá  en  el  aire,  un  coro  inmenso  y  fuerte 
Cantaba:  «¡Bien  venido  el  que  ha  tocado 
El  misterio  fatal  de  amor  y  muerte! 

El  amor  que  á  la  tierra  te  ha  lanzado 
Te  dio  otra  vez  del  ángel  la  hermosura. 
¡Cuando  el  día  del  Hijo  sea  llegado, 
Tú  llevarásle  el  cáliz  de  amargura!» 


VI 


Luminosa  aureola  ciñe  el  rostro 
De  la  bella  Jahel;  la  profetisa 
Siente  el  misterio  aterrador,  que  ha  sido 


LA    LIRA    LUSITANA  73 


El  sueño  incomprensible  del  Oriente. 
Ciro  dormía  aún,  sueño  profundo, 
Sueño  letal  que  embarga  los  sentidos 
Del  soberbio  monarca  de  monarcas. 

Un  águila  veloz  desciende  entonces 
Sobre  su  frente  ungida,  y  la  corona 
Le  arrebató  imperial.  Ciro,  convulso, 
Quiere  seguirla,  pero  rauda  el  águila 
Corta  el  espacio  azul  y  desparece, 
En  sus  garras  llevando  la  presea. 
Vuela  hacia  la  alta  cumbre  del  Carmelo, 
Del  torbellino  en  alas.  Ciro  sigúela; 
Tras  ella  trepa  el  escarpado  monte, 
Pero  el  águila  audaz  al  mar  se  lanza. 
¡No  importa!  Lleva  la  corona,  y  Ciro 
Quiere  reinar...  Ahogado,  jadeante, 
Del  Carmelo  tocó  la  cima  ansiada. 
De  una  gruta  salvaje  salió  entonces 
Sombra  terrible,  la  espantosa  sombra 
Del  más  grande  de  todos  los  profetas, 
Elias,  alma  eterna  del  desierto. 

¡Despierta!»,  le  gritó.  Ciro,  obediente. 
Despertó  de  la  aciaga  pesadilla. 
La  pudorosa  virgen  aun  cantaba, 

Y  su  canto  era  fresco  cual  rocío. 
El  rey,  interpretando  el  fatal  sueño, 
Teme  al  Dios  de  Israel,  potente  y  grande, 

Y  acepta  humilde  el  providente  aviso. 
Ya  del  alba  las  tintas  brilladoras 

En  el  cielo  oriental  resplandecían. 
Cuando  Ciro  despide  pura  é  intacta 
Ala  virgen  cautiva,  sonriente. 


74  M.    CURROS    ENRÍQUEZ 


«¡Ve,  mujer,  á  anunciar  con  la  alborada 
Á  tu  pueblo,  que  llora  al  pie  del  río. 
De  libertad  feliz  la  ansiada  aurora! » 

Dijo,  y  las  arpas,  mudas,  suspendidas 
Del  árbol  babilónico,  que  al  viento 
Sólo  quejas  tristísimas  lanzaran, 
Pulsadas  por  los  míseros  esclavos 
Canto  grandioso  de  alegría  entonan: 

«La  virgen  de  Adonai  viene  á  anunciarnos 
El  rescate  que  un  sueño  hemos  creído; 
Mas  si  es  sueño,  ¿por  qué  del  alma  salen 

Himnos  en  vez  de  quejas? 
De  hoy  más  dirán  las  gentes,  las  edades: 

«¡Dios  bendijo  á  su  pueblo!» 
Jehová  nos  protege;  es  nuestro  escudo. 

¡Aleluya!  ¡Aleluya! 
Con  lágrimas  la  tierra  hemos  regado, 
Mas  hoy  la  mies  segamos  prometida. 
Jehová  nos  libró  del  cautiverio. 
Cual  de  las  aguas  del  mar  Rojo  antaño.» 


*  ^  * 


FIN  DE  SATANÁS 

I 

Diaes  magnus. 

De  la  trompa  del  Juicio  el  ronco  acento 
Lúgubre  y  triste  por  doquier  resuena; 
Á  su  voz,  que  recorre  el  firmamento. 
Surge  la  Humanidad,  de  espanto  llena. 


.A    LIRA    LUSITANA  75 


Interrumpiendo  el  sueño  á  las  edades, 
El  mensajero  del  Eterno  avanza. 

Profundas  ansiedades 
Vacilan  entre  el  miedo  y  la  esperanza. 

Rotas  las  leyes  físicas  del  mundo, 
Caótica  sombra  los  espacios  puebla, 
Cual  si  otra  vez  el  «hágase  >  fecundo 
Fuese  á  escucharse  entre  la  densa  niebla. 
Los  astros  apagábanse  en  la  altura 

Chocando  en  rudo  embate. 
Sólo  una  estrella  en  el  cénit  fulgura 
Como  lejana  aurora  de  rescate. 
Nítido  y  puro  luminar  sagrado, 
Aún  ésa  brilla,  solitaria  estrella, 
Flor  olvidada  en  campo  ya  espigado, 
La  obscuridad  esclareciendo,  bella. 
Su  luz  es  suave  y  llena  de  armonía 

Como  un  mirar  divino. 
Faro  que  fulge  en  tempestad  bravia, 
Paz  imponiendo  al  negro  torbellino. 

Luce  en  las  sombras,  dulce,  inmaculada. 
Cual  lámpara  colgada  en  templo  augusto. 
Tímida,  melancólica  y  velada, 
Caal  la  postrera  lágrima  de  un  justo. 
Hondo  terror  la  Humanidad  domina, 
Que  espera  el  fallo  de  su  juez  severo. 

De  la  inmensa  ruina 
Quedaba  únicamente  aquel  lucero. 


76  M.    CURROS    ENRÍQUEZ 


II 

Génesis  del  mal.    - 

Entonces  del  abismo  proceloso, 
En  tumbos  epilépticos  saltando, 
Se  alza  Satán,  siniestro  y  rencoroso, 
Con  la  mirada  al  cielo  interrogando. 
Tendió  al  espacio  los  airados  ojos, 
Por  el  fragor  del  trueno  estremecido, 

Y  ante  el  Señor,  de  hinojos. 
Exclamó  con  acento  conmovido: 
«Señor,  bien  ves  perdida  aquella  estrella 
Que  á  solas  brilla  en  la  desierta  altura. 
Es  hija  del  dolor;  dame  por  ella 
Mi  destino  final.  ¡Ésa  es  mi  hechura!» 

Y  al  contemplar  la  estrella  en  lo  infinito, 

Resplandeció  más  viva 
É  iluminó  la  frente  del  precito, 
Dolorosa,  sublime,  pensativa. 

Y  el  Eterno,  escuchándole  abstraído, 
Como  cuando  en  un  ser  la  vida  infiama, 
Ó  cuando  sobre  el  ánimo  afligido 
Bálsamo  de  placer  y  amor  derrama: 
«Espíritu  increado  y  siempre  en  guerra 
—  Dijo  — ,  pero  en  esencia  alto,  divino; 
Tú  al  par  del  hombre  luchas  en  la  tierra, 

Y  así  luchando  cumples  tu  destino. 
Llevaste  al  mundo  la  misión  tremenda 

De  mantener  la  libertad  humana 


LA    LIRA    LUSITANA  77 


Y  de  rasgar  la  sofocante  venda 
Que  el  pensamiento  esclavizó  tirana. 
¡Tú  formulaste  de  protesta  el  grito 
Contra  la  violación  de  todo  fuero, 

É  infundiste  la  sed  de  lo  infinito 
Desde  el  hombre  primero! 
La  razón  despertaste  del  letargo 
En  que  el  dogma  sumió  la  inteligencia, 

Y  le  diste  á  probar  en  vaso  amargo 
La  negación,  de  la  verdad  esencia. 
Combatiste  indignado  la  mentira 

De  cuantos  en  mi  nombre  anuncian  muerte; 
Frente  al  que  goza,  has  puesto  al  que  suspira, 
Has  dicho  al  débil  por  dónde  era  fuerte. 
Cuando  en  esclavitud  al  hombre  viste, 
Inerme  paria  que  asaltó  el  marasmo. 
Tú  á  ayudarle  colérico  saliste 
Con  el  arma  invencible  del  sarcasmo. 
¡La  carcajada  acerba!  Ella  aniquila 
Dioses  y  reyes,  que  por  tierra  lanza. 
Ella  expresa  la  duda  que  vacila, 
¡Y  también  la  esperanza! 
De  la  Naturaleza  santa  y  pura 
Hediondo  muladar  hizo  el  asceta; 
Mas  tú  lanzaste  en  toda  criatura 
La  tentación,  que  el  claustro  no  respeta. 
Las  torturas  por  que  has  atravesado 
Apariencia  te  dieron  vil  é  inmunda. 
¡Álzate,  serafín  inmaculado, 

Y  anégate  en  la  luz  que  me  circunda! 
La  por  ti  derrotada  torpe  hueste, 

Malvado  te  pintó,  te  vio  sombrío, 


78  M.    CURROS   ENRÍQUEZ 


Y  comparó  tu  marcha  con  la  peste 
y  tu  mirar  terrible  al  odio  frío. 

Llamáronte  Ahriman,  Astaroth,  Siva, 
Trono  de  sombras  diéronte  y  de  asfalto, 
¡Á  ti,  que  en  la  mirada  franca  y  viva 
Llevabas  luz  bajada  de  lo  alto! 

Fué  por  la  compasión,  santa  flaqueza, 
Por  que  el  hombre  del  hombre  se  hizo  esclavo. 
Tal  de  Hércules  la  impávida  entereza 
Venció  al  flaco  Euristeo,  nunca  bravo. 
Esa  flaqueza  me  hizo  un  sacrificio 
De  amor:  la  pura  lágrima  de  Eva... 
En  la  tremenda  hora  del  juicio, 
¡Sus,  hasta  mí  esa  lágrima  te  eleva!» 


III 
Stella  salutis. 

Mira  de  nuevo  al  astro  luminoso 
Satán:  su  dulce  claridad  le  embriaga. 
La  paz  su  seno  inunda  tempestuoso 

Y  oye  en  el  cielo  una  armonía  vaga. 
Nimbo  inefable  cíñele,  divino, 

Y  penetra  en  la  gloria  triste  y  lento. 
Mientras  la  estrella  alumbra  su  camino 
Sobre  el  universal  desquiciamiento. 

%     %     H: 


LA    LIRA    LUSITANA  7í) 


LA  INFANCIA  DE  HOMERO 


Fragmento. 

Niño  aún,  mas  sediento  de  renombre, 
Anfínomo  dejó  el  hogar  paterno 
Y  á  las  fiestas  de  Homero  se  encamina. 
Vencer  creyendo  á  los  poetas  todos. 

¡Con  cuánta  lentitud  corren  los  días! 
Transida  de  dolor,  Naís  contempla 
Continuamente  el  mar,  y  halla  desierto 
Siempre  el  confín  azul  del  horizonte. 
¡Ni  una  vela  á  lo  lejos  que  en  sus  pliegues 
Le  traiga  una  esperanza  lisonjera! 
Un  círculo  de  sombra  en  sus  pupilas 
Vela  la  inmóvil,  límpida  mirada. 
¡No  sabe  qué  habrá  sido  de  su  hermano! 
Desde  que  el  alba  asoma  hasta  que  en  negro 
Crespón  la  noche  se  avecina,  inquieta. 
Sentada  en  su  azotea,  al  mar  conjura. 
El  ruido  de  las  olas,  estrellándose 
Contra  la  playa,  ahoga  sus  sollozos; 
Su  cabello  y  su  manto  al  aire  flotan. 
Revueltos  cual  sus  tristes  pensamientos. 

¡Naís,  la  rubia  hija  de  Mileto, 
Princesa  encantadora!  Su  aya  al  lado 
Busca  ansiosa  consuelos  que  brindarle. 


80  M.    CURROS   ENRÍQUEZ 


Interroga  al  oráculo,  mas  éste, 
Eternamente  mudo,  no  responde. 
Ansiosa  hacia  la  playa  se  dirige, 

Y  á  las  divinidades  sacrifica; 

La  más  propicia  invoca,  y  todo  en  vano. 
Naís  suplica  de  este  modo  á  Antémor: 

«¡Padre  mío,  qué  insólita  tardanza! 
jMi  hermano  sin  venir!  Sueña  ruinas 
Mi  fantasía  á  veces,  y...  ¿quién  sabe?... 
¡Oh,  mandad  disponer  vuestras  galeras : 
Quiero  marchar  en  una,  mar  adentro. 
Esperarle  y  de  vuelta  acompañarlo. 
Pues  trae  las  palmas  de  inmortales  triunfos! 

Parte  ufano  el  bajel,  de  rica  púrpura 

Y  de  oro  recamado,  en  cuya  popa 
Cantando  van  á  coro  las  doncellas. 
Naís,  más  triste  cada  vez,  miraba 
Cómo  la  quilla  corta  la  corriente. 
Nada  columbra  en  el  cerúleo  piélago; 
Lívida  sombra  nubla  su  semblante: 
De  los  nautas  inquiere  dónde  sopla 
El  monzón;  hondo  miedo  la  perturba. 
Cree  á  Anfínomo  errante  en  mares  fieros, 
Llevado  en  la  borrasca  á  extrañas  tierras. 
Perdido  y  muerto  en  tenebrosas  sirtes. 

En  tanto,  como  un  dios  sobre  las  aguas. 
Deslizase  el  bajel  en  mar  de  leche. 
Bajo  azul  cielo,  á  impulso  de  auras  suaves. 


LA    LIRA    LUSITANA  81 


De  pronto,  el  alción  cruza,  perseguido. 
Las  alturas  y  síguenle  bandadas 
De  aves  que  anuncian  no  lejana  tierra. 
Allá  en  el  horizonte,  débil  mancha 
Se  descubre;  se  avivan  los  colores 
Y  destácanse  rocas  y  colinas 
Esmaltadas  de  mágica  verdura. 
Embalsamada  virazón  terrestre 
Esparce  en  todos  súbita  alegría. 
¡Han  llegado  ya  á  Chío!  Naos  innúmeras 
Atracan  en  el  puerto,  engalanadas, 
Venidas  á  las  fiestas,  de  otras  islas. 

«Afinad,  afinad  mi  plectro  de  oro, 
—  Dice  Naís  al  coro  de  doncellas  — . 
Mi  canto  virginal  debe  escucharse 
En  las  sagradas  fiestas  con  que  honramos 
Al  hijo  de  Chriteis.  Allí,  sin  duda, 
Encontraré  á  mi  hermano  entre  las  gentes. 
Sólo  él  podrá  con  su  armoniosa  lira 
Vencer  mi  canto,  en  que  el  amor  alienta; 
Sólo  á  sus  pies  pondré  mi  áurea  guirnalda. 
Pero  cuidad  que  no  me  reconozca. 
Como  un  vate  menor  quiero  á  las  fiestas 
Acudir.  ¡Oh,  doncellas!  Ocultadme 
La  cabellera  rubia  bajo  el  lazo 
De  la  gentil  corona.  Que  en  mí  vean. 
Cuando  me  miren,  el  más  bello  y  noble 
Joven  del  Archipiélago.  Hoy  me  inflama 
Sacrosanta  alegría  inspiradora. 
¡Á  tierra  conducid  al  nuevo  Aeda!» 

Feliz  con  la  esperanza  que  le  guía, 

G 


82  M.    CURROS    ENRÍQUEZ 


Tiende  Naís  los  anhelantes  ojos 

Sobre  la  hirviente  multitud...  ¡No  encuentra 

Al  hermano  á  quien  ávida  buscaba! 

El  general  placer  su  pena  acrece; 

Atenta  escucha  los  sonoros  cantos, 

Y  en  ninguno  la  voz  oyó,  querida, 
Ningún  rostro  al  de  Anfínomo  semeja; 
¡Entre  el  estruendo  piérdense  sus  ayes! 
Naís  estaba  en  ese  instante  hermosa; 
Era  imposible  verla  sin  amarla. 
Posada  sobre  el  plectro  la  alba  mano, 
Una  marmórea  estatua  parecía 
Palpitando  animada  por  el  genio. 
Viéronla  los  cantores  y  aclamaron 

El  candor  infantil  del  nuevo  vate. 
Pulsó  el  arpa  Naís:  bajo  sus  dedos 
Despréndense  torrentes  de  armonía 
Que  por  el  aire  silenciosos  vagan. 
La  multitud  se  agolpa  en  torno  de  ella^ 

Y  con  mudez  de  Oráculo  la  escucha. 
Por  fin  alzó  la  voz,  dulce  y  sentida, 

Y  arrebatada  y  trémula  cantaba. 

Flébil  concierto  oíase  en  los  aires 
Que  la  noche  arrulló  del  Archipiélago... 
Eran  susurros  plácidos  de  río 
Mezclados  al  cantar  de  las  cigarras; 
Era  el  gemir  de  brisas  dulces,  ledas, 
Agitando  las  aguas  y  las  frondas; 
Eran  los  vastos,  azulados  mares, 
Bordados  de  islas,  reflejando  rosas 

Y  entonando  canciones  misteriosas. 


LA    LIRA    LUSITANA 


¡Hablaba  todo  del  sublime  Aeda! 

Los  ríos,  en  su  marcha  perezosa, 
Deslizándose,  en  místicos  rumores, 
Como  brazos  que  buscan  otros  brazos, 

Y  caen  al  fin  del  propio  ardor  rendidos, 
Iban  diciendo  á  las  vecinas  selvas 

Y  á  los  lejanos  ecos  de  los  valles: 
«Nosotros  le  hemos  dado  blanda  cuna, 

Y  escuchamos  sus  prístinos  vagidos 
En  las  ruidosas  fiestas  confundidos.» 

¡Hablaba  todo  del  sublime  Aeda! 

Los  insectos  sonoros,  en  la  noche 
Callada,  con  su  cántico  estridente. 
Decían  en  confuso  acento  gárrulo: 
«Nuestra  voz  arrulló  su  primer  sueño, 

Y  mientras  él  dormía,  no  temido 

Por  los  númenes  patrios,  vengadores,- 
Revelámosle  en  sueño  los  secretos 
Que  ocultos  yacen  en  la  eterna  lira, 
Á  cuyo  son  la  Humanidad  se  inspira.» 

¡Hablaba  todo  del  sublime  Aeda! 

Y  en  tropel  caprichoso,  locas^  rientes. 
Cual  náyades  flotando  sobre  el  agua, 

Ó  cual  bacantes  que  del  bosque  tornan. 
Brisas  inquietas  llegan  murmurando: 
«Nosotras  jugueteamos  con  sus  rizos. 
El  rumor  escuchamos  de  su  plectro, 


84  M.    CURROS   ENRÍQUEZ 


Esparcimos  al  viento  sus  canciones, 

Y  suspensas  de  encanto,  todavía 
Repetimos  al  mundo  su  armonía.» 

¡Hablaba  todo  del  sublime  Aeda! 

La  onda  blanca  y  gentil,  que  desgreñada 
Pasa  besando  el  alto  promontorio 

Y  va  á  perderse  de  una  playa  en  otra; 
El  mar  Egeo,  en  lecho  de  esmeralda, 

Y  el  blando  mar  de  Myrto,  entre  el  ruido 
Que  al  nocturno  concierto  se  incorpora: 
<  Nosotros  le  llevamos  de  isla  en  isla; 
Misterios  revelámosle  eternales, 

Y  él  los  cantó  en  estrofas  inmortales.» 


Hablaba  todo  del  sublime  Aeda! 


Y  las  islas,  alzándose  del  agua 

Como  ninfas  de  un  lago  azul,  tranquilo, 

Conchas  del  mar  profundo  al  sol  luciendo, 

Dicen  también,  su  voz  uniendo  al  coro: 

«Acogímosle  pobre  y  vagabundo. 

Como  viandante  en  quien  el  genio  habita; 

Altares  le  erigimos,  y  hemos  dado 

De  nuestro  amor  al  huésped  tal  ejemplo, 

Que,  por  su  asilo  ser,  somos  ya  un  templo. 

Al  dulce  canto  á  cuyo  son  en  sueño 
Las  horas  de  la  vida  se  deslizan, 
Breve  silencio  sucedió,  turbado 
Por  espantoso  estruendo,  nunca  oído. 


LA    LIRA    LUSITANA  85 


Como  en  un  alto  cráter  que  revienta, 
Vapor  sulfúreo  exhálase  á  los  aires; 
Candente  lava  al  turbio  mar  desciende, 
Iluminado  por  velada  luna. 
Era  el  Vesubio,  que  con  ronco  grito: 
¡Homero  no  existió  — dice — ;  es  un  mito!» 

Mas  de  los  ríos  el  susurro  blando, 
El  ardiente  cantar  de  las  cigarras. 
El  gemir  de  la  brisa  melancólico, 
Jugando  con  las  aguas  y  las  frondas, 
El  infinito  mar,  las  verdes  islas, 
Proseguían  en  plácido  concierto: 
<Nosotros  le  hemos  visto  y  escuchado, 
Disputámosle  aún  en  liza  honrosa, 
Dímosle  el  ser  y  entre  nosotros  canta, 
Cual  ALMA  PARENS  de  la  Grecia  antigua.- 

De  su  alta  inspiración  en  el  delirio 
ígnea  aureola  el  rostro  á  Naís  rodea. 
La  juventud  le  presta  encanto  y  gracia. 
Cuando  todos  inquietos  se  preguntan: 
<^De  dónde  viene?  ¿Quién  le  enseña  el  canto? 
¿Será  tal  vez  un  Dios?»  En  ese  instante 
Las  trenzas  caen  sobre  sus  hombros,  libres. 
¡Eran  cabellos  de  mujer!  Sonrieron 
Locos  de  amor  los  vates,  y  arrojaron 
Á  sus  pies  las  coronas  y  las  liras. 


LA  SEÑORITA  DE  ALDEA  = ' 


(3)     Véanse  las  Notas  del  recopilador,  que  figuran  después  del 
índice  de  este  tomo. 


'|,ll:l|!l|ll|:  I,  l'JM  ^r|''|:il    I  II    I:  l-.i    r  I.  |..i  :|..l..l,J,.l!!l:ill!|iiliilliliillil!;l!ll>lllll.lllilill:il,ilNllll!IIHlilllllNll 


LA  SEÑORITA  DE  ALDEA 


Pocas  veces  las  escuelas  tradicionalistas  cum- 
plen mejor  la  misión  que  representan  dentro  de 
la  esfera  del  pensamiento  moderno,  como  en  esos 
momentos  en  que,  extenuadas  de  fatiga  por  la 
violenta  marcha  á  que  las  sujeta  la  civilización, 
viajera  incansable  de  la  luz,  condenada  á  perse- 
guirla por  entre  asperezas  y  sombras,  hacen  un 
pequeño  descanso  en  su  jornada,  y  antes  de  sa- 
ludar la  nueva  aurora  y  de  recibir  en  el  soplo 
perfumado  del  aura  emanada  de  las  regiones 
altas,  vírgenes  aún,  el  beso  de  bienvenida,  vuel- 
tos los  ojos  al  pasado,  cuyas  esplendorosas  mara- 
villas se  desvanecen  como  los  últimos  rayos  del 
sol  en  el  ocaso,  tienden  hacia  él  sus  brazos  y  sus- 
piran y  lloran  por  los  recuerdos  que  dejan  tras 
sí,  lamentando  en  su  desesperación  y  maldi- 
ciendo esa  continua  sucesión  de  los  tiempos,  esa 
inexorable  rotación  de  los  astros,  á  compás  de 
cuyo  movimiento  las  generaciones  se  divorcian 
de  las  generaciones,  las  razas  desaparecen,  las 
leyes  se  humanizan,  los  usos  se  transforman,  y 
todo  progresa,  todo  mejora  y  adelanta. 


90  M.    CURROS    ENRÍQUEZ 


Partir  de  lo  concreto  á  lo  abstracto,  de  lo  rela- 
tivo á  lo  absoluto;  ascender  desde  la  llanura  á  la 
montaña  por  un  camino  de  abrojos  y  de  preci- 
picios; buscar  una  luminosa  alborada  á  través  de 
una  noche  de  espantosos  crepúsculos;  salvar  las 
ásperas  fronteras  del  mundo  poblado,  para  ingre- 
sar desorientados  en  el  mundo  desierto;  marchar 
á  lo  indefinido,  partiendo  de  lo  determinado;  á  la 
lucha,  renunciando  la  calma;  á  la  duda,  genera- 
dora de  ia  verdad,  dejando  la  fe  entre  las  zarzas 
del  camino,  es  una  tarea  de  titanes,  es  un  traba- 
jo colosal  á  pocas  organizaciones  posible  y  no  á 
todos  los  espíritus  dable,  sin  consentir  en  arran- 
carles un  grito  de  protesta. 

El  yunque  es  vigoroso,  y  sin  embargo  gime 
bajo  el  golpe  del  martillo. 

He  ahí  cómo  se  justifica  la  actitud  hostil  de 
esas  escuelas  enfrente  de  las  teorías  contempo- 
ráneas. Es  condición  del  espíritu,  á  su  inmersión 
en  el  Jordán  de  la  nueva  idea,  no  entrar  en  un 
período  de  renacimiento  ni  realizar  una  sola  de 
sus  evoluciones  hacia  la  perfección,  sin  sentir- 
se presa  de  un  escalofrío.  ¿Y  qué  es  el  progreso 
para  esas  escuelas  más  que  un  río  cuyas  aguas 
purificadoras  producen  el  espasmo? 

Hay  alianzas  que  no  pueden  aceptarse  sin  gran- 
des violencias. 

Alejarse  de  la  orilla,  donde  quedan  nuestros 
penales,  sin  tender  á  ellos  una  vez  siquiera  nues- 
tros ojos  humedecidos  por  las  lágrimas;  huir  del 
hogar  querido  sin  dirigirle  desde  la  última  re- 
vuelta del  sendero  la  angustiosa  mirada  del  rey 


L\    SEÑORITA    DE   ALDEA  91 


moro;  sentir  desmoronarse  al  soplo  renovador 
de  la  idea  la  gigantesca  fábrica  de  ese  maravi- 
lloso mundo  del  pasado,  cuyos  muros  creímos 
de  diamante,  y  no  conmovernos,  sería  exigir  de- 
masiado á  nuestra  pobre  naturaleza,  que  así  vive 
de  esperanzas  como  de  recuerdos. 

No;  no  pidáis  al  hombre  que  para  entrar  en  la 
vida  nueva  se  despoje  por  completo  del  polvo  de 
ese  mundo  en  que  ha  recogido  los  gérmenes  que 
aun  nutren  su  existencia;  no  le  pidáis  que  renun- 
cie á  sus  encantos,  y  abra  en  su  memoria  una 
tumba  á  sus  recuerdos  para  escribir  sobre  ella 
aquel  tristísimo  «¡No  volverán!»  del  patriarca 
hebreo,  porque  al  hacerlo  anularéis  en  él  la  pre- 
rrogativa más  bella  del  alma:  el  sentimiento;  y 
privaréis  al  edificio  que  tratáis  de  levantar,  del 
más  poderoso  é  indispensable  de  sus  atractivos: 
el  Arte. 

¿Qué  sería  de  la  Ciencia  si  el  pensamiento, 
vencidos  todos  los  obstáculos  que  en  su  carrera 
especulativa  encuentra  para  realizar  su  objetivo, 
llegase  á  la  posesión  de  la  última  verdad,  y  fran- 
queadas todas  sus  fronteras  se  cerniese  en  los 
horizontes  infinitos,  frente  por  frente  de  la  inte- 
ligencia creadora?  ¿Qué  sería  del  Arte  cuando, 
rebasados  los  hasta  ahora  indeterminados  lími- 
tes de  la  belleza,  no  hubiese  ya  más  que  una  sola 
religión,  un  solo  ideal,  una  sola  ley,  un  solo  tipo? 
Satisfechos  entonces  con  nuestras  conquistas,  co- 
locados á  una  altura,  por  decirlo  así,  periespi- 
ritual,  conseguidos  y  realizados  todos  nuestros 
ensueños,  viviendo  una  vida  de  pleno  porvenir 


92  M.    CURROS    ENRÍQUEZ 


y  plena  luz,  nos  desdeñaríamos  de  escuchar  la 
leyenda  de  los  tiempos  que  pasaron  y  renuncia- 
ríamos al  estudio  de  las  sociedades  muertas,  in- 
útiles ya  de  todo  punto,  y  ni  siquiera  aprovecha- 
bles por  su  fase  cómica,  que  es  la  fase  más  triste 
de  todas  las  cosas,  sus  caracteres  y  costumbres, 
por  extravagantes  ó  sublimes  que  hayan  sido. 

Retardemos,  sí,  retardemos  todo  lo  posible  el 
advenimiento  de  esa  época.  ¿Qué  sería  entonces 
de  la  señorita  de  aldea?... 

Y  ello  es,  por  inverosímil  que  parezca,  que  la 
señorita  de  aldea,  nueva  Circe,  vive  y  se  des- 
arrolla en  proporción  de  la  multiplicidad  de  los 
incultos  bosques  de  nuestra  patria,  siendo,  por 
lo  tanto,  exclusivamente  gallega.  Menos  fantás- 
tica que  el  mito,  aunque  no  participe  de  ninguno 
de  sus  encantos,  ella  os  dará  testimonio  abruma- 
dor de  su  existencia  cuantas  veces  os  dediquéis 
á  recorrer  los  pintorescos  valles  y  montañas  de 
Galicia,  ora  llevados  del  deseo  puramente  artís- 
tico de  visitar  sus  silenciosas  abadías,  sus  ruino- 
sos monasterios,  sus  castros  y  sus  dólmenes;  ora 
no  tengáis  otro  objeto  que  saludar  á  vuestro  an- 
tiguo camarada,  beber  á  su  mesa  una  botella  de 
tostado  y  pagársela  con  esas  puerilidades  fraseo- 
lógicas de  tanto  precio  para  los  amigos  rurales, 
que  casi  siempre  fundan  en  ellas  vuestro  dere- 
cho á  su  voto  y  el  de  sus  colonos  en  la  próxima 
elección  de  diputados. 

Descuidado  tal  vez  su  tocado  (y  ya  sabéis  hasta 
qué  punto  antihigiénico  puede  llegar  el  descuido 
del  tocado  de  las  aldeas);  inclinada  sobre  el  bor- 


LA    SEÑORITA    DE    ALDEA  93 

de  de  un  estanque  de  un  modo  capaz  de  engen- 
drar deseos  en  las  soledades,  si  las  soledades  tu- 
viesen pupilas,  como  alguna  vez  pretende  Víctor 
Hugo;  en  una  actitud  que  os  induciría  á  confun- 
dirla con  una  náyade  jugando  con  las  aguas,  si 
ciertos  movimientos  uniformes  de  sus  brazos  no 
os  obligasen  á  sospechar  que  se  emplea  todo  lo 
más  poéticamente  que  le  es  posible  en  lavar  una 
prenda  de  ropa,  la  señorita  de  aldea  acaba  de  re- 
velarse á  vuestros  ojos  con  toda  la  exuberancia 
de  su  belleza  silvestre,  y  en  todo  el  vigor  y  en 
toda  la  fuerza  de  sus  privilegiados  pulmones, 
interesados  solamente  en  dejar  llegar  á  vuestro 
oído,  al  compás  de  las  detonaciones  producidas 
por  la  ropa  jabonada  que  azota  contra  el  lava- 
dero, la  canción  no  tan  moderna  como  soporí- 
fera de  Átala,  á  trozos  intercalados  de  ciertos 
sonidos  extraños  y  ciertos  trémolos  y  florituri 
emigrados  de  la  muñeira. 

Fascinados  por  el  agreste  atractivo  de  su  her- 
mosura, no  precipitéis,  sin  embargo,  el  penco 
monterrosino  de  paso  cicatero  en  que  cabalgáis, 
único  artefacto  locomóvil  permitido  en  Galicia 
para  ir  á  su  encuentro  y  saludarla,  porque  será 
inútil.  El  escándalo  hípico  sobre  que  hacéis  la 
travesía,  quizá  no  comprenda  el  significado  de 
vuestro  acicate,  cuyos  afilados  dientes  jam^s  le 
han  producido  otra  cosa  que  un  delicioso  cos- 
quilleo en  sus  ijares,  y  la  dama  cuyas  gracias 
queríais  admirar  de  cerca,  al  divisaros  camino 
del  pueblo  y  en  dirección  á  ella,  abandonará  de 
pronto  la  inocente  diversión  á  que  se  dedicaba, 


94  M.    CURROS   ENRÍQUEZ 


dejará  que  el  panal  de  jabón  ruede  envuelto  en  la 
ropa  al  fondo  del  estanque,  y  cubierta  de  rubor, 
toda  confusa,  loca,  huirá,  como  la  cierva  herida, 
á  refugiarse  en  el  solar  paterno,  afortunadamente 
cercano,  prorrumpiendo  en  gritos  incoherentes  y 
salvajes. 

Y  ¿cómo  no,  si,  viajeros  importunos,  habéis 
querido  sorprenderla  traidoramente  en  uno  de 
los  misterios  más  transcendentales,  aunque  me- 
nos conmovedores,  de  su  sacerdocio  doméstico? 
¿Cómo  no,  si  abusando  del  habitual  abandono  á 
que  autoriza  la  vida  del  campo,  os  habréis  atre- 
vido á  profanar  el  templo  de  la  Ceres  montañe- 
sa, sin  anunciaros  previamente  con  las  palabras 
sagradas?  Quince  ó  veinte  días  antes  de  vuestra 
llegada  descolgaría  de  la  percha  el  vestido  con 
que  de  año  en  año,  por  la  fiesta  del  Corpus,  sue- 
le hacer  su  entrada  triunfal  en  las  ciudades;  neu- 
tralizaría el  efecto  del  intenso  rojo  de  sus  meji- 
llas, color  de  muy  mal  gusto  en  esta  época,  com- 
batiéndolo con  algunas  dosis  de  vinagre  de  la 
última  cosecha,  y  de  esta  suerte,  completada  su 
toilette  con  el  eficaz  auxilio  de  la  partera  del 
lugar,  podría  presentarse  á  vosotros  de  una  ma- 
nera más  interesante  y  más  digna  del  decoro  de 
su  casa  y  de  su  sexo. 

¡Ah!  No  esperéis  que  os  perdone  jamás  este 
allanamiento  de  morada,  esta  sorpresa  que  pudo 
exponerla  á  que  formaseis  de  ella  un  concepto 
poco  favorable.  De  hoy  más,  su  carácter  se  hará 
receloso,  su  oído  adquirirá  una  elasticidad  pas- 
mosa para  recoger  á  grandes  distancias  todos 


LA    SEÑORITA    DE    ALDEA  95 

los  rumores  de  la  Naturaleza,  y  no  confundir  con 
el  ruido  del  viento  el  trote  de  un  caballo,  sobre 
el  cual  se  acerca  á  sus  dominios  un  afortunado 
hijo  de  las  ciudades,  y  ni  una  sola  vez  se  asoma- 
rá á  la  ventana  ni  saldrá  siquiera  á  la  puerta  de 
su  casa  sin  presentarse  convenientemente  enga- 
lanada con  su  capota  de  terciopelo  de  Levante, 
su  pelisa  de  raso  de  lana,  su  vestido  de  chacona 
con  volantes  y  su  zapato  de  rusel,  traje  que  aun 
cree  de  última  moda  y  que  ella  misma  confec- 
cionó con  materiales  adquiridos  por  donación 
testamentaria  de  su  difunta  abuelita,  en  vista  de 
un  patrón  que  llegó  á  sus  manos  envolviendo 
confituras,  y  cuya  fecha,  que  podría  remontarse 
al  año  de  gracia  de  1832,  ha  sido  alevosamente 
arrancada  del  papel  por  los  ratones,  inaprecia- 
bles colaboradores  á  veces  de  primorosas  obras 
artísticas. 

Inútil  será  ya  toda  estratagema.  Prevenida  has- 
ta contra  lo  fortuito,  en  vano  las  coincidencias 
conspirarán  contra  ella  y  querrán  tenderle  un 
lazo:  su  instinto  de  mujer  acecha  en  continua 
vigilancia,  y  el  amor  de  sí  misma,  que  ha  adqui- 
rido en  ella  el  refinamiento  de  los  fluidos  im- 
ponderables, no  os  permitirá  bajo  ningún  pre- 
texto que  volváis  á  confundir  á  la  señorita  de 
aldea  con  su  terrible  rival,  la  grosera  labradora. 

Pero  no  es  interesante  nuestra  heroína  sola- 
mente en  esos  instantes,  que  pudiéramos  llamar 
de  descuido.  Para  estudiarla,  para  conocerla  bien, 
es  necesario  transponer  el  dintel  de  su  templo,  su 
casa,  penetrar  en  su  gabinete  y  departir  con  ella 


96  M.    CURROS    ENRÍQUEZ 

largo  rato,  porque  sólo  así  podremos  adquirir 
la  medida  exacta  de  su  valor  y  tener  una  idea 
aproximada  de  su  modo  de  ser  especialísimo. 

Vedla  si  no  al  día  siguiente  de  vuestra  llegada 
á  la  aldea,  cuando  portadores  de  la  visita  de  un 
amigo  de  su  familia  que  vive  en  la  ciudad,  ó  con 
cualquier  otro  pretexto,  acompañado  de  vuestro 
huésped,  vais  á  saludarla. 

Á  través  de  los  cristales  de  su  ventana,  retira- 
do observatorio  desde  el  cual  ni  un  solo  acciden- 
te de  vuestra  vida  de  forastero  pasará  inadverti- 
do á  la  poderosa  atracción  de  sus  pupilas,  os  ha 
visto  abandonar  la  casa  de  vuestro  amigo,  y  esto 
bastó  para  comprender  que  va  á  ser  objeto  de 
vuestras  atenciones.  ¿Cómo  lo  sabe?,  preguntaréis. 
¿Tiene  acaso  en  ella  el  sentido  profético  privile- 
gios que  ha  solicitado  en  vano  hasta  ahora  el  sen- 
tido común?  ¿Es  tal  vez  adivina?  Algo  conoce  la 
magia  negra,  y  no  es  del  todo  profana  á  la  inter- 
pretación de  los  signos  cabalísticos;  sabe,  por 
ejemplo,  echar  las  cartas,  conjurar  un  alma  en 
pena  y  firmar  pactos  de  sangre  con  determinados 
poderes  ocultos;  cree  en  la  eficacia  de  las  raspa- 
duras de  uñas  como  activo  afrodisíaco,  en  la  rosa 
de  Jericó  como  garantía  de  buen  suceso  en  los 
partos  laboriosos,  y  en  toda  esa  química  sombría, 
muchos  de  cuyos  experimentos,  realizados  in 
anima  vili,  entretienen  agradablemente  la  mo- 
notonía de  sus  veladas  de  invierno;  pero  á  más 
de  esto,  y  sobre  todo  esto,  la  señorita  de  aldea 
suele  tener  presentimientos,  y  su  corazón  pocas 
veces  se  engaña. 


La  señorita   de  aldea  97 


Así  es  que  vuestra  visita  no  le  coge  de  susto  : 
vive  prevenida;  y  si  por  un  momento  habéis  creí- 
do sorprenderla,  os  engañasteis,  porque  os  es- 
peraba. 

¿Verdad  que  está  llena  de  gracia  é  insinuante 
como  nunca?  En  sus  labios  retoza  esa  sonrisa 
dulce  y  seductora  que  la  mujer  menos  cómica 
sabe  arrancar  del  fondo  de  un  espejo,  como  el 
alquimista  de  la  Edad  Media  sacaba  del  fondo  de 
la  retorta,  después  de  repetidos  é  infructuosos  en- 
sayos, una  aleación  metálica  desconocida,  y  á  no 
ser  por  cierto  aire  de  cortedad  que  embaraza  to- 
dos sus  movimientos,  acaso  la  confundiríais  con 
la  más  encopetada  y  desenvuelta  cortesana.  ¡Qué 
distinguido  porte!  ¡Qué  circunspección  al  escu- 
char las  razones  que  os^  mueven  á  visitarla!  ¡Qué 
majestad  y  qué  altivez  en  su  apostura!  ¿Quién 
creerá  que  pueda  ser  ésta  la  misma  que  ayer  se 
dio  á  correr  como  un  gamo  á  la  simple  aparición 
de  vuestra  cabalgata,  camino  de  la  aldea?  Y  sin 
embargo,  en  todo  eso  hay  un  fondo  de  rusticidad 
que  la  denuncia. 

Bajo  una  triple  capa  de  almidón  machacado, 
específico  que  sólo  ella  hace  substituir  con  ven- 
taja á  los  tan  decantados  polvos  de  arroz,  median- 
te un  procedimiento  que  es  uno  de  sus  secretos 
de  tocador,  pronto  reconoceréis  de  un  modo  que 
no  deje  lugar  á  dudas  el  bermellón  natural  de 
sus  mejillas,  y  cuando  esto  no  fuese  bastante  á 
tranquilizaros,  en  la  timidez  con  que  responde  á 
vuestro  saludo,  abandonándoos  su  dedo  índice 
para  que  lo  estrechéis  en  vuestras  manos,  per- 


98  M.    CURROS    ENRÍQUEZ 


fectamente  envuelto  en  un  guante,  cuyo  color 
originario  no  fué  bastante  á  borrar  un  reposado 
baño  de  tinta,  y  en  la  dificultad  de  expresión  con 
que  tropieza  al  querer  manifestar  sus  ideas,  ten- 
dréis otros  tantos  signos  mortales  para  conocer 
la  legitimidad  de  nuestro  tipo. 

Una  de  las  cosas  que  más  contribuyen  á  carac- 
terizarle es  su  conversación,  que  participa  de  la 
doble  amenidad  de  la  novela  y  de  las  selvas,  y 
que  será  culta  hasta  la  gazmoñería  si  la  habláis 
de  amores,  ó  candorosa  hasta  la  fatuidad  si  la 
obligáis,  por  una  galantería  propia  de  vuestro 
carácter,  á  lastimarse  de  la  existencia  triste  y 
por  demás  obscura  de  las  aldeas;  pero  en  uno  y 
otro  caso,  su  elocuencia  os  dejará  mucho  que 
desear  por  lo  que  respecta  á  pureza  de  estilo  y 
elegancia  de  dicción,  pues  si  elogiáis  sus  ojos  os 
dirá  que  no  es  nnerecente»  de  tantos  favores;  si 
la  preguntáis  por  qué  no  ama,  os  contestará  que 
porque  tiene  bastante  «pedrominio»  sobre  sus 
pasiones;  y  una  vez  y  otra  os  prodigará,  con  un 
lujo  verdaderamente  superfino, frases  tan  correc- 
tas como  éstas:  «haiga»  por  <haya»,  «deliriar» 
por  < delirar»,  «meta»  por  «mitad  ,  «zócalos»  por 
«zuecos»,  «petar»  por  «llamar»,  «é  yo»  por  «y 
yo»,  «deán  por  «den»,  y  otras  no  menos  intere- 
santes. 

Extraordinariamente  aficionada  á  la  lectura, 
pero  alejada  del  mundo  literario  lo  bastante  para 
ser  exclusiva  depositaría  del  gusto  dominante  á 
principios  de  siglo,  la  señorita  de  aldea  reúne 
una  escogida  biblioteca,  compuesta  de  las  nove- 


LA    SEÑORITA    DE    ALDEA  99 


las  de  D/^  María  de  Zayas,  de  las  Noches  lúgubres, 
de  Cadalso,  de  Aladíno  ó  la  lámpara  maravillosa, 
y  de  varios  entretenidos  Trovos  mievos  para  can- 
tar los  enamorados,  de  autor  anónimo,  según  se 
desprende  de  la  franca  y  terminante  declaración 
hecha  por  un  ciego  vendedor  de  coplas  en  el 
acto  de  rematar  sus  géneros  por  la  «corta  canti- 
dad de  dos  cuartos». 

Mas  no  se  crea  por  eso  que  carece  de  ilustra- 
ción y  no  conoce  más  ó  menos  á  fondo  los  ade- 
lantos realizados  por  nuestro  siglo  en  el  terreno 
de  la  Ciencia  y  del  Arte.  Aventuraos  á  interrogar- 
la respecto  de  las  dos  más  grandes  conquistas 
de  nuestros  tiempos;  preguntadle  qué  opina  acer- 
ca de  esa  maravillosa  máquina  destinada  á  fun- 
dir en  uno  todos  los  pueblos  del  mundo,  la  loco- 
motora, y  de  ese  liilillo  mágico  consagrado  á 
transmitir  de  un  polo  al  otro,  con  la  rapidez  del 
rayó,  la  palabra  del  hombre,  el  telégrafo.  ¡Oh! 
—  exclamará — .  ¡La  locomotora!  Buenos  caballos 
deben  ser  los  que  lleva  dentro  cuando  corre  tan- 
to... ¡El  telégrafo!  ¿Qué  clase  de  veneno  será  el 
que  circula  por  sus  alambres,  que  produce  la 
muerte  instantánea  de  los  pájaros  que  en  ellos 
se  columpian  en  el  momento  de  transmitirse  un 
parte?...  Quizá  os  parezca  candorosa  la  contesta- 
ción; pero  yo  os  aseguro  que  no  la  escuchará  un 
representante  del  país  gallego  sin  sentir  en  su 
alma  los  remordimientos  que  Dante  puso  en  el 
alma  del  suicida,  y  en  su  rostro  la  vergüenza  del 
ladrón  de  corbata  blanca,  sorprendido  in  fra- 
ganti. 


100  M.    CURROS    ENRÍQUEZ 


Por  lo  demás,  si  como  literata  y  erudita  está 
muy  lejos  de  satisfacer  la  señorita  de  aldea  to- 
das las  exigencias  de  nuestra  época,  como  mujer 
hacendosa  y  como  dama,  es  un  prodigio  de  eco- 
nomía. 

Para  comprenderlo  así,  bastará  que  la  veamos 
en  el  tocador  y  en  la  cocina. 

En  cuanto  á  su  boudoir,  sírvele  ordinariamente 
de  espejo  un  fragmento  de  cristal  azogado,  resto 
de  una  venerable  luna  de  Venecia,  cuidadosa- 
mente transmitida  de  generación  en  generación 
hasta  los  buenos  tiempos  de  su  mamá,  en  cuyas 
manos  se  hizo  añicos  una  noche,  no  se  sabe  cómo 
ni  por  qué,  en  ocasión  de  hallarse  arreglando  su 
tocado  delante  de  su  esposo  para  asistir  á  un 
baile  de  elecciones  celebrado  en  los  salones  de 
la  abadía  parroquial;  utiliza  á  guisa  de  coldcream 
la  manteca  de  lechón,  y  usa  por  cosmético  la 
bandolina  hecha  con  pepitas  de  membrillo,  en. 
que  es  fecundísimo  su  huerto,  y  por  pomada  el 
aceite  común,  extraído  en  cantidades  respetables 
de  la  repleta  alcuza,  con  grave  perjuicio  del  gui- 
so cotidiano,  que  resultará  probablemente  me- 
nos sabroso  que  de  costumbre. 

Su  elixir  dentífrico  constitúyenlo  por  tempo- 
radas el  carbón  machacado  y  la  ceniza  de  tabaco. 
Dada  esta  circunstancia,  fácil  es  comprender  la 
agradabilísima  emoción  que  experimentará  vién- 
doos fumar  uno  tras  otro  veinte  coraceros,  aun- 
que no  sea  más  que  ante  la  idea  de  recoger  á 
vuestra  espalda,  del  rincón  adonde  las  arrojasteis 
con  desdén,  igual  número  de  pudibundas  colillas. 


LA    SEÑORITA    DE    ALDEA  lOl 

Así,  pues,  no  vaciléis  en  sacar  la  petaca  y  fumar 
cuantas  veces  se  os  antoje  en  su  presencia;  tenéis 
su  permiso.  ¡Pues  no  faltaba  más!  —  os  dirá  — . 
¡Vaya!  Sí,  señor.  Cabalmente  no  hay  esencia  para 
mí  más  agradable  que  el  olor  del  tabaco. 

Dicho  lo  cual,  de  la  manera  más  delicada  y  me- 
nos sospechosa  que  pueda  haber,  si  no  apuráis 
el  último  cigarro,  desechándolo  á  medio  quemar, 
es  porque  no  tenéis  entrañas  ó  no  veis  más  allá 
de  las  narices. 

Lo  grave  es  que,  ni  aun  por  ésas,  blanquea  su 
dentadura:  la  gran  cantidad  de  hidrógeno  disuel- 
to en  el  aire  de  las  montañas  y  el  excesivo  hie- 
rro que  arrastra  el  agua  que  brota  de  los  peñas- 
cales para  abastecimiento  de  la  aldea,  se  la  en- 
negrecen cada  vez  más,  corroyéndosela  poco  á 
poco. 

No  siempre  la  señorita  de  aldea  vive  en  la 
aldea.  Semejante  á  esas  parietarias  llenas  de  fres' 
cura  y  lozanía  que  hermosean  los  vetustos  mu- 
ros de  nuestros  viejos  castillos,  suelo  presentarse 
á  veces  allí  donde  menos  se  espera,  como  en  vir- 
tud de  una  misteriosa  generación  espontánea. 
Hija  del  poderoso  indiano  que  á  fuerza  de  pri- 
vaciones y  fatigas  logró  reunir  en  América  una 
fortuna  respetable,  ó  del  hacendado  vincideiro 
que  halló  medio  de  reponer  su  capital  amenaza- 
do dedicándose  á  la  exportación  de  cereales  y 
ganado,  con  lo  cual  ha  conseguido  entre  la  gente 
rústica  que  se  le  llame  hoy  tan  mayorazgo  como 
si  nunca  hubiesen  existido  las  leyes  de  desvin- 
culación, allí  la  encontraréis  dondequiera  se  ce~ 


102  M.    CURROS    ENRÍQUEZ 


lebre  una  feria,  donde  haya  una  romería  ó  se 
disponga  un  baile,  no  siendo,  por  consiguiente, 
difícil  verla  así  en  la  villa  como  en  la  ciudad, 
donde  los  instintos  comerciales  de  sus  progeni- 
tores la  conduzcan,  ganosos  de  prepararla  una 
buena  colocación,  ya  exhibiéndola  montada  á  la 
antigua,  indolentemente  recostada  en  la  jamuga, 
sobre  una  muía  perfectamente  enjaezada  con  co- 
llar de  cascabeles  y  anteojeras,  ya  sobre  un  ju- 
mento de  gran  alzada,  cuyas  extremidades  des- 
aparecen bajo  el  exagerado  vuelo  de  su  vestido 
de  amazona,  porque  no  hay  que  echar  en  olvido 
—  y  esto  nada  tiene  de  extraño  —  que  la  señorita 
de  aldea,  sin  poseer  la  noción  más  ligera  del  arte 
de  Equitación,  monta  como  un  númida,  y  salva 
con  su  caballo  en  pelo  un  precipicio  con  la  mis- 
ma facilidad  que  un  gaucho. 

Atribuyese  á  Arquímedes,  como  una  muestra 
de  la  potencia  de  su  genio,  el  dicho  de  la  palanca. 
¡Gran  cosa!  Dad  á  la  señorita  de  aldea  una  pieza 
de  tela,  y  con  ella  deslumbrará  al  mundo.  De 
ella  saldrá  el  traje  con  que  se  pone  de  largo;  con 
ella  arreglará  su  traje  de  paseo,  su  traje  de  casa 
su  traje  de  baño,  su  traje  de  luto  y  su  traje  de 
bodas.  ¿Por  ventura  lo  dudáis?...  Entonces  no 
conocéis  las  virtudes  de  la  corteza  del  aliso,  no 
sabéis  hasta  dónde  alcanza  el  amarillo  jugo  de  la 
cicuta,  ignoráis  que  hay  en  América  un  árbol  que 
se  llama  campeche,  desconocéis  en  absoluto  la 
utilidad  de  la  caparrosa  y  de  la  zarzamora  y,  por 
último,  no  sabéis  que  en  uno  de  los  ángulos  de 
la  cocina  hay  un  pote  de  quince  ollas  de  cabida, 


•LA    SEÑORITA    DE    ALDEA  103 

destinado  única  y  exclusivamente  á  contener  to- 
das esas  materias  que,  puestas  en  infusión,  han 
de  producir  el  tinte  que  se  desea,  con  todos  los 
cambiantes  del  raso,  el  brillo  mate  del  terciopelo 
ó  la  opacidad  de  la  lana. 

Pues,  ¿y  que  diremos  de  sus  conocimientos 
culinarios? 

Poned  en  sus  manos  pecadoras  la  cabeza  de 
un  ajo,  media  pierna  de  vaca,  un  poco  perejil, 
media  docena  de  patatas,  y  veréis  qué  diversidad 
de  platos,  qué  variedad  de  condimentos  os  pre- 
senta, Y  no  se  diga  que  al  levantaros  de  la  mesa 
os  sentís  poco  satisfechos.  Hartos  y  muy  hartos 
habéis  de  llegar  á  los  postres,  si  es  que  antes  no 
habéis  renunciado  á  continuar  vuestra  función 
gastronómica,  en  presencia  de  tal  cual  hebra  de 
finísima  seda  culebreando  en  un  mar  de  roja 
salsa,  ó  de  un  incauto  volátil  que  encontró  en  el 
vientre  del  redondo  tubérculo  digno  mausoleo 
á  sus  gloriosas  cenizas. 

Por  regla  general,  la  señorita  de  aldea  no  ama. 
No  porque  carezca  de  la  sublime  facultad  del 
amor  que  Dios  colocó  en  el  alma  de  todas  las 
mujeres,  y  con  especialidad  en  ésta,  á  quien  la 
soledad  y  el  apartamiento  en  que  vive  mantie- 
nen en  una  constante  predisposición  erótica, 
sino  porque  no  encuentra  en  los  estrechos  lími- 
tes de  la  aldea  en  que  vive  objeto  alguno  acree- 
dor á  la  pasión  inmensa  que  atesora.  ¡Cuántas 
veces  en  las  dulcísimas  noches  primaverales,  en 
la  estación  lujuriosa  de  las  flores  y  de  los  aro- 
mas,  en    esa   época  en  que  la  Naturaleza  toda 


104  M.    CURROS    ENRÍQUKZ 


parece  prorrumpir  en  un  misterioso  himno  de 
amor,  que  se  desvanece  en  los  cielos, perdiéndose 
más  allá  de  sus  serenidades  infinitas;  en  esa  épo- 
ca en  que  todo  tiene  par,  en  que  nada  está  aban- 
donado, en  que  todo  vela  por  todo,  y  desde  el 
insecto  al  hombre  no  ha}^  un  ser  que  carezca  de 
amante  compañía,  porque  la  primavera  es  la  Pas- 
cua de  la  creación,  en  que  todos  los  odios  se  re- 
concilian y  se  firman  los  más  duraderos  pactos; 
cuántas  veces  en  esas  noches  el  desvelado  espí- 
ritu de  la  señorita  de  ia  aldea  es  el  único  que 
tiene  que  permanecer  mudo  en  el  concierto  uni- 
versal, ahogando  en  sí  los  gérmenes  do  amor 
que  le  devoran!  Nada  más  interesante  entonces 
que  su  pensamiento,  errando  por  los  aires  en 
busca  de  un  protector  halago,  de  un  beso  de  ca- 
riño que  lo  haga  olvidar  la  dolorosa  orfandad  en 
que  vive,  ni  más  expresivo  y  conmovedor  que 
la  silenciosa  lágrima  que  se  desliza  por  sus  me- 
jillas, como  la  queja  de  amargura  que  bajo  el 
peso  de  la  maldición  se  escapa  involuntariamen- 
te del  pecho  del  excomulgado. 

¡Pobre  señorita  de  aldea!  Los  que  te  creen  ri- 
dicula subdivisión  del  género  á  que  perteneces, 
te  calumnian.  Esposa  fiel  y  amante,  capaz  de  toda 
la  pasión  y  de  toda  la  indiferencia  que  caracte- 
rizan la  raza  felina,  cuando  la  mano  de  un  foras- 
tero, enamorado  de  tus  excepcionalísimas  virtu- 
des, va  á  buscarte  á  tu  retiro  y  te  conduce  hasta 
el  altar;  excelente  y  bonachona  madre,  cuando 
suena  para  ti  la  hora  sublime  de  la  familia,  tú 
no  suscitarás  en  el  hogar,  con  tus  caprichos,  esas 


LA    SEÑORITA    DE    ALDEA  105 

terribles  escenas  á  que  dan  lugar  las  mujeres 
que,  teniéndose  por  más  ilustradas  que  tú,  creen 
ver  en  el  no  siempre  tranquilo  semblante  del 
esposo,  trabajado  por  los  afanes  de  la  vida,  la 
melancolía  precursora  del  adulterio,  ni  consenti- 
rás que  los  hijos  de  tus  entrañas,  fecundados  por 
docenas  para  bien  de  la  patria  y  perpetuidad  de  tu 
nombre,  se  alimenten  al  calor  de  pechos  merce- 
narios, pudiendo  nutrirse  de  los  tuyos,  abundan- 
tes como  los  de  Venus,  cuj^o  néctar  es  fama  que 
al  derramarse  en  los  cielos  dejó  indeleblemente 
trazada  la  mancha  blanquecina  que  aun  conoce- 
mos con  el  nombre  de  Vía  láctea. 


DE  MI  ÁLBUM  ^'^ 


poesías 


(4)     Véanse  las  Notas  del  recopilador,  que  figuran  después  del 
índice  de  este  tomo. 


■  ■■lyiUIBIMMMIUiUllllll  Ifl  IILIILUÍ  IILimiIIILllLRimiLlUJIl  Ul  Ul  HHimLIILlItUtJUJLHI  111  Hl  Hl  III  Ul  III  Hl  IIUIUILIH 


DE  MI  ÁLBUM 


Á  María  Tubau. 

En  los  serenos  días 
De  la  paz,  idos  para  siempre  acaso, 
Te  vi  surgir,  y  vi  cómo  ascendías, 

Y  del  Arte  en  los  cielos  te  perdías 
Para  en  ellos  brillar,  sol  sin  ocaso. 

Y  entonces  te  admiré,  porque  yo  admiro 
Con  religioso  culto  el  noble  giro 

Del  ala  ó  de  la  nube 
Que,  partiendo  de  abajo. 
No  sin  terrible,  colosal  trabajo, 
Obstáculos  venciendo,  al  cielo  sube. 

Empero,  hoy  que  á  la  tierra. 
Estremecida  por  fragor  de  guerra. 
Te  veo  descender  y,  semejante 

Á  la  Beatriz  del  Dante, 
Vestida  de  color  de  llama  viva, 
En  medio  á  los  que  sufren  apareces, 
Les  brindas  esperanza  y  les  ofreces, 
Con  tu  óbolo  y  tu  amor,  rama  de  oliva; 


lio  M.    CURROS   ENRÍQUEZ 


De  tu  piedad  testigo, 
Que  del  soldado  enfermo  te  hace  hermana, 
¡Oh  Musa,  del  teatro  soberana!, 
Hoy  te  admiro,  te  aplaudo  y  te  bendigo. 
Que  no  es  del  horizonte  allá  en  la  altura 
Donde  irradia  del  sol  la  luz  más  pura. 
Ni  en  la  cumbre  de  altísima  montaña: 

Su  llama  creadora 
Brilla  más  á  mis  ojos  cuando  baña 
La  humilde  hierba  que  en  los  campos  mora 
Y  lleva  la  alegría  á  la  cabana. 


Á  Amelia  Pineiro. 

SONETO 

Para  expresarte  yo  cómo  te  quiero. 
Ninguna  lengua  términos  concilla: 
No  es  tan  grande  el  amor  de  la  familia, 
Ni  el  amor  celestial  tan  verdadero. 

Mira  tú  si  te  adoro  y  te  venero 
Que  pienso  á  veces,  si  tu  fe  le  auxilia. 
Que  Satanás  con  Dios  se  reconcilia 
Y  el  ángel  vuelve  á  ser  que  fué  primero. 

Tan  honda  es  la  virtud  que  en  ti  se  encierra 
Que,  al  rayo  nada  más  de  tu  mirada, 
El  mal  se  trueca  en  bien,  en  paz  la  guerra; 

Y,  como  el  que  hizo  todo  de  la  nada, 
Harás  tú  un  Paraíso  de  la  tierra 
Con  sólo  una  oración  por  ti  rezada. 


DE    MI    ÁLBUM  111 


A  Finita  Vales  Piñeiro. 

Para  expresarte  mi  amoroso  exceso, 
Rompo  las  cuerdas  de  mi  lira  de  oro, 

Y  de  sus  cuatro  notas  formo  un  beso 
Tierno,  dulce,  purísimo,  sonoro. 

Al  través  de  los  mares, 
No  tan  amargos  como  mis  pesares, 
¡Ojalá  que  á  ti  llegue  blandamente, 

Y  al  posarse  en  tu  frente, 
Semejante  á  una  estrella, 

De  toda  sombra  guarde,  providente, 

Y  todo  mal,  tu  cabecita  bella! 


Á  Jesusito  Vales, 


Llegan  noticias 
Por  el  Atlante 
Que  es  Jesusito 
Buen  estudiante, 
Dulce,  obediente 
Con  sus  papas 
Y  cariñoso 
Con  los  demás. 
Si  no  me  engañan 
Esas  noticias, 
¿Para  qué  quiero 
Yo  más  delicias? 


112  M.    CIRROS    ENRÍQUPZ 


De  gozo  salto: 
¡Chuscurruschús! 
Ahí  van  mil  besos 
Para  Jesús. 

Á  Dolores  Novo  de  Castillo. 

Su  nombre  y  su  tarjeta 
Me  hablan,  ¡oh,  Dios!,  de  cosas  tan  amadas, 
Que  siente  al  recordarlas  el  poeta 
Sus  mejillas  en  lágrimas  bañadas. 

¡Pobre  Pepe!  ¡Adorable  Victorino! 
Con  quienes  de  la  vida  en  el  camino 
Creí  llegar  al  término  lejano... 
¡Antes  que  yo  cumplieron  su  destino! 
¿Cuándo  del  mío  sondaré  el  arcano? 

Á  Rosa  María  O'Farrill. 

(Dos  m ajeros  en  ferrocarril.) 

Ella  con  su  gravedad 
Y  él  exhibiendo  sutil 
Títulos  de  propiedad... 
Van  en  gran  velocidad 
Al  matrimonio  civil. 

Á  Pastora  Egües.  (Ranchuefo.) 

Chica:  hoy  no  escribo  postales, 
Pues  como  estamos  en  huelga, 
Si  rompo  la  huelga  yo. 
Me  romperán  la  cabeza. 


DE    MI    ÁLBUM  113 


Á  Carmelina  Barón. 

Con  qué  suave  delicia 
Contra  su  seno  virgen  acaricia 
Esa  dama  gentil  á  esos  palomos... 
Viendo  yo  cosas  tales 
Suelo  decir:  ¿Por  qué  ciertos  mortales 
En  vez  de  animalitos  hombres  somos? 


Á  Emilia  Calé  y  Quintero.  (Madrid.) 

El  que,  niña,  tu  genio  ha  celebrado 

Y  recogió  el  cadáver  de  tu  tío 

Y  á  la  Musa  cantó  que  te  ha  engendrado. 
En  extranjeras  playas  desterrado 

Tu  recuerdo  agradece  tierno  y  pío. 

Á  Magdalena  Martínez. 

(Uaa  mujer  coa  alas  de  mariposa.) 

¡Una  mujer  con  alas 
De  mariposa!  Y  ¿para  qué  esas  galas, 
Si  á  tan  contrarios  seres 
Un  instinto  contrario  los  acosa? 
Cándida  y  sin  doblez  la  mariposa, 
Pérfidas  é  insensibles  las  mujeres. 

Las  unas,  la  caricia 
Buscan  del  aura  riente  entre  las  flores; 

8 


114  M.    CURROS    ENRÍgUEZ 


Las  otras  hallan,  ¡ay!,  en  los  dolores 
De  nuestras  almas  su  mayor  delicia. 

Muy  mal,  pintor,  á  la  mujer  retrata 
Tu  lápiz,  que,  venal,  adular  quiere... 
Pues  la  mujer  la  luz  que  enciende,  mata^ 
Y  en  esa  luz  la  mariposa  muere. 

Á  Matilde  Martínez. 

¿Ves  los  horrores  que  digo 
En  lo  que  á  Magda  escribí? 
Pues  si  yo  no  soy  amigo 
De  la  mujer,  por  castigo 
Denme  á  tu  hermana  y  á  ti. 

Á  María  Hernández. 

«Ponga  usted  algo,  honrando 
Mi  cartulina...» 
V^rdi  poner,  Marieta, 
No  soy  gallina. 
Algo  he  cantado  un  tiempo; 

Mas  ya  me  callo, 
Porque  caí  en  la  cuenta 

De  que  soy  gallo. 

Á  María  Luisa  Raluy. 

Mirando  esa  coqueta. 
Que  no  se  sabe  si  se  burla  ú  ora^ 
Comprendo  la  Coleta, 


DE    MI    ÁLBUM  1  15 


Evocación  sombría  del  averno, 

Que  nos  pinta  Burget  en  su  encantadora 

Fisiología  del  amor  moderno. 

Á  Rosalía  Iruch. 

Niña:  mi  vida  es  un  drama 
En  que  el  galán  y  la  dama 
Son  la  virtud  y  el  dolor: 
Yo  el  que  sostengo  la  trama 
Y  Dios  el  silbado  autor. 


Á  Magdalena  Hernández. 

Quiera  Dios,  cual  me  asedian 

Estas  postales, 
Que  te  asedien  los  novios 

Cuando  seas  grande; 

Pues  de  ese  modo 
Verás  que  no  se  puede 
Cumplir  con  todos. 

Á  Magdalena  Barceló. 

(Regreso  de  D.  Quijote,  apaleado,  á  su  aldea.) 

Es  humana  condición: 
Cuando  alguna  decepción 
El  ideal  estropea. 
Todos  entran  en  razón, 
Cual  don  Quijote  en  su  aldea. 


116  M.    CURROS    ENRÍQUEZ 


Á  Adolfina  Fernández  Lloréns. 

(Un  prestamista  dando  dinero  con  interés.) 

Ese  infame  prestamista 
Es  un  hombre  de  talento : 
Postales  llena  á  la  vista, 
Pero  al  doscientos  por  ciento. 

Á  Irene  Rodríg-uez. 

(Paisaje  de  Bretaña,  muy  parecido  á  Galicia.) 

Si  viste  el  campo  bretón 

Y  el  campo  gallego  viste, 
¿No  te  llamó  la  atención 
Qué  alegres  las  tierras  son 

Y  que  el  habitante  es  triste? 
Gallego  y  bretón  dejaron, 

Cometiendo  un  grave  yerro, 
El  Norte,  en  que  se  criaron, 

Y  la  tristeza  encontraron, 
Por  castigo,  en  su  destierro. 

Á  Luisa  de  León  Madrazo. 

(Salón  desierto  de  un  hospital,  con  una  preciosa  en- 
fermera en  primer  tór mirto.) 

Puesto  que  me  siento  mal 

Y  la  salud  mucho  se  ama, 
¿Habrá  para  mí  una  cama 
En  ese  santo  hospital?... 


DE    MI    ÁLBUM  117 


Á  Ang'elina  Blanco. 

(Dama  coa  calzón  de  punto  ceñido,  frac,  chaleco  muy 
descolado,  sombrero  de  copa  //  bastón.) 

Por  el  frac,  por  el  sombrero 

Y  un  detalle  singular 

Que  aquí  apuntarte  no  quiero, 

Pudiera  este  caballero 

Ser  mi  esposa  ante  el  altar.    • 

Á  Mercedes  Beci. 

Para  que  tu  álbum,  que  avariento  encierra 
Tesoros  mil,  profane  con  mi  nombre. 
Razón  no  aduzcas  que  me  venza  en  guerra. 
Bástale  á  la  mujer  serlo  en  mi  tierra. 
Para  tener  un  siervo  en  cada  hombre. 

Á  Carmelina  Arechavala.  (Cárdenas.) 

La  angelical  Carmelina 
No  ha  cumplido  trece  meses, 

Y  ya,  comiendo  las  eses. 
Me  dice  en  carta  muy  fina: 

«De  usted,  por  esta  región 
Tantos  autógrafos  veo. 
Que  me  entró  de  uno  deseo 
Para  honrar  mi  colección.» 

Vaya,  que  me  hizo  reir... 

Y  no  hay  para  qué  decir 


118  M.    CURROS    F.NRÍQUEZ 


Que  la  chica  hará  fortuna, 
Sabiendo,  desde  la  cuna, 
Con  tanta  gracia  mentir. 

Á  María  Menéndez. 

(La  bella  Otero.) 

Esa  mujer,  por  Cristo,  me  persigue...  • 
¿Cómo  expresarla  yo  que  no  consigue 
Mi  voto  su  belleza  casquivana? 
Yo  lo  siento;  no  es  fea,  está  nutrida. 
No  viste  mal  del  todo  mi  paisana; 
Pero  siempre  lo  dije  :  Á  ella,  vestida, 
Prefiero  yo,  desnuda,  una  cubana. 

Á  la  Srta.  Mundo  de  Liada.  (Placetas.) 

Hubiera  contestado  tu  tarjeta, 
De  haber  otra  antes  que  ésta  recibido. 
Español  y  poeta, 
Soy,  como  poeta  y  español,  cumplido. 

Versos  me  pides,  y  antes  que  los  leas 
Debo  advertirte,  y  súfrelo  con  calma. 
Que  yo  los  hago  á  las  mujeres  feas, 
Pues  tras  de  una  fealdad  siempre  hallo  un  alma. 

Á  E.  V.  y  P. 

¿Una  bella  estrofa,,,  á  mí? 
¡Por  el  Dios  que  me  crió! 
Si  la  belleza  está  en  ti, 
¿Cómo  producirla  yo? 


DE    MI    ÁLBUM  119 


Á    Victoria    Meitin. 

(La  Cleo  de  Mórode.) 

Ese  peinado  en  bandos^ 
Cleo,  dicen  que  lo  dejas 
Para  tapar  dos  orejas 
De  asno,  que  debes  á  Dios. 

Mal  haces,  si  ello  es  así, 
Y  tapándolas  te  excedes  :  ^ 
¿Con  qué  otras  orejas  puedes 
Oir  lo  que  hablan  de  ti? 

Á  Natalia  Mesa. 

La  limosna  que  ofrecemos 
Al  pobre  y  al  desvalido 
Nos  la  recoge  en  depósito 
El  Banco  del  Paraíso. 

Á  su  hermana  Maria  Josefa. 

La  gloria  es  un  gran  convite 
Donde  no  tienen  acceso 
Ni  la  mujer  sin  virtud 
Ni  los  hombres  sin  talento. 

Á  Maria  Batlle. 

Amargara  más  la  vida 
Que  una  taza  de  café. 
Sin  ese  terrón  de  azúcar 
Que  se  llama  «la  mujer.  > 


120  M.    CURROS    ENRÍQüEZ 


A  ... 

(Retrato  de  Alfonso  XIII.) 

Infortunado  heredero 
De  una  raza  que  hundió  á  España, 
Ni  sé  odiarte  ni  te  quiero, 
Ni  que  contrastes  espero 
La  estrella  que  te  acompaña. 

Á  María  Lucía  Triay. 

Tras  de  cantar  á  tanta  mujer  fea, 
De  tu  nombre  á  la  sombra  ya  descanso, 
Como  el  cisne...  del  río  en  el  remanso, 
Bajo  toldo  de  flores  se  recrea. 
Un  instante  el  arrullo  dulce  y  manso 
Del  perfumado  céfiro  me  orea, 
Bato  el  ala...  y  prosigo  mi  camino. 
¡Compadece,  Lucía,  mi  destino! 

Á  Miss  Concepción  GaraL 

Si  es  usted  de  este  país 
Y  el  escritor  que  usté  invita 
No  es  de  Londres  ni  París, 
¿Por  qué  se  llama  usted  Miss 
En  lugar  de  señorita? 


DR    MI    ÁLBUM  121 


A  Sarah  Heredia. 

(Una  (lama  sahando  un  lago  á  la  lu^  de  la  luna^ 
que  la  mira  como  (mojada  por  lo  que  deja  ücrj 

Cuando  esa  dama  saltó 
.  El  lago,  alzando  la  enagua, 
La  luna  se  enfureció... 
¡Más  me  enfureciera  yo 
Si  estoy  debajo  del  agua! 


Á  Silvia  Aballí. 

No  escribo  en  este  papel 
Porqué  usted  á  usar  me  invita 
La  lengua  francesa  en  él. 
¿Acaso  Madamoisell 
No  es  igual  que  señorita? 

Á  Clara  Luisa  Aballí. 

Hablando  con  un  inglés 
Decirse  Miss  no  está  mal. 
Con  un  español  formal 
Pudiera  ser  descortés, 
Si  quien  le  habla  español  es 
Y  posee  su  lengua  igual. 


122  M.    CURROS    ENRÍQUEZ 


Á  Rosa  de  los  Reyes  López  Saúl. 

{En  un  jardín  un  galán  ofrece  una  joi/a  á  una  dama 
que  está  sentada  en  un  banco  de  piedra:  una  estatua 
parece  mirarlos  con  el  rabillo  del  ojo.) 


Asumo  el  trance :  regalo 
La  joya,  ocupo  el  asiento; 
Pero  me  fijo  en  la  estatua 
Y...  ¡á  rezar  el  Padrenuestro! 


Á  Luisa  Fernández  Martínez. 

Con  sobrada  justicia 
Hace  al  perro  su  dueño  una  caricia, 
Pues  si  observarlo  quieres, 
Verás  en  esta  nuestra  edad  de  hierro, 
Que  hay  hombres  y  mujeres 
Mucho  menos  leales  que  ese  perro. 

Á  Isidora  María  Vázquez.  (Cárdenas.) 

Alguien,  bella  Isidora,  que  te  adora, 
Versos  me  pide  de  hermosura  llenos... 
Allá  van.  Malos  son;  pero,  Isidora, 
Si  es  que  amas  y  el  amor  todo  lo  dora, 
Con  que  los  mires  tú  ya  serán  buenos. 


DE   MI    ÁLBUM 


Á  Victoria  Roura. 

En  la  lucha  por  la  gloria 
Que  hace  inmortal  la  memoria 
De  un  Hugo  ó  un  César  Cantú, 
Sólo  acepto  la  victoria 
Si  esa  Victoria  eres  tú. 

Á  Glemencita  Gener. 

N-a  miña  térra,  unha  moza, 
Pra  c'o  as  xentes  se  levar, 
Ten  que  barrer,  cocinar, 
Rezar,  fiar  e  ir  á  roza. 
A  folgazana  non  goza 
De  sona,  nin  lado  ten; 
Fóxenlle  os  homes  de  ben, 
Mora  en  cabana  sin  tella 
E  morre  solteira  e  vella 
Sin  que  a  encomendé  ninguén. 

Á  Ángela  García  Fernández. 

Como  di  (¡tal  fué  la  siega!) 
Á  mis  pensamientos  fin. 
Te  mando  éste  del  jardín 
Fértil  de  Lope  de  Vega : 

«Del  Sur,  la  China,  Ceilán, 
Perlas,  diamantes,  rubíes; 


124  M.    CURROS   ENRÍQUEZ 


Holandas,  telas,  tabíes 

De  Flandes,  Persia  y  Milán 

Podrá  tener  en  el  suelo 
El  señor  ó  el  mercader; 
Pero  la  buena  mujer 
Viene  de  mano  del  cielo. >^ 


Á  María  Juara  y  Arrondo. 

(Una  elegante  de  lindos  ojos  acules.) 

—  N'ese  olio  d'azul  tan  rico, 
Nena,  algo  che  se  meteu, 
Faísca,  aréa  ou  muxico  : 
¿Queres  que  ch'o  tire  eu? 
—  Eu  quero,  ¿e  con  qué? 
—  ¡C'un  bico! 

Á  Blanca  Hierro. 

(Que  me  escribió  una  tarjeta  quejándose  de  mi 
porque  no  voy  por  su  casa.) 

Me  deja  de  asombro  lleno 
Hayas  llegado  á  pensar 
Que  pueda  enojado  estar 
Un  hombre  con  su  ángel  bueno. 

No  voy  á  verte,  á  conciencia 
De  que  mi  ausencia  y  distancia 
Prestan  virtud  y  substancia 
Á  otra  más  grata  presencia... 


DE    MI    ÁLBUM  125 


Es  celosa  la  vejez, 
Tú  á  Cupido  rindes  culto, 

Y  no  yendo  á  verte,  oculto. 
Las  dos  cosas  á  la  vez. 

Pero  yo  contigo  sueño, 

Y  sin  tú  estar  junto  á  mí. 

Te  amo  siempre  y  pienso  en  ti 
Mucho  más  que  tú...  en  Carreño, 

Á   Matilde   Sánchez. 

(Una  belleza  soberana,) 

¡Hermosura  singular! 
Por  ella,  así  como  suena. 
Iré  al  punto  á  rescatar 
Para  Francia,  la  Lorena, 
Para  España,  Gibraltar. 

Á  María  Teresa  Medina. 

Postal :  si  no  eres  traidora, 
Pon  á  los  pies  de  Teresa 
(Si  tiene  pies  tu  señora) 
Los  labios  con  que  la  aurora 
Á  las  azucenas  besa. 

Á'Rita  Inda.  (Guanajay.) 

Que  buena  tienes  que  ser 
Dice  tu  carta  galana. 
¡Qué  mucho,  si  eres  cubana! 
¡Qué  extraño,  si  eres  mujer! 


126  M,    CURROS    ENRÍQUEZ 


A  Amalia  Hierro. 

De  mis  juguetes  de  niño 
Hice  almoneda,  mozuelo. 
Un  viejo  los  remató... 
¡Y  era  yo  mismo  aquel  viejo! 

Á  María  Lefebre.  (Vedado.) 

De  todos  los  pensamientos, 
Aquellos  los  buenos  son 
Que  no  encuentran  expresión 
Y,  mudos,  viven  contentos. 

Á  Concha  Inda. 

(Sobre  uti  busto  del  emperador  Octavio.) 

Sobre  este  seno  de  mármol 
Un  surco  de  tinta  dejo. 
¡No  lo  dejes  tú  de  sangre 
Sobre  los  humanos  pechos! 

Á  Elisa  Várela  Jado. 

(Una  niña  con  una  paloma  en  las  rodillas.) 

Tal  envidia  siento  en  mí 
Del  idilio  que  ahí  asoma, 
Que  quisiera  ser  paloma 
Para  contemplarte  así. 


DE    Mí    ÁLBUM  127 


Á  Filomena  Hernández. 

Pide  por  esa  boca, 
Cara  de  cielo; 
Que  si  tú  tienes  gracias, 
Yo  tengo  versos. 

Á  Lolita  Agüero.  (Santiago  de  Cuba.) 

Las  nieves  de  ese  paisaje 
Frías,  como  nieves,  son; 
Pero  son  mucho  más  frías 
Las  nieves  del  corazón. 

Á  Mercedes  Varona. 

Yo  guardo  mis  pensamientos 
Como  tú  guardas  tus  prendas; 
Si  los  que  tengo  te  envío 
Me  voy  á  quedar  por  puertas. 

Á  Carmen  Pérez  Galdós.  (Paseo,  20.  Vedado.) 

Dos  mil  y  trescientos  versos 
En  tarjetas  llevo  escritos. 
¡Con  quien  me  los  pide,  carguen 
Dos  mil  trescientos...  maridos! 


128  M.    CURROS    ENRÍQUEZ 


Á  María  Julia  Bolado. 

(Dos  niñas  preciosas.) 

Dos  bellas  niñas,  ¡por  Dios!, 
Si  así  vuestra  dueña  es. 
Por  renunciar  á  las  dos, 
Me  quedaré  con  las  tres. 

A  María  Luisa  Gener. 

» 

Las  niñas  muy  aplicadas 
Que  saben  bien  la  lección, 
De  sus  profesoras  son, 
Y  sus  papas,  adoradas. 
Por  su  talento  admiradas. 
Todos  las  rinden,  cautivos, 
Homenajes  expresivos, 
Y,  de  sus  triunfos  dichosos, 
Las  saludan  orgullosos 
Sus  padrinos  adoptivos. 

A  Mme.  Flora  Fernández-Andes  de   Rodrí- 
guez. (Sevilla.) 

{La  tarjeta  representa  un  viejecito  puesto  en  cuatro 
pies  y  su  nieto  montado  en  él  y  dándole  con  un 
látigo.) 

¡Pobre  abuelo,  transformado 
Del  nieto  en  rocín  jocundo!... 
Pero,  viéndole,  he  pensado 
¡Que  así  se  burla  en  el  mundo 
El  Porvenir  del  Pasado! 


DE    MI    ÁLBUVI  129 


Á  Guillermina  D.  Molina  y  Feijóo. 

(Una  balaustrada,  donde  hablan  dos  amantes.) 

Por  esa  balaustrada, 
Si  no  pasa  el  amor,  no  pasa  nada. 
Viendo  ese  grupo,  ocúrreme  (y  soy  franco) 
Que  ni  ella  es  utia  ingrata,  ni  él  es  manco. 

Á  Josefina  Barraqué. 

(La  bella  Olera.) 

Á  ese  cuerpo  anguloso  y  desgarbado, 
Con  cara  de  torero. 
El  gusto  universal,  degenerado, 
Hale  dado  en  llamar  la  bella  Otero.., 
¡El  gusto  universal  es  embustero! 

Á  Nena  Rivero. 

Los  que  me  dicen  que  pecas 
De  dos  cosas  en  tu  edad: 
De  exceso  de  gravedad 

Y  de  horror  á  las  muñecas. 
Óigante  de  vez  en  cuando 

Dos  melodías  ó  tres, 

Y  que  me  digan  después 
Si  eso  se  aprende  jugando. 

Dios,  que  en  sus  hijos  mejores    • 
Pone  su  propia  substancia, 

9 


130  M.    CURROS    ENRÍQUEZ 


Cuando  los  priva  de  infancia 
Para  hacerlos  creadores, 

Dales,  en  compensación 
De  los  juegos  que  les  quita, 
La  luz  del  genio  bendita 

Y  la  humana  admiración. 

Á  Estela  Andréu. 

Las  flores  de  esos  tiestos  medio  mustias,. 
La  actitud  de  Mimí  que  lee  esa  carta, 
Esa  jaula  sin  pájaro...,  interesan 
Mi  sensibilidad...  ¡Aquí  hay  un  drama! 

Á  María  Rodríg-uez.  (Matanzas.) 

Un  amigo  que  se  foy, 
E  cuya  ausencia  me  doy. 
Encárgame,  Mariquiñas, 
Que  che  pona  aquí  unhas  liñas 
N'a  lengua  que  un  can  non  roy- 
Pasmado  me  ten  che  praza 
Leer  o  meu  idioma  rudo. 
¡Ti  eres  tola,  pol-a  traza; 
Mais  queres  que  te  compraza 

Y  ala  che  vay  meu  saúdo! 

Á  Rosa  y  Gabriela  Dihigo. 

Por  complacer  á  un  amigo 
De  Rosa  y  Gabriela  Dihigo, 


I 


DE    MI    ÁLBUM  131 

Llamado  don  José  Pego, 
De  vuestro  álbum  al  abrigo 
Deja  su  nombre  un  gallego. 

Á  Mercedes  Fernández  Fuertes. 

(Una  ¡oven  á  quien  el  Amor  habla  al  oído,) 

¡Qué  cosas  no  le  dirá 
Á  esa  doncella  Cupido, 
Cuando  ella  se  tapa  ya, 
Por  no  escucharle,  el  oído. 

—  Pero  ¿no  le  oye? 

— ¡Qué  va! 

Á  Teté  Rivero. 

Tu  frente  refleja 
Celeste  bondad, 
Candor  tu  mirada, 
Tus  labios  piedad. 
Siempre  que  te  veo 
Digo  para  mí : 
¡Dios  hace  sus  ángeles 
De  niñas  así! 

Á  María  Pereira  RolandelL 

Niña  con  alma  de  diosa 
Que,  enfermo,  me  has  visitado; 
No  creas,  no,  que  he  olvidado 
Tu  visita  generosa. 


•vo 


M.    CURROS   ENRIQUEZ 


Tu  presencia  candorosa 

Me  obliga  á  tal  gratitud, 

Que  aun  pienso  en  plena  salud 

Que,  más  que  las  medicinas, 

De  tus  miradas  divinas 

Me  ha  curado  la  virtud. 


Á  Clarisa  Cuero. 

(Pidiéndome  un  pensamiento  ) 

Tiene  una  hoja  la  espada, 
Tiene  tres  un  pensamiento; 
Por  eso,  más  que  la  fuerza 
Destroza  y  mata  el  ingenio. 

Á  Isabel  Herrero. 

Ese  pintor  galante 
Da  á  elegir  al  modelo  la  postura, 
El  espejo  poniéndole  delante. 
Para  mí,  si  se  trata  de  pintura, 
Cualquier  postura  es  buena  á  la  hermosura. 


Á  Margot  García. 

(Un  Amor  disparando  una  Jlecha  á  unajooen  que,  sin- 
tiéndose herida,  le  dispara  á  su  ve.^  un  taponazo  de 
una  botella  de  Champagne.) 

El  Amor,  aljaba  al  brazo, 
Hirió  á  esa  dama,  cruel. 


DE    MI    ÁLBUM 


Y  ella,  en  venganza,  sobre  él 
Descerrajó  un  taponazo. 
Lo  mereció  el  bribonazo, 
Pues  la  hirió  en  el  corazón; 
Mas  yo,  en  igual  ocasión, 
No  hiciera  lo  que  hizo  ella, 
No  por  perder  la  botella: 
¡Por  no  perder  el  tapón! 


Á  Fidelia  Testar. 

(Retrato  de  Edmundo  de  AmicisJ 

De  todos  los  poetas  italianos 
De  nuestra  edad,  es  el  de  más  talento; 
Artífice  sin  par,  bajo  sus  manos 
La  forma  es  luz,  la  arcilla  pensamiento. 

Á  Isabel  Tabeada. 

De  Herodes  llévenme  á  Poncio, 
Como  llevaron  á  Cristo, 
Si  en  tu  misiva  no  he  visto 
Algo  de  Lauro  ó  Leoncio  (1). 

Suele  Dios  dar  un  amigo 
Á  quien  dos  ha  menester, 
Como  le  da  á  la  mujer 
Belleza,  por  su  castigo. 


(1)     Laureano  Rodríguez  ó  Leoncio  Várela. 


134  M.    CURROS   ENRÍQUEZ 


Quien,  abusando  de  ti, 
Hacia  mí  te  encaminó, 
Si  es  mi  amigo,  ¿por  qué  no 
Te  liace  los  versos  por  mí? 

El  escaso  rendimiento 
En  ese  giro  fué  tal, 
Que  por  irme  en  él  tan  mal 
Quemé  el  establecimiento. 

Á  Julia  Montemar. 

(Retrato  de  Enrique  Rochefort.) 

Es  Enrique  Rochefort 
Gran  libelista,  grande  hombre; 
¡Pero  el  queso  de  su  nombre 
Es  mejor! 

Á  Rosa  Bacallao. 

...  Y  luego  las  mujeres  todavía 
Son  mi  dulce  manía... » 
Dijo  Espronceda,  viéndose  al  espejo, 
Al  notar  de  sus  canas  la  blancura. 
¡Yo  soy  mucho  más  viejo, 
Y  la  manía  de  él  en  mí  es  locura! 

Á  Elvira  Grestar. 

Psíquis  rj  Amor  (enlazados). 

Si  alguna  vez  en  mente  humana  cupo 
Mostrar  cómo  está  el  alma  al  cuerpo  unida, 


I 


DE    MI    ÁLBUM  1H5 


Bien  conseguirlo  el  genio  griego  supo, 
Uniendo  esencia  y  forma  en  ese  grupo,' 
En  pentélico  mármol  esculpido. 

Á  María  Teresa  Gener. 

(Retrato  de  Juan  J,  Rousseau,) 

¥\xé  un  sofista  colosal 
Á  quien  loco  Taine  (1)  llamó. 
Su  contradicción  fué  tal, 
Que  el  Emilio  que  engendró. 
No  aun  nacido,  lo  mató 
Con  su  Contrato  Social, 

Á  Marg'ot  Gener. 

(Retrato  del  trágico  Pedro  Corncille  ) 

Genio  tan  grande  es  Corneille  (2) 
Que,  como  hasta  Rafael 
Lo  bello  al  Arte  faltó, 
La  Humanidad  careció 
De  lágrimas  hasta  éJ. 

Á  Juana  Suárez  López. 

Juana  de  mi  vida :  en  ascuas 
Con  tus  elogios  me  pones, 


(1)  Se  pronuncia  Ten. 

(2)  Se  pronuncia  Cornel. 


1  :i6  M.    CURROS    ENRÍQUEZ 


Y  te  envío  dos  millones 

De  gracias  para  estas  Pascuas. 

Mándame  tú  dos  lechones. 

Á  Carmen  Suárez  López. 

Hechicera  Carmencita: 
Tu  atenta  carta  leí 
Con  placer,  pues  sé  de  ti 
Que  eres  muy  buena  y  bonita. 
Niña  así  no  necesita 
Pensamientos  en  tarjetas 
Ni  alabanzas  de  poetas, 
Sino  un  novio  que  reúna, 
Para  labrar  su  fortuna, 
Honradez,  fuerza  y  pesetas. 

Á  María  Baquer. 

(La  bella  Otero.) 

Perdonada  le  queda  la  molestia 
Que  dice  usted  me  causa  su  pedido; 
Lo  que  yo  no  perdono  es  que  á  esa  bestia 
Le  cuelguen  tanta  plata  en  el  vestido. 

Á  Guillermina  Garrido. 

Me  lie  descuidado  un  poco  en  contestarte; 
Hoy,  robando  un  momento  á  mi  tarea. 
Te  saluda  y  mil  dichas  te  desea 
Quien,  sin  verte  jamás,  sabe  adorarte. 


DE    MI   ÁLBUM  137 


Á  Carmen  Pons. 

En  tu  carta,  que  comento, 
Me  dices:  «Tenga  el  honor 
De  enviarme  un  pensamiento.» 
¡Caramba  con  el  favor! 

Á  Úrsula  Cobo. 

Úrsula,  si  no  te  encuentras, 
Cual  la  del  cantar,    hilando, 
Con  una  rueca  y  un  huso, 
Cáñamo,  cáñamo,  cáñamo », 
Ten  compasión,  ¡por  tu  madre!. 
De  quien,  tarjetas  llenando, 
Vive  entregado  á  un  suplicio 
Bárbaro,  bárbaro,  bárbaro. 

Á  Irene  Cobo  Re  villa. 

Irene :  si  tu  alma  pía 
Siente  dolor  de  mis  males, 
Ó  añádele  horas  al  día 
Ó  no  me  pidas  postales. 

Á  Dulce  María  Vázquez. 

Hija  de  un  paisano  mío 
¿Y  no  complacerte  yo? 
Estoy,  con  eso  y  sin  eso. 
Siempre  á  tu  disposición. 


138  M.    CURROS   ENRÍQUEZ 


A  Miss  Juanita  Morales. 

Si  no  nació  Miss  Juanita 
Donde  nació  Mister  Bliss, 
¿Por  qué  el  señorita  quita? 
¿Acaso  es  más  señorita 
Echándose  encima  el  Miss? 

Á  Eloísa  García. 

(Una  mujer  miuj  guapa  y  muy  descolada.) 

Aunque  no  sea  más  sobre  este  seno 
Que  dejar  un  autógrafo,  ya  es  bueno. 

* 
Á  Elvira  García. 

(Otra  belleza  también  descolada. ) 

No  más  tarjetas  de  esa  guisa  mandes, 
Porque,  al  ver  esos  hombros, 
Como  las  nieves  caen  en  los  Andes, 
Pueden  caer  las  almas  en  escombros. 

Á  Clementina  Sarrapiñana. 

Al  son  del  caramillo 
Encanta  una  beldad  á  un  pajarillo. 
Tú  no  has  menester  tanto 
Para  encantar  los  hombres  con  tu  encanto. 


DE    MI   ÁLBUM  1  39 


Á  Herminia  Menéndez. 

(El  Peñón  de  Gibr altar.) 

¡Gibraltar!  Negro  padrón 
Que  la  infamia  perpetúa 
De  España  al  par  que  de  Albión; 
Llave  de  que  hizo  un  ladrón 
Para  sus  robos  ganzúa; 
Sangriento  y  bárbaro  altar 
Donde  á  mi  patria  se  inmola, 
¡No  se  llame  mar  el  mar, 
Mientras  no  engendre  la  ola 
Que  te  ha  de  hundir  y  tragar! 

Á  Celia  Alonso. 

Me  pides,  linda  Celia,  un  pensamiento. 
Todos  se  me  acabaron  y  lo  siento. 
En  mi  jardín,  plantado  á  la  española. 
Dos  flores  quedan  que  hoy  el  gusto  esquiva: 

La  gualda  siempreviva 

Y  la  roja  amapola. 
Si  alguna  eliges,  piensa  que,  en  cualquiera, 
Eliges  la  mitad  de  mi  bandera. 

Á  Rosa  Sthenor. 

Para  el  hombre  que  sabe  lo  que  vale 
La  gloria  y  el  poder, 
No  hay  sepulcro  que  iguale 
Al  alma  tierna  de  una  gran  mujer. 


140  M.    CURROS    ENRÍQUEZ 


Á  Caridad  Mendoza. 

Si  algún  día  (y  aun  no  es  tarde) 
Me  encuentro  en  necesidad, 
La  Caridad  que  me  ampare 
Sé  tú,  bella  Caridad. 

Á  Eloísa  Mendoza. 

Para  un  hombre  como  yo. 
Lo  primero  es  la  mujer, 
Después  la  fama,  y,  por  último. 
Volver  á  empezar  después. 

Á  Angelina  Rodríguez. 

Ante  tu  juventud,  bella  Angelina, 
Galantemente  mi  vejez  se  inclina. 

Á  Hortensia  Villegas. 

Esa  casita,  entre  flores, 
Ese  limpio  lago  azul, 
Ese  bosque,  un  par  de  libros 
Y  una  niña  como  tú. 

Á  María  Teresa  Arenal. 

(Una  niña  enseñando  á  comer  á  la  mesa  un  perro.) 

Esa  niña  á  un  pobre  perro 
Á  comer  quiere  enseñar. 
Puede  que  cuando  sea  grande 
El  perro  la  enseñe  á  amar. 


I 


DE    MI    ÁLBUM  14  1 


Á  Elvira  Barroso. 

(La  dolor  a  de  Canipoanior  donde  dice  :  «£"/  alma  mía 
goza  tanto  en  sufrir...))) 

El  alma  de  una  mujer 
Que  encuentra  placer  .sufriendo, 
Puede  sólo  comprender 
Cuánto  se  llora  riendo. 

Á  Elvira  Villaverde. 

¡Vaya  un  par  de  niñas  bellas 
Segando  hierba  á  placer! 
Después  de  cortarla  ellas 
Estoy  por  irla  á  comer. 

Á  ...  Ureña  Heredia. 

Aunque  no  sé  tu  nombre, 
Ni  si  eres  linda  ó  fea, 
Con  flores  deja  que  tus  pies  alfombre, 
Que  para  honrarla  el  hombre, 
Bástale  á  la  mujer  que  mujer  sea. 

Á  Irene  Mugía. 

Si  eres  gallega,  cal  dis, 
Como  o  diafio  non  o  torza. 
Entre  as  mozas  máis  xentís 
Tés  que  ser  contada  a  forza. 


142  M,    (  URROS    ENRÍQÜEZ 


Á  María  Loinar  de  la  Torriente. 

Visto  de  frente, 
Di:  este  paisaje, 
Del  sol  ausente, 
¿No  te  da  horror? 
Nieve  esparcida... 
Mustio  boscaje... 
¡Tal  es  la  vida 
Sin  el  amor! 

Mas  ¡qué  completa 
Distinta  cosa 
Si  la  tarjeta 
Ves  al  trasluz! 
Tierra  jocunda... 
Nubes  de  rosa... 
¡Que  así  es  fecunda 
De  amor  la  luz! 

Á  Margot  Schwayer  Lainar. 

Yo  amé  Ja  independencia; 
Mas  fué  que  no  sabía, 
¡Oh,  colmo  de  la  humana  inconsecuencia!, 
Que  hay  una  dulce  y  santa  tiranía 
Que  es  preciso  aceptar,  y  es  tu  presencia. 

Yo  amé  la  abolición.  Joven  ignavo, 
Luché  por  ella  con  esfuerzo  bravo... 
¡Quién  me  dijera  entonces,  ¡oh  flaqueza!. 
Que  el  que  impugnó  la  esclavitud,  esclavo 
Vendría  á  ser  de  tu  imperial  belleza! 


I 


DE    MI    ÁLBUM  11: 


Á  Isabel  de  la  Sierra  (gallega). 

Pra  che  comprir  o  antoxo, 
Un  pensamento  busquey 
Do  meu  xardín  n'o  rastroxo, 
E  solasmentes  topey 
Esa  murcha  fror  de  toxo. 

Á  Amalia  Zárraga. 

(La  diosa  Poniona  llevando  una  guirnalda 
en  la  mano.) 

¿Para  quién  tejió  Pomona 
Tan  espléndida  corona? 
—  Me  pregunté  — ,  y  respondí : 
Si  la  gracia  galardona 
Ó  la  virtud,  ¡para  ti! 

Á  la  Srta.  Glaudina  Mimó. 

(Una  belleza  semidesnuda.) 

Ya  es  inútil  ser  gallego 
Para  no  abrasarse  en  fuego 
De  amor  ante  ese  retrato, 
Que  volviera  loco  á  un  griego 
Del  tiempo  de  Pisistrato. 

De  esa  hermosura  en  presencia, 
Angustias  siento  mortales 
Que  prueban  con  la  evidencia 
La  perniciosa  influencia 
De  las  tarjetas  postales» 


144  M.    CURROS    ENRÍQÜEZ 


Á  Rosa  de  la  Torre  y  Huerta. 

Son  el  hombre  y  la  mujer 
De  nuestra  vida  el  binomio. 
Dios  lo  plantea;  el  demonio 
Quien  lo  suele  resolver. 
La  fórmula  :  el  matrimonio. 


A  Mercedes  Glianat.  (Sol,  99.) 

Si  vate  tan  bueno  fuera 
Como  en  tu  carta  me  dices, 
Mercedítas  lisonjera, 
Aquí  en  mis  versos  felices 
Un  testimonio  te  diera. 

Mas  que  te  engañas  ya  ves 
Ante  la  ofrenda  mezquina 
Con  que,  humillada  á  tus  pies, 
Celebra  mi  arpa,  cortés, 
Tu  hermosura  peregrina. 


A  Consuelo  Casal. 

País  nevado:  un  cazador: 
Un  perro :  un  mar  amarillo. 
¿Quién  nos  pintara  mejor 
La  gloria  y  su  falso  brillo, 
El  poeta  y  el  editor? 


DE    MI    ÁLBUM  14 


Á  Gloria  Canales  (duplicada). 

¿Más  pensamientos?  ¡Por  Dios! 
¿Me  toma  usted  por  maceta? 
Yo  soy  un  pobre  poeta, 
Y  un  poeta...  no  son  dos. 

Á  María  Concepción  Castañer. 

(Una  joven  leyendo  en  cania  la  carta  de  su  novio.) 

¡Mira  esa  fisonomía! 
¡Qué  diferencia,  alma  mía, 
Entre  un  novio  y  un  poeta!... 
No  leerás  tú  esta  tarjeta 
Con  tan  radiante  alegría. 

Á  Obdulia  Edelmann. 

(Segadores  al  sol.) 

Como  no  sienten  el  sol 
Esos  pobres  segadores, 
No  sienten  remordimientos 
Las  que  siegan  corazones. 

Á   Teresa   Azoy    Pardo. 

(Un  molino  ¡j  un  pajarito.) 

¿Sabes,  junto  de  esa  aceña. 
Lo  que  el  pájaro  medita? 
Pues  hace  esta  reñexión : 

10 


146  M.    CURROS   ENRÍQUEZ 


«Un  molino  es  esta  vida 
Y  la  rueda  la  mujer; 
Bajo  su  presión  activa, 
El  hombre  más  fuerte  y  duro 
Entra  grano  y  sale  harina.» 

Á  Berta  Ramos  Merlo. 

¿Qué  versos  esta  tarjeta 
Podrá  llevar  en  rigor, 
Á  la  que  es  la  Oda  mejor 
Del  más  ardiente  poeta? 

Á  una  hija  de  M.  Rodríguez  Valdés. 

Cuando  á  tu  atenta  postal 
Iba  á  dar  satisfacción, 
Rompime,  de  un  tropezón. 
El  izquierdo  parietal. 

No,  pues,  conceptos  me  pidas 
Al  nivel  de  tus  talentos. 
Que  todos  mis  pensamientos 
Se  escapan  por  las  heridas. 

Mas,  si  á  una  cabeza  rota 
Suple  un  sano  corazón, 
Él  te  envía  la  expresión 
De  mi  amistad  más  devota. 

Á  María  Teresa  Demeche, 

Que  mi  nombre  recuerdes, 
Niña,  me  asombra. 


DE    MI    ÁLBUM  147 

Ta  infancia  es  luz  y  fuego, 

Mi  vejez,  sombra; 

Y  tu  camino 
Inauguras,  ¡ay!,  cuando 

Yo  le  termino. 
Por  ti  las  horas  pasan 

Vertiginosas, 
Como  sobre  las  flores 

Las  mariposas; 

Para  mí,  como 
Gusanos  que  se  arrastran 

Con  pies  de  plomo. 

Á  Estelita  Montero  Piñeiro. 

Mientras  de  rayo  de  oro 
Sea  tu  cabellera, 
Y  parezcan  tus  labios 
Una  granada  abierta, 
Por  más  que  la  prohiban, 
Yo  te  prometo,  Estela, 
Que  he  de  pasear  por  Cuba 
Triunfante  mi  bandera. 

Á  Margot  Montero. 

En  tus  pupilas  serenas 
Hay  tal  encanto,  que  al  verte 
El  alma  de  paz  me  llenas, 

De  tal  suerte. 
Que  en  las  ansias  de  la  muerte 
Puedo  exclamar  :  ¡Vengan  penas! 


148  M.    CURROS    ENRÍQUEZ 


Así,  pues  tú  me  las  quitas, 
No  me  dejes  de  mirar, 
Si  quieres  calmar  mis  cuitas, 

Á  pesar 
De  que  no  está  bien  echar 
Á...  poetas...  margaritas. 


A  Lucia  Hortsman. 

Por  que  te  quede,  Lucía, 
Un  buen  recuerdo  de  mí,         ' 
Si  es  que  me  muero  algún  día 
(Pues  del  Certamen  salí. 
Que  es  salir  de  pulmonía), 

Deja  que  le  pida  á  Dios 
Que  si  ha  de  infligirte  males. 
Para  dicha  de  los  dos 
No  sea  en  forma  de  tos 
Ni  de  tarjetas  postales. 


Á  Valentina  Sarachaga. 

¿Más  tarjetas?  ¡Oh,  qué  plaga, 
Señorita  Sarachaga!... 
Hágame  usted  el  favor 
(Ó  si  no  no  me  lo  haga) 
De  darme  empleo  mejor. 

Si  la  vida  he  de  pasar 
Día  y  noche  en  escribir. 
Con  tanto  postalear. 


DE    MI    ÁLBUM  149 


¿Cuándo  me  he  de  abanicar? 
¿Cuándo  me  podré  dormir? 


Á  Luz  Gay. 

(Contestando  á  un  ideal  romántico  en  que  dice  que 
quiere  morir  de  tedio  //  que  en  su  sepulcro  no  caiga 
ni  un  rayo  de  sol.) 

Luz  :  para  mí  la  mejor 
Muerte  es  la  muerte  de  amor; 
Y  si  tumba  he  de  escoger, 
Por  tumba  pido  al  Señor 
¡El  alma  de  una  mujer! 


Á  María  del  Carmen  Cabello. 

Que  hoy  cumples  quince  años  cuentan 
Las  vestes  que  te  decoran, 
Los  anhelos  que  te  alientan, 
Tus  sueños,  que  se  acrecientan. 
Tus  muñecas,  que  te  lloran. 

¡Quince  años!  ¡Con  qué  placer 
Todo  en  tu  torno  se  apiña, 
La  transformación  por  ver 
De  la  crisálida-niña 
En  mariposa-mujer! 

Al  tender  tus  alas  bellas 
Se  alzan  del  bosque  rumores. 
Canta  el  ave  sus  querellas, 


150  M.    CURROS   ENRÍQUEZ 


Tienen  más  luz  las  estrellas 
Y  más  esencia  las  flores. 

Y  en  un  himno  triunfador, 
Naturaleza  rendida 
Á  tu  encanto  seductor, 
Te  dice  :  ¡Sé  bien  venida 
Á  los  reinos  del  Amor! 

Á  Paz  Broguer. 

(Una  mujer  ante  un  espejo.) 

Cuando  de  arreglarse  trata 
Esa  pecadora  ingrata 
De  un  espejo  ante  el  cristal, 
¡Qué  bien  afila  el  puñal, 
El  puñal  con  que  nos  mata! 

Á  Gloria  Canales  (triplicada), 

Tal  arte  tienes,  ¡oh  Gloria!, 
Para  pedir  pensamientos, 
Que  estoy,  para  que  te  surtas, 
Por  remitirte  el  cerebro. 

Á  Dolores  Troche. 

(Fiesta  gallega:  la  gaita.) 

Pónme  en  tal  obrigación 
Saber  que  tes  afición 
A  térra  que  o  Miño  rega, 


DE    MI    ÁLBUM  151 


E  que  d'a  fala  gallega 
Che  gusta  5  prácido  son, 
Que  si  un  día  vas  parar 
Tarde  ou  cedo  o  meu  lugar, 
Elche  cantar  a  muiñeira, 
E  como  esté  limpa  a  eirá 
Hémola  os  dous  de  bailar. 

Á  Ramona  Ferrer. 

Por  la  nieve  invadido 
De  esos  dolientes  pájaros  el  nido, 
Muerto  se  hubieran  sin  el  dulce  grano 
Que  les  da  esa  Hada  con  piadosa  mano. 

Amando  ó  socorriendo  la  indigencia 
De  los  más  pobres  seres, 
Las  Hadas  casi  siempre  son  mujeres, 
Y  la  mujer  es  siempre  Providencia. 

Á  Sofía  Verdes. 

No  te  conozco  y  lo  siento  : 
Me  da  el  alma  que  eres  bella, 
Y  nunca  miré  una  estrella 
Sin  el  impulso  violento 
Sentir  de  acercarme  á  ella. 

Á  María  Sola. 

(Muiñeira.) 

D'aquel  curuto  no  máis  empinado, 
Unha  estreliña  me  tray  namorado  : 


152  M.    CURROS   ENRÍQUEZ 


Unha  estreliña  de  tal  craridá, 
Que  todo  é  noite  donde  ela  n'está. 


É  tan  brilante,  tan  doce  e  sinxela, 
Que  os  anaquiños  me  morro  por  ela, 
E  mentres  eu  desbagúllome  aquí, 
Ela,  n'os  ceyos...  ¡ri  que  te  ri! 


Como  ela  mora  n'as  grandes  alturas, 
Non  fay  reparo  d'as  miñas  tristuras, 
Y-eu  xa  non  sey  de  qué  me  hey  de  valer 
Para  de  celos  facela  morrer. 


¡Fóxesme^^  min  mentres  d'outros  arrolasí 
D'home  de  ben  xa  me  can  as  cirolas; 
E  si  esta  noite  non  me  has  de  falar, 
Co'a  ama  do  crego  m'tiey  dir  á  folgar. 


A  Mercedes  Gálvez. 

Por  respeto  á  tu  apellido 
Te  complazco,  pues  Dios  sabe 
Que  había  hecho  juramento 
De  no  escribir  más  postales. 


DE    MI    ÁLBUM  153 


A  María  Barcena. 

Complaciente  debe  ser 
El  hombre  con  Ja  mujer; 
Pero  no  se  ha  de  abusar, 
Que  por  el  mucho  tirar 
Suele  la  cuerda  romper. 

Á  Lola  Muxó. 

En  punto  de  discurrir 
He  llegado  al  ideal, 
Pues  ya  no  sé  qué  decir, 
¡Oh  Lola!,  en  una  postal. 

Á  Carmen  Fraga. 

Cielo  azul,  montañas  verdes, 
Nieves,  un  lago,  un  hogar... 
Alma  que  en  sueños  te  pierdes, 
¡Qué  gran  nido  para  amar! 

Á  María  Reyling. 

(Una  niña  representando  ¿a  Prensa.} 

No  extraño  verte  mover. 
Niña,  impasible,  esa  prensa. 
¡La  Creación  es  inmensa 
Y  la  mueve  la  mujer! 


154  M.    CURROS   ENRÍQUEZ 


Á   Conchita   Alonso. 

(Un  pescador  curtido.) 

Digo  siempre  que  contemplo 
Á  ese  rudo  pescador. 
¡Cuánto  habrá  pescado  él!... 
¡Qué  poco  he  pescado  yo! 

Á  Berta  Ganle. 

(Que  me  dice  que  tiene  todos  mis  versos,  menos  uno.) 

Dos  son  los  versos  que  te  faltan,  Berta. 
Uno  te  dice :  ¡Hermosa!  El  otro  :  ¡Alerta! 

Á  Octavio  Montero. 

Como  naciste  en  una  edad  perversa, 
Ten  siempre,  Octavio,  este  precepto  fijo : 
En  la  fortuna  próspera  y  adversa 
No  olvides  nunca  de  quien  eres  hijo. 

Á  María  Usabiaga. 

Si  sigue  este  vendaval, 
Que  van  á  decir  te  advierto 
Muy  pronto  en  mi  funeral: 
—  ¡Pobre  Curros!  ¿De  que  ha  muerto? 
— De  una  tarjeta  postal. 


DE   MI    ÁLBUM  155 


Á  María  de  la  Estrella  González. 

(Obispo,  90,  altos.) 

(El  escudo  de  España  en  colores.) 

Adora  como  á  Dios  en  ese  escudo 
La  nación  que  domó  dos  continentes, 
Porque  si  Dios  hacer  el  mundo  pudo, 
Tan  sólo  España  lo  mostró  á  las  gentes. 

Á  Mercedes  Amézaga, 

Los  tabaqueros  no  tuercen. 
No  amasan  los  panaderos, 
Nadie  trabaja...  y  ¡me  obligas 
Á  que  te  escriba  yo  versos! 

Á  Margarita  Carrillo. 

Yo  bien  quisiera  escribirte 
Versos  en  esta  tarjeta, 
Mas  lo  impiden  ]os  huelguistas 
Y  ama  su  vida  el  poeta. 

Á  Julia  López  García.  (Cárdenas.) 

Viendo  que  los  tabaqueros 
Interrumpen  sus  tareas, 
Mi  Musa  —  rezagadora  — 
También  se  declara  en  huelga. 


156  M.    CURROS    ENRÍQUEZ 


Á  María  Esther  Gutiérrez  Massiá. 

Salió  mi  Musa  á  la  calle 
Con  motivo  de  la  huelga 

Y  la  pegaron  un  tiro... 
Esther,  ¡ruega  á  Dios  por  ella! 

Á  María  Teresa  Gutiérrez. 

Dice  el  Comité  Central 
Que,  desde  que  nuestra  huelga 
Se  declaró  general, 
Al  que  escriba  una  postal, 
Cubano,  español  ó  belga, 

Se  le  cuelga... 
Conque...  ¡se  acabó  el  percal! 

Á  Ángela  Gutiérrez. 

Harta  de  hacer  versos  gratis 
Mi  Musa  se  unió  á  la  huelga. 
Pidió  aumento  de  salario 

Y  me  la  han  llevado  presa. 

Á  Carmen  Amézaga.  (Matanzas.) 

Dos  cosas  están  de  más 
En  estos  tiempos  de  huelga: 
Las  fábricas  de  tabacos 

Y  los  versos  del  poeta. 


DB    MI    ÁLBUM  157 


Á  Mercedes  Amézaga.  (Matanzas.) 

Cuando  iba,  por  complacerte, 
Un  pensamiento  á  estampar, 
Viene  un  huelguista  y  me  advierte 
Que  no  debo  trabajar. 
¡Vaya,  adiós!  Y  buena  suerte. 


Á  Isabel  Méndez  Plasencia. 

Es  el  espacio  corto  en  tal  exceso, 
Que  aún  no  me  queda  sitio  para  un  beso. 


Á  Marg-ot  Gener. 

Quien  por  una  lección  deja  una  fiesta, 
Suma  una  perfección  y  un  vicio  resta. 


Á  Herminia  Jerez  y  Mora. 

La  tocadora  de  pífano 
Que  veo  en  esta  tarjeta, 
Antes  la  he  visto  en  un  cuadro 
Del  pintor  Alma  Tadema. 

Como  entonces,  mis  oídos 
No  perciben  sus  cadencias, 
Pero  perciben  mis  ojos 
Algo  con  que  se  recrean. 


158  M.    CURROS   ENRÍQüEZ 


Á  Cecilia  Velar. 

¿Conque  galleguita  y  quieres 
Que  te  haga  versos,  Cecilia? 
¡Muchacha!  Entre  la  familia 
No  se  conquistan  mujeres. 


Á  Silvia  Gutiérrez. 

Á  mi  edad  todavía  una  hermosura 
Vista  así,  al  natural,  me  da  tortura. 

Á  Mercedes  M.  Fernández. 

Si  á  darse  llega  el  caso 
De  que  vuelva  á  ser  joven  quien  ya  es  viejo, 
He  de  ir  tan  paso  á  paso 
En  elegir  mujer,  y  tal  consejo. 
Que  á  la  que  tenga  una  postal,  la  dejo^ 
Y  con  quien  no  la  tenga...  ¡no  me  caso! 

Á  Dolores  Negrete  Gacho. 

(La  bella  Otero.) 

Quien  en  la  vida  quiera 
Disfrutar  de  concordia. 
Líbrele  Dios,  en  su  misericordia. 
De  hombre  que  guise  y  de  mujer  torera. 


DE    MI    ÁLBUM  159 


Á  Stella  Montero.  (Santa  Clara.) 

Dichoso  el  peregrino 
Cuya  senda  de  abrojos 
Ilumine,  perenne  ante  sus  ojos, 
¡Oh  dulce  Stella!,  tu  fulgor  divino. 

Á  Adelina  Maresma.  (Cárdenas.) 

(Un  borrico.) 

«Hay  quien  piensa  que  no  pienso»,. 
Oí  á  un  jumento  ayer  tarde. 
¡Y  escribí  una  enciclopedia 
Con  mis  tarjetas  postales! 

Á  Margarita  Ruiz.  (Cárdenas.) 

Que  no  se  echen  margaritas 
Á  puercos,  dicen  doquier; 
Mas  si  son  cual  tú,  bonitas, 
¡Por  Dios,  que  quisiera  ser 
Puerco  de  esas  Margaritas! 

Á  la  misma. 

Á  pares  en  tus  tarjetas 
Me  pides  los  pensamientos. 
Así  te  dé  Dios,  casada, 
Á  pares  los  herederos. 


160  M.    CURROS    ENRÍQUEZ 


A  María  Juana  Galí. 

¡Qué  espléndida  hermosura!  ¡Qué  guedeja! 
]Qué  ojos  llenos  de  dulce  poesía! 
¡Qué  arco  triunfal  el  de  su  noble  ceja! 
¡Qué  boca!  Y...  ¡quién  diría 
Que  la  que  á  una  madona  se  asemeja 
Pudiera  en  realidad  ser  una  harpía! 


A  Margarita  Nogueira. 

Como  yo  tu  postal  no  he  recibido, 
Ésta  te  mando  ahora  y  he  cumplido. 

A  Mercedes  Soler.  (Guanajay.) 

Yo  tengo  por  misión  en  esta  vida 
El  querer  bien  á  todas  las  Mercedes. 
Tú  Mercedes  te  llamas;  conque  puedes 
Ya  figurarte  si  serás  querida. 


A  María  Meneses. 


Mariquiñas,  Mariquiñas, 
Quen  s'estime  non  me  chame. 
Olla  que  o  ano  é  de  fame 
Y-anda  a  garduña  as  galiñas. 


DE    MI    ÁLBUM  161 


Á  Marcelina  de  Haro. 

¡Qué  lástima  que  un  cuerpo  tan  bonito 
Aparezca  velado!... 
¡Y  pensar  que  los  griegos 
Hace  ya  dos  mil  años 
Toda  manera  de  ocultar  lo  bello 
Tenían  por  escándalo! 

Á  Josefina  Arango.  (Guanajay.) 

Siendo  hija  de  un  juez,  tú  serás  justa, 
Y  ser  justa  en  la  tierra  es  ser  divina. 
Toda  divinidad  de  altares  gusta. 
¿Quieres  en  uno  adoración  augusta? 
¡Sube  á  mi  corazón,  que  á  ti  se  inclina! 

Á  Lucrecia  de  Haro. 

Lindísima  Lucrecia: 
Sabes  que  se  te  quiere  y  se  te  aprecia. 

Á  Elena  Liñero.  (Remedios.) 

(Dos  sevillanas.) 

Llevan  las  sevillanas 
En  la  mantilla 
Un  letrero  que  dice: 
«¡Viva  Elenita! » 
Y  en  la  guitarra 
La  canción  con  que  suelen 
Pasarme  el  alma. 

11 


162  M.    CURROS   ENRÍQUEZ 


Á   Angélica   Saavedra. 

(Una  echadora  de  cartas,) 

Ésta  las  cartas  me  echó, 
Y  como  en  ellas  saliere 
Que  una  Angélica  me  quiere, 
Se  echó  á  reir...  ¡Cómo  no! 

Á  Cándida  Castellón. 

Por  complacerte,  tengo  mucho  gusto 
En  dejarte  mi  nombre  en  ese  busto. 

A  Ana  Luisa  Diago. 

Si  fueran  originales 
Las  que  copias  suelen  ser, 
Bien  pudiera  yo  tener 
Todo  un  serrallo  en  postales. 

¡Oh,  qué  mujeres  tan  bellas! 
Pero  aun  siendo  tan  bonitas, 
Yo  hiciera  mis  favoritas... 
Á  las  que  están  detrás  de  ellas. 

Á  Josefina  Arango. 

Tras  de  la  huelga  pasada. 
Mi  Musa,  que  es  una  obrera, 
Hacerte  versos  quisiera, 
Pero  ¡no  está  para  nada! 


DE    MI   ÁLBUM  163 


Á  Hortensia  Poncet  y  Cárdenas.  (Guanabacoa.) 

¡Poncet!  Yo  he  conocido 
Una  familia  de  ese  tu  apellido, 
Familia  noble,  cariñosa,  buena, 
De  toda  virtud  llena 

Y  á  todo  mal  extraña 

Que,  de  origen  francés,  vive  en  España. 

Si  á  ella  perteneces,  ya  por  cierto 
Debo  tener  que  en  tu  recuerdo  he  muerto, 
Pues  que  bastan  veinte  años  para,  al  cabo 
(¡Oh  terrible  castigo!), 
Olvidarse  el  amigo  del  amigo 

Y  el  amo  del  esclavo. 


Á  Leopoldina  Solis. 

La  dulzura  en  la  mujer 
Es  cual  la  calma  en  el  mar, 
Que  hace  la  nube  esperar 
Y  la  borrasca  temer. 


Á  Mercedes  Solis. 

(Loi  bella  Otero,) 

Esa  mujer  me  asusta; 
Es,  como  yo,  gallega,  y...  ¡no  me  gusta! 


164  M.  CURROS  enri'quez 


Á  Tula  de  Rojas.  (Placetas.) 

(Una  joücn  domesticando  pichones.) 


Cuando  una  mujer  veas 

Domar  pichones, 
Es  que  se  está  ensayando 

En  domar  hombres. 

Déjala  que  haga, 
Porque,  según  domare, 

Será  domada. 


Á  Julieta  S.  Baluja.  (Quemados  de  Marianao.) 

Verso,  prosa  ó  música 
Quieres  que  te  escriba, 

Y  no  tengo  espacio 
Ni  aun  para  la  firma. 

¡Qué  odas,  á  tenerlo. 
Te  escribiera  aquí! 
¡Qué  cuentos  de  hadas 
De  ingenio  sutil! 

¡Qué  óperas!  ¡Qué  sclierzosl 
¡Qué  valses!  ¡Qué  danzas! 
¡Y  qué  peteneras! 
¡¡Y  qué  gallegadas!! 

Respecto  de  música... 
No  tengo  rival 
En  la  ratonera 

Y  en  la  celestial. 


DE    MI   ÁLBUM  165 


Á  María  Teresa  Villegas. 

Hallo  entre  mis  papeles 
Ta  tarjeta  olvidada. 
¡Hay  olvidos  crueles! 
Imponme  por  castigo  tu  mirada. 

Á  Odilia  A.  Vassallo. 

Vaya,  por  ser  lo  primero 
Que  me  pides,  te  pondré 
Aquí  un  pensamiento.  ¿Y  qué 
Te  diré  en  él?  ¡Que  te  quiero! 

Nota. 

Escrito  lo  que  antecede. 
Me  fijo  en  su  nombre  y  caigo 
En  que  no  es  usted  soltera... 
Torpe  anduve,  ¡voto  al  chápiro! 
Traslade  usté  esa  postal 
Á  sus  diez  ó  doce  años, 
Y  como  la  firma  un  viejo, 
Todo  quedará  arreglado. 

Á  Josefina  Cordero. 

(Una  belleza  medio  desnuda.) 

Poeta  natural,  artista  rudo, 
Digo  con  mi  franqueza  acostumbrada 
Que  antes  que  una  mujer  así  tapada 
Me  gustaría  al  desnudo. 


166  M.    CURROS   ENRÍQUEZ 


Á  Martirio  Fernández. 

(Colombina  y  Pierrot,  de  morros.) 

Para  desdeñarle  así, 
Colombina  hermosa,  di: 

—  ¿Qué  te  hizo  ese  vil  Pierró? 

—  ¿Y  á  usted  le  importa  algo? 

—  ¡Sí! 

—  ¿Y  á  ti  no  te  importa? 

—  ¡No! 

Á  Julia  Cendras. 

(Mesalina,) 

¿Mesalina?  ¡Jesús!  Fué  Mesalina 
De  todos  los  soldados  concubina 
Siendo  la  esposa  del  Emperador, 
Y  hallándose  éste  ausente,  aunque  te  asombre, 
Te  diré  se  casó  con  otro  hombre 
Porque  era  algo  mejor  que  su  señor. 
¡Qué  horror!  Esto  da  pena. 
Sin  embargo,  alma  mía, 
Mesalina  era  buena. 
Juzga  lo  que  sería 
Del  asqueroso  Adán  la  prole  obscena. 

Á  Luisa  Superviene. 

¿Complacida?...  ¡Ya  lo  creo! 
Pide,  manda,  ordena,  di. 


DE    MI   ÁLBUM  167 


Tu  más  mínimo  deseo 
Un  decreto  es  para  mí. 

Á  Rosa  Loriente. 

(Un  niño  en  la  cama,  orando,) 

Dulce,  ingenuo,  sin  aliño, 
Puestas  las  manos  en  cruz 
Mira  al  cielo  con  cariño... 
¿Qué  ve,  qué  escucha  ese  niño 
En  la  región  de  la  luz? 

Si  ángeles  son  los  que  ve, 
Si  es  Dios  el  que  le  habla  allí, 
¿Qué  me  vale  lo  que  sé? 
Yo  con  mi  ciencia  perdí 
Lo  que  él  ganó  con  su  fe. 

Á  María  Martínez  Tirado. 

¿Más  postales?  Ya  es  un  vicio. 
¡Qué  ensañaniiento!  ¡Qué  encono! 
Niñas,  no  más  sacrificio. 
¡Me  matáis!  Mas  os  perdono 
Be  Dios  en  el  santo  juicio, 

Á  Patricíto  Sánchez. 

Te  quiero  sin  conocerte, 
¡Patricín! 
Quien  es  hijo  de  un  patriota, 
Patriota  ha  de  ser  al  fin. 


1G8  M.    CUaROS    ENRÍQUEZ 


Á  Victoria  Varona. 

Sí,  Victoria,  estoy  cansado 
De  escribir  tontunas  mil; 
Pero  quien  escribió  tantas, 
Aun  tiene  una  para  ti. 

Á  Amelia  Álvarez. 

(La  esfera  de  un  reloj .) 

¡Ay!  Pliegue  á  Dios  que  las  horas 
Que  señale  ese  reloj, 
De  tristeza  para  mí, 
¡Sean  para  ti  de  amor! 

Á  Elvira  Rico. 

Cuna  mujer  hermosa.) 

Me  agrada  esta  hermosura: 
Tiene  gracia  y  se  la  ama  y  se  la  admira; 
Pero  si  he  de  decir  la  verdad  pura. 
Más  que  ella  tú  me  agradas,  dulce  Elvira. 

Habana,  1897-1905. 


ARTÍCULOS  Y  POESÍAS  ESCOGIDOS 

ESCRITOS   POR    SU    AUTOR    EN    IDIOMA   -CASTELLANO 
Y   EN    DIALECTO    GALLEGO 


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ARTÍCULOS  Y  POESÍAS 


CONFIDENCIAS '" 


No  es  fácil  adivinar,  entre  las  diversas  corrien- 
tes en  que  hoy  se  divide  el  gusto  por  la  novela, 
cuál  será  la  favorable  á  este  libro,  que  tiene  para 
nosotros  el  doble  atractivo  de  lo  inesperado  y  lo 
agradable. 

Primera  producción  en  su  género  de  un  joven 
periodista  en  cuya  intimidad,  casi  fraternal,  vi- 
vimos hace  muchos  años,  y  que  jamás  en  nues- 
tras conversaciones  literarias  nos  había  dejado 
entrever  afición  alguna  á  esta  índole  de  trabajos, 
sus  páginas  sólo  después  de  impresas  nos  fueron 
conocidas,  y  no  ciertamente  por  voluntad  del 
autor,  sino  por  haber  hecho  la  casualidad  que 
cayeran  en  poder  nuestro  los  números  del  perió- 
dico en  cjiyo  folletín  se  han  publicado. 


(5)      Véanse  las  Notas  del  recopilador,  que  figuran  después  del 
índice  de  este  tomo. 


172  ^I.    CURROS   ENRÍQUEZ 


Quienes  conocen  á  Luis  Pardo  saben  á  qué 
atenerse  respecto  de  estas  reservas,  hijas  de  una 
modestia  nativa  y  de  una  desconfianza  injusti- 
ficada en  las  propias  fuerzas,  virtudes  ambas  ni 
frecuentes  ni  cotizables  en  el  mercado  de  las 
letras. 

Pero  vicios  habían  de  ser  las  que  estimamos 
virtudes,  y  todavía  tendríamos  que  celebrarlos 
en  la  ocasión  presente,  como  causa  y  origen, 
aparte  la  sorpresa  recibida,  del  placer  con  que 
hemos  saboreado  la  lectura  de  estas  Confiden- 
cias. 

Si  de  la  novela  española  contemporánea  pu- 
diera decirse,  como  decía  Ganganelli  de  la  cien- 
cia teológica  de  su  tie'mpo,  que  era  como  la  Luna, 
que  después  de  haberse  dejado  ver  llena,  no 
muestra  más  que  su  mitad,  para  terminar  ocul- 
tándose, nosotros  no  vacilaríamos  en  afirmar  que 
ConfiAencias  corresponde  á  la  primera  de  las  tres 
fases  lunares;  y  lo  demostraríamos  con  sólo  ha- 
cer notar  la  sencillez  de  su  argumento,  la  natu- 
ralidad de  sus  situaciones,  la  autenticidad  de  sus 
caracteres  y  la  corrección  de  forma  que  aproxi- 
man tanto  esta  obrita  á  la  manera  de  hacer  de 
nuestros  clásicos,  cuanto  la  separan  del  estilo 
hoy  en  boga  la  falta  de  ese  transcendentalismo, 
casi  siempre  fracasado,  de  ese  juego  de  pasiones 
monstruosas,  ofrecido  como  producto  de  la  ob- 
servación y  á  título  de  «documento  humano», 
sin  serlo;  de  esa  afectación  de  lenguaje,  artificio- 
so y  rebuscado,  y  de  ese  fatalismo  científico  de 
la  escuela  inglesa,  que  hará  de  Byron  un  degene- 


ARTÍCULOS   Y   POESÍAS  173 


rado,  porque  nació  cojo,  y  un  ladrón  de  Schiller, 
porque  tenía  la  nariz  torcida;  defectos  todos  en 
que  parece  consistir  el  secreto  del  arte  de  nove- 
lar en  nuestra  época.  Y,  realmente,  si  en  eso  con- 
siste el  Arte,  ya  puede  echarse  en  el  surco  nues- 
tro amigo  y  renunciar  á  toda  esperanza  de  feliz 
suceso. 

Su  obra  comienza  por  no  obligarnos  á  abrir  el 
Diccionario  para  consultar  el  significado  de  la 
palabra  íngreme,  por  ejemplo,  palabra  que  suele 
no  traer  para  mayor  desgracia  nuestra;  ninguno 
de  sus  personajes  se  permite  prorrumpir  en  in- 
terjecciones como  ¡leñe!,  ¡releñe!,  bajo  cuya  aso- 
nancia no  es  difícil  descubrir  lo  que  fuera  mejor 
quedase  pudorosamente  oculto;  ninguna  de  sus 
situaciones  nos  pondrá  en  el  caso  de  dejarel  libro 
para  echar  mano  de  la  botella  de  vino  Catyllon, 
bueno  contra  la  dispepsia;  no  hay  en  ella  nada, 
en  fin,  que  excite  nuestros  nervios,  que  abrume 
nuestro  cerebro,  revuelva  nuestra  bilis  ó  levante 
nuestro  estómago. 

Una  tierna  historia  de  amor,  sencilla  y  sin 
contrastes,  narrada  llanamente  y  sin  pretensio- 
nes por  un  amigo  á  otro,'  tal  es  el  asunto  de  estas 
Confidencias,  título  que  indudablemente  respon- 
de al  carácter  autobiográfico  de  las  mismas.  En 
ellas  el  escritor  desaparece  y  se  anula  á  si  propio 
para  confundirse  con  el  narrador,  apenas  bos- 
quejados en  el  primer  capítulo  la  índole  del 
asunto  y  los  principales  personajes  que  han  de 
animarle  y  sostenerle. 

Cuando  esa  narración  se  interrumpe  por  con- 


174  M.    CURROS    ENRIQUEZ 


tingencias  inseparables  de  los  mismos  aconteci- 
mientos que  refiere,  no  es  siquiera  el  autor  quien 
la  reanuda,  sino  una  carta  del  protagonista,  que 
pone,  con  la  noticia  de  su  enlace,  inesperado  fin 
á  la  historia. 

El  lector  juzgará  de  su  mérito  por  las  emocio- 
nes que  sienta;  desde  luego  no  serán  fuertes,  antes 
dulces  y  tranquilas,  y  un  tanto  melancólicas,  por- 
que, á  pesar  del  loable  esfuerzo  de  nuestros  hu- 
moristas por  disfrazar  cuanto  la  existencia  tiene 
de  penoso,  el  hecho  es  que  en  la  vida  entra  por 
más  el  dolor  que  el  placer,  y  mientras  el  dolor 
impere  en  ella  tiene  forzosamente  que  imperar 
en  el  Arte. 

El  lector  nos  dirá  también  si  Matilde  es  un  tipo 
real  ó  soñado;  si  las  desventuras  á  que  la  somete 
la  codicia  de  su  familia,  tienen  ó  no  precedentes, 
y  si  el  proceder  de  Bernardo,  uniéndose  á  ella 
por  indisolubles  lazos,  confirma  ó  contradice  la 
noción  eterna  del  deber  moral,  presente  en  todas 
las  conciencias,  y  que  están  obligados  á  cumplir, 
cuantos  alienten  sentimientos  caballerosos  y 
honrados. 

Por  lo  que  á  nosotros  respecta,  que  no  somos 
ni  descontentadizos  ni  exigentes,  Confidencias, 
humilde,  y  menos  que  humilde,  pobre  como  es 
de  aparato,  de  alardes  y  refinamientos  artísticos, 
declaramos  que  nos  ha  satisfecho.  Precisamente 
ha  herido  en  nosotros  una  cuerda  sensible,  la  del 
sentimiento,  y  nos  ha  dado  una  lección  que  agra- 
decemos, pese  al  orgullo  de  nuestro  sexo:  la  de 
que  ni  la  independencia,  ni  los  goces  que  la  so- 


ARTÍCULOS   Y   POESÍAS  175 


ciedad  reserva  al  hombre  joven  y  apto  para  lan- 
zarse con  ventaja  á  la  conquista  del  porvenir,  son 
sacrificio  bastante,  ni  precio  de  rescata  suflcien-^ 
te,  cuando  se  trata  de  evitar  una  sola  lágrima  á 
la  mujer  que  amamos. 

Madrid,  1891. 


176  M.    CURROS   ENRÍQUEZ 


LA  MUJER  GALLEGA 


(6) 


Tiene  adversarios,  lo  sé;  pero  sé  también  que 
pocos  han  podido  sostener  ante  ella  sus  argu- 
mentos sin  declararse  vencidos  ala  postre  por  el 
terrible  dilema  de  sus  curvas. 

Dios,  que  ha  hecho  de  esa  línea  el  sistema  de 
los  mundos;  que  ha  encerrado  en  ella  el  secreto 
de  la  vida;  que  la  ha  puesto  en  el  espacio  para 
revelarnos  el  infinito;  que  la  ha  puesto  en  el 
cerebro  para  generar  el  pensamiento,  y  en  la 
serpiente  del  Paraíso  para  hacer  posible  la  reden- 
ción, púsola  también,  con  mayor  amplitud  que 
en  ninguna  otra,  en  la  mujer  gallega,  para  ence- 
rrar en  un  símbolo  de  carne,  que  es  una  prome- 
sa de  fecundidad,  la  consoladora  idea  de  la  per- 
sistencia de  nuestra  especie. 

Pero  esa  mujer  no  posee  la  línea  solamente: 
tiene  también  el  color,  que  la.  embellece,  y  la 
nota,  que  la  anima,  sin  lo  cual  poco  tendría  que 
envidiar  á  las  estatuas  griegas. 


No  vo}^  á  discutiros  su  gracia,  porque  para  ello 
necesitaría  fijar  antes  el  sentido  de  ese  vocablo. 


(6)     Véanse  las  Notas  del  recopilador,  que  figuran  después  del 
índice  de  este  tomo. 


ARTÍCULOS   Y    POESÍAS  177 


Si  por  gracia  se  entiende  cierta  exuberancia 
de  hermosura,  cierta  movilidad  muscular,  cierta 
elasticidad  de  tejidos  puramente  fisiológica  y  ex- 
terna, una  sola  lección  de  clínica  bastaría  á  de- 
mostrar que  la  mujer  gallega  es  más  graciosa  que 
la  andaluza,  dado  que  en  ésta,  por  razón  del  cli- 
ma en  que  nace,  son  menos  abundantes  y  dura- 
deras las  savias  que  mantienen  flexibles,  bañán- 
dolos en  tibia  atmósfera  de  humedad,  la  compli- 
cada red  de  sus  nervios,  humedad  que  se  agosta 
en  breve  bajo  el  ardiente  sol  del  Mediodía. 

Si,  por  el  contrario,  la  gracia  es  el  arte  de  ex- 
teriorizar el  alma,  dializándola,  por  decirlo  así, 
á  través  de  los  poros,  y  haciéndola  vivir  en  los 
ojos,  en  la  boca,  en  la  actitud  y  en  todos  los  mo- 
vimientos, en  este  caso  no  os  negaré  que  la  mu- 
jer de  mi  tierra  no  ha  llegado  todavía  á  ser  maes- 
tra en  ese  arte.  Opónese  á  ello  un  imposible  físi- 
co: la  mayor  densidad  de  su  naturaleza,  la  mayor 
plasticidad  de  sus  formas,  su  mayor  solidez,  en 
una  palabra,  que  opone  á  la  expansión  de  su  es- 
píritu resistencia  semejante  á  la  que  encontraría 
una  luz  para  alumbrar  á  través  de  una  muralla 
de  bronce. 

¿Acusa  este  fenómeno,  perfectamente  explica- 
ble por  la  ley  de  la  impenetrabilidad  de  la  mate- 
ria, una  imperfección,  ó  constituye  un  privilegio 
en  la  mujer  de  mi  raza? 

Me  inclino  por  lo  último.  Todos  sabéis  que  el 
gallego  ama  como  nadie  su  país;  todos  sabéis 
que  la  mujer  gallega  guarda  como  nadie  su  ho- 
gar. Con  estos  precedentes,  ¿no  encontráis  lógi- 

12 


178  M.    CURROS    ENRÍQUEZ 


co  que  el  alma  de  nuestras  mujeres  guste  poco 
de  abandonar  el  templo  de  su  corazón,  donde  tan 
feliz  debe  encontrarse,  para  ponerse  á  flanear 
por  esos  mundos  de  Cristo,  envuelta  en  gasas  y 
encajes,  seduciendo  cadetes  y  toreros,  ó  mara- 
villando á  ingleses  impresionables? 

No  quiere  esto  decir  que  no  tengan  gracia  mis 
paisanas.  ¡Vaya  si  la  tienen!  Sólo  que  no  es  una 
gracia  que  se  eche  á  la  calle  al  menor  motivo: 
por  asistir  á  la  parada,  por  tomar  parte  en  una 
riña,  por  curiosear  lo  que  pasa  al  vecino,  por  de- 
tener con  el  trabucazo  de  una  mirada  provocado- 
ra al  inadvertido  viandante,  no;  su  gracia  es  seria, 
augusta,  majestuosa,  dueña  de  sí  misma,  digna  á 
la  vez  de  quien  la  lleva  y  de  quien  sepa  apreciarla. 

Pasa  con  ella  lo  que  con  las  minas  de  oro:  que 
son  muchos  los  que  las  buscan  y  pocos  los  que 
las  encuentran;  y  no  porque  no  existan,  sino  por- 
que no  saben  buscarlas. 

Y,  sin  embargo,  han  calumniado  á  la  mujer  ga- 
llega. La  llaman  «sosa»...  los  que  no  la  trataron. 

Despreciemos  también  esa  falsedad. 

Falso  también,  y  además  ridículo,  es  lo  que  dice 
el  inglés  Mr.  Ford  en  su  libro  A  Handboock  for 
trevellers  in  Spain,  cuando  afirma  que  las  mujeres 
gallegas  conservan  sus  encantos  poco  tiempo. 

Podrá  acontecer  eso  con  la  mujer  que  se  dedi- 
ca á  las  labores  del  campo;  pero  esa  mujer  lo 
mismo  puede  ser  gallega  que  vascongada,  caste- 
llana  que  andaluza. 


ARTÍCULOS    Y    POESÍA S  179 

Y  si  en  otro  sentido  pudo  decirlo  ese  autor,  la 
mujer  gallega  debe  agradecer  esas  frases,  porque 
perder  los  encantos  de  la  juventud  para  ganar 
las  veneraciones  de  la  maternidad,  lejos  de  ser 
una  censura,  constituye  el  más  sublime  elogio. 


* 

^  * 


¡Los  encantos  de  la  mujer  gallega!  ¡Oh,  si  no  la 
conocéis,  haced  por  conocerla,  y  os  pasará  lo  que 
á  un  amigo  mío  á  quien  llevé  un  día  al  templo 
de  mi  pueblo  para  enseñarle  una  imagen,  obra 
acabada  de  escultura! 

La  imagen  no  había  sido  colocada  todavía  en 
el  altar:  alzábase  sobre  su  peana  en  el  suelo,  y  a 
su  lado  rezaba  una  joven  de  sorprendente  her- 
mosura. 

Mi  amigo  se  adelantó,  miró  el  grupo,  y  cayó 
de  rodillas. 

Cuando  llegué  hasta  él,  mírele  prosternado,  no 
delante  de  la  imagen,  sino  de  la  mujer,  y  sus 
labios  se  entreabrían  murmurando: 

Dios  te  salve,  María,  llena  eres  de  gracia...  ¿Se 
había  equivocado?  No.  ¡Las  había  confundido! 

Preferidla  á  todas.  Es  la  única  que,  á  un  tiem- 
po, hila,  ama  y  ora. 

Madrid,  1893. 


180  M.    CURROS    ENRÍQUEZ 


MORSAMOR  ™ 

(Peregrinaciones  heroicas  y  lances  de  amor  y  fortuna 
de  Miguel  de  Zuheros  y  Tiburcio  de  Siinahonda,  por 
D,  Juan  Valera,  —Madrid,  1899.) 


Tal  es  el  título  de  la  última  obra  de  D.  Juan 
Valera,  celebrado  autor  de  Pepita  Jiménez,  El 
comendador  Mendoza,  Las  ilusiones  del  doctor 
Faustino  y  tantas  otras  producciones  admirables, 
así  por  el  ingenio  que  en  ellas  se  derrocha,  con 
profusión  verdaderamente  meridional,  como  por 
su  erudición  y  su  estilo. 

Escrita,  según  nos  dice  él  mismo  en  su  dedi- 
catoria a  su  primo  el  conde  de  Casa  Valencia, 
«para  distraer  sus  penas  egoístas  al  considerarse 
viejo  y  tan  quebrantado  de  salud,  y  sus  penas 
patrióticas  al  considerar  á  España  tan  abatida», 
y  habiendo  puesto  en  ella  «cuanto  se  ha  presen- 
tado á  su  memoria  de  lo  que  ha  oído  ó  leído  en 
alabanza  de  una  época  muy  distinta  de  la  pre- 
sente, cuando  era  España  la  primera  nación  de 
Europa»,  cualquiera  creería  que  iba  á  encontrar 
sus  páginas  empapadas  en  tristezas  y  á  echarse 
al  cinto  una  completa  apología  de  la  España  in- 


(7)     Véanse  las  Notas  del  recopilador,  que  figuran  después  del 
índice  de  este  tomo. 


AK.TÍCULOS    Y    POESÍaS  181 


mortal  del  siglo  xvi,  en  el  cual  se  desarrollan  los 
acontecimientos.  Pero  esto  sería  desconocer  á 
Valora,  hombre  que  sabe  «comprimirse»  cuando 
llega  el  caso  —  y  éste  es  uno  de  ellos  — ;  en  quien 
la  razón  se  sobrepone  siempre  al  sentimiento,  y 
á  quien  si  preguntáramos:  Diga  usted,  D.  Juan 
—pero  dígalo  sin  sorna  y  con  entera  franqueza — , 
¿qué  España  le  parece  á  usted  más  grande:  la  de 
Gonzalo  de  Córdoba  ó  la  de  Weyler?,  de  seguro 
que  contestaría:  La  verdad,  no  sé  por  cuál  de 
ellas  decidirme;  se  lo  diré  á  usted  con  el  tiempo. 

Quiere  esto  decir  que  cualquiera  que  dentro 
de  un  siglo  ó  dos  tratara  de  sorprender  en  la 
lectura  de  Morsamor  la  impresión  que  en  Valera 
había  producido  la  pérdida  de  nuestras  colonias, 
tendría  que  sufrir  un  desencanto,  porque  nada 
en  este  sentido  le  revelaría,  á  pesar  de  «las  pe- 
nas» á  que  se  refiere  el  prólogo  y  de  las  tristezas 
de  que  el  escritor  parece  poseído. 

Y  es  que  Valera  no  da  su  brazo  á  torcer  por 
nada  de  este  mundo;  y  sintiendo  mucho  — quizá 
es  el  hombre  de  letras  de  sentimiento  más  hondo 
con  que  hoy  contamos —,  posee  como  nadie  el 
arte  de  contenerlo  y  diluirlo,  de  suerte  que  no 
llegue  á  nosotros  en  forma  de  chorro,  sino  como 
á  través  de  un  pulverizador,  y  nos  conmueva,  no 
por  chapuzón  y  de  golpe,  sino  por  saturación  y 
lentamente.  El  sentimiento  de  Valera  es  como 
esos  alcaloides  sutiles  de  la  escala  aromática  que 
no  matan  sino  á  plazo  largo,  y  con  los  cuales  no 
se  puede  contar  para  improvisar  herencias  ó 
deshacerse  de  una  mujer  importuna. 


182  M.    CURROS    ENRIQUEZ 


En  cuanto  á  reivindicaciones  y  apologías, 
¿quién  piensa  en  ellas,  ni  cómo  Yalera,  para  con- 
seguirlas ó  simbolizarlas,  había  de  valerse  de  un 
pobre  fraile  miserablemente  engañado  por  otro, 
que  hace  de  él  una  especie  de  D.  Quijote  prema- 
turo, lanzándolo  por  el  mundo  en  busca  de  aven- 
turas grises  que  no  tienen  nada  de  particular, 
convirtiéndolo  en  testigo  pasivo  de  los  grandes 
descubrimientos  de  portugueses  y  daneses,  me- 
tiéndolo alguna  que  otra  vez  en  aprietos  graves, 
poniéndolo  en  contacto  con  mujeres  de  mal  vivir 
y  zarandeándolo  por  esos  mares  de  Dios  hasta 
obligarle  á  penetrar  en  la  India,  asistir  en  Bena- 
rés  al  culto  de  Crishna,  presenciar  el  paso  de  la 
nao  Victoria  por  el  cabo  de  Buena  Esperanza  y 
volver,  maltrecho  y  mohíno,  á  su  convento,  para 
morir  convencido,  no  sólo  de  la  inutilidad  de  su 
larga  peregrinación,  sino  de  que  ésta  no  existió, 
porque  fué  el  producto  de  un  sueño  provoca- 
do en  él  por  Fr.  Ambrosio,  poseedor  de  secre- 
tos mágicos,  eficaces  narcóticos  y  ciencias  esoté- 
ricas? 

Cierto  que  semejantes  personajes  y  tan  largo 
itinerario,  preséntanse  á  maravilla  para  que  el 
Sr.  Valera  haga  verdaderos  alardes  de  erudición 
y  conocimientos,  ó  por  lo  menos  de  las  notas  que 
en  sus  abundantes  lecturas  ha  recogido,  así  como 
para  describir  admirablemente  tipos,  países  y 
costumbres — dígalo  la  corte  del  rey  D.  Manuel, 
en  Lisboa,  la  de  Roma  bajo  León  X,  el  estudio  de 
la  religión  India,  los  retratos  de  Olimpia  y  Urba- 
si,  etc.,  etc.;  pero,  ni  Fr.  Miguel  ni  Fr.  Tiburcio, 


ARTÍCULOS   Y    POESÍAS  183 


en  lo  poco  que  tienen  de  teólogos,  ni  en  lo  mu- 
eho  que  tienen  de  aventureros,  realizan  nada  ni' 
descubren  nada  que,  aplicado  hoy  al  estado  del 
alma  nacional,  pueda  consolarla  de  las  desgra- 
cias presentes  ni  la  infunda  esperanzas  para  lo 
futuro. 

Parécenos,  sin  embargo,  entrever  en  la  figura 
de  Fr.  Miguel,  religioso  de  escasa  vocación,  que 
rabia  en  el  convento  por  lanzarse  á  emular  en  el 
siglo  las  proezas  de  los  portugueses,  lo  cual  con- 
sigue gracias  á  la  intervención  de  Fr.  Ambrosio, 
que  hace  con  él  lo  que  el  diablo  con  Fausto,  tor- 
nándolo de  viejo  en  joven  y  hasta  de  monje  en 
caballero  andante,  un  símbolo  de  la  España  san- 
turrona del  siglo  XVI,  que  atacada  también  de 
súbito  por  un  delirio  de  grandezas,  salió  del 
claustro  para  conquistar  mundos,  estimulada  y 
deslumbrada  por  lo  que  veía  hacer  á  otras  na- 
ciones. Y  este  símbolo  parece  esclarecerse  y  to- 
mar cuerpo  cuando,  devuelto  al  convento  Fray 
Miguel,  y  agonizando,  le  dice  á  Fr.  Ambrosio  en 
son  de  reproche:  «Convencido  estoy  de  que  has 
querido  darme  una  lección  moral  parecida  en  su 
traza  á  la  que  dio  D.  Ulan  de  Toledo,  famoso  má- 
gico, á  cierto  ambicioso...  Alégrate  y  enorguUé- 
eete.  Has  querido  curarme  de  mi  ambición  de- 
sesperada. Duro  ha  sido  el  remedio.  Como  quien 
con  hierro  candente  quema  un  cáncer,  tú  has 
curado  el  que  roía  mis  entrañas.  No  sólo  te  per- 
dono, sino  que  te  agradezco  la  cauterización  do- 
lorosa.  Mi  sed  de  poder  y  de  gloria  se  aquietó  y 
sació  con  satisfacciones  soñadas.  Hoy,  al  recono- 


184  M.    CURROS    ENRÍQUEZ 


cer  que  fueron  sueño,  reconozco  también  la  va- 
nidad de  tales  satisfacciones,  aun  cuando  sean 
reales.  El  sabio  lo  ha  dicho :  que  ni  la  carrera  es  de 
los  ligeros,  ni  la  guerra  de  los  fuertes,  ni  el  pan  de 
los  sabios,  ni  las  riquezas  de  los  doctos,  ni  la  gracia 
de  los  artifices,  sino  el  tiempo  y  la  casualidad  en 
todo,» 

Pero  si  Fr.  Miguel  representase  á  España  en  la 
intención  del  novelista,  Isabel  la  Católica  tenía 
que  estar,  siguiendo  el  simbolismo,  representada 
por  Fr.  Ambrosio  de  Utrera;  y  como  éste  lo  que 
hizo  fué  una  jugarreta  de  mal  género  y  á  sabien- 
das á  su  compañero  de  claustro,  sigúese  que  una 
jugarreta  igual  habría  hecho  á  Colón  la  buena 
reina  al  enviarlo  al  descubrimiento  de  América, 
por  lo  cual,  perdida  ésta  para  España,  bien  per- 
dida está,  y  debemos  agradecer  el  favor  á  todos 
los  Ambrosios  de  Utrera  que  por  varios  modos 
han  contribuido  á  su  ruina,  porque  nos  han  hecho 
despertar  de  un  sueño  y  nos  han  curado  de  nues- 
tras ambiciones. 

Si  ésta  puede  ser,  que  lo  dudamos,  la  filosofía 
que  se  desprende  de  la  última  producción  del 
Sr.  Valera,  declaramos  que  nos  satisface  menos, 
muchísimo  menos  que  la  de  todas  sus  obras  an- 
teriores, donde  suele  haber  más  sentido  de  la 
realidad  y  una  noción  más  sana,  más  perfecta  y 
acomodada  al  arquetipo  eterno,  de  lo  que  aquí 
eñ  la  tierra  se  entiende  por  responsabilidad,  por 
moral  y  por  justicia  distributiva. 

El  dicho  del  sabio  que  el  Sr.  Valera  subraya^ 
como  lo  hacemos  nosotros,  antójasenos  de  un 


ARTÍCULOS   Y    POESÍAS  185 

fatalismo  á  que  no  llegaron  Hartmann  ni  Scho- 
penhauer;  porque  si  hemos  de  conceder  al  tiem- 
po y  á  la  casualidad  importancia  tal  en  los  desti- 
nos humanos  que  decidan  de  las  cosas  y  de  los 
acontecimientos,  creando  el  Derecho  y  sancio- 
nando la  Historia,  ¿qué  falta  nos  hace  la  libertad, 
ni  qué  viene  á  ser  el  hombre  sino  materia  inerte, 
manejada  á  placer  por  esas  dos  fuerzas  ciegas? 
Y  no  es  esto  lo  peor,  sino  que  para  colmo  de 
contrasentidos,  esa  misma  materia  inerte,  sin 
poder  creador,  ni  iniciativa,  ni  espontaneidad, 
ni  nada,  tiene  y  se  le  reconoce,  por  el  dicho  del 
sabio,  autoridad  para,  á  la  vez  que  se  declara 
siervo  humilde  de  la  casualidad  y  del  tiempo, 
decirle  á  la  Providencia,  convertido  de  pronto 
en  dictador:  «Tal  día  y  á  tal  hora  hundirás  el 
mundo  antiguo;  tal  día  y  á  tal  hora  suscitarás  un 
Cristo,  un  Gutenberg,  un  Lutero,  un  Mirabeau, 
porque  si  no  lo  haces,  esa  casualidad  y  ese  tiem- 
po, que  están  por  encima  de  ti,  harán  estéril  la 
sangre  del  Calvario,  no  servirán  para  nada  los 
caracteres  de  imprenta,  pondremos  la  mordaza 
sobre  la  libertad  de  la  palabra,  y  los  derechos  del 
hombre  serán  un  nombre  vano  y  una  ridicula 
entelequia.» 

¿Habrá  necesidad  de  otro  argumento  para  con- 
denar semejante  doctrina,  si  por  ventura  viniese 
á  preconizarla  la  última  novela  del  autor  de  Pe- 
pita Jiménez?  Sí  que  lo  habría:  el  aplauso  que 
tendrían  que  tributarle  los  manes  de  los  señores 
virreyes,  adelantados,  presidentes  de  Audiencia, 
veedores  y  capitanes  generales,  muertos,  y  los 


186  M.    CURROS    ENRÍQUEZ 


empleados — rapiñas,  separatistas,  filibusteros  y 
norteamericanos — ,  vivos,  que  hicieron  lo  que 
han  podido  por  despertar  á  España  de  un  sueño 
de  cuatrocientos  años,  y  para  quienes,  en  vez  de 
censuras,  tendrían  que  sonar  desde  hoy  himnos 
de  gratitud  y  cantos  de  alabanza. 

No  sabemos  por  qué,  se  nos  figura  que  el  señor 
Valera  teme,  sin  embargo,  que  el  público,  y  so- 
bre todo  la  crítica,  puedan  sacar  esa  deducción 
de  su  voluminosa  y  por  lo  demás  encantadora  y 
admirable  novela.  En  sus  páginas  hay  un  halago 
muy  significativo  para  Clarifij  no  por  merecido 
menos  extraño. 

Clarín  es  reconocido,  pero...  dudamos  que  lo 
estime  en  todo  lo  que  vale. 


Habana,  1899. 


ARTÍCULOS    Y    POESÍAS  187 


EL  MAYORAZGO  DE  VILLAHUECA 


(8) 


Entre  los  jóvenes  españoles  que  con  más  for- 
tuna cultivan  las  letras  en  Cuba,  merece  lugar 
muy  distinguido  Atanasio  Rivero,  redactor  del 
Diario  de  la  Marina,  de  la  Habana,  donde  se  dio 
á  conocer  por  sus  chispeantes  y  graciosísimas 
Comidillas,  que  hubo  de  coleccionar  y  vender 
como  pan  bendito,  bajo  el  título  de  Btielos  y  que- 
brantos. 

Celebran  en  el  sus  partidarios,  porque  los  tie- 
ne en  crecidísimo  número,  á  pesar  del  reducido 
teatro  en  que  actúa,  la  frase  correcta  y  castiza, 
de  raíz  puramente  clásica,  la  agudeza  y  caustici- 
dad de  la  intención,  la  movilidad  del  estilo  y  la 
gracia  —  la  gracia  sobre  todo  —  que  fluye  de  su 
pluma  con  la  facilidad  y  la  frescura  del  agua  en 
el  manantial,  y  como  ella  ininterrumpida  y  bu- 
llidora. 

Tal  vez  abusa  á  veces  de  tan  singulares  dotes 
naturales,  dando  tortura  á  los  conceptos  con  pa- 
ranomasias  y  juegos  de  vocablos  casi  siempre 
pueriles,  aunque  siempre  oportunos;  pero,  la 
verdad  sea  dicha,  de  esos  tropiezos,  por  fortuna 
escasos,  sabe  salir  con  tanta  majestad  y  gallardía, 


(8)     Véanse  las  Notas  del  recopilador,  que  figuran  después  del 
índice  de  este  tomo. 


188  M.    CURROS    ENRÍQUEZ 


que  casi  nos  vemos  obligados  á  perdonárselos, 
á  trueque  de  las  compensaciones  de  que  van  se- 
guidos, para  recreo  del  espíritu  y  deleite  del 
buen  gusto. 

Brillante  muestra  de  lo  que  vale  Rivero  como 
escritor,  nos  la  ofrece  en  su  última  producción, 
El  mayorazgo  de  Villahueca,  lindísima  novela  de 
costumbres,  con  algo  de  tesis,  y  cuyo  argumento 
vamos  á  exponer  en  breves  palabras. 

Manuel  Pendueles,  alias  Manolote,  de  prosapia 
noble,  buen  chico,  aunque  un  poco  alocado,  está 
destinado  á  la  iglesia  por  su  madre,  señora  muy 
religiosa  y  muy  dada  á  frecuentar  «los  divinos» 
en  un  pequeño  pueblo  de  Asturias;  pero  el  rapaz, 
que  ha  visto  á  tiempo  á  una  jovencita  casquivana, 
la  cual  vive  en  la  misma  localidad,  y  que  además 
está  influido  por  Perico  Berdiales,  barbero  del 
lugar,  republicano  furioso,  tremendo  librepen- 
sador y  blasfemo  empedernido,  piensa  en  todo 
menos  en  hacerse  cura.  Esta  contrariedad  morti- 
fica á  la  buena  de  D.^  Ana  de  Gayanes,  que  es  la 
madre  en  cuestión,  quien,  si  puede  tolerar  que  el 
cuerpo  de  su  hijo  se  pierda  casándose  con  Peri- 
nola—  este  es  el  nombre  de  la  novia  — ,  sobrina 
de  un  capitán  retirado  de  Carabineros,  no  está  de 
ningún  modo  dispuesta  á  que  se  pierda  su  alma 
en  los  infiernos,  juntándose  con  Berdiales  y  re- 
cibiendo sus  perniciosas  lecciones.  Así,  pues,  se 
decide  á  alejar  á  su  hijo  de  aquel  medio  ambien- 
te y  á  mandarlo  á  Oviedo,  al  lado  de  su  hermano, 
el  deán  de  la  catedral,  á  quien  quiere  entrañable- 
mente D.^  Ana. 


I 


ARTÍCULOS   Y   POESÍAS  189 

Pero  el  deán,  que  es  un  señor  algo  laxo  en  ma- 
terias de  moral,  bastante  despreocupado  y  que, 
como  si  esto  fuera  poco,  no  debe  participar  de 
las  creencias  de  su  hermana  en  punto  á  las  per- 
fecciones de  la  vida  religiosa,  contesta  á  las  reco- 
mendaciones de  aquélla:  «¡Oh,  mater  admirabi- 
lis!  Bonito  estoy  yo  para  meter  en  pretina  al 
bragazas  de  tu  hijo.  No  hay  que  asustarse,  her- 
mana; nos  rascaremos  juntos.  No  espero  que  por 
mis  consejos  vuelva  al  redil,  porque  no  puedo 
darle  consejos»;  lo  que  equivale  á  decir  que  el 
tío  se  declara  impotente  para  contener  á  su  so- 
brino. Doña  Ana  lamenta  el  fracaso  de  su  plan, 
y,  colocada  en  la  alternativa  de  casar  á  Manolote  ó 
labrar  su  perdición  haciéndolo  cura,  opta  por  lo 
primero,  exigiéndole  tan  sólo  que  para  ello  se 
ponga  bien  con  Dios  y,  en  expiación  de  toda  su 
vida  de  escándalos,  acompañándose  del  barbero, 
poniendo  motes  á  los  curas  y  diciendo  en  públi- 
co, en  descrédito  de  los  santos,  que  el  perro  de 
San  Roque  tiene  el  moquillo,  vaya  el  día  de  la 
fiesta  de  la  patrona  desde  Villahueca  al  santuario 
del  Vito,  en  actitud  de  penitente,  de  rodillas,  des- 
nudas las  piernas,  los  brazos  en  cruz,  presidiendo 
la  procesión,  delante  de  todo  el  pueblo. 

Manolote,  sintiéndose  querido  por  Perinola, 
accede,  por  lograrla,  á  tan  humillante  exigencia, 
aunque  sabe  que  le  fué  ingerida  á  su  madre  por 
el  elemento  clerical  de  la  villa,  secundado  por  el 
alcalde,  el  boticario  y  las  demás  gentes  de  su  par- 
tido; y  aunque  no  sin  protesta,  se  somete  á  tan 
atroz  sacrificio,  con  gran  contentamiento  de  los 


190  M.    CURROS   ENRÍQUEZ 


lugareños,  que  aprovechan  la  ocasión  para  ven- 
garse del  descreído  y  reírse  de  él  después  de  es- 
carnecerle. 

Mucho  sufre  al  cumplir  esa  penitencia  el  po- 
bre mozo;  pero  todo  lo  da  por  bien  empleado, 
porque  una  vez  terminada,  sabe  que  va  á  obtener 
la  mano  de  la  mujer  á  quien  tanto  quiere. 

Manolote  concurre  á  la  procesión;  llega  al  san- 
tuario, de  rodillas,  arrastrándose  por  aquella 
cuesta,  mientras  el  cura  y  el  sacristán  le  cantan 
los  salmos  penitenciales,  y  cuando  después  de 
una  escena  terrible,  en  que  el  protagonista,  ya 
cumplido  el  voto,  toma  un  desquite  muy  propio 
de  su  carácter  violento,  en  que  le  ayuda  su  tío  el 
deán,  regresa  á  su  casa  para  ir  á  estrechar  y  unir- 
se para  siempre  á  Perinola,  sabe  con  asombro 
que  ésta  acaba  de  huir  del  pueblo  en  compañía 
de  un  militar,  cuyos  galones  la  fascinaron. 

Tal  es  el  asunto  que  sirve  á  Rivero  para  su  úl- 
timo libro.  Su  protagonista,  que  recuerda  por  la 
ineficacia  de  sus  sacrificios  al  Giliat  de  Trabaja- 
dores del  mar,  se  hace  interesante  desde  las  pri- 
meras páginas,  y  tanto  el  hijo  de  D.^  Ana  como  el 
barbero  y  el  deán  están  perfectamente  trazados, 
por  más  que  no  para  todos  aparezca  este  último, 
en  que  el  autor  cargó  la  mano,  con  todas  las  con- 
diciones de  observación  y  realidad  que  exigen 
los  modernos  cánones  de  la  novela,  aunque  mu- 
cho pudiera  decirse  en  su  defensa,  dada  la  relaja- 
ción que  alcanzan  en  nuestra  época  ciertas  insti- 
tuciones y  las  costumbres  tolerantes,  sencillas, 
del  país  en  que  se  desarrolla  la  acción  de  la  obra, 


ARTÍCULOS    Y    POESÍAS  191 


costumbres  que  no  rechazan  que  un  sacerdote 
entre  con  precauciones  á  beber  sidra  en  una 
taberna,  ni  que  haga  alarde  de  determinadas 
ideas  más  ó  menos  ortodoxas,  especialmente  si 
esto  se  hace  para  contestar  agravios  y  humilla- 
ciones que  hieren  el  amor  propio,  que  es  el  caso 
del  deán  saliendo  en  la  ermita  del  Vito  á  vengar 
con  justas  increpaciones  el  cruel  escarnio  que  en 
nombre  de  la  religión  acaban  de  hacer  de  su  so- 
brino. 

Pero  si  hermosos  son  los  tipos  que  Rivero  nos 
ofrece  en  El  mayorazgo  de  Yíllahueca^  bellísimas 
merecen  reputarse  casi  todas  las  descripciones 
en  que  abunda  la  obra,  sobre  todo  la  descripción 
de  un  ciclón  en  el  capítulo  «Tempestades»,  el 
suplicio  de  Manolote  en  el  titulado  «El  Calvario», 
y  la  actitud  de  Perinola  en  «Consummáttim»,  To- 
das estas  páginas  están  escritas  con  un  senti- 
miento del  Arte,  una  fuerza  de  análisis  y  una 
intuición  psicológica  prodigiosos,  pudiéramos 
decir  insuperables. 

Deliciosas  por  la  sal  que  hay  en  ellas  y  los  ras- 
gos felices  con  que  caracteriza  á  sus  autores,  son 
igualmente  las  cartas  de  Perdíales  á  Manolote  y 
del  deán  á  su  hermana. 

Como  muestra  del  estilo  de  la  obra,  véanse  los 
siguientes  trozos,  en  que  se  describe  la  subida  del 
penitente  al  santuario : 

«A  las  cuatro  de  la  tarde  todo  Villahueca  esta- 
ba reunido  en  el  Castañedo,  de  donde  arranca  el 
camino  de  cabras  que  conduce  al  santuario.  Es- 
peraban con  ansia  la  llegada  de  Manolote  y  con 


192  M.    CURROS    ENRÍQUEZ 


el  deseo  cruel  de  verle  caminar  de  rodillas,  pur- 
gando los  pecados  de  todos,  ofreciéndose  en  ho- 
locausto de  la  general  impiedad.  Allí  estaban  los 
que  le  habían  empujado  al  sacrificio,  los  que  ha- 
bían esgrimido  contra  él  las  armas  de  la  artería, 
de  la  injuria,  del  testimonio  malo  que  él  había 
hecho  bueno  con  sus  desmanes.  Todos  afectaban 
seriedad,  cuando  el  alma  les  bailaba  en  el  cuerpo, 
y  todos  aparentaban  murmurar  oraciones,  cuan- 
do mascullaban  blasfemias.  El  cura,  grave,  emo- 
cionado, tembloroso,  destacábase  entre  todos, 
acompañado  de  tres  monaguillos  armados  de 
cruz  y  ciriales.  Tenía  en  la  mano  un  libro  anti- 
quísimo forrado  en  pergamino,  y  leía  para  con- 
tener su  inquietud.  Un  grito  sordo,  ahogado, 
anunció  al  votivo.  Llegó  el  mayorazgo  pálido, 
relampaguente  de  ira;  miró  á  la  multitud  con 
desprecio,  con  odio  al  cura;  besó  á  su  madre  y 
diciéndole  angustiosamente  «Por  ti»,  se  hincó  de 
hinojos  y  empezó  á  andar  torpemente.  Á  la  ca- 
beza iban  los  monaguillos,  en  medio  Manolote  y 
detrás  el  cura.  La  muchedumbre  los  rodeaba;  en 
todos  los  labios  palpitaba  la  emoción;  Manolote 
caminaba  furiosamente,  tropezando,  lastimándo- 
se; D.'^  Ana,  llorosa,  medio  muerta,  se  sostenía  en 
brazos  del  alcalde;  la  policía  imponía  orden  y  el 
barbero  sollozaba  blasfemias. 

»El  cura  leyó  en  aquel  libro  viejo  de  autor  des- 
conocido: Memento  homo  quiapulvis  est  et  inpul- 
veré  reverteris. 

s^Ensoberbéceste  y  te  desvaneces  con  el  nom- 
bre de  mocedad.  Miras  á  la  flor  de  la  vida  y  te 


ARTÍCULOS   Y   POESÍAS  193 


glorías,  y  te  enamoras  de  ti  por  tu  buena  dispo- 
sición y  hermosura;  porque  tu  mano  es  vigorosa 
al  movimiento,  porque  los  pies  te  sirven  al  salto 
veloces,  porque  el  viento  esparce  tus  cabellos, 
porque  tu  vestido,  embriagado  de  púrpura,  arde 
prendido  en  la  luz  del  veneno  tirano.  Á  esto  mi- 
ras, mas  no  te  miras  á  ti.  Yo  te  enseñaré  cómo 
en  este  espejo  eres  lo  que  eres. 

»¿No  has  visto  en  lugar  público  destinado  á 
enterrar  los  muertos  los  misterios  de  nuestra 
Naturaleza?  ¿No  viste  los  rimeros  y  montones  de 
huesos,  sin  orden,  revueltos  unos  con  otros?  ¿Las 
calaveras,  desnudas  de  carne,  que  con  las  obscu- 
ras cavidades  que  fueron,  ojos  se  muestran  en 
horrendo  espectáculo?  ¿Viste  las  bocas  rígidas  y 
los  demás  miembros  arrancados  y  esparcidos  al 
albedrío  de  la  corrupción?» 

Memento  homo  quia  pulvís  est 

y>Manolote  sentía  el  ruido  de  la  lectura  como  si 
una  catarata  se  despeñara  de  lo  interior  de  su 
cabeza;  las  carnes,  frías,  rechazaban,  doliéndose, 
aquellos  pedruscos  martirizantes;  caminaba  pre- 
suroso, limpiándose  el  sudor,  firme  en  sus  deseos 
de  terminar  aquel  bochornoso  espectáculo;  los 
monaguillos  gateaban  delante  de  él  trabajosa- 
mente, y  D.^  Ana  lloraba,  renegaba  el  barbero,  y 
la  tristeza  había  embargado  todos  los  ánimos. 

»E1  cura  con  voz  tonante  leyó: 

«Señor Dios  délas  venganzas,  libremente  obró; 
engrandécete  tú  que  juzgas  la  tierra;  da  su  mere- 
cido á  los  soberbios. 

13 


194  M.    CURROS    ENRÍQUEZ 


»Había  otro  dentro  de  él,  porque  ya  el  diablo^ 
su  posesor,  se  había  entrado  en  sus  entrañas,  y 
quien  se  entró  en  el  corazón  de  Jesús  se  había 
entrado  en  el  secreto  de  su  mente. 

»La  exaltación,  la  hinchazón,  la  arrogancia,  la 
fanfarronería  no  son  del  magisterio  de  Cristo^ 
que  enseñó  la  humildad;  antes  nacen  del  espíritu 
del  Antecristo. 

»Muchos  soberbios  fueron  de  la  tierra  traga- 
dos, y  otros,  con  sus  rayos  encendidos. 

»Si  algunos  se  quieren  levantar  ante  Dios,  por 
la  abertura  de  la  tierra  serán  arrojados  al  pro-^ 
fundo.» 

Memento  homo  quia  ptilvis  est, 

>La  ascensión  por  el  camino  de  cabras  conduc- 
tor de  la  fe  de  los  villahuecanos,  hacíase  cada  vez 
más  penosa,  y  á  la  arena  había  sucedido  la  piedra,, 
á  la  grama  y  el  helécho  las  espinosas  argomas. 

»Manolote  seguía  dolorosamente  la  ascensión,, 
rotas  las  ropas,  desolladas  las  rodillas;  un  jirón 
de  calzoncillo  que  rastreaba  en  el  suelo  estaba 
tinto  en  sangre;  no  veía;  afanábase  por  terminar 
el  martirio;  respiraba  roncamente;  saltábanle  los 
ojos  en  las  órbitas,  y  la  palidez  de  la  muerte  in- 
vadía su  semblante.  Algunos  sollozos  se  escapa- 
ban de  los  pechos  menos  duros;  acometió  un 
desmayo  á  D.''^  Ana,  y  siguió  la  comitiva.  Mano- 
lote  corría  con  furia  cuanto  un  hombre  puede 
correr  de  hinojos. 

»E1  cura  siguió  leyendo: 

*  Veránle  los  buenos,  y  temerán  y  reirán  sobre 


ARTÍCULOS    Y    POESÍAS  195 


él,  diciendo:  «Veis  el  hombre  que  no  puso  en 
í>Dios  su  confianza,  antes  esperó  en  la  multitud 
»de  sus  riquezas,  y  prevaleció  en  su  dignidad.» 

»Por  eso  Dios  te  destruirá  en  el  fin,  te  arran- 
cará y  arrojará  de  su  tabernáculo,  y  tu  raíz  de  la 
tierra  de  los  que  viven. 

»Hombre,  tú  no  viste  cuando  Dios  te  amasaba 
de  polvo...  No  sabías  de  qué  eras  ni  cuál  eras. 
Por  esto  á  la  Naturaleza  lo  diste  todo,  á  ti  mismo 
te  diste  á  ti,  y  á  Dios  nada. 

»Pagástele  con  afrenta  y  maldiciones,  y  por  el 
beneficio  y  la  honra  diste  infamia.» 

Memento  homo  quia  pulvis  esL 

»Un  pedrusco  incrustado  en  las  carnes  llegó  al 
hueso,  arrancando  un  gemido  al  mártir;  inclinó- 
se; apoyó  la  mano  en  el  suelo,  y  se  la  destrozó  en 
las  argomas  punzadoras.  Escapóse  entonces  un 
rugido  á  su  garganta,  un  rayo  de  sus  ojos  y  una 
blasfemia  de  su  corazón. 

»Leyó  el  cura: 

«Sobre  el  áspid  y  el  basilisco  pasearás  y  pisa- 
rás...» 

»Los  guijarros  rodaban  arrancados  por  las  ro- 
dillas del  mayorazgo,  que  continuaba  su  marcha 
con  un  arrastramiento  de  reptil  enloquecido; 
una  mueca  dolorosa  había  fijado  el  temblor  de 
sus  labios;  sacudía  la  cabeza  dando  al  aire  sus  ca- 
bellos, que  semejaban  crines  de  potro  bravio;  se 
desgarró  con  las  membrudas  manos  las  mojadas 
ropas,  descubriendo  un  pecho  velludo  de  poten- 
te torso;  una  llamarada  furiosa  relampagueó  en 


196  M.    CURROS   ENRÍQUEZ 


SUS  ojos,  y  un  hilo  de  amarillenta  baba  pendía 
de  una  de  las  comisuras  de  sus  labios.  Y  siguió 
subiendo,  subiendo  el  camino  de  cabras  con  do- 
loroso arrastramiento  de  reptil  enloquecido... 

:^Sólo  una  tercera  parte  de  la  cuesta  faltaba  por 
subir;  allí  terminaba  la  sombra  de  los  árboles,  y 
el  monte  pelado,  pedregoso,  estéril,  sólo  daba  de 
sí  rocas  y  espinos;  el  camino  desaparecía  en  la 
pedrea  y  una  senda  marcada  levemente  se  per- 
día más  allá,  y  más  allá  todo  era  camino,  zarzas 
secas,  guijarros  ardientes  abrasados  por  aquel 
sol  dormicero,  que  no  sabía  alumbrar,  calentar  ni 
arder  á  las  ^ueve  de  la  mañana,  y  que  ahora  se 
enseñoreaba  en  lo  alto  del  espacio,  rigiendo  con 
candente  látigo  su  carro  de  fuego.» 

Por  falta  de  espacio  renunciamos  á  transcribir 
la  terrible  escena  que  sigue,  toda  ella  descrita 
con  el  mismo  vigor,  con  la  misma  verdad,  con  el 
mismo  arte;  pero  lo  transcrito  basta  para  dar 
idea  del  mérito  que  entraña  El  mayorazgo  de 
VilJahueca,  y  para  que  se  apresuren  á  leerla  los 
aficionados  á  lo  transcendental  y  simbólico  en  el 
género  que  á  tanta  altura  han  colocado  en  nues- 
tros días  Pérez  Galdós,  Pereda,  Palacio  Valdés 
y  Valera. 


1904. 


ARTÍCULOS    Y    POESÍAS  197 


HORAS  DE  OCIO 


(9) 


Supone  una  tan  portentosa  disciplina  de  todas 
las  actividades  cerebrales  y  psíquicas,  un  triunfo 
tan  completo — intentado  ó  realizado —  sobre  las 
indolencias  y  las  rebeldías  del  espíritu  y  de  la 
materia  el  escribir  libros,  que  nunca  hemos  po- 
dido abrir  uno  sin  sentir  profundísima  emoción. 
Y  esta  emoción  sube  de  punto  cuando  el  libro 
que  llega  á  nuestras  manos  es  el  primero  que  su 
autor  publica,  porque  entonces  parécenos  asistir 
á  la  iniciación  de  un  destino,  á  la  revelación  de 
un  misterio,  á  una  de  aquellas  sagradas  metem- 
psicosis  del  viejo  mundo  oriental  por  virtud  de 
las  cuales,  así  como  la  fantasía  de  los  antiguos 
convertía  los  hombres  en  héroes  y  lo  héroes  en 
dioses,  de  la  misma  manera,  si  bien  con  mayor 
exactitud  y  verdad,  suelen  convertirse  en  nues- 
tro tiempo  los  innominados  en  celebridades  y  las 
celebridades  en  arbitros  de  las  naciones. 

Toda  primicia  es  sagrada,  en  efecto;  y  esto 
debían  saberlo  bien  las  pasadas  mitologías  cuan- 
do hacían  de  ellas  ofrenda  y  holocausto  á  los  dio- 
ses. Quizá  poseían  la  revelación  de  que  debían 
serles  gratas.  Y  es  que  en  los  primeros  frutos, 
aun  sin  sazonar,  están  contenidas  las  promesas  de 


(9)     Véanse  las  Notas  del  recopilador,  que  figuran  después  del 
índice  de  este  tomo. 


198  M.    CURROS    ENRÍQUEZ 


las  grandes  cosechas,  el  sacrificio  de  las  vocacio- 
nes y  la  pureza  inmaculada,  valiosa  como  sím- 
bolo y  como  realidad,  de  la  ofrenda  misma.  El 
primer  perfume  de  la  flor  recién  abierta,  el  pri- 
mer beso  de  la  mujer  amada,  la  primera  victoria, 
el  primer  hijo,  la  primera  luz  que  hiere  los  ojos 
del  prisionero  al  través  de  los  hierros  de  su  cár- 
cel, abren  el  corazón  á  la  esperanza,  dilatan  el 
alma  con  la  seguridad  de  las  propias  fuerzas  y 
tienen  tales  prestigios  que,  sin  pretenderlo,  se 
imponen  á  todo  nuestro  ser,  y  nos  embriagan  y 
seducen  de  igual  modo  á  los  hombres  que  á  los 
dioses,  pues  no  en  vano  participaban  éstos  de 
nuestra  naturaleza,  y  por  algo  tenían  nuestras 
propias  pasiones. 

Reúne,  por  consiguiente,  títulos  bastantes  á 
nuestra  atención  la  presente  obra,  con  sólo  ser 
la  primera  que  da  á  la  estampa  su  autor,  carísimo 
amigo,  paisano  y  compañero  nuestro  en  la  pren- 
sa, Sr.  Somoza. 

Esta  amistad,  este  paisanaje  y  este  compañeris- 
mo han  de  limitar  forzosamente  nuestra  liber- 
tad para  analizar  su  libro,  ya,  antes  que  por  tales 
razones,  limitada  por  nuestra  irremediable  in- 
competencia. Por  fortuna  no  es  un  juicio  lo  que 
se  nos  exige,  sino  un  prólogo;  y  en  esta  clase  de 
trabajos  no  es  de  preceptiva  cabalgar  sobre  las 
teorías,  los  principios  y  las  tendencias  del  Arte, 
ni  perderse  en  disquisiciones  filosóficas  ni  aná- 
lisis lingüísticos  para  formular  decretos  inapela- 
bles. Basta  á  nuestro  objeto  consignar,  al  correr 
de  la  pluma,  la  impresión  recogida  en  su  lectu- 


ARTÍCULOS   Y    POESÍAS  199 


ra,  emitir  sencillamente  nuestra  opinión,  sin  ra- 
zonarla siquiera,  desde  el  punto  de  vista  indi- 
vidual en  que  nos  es  lícito  hacer  apreciaciones, 
y  recomendar,  citándolos,  aquellos  trabajos  del 
tomo  que  han  dejado  más  huella  en  nuestro  espí- 
ritu ó  herido  más  hondamente  nuestra  curiosi- 
dad, abandonando  íntegra  á  la  crítica  la  tarea  de 
un  estudio  más  inteligente  y  desapasionado. 

Comencemos  por  denunciar  una  enorme  super- 
chería estampada  al  frente  de  este  volumen.  So- 
moza  le  titula  Horas  de  ocio,  y  en  el  ocio  nos  ha 
de  perdonar  le  digamos  que  no  se  producen 
libros  como  el  suyo.  En  el  ocio,  ni  libros  ni 
nada.  Indudablemente  ese  título  está  buscado 
ex  profeso  por  un  refinamiento  de  poética  coque- 
tería, para  hacernos  creer  que  el  autor  es  una 
feliz  excepción  entre  la  prole  de  Adán,  por  Jeho- 
vah  condenada  á  ganarse  el  pan  con  el  sudor  de 
su  frente.  ¡Qué  más  quisiera  él!  Pero,  por  des- 
gracia, no  es  así.  Somoza  se  ha  olvidado  de  que 
está  en  los  trópicos,  que  es  peninsular  y  que  se 
procura  el  sustento  trabajando  veinte  de  las  vein- 
ticuatro horas  del  día;  lo  cual,  en  todas  partes, 
menos  en  la  Habana  y  en  la  clase  de  periodistas, 
en  que  él  figura,  es  trabajar  más  de  lo  que  se 
puede  y  de  lo  que  se  debe. 

No  tratemos  de  averiguar  si  el  pan  que  con 
tanta  fatiga  disputa  á  la  concurrencia  es  sufi- 
ciente para  su  «congrua  sustentación»;  pudiera 
resultar  que  no  á  poco  que  hurgásemos  en  el 
¿sunto;  y  un  indicio  grave  de  ello  parece  encon- 
trarse en  la  publicación  de  este  tomo,  qu,e,  ó  mu- 


200  M.    CURROS   ENRÍQUEZ 


cho  nos  equivocamos,  ó  más  que  gloria  viene 
buscando  un  suplemento  de  crédito  para  inte- 
grar el  vulgarísimo  corrusco,  siendo  de  sospe- 
char que  el  autor,  que  quiso  engañarnos,  resulte 
en  esto  engañado  á  su  vez,  pues  no  respondería- 
mos de  que  su  obra  le  proporcionara,  aunque 
no  fuese  sino  que  para  contrariarle,  más  fama 
que  provecho;  que  no  dejan  de  ser  frecuentes 
los  casos  de  los  que,  escribiendo  para  salir  del 
día,  se  encontraron  á  la  postre  con  que,  sin  salir 
de  él,  se  entraron  de  patitas  en  la  gloria.  Pero  sea 
como  quiera,  y  sin  dar  por  un  hecho  que  haya 
llegado  este  caso,  hagamos  constar  la  superche- 
ría. No  existen  tales  ocios,  y  únicamente  se  ex- 
plica que  Somoza  nos  hable  de  ellos  en  la  por- 
tada de  su  libro  como  de  una  aspiración  sibarí- 
tica, como  de  un  ideal  de  bienestar  y  descanso 
que  en  fuerza  de  deseado  se  le  antoja  poseído. 
Titulárase  aquél  Horas  de  angustia  ó  de  rabia,  y 
nada  tendríamos  que  oponer  los  que  sabemos 
cómo  han  sido  concebidas  sus  páginas:  en  el  bre- 
gar continuo  del  pobre  escritor,  condenado  á 
llenar  cuartillas  día  y  noche  con  artículos  políti* 
eos  y  literarios,  crónicas  de  arte,  folletines,  suel- 
tos, gacetillas  y  toda  la  balumba  de  materiales 
improvisados  que  la  prensa  exige  de  sus  márti- 
res para  llenar  ese  tonel  de  las  Danaidas  que  lla- 
mamos periódico...  No  deja,  por  lo  demás,  de  ser 
extraño  que  la  pluma  que  trazó  la  monografía  de 
El  Periodista,  sometido  al  suplicio  del  Tántalo, 
con  que  en  breve  tropezará  el  lector,  se  haya 
reservado  para  sí,  perteneciendo  al  gremio,  un 


ARTÍCULOS   Y    POESÍAS  201 

oasis  de  que  se  olvidó  de  hablarnos  en  ese  tra- 
bajo, autorizándonos  por  eso  mismo  para  creerlo 
una  pura  fantasía,  por  completo  inaccesible  al 
«cuarto  poder  del  Estado».  No;  Somoza  no  tiene 
horas  de  ocio  de  que  disponer;  ni  él,  por  vani- 
doso que  sea  — y  no  lo  es  ni  poco  ni  mucho—, 
querrá  que  le  tomemos  por  un  Vanderbilt  de 
minutos  y  segundos,  ya  que  no  pueda  serlo  de 
millones  y  billones.  Es  un  trabajador  heroico, 
siempre  en  la  mina,  en  el  yunque,  en  la  rueda, 
bajo  el  látigo  del  destino  implacable,  como  el 
forzado  de  las  galeras  del  rey  bajo  el  látigo  del 
cómitre,  y  no  le  conocemos  más  ocios  que  los 
que  le  proporcionan  sus  grandes  crisis  nerviosas, 
con  fiebres  de  40  grados,  curadas  en  la  Quinta  de 
Salud  del  Centro  Gallego.  Tampoco  puede  decirse 
que  sea  aficionado  á  las  huelgas  generales  ni  par- 
ticulares. Por  ácrata  le  tenemos;  pero  ácrata  de 
buena  ley,  con  su  socialismo  cristiano  (véase  su 
Socialismo  revolucionario)  estilo  León  XIII,  de 
los  que,  en  vez  de  supresión,  piden  aumento  de 
horas  de  trabajo;  y  en  vez  de  aumento  de  jor- 
nal, disminución  de  ignorancia  para  el  obrero; 
cosas  todas  que  nos  garantizan  que  Somoza, 
más  que  para  la  ociosidad,  nació  para  la  lacha, 
y  más  que  para  promover  huelgas,  para  desha- 
cerlas. 

Hemos  hablado  de  las  frecuentes  fiebres  á  que 
someten  á  nuestro  amigo  sus  excesos  de  produc- 
ción—  que  acabarán  con  él,  si  Dios  no  lo  reme- 
dia—, y  esto  nos  lleva  como  de  la  mano  á  con- 
signar que  muchos  de  los  artículos  aquí  coleccio- 


202 


M.    CURROS    ENRIQUEZ 


nados,  tal  vez  los  mejores,  si  entre  ellos  puede 
haber  categorías,  fueron  escritos  en  el  lecho  del 
dolor  y  en  estados  morbosos  verdaderamente 
crueles.  No  haríamos  esta  indicación,  que  parece 
excusada,  si  ella  no  viniese  á  demostrarnos  el 
poderoso  instinto  artístico  del  joven  escritor, 
perdurando  en  él  hasta  en  circunstancias  fisioló- 
gicas anormales,  como  se  revelaba  más  intenso 
en  Poe,  Musset,  Nerval  y  otros  muchos,  en  anor- 
malidades análogas,  aunque  de  origen  bastante 
menos  noble. 

Y  no  hay  duda:  Somoza,  como  escritor,  es  un 
artista  que  cada  día  realiza  un  progreso  en  su 
arte,  y  ha  de  serlo  más  á  medida  que  avance  en 
años  y  experiencia.  La  afición  al  estadio  de  los 
maestros  del  lenguaje  nos  da  por  adelantado  esa 
seguridad,  y  cuando  eso  no  bastare,  su  rara  per- 
cepción de  la  belleza  y  su  sensibilidad  para  de- 
jarse influir  del  natural  nos  lo  garantizaría. 

Léase  su  estudio  Galicia,  acerca  de  las  <^ Cróni- 
cas» del  insigne  Juan  Rivero,  y  dígasenos  si  es 
posible  realizar  algo  superior  en  esta  clase  de 
trabajos,  más  delicada  asimilación  de  ideas,  más 
perfecta  correspondencia  entre  el  asunto  y  la 
expresión,  ni  más  lujo  de  forma  para  vestir  los 
conceptos. 

En  ese  estudio,  así  como  en  La  mujer  gallega, 
La  emigración  de  la  mujer,  Las  dos  Galicias,  Ga- 
licia romántica  y  El  Cristianismo,  la  frase  fluye 
abundante  y  sin  esfuerzo  alguno,  como  el  agua 
corriente  esmaltando  de  verdor  cuanto  á  su  paso 
encuentra  y  produciendo  la  sensación  fresca  de 


ARTÍCULOS    Y    POESÍAS  203 

la  cascada  de  una  gruta  goteando  sobre  un  lecho 
de  rosas. 

Y  no  es  que  el  escritor  sienta  más  esos  asun- 
tos porque  toquen  de  cerca  á  su  tierra  y  susciten 
en  él  ideas  y  recuerdos  muy  arraigados;  porque 
asuntos  distintos  son  Asturias  pintoresca,  Astu- 
rias en  la  Historia,  Lazos  de  sangre.  Apuntes  lite- 
rarios, Redimida,  y,  sin  embargo,  no  abundan 
menos  en  ellos  el  lujo  de  expresión,  las  notas  de 
sentimiento  y  los  brillantes  matices  del  estilo. 

Hagamos  observar,  ya  que  del  estilo  hablamos, 
la  singular  homogeneidad  que  presenta  el  de 
nuestro  amigo,  no  obstante  el  desgaste  á  que  obli- 
ga la  constante  labor  del  periódico,  que  tanto 
perjudica  la  elegancia  literaria  y  altera  el  carác- 
ter de  los  peculiares  tecnicismos.  Por  necesida- 
des del  oficio,  en  el  periódico  las  ideas  tienden  á 
sintetizarse,  y  las  formas  á  reducirse  á  lo  estric- 
tamente necesario  á  su  expresión.  Así,  cuantos  á 
él  se  dedican  con  asiduidad,  acaban  generalmen- 
te por  adquirir  cierta  rigidez  de  dicción  que  la 
anquilosa,  haciéndola  perder  su  flexibilidad  y 
gallardía  y  el  relieve  que  parece  ser  parte  esen- 
cial de  toda  belleza  plástica.  En  este  punto,  So- 
moza  es  una  excepción  afortunada,  porque,  antes 
que  por  falta,  peca  por  exceso  de  facundia  y  bri- 
llantez en  sus  producciones.  Mas  ¿no  constituirá 
esto  un  defecto  grave?  Para  muchos,  indudable- 
mente; y  nosotros  en  ese  número  figuramos. 

No  toda  la  belleza  está  en  el  color  y  en  la  car- 
ne. Hay  más  arte  y  acaso  más  verdad  en  lo  que 
Rembrandt  y  Ribera  dejan  adivinar  en  sus  som- 


204  M.    CURROS    ENRÍQUEZ 


bras  y  medias  tintas,  que  en  la  profusión  de  color 
y  riqueza  de  masas  que  Rubens  puso  en  sus  lien- 
zos, los  cuales,  no  dejando  nada  por  ver  ni  nada 
que  desear,  si  no  matan,  limitan  extraordinaria- 
mente la  acción  transcendente  del  Arte.  Por  eso 
Tácito  y  Alighieri  son  más  celebrados  en  lo  que 
no  hacen  más  que  insinuar,  que  Cantú  y  Lope 
en  lo  que  expresan  con  plenitud  abrumadora  de 
léxico. 

Perdónasele  á  Chateaubriand  la  exuberancia  y 
ampulosidad  de  su  prosa  y  su  derroche  de  frase, 
en  gracia  á  la  magnificencia  de  sus  pensamien- 
tos y  sentencias;  mas  ya  no  sucede  lo  propio  con 
la  autora  de  Corina,  que  no  ha  podido  hacerse 
admirar  mucho  más  acá  de  sus  contemporáneos, 
porque  bajo  las  flores  de  su  estilo,  hoy  marchitas 
y  convertidas  en  lugares  comunes,  no  ha  encon- 
trado la  posteridad  otra  cosa  que  una  falsa  crítica 
y  un  aparatoso  y  artificial  sentimentalismo. 

No  quiere  esto  decir  que  Somoza  abuse  del 
Diccionario;  pero  en  algunos  de  sus  trabajos  es 
evidente  que  se  nota  tendencia  muy  marcada  á 
las  amplificaciones  que  los  hacen  aparecer  difu- 
sos; y  quien  así  comienza,  fácilmente  pudiera  ex- 
traviarse si  á  tiempo  no  tira  de  las  riendas  á  Pe- 
gaso. De  ese  modo,  lo  que  sus  obras  perdiesen 
en  extensión  lo  ganarían  en  intensidad;  su  prosa 
no  caería  en  amaneramientos  á  fuerza  de  repetir 
imágenes,  giros  y  construcciones,  y  lograría  im- 
primir juventud  eterna  á  su  estilo,  para  lo  cual 
posee  el  secreto  en  la  riqueza  de  sentimiento  que 
anima  todos  sus  trabajos. 


ARTÍCULOS   Y    POESÍAS  205 


El  sentimiento:  he  ahí  lo  que  avalora  y  hará 
.vivir  muchas  de  las  composiciones  contenida3 
en  este  tomo,  que  ante  todo  y  sobre  todo  es  una 
obra  sentida  y  vivida  desde  la  primera  á  la  últi- 
ma página. 

Somoza  comienza  por  sentir  á  Galicia,  su  pa- 
tria, como  la  sienten  pocos  de  sus  paisanos.  El 
año  nuevo  en  mi  aldea  y  Galicia  romántica  son 
dos  joyas  literarias  del  género  descriptivo  que 
no  leerá  sin  emoción  ningún  desterrado  ni  emi- 
grante. En  ellas  el  poder  de  evocación  es  tal  que 
el  lector,  por  cosmopolita  y  partidario  del  pro- 
greso que  sea,  tiene  que  dejarse  invadir  irremi- 
siblemente por  la  nostalgia  del  terruño  y  pensar 
en  él  con  la  ternura  que  despiertan  las  patrias 
abandonadas,  las  soledades  yermas,  antes  pobla- 
das de  encantos  para  nosotros,  los  dulces  lugares 
en  que  se  deslizó  nuestra  infancia  y  donde  yacen 
las  santas  memorias  de  todo  lo  que,  á  la  sombra 
del  campanario  de  la  aldea,  durmiendo  en  la  paz 
del  Señor,  specta  resurrectíonem  mortuorum...  Y 
acaba  por  sentir  el  compañerismo  y  la  amistad 
como  hoy  no  los  siente  nadie,  porque  sólo  el 
alma  entusiasta  é  ingenua  de  Somoza — el  alma 
del  protagonista  de  Páginas  de  mi  historia,  que 
nos  escuchan  —  puede  entregarse  como  él  se  en- 
trega á  las  efusiones  del  cariño  sin  el  menor  re- 
celo ni  el  más  leve  temor  al  cambio  y  mudanza 
de  los  afectos  que  trae  consigo  el  comercio  de 
la  vida,  dándonos  por  remate  y  corona  de  su  li- 
bro las  semblanzas  de  gran  número  de  camara- 
das  y  hermanos  de  letras,  de  quienes  estamos 


206  M.    CURROS    ENRÍQUEZ 


seguros  que  corresponden  á  la  merced  que  reci- 
ben con  la  misma  leal  admiración  que  á  él  le  ins- 
piran. 

Ninguno  de  ellos  traicionará,  de  fijo,  la  fe  de 
su  corazón  con  el  aleve  sarcasmo,  la  vil  diatriba 
ni  la  cobarde  é  injustificada  calumnia;  ninguno 
pagará  con  ultrajes  la  espontánea  apología  de 
sus  talentos  y  virtudes,  demostrando  en  ello  que 
carecen  de  unos  y  otras;  y  si  en  el  duro  com- 
bate de  la  existencia,  que  entibia  tantos  recuer- 
dos, pudieran  olvidar  el  beneficio  recibido,  por 
lo  menos  no  deshonrarán  el  nombre  de  quien 
les  trata  generosamente,  ni  morderán  la  mano 
honrada  que  hace  justicia  á  sus  méritos,  emu- 
lando las  hazañas  de  los  Ginesillos  de  Pasamonte. 

Nada  más  tenemos  que  decir  de  Horas  de  ocio, 
fieles  á  nuestro  propósito  de  rehuir  un  análisis 
detallado  de  todos  y  cada  uno  de  los  artículos 
que  contiene,  porque  sería  adelantarnos  al  lec- 
tor ilustrado,  privándole  del  placer  de  hacerlo 
por  sí  mismo,  ó  quizás  estableciendo  prejuicios 
que  rechaza  toda  crítica  independiente  y  seria. 

Para  nosotros  es  éste  un  hermoso  libro  que, 
lleno  de  ambiente  gallego,  ha  de  agradar  á  los 
gallegos  antes  que  á  nadie.  Y  si  esas  son,  como 
parece,  sus  únicas  pretensiones,  casi  nos  atreve- 
mos á  vaticinar  que  ha  de  satisfacerlas  colmada- 
mente, obteniendo  las  simpatías  de  cuantos  quie- 
ran recrearse  en  su  lectura. 

Habana,  1905. 


ARTÍCULOS   Y    POESÍAS  207 


EL  ANIVERSARIO  ""' 

(para     remedios  ilustrado») 

Si  hay  algún  día  fausto  para  los  pueblos,  es 
aquel  en  que  ven  consagradas  las  instituciones 
por  que  han  luchado  contra  la  tiranía  y  las  en- 
cuentran simbolizadas  bajo  la  forma  de  gobier- 
no más  en  consonancia  con  sus  aspiraciones. 

Por  eso  nada  tan  legítimo  como  la  alegría  del 
pueblo  cubano  al  alborear  el  20  de  mayo  de  1906. 
Es  su  fiesta  onomástica,  porque  le  recuerda  el 
día  en  que  nació  para  la  libertad  y  la  indepen- 
dencia, para  la  dignidad  y  el  derecho  —  el  20  de 
mayo  de  1902—;  porque  ese  día  fué  inscripto  en 
el  registro  de  bautizados  con  el  nombre  de  Re- 
pública, y  porque  desde  entonces  por  él  es  cono- 
cido y  saludado  en  todos  los  países  del  mundo. 

Desde  ese  día,  el  pueblo  cubano  tiene  persona- 
lidad, tiene  libertad,  tiene  responsabilidad:  tres 
cosas  sin  las  cuales  no  puede  vivir  el  hombre,  á 
menos  de  confundirse  con  los  brutos  y  con  lo 
que  hay  de  más  abyecto  y  despreciable  en  la  tie- 
rra: el  esclavo. 

Celebrar  esa  fecha  es  agradecer  los  sacrificios 
hechos  por  sus  apóstoles  y  sus  héroes  para  po- 


(10)     Véanse  las  Notas  del  recopilador,  que  figuran  después  del 
índice  de  este  tomo. 


208  M.    CURROS    ENRÍQUEZ 


nerle  en  posesión  de  ese  tesoro;  es  honrar  las 
cenizas  de  los  que  cayeron  en  la  lucha  por  la 
conquista  del  decoro  nacional;  es  pagar  una  deu- 
da sagrada  á  los  que  aportaron  á  esa  sublime 
empresa  el  capital  de  su  sangre  y  de  su  vida,  y 
notificar  á  las  generaciones  que  vienen  el  deber 
en  que  están  de  asegurar  los  intereses  de  ese 
préstamo  con  un  reconocimiento  perdurable. 

El  pueblo  cubano  no  debe  profanar  ese  día,  el 
más  grande  de  su  historia  desde  el  de  su  des- 
cubrimiento, con  ningún  crimen,  con  ningún 
abuso. 

Yo  recordaré  siempre  con  horror  la  noche  del 
11  de  febrero  de  1873. 

Me  retiraba  de  la  tribuna  pública  del  Congreso 
de  los  Diputados,  de  Madrid,  donde  acababa  de 
proclamarse  la  República  española,  sin  costar  á 
mi  patria  una  sola  gota  de  sangre. 

La  plaza  de  las  Cortes,  la  Carrera  de  San  Jeró- 
nimo y  todas  las  calles  adyacentes  estaban  llenas 
de  una  multitud  jubilosa  que,  loca  de  entusias- 
mo, aclamaba  á  los  partidos  republicanos  y  mo- 
nárquicos que,  ante  la  gravedad  de  las  circuns- 
tancias, vacante  el  trono  y  con  dos  guerras  civi- 
les encendidas,  habían  llegado  á  tan  feliz  conjun- 
ción de  voluntades  y  opiniones. 

Cansado  de  gritar  como  ella,  como  ella  ebrio 
de  dicha  y  de  contento,  abriéndome  á  codazos 
camino  por  entre  las  apretadas  filas  populares, 
pude  abandonar  el  edificio  para  dirigirme  á  mi 
casa,  que  estaba  en  uno  de  los  barrios  entonces 
más  apartados  del  centro  de  la  capital.  Agitados 


Á 


ARTÍCULOS    Y    POESÍAS  209 


todos  mis  nervios,  emocionadísimo,  secándome 
las  primeras  y  las  únicas  lágrimas  de  alegría  que 
han  brotado  de  mis  ojos;  orgulloso  de  haber  asis- 
tido á  aquella  proclamación,  soñando  para  Espa- 
ña un  porvenir  que  aún  no  ha  llegado,  bajé  por 
la  calle  de  Alcalá,  doblé  por  el  Ministerio  de  la 
Guerra,  hacia  Recoletos,  seguí  la  larga  avenida 
de  la  Castellana,  y,  cuando  atravesaba  sus  hileras 
de  murta  para  subir  á  la  calle  del  Marques  de 
Salamanca,  en  cuyo  extremo  Norte  tenía  mi  ha- 
bitación, un  hombre  que  me  seguía  se  echó  á  mí 
como  un  tigre,  en  medio  de  las  sombras  de  la 
noche,  y,  blandiendo  sobre  mi  pecho  una  nava- 
ja, iba  á  despojarme  del  abrigo  que  me  cubría  y 
del  dinero  que  llevaba  en  el  bolsillo.  Se  entabló 
una  lucha  sorda  y  terrible  entre  los  dos,  á  que 
puso  término  la  oportuna  intervención  de  un 
guardia  que  se  interpuso  y  obligó  á  huir  al  sal- 
teador, mas  no  sin  enviarme  desde  lejos  la  na- 
vaja abierta,  que  rastreó  silbando  á  mis  pies,  y 
recogí  y  entregué  en  la  próxima  Sección  de  Po- 
licía. 

Así  celebró  aquel  malvado,  que  indudable- 
mente estaba  entre  las  muchedumbres  entusias- 
tas, el  acto  glorioso  que  acababa  de  realizarse,  y 
por  virtud  del  cual  él,  un  bandido,  quedaba  ele- 
vado á  la  dignidad  de  ciudadano  redimido  é  in- 
vestido de  la  facultad  de  un  soberano. 

No  amara  yo  la. libertad  como  la  amaba;  no 
fuese  yo  entonces,  como  lo  era,  un  republicano 
convencido,  y  ¡qué  tremenda  decepción  hubiera 
sufrido  en  aquel  mismo  momento!,  ¡qué  choque 

14 


210  M.    CURROS    ENRÍQUEZ 


se  hubiera  producido  entre  el  ideal  que  de  niño 
acariciaba  y  la  realidad  grosera  que  se  me  impo- 
nía, entre  la  pureza  inmaculada  de  mis  ensueños 
y  las  bastardías  de  la  vida  práctica! 

Pero  la  dura  prueba  que  mis  ideas  y  princi- 
pios pudieron  resistir  esa  noche  no  pueden  re- 
sistirla todos.  Y  un  crimen  semejante,  en  ocasión 
análoga,  perpetrado  por  el  ciudadano  de  una 
República,  ingrato  con  los  beneficios  que  recibe, 
bastaría  á  deshonrar  esa  institución  en  el  con- 
cepto de  muchos  para  quienes  la  Humanidad  se 
halla  ya  purgada  de  toda  imperfección  y  ha  rea> 
lizado  el  tipo  de  la  belleza  suprema... 

¡Hijos  de  la  noble  Cuba,  gozad  de  vuestras 
fiestas  sin  profanarlas!  Sabed  ser  dignos  de  la  li- 
bertad que  para  vosotros  conquistaron  la  toga 
y  la  espada,  la  propaganda  y  el  fusil,  y  haced  de 
modo  que  los  mártires  de  la  independencia  que 
moran  en  la  inmortalidad  no  tengan  que  decir, 
arrepentidos,  con  el  príncipe  de  la  elocuencia 
romana:  «Me  acusan  de  que  hice  erigir  á  Lépido 
una  estatua  en  los  Rostros,  y  de  que  yo  mismo  la 
hice  derribar  después.  Es  cierto:  en  lo  primero 
lleve  la  mira  de  substraerlo  á  la  insensatez;  pero 
la  locura  de  aquel  hombre  inconstante  pudo  más 
que  mi  prudencia.  Con  todo  eso,  no  hice  tanto 
mal  erigiéndole  aquella  estatua  como  bien  derri- 
bándola.» 

Habana,  19ü6. 


EN  GALLEGO 


A  NENA  N-A  FONTE '"' 


Nena  que  ii-esa  fontiña 
Queres  hencher  a  tua  cántara, 
Sin  conecer  que  non  s'henche 
Vasixa  que  foy  rachada; 
Por  máis  que  baixes  os  olios, 
Por  máis  que  xogaes  c-o  as  sayas, 
Ben  s^adiviña  que  choras 
N-o  longo  d'as  tuas  pestañas... 
Qu'esas  pestañas  longuiñas 
Non  che  creceron  sin  auga, 
Porque  sin  regó  non  crecen 
N-as  veigas  as  espadañas. 


Orense,  1874. 


(11)      Véanse  las  Notas  del  recopilador,  que  figuraíi  después  del 
íiidicc  de  este  tomo. 


212  M.    CURROS    ENRÍQUI1.Z 


(12) 


A  FOUCE  D^O  ABO '" 


SONETO 

Tres  vecel-a  afley :  foy  a  primeira 
Cando,  ardendo  seara  e  mail  as  meses, 
Segou  tantas  cacholas  de  franceses 
Que  non  colleran  en  montos  n-a  eirá. 

Foy  a  segunda  cando,  prisioneira 
A  patria  d'os  teocráticos  intreses, 
Esgazón  tras  mil  loitas  e  riveses 
Do  poder  absoluto  a  ruin  bandeira. 

Pol-a  vez  derradeira  afíoa  agora... 
—  ¿E  para  qué,  aboeliño?— excrama  o  neto, 
Póndose  diante  d'él,  co-a  faldra  fora. 
—Para  que  segues  ti  —  repuxo  inquieto  — 
O  froito  qu'eu  semey,  e  que  xa  cora  — 
Dixo,  e  sorríu,  con  risa  d'esquileto. 


(12)      Véanse  las  Notas  del  recopilador,  que  figuran  después  del 
índice  de  este  tomo. 


ARTÍCULOS    Y    POESÍAS  218 


A  CRISTOBO  COLOMBO 


(13) 


SONETO 

Rebelde  contr'os  feitos  consumados, 
O  descubrir  América  bendita 
Fuciles  d'a  Cencia  que  a  creación  limita 
O  primeiro  entr'os  grandes  sublevados. 

Por  ti  mares  e  térras  ensanchados, 
Deducir  pudo  a  mente  que  medita 
A  maxestá  de  Dios,  santa  e  infinita, 
D'a  maxestá  d'os  mundos  revelados. 

Así,  pr'o  siglo  que  hoxe  te  saúda, 
Cando  as  sombras  tirache  un  continente, 
Tirache  a  créncia  as  brétemas  d'a  duda; 

E  sabe  dende  entón  a  humana  xente 
Que  n-a  loita  d^a  vida,  forte  e  ruda, 
Vela  ó  seu  lado  Dios  eternamente. 

Madrid,  1892. 


(13)      Véanse  las  Notas  del  recopilador,  que  figuran  después  del 
índice  de  este  tomo. 


211  M.    CURKOS    KNRÍQUKZ 


H-fl  flPERTOBfl  D'O  CEHTBO  GaLLE&O 


(H) 


(Poesía  leída  por  su  autor  en  la.  celada  inaugural  de 
esta  Asociación,  verificada  en  el  Teatro  de  la  Come- 
dia de  Madrid  la  noche  del  27  de  niar^o  de  1893.) 


I 


Véndovos  en  roda,  meus  hirmaus  queridos, 
A  cantiga  miña  prestes  a  escoitar, 
Zómbanme  as  orellas,  márranme  os  sentidos, 
Y-así  Dios  me  salve,  como  estremecidos 
Todol-os  meus  osos,  toupo  por  chorar. 

¡Afóganme  as  bágoas!,  que  non  é  pra  menos 
Ver  aquí  o  meu  pobo,  ¡pobo  dlsrael!, 
Porque  como  él  cruza  desertos  estenos, 
Porque  como  él  ceiba  doloridos  trenos, 
Porque  como  él  sofre,  por  que  é  bon  como  él. 

Soltos,  esparxidos  e  desnorteados, 
Cal  aves  sin  niño,  d^aquí  pr'acolá 
Fomos  pol-o  mundo  sigros  non  contados, 
D'o  tempo  esquecidos,  por  nosos  pecados, 
En  que  nos  víu  xuntos  parva  a  humanidá. 


(14)     Véanse  las  Notas  del  recopilador,  que  figuran  después  del 
índice  de  este  tomo. 


ARTÍCULOS    Y    POESÍAS  215 


¡Quién  dixera,  vendo  tanto  acabamento, 
Tanta  testa  baixa,  tan  mortas  pasiós, 
Que  non  hay  grandeza,  que  non  hay  portento, 
Que  non  hay  conquista  nin  descubrimento 
Que  feito  non  fose  n-o  antigo  por  nos! 


II 


A  Cencia  o  pregoa  ya  Cencia  non  mente. 
Cando  o  mar  6  mundo  todo  sulagou, 
Pr'acá  d'o  Pirene  y-o  Apenino  inxente 
Sobrias  olas  tráxicas  quedou  solamente 
O  curruncho  celta,  que  enxoito  librou. 

D'ese  canto  os  homes,  d'o  Cosmos  aislados, 
N-o  pleno  desfrute  de  pas  secular. 
Fundaron  costumes,  leis,  artes,  Estados, 
E  xa  non  cabendo  n-os  eidos  poboados 
Tendo  o  mar  aberto,  botáronse  o  mar. 

Diante  des  as  térras  d'o  Océano  salan 
N  un  resurximento  de  pombas,  azul. 
Bravos  que  as  aguas  que  o  globo  cobrían 
Os  niveis  polares  buscando,  fuxían 
As  portas  abríndoUes  d'o  Leste  e  d'o  Sul. 

Por  elas  entraron  os  bos  navegantes 
Tendidal-as  velas  que  o  ábrego  henchéu; 
Chegaron  as  costas  d'o  Egeo  distantes, 
Picaron  a  arca  d'as  prayas  sonantes 
E  foy  d'ese  beixo  que  a  Grecia  nacéu. 


216  M.    CURROS    ENRÍQUtíZ 

Preguntade  os  héroes  n-a  litada  cantados, 
De  qué  raza  venen,  de  qué  térra  van, 
Y-os  ventos  d'as  naves  en  que  son  levados, 
D'aromas  dexertas  e  flunchos  cargados, 
Diránvos  que  chegan  d'o  céltico  chan. 

Aquela  subrime  y  olímpica  xente, 
De  fortes  xigantes  aquela  invasión. 
Non  fala  os  idiomas  que  falan  n'o  Oriente. 
Araban  as  térras,  gardaban  sementé... 
¡Y-asi  sólo  labran  onde  5  sol  se  pon! 

Aquelas  mulleres  (Penélope  o  diga) 
Que  mentres  seus  liomes  van  lonxe  loitar, 
N-a  casa  quedaban  fiando  unha  estriga, 
As  mesmas  son  d'eses  que,  en  mortal  fatiga, 
D'os  seus  se  separan  pra  máis  non  tornar. 

Aquelas  cuadrigas  con  pedra  e  con  tellas 
Que  van  pr'a  ciudade  que  funda  Anfión, 
Ten  as  mesmas  rodas,  ladráis  e  chavellas 
Y-as  mesmas  xugadas  de  bois  en  parellas 
Que  teñen  os  carros  d'a  nosa  rexión. 

Aquelas  runfiadas  e  brincas  silvestres 
De  sátiros  trencos  e  ninfas  xentís, 
Son  copea  d'as  festas  e  danzas  campestres 
Levadas  por  somo  d'as  rocas  alpestres 
Pr'as  áticas  térras,  d'o  noso  país. 

Aqueles  respetos  á  mortos  e  vivos, 
Aquela  acolleita  que  os  hospedes  dan, 


ARTÍCULOS   Y   POESÍAS  217 


Os  cuetos,  os  dioses  y-os  xenios  cativos, 
O  amor  á  familia  y-os  lares  nativos, 
Que  venen  vos  dicen  d'o  druídico  chan. 

Aqueles  viaxeiros,  trocando  as  edades, 
Farán  os  seus  Sócrates,  d'os  nosos  Feijóos, 
D'os  nosos  Viriatos  os  seus  Alcibíades, 
Seus  Sumos  Pontífices  d'os  nosos  abades, 
D'as  nosas  cuadrillas  suas  grandes  lexiós. 

D'a  nosa  zanfona  farán  seu  salterio, 
Seu  pífano  acaso  d'a  gaita  farán. 
Que  soné  d'Eleusis  n'o  sacro  misterio, 
D'as  nosas  pandeiras  seu  sistro  funerio, 
E  d'as  nosas  frautas  a  frauta  de  Pan. 


III 


Si  a  Grecia  está  chea  d'os  nosas  costumes. 
Todo  n-ela  indica  que  a  fundamos  nos; 
Ten  os  mesmos  nomes  os  ríos  y-as  cumes, 
Y-hastra  os  mesmos  ceos  y-os  mesmos  perfumes 
Que  é  nosa  confirman  co'a  firma  de  Dios. 

¡Sí!  A  nos  tan  axados  e  tan  divididos, 
A  nos,  máis  befados  que  fiUos  sin  nay, 
Cando  vivíamos  concordes  e  unidos 
¡Sobre  aras  de  pórfido  e  d'ouro  bruñidos 
Queimábannos  mirra  tres  mil  años  fay! 

Cinguimos  coroas  en  tempo  lexano, 
Fomos  dioses,  héroes,  primates  e  reís; 


18  M.    CURROS    ENRIQUEZ 


Diante  nos  postrábase  o  xénero  humano 
Y-o  cegó  de  Cheos  y- o  vate  mantuano 
Cantaran  os  versos  que  vos  ll'inspiréis. 


IV 


Os  sigros  pasaron;  d'a  Grecia  say  Roma, 
Que  o  xenio  expansivo  d'os  celtas  herdou; 
Destroy,  y-esquecida  d'o  orixe  que  toma 
Cando  chega  á  España  y-os  gallegos  doma 
¡Non  sabe  que  n-eles  sua  raza  domou! 

Tal  é  a  nosa  historia  n-o  escuro  pasado; 
Xunto  ela  as  miserias  presentes  ¡ay!  son 
Cecais  o  castigo  d'un  grande  pecado. 
Galegos,  ¿queredes  millora  d' estado? 
¡Xuntaivos,  pr'a  nosa  rexeneración! 

Namentres  que,  errantes  por  patria  estranxeira, 
Non  nos  axuntemos  pr'a  nosa  honorar, 
Será  a  nosa  vida  como  a  lanzadeira, 
A  tecer  un  lenzo  sin  venda  n-a  feira 
A  dar  moitas  voltas  sin  sair  d'o  tear. 


ARTÍCUIOS    Y    POESÍAS  219 


ATURUXOS  ''' 

Pol-a  época  y-o  medio  en  que  se  conciben  e 
say  a  luz,  pode  dicerse  que  este  libriño  é  un  es- 
tranxeiro. 

N-unha  era  guerreira  en  que  todas  as  letras  de 
molde  n-a  isla  de  Cuba  andan  entretidas  en  com- 
binar aldraxes,  en  urdir  calunias  y-en  estereoti- 
par órdes  de  Máximo  Gómez  e  bandos  de  Wey- 
1er,  unha  coleuci(5n  de  cantares  se  non  representa 
a  mor  d'as  insensateces,  débese  respetar,  e  ainda 
é  pouco,  a  mor  d'as  rebeldías 

Está  fora  d'o  ambiente  e  fora  d'a  ley.  Compre» 
pois,  fusilal-a. 

Representa  a  protesta  d'o  home-paxaro  enfren- 
te d'o  home-tigre;  o  verbo  d'a  paz,  diante  d'o 
brado  de  guerra;  a  voz  d'a  musa  somo  d'a  d'o  fu- 
sil Maüser,  d'o  cañón  Ordóñez  e  d'a  ametrallado- 
ra Whitworth;  o  amor  a  térra  enfrente  d'o  odio 
as  tradiciós,  o  fogar,  a  familia  y-a  propiedade. 

Pois  ben:  os  paxaros  y-as  musas  nada  teñen 
que  facer  eiquí,  n-esta  inmensa  morea  de  cinzas 
e  falseas,  n'este  gran  buUeiro,  n'este  volcán  de 
pasiós  satanesas,  n-este  lamazal  feito  de  carniza 
podre,  de   osos   machacados   e  sangre  humana 


(15)     Véanse  las  Notas  del  recopilador,  que  figuran  después  del 
índice  de  este  tomo. 


220  M.    CURROS    fclNUÍQUEZ 


coallada,  onde  os  pes  esbaran  como  n-o  chan 
d'un  SpoUarium  y-as  almas  se  afogan  faltas  d'aire 
san,  de  consolo  e  de  esperanza. 

O  dito:  hay  que  fusilar  estes  Aturuxos,  ¡Ora! 
Fálannos  d'amor,  de  patria,  de  relixión,  cousas 
todas  vitandas  ou  redículas,  hoxe  por  hoxe,  en 
Cuba,  e  pra  máis — circunstancia  agravante—, 
fálannos  de  todo  eso  en  verso,  como  si  os  poetas 
puderan  ser  patriotas  n-un  país  en  que,  pra  sel-o, 
hayque  facerse  contratista  d'o  exército  ou  d'obras 
municipás,  dependurar  n-a  porta,  cando  menos, 
sete  varas  de  percalina,  ou  figurar  n-o  censo  d'un 
partido  político. 

Apunten...  ¡arm! 

Mais  agardade  un  pouquiño...  ¿Cargástedes  ben 
o  fusil?  ¿Aflástedes  ben  o  machete? 

¿Estades  certos  de  que  o  descargar  o  golpe, 
non  vos  fallará  o  tiro  ou  se  romperá  a  folla?  E, 
anque  5  tiro  non  marre,  ¿tendes  seguridá  de  que, 
unha  vez  ferido,  caerá  o  reo  pra  non  erguerse 
máis?... 

A  Poesía  non  vos  morre,  meus  queridos;  é 
como  a  vaca  vella:  sempre  cocendo  e  sempre 
crua...  Dios  deulle  sete  folgos  como  os  gatos,  e 
por  máis  que  fagades,  e  por  máis  que  patuxedes, 
non  lograres  nunca  barrel-a  de  sobr'o  praneta, 
onde  ten  a  misión  de  vivir  eternamente  pra  le- 
vantar os  corazós  y-arrincánd-os  d'este  entullo 
pezoñento  en  que  s'atafegan,  leval-os  n-as  suas 
áas  os  goces  supremos  d'os  ideas  soñados. 

Pol-o  consiguiente,  será  bon  solicitar  un  in- 
dulto. 


ARTÍCULOS    Y    POESÍAS  221 


Estamos  n-o  tempo  d'eles,  e  mércanse  baratos. 

¿Cómo  habían  de  morrer  estes  versiños,  que 
non  fal  mal  a  ninguen  — cantos  de  coto  vía  que 
chilra  n-os  aires,  lonxe  d'as  miserias  d'os  homes, 
indifrente  as  pasiós  d'o  corazón  y-ás  fames  ase- 
sinas d'o  estómago—,  mentras  vive  e  trunfa  a 
prosa  apoléxica  d'a  imbecilidade,  d'o  rombo  e 
d'a  ingratitude  imperantes? 

¡Canta,  paxariño,  canta!  Teus  arpexios  son  nun- 
cios de  paz,  heraldos  de  vida,  promesas  de  feli- 
cidade.  Oíndote,  pensó  n-os  meus  eidos,  n-os 
meus  fiUos  mortos,  n-os  país  def untos,  santas 
obrigas  que  teño  cuase  esquencidas  n-o  medio 
d'este  inferno  ensordexedor  en  que  non  respira- 
mos se  non  fume  de  pólvora  e  vapor  d'inxofre. 

¡Canta  cotovía,  canta!  O  teu  canto  é  unha  inxe- 
nua  saudación  de  paz,  un  Te  Deum  laudamos  d'os 
corazós  fartos  de  sufrir,  unha  aspiración  ó  ceo, 
mudo,  hostil  e  impenetrable  xa  os  nosos  rogos. 
¡Quén  sabe!  ¡Ay!  Pode  que  ese  canto,  tenro  e 
sinxelo,  como  o  de  un  neno  n-o  berce,  logre  cout 
movel  o  e  faga  descender  sobre  nos,  que  tanto 
a  precisamos,  unha  rexenadora  chuvia  de  perdós 
e  misericordias. 


Habana,  1897. 


222  M.    CURROS    ENRÍQUEZ 


EN  CORSO 


(16) 


Mariñeiriños  d'a  Marola, 
D'illas  Cíes  e  d'o  Orzan, 
Remendade  ben  as  velas, 
Daille  sebo  as  cordas  xa; 
Reparade  as  vellas  redes. 
Os  coitelos  afiay 
Y  aprestaivos,  mariñeiros, 
PoFa  patria  á  marinar. 


Dende  o  Norte  americano 
Chega  á  España  occidental, 
D'ignominias  e  de  aldraxos 
Unha  negra  tempestad, 
E  n-as  olas  que  levanta 
Y-a  Galicia  van  parar, 
¡Cuspos  flotan  de  desprecio 
Para  vos  e  vosa  nay! 


Mariñeiriños  d'a  Marola, 
D'illas  Cíes  e  d'o  Orzan, 


(lf>)      Véanse  las  Notas  del  recopilador,  que  figuran  después  del 
índice  de  este  tomo. 


ARTÍCULOS    Y    POESÍAS  223 


Non  seredes  mariñeiros 
Si  temedes  hoxe  ó  mar; 
Unha  fórca  en  cada  verga, 
N-a  cintura  un  bon  puñal, 
N-o  temón  un  brazo  forte 
Y-a  bogar,  bogar,  bogar... 


Mariñeiriños  d'a  Marola, 
D'illas  Cíes  e  d'o  Orzan, 
Grande  pesca  vos  agarda. 
Si  sabedes  ben  pescar; 
Unha  lancha  de  centollas 
Vinte  e  cinco  pesos  val. 
Un  cargamento  de  yankees 
Valvos...  ¡á  imortalidá! 


Habana,  1898. 


224  M.    CURROS    ENRÍQUBZ 


MADRIGAL 


A  fada  Loreley,  d'o  Rhin  n-os  picos, 
Non  mostra  os  pescadores  a-as  suas  pescas 
Olios  máis  dulces  nin  d'azul  máis  ricos... 
¡Dan  ganas  de  sórbelos  en  dous  biccs 
Coma  si  foran  duas  almexas  frescas! 

Non  ten  a  sonolenta  e  roxa  Aurora 
Cabeleira  máis  fina  nin  máis  erara. 
S'en  vez  de  ser  quen  son,  Diana  eu  fora, 
¡Con  qué  pente  d'amor,  miña  señora, 
Con  qué  pente  d'amor  vos  penteara! 

Habana,  1900. 


ARTÍCULOS   Y   POESÍAS  225 


A  ESPINA 


(17) 


(Poesía  leída  pol-o  autor  a  noite  d'o  11  de  xaneiro 
de  1903,  n-o  Teatro  de  Tacón,  d'a  Habana,  con  mo- 
tivo d'o  XXIII aniversario  d'a  fundación  d'o  «Cen- 
tro Gallego)^,  dedicada  ó  Sr,  D.  Lisardo  BarreiroJ 


Pra  que  vos  fale  esta  noite 
Metéronme  certo  empeño 
E  un  pouco  á  falarvos  veno, 
Si  hay  por  eiquí  quen  me  escoite. 

Anos  fay  que  n-os  riñós 
Levo  Gravada  unha  espina, 
E  como  me  doy  aiña 
Vóum'a  á  quitar  diante  vos. 

Si  mentres  m'arrinco  berro, 
Disimulaime  a  molesta: 
Láyase  a  besta  y-é  besta, 
E  ferro,  e  quéixase  o  ferro. 


(17)     Véanse  las  Notas  del  recopilador,  que  figuran  después  del 
índice  de  este  tomo. 

15 


226  M.    CURROS    ENRÍQUEZ 


Moito  non  s'han  d'alegrar 
De  ver  que  inda  teño  alentos 
Os  que  beberon  os  ventos 
Para  facerme  calar. 

Mais  d'eses  que,  aquí  chegado, 
Con  gaita  me  recibiron 
E  cando  enteiro  me  virón 
Quixeron  verme  aforcado; 

D'eses,  con  almas  de  can, 
Que  coidan,  n-a  sua  insolencia, 
Que  se  merca  unha  concencia 
Por  catro  codias  de  pan; 

D'eses  que  medrando  vin 
D'os  abusos  d'o  poder 
Y- a  xornal  quixeron  ter 
Un  cómprice  mudo  en  min; 

D'eses  pra  quen  todo  enteiro 
O  orden  moral  ó  un  nagocio, 
A  cubiza  un  sacerdocio 
Y-o  millor  Dios  o  diñeiro; 

D'eses  pra  quen  fun  mambi 
Cando  era  máis  español 
Y-henchén  c'os  mambís  o  fol 
Ida  xa  España  d'eiquí; 

D'eses  entre  quen  semeey 
Sementé  de  paz  y-amor 


ARTÍCULOS   Y   POESÍAS  227 


Pra  coUer  un  deshonor 
Por  cada  gran  que  ceibey; 

Dieses  que  n-a  loite  cega 
Que  descontra  min  trabaron 
Rastra  matar  non  pararon 
A  probé  Terra  Gallega; 

D'eses  que  cando  a  fundey 
Ofercéronme  a  sua  caixa 
E...  díronseme  d'e  baixa 
Cando  á  cobrarlla  mandey; 

D'eses  que  de  rabia  cheos 
D'a  porta  me  despediron 
E  abríronm'a  cando  virón 
Que  m'a  abrían  os  alíeos; 

D'eses  que  n-a  época  vella 
Dixeron  de  min  horrores 
En  papes  de  duas  coores: 
Alaranxada  e  bermella... 

(Que  pra  eso  a  nosa  bandeira 
Servíu  n-a  sua  man  odiosa: 
Pra  erguerse  ante  a  xente  nosa 
E  arriarse  ante  a  extranxeira); 

D'eses  que,  o  nome  calando, 
Non  me  quero  eiquí  ocupar: 
Quen  as  fay  ten  que  as  pagar, 
¡Y-eses  xa  as  están  pagando! 


228  M.    CURROS    ENRÍQUEZ 


II 


O  amigo  que  me  convida 
A  cantal*  n-esta  velada, 
Pesante  de  ver  calada 
A  miña  Musa  ferida, 

Quer  que  vos  diga  as  razós 
Por  qué  non  sallo  nin  entro 
N-a  Benéfica,  n-o  Centro, 
Nin  n-as  gallegas  reunios. 

Según  él,  fuxindo  o  trato 
D'os  peisanos  que  me  queren, 
DouUes  pe  pra  se  ofenderen 
E  pra  terme  por  ingrato. 

Quen  conoce  a  miña  hestoria 
E  sen  méretos  m'ergueu; 
Quen  dende  que  os  deprenden 
Tray  meus  versos  n-a  memoria; 

Quen  onde  se  me  aldraxou 
Sacou  a  cara  por  min, 
E  cando  un  couce  coUín 
DeuUe  él  sete  á  quen  m'o  dou, 

Ten  lexítimo  direito 
Posto  que  o  amor  fay  vasallos. 
Os  máis  finos  agasallos 
D'un  nobre  o  fidalgo  peito... 


ARTÍCULOS    Y    POESÍAS  229 


Fala  ben  quen  así  fala 
Y-eu,  coberto  de  rebor, 
Nada  teño  que  repor, 
Que  as  veces  calar  é  gala. 

¡Son  algo  ingrato,  é  verdade! 
Mais  podo  decir  en  cru, 
Que  n-a  miña  ingratitú 
Non  entrou  nunca  a  vontade. 

Xornaleiro  d'o  porvir, 
Decote  sobre  5  meu  tallo, 
Eu  vivo  d'o  meu  traballo 

r 

E  traballo  pra  vivir. 

Y-así,  á  un  xornaleiro  tal 
Que  non  agarda  milloras 
Nin  d'a  rebaixa  d'as  horas, 
Nin  d'o  aumento  d'o  xornal; 

Que  non  ten  casas  nin  tondas, 
Nin  merca  papel  d'o  Estado,. 
Nin  da  diñeiro  ó  fiado, 
Nin  cobra  foros  nin  rendas, 

A  deixar  o  seu  meester 
Non-o  podedes  forzar 
Si  é  que  non  o  querés  matar 
D'o  que  non  querés  morrer... 

E  son  eles  dende  entón 
Xefes  d'a  obreira  milicia, 


230  M.    CURROS    ENRÍQUEZ 


¡Os  que  han  de  alzar  a  Xusticia 
Por  cúpula  d'a  creación! 

Pra  a  miña  pedra  labrar 
Nin  forza  nin  tempo  sobra, 
E  debo  dar  fin  á  obra 
Antes  de  se  o  sol  deitar. 

III 

Ahí  xa  tendes  as  razós 
Por  qué  non  sallo  nin  entro 
N-a  Benéfica^  n-o  Centro 
Nin  n-as  gallegas  reunios. 

¿Nin  para  qué  me  queredes 
N-eses  lugares?  ¡Eu  lixo! 
Botóume  d'eles  quen  dixo 
Que  iba  á  esculca  de  mercedes; 

Botóume  quen  dixo  un  día 
Que  n-os  seus  ricos  estrados 
Están  demáis  os  letrados, 
A  Música  ya  Poesía. 

Botóume  (¡qué  patrio  apego!) 
Quen  sentou,  pérfidamente. 
Que  d'o  Centro  o  presidente 
Non  precisa  ser  gallego. 

Cando  esa  infamia  escoitey 
Saín;  fixen,  n-o  momento, 


ARTÍCULOS    Y    POESÍAS  231 


De  non  volver  xuramento, 
E  cumprín  o  que  xurey. 

¿Querés  que  falte  o  xurado? 
Penduray  anaqueles  muros 
As  copias  d'os  homes  puros 
Que  teñen  á  Patria  honrado: 

Os  nosos  historiadores 
E  sabios  naturalistas; 
Nosos  prezados  artistas, 
Poetas  e  pensadores. 

Adornado  aqueles  teitos 
Que  o  pincel  galaico  esmalte, 
Con  frisos  onde  resalte 
A  lenda  d'os  nosos  feitos. 

Onde,  d'un  sol  que  feitice 
Os  rayos  fecundadores, 
Reventón  d'aroma  as  frores 
Y-a  froita  en  mel  s'esnaquice; 

Onde  fumegue  o  casar, 
Y-onde,  cal  dous  desposados, 
N-o  leito  nupcial  deitados, 
Dorma  a  térra  e  estronde  o  mar. 

Facey  que  cando  visite 
O  salón  d'a  biblioteca, 
Quen  alí  leve  a  alma  seca, 
Tope  a  fe  que  o  rezusite. 


232  M.    CURROS   ENRÍQUEZ 


Lendo  o  Sabio  Rey,  Macía, 
Feixóo,  Colmeiro,  Pondal, 
Pastor  Díaz,  á  Areal, 
Rosalía  e  máis  Murguía. 

Facede  d'a  nosa  quinta 
Un  lugar  onde  o  doente 
D'a  muller  y-o  filio  ausente 
As  extrañezas  non  sinta. 

Facede  que  os  emigrantes 
Que  aquí  chegan  en  precura 
D'o  que  lies  nega  a  man  dura 
De  seus  duros  gobernantes, 

Topen  bo  consello  en  nos, 
Caridá,  agarimo,  acobos, 
¡Pra  que  non  caya  entre  lobos 
Quen  fuxe  d'entre  ladrós! 

Facede,  en  fin,  que  os  que  vamos 
Sin  patria  a  rodar  o  mundo, 
Con  lazos  d'amor  profundo 
Unha  eiquí  d'tiirmans  teñamos, 

Onde,  for  cal  for  a  sorte 
Que  nos  trazar  nosa  estrela, 
Xa  que  outra  non  temos,  ela 
Nos  peche  os  olios  n-a  morte. 


Nada  vallo  e  nada  son; 
E  tan  ben  fora  cal  dentro, 


ARTÍCULOS    Y    POESÍAS  233 


Si  eu  teño  d'entrar  n-o  Centro 
Será  e'o  esa  condición. 

E  inda  á  poner  outra  chego 
Aquí,  didiante  d'a  xente: 
¡Non  terey  por  presidente 
A  quen  non  nacer  gallego! 


Fólguense  en  festas  rumbosas, 
Bailas,  troníos  e  parrandas, 
Quen  vay,  cal  santo  n-as  andas, 
Un  chan  trillando  de  rosas. 

Perde  5  tempo  en  vaguexar 
Quen  pense  que  n-esta  vida 
Toda  a  brega  está  contida 
Entre  un  almorzó  e  un  xantar. 

Eu,  que  convencido  estou. 
Vendo  esta  tracamundana. 
De  que  a  gran  misión  humana 
Inda  se  non  comenzou; 

Cada  vez  que  á  soyas  pensó 
Cómo  inda  entre  as  multitudes 
Soben  o  pau  as  virtudes 
Y-o  crime  quóimase  incensó; 

Que  oyó  tanto  zorro  listo 
Falar  d'o  chan  adorado 
Despois  de  tel-o  entregado 
Cal  fixo  Xudas  con  Cristo; 


234  M.    CURROS   ENRÍQUEZ 


Que  o  través  d'os  longos  mares 
Vexo  poboaciós  enteiras 
Deixar  as  patrias  ribeiras, 
Os  doces  nativos  lares, 

Para  ir  pidindo  por  Dios 
O  negro  pan  forasteiro, 
Mentres  se  adona  o  usureiro 
D'as  térras  de  seus  abós; 

Cando  vexo  escurecidos 
Os  varos  máis  sinalados 
E  acoUeitos  e  louvados 
Os  treidores  y-os  bandidos; 

Cando  se  cuspe  n-a  testa 
Onde  a  luz  d'o  xenio  arde, 
E  cínguese  á  d'o  cobarde 
O  loureiro  en  vez  da  xesta; 

Cando  o  ñn  da  patria  asoma; 
Cando  a  raza  se  aniquila 
E  peta  a  lanza  d'Atila 
De  novo  as  portas  de  Roma, 

Debo  espreitar  os  caminos... 
Debo  aspilleirar  os  portos... 
¡Cardar  as  tumbas  d'os  mortos 
Y-os  berces  d'os  pequechiños! 

Dios,  á  quen  prougo  deixar 
Moitas  cousas  incompretas, 


I 


ARTÍCULOS   Y   POESÍAS  235 


Impúxolles  os  poetas 
O  deber  de  as  terminar. 


IV 

E  ahonda  xa  de  poesía. 
Mais  que  decirvos  non  sey, 
Senon  que  non  reneguey 
D'a  miña  casta  hastra  o  día. 

Dende  que  en  Cuba  surxín, 
O  mesmo  fun  d'o  que  son: 
Nin  troquey  o  corazón, 
Nin  a  concencia  vendín. 

O  que  é  xusto  defendín, 
Non  me  neguey  á  razón; 
Loéy  o  que  entendo  bon, 
O  que  malo,  combatín. 

Se  n-a  vella  ley  vivín 
E  se  loitey  con  tesón, 
Hayo  de  decir  por  min, 
Verme  tornar  pra  o  terrón 
C'os  mesmos  cartos  que  vin. 


¡O  terrón!  ¡Ay!  ¡A  aldeíña 
Onde  se  nace  e  se  crece, 
Que  inda  de  lonxe  parece 
Que  nos  aceña  e  aloumiña! 


236  M.    CURROS    ENRÍQUEZ 


¡O  terrón,  que  cobre  os  osos 
D'os  vellos  que  abandonamos, 
E  que  con  fondos  recramos 
Chamando  están  pol-os  nosos! 

¡O  terrón!  Se  a  sorte  cruel 
Me  fay  o  mundo  deixar 
Fora  del  e  d'o  meu  lar, 
Gallegos,  ¡lévame  á  él! 
¡Alí  podrey  descansar! 


Catro  cousas  m'ensinou 
Meu  pay,  que  Dios  teña  en  groria, 
E  pois  véñenme  á  memoria. 
Aquí  pra  remate  as  dou: 

«O  millor  vino,  o  d'a  adega; 
A  millor  carne,  a  d'a  alcatria; 
A  millor  térra,  a  d'a  patria; 
¡A  millor  patria...,  a  gallega!» 


ARTÍCULOS   Y   POESÍAS  237 


N-A  TUMBA  DE  ROSALÍA 


(18) 


Coludas  á  pedir  de  porta  en  porta 
(Que  eu  non  herdey  xardíns  nin  hortas  teño) 
¡Sombra  sin  paz  d'a  nosa  musa  morta! 
Aquí  estas  frores  á  traguerche  veno. 

Y-o  esparexelas  sobre  a  pedra  fría 
Que  un  Eesurrexit  pra  crebarse  agarda, 
Sinto  cuase  o  tremor  que  sentiría 
O  ladrón  que  recéa  e  se  acobarda. 

Como  él,  ao  che  deixar  a  miña  ofrenda, 
A  soledade  en  miña  axuda  chamo, 
Que  si  él  ten  medo  que  xustiza  o  prenda, 
Temo  eu  que  me  marmuren  os  que  amo. 

Tanto  d'o  noso  tempo  a  xente  esquiva 
As  patrias  glorias  burla  y-escarnece: 
¡Xeneración  de  mánceres  cativa 
Que  hastra  o  pay  que  a  enxendrara  desconece! 

Que  hoxe  é  pecado  relembrar  fazañas 
Porque  impotentes  pr'as  facer  nacemos, 
E  cecáis  que  gabar  grorias  extrañas 
Nos  consolé  d'as  propias  que  perdemos. 


(18)     Véanse  las  Notas  del  recopilador,  que  figuran  después  del 
índice  de  este  tomo. 


238  M.    CURROS   ENRÍQUEZ 


O  valor,  o  carácter,  as  ideas, 
Fala,  costumes...  son  léndas  douradas. 
¿De  qué  coor  serán,  ¡ay!,  as  alleas 
Que  nos  fan  1er  á  couces  e  pancadas? 


Mais  dorme,  Rosalía,  mentras  tanto 
N-as  almas  mingoa  a  fe  y  a  duda  medra. 
¡Quón  sabe  si,  d'este  recinto  santo. 
Non  quedará  maná  pedra  con  pedra! 

¡Quén  sabe  si  esta  tumba,  n-ese  día, 
Chegará  á  ser,  tras  bélicas  empresas, 
Taboleiro  de  yankee  mercería 
Ou  pesebre  de  bestas  xaponesas! 

Santiago  de  Compostela,  1904. 


ARTÍCULOS   Y   POESÍAS  239 


»v      r 


A  O  POBO  GRUÑES 


Miñas  donas,  meus  señores, 
Que  pol-os  papes  chamados 
(Sempre  extremosos  comigo) 
Vindes  honrarme  á  este  acto : 
¡Que  non  salla  d'este  sitio. 
Onde  me  trouxo  o  meu  fado, 
Se  sey  cómo  agradecervos 
Tan  lisonxeiro  agasallo! 
¿Qué  fixen  eu,  ¡voto  á  min!, 
Pra  merecer  estes  laudos, 
Pra  que  me  trates  millor 
Que  si  fora  o  deputado? 
¿Trouguen  as  agoas  a  Gruña? 
¿Levey  d'a  Gruña  á  Santiago 
O  ferrocarril  directo, 
Fay  medio  siglo  agardado? 
¿Tireivos  algún  trabuco 
D'os  que  vos  están  matando? 
¿Fíxenvos  algún  camino, 
Anque  mesmo  for  de  carro, 
Y-anque  mesmo  fose  á  dar 
As  miñas  casas  de  campo?... 
¿Botey  abaixo  os  Gonsumos? 
¿Fundey  tal  ves  algún  Banco 


(19) 


(19)     Véanse  las  Notas  del  recopilador,  que  figuran  después  del 
índice  de  este  tomo. 


240  M.    CURROS    ENRÍQUEZ 


Agrícola,  onde  se  axude 
Os  que  viven  d'o  traballo? 
Nada  d'eso.  Pois,  entonces, 
¿Qué  razón  hay  nin  qué  diaños 
Pra  que  me  henchades  o  fol 
De  ousequios  e  de  regalos? 
¡Vítores,  aclamaciós, 
Apoloxías  y  aplausos 
A  min,  habendo  outros  antes 
Eiquí  que  os  teen  tan  ganados 
E...  ¿quén  son  eu?  Un  poeta, 
Ou,  como  quen  di,  un  paxaro 
A  quen  tallaron  o  bico 
Cando  empezaba  o  seu  canto; 
E  que,  dende  aquéla,  mudo, 
D'os  patrios  eidos  xotado, 
Por  longas  térras  e  mares 
Arrastra  as  áas  sangrando. 
Un  poeta  á  quen  un  día 
Hasta  ese  nome  negaron. 
Porque  arrolar  nunca  soupo 
O  sonó  vil  d'os  tiranos; 
Porque  despertaba  os  pobos 
C^os  seus  alegres  recramos 
Y-agoiraba  auroras  novas 
Que  xa  están  alborexando; 
Un  poeta  á  quen  xueces 
Que  Dios  teña  en  seu  descanso, 
Condenaron  á  cadea 
Que  levan  os  presidarios, 
E  cuyos  ferros,  ¡outi  Cruña, 
Terra  de  peitos  fidalgos!, 


ARTÍCULOS   Y   POESÍAS  241 


Mandaches  limar  á  rentes 
Por  man  d'os  teus  maxistrados. 
Mais  coido  que  n-estas  penas,- 
N-estes  aldraxes  y-escarnios, 
N-os  que  non  hay  groria  algunha 
(Que  d'homes  son  os  traballos) 
Están  as  executorias 
D'o  voso  tolo  entusiasmo. 
Y-ó  tamén,  cecáis,  motivo 
Pra  vir  eiquí  á  demostrarmo 
O  eco  d'aquela  palabra 
De  prestixio  soberano 
Conque  o  moderno  Demóstenes, 
Sol  e  honor  d'o  verbo  hispánico, 
Ponderou  eiquí  os  meus  versos 
En  fulxentes  ditirambos. 
Pero  aquel  eco  abafouno 
A  morte,  ¡e  ben  abafado!, 
Pra  que  haxa  paz  e  me  estimen 
Todos  n-o  pouco  que  vallo. 
Que  si  esas  razós  puderan 
Abonar  favores  tantos, 
¿A  quen  lie  fora  o  loareiro 
D'a  inmortalidá  negado? 
¿Quén  non  recolle  inxusticias 
N-o  mundo  e  non  trepa  cardos? 
¿Quén  non  probou  algún  día 
D'a  sorte  o  rigor  amargo? 
¿Quén  pol-a  cega  amistado 
Non  foy  unha  ves  gabado, 
Nin  qué  corazón  sinxelo 
Non  se  víu  exposto  á  engaños? 

16 


242  M.    CURROS   ENRÍQUEZ 


Os  meus  traballos,  por  meus, 
Débenvos  ter  sen  coidado, 
Que  s'eles  son  merescidos, 
Con  sofrilos  están  pagos; 
Y  os  meus  versos,  se  son  bos, 
Anque  eu  os  teño  por  malos 
(Y-a  proba  téndela  n  estes 
En  que  vos  estou  falando), 
Pois  que  os  sabes  de  memoria 
Y-andan  en  tol-os  los  labios, 
¿Qué  outro  galardón  precisan 
Se  con  galardón  soñaron? 
Por  eso,  anque  agradescido 
A  tantas  mercedes,  calo; 
Cando  me  mido  con  elas 
Topóme  á  seu  par  enano. 

Cesade,  pois,  que  estas  festas 
Sentan  mal  á  un  emigrado 
E,  máis  que  á  mín,  fanlle  falla 
A  o  triste  pobo  galaico. 
Esta  croa  que  me  dades 
Pra  cando  él  trunfe  eu  lia  gardo, 
¡Que  abondo  levou  d'espiñas 
O  corazón  coroado! 
Namentras,  lindas  cruñesas, 
D'ollos  como  os  meus  pecados, 
¡Adiós!  ¡Adiós,  pescadores 
D'o  mar,  n-a  térra  pescados 
Pol-as  melgas,  os  caciques, 
A  usura...  y  outros  andados! 
¡Adiós,  Orzan  tempestoso, 


I 


ARTÍCULOS   Y   POESÍAS  243 


Mestre-cantor  afamado, 
Que  presides  os  concertos 
D'os  trovadores  cantábricos; 
Patria  de  meu  pay  querida, 
Montes  irtos,  verdes  campos, 
Mallas,  degruas,  esfollas 
N-as  noites  de  luar  craro, 
Romarías,  gaitas,  festas 
Arredor  d'o  santuario, 
Adiós!  ¡E  adiós,  compañeiros 
Y  amigos  d'o  vello  bardo! 
Con  fonda  pena  vos  deixa 
Meu  corazón  desolado; 
Mais  así  o  quer  o  destino 
E  non  é  ben  contraríalo. 
Cuba,  que  amey  delorida, 
Acólleme  expatriado, 
E  n-ela  n'ha  de  faltarme 
Unha  cunquiña  de  caldo. 
A  todos  aquí  vos  teño 
Dentro  d'o  peito  cravados, 
A  todos,  porque  non  levo 
De  nadie  récordes  malos. 
¡Inda  adiós!  ¡E  faga  a  sorte 
Que,  xa  que  tristes  nos  damos 
A  última  aperta,  vos  tope 
A  volta  alegres  e  salvos! 

Coruña,  21  de  octubre  de  1904. 


244  M.    CURROS   ENRÍQUEZ 


«A  ALBORADA»  DE  VEI&A 


(20) 


Esa  celeste  música  que  vos  regala  a  orella, 
Que  vos  gorenta  a  y-alma  e  arrula  o  corazón, 
Evos,  trocada  en  moza,  unha  Alborada  vella 
Que  ten  catro  mil  anos  ou  máis  de  tradición. 

O  celta,  que  didiante  d'os  astros  s'axoella 
Deixóunos  n-ese  canto  de  multiforme  son 
O  matinal  saúdo,  á  luz  d'o  sol  bermella, 
Feito  d'estrondos  d'himno  e  rogos  d'oración. 

Com'oración,  cantáron-a  n-as  festas  familiares 
Nosos  abós,  n-as  xuntas  e  reunios  d'o  clan, 
N-as  procesiós  sagradas,  de  noite  antr'os  pinares, 
Que  un  crego  presidía  c'unha  segur  n-a  man. 

N-as  xornadas  d'a  pesca  pr'a  sosegar  os  mares, 
N-as  sementeiras  pr'a  que  nos  apodreza  o  gran; 
Por  vales,  montes,  corgas,  comaros  e  casares 
Deixando  de  paz  cheo  e  d^armonía  o  chan. 

Como  himno  modulado  n-a  gaita  d'os  antigos 
Cantáron-a  os  gallegos  qu'Aníbal  comandou, 
E  fixo  d'as  suas  notas  saetas  e  castigos 
Viriato  cando  co'eles  á  Roma  escarmentou. 


(20)     Véanse  las  Notas  del  recopilador,  que  figuran  después  del 
índice  de  este  tomo. 


ARTÍCULOS    Y    POESÍAS  245 


N-o  cume  d'o  Medulio,  e'os  ceos  por  testigos, 
Inda  unha  vez  con  eco  guerreiro  resoou, 
Mais  soballada  a  patria,  y'a  arbitre  d'enemigos. 
Os  himnos  foran  crime...  e  xa  non  s'escoitou. 

E  dend^entón  os  ritmos  d'esa  sonata  amada 
A  tan  mezquino  estado  chegaron  entre  nos, 
Qu'entraban  n-o  turreiro,  n-a  esfolla,  n-a  fiada 
Y-andaban  n-as  zanfonas  d'os  probes  pidinchós. 

«¡Ergueivos!  — lie  decía  á  raza  dominada — , 
Ergueivos  e  calzaivos  zapatos  de  mallos»; 
E  vinde,  poFa  perda  d'a  liberta  preciada. 
Con  dous  lacós  pr'o  santo,  á  dar  gracias  á  Dios. 

As  águias  semellante  que  pelan  pruma  á  pruma 
E  morren  d'extrañía  cando  en  prisión  se  ven, 
N-a  ergástola  d'o  escravo  que  soyo  dor  rezuma. 
Así  perdeu  suas  galas  esa  canción  tamén. 

Aquela  escada  fónica  con  qu'astr'o  ceo  s'en- 

Tcuma 
Aquel  marcial  refolgo  qu'armara  brazos  cen, 
¡Non  máis  zombar  s'ouiron!  ¿Qué  falla  fan,  en  su- 

[ma, 
Si  xa  tempros  os  dioses,  nin  culto  os  héroes 

[ten?... 

Así,  escrita  n-os  aires,  a  gorxa  confiada 
D'a  multitú  versátil,  que  troca,  quita  e  pon, 
Esfarrapada,  coxa,  ferida,  mutilada, 
Mais  entr'os  seus  farrapos  mostrándolo  seo  bla- 

[són, 


246  M.    CURROS    ENRÍQUEZ 

Hasta  estes  nosos  tempos  cliegou  esa  Alborada.,. 
Un  grande  artista  víuna,  moveuse  á  compasión, 
Coroull'os  pes,  vestiuna,  limpióuma,  e  restaurada 
N-a  xuventú  primeira,  levóuna  ó  Orfeón. 

E  ver  ahí  tendes,  bella,  magnífica,  divina, 
Com-a  inventara  un  día  5  numen  ancestral, 
D'unha  fe  sona,  nova  pregarla  matutina, 
De  no  vos  héroes,  marcha  novísima  triunfal. 

¡Ouh  Pange  Ungua  druídico,  viaxeira  pelegrina 
Que  vés  de  longas  térras  e  vas  pr-o  ideal, 
Como'os  abós  xuntache  contr-a  loba  latina, 
Xunta  os  netos  agora  contra  5  lobo  central!... 

¡Gloria  o  xenio  qu'en  mares  d'inspiración  s'a- 

[neiga 
E  d'eles  tira  mundos  que  fay  a  luz  surxir! 
¡Gloria  o  mestre  que  volve  á  esa  cantiga  meiga 
A  maxestá  perdida  n-as  loitas  d'o  vivir! 

¡Gloria  á  quen  un  texouro  n-esa  canción  nos 

[leiga, 
Qu'ha  ser  a  Marsellesa  galaica  d'o  porvir!,,, 
¡Eterno  aplauso,  vítores  eternos  o  gran  Veiga 
D'un  polo  o  outro  polo,  do  cénit  ó  nadir! 

Habana,  1907. 


CURROS  ENRÍQÜEZ  Y  Sü  OBRA  LITERARIA 

OPINIONES,    JUICIOS  Y  COMENTARIOS   ACERCA   DE    LA   LABOR 

POÉTICA   DEL    LLORADO    CANTOR    GALAICO,    ESCRITOS 

POR   EMINENTES    LITERATOS 


IB  IIUILIILIIl  IH  JU  ID  UUILIIUlUILm  IIUIlJIUlUHllLWJILJIímilLnU^ 


iiNiiiiniiiiiiiiiiiiüiiiiiniHHiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii 


ADVERTENCIA  IMPORTANTE 


En  la  imposibilidad  material  de  insertar  en  este  tomo 
todo  lo  que  acerca  de  Curros  Enriquez  se  ha  escrito, 
desde  el  punto  y  hora  en  que  el  poeta  comenzó  á  ser 
conocido  y  admirado  por  sus  hermosos  versos,  héme- 
nos limitado  á  publicar  en  el  presente  volumen  lo  que 
á  nuestro  humilde  parecer  constituye  cuanto  de  más 
completo  se  ha  dicho  del  vate  fenecido,  juzgándole  en 
su  triple  aspecto  de  pensador,  político  y  poeta. 

Los  prestigiosos  nombres  de  Vicente  Blasco  Ibáñez, 
Modesto  Fernández  y  González,  Manuel  Murguia,  Ro- 
dríguez Carracido,  Salvador  Rueda,  Alfredo  Vicenti, 
Linares  Rivas,  Aurelio  Ribalta,  Vicente  de  la  Cruz, 
Camba,  Leopoldo  Pedreira,  Riguera  Montero  y  otros 
no  menos  ilustres,  nos  relevan  de  todo  encomio,  ya  que 
España  entera  conoce  sobradamente  sus  méritos  y  ad- 
mira sus  talentos  privilegiados.  Maestros  en  la  novela, 
en  el  periodismo,  en  la  historia,  en  la  dramática,  en  la 
ciencia,  en  el  foro,  en  la  cátedra  y  en  cuantas  mani- 
festaciones comprende  el  humano  saber,  basta  enun- 
ciar sus  nombres  para  que  tirios  y  troyanos  sepan  á  qué 
atenerse. 

Fué  también  nuestro  propósito  —  propósito  cumpli- 
do—  que  al  lado  de  estos  nombres  insignes  fígurasen 
otros  no  menos  dignos  de  alabanza,  cuales  son  los  de 
José  Ojea,  Galo  Salinas,  José  Porras,  Juan  Neira  Can- 


250  M.    CURROS   ENRÍQUEZ 


cela,  Lisardo  Barreiro,  Benito  Fernández  Alonso,  Ra- 
món Armada  Teijeiro  y  Manuel  Lezón ,  amigos  éstos 
los  más  entrañables  del  bardo  celanovés,  compañeros 
•de  la  infancia  unos,  conterráneos  otros,  y  todos  admi- 
radores entusiastas  del  autor  de  A  Vírxe  d'o  cristal. 

De  cuantos  hemos  mencionado,  tres  duermen  con  el 
poeta  el  eterno  sueño  :  Modesto  Fernández  y  González, 
José  Ojea  y  Juan  Neira  Cancela. 

Á  requerimiento  nuestro,  y  muy  honrados  por  cierto 
con  que  sus  nombres  figuren  en  este  tomo,  verán  nues- 
tros lectores  dos  hermosas  cartas,  una  del  doctor  López 
Pérez,  ex  presidente  del  Centro  Gallego  de  la  Habana, 
y  otra  del  Sr.  Sánchez  Anido  (D.  Juan),  actual  gober- 
nador civil  de  Sevilla. 

Acompañó  el  primero  los  restos  de  Curros  Enriquez 
desde  la  capital  de  Cuba  hasta  dejarlos  depositados  en 
tierra  española,  y  el  segundo,  entonces  alcalde  de  La 
Coruña,  fué  alma  y  vida  del  inolvidable,  del  magno  ho- 
menaje tributado  por  el  pueblo  coruñés  á  su  poeta  más 
preciado,  en  la  hora  triste  de  dar  sepultura  á  su  ca- 
dáver. 

Ambos  queridos  amigos  respondieron  á  nuestro  lla- 
mamiento de  manera  digna;  y  es  justicia  hacer  público 
el  reconocimiento  á  que  se  han  hecho  acreedores. 

Lamentamos  muy  de  veras  que  entre  tantos  nombres 
prestigiosos  no  figure  el  de  D.  Nicolás  Rivero,  director 
de  El  Diario  de  la  Marina,  de  la  Habana.  No  es  nues- 
tra la  culpa.  En  reiteradas  ocasiones  solicitamos  unas 
lineas  de  tan  insigne  patricio,  para  que  formaran  parte 
de  esta  especie  de  corona  literaria  con  que  ponemos 
fín  al  tomo  V  de  las  Obras  completas  de  Curros  Enri- 
quez. Sin  duda  las  múltiples  ocupaciones  que  pesan 
sobre  el  señor  Rivero,  hanle  impedido,  como  segura- 
mente fuera  su  deseo,  complacer  el  nuestro  vehemen- 
tísimo. 


ADVERTENCIA  IMPORTANTE  251 

Otro  tanto  decimos  del  Sr.  Armada  Teijeiro,  pero  por 
fortuna,  revolviendo  papeles,  hemos  hallado  unas  líneas 
de  este  queridísimo  y  admirado  amigo,  que  lo  fué  en- 
trañable de  nuestro  deudo.  Gracias  á  esta  grata  casua- 
lidad, podemos  ufanarnos  de  que  el  nombre  de  Ramón 
Armada  Teijeiro  figure  en  lugar  preferente  de  este 
volumen. 


iiíiimniHlM  !|iii¡ii'i|í'iii|'i|[iiiiii!ii!|nii!iiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiliiliil!iliiii!iiiiiiiiiliiiniiiiHiniiiiiiliiiiiiiiHiiniiil'íi:iiiiiii 


■OS  ENBIPZ  Y  SU  OBBH  LlTEBiBIH 


CURROS  ENRÍQUEZ  Y  Sü  UBRO 


(21) 


Descubrámonos  ante  un  poeta  verdadero  y 
demos  las  gracias  al  espíritu  descentralizador  del 
siglo  que,  eminentemente  revolucionario,  rompe 
las  cadenas  de  esclavitud  literaria  que  supedita- 
ban el  genio  de  las  provincias  á  la  capital  de  la 
nación. 

Pasaron  ya  los  tiempos  en  que  para  ser  una 
notabilidad  reconocida  era  indispensable  vivir  en 
Madrid  y  publicar  allí  las  obras. 

Hoy,  las  más  galanas  manifestaciones  del  ge- 
nio nacional  surgen  en  los  últimos  rincones  de 
España.  Pereda  escribe  sus  inimitables  novelas 
en  Santander;  Clarín,  ese  Voltaire  de  nuestros 
tiempos,  tiene  su  Ferney  en  Oviedo;  la  Pardo 
Bazán  concibe  sus  seductoras  obras  contemplan- 
do los  melancólicos  paisajes  gallegos;  el  padre 
Coloma,  encerrado  en  el  colegio  de  jesuítas  de 


(21)     Véanse  las  Notas  del  recopilador,  que  figuran  después  del 
índice  de  este  tomo. 


254  M.    CURROS   ENRÍQÜEZ 


Bilbao,  teje  sus  Pequeneces,  escandaloso  toque 
de  llamada  á  la  gente  de  dinero  que,  escéptica 
ya,  se  escapa  de  entre  las  garras  de  la  Compañía; 
Llórente  entona  sus  originales  estrofas  y  traduce 
como  nadie  á  Goethe  y  á  Hugo  á  la  sombra  de 
las  barracas  y  las  palmeras  de  la  valenciana  vega; 
y  en  la  industriosa  Barcelona,  bajo  las  nubes  de 
humo  que  arrojan  las  fábricas  y  entre  el  chirrido 
de  férreos  engranajes  y  la  agitación  comercial, 
existen  poetas  que  heredan  la  sublime  lira  que 
entonó  La  leyenda  de  los  siglos,  y  novelistas  que 
merecen  el  aprecio  del  huraño  Zola,  tan  parco  en 
elogiar  méritos  ajenos. 

,  En  las  provincias  es,  pues,  donde  hay  qus  bus- 
car hoy  las  manifestaciones  del  genio  nacional, 
pues  la  Literatura,  dando  sin  duda  con  esto  un 
alto  ejemplo  á  la  política,  se  descentraliza  y  bus- 
ca para  desarrollarse  el  amparo  de  una  autono- 
mía regional,  aspirando  á  que  la  antigua  repú- 
blica de  las  letras  no  sea  una  república  unitaria, 
sino  federalista. 

Las  tendencias  regionales  que  actualmente  ani- 
man á  la  literatura  española,  han  producido  un 
suceso  tan  transcendental  como  la  resurrección 
de  los  antiguos  dialectos,  los  cuales,  sacudiendo 
la  inquisitorial  ceniza  que  sobre  ellos  había  arro- 
jado la  tiranía  de  Austrias  y  Borbones,  cuando 
constituyeron  la  unidad  nacional  sobre  la  base 
del  despotismo,  han  recordado  su  pasada  y  bri- 
llante historia  y  hecho  renacer  literaturas  que 
casi  se  habían  perdido,  facilitando  el  camino  de 
la  inmortalidad  á  genios  que  se  ven  atados  y 


CURROS    ENRÍQUEZ    Y    SU    OBRA    LITERARIA        255 

sin  alas  cuando  tienen  que  usar  un  idioma  que, 
aunque  nacional,  no  es  el  que  balbucearon  en  sus 
primeros  años,  ni  el  que  guarda  en  cada  una  de 
sus  palabras  tesoros  de  inspiración  que  evocan 
en  la  memoria  imperecederos  recuerdos  de  pla- 
cer ó  de  dolor. 

No  creemos  necesario  pararnos  á  discutir  con 
los  que  combaten  las  literaturas  regionales  que 
tienen  lengua  propia. 

La  patria  no  es  la  inmensa  y  variable  extensión 
de  territorio  que  se  cobija  bajo  una  misma  ban- 
dera y  obedece  al  mismo  gobierno;  la  patria  es 
el  municipio,  es  el  pueblo  donde  nacimos,  el  lu- 
gar sagrado  en  el  cual  cada  casa,  cada  habitan- 
te y  cada  piedra  nos  recuerda  un  momento  de 
nuestra  existencia.  Al  nombrar  á  España,  esta 
palabra  no  despierta  ningún  eco  en  nuestro  pe- 
cho, si  la  imaginación  no  hace  surgir  ante  los 
ojos  del  alma  la  silueta  querida  del  lugar  que 
presenció  nuestra  llegada  al  mundo;  y  siempre 
que  evocamos  la  imagen  de  la  patria  para  entu- 
siasmarnos con  sus  glorias  ó  enardecernos  con 
la  consideración  de  sus  peligros,  la  nacionalidad 
de  que  formamos  parte,  y  que  es  conjunto  de  mil 
pueblos  de  origen  distinto  y  costumbres  diver- 
sas, queda  relegada  á  segundo  término,  y  en  lu- 
gar preferente  se  destaca  en  luminoso  contorno 
la  tierra  en  cuyo  seno  duermen  los  propios  ante- 
pasados, la  que  recibió  la  caricia  de  nuestra  cuna 
al  mecerse,  y  la  que  sustenta  á  los  seres  queridos 
ligados  á  nuestra  personalidad  por  los  lazos  de 
la  familia  y  del  amor. 


256  M.    CURROS    ENRÍQUEZ 


Legítimo,  natural  y  lógico  es,  pues,  que  el  va- 
lenciano y  el  gallego,  el  catalán  y  el  vasco,  el 
mallorquín  y  el  asturiano,  el  que  pertenece  á  una 
región  con  carácter  propio  tan  duradero  que  tres 
siglos  de  centralismo  absorbente  no  han  conse- 
guido borrar,  no  intente  desconocer  á  su  patria, 
no  se  valga  de  un  idioma  que  aunque  nacional 
le  resulta  extraño,  y  para  exteriorizar  en  forma 
sublime  las  impresiones  de  su  alma,  emplee  como 
fácil  y  conocido  vehículo  el  habla  que  le  enseña- 
ron sus  padres  y  la  que  á  todas  horas  está  acari- 
ciando sus  oídos. 

Aunque  no  existieran  razones  para  defender  y 
justificar  las  literaturas  regionales,  bastaría  para 
que  fuesen  respetadas  el  haber  producido  en 
Cataluña  un  Jacinto  Verdaguer  y  en  Galicia  un 
Curros  Enríquez. 

Hoy  que  se  discute  si  la  lírica  está  llamada  á 
desaparecer,  en  vista  de  lá  anemia  que  experi- 
menta la  poesía  castellana,  es  justamente  cuando 
la  religión  del  Arte  encuentra  más  inspirados 
sacerdotes  en  esas  literaturas  regionales,  calum- 
niadas y  escarnecidas. 

La  poesía  castellana  languidece  y  se  enfría, 
por  lo  mismo  que  es  hija,  no  de  una  nación  en- 
tera, sino  de  una  región  que  se  ha  extenuado 
dando  por  muchos  años  espiritual  alimento  á  las 
demás  provincias,  y  en  cambio  el  Parnaso  de  las 
regiones  que  tienen  carácter  propio  crece  con 
tanta  rapidez  como  las  plantas  que  surgen  en 
campos  yermos  y  sin  cultivo  durante  muchos 
años. 


CURROS    ENRÍQUKZ    Y    Sü    OBRA    LITERARIA       257 

Los  poetas  españoles  que  hacen  uso  del  caste- 
llano no  son  más  que  dos  y  medio  (según  la  cé- 
lebre expresión  de  un  crítico  eminente);  en  cam- 
bio, las  literaturas  regionales  cuentan  á  docenas 
los  cantores  inspirados,  y  por  encima  de  todos 
éstos  descuella  el  autor  de  L'Aüantida  y  Canigó, 
obras  que,  como  todas  las  de  un  genio  verdadero, 
gozan  el  privilegio  de  recibir  los  homenajes,  no 
sólo  de  una  nación,  sino  de  todo  el  mundo  civi- 
lizado. 

Si  Verdaguer  es  el  sol  en  el  cielo  de  la  poesía 
regional,  en  Galicia  se  encuentra  otro  astro  de 
primera  magnitud,  y  éste  es  Curros  Enríquez. 

El  suelo  gallego,  á  pesar  de  sus  hermosos  pa- 
noramas, de  sus  montañas  siempre  verdes  y  de 
sus  valles  risueños,  sólo  comparables  con  los  de 
Suiza,  á  pesar,  decimos,  de  tales  espectáculos  de 
la  Naturaleza,  que  excitan  la  imaginación  del  que 
los  contempla  y  atraen  á  la  esquiva  inspiración, 
no  ha  producido  poetas  en  cantidad  abundante. 

La  patria  de  Maclas,  esa  región  habitada  por 
un  pueblo  tierno  y  melancólico  que  habla  un 
dialecto  suave,  vago  y  dulce  como  los  arrullos  de 
una  madre,  ha  sido  pobre  en  cantores,  como  si 
necesitara  todas  sus  fuerzas  para  llorar  esa  emi- 
gración que  la  devasta  y  que  arroja  á  sus  hijos 
al  otro  lado  del  mar,  ó  al  corazón  de  la  Península, 
donde  mueren  muchas  veces  asesinados  por  la 
fiebre  que  les  produce  la  terrible  nostalgia  del 
país. 

Curros  Enríquez  es  la  figura  más  saliente  del 
Parnaso  gallego.  Esto  lo  debe  á  que  sabe  inter- 

17 


258  M.    CURROS   ENRÍQUEZ 


pretar  como  nadie  los  sentimientos  de  su  patria, 
y  al  par  que  enaltece  la  vida  del  campo  y  canta 
las  costumbres  populares,  maldice  las  llagas  que 
afligen  á  su  tierra,  la  emigración  que  la  diezma, 
la  usura  que  la  devora  y  el  cura  que  la  embru- 
tece. 

Hay  en  los  versos  de  Curros  Enríquez  algo 
nuevo  que  conmueve  por  su  brillante  novedad, 
algo  que  nos  atrae  por  lo  mismo  que  á  ello  no 
estamos  acostumbrados,  y  que  nos  hace  olvidar 
hasta  la  arrebatadora  belleza  de  la  forma  para 
fijarnos  únicamente  en  el  fondo;  y  ese  algo  es 
que  el  poeta  no  reniega  de  su  siglo,  se  tiene  por 
legítimo  hijo  de  él  y  se  inspira  únicamente  en  el 
ideal  del  eterno  progreso. 

Cayeron  ya  los  viejos  ídolos.  La  poesía  no  debe 
tener  un  tono  dogmático,  pues  al  ñn  es  arte,  y  la 
principal  misión  de  éste  es  agradar  evitando  toda 
pesadez,  pero  ha  de  ser  algo  más  que  una  tenue 
nube  que  se  desvanezca  en  la  memoria  apenas 
leído  el  último  verso;  ha  de  dejar  en  el  público 
huella  indeleble  de  su  paso,  y  para  eso  es  nece- 
sario que  diga  algo  y  que  resuma  en  sus  estrofas 
las  aspiraciones  dominantes  en  la  época  en  que 
nace. 

Los  poemas  de  Homero,  La  Divina  Comedia  y  el 
revolucionario  misticismo  de  Milton,  viven  y  vi- 
virán mientras  exista  el  mundo,  porque  son  como 
fotografías  instantáneas  que  recuerdan  el  pensa- 
miento de  importantísimas  épocas,  y  en  cambio 
otras  obras  de  gran  valor  artístico  sólo  conser- 
van hoy  una  relativa  gloria  y  son  conocidas  de 


CURROS   ENRÍQUEZ   Y   SU   OBRA    LITERARIA       259 

pocos,  por  lo  mismo  que  pueden  compararse  á 
hermosos  y  cincelados  vasos,  cuyo  interior  está 
vacío. 

La  poesía  regional  goza  hoy  próspera  existen- 
cia, pero  aun  aparecería  más  esplendente  y  ava- 
salladora si  en  vez  de  tener  la  vista  fija  en  el 
pasado,  mirase  al  porvenir. 

Los  dialectos,  por  desgracia,  sólo  se  han  em- 
pleado hasta  el  presente  (salvo  raras  excepcio- 
nes) para  cantar  las  glorias  de  ridiculas  imágenes 
de  santos  y  vírgenes  autoras  de  milagros,  cuya 
autenticidad  testifica  el  bolsillo  de  la  Iglesia; 
para  enaltecer  el  derruido  y  odioso  castillo  feu- 
dal, nido  de  crímenes,  y  pintar  con  risueños  co- 
lores al  bestial  caballero  y  á  la  casquivana  seño- 
ra, y  para  hacer  la  apología  de  las  trasnochadas 
libertades  políticas  de  la  Edad  Media,  llorando 
su  pérdida  después  de  dos  siglos  y  queriendo 
acomodarlas  al  siglo  presente,  como  si  fuera  po- 
sible vestir  á  un  gigante  con  el  trajecillo  de  un 
niño. 

La  poesía,  para  ser  considerada  como  tal,  debe 
ser  semejante  al  dios  Jano,  y  con  ambas  caras 
mirar  al  pasado  y  al  porvenir;  pero  es  absurdo  y 
digno  de  censura  que  únicamente  tenga  abiertos 
sus  ojos  á  lo  que  ya  desapareció,  porque  esto 
sea  lo  más  cómodo  y  lo  más  seguro,  y  no  se 
tome  el  trabajo  de  desentrañar  el  porvenir  y 
aportar  su  esfuerzo  á  ese  inipulso  sublime,  que 
empuja  cada  vez  con  más  fuerza  á  la  Humanidad 
en  su  camino. 

Y  no  hay  que  decir  que  la  poesía  para  ser  tal 


260  M.    CURROS    ENRÍQUEZ 


debe  buscar  su  inspiración  en  las  nieblas  del  pa- 
sado, porque  los  vagos  celajes  que  envuelven  los 
cuadros  históricos  cuando  se  contemplan  á  gran- 
des distancias,  agigantan  las  figuras,  dan  mayor 
relieve  á  los  sucesos  y  se  prestan  mejor  á  que  el 
poeta  dé  rienda  suelta  á  su  imaginación.  Esto  es 
un  error  que,  si  por  desgracia  llegase  á  conver- 
tirse en  verdad,  daría  derecho  á  creer  que  la 
poesía  es  un  artificio  que  vive  de  la  falsedad  y  de 
la  mentira,  y  no  que  es  la  expresión  artística  de 
sentimientos  sublimes  que  embargan  á  los  seres 
humanos. 

La  edad  presente  y  los  períodos  históricos  que 
aun  están  latentes  y  como  al  alcance  de  nuestra 
mano,  presentan  más  ancho  campo  al  poeta  que 
el  resto  de  la  Historia. 

Desde  fines  del  pasado  siglo  hasta  el  presente 
instante,  se  ha  desarrollado  una  serie  de  sucesos 
que  con  su  acompañamiento  de  choques,  catás- 
trofes y  apoteosis,  merece  mejor  que  ningún 
otro  período  histórico  la  atención  de  los  poetas. 
La  filosofía  enciclopedista  ha  atacado  las  religio- 
nes positivas,  no  cejando  hasta  dar  con  ellas  en 
el  suelo;  la  doctrina  republicana,  removiendo  los 
cimientos  del  mundo  antiguo,  ha  derribado  mu- 
chos tronos  y  falseado  otros,  hasta  el  punto  de  que 
hoy  están  próximos  á  caer;  la  regeneración  so- 
cial ha  apuntado  con  la  enunciación  de  sistemas 
económicos,  que  ya  han  sido  bautizados  con  san- 
gre de  mártires;  la  Humanidad  entera  se  encuen- 
tra hace  más  de  un  siglo  en  lucha  con  el  abuso, 
la  tiranía  y  la  estafa  intelectual,  y  este  estado  de 


CURROS   ENRÍQUEZ    Y    SU    OBRA    LITERARIA       261 

ánimo  se  manifiesta  con  agitaciones,  protestas  y 
derroches  de  inteligencia  ó  de  maldad,  que  re- 
claman la  aparición  de  un  poeta  que  los  cante  ó 
los  maldiga. 

Más  natural  y  procedente,  en  los  presentes 
tiempos,  es  entonar  un  himno  á  la  última  cena 
de  los  Girondinos,  hombres  sublimes  y  valerosos 
que  mueren  después  de  iniciar  la  revolución  que 
regenera  al  mundo,  que  glorificar  la  cena  de  los 
Apóstoles,  conciliábulo  del  que  hace  surgir  la 
Iglesia  la  odiosa  autoridad  de  los  Papas;  la  Mon- 
taña de  la  Convención  merece  un  estro  quépante 
sus  esfuerzos  en  pro  de  la  libertad  del  humilde, 
como  lo  tuvo  la  grandiosa  tragedia  del  Gólgota, 
y  si  en  otras  épocas  la  gótica  catedral,  erizada  de 
caladas  agujas  y  rasgada  por  las  ideales  ojivas, 
contó  con  vates  que  la  celebraran  como  petrifi- 
cada personificación  de  la  fe  religiosa,  hoy  que 
ésta,  por  fortuna,  está  ya  moribunda,  debe  la  re- 
lampagueante barricada  tener  sus  trovadores  que 
la  enaltezcan,  como  altar  de  sublimes  venganzas 
elevado  por  los  furores  populares  para  sacrificar 
en  ella  al  monstruo  del  despotismo.  Que  agote 
su  inspiración  el  versificador,  tomando  por  ideal 
de  sus  creaciones  la  personalidad  incierta  de  Je- 
sús, figura  sin  contorno,  vida  ni  colorido,  que  en 
la  verdadera  historia  apenas  si  tiene  el  valor  de 
una  sombra,  pero  que  no  falten  poetas  que  reco- 
jan las  eternas  maldiciones  que  exhalaban  los 
herejes  al  sentir  sus  carnes  chamuscadas  por  la 
inquisitorial  hoguera,  que  recuerden  las  humi- 
llaciones que  á  los  genios  de  la  ciencia  hizo  su- 


262  M.    CURROS    ENRÍQUEZ 


frir  la  clerigalla  ignorante,  que  encierren  en 
viriles  versos  los  lamentos  de  todos  los  márti- 
res de  la  emancipación  intelectual,  y  después  los 
escupan  sobre  la  calva  del  diosecillo  que  alberga 
el  Vaticano. 

En  este  período  histórico  que  atravesamos, 
período  que  se  inicia  con  la  Revolución  francesa 
j  que  no  sabemos  con  qué  vivificadora  tragedia 
terminará,  la  poesía  debe  decir  y  significar  algo, 
y  si  es  que  quiere  interpretar  las  tendencias  de 
la  época,  si  es  que  quiere  dejar  alguna  huella  de 
su  paso  sobre  las  agitadas  masas,  debe  ser  repu- 
blicana, racionalista  y  despreocupada,  ó  tradi- 
cional, fanática  y  rastrera. 

Curros  Enríquez  es  de  los  que  rinden  amoroso 
culto  á  la  primera  de  ambas  musas,  y  de  aquí  que 
su  personalidad  literaria  sea  para  nosotros  tan 
simpática  y  atrayente. 

Entusiasmado  por  el  espíritu  de  libertad  que 
preside  la  marcha  del  siglo,  ha  querido  ver- 
ter sobre  el  papel  sus  ideas  y  sentimientos,  y 
como  nació  poeta,  y  la  inspiración  original,  ar- 
diente y  varonil  le  acompaña  desde  la  cuna,  ha 
empleado  la  sublime  armonía  para  expresar  su 
pensamiento,  produciendo  los  Aires  d'a  miña 
térra,  ese  libro,  honra  del  dialecto  en  que  está 
escrito  y  perpetuo  monumento  de  gloria  para 
su  autor. 

Creo  inútil  hacer  aquí  un  examen  de  tal  obra 
cuando  el  lector,  con  volver  tan  sólo  algunas  ho- 
jas, puede  abismarse  en  el  mar  de  puras  delicias 
que  encierra  cada  una  de  sus  páginas.  Esto  equi- 


CURROS    ENRÍQUEZ    Y    SU    OBRA    LITERARIA        263 


valdría  á  que  á  la  puerta  de  un  teatro,  cuando 
ya  la  orquesta  estuviera  ejecutando  los  primeros 
compases  de  la  overtura,  un  oficioso  detuviera 
al  dilettante  queriendo  explicarle  el  argumento 
de  la  ópera. 

En  el  libro  de  Curros  Enríquez  hay  poesías, 
como  el  soneto  ¡Peregrinos,  á  Boma!,  formidable 
ataque  que  el  autor  dirige  contra  el  gusanillo 
infalible  que  mora  en  la  Ciudad  Eterna,  y  que 
hace  recordar  á  Víctor  Hugo  en  su  obra  Los  Cas- 
tigos, cuando  golpeaba  con  su  lira  de  hierro  la 
cabeza  de  Napoleón  el  pequeño;  acusaciones  tan 
justas  y  consoladoras  para  la  dignidad  humana 
como  los  versos  titulados  Ante  una  imagen  de 
Iñigo  de  Loyola,  apostrofe  enérgico  é  iracundo 
que  recuerda  al  escéptico  Musset  cuando,  en  la 
introducción  de  Rolla,  dice  la  verdad  á  Cristo; 
La  Iglesia  fría,  magnífica  descripción  de  aque- 
llos buenos  tiempos  de  que  nos  hablan  predica- 
dores y  vates  neos,  cuando  eran  omnipotentes 
los  frailes  y  el  mundo  estaba  manejado  por  re- 
yes y  papas;  y...  ¡pero  á  qué  seguir  relatando  las 
bellezas  de  tal  obra,  si  esto  equivale  á  despojarla 
de  una  parte  de  su  asombrosa  novedad! 

Callemos,  pues,  y  ya  que  del  libro  no  es  pro- 
pio el  ocuparnos,  digamos  algo  de  su  autor,  pues 
siempre  interesa  la  existencia  de  los  que  logran 
la  notoriedad  reservada  al  verdadero  mérito. 

Curros  Enríquez  no  ha  escrito  solamente  en 
gallego,  pues  también  la  literatura  castellana  le 
debe  notabilísimas  producciones.  En  La  Ilus- 
tración Republicana,  que  dirigía  el  infatigable  y 


264  M.    CURROS   ENRÍQUEZ 


popular  escritor  Rodríguez  Solís,  publicó  una 
hermosa  poesía  contra  las  odiosas  quintas,  titu- 
lada Tributo  de  sangre,  y  en  Los  lunes  de  El  Im- 
parcial  dio  á  luz  una  valiente  Oda  á  la  Guerra 
civil,  obra  tan  excelente  y  que  de  tal  modo  entu- 
siasmó al  público,  que  el  propietario  de  dicho 
periódico,  Sr.  Gasset  y  Artime,  comprendiendo 
que  el  joven  poeta  era  una  gran  adquisición  para 
el  diario,  le  hizo  entrar  á  ser  uno  de  sus  redacto- 
res. En  1869  escribió,  en  colaboración  de  D.  Vic- 
toriano Rodríguez  Moran,  una  crítica  en  verso 
contra  la  Constitución  votada  por  los  unionistas 
y  progresistas,  como  siempre  revolucionarios  en 
la  oposición  y  moderados  en  el  poder,  y  tan  chis- 
tosa resultó  dicha  obra  y  de  tal  modo  interpre- 
taba la  opinión  popular,  que  en  el  mismo  día  de 
su  ¡Dublicación  se  vendieron  en  Madrid  16.000 
ejemplares. 

Desde  aquella  época  hasta  el  presente,  Curros 
Enríquez  no  ha  cesado  de  escribir,  y,  como  él 
mismo  dice,  de  todas  sus  poesías  se  podrían  for- 
mar algunos  tomos  voluminosos;  pero  como  son 
castellanas  y  les  falta  el  aire  de  la  tierra,  no  satis- 
facen al  vate  gallego,  que  las  olvida  apenas  pu- 
blicadas. Suyo  también  es  el  hermoso  drama 
titulado  El  Padre  Feijóo, 

Ha  sido  el  poeta  español  que  más  y  mejor  ha 
traducido  á  los  vates  portugueses,  y  entre  sus 
versos  castellanos  figuran  notabilísimas  traduc- 
ciones de  Teófilo  Braga,  Guerra  Junqueiro,  An- 
tonio Feijóo  y  Anthero  de  Quental,  que  se  han 
publicado  en  El  Porvenir  y  en  Las  Dominicales 


CURROS   ENRÍQUEZ   Y   SU    OBRA    LITERARIA       265 

del  libre  pensamiento,  y  que  tal  vez  algún  día  re- 
produzca el  traductor  en  un  tomo  que  se  titulará 
La  Lira  lusitana. 

En  gallego  ha  publicado  Curros  muchas  poe- 
sías; pero,  de  todas  sus  obras,  las  que  han  alcan- 
zado más  éxito  han  sido  Aires  d'a  miña  térra  j 
O  divino  saínete. 

Fué  una  de  esas  audacias  que  por  lo  inmensas 
resultan  sublimes,  la  publicación  del  primero  de 
dichos  libros  en  un  país  tan  fanático  y  dominado 
por  el  clero  como  Galicia.  Muchas  veces  del  seno 
del  inmundo  estiércol  surgen  más  fragantes  flo- 
res que  de  la  tierra  bien  cuidada. 

En  junio  de  1880,  pocos  días  después  de  ha- 
berse publicado  en  Orense  el  libro  Aires  d'a 
miña  térra,  el  obispo  de  aquella  diócesis  expidió 
un  edicto  en  el  que  se  condenaba  la  obra  de  Cu- 
rros Enríquez  por  contener  proposiciones  heréti- 
cas, blasfemas,  escandalosas  y  algunas  que  mere- 
cen otra  censura. 

El  edicto  fué  publicado  en  el  Boletín  Eclesiás- 
tico; los  curas  de  aquella  vasta  diócesis  lo  leye- 
ron durante  algunos  domingos  al  ofertorio  de  la 
misa  popular;  las  viejas  beatas  se  santiguaron 
tres  veces  al  saber  que  el  diablo  había  aparecido 
en  Galicia  y  se  entretenía  en  escribir  versos;  los 
hombres  pensaron  que  era  muy  del  caso  com- 
prar y  leer  aquel  libro,  por  lo  mismo  que  de  él 
se  hablaba  muy  mal;  los  sacristanes  lamentaron 
con  amargas  quejas  que  hubieran  desaparecido 
aquellos  felices  tiempos  en  que  por  mucho  me- 
nos asaba  la  Inquisición  á  cualquier  pelafustán; 


266  M.    CURROS    ENRÍQUEZ 


y  el  católico  escándalo,  con  todo  su  acompaña- 
miento de  excomuniones,  rezos,  funciones  de 
desagravios  y  gerundianas  declamaciones  en  el 
pulpito,  tuvo  digno  coronamiento  en  el  sumario 
de  causa  criminal  que  elJuzgado  de  primera  ins- 
tancia de  Orense  instruyó  contra  Curros  Enrí- 
quez,  en  virtud  de  oficio  del  gobernador  civil  de 
la  provincia,  por  ser  autor  de  un  opúsculo  en  el 
que  figuraban  tres  poesías  que  era  extraño  hubie- 
sen dejado  de  atraer  sobre  Galicia,  no  la  cólera 
de  un  Dios,  sino  la  de  todos  los  dioses  que  tenía 
el  Olimpo.  Las  tres  poesías  eran  La  Iglesia  fría, 
¡Peregrinos,  á  Boma!  y  Mirando  al  suelo. 

Esta  última,  imitación  preciosa  de  Béranger, 
poeta  insigne  y  popular,  con  quien  Curros  tie- 
ne muchos  puntos  de  contacto,  fué  la  que  me- 
reció con  predilección  las  iras  de  la  evangélica 
gente. 

Era  monstruoso,  criminal  y  digno  del  mayor 
castigo  hacer  desfilar  á  los  ojos  del  lector,  en- 
vueltos en  el  ropaje  de  armoniosos  versos,  todos 
los  vicios,  arbitrariedades  y  engaños  que  cons- 
tituyen la  hilaza  de  la  tela  social;  hablar  mal  del 
sucesor  de  San  Pedro,  pintar  la  odiosidad  de  la 
pena  de  muerte,  describir  la  miseria  de  los  la- 
briegos y  los  ostentosos  despilfarros  de  los  ricos, 
é  ir  relatando  todos  los  desaguisados  de  los  que, 
por  lo  regular,  son  protagonistas  las  gentes  pri- 
vilegiadas; pero  aun  era  más  censurable  y  mere- 
cedor de  eterna  maldición  el  presentar  á  Dios 
bajo  la  forma  de  un  viejo  y  bondadoso  señor, 
atacado  del  reuma  por  causa  de  la  edad,  que  se 


CURROS    ENRÍQUEZ    Y    SU    OBRA    LITERARIA        267 

siente  cansado  al  menor  paseo  y  que  al  mirar  de 
lejos  al  terráqueo  globo  tiene  que  usar  gafas  ver- 
des; y  los  irritados  católicos,  al  protestar  contra 
tal  irreverencia,  pensaban  sin  duda  en  lo  artísti- 
cos y  dignos  de  respeto  que  son  los  figurones 
que  en  las  iglesias  evocan  el  recuerdo  de  ese  ser 
creado  por  la  imaginación  de  los  fieles  que,  á 
pesar  de  todo  su  omnipotente  poder,  no  logra 
evitar  que  sus  adoradores  lo  adornen  con  unas 
luengas  barbas  de  cáñamo  y  un  triángulo  dorado 
sobre  la  cabeza  á  guisa  de  tricornio  de  guardia 
civil. 

Por  fortuna,  no  fueron  todo  persecuciones  é 
injurias  para  el  poeta.  Una  parte  del  público  de- 
claróse á  su  favor,  y  únicamente  la  gente  que  por 
no  saber  leer  no  podía  enterarse  del  libro,  y  los 
representantes  de  las  autoridades  eclesiástica  y 
judicial,  combatieron  al  poeta  y  formularon  mil 
acusaciones  para  perjudicarle.  Excelentes  aboga- 
dos encargáronse  de  su  defensa,  tanto  en  prime- 
ra instancia  como  ante  el  tribunal  de  apelación, 
y  el  autor  fué  absuelto  libremente,  terminando 
de  un  modo  tan  honroso  para  el  poeta  como  ri- 
dículo para  el  obispo,  aquella  cuestión  que  puede 
considerarse  como  uno  de  los  últimos  mordis- 
cos de  la  intolerancia  religiosa,  que  ya  está  en 
la  agonía. 

En  aquel  proceso  hubo  una  rara  coincidencia. 
La  poesía  Mirando  al  suelo,  que  fué  la  que  más 
atrajo  sobre  la  cabeza  de  Curros  Enríquez  las 
iras  clericales,  es  imitación  de  la  de  Béranger 
titulada  Le  Bon  Bieu,  que  valió  al  popular  poeta 


268  M.    CURROS   ENRÍQUEZ 


parisién  el  ser  procesado  y  perseguido  por  la 
reacción  borbónica  en  1821  y  1828. 

Para  el  fanatismo  no  existen  fronteras,  es  uni- 
versal, y  lo  mismo  atropella  en  la  patria  de  la 
Inquisición,  que  en  la  de  la  noche  de  San  Barto- 
lomé. 

Esta  comunidad  de  desgracia  reúne  más  al 
vate  cantor  de  los  risueños  campos  de  Galicia 
con  el  Anacreonte  de  los  empedrados  de  París, 
y  si  de  Béranger  se  ha  dicho  que  era  un  arpa 
eólica  que  tornaba  en  armonías  los  acentos  de  la 
multitud,  de  Curros  Enríquez  puede  asegurarse 
que  es  la  guerrera  trompa  de  Rolando,  y  que  así 
como  éste  conmovía  las  montañas,  él  remueve 
las  caducas  y  absurdas  creencias  hasta  derribar- 
las, y  despierta  á  los  pueblos  más  embrutecidos 
por  el  fanatismo. 

En  el  Parnaso  español  debe  existir  un  asiento 
para  la  poesía  que  toma  al  pueblo  como  musa,  y 
ése  nadie  lo  puede  ocupar  fuera  de  Curros  En- 
ríquez. 

Después  de  hablar  del  libro  y  de  su  autor,  hora 
es  ya  que  digamos  algo  de  la  traducción  que  el 
presente  volumen  contiene,  no  sin  antes  exami- 
narnos para  alejar  todo  amistoso  apasionamiento 
que  pueda  enturbiar  nuestros  juicios. 

Si  Constantino  Llombart  no  tuviera  una  vida 
literaria  que  bien  puede  compararse  á  un  des- 
lumbrante mosaico  de  glorias  y  de  triunfos;  si  no 
poseyera  la  alta  honra  de  ser  permanente  per- 
sonificación de  una  de  las  literaturas  regionales 
que,  aunque  no  la  más  importante,  tampoco  es 


CURROS    ENRÍQUEZ    Y    SU    OBRA.    LITERARIA       269 

la  última;  si  no  contara  con  la  enciclopédica  con- 
dición de  poder  pasar  á  la  posteridad  como  filó- 
logo é  historiador,  poeta  armonioso  y  prosista 
irreprochable,  erudito  como  pocos  y  hombre  de 
conocimientos  casi  universales;  si  no  gozara  de 
popular  renombre  como  político  tan  avanzado 
en  las  ideas  como  desinteresado  en  los  actos,  y 
si  no  hubiera  merecido  el  envidiable  honor  de 
que  un  genio  tan  eminente  como  D.  Francisco  Pi 
y  Margall  dijera  de  él  que  es  una  de  las  personas 
que  más  quiere  como  hombre,  como  político  y 
como  poeta,  bastaría  á  hacer  su  nortibre  cono- 
cido y  respetable  el  servicio  que  presta  á  la  lite- 
ratura castellana  traduciendo  los  versos  de  Cu- 
rros Enríquez  para  que  toda  la  Península  pueda 
apreciar  la  inspiración  de  éste,  sin  que  la  forma 
pierda  ni  un  solo  ápice  de  su  belleza. 

Es  imposible  encontrar  un  poeta  y  un  traduc- 
tor que  mejor  puedan  compenetrarse,  y  que  más 
identidad  presenten  en- sus  facultades  y  en  su 
vida  literaria. 

Curros  Enríquez  ha  animado  con  su  brillante 
estro  la  literatura  regional  de  Galicia,  y  Llom- 
bart  ha  resucitado  la  hermosa  literatura  lemosi- 
na,  dedicándose  con  su  perseverancia  sin  ejem- 
plo á  su  completa  restauración;  si  el  primero  ha 
puesto  á  los  pies  de  la  imagen  del  siglo  sus  Aires 
d'a  miña  térra,  el  segundo  ha  compuesto  sus 
Cantos  Repiiblicanos,  que,  en  épocas  más  felices 
para  nuestra  patria,  entonaban  las  masas  obre- 
ras, en  la  más  poética  de  las  provincias,  como 
De  pro  fundís  de  la  muerta  tiranía  y  la  agonizante 


270  M.    CURROS    ENRÍQUEZ 


superstición;  y  el  autor  de  Mirando  al  suelo  bien 
puede  ser  comparado  con  el  que  escribió  La  bo- 
rrachera,  imitación  también  de  Béranger,  can- 
ción tan  seductora  como  punzante  que  ridiculiza 
la  soberbia  de  los  Papas  al  declararse  infalibles. 

Son,  pues,  el  autor  y  el  traductor  de  Aires  d'a 
miña  térra  dos  seres  ilustres  que  se  complemen- 
tan y  ajustan  naturalmente,  y  el  resultado  de  tal 
maridaje  literario  es  el  presente  libro,  en  cuya 
antesala  te  encuentras,  ¡oh  benévolo  lector! 

Termina  de  pasear  tus  ojos  por  esta  desabrida 
prosa,  y  apresúrate  á  gozar  las  bellezas  que  pron- 
to encontrarás,  y  yo  te  juro  que  si  piensas  igual 
ó  aproximadamente  al  autor  del  libro,  al  traduc- 
tor ó  á  este  humilde  prologuista,  de  seguro  que 
en  muchas  ocasiones  la  expansión  del  entusias- 
mo dilatará  tu  rostro  al  ver  cómo  hay  poetas  que 
se  atreven  á  decir  en  forma  hermosa  las  verda- 
des que  mil  veces  han  acudido  á  la  imaginación 
de  muchos,  pero  que  en  unas  ocasiones  han  sido 
olvidadas  antes  que  dichas,  y  en  otras,  por  expre- 
sarse en  burda  forma,  pasaron  inadvertidas. 

Atraviesa  rápidamente  este  vestíbulo  y  entra 
pronto  en  el  eterno  teatro  del  Arte,  donde  un 
hijo  de  las  musas  deleitará  tus  oídos,  no  con  la 
dorada  arpa  de  la  molicie  y  la  voluptuosidad  que 
adormece  á  los  pueblos  y  les  hace  grata  la  escla- 
vitud, sólo  porque  las  cadenas  están  cubiertas  de 
flores,  sino  con  la  férrea  lira  que  desde  que  exis- 
ten en  el  mundo  explotados  y  explotadores,  se- 
ñores y  siervos,  va  pasando  de  mano  en  mano  y 
guarda  el  recuerdo  de  Dante  y  de  Milton,  de 


CURROS   ENRÍQUEZ    Y    SU    OBRA    LITERARIA        271 

Rouget  de  L'Isle  y  de  Víctor  Hugo,  de  Quintana 
y  de  Espronceda,  de  ese  eterno  instrumento  que 
despierta  á  los  déspotas  de  su  sueño  de  gloria, 
y  cuyas  tres  cuerdas,  al  sonar,  conmueven  el 
espacio,  gritando  el  nombre  de  la  trinidad  mo- 
derna : 

Libertad^  Igualdad  y  Fraternidad, 

Vicente  Blasco  Ibáñez.  ^ 


272  M.    CURROS    ENRÍQUEZ 


LOS  HIJOS  DE  GALICIA '"' 


Un  poeta  or ensaño. 


Nay,  ¡adorada  nay!,  mártir  escura, 
Branca  pombiña,  arruladora  e  tenra, 
¡Ay!  si  souperas  cómo  me  deixabas... 
Non  te  morreras. 

f Aires  (Va  miña  ierra.) 


Un  gran  poeta  y  un  eminente  cirujano:  he  ahí 
las  dos  ilustraciones  de  que  se  envanece,  y  con 
justicia,  la  villa  de  Celanova  :  el  uno  literato  so- 
bresaliente, cantor  de  la  libertad;  el  otro  clínico 
consumado,  operador  peritísimo;  ambos  gala  y 
ornamento  de  las  ciencias  médicas  y  de  las  letras 
patrias  :  Manuel  Curros  Enríquez  y  Cesáreo  Fer- 
nández Losada. 

¿Quién  no  conoce  á  Curros  Enríquez,  el  autor 
de  libros  tan  populares  como  Aires  d'a  miña 
térra  y  El  Maestre  de  Santiago? 

¿Quién  no  conoce,  siquiera  sea  de  oídas,  á  Fer- 
nández Losada,  por  sus  lecciones  de  Cirugía  mi- 
litar? 

Procuremos  bosquejar  la  personalidad  litera- 
ria de  Curros  Enríquez,  harto  importante  en  tie- 
rra de  España. 


(22)     Véanse  las  Notas  del  recopilador,  que  figuran  después  del 
índice  de  este  tomo. 


I 


CURROS   ENRÍQUEZ    Y   Sü    OBRA    LITERARIA       273 


No  faltan  espíritus  meticulosos  y  algún  tanto 
suspicaces  que  se  asustan,  ó  hacen  creer  que  se 
asustan,  de  la  literatura  regional,  por  si  afecta  ó 
deja  de  afectar  á  la  unidad  de  la  patria. 

Los  que  así  discurren  no  se  fijan  en  que  todas 
las  provincias  son  españolas,  sin  que  haya  decaí- 
do un  solo  instante  el  espíritu  nacional. 

El  dialecto,  el  traje,  las  costumbres  y  la  tradi- 
eión  se  conservan  á  través  de  los  siglos  y  las 
generaciones,  y  no  por  eso  se  debilita,  antes 
bien,  se  agranda,  fortalece  y  propaga  el  amor  á 
España. 

La  centralización,  más  ó  menos  exagerada, 
podrá  temer  peligros  donde  fructifica  la  paz, 
podrá  inventar  rebeldías  donde  existe  la  concor- 
dia, podrá  ver  antagonismos  donde  reine  la  ar- 
monía; pero  las  gentes  de  buena  voluntad  reco- 
nocerán que  el  cariño  á  la  tierra  y  al  pueblo  del 
nacimiento  constituye  la  base  del  cariño  á  la 
patria  común  de  los  españoles. 

Hablar  y  escribir  en  gallego,  es  como  si  se  ha- 
blara y  se  escribiese  en  español,  porque  Galicia 
forma  parte  del  territorio  nacional  por  los  siglos 
de  los  siglos. 

Dejemos  á  un  lado  temores  pueriles  y  sigamos 
nuestro  camino,  ó  sea  el  derrotero  emprendido 
por  Rosalía  Castro,  José  García  Mosquera,  Juan 

18 


274  M.    CURROS   ENRÍQUEZ 


Antonio  Saco  y  Francisco  Anón,  de  imperece- 
dera memoria. 

Todo  tende  á  unida,  ley,  d'entre  todas, 
A  máis  ineusorabre  d'o  Progreso; 
Y-él  que  de  cen  naciós  un  pobo  fíxo, 
Un  idioma  fará  de  cen  dialeutos. 

Conao  paran  n-o  mar  todol-os  ríos, 
Com'os  rayos  d'o  sol  paran  n-un  centro, 
Todal-as  lenguas  han  de  parar  n-unha, 
Qu'hemos  de  falar  todos,  tarde  ou  cedo. 

Esa  fala  pulida,  idioma  úneco, 
Máis  qu'hoxe  enriquecido,  e  máis  perfeuto. 
Resume  d'as  palabras  máis  sonoras 
Que  aquelas  n-os  deixaran  como  en  herdo; 

Ese  idioma,  compendio  d'os  idiomas, 
Com'unha  serenata  pracenteiro, 
Com'unha  noite  de  luar  docísimo. 
Será  —  ¿qué  outro  .sinón?  —  será  6  gallego. 


II 


¿Qué  español  no  ha  leído  en  gallego  ó  en  cas- 
tellano alguna  ó  algunas  poesías  del  ilustre  poe- 
ta celanovense? 

Curros  desde  niño  tuvo  que  andar  por  el  mun- 
do solo  y  errante,  y  tuvo  que  trabajar  para  vivir. 
De  ahí  que  parezca  un  joven  viejo  por  la  expe- 
riencia y  por  la  reflexión.  Amamantado  en  el 
infortunio,  curtido  en  el  trabajo  y  lleno  de  ins- 
piración, se  dedicó  á  cantar  melancólicamente 


CURROS    ENRÍQUEZ    Y    SU    OBRA    LITERARIA        275 

las  desdichas  de  Galicia  y  á  versificar  con  gran 
vigor  las  excelencias  de  la  libertad. 

Ni  los  desengaños,  ni  las  amarguras,  ni  los 
quebrantos,  ni  el  tiempo,  han  debilitado  su  fe,  su 
entusiasmo  y  sus  opiniones. 

La  política  le  seduce  poco;  la  literatura  le  atrae 
y  le  subyuga  más.  Y  es  que  el  carácter  y  la  fan- 
tasía se  amoldan  más  á  las  letras  que  á  las  luchas 
de  los  partidos. 

Por  eso  Curros,  con  la  independencia  de  su 
juicio  y  con  la  riqueza  de  su  fantasía,  ha  pene- 
trado en  el  campo  de  la  literatura  regional,  ad- 
quiriendo al  punto  personalidad  propia,  que  le 
distingue  de  los  demás  cultivadores  literarios. 

La  versificación,  el  ritmo  y  la  armonía  de  las 
composiciones  de  Curros  Enríquez  se  advierten 
fácilmente.  El  poeta  revela  más  predisposición  á 
los-  asuntos  que  afectan  á  la  vida  del  país,  que  á 
las  ternezas  y  á  los  encantos  del  amor.  Más  se 
parece  á  Quintana,  el  cantor  del  Dos  de  Mayo, 
que  á  Ventura  Ruiz  Aguilera,  el  cantor  de  la  ter- 
nura. Y  es  que  Curros  agiganta  su  estro  poético 
cuando  las  pasiones  se  desenvuelven  en  la  plaza 
pública,  con  preferencia  á  los  dramas  íntimos 
del  hogar. 


III 


Las  composiciones  de  Curros,  ó  son  meramen- 
te descriptivas,  en  las  que  no  tiene  rival,  ó  entra- 
ñan la  defensa  de  una  idea,  de  un  pensamiento  ó 
de  un  proyecto. que  interesa  á  la  generalidad. 


276  M.    CURROS   ENRÍQUEZ 


Describe  como  Zorrilla,  y  se  eleva  á  las  más 
altas  concepciones  como  López  García. 

En  la  leyenda,  modelo  de  tradición  popular  y 
religiosa,  La  Virgen  del  Cristal,  describe  el  pue- 
blo, la  ermita  y  los  alrededores  de  Villanueva  de 
los  Infantes  con  tan  vivos  colores,  que  parece 
hallarse  el  lector  frente  a  la  realidad. 

En  La  boda  en  Einibó  retrata  las  costumbres 
del  país,  inspirándose'  en  aquellos  cuadros  de  la 
vida  campestre  que  tanto  encanto  producen  en 
los  forasteros. 

Y  en  M  Gaitero  presenta  un  tipo  verdadera- 
mente popular  en  Galicia,  con  sus  arrogancias 
juveniles  y  sus  eternas  satisfacciones. 

Y  si  bien  el  poeta  prefiere  cantar  el  progreso, 
la  democracia  y  las  grandes  conquistas  de  la 
civilización  á  través  de  la  Historia,  también  rin- 
de culto  al  sentimiento  y  á  la  nostalgia  nativa, 
cuando  nos  dice  en  su  hermosa  composición  Os 
mozos : 

¡Qué  triste  está  a  aldea, 

Qué  triste  e  qué  solal 
¡A  térra  sin  frutos,  a  feira  sin  xente, 

Sin  brazos  ó  campo. 

Sin  nenos  a  escola, 
Sin  sol  ó  liourizonte,  sin  fror  a  sementé! 

A  pedra  y-as  nubes 

A  sembra  arrasando, 
Agoiran  un  ano  de  fame  sombría; 

Sin  pan  os  labregos, 

Sin  herba  pra  ó  gando, 
¿Qué  vay  á  ser  d'eles  n-acrua  invernía? 


CURROS    ENRÍQUEZ    Y    SU    OBRA    LITERARIA       277 

Hace  años  que  en  Galicia  tararean  una  muí- 
mira,  música  de  Alonso  Salgado,  con  letra  de 
Curros  Enríquez.  Empieza  así : 

N-o  xardín  unha  noite  sentada 
O  refrexo  d'o  branco  luar, 
Unha  nena  choraba  sin  trégolas 
.  Os  desdes  d'un  ingrato  galán. 
Y-a  Cuitada  entre  queixas  decía  : 
«Xa  n-o  mundo  non  teño  ninguén; 
Vou  morrer  e  non  ven  os  meus  olios 
Os  olliños  d'o  meu  doce  ben.» 
Os  seus  ecos  de  malenconía 
Caminaban  n-as  alas  d'o  vento; 
Yo  lamento 
Repetía  : 
«¡Vou  morrer  e  non  ven  ó  meu  ben!» 

Desde  que  Curros  perdió  á  su  santa  madre, 
las  producciones  del  poeta  están  impregnadas  de 
melancolía : 

Dende  que  te  perdin,  a  térra,  ó  ceo, 
Todo  é  pr'a  min  d'a  mesma  cor  d'a  morte; 
O  sol  non  m'alumea,  nin  os  campos 
Pra  min  ten  frores. 

Y  en  los  piadosos  recuerdos  de  la  infancia, 
nunca  olvidados,  y  en  el  íntimo  afecto  que  con- 
serva á  las  tradiciones  del  hogar  y  de  la  tierra 
natal,  se  inspira  el  poeta  para  decir: 

Leutores,  se  olvidando  d'o  mund'os  traballiños 
Vos  fórades  de  paseo  de  Vilanova  ó  val, 
Entrade  respetosos,  entrade  caladiños, 
N-a  primorosa  ermida  d'a  Virxe  d'o  Cristal. 


278  M.    CURROS    ENRÍQUEZ 


Si  escasos  de  fortuna  bicades  a  sua  pranta, 
Si  á  visitala  vades  faltiños  de  salú, 
Socorrerávos  logo  a  milagrosa  Santa; 
N-o  mundo  non  hay  outra  que  teña  máis  virtú. 

De  tristes  agarimo,  de  probes  esperanza, 
D'os  namorados  guía,  sostén  d'o  labrador, 
Canto  de  Dios  quixere,  tanto  de  Dios  alcanza; 
Non  hay  quen  lie  non  deba  consolos  e  favor. 

Cando  eu  era  pequeño,  por  miña  nay  levado^ 
D'aparición  pedinlle  a  lenda  celestial; 
Si  cal  a  deixo  escrita  non  for  d'o  voso  agrado, 
A  culpa  non  botedes  -ciVirxe  d'o  Cristal. 


IV 


El  gaitero  es  en  Galicia  el  encanto  de  la  gente 
moza,  y  la  gaita  regocija  nuestros  oídos  y  nos 
consuela  en  nuestras  aflicciones.  Curros  presenta 
á  sus  lectores  el  vivo  retrato  del  gaitero  de  Pe- 
nalta  en  los  siguientes  hermosos  versos : 

Dendesd'o  Lérez  lixeiro 
As  veigas  que  ó  Miño  esmalta, 
Non  houbo  n-o  mundo  enteiro 
Máis  arrogante  gueiteiro 
Que  o  gueiteiro  de  Penaíta. 

Sempre  retorcendo  ó  bozo, 
Erguida  sempre  a  cabeza, 
Daba  de  miral-o  gozo: 
Era  un  mociño...,  ¡qué  mozo! 
Era  unha  peza...,  ¡qué  pezal 


CURROS    ENRÍQUEZ    Y    SU   OBRA    LITERARIA        279 

Calzón  curto,  alta  monteira, 
Verde  faixa,  albo  chaleque 
Y-o  paño  n-a  fraltriqueira, 
Sempre  n-a  gaita  parleira 
Levaba  dourado  fleque. 

Xentil,  aposto,  arrogante, 
En  cada  nota  ó  gueiteiro 
Ceibaba  un  limpo  diamante, 
Que  logo  n-o  redobrante 
Pulía  ó  tamburileiro. 

¿Puede  darse  lenguaje  poético  más  sencillo, 
más  natural  y  más  apropiado?  ¿Puede  encontrar- 
se poesía  descriptiva,  de  costumbres  populares 
gallegas,  que  encierre  mayor  parecido  y  más 
vivos  colores? 

Curros  no  sólo  es  el  continuador  de  Zorrilla 
en  la  leyenda  y  el  heredero  de  Quintana  en  la 
forma  poética,  sino  que  sus  aptitudes  y  su  ima- 
ginación y  sus  sentimientos  le  llevan  á  cultivar, 
con  igual  éxito,  los  más  variados  géneros  litera- 
rios. Bien  puede  decirse  y  afirmarse  que  el  ilus- 
tre hijo  de  Celanova  es  un  poeta  genial,  trovador 
de  altos  vuelos  en  El  Maestre  de  Santiago,  román- 
tico y  caballeresco  en  A  Yirxe  d'o  Cristal,  galle- 
go enxebre  en  Cantigas  y  Alboradas,  y  amante  d'a 
terrina  en  aquellos  versos  inimitables  dedicados 
á  Mariquiñas  Puga,  días  antes  de  que  nuestra 
joven  paisana  saliese  del  puerto  de  La  Coruña 
para  la  Isla  de  Cuba : 

Pombiña  mensaxeira 
De  branca  pruma. 


280  M.    CURROS   ENRÍQUEZ 


Fálalle  os  emigrados 

D'a  patria  sua. 

Dilles,  mimosa, 
Que  d'eles  apartada, 

Galicia  chora. 

Dilles  que  pr'os  seus  lares 

Tornen  axiña; 
Que  sin  eles  non  queren 

Pintar  as  viñas, 

Regar  os  regos. 
Madurar  as  castañas 

N-os  castiñeiros. 

Dilles  que  non  hay  térra 

Millor  que  a  nosa, 
Máis  ridentes  paisaxes, 

Máis  frescas  sombras, 

Máis  puros  ceos, 
Nin  lúa  máis  luscente 

N-o  firmamento. 

Modesto  Fernández  González,  f 

(Fernán-González.) 


CURROS   ENRÍQUEZ   Y    SU    OBRA    LITERARIA      281 


NUESTROS  POETAS 


(23) 


Manuel   Curros    Enríquez. 

Ha  nacido  para  la  lucha.  Así  como  del  golpe 
del  eslabón  sobre  el  pedernal  brotan  chispas  de 
oro  en  brillante  cascada ,  así  del  choque  de 
opuestas  circunstancias  que  informan  el  proceso 
de  nuestra  vida  literaria,  brotaron  los  versos  de 
Curros,  vestidos  con  todas  las  galas  del  lenguaje 
y  armados  con  lanza  y  escudo,  á  un  tiempo  arru- 
llo é  imprecación,  canto  de  guerra  y  gemido  de 
dolor,  dulces  y  enérgicos,  amorosos  y  batallado- 
res. Su  lira  posee  todas  las  cuerdas  y  á  su  dulce 
son  canta  ya  la  placidez  serena  de  animadas  es- 
cenas campesinas,  que  describe  con  mágico  en- 
canto, ya  la  ardiente  lucha  de  pasiones  y  senti- 
mientos que  al  presente  nos  agita.  Con  la  misma 
facilidad  con  que  domina  todos  los  asuntos,  ma- 
neja todos  los  metros,  y  precisamente  esta  faci- 
lidad maravillosa,  amen  del  nervio  poético  de 
todos  sus  cantos,  han  hecho  que  se  le  aclame  sin 
reservas  como  uno  de  los  pocos  soberanos  de  la 
poesía  gallega. 

Ésta  le  debe  no  poco.  Gracias  á  él  y  á  Rosalía 


(23)     Véanse  las  Notas  del  recopilador,  que  figuran  después  del 
índice  de  este  tomo. 


282  M.    CURROS    ENRÍQUEZ 


atravesó  el  Sil  y  extendió^ su  fama  por  España 
entera.  La  traducción  que  Ángel  Rodríguez  Cha- 
ves hizo  de  A  Igrexa  fría,  aunque  bastante  de- 
fectuosa, fué  leída  y  comentada  con  avidez  por 
todos  los  públicos  españoles.  El  nombre  de  Cu- 
rros contribuyó  poderosamente  á  despertar  en 
los  literatos  de  las  demás  regiones  el  deseo  de 
aprender  el  gallego  para  leerle  en  su  idioma,  y 
hoy  no  hay  nadie  que,  siguiendo  el  movimiento 
literario  aun  de  lejos,  no  conozca  las  poesías  de 
Curros  Enríquez,  y  no  las  tenga  en  tan  alto  gra- 
do de  consideración  como  las  de  los  primeros 
poetas  de  otros  países. 

Nadie  puede  dudar  del  mucho  mérito  de  Cu- 
rros, ascendido  á  la  más  alta  jerarquía  literaria 
por  sufragio  universal,  cumpliéndose  en  él  la  que 
parece  lej^  que  rige  la  existencia  de  nuestros 
grandes  maestros  :  Rosalía,  Pondal  y  él.  En 
efecto,  ninguno  de  los  tres  ha  corrido  detrás  de 
la  fama  para  sujetarla  por  la  suelta  fimbria  de  su 
ligero  manto  que  el  viento  agita :  todos  tres  han 
vivido  y  viven  (hecha  lamentable  excepción  de 
nuestra  insigne  poetisa,  que  duerme  para  siem- 
pre en  brazos  de  la  inmortalidad)  alejados  del 
ruido  del  mundo,  encerrados  en  su  existencia 
modesta,  pretendiendo  anularse  ante  su  público 
de  devotos  para  todo  lo  que  sea  recibir  honores 
y  plácemes,  y  encerrándose  en  sus  solitarios  ho- 
gares, que  ningún  extraño  profana,  desde  los  que 
derraman  sobre  Galicia,  como  lluvia  de  perlas, 
las  sonoras  cadencias  de  sus  versos,  que  parecen 
armonías  celestes.Ningunode  ellos  es  rico  en  bie- 


I 


CURROS   ENRÍQUEZ    Y    SU    OBRA.    LITERARIA       283 


nes  de  este  mundo,  y  todos  tres  han  dado  á  Gali- 
cia una  riqueza  más  preciada  que  el  oro:  la  honra 
que  le  reporta  tener  hijos  tan  ilustres;  y,  por  últi- 
mo, todos  tres  han  recibido  las  mismas  heridas, 
ganadas  en  el  combate;  y  en  la  vida  de  todos  ellos, 
entre  los  laureles  plantados  á  la  puerta  por  la 
admiración  de  sus  paisanos,  ha  hecho  su  nido 
la  amargura  eterna,  que  parece  ser  patrimonio 
de  los  que  han  hecho  un  pueblo.  Curros,  amante 
de  su  patria  chica,  vive  alejado  de  ella;  Curros, 
amante  de  la  poesía,  vive  sujeto  con  ligaduras  de 
hierro  á  la  prosa  aplanadora  de  la  vida  del  pe- 
riódico, monstruo  insaciable  que  todo  devora : 
salud,  energías,  altos  pensamientos;  y  así,  sujeto 
á  un  trabajo  diario  que  tiene  de  fatigoso  lo  que 
el  trabajo  de  los  antiguos  esclavos,  siente  la  amar- 
ga nostalgia  del  desterrado  que  vive  siempre  con 
la  pena  de  no  poder  escapar  de  su  prisión,  ex- 
tendiendo en  el  aire  sus  hermosas  alas  de  pájaro. 
Él  no  está  en  Galicia,  pero  Galicia  está  en  él.  Su 
amor  late,  vivísimo  y  ardiente,  en  lo  más  hondo 
de  su  corazón,  y  para  ella  son  los  más  secretos 
afanes  de  su  alma  siempre  soñadora,  de  sus  des- 
fallecimientos, de  sus  horas  negras.  En  una  de 
éstas  fué  pasto  del  fuego  aquella  su  colección  de 
poemas  gallegos  titulada  Brétemas,  sobre  cuyas 
cenizas  llora  nuestra  poesía  regional  lágrimas  in- 
extintas. ¡Ah!,  sólo  Dios  y  el  que  las  pasa  saben 
cuan  amargas  son  estas  horas  de  absoluto  desfa- 
llecimiento en  que  el  poeta  reniega  y  maldice  de 
sí  propio  y  de  su  gloria,  y  con  sus  mismas  manos 
destruye  sus  versos,  que  es  lo  mismo  que  arran- 


284 


M.    CURROS    ENRIQUEZ 


carse  un  pedazo  del  alma  y  echarla  al  fuego  y 
verla  arder.  Después,  aunque  el  tiempo  pase  y  la 
herida  se  cicatrice  y  los  años  transcurran  y  nue- 
vos dolores  nos  hagan  olvidar  el  dolor  pasado, 
no  se  pueden  convertir  los  ojos  á  aquellos  leños 
calcinados  de  la  hoguera  extinta  y  helada,  sin 
sentir  que  ella  ha  destruido  para  siempre  un  pe- 
dazo de  nosotros  mismos. 

Su  historia  es  de  ayer  y  su  gloria  es  eterna. 
Posterior  á  Rosalía,  á  quien  debemos  nuestra 
poesía,  que  ella  sacó  de  la  nada;  posterior  á  Pon- 
dal  (hablo  sólo  de  los  que  han  vivido  lo  bastante 
para  alcanzar  la  plenitud  de  sí  mismos),  Curros 
está  fuera  del  suelo  que  nuestro  Murguía  llamó 
de  Los  Precursores.  Curros  vino  al  mundo  litera- 
rio cuando  nuestra  poesía  era  ya  nubil  doncella 
que,  armada,  se  había  hecho  lugar  honroso  entre 
los  que  (que  ya  los  había)  renegaban  de  ella  y 
trataban  de  sepultarla  de  nuevo.  Cuando  el  com- 
bate estaba  iniciado  ya,  cuando  por  todas  partes 
se  oían  los  himnos  de  las  victorias  que  se  iban 
obteniendo,  entonces  fué  cuando  Curros  vino  á 
la  arena  al  frente  de  todos  los  soldados  de  hoy, 
que  manejan  las  espadas  ennoblecidas  en  la  mano 
de  los  héroes  de  ayer.  Apenas  apareció,  todos 
le  rodearon  y,  aclamándole,  le  alzaron  sobre  el 
pavés  y  le  hicieron  caudillo  de  la  legión  nueva; 
desde  entonces,  la  espada  y  el  cetro  fueron  para 
Curros  una  misma  cosa,  porque  no  podían  ser 
otra,  porque  no  se  combate  agitando  el  ligero  tir- 
so, cuyo  alegre  ruido  se  escucha  con  deleite  sólo 
en  las  fiestas  de  la  paz.  Tal  vez  fué  más  lejos  de  lo 


CURROS   ENRÍQUEZ    Y    SU    OBRA    LITERARIA.       285 

que  debiera  y,  cegado  por  el  ardor  del  combate, 
estime  enemigos  á  los  que  debiera  respetar;  tal 
vez  extreme  contra  ellos  sus  ataques,  obedecien- 
do acaso  á  una  secreta  ley  que  haya  informado 
esta  primera  etapa  de  su  vida,  que  se  condensa 
en  su  libro  Aires  d'a  miña  térra,  en  su  novela 
El  tributo  de  sanyre,  en  sus  perdidas  Br eternas; 
pero  sobre  todo  en  el  primero  de  los  libros  cita- 
dos. Su  significación  y  su  importancia  condensan 
la  significación  y  la  importancia  del  autor.  Vivo, 
inspirado  y  caliente  en  su  estilo,  realista  en  la 
más  genuina  acepción  de  este  vocablo,  tiene  el 
secreto  de  conmover  ó  arrebatar  el  ánimo  del  lec- 
tor. Curros  tiene  fe  sincera  y  ardiente,  defiende 
sus  creencias  y  ataca  las  contrarias  con  fiereza 
leonina,  de  frente,  á  pecho  descubierto,  expo- 
niéndose sin  titubear  á  los  tiros  enemigos :  va 
derecho  á  su  fin  y  nada  le  detiene  ni  nada  le  im- 
porta. La  palabra  usual  tórnase  en  sus  labios 
enérgica  y  precisa;  la  enérgica,  dura;  la  dura, 
punzante  y  demoledora :  por  eso  el  gallego  en 
sus  labios  ha  acentuado  sus  tonos  de  pasión  y  la 
lengua  del  enamorado  y  dulce  Macías,  manejada 
por  él,  tórnase  en  ocasiones  ronca  como  el  soni- 
do de  la  trompa  épica,  ó  atronadora  como  el  agi- 
tado doblar  de  una  campana  que  toca  á  reba- 
to. En  la  indudable  melosidad  de  su  idioma  ha 
encontrado  como  nadie  acentos  arrebatadores, 
capaces  de  arrastrar  al  pueblo  en  pos  de  sí,  con- 
gregado á  su  voz,  poderosa  como  la  de  un  titán 
que  llama  á  sus  hermanos  á  la  conquista  del  Em- 
píreo. Por  esto,  porque  está  en  la  plenitud  de 


286  M.    CURROS   ENRÍQUEZ 


SÍ  mismo  y  tiene  la  conciencia  de  sus  fuerzas,  le 
amargó  más  la  herida,  punzóle  la  contrariedad, 
y  extremando  sus  convicciones,  llegó  desde  la 
obstinación  del  apóstol  á  la  exageración  del  sec- 
tario. Vióse  corregido,  y  se  revolvió  con  ira  con- 
tra su  corrector;  creyó  que  se  le  declaraba  la 
guerra,  y  la  aceptó  con  orgullo,  sintiéndose  allá 
adentro  capaz  de  sostenerla,  por  muchos  y  pode- 
rosos que  fuesen  sus  enemigos,  y  de  esta  mala 
disposición  de  su  ánimo  nacieron  más  tarde  sus 
ataques  encarnizados,  sus  versos  que  manan 
sangre  y  atropellan  y  hieren  y  contunden  y  fla- 
gelan sin  piedad  y  con  furor  reconcentrado.  Aun 
en  esta  especial  tesitura,  que,  hay  que  desenga- 
ñarse, no  es  su  manera  de  ser;  aun  en  esta  extre- 
ma pendiente,  en  la  que  agota  contra  sus  espe- 
ciales antipatías  el  vocabulario  de  las  más  enér- 
gicas reprobaciones,  no  desciende  de  su  altura 
de  gran  poeta,  y  produce  versos  tan  llenos,  tan 
vigorosos,  tan  bellos,  con  siniestra  belleza,  como 
los  que  titula  O  Vento...,  que  Curros  quiso  hacer 
humorísticos  y  no  hizo  sino  impregnados  de  una 
grandeza  trágica  tal,  que  no  les  ha  hallado  par 
en  ninguna  moderna  literatura.  Curros  es,  en 
nuestra  literatura,  el  poeta  de  lo  que  se  ha  dado 
en  llamar,  con  frase  más  ó  menos  bruta,  la  nota 
moderna,  pero  no  (en  sus  poesías  está  la  prueba) 
la  nota  antirreligiosa.  Las  que  dieron  origen  á 
que  el  vulgo  lo  aseverase  así,  sólo  son  desahogos 
aislados  que  se  salen  de  su  carácter  poético.  Más 
que  contra  instituciones,  se  revuelve  contra  per- 
sonas, y  más  que  contra  los  dogmas,  que  al  fin  y 


CURROS    ENRÍQUEZ    Y    SU    OBRA    LITERARIA       287 

al  cabo  ninguno  niega  directa  ni  indirectamente, 
contra  interpretaciones  de  los  mismos,  que  no 
respeta  ni  estima  justas.  No  es,  pues,  antirreligio- 
so Curros,  ó  mejor  dicho,  no  se  propone  Curros 
atacar  la  Religión.  Y  á  pesar  de  esto,  pasa  por 
antirreligioso  y  tiénesele  por  ateo,  por  hereje 
y  por  escéptico,  cuando  Curros,  á  mi  ver,  no  es 
tales  cosas,  aunque  en  determinadas  ocasiones 
haya  dicho  verdaderas  herejías.  No,  no  es  esta 
Curros,  sino  algo  diferente  en  esencia.  ¿Quien 
ha  calculado  el  sendero  que  seguiría  si  al  co- 
menzar los  albores  de  su  fama  no  se  hubiera 
distraído  su  atención  con  las  incidencias  de  su 
ruidosa  causa?  Después  de  la  explosión  que  estos 
días  conmueve  nuestro  mundo  literario,  ¿quién 
sabe  si,  monumentalizadas,  como  diría  Alarcón, 
estas  pequeñas  cosas,  y  libre  Curros  de  su  peso^ 
seguirá  desembarazadamente  y  con  nuevo  brío^ 
en  él  jamás  apagado,  la  senda  luminosa  que  le 
llevó  á  la  cima?  No  es  posible  juzgar  hoy  por 
entero  á  nuestro  poeta;  todavía  tiene  mucha  vida 
por  delante  y  una  misión  muy  grande  que  llenar. 
Él  dirige  á  la  hueste  joven,  que  recita  de  memo- 
ria sus  versos  con  tanto  entusiasmo  como  la  ge- 
neración anterior,  en  toda  España,  los  de  Espron- 
ceda.  Y  si  Curros  falta,  no  hay  nadie  que  le  subs- 
tituya, aunque  hay  algunos,  y  de  no  pocos  alien- 
tos, que  le  siguen.  Aun  hace  pocas  semanas  he 
visto  algunas  de  las  magníficas  acuarelas  á  una 
tinta  con  que  Manuel  Ángel  está  ilustrando  un 
nuevo  libro  de  Curros  que  aparecerá  en  breve, 
El  Maestre  de  Santiago,  en  el  cual  veremos  al 


285  M.    CURROS   ENRÍQUEZ 


poeta  tal  como  él  es,  siguiendo  libérrimamente 
el  vuelo  de  su  fantasía,  en  una  obra  toda  espon- 
tánea y  libre  de  influencias  exteriores,  y  tras  éste 
confío  que  hemos  de  ver  otros  que  hagan  brillar 
con  resplandor  aún  más  vivo  la  dorada  aureola 
del  poeta. 

¿Cuál  es  el  puesto  que  ocupa  en  nuestra  lite- 
ratura? Lo  he  dicho  ya.  Curros  es  el  caudillo  de 
nuestros  jóvenes  poetas,  es  el  que  la  mocedad 
gallega  lee  con  más  entusiasmo,  porque  parece 
que  en  sus  versos  bulle  y  alienta  cierto  fuego 
que  enciende  la  sangre  y  despierta  en  el  cerebro 
un  brillante  remolino  de  ideas,  á  través  de  las 
cuales  se  vislumbra  la  dorada  perspectiva  de  un 
porvenir  encantado  con  el  encanto  de  lo  desco- 
nocido. Las  emociones  de  la  guerra,  las  gratas 
dulzuras  de  la  paz,  esa  pasmosa  elasticidad  con 
que  las  imaginaciones  juveniles  se  sienten  irre- 
misiblemente seducidas,  lo  mismo  por  la  parte 
grata  de  la  existencia  que  despierta  con  nosotros 
el  deseo  de  entregarnos  á  dulces  sentimientos, 
que  por  las  asperezas  de  la  vida  que  nos  impul- 
san á  acometer  empresas  difíciles  y  levantadas, 
tras  de  las  cuales  no  se  busca  más  premio  que  la 
satisfacción  de  haber  vencido,  de  sentirse  fuerte 
y  animoso,  todo  esto  late  en  los  versos  de  Curros 
y  le  ha  asegurado  la  jefatura,  por  decirlo  así,  de 
la  juventud  de  Galicia,  que  se  ve  subyugada»  por 
quien  también  es  joven  y  tiene  todos  los  subli- 
mes anhelos  y  los  bríos  de  los  que  serán  dueños 
del  mañana.  Ante  ellos  se  abre  un  nuevo  ciclo  en 
que  emular  las  proezas  de  los  que  ya  conquista- 


CURROS    ENRÍQUEZ    Y    SU    OBRA    LITERARIA.       289 


ron  un  jirón  de  gloria  en  que  envolverse;  ellos 
serán  los  que  lleven  la  poesía  gallega  por  los 
nuevos  derroteros  que  las  actuales   tendencias 
señalan  á  todas  las  artes;  ellos  los  que  coronen  el 
edificio  que  tantas  víctimas  ilustres  ha  costado, 
los  que  lleven  á  la  plenitud  nuestra  poesía  regio- 
nal. Curros  amamanta  á  sus  pechos  esta  legión 
brillante  de  poetas,  que  en  sus  versos  beben  el 
misterioso  encanto  de  sus  poesías,  encanto  sólo 
comparable  al  de  algunos  viejos  poemas  escan- 
dinavos, y  ese  vivísimo  sentimiento  de  indepen- 
dencia que  trae  á  la  memoria  el  de  los  campesi- 
nos sardos.  Los  versos  de  Curros  (los  gallegos) 
están  por  completo  libres  de  influencias  extra- 
ñas, son  por  completo  de  la  tierra  á  cuyo  amor 
nacieron  y  cuyo  amor  anima  cada  una  de  sus 
estrofas.  Y  este  amor  pone  en  ellos  tales  acentos 
de  verdad,  tan  poderosa  fuerza  descriptiva,  tan 
amable  encanto,  que  así  como  las  novelas  de 
Pereda  despiertan  el  deseo  de  hacer  un  viaje  á  la 
Montaña,  así  los  versos  de  nuestro  poeta  produ- 
cen en  quien  los  lee  vivo  afán  de  conocer  la  tie- 
rra cuyos  hombres  hablan  este  admirable  idioma 
en  el  que  se  pueden  escribir  tan  lindas  cosas. 
Los  caracteres  flsonómicos  de  nuestra  raza,  su 
vida,  sus  costumbres,  sus  desdichas,  sus  aspira- 
ciones, están  en  los  versos  de  Carros  trasladados 
con  arte  inimitable,  arrancando  á  la  verdad  sus 
propios  acentos:  por  eso  se  lee  á  Curros  en  las 
aldeas  donde,  aun  en  aquellos  lugares  que  parece 
debían  estar  apartados  de  todo  comercio  litera- 
rio, no  es  su  autor  un  desconocido. 

10 


290  M.    CURROS    ENRÍQUEZ 


Lo  que  aún  no  puede  saberse  es  adonde  llega- 
rá. Su  obra  son,  hoy  por  hoy,  los  Aires  d'a  miña 
térra,  libro  completo,  aun  desde  sus  primeras 
ediciones,  que  llena  un  vacío  y  cumple  una  mi- 
sión que  ha  separado  la  primera  etapa  de  la  vida 
del  autor  de  las  que  en  lo  sucesivo  recorra.  Ini- 
ció su  carrera  con  gloria.  Mientras  no  nos  pre- 
sente otro  libro  de  importancia,  en  cuyas  páginas 
esté  escrito  otro  canto  del  poema  de  su  existen- 
cia literaria,  nada  podemos  prever,  pues  nadie 
sabe  los  anchos  senderos  por  donde  su  musa 
continuará  en  lo  sucesivo  su  carrera  de  triunfos 

AUflELlO    RiBALTA. 


CURROS   ENRÍQUEZ    Y    SU    OBRA    LITERARIA       291 


LA  REPÚBLICA  Y  SUS  HOMBRES 


(24) 


Curros  Enríquez. 

Unid  la  más  rica  fantasía  á  la  mayor  profundi- 
dad filosófica,  la  ternura  más  exquisita  y  la  ener- 
gía más  viril;  sentimiento  artístico  rayando  en 
lo  épico  y  patriotismo  exaltado  hasta  la  sublimi- 
dad; una  lira  de  oro  pulsada  con  diestra  mano, 
arrancando  acentos  tan  sentidos  y  poéticos  que 
hacen  vibrar  las  cuerdas  más  sensibles  del  cora- 
zón; forma  robusta,  armónica  y  cadenciosa  en  el 
verso;  clásica,  acerada,  firme  y  siempre  intencio- 
nada en  la  prosa:  estos  son  los  rasgos  morales 
que  caracterizan  las  obras  del  ilustre  poeta  galle- 
go, la  fisonomía  interna  del  escritor  político  Cu- 
rros Enríquez. 

¿Quién  no  conoce  sus  Aires  d\i  mina  ierra? 
¿Quién  como  él  ha  sabido  pintar  esos  cuadros 
llenos  de  melancólica  luz  que  tan  magistralmen- 
te  pintan  la  región  gallega?  No,  no  hay  un  solo 
paisano  suyo  que  no  recite  aquellos  incompara- 
bles versos  llenos  de  sentimiento  y  que  traducen 
tan  fielmente  la  nostalgia  de  los  hijos  de  aquella 


(24)     Véanse  las  Notas  del  recopilador,  que  figuran  después  del 
índice  de  este  tomo. 


292  M.    CURROS    ENRÍQUEZ 


Suiza  española,  tan  mal  juzgada  por  la  inmensa 
mayoría  de  los  españoles. 

Allá  en  las  verdes  montañas  de  su  país,  en  los 
risueños  valles  en  que  la  Naturaleza  brilla  con 
esplendor  incomparable,  en  las  frescas  riberas 
de  sus  poéticos  ríos,  en  las  playas  de  su  mar 
Cantábrico  y  entre  las  abruptas  rocas  de  sus  cor- 
dilleras, preguntad  al  pastorcillo,  al  marinero, 
al  paisano  ó  al  labrador  quién  es  Curros  Enrí- 
quez,  y  os  recitarán  tiradas  enteras  de  sus  armo- 
niosos versos,  impregnados  de  sentimentalismo 
alemán. 

Y  no  solamente  ha  escrito  como  nadie  en  su 
dialecto;  bien  ha  probado  en  El  Caballero  de  Mal- 
ta el  corte  puramente  clásico  castellano;  fuera 
inútil  y  prolijo  hablar  de  las  demás  obras  de  este 
querido  hermano  en  letras;  mas  no  hemos  de 
omitir  en  manera  alguna  sus  Comentarios,  que 
diariamente  servía  al  público  en  El  País,  ¡Con 
qué  vigor  atacaba  siempre  el  acto  político  vulne- 
rable! ¡Qué  maestría  para  señalar  siempre  el  de- 
fecto! ¡Qué  acierto  para  el  ataque  y  qué  energía 
para  la  defensa!  Sus  comentarios  políticos  serán 
siempre  página  de  gloria  en  la  vida  del  escritor. 

¿Que  más  vida  pública  ha  de  tener  el  que  no 
ha  tenido  tiempo  más  que  para  sentir  y  expresar 
su  sentimiento  con  esa  forma  admirable  que  tie- 
ne origen  en  el  corazón  ardiente  del  poeta,  des- 
arrollo en  su  caldeado  cerebro  y  manifestación 
en  sus  admirables  composiciones? 

Mas  ¡ay!,  como  el  atleta  cansado  del  diario 
combate,  abandonó  las  playas  españolas  por  las 


CURROS  ENRÍQUEZ  Y  SU  OBRA  LITERARIA   293 

fértiles  riberas  de  Cuba:  allí  ha  sido  acogido  por 
sus  paisanos  como  su  genio  merecía,  y  está  al 
frente  de  una  importante  publicación,  y  nosotros 
siempre  lamentando  la  ausencia  de  aquel  repu- 
blicano progresista  de  corazón,  ardiente  sacerdo- 
te de  la  idea  y  noble  propagandista  del  derecho 
moderno,  siempre  en  beneficio  de  los  pueblos. 
La  ausencia  no  debilitará  el  cariño  y  admira- 
ción que  sentimos  por  el  noble  poeta  é  ilustre 
republicano,  del  cual,  no  ya  la  futura  República 
española,  sino  la  raza  latina,  de  la  que  es,  como 
nosotros,  decidido  campeón,  esperan  mucho, 
pues  es  uno  de  los  más  fuertes  campeones  del 
derecho  político  de  los  pueblos. 

Vicente  de  la  Cruz. 


294  M.    CURROS    KNRÍQUEZ 


TRIBUNA  LIBRE 


(2r>) 


Curros  Enríquez. 

De  los  poetas  regionales  gallegos,  es  quien  más 
cariño  y  más  fama  ha  logrado  haber  en  su  tie- 
rra. Un  tiempo  luchó  rudamente  contra  las  envi- 
dias, hallando  en  los  enemigos  rencores  impla- 
cables y  sólo  desamor  en  los  hermanos.  Su  vida 
fué  sañudo  y  constante  batallar,  con  descansos 
fugaces  de  angustias  y  de  penas.  Por  eso,  al  lucir 
la  aurora  dorada  de  la  reivindicación,  logró  po- 
pularidad y  cariño;  que  el  pueblo,  en  virtud  qui- 
zás de  sabias  intuiciones,  únicamente  se  rinde 
ante  el  poeta  cuando  su  obra  es  fecunda  y  es 
humana,  cuando  es  verdadera  obra  de  apóstol. 

Desde  hace  ya  mucho  tiempo  Curros  Enríquez 
vivía  en  países  lejanos.  Vuelve  ahora  á  su  tierra, 
y  el  pobre  llega  enfermo,  vencido  por  una  lucha 
constante  y  dolorosa.  Tal  vez  espera  curarse  res- 
pirando los  aires  de  la  región  natal,  bajo  aquel 
cielo  gris,  con  los  olores  agrestes  de  las  campi- 


(25)     Véanse  las  Notas  del  recopilador,  que  figuran  después  del 
índice  de  este  tomo. 


CURROS    ENRÍQUEZ    Y    SU    OBRA    LITERARIA       295 

ñas  y  el  canto  saudoso  de  las  zagalas.  Mal  de  nos- 
talgia debe  ser  el  suyo,  y  muy  bondadosa  es  la 
influencia  de  cuanto  hasta  ahora  sólo  pudo  ofren- 
darle el  ensueño. 

Pasea  aún  por  las  rúas  de  las  ciudades  y  de 
las  villas  gallegas  aquella  su  figura,  un  tiempo 
arrogante  y  varonil. 

Los  periódicos  aroman  con  perfumes  de  in- 
cienso al  hermano  que  viene  adolorido  y  sin 
fuerzas.  Toda  la  gente  pudo  oir  voces  santas,  un- 
gidas con  el  bálsamo  del  amor,  llenas  con  la  fie- 
bre del  entusiasmo:  «Si  alguna  vez  pasa  á  vuestro 
lado,  descubrios.  Ha  luchado  por  vuestra  reden- 
ción, ha  sufrido  por  vosotros,  á  vosotros  única- 
mente consagró  su  vida.»  ¡Qué  hermosas  son  es- 
tas palabras  y  qué  alegría  llevan  á  los  corazones! 
Curros  Enríquez  vivió  siempre  en  lucha;  su  voz 
alzóse  ruda,  obscureciendo  todo  otro  rumor,  vi- 
brante, apocalíptica.  Él  ha  dicho  con  versos  de 
gran  belleza,  acoplados  en  forma  arcaica  y  gentil: 

Triadas,  miñas  triadas. 
Que  levadel-os  tres  ños 
D'as  frechas  envenenadas... 

Miñas  triadas  valentes, 
Rachade  os  aires  fungando 
Como  fungan  as  serpentes... 

Y  á  esta  idea  ajustó  siempre  su  vida  y  su  obra. 
Hasta  él,  la  poesía  gallega  había  sonado  con  ecos 
de  lamentación  doliente.  Curros  Enríquez  co- 
menzó ya  haciendo  algo  distinto.  Fué  su  voz  pri- 


296  M.    CURROS    ENRÍQÜEZ 


mera  canto  melodioso  y  dulce.  Tiene  estrofas  de 
aquel  tiempo  donde  los  campos  de  Galicia  pare- 
cen haber  dejado  todos  sus  aromas,  todos  sus 
colores.  Vense  allí  los  días  siempre  negruzcos, 
con  la  sonrisa  pálida  de  un  sol  bien  triste;  se 
oyen  esas  baladas  humildes  de  los  pastores  y  hay 
en  ellas  olores  de  menta,  de  fresa  en  sazón,  de 
resina  húmeda,  de  flores  silvestres...  En  estas 
poesías  egiógicas  duerme  ya  un  secreto  fondo 
que  hace  vibrar  en  el  alma  amargurada  las  cuer- 
das más  íntimas  del  sentimiento.  ¡Es  que  el  poe, 
ta  ve  el  paisaje  de  un  modo  suyo  y  llena  la  visión 
con  fugaces  resplandores  de  aquello  que  bien 
pronto  había  de  explotar  en  cataratas  de  llamas 
iracundas! 

Y  cuando  la  nueva  forma  principia  á  iniciarse, 
los  versos  braman  y  rugen.  Son  constantemente 
una  evocación  á  los  humildes,  una  voz  hermana 
que  se  revuelve  contra  los  verdugos.  Ondulantes 
y  flexibles,  cimbréanse  como  serpientes,  ciñén- 
dose,  mordiendo.  Á  veces  llegan  á  movilizarse, 
y  cada  verso  es  una  flecha  de  cristal  candente. 
Parece  que  el  poeta  ansiara  herir  deslumhrando. 
Todo  lo  sacrifica  á  la  causa  de  los  humildes,  de 
los  vencidos.  Oye  el  grito  del  anciano  que  va 
solo  por  la  vida,  ya  que  sus  hijos  han  muerto  en 
la  guerra;  y  lo  oye  junto  con  el  sollozar  de  los 
huérfanos  y  el  gemir  inconsolable  de  las  viudas. 
Oye  las  cuitas  del  labrador  que  ve  perderse  sus 
cosechas;  oye  la  voz  amarga  del  que  emigra  en 
busca  de  pan...  Estos  dolores  le  invaden  el  alma; 
y  sus  versos,  entonces,  parecen  ansiosos  de  todos 


CURROS    ENRÍQUEZ   Y   SU    OBRA    LITERARIA       297 

los  venenos  y  de  todas  las  ponzoñas.  Son  casca- 
das de  odio;  se  iluminan  con  luces  de  incendio... 


Quieren  los  hombres  amordazar  al  rebelde,  al 
jabalí  herido  que  los  busca  en  vez  de  huir.  Le 
condenan  á  varios  años  de  prisión,  le  absuelven 
después...  Y  el  poeta,  lejos  de  enmudecer  atemo- 
rizado, habla  más  fuerte  aún,  grita  con  vigor  más 
grande.  Sus  versos,  desde  ahora,  no  son  humil- 
des un  solo  instante,  ni  tienen  jamás  acentos  dul- 
ces :  corren  como  ríos  de  fuego  por  las  campiñas, 
encienden  en  los  corazones  sentimientos  ador- 
mecidos, van  á  estallar  entre  la  alegría  de  los 
poderosos... 

Cansino,  al  ftn,  surcó  los  mares.  Fué  á  Cuba.  Su 
producción,  lenta  siempre,  amenguó  más  desde 
entonces;  pero  su  voz  amiga  no  se  mantuvo  cons- 
tantemente en  silencio.  Siempre  que  fué  necesa- 
ria, envió  frases  de  consolación  ó  sonó  con  acen- 
tos de  rebeldía.  Yo  recuerdo  instantes  en  que 
gentes  humildes  lloraban  grandes  cuitas;  y  las 
recuerdo,  en  otros  días,  lamentando  deslealtades 
crueles.  Evoco  al  poeta,  y  su  voz  me  parece  el 
zigzaguear  glorioso  de  un  relámpago,  ó  la  veo 
como  una  luz  divina,  que  es  para  el  alma  bálsamo 
de  gran  dulzor. 

Si  alguna  vez  humilla  algo  el  tono  vibrante, 
aun  entonces  no  son  frivolos  ni  son  infecundos 
sus  versos;  parecen  el  postrer  sollozo  de  un  arpa 


298  M.    CURROS   ENRÍQüEZ 

que  cantó  sólo  victorias,  y  que  al  romperse  vibra 
en  gemidos  ondulantes  y  trémulos.  Viene  á  nos- 
otros enfermo.  Viene  buscando  aires  amigos  que 
le  den  la  salud  del  cuerpo  y  la  paz  del  alma.  Su 
obra  es  inmortal  y  es  fecunda:  nos  lleva  hacia 
nuevas  visiones,  engendra  ansias  de  sublimo 
^grandiosidad.  Nacido  en  otro  tiempo  este  poeta, 
al  son  de  su  lira  hubiera,  sin  duda,  infundido 
alientos  en  las  huestes  amedrentadas  y  hubiera 
guiado  á  los  combatientes  á  la  pelea:  es  aún  uno 
de  esos  antiguos  bardos  que  tenían  á  la  vez  in- 
vestidura de  guerrero  y  sacerdote.  Su  voz  reso- 
nará años  y  años  sobre  aquellas  campiñas:  las 
campiñas  verdes  y  húmedas,  donde  cae  mansa  la 
luz  del  sol,  donde  cae  mansa  la  lluvia  perenne 
de  los  inviernos  largos,  donde  las  almas  son  hu- 
mildes y  resignadas... 

Yo  siento  amor  gigante  por  el  bardo  y  por  su 
obra.  Aquellos  versos  que  vengo  escuchando 
desde  niño  supieron  darme  á  menudo  alientos. 
Unas  veces  han  alumbrado  mi  peregrinación,  y 
otras  veces  han  sido  para  mí  como  el  divino  as- 
tro de  la  leyenda  bíblica,  que  señalaba  el  camino 
de  los  pastores. 

Dicen  bien  los  periódicos  gallegos.  En  la  figura 
de  Curros  Enríquez  hay  algo  de  sagrado.  Viene 
ahora  á  la  corte,  y  se  hace  preciso  que  sepamos 
cómo  es  en  la  vida;  si  es  recio  ó  menudo  de  for- 
mas; si  su  barba,  negra  hace  años,  se  ha  encane- 
cido ya;  si  sus  ojos  brillan  aún,  profundos  como 
en  otro  tiempo,  animados  por  la  luz  interior  de 
la  idea.  Es  necesario  conocerlo.  Y  entonces,  cuan- 


CURROS    ENRÍQUEZ    Y    SU    OBRA    LITERARIA       299 

do  le  veamos  junto  á  nosotros,  que  nuestras  ca- 
bezas se  descubran  como  al  paso  de  un  apóstol  ó 
de  un  Dios.  ¡Sufrió  por  causa  de  los  oprimidos  y 
de  los  débiles,  y  en  la  pelea  ciñó  á  su  frente  las 
espinas  de  todos  los  dolores  y  gustó  con  sus  la- 
bios la  hiél  de  todas  las  amarguras! 

Francisco  de  Camba. 


300  M.    CURROS   ENRÍQUEZ 


HOMENAJE  DE  JUSTICIA 


(26) 


Hace  ya  bastante  tiempo.  Recuerdo  que  una 
tarde  huroneaba  por  los  rincones  del  desván  de 
mi  casa  con  esa  curiosidad  peculiar  de  la  infan- 
cia, instintiva  y  destructora,  que  no  se  da  por 
satisfecha  hasta  que  no  encuentra  cosas  nuevas 
y  lo  ha  mirado  y  revuelto  todo.  Después  de  apar 
tar  una  infinidad  de  objetos  de  un  montón  en- 
contré, ¡oh  dicha  mía!,  un  inmenso  cajón  lleno 
de  libros  muy  polvorientos  y  amarillos,  pero  que 
á  mí  me  parecieron  interesantísimos.   • 

Y  principié  á  sacarlos  y  ponerlos  en  el  suelo, 
al  mismo  tiempo  que  miraba  su  título.  ¡Qué  de- 
licia tener  tanto  que  leer!  Pero  ¿por  cuál  prin 
cipiaría?  Aquellos  novelones   de  Fernández  y 
González  eran   demasiado   voluminosos,  y  me 
acordaba  del  Gil  Blas  de  Santillana,  que  me  dio 
para  leer  mes  y  medio;  La  Araucana  estaba  im 
presa  en  caracteres  tan  diminutos  que  me  can 
sarían  la  vista;  los  viejos  folletines  coleccionados 
de  El  Liberal  y  La  Correspondencia  no  los  quería 


(26)     Véanse  las  Notas  del  recopilador,  que  figuran  después  del 
índice  de  este  tomo. 


CURROS    ENRÍQÜEZ    Y   SU    OBRA    LITERARIA       301 

para  aquel  momento;  me  encantaban  las  viñetas 
de  la  Señorita  del  quinto  piso,  j  hasta  estuve  por 
leer  desde  luego  á  Quintín  Durvard;  pero  no, 
necesitaba  saber  lo  que  venía  detrás. 

Aquel  cajón  parecía  inagotable,  y  yo,  domina- 
do de  un  ardor  febril,  respirando  el  polvo  que 
envolvían  los  viejos  librotes,  formaba  en  mi  ce- 
rebro una  confusa  amalgama  de  nombres  y  títu- 
los. Por  delante  de  mis  ojos  desfilaron  las  mejo- 
res producciones  de  Pereda,  Balzac,  Dumas,  Es- 
pronceda,  Xavier  de  Montepín,  Pérez  Escrich  y 
otros  muchos,  juntamente  con  opúsculos  de  De- 
mófilo  y  antiguas  colecciones  de  la  Gaceta.  De 
pronto,  al  coger  un  libro  en  rústica  muy  usado  y 
maltrecho,  se  escapó  una  hoja  suelta:  eran  unos 
versos  preciosos  en  gallego.  Me  entusiasmaron 
de  tal  modo,  que  decidí  leer  primero,  y  antes  que 
nada,  aquella  obra;  me  fijé  en  su  título,  y  era 
Aires  d'a  miña  térra;  busqué  el  nombre  de  su 
autor,  y  vi  escrito  Curros  Enríquez. 

No  se  dónde  había  oído  decir  que  Curros  En- 
ríquez era  enemigo  de  los  cristianos  y  de  los 
curas,  y  que  el  que  tocase  sólo  sus  libros  cometía 
un  pecado  mortal  que  infaliblemente  purgaría, 
tostándose  en  el  infierno  toda  la  eternidad.  Sin 
embargo,  cogí  el  libro  y  lo  leí  con  ansiedad,  por 
lo  mismo  que  se  me  prohibía,  y  si  admirable  me 
pareció  al  principio,  por  grandiosa  tuve  al  fin  la 
genial  inspiración  de  Curros.  Y  pensando  en  la 
campaña  sin  razón  emprendida  en  contra  suya, 
por  reflejar  en  los  ecos  de  su  alma,  que  son  sus 
versos,  la  verdad  pura  y  diáfana  exenta  de  incom- 


302  M.    CURROS   ENRÍQUEZ 


prensibles  retóricas,  levanté  ya  entonces  en  mi 
infantil  pecho  un  altar  de  admiración  al  ilustre 
Curros  y  volví  á  guardar  religiosamente  el  volu 
men  en  el  fondo  del  inmenso  cajón,  mientras 
murmuraba  entre  dientes : 


Si  esto  é  xusticia 
Qu'o  demo  me  leve. 


II 


Desde  entonces  he  vuelto  á  saborear  varias 
veces  sus  hermosas  poesías.  Y  siempre  me  en- 
cantaron por  esa  inagotable  armonía  que,  dando 
m.odalidad  al  pensamiento,  nos  conmueve;  por 
el  tesoro  de  ternura  y  delicadísimos  sentimien- 
tos acumulados  en  forma  tosca  á  veces;  por  esa 
viva  compenetración  del  espíritu  campesino  y 
por  los  áureos  resplandores  brotados  al  calor 
de  una  inspiración  fogosa  que  abomina  del  des- 
potismo, de  la  desigualdad  y  otras  calamidades 
sociales,  condensados  aquéllos,  bajo  el  marco  del 
más  dulce  dialecto,  en  sus  sentidas  estrofas,  me- 
lancólicas ó  alegres,  con  su  fondo  inmutable  de 
justicia,  y  todas  sus  poesías  en  que  vaga  esa  nota 
melódica,  sublime,  arrobadora  y  fantástica,  reco- 
gida en  el  puro  manantial  de  concepción  que 
prestan  los  dulcísimos  valles  y  escarpadas  mon 
tañas  de  la  hermosa  tierra  gallega. 

Y  sobre  todo,  lo  que  hay  que  admirar  es  un 
acendrado  cariño  al  suelo  patrio,  y  ese  espíritu 


CURROS    ENRIQUEZ    Y    SU    OBRA    LITERARIA        303' 

moderno  que  se  revuelve  airado  luchando  con 
las  opresoras  garras  de  un  clericalismo  funesto 
y  los  podridos  arquitrabes  del  armatoste  social. 


III 


Por  eso  cuando  supe  hace  pocos  días  que  al 
insigne  autor  de  A  Igrexa  fría  se  le  había  coro- 
nado en  el  Teatro  Principal  de  La  Coruña  entre 
ovaciones  delirantes,  experimenté  una  inmensa 
alegría,  la  viva  satisfacción  que  nos  embarga 
cuando  una  idea  nuestra  se  completa  y  armoniza, 
con  la  de  otros. 

Yo  también  pensé  siempre  que  el  vate  gallego 
era  acreedor  á  una  recompensa,  y  por  tanto,  al 
dedicarle  varias  sociedades  de  Galicia  una  coro- 
na de  oro  y  plata  que  simbolizase  perpetuamente 
su  admiración,  no  hicieron  más  que  rendir  un 
merecido  homenaje  al  cantor  por  excelencia  de 
aquella  tierra,  al  famoso  autor  de  Aires  d'a  mina 
térra. 

Curros  Enríquez  ha  sufrido  inicuas  persecu- 
ciones. ¿Quién  no  las  sufre  cuando  se  trata  de 
levantar  la  voz  en  medio  de  esta  atmósfera  satu- 
rada del  mayor  nepotismo  y  de  un  ambiente  de 
refinada  hipocresía;  cuando  se  protesta  de  fata- 
les imposiciones  dogmáticas,  y  en  el  momento 
en  que  con  patriótico  anhelo  se  pide  mucha  luz 
y  mucha  justicia  para  caminar  con  paso  firme  en 
ese  mar  preñado  de  sombras  obscurantistas  que 
se  llama  sociedad?  ¡Ah!  Es  necesario  que  haya. 


304 


M.    CURROS   ENRIQUEZ 


muchos  que  se  templen  y  acrisolen  sirviendo  de 
blanco  á  esas  ruines  asechanzas,  porque  será 
señal  inequívoca  de  que  la  corriente  de  salvación 
€s  impetuosa;  es  preciso  que  legiones  enteras  de 
hombres,  imitando  al  insigne  Curros,  luchen 
denodadamente  por  extirpar  del  cuerpo  nacio- 
nal el  virus  inoculador  de  la  más  creciente  y  es- 
pantosa de  las  ruinas. 


Luis  Méndez  Calzada. 


CURROS   ENRÍQÜEZ   Y   SU    OBRA    LITERARIA        305 


LITERATURA  REGIONAL  GALLEGA 


iii) 


Manuel  Curros  Euríquez  y  la  nueva  generación^ 

Mis  simpatías  y  entusiasmos  por  la  poesía  ga- 
llega tuvieron  origen  en  las  páginas  de  un  libro 
cuyo  mérito  me  pareció  insuperable :  Aires  d'a 
miña  térra,  de  Curros  Enríquez.  Era  yo  demasia- 
do joven  para  haber  oído  hablar  del  poeta;  pero 
á  pesar  de  ello  y  de  las  dificultades  que  para  mí 
tenía  la  lectura  de  su  lenguaje,  que  me  era  extra- 
ño, no  vacile  en  consagrarle  mi  admiración.  De- 
letreando palabra  por  palabra,  repitiendo  estro- 
fa por  estrofa,  saboreando  una  por  una  aquellas 
hermosas  composiciones  conmovedoras,  hondas, 
sinceras,  intencionadas  y  viriles,  sentía  yo  algo 
como  la  atracción  de  un  imán  poderoso  que,  ha- 
ciendo vibrar  las  fibras  de  mi  alma  con  amor  á 
la  infortunada  Galicia,  despertaba  en  mí  el  deseo 
de  pelear  también  por  la  hermosa  región  espa- 
ñola para  hacerme  digno  de  gozar  en  ella  la 
soñadora  paz  de  sus  frondosos  castañares,  e)  de- 
leitable encanto  del  habla,  al  que  un  filósofo 
inglés  llamó  el  italiano  de  Occidente,  la  dulce  cal- 


(27)     Véanse  las  Notas  del  recopilador^  que  figuran  después  del 
índice  de  este  tomo. 


306  M.    CURROS    ENRÍQUEZ 


ma  de  las  escenas  campesinas,  la  serena  placidez 
de  aquel  cielo,  cobijador  solemne  de  proezas  j 
glorias. 

Después,  tras  algunos  años,  he  sabido  de  Cu- 
rros Enríquez  que  nació  en  Celanova  (Orense)^ 
que  cursó  la  carrera  de  Derecho  y  fue  desde  sus 
mocedades  periodista,  y  que  los  azares  de  sus 
campañas  en  la  prensa  y  de  su  vida  política  le 
obligaron,  primero  á  emigrar  á  Londres  y  des- 
pués á  Cuba,  donde  desde  entonces  ha  vivido 
soñando  en  su  patria  y  deseado  de  ella. 

Al  estudiar  más  tarde  la  literatura  de  Galicia 
he  podido,  por  mí  mismo,  apreciar  la  influencia 
grande  que  las  obras  de  Curros  han  ejercido  en 
la  poesía  contemporánea  de  aquel  pueblo.  Y  no 
sólo  en  la  poesía.  Acaso  el  fuego  sagrado  de  la 
patria  gallega,  mantenido  cada  vez  con  mayor 
entusiasmo  y  afán,  se  debe  más  á  los  emigrados 
ilustres  que  á  los  que  no  han  dejado  de  pisar  el 
patrio  suelo.  Al  otro  lado  de  los  mares,  el  nom- 
bre sacratísimo  de  Galicia,  diariamente  bendeci- 
do y  glorificado,  preside  corporaciones  doctas, 
ilustrados  diarios  y  revistas,  libros  y  publicacio- 
nes notables.  Defendiéndola  y  honrándola  viven 
allí  sus  hijos,  en  ese  vivo  amor  que  enciende  la 
ausencia  de  la  tierra  querida  y  que  tan  enardeci- 
damente  inspira  á  los  poetas,  amor  que  llega  lue- 
go hasta  nosotros  vigorizado  por  los  ambientes 
que  cruza  y  envuelto  en  las  más  sanas  y  fecun- 
das oleadas  de  regeneración  y  progreso. 

Mariano  Miguel  de  Val. 


CURROS    ENRÍQUEZ    Y    SU    OBRA    LITERARIA       '307 


EN  BLO&IO  DEL  POETA 


(28) 


Transformada  una  vez  en  ave  de  pío  dulcísi- 
mo y  alas  de  nieve,  de  las  que  anidan  en  los  cam- 
panarios, bañándose  en  luz  celeste  y  en  las  ondas 
del  incienso  que  trasciende  de  la  nave,  canta  una 
tradición  devota  y  popular,  aprendida  de  los 
labios  de  su  madre,  y  con  tan  sincero  fervor 
como  casi  no  es  posible  que  brote  de  un  ánimo 
ajeno  del  todo  á  las  creencias  en  que  se  inspira 

RvDo.  P.  Francisco  Blanco  García,  f 

(Fraile  agustino,  profesor  del  Real  Colegio  del  Escorial 

y  autor  de  La  Literatura  Española 

en  el  siglo  XIX.j  ■ 


:    (28)     Véanse  las  Notas  del  recopilador,  que  figuran  después  del 
índice  de  este  tomo. 


308  M.    CURROS    ENRÍQÜEZ 


«EL  PAÍS»  Y  CURROS  ENRÍQÜEZ 


(^9) 


Seguimos  hoy  bajo  la  dolorosa  impresión  que 
nos  causó  en  la  madrugada  de  ayer  la  noticia  de 
la  inesperada  muerte  de  nuestro  antiguo  compa- 
ñero, el  gran  poeta  Curros  Enríquez. 

Habremos  de  dedicarle  en  números  sucesivos 
repetidos  recuerdos  con  la  ternura  que  se  con- 
sagra á  un  hermano  muerto. 

Hoy  sólo  escribiremos  algunas  líneas  biográ- 
ficas. 

Nació  Curros  en  Celanova  (Orense),  en  1851. 
Su  padre  era  notario  en  aquella  población,  muy 
bien  reputado  por  su  inteligencia  y  sus  virtudes 
verdaderamente  austeras. 

Pero  chapado  á  la  antigua  ó  intransigente  en 
materia  religiosa,  estalló  en  el  hogar  paterno  una 
verdadera  tempestad  el  día  en  que  el  adolescen- 
te Manuel  Curros  reveló,  no  sabemos  si  en  escri- 
tos ó  palabras,  que  ya  no  estaba  de  acuerdo  con 
las  prácticas  y  las  creencias  ultracatólicas  de  su 
padre. 

Además,  éste  consagraba  á  su  hijo  á  la  carrera 
notarial.  Imaginaba  en  él  un  fidelísimo  deposita- 


(29)     Véanse  las  Notas  del  recopilador,  que  figuran  después  del 
índice  de  este  tomo. 


CURROS    ENRÍQUEZ    Y    SU    OBRA    LITERARIA       309 


rio  de  su  archivo  y  de  la  fe  pública  de  aquella 
comarca.  La  protesta  literaria  del  hijo  enojó  tan- 
to al  padre  como  su  protesta  religiosa. 

Vino  el  rompimiento.  Curros  abandonó  la  casa 
paterna  con  lo  puesto.  Jamás  su  padre  transigió 
con  él.  Hombre  de  carácter  férreo,  vivió  hasta 
cerca  de  los  noventa  años  sin  querer  oir  hablar 
de  los  triunfos  del  poeta  y  mucho  menos  de  sus 
campañas  librepensadoras.  Murió  sin  haber  leí- 
do ni  un  solo  verso  de  su  hijo,  y  éste  no  volvió 
á  cruzar  el  umbral  de  la  casa  paterna.  Fué  aquél 
el  choque  de  dos  trozos  de  granito  de  la  misma 
cantera,  porque  Curros  era  tan  entero,  adusto  y 
noblemente  intransigente  como  su  padre. 

Adaptada  á  los  tiempos  modernos,  aquélla  fué 
una  escena  semejante  á  la  del  joven  Cid  con  su 
padre  Diego  Laínez,  cuando  éste  pone  á  prueba 
la  paciencia  del  futuro  Campeador. 

Bien  joven,  pues,  casi  niño,  sintió  Curros  las 
amarguras  de  las  luchas  por  el  ideal  y  por  la 
existencia,  que  debían  de  ser  su  corona  de  glo- 
ria y  de  martirio. 

Vino  á  Madrid,  y  no  tardó  en  darse  á  conocer 
como  insigne  periodista.  Durante  la  guerra  civil 
fué  corresponsal  y  cronista,  corriendo  los  riesgos 
del  combatiente  en  más  de  una  ocasión. 

Rupublicano  de  toda  la  vida,  en  la  Prensa  del 
partido  halló  constante  acogida  y  cariñoso  y  de- 
bido amparo. 

En  1880  publicó  sus  famosos  Aires  d'a  miña 
terrcty  versos  gallegos  de  exquisita  factura,  llenos 
del  sabor  de  la  pequeña  patria,  pero  con  hori- 


310  M.    CURROS    ENRÍQUEZ 


zontes  sobre  España  y  Europa  y  con  el  ambien- 
te de  libertad  de  la  poesía  moderna. 

El  fanático  clero  gallego  persiguió  las  poesías 
de  Curros  Enríquez.  Fué  procesado,  fué  conde- 
nado en  primera  instancia  por  sus  herejías  líri- 
cas en  las  composiciones  que  se  han  hecho  céle- 
bres, A  Igrexa  fría,  Pelegrinos  á  Boma  y  Mirando 
6  chau.  La  Audiencia  le  absolvió. 

Fué  aquélla  una  de  las  más  escandalosas  per- 
secuciones inquisitoriales  con  que  la  Restaura- 
ción avergonzó  á  España  ante  Europa,  período 
que  empezó  con  Curros  Enríquez,  siguió  con 
Rizal  y  aun  continúa  ofreciéndonos  el  espectácu- 
lo de  condenados  á  presidio  por  anticatólicos, 
ni  más  ni  menos  que  en  los  tiempos  de  Felipe  II. 

He  aquí  algunos  de  los  libros  más  hermosos 
del  gran  escritor  :  El  Padre  Feijóo.  obra  dramá- 
tica; O  Divino  Saínete^  poema;  M  collar  de  perlas, 
novela;  Paniagua  y  Compañía,  novela;  El  Maes- 
tre de  Santiago,  poema  legendario,  y  otras  muchas 
leyendas  y  poesías. 

Los  últimos  días  de  su  vida  los  consagró  al 
periodismo  casi  por  completo,  redactando  el 
Diario  de  la  Marina,  de  la  Habana.   - 

Allí  ha  muerto  en  la  tarea  devoradora  y  casi 
siempre  anónima  del  periodista.  Seguramente 
que  la  posición  que  supo  conquistarse  en  Amé- 
ca  no  bastó  nunca  para  hacerle  olvidar  la  lejana 
patria  y  los  días  luminosos  de  escaseces,  de  ins- 
piración y  de  lucha  de  su  primera  juventud. 


CURROS    ENRÍQÜEZ    Y    SU    OBRA.    LITERARIA       311 


GORROS  ENRÍQOEZ  Y  Lfl  PREHSfl  GORflNII 


(30) 


(Con  motivo   de   la  muerte   del   poeta.) 


El  Diario  de  la  Marina  : 
Desde  que  la  enfermedad  le  postró  vivimos 
bajo  la  tortura  de  una  obsesión  angustiosa.  Día 
por  día,  hora  por  hora,  llegaban  tristes  noticias  de 
nuestro  amado  enfermo.  Cada  momento  también 
fingía  el  cariño  una  esperanza,  y  con  ella  nos  en- 
gañábamos. Curros  parecía  no  esperar;  avanzaba 
hacia  la  muerte  con  entereza  no  sobrepujada  por 
ningún  hombre,  con  el  consuelo  de  haber  vivido 
fecundamente.  Se  dejaba  conducir  sereno  hacia 
el  país  del  reposo,  y  reposar  parece  desde  que, 
al  fin,  cayó  rendido. 

Quién  era,  lo  que  valía,  lo  que  su  espíritu  ate- 
soraba, lo  que  hizo  en  su  penosa  carrera  de  la 
vida,  sólo  una  pluma  pareja  de  la  suya  pudiera 
escribirlo;  una  pluma  como  la  suya  es  la  sola  dig- 
na de  su  elogio.  Necesitaríamos,  además,  no  sen- 
tir tanto  como  ahora  sentimos  para  escribir  una 


(30)     Véanse  las  Notas  del  recopilador,  que  figuran  después  del 
índice  de  este  tomo. 


312  M.    CURROS   ENRÍQÜEZ 


apología.  Conturbado  nuestro  ánimo  por  dolor 
acerbísimo,  apenas  si  nos  es  dado  trazar  con  lágri- 
mas estas  líneas,  expresión  torpe  de  nuestros  sen- 
timientos en  esta  hora  solemne  en  que  aun  con- 
servamos indeleble  la  impresión  de  la  agonía  y 
muerte  de  nuestro  grande  amigo. 

Curros  Enríquez  era  como  una  luz  en  la  comu- 
nidad de  nuestras  tareas;  su  mesa  de  trabajo  pa- 
rece aguardarle  todavía;  hoy,  sola  y  abandonada, 
parece  que  encierra  en  sí  la  flor  de  los  misterios 
del  alma  de  su  dueño,  que  á  ella  se  confiaba 
abiertamente,  en  toda  la  plenitud  de  sus  intimi- 
dades y  en  toda  la  extensión  de  sus  desventuras. 

Porque  Curros  Enríquez  era  también  un  már- 
tir: el  infortunio  se  hizo  amante  de  su  vida.  Pero 
de  los  labios  del  hombre  valeroso  jamás  brotó 
una  queja.  Cada  golpe,  cada  mordedura,  cada 
pena  le  encontraban  más  fuerte.  Su  voluntad 
trazó  recta  la  senda,  y  j)or  ella  caminaba  sin  vol- 
ver atrás  las  ojos,  siempre  noble,  siempre  bueno, 
siempre  magnánimo,  como  si  aquel  golpear  con- 
tinuo de  la  desgracia  no  sirviera  más  que  para 
templar  sus  energías  y  purificar  más  y  más  el 
vigor  de  sus  propósitos. 

Tristezas  en  su  vida  y  en  su  canto  fueron  los 
galardones  de  su  honradez.  Y  él  supo  dar  á  los  de- 
más sus  propias  tristezas  convertidas  en  mieles.  > 

El  Avisador  Comercial: 

«La  Prensa  de  Cuba  ha  perdido  uno  de  sus  más 
preclaros  miembros;  las  letras  españolas  uno  de 
sus  maestros  más  insignes;  la  poesía  un  sacerdo- 


CURROS    ENRÍQUEZ   Y    SU    OBRA    LITERARIA       313 

te  ejemplar;  Cuba  un  enamorado,  y  nosotros  un 
compañero  que  respetábamos  y  queríamos.» 

El  Mundo : 

<E1  hombre  fué  un  león  con  las  zarpas  cubier- 
tas de  flores. 

El  poeta  fué  una  estrella  que  brilló  melancóli- 
camente en  el  cielo  del  Arte,  bañando  de  luz  sua- 
ve los  abismos  de  la  conciencia  humana. 

El  literato  fué  un  mágico  prodigioso,  cuyas 
ideas,  al  cristalizar  en  la  cuartilla,  semejaban  be- 
llos cisnes  que  surcasen  un  lago  fosforescente. 

El  periodista  fué  una  abeja  de  aguijón  brillan- 
tino,  que  hería  sin  zumbar,  pero  en  lo  más  pro- 
fundo de  su  adversario. 

Hijo  de  una  raza  fuerte,  nacido  en  una  tierra 
soñadora,  educado  en  el  fragor  de  la  lucha,  su 
voluntad  no  conoció  límites,  su  espíritu  abrióse 
al  sentimiento  artístico,  su  mentalidad  floreció 
como  un  cerezo  de  marzo. 

Galicia,  cuna  de  tantas  inteligencias  superio- 
res, le  dio  la  elasticidad  de  su  fiero  mar,  la  sono- 
ridad de  sus  anchas  rías,  la  placidez  de  sus  tran- 
quilos valles,  la  elevación  de  sus  robustas  crestas 
y  la  más  inefable  de  todas  sus  gaitas. 

De  ahí  surgió  el  vate  insigne,  el  prosador  ilus- 
tre, el  combatiente  incansable  de  la  Prensa.» 

La  Unión  Española: 

<fEl  poeta  de  Galicia  ha  muerto. 

Su  vida  fué  un  canto  de  amargura  dolorosa. 

Nosotros  le  lloramos  como  sintiendo  todo  el 


314  M.    CURROS   ENRÍQUEZ 


pesar  de  una  desgracia  propia,  que  nos  hiere  en 
ese  fondo  noble  del  alma,  adonde  el  amor  frater- 
nal reside  y  la  gratitud  tiene  su  asiento. 

Él,  caballeroso,  apóstol  cruzado  en  la  orden 
sin  reglas  de  la  más  augusta  nobleza,  era  espejo 
de  hidalguía,  honrado  sin  tacha,  luchador  sin 
desmayo,  corazón  de  artista  y  genio  singular... 
Era  el  noble  aventurero  que  paseaba  por  el  mun- 
do un  génesis  en  la  mente  y  un  evangelio  en  el 
pecho. 

Esos  hombres  como  Curros  son  glorias  vivien- 
tes; glorias  sin  pedestales  de  granito;  glorias  ex- 
celsas que  alientan,  deslizándose  tristes  y  dolien- 
tes entre  esta  bulliciosa  mascarada  social...» 

La  Lucha : 

«No  podía  vivir.  La  muerte  implacable  le  ace- 
chaba, y  por  muchos  que  fueron  los  desvelos  de 
la  Ciencia,  los  cuidados  de  sus  amigos  y  las  ple- 
garias que  se  elevaban  al  Cielo,  sus  días  estaban 
contados,  y  á  las  nueve  y  veinte  minutos  de  esta 
mañana  exhaló  el  último  suspiro.    . 

La  noticia  de  la  muerte  del  poeta  gallego,  es- 
critor insigne  y  hombre  todo  bondad  y  todo 
cariño,  será  recibida  en  todas  partes  donde  se 
habla  el  castellano  con  verdadero  dolor. 

Manuel  Curros  Enríquez  era  un  gran  estilista, 
un  maestro  del  idioma.  Sus  producciones  mere- 
cían la  mayor  estimación.  Sus  conterráneos  ado- 
raban en  él.  Y  cuantos  disfrutamos  de  su  amable 
trato  aprendíamos  muy  pronto  á  quererle  y  á 
estimarle. 


CURROS    ENRÍQUEZ    Y    SU    OBRA    LITERARIA        315 

Ya  no  existe.  Nos  sentimos  muy  contristados 
al  escribir  frase  tan  tremenda,  y  nuestro  dolor 
pugna  por  manifestarse  con  lágrimas. 

Descanse  en  paz  el  hombre  ilustre,  el  buen 
amigo,  el  excelente  compañero.,.» 

La  Discusión : 

«La  muerte  tiene  también  sus  reciprocidades: 
ese  duelo  del  Diario  velando  las  primeras  lumi- 
narias de  la  víspera  con  los  negros  cortinones 
del  dolor,  haciendo  de  la  casa  el  hogar  del  com- 
pañero muerto,  dedicándole  frases  que  se  escri- 
ben con  lágrimas  y  conceptos  que  brotan  del 
corazón,  y  circundando  el  cadáver  de  todas  las 
muestras  del  amor  y  de  todas  las  pretensiones 
del  sentimiento,  son  para  Curros  una  compensa- 
ción; él  tenía  al  Diario  un  amor  inmenso,  y  el 
Diario  le  corresponde  como  él  lo  hubiera  desea- 
do y  agradecido.  No  siempre  impera  esa  relación 
de  justicia  y  de  armonía,  ni  en  la  muerte  ni  en 
la  vida. 

Á  Curros  escritor,  poeta,  periodista,  caballero 
y  patriota  le  conocían  todos:  á  Curros  íntimo, 
muy  pocos. 

Su  fondo  bondadoso,  tierno,  generoso  y  hasta 
infantil  estaba  velado  por  una  coraza  de  corte 
triste  y  casi  huraño:  los  sufrimientos  de  su  vida 
habían  amargado  y  endurecido  su  exterior.  Pero 
en  lo  íntimo  era  cada  vez  más  sensible,  más  bon- 
dadoso y  más  dulce. 

De  ese  doble  aspecto  de  su  personalidad,  tan 
combatida  por  el  infortunio  y  tan  abrillantada 


316 


M.    CURROS   ENRIQUEZ 


por  la  bondad,  derivaba  la  consecuencia  de  que 
no  fueran  muy  numerosos  sus  amigos  particula- 
res; pero  el  que  lo  trataba,  el  que  lograba  comu- 
nicarse con  el  Curros  íntimo,  ése  le  tomaba  in- 
tenso, profundo  é  inextinguible  cariño.» 


CURROS   ENRÍQUEZ    Y    SU    OBRA    LITERARIA       317 


MA&NA  OFRENDA "" 

Curros  Enríquez. 


Espíritu  abrasado  de  sed  de  lo  infinito; 
Alma  que  ardió  inextinta  cual  taza  de  incensario; 
Llevaste  en  tus  entrañas  un  buitre  solitario 
Que  retorció  tu  Boca  con  un  eterno  grito. 

Formó  una  iglesia  fría  con  aras  de  granito 
Tu  congelado  culto  sin  luz  y  sin  sagrario; 
Rezaste  con  blasfemias,  grandioso  visionario, 

Y  en  versos  inmortales  quedó  tu  rezo  escrito. 

Están  en  tus  estrofas  cual  garfios  vengadores. 
Colgados  como  en  horcas,  los  viles  y  opresores 
Que  son  de  la  justicia  baldón  y  vilipendio. 

Lanzas  los  trenos  hondos  del  agrio  Jeremías; 
Escupes  á  los  cielos  las  brasas  de  Isaías, 

Y  tienes  en  la  lengua  los  filos  de' un  incendio. 


(31)     Véanse  las  Notas  del  recopilador,  que  figuran  después  del 
índice  de  este  tomo. 


318  M.    CURROS   ENRÍQÜEZ 


II 

Alma  que  fuiste  sátira,  blasfemia  y  alarido; 
Fué  tu  blasfemia  espada,  fué  tu  alarido  trueno, 
Fué  bisturí  tu  sátira  nutrida  de  veneno 
Ó  barra  de  nitrato  de  plata  enrojecido. 

Ardió  tu  vida  en  trenzas  de  fuego  retorcido; 
Tu  risa  fué  piqueta,  tu  burla  duro  freno, 

Y  siendo  á  un  tiempo  mismo  Luzbel  y  Nazareno, 
Retaste  á  Dios  y  á  un  tiempo  lo  amaste  conmo-" 

[vido. 

¡Y  bien!,  ahora  es  el  cielo  tu  cúpula  gigante; 
Un  buque  audaz,  el  seno  de  tu  ataúd  triunfante; 
Tu  séquito,  la  raza  que  consagrarte  quiere. 

Y  es  órgano  el  Atlántico  con  salmos  de  pro- 

[fetas 
Que  extiende  sus  rodantes  millones  de  trompetas 

Y  canta  á  lo  infinito  tu  inmenso  Miserere, 


m 

Un  rayo  hecho  corona  puso  en  tu  sien  la  ira; 
Te  dio  dardos  terribles  el  dios  de  las  batallas; 
Sitiaste  con  tus  versos  de  lumbre  las  murallas 
Y  la  ciudad  cercaste  con  lenguas  de  una  pira. 

De  tu  flechero  rojo  salió  mortal  la  vira 
Que  atravesó  los  cascos  y  las  guerreras  mallas; 


CURROS    ENRÍQUEZ    Y   SU    OBRA    LITERARIA        319 

Para  morder  el  pecho  de  inicuos  y  canallas 
Seis  víboras  por  cuerdas  atéstele  á  tu  lira. 

Y  vienes  con  tu  torvo  cordaje  de  culebras 
Que  seis  monstruos  retiene  por  seis  trágicas  he- 

[bras 
Y  forman  un  azote  que  atónito  contemplo. 

Y  en  tu  Pegaso  ardiente  con  crines  de  chis- 

[pazos, 
Marcando  en  las  espaldas  tremendos  latigazos, 
Como  una  tromba  bíblica  penetras  en  el  templo. 

Salvador  Rueda, 


320  M.    CURROS   ENRÍQUEZ 


Fragmento  de  un  artículo  necrológico 
dedicaio  á  Curros  Enríguez. '""' 


En  el  teclado  del  divino  órgano  de  la  sublime 
poesía,  tan  sólo  les  es  permitido  poner  las  manos 
á  muy  pocos.  Apenas  si  aparece  uno  que  sepa  ta- 
ñerlo de  siglo  en  siglo  para  cuidar  de  que  no  se 
deteriore  del  todo.  Los  impíos,  los  blasfemos  y 
los  míseros  desaprensivos,  carecen  de  fuerza 
para  mover  sus  teclas:  Dios  habita  dentro  de  él 
y  sólo  al  que  le  siente  y  adora  dentro  de  sí  mismo, 
le  es  dada  la  merced  de  arrancarle  majestuosas 
armonías. 

Curros  Enríquez  se  acompañó  en  él  sus  can- 
tos, compuestos  del  gemir  de  pechos,  del  llorar 
de  ojos,  del  anhelar  de  almas  y  del  rugir  de  gar- 
gantas oprimidas  por  los  verdugos  de  su  idola- 
trada tierra. 

José  Ojea,  f 


(32)     Véanse  las  Notas  del  recopilador,  que  floran  después  del 
índice  de  este  tomo. 


CURROS   ENRÍQUEZ    Y    Sü    OBRA    LITERARIA       321 


LA  REBELDÍA  DE  CURROS 


(33) 


El  discordante  de  la  normalidad  de  la  vida  so- 
cial, á  quien  sólo  mueve  el  propósito  de  satisfa- 
cer concupiscencias,  es  un  rebelde  nocivo  que 
debe  ser  atajado  por  todos  los  medios  de  repre- 
sión en  sus  egoístas  empresas. 

El  caballero  de  un  ideal  que  con  espíritu  puro, 
y  despreciando  los  beneficios  mundanos,  force- 
jea para  vencer  las  resistencias  que  le  cierran  el 
paso,  es  digno  en  su  lucha  de  la  más  alta  estima- 
ción, porque  con  el  poderoso  influjo  del  ejem- 
plo vigoriza  á  los  débiles  enervados  por  la  rutina 
de  las  mezquindades  cotidianas. 

La  vida  de  nuestro  Curros,  desde  su  adolescen- 
-cia  hasta  su  muerte,  fué  la  de  un  rebelde  contra 
todo  género  de  imposiciones;  pero  ¡qué  rebeldía 
la  suya!  Poseedor  de  todo  un  tesoro  de  exquisi- 
tos sentimientos  y  de  elevadas  concepciones,  lo 
prodigó  sin  calculadas  reservas  en  la  satisfacción 
de  anhelos  ideales,  rechazando  con  olímpico  des- 
dén sugestiones  de  medro  personal. 

Curros  fué  de  los  que  elaboran  en  la  dignifica- 
ción de  la  Humanidad,  menospreciando  el  mun- 
do y  concentrando  todas  sus  facultades  de  altí- 
simo poeta  en  conservar  la  inmaculada  pureza 
del  hombre  interior. 

José  Rodríguez  Carracido. 


(33)     Véanse  las  Notas  del  recopilador,  que  figuran  después  del 
índice  de  este- tomo. 

21 


M.    CURROS   ENRIQUEZ 


El  Ultimo  a]3razo. 

ALBORADA 

Sus  últimos  versos. '''' 

No  esperábamos  la  fatal  noticia.  Sabíamos  que 
una  afección  reumática  articular  le  retenía  en  el 
lecho,  pero  no  podíamos  suponer  que  complica- 
ciones de  carácter  cardíaco  habían  de  arrebatár- 
noslo para  siempre. 

¡Pobre  Curros!  ¡Con  qué  crueldad  y  con  cuánta 
saña  te  ha  herido  el  destino!  ¡Pobre!,  ¡pobre  Ga- 
licia! ¡Con  cuánta  injusticia  te  arrebatan  tus  pro- 
ceres y  sucumben  tus  dioses  y  desaparecen  tus 
ídolos! 

Él,  sin  embargo,  parecía  presentir  su  próximo 
fin.  Á  raíz,  precisamente,  de  su  viaje  á  Galicia, 
reverdecida  entonces  la  flora  gallega  con  el  sa- 
ludo cariñoso  del  genio,  hoy  mustia,  descolorida 
é  inodora  con  su  muerte,  hermanos  nosotros  en 
sentimientos  y  aspiraciones,  estrechamente  uni- 
dos por  vínculos  sagrados  de  un  afecto  personal 
inquebrantable,  pronto  recibimos  de  él  cariñosa 
salutación,  en  que  nos  decía  : 

«No  quiero  referirle  nada  respecto  á  la  velada, 
pues  harto  me  conoce  usted,  y  sabe  cuan  opuesto 


(34)     Véanse  las  Notas  del  recopilador,  que  figuran  después  del 
índice  de  este  tomo. 


CURROS    ENRIQUEZ    Y    SU    OBRA    LITERARIA       323 

he  sido  siempre  á  demostraciones  de  esta  índole. 
La  de  que  se  trata  es  un  cáliz  amargo,  que  me 
sentará  como  todas  las  pócimas  que  llevo  toma- 
das desde  mi  enfermedad,  y  que  me  hará  más 
daño,  porque  ésta,  como  sucede  con  todos  los 
favores,  no  podré  devolverla.  Semejante  agasajo 
en  otra  edad  me  hubiera  estimulado;  hoy,  des- 
pués de  lo  sufrido,  me  entristece  profundamente 
y  lo  considero  una  fiesta  fúnebre,  una  especie  de 
entierro  á  que  me  hacen  asistir  en  vida,  como 
dicen  que  asistieron  á  los  suyos  D.  Juan  de  Ma- 
nara y  Carlos  V  el  Emperador... 

»  ...  Haré  presentes  sus  recuerdos  á  los  com- 
pañeros de  redacción  del  Diario,  cuando  llegue 
á  la  Habana;  pero  antes  de  marcharme  tendría 
sumo  placer  en  darle  mi  abrazo  de  despedida, 
qtie  ya  será  el  último,  porque  esto  se  va.  Y  las 
señas  son  mortales  :  ¡me  aclaman! ^> 

Del  alma  gallega,  de  aquella  alma  grande  y 
gloriosa  de  la  patria,  procedía  la  excitación,  y 
por  realizarla  era  indispensable  esforzarse.  No 
transcurrió  entonces  mucho  tiempo.  Abrazados 
estrechamente  dos  días  después;  repetido  el 
abrazo  á  bordo  del  vapor  que  á  Curros  con- 
dujo á  Cuba,  aquel  abrazo  fué  el  último  en  que 
se  confundieron  nuestros  pechos :  el  del  maes- 
tro con  el  del  discípulo,  el  del  hermano  con  el 
del  hermano:  la  luz  esplendorosa  y  radiante  del 
sol  de  las  musas,  con  la  pálida  y  mortecina  de  la 
luciérnaga  poética. 


* 


324  M.    CURROS   ENRÍQUEZ 


Afirman  algunos  que  la  lira  del  poefea  había 
enmudecido  en  las  últimas  épocas.  No  es  exacto. 
Organizada  en  la  Habana,  hace  unos  tres  meses, 
por  el  orfeón  Ecos  de  Galicia,  una  velada  necro- 
lógica á  la  memoria  inolvidable  de  Pascual  Vei- 
ga,  arbitrando  recursos,  á  la  vez,  para  erigir  una 
estatua  en  Mondoñedo  al  inmortal  autor  de  la 
Alborada,  en  esa  velada  tomó  parte  Curros,  leyen- 
do magistralmente,  como  él  sabía  hacerlo,  una 
hermosísima  composición,  intitulada  también 
¡Alborada!,  que  valió  al  poeta  aclamaciones  y 
vítores  inenarrables.  Era  la  voz  de  la  patria,  re- 
presentada allí  por  su  cantor  excelso  y  glorioso, 
en  honor  á  la  inspiración  y  al  genio  de  la  músi- 
ca popular  gallega. 

No  quiso  Curros  publicar  entonces  aquellos 
inimitables  versos,  los  últimos  que  su  lira  con- 
sagró á  Galicia.  Deseoso  el  Diario  de  la  Mari- 
na de  reproducir  ¡Alborada!  en  sus  columnas,  el 
poeta  resistió  cariñosamente  el  ruego  de  los  su- 
yos, alegando  que  tenia  preparados  para  dará  la 
imprenta  los  últimos  versos  que  él  consagraba  á  su 
patria  bien  amada,  entre  ellos  los  que  él  leyera 
la  noche  anterior  en  el  Teatro  Nacional  del  Cen- 
tro Gallego. 

Nunca,  tierra  querida,  más  grande  y  más  glo- 
riosa, si  en  estos  instantes,  al  enlutarse  tu  lira 
y  al  desaparecer  por  siempre  tu  egregio  cantor, 
el  cantor  inimitable  de  Aires  d'a  miña  térra,  te 
aprestas  á  recoger,  como  reliquia  gloriosa,  las 
últimas  inspiraciones  del  poeta,  y  á  perpetuar 
su  nombre  erigiéndole  soberbio  mausoleo,  edi- 


CURROS   ENRÍQUEZ    Y    SU    OBRA.    LITERARIA        325 

tando  sus  obras,  cubriendo  de  flores  su  cadáver, 
jurando  sobre  su  cuerpo  inerte  defender  cons- 
tantemente sus  ideales  de  redención,  las  aspira- 
ciones perennes  de  aquella  alma  pura  y  noble, 
cuyas  ansias  constituían  anhelos  de  justicia,  afa- 
nes de  reivindicación  y  de  gloria  para  su  patria 
bien  amada. 

¡Adiós,  Curros;  hermano,  hermano  querido! 
¡Sobre  tu  tumba,  flores  y  lágrimas,  mías  y  de  los 
míos,  besos  y  oraciones,  habrán  de  recordarte 
perdurablemente  la  devoción  y  el  cariño  que 
por  ti  sentíamos! 

¡Adiós;  y  pues  tus  únicos  afanes  fueron  siem- 
pre en  la  vida  el  porvenir  y  la  grandeza  de  Gali- 
cia, vela,  vela  desde  lo  alto  donde  moras,  á  los 
pies  de  aquella  Virgen  Santa,  á  cuya  veneración 
consagraste  en  Aires  d'a  miña  térra  estrofas  su- 
blimes é  inmortales,  por  que  en  tu  tierra  idola- 
trada resurja  la  voz  de  los  precursores,  llevando 
al  corazón  afligido  de  Galicia  los  consuelos  y 
esperanzas  de  una  era  de  redención  y  próxima 
justicia! 

Ramón  Armada  Teijeiro. 


326  M.    CURROS   ENRÍQUEZ 


¡MUERTO,  AHÍ  OS  VA! '"' 


Los  restos  de  Curros  Enríquez. 

Rumbo  á  la  tierra  de  sus  ensueños, 
Rumbo  á  Galicia,  que  tanto  amó, 
Van  los  sagrados  restos  del  vate 
Que  aquí  expiró. 

Vivió  soñando  con  que  la  muerte 
En  él  su  presa  no  hiciera  acá. 
Cayó  vencido,  pero  no  importa; 
¡Muerto,  ahí  os  va!... 

Buscadle  un  sitio  donde  repose 
En  el  regazo  de  esa  región. 
Por  la  que  el  bardo  vertió  á  torrentes 
Su  inspiración. 

Hacadle  el  lecho  junto  á  su  casa, 
Junto  á  la  cuna  donde,  al  nacer, 
Salió  á  la  vida  tras  de  la  gloria, 
Para  volver... 


(35)     Véanse  las  Notas  del  recopilador,  que  figuran  después  del 
índice  de  este  tomo. 


CURROS    ENRÍQUEZ    Y    SU    OBRA    LITERARIA        327 

Cubran  su  tumba  las  florecillas 
Que  perfumaron  su  vida  allá. 
Sobre  ella  el  ave  lance  los  trinos 
Que  al  aire  da. 

Arrullen  siempre  su  sueño  eterno 
El  riachuelo  murmuradjor, 

Y  de  los  bosques  el  imponente 

sordo  rumor. 

Que  así  tranquilo  duerma  el  poeta 
•Que  de  Galicia  lejos  murió. 
Ese  concierto  serán  los  ecos 

De  aquella  lira  que  enmudeció. 

Cuando  á  vosotros  lleguen  sus  restos, 
Cuando  su  cuerpo  veáis  después, 
El  alma  suya  no  reclamarnos, 
Nuestra  no  es. 

Cerró  los  ojos,  lanzó  un  suspiro, 

Y  en  él  envuelta  voló  hacia  allá. 
El  alma  inmensa  de  aquel  poeta 

Ya  por  Galicia  vagando  está. 

Adelardo  Novo  Y  Brocas. 


328  M.    CURROS    ENRÍQÜEZ 


EL  PROSCRIPTO  DE  HLPIENDeRES  fl  GORROS  ENRÍQÜEZ 


Cal  pino  de  Breogán  alto  e  subido, 
Manífico,  arrogante, 
N-a  ruda  canle  erguido 
Dereito  e  ben  seguido, 
Armonioso  e  xigante 
Quezáis  de  edra  cinguido 
Cando  cae  ferido 
Pol-os  duros  flos  d'a  segur  cortante; 
Que  sua  pompa  manífica  en  redondo 
Soe  espallar  con  fragoroso  estrondo. 


E  astillazos  e  polas, 

E  ramas  e  carolas, 

E  arpados  arumes 
Niños  de  sinfonías  e  queixumes, 

E  armoniosos  ramaxes 

Que  somellan  cordaxes; 

Instrumentos  acordes 

Por  natura  concordes 
A  distancia  grandísima  espallados 
Como  nobres  trofeos  quebrantados. 


(36) 


(36)     Véanse  las  notas  del  recopilador,  que  figuran  después  del 
índice  de  este  tomo. 


CURROS    ENRÍQUEZ   Y   SU    OBRA    LITERARIA       329 

Tal  ti,  Curros  amigo, 

Eterno  honor  d'o  noso  Chan  antigo; 

Certo  caestes  non  inadvertido, 
En  un  momento  breve, 
Non  como  cousa  leve, 
Que  lanza  un  leve  ruido; 
Mais  como  cousa  grande 
Que  o  seu  sonido  espande, 

Con  un  forte  e  grandísimo  sonido. 


Certo,  tua  caída  estrepitosa 
Chorará  para  sempre  Erin  piadosa. 

Eduardo  Pqndal. 


330  M.    CURROS   ENRÍQUEZ 


Á  CURROS  ENRÍQUEZ 


(37) 


Insigne  poeta,  alma  del  alma  gallega  y  gloria 
de  España  entera:  caíste  por  la  ley  del  cruel  des- 
tino impuesta  al  hombre... 

Prescindiendo  ahora  de  lo  que  algunos  han 
dado  en  llamar  anverso  y  reverso  de  la  brillante 
medalla  de  tu  labor,  saber  me  basta  que  la  mágica 
armonía  de  tu  lira  fué  el  soberano  aliento  del 
mismo  Rey  de  la  Creación,  que  en  tu  alma  des- 
pertó el  sentimiento  de  lo  bello,  de  lo  grande  y 
de  lo  sublime,  para  cantar  A  Virxe  d'o  Cristal,  a 
imaxe  santa  cVa  bendita  Nay  de  Dios!,,, 

José  María  Riguera  Montero. 


(37)     Véanse  las  Notas  del  recopilador,  que  figuran  después  del 
índice  de  este  tomo. 


CURROS    ENRÍQUEZ    Y    SU    OBR\    LITERARIA        331 


UN  MUERTO  ILUSTRE  ' 


m 


Cuando  el  cable  transmitió  la  infausta  nueva 
del  fallecimiento  del  insigne  poeta  Curros  Enri- 
quez,  un  grito  de  dolor  y  de  indecible  angustia 
se  dejó  sentir  en  todos  los  ámbitos  de  la  región 
gallega.  No  debe  causar  sorpresa  esta  unánime 
explosión  del  duelo  regional  provocado  por  la 
muerte  de  un  ingenio  esclarecido,  que  dedicó  á 
Galicia  inspirados  é  imperecederos  cantares. 

Los  dioses  mayores  se  van.  Hace  pocos  años 
se  nos  fué  Rosalía  de  Castro,  musa  elocuente  del 
dolor,  de  la  ternura  y  del  sentimiento;  la  siguió 
luego  Valentín  Lamas  Carvajal,  á  quien  la  vida 
del  campo  arrancó  conmovedores  acentos,  y 
ahora  echamos  de  menos  á  Curros  Enríquez, 
cuyo  numen,  abierto  á  los  ideales  del  espíritu 
moderno,  imprimió  á  la  poesía  galiciana  nuevos 
rumbos  y  vigorosos  derroteros. 

Valentín  Lamas,  Rosalía  de  Castro  y  Manuel 
Curros  forman  una  trilogía  poética,  que  bastaría 
para  repoblar  nuestro  Parnaso,  si  no  contase  éste 
antes  de  ahora,  por  fortuna,  con  vates  renom- 
brados, que  son  timbre  de  gloria  para  la  afortu- 
nada región  en  que  vieron  la  luz  primera. 


(38)     Véanse  las  Notas  del  recopilador,  que  figuran  después  del 
índice  de  este  tomo. 


332  M.    CURROS    ENRÍQUEZ 


Curros  Enríquez  residía  últimamente  en  la  Ha- 
bana, en  esa  hermosa  perla  de  las  que  fueron, 
hasta  hace  poco,  Antillas  españolas;  pero  su  alma 
continuaba  siendo  gallega  y  su  corazón  latiendo 
al  unísono  de  los  nuestros.  Galicia  era  el  enérgico 
imán  de  sus  afecciones,  el  preferente  objeto  de 
su  culto,  la  prodigiosa  hada  que  tejía  con  hilos 
de  oro  la  urdimbre  de  su  existencia  y  que  miti- 
gaba las  contrariedades  que  la  amargaban. 

En  el  hermoso  drama  de  Schiller,  Marta  Stuar- 
do,  hay  un  episodio  conmovedor.  Momentos  antes 
de  subir  al  cadalso  aquella  hermosa  cuanto  des- 
graciada reina,  encargó  á  uno  de  sus  leales  ser- 
vidores que  le  extrajesen,  después  de  muerta,  el 
corazón  y  lo  llevasen  á  Francia;  y  luego  exclamó : 
Siempre  lo  tuve  allí.  Algo  parecido  habrá  pasado 
por  la  imaginación  de  Curros  Enríquez  en  el 
momento  postrero,  pues  su  corazón  siempre  lo 
tuvo  aquí  y  aquí  vuelve  ahora,  aunque,  por  des- 
gracia, insensible  y  yerto,  saludado  con  efusión 
por  todos  los  corazones  gallegos. 

Porque  Curros  Enríquez  amaba  á  Galicia,  como 
O'Connell  á  su  Irlanda,  con  delirio,  con  frenesí, 
con  el  mismo  amor  que  se  quiere  a  una  esposa 
ó  á  una  madre.  No  se  apartaba  su  memoria  de 
la  encantadora  Suevia,  de  sus  floridos  vergeles, 
entre  los  cuales  se  yergue  la  blanca  torre  de  la 
iglesia  parroquial;  de  sus  frondosos  bosques, 
que  parece  como  que  guardan  misteriosos  el 
dolmen  sagrado;  de  las  rientes  colinas,  do  se 
asentaron  un  día  los  antiguos  castros  ó  los  roque- 
ros castillos  medioevales;  de  sus  azuladas  rías, 


CURROS   ENRÍQUEZ    Y    Sü    OBRA    LITERARIA.       333 

en  las  cuales  la  suave  brisa  gime  dulcemente  al 
hinchar  la  blanda  lona;  de  su  purísimo  cielo, 
dotado  de  tan  serena  hermosura;  de  sus  verdes 
maizales,  por  los  cuales  corre  el  huraño  jabalí 
acosado  por  bulliciosa  trailla;  de  sus  poéticas 
verbenas,  de  sus  bulliciosas  ferias  y  de  sus  ale- 
gres romerías.  Todos  estos  recuerdos  de  la  pa- 
tria debían  desfilar  por  su  mente  en  óptica  ilu- 
soria; pero  al  volver  á  la  vida  de  la  realidad  y  al 
contemplarse  ausente  de  los  lugares  que  sonrie- 
ron á  su  infancia,  entregaríase  probablemente  á 
las  mismas  lamentaciones  y  tristuras  que  el  pue- 
blo israelita  cuando  lloraba  sus  cuitas  bajo  los 
sauces  de  Babilonia. 

Á  quien  sintió  amor  tan  intenso  por  la  peque- 
ña patria,  no  puede  por  menos  ésta  que  signifi- 
carle profunda  gratitud  é  imperecedero  recuer- 
do. Al  hacerlo  así,  Galicia  patentizará  á  los  extra- 
ños que  siente  con  un  solo  corazón  y  piensa  con 
una  sola  cabeza. 

Yo  sólo  puedo  tributarle  mi  admiración  des- 
cubriéndome é  hincando  la  rodilla  ante  los  ilus- 
tres restos  del  inspirado  autor  de  Aires  d^a  miña 
térra,  de  A  Virxe  d^o  Cristal  y  de  otras  composi- 
ciones magistrales  con  que  ha  enriquecido  la  poe- 
sía gallega. 

José  Antonio  Parga  Sanjurjo. 


334  M.    CURROS   ENRÍQUEZ 


UN  RECUERDO.-UNA  PROPOSICIÓN 


(39) 


Conservo  de  Curros  Enríquez  el  dulce  recuerdo 
de  la  Nochebuena  de  1876,  que  pasamos  juntos 
en  Madrid.  La  lucha  por  la  vida  en  malas  condi- 
ciones acentuara  la  misantropía  de  su  carácter, 
y  aquella  noche  estaba  triste,  muy  triste.  La  falta 
de  preocupaciones  de  mi  situación  de  estudiante, 
me  permitieron  extremar  en  aquella  noche  la 
alegría,  compañera  de  los  pocos  años,  y  al  en- 
contrarse en  casa  del  amigo  Vázquez  Reyes  su 
melancolía  y  mis  expansiones,  tuve  la  suerte  de 
contagiarle.  Pasamos  todos  una  Nochebuena  ri- 
sueña, y  cuando  los  dos  solos,  discurriendo  hasta 
la  madrugada  por  las  calles  de  Madrid,  hablába- 
mos de  la  tierra,  había  en  su  corazón  alegrías  y 
esperanzas,  y  con  ellas  alientos  para  la  lucha.  Los 
editores  que  rechazaban  su  novela  Paniagua  y 
Compañía  eran  su  pesadilla,  y  juntos  visitamos 
los  días  siguientes  á  muchos,  sin  obtener  espe- 
ranza alguna. 

No  he  vuelto  á  verle;  sólo  conservo  de  él  el 
recuerdo  de  su  rostro  serio  y  triste  y  de  su  mi- 
rada vaga  y  profunda,  propia  de  quien  mira  más 


v39)     Véanse  las  Notas  del  recopilador,  que  figuran  después  del 
índice  de  este  tomo. 


CURROS    ENRI'qUEZ    Y    SU    OBRA    LITERARIA       335 


hacia  el  mundo  de  su  espíritu  que  al  mundo  ex- 
terior. 

Y  conservé  este  recuerdo  porque  entonces  era 
ya  para  mí  el  verdadero  poeta  de  Galicia.  El  can- 
tor de  nuestra  alma  gallega,  tan  dulce,  pero  tan 
complicada. 


Hoy  que  su  cuerpo  viene  á  descansar  en  la  tie- 
rra que  amó  tanto,  es  la  ocasión  de  que  al  salu- 
dar sus  restos  se  rinda  á  su  espíritu  el  merecido 
homenaje. 

¿Cual  será  el  mejor? 

Curros  Enríquez  era  un  gran  poeta.  Pero  sus 
versos  escritos  en  gallego,  sólo  pueden  hoy  hacer 
vibrar  el  alma  gallega;  para  el  resto  del  mundo 
es  un  desconocido,  por  la  imposibilidad  de  leerlo. 

¿Por  qué  no  hemos  de  poner  en  castellano  sus 
poesías  para  que  toda  España  y  la  América  espa- 
ñola le  lean?  ¿Para  que  después  puedan  ser  tra- 
ducidos á  otros  idiomas? 

Este  es  el  homenaje' que  me  atrevo  á  proponer 
para  nuestro  poeta  regional.  Que  ocupe  entre  los 
poetas  españoles  el  elevado  lugar  que  le  corres- 
ponde; que  todos  puedan  saborear  las  bellezas 
literarias  y  la  profundidad  de  pensamiento  de 
A  Virxe  cVo  Cristal  y  de  Mirando  ó  chau.  Que  los 
versos  de  Curros  Enríquez,  como  los  de  Bécker  y 
Campoamor,  los  recite  y  los  sienta  toda  la  juven- 
tud española:  la  de  la  Península  y  la  de  América^ 

Manuel  Olivié. 


336  M.    CURROS    ENRÍQUEZ 


iCURROSI" 


0) 


No  precisamos  hacer  la  apología  del  poeta 
muerto;  bástanle  sus  brillantes  versos,  llenos  de 
sentimiento  y  de  fantasía  unos;  de  escepticismo 
y  de  ternura  inefable  casi  todos. 

Entre  varios  de  sus  panegiristas  que  acuden 
ahora  á  rendir  el  último  tributo  al  excepcional 
vate,  algunos,  llevados  de  un  espíritu  de  secta, 
expresan  que  fué  un  conocido  poeta,  apostro- 
fándolo de  impío;  y  otros,  de  ideas  abiertamente 
contrapuestas,  enorgullecen  se  en  tildarlo  de  in- 
crédulo. 

Curros  no  ha  sido  lo  que  pretenden  demostrar 
esos  espíritus  sectarios;  ha  sido  y  seguirá  siendo 
nuestro  primer  cantor  gallego,  porque  ante  todo 
fué  un  alma  cristiana;  y  el  que  lo  dude,  desconoce 
en  absoluto  la  hermosa  filosofía  que  entrañan 
sus  rimas  admirables,.. 


5¡C       * 


Pondal,  el  gran  Pondal,  no  el  bardo  arisco, 
<3omo  le  denomina  un  inocente  escritor,  sino  el 
bardo  de  las  sentimentales  baladas,  nos  escribe 


(40)      Véanse  las  Notas  del  recopilador,  que  figuran  después  del 
Índice  de  este  tomo. 


CURROS    ENRÍQÜEZ    Y    SU   OBRA    LITERARIA        337 


desde  su  poética  morada  de  Puenteceso,  llorando 
la  muerte  de  su  hermano  Curros: 

«Fué  un  soldado  extremo  —  dice  —  de  la  rege- 
neración de  nuestra  Galicia  por  medio  de  la  Poe- 
sía y  de  las  Letras.  Estos  soldados  no  deben  mo- 
rir sino  ocupando  un  lugar  en  la  batalla  de  los 
intelectuales,  bien  diferente  de  los  hombres  polí- 
cos  en  su  mayor  parte,  que  no  hacen  más  que 
destruir  y  alborotar...  >^ 


*  * 


Más  que  amigo,  fue  el  poeta  nuestro  hermano 
mayor,  cuyos  consejos  observábamos  con  aque- 
lla religiosidad  á  que  obligaba  el  gran  cariño  que 
nos  tenía. 

En  sus  últimas  cartas,  escritas  hace  poco  tiem- 
po, nos  decía: 

« ...  Esta  la  trazo  con  fiebre.  No  es  nada;  una 
jaqueca  fuerte;  pero  no  puedo  fijar  la  vista.  Adiós 
y  recuerdos  á  todos... » 

«Probablemente,  en  abril  espérame.  Prepára- 
me mi  cuarto  de  Sergude...  ¡Qué  paz  hay  allí  tan 
cara  á  los  espíritus  dolientes  como  el  mío!...» 

Y  efectivamente,  el  nunca  bien  llorado  vate 
cumplió  su  palabra:  en  la  fecha  que  marcó  llega- 
rá su  cadáver,  que  recogerá  con  amor  la  tierra  á 
quien  él  amó  tanto... 


4: 
*    ¡If 


Curros  guarda  perfecta  analogía  con  el  cantor 
de  Dusselfort:  era  el  mismo  bardo  en  sensibili- 

22 


338 


M.    CURROS   ENRIQUEZ 


dad  ardiente  y  en  delicadeza  exquisita;  llena  de 
contrariedades  su  vida,  y  de  negruras  su  alma 
noble. 

Y  lo  que  del  último  expuso  Eduardo  Schuré, 
podemos  aplicarlo  con  igual  exactitud  al  prime- 
ro, como  poeta  de  corazón  desgarrado  que  dice 
al  mundo: 

¿Ves  las  heridas  que  me  causaste? 

Y  cuando  las  gentes  se  aproximan,  se  yergue 
y  hace  chasquear  el  látigo  á  sus  oídos... 


Francisco  Tettamancy  y  Gastón, 


CURROS    ENRÍQUEZ    Y    SU    OBR/V    LITERARIA       339 


BANCO  MEMORABLE '"'' 


Coruñeses: 

Hoy  llega  á  esta  ciudad,  acompañado  por  el 
señor  presidente  y  otros  miembros  ilustres  del 
Centro  Gallego  de  la  Habana,  el  cadáver  del  poeta 
excelso  Manuel  Curros  Enríquez,  gloriosa  figu- 
ra del  Parnaso  español  y  orgullo  de  Ja  región  ga- 
llega. 

Dispongámonos  á  rendir  el  merecido  home- 
naje á  quien  tanto  enalteció  la  Patria,  y  al  hacerlo 
así,  más  aún  que  al  muerto  esclarecido,  nos  hon- 
raremos á  nosotros  mismos,  porque  el  patrimo- 
nio más  preciado  de  los  pueblos,  el  título  que  en 
primer  término  los  hace  acreedores  á  la  consi- 
deración universal,  se  hallan  constituidos  por  los 
nombres  y  las  obras  de  sus  hijos  ilustres. 

El  Ayuntamiento,  la  Academia  Gallega,  la  Aso- 
ciación de  la  Prensa,  las  Sociedades  de  Recreo, 
los  Centros  de  Enseñanza,  las  fuerzas  vivas  de  La 
Coruña,  en  fin,  trabajaron  unidas  para  la  realiza- 
ción de  fines  tan  patrióticos. 

Los  restos  mortales  de  Curros  Enríquez  se 
expondrán  al  público  en  la  Casa  Consistorial  des- 


(41)     Véanse  las  Notas  del  recopilador,  que  figuran  después  del 
índice  de  este  tomo. 


340  M.    CURROS    ENRÍQUEZ 


de  las  primeras  horas  de  mañana  hasta  que  sean 
conducidos  al  cementerio,  á  las  tres  de  la  tarde 
del  próximo  2  de  abril,  y  con  el  fin  de  que  todas 
las  Corporaciones  mencionadas  puedan  testimo- 
niar públicamente  su  duelo,  haciendo  entrega  de 
coronas  al  pasar  la  carroza  mortuoria  ante  sus 
respectivos  domicilios,  recorrerá  el  cortejo  fú- 
nebre las  calles  siguientes:  Plaza  de  María  Pita, 
donde  se  organizará  la  comitiva,  Riego  de  Agua, 
Real,  Cantón  Grande,  Santa  Catalina  y  San  An- 
drés, dirigiéndose  por  las  de  Cordonería  y  Pana- 
deras al  cementerio  católico. 

No  voy  á  formular  una  súplica,  que  no  es  nece- 
saria para  este  pueblo  noble,  culto  y  amante  de 
sus  glorias;  me  limitaré  tan  sólo  á  proponer  álos 
vecinos  de  todas  las  vías  mencionadas,  que  en  la 
tarde  del  próximo  jueves  adornen  las  fachadas 
de  sus  casas  con  colgaduras,  poniendo  en  ellas 
algún  distintivo  que  indique  el  luto  que  Galicia 
guarda  por  su  poeta,  y  al  comercio  en  general, 
que  cierre  sus  establecimientos  desde  las  dos  de 
la  tarde  del  citado  día  hasta  que  haya  recibido 
sepultura  el  cadáver  del  inmortal  gallego. 

Coruñeses  :  En  la  seguridad  de  que  habéis  de 
convertir  en  iniciativas  vuestras  las  indicaciones 
mías,  se  une  á  vosotros  para  secundaros  con 
orgullo  y  entusiasmo,  vuestro  alcalde, 

Juan  Sánchez  Anido. 

La  Coruña,  marzo  31  de  1908. 


CURROS   ENRÍgUEZ    Y    SU    OBRA    LITERARIA        341 


EN  EL  ENTIERRO  DEL  POETA 


(42) 


El  pueblo  avanza  lentamente:  parece  que  quie- 
re retrasar  el  momento  terrible  en  que  la  nada 
es  el  final  del  augusto  palpitar  de  la  vida. 

El  sol  se  hunde  en  el  Occidente;  y  sus  últimos 
rayos,  pálidos,  débiles,  se  esparcen  como  una 
oración  por  la  multitud  que  se  agita  alrededor 
del  féretro. 

Los  estandartes  refulgen  sus  colores,  y  en  los 
aires  se  extiende  el  eco  de  la  marcha  fúnebre, 
como  un  suspiro  de  dolor  que  Galicia,  la  idola- 
trada del  poeta,  exhala  para  llorar  la  muerte  de 
su  excelsa  cantor. 

Los  hombres,  respetuosos,  se  descubren  y 
murmuran  una  plegaria;  las  mujeres,  las  buenas 
mujeres  del  pueblo,  se  persignan  y  saludan  el 
cortejo  con  frases  cariñosas:  todas  piden  sosiego 
para  el  gladiador  brioso. 

«¡Que  Dios  te  acompañe!  ¡Pohriño,  descansa  en 
paz!» 

¿De  quién  es  el  cuerpo  que  se  oculta  bajo  los 
ventanales  de  la  carroza  mortuoria? 

¿Será  un  rey?  Porque  sólo  los  reyes  reciben  el 
homenaje  de  los  poderosos. 


(42)     Véanse  las  Notas  del  recopilador,  que  figuran  después  del 
índice  de  este  tomo. 


342  M.    CURROS    ENRÍQUEZ 


¿Será  un  caudillo?  Porque  sólo  las  masas  popu- 
lares rinden  culto  á  los  héroes. 

¿Será  un  santo?  Porque  sólo  la  Iglesia  adora  á 
los  apóstoles  de  la  religión. 

¿Quién  será,  mejor  dicho,  quién  fué  el  que  se 
esconde  en  el  fondo  del  ataúd? 

Es  rey,  es  caudillo  y  es  apóstol.  Su  poder  es  la 
musa  inspirada;  su  valor  es  el  centellear  de  su 
genio;  su  santidad  es  el  amor  profundo  que 
derrama  en  el  alma  de  los  humildes. 

¿No  recordáis  cómo  Guyan,  el  filósofo  poeta, 
ausculta  la  Naturaleza  y  busca  en  ella  el  latido  de 
un  espíritu  misterioso  que  se  revela  en  el  estro 
del  vate,  asociándose  á  nuestros  sentimientos? 
Pues  en  esa  masa  viviente  que  se  mueve  y  agita, 
vibra  el  himno  de  gloria  con  que  el  pueblo  salu- 
da á  su  vate  insigne. 

Ya  han  cesado  los  ruidos  de  la  manifestación 
imponente;  allá  queda  en  la  sepultura  el  pobre 
trovador;  los  sauces  velan  su  sueño,  y  en  la  fresca 
brisa  hay  una  caricia  para  los  corazones  dolo- 
ridos. 

Las  pasiones  todas  enmudecen;  ya  no  hieren 
aquella  alma  grande,  altiva,  las  miserias  de  la 
tierra. 

Callad,  que  descanse  el  luchador  infatigable. 

Alejaos  de  su  tumba:  él  pide  silencio,  recogi- 
miento, devoción.  El  gigante  de  f aego  se  envuel- 
ve en  sudario  frío  y  quiere  llorar  el  último  llanto 
con  que  se  despide  del  mundo  que  tuvo  para  él 
tan  crueles  infortunios. 

Has  cumplido,  pueblo  gallego,  con  tu  deber. 


CURROS    ENRÍQURZ    Y    Sü    OBRA    LITERARIA        343 

Así  se  Konra  á  los  genios,  que  son  superiores  á 
todas  las  potestades  del  mundo. 

Pero  volved  á  la  ciudad  bulliciosa  que  goza  con 
las  alegrías  de  la  apoteosis ;  dejadle  en  su  sole- 
dad; ¡quiere  dormir  el  sueño  eterno!  Pobre  poeta: 
descansa  en  paz. 

Manuel  Casas  Fernández. 


344  M.    CURROS   ENRÍQUEZ 


HLFBEDO  VIGENTi  A  COBROS  ENBÍQOEZ '"' 


Miñas  donas,  meus  señores... 

Así  comenzaba  el  romance  con  que  en  este 
mismo  sitio,  el  21  de  octubre  de  1904,  se  despi- 
dió de  vosotros  el  poeta. 

Es  grata  á  mis  labios  la  dulzura  gallega  de  esa 
salutación,  y  creo  que  lo  será  también  á  vuestros 
oídos. 

Me  parece,  al  pronunciarla,  que  Curros  habla 
dentro  de  mí,  y  que  vosotros  al  escuchar  mi  voz 
no  creéis  que  es  mía,  sino  suya. 

Le  coronamos  aquella  noche,  y  pocas  horas 
después  le  acompañábamos  al  trasatlántico  que 
se  le  llevó  á  la  hospitalaria  Cuba,  tierra  para  él, 
más  que  de  forzado  destierro,  de  amistoso  asilo. 
Temíamos  que  no  volviese  los  que  conocíamos  la 
índole  y  la  gravedad  de  las  heridas  de  su  cora- 
zón; pero  aun  á  los  más  pesimistas  nos  quedaba 
un  asomo  de  esperanza:  ahora  no  nos  queda 
ninguna. 

Ayer  volvimos  á  acompañarle.  Pero  detrás  del 
esquife  —  por  algo  en  nuestro  vernáculo  gallego- 


(43)     Véanse  las  Notas  del  recopilador,  que  figuran  después  del 
índice  de  este  tomo. 


CURROS    ENRÍQUEZ    Y    SU    OBRA.    LITERARIA        345 

lusitano  se  llama  esquife  á  los  ataúdes—  no  iba, 
como  entonces,  un  pelotón  de  admiradores,  de 
alumnos  y  de  camaradas.  Iba  todo  un  pueblo. 
Este  pueblo  de  La  Coruña,  que  es  grande  y  lo  será 
más,  porque  siente,  y  ama,  y  acata  las  grandezas 
inmateriales,  de  que  otros,  mayores  en  riqueza  ó 
en  población,  apenas  si  se  forman  idea. 

Tras  él  descendimos  por  las  terrazas  del  campo- 
santo como  quien  baja  por  los  escalones  de  un 
muelle,  y  allí  le  dejamos  en  el  camarote  mortuo- 
rio, donde  la  carne  esperará  la  transformación, 
que  es  resurrección,  mientras  el  espíritu  em- 
prende su  último,  su  eterno,  su  glorioso  viaje. 

El  mar  se  nos  lo  llevó  vivo  y  nos  lo  devolvió 
muerto.  Este  otro  golfo  del  Pinisterre,  más  pia- 
doso, aunque  más  insondable,  permitirá  que  en 
las  riberas  de  acá  sigamos  viéndole,  oyéndole  y 
amándole,  siquier  su  alma  tenga  en  las  riberas  de 
allá  el  deseado  y  bien  ganado  reposo. 

Por  él  y  por  mí  quiero,  miñas  donas,  meus  se- 
ñores, daros  las  gracias.  Y  también  por  todos  los 
descarriados,  por  todos  los  itinerantes,  por  todos 
los  ausentes. 

En  verdad  os  digo,  que  habiendo  casi  rodeado 
el  mundo,  no  he  contemplado  jamás  espectáculo 
tan  bello,  tan  noble,  tan  grandioso  como  el  que 
ayer  ofreció  La  Coruña  á  los  ojos  y  á  las  almas. 
Ni  he  sentido  jamás  emoción  tan  intensa,  tan  sa- 
ludable, tan  tónica. 

La  ciudad  que  en  18S1  quebró  la  cadena  del 
poeta;  que  en  1904  le  dio  á  gustar,  no  la  postrera, 
sino  la  primera  alegría,  y  que  ahora  acaba  de 


346  M.    CURROS    ENRÍQUEZ 


otorgarle  una  radiante  apoteosis,  sobre  el  título 
de  capital  que  ya  en  justicia  tenía,  ha  asumido  el 
de  madre  espiritual  de  la  familia  gallega. 

Amorosos  y  agradecidos  lo  reconocemos  los 
que  hemos  nacido  en  otras  partes  de  la  región. 
De  igual  manera  lo  reconocerán  los  miembros 
todos  de  esta  raza  esparcida  por  mares  y  conti- 
nentes, y  en  quienes  el  afecto  se  depura  y  acri- 
sola con  la  distancia,  no  de  otra  suerte  que  acon- 
tecía á  las  colonias  de  la  antigua  Grecia,  tal  vez 
más  enamoradas  del  suelo  patrio  cuando  trabajan 
en  Asia,  en  Sicilia  ó  en  Marsella,  que  cuando  mo- 
raban en  Atenas,  en  Esparta  ó  en  Corinto.  Sí; 
madre  espiritual  de  todos  desde  los  comienzos 
del  siglo  pasado. 

Como  en  otras  eras  las  repúblicas  italianas,  y 
como  en  época  más  reciente  Barcelona,  La  Co- 
ruña,  dedicada  al  tráfago  mercantil,  ha  honrado 
al  mismo  tiempo  las  Letras  y  las  Artes,  y  ha  pro- 
digado amor,  calor  y  respeto  á  los  que,  viniendo 
de  distintas  partes  de  Galicia,  se  acogían  á  sus 
muros. 

Díganlo  — y  hablo  tan  sólo  de  los  muertos  — 
aquellos  grandes  hombres,  santiagueses  unos, 
orensanos  otros,  que  se  llamaron  Aureliano  Lina- 
res, Luciano  Puga,  Juan  Manuel  Paz  y  Alfredo 
Vilas. 

Y  den  testimonio  por  tres  generaciones  litera- 
rias los  Juegos  Florales  de  1862,  que  fueron  los 
primeros  celebrados  en  Galicia,  y  de  los  cuales 
me  complazco  en  evocar  el  recuerdo,  por  lo  mis- 
mo que  hoy  está  en  moda  el  dar  de  mano  y  aun 


CURROS    ENRÍQUEZ    Y    SU    OBFIA    LITERARIA        347 

de  pie  á  las  pobres  violetas  y  eglantinas  de  Cle- 
mencia Isaura. 

Barcelona,  invocada  siempre  como  modelo,  no 
ha  hecho  por  su  gran  poeta  épico,  Mosén  Verda- 
guer,  ni  por  su  gran  poeta  cómico,  Serafí  Pitarra, 
lo  que  La  Coruña,  antes  y  después  de  la  muerte, 
ha  hecho  por  Curros  Enríquez. 

Yo  vi  cuando  el  cajón  fúnebre  rodaba  sin  pom- 
pa ni  aparato  desde  el  muelle  hasta  el  Ayunta- 
miento— Ayuntamiento  que  es,  por  lo  generoso 
y  por  lo  hidalgo,  digno  déla  ciudad — ;  yo  vi  san- 
tiguarse á  las  mujeres  y  descubrirse  á  los  hom- 
bres. Y  confieso  que,  no  obstante  el  resecamiento 
interior,  motivado  por  las  contiendas  y  experien- 
cias de  la  vida,  sentí  primero  escozor  y  luego 
humedad  en  los  ojos,  ante  la  tierna  é  ingenua 
sencillez  del  homenaje.  Más  tarde,  en  el  entierro, 
lo  grandioso  de  la  manifestación  popular  me  im- 
presionó tanto  como  me  había  conmovido  lo 
íntimo  y  lo  personal  de  las  anteriores  manifesta- 
ciones de  duelo,  pues  entendí  que  millares  de 
corazones,  latiendo  al  unísono,  concurrían  á  for- 
mar el  gigantesco  corazón  de  la  muchedumbre. 

Alto  ejemplo  de  cultura  y  de  civismo  y  conso- 
lador ejemplo  de  discreta  tolerancia. 

Se  ha  comprendido  que  Carros  era  el  poeta  de 
Galicia  entera,  de  los  rebeldes  y  de  los  sumisos, 
de  los  ingenuos  y  de  los  iracundos,  y  nadie  ha 
pretendido  vincularle  en  cotos  cerrados,  nadie 
ha  querido  restarle  fieles,  nadie  ha  osado  meter 
bajo  un  celemín  la  luz  universal  de  su  gloria. 

Alabados  sean  los   que  entornaron   piadosa- 


348  M.    CURROS    ENRÍQUEZ 


mente  sus  párpados.  Alabados  los  que,  creyén- 
dole suyo,  entendieron  que  no  era  dable  ni  líci- 
to monopolizar  una  fuente  de  salud,  con  cuyas 
aguas  limpias  y  generosas  tenían,  tienen  y  ten- 
drán derecho  á  refrigerarse  dos  millones  de  se- 
dientos. 

No  en  vano  escribió  Curros  la  cantiga  de  La 
Eira  (Vo  trigo,  La  Virgen  del  Cristal,  La  Iglesia 
fría,  El  Mago,  La  locomotora,  los  Tangaraños  y 
El  Divino  Sainete,  que  alternativamente  regalan 
el  alma  de  los  niños  y  las  doncellas,  de  los  que 
han  hambre  de  pan  y  los  que  han  hambre  de  jus- 
ticia, de  los  creyentes  y  los  desengañados,  délos 
que  miran  á  lo  que  se  ha  ido  y  los  que  tan  sólo 
piensan  en  los  advenimientos  futuros. 

Á  todos  amó,  porque  amor  era  hasta  su  odio 
vehemente  á  la  iniquidad,  y  de  todos  se  hizo  en- 
tender según  el  idioma  y  el  corazón  de  cada  uno; 
por  eso  en  el  instante  de  la  suprema  despedida 
le  han  rodeado  y  le  han  bendecido  todos. 

Hay  algo  que  sobrenada  en  los  mayores  nau- 
fragios y  que  se  salva  en  los  más  tremendos  con- 
flictos: la  nobleza  de  la  aspiración,  ungida  con 
los  óleos  del  Arte. 

Testigo  fué  Toledo  de  no  pocas  matanzas  de 
judíos.  Y  no  obstante,  la  ciudad  y  la  iglesia  su- 
pieron respetar  las  dos  maravillosas  sinagogas 
de  Santa  María  la  Blanca  y  el  Tránsito,  ante  las 
cuales  coinciden  hoy  en  la  misma  admiración 
hombres  de  las  más  enemigas  confesiones  y 
sectas. 

Bien  haya  La  Coruña,  que  ha  registrado  ó  ins- 


CURROS    ENRÍQUEZ    Y    SU    OBRA    LITERARIA        349 

crito  títulos  de  una  propiedad  que  antes  se  con- 
sideraba fantástica  y  nula. 

Razón  tiene,  porque  el  patrimonio  espiritual 
que  no  mengua  ni  caduca  es  el  que  más  enaltece 
á  los  pueblos  y  á  las  colectividades.  Los  otros  pa- 
san, se  desmenuzan,  se  liquidan.  Éste  subsiste, 
incólume  y  perenne. 

Los  ricos,  los  fuertes,  los  poderosos,  si  volvie- 
ran al  mundo  después  de  un  centenar  de  años,  no 
encontrarían  ni  rastro  de  su  hacienda,  y  verían 
cómo  los  propios  descendientes  los  rechazaban 
por  presuntos  usurpadores. 

El  poeta,  el  bienhechor  de  la  Humanidad,  al 
resucitar  á  vuelta  de  años  ó  de  siglos,  recobraría 
íntegro  su  patrimonio  y  lo  hallaría  agrandado 
por  el  reconocimiento  de  los  pueblos,  llevadores 
del  usufructo. 


350  M.    CURROS    ENRÍQUEZ 


FBfi&IHENTOS  DE  UN  EL06I0  FÓNEBUE 


(44) 


Triste  cosa  es,  y  á  tristes  comparanzas  nos 
inclina,  la  ocasión  de  reunimos  para  rendir  el 
último  homenaje  á  quien  sólo  pueden  alcanzar- 
le ya  oraciones  y  recuerdos.  Empleando  estas 
dos  palabras  no  estoy  muy  convencido  de  ex- 
presar dos  ideas:  quizás  sean  una  sola  y  una 
misma,  que  si  el  rezo  es  la  plegaria  de  los  cre- 
yentes, el  recuerdo  es  la  oración  de  los  incré- 
dulos. 

Y  allá  se  irán  en  fuerza  y  en  valor,  en  inten- 
sidad y  en  eficacia,  ante  el  Omnipotente  Saber 
y  la  Suprema  Misericordia,  las  voces  de  los  que 
claman  amedrentados  y  el  gemir  de  los  que  su- 
fren silenciosos... 

Yo  no  sé  bien  la  historia  juvenil  del  poeta,  ni 
conozco  á  palmos  su  último  caminar  por  la  tie- 
rra hasta  que  bajo  tierra  lo  dejamos,  pero  se  que 
amaba  la  Poesía,  y  esta  diosa  no  concede  sus 
favores  á  los  felices.  Cuando  alguno,  por  su  es- 
tirpe, como  Byron;  por  su  ministerio  sagrado, 
como  Verdaguer;  por  su  independencia,  como 
Tennison;  por  su  altivez,  como  Cai^ducci,  ó  por 
su  cinismo,  como  Baudelaire,  pudo  estimarse  al 
abrigo  de  pasar  miserias,  ó  de  humillarse  en  es- 


(44)     Véanse  las  Notas  del  recopilador,  que  figuran  después  del 
índice  de  este  tomo. 


CURROS    ENRÍQÜEZ   Y    SU   OBR\    LITERARIA.        351 

píritu  ante  las  que  pasaba,  pronto  acudió  la  Musa 
para  demostrar  una  vez  más  á  sus  elegidos  que 
la  Poesía  es  fruto  de  dolor  y  que  la  inspiración, 
como  la  hermana  de  la  Caridad,  no  acude  sino 
cuando  la  invocan  sufriendo. 

Sé  que  amaba  y  cantaba  á  su  tierra,  la  nuestra, 
la  de  bravuras  en  el  mar  y  nieblas  en  el  mar  y 
en  el  aire;  la  del  sol  pálido  como  galán  que  ena- 
mora y  aguarda,  no  como  galán  indiscreto  que 
desafía  y  se  pavonea;  la  de  los  montes  suaves  y 
los  valles  abiertos,  y  en  los  montes  árboles  y  en 
los  valles  prados;  la  que  tiene  un  milagro  en 
cada  ermita  y  una  superstición  en  cada  aldea;  la 
que  ama  el  terruño  y  sueña  con  la  emigración; 
la  que  ha  tardado  más  en  comprender  que  el 
amor  pudiera  ser  pecado,  creyendo  sólo  que  era 
amor... 

Sé  que  la  amaba  y  tuvo  que  vivir  lejos  de  ella. 

Sé  que  las  aves  de  rapiña  y  los  pájaros  más 
asustadizos,  las  fieras  y  los  hombres,  cuanto  res- 
pira y  tiene  movimiento  en  la  Creación,  aunque 
sea  á  rastras,  vuelven  á  morir  en  el  nido,  en  el 
cubil  ó  en  el  hogar. 

Curros  murió  lejos. 

Y  sabiendo  ya  que  amaba  á  su  patria,  que  vivió 
alejado  y  que  no  pudo  morir  aquí...,  ¿que  más 
necesito  saber  para  asegurar  que  fue  desdicha- 
do...? 

¿Qué  compendio  mayor,  ni  qué  hoja  de  libro 
más  precisa  y  más  clara?  ¿Qué  va  á  relatarnos 
una  angustia  con  más  aterradora  concisión  que 
este  hecho  brutal  de  un  destierro  y  este  desapa- 


352  M.    CURROS    ENRÍQUEZ 


recer  trágico  de  un  desterrado  á  quien  consue- 
lan otros  desterrados  como  él...? 

No  pretendo,  pues,  contaros  su  existencia,  y 
dejo  para  otros  la  grata  labor  de  halagar  vues- 
tros oídos  con  el  rimado  murmullo  de  sus  ver- 
sos. La  mía,  hoy,  no  es  más  que  una  voz  que  se 
une  á  otras  voces,  á  manera  y  semejanza  del 
coro  en  las  tragedias  griegas,  cuando  prolonga- 
ba el  gemido  de  los  héroes  al  terminar  la  rela- 
ción de  sus  homéricas  peleas... 

¿Y  qué  es  una  vida  que  acaba  sino  una  histo- 
ria que  termina...?  ¿Que  es  la  luz  de  una  inteli- 
gencia que  se  extingue  más  que  una  sombra  que 
empieza  para  nublarnos  con  mayor  obscuridad 
las  lindes  insondables  y  misteriosas  de  esa  tierra 
que  llamamos  cielo,  porque  nos  repugna  llamar- 
le tierra  otra  vez...? 

Y  si  aquí,  por  cima  de  prejuicios  ó  de  rumo- 
res, de  ideas  que  tuvo  ó  de  ideas  que  le  atribu- 
yen, flota  una  inmensa  verdad,  la  verdad  inexo- 
rable de  la  nada,  en  que  ya  se  ha  confundido  y  de 
la  muerte  en  que  ya  reposa,  ¿qué  más  verdad 
buscaremos  para  darle  derecho  á  nuestra  com- 
pasión...? 

Si  morir  es  aniquilarse,  aniquilado  está;  si  mo- 
rir es  renacer  á  un  eterno  castigo  ó  á  una  gloria 
eterna,  dejémosle  á  Dios  la  inmensidad  de  su 
juicio. 

Para  los  que  veneramos  el  numen  del  poeta 
y  la  transcendencia  social  del  pensador,  el  nom- 
bre de  Curros  Enríquez  será  siempre  un  guía  y 
un  respeto;  y  á  vosotros,  aquellos  que  os  creáis 


CURROS    ENRÍQCEZ    Y    SU    OBRA    LITERARIA        353 


más  distanciados  ó  más  ofendidos  por  sus  opi- 
niones, también  os  pido  que  améis  el  nombre, 
del  poeta,  diciendo  con  el  evangelista:  «Amad 
á  todos,  á  vuestros  amigos  y  á  vuestros  enemigos, 
á  los  que  os  hacen  bien  y  á  los  que  os  hacen  mal, 
á  todos...,  que  no  amar  sino  á  los  que  os  aman  á 
vosotros,  es  poco  amor  para  un  cristiano...» 
He  dicho:  perdonadme  lo  que  dije. 

Manuel  Linares  Rivas. 


23 


354  M.    CURROS   ENRÍQUEZ 


SAÚDO 


(Vo) 


¡Saúde,  compañeiros  d'o  loitador  xigante; 
D'a  alma  solitaria  que  tanto  nos  amoú!... 
¡Saúde,  liirmaus  queridos  d'o  trovador  errante, 
Qu'a  térra  en  que  nacerá  hastra  morrer  loou! 

.  El  foy  de  longos  mares  as  illas  misteriosas 
D'as  penas  prisioneiro  e-altiva-a  honrada  sen, 
Creeu...,  dudou...,  cingueuse  d'espiñas  máis  que 

[rosas; 
¡Sufren...!  Para  aldraxalo  non  ten  razón  ninguén. 

i 

El  era  quen  d'as  noites  de  lúa  erara,  inxentes,. 
Os  ritmos  vagorosos  sabía  adivinar. 
Maldixo  d'os  tiranos,  d'os  déspotas  serpentes, 
E  tuvo  pr'a  virtude  seu  peito  sempre  altar. 

Eu  veno,  ala  d'Arousa,  d'as  prayas  feiticeiras^ 
D'as  rías  briladoras  tenxidas  de  zafir, 
D'os  vales  prefumados,  d'as  vírxenes  ribeiras, 
A-os  vosos  frolecidos  e  célticos  xardíns. 


(45)     Véanse  las  Notas  del  recopilador,  que  figuran  después  del 
índice  de  este  tomo. 


CURROS    ENRÍQUEZ    Y    SU    OBRA    LITERARIA        355 


Eu  veno,  nobre  Gruña,  c'o  corazón  doente, 
D'o  morto  idolatrado  seus  restos  a  bicar; 
O  labio  esmorecido,  sin  lus  n-a  torva  frente, 
O  pensamento  murcho,  a  lira  sin  cantar. 

¡Saúde,  camaradas  d'o  loitador  xigante; 
D'a  alma  solitaria  que  tanto  nos  amou!... 
¡Saúde,  hirmaus  queridos  d'o  trovador  errante, 
Qii^a  térra  en  que  nacerá  hastra  morrer  lembrou! 

LlSARDO    BaRREIRO. 


35fi  M.    CUK.ROS    ENRÍQUEZ 


HOMENAJE  Á  CURROS  '"' 

Señoras  y  señores : 

Las  excusas  que  hasta  este  momento  opuse, 
no  las  imputéis  á  rebeldías  de  la  voluntad;  justi- 
ficadas venían  por  el  natural  temor  de  ocupar 
una  tribuna  que,  si  honra  j  enaltece,  va  por 
modo  obligado  á  denunciar  mis  deficiencias. 

Pero  hay  deberes  que  nos  interpelan  con  des- 
potismo ineludible. 

Celanova,  mi  pueblo,  el  que  sintetiza  cuanto 
de  dulce  con  sus  encantos,  cuanto  de  doloroso 
con  sus  amarguras,  tiene  para  mí  la  vida,  quiere 
que  hable,  y  yo  debo  estimar  como  honor  im- 
pagable el  sacrificio  que  me  impone. 

Degenerado  el  hijo  que  desoye  los  llamamien- 
tos de  la  madre,  que  si  son  siempre  sagrados,  lo 
son  doblemente  cuando,  envuelta  en  crespones 
de  luto,  retuerce  el  corazón  desesperado  por  la 
muerte  del  mejor  de  sus  hijos. 

Que  nadie  se  moleste  por  el  concepto.  Curros 
llevó  nombre  y  gloria  á  ambos  hemisferios. 

El  verbo  del  sentido  común,  la  voz  de  la  ver- 
dad, que  dotó  á  todos  fundamentalmente  de  la 
misma  conciencia,  la  reina  del  mundo,  la  opinión 
pública,  dictaminó  ya  la  valía  y  grandeza  de  nues- 
tro vate. 


(46)     Véanse  las  Notas  del  recopilador,  que  figuran  después  del 
índice  de  este  tomo. 


CURROS    ENRÍQÜEZ    Y   SU    OBRA    LITERARIA        357 


Mellado  afirmando  que  fué  uno  de  los  poetas 
que  más  intensamente  sintió;  escribiendo  Moret 
gallardos  artículos  sobre  el  Nocturno;  admirando 
Alfredo  Vicenti  la  poesis.  A  su  madre;  emocionán- 
dose Linares  en  la  Muerte  de  su  hijo,  y  arrodillán- 
dose todos  ante  La  Virgen  del  Cristal,  que  el  so- 
litario de  Cortegada  prologara,  proclaman  el  en- 
canto del  detalle,  para  que  resulte  la  grandiosi- 
dad del  conjunto  y  la  apología  del  poeta. 

Y  cuando  los  que  lo  saben  y  lo  entienden,  y 
por  nada  torcerían  la  rectitud  de  sus  juicios; 
cuando  esas  clases  directoras,  que  van  ilumi- 
nando el  camino  de  la  cultura  humana  con  el 
faro  de  su  inteligencia,  proclaman  la  excelencia 
de  Curros,  nosotros,  los  suyos,  los  de  casa,  nada 
podemos  decir  ni  hacer  que  no  sea  compartir, 
por  ley  de  solidaridad,  por  derecho  de  familia, 
el  aplauso  universal  que  se  tributa  al  poeta  que 
tiene  en  las  primeras  estrofas  de  su  primer  poe- 
ma arrestos  homéricos  y  bellezas  dantescas,  y 
que  encierra,  por  que  resalten  ingenio  y  fecun- 
didad, tres  imágenes  en  un  solo  verso,  que  todos 
saben  y  yo  quiero  recordar  aquí  para  solaz  de 
vuestros  espíritus: 

Primeiro  desengaño  d'o  noso  amor  primeiro 
Que  tras  contigo  ó  frío  d'unha  maná  sin  sol. 
Tú  roesnos  comaos  vermes  a  fror  d^o  naranxeiro 
Y-o  corazón  nos  trocas  en  seco  pirifol. 

No  voy,  pues,  á  definir  al  poeta  de  los  fogo- 
sos arrebatos,  de   las  tremendas  osadías;  pero 


358  M.    CURROS    ENRÍQUKZ 


poeta  también  de  lirismos  suaves  y  santos  asce- 
tismos, que  así  era  de  compleja  y  varia  la  poesía 
de  Curros;  no  vengo  á  decir  de  él  absolutamente 
nada  de  lo  que  dije  en  otra  velada  más  numero- 
sa, no  más  entusiasta,  pero  menos  familiar  y  ca- 
sera que  ésta.  Vengo  á  poner  al  hijo  de  Celano- 
va  fuera  de  las  sombras  que  sobre  él  quisieron 
proyectar  espíritus  que,  acostumbrados  á  la  luz 
crepuscular,  se  perturban  con  la  intensidad  me- 
ridional; que  es  cosa  averiguada  que,  cuando  no 
se  puede  regatear  al  poeta,  se  vayan  las  envidias 
por  otros  caminos  para  regatear  al  hombre. 

Di  jóse  de  Curros  que  en  su  duro  corazón  no  ha- 
bía una  fibra  que  respondiese  al  amor.  Mentira. 

Yo  también  íjuiero  aportar  la  voz  de  mi  agra- 
decimiento á  la  justificación  de  sus  bondades; 
que  nadie  como  yo,  volviendo  la  vista  á  aquel 
período  calamitoso  en  que  me  faltó  la  mía,  pudo 
advertir  cuan  acertado  anduvo  el  que  dijo  que  la 
sociedad  nos  da  un  hermano  en  el  amigo,  y  que 
es  la  amistad  concordia  suprema  de  las  almas;  y 
si  dudáis  de  mi  palabra,  que  tengo  por  honrada, 
ahí  está  Castor  Méndez,  testigo  inmediato  de  las 
prodigalidades  del  afecto  de  Curros  conmigo. 
Mas  yo  quiero  probar  con  el  poeta  mismo  las 
ternuras  del  poeta.  ¿Quién  de  vosotros  desco- 
noce aquella  poesía  Á  la  -muerte  de  su  hijo,  en 
que  se  lee : 

Non  me  acordó  qué  tempo  m'estiven 
Sobrio  berze  de  dór  debruzado; 
Sólo  sey  que  m'erguin  c'o  meu  nono 
Sin  vida  n-os  brazoís? 


CURROS    ENRÍQUEZ    Y    SU    OBRA.    LITERARIA        359 

Yo  no  sé  que  Tirso,  Selgas,  ni  Balart  ni  cuan- 
tos queráis  seleccionar  como  tipos  de  delicado 
sentimiento  entre  nuestros  poetas,  hayan  acer- 
tado á  formular  nada  más  tierno.  Un  padre  que 
al  peso  del  amor  cae  debruzado  sobre  su  hijo,  que 
€ubre  maloliente  viruela  y  manda  desde  el  co- 
razón corrientes  de  amor  al  cerebro  que  apagan 
el  sentimiento,  haciéndole  perder  la  noción  del 
tiempo,  es  grupo,  es  cuadro  tan  sublime,  que  yo 
no  sé  que  más  mimoso  lo  haya  pintado  pensa- 
miento humano. 

Así  eran  los  afectos,  así  era  el  corazón  de  Cu- 
rros; y  esos  afectos  y  ese  corazón  tenían,  seño- 
ras y  señores,  una  orientación  obligada,  porque 
si  el  poeta  convierte  en  realidad  sensible  la  be- 
lleza concebida;  si  á  sus  versos  no  transmite  sino 
los  adentros  de  su  ánimo,  y  si  en  las  poesías  de 
Carros  no  se  ven  otros  nombres  que  Celanova, 
Villanueva,  Cristal,  Soutoverde,  Milmanda,  Pe- 
nalta  y  Einibó,  no  cabe  dudar  que  en  nuestros 
valles  y  vegas,  en  nuestros  sotos  y  colinas  for- 
mó su  inspiración,  que  aquí  infundió  su  ánimo 
en  purísimos  deleites,  que  con  nosotros  vivió 
vida  permanente  (Je  espiritual  comunicación, 
por  lo  que  quiero  pensar  que  á  estos  homena- 
jes veníamos  obligados  por  ley  de  reciprocidad, 
por  ley  de  gratitud,  por  ley  que  tiene  fuerza  co- 
activa para  toda  alma  bien  nacida,  por  ley  que 
encadena  los  corazones  obligándonos  á  querer 
á  quien  nos  quiso  y  amar  á  quien  nos  amó  tanto. 
Díjose  también  que  en  su  corazón  incrédulo 
no  estaba  consagrada  ninguna  religión.  Mentira. 


:60  M.    CURROS    KNRÍQUEZ 


Cuando  llegaba  á  La  Corufia,  los  librepensadores 
pensaron  apoderarse  de  los  despojos  del  poeta^ 
y  como  yo  haya  escrito  á  la  eximia  poetisa  Filo- 
mena Dato  anhelante  carta  para  que  lo  estorba- 
se, arguyendo  en  favor  de  su  comunión  cristiana^ 
y  buena  parte  de  la  prensa  gallega  me  haya  he- 
cho el  honor  de  reproducirla,  el  juez  de  Valla- 
dolid,  Sr.  Serantes,  y  el  forense  de  Vigo,  señor 
Brandón,  apresuráronse  á  escribirme  para  que 
yo  corroborase  mis  afirmaciones  con  sus  testi- 
monios, atinentes  á  demostrar  un  signo  inequí- 
voco de  predestinación  :  ellos  vieran  á  Curros  la 
última  vez  que  estuvo  en  Vigo  con  el  escapulario 
de  la  Virgen.  ¡Ah,  señores!;  yo,  que  conocía  la 
altivez  de  aquel  carácter  indomable;  yo,  que  sé 
que  jamás  llevó  antifaces  quien  fustigó  rabiosa- 
mente la  hipocresía;  yo,  que  conocía  la  dignidad 
de  su  espíritu,  yo  sé  que,  de  no  haber  sentido 
movimientos  é  inclinaciones  del  alma  hacia  la 
fe,  pesarían  sobre  él  y  le  agobiarían  con  mortal 
disnea  las  telas  santas  del  bendito  escapulario. 

Pero  también  con  el  poeta  quiero  justificar  al 
poeta  creyente.  En  el  Adiós  á  Mariquiña  conclu- 
ye con  este  verso : 

Y  agora  voa, 
Pombiña,  e  que  te  guíe  Nosa  Señora. 

¿Creéis  que  un  hijo  de  Celanova  invoca  a  Nues- 
tra Señora  sin  que  se  levanten  en  él  y  asocie  á  la 
invocación  todos  los  recuerdos  benditos  de  nues- 
tra niñez?  ¿Quién  otra  es  Nuestra  Señora  para 
un  hijo  de  Celanova  que  la  Virgen  de  la  Ermita, 


I 


CURROS    ENRÍQUEZ    Y    SU    OBRA    LITFRARIA        361 

interpuesta  entre  los  que  no  son  y  los  que  viven, 
entre  nuestros  padres,  que  duermen  sueño  de 
muerte  en  San  Verísimo,  y  los  que  nos  agitamos 
en  este  tráfago  de  la  vida,  empujados  por  el  ca- 
mino del  bien,  porque  Ella  pone  alientos  de  vida 
sobre  los  gérmenes  santos  que  al  pie  de  su  altar 
depositaron  en  nuestros  pechos  nuestras  aman- 
tes madres? 

Soplos  virginales...,  rocío  del  cielo...,  gérmenes 
de  vida...,  manos  amorosas...,  cultivo  cuidadoso..., 
leyes  biológicas...,  haced  vosotros  el  discurso,  ya 
que  apremios  del  tiempo  permítenme  sólo  pro- 
clamar aquí  que  el  que  amó  y  cantó  en  sus  poe- 
sías á  Nuestra  Señora  lleva  en  su  pecho  las  teolo- 
gales virtudes  de  fe  y  de  esperanza;  y  si  no  hu- 
biese poesía,  habría  lógica,  que  es  ley  del  enten- 
dimiento y  enseña  por  inductivo  método  que  el 
corazón  muerto  no  puede  generar  la  vida,  que  el 
espíritu  lleno  de  negaciones  no  puede  producir 
las  afirmaciones  sublimes  de  la  belleza. 

Curros  ha  creído;  Curros  ha  querido. 

No  quiero  abandonar  esta  tribuna  sin  dirigir 
un  requerimiento  á  la  gente  moza.  Jóvenes  cela- 
novenses,  cuyo  corazón  se  mueve  á  impulsos  de 
sentimientos  nobles  y  generosos,  en  cuyas  venas 
arde  la  sangre  de  la  juventud :  yo  os  requiero  á 
que  un  día  enseñéis  el  nombre  de  Curros  á  vues- 
tros hijos  y  se  lo  señaléis  como  un  modelo,  que 
bien  merece  serlo  el  que,  además  de  su  labor 
poética,  la  tiene  periodística  infatigable  en  de- 
fensa de  la  verdadera  libertad,  que  es  el  primero 
de  los  conceptos  en  el  trilogio  de  la  emancipa- 


Í62  M.    CURROS    ENRÍQUEZ 


ción  humana;  que  bien  merece  serlo  el  que  vivió 
concertada  sociedad  interior  entre  una  inteligen- 
cia creadora  y  luminosa  y  una  voluntad  recta  y 
enérgica.  Yo  os  requiero  á  que  mantengáis  las 
corrientes  de  cultura  que  hoy  cruzan  los  hori- 
zontes de  mi  pueblo,  que  ofrece  lista  inacabable 
de  hombres  ilustres;  y  sin  referirme  á  los  que 
hoy  se  agitan  y  tanto  valen  y  significan  en  nues- 
tra vida  activa,  permitidme  que  desde  aquí  man- 
de un  santo  recuerdo  á  Manuel  Asensio,  que  dejó 
fama  de  teólogo  en  nuestro  almo  Seminario;  á 
Burdeus,  que  no  hubo  menester  de  Universidad 
para  ser  un  modelo  de  erudición;  á  Castor  Ellees, 
entre  cuyas  bellas  poesías  se  destaca  As  follas 
secas,  que  bastaran  á  darle  puesto  en  el  Parnaso; 
á  Povadura  y  Enríquez,  modelo  de  sabios  y  rec- 
tos jueces;  á  Eladio  Casáis  y  Teófilo  Saavedra, 
que  brillaron  como  una  aurora  en  las  Universi- 
dades de  Valladolid  y  Compostela;  á  Leonardo 
Mármol,  que  inundó  con  labor  meritísima  nues- 
tra prensa  regional;  á  Modesto  Fernández,  publi- 
cista notable  en  materias  de  Hacienda  pública,  y 
á  Luciano  Puga,  que  dejó  reguero  de  luz  á  su 
paso  por  el  Supremo. 

¡Maldita  sea  la  generación  que,  anémica,  pasiva 
ó  negligente,  consienta  que  descienda  á  su  ocaso 
el  sol  que  hoy  alumbra  esplendoroso  la  villa  de 
San  Rosendo! 

José  Porras  Menéndez. 


CURROS    ENRÍQÜEZ    Y    SU    OBRA    LITERARIA        363 


IN  MEMORIAM '"' 


No  se  puede  entrar  y  salir  en  el  valle  de  Cela- 
nova  sin  que  la  salutación  y  la  despedida  levan- 
ten enfrente  nuestro  la  imagen  becqueriana  de 
la  musa  errante  de  Curros  Enríquez.  Desde  que 
nos  aproximamos  hay  más  soledad,  huele  á  tre- 
mentina, á  madreselva,  á  lejanas  brisas  resino- 
sas, á  las  ramizas  que  alfombran  los  pinares  y  á 
la  humedad  de  labradíos. 

En  los  restos  del  castillo  de  Villanueva,  en  el 
santuario  de  la  milagrera,  de  la  agarimosa  Virgen 
del  Cristal,  en  la  rústica  capillita  de  la  Encarna- 
ción, y  en  este  grandioso  monasterio  que  á  todos 
nos  cobija  para  celebrar  —  por  simpático  con- 
traste—  la  fiesta  necrológica  del  poeta,  revolotea 
su  musa,  flota  aún  en  lo  alto  de  la  torre  el  espí- 
ritu generoso  é  independiente  de  Curros,  como 
surge  en  los  altares  de  la  Encarnación  y  de  la 
Santa  Pastora  de  su  inmortal  leyenda  el  senti- 
miento piadoso  y  el  culto  de  la  delectación  su- 
blime á  su  madre. 

Ni  un  solo  instante  podréis  alejar  de  vuestra 
memoria  la  sonora  sinfonía  de  los  delicados  ver- 
sos de  vuestro  poeta  ausente;  pero  sus  notas  han 


(47)      Véanse  las  Notas  del  recopilador,  que  figuran  después  del 
índice  de  este  tomo. 


164  M.    cu K ROS    ICNRÍQUEZ 


de  sonar  siempre  más  dulces  y  efusivas  en  ia 
campiña  refrescada  por  la  lluvia  caudalosa  y  en 
el  anfiteatro  de  cordilleras  y  bosques,  porque  en 
esas  robledas,  por  entre  esas  retamas  espesas  y 
derechos  juncos,  tocaba  sus  dolientes  alboradas 
el  gaitero  de  Penalta,  y  se  juraron  promesa  de 
casamiento  los  enamorados  mozos  de  Einibó. 

Juan  Neira  Cancela,  f 


CURROS    ENRÍQUEZ    Y    SU    OBRA.    LITERARIA        365 


MI  OFRENDA ''' 


En  vuestra  iglesia  parroquial  se  ostentan  las 
reliquias  de  muchos  santos,  y  es  esta  villa  y  su 
tierra  la  cuna  de  los  Feijóo,  Riveras  y  otras  no- 
bles familias;  de  generales  como  Francisco  de 
Novoa,  que  lleva  su  ilustre  nombre  hasta  el  Po- 
tosí, y  patriotas  distinguidísimos  como  Domingo 
Rodrigáñez  de  Araújo,  fundador  de  la  iglesia 
parroquial  de  Santo  Domingo  de  Orense;  del  no- 
table Colegio  de  PP.  Calasanz;  de  jurisconsultos 
y  literatos  como  los  Iglesias,  Porras,  Lezón,  Ojea, 
Elices,  Marquina,  Brandón,  Míguez,  etc.,  y  espe- 
cialmente del  eximio  é  inolvidable  Curros  Enrí- 
quez,  en  honra  del  cual  os  halláis  aquí  reunidos. 

Curros,  hombre  de  clarísimo  talento,  nuevo 
Munio  de  Veiga,  de  Penalta  y  Einibó,  como  el 
prior  de  los  caballeros  de  Santiago  de  la  Espada, 
levanta  el  estandarte  de  la  libertad  y  de  la  inde- 
pendencia de  su  pueblo  y  rompe  lanzas  contra  la 
forma  de  todas  las  tiranías;  maneja  la  lira  como 
espada  de  dos  filos,  que  lo  mismo  suena  como 
ave  de  pío  dulcísimo,  que  dijo  un  severo  crítico, 
cantando  tradiciones  devotas  y  populares  apren- 
didas de  labios  de  su  madre,  como  escala  forta- 
lezas,  derriba  castillos  y  arrolla  supersticiones. 


(48)     Véanse  las  Notas  del  recopilador,  que  figuran  después  del 
índice  de  este  tomo. 


366  M.    CURROS    KNRÍQUEZ 


El  espíritu  que  rige  su  cuerpo  débil  y  flaco, 
emprende  así  la  cuesta  de  la  vida,  seca  y  árida  y 
desierta,  y  con  tan  admirable  tesón  como  luci- 
dez, derrama  fulgor  por  doquiera,  brillando  en 
cada  asunto  que  toca  la  luz  de  aquella  su  orgu- 
llosa  inteligencia,  siempre  olímpica  y  suprema. 

Astro  de  elevada  magnitud,  fué  marcando  su 
estela  de  oro,  celeste,  luminosa.  Alma  sin  hogar, 
pájaro  sin  nido,  vive  como  fuera  de  su  cuerpo, 
sufriendo  con  heroica  paciencia  traiciones  de  la 
envidia,  golpes  de  fortuna,  mudanzas  y  adversi- 
dades, y  sin  respetos  mundanos  combate  la  tira- 
nía de  los  poderes,  el  orgullo  de  los  soberbios  y 
deñende  la  justicia  de  los  desheredados. 

Arrojado  por  el  aluvión  del  infortunio,  deja  su 
ingrata  tierra  natal,  buscando  favor  en  extranje- 
ras playas  más  hospitalarias;  y  Curros  Enríquez, 
respondiendo  á  su  promesa,  por  tierras  y  por 
mares  habla  de  la  patria  gallega  á  los  desterrados 
y  de  la  libertad  á  los  siervos. 

Adondequiera  que  va  nuestro  poeta,  los  hados 
llevan  también  su  morriña,  nostalgia  de  la  tierra 
amada,  melancolía...,  tristezas...,  y  á  semejanza  de 
Homero,  Virgilio,  Dante  y  Camoens,  graba  con 
péñola  de  oro  sus  épicas  jornadas,  legando  mo- 
numentos indelebles  para  la  tierra  de  España. 

Sus  poemas  literarios  serán  honra  inviolable 
y  firme  para  Galicia,  especialmente  para  Celano- 
va,  su  cuna,  sin  duda  para  que  vuestro  ardiente 
deseo  de  dulce  emulación  no  se  desvanezca. 

Benito  Fernández  Alonso. 


CURROS    ENRÍQUEZ    Y    SU    OBRA    LITERARIA       367 


PÁRRAFOS. DE  UN  DISCURSO  '" 


De  Celanova,  donde  recibió  el  primer  beso 
de  amor  de  las  musas  el  alma  solitaria  y  errante 
del  poeta  que  glorificamos;  donde  lanzó  el  pri- 
mer gemido,  porque  allí  derramó  la  primera  lá- 
grima del  humano  dolor,  que  nunca  le  abandonó 
en  su  triste  caminar  por  la  tierra,  os  traigo,  se- 
ñores, mensaje  de  adhesión  cariñosa,  tributo  do 
bendiciones  y  de  lágrimas  ardientes  de  gratitud; 
de  gratitud,  sí,  porque  vosotros  habéisnos  hecho 
llorar  dos  veces :  de  pena  y  de  agradecimiento; 
de  pena,  por  el  poeta  para  siempre  ido;  de  agra- 
decimiento, por  vuestros  arrestos  generosos,  por 
vuestras  ofrendas  de  admiración  y  de  amor  de- 
positadas en  los  altares  que  habéis  levantado  al 
genio  céltico,  que  encarnó  en  áureos  versos,  en 
estrofas  de  inspiración  altísima,  el  genio  de  una 
civilización  y  de  una  raza. 

Sí,  en  el  hermoso  valle  de  Celanova,  que  rodea 
con  un  cinturón  de  eterno  verdor  el  ex  monaste- 
rio de  San  Rosendo,  fundado  por  el  santo  tauma- 
turgo de  la  Edad  Media,  exhaló  el  primer  hálito 
de  vida  el  poeta  inmortal;  allí  fué  por  Dios  ungi- 
do el  vate  errante,  porque  obra  de  Dios  es  la 


(49)     Véanse  las  Notas  del  recopilador,  que  figuran  después  del 
índice  de  este  tomo. 


368  M.    CURROS    ENRÍQUEZ 


Poesía,  con  el  óleo  santo  de  la  inspiración;  allí 
sintió  los  primeros  acariciadores  aleteos  de  las 
musas  el  poeta  de  las  tristezas  hondas,  y  allí  de- 
rramó las  primeras  ardientes  lágrimas  de  sangre. 

Por  eso  cantó  constantemente  el  dolor,  que 
nunca  en  la  tierra  le  abandonara;  por  eso  la  obra 
de  su  inspiración  lleva  ese  sello  de  infinita  tris- 
teza de  las  melancólicas  tardes  otoñales  y  de  las 
tonalidades  grisáceas  de  nuestro  horizonte;  por 
eso  tuvo,  á  veces,  rugidos  de  tempestad  y  fiere- 
zas de  anatema;  por  eso  fustigó  á  los  tiranos  y 
pidió  consuelo  para  los  esclavos  y  para  los  már- 
tii-es  coronas;  por  eso  lloró  lágrimas  de  sangre 
por  los  ancianos  sin  pan  y  sin  hogar,  por  los  hi- 
jos sin  padre  y  abandonados,  com'os  teus  fillos — 
decía  á  su  santa  madre — ,  por  los  que  lloran  y 
por  los  que  sufren,  por  los  que  han  hambre  y 
sed  de  justicia,  por  todos  los  caídos  en  el  calva- 
rio de  los  humanos  dolores;  por  eso  hizo  gemir 
hondamente  su  lira  con  acentos  patéticos,  con 
imprecaciones  de  apóstol,  por  los  dolores  de 
cuerpo  y  alma  de  tantos  seres  sin  ventura. . 

¡Ah,  Dios  mío.  Dios  mío!,  que  la  inspiración, 
como  la  hermana  de  la  Caridad,  al  decir  de  escri- 
tor ilustre,  sólo  acude  cuando  la  invocan  sufrien- 
do; y  Curros  Enríquez  invocóla  en  el  calvario  dé- 
los humanos  dolores,  que  no  tienen  nombre  en 
el  defectuoso  lenguaje  del  hombre. 

Furores  paternos  arrojáronle,  en  edad  tem- 
prana, de  los  patrios  lares;  entró  ya  en  los  domi- 
nios de  la  Historia,  y  dueña  es  la  posteridad  de 
sus  juicios.  Su  madre,  su  santa  madre,  quedóse 


CURROS   ENRÍQUEZ    Y    SU    OBRA    LITERARIA       369 

clamando  á  la  Virgen  del  Cristal  —  que  el  poeta 
había  de  cantar  más  tarde  en  estrofas  de  áureo 
misticismo  y  de  inspiración  soberana  —  piedad 
para  el  hijo  sin  ventura. 

Y  allá  se  fue,  víctima  de  las  adversidades  del 
hado  implacable,  el  vate  errante. 

Llevaba  en  su  mentalidad  vigorosa  luz,  mucha 
luz,  el  instinto  creador,  casi  profético;  en  su  co- 
razón, sed  insaciable  de  amor,  que  luego  se  tra- 
duce en  dolores  inenarrables;  en  su  espíritu  in- 
gente, el  tormento  de  lo  infinito,  el  vértigo  de 
la  inmensidad... 

Ansias  inextinguibles  del  ideal,  del  ideal  inase- 
quible, hacían  en  su  alma  presa  para  apartarle 
de  lo  efímero  y  perecedero  del  vivir  terrenal  y 
hacerle  interrogar  el  arcano  del  Universo. 

Él,  que  mucho  amaba;  él,  que  mucho  sufría, 
porque  amaba  mucho;  él,  que  sentía  el  tormento 
de  lo  infinito,  que  sienten  todas  las  grandes  vo- 
caciones que,  en  ascensión  espiritual,  en  vuelo 
gigantesco,  se  levantan  por  encima  del  polvo  vil 
del  camino  de  la  vida;  él,  que  nacido  en  cuna  de 
oro,  viérase  arrastrado  por  adversidades  del  des- 
tino á  todos  los  dolores  de  cuerpo  y  de  alma,  que 
fueron  el  cortejo  inseparable  de  su  peregrinar 
por  el  mundo,  no  podía,  no,  del  dolor  desasirse. 
¿Qué  mucho,  pues,  que  fuese  el  poeta  del  dolor?; 
¿qué  de  extraño  tiene  que  él  fuese  una  de  las 
musas  constantemente  inspiradoras  de  sus  crea- 
ciones inmortales? 

Alfredo  de  Musset,  Carducci,  Leopardi,  Heine, 
Balart,  ¿acaso  como  ellos,  y  más  que  ellos,  no 

24 


370  M.    CURROS    ENRÍQUEZ 


apuró  el  bardo  que  lloramos  las  heces  del  cáliz; 
de  amargura? 

Más  que  ellos,  sí;  que  ellos,  al  fin  y  al  cabo,  llo- 
raron en  la  adorada  tierra  nativa,  y  nuestro  vate^ 
¡ah!,  lloró  en  el  destierro,  y  en  el  destierro  cayó 
en  medio  del  fragor  del  combate  por  la  idea;  en 
el  batallar  rudo  y  tenaz  por  la  redención  de  su 
Galicia  idolatrada,  por  la  manumisión  de  los  pa- 
rias de  los  modernos  tiempos. 

...  Poeta  del  dolor,  de  la  ternura  y  del  amor,^ 
bien  pudo  de  sí  decir  lo  que  de  sí  Alfredo  de 
Musset  dijera:  «El  único  bien  que  me  queda  en 
el  mundo  es  el  haber  llorado  algunas  veces.  Nada 
nos  engrandece  tanto  como  un  gran  dolor.» 

Y  aun  añadir  pudiéramos,  ahondando  en  los 
océanos  del  alma  del  poeta,  palabras  que  Guyán, 
en  luminoso  estudio  psicológico,  aplicara  al  poe- 
ta de  allende  los  Pirineos,  que,  al  mezclar  á  todos 
sus  amores  las  ansias  infinitas  del  ideal,  que  no 
pueden  extinguir  los  pechos  de  bronce  de  la 
realidad,  compara  el  deseo  clavado  en  tierra,  y 
aspirando  siempre  hacia  lo  alto,  con  el  águila  he- 
rida, que  muere  sobre  el  polvo,  abiertas  las  alas 
y  fijos  los  ojos  en  el  sol. 

Tal  fué,  creédmelo,  creédmelo,  el  vate  que  llo- 
ramos, y  al  que,  en  esta  apoteosis  gloriosa,  enal- 
tece «La  Oliva»,  bajo  la  inspiración  de  su  cultí- 
simo presidente  D.  Manuel  Gómez  Román,  que 
tiene  tan  grande  el  corazón  como  la  inteligen- 
cia, y  á  quien  tanto  debe  el  embellecimiento  de 
este  gran  pueblo  de  Vigo... 

Decidme  ahora  si  quien,  cual  nuestro  Curros, 


CURROS    ENRÍQUEZ    Y    SU    OBRA.    LITERARIA       371 

en  cimas  tan  altas  explayó,  como  poeta,  su  vuelo 
ingente  y  en  su  alma  sintió  los  aleteos  purísimos 
del  patriotismo  é  hizo  latir,  con  los  estremeci- 
mientos del  éxtasis,  tantos  corazones,  que  aquí  y 
allende  los  mares  alientan,  no  merece  que  per- 
petuéis su  memoria  en  lápidas  y  bronces,  en 
mausoleos  y  estatuas;  decidme  si  habiendo  alta- 
res en  las  almas  que  sienten  las  glorias  de  la  pe- 
queña patria,  altares  en  las  almas  no  tienen  para 
el  que  tan  santo  amor  en  la  tierra  tuvo  y  amor 
tan  divino  en  la  inmortalidad  debe  gozar, 

¡Ah!,  que  cuando  con  furia  insana  el  dolor  cla- 
vaba sus  envenenadas  garras  en  el  corazón  lace- 
rado del  poeta  de  las  tristezas  hondas  y  de  los 
cantos  nostálgicos,  y  dábale  un  beso  trágico  en 
su  alma,  tuvo  rugidos  de  tempestad  y  fierezas  de 
anatema;  que  cuando  la  copa  amarga  y  envene- 
nada de  vida  tan  tormentosa  cual  la  suya  liba- 
ba, producíale  exaltaciones  de  embriaguez  y  ha- 
cíale, de  vez  en  cuando,  asomarse  á  los  abismos 
de  la  duda  sin  caer  en  las  negruras  del  escepti- 
cismo; que  momentos  hubo  en  que  sintió  frío  en 
el  alma,  quien  en  el  alma  también  sintiera  fe 
acendrada  y  fragua  de  amor  santo.  ¡Ah,  Dios  mío, 
Dios  mío!  ¿Y  cuál  de  nuestros  genios  explorado- 
res de  las  miserias  de  aquí  abajo,  en  un  mundo 
de  tantas  lacerias  sociales,  no  lo  sintió? 

...  Una  mujer  excelsa,  una  mujer  extraordina- 
ria de  nuestra  tierra,  de  la  que  tuve  yo  también 
el  honor  de  tejer  su  corona  de  gloria,  que  fué 
águila  caudal  y  explayó  su  vuelo  ingente  por  los 
cielos  inconmensurables  de  la  Ciencia;  que  esca- 


372  M.    CURROS    ENRÍQUEZ 


lo,  con  su  mentalidad  soberana,  alturas  genera- 
doras del  vértigo  de  la  inmensidad,  y  descendió, 
á  manera  de  buzo,  á  la  sima  del  humano  dolor,  á 
los  antros  de  la  suprema  miseria  humana;  una 
mujer  que  predicó  la  caridad  y  el  bien,  que  pudo, 
del  dolor  por  ella  glorificado,  decir  que  purifica 
lo  que  está  manchado,  santifica  lo  que  es  bueno 
y  diviniza  lo  que  es  santo,  tuvo  anatema  fiero, 
sangriento  á  veces,  para  los  vicios  sociales,  para 
las  babilónicas  orgías  que  se  ostentan  con  res- 
plandores siniestros  en  las  alturas,  y  tuvo,  en 
cambio,  arrullos  de  tórtola  amante  para  los  dé- 
biles, para  los  pobres,  para  los  que  sufren  y  para 
los  que  lloran,  para  todos  los  caídos  en  la  espi- 
nosa senda,  en  la  efímera  y  tormentosa  jornada 
de  la  vida. 

Pues  así  Curros  Enríquez. 

Los  grandes  genios  de  la  poesía;  los  que  reco- 
rren, en  vuelo  gigantesco,  los  cielos  del  ideal; 
los  que  se  elevan  por  encima  de  la  masa  á  alturas 
inaccesibles;  los  que  sintieron  sobre  su  frente  el 
aleteo  misterioso  y  divino  de  la  inspiración  y  lle- 
van en  el  alma  el  tormento  de  lo  infinito,  no  en 
*  las  plácidas  corrientes  del  arroyuelo  del  vivir, 
que  serpentea  por  entre  los  verdes  juncos  de  la 
alegría  y  de  la  esperanza,  sino  en  las  tormento- 
sas olas  del  mar  de  la  vida,  bañaron  su  espíritu. 

Mas  entendedlo  bien;  entre  cuantos  al  dolor 
pagan  tributo  y  del  dolor  recibieron  el  beso  pu- 
rísimo de  la  inspiración,  los  unos,  cuando  el  do- 
lor cantan,  creen  y  esperan,  y  esperando  y  cre- 
yendo, rezan  y  lloran;  rugen  los  otros  porque  no 


CURROS   ENRÍQUEZ   Y   SU    OBRA   LITERARIA       373 

creen,  y  maldicen  porque  desesperan.  Forman 
para  éstos  montañas  de  espuma  las  olas  encres- 
padas del  mar  de  nuestra  vida,  y  ofrécense  para 
aquéllos  serenas  en  su  imponente  majestad;  pero 
amargas  son  siempre  del  mar  las  aguas,  y  en  el 
fondo,  ¡ah!,  en  el  fondo  está  siempre  el  abismo; 
mas  hay  para  las  almas  creyentes  otro  Océa- 
no sin  fondo  en  esas  alturas,  que  producen  el 
vértigo  de  la  inmensidad  y  que  están  por  enci- 
ma de  los  astros,  adonde  explayar  anhelaran  su 
vuelo. 

...  Pues  Curros  Enríquez,  que  recorriera  todas 
las  tonalidades  del  sentimiento  y  las  notas  todas 
del  pentagrama  del  alma,  fué  creyente,  y  con 
arpa  de  oro  cantó  en  estrofas  inmortales  á  la  Vir- 
gen del  Cristal,  que  viera  subir  en  magna  visión 
esplendorosa  á  los  cielos,  en  la  hora  solemne  de 
su  comunicación  espiritual  con  las  musas,  en  la 
hora  augusta  de  su  inspiración,  y  cantóla  como 
sólo  pueden  los  que  llevan  en  el  alma  el  lumi- 
nar bendito  de  la  primera  fe;  y  reanudando  las 
cantigas  marianas  con  que  en  el  dulce  y  tierna- 
mente melancólico  dialecto  gallego  honrara  en 
los  medioevales  tiempos  el  Rey  Sabio,  dijo  de 
esta  suerte :  « Yo  soy  el  ave  de  pío  dulcísim  o  y 
alas  de  nieve  que  sólo  anidar  en  los  campanarios 
sabe,  y  que  bañándose  en  las  ondas  del  incienso 
que  trasciende  de  la  alta  nave,  va  á  cantaros  una 
leyenda  recogida  de  los  labios  purísimos  de  mi 
madre  en  los  días  venturosos  de  la  infancia.  Vio 
eclipsarse  la  estrella  de  su  pequeñuelo,  y,  padre 
aman  tí  simo,  derramó  lágrimas  de  infinita  ternu- 


374  M.    CURROS    ENRÍQUEZ 


ra.  Contempló  á  su  madre  muerta,  y  con  lamen- 
tos que  desgarran  el  alma,  llamóla 

Mártir  escura,  blanca  pombiña 
Arruladora  e  tenra...» 

Pudo  ver  legiones  de  emigrantes,  combatidos 
por  la  negra  ola  del  infortunio,  lanzarse  á  las 
tenebrosidades  del  Océano,  á  las  incertidumbres 
del  porvenir,  y  cruzar  para  extrañas  tierras  ma- 
res de  hiél,  y  conturbado  su  espíritu,  hizo  gemir 
hondamente  su  lira  excelsa  con  los  dolores  de 
cuerpo  y  de  alma  de  tantos  seres  sin  ventura,  y 
fué  para  ellos  golondrina  de  píos  amorosos,  cobi- 
jándolos con  sus  negras  alas,  tan  negras  como 
la  pena  que  anidaba  en  su  alma,  y  arrullándolos 
con  cantos  de  amor  y  de  esperanza.  Vio  en  su 
derredor  millares  de  parias,  los  nuevos  siervos 
de  la  gleba,  que  viven  como  gehenas,  y  entonces 
tuvo  acentos  de  noble  indignación  y  fulminó  el 
rayo  del  anatema,  del  anatema  fiero,  contra  los 
tiranos,  y  pidió  consuelo  para  los  esclavos  y  para 
los  mártires  corona.  Que  escrito  el  lo  dejara,  para 
que  olvidarlo  no  podáis: 

Que  eu  pr^a  querer  nacín  todo  caído, 
Pr'a  dar  a  man  á  todo  desgraciado. 

Pues  si  fué  creyente,  y  creyente  cantó,  en  los 
centelleos  de  su  inspiración,  á  la  Virgen  del  Cris- 
tal, y  si  fierezas  del  destino,  adversidades  del 
hado  implacable,  jamás  negruras  del  escepticis- 


CURROS    ENRÍQUEZ    Y    SU    OBRA    LITERARIA        375 

mo,  generaron  á  veces  en  su  alma  desmayos,  cre- 
yente murió  cantando  á  la  Virgen  del  Cristal  en 
la  rica  y  sonora  lengua  de  Cervantes,  en  que 
piensan  y  sienten  dos  mundos,  en  que  piensan  y 
sienten  los  setenta  millones  de  almas  que  se  dila- 
tan por  el  planeta. 

¡Ah!,  viles  gusanos  que  os  arrastráis  por  el  pol- 
vo de  los  caminos  de  la  vida  y  que  ni,  aun  muerto, 
le  permitís  descansar;  ahora  que  desprendido  del 
barro  deleznable  del  mísero  vivir  terrenal  su- 
mergióse en  el  piélago  insondable  de  la  eterni- 
dad, sed,  por  Dios,  piadosos;  dejadle  dormir  en 
paz  el  sueño  postrero;  dejadle,  sí,  dejadle  bañar- 
se en  luz  divina  allá  en  las  inmensidades  de  Dios. 

Y  ahora,  señores,  escuchad  este  ruego  que  el 
alma  arroja  á  mis  labios  temblorosos:  cuando 
paséis  por  delante  de  este  monumento,  que  eri- 
gió la  culta  y  floreciente  Sociedad  «La  Oliva», 
€ompuesta  por  almas  caldeadas  por  las  divinas 
llamaradas  del  ideal  y  el  fuego  sacro  del  amor 
patrio,  para  perpetuar  un  nombre  para  nosotros 
tan  querido,  en  esta  apoteosis  del  poeta  excelso, 
arrebatado  á  las  charcas  cenagosas  del  vivir  terre- 
nal, mísero  y  caduco,  para  entrar,  con  irradiacio- 
nes triunfales,  libre  ya  de  la  mácula  infecta  de 
la  carne,  sin  cadenas  de  dolor,  ni  gemonías,  ni 
arreos  de  martirio,  ni  cilicios  de  pasión,  ni  mor- 
deduras de  canibalismo,  en  las  regiones  de  la 
inmortalidad  y  del  misterio,  en  el  reino  de  la 
justicia  y  del  perdón  misericordioso,  recordad. 
Dios  mío,  que  él  predicó  el  amor  entre  los  suyos, 
el  amor,  la  libertad  y  la  solidaridad  fraternal  en 


376  M.    CURROS    ENRÍQUEZ 


la  pequeña  patria  y  en  la  patria  grande,  en  las 
patrias  materiales  y  en  las  patrias  espirituales; 
recordad,  sí,  que  él  lloró  lágrimas  de  sangre  por 
todos  sus  hermanos  caídos  en  el  calvario  de  los 
humanos  dolores;  recordad  que  rompió  cadenas 
y  dijo:  «Levantaos,  siervos»;  que  fué  apóstol  de 
redención  económica  y  social,  pidiendo  para  sus 
hermanos  el  alborear  de  un  nuevo  día  sin  quin- 
tas, sin  foros,  usuras  ni  pleitos,  y  que  un  nuevo 
sol  de  ventura  esplendiese  para  su  bien  amada 
Galicia,  alumbrando  sus  hoy  negros  destinos; 
recordad,  sí,  aquellos  sentidos  versos  que  son 
como  el  canto  del  cisne: 

¡O  terrónl  ¡Ay!  ¡Aldeíña 
Onde  se  nace  e  se  crece, 
Que  inda  de  lonxe  parece 
Que  nos  aceña  e  aloumiñal 

;0  terrón,  que  cobre  os  osos 
D^os  vellos  que  abandonamos, 
E  que  con  fondos  recramos 
Chamando  están  pol-os  nososl 

;0  terrón!  Se  a  sorte  cruel 
Me  fay  ó  mundo  deixar 
Fora  del  e  d*o  meu  lar, 
¡Gallegos,  levaime  á  él, 
Ali  podrey  descansar! 

Sí,  tú  querías  reclinar  la  cabeza,  por  la  postrera 
vez,  en  la  nativa  tierra;  tú  querías  dormir  en  ella 
el  último  sueño,  que  ahí  está  tu  testamento  poé- 


CURROS    ENRÍQUEZ    Y    SU    OBRA    LITERARIA        377 

tico,  símbolo  augusto  de  tu  martirio  en  el  mun- 
do, en  ese  grito  hondamente  nostálgico  que, 
como  el  vago  y  apagado  lamento  de  un  mori- 
bundo, se  escapó  de  tu  alma  solitaria.  ¡Oh!,  que 
acaso,  cuando  estos  versos  escribió,  mantuviera 
su  estro  creador,  desde  las  lejanas  playas  de 
Cuba,  á  través  de  los  mares,  en  la  hora  solemne 
de  su  comunicación  espiritual  con  las  musas,  ese 
diálogo  misterioso  con  la  madre  Naturaleza,  que 
llamaba  á  la  materia  al  sueño  perdurable  de  la 
muerte,  en  la  tierra  bendita  de  sus  amores,  y  con 
el  cielo,  que  llamaba  al  espíritu,  evocador  de  la 
Virgen  del  Cristal,  á  las  inmensidades  de  Dios. 

Suelo  adorado,  bendito,  suelo  fecundizado  con 
las  lágrimas  de  tus  mártires  y  tus  músicos  y  tus 
poetas,  que  sintieron  tus  hondas  penas  y  llora- 
ron, en  estrofas  y  cantares  de  ternura  infinita, 
tus  desventuras.  ¡Oh,  idolatrada  pequeña  patria, 
donde  nuestros  mayores  yacen  en  el  eterno  repo- 
so!, tú  sola  nos  cubrirás  con  las  flores  que  festo- 
nean y  embalsaman  el  ambiente  de  tu  espléndida 
floresta  y  nos  besarás  amorosa  con  las  tenues 
auras  de  tus  amenos  bosquecillos  y  los  murmu- 
llos de  tus  fuentes  cristalinas  y  de  tus  rías  de 
plata,  cuando  el  soplo  helado  de  la  muerte  nos 
brinde  por  sepultura  el  florido  lecho  de  tus  cam- 
posantos, arrullados  por  el  toque  de  Ánimas  de 
los  campanarios  de  tus  iglesias,  que  yérguense 
gallardas  por  entre  las  verdes  crestas  de  los  fron- 
dosos castaños  y  pinares  de  tus  montañas,  como 
un  suspiro  del  alma  á  Dios. 

Galicia,   hermosa  Suevia,  idolatrada  pequeña 


378  M.    CURROS    ENRÍQUEZ 


patria,  por  la  que  estamos  unidos  en  dictiosa 
comunidad  de  afectos  y  aspiraciones  á  la  patria 
grande;  nereida  gentil  que,  reclinada  sobre  un 
lecho  de  flores  y  cubierta  por  el  regio  manto  de 
púrpura  de  los  crepúsculos  de  tu  cielo,  pareces 
mecerte  voluptuosa  en  las  rizadas  ondas  de  tus 
mares,  que  cruzan  blancas  gaviotas,  para  ser 
arrullada  por  las  druídicas  canciones  de  tus  bos- 
ques seculares,  que  murmuran  en  sus  frondas 
plegarias  de  amor,  acariciada  por  las  rielantes 
corrientes  de  tus  rías  de  plata,  en  que  reverbera 
el  infinito  azul  y  el  verde  esmeralda  de  tu  flores- 
ta espléndida,  y  coronada,  ya  por  las  graníticas 
cordilleras,  que  te  abrazan,  fuertes  como  tu  raza 
de  héroes  y  de  mártires,  ya  por  las  verdes  cres- 
tas de  los  pinares  rumorosos  y  los  penachos  de 
tus  castaños  frondosos,  que  parecen  confundirse 
en  amoroso  beso  con  las  ondulaciones  etéreas 
del  horizonte;  despierta,  sí,  despierta,  levántate 
y  anda;  sacude  el  yugo  que  te  oprime;  rompe  las 
gemonías  que  te  aprisionan;  alza,  alza  tu  noble 
frente,  ungida  de  Dios,  que  tan  bella  te  hizo;  co- 
bra bríos  de  titán  y  marcha,  con  paso  firme  y 
ánimo  resuelto,  á  la  realización  de  los  redentores 
ideales  del  progreso.  Adelante,  adelante,  siem- 
pre adelante... 

Tú  no  mueres,  no  puedes  morir,  no  quiere 
Dios  que  mueras;  aun  tienes  que  cumplir  en  el 
mundo  grandes  destinos. 

Antes  de  poner  á  mis  palabras  remate,  permi- 
tidme que  del  luchador  gigante  que  murió  con 
melancolías  de  añoranza  en  el  destierro;  del  pre- 


CURROS   ENRÍQUEZ   Y   SU    OBRA    LITERARIA       379 

cursor  del  resurgimiento  glorioso;  del  que  subió 
con  cruz  de  martirio  al  calvario  del  progreso,  y 
en  medio  de  la  montaña  del  progreso  cae  y  en  la 
jornada  sucumbe,  como  el  águila  herida  que  cae 
con  las  alas  tendidas  sobre  el  polvo  y  mirando 
el  Sol,  os  recuerde  aquellos  sentidos  versos,  que 
son  grito  hondamente  nostálgico  del  alma  lace- 
rada del  poeta  sin  ventura  en  la  tierra: 

Si  cand'á  loita  vaya 

Tropezó  n-uiiha  foxa, 

Os  que,  cal  eu,  subidas 

A  traballosa  costa, 

Cuando  chegués  á  cima^ 

Sagrada  e  vitoriosa, 

¡Arpas  gue  saudades 

D'a  nosa  pátrea  a  aurora, 
D'a  y-arpa  acordaivos  qué  fúnabra  queda 
N-a  noita  d'o  olvido  xemindo  sin  grorial 

¡Ah!,  ya  no  llorará  tu  arpa  sin  gloria  en  la  no- 
che del  olvido.  Ahora  que  fúnebre  sudario  te 
envuelve,  Vigo  acoge  la  última  palpitación  de  tu 
corazón  grande  y  generoso  y  rodea  tu  nombre 
de  aureola  inextinguible.  Ya  puedes  en  paz  dor- 
mir, ya  reposas  en  el  céltico  suelo,  en  la  pequeña 
idolatrada  patria;  ya  te  besa,  acariciadora,  la  tie- 
rra bendita  de  tus  amores;  ya  perduras  en  el 
amor  de  los  tuyos  y  en  la  memoria  de  los  buenos. 

Y  vosotros,  señores,  sabedlo.  Si  dicen,  y  dicen 
bien,  que  Dios  bendice  á  los  pueblos  que  honran 
á  sus  hijos  ilustres,  á  los  que  son  á  manera  de 
luminarias  del  pensamiento,  que  alumbran  los 


380  M.    CURROS   ENRÍQÜEZ 


humanos  destinos  en  la  yerta  obscuridad  del  mí- 
sero vivir  terrenal;  vosotros  que,  con  nobles 
arrestos,  habéis  erigido  altares  al  genio  y  en  los 
altares  del  genio  depositasteis  ofrendas  fervoro- 
sas, bien  merecidas  tenéis  las  bendiciones  de 
Dios  y  el  reconocimiento  de  la  Historia. 

Manuel  Lezón. 


TRABAJOS  ESCRITOS  EXPRESAMEWE  POR  SUS  AUTORES 
PARA  ESTE  TOMO 


iiiiiiiiiiiiiiiiiiii!iiiiiiiiniiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii!iiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii!iiiiiiiiiiniiiiiiiHiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiniiiiiiiiiii 


TBBBIJOS  ESCBITOS  PHBB  ESTE  TBPIO 


OAETA  ABIERTA '"' 


Sr.  D.  Abelardo  Curros  Vázquez. 

Mi  querido  amigo :  Me  honra  usted  mucho  al 
pedirme  unas  cuartillas  para  que  figuren  en  el 
quinto  tomo  de  las  Obras  de  su  padre,  el  insigne 
Curros  Enríquez,  recordando  que  he  tenido  el 
honor  de  presidir,  como  alcalde  de  La  Coruña,  el 
grandioso  homenaje  que  Galicia  entera  tributó  á 
los  restos  mortales  del  gran  poeta,  entregados  á 
nuestra  ciudad  por  la  más  alta  representación  del 
Centro  Gallego  de  la  Habana,  y  guardados  amo- 
rosamente desde  entonces  por  este  pueblo,  que 
aplaudió  con  entusiasmo  á  su  Ayuntamiento, 
cuando  acordó  la  construcción  de  un  edificio  que 


(50)     Véanse  las  Notas  del  recopilador,  que  figuran  después  del 
índice  de  este  tomo. 


384  M.    CURROS    ENRÍQUEZ 


llevará  el  nombre  de  Curros  Enríquez,  y  estará 
destinado  á  la  enseñanza  y  á  guardar  las  cenizas 
del  poeta  inmortal. 

Pocas  veces  se  habrá  visto  á  un  pueblo  movido 
por  sentimientos  tan  elevados. 

No  se  trataba  de  pasiones  políticas,  de  luchas 
de  intereses,  de  corrientes  de  opinión,  frecuen- 
temente ficticias  y  con  frecuencia  también  rec- 
tificadas por  los  mismos  promovedores  ó  por 
quienes,  engañados,  los  corearon. 

Nadie  esperaba  recompensa  por  sus  iniciativas, 
y  nadie  habría  de  sufrir  perjuicios  por  dejar  de 
secundarlas. 

Un  pueblo,  una  región  en  masa,  sin  distinción 
de  clases  ni  opiniones,  testimoniaron  su  duelo 
por  la  pérdida  de  una  de  sus  glorias  más  precla- 
ras, y  demostraron  con  su  unanimidad,  con  sus 
acentos  y  con  sus  emociones,  que  no  hay  amor 
comparable  al  que  inspira  la  Patria,  ni  glorias 
tan  imperecederas  y  tan  gratas  para  la  Humani- 
dad, como  las  cimentadas  por  una  gran  inteligen- 
cia y  un  gran  corazón.  ' 

Créame  usted  su  amigo  afectísimo  q.  1.  b.  1.  m. 

Juan  Sánchez  Anido. 


septiembre  4-1910. 


TRABAJOS    ESCRITOS    PARA    ESTE    TOMO  385 


ol) 


CARTA  ABIERTA '" 

Sr.  D.  Abelardo  Curros. 

Madrid. 

Mi  distinguido  y  estimado  amigo  :  Me  pide  us- 
ted, honrándome  con  ello,  en  su  atenta  carta  de 
1.^  del  pasado  mayo,  unas  líneas  para  que  for- 
men parte  de  una  especie  de  corona  poética  que 
cierre  con  llave  de  oro  el  penúltimo  libro  de  las 
Obras  completas  de  su  ilustre  padre,  agregan- 
do que  no  me  otorga  escape  ni  disculpa  alguna, 
dada  la  circunstancia  de  haber  acompañado  des- 
de aquí  los  restos  mortales  de  aquél  hasta  darles 
sepultura  en  tierra  de  Galicia. 

Comprendo  que  las  alegadas  por  usted  son  po- 
derosas razones;  pero  así  y  todo,  convencido  de 
que  debía  usted  eximirme  de  tal  encargo,  por 
impedirme  realizarlo,  como  es  debido,  mi  falta  de 
aptitud  para  el  caso,  requeriría,  para  lograrlo, 
de  usted  su  benevolencia,  si  no  temiera  me  tuvie- 
se por  desatento,  ó  no  pudiera  juzgarse  que,  más 
por  causas  del  puesto  de  presidente  del  Centro 
Gallego  de  esta  ciudad,  que  desempeñaba  en 
aquel   entonces,   que   por  espontáneo  impulso, 


(51)     Véanse  las  Notas  del  recopilador,  que  figuran  después  del 
índice  de  este  tomo. 

25 


386  M.    CURROS   ENRÍQUEZ 


acepté  el  honrosísimo  cometido  de  acompañar  á 
la  madre  patria  los  restos  del  más  notable  de  los 
poetas  gallegos. 

No  corresponderán,  pues,  estas  líneas,  querido 
amigo,  á  lo  que  siento  y  quisiera  con  ellas  expre- 
sar; mas,  así  como  en  los  campos  se  dan  humil- 
dísimas florecillas  de  poca  apariencia  y  aroma, 
para  que  podamos  por  el  contraste  apreciar  la 
hermosura  y  fragancia  de  otras  más  bellas,  así 
esta  pobrísima  ofrenda  mía  podrá  servir  para 
hacer  resaltar  el  mérito  de  otras  producciones,, 
que  serán  como  las  rosas  imperecederas  del  ge- 
nio, que  hagan  deslumbrante  la  corona  que,  rin  - 
diendo  culto  á  su  amor  filial  y  á  la  gloria  de  su 
padre,  se  propone  usted  formarle. 

Á  mi  juicio,  aparte  la  belleza  de  forma,  son  de 
apreciar  en  la  obra  poética  de  su  señor  padre 
tres  marcados  caracteres  que  le  dan  gran  relie- 
ve y  la  harán  inmortal,  sobre  todo  para  los  hijos 
de  nuestra  amada  Galicia.  Me  refiero  al  espíritu 
regional  que  la  domina;  al  concepto  transcen- 
dental ó  filosófico,  apareado  á  la  profundidad  de 
pensamiento  que  en  seguida  se  nota  en  todas  las 
producciones  que  la  constituyen,  aun  en  aque- 
llas que  tratan  de  asuntos  sencillos,  y  en  lo  per- 
sonal de  la  misma,  por  reflejar  claramente,  sin 
el  más  leve  disfraz  ni  disimulo,  la  idiosincrasia 
de  su  autor,  circunstancia  que  las  hace  ser  tan 
sentidas  é  intensas. 

El  espíritu  regional,  en  efecto,  de  tal  manera 
se  muestra  en  todas  sus  poesías,  que  aun  aquellas 
escritas  en  castellano,  revelan  el  temperamento 


TRABAJOS   ESCRITOS    PARA    ESTE    TOMO  387 


netamente  gallego  de  su  autor,  por  su  estilo,  giros 
y  desarrollo  de  las  ideas. 

Del  concepto  filosófico,  debido  á  la  profundi- 
dad del  pensamiento  que  en  todas  se  observa, 
es  buena  prueba  su  Nouturnio,  tan  admirable- 
mente estudiado  por  el  Sr.  Moret  en  el  trabajo 
que  remitió  para  que  se  leyera  en  la  velada  que 
se  celebró  en  Coruña  en  honor  á  la  memoria 
del  poeta,  á  raíz  de  llegar  sus  restos  á  dicha  ciu- 
dad, y  en  cuyo  trabajo  señala  el  Sr.  Moret  cómo 
dicha  composición  en  pocos  versos,  y  bajo  una 
apariencia  de  extraordinaria  sencillez,  expone  lo 
inexorable  de  las  leyes  que  rigen  al  Universo,  al 
par  que,  agregamos  nosotros,  contiene  una  acer- 
ba y  justa  crítica. de  la  crueldad  con  que  nos  tra- 
tamos los  hombres. 

Sobre  el  tercero  de  los  indicados  aspectos  nada 
debo  decir,  pues  magistralmente  se  refiere  á  él 
nuestro  insigne  poeta  Rueda  en  la  carta  que  usted 
pone  de  prólogo  al  segundo  tomo  de  las  Obras 
de  su  ilustre  padre;  pero  sí  me  parece  del  caso 
señalar  una  circunstancia  muy  especial  á  tal  res- 
pecto; y  es  que,  para  darse  cuenta  exacta  de  ello, 
era  necesario  haberle  conocido  y  tratado.  Hom- 
bre de  bien  á  carta  cabal  y  de  extraordinaria  sen- 
sibilidad, no  podía  menos  de  dejarse  llevar  ya  de 
las  ideas,  ya  de  los  sentimientos  profundamente 
grabados  en  sú  alma,  y  como  algunos  de  éstos, 
sobre  todo  en  los  buenos,  como  él,  suelen  estar 
en  contradicción  con  parte  de  aquéllas,  porque 
las  ideas,  producto  del  estudio,  conocimiento  del 
mundo,  cambio  incesante  de  las  cosas  y  madurez 


188  M.    CURROS    ENRÍgUEZ 


de  juicio  que  se  va  adquiriendo  con  la  edad,  no 
es  posible  coincidan  exactamente  con  los  senti- 
mientos que  la  educación  y  tendencias  predomi- 
nantes en  el  tiempo  y  en  el  hogar  donde  se  des- 
lizaron nuestros  primeros  años,  dejaron  indele- 
blemente impresos  en  nuestro  corazón,  de  ahí 
que  exista  en  nosotros  cierta  dualidad,  sólo  así 
explicable,  por  virtud  de  la  cual,  y  sin  ser  hipó- 
critas, lloramos,  movidos  por  el  sentimiento,  la 
ruina  de  cosas  que  nos  fueron  y  nos  son  amadas 
por  los  recuerdos  que  nos  traen,  no  obstante  ha- 
ber contribuido,  á  lo  mejor,  á  tal  ruina,  llevados 
por  la  idea  que  nos  impuso  hacerlo  como  man- 
dato imperioso  del  deber. 

Á  mí  siempre  me  pareció  ver  en  Curros  Enrí- 
quez,  torturando  su  alma,  esa  dualidad  en  alto 
grado:  ¿no  habrá  exclamado  por  eso,  en  su  her- 
mosísimo poema  A  Virxe  d'o  Cristal, 

Si  amo  tanto 

O  progreso  y-a  lus,  ¿por  qué  n-a  frente 
Grabado  hey  de  levar  ó  desencanto 
D'esta  doce  ilusión  qu'o  peito  senté? 
Por  qué,  cando  profétecos  levanto 
O  porvir  os  meus  olios,  tristemente, 
Fírame  a  seu  recordamento  xordo, 
E  d'os  pasados  tempes  me  recordó? 


Suyo  afectísimo  amigo  y  s.  s. 


José  López  Pérez. 

(Abofítido   y  ex  presidente 
del  Centro  Gallego  de  la  Habana.) 


Habana,  junio  22  de  1911. 


TRABAJOS   ESCRITOS   PARA    ESTE    TOMO  389 


DOLORA'"' 


¡Ay,  d'os  que  levan  n'o  bico  uii  cantarl 

Así  dijo,  y  en  verdad  que  harto  lo  sabía,  el  des- 
graciado, que  no  tuvo  en  la  vida  ni  paz  ni  sosie- 
go para  su  alma  ni  para  su  cuerpo,  agobiado  bajo 
el  peso  de  todos  los  infortunios.  Porque  si  hubo 
en  el  mundo  poeta  á  quien  el  Cielo  hubiese  im- 
puesto la  irremediable  carga  de  expresar  en  sus 
versos  las  aflicciones  que  le  abatían,  él  fué  uno. 
Quien  lo  dude,  lea  los  que  produjo,  mitad  blanda 
queja,  mitad  implacable  desesperación  é  ironía 
amarguísima.  Como  de  fuente  turbada,  brotaban 
abundantes,  únicos:  no  grato  pasatiempo  á  un 
ánimo  afligido,  sino  hijos  de  cuantos  dolores 
pueden  estrechar  al  hombre  ante  cuyos  ojos  se 
cierran  todos  horizontes 

Mucha  culpa  tuvieron  en  ello  el  carácter  del 
poeta,  corazón  duro  como  el  hierro,  para  resis- 
tir toda  violencia  y  toda  herida;  pero  alma  sen- 
cilla, de  niño  casi,  para  cuanto  era  piedad  y  amor 
para  el  desgraciado.  Y  ¿quién  es  el  que  vence,  si 
viene  al  mundo  en  semejantes  condiciones?  No 


(52)      Véanse  las  Notas  del  recopilador,  que  figuran  después  del 
índice  de  este  tomo. 


90  M.    CURROS    ENRÍQUEZ 


sería  él,  que  parecía  desafiar  las  inquietudes  que 
le  hostigaban,  las  luchas  crueles  que  le  afligían, 
y  en  cuyo  ánimo,  verdaderamente  heroico,  de 
que  estaba  dotado  para  el  sufrimiento,  hacía 
suj^as  todas  las  amarguras  que  le  cercaban,  así 
sangrasen,  así  doliesen  y  matasen. 

Ni  aun  leyendo  sus  versos,  en  los  cuales  las  as- 
perezas de  la  vida  soportada  aparecen  de  mani- 
fiesto, podrá  nunca  adivinarse  la  intensidad  de 
la  tristeza  que  encierran  en  lo  más  oculto.  Para 
ello  es  necesario  haberle  seguido  en  su  peregri- 
nación y  obtener  sus  íntimas  confidencias:  verle 
en  el  mundo  y  verle  en  su  encierro.  Sólo  así  se 
puede  penetrar  en  los  secretos  que  le  agobiaban 
y  en  su  sellado  silencio.  Por  eso  cuando  en  una 
hora  de  paz  desbordaban  en  sus  labios  las  pala- 
bras que  se  referían  á  los  breves  momentos  feli- 
ces de  su  vida,  podía  comprenderse  con  cuánta 
piedad  le  trató  el  Cielo,  cerrándole  los  ojos  para 
siempre  en  una  hora  de  descanso,  y  tal  vez  en  el 
momento  deseado.  Como  no  me  fué  vedado  el 
conocer  el  fondo  de  aquella  alma  atormentada 
como  pocas,  puedo  decir  que  el  amargo  jtedio, 
como  él  le  denominaba,  no  le  dejó  un  momento, 
fué  su  compañero  de  toda  hora  y  todo  momento, 
reflejándose  triste  y  sombrío  en  su  producción 
literaria.  Era  forzoso,  siendo,  como  f aé,  un  gran 
poeta  lírico,  que  dominase  en  su  obra  la  nota 
personal;  que  el  dolor  que  á  toda  hora  le  tenía 
encerrado  en  su  cárcel,  predominase  hasta  el 
punto  de  que  el  amor—ni  aun  el  que  pudiera  su- 
ponerse le  hería  ó  subyugaba — tiene  en  ellos  la 


TRABAJOS    ESCRITOS    PARA    ESTS    TOMO  391 

gran  influencia  que  era  natural.  El  odio  sí  que  es 
las  más  de  las  veces  manifiesto.  El  odio,  hijo  del 
infortunio,  pasa  sobre  los  versos  como  una  fría 
onda  que  apenas  templan  las  agitaciones  del  bon- 
dadosísimo corazón  del  poeta.  Odia  éste  al  tirano, 
no  tanto  por  lo  que  es,  como  por  lo  que  ama  y 
compadece  al  que  soporta  las  crueldades  del  láti- 
go que  le  hiere.  Si  en  su  poder  estuviera  romper 
cuantas  cadenas  atan  al  hombre  á  las  tormentas 
de  la  vida,  hechas  pedazos  caerían;  si  sus  manos 
pudiesen  abrirse  y  derramar  la  riqueza  sobre  los 
infortunados,  las  abriría  sin  tasa.  Es  más:  aquella 
alma,  que  algunos  se  complacieron  en  suponerla 
alejada  del  cielo,  ni  siquiera  negaba  la  ofrenda 
de  sus  oraciones  á  cuantos  de  su  estimación  no 
necesitaban  ya  de  otro  auxilio. 

Qu'inda  recey  pol-a  probé  d'a  tola 
Eu,  que  non  teño  quen  rece  poi*  minl 

exclamó  dolorido  al  pie  del  sepulcro  de  aquella 
cuya  obra  fué  su  preferida,  porque  como  él  se 
vio  maltratada  de  la  suerte,  clavada  por  el  mis- 
mo dardo,  sangrando  por  la  misma  herida.  Igual 
desamparo  los  había  envuelto  en  sus  sombras  y 
hecho  hermanos  por  el  destino  contrario.  Diríase 
que  en  su  soledad  buscaba  el  amor  de  los  muer- 
tos, pues  los  vivos  le  parecían  adversos.  Diríase 
que  le  rodeaba  la  soledad  de  sentimientos,  la  so- 
ledad de  ideas,  la  soledad  de  todo,  menos  la  del 
agrio  sufrimiento  que  le  separaba  de  los  demás, 
le  hacía  aborrecible  la  vida,  le  amargaba  los  más 


392  M.    CURROS    ENRÍQUEZ 


felices  instantes  y  ponía  un  vacío  inmenso  entre 
sus  agobios  y  el  consuelo  que  le  debían  los  cielos 
compasivos. 

Y  tan  es  así,  que  en  aquella  para  él  y  para  Ga- 
licia dichosa  noche,  en  la  cual  espontánea,  cari- 
ñosísima, tuvo  lugar  en  La  Coruña  su  corona- 
ción, no  fué  para  nuestro  infortunado  tan  santo 
triunfo  todo  lo  satisfactorio  que  debiera  presu- 
mirse. Parecía  que  una  duda  involuntaria  lo  em- 
pañaba, que  un  misterioso  recelo  le  entristecía  y 
velaba  la  íntima  satisfacción  que  debía  experi- 
mentar en  tan  gloriosos  momentos.  Y  eso  que  el 
poeta  amaba  La  Coruña  y  no  dudaba  de  su  leal- 
tad. En  las  sentidas  estrofas  de  su  poema  Savdo 
puede  verse  cuánto  la  amaba  y  cómo  conservaba 
todavía  su  alma  algo  de  los  alegres  días  de  su 
niñez,  porque  para  él  había  sido  entonces,  y  era 
ahora,  una  ciudad  franca  abierta  á  todas  las  co- 
rrientes, á  todas  las  glorias  positivas,  á  los  más 
generosos  sentimientos.  Porque  al  decir  ¡Adiósf 
á  su  país,  á  toda  esperanza  y  hasta  á  la  misma 
vida,  lo  había  hecho  desde  su  puerto  y  entre  los 
buenos  amigos  que  le  rodeaban  en  tan  amargo 
momento. 

En  verdad,  él  agradeció  con  toda  su  alma  esta 
despedida,  como  agradeció  el  amor  con  que  se 
le  recibió  á  su  vuelta,  la  corona  que  el  entusias- 
mo público  costeó,  y  el  entusiasta  aplauso  con 
que  fué  saludado  en  el  escenario  en  que  tuvo 
lugar  su  coronación.  Conociendo  su  lealtad,  ase- 
guro que  en  aquel  instante  fué  tan  grande  su 
reconocimiento,   que  nada  en  el  mundo  podía 


TRABAJOS    ESCRITOS    PARA    ESTE    TOMO  393 

aminorarlo.  Sería  sin  límites,  si  pudiese  adivinar 
entonces  que  había  de  ser  tan  grande,  tan  espon- 
tánea como  fué  la  prueba  de  amor  que  dio  La 
Coruña  al  poeta  el  día  que  recibió  como  una  ma- 
dre dolorida  los  restos  mortales  de  Curros  Enrí- 
quez.  Las  cuarenta  mil  almas  que  le  acompaña- 
ron á  su  última  morada,  llenas  iban  de  dolor  y 
de  aquel  santo  respeto  que  la  muerte  de  los  gran- 
des hombres  impone  á  las  multitudes.  Porque 
en  tales  momentos  no  se  finge,  el  duelo  sale  del 
alma,  de  la  sencilla  pero  amorosa  alma  popular, 
que  sabía  que  algo  suyo,  algo  que  merecía  el  su- 
fragio de  su  pena,  algo,  en  fin,  que  le  pertenecía; 
porque  en  aquel  corazón  que  había  cesado  de 
latir  no  hubo  nunca  sino  piedad  y  amor  para  los 
heridos  por  la  desgracia. 

Puedo  decirlo  así;  es  más,  debo  decirlo;  ¡porque 
fueron  tan  pocos  aquellos  a  quienes  merecí  prue- 
bas de  estimación  en  días  más  que  amargos!... 
Sería  un  ingrato  si  así  no  lo  dijera  y  si  en  honor 
de  aquella  grande  alma  no  hiciese  en  este  mo- 
mento, como  quien  dice,  mi  confesión.  Procla- 
mando en  estas  páginas  el  generoso  auxilio  que 
le  debí  en  momentos  tan  difíciles,  que  equival- 
drían á  la  muerte,  pues  me  vi  despojado  de  todo, 
no  trato  de  librarme  del  peso  de  mi  reconoci- 
miento, porque  éste  me  es  grato  ó  inolvidable 
y  porque  —  perdonad  mi  inmodestia  — hay  algo 
de  honroso  para  quien  recibe  beneficios,  si  el 
que  los  rinde  es  digno  del  general  aprecio.  Dios 
que  todo  lo  ve  y  todo  lo  juzga  y  pone  en  la  ba- 
lanza la  justicia  más  estricta,  sabe  bien  que  si 


394  M.    CURROS   ENRÍQUEZ 


recibí  de  la  mano  bondadosa  de  mi  amigo  la 
necesaria  ayuda,  ni  hice  menos  los  favores  reci- 
bidos, ni  quiero  que  queden  ignorados.  Espero 
que  el  Cielo  me  permitirá  verle  bien  pronto  — 
pues  por  mucho  que  tarde,  la  partida  está  cer- 
cana— ,  y  entonces  podrán  las  dos  sombras  con- 
tinuar los  terrenales  coloquios  que  una  muerte 
inesperada  vino  á  interrumpir.  No  deseo  otra 
cosa,  pues  allá  me  esperan  los  que  amé  en  este 
mundo.  Y  dejando  á  un  lado  toda  la  triste  im- 
pedimenta de  las  ingratitudes  humanas,  partir 
libre,  en  busca  de  la  paz  que  sólo  puede  hallarse 
en  los  lugares  en  que  todo  dolor  se  pierde  y 
toda  piedad  se  alcanza. 

Manuel  Murguía. 


La  Coruña,  septiembre  de  1911. 


TRABAJOS    ESCRITOS    PARA    ESTE    TOMO  395 


MANUEL  CURROS  ENRÍQUEZ  '"^ 


Yo  aprendí  sus  versos  de  memoria;  y  como  yo, 
los  ha  aprendido  el  pueblo  gallego;  la  cantiga  N'o 
xardin  unha  noite  sentada;  los  versos  Ten  a  sere- 
na ó  canto,  a  serpe  ó  alentó;  la  poesía  burlesca 
Tangaraños,  han  pasado  á  formar  parte  del  cau- 
dal de  la  música  y  la  poesía  popular  en  nuestra 
Galicia  y  en  esa  gran  Galicia  espiritual  que  se 
extiende  al  otro  lado  del  Atlántico,  donde  dos 
millones  de  gallegos  sienten  palpitar,  en  la  tris- 
teza inmensa  de  la  ausencia,  las  fibras  del  alma 
regional. 

Es  Curros  el  príncipe  de  nuestros  poetas,  como 
es  Cervantes  el  príncipe  de  los  escritores  de  Cas- 
tilla; como  es  Shakespeare  el  gran  poeta  de  Ingla- 
terra, y  Dante  el  patriarca  de  las  letras  italianas. 

Desde  que  allá,  en  el  siglo  xi,  dio  su  primer 
vagido  la  musa  galiciana  hasta  el  renacimiento 
literario  regional  de  nuestros  días,  no  hubo  un 
artista  del  habla  gallega  tan  grande,  tan  excelso, 
tan  inspirado  como  Manuel  Curros  Enríquez. 

Hace  ahora  diez  y  ocho  años,  cuando  el  autor  de 
La  Virgen  del  Cristal  estaba  en  el  apogeo  de  sus 
maravillosas  facultades,  en  torno  de  su  corona 
de  laurel  y  encina,  de  su  corona  de  poesía  y  de 


(53)      Véanse  las  Notas  del  recopilador,  que  figuran  después  del 
índice  de  este  tomo. 


396  M.    CURROS    KNRÍQUEZ 


civismo,  se  enroscaban  las  serpientes  de  la  envi- 
dia y  de  la  calumnia.  Entonces  publiqué  mi  libro 
El  Regionalismo  en  Galicia.  Dediqué  todo  un  ca- 
pítulo á  Manuel  Curros  Enriquez,  y  demostré  que 
era  Curros  — lo  que  hoy  reconoce  Galicia  ente- 
ra— el  primer  poeta  de  la  más  poética  de  las  len- 
guas de  la  Península. 

Y  si  se  compara  á  Curros  con  los  otros  grandes 
poetas  españoles  del  siglo  xix,  será  vencido  por 
Zorrilla  en  la  música  y  el  ritmo  de  la  rima,  no 
igualará  á  Núñez  de  Arce  en  la  clásica  armonía 
de  los  versos,  ni  competirá  con  Campoamor  en 
intención,  filosofía  y  humorismo;  pero  superará 
á  todos  en  entonación,  en  energía,  en  arrogancia 
viril;  desde  Quintana  á  Curros,  no  apareció  en 
España  un  poeta  de  tanto  nervio  y  que  llevase  tan 
de  acuerdo  sus  actos  con  sus  obras. 

La  musa  de  Curros  es  la  musa  triste  de  los  pue- 
blos que  perdieron  su  personalidad,  musa  de 
quejas  y  de  protestas  como  la  musa  rumana  y  la 
musa  polaca;  pero  hay  en  el  vate  gallego  tan  alto 
espíritu  de  rebeldía,  tal  sublimidad  y  grandeza  en 
los  apostrofes,  tanta  valentía  en  el  estilo,  tanta 
arrogancia  en  la  frase,  que  elevan  al  poeta  á  las 
cumbres  más  altas  de  la  gloria,  recordando  á 
Dante  en  las  invectivas  del  Divino  Sainete,  y  reme- 
morando á  Víctor  Hugo  cuando,  en  la  Virgen  del 
Cristal,  describe  la  muerte  trágica  de  Martiño, 
tan  semejante  á  la  muerte  de  Gilliat  en  Los  tra- 
bajadores del  Mar. 

Leopoldo  Pedreira. 

La  Coruña,  noviembre  de  1911. 


TRABAJOS    ESCRITOS    PARA    ESTE    TOMO  397 


CURROS  ÍNTIMO 


(;í4) 


...  Que  non  abrir  a  portea  cando  chaman, 
E  d'homes  ruis,  non  de  fidalgos peitos. 

M.  Curros  Enríquez. 

Poesía  c<A  Sociedade  Lírica  d'Habana». 

Y  como  yo  no  soy,  ni  he  sido,  ni  seré  jamás 
hombre  ruin,  j  como  por  otra  parte  fermentan 
en  mi  pecho  todas  las  hidalguías  —  con  la  venia 
de  la  modestia  y  sin  rendir  pleitesía  á  la  vani- 
dad— ,  he  aquí  que  con  toda  suerte  de  buenas 
intenciones,  abro  de  par  en  par  las  puertas  de  mi 
voluntad  al  llamamiento  de  Adelardo  Curros 
Vázquez,  sin  parar  mientes  en  el  éxito  de  mi  em- 
presa y  sólo  atento  á  que  reclama  mi  coopera- 
ción para  la  suya,  en  nombre  de  su  padre,  de 
aquel  gran  hombre  que  yo  amé,  y  del  que  he  sido 
amado;  que  conmigo  rió  y  lloró  conmigo,  y  que 
en  las  horas  grises  en  que  las  almas  de  los  bue- 
nos se  asocian  para  sentir,  las  nuestras,  unidas 
por  el  vínculo  de  la  simpatía  y  el  cariño,  han  co- 
mulgado juntas  en  el  altar  de  los  recuerdos,  que 
tiene  un  ara  para  los  días  alegres  de  policroma 
y  radiante  coloración,  y  otra  para  las  noches 
tristes  de  espantable  obscuridad. 


(54)     Véanse  las  Notas  del  recopilador,  que  figuran  después  del 
índice  de  este  tomo. 


398  INI.    CURROS    ENRÍQUEZ 


Todos  cuantos  de  Curros  Enríquez  hablan  en 
sus  tertulias  y  en  sus  mudas  conversaciones  con 
el  público,  merced  á  los  caracteres  impresos, 
aseguran  que  lo  han  comprendido,  y  todos  des- 
conocían á  Curros  Enríquez,  porque  al  mencio- 
narlo veían  en  él  al  ser  de  potente  mentalidad, 
al  cerebro  privilegiado  que  legó  á  su  patria  in- 
mortales producciones  literarias,  al  excelso  vate 
en  cuyas  manos  el  arpa  de  la  divina  poesía  vibra- 
ba con  seductores  acentos,  en  los  que  ondulaba 
toda  la  gama  de  la  inspiración;  pero  al  Curros 
afectivo,  al  Curros  familiar,  al  Curros  íntimo,  á 
ése,  pocos,  muy  pocos  pueden  vanagloriarse  de 
haberlo  conocido  y  comprendido,  porque  elín- 
clito  poeta,  amargada  su  existencia  por  engaños 
é  ingratitudes,  habíase  formado  una  segunda  na- 
turaleza, y  escudado  tras  ella  como  en  inexpug- 
ble  baluarte,  escondía,  huraño,  sus  pensamientos, 
para  apartarlos  de  la  profanación  de  que  fueran 
víctimas  aquellos  otros  de  su  adolescencia  y  de 
sus  viriles  días  de  titánica  lucha. 

No  fué  Curros  Enríquez,  por  unas  y  otras  cau- 
sas, gran  sembrador  de  afectos,  y  aun  aquellos 
pocos  que  esparció,  no  siempre  cayeron  en  suelo 
grato;  esto  le  tornó  desconfiado,  y  tal  vez  en  al- 
guna ocasión  injusto,  porque  el  dolor  del  des- 
encanto borró  de  sus  labios  la  sonrisa,  arrugó  su 
entrecejo,  puso  saetas  en  sus  mirares  y  endure- 
ció su  corazón,  determinando  todo  ello  el  escep- 
ticismo que  engendró  la  melancolía,  ya  para 
siempre  compañera  suya  inseparable. 

Mortificado  desde  su  infancia  por  crueles  con- 


TRABAJOS    ESCRITOS    PARA    ESTE    TOMO  .^^9 


trariedades,  presumía  de  excéntrico,  y  displicen- 
te seguía  su  ruta  hastiado  de  todo. 

No  pudo  ser  estoico  y  no  quiso  oficiar  de  cíni- 
co, quedándose  en  un  perfecto  misántropo. 

Era  preciso  prodigarle  mucha  tolerancia,  mu- 
cho cariño,  mucha  disculpa  para  sus  genialida- 
des, si  se  quiere  extravagancias,  para  ganar  su 
voluntad  y  conquistar  su  confianza.  Entonces, 
aquella  almita  enferma  ó  infantil  se  entregaba^ 
porque  siendo  asequible  á  todos  los  bellos  afec- 
tos y  sentimientos,  se  dejaba  apresar,  moldeán- 
dose á  merced  de  quien,  acariciándola,  la  trans- 
formaba. 

Y  éste  era  el  secreto  de  nuestra  entrañable  é 
indisoluble  amistad. 

Nunca  su  errabundo  paso  tropezó  con  la  dicha; 
no  pudo  ser  feliz,  no  ensayó  el  abyecto  caraco- 
lear para  conseguir  la  fortuna.  jNo  debía  ser 
feliz!  El  serlo,  prerrogativa  es  de  los  que  militan 
en  la  legión  del  egoísmo,  de  los  vulgares,  no  de 
aquellos  que  él,  compadeciéndolos,  cantó  en  es- 
culturales versos: 

¡Ay  d'os  que  levan  na  frente  unha  estrelal 
¡Ay  d'os  que  levan  n-o  bico  un  cantar...! 


*  * 


Poco  más  de  un  año  antes  de  venir  á  España 
por  la  primera  vez,  Curros  Enríquez  leyó  en  el 
Teatro  Tacón  de  la  Habana,  la  noche  del  11  de 
enero  del  año  1903,  en  la  velada  conmemorati- 


400  M.   CURROS   ENRÍQUEZ 


va  del  XIII  aniversario  de  la  fundación  del  Cen- 
tro Gallego,  una  valiente  poesía  titulada  A  espi- 
na, en  la  que  ponía  de  relieve  el  proceder  de  al- 
gunos que  habían  convertido  en  odio  la  venera- 
ción que  por  todos  conceptos  merecía;  él,  que  no 
vaciló  en  arrostrar  toda  clase  de  sinsabores  y  ti- 
rar su  porvenir  por  la  ventana  en  holocausto  al 
buen  nombre  de  la  colonia  gallega;  yo,  en  20  de 
junio  del  mismo  año  publiqué  en  mi  bien  recor- 
dada y  queridísima  Bevista  Gallega  la  composi- 
ción mía  O  dardo,  como  respuesta  á  la  suya,  en 
la  cual  me  dolía  de  la  sinrazón  con  que  era  com- 
batido el  amado  poeta,  y  denostaba  á  los  que  tan 
desconsideradamente  lo  trataran. 
Al  agradecérmelo  decíame : 

«Celebro  le  hayan  complacido  mis  versos  A 
espina.  La  llevaba  dentro  y  me  la  saqué  en  pú- 
blico. La  chusma  bramó  porque  le  cogí  la  cara  y 
se  la  abofeteé  de  lleno.  Ya  sé  que  no  debía  me- 
dirme con  ella;  pero  debo  prevenirme  contra  las 
calumnias  y  justificar  mi  desvío  de  esta  Galicia 
lazarina  que,  sin  saber  leer  ni  escribir,  viene 
aquí  á  escupir  sobre  su  historia  y  la  de  sus  padres. 
Felizmente,  los  de  esa  Galicia  son  los  menos,  y 
hoy,  faltos  del  apoyo  que  les  daba  España,  vense 
impotentes;  pero  ellos  me  hicieron  todo  el  daño 
que  han  podido,  y  yo,  que  'he  vivido  y  vivo  sin 
ese  apoyo,  estaba  en  el  deber  de  demostrarles 
que  no  había  muerto...» 

La  carta  á  la  que  pertenece  el  párrafo  trans- 


TRABAJOS    ESCRITOS    PARA    ESTE    TOMO  40Í 

crito,  vio  la  luz  en  el  número  del  23  de  agosto  de 
1903  en  la  referida  Revista  Gallega^  y  al  ser  conoci- 
da en  la  Habana  levantó  talpolvareda  éntrelos  que 
<íon  sus  desatenciones  habían  originado  los  apos- 
trofes del  ofendido,  que  al  mortificarle  con  sus 
denuestos  recrudecidos,  hicieron  buena  la  razón 
que  le  asistiera  para  devolverles  en  parte  míni- 
ma algo  de  la  ponzoña  que  sobre  él  tan  copiosa- 
mente, impíos  y  rencorosos,  habían  vertido,  por- 
que en  el  mundo  mientras  á  unos  suele  enalte- 
cérseles por  sus  maldades,  á  otros  por  sus  bonda- 
des se  les  deprime,  por  raro  que  parezca  el  caso. 
Yo  conceptué  deber  de  amistad  volver  por  sus 
fueros  y  lo  hice  en  números  sucesivos  de  mi  heb- 
domadario, exponiendo  enérgicamente  verdades 
que  borbotaban  en  mi  cerebro  pugnando  por  ex- 
pansionarse, que  también  los  que  no  sabemos 
ofender  tenemos  á  veces  necesidad  de  defen- 
dernos: lo  contrario  sería  hacernos  indignos  del 
respeto  y  de  la  estimación  de  los  buenos,  y  con 
esto  no  transige  ninguna  conciencia  honrada, 
ningún  hombre  de  honor. 


He  de  referirme,  siquiera  sea  someramente,  á 
la  fecha,  más  culminante  en  la  historia  de  Curros, 
su  coronación  por  Galicia  y  su  apoteosis  en  La 
Coruña;  y  he  de  recordar,  también  de  una  ma- 
nera sucinta,  otra  fecha  memorable:  su  entierro 
en  La  Coruña  y  el  homenaje  que  á  su  egregio 
poeta  muerto  tributó  Galicia. 

26 


402  M.    CURROS   ENRÍQUEZ 


Pero  antes  daré  unos  ligeros  datos  biográficos 
del  insigne  pensador,  del  rimador  sublime. 

Don  Manuel  Curros  Enríquez  y  Nogueira  naci6 
el  14  de  septiembre  de  1851  en  la  villa  de  Cela- 
nova,  provincia  de  Orense. 

Desde  su  primera  edad  sintió  irresistible  se- 
ducción por  la  literatura  en  general  y  especial- 
mente por  la  poesía,  publicando  muy  hermosos 
versos  en  diversas  hojas  periódicas. 

Cuando  apenas  se  iniciaba  su  adolescencia 
hubo  de  abandonar  el  paterno  solar,  comenzan- 
do la  odisea  que  terminó  con  el  fin  de  su  vida. 

A  causa  de  un  artículo  que  á  raíz  de  la  revolu- 
ción de  septiembre  de  1868  publicó  atacando  al 
general  D.  Leopoldo  O'Donnell  en  M  Combate,  que 
en  Madrid  dirigía  el  agitador  D.  José  Paul  y  Án- 
gulo, se  vio  obligado  á  expatriarse,  huyendo  á 
Londres,  donde  se  ganó  el  sustento  dando  lec- 
ciones de  lengua  española  á  una  familia  inglesa 
que  llegó  á  profesarle  entrañable  cariño. 

Sintiendo  enervantes  nostalgias  por  la  patria, 
regresó  á  ella,  estableciéndose  en  la  Corte,  y  al 
paso  que  aprobaba  en  la  Universidad  Central  al- 
gunos cursos  de  Derecho,  colaboraba  en  varios 
periódicos  republicanos  de  los  de  más  renombre, 
haciéndose  notable  por  sus  viriles  artículos,  pues 
era  Curros  un  polemista  contundente  que  esgri- 
mía denodado  su  agresiva  péñola. 

Veinte  años  contaba  cuando  se  casó  con  la  se- 
ñora D.^  Modesta  Vázquez,  nacida  en  Puebla  de 
Sanabria  (Zamora),  y  de  los  varios  hijos  que  tuvo 


TRABAJOS    ESCRITOS    PARA    ESTE    TOMO  403 

en  su  matrimonio,  sólo  al  presente  viven  dos: 
Adelardo  y  Manuel. 

En  1873  fué  redactor  en  la  Gaceta  de  Madrid, 
dirigida  á  la  sazón  por  su  excelente  amigo  don 
Felipe  Picatoste,  y  ya  en  esta  época  el  nombre 
de  Curros  Enríquez  gozaba  de  la  merecida  repu- 
tación que  le  daban  sus  escritos. 

Una  bellísima  oda  que  dedicó  á  la  Guerra  ci- 
vil, en  1875,  le  valió  ser  nombrado  redactor  de 
El  Imparcial,  siendo  más  tarde  corresponsal  de 
dicho  diario  en  el  campo  de  batalla,  publicando 
admirables  crónicas  con  el  epígrafe  Cartas  del 
Norte. 

Próximamente  en  la  misma  fecha  se  le  premia- 
ron en  un  certamen  literario,  celebrado  en  Oren- 
se, su  inspiradísimo  poema  gallego  A  Virxe  d'o 
Cristal  y  sus  encantadoras  poesías  descriptivas 
O  Gueiteiro  y  Unha  boda  en  Einibó, 

Al  promediar  el  año  1877  marchó  con  su  fami- 
lia á  Galicia  para  desempeñar  un  modesto  empleo 
en  la  Administración  de  Hacienda  de  Orense,  con- 
solidándose entonces  el  apogeo  de  su  brillante 
historia  literaria,  que  tan  justamente  había  de 
confirmarse  andando  el  tiempo. 

En  Madrid  escribiera  su  ensalzada  leyenda  El 
Maestre  de  Santiago,  prologada  por  el  sabio  quí- 
mico y  catedrático  santiagués  D.José  Rodríguez 
Carracido,  y  diera  comienzo  á  su  libro  sin  rival 
en  la  poética  galaica  Aires  d'a  miña  térra,  que 
prologó  el  malogrado  erudito  cortegadense  don 
José  Ogea,  cuyo  libro  se  imprimió  en  Orense. 

La  publicación  de  este  volumen  marcó  el  pri- 


404  M.    CURROS    ENRÍQUEZ 


mer  paso  en  el  horrendo  Via  crucís  que  hubo  de 
recorrer  el  poeta  filósofo. 

Fué  así: 

En  1880,  el  entonces  obispo  de  la  Sede  orensa- 
na,  Dr.  D.  Cesáreo  Rodrigo  (bien  es  dar  el  nom- 
bre para  que  por  su  impertinencia  e  intoleran- 
cia se  perpetúe  y  reciba  su  merecido  de  cuantos 
respiren  aires  de  libertad);  el  obispo  orensano, 
repito,  anatematizó  y  denunció  las  composicio- 
nes que  integraban  la  obra,  por  heréticas,  blasfe- 
mas, escandalosas  y  excesivamente  censurables. 

El  autor  fué  procesado,  y  en  Orense,  como  no 
podía  menos  de  suceder,  se  le  condenó  á  destie- 
rro, indemnización  de  daños  y  perjuicios  y  pago 
de  las  costas,  no  obstante  la  admirable  oración 
forense  que  en  defensa  de  aquél  hizo  el  ilustre 
jurisconsulto  D.  Manuel  Paz  Novoa. 

No  se  conformó  — y  era  natural  — Curros  con 
la  sentencia  del  Inferior,  y  apeló  al  Superior, 
viéndose  de  nuevo  la  causa  en  la  Audiencia  de 
La  Coruña. 

El  Sr.  D.  Luciano  Puga  y  Blanco,  insigne  letra- 
do de  bien  cimentada  fama,  se  encargó  de  defen- 
der al  autor  atropellado,  y  tal  habilidad  puso  en 
su  elocuentísima  y  doctrinal  defensa,  y  de  tal 
modo  supo  dirigir  su  discurso  á  la  inteligencia 
del  Tribunal,  que  éste,  convencido  y  subyugado 
por  la  arrebatadora  palabra  del  defensor,  falló 
absolviendo  á  Curros  Enríquez,  declarando  las 
costas  de  oficio  y  manifestando  que  la  formación 
de  la  causa  en  nada  perjudicaba  el  buen  nombre 
y  reputación  del  autor  del  libro,  mandando  de- 


TRABAJOS   ESCRITOS    PARA    ESTE    TOMO  405 

volver  los  ejemplares  secuestrados  y  cancelar  la 
fianza  prestada... 

¡El  día  4  de  marzo  del  año  1881,  Themis  se  ata- 
vió con  sus  más  preciadas  galas  y  se  presentó  en 
la  Sala  de  Audiencia  de  la  capital  de  Galicia  para 
entonar  su  más  vibrante  y  armonioso  himno  de 
democracia  y  redención!... 

Á  consecuencia  de  este  fausto  acontecimiento, 
el  nombre  de  Curros  fué  llevado  en  triunfo  y 
repetido  con  admiración  por  todos  los  ámbitos 
de  la  Península  y  Américas  españolas,  y  de  Aires 
da  miña  térra  se  hicieron  nuevas  y  copiosas  edi- 
ciones, agotadas  no  bien  vieron  la  luz. 

Esta  ha  sido  la  malaventurada  victoria  del 
señor  obispo  de  la  diócesis  de  Orense,  doctor 
D.  Cesáreo  Rodrigo  (q.  e.  p.  d.). 

En  Orense  fundó  y  dirigió  Curros  un  periódico 
titulado  El  Trabajo,  del  que  era  propietario  su 
gran  amigo  el  impresor  D.  Antonio  Otero,  editor 
asimismo  de  la  obra  denunciada  y  absuelta.  Tam- 
bién en  Orense  estrenó  su  admirable  loa  El  Padre 
Feijóo, 

Vuelto  á  la  Corté  en  1882,  fué  redactor  de  El 
Porvenir,  órgano  zorrillista  que  defendía  la  polí- 
tica de  D.  Manuel  Ruiz  Zorrilla,  y  más  tarde  cola- 
boró en  El  Progreso,  publicación  asimismo  repu- 
blicana avanzada,  que  vivió  pocos  años.  En  El 
Porvenir  publicóse  como  folletín  La  Lira  Lusita- 
na^ traducción  de  las  mejores  obras  délos  poetas 
portugueses  Guerra  Junqueiro  y  Teófilo  Braga. 

Publicó  en  1888  su  famosísimo  poema  en  ocho 
cantos  O  Divino  Sainete,  escrito  en  rotundas  tría- 


40  i  M.    CURROS    ENRÍQUEZ 


das,  estructura  poética  genuinamente  gallega. 

Sus  tríadas  recuerdan  los  sublimes  tercetos 
con  que  el  Dante  construyó  su  Divina  Comedia, 
y,  como  ésta,  El  Divino  Sainete  se  dirige  á  fusti- 
gar vicios  sociales  y  personales,  falacias  é  hipo- 
cresías, fanatismos  y  convencionalismos  que  ejer- 
cen su  maléfico  inñujo  en  pueblos,  familias  é 
individuos. 

En  este  poema  se  destacan  el  nervio  rítmico 
flagelador  y  la  inspiración  del  autor. 


Por  esta  época  tradujo  el  hermoso  drama  por- 
tugués de  Pinheiro  Chagas  A  Morgadinha  de  Val- 
flor,  con  el  título  de  La  Condesita,  obra  admira- 
ble por  las  bellezas  que  Curros  aumentó  á  las 
muchas  del  original. 

Al  fundarse  en  Madrid  M  País,  se  le  nombró 
redactor-jefe,  y  en  él  esculpía  diariamente  sus 
notables  Comentarios,  hasta  1893,  en  que  partió 
para  la  isla  de  Cuba,  con  gran  sentimiento  de  los 
que,  como  hombre  y  como  intelectual,  le  que- 
ríamos. 

Poco  tiempo  después  de  su  llegada  á  la  Ha- 
bana, fundó  y  dirigió  su  memorable  revista  La 
Tierra  Gallega,  y  fué  entonces  que,  por  caballe- 
ro, desinteresado  é  independiente,  le  ocurrieron 
á  Curros  cosas  de  las  que  ya  resulta  extemporá- 
neo tratar,  pues  se  relacionan  con  las  causas  que 
motivaron  la  publicación  de  A  espina  y  con  lo 
expuesto  por  él  en  el  párrafo  que  dejo  trans- 


TRABAJOS    ESCRITOS    PARA    ESTE    TOMO  407 

<3rito  de  su  carta,  y  no  es  bien  oficiar  de  Eolo 
cuando  la  bonanza  acalló  ya  las  furias  de  la  tem- 
pestad. 

Desaparecida  La  Tierra  GaUega,mgres6  Curros 
como  redactor  político,  teniendo  á  su  cargo  la 
crítica  de  la  Sección  de  la  Prensa,  en  El  Diario 
de  la  Marina,  y  en  este  puesto  le  sorprendió  la 
muerte  en  7  de  marzo  de  1908. 

Tanto  la  Redacción  de  este  importante  perió- 
dico cubano  como  la  colonia  gallega,  represen- 
tada por  su  glorioso  y  patriótico  Centro,  se  por- 
taron en  esta  ocasión  de  un  modo  que  son  pocos 
todos  los  elogios  para  encomiar  su  conducta. 


Una  tarde  de  la  primera  semana  del  mes  de 
mayo  del  año  1904  fondeó  en  la  bahía  de  La  Co- 
ruña  el  hermoso  trasatlántico  Alfonso  XII,  á  cuyo 
bordo  venía  Curros  Enríquez. 

Su  llegada,  aunque  se  esperaba,  sorprendió  á 
sus  amigos,  pues  con  objeto  de  evitarse  emocio- 
nes que  empeorasen  su  quebrantada  salud,  sólo 
á  muy  pocos  nos  hizo  saber  el  vapor  en  que  se 
embarcara. 

En  la  Habana  fuera  despedido  por  cuantos  ele- 
mentos constituyen  la  actividad  intelectual,  en 
todas  sus  manifestaciones,  de  la  capital  de  Cuba. 

Cuando,  al  vernos,  en  un  abrazo  fuerte,  intenso, 
sintetizamos  todos  los  sentimientos  que  nos  em- 
bargaban, algo  detuvo  la  voz  en  las  gargantas,  y 
sólo  humedecidos  los  ojos,  hablaron  con  esa  elo- 


408  M.    CURROS   EÑRÍQUEZ 


cuencia  muda  que  algunos  sprits  forts  se  esfuer- 
zan en  ocultar,  siendo  así  que  su  manifestación 
es  la  mayor  prueba  de  virilidad  que  el  hombre 
puede  dar  cuando  una  causa  superior  le  impele 
á  esa  bendita  expansión. 

Curros  llegaba  muy  enfermo;  desmoronábase^ 
respiraba  fatigoso,  jadeante. 

—  ¡Vengo  muerto,  querido!...  —  me  dijo. 

Yo  pretendí  quitar  importancia  á  su  dolencia; 
él  me  sonrió;  mi  humanitaria  intención  no  le  en- 
gañaba. 

Pasaron  días;  me  convertí  en  su  enfermero,  en 
su  inseparable  acompañante.  ¡Cuánto  charlamos! 
¡Qué  de  ilusorias  esperanzas  juntos  forjamos! 
¡Cómo  actuamos  de  profetas  desacertados,  pues 
irrealizables  han  sido  todos  nuestros  designios!. .► 

Algo  restablecido,  se  marchó  á  recorrer  la  Ga- 
licia de  sus  nostálgicos  amores,  yendo  á  deposi- 
tar un  ramo  de  flores  en  el  mausoleo  que  en  la 
iglesia  de  Santo  Domingo  de  Compostela  custo- 
dia los  adorados  restos  de  la  divina  soñadora  Ro- 
salía de  Castro,  flores  cuyo  más  preciado  y  pe- 
netrante perfume  era  el  recuerdo  y  la  admira- 
ción del  genial  bardo  peregrino... 

Y  luego,  á  Madrid... 

Mucho  había  en  la  Corte  que  le  reclamaba:  fa- 
milia, amigos,  memorias  de  cosas  que  fueron, 
compañeros  de  vigilias  periodísticas  y  escarceos 
literarios,  correligionarios  y  personajes  encum- 
brados que  no  supieron  adivinar  el  ansia  de  Cu- 
rros de  no  volver  á  su  ostracismo  consumidor 
de  sus  días,  pues  si  espontáneamente  se  le  hu- 


TRABAJOS    ESCRITOS    PARA    ESTE    TOMO  409 

biera  ofrecido  un  puesto  en  la  Prensa  ó  en  otro 
lugar  en  consonancia  con  sus  disposiciones,  él, 
que  por  delicadeza  y  caballerosidad  nada  quiso 
insinuar,  no  se  hubiese  ido  otra  vez  de  su  patria, 
y  los  que  bien  le  amábamos  probablemente  dis- 
frutaríamos todavía  de  su  amistad. 

Pero  el  pecado  de  los  que  no  acertaron  á  adi- 
vinarlo no  debe  imputársele  exclusivamente  á 
los  que,  sin  comprenderlo,  en  sus  manos  tuvieron 
los  destinos  de  Curros;  el  mal  ya  se  ha  generali- 
zado; la  egolatría  arraigó  en  las  entrañas,  y  los 
seres  superiores  y  altruistas  ya  se  agotaron  en  el 
mundial  comercio  de  gentes. 

Mientras  duró  la  excursión  de  Curros,  Galicia 
se  preparó  para  festejar  á  su  poeta  predilecto,  y 
en  la  noche  del  21  de  octubre  de  1904  el  Teatro 
Principal  de  La  Coruña  se  pobló  de  eminencias 
que  de  todos  los  pueblos  de  la  región  y  de  fuera 
de  ella  acudieron  á  rendir  tributo  de  honor, 
amistad  y  admiración  al  excelso  cantor  del  alma 
gallega. 

Cultivadores  de  las  bellas  artes,  estilistas  del 
bien  expresar,  poetas  y  músicos,  cuanto  vive  y 
bulle  en  las  esferas  del  entendimiento  con  ful- 
guraciones talentosas,  formaron  alrededor  del 
genio,  le  vitorearon  clamorosos,  le  ungieron  con 
el  óleo  de  la  inmortalidad,  alzáronle  pedestal,  ci- 
ñéronle la  áurea  y  argentada  corona  que  Galicia 
le  ofrecía,  y  eleváronlo  á  la  altura  y  nivel  de  los 
ínclitos  maestros  Quintana  y  Zorrilla. 

El  acto  fué  solemne,  majestuoso. 

Mientras  las  voces  aclamaban,  las  manos  aplau- 


410  M.    CURROS    ENRÍQUEZ 


dían  y  lloraban  los  ojos,  y  ha  sido  aquel  momen- 
to, quizás,  el  más  emocionante  y  memorable  de  la 
vida  del  gran  hombre. 

Todos  los  poetas  dirigieron  las  producciones 
de  su  estro  á  ensalzar  el  talento  del  que  en  la 
magnífica  velada  reconocieron  como  rey  suyo, 
como  insuperable  modelo:  yo  canté  á  su  alma, 
simbolizada  en  su  hijo  Manuel,  que  se  llevaba 
consigo  á  otro  mundo,  del  que  al  poco  tiempo 
volvió  tornando  á  su  Madrid  querido,  porque  su 
organismo  no  estaba  templado  para  soportar  el 
padecer  de  las  nostalgias  de  la  patria  y  del  hogar. 

La  gloriosa  efemérides  que  en  la  historia  de 
Curros  Enríquez  señala  este  tan  notable  suceso, 
al  par  que  galardón  para  el  glorificado  es  honra 
para  Galicia,  que  demostró  por  medio  de  sus 
hijos  más  distinguidos  que  sabía  enaltecer  y  re- 
cordar con  entusiasmo  y  amor  al  que  amoroso  y 
entusiasta  la  había  recordado  y  enaltecido. 

Dos  días  después  de  la  coronación  del  poeta, 
éste  embarcó  en  el  vapor  La  Champagne,  con 
rumbo  á  la  Habana. 

La  población  entera  acudió  al  muelle  de  La  Co- 
rana para  despedirle,  y  á  bordo  del  trasatlántico 
fueron  Comisiones  de  todas  las  corporaciones  y 
clases  sociales  para  decirle  «¡Adiós!...» 

Jamás  hombre  alguno,  sin  más  condiciones  y 
circunstancias  que  su  valimiento  personal,  mere- 
ció agasajos  tan  unánimes  y  sinceros  como  los 
ofrecidos  al  insigne  vate  al  partir  por  segunda 
y  última  vez  á  su  destierro,  destierro  tanto  más 
triste  cuanto,  pocos  meses  transcurridos,  volvió 


TRABAJOS    ESCRITOS    PARA    ESTE    TOMO  411 


á  encontrarse  nuevamente  solo,  con  la  única  com- 
pañía de  su  melancólica  y  destructora  morriña, 
que  fué  minando  su  existencia  hasta  invadirle  el 
corazón  y  paralizar  en  él  sus  palpitaciones... 


¡Y  se  me  murió!... 


El  día  8  de  marzo  de  1908 — tres  años  y  medio 
más  tarde  de  la  partida  de  Curros  Enríquez  — , 
Galicia  se  vistió  de  luto  al  recibirse  la  funesta  y 
tristísima  noticia  de  la  muerte  de  aquél,  acaecida 
en  la  Habana  á  las  ocho  de  la  mañana  del  día 
anterior. 

Aquel  portentoso  cerebro  ya  no  generaría  más 
ideas;  la  inspiración  enmudeciera;  el  coloso  se 
rindiera,  y  su  alma,  libre  de  las  trabas  carnales  y 
emancipada  de  las  sugestiones  de  la  inteligencia, 
entregárase  al  Eterno... 

Al  Eterno,  sí,  porque  Curros  Enríquez  era  cre- 
yente: uno  de  los  testigos  de  sus  últimos  instan- 
tes aseguró  que  había  recibido  los  auxilios  espi- 
rituales, y  es  muy  posible  que  al  empañarse  sus 
ojos  para  no  ver  más  la  luz,  haya  resbalado  por 
sus  labios  la  misma  consoladora  frase  que  selló 
los  suyos  en  el  inmenso  y  universal  lírico,  el 
creador  de  Notre  Dame,  de  París,  el  inmortal 
Víctor  Hugo :! 

¡Creo  en  Dios!,.. 

El  31  del  referido  mes  de  marzo  arrió  anclas 


412  M.    CURROS    ENKÍQUEZ 


en  el  puerto  coruñés  el  palacio  flotante  Alfon- 
so XIII :  en  él  venía  embalsamado  el  cadáver  de 

ti 

Manuel  Curros  Enríquez, 

Coincidencia  extraña:  cuatro  años  antes  con- 
dujera al  poeta  enfermo,  pero  lleno  de  esperan- 
zas y  con  algunas  ilusiones,  el  vapor  Alfon^ 
so  XII,  j  era  el  Alfonso  XIII  el  que,  al  presente, 
nos  traía  los  sagrados  restos  del  amado  patricio. 

Hay  simbolismos  fatales  para  el  destino  de 
ciertos  seres... 

Yo  residía  ya  en  Madrid  y  conceptué  deber 
de  amistad  afrontar  las  molestias  del  pesado  via- 
je para  recibir  y  acompañar  el  cuerpo  rígido  del 
querido  hermano.  Todo  me  lo  merecía. 

Su  hijo  Adelardo  también  quiso,  con  la  pena 
consiguiente,  cumplir  la  filial  imposición  de  irá 
sumarse,  el  primero,  á  la  gran  manifestación  de 
duelo  que  Galicia  y  España  rendían  á  su  esclare- 
cido padre. 

La  recepción  de  las  adoradas  cenizas;  la  expo- 
sición del  cadáver  en  un  salón  del  Ayuntamiento 
herculino  convertido  en  lujosa  capilla  ardiente, 
cuyos  enlutados  muros  desaparecían  tras  el  cen- 
tenar de  coronas  riquísimas  enviadas  de  todas 
partes;  el  paso  por  las  calles  de  la  fúnebre  comi- 
tiva, presenciado  por  millares  de  personas;  la 
concurrencia  al  majestuoso  acto  de  cuanto  en  el 
mundo  de  la  inteligencia  brilla,  para  acompañar 
al  pobre  muerto  en  su  último  viaje;  todo  ello  ha 
sido  de  una  tal  magnificencia  cual  no  se  recuer- 
da nada  que  pueda  comparársele. 

El  pueblo  de  La  Coruña,  siempre  noble  y  gene- 


TRABAJOS   ESCRITOS   PARA    ESTE    TOMO  413 

roso,  y  su  digna  representación  concejil,  han  es- 
tado sencillamente  grandes:  sólo  á  los  héroes,  á 
los  caudillos  se  les  prodigan  honores  tan  fastuo- 
sos, tan  espontáneos,  como  los  que  Galicia  y  su 
capital  tributaron  al  eximio  vate,  cuya  tumba 
está  defendida  y  custodiada  por  las  ondas  oceá- 
nicas que,  rompiendo  en  Punta  Herminia,  al  pie 
del  gigantesco  faro  de  Hércules,  resbalan  por 
San  Amaro  y  mueren  en  los  Pelamios. 

Al  sepelio  siguió  la  velada  necrológica,  que 
revistió  igual  solemnidad  y  el  mismo  esplendor 
que  aquella  otra  gaya  de  glorificación  en  que 
todos  cantaban  y  reían,  en  antagonismo  con  la  de 
ahora,  en  que  todos  gemían  y  rezaban. 

Sólo  una  pequeña  discrepancia  se  señaló  en  el 
entierro,  y  ha  sido  que  algunos  elementos  de  los 
que  todo  pretenden  convertirlo  en  propaganda 
de  sus  ideales,  dando  un  alcance  erróneo,  si  no 
intencionado,  á  los  del  finado,  querían  que  dicho 
entierro  fuera  civil:  Adelardo  Curros  vacilaba; 
consultó  pareceres  y,  con  muy  buen  criterio,  se 
le  aconsejó  que  depositara  á  su  padre  en  lugar 
sagrado,  como  así  se  efectuó  en  un  nicho  adqui- 
rido á  perpetuidad  por  el  correctísimo  Ayunta- 
miento coruñés,  merecedor  de  toda  loa. 

Y  muy  bien  hecho:  Curros,  ya  lo  he  dicjio,  era 
creyente. 

Podría  menospreciar  determinados  convencio- 
nalismos doctrinales  y  no  estar  conforme  con 
procedimientos  que  suelen  metamorfosear  la  se- 
riedad del  dogma  en  jovial  caricatura;  pero  allá 
en  el  fondo  de  su  pensamiento,  en  lo  sacrosanto 


414  M.    CURROS   ENRÍQUEZ 


de  SU  fuero  interno  había  fe,  como  en  su  con- 
ciencia caridad,  que  es  amor,  y  con  semejante 
consorcio  no  hay  quien  no  abrigue  esperanzas  de 
un  algo  de  abstrusa  realización,  y  he  aquí  cons- 
tituida la  trilogía  teologal,  base  de  la  creencia  de 
un  alma  pura. 

Además,  no  es,  no  puede  ser  ateo  — caso  que 
el  ateísmo  realmente  exista  —  quien,  como  Cu- 
rros, ideó  aquella  bellísima  y  mística  leyenda 
A  Virxe  d'o  Cristal;  que  escribió  en  su  poesía 
¡Sola!,.,  este  endecasílabo: 

¡Quén  tan  dichoso  que  topase  á  Dios! 

que  en  la  encantadora  despedida  á  Mariquiñas 
Fuga,  la  espiritual  hija  de  su  insigne  defensor, 
arrebatada  á  la  vida  cuando  ésta  le  ofrecía  pró- 
diga todos  sus  dones,  le  dice: 

Y-agora  voa, 
Pombiña,  e  que  te  guíe 

Nosa  Señora, 

y  muchísimos  versoS  más  en  los  que  repetida- 
mente nombraba  á  Dios,  á  Jesús  y  á  su  Madre. 

Y  esto  no  era  puro  lirismo,  no;  esto  era...,  lo 
que  era;  lo  que  puso  de  manifiesto  en  un  templo 
católico  al  visitar  el  sepulcro  de  Rosalía,  ante  el 
cual  se  postró  con  la  frente  inclinada. 

Conmigo  penetró  en  humildísimas  iglesias  al- 
deanas, y  yo  vi  la  unción  en  su  semblante  y  oí 
los  suspiros  profundos  que  exhalaba:  tal  vez  estos 
suspiros  eran  una  plegaria  mental  en  substitución 


TRABAJOS    ESCRITOS    PARA    ESTE    TOMO  415 

de  las  oraciones  quizás  olvidadas,  y  como  tal 
habrá  ascendido  llegando  adonde  su  pensamien- 
to la  enviaba,  sin  que  esto  implique  fanatismo 
ni  hipocresías,  como  quieren  significar  los  hipó- 
critas fanatizados  por  la  idea  del  no  pensar  ni 
sentir,  que  los  esclaviza,  encerrándolos  en  el  es- 
pinoso cerco  de  sus  libertades,  aunque  el  con- 
cepto así  expresado  resulte  paradójico. 

Curros,  á  pesar  de  su  misantropía,  y  bien  pu- 
diera ser  por  esto  mismo,  lo  repito,  era  creyen- 
te... ¡Quién  puede  descifrar  los  misterios  que  se 
elaboran  y  anidan  en  el  espíritu! 

No  esté,  pues,  pesaroso  Adelardo  de  que  el 
cuerpo  de  su  progenitor  repose  donde  yace:  ante 
él  se  entonan  preces;  si  se  pierden  en  la  oque- 
dad del  ambiente  por  falta  de  sitio  en  que  aco- 
gerse, siempre  llevan  consigo  partículas  de  res- 
peto y  de  afecto  que  llegan  á  alguna  parte,  por- 
que las  genera  el  corazón  de  los  buenos  que 
creen  y  esperan  y  aman  la  memoria  de  los  que 
en  el  pasional  ajetreo  del  vivir  también  han  sido 
buenos,  nobles  y  leales. 


*  * 


Adelardo  Curros  Vázquez  sintió  renacer  en  su 
pecho  los  chispazos  de  filial  cariño  que  entre  ce- 
nizas se  ocultaban,  y  para  demostrarlo  de  una 
manera  palpable,  se  arriesgó  en  la  aventurada 
empresa  de  reimprimir  las  obras  de  su  inolvida- 
ble padre,  el  cual,  si  no  es  un  mito  la  conviven- 
cia psíquica,  desde  las  regiones  en  que  vague  su 


416  M.    CURROS    ENRÍQUeZ 


alma,  agradecerá  por  el  cariñoso  culto  brindado 
á  su  labor  intelectual,  y  bendecirá,  como  sanción 
de  reconocimiento,  á  quien  por  tal  modo  honra 
su  memoria. 

Merece,  por  lo  tanto,  Adelardo  —  que  también 
es  poeta  y  tampoco  debe  nada  á  la  fortuna—  que 
se  estime  su  proceder,  tanto  más,  cuanto  algunos 
de  los  trabajos  de  su  ilustre  padre  estaban  ago- 
tados y  otros  inéditos. 

Á  mí  acudió,  y  si  bien  en  un  principio  sentí 
recelos,  concluí  por  atender  su  deseo,  y  al  correr 
de  la  pluma,  obediente  al  imperativo  de  la  con- 
cepción, escrito  queda  cuanto  se  me  ocurrió  re- 
lativo á  aquel  genio  que  en  el  mundo  se  llamó 
Manuel  Curros  Enríquez,  que  amé  y  que  lloro, 
porque  no  en  vano  duele  el  corazón  cuando  un 
rudo  golpe  hace  estallar  sus  fibras,  y  las  del  mío, 
con  la  para  mí  honrosa  invitación  de  Adelardo, 
estallaron  con  amenaza  de  romperse. 

Queda  satisfecha  su  petición. 

No  me  lo  agradezca,  porque  al  complacerle 
pago  una  deuda  sagrada  de  amor,  ya  que  su  pró- 
ximo ascendiente,  el  hermano  mío  de  mi  alma, 
que  recuerdo  y  nunca  olvidaré,  desdeñando  ne- 
cias y  presuntuosas  inmodestias,  me  ha  enseñado 
con  autoridad  de  maestro 

...Que  non  abrir  a  porta  cando  chaman, 
E  d'homes  ruis,  non  de  fidalgos  peitos. 

Galo  Salinas  Rodríguez. 
Madrid,  diciembre  de  1911. 


índice  de  las  materias  pe  contiene  este  tomo. 


Páginas. 

Á  guisa  de  prólogo. 5 

La  Lira  Lusitana 15 

La  Señorita  de  aldea 87 

De  mi  álbum 107 

Artículos  y  poesías 169 

Curros  Enriquez  y  su  obra  literaria 247 

Notas  del  recopilador. . , 419 


27 


NOTAS  DEL  RECOPILADOR 


(1)  Á  guisa  de  prólogo. —  Escuchando  el  Nou- 
TURNIO.  (Pág.  5.) 

Nos  lia  parecido  tan  soberanamente  bello  este  tra- 
bajo subscrito  por  el  Sr.  Moret,  que  no  hemos  vacilado 
un  punto  en  que  figure  al  frente  de  este  tomo. 

Es  Nouturiüo  una  de  las  más  hermosas,  de  las  máé 
hondas  concepciones  que  brotaron  del  numen  altísimo 
de  Curros  Enríquez. 

En  todo  el  poema  vibra  una  grandeza  trágica  que 
abisma,  late  una  ironía  cruel  que  hiela  la  sangre  en  las 
venas. 

Leyendo  los  versos  maravillosos,  que  unas  veces  in- 
vitan á  la  ternura  y  otras  ponen  en  el  alma  una  ráfaga 
de  odio  para  la  Humanidad,  se  comprende  mejor  y  se 
admira  más  la  suprema  inspiración  del  poeta. 

El  ilustre  hombre  público  D.  Segismundo  Moret  ha 
hecho  un  estudio  concienzudo  de  la  obra  del  vate,  quin- 
taesenciándola en  unas  cuantas  líneas,  que  por  su  con- 
cisión y  energía  merecen  la  alabanza  de  propios  y  ex- 
traños. 

(2)  La  Lira  Lusitana,  (Pág.  15.) 

Así  como  el  g»*an  Teodoro  Llórente  —  muerto  tam- 
bién para  desdicha  de  las  letras  patrias  —  supo,  como 
ningún  otro  poeta  español,  comprender  y  traducir  las 


420  NOTAS    DEL    RECOPILADOR 


magnas  creaciones  de  Schiilery  Goethe,  no  cabe  dudar 
que  Curros  Enríquez  fué  el  único  en  España  que  mejor 
y  de  manera  más  acabada  ha  trasladado  al  idioma  de 
Cervantes  cuanto  de  más  grandioso  y  excelso  ha  pro- 
ducido el  estro  de  los  poetas  de  la  patria  de  Camoens. 

Los  versos  de  Guerra  Junqueiro,  á  las  veces  demole- 
dores y  á  las  veces  plenos  de  una  ternura  incompa- 
rable, no  tuvieron  mejor  intérprete  en  castellano  que 
Curros  Enríquez.  Muestra  de  los  primeros,  pueden  ad- 
mirar los  lectores  de  estas  Obras  completas  la  famosa 
Circular  que  publicamos  en  el  tomo  III;  de  los  segun- 
dos, basta  leer  Tragedia  infantil,  que  se  inserta  en 
este  volumen  y  es  un  verdadero  primor.  Leído  en  por- 
tugués este  idilio  soberano,  indudablemente  el  espíritu 
del  lector  ha  de  experimentar  una  grande  emoción  ar- 
tística; pero  leído  en  castellano,  las  bellezas  de  la  tra- 
ducción cautivan  y  embelesan. 

Estas  excelencias  de  la  traducción  hecha  por  Curros 
Enríquez  las  hemos  apuntado  ya  en  el  tomo  III  de  estas 
Obras  completas  al  hablar  de  La  Condesita,  el  her- 
moso drama  que  avaloró  el  poeta  orensano,  acumulan- 
do bellezas  á  los  hermosos  pensamientos  con  que  el  gran 
Pinheiro  Chagas  esmaltara  su  Morgadcnha  de  Val/lor, 

Las  producciones  de  Teófílo  Braga,  tan  insigne  poe- 
ta como  pensador  insigne,  fueron  también  fidelísima- 
mente  trasladadas  por  Curros  Enríquez  á  nuestro  idio 
ma.  Ahí  están,  para  demostrar  cuanto  decimos.  La 
sombra  del  Profeta,  Samiaza  ó  el  amor  de  los  ángeles, 
Fin  de  Satanás  y  La  infancia  de  Homero, 


La  Lira  Lusitana  insertóse  en  forma  de  folletín  en 
el  periódico  EL  Porvenir  —  órgano  del  partido  republi- 
cano zorrillista — ,  que  se  publicaba  en  Madrid  por  los 


NOTAS    DEL    RECOPILADOR  421 

años  de  1883  al  86.  Este  diario,  que  tenía  su  redacción 
en  el  número  14  de  la  calle  de  la  Luna,  esquina  á  la  de 
la  Madera,  dejó  huella  imborrable  en  la  historia  del 
periodismo  español,  asi  por  la  valentía  de  sus  campañas 
como  por  la  exquisitez  de  sus  trabajos  periodísticos  y 
literarios.  Propietario  de  El  Poroenir  lo  fué  un  entu- 
siasta progresista  asturiano,  D.  Enrique  Menéndez, 
quien  gastó  en  el  periódico  casi  toda  su  fortuna,  que  era 
respetable. 

Dirigía  el  susodicho  diario  un  periodista  notable,  don 
Eduardo  Peña,  que  ya  rindió  su  tributo  á  la  muerte,  si 
nuestra  memoria  no  es  infiel;  y  la  redacción  de  El  Por- 
venir hallábase  constituida  por  una  verdadera  pléyade 
de  escritores  y  periodistas  brillantísimos,  entre  los  que 
recordamos  á  Curros  Enríquez,  Pedro  Ruiz  de  Ávila, 
José  Miralles,  los  sabios  doctores  Escuder  y  Gordillo, 
Segovia  Rocaberti,  Serrano  Barradas,  Fernández  Dié- 
guez  y  otros.  Casi  todos  los  anteriormente  nombrados 
ya  no  existen. 

(3)    La  Señorita  de  aldea.  (Pág.  87.) 

Este  notable  opúsculo  — que  algunos  biógrafos  de  Cu- 
rros han  hecho  pasar  por  novela — se  publicó  en  Heral- 
do Gallego,  que  fundara  y  dirigiera  en  Orense  el  gran 
poeta  D.  Valentín  Lamas  Carvajal,  allá  por  los  años 
de  1875  al  78. 

La  Señorita  de  aldea  es  una  fidelísima  pintura  de  la 
señorita  lugareña,  con  relación  á  la  época  en  que  su 
autor  escribió  dicho  trabajo.  De  entonces  acá  las  cir- 
cunstancias han  variado  muchísimo;  y  á  buen  seguro 
que  de  escribirse  hoy  La  Señorita  de  aldea,  su  autor 
hubiera  modificado  no  poco  su  texto.  Desde  que  el  fe- 
rrocarril, primero,  y  el  automóvil  después,  han  llevado 
desde  las  metrópolis  á  las  aldeas,  y  desde  las  ciudades 
á  los  villorrios,  bocanadas  de  un  aire  progresivo  y  cul- 


422  NOTAS    DEL    RECOPILADOR 


to,  ya  no  es  la  señorita  de  aldea  lo  que  fué  en  otro  tiem- 
po, por  más  que  aun  hoy  conserve  reminiscencias  de 
antaño,  heredadas  por  ley  de  la  costumbre. 

(4)    De  mi  álbum.  (Pág.  107.) 

Aunque  nos  propusimos  guardar  un  perfecto  orden 
cronológico  en  la  inserción  de  los  trabajos  que  integran 
este  tomo  V,  comenzando  por  los  de  feclia  más  anti- 
gua y  siguiendo  por  los  que  su  autor  escribiese  en  fe- 
chas subsiguientes,  liémonos  visto  precisados  á  alterar 
aquel  orden,  en  razón  á  que  las  composiciones  poéticas 
que  constituyen  De  mi  áíbain  no  pueden  conceptuarse 
como  una  composición  aislada,  sino  que  forma  lo  que 
debe  incluirse  por  derecho  propio  en  la  categoría  de 
obra  completa.  A  partir  De  mí  álbum,  y  en  cuantos 
artículos  y  poesías  insertamos  á  continuación,  segui- 
mos el  orden  de  fechas,  que  estuvo  siempre  en  nuestro 
ánimo  guardar. 

Las  múltiples  composiciones  poéticas  que  bajo  el  epí- 
grafe de  De  mí  álbum  publicamos,  nos  fueron  remitidas 
desde  la  HaVmna  por  D.  Ramón  Armada  Teijeiro,  el 
año  de  1911.  En  atentísima  carta  que  con  los  versos 
recibimos  de  nuestro  querido  amigo,  nos  decía  éste  que 
había  recogido  cuidadosamente  los  originales  enviados, 
del  cajón  de  la  mesa  donde  Curros  Enríquez  trabajaba 
en  El  Diario  de  la  Marina. 

Es  de  suponer  que  se  escribieran  estos  versos  desde 
el  año  1897  al  1907,  y  no  es  aventurado  creer  que  ellos 
constituyen  toda  la  labor  poética  gestada  y  laborada 
por  el  poeta  en  los  últimos  años  de  su  vida. 

Nosotros  agradecemos  profundamente  el  honroso 
cumplimiento  de  un  deber  que  llevó  á  efecto  nuestro 


NOTAS    DEL    RECOPILADOR  423 


queridísimo  amigo  Sr.  Armada  Teijeiro,  pues  de  lo  con- 
trario, verianse  privados  nuestros  lectores  de  admirar 
la  labor  del  poeta  y  su  facundia  extraordinaria. 

Abrumado  Curros  Enríquez  ante  la  diaria  petición 
de  un  autógrafo,  vióse  precisado  á  improvisar  un  día  y 
otro  versos  y  más  versos  para  cuantas  señoritas  de  la 
capital  de  Cuba  solicitaban  una  peregrina  muestra  del 
talento  del  vate  insigne. 

Algunas  de  estas  composiciones— escritas  al  correr  de 
la  pluma  y  alternando  con  otras  ocupaciones  del  perió- 
dico, que  al  poeta  robaban  tiempo  y  energías  —  basta- 
rían por  sí  solas  para  dar  patente  de  poeta  glorioso  á 
quien  ya  la  tenía  de  antiguo  conquistada.  Dominando 
en  unas  la  más  exquisita  de  las  ternuras,  en  otras  la 
amarga  ironía,  en  éstas  un  acendrado  patriotismo  y  en 
estotras  la  estridente  carcajada  de  un  terrible  escép- 
tico,  campea  en  todas  una  inspiración  grandiosa  y  pri- 
vileo-iada. 


(5)    Confidencias.  (Pág.  171.) 

Insertamos  en  este  tomo,  con  sumo  gusto,  el  hermoso 
prólogo  que  Curros  Enríquez  escribió  para  la  novela 
que  lleva  por  título  el  epígrafe  de  esta  nota,  y  se  debe 
á  la  pluma  galana  del  meritísimo  publicista  D.  Luis 
Pardo,  amigo  entrañable  del  poeta.  Esta  novela  fué 
escrita  el  año  1888  y  publicada  á  principios  del  91. 

Por  más  que  se  trate  de  un  prólogo,  que  como  es 
natural,  forma  parte  de  una  labor  ajena,  no  liemos  que- 
rido omitir  su  publicación  en  estas  Obras  completas, 
para  que  en  ellas  fígure  todo  aquello  que  firmado  va 
por  el  autor  insigne  de  Aires  d\i  miña  térra. 


(6)    La  mujer  gallega.  (Pág.  176.) 

El  día  27  de  mayo  de  1893  publicó  la  revista  madri- 


424  NOTAS    DEL    RECOPILADOR 


leña  Blanco  y  Negro  un  número  extraordinario^  dedi- 
cado á  la  mujer  española. 

Torneo  glorioso  fué  aquél,  en  que  todas  las  liras  y  las 
péñolas  todas  se  conjuraron  al  unisono  para  enviar  á 
nuestras  incomparables  mujeres  un  tributo  de  admira- 
ción idolátrica.  La  lira  de  José  de  Velilla,  desbordan- 
dose  en  halos  de  luz  multicolor,  cantó  á  la  mujer  anda- 
lusa  como  él  solo  sabía  hacerlo;  «Kasabal»,  para  la  ma- 
drileña,  puso  en  su  pluma  todos  los  donaires,  y  con 
ellos  formó  un  palio  de  flores,  para  que  bajo  de  él  pa- 
seara su  belleza  triunfante  la  que  es  encanto  de  las  ver- 
benas y  sabe  enredar  en  los  flecos  de  su  pañolón  de 
.Manila  todos  los  corazones  masculinos  que  cruzan  por 
su  senda;  Sinesio  Delgado  glosó  las  gracias  de  la  mujer 
castellana  con  su  proverbial  donosura;  la  aragonesa 
tuvo  en  Royo  Villanova  su  cantor  prodigioso.  Y  así,  en 
gradación  ascendente  de  piropos,  fueron  incensadas  con 
la  mirra  de  sus  ditirambos,  por  otros  ingenios  cuyos- 
nombres  no  recordamos,  la  nescacha  polita,  moradora 
de  los  caseríos  de  Euskeria,  la  chiqueta  bonica,  que 
refulge  en  las  barracas  levantinas,  y  la  intrépida  astur, 
que  lleva  en  sus  sayas  poemas  de  reconquista. 

Como  no  podía  menos  de  suceder,  Curros  Enríquez 
fué  invitado  á  terciar  en  el  palenque,  y,  armado  de 
punta  en  blanco,  sobre  alazán  brioso,  fuese  á  la  pales- 
tra, pluma  en  ristre,  decidido  y  animoso,  para  entonar 
su  romance  de  gesta  en  loor  de  la  mujer  gallega. 

Él  la  coloca  por  sobre  el  nivel  de  las  demás  mujeres 
españolas;  si  apasionado  fué,  que  en  esto  no  hay  duda, 
no  es  menos  cierto  que  todos  llevaron  su  pasión  al  límite 
máximo  en  la  respectiva  defensa  de  sus  mujeres. 

Y  después  de  todo,  lógico  es  y  natural  que  esto  ocu- 
rra, siempre  que  de  cantar  á  la  mujer  se  trate.  Cada 
uno  hallará  bellezas  y  encantos  insuperables  en  la  de  su 
región,  siendo  así  que,  colocándonos  en  el  campo  neu- 


NOTAS    DEL    RECOPILADOR  425 


tral,  éstas  y  aquéllas,  por  el  solo  hecho  de  ser  mujeres, 
merecerán  nuestra  alabanza,  pues  que  de  ellas  naci- 
mos y  en  ellas  consagramos  á  nuestras  madres  y  á 
nuestras  esposas. 

(7)  Morsamor.  (Pág.  180.) 

Este  admirable  juicio  crítico  de  la  novela  asi  titulada 
del  inmortal  Valora,  se  publicó  en  EL  Diario  de  la  Ma- 
rina, de  la  Habana,  á  los  pocos  días  de  ponerse  á  la 
venta  Morsamor,  el  año  1899. 

Coincidiendo  la  publicación  de  la  novela  susodicha 
con  el  epílogo  de  la  hecatombe  colonial,  Curros  Enrí- 
quez  desmenuza  con  garra  de  león  la  obra  del  autor  de 
Pepita  Jiménez,  haciendo  muy  atinadas  observaciones, 
que  podrá  apreciar  en  toda  su  significación  quien  lea 
detenidamente  este  juicio  crítico  y  conozca  la  novela 
del  maestro  Valora. 

(8)  El  Mayorazgo  de  Villahueca.  (Pág.  187.) 
Con  el  mismo  título  de  la  novela  de  Atanasio  Rivero, 

redactor  de  El  Diario  de  la  Marina  y  compañero  de 
Curros  Enríquez,  se  publicó  este  admirable  juicio  critico 
en  Remsta.  Gallega,  el  año  1904. 

Revista  Gallega,  fundada  y  dirigida  en  Coruña  por 
nuestro  querido  amigo  —  y  entrañable  del  poeta— Galo 
Salinas  y  Rodríguez,  cesó  en  su  publicación  desde  el 
punto  en  que  Salinas  trasladó  su  residencia  á  la  Corte, 
obligado  por  el  importante  cargo  que  ocupa  en  la  Can- 
cillería de  la  República  uruguaya. 

El  trabajo  origen  de  esta  nota  fué  escrito  expresa- 
mente para  la  hebdomadaria  revista  por  su  autor,  y 
enviado  desde  la  capital  de  Cuba  á  la  de  Galicia.  Pu- 
blicamos gustosísimos  esta  labor  de  Curros  Enríquez, 
por  las  mismas  razones  que  expresadas  quedan  en  la 
nota  5. 


426  NOTAS    DEL    RECOPILADOR 

(9)  Horas  de  ocio.  (Pág.  197.) 

Para  la  colecciÓQ  de  artículos  literarios  de  J.  Ra- 
món Somoza,  intitulada  Horas  de  ocio,  publicada  en  la 
Habana  el  año  1905,  escribió  Curros  Enríquez  el  bien 
escrito  prólogo  que  incluimos  en  estas  obras,  por  las 
mismas  razones  que  exponemos  en  la  nota  5. 

(10)  El  aniversario.  (Píxg.  207.) 

Este  bello  artículo,  que  es  ante  todo  y  sobre  todo  un 
viril  canto  á  la  libertad  de  los  pueblos,  insertóse  en  la 
revista  Remedios  Ilustrado,  de  Remedios  (Cuba),  en 
junio  de  1906,  habiendo  sido  escrito  en  la  Habana  el 
mes  de  mayo  de  aquel  año. 

Es  cosa  fácil  que  los  espíritus  malévolos  tachen  de 
antipatriota  á  Curros  Enríquez  por  cantar  á  la  libertad 
de  Cuba  en  su  primer  aniversario;  pero  no  hay  que  ol- 
vidar que  Curros  fué  ante  todo  un  poeta  de  altísimos 
vuelos,  y  un  poeta  de  su  estirpe  está  obligado  á  entonar 
un  himno  de  alabanza  á  todo  pueblo,  cuando  éste  sacude 
el  yugo  de  sus  tiranos. 

Nadie  más  patriota  que  Curros  en  la  Habana.  Él 
siempre  concitó  á  la  paz,  á  la  unión. 

Acaso  y  sin  acaso  fueron  los  antipatriotas  aquellos 
hombres  de  memoria  infausta  que  nos  llevaron  á  un 
desastre  ominoso,  que  nos  cubrió  de  oprobio  y  de  ver- 
güenza, sin  que  un  poeta  de  alientos  vigorosos  rompiese 
su  lira  para  maldecirlos  y  execrarlos. 

Un  reparo,  no  obstante,  habremos  de  poner  a  este 
hermoso  himno  de  salutación  á  un  pueblo  libre,  que  es- 
cribiera Curros  Enríquez,  solazada  su  alma  de  poeta 
ante  la  buena  nueva  de  la  emancipación  de  un  Estado. 

Se  escandaliza  Curros,  rememorando  un  episodio  de 
la  noche  en  que  se  proclamó  en  Madrid  la  República 
española,  cuando  un  ladrón  salió  al  encuentro  del  poe- 
ta y  trató  de  desvalijarle  en  un  barrio  apartado  de  la 


NOTAS    DEL    RECOPILADOR  427 


villa  y  corte.  ¡Ab,  esas  son  las  treaiendas  caídas  que 
el  ideal  experimenta  frente  á  la  realidad  grosera  de  la 
vida!  Quizás  aquel  hombre  fuera  un  desalmado,  un  la- 
drón de  oücio;  pero,  también,  ¿por  qué  no  suponer  que 
se  tratara  de  un  desdichado  padre  de  familia  que,  en 
medio  de  las  férvidas  aclamaciones  de  entusiasmo  de 
un  pueblo,  veíase  precisado  á  exigir  por  la  fuerza  un 
pedazo  de  pan  para  sus  hijos,  que  le  negaba  esta  socie- 
dad cruel  y  atávica? 

(11)  A  nena  n-a  fonte.  (Pág.  211.) 

Esta  composición  poética  aparece  inserta  en  Heraldo 
Gallego,  de  Orense,  ano  I,  núm.  25,  1874.  Suponemos 
que  se  trata  de  una  colaboración  para  dicho  periódico, 
por  cuanto  en  aquel  entonces  residía  Curros  Enriquoz 
en  Madrid  con  su  familia. 

No  terminaremos  esta  nota  sin  hacer  constar  que, 
como  hemos  separado  las  composiciones  escritas  en  ga- 
llego de  las  en  castellano,  el  orden  cronológico  de  las 
fechas  en  que  fueron  publicadas  tiene  que  ser  indepen- 
diente, asi  en  unas  como  en  otras. 

(12)  A  fouce  d'o  abó.  (Pág.  212.) 

No  podemos  decir  á  ciencia  cierta  la  fecha  ni  el  pe- 
riódico donde  se  publicó  esta  hermosa  poesía,  por  la 
sencilla  razón  de  haberla  vibto  reproducida  en  distintos 
periódicos  y  semanarios  gallegos.  Sin  embargo,  cree- 
mos firmemente  que  se  trata  de  una  composición  escrita 
por  su  autor  el  año  1874,  é  insertada  en  Heraldo  Ga- 
llego el  propio  año  que  la  anterior. 

(13)  A  Cristobo  Colombo.  (Pág.  213.) 

En  1892,  La  Correspondencia  de  E-^paña  tuvo  la  ex- 
celente idea  de  abrir  un  certamen  en  honor  del  descu- 
bridor de  América,  llamando  á  todos  los  poetas  regio- 


428  NOTAS    DEL    RECOPILADOR 


nales  para  que  cantaran  el  glorioso  acontecimiento, 
llevado  á  efecto  por  el  que  un  día  se  creyó  genovés  de 
origen  y  quizás  dentro  de  poco  tiempo  quede  aclarado 
que  nació  en  Galicia. 

Por  aquellos  días  se  celebraba  en  Madrid  el  cuarto 
aniversario  del  descubrimiento  de  América.  Á  dicho 
concurso  acudieron  los  vates  más  inspirados.  Curros 
Enríquez,  por  su  brillante  historia  literaria,  no  podía 
faltar  al  llamamiento,  y  escribió  este  magno  soneto,  en 
el  que  campea,  como  en  todas  las  producciones  del  poe- 
ta celanovense,  un  viril  acento  de  epopeya. 

Para  dar  fin  á  esta  nota,  y  por  que  se  vea  de  qué 
modo  tan  mezquino  se  pagan  en  España  las  produccio- 
nes artísticas,  solamente  diremos  que  La  Correspon- 
dencia pagó  á  Curros  Enríquez  la  exigua  cantidad  de 
20  pesetas,  habiendo  sido  nosotros  portadores  de  un  re- 
cibo en  blanco,  que  subscribió  nuestro  deudo,  y  entrega- 
do fué  por  nosotros  al  insigne  periodista  y  ex  ministro 
de  la  Corona  D.  Andrés  Mellado,  director  entonces  del 
popular  diario  madrileño. 

(14)  N-a  apertura  d'o  Centro  Gallego.  (Pág.  2Í4.) 
La  noche  del  27  de  marzo  de  1893  será  recordada 
siempre  con  profundo  cariño  por  los  gallegos  que  en 
Madrid  residen  y  fueron  testigos  de  aquella  gratísima 
función.  Se  inauguraba  el  Centro  Gallego  de  Madrid,  y 
para  solemnizar  acto  tan  transcendental,  organizóse  una 
velada  en  el  Teatro  de  la  Comedia.  Todos  los  elementos 
de  más  valía  ofrendaron  en  la  fiesta  memorable  su  sin- 
gular tributo.  Y  aquella  noche  Curros  Enríquez,  des- 
pués de  la  frenética  ovación  con  que  sus  paisanos  paga- 
ban su  estupenda,  su  magnífica  poesía,  fué  coronado  por 
la  mano  de  D.  Manuel  Becerra,  aquel  hombre  que  supo 
colocar  su  honra  por  encima  de  toda  merced  cortesana. 
'  Respecto  del  mérito  que  la  poesía  de  Curros  Enríquez 


NOTAS    DEL    RECOPILADOR  429 


atesora,  callamos  nosotros  para  dejar  la  palabra  á  El 
Globo  correspondiente  al  28  de  marzo  del  año  que  se 
cita.  El  diario  posibilista— en  aquel  entonces — decía  lo 
que  copiamos  á  continuación: 

«En  la  segunda  parte  fué  lo  más  principal  una  poesía 
admirable  del  gran  Curros  Enríquez.  Muerta  Rosalía 
Castro,  es  Curros  el  mayor  de  los  inspirados  que  en 
Galicia  quedan  y  pueden  figurar  entre  los  mejores  es- 
pañoles con  la  categoría  de  prtmus  ínter  par  ¿bus. 

))En  sus  manos  se  ennoblece  y  acrisola  el  dialecto,  des- 
cubriendo su  buena  sangre  helénica  y  latina. 

))Ya  otra  vez  lo  hemos  dicho:  la  lengua  poética  de  Cu- 
rros es  comprendida  de  seguro  por  provenzales  é  italia- 
nos con  tanta  facilidad  para  ellos  como  pudo  serlo  para 
los  habitantes  del  Ática  el  dialecto  de  los  eolios. 

))La  estrofa  sale  rotunda  y  clásica,  sin  que  el  nervio  de 
erudición  que  la  anima  quite  nada  á  su  facilidad  co- 
rrecta y  armoniosa,  ni  enfríe  el  palpitante  calor  interno. 
Del  barro  hace  ánforas,  y  dentro  pone  el  más  nuevo  y 
generoso  vino.  Aparte  va  la  poesía,  de  la  cual  debe  enor- 
gullecerse el  Centro  Gallego,  porque  también  se  ufanará 
con  ella  la  patria  literatura.  Curros  Enríquez  fué  acla- 
mado por  la  concurrencia,  cuyo  entusiasmo  rayó  en  el 
límite  extremo  cuando,  en  nombre  de  todos  los  asocia- 
dos, ofreció  la  Junta  una  corona  al  primer  poeta  de  Ga- 
licia.» 

(15)    Aturuxos.  (Pág.  219.) 

A  últimos  de  noviembre  del  año  1907,  es  decir,  cuatro 
ó  cinco  meses  antes  de  morir  el  autor  de  O  Divino  Sai- 
nete,  publicó  un  libro  de  cantares,  en  la  capital  de  Cuba, 
nuestro  querido  amigo  Ramón  Armada  Teijeiro,  nomi- 
nado Aturuxos,  al  que  puso  Curros  Enríquez  el  sentido 
prólogo  que  insertamos  en  este  volumen,  por  las  razo- 
nes que  expusimos  en  la  nota  5. 


430  NOTAS    DEL    RECOPILADOR 


Escrito  el  prólogo  de  referencia  en  el  dulce  dialecto- 
gallego,  los  gallegos  saborearán  con  deleite  la  ironía,  la 
sal  ática  y  el  patriotismo  que  encierran  aquellas  pocas 
líneas  de  su  paisano  insigne. 

(16)    En  corso.  (Pág.  222.) 

jQué  valiente  y  qué  patriótica  esta  composición!  ¡Y 
aun  habrá  quien,  después  de  leer  estos  versos,  dude  si 
Curros  Enríquez  fué  ó  no  patriota! 

jEs  un  bello  apóstrofo  que  el  poeta  lanza  contra  los 
norteamei'icanos,  que  á  socapa  y  prevaliéndose  de  la 
anemia  do  una  nación  y  de  la  cobardía  de  sus  gober- 
nantes, nos  ari'cbataron,  sin  ludia,  lo  que  no  era  suyo, 
ni  nuestro,  en  última  instancia! 

Nosotros  ignorábamos  la  existencia  de  esta  composi- 
ción. NuOíítro  querido  amigo  el  ilustre  gallego  D.  Ma- 
nuel López  Peña,  director  de  El  Acnccdor  del  Edado, 
nos  la  facilitó,  ya  en  prensa  los  primeros  pliegos  de  este 
tomo. 

López  Peña,  que  combatió  en  Cuba  por  la  integridad 
de  su  patria,  y  que  es  un  entuísiabía  por  todo  lo  de  su 
terrina,  copió  los  versos  de  Curros  de  un  periódico  y 
se  guardó  la  copia,  habiéndose  ésta  traspapelado  entre 
el  inmenso  fárrago  de  sus  papeles.  Regresado  á  España 
López  Peña  cuando  la  repatriación  dolorosa,  buso'ó  mu- 
chas veces  la  copia  de  aquellos  versos,  y  tantas  como  lo 
hizo  con  afán  creciente,  obtuvo  negativo  resultado.  Mu- 
chas veces  nos  habló  de  estos  versos,  desde  que  nos  de- 
paró el  destino  la  fortuna  de  conocer  á  López  Peña,  ha 
seis  ó  .siete  años. 

Y  cuando  menos  lo  esperábamos,  como  antes  decía- 
mos, y  ya  en  prensa  esie  tomo,  halló  López  Peña  la 
copia  ansiada  y  se  apresuró  á  facilitárnosla. 

No  podemos  precisar,  pues,  en  qué  periódico  se  pu- 
blicó En  corso,  ni  la  fecha.  Lomas  acertado  es  suponer 


NOTAS    DEL   RECOPILADOR  431 


que  tal  vez  se  publicara  en  Tierra  Gallega,  periódico 
que  dirigió  y  fundó  en  la  Habana  Curros  Enríquez,  y 
que  veía  la  luz  pública  en  la  época  de  la  declaración  de 
guerra  á  España  por  los  E:stados  Unidos. 

No  hay  para  qué  decir  cuánto  estimamos  á  López 
Peña  la  atención  que  ha  tenido  para  con  nosotros. 

(17)    A  espina.  (Pág.  225.) 

Aun  juzgando  nosotros  un  deber  de  conciencia  traer 
á  estas  Obras  completas  todo  cuanto  escribió  Curros 
Enríquez,  hemos  vacilado  en  más  de  una  ocasión  si  dar 
ó  no  á  la  publicidad  esta  hermosa  poesía,  que  revela  la 
amargura  que  en  el  ánimo  de  su  autor  pusieran  un  día 
reales  ó  aparentes  agravios,  cometidos  contra  su  per- 
sona. 

Á  nadie  debe  extrañar  este  reparo  que  en  determina- 
dos momentos  sentimos  nosotros,  si  en  cuenta  se  tiene 
el  magno  proceder,  digno  de  todas  las  alabanzas,  que 
con  ocasión  del  fallecimiento  de  Curros  Enríquez  llevó 
á  efecto  el  Centro  Gallego  de  la  Habana,  trasladando  á 
sus  expensas  los  restos  mortales  del  insigne  poeta  desde 
la  capital  de  Cuba  á  la  de  Galicia.  Por  acción  tan  meri- 
toria, la  familia  de  Curros  Enríquez  conservará  siempre 
debido  recuerdo  de  imborrable  gratitud. 

Si  diferencias  hubo  entre  Curros  Enríquez  y  determi- 
nados elementos  del  Centro  Gallego  de  la  Habana,  no 
somos  nosotros  los  llamados  á  comentarlas  ahora.  A 
nosotros,  im parcial  mente  y  en  conciencia  obrando,  sólo 
nos  es  dable  publicar  la  composición,  y  al  propio  tiempo 
dedicar  al  Centro  Gallego  de  la  capital  de  Cuba,  y  á  su 
entonces  digní>>imo  presidente,  nuestro  quei'ido  amigo 
D.  José  López  Pérez,  un  entusiasta,  un  sentidísimo  ti-i- 
buto  de  admiración  y  de  reconocimiento,  al  que  íQ  hi- 
cieron uno  y  otro  acreedores  por  su  conducta,  verdade- 
ramente ejemplar. 


432  NOTAS    DEL    RECOPILADOR 


Galicia  y  España  entera  pusieron  honroso,  comento 
en  marzo  de  1908  á  la  gestión  de  ambos,  y  fuera  ocioso 
repetirlo,  pues  que  vive  impreso  en  la  memoria  de 
todos. 

Muerto  el  poeta,  y  con  él  desaparecidas  las  diferen- 
cias que  originaron  A  espina,  sólo  nos  resta  hacer  pre- 
sente que  la  familia  de  Curros  Enríquez  testimonió  en 
su  día  la  inmensa  gratitud  que  profesa  al  Centro  Galle- 
go de  la  Habana,  donándole  la  corona  que  el  pueblo 
coruñés  dedicara  al  poeta  la  memorable  noche  del  21 
de  octubre  de  1904  en  el  Teatro  Principal  de  Coruña. 

Humilde,  humildísima  fué  la  ofrenda  dada,  en  rela- 
ción á  la  magna  labor  del  Centro  Gallego  recibida;  pero 
quien,  como  la  familia  de  Curros  Enríquez,  vive  en  me- 
dio de  honrada  pobreza,  no  podía  demostrar  su  gratitud 
de  otra  manera,  i Ojalá  que  el  Destino  hu hiérale  pro- 
porcionado otros  medios  para  mejor  demostrarlo,  que  á 
buen  seguro  lo  habría  hecho  de  manera  espléndida! 

Y  por  lo  que  al  insigne  muerto  atañe,  si  existe  alguna 
convivencia  espiritual  entre  los  que  se  van  del  Cosmos 
y  los  que  en  el  Cosmos  quedan,  creemos  firmemente 
que  el  espíritu  de  Curros  Enríquez  se  enorgullecerá  de 
haber  pertenecido,  en  vida,  á  ese  Centro  Gallego,  que 
tan  altos  colocó  siempre  los  timbres  de  la  augusta  región 
que  en  Cuba  representa. 

(18)  N-a  tumba  de  Rosalía.  (Pág.  237.)  , 
Cuando,  al  mediar  el  año  1904,  emprendió  el  poeta 
su  postrer  viaje  á  la  tierra  de  sus  ensueños,  no  bien 
hubo  pisado  el  solar  de  sus  mayores,  fuese  á  ofrendar  el 
recuerdo  de  su  admiración  al  sepulcro  donde  yacen  las 
cenizas  de  aquella  gran  poetisa  que  en  vida  se  llamó 
Rosalía  Castro. 

Llevó  el  poeta  á  su  compañera  un  ramo  de  flores  y 
la  hermosa  poesía,  que  publicaron,  á  poco  de  ser  cono- 


NOTAS    DEL    RECOPILADOR  433 


cida,  todos  los  periódicos  de  las  cuatro  provincias  ga- 
llegas. 

Campea  en  toda  la  composición  una  ternura  infínita 
para  la  llorada  cantora,  y  las  dos  últimas  estrofas,  por 
lo  viriles  y  rotundas,  cautivan  y  estremecen. 

¡Quién  sabe — dice  Curros  Enriquez  —  sí  mañana,  en 
este  recinto  santo,  no  quedará  ni  piedra  sobre  piedra! 
Y  ¡quién  sabe  —  repite  —  si  este  sepulcro  algún  dia  lle- 
gará á  ser,  tras  bélicas  empresas,  el  mostrador  de  yan- 
qui mercancía  ó  pesebre  de  bestias  Japonesas!...  Apos- 
trofe tan  grandioso  parece  rememorar  la  lira  brava  del 
sublime  Tirteo. 

(19)     A  o  pobo  cruñés.  (Pág.  239.) 

La  noche  del  21  de  octubre  de  1904  marca  en  los  fas- 
tos gallegos  una  fecha  memorable. 

El  Teatro  Principal  de  Coruña  ofrecía  un  aspecto  des- 
lumbrador. Galicia  entera  estaba  allí  en  cuerpo  y  en 
espíritu  para  consagrar  á  Curros  Enriquez  con  el  óleo 
de  su  admiración.  De  todos  los  ámbitos  de  España  fué 
un  hálito  del  alma  nacional  para  sumarse  al  homenaje; 
cuanto  en  arte  y  ciencia  vale  y  significa,  envió  á  Curros 
Enriquez  tributo  de  admiración  entusiástica.  ¿Á  qué 
citar  nombres?  No  hace  falta.  Con  versos,  flores,  palo- 
mas y  aplausos,  testimonió  el  pueblo  gallego  su  cariño 
y  su  admiración  al  poeta,  cuando  éste,  fatigado,  con  la 
respiración  anhelosa  y  asomando  lágrimas  á  sus  ojos, 
comenzó  á  leer  su  despedida  á  quien  de  tan  solemne 
manera  le  tributaba  ofrenda  semejante. 

Y  asi  que  Curros  Enriquez  terminó  la  lectura  de  su 
viril  romance,  una  corriente  de  duda  y  otra  corriente 
de  pena,  fueron  recorriendo  los  corazones  todos.  Y  es 
que  todos  se  preguntaban :  ¿Será  ésta,  acaso,  la  vez  pos- 
trera que  los  labios  del  vate  se  abran  para  dedicarnos 
las  exquisiteces  de  su  lira  augusta? 

28 


434  NOTAS    DEL    RECOPILADOR 


Epílogo  hermoso  de  aquella  fiesta  memorable,  fué  la 
valiosa  corona  de  plata  y  oro  que  La  Coruña  ciñó  á  las 
sienes  del  poeta.  iPor  desgracia,  la  poesía  hermosa  y 
vibrante  de  amor  á  su  patria  chica,  fué  la  última  que 
escribiera  el  bardo  celanovense  en  España! 

Á  los  cuatro  años,  no  cumplidos,  de  partir  allende  los 
mares  con  la  idea  de  pisar^otra  vez  los  amados  terruños, 
traían  su  cadáver  á  La  Coruña,  que  nuevamente  se  des- 
bordó en  lágrimas  y  en  plegarias  para  recibir  los  restos 
del  hombre  que  tanto  había  amado  á  su  tierra. 

(20)     «A  alborada»  de  Veiga.  (Pág.  244.) 

Llegamos  á  la  última  nota  explicativa  de  cada  una  de 
las  composiciones  que  forman  este  volumen;  y  como  la 
más  importante,  de  intento  la  dejamos  para  que  ocupe 
el  último  lugar. 

«A  alborada»  deVeíga  es  el  postrer  vagido  de  la  musa 
de  Curros  Enríquez.  El  plectro  del  poeta  aparece  de 
pronto  vestido  con  todas  sus  galas,  mejor  diríamos  que 
resurge  de  sus  cenizas,  como  el  ave  fénix,  para  asombrar 
á  los  que  creían  muerta  para  siempre  aquella  musa. 

Escrita  la  composición  tres  meses  y  días  antes  de  la 
muerte  de  su  autor,  sobrecoge  el  ánimo  tanta  grandeza 


encerrada  en  un  pequeño  número  de  palabras  rimadas. 
La  crítica  más  descontentadiza  seguramente  pusiera 
toda  la  gama  de  sus  adjetivos  para  esta  poesía,  é  igual- 
mente para  la  que  su  autor  leyó  otra  noche  memo- 
rable en  el  Teatro  de  la  Comedia  de  Madrid,  al  inaugu- 
rarse el  Centro  Gallego.  Ambas  figuran  en  este  tomo,  y 
ambas  nos  parecen  no  sólo  bellísimas,  sino  estupendas, 
por  lo  grandiosas. 

La  noche  del  20  de  diciembre  de  1907  celebróse  en  el 
Teatro  Nacional  de  la  Habana  una  velada  para  arbitrar 
recursos  á  la  erección  de  un  monumento  que  en  Mon- 
doñedo  (Galicia),  pueblo  natal  del  célebre  músico  don 


NOTAS    DEL    RECOPILADOR  435 


Pascual  Veiga,  perpetúe  su  memoria.  Curros  Enríquez 
asistió  á  la  velada,  y  en  ella  leyó  su  magna  poesía,  que 
el  público  que  llenaba  el  teatro  acogió  con  una  estruen- 
dosa ovación. 

¿Quién  no  conoce,  ni  quién  no  ha  sentido  su  alma 
transportada  á  las  regiones  puras  del  ideal,  escuchando 
las  notas  sublimes  de  esa  Alborada  bella?  En  todo  el 
mundo  conocido,  la  Alborada  de  Veiga  se  escucha  siem- 
pre con  arrobo,  y  es  sencillamente  porque  en  sus  notas 
va  reflejada  el  alma  de  un  pueblo  triste,  que  llevó  á 
todos  los  ámbitos  del  planeta  ecos  dulcísimos  de  una 
añoranza  ancestral. 

Curros  Enriquez,  para  identificarse  en  un  todo  con  el 
alma  musical  de  Veiga,  que  se  desbordó  magnífica  en 
el  pentagrama,  hizo  estremecer  con  el  tañido  de  las 
cuerdas  de  su  lira  el  alma  de  Galicia;  y  en  la  velada 
memorable,  retumbaron  sus  versos  con  el  estruendo  épi- 
co que  perdura  y  vive  siempre  grabado  en  las  almas  y 
en  los  espíritus  de  una  raza. 

(21)  Curros  Enríquez  y  su  libro.  (Pág.  253.) 
El  hermoso  trabajo  del  insigne  autor  de  La  Barra- 
ca que  publicamos  en  este  tomo,  sirvió  de  prólogo  á  la 
traducción  que  de  Aires  d'a  miña  térra  (primera  edi- 
ción) hizo  un  poeta  valenciano  de  merecido  renombre: 
Constantino  Llombart,  fenecido  también,  para  duelo  de 
las  musas  levantinas,  ha  varios  años. 

Llombart,  en  vez  de  trasladar  los  versos  de  Curros  al 
dialecto  de  Guillen  Sorolla,  los  trasladó  á  la  rotunda 
lengua  de  Cervantes.  Muchas  veces  oímos  decir  á  nues- 
tro deudo  que  no  le  satisfacía  del  todo  la  traducción 
hecha;  pero  también  recordamos  que  siempre  tuvo  Cu- 
rros frases  de  reconocimiento  para  Llombart,  pues  en 
algunas  de  las  poesías  supo  traducir  fielmente  el  pensa- 
miento del  vate  gallego. 


436  NOTAS    DEL    RECOPILADOR 


Luchando  Llombart  con  las  dificultades  propias  que 
siempre  ha  de  encontrar  el  que  pretenda  traducir  fiel- 
mente los  versos  gallegos  al  idioma  castellano,  no  hay 
duda  que  supo  salir  airoso  de  su  empeño,  y  que  es  digna 
de  pública  alabanza  su  labor,  honrándonos  nosotros 
hoy  con  dedicar  un  sentido  recuerdo  á  su  memoria. 

Y  vamos  á  otra  cosa. 

Dice  Blasco  Ibáñez  en  su  prodigioso  articulo-prólogo, 
que  Curros  Enriquez  escribió  en  1869  una  crítica  en 
verso  de  la  Constitución  votada  por  los  unionistas,  en 
colaboración  de  D.  Victoriano  Rodríguez  Moran.  Efec- 
tivamente, de  este  trabajo  hemos  oído  hablar  muchas 
veces  á  nuestro  deudo,  quien  se  lamentaba  de  no  poseer 
ni  una  copia. 

Infructuosas  han  sido  las  pesquisas  por  nosotros  he- 
chas después  del  fallecimiento  del  poeta  para  obtener 
un  ejemplar.  ¡Ojalá  que  hubiésemos  encontrado  uno!  Á 
buen  seguro  que  figuraría  en  estas  Obras  completas. 

En  cuanto  á  La  Lira  Lusitana,  que  forma  parte  de 
este  tomo,  dice  el  Sr.  Blasco  Ibáñez  que  Curros  Enri- 
quez publicó,  además  de  los  versos  de  Guerra  Junqueiro 
y  Teófilo  Braga,  otros  de  Antheiro  de  Quental,  Olivei- 
ra  Martins  y  Antonio  Feijóo  en  Las  Dominicales  del 
Libre  Pensamiento.  Las  que  á  nuestro  poder  han  lle- 
gado, coleccionadas  y  publicadas  en  El  Porvenir,  son 
sólo  las  que  ven  la  luz  en  este  libro. 

Otra  afirmación  hace  el  autor  de  Arroz  y  tartana  al 
decir  que  con  las  poesías  castellanas  que  ha  escrito 
Curros  Enriquez  podríanse  formar  algunos  tomos  volu- 
minosos. 

El  Sr.  Blasco  Ibáñez  parte  de  un  error.  Curros  Enri- 
quez escribió  muchos  versos  en  castellano,  pero  todos  ó 
casi  todos  se  han  publicado  en  estas  Obras  completas; 
y  si  alguno  quedó  desperdigado,  no  ha  sido  ciertamente 
nuestra  la  culpa  en  no  coleccionarlo,  sino  la  de  no  ha- 


NOTAS    DEL    RECOPILADOR  437 


ber  quedado  ni  rastro  de  muchas  publicaciones  donde 
aquellos  versos  se  insertaran. 

Nadie  mejor  que  nosotros  sabe  lo  mucho  que  hemos 
buceado  por  esas  bibliotecas  de  Dios  para  topar  con 
producciones  de  nuestro  deudo. 

Y  nada  más  se  nos  ocurre  decir  en  esta  nota  sino 
alabar  como  se  merece  el  magno  prólogo  que  el  insigne 
autor  de  La  Catedral  escribió  para  la  traducción  de 
Aires  d'a  miña  cerra,  hecha  por  aquel  gran  poeta  le- 
vantino que  se  llamó  en  vida  Constantino  Llombart,  y 
que  con  Llórente  compartió  el  cetro  de  la  lírica  valen- 
ciana. 

Para  terminar,  diremos  que  la  traducción  referida  se 
publicó  en  Valencia  el  año  de  1892,  siendo  editores  de 
la  misma  los  Sres.  Sempere  Hermanos,  quienes  tan 
buenos  servicios  han  prestado  á  las  letras  patrias  con 
su  Biblioteca  Económica,  llevando  y  difundiendo  los 
destellos  de  nuestras  más  genuinas  celebridades  á  todos 
los  ámbitos  del  mundo. 

(22)  Los  hijos  de  Galicia.  (Pág.  272.) 
Don  Modesto  Fernández  y  González,  de  grata  recor- 
dación para  los  gallegos,  hizo  célebres  dos  seudónimos: 
«Fernán-González»  y  «Camilo  de  Cela».  Con  este  último 
publicó  en  La  Correspondencia  de  España  magistrales 
artículos,  todos  dedicados  á  su  pequeña  patria,  á  la  que 
amaba  con  delirio.  Nacido  en  Celanova,  en  la  misma 
villa,  cuna  de  Curros  Enríquez,  fué  uno  de  los  más  en- 
trañables amigos  del  poeta,  debiéndose  á  su  iniciativa 
el  certamen  que  premió  A  Virxe  d^o  Cristal,  O  Guei- 
teiro  y  Unha  boda  en  Einibó. 

El  célebre  cirujano  Fernández  Losada,  también  cela- 
no  vense,  que  se  cita  en  el  artículo  de  «Fernán-Gonzá- 
lez», ha  fallecido  ha  pocos  meses  en  Barcelona,  después 
de  haber  prestado  relevantes  servicios  á  España  en  la 


438  NOTAS    DEL    RECOPILADOR 


campaña  colonial.  Fué  una  gloria  de  la  ciencia  médica, 
y  sus  obras  son  admiradas  dentro  y  fuera  de  la  Penín- 
sula. 

El  artículo  objeto  de  esta  nota  se  publicó  en  un  perió- 
dico de  Galicia,  allá  por  los  años  de  1888  al  90,  si  no  es 
infiel  nuestra  memoria. 

(23)    Nuestros  poetas.  (Pag.  281.) 

En  el  número  9  del  tomo  11  de  la  revista  Galicia, 
correspondiente  al  mes  de  septiembre  de  1888,  figura  el 
trabajo  que,  debido  á  la  pluma  del  ilustre  escritor  ga- 
llego D.  Aurelio  Ribalta,  publicamos  en  este  volumen. 
Dirigía  la  revista  en  cuestión  el  meritísimo  D.  Andrés 
Martínez  Salazar,  á  quien  tanto  deben  las  letras  galle- 
gas por  su  célebre  Biblioteca,  en  la  que  colaboraron  los 
más  eminentes  escritores. 

Aunque  pudiéramos  oponer  no  pocos  reparos  á  diver- 
sas manifestaciones  que  hace  el  Sr.  Ribalta,  no  es  opor- 
tuna la  ocasión  para  entrar  en  discusiones,  máxime 
cuando  todo  lo  que  podemos  hacer  en  este  caso  es  agra- 
decer de  manera  grande  al  Sr.  Ribalta  sus  manifesta- 
ciones encomiásticas  para  Curros  Enríquez. 

Como  aclaraciones  á  algunos  datos  que  aporta  el  gran 
escritor,  cúmplenos  manifestar  lo  siguiente:  al  hablar 
de  la  producción  del  poeta  celanovense,  cita  el  Sr.  Ri 
balta  «como  novela»  Tributo  de  sangre.  El  Sr.  Ribal- 
ta está  en  un  error.  Tributo  de  sangre  no  es  novela;  se 
trata  de  una  magnífica  composición  poética  que  Curros 
Enríquez  publicó  en  La  Ilustración  Federal,  dirigida 
por  Rodríguez  Solís,  en  los  años  subsiguientes  á  la 
revolución  del  68.  La  composición  aludida,  que  es  una 
viril  protesta  contra  las  quintas,  aparece  inserta  en  el 
tomo  11  de  estas  Obras. 

Habla  el  Sr.  Ribalta  de  unas  perdidas  Brétemas  (nie- 
blas, en  castellano).  Verdad  será  su  afirmación,  y  tal 


NOTAS    DEL    RECOPILADOR  439 

vez  en  un  momento  de  pesimismo  arrojase  al  fuego 
nuestro  deudo  los  versos  expresados;  pero,  honrada- 
mente hablando,  nosotros  también  podemos  afirmar  que 
jamás  tuvimos  noticia  de  semejantes  Brétemas. 

Para  poner  fin  á  esta  nota,  sólo  se  nos  ocurre  hacer 
<;onstar  que,  en  la  época  en  que  se  publicó  el  admirable 
artículo  del  Sr.  Ribalta,  aun  no  había  publicado  Curros 
Enríquez  El  Maestre  de  Santiago,  ni  otros  trabajos  con 
los  que  acabó  de  consolidar  su  fama  como  altísimo 
poeta. 

En  cuanto  á  la  opinión  del  Sr.  Ribalta  de  que  Curros 
haya  dicho  muchas  herejías,  no  estamos  conformes. 
Todo  gran  poeta  está  llamado  á  decir  grandes  herejías, 
si  por  tales  se  tienen  el  condenar  las  grandes,  las  atro- 
ces injusticias  que  se  cometen  por  aquellos  que  están 
llamados  á  dar  ejemplo  de  alto  civismo. 

(24)    lia  República  y  sus  hombres.  (Pág.  291). 

En  este  hermoso  artículo  del  Sr.  D.  Vicente  de  la 
Cruz,  publicado  en  El  País  el  año  1897,  más  que  como 
poeta,  se  habla  de  Curros  Enríquez  como  político  y  pe- 
riodista. 

Para  nadie  es  un  secreto  que  Curros  Enríquez  fué 
toda  su  vida  un  republicano  convencido,  y  que  si  exce- 
lente fama  gozó  de  poeta,  en  el  periodismo  alcanzó  me- 
recido renombre. 

Si  la  labor  periodística  de  Curros  Enríquez  no  hubie- 
ra sido  anónima  y  sus  célebres  Comentarios  figura- 
sen con  la  firma  del  autor  de  Aires  d'a  miña  térro,  a^ 
pie  de  cada  uno  de  ellos,  por  cosa  segura  tenemos  que 
el  Curros  periodista  acaso  rebasara  la  gloria  del  Curros 
poeta.  Y  conste  que  no  decimos  nada  que  á  sacrilegio 
se  le  parezca. 

Con  aquellos  Comentarios  que  en  El  País  escribió 
Curros  Enríquez  años  y  años,  podrían  formarse  varios 


440  NOTAS    DEL    RECOPILADOR 


volúmenes.  ¡Lástima  grande  que  la  índole  de  aquellos 
admirables  trabajos  nos  haya  privado  de  la  satisfacción 
de  publicarlos  en  estas  Obras  completas! 

Nos  habla  el  Sr.  Cruz  de  una  composición  de  Curros 
Enriquez,  El  Caballero  de  Malta,  obra  para  nosotros 
desconocida.  Existirá,  sin  duda;  se  habrá  perdido,  qui- 
zás; pero  ¿no  querrá  referirse  el  Sr.  Cruz  á  EL  Maes- 
tre de  Santiago?  Nosotros  creemos  que  se  trata  de  un 
error. 

Repetimos  que  nunca  tuvimos  noticia  de  la  existen- 
cia  de  tal  Caballero.  ¡Ojalá  que,  de  existir,  leales  admi- 
radores de  nuestro  deudo  hubiéranla  hecho  llegar  á 
nuestras  manos!  ¡Cuánto  se  lo  hubiéramos  agradecido! 

(25)  Tribuna  libre.  (Pág.  294.) 

Este  articulo  del  Sr.  Camba  (D.  Francisco),  que  hizo 
célebre  en  las  letras  el  seudónimo  de  (íEI  Hidalgo  de 
Tor»,  se  publicó  en  El  Globo,  de  Madrid,  correspondien- 
te al  año  1904,  ó  sea  por  los  días  en  que  Curros  arribó 
á  las  costas  de  Espaíia. 

Este  trabajo  del  Sr.  Camba  está  magistralmente  es- 
crito, y  hace  en  él  una  fídelísima  pintura  del  poeta. 

Nacido  Camba  en  Galicia,  y  siendo  un  escritor  que 
siempre  prodigó  en  sus  producciones  la  rebeldía,  lógico 
es  y  natural  que  sienta  por  Curros  Enríquez,  otro  rebel- 
de, una  admiración  entusiasta. 

(26)  Homenaje  de  justicia.  (Pág.  300.) 

Cuando  nos  disponíamos  á  coleccionar  los  diversos 
trabajos  que  en  loor  de  Curros  Enríquez  escribieran  su^ 
amigos  y  admiradores,  encontramos  al  azar  este  her- 
moso artículo,  que  fírma  un  escritor  desconocido  para 
nosotros.  Debe  ser  el  tal  un  mozo  de  valía,  á  juzgar  por 
la  brillantez  de  su  bien  tajada  pluma. 

Rindiendo,  pues,  debido  tributo  á  la  justicia,  publica- 


NOTAS    DEL    RECOPILADOR  441 


mos  con  sumo  placer  tan  meritísimo  trabajo  en  lugar 
preferente  de  este  tomo. 

Homenaje  de  justicia  aparece  inserto  en  El  Porvenir 
Asturiano,  semanario  de  Navia  (Oviedo),  correspon- 
diente al  día  26  de  noviembre  de  1904. 

Don  Luis  Méndez  Calzada  pertenece,  sin  duda,  á  una 
honorable  familia  asturiana  que  legó  á  España  hombres 
de  privilegiado  talento  y  reconocido  patriotismo.  Ahi 
están,  para  no  desmentirnos,  D.  Rafael  y  D.  Carlos  Cal- 
zada, ex  diputado  a  Cortes  el  primero,  excelente  abo- 
gado el  segundo,  y  ambos  paladines  incansables  de  la 
causa  republicana.  Vayan,  pues,  para  el  Sr.  Méndez 
Calzada  —  que  no  puede  negar  que  es  astilla  de  un  palo 
ilustre — nuestro  parabién  y  nuestro  reconocimiento,  ya 
que  en  Homenaje  de  justicia  se  juzga  la  labor  literaria 
de  nuestro  deudo  con  un  acierto  digno  en  verdad  de 
justas  alabanzas. 

(27)  Literatura  regional  gallega.  (Pág.  305.) 
Debido  á  la  galana  pluma  de  Mariano  Miguel  de  Val, 

que  honra  la  literatura  de  su  patria  chica  (Aragón), 
enalteciendo  al  par  la  de  su  patria  grande,  aparece 
inserto  este  artículo  notable  en  Diario  Universal,  de 
Madrid,  correspondiente  al  día  24  de  septiembre  de  1905. 

(28)  En  elogio  del  poeta.  (Pág.  307.) 

El  tan  discutido  P.  Blanco  García,  muerto  ha  pocos 
años,  dice  de  Curros  Enríquez,  refiriéndose  á  la  leyenda 
A  Virxe  d'o  Cristal,  las  frases  que  se  consignan  en  el 
lugar  correspondiente,  y  que  copiamos  del  tomo  líl  de 
La  literatura  española  en  el  siglo  XIX,  obra  del  céle- 
bre agustino. 

(29)  «El  País»  y  Curros  Enríquez.  (Pág.  308.) 
Por  ser  este  simpático  periódico  en  el  que  escribió 


442  NOTAS    DEL    RECOPILADOR 

Curros  Enríquez  muchos  años— fué  uno  de  sus  redacto- 
res fundadores — ,  insertamos  con  mucho  gusto  el  ar- 
tículo necrológico  objeto  de  esta  nota.  Se  publicó  el  día 
9  de  marzo  de  1908,  ó  sea  al  siguiente  de  conocerse  en 
Madrid  la  triste  noticia  del  fallecimiento  del  gran  poeta. 
Cita  El  País  entre  las  obras  de  Curros  Enríquez  la 
novela  El  collar  de  perlas.  El  querido  colega  está  en  un 
error.  El  collar  de  perlas  fué  el  primitivo  título  de  una 
zarzuela,  que  más  tarde  cambió  su  autor  por  el  de  El 
último  papel,  y  que  nosotros  incluímos  entre  las  pro- 
ducciones que  forman  el  tomo  IV  de  estas  Obras  com- 
pletas. 

(30)  Curros  Enríquez  y  la  Prensa  cubana.  (Pá- 
gina 311.) 

Por  haber  fallecido  el  poeta  en  la  Habana,  nos  ha 
parecido  oportuno  insertar  en  este  tomo  los  comenta- 
rios de  duelo  escritos  por  los  más  importantes  diarios 
de  la  metrópoli  de  Cuba.  No  hay  para  qué  decir  cuánto 
agradecemos  las  sentidas  frases  que  dedican  á  nuestro 
deudo. 

(31)  Magna  ofrenda.  (Pág.  317.) 

Salvador  Rueda,  ese  admirable  brujo  que  hace  de  la 
rima  cuanto  quiere,  trocando  en  oro  de  ley  lo  que  en 
otras  manos  no  pasaría  de  dublé  fino,  publicó  en  He- 
raldo de  Madrid,  á  los  pocos  días  de  morir  Curros  En- 
ríquez, los  tres  magníficos  sonetos,  cuyas  bellezas  in- 
númeras saborearán  con  deleite  los  lectores  de  este 
volumen. 

Curros  Enríquez,  sin  conocer  personalmente  á  Rue- 
da, rindió  culto  de  admiración  idolátrica  á  la  obra  poé- 
tica de  nuestro  querido  amigo.  Prueba  de  cuanto  deci- 
mos, es  el  admirable  prólogo  que  figura  en  el  último 
libro  de  poesías  del  bardo  malagueño. 


NOTAS    DEL    RECOPILADOR  443 


Los  sonetos  son,  como  obra  de  Salvador  Rueda,  insu- 
perables, estupendos,  grandiosos.  De  «ofrenda  nnagna» 
merecen  reputarse,  y  por  cuenta  propia  pusimos  tal 
epígrafe,  creyendo  con  fe  sacratísima  que  es  el  más  ade- 
cuado y  merecido. 

(32)     Fragmento  de  un  artículo  necrológico. 

{Página  320.) 

Á  los  dos  días  de  conocerse  en  Madrid  la  noticia  del 
fallecimiento  de  Curros  Enríquez  insertó  El  Liberal  un 
hermoso  artículo,  del  que  copiamos  tan  sólo  uno  de  sus 
párrafos,  el  mejor  y  el  más  sentido.  Por  carecer  de  es- 
pacio nos  hemos  visto  precisados  á  reproducir  no  más 
que  un  fragmento.  Basta  y  sobra,  en  verdad,  con  lo 
transcrito  para  comprender  las  bellezas  de  la  labor  del 
gran  D.  José  Ojea,  quien  ha  tres  años  rindió  su  tributo 
á  la  muerte. 

Ojea,  nuestro  entrañable  amigo  y  maestro,  el  «Soli- 
tario de  Cortegada»,  fué  el  prologuista  de  Curros  Enrí- 
quez en  Aires  d'a  miña  térra,  amigo  del  alma  de  su 
autor  y  uno  de  los  literatos  gallegos  de  más  enjundia. 
Diputado  á  Cortes  el  año  1872,  vino  al  Parlamento  y 
en  él  pronunció  enérgicos  discursos.  Al  ocurrir  los  me- 
morables sucesos  del  3  de  enero,  separóse  de  las  hues- 
tes del  inmortal  tribuno  D.  Emilio  Castelar  y  mar- 
chó á  Cortegada,  de  donde  no  volvió  más  á  salir  hasta 
el  año  1904,  en  que  acudió  á  hacer  acto  de  presencia 
en  el  magno  homenaje  que  La  Coruña  dedicó  á  nuestro 
deudo. 

¡Bien  hayan  los  hombres  que,  como  Ojea,  desprecian 
asqueados  el  vivir  de  la  farsa  cortesana  para  consagrarse 
á  las  supremas  delicias  del  hogarl  El  ilustre  autor  de 
El  mundo  rural,  á  semejanza  de  Carmen  Sylva —  aque- 
lla gran  reina  de  Rumania — ,  hizo  de  su  confortable  casa 
solariega  hospedaje  preciado  para  los  poetas. 


444  NOTAS    DEL    RECOPILADOR 


(33)  La  rebeldía  de  Curros.  (Pág.  321.) 

Del  sabio  Carracido,  honra  y  prez  de  la  ciencia  espa- 
ñola y  de  las  letras  patrias,  es  el  admirable  articulo  que 
con  el  título  que  antecede  se  publicó  en  Galicia  Soli- 
daria, de  Coruña,  correspondiente  al  30  de  marzo  de 
1908.  Todo  el  número  está  dedicado  á  la  memoria  de 
nuestro  deudo,  y  de  su  texto  hemos  copiado  varios  tra- 
bajos de  otros  distinguidos  literatos,  que  también  figu- 
ran en  este  tomo. 

Goza  el  maestro  Carracido  de  renombre  tal,  que  sería 
vano  empeño  el  de  dedicarle  un  ditirambo  más.  Carra- 
cido no  los  necesita;  sus  obras  son  su  mejor  elogio. 

Curros  Enríquez  y  Carracido  se  profesaban  un  frater- 
nal cariño  y  una  mutua  admiración.  El  prólogo  que 
para  el  El  Maestre  de  Santiago  escribiera  el  doctísimo 
catedrático  de  la  Universidad  Central,  es  una  página 
exquisita  soberanamente  bella. 

(34)  El  último  abrazo.  —  Alborada.  —  Sus  últi- 
mos versos.  (Pág.  322.) 

Ramón  Armada  Teijeiro,  amigo  queridísimo,  y  á 
quien  debemos  no  pocas  de  las  composiciones  de  nues- 
tro deudo,  que  creíamos  perdidas,  ha  escrito  un  her- 
moso artículo,  digno  por  todos  conceptos  de  figurar  en 
este  volumen.  En  todos  los  tomos  de  estas  Obras  com- 
pletas escrito  está  el  tributo  de  nuestro  reconocimiento^ 
que  repetimos  hoy  para  que  nunca  ni  por  nadie  pueda 
tachársenos  de  ingratos.  Y  baste  con  lo  dicho. 

(35)  ¡Muerto,  ahí  os  va!  (Pág.  326.) 

Poesía  de  Adelardo  Novo  y  Brocas,  inserta  en  Follas 
Novas,  semanario  científico  y  literario  de  la  Habana^ 
correspondiente  al  día  15  de  marzo  de  1908. 

Es  nuestro  homónimo  un  periodista  notable  y  un  ins- 
pirado poeta.  Desciende  de  una  familia  para  nosotros 


NOTAS    DEL    RECOPILADOR  445 


muy  querida  y  de  recordación  siempre  grata.  Victorino 
y  José  Novo,  padre  y  tío,, respectivamente,  de  Adelar- 
do,  dejaron  huella  endeleble  en  el  periodismo  y  en  la 
literatura  regional.  Rama  de  árboles  de  tan  buena  sa- 
via, lógico  es  que  heredara  de  ellos  vigor  y  lozanía.  Por 
su  talento,  logró  pronto  Adelardo  Novo  ocupar  el  pues- 
to que  por  derecho  propio  le  correspondía,  y  desde  ha 
dos  lustros  bien  cumplidos,  dirige  con  singular  pericia 
El  Diario  Español  en  la  metrópoli  cubana. 

Adelardo  Novo  fué  uno  de  los  contados  seres  que 
asistió  con  solicitud  filial  á  los  postreros  anhelares  de 
nuestro  deudo,  y  por  este  solo  hecho  acreedor  es  á  nues- 
tro reconocimiento,  que  nos  complacemos  en  testimo- 
niar con  estas  líneas. 

La  composición  poética  ¡Muerto,  ahí  os  va!  nos  pa- 
rece notable  de  veras.  ¡Lástima  grande  que  los  anhelos 
áe  Novo  no  se  hayan  cumplido  por  tristes  designios  de 
la  fatalidad!  Celanova  primero  y  Orense  en  última  ins- 
tancia, debieran  haber  rivalizado  en  querer  guardar  las 
cenizas  de  su  poeta  más  glorioso...  No  fué  así,  y  sin 
duda  no  debió  ser.  Coruña  supo  salir  por  los  fueros  de 
Galicia,  y  la  que  un  día  rompió  las  cadenas  que  un  obis- 
po de  recordación  triste  quiso  poner  al  pensamiento  de 
un  rebelde,  acogió  como  madre  amorosa  los  restos  de 
Curros  Enríquez,  dando  así  una  severa  lección  de  pa- 
triotismo á  otras  regiones,  en  las  que  aun  parece  levan- 
tarse, tétrica  y  sombría,  la  hopalanda  del  inquisidor. 

(36)  El  proscripto  de  Almeudares  á  Curros 
Enríquez.  (Pág.  3280 

¿Quién  es  el  proscripto  de  Almendaresf  Uno  de  los 
Precursores  que  el  insigne  Murguía  cita  en  su  libro  así 
titulado,  el  poeta  glorioso,  autor  de  La  campana  de  Aii- 
¿lons,  el  venerable  Eduardo  Pondal,  que  hoy,  octoge- 
nario y  decrépito,  mora  en  la  ciudad  herculina,  espe- 


446  NOTAS    DEL    RECOPILADOR 


rando  tranquilo  el  último  viaje  á.la  región  del  eterno 
permanecer. 

Pero  este  hombre,  ya  caduco  de  cuerpo  y  siempre  de 
alma  joven,  tuvo  alientos  para  cantar  de  manera  exqui. 
sita  el  dolor  que  le  produjo  la  muerte  de  su  compañero; 
el  plectro  del  anciano  bardo  aun  pone  en  las  cuerdas  de 
su  lira  augusta  tañidos  de  titán,  cuando  rememora  la 
rebeldía  que  vibró  en  otra  lira,  rota  por  las  manos  im- 
palpables de  la  muerte.  Tan  bella  composición  aparece 
publicada  en  Galicia  Solidaria,  de  Coruña,  en  su  nú- 
mero  correspondiente  al  30  de  marzo  de  1908. 

(37)  Á  Curros  Enríquez.  (Pág.  330.) 

El  sabio  catedrático  que  fué  del  Instituto  de  La  Coru- 
ña, Dr.  Riguera  Montero,  publicó  en  el  periódico  alu- 
dido en  las  anteriores  notas  un  sentido  artículo  necro- 
lógico, dedicado  á  Curros  Enríquez,  del  que  copiamos 
un  fragmento  tan  sólo,  por  carecer  de  espacio  para  re- 
producirlo íntegro,  como  fuera  nuestro  deseo. 

(38)  "Un  muerto  ilustre.  (Pág.  331.) 

Don  José  Antonio  Parga  Sanjurjo  es  un  afamado 
escritor  gallego.  Mucho  nos  complace,  en  verdad,  dar 
sitio  preferente  en  este  tomo  á  su  admirable  trabajo 
acerca  de  nuestro  deudo.  (Galicia  Solidaria;  Coruña, 
30  marzo  1908.) 

(39)  Un  recuerdo.— Una  proposición.  (Pág.  334.) 
En   nuestro  deseo   de   que  h'gure  en  este  volumen 

cuanto  de  honrar  trate  la  memoria  de  Curros  Enríquez, 
publicamos  de  bonísima  gana  el  hermoso  artículo  ne- 
crológico de  D.  Manuel  Olivié,  á  quien  no  tenemos  el 
gusto  de  conocer.  Dice  el  Sr.  Olivié  que  ¿os  cersos  de 
Curros  Enriques,  escritos  en  gallego,  deben  ser  íradu^ 
cidos  al  castellano.  No  dude  el  cariñoso  amigo  de  núes- 


NOTAS    DEL    RECOPILADOR  447 

tro  deudo  que  ese,  su  deseo  lo  experimentamos  nosotros, 
y  que  en  día  no  lejano,  si  el  Destino  nos  da  vida,  pro- 
curaremos llenar  ese  vacio  que  se  deja  sentir.  (Gali- 
cia Solidaria;  Coruña,  30  marzo  1908.) 

(40)  ¡Curros!  (Pág.  336.) 

Don  Francisco  Tettamancy  Gastón  es  un  notable  pu- 
blicista que  conquistó  un  nombre  en  las  letras  por  su 
talento  y  laboriosidad.  Si  otros  títulos  no  ostentara  el 
Sr.  Tettamancy  que  los  que  posee  ganados  en  honrosa 
lid,  existe  uno  que  le  hace  acreedor  á  nuestro  reconoci- 
miento: el  de  haber  sido  un  amigo  entrañable  de  Curros 
Enriquez.  (Galicia  Solidaria;  Coruña,  30  marzo  1908.) 

(41)  Bando  memorable.  (Pág.  339.) 

No  cumpliríamos  con  los  dictados  de  nuestra  con- 
ciencia, que  impone  ahora  el  imperativo  categórico  de 
la  gratitud  debida  al  pueblo  de  Coruña  y  á  su  entonces 
dignísimo  alcalde,  Sr.  Sánchez  Anido,  si  no  insertáse- 
njos  en  este  tomo  el  memorable  bando  que  apareció 
fijado  en  todas  las  esquinas  de  la  capital  gallega  en  las 
primeras  horas  de  la  mañana  del  31  de  marzo  de  1908. 

Honra  de  igual  manera  este  documento  — que  nos- 
otros no  tenemos  inconveniente  en  reputar  de  «histó- 
rico»— ,  así  á  la  culta  ciudad  herculina  como  al  presi- 
dente de  su  ilustre  Concejo,  ya  que  de  consuno,  una  y 
otro,  testimoniaron  ante  España  entera  de  qué  modo 
sabe  comportarse  un  pueblo  cuando  de  rendir  tributo 
se  trata  á  las  glorias  de  sus  hijos  predilectos. 

Todas  las  fuerzas  vivas  de  la  cultísima  Coruña  res- 
pondieron de  manera  gallarda  á  la  invitación  de  su 
alcalde,  y  nosotros,  testigos  presenciales  de  aquella  ma- 
nifestación grandiosa,  imponente  y  magnífica,  conmo- 
vidos, rememorándola,  no  vacilamos  en  declarar  que 
no  hemos  visto,  en  los  años  que  contamos  de  vida,  acto 


448  NOTAS    DEL    RECOPILADOR 


semejante  que  compararse  pueda  con  el  llevado  á  efec- 
to por  La  Coruña. 

Roma  con  sus  Césares  y  Bizancio  con  sus  empera- 
dores, no  pudieron  hacer  más  que  hiciera  Coruña  con 
nuestro  deudo,  en  la  inolvidable  tarde  del  2  de  abril  de 
1908.  Sólo  tiene  par  con  acontecimiento  tan  solemne  el 
tributo  por  Paris  ofrecido  cuando  el  cadáver  de  su 
hombre  incomparable,  del  gran  Víctor  Hugo,  mirábase 
bajo  el  arco  de  la  Estrella,  endoseladopor  los  rayos  del 
sol  y  santificado  por  las  lágrimas  que  Francia  vertía  en 
holocausto  de  su  hijo  inmortal. 

Si  en  aquellas  horas  —  en  que  el  cadáver  de  nuestro 
progenitor  era  visitado  en  la  capilla  ardiente  por  todo 
un  pueblo  —  experimentamos  muy  hondas  amarguras  y 
fuimos  objeto  de  toda  clase  de  dicterios  por  ciertos  y 
determinados  elementos,  que  sin  consideración  á  lo 
atribulado  de  nuestro  espíritu  nos  hicieron  blanco  de 
sus  iras,  hemos  arrojado  ya  su  recuerdo  á  la  insondable 
sima  del  olvido,  para  rememorar  sólo  la  grandiosidad 
de  aquel  homenaje,  en  que  el  pueblo  gallego  puso  su 
alma  toda,  dando  ejemplo  altísimo  del  acerbo  dolor  que 
sentía  por  la  muerte  de  su  poeta,  en  cuya  lira  vibraron 
siempre  las  cuerdas  para  maldecir  y  execrar  á  los  ver- 
dugos de  Galicia. 

(42)  En  el  entierro  del  poeta.  (Pág.  341.) 
Ya  hemos  dicho  que  el  Sr.  Casas  Fernández  fué  uno 
de  los  factores  más  importantes  para  todo  cuanto  rela- 
ción tuvo  con  la  velada  necrológica  verificada  en  me- 
moria de  Curros  Enríquez  en  el  Teatro  Principal  de 
Coruña  la  noche  del  2  de  abril  de  1908.  Publicamos  con 
sumo  placer  el  galano  artículo  que,  debido  á  su  bien 
acreditada  pluma,  aparece  en  las  columnas  de  La  Voz 
de  Galicia  de  la  capital  gallega,  correspondiente  al  día 
3  de  abril  de  1908. 


NOTAS    DEL    RECOPILADOR  449 


(43)  Alfredo  Viceuti  á  Curros  Euríquez.  (Pá- 
gina 344.) 

Puso  digno  remate  á  las  exequias  de  nuestro  deudo 
la  magna  velada  necrológica  celebrada  en  el  Teatro 
Principal  de  Coruña  la  noche  del  2  de  abril  de  1908.  En 
esa  fiesta  triste,  porque  en  ella  glorifícábase  al  poeta 
ausente  de  la  vida,  pusieron  á  contribución  sus  talentos 
los  primates  de  la  literatura  gallega. 

El  ilustre  director  de  El  Liberal,  el  maestro  de  perio- 
distas, D.  Alfredo  Vicenti,  ocupó  en  aquel  homenaje 
postumo  el  puesto  de  honor  que  en  derecho  le  corres- 
pondía. 

Ofrecemos  íntegra  á  los  lectores  de  este  tomo  la  bellí- 
sima oración  por  el  Sr.  Vicenti  leída  y  al  poeta  muerto 
dedicada. 

Á  nosotros,  que  hemos  aprendido  las  lecciones  amar- 
gas de  la  vida,  estudiadas  en  el  libro  de  la  experiencia, 
nos  repugna  ofrendar  culto  á  los  hombres  y  preferi- 
mos rendírselo  á  las  ideas,  que  son  lo  inmanente,  lo 
que  vive  y  perdura  á  través  de  los  siglos  y  de  las  razas. 
Por  esta  razón  no  somos  cortesanos  del  Sr.  Vicenti,  ni 
formamos  en  el  coro  de  sus  turiferarios,  por  más  que 
admiremos  muy  de  veras  su  labor  periodística  y  sus 
indiscutibles  talentos  literarios,  sin  apenas  cruzar  con 
el  maestro  nuestra  palabra,  ni  menos  solicitar  de  él 
merced,  favor  ó  venia. 

El  que  se  llamó  siempre  amigo  entrañable  de  nuestro 
progenitor  — y  nosotros  creemos  con  fe  sacratísima  que 
lo  fué  —  ,  en  trance  decisivo  tuvo  para  nosotros  algo  de 
olímpico  desdén;  y  á  buen  seguro  que  no  se  lo  hemos 
tomado  en  cuenta,  porque,  como  antes  decimos,  la  ex- 
periencia nos  ha  hecho  grandes,  á  pesar  de  nuestra 
infínita  pequenez. 

Sabemos  muy  bien  que  los  pigmeos  no  deben  com- 
partir con  los  gigantes  su  convivencia :  quedemos  nos 

29 


450  NOTAS    DEL    RECOPILADOR 


otros  en  nuestra  humilde  choza,  viviendo  nuestra  po- 
breza honrada,  que  á  nada  ni  á  nadie  debemos  el  pan 
que  es  sustento  de  nuestra  familia,  sino  á  nuestro  pro- 
pio esfuerzo,  y  en  buen  hora  lo  digamos;  y  gocen  de 
las  primicias  de  sus  dorados  alcázares  los  que  en  buena 
lid  penetraron  en  ellos  por  la  justicia  merecida  de  sus 
talentos  privilegiados. 

La  hermosa  oración  del  Sr.  Vicenti,  que  con  sumo 
gusto  publicamos  en  este  tomo,  no  necesita  de  nuestros 
elogios;  ya  en  ocasión  oportuna  se  los  prodigó  á  manos 
llenas  la  Prensa  y  el  público.  Resplandece  en  ella  el 
talento  singular  que  fué  y  es  patrimonio  augusto  del 
actual  diputado  á  Cortes  por  Canarias. 

Hay  un  párrafo  magnífico  en  esa  oración  por  el  señor 
Vicenti  dedicada  á  nuestro  deudo,  que  merece  grabarse 
en  letras  de  oro.  El  maestro  ofrendador  dice  del  maes- 
tro ofrendado:  Los  ricos,  los  fuertes,  los  poderosos,  si 
volvieran  al  mundo  después  de  un  centenar  de  años,  no 
encontrarían  ni  rastro  de  su  hacienda,  y  verían  cómo 
los  propios  descendientes  (os  recha^^aban  por  presuntos 
usurpadores. 

Parafraseando  nosotros  las  admirables,  las  proféticas 
palabras  del  insigne  director  de  El  Liberal,  diremos 
solamente:  Muchos  de  aquellos  grandes  hombres  que 
ya  no  existen,  y  en  vida  confiaron  en  los  que  se  llama- 
ran sus  comíanos  é  amigos  et  firmes  vasallos,  si  volvie- 
ran al  mundo  después  de  unas  cuantas  semanas  de 
ocurrir  su  muerte,  reirían  con  homérica  carcajada,  al 
ver  en  qué  paran  las  cosas  de  esta  vida  miserable  y 
engañosa,  y  con  ellas  el  cariño  y  la  amistad  tantas 
veces  decantados. 

Y  no  decimos  más,  como  no  sea  tributar  al  maestro 
Vicenti  nuestro  sincerísimo  reconocimiento  por  su  her- 
mosa, por  su  incomparable  ofrenda  á  nuestro  proge- 
nitor. 


NOTAS    DEL    RECOPILADOR  451 


(44)  Fragmentos  de  un  elogio  fúnebre.  (Pági- 
na 350.) 

Hermoso  de  veras  es  por  todos  conceptos  el  elogio 
fúnebre  que  en  memoria  de  Curros  Enriquez  pronunció 
en  la  velada  necrológica  el  insigne  dramaturgo  D.  Ma- 
nuel Linares  Astray. 

Enemigo  en  ideas  políticas  de  Curros  Enriquez,  tuvo 
el  Sr.  Linares  el  singular  acierto  de  apartarse  de  aqué- 
llas para  rendir  sincero  tributo  de  admiración  á  la  obra 
literaria  del  vate  fenecido. 

De  propósito  hemos  dejado  para  su  inserción  en  este 
tomo  los  párrafos  más  bellos  y  esculturales  del  elo- 
gio. 

Los  que  lean  todas  y  cada  una  de  las  frases  que  inte- 
gran su  texto,  han  de  sentirse  admirados  ante  las  belle- 
zas de  pensamiento  que  lo  avaloran. 

Tenga  por  seguro  el  celebrado  autor  de  Aire  de  fuera 
que  nosotros  compartimos  esa  admiración  entusiasta 
con  el  lector,  y  que  guardamos  para  el  Sr.  Linares  As- 
tray una  profunda  gratitud  por  el  trabajo  realizado  en 
loor  de  nuestro  llorado  deudo. 

(45)  Saúdo.  (Pág.  354.) 

De  las  risueñas  playas  de  Arosa,  rincón  galaico  el 
más  hermoso  de  la  provincia  de  Pontevedra,  vino  á  su- 
marse al  homenaje  tributado  por  Galicia  entera  á  su 
poeta  muerto,  en  la  memorable  velada  necrológica, 
otro  poeta  que  vive  para  encanto  de  las  musas,  y  se 
llama  Lisardo  Barreiro. 

Saúdo  es  una  hermosa,  una  bellísima  oración  hecha 
rimas,  digna  de  figurar  en  este  tomo. 

Nosotros,  que  apenas  conocemos  á  Barreiro,  pues 
sola  una  vez  estrecharon  las  suyas  nuestras  manos,  nos 
ufanamos  en  que  tan  bella  ofrenda  á  nuestro  deudo 
figure  en  estas  páginas.  No  nos  lo  agradezca  el  señor 


452  NOTAS    DEL    RECOPILADOR 


Barreiro;  nosotros  somos  los  que  en  primera  y  en  últi- 
ma instancia  le  debemos  gratitud,  y  por  eso  se  la  testi- 
moniamos aqui,  insertando  su  admirable,  su  sentida 
composición  poética. 

(46)    Homenaje  á  Curros.  (Pág.  356.) 

En  las  postrimerías  del  año  1908,  y  con  motivo  de  la 
colocación  de  una  lápida  en  la  casa  en  que  naciera  Cu- 
rros Enríquez  —  lápida  que  costearon  admiradores  del 
poeta  de  allende  los  mares — ,  tuvo  lugar  en  Celanova 
una  simpática  fíesta  de  honor,  en  la  que  tomaron  parte 
principal  varios  amigos  y  paisanos  del  bardo  celano- 
vense,  pronunciando  sentidos  discursos. 

La  noche  de  aquel  día,  y  en  el  salón  de  actos  del  his- 
tórico monasterio  de  San  Rosendo,  celebróse  una  vela- 
da en  loor  á  la  memoria  del  bardo.  Casi  integro  publi- 
camos el  hermoso  discurso  pronunciado  por  D.  José 
Porras  Menéndez. 

Este  querido  amigo  nuestro,  que  es  un  abogado  pres- 
tigioso y  posee  un  verbo  cálido,  ya  en  la  velada  de  Co- 
ruña  testimoniara  su  afecto  á  nuestro  progenitor  con 
otro  discurso  magistral. 

Respecto  á  las  afirmaciones  hechas  por  el  notable 
orador  en  su  discurso,  no  somos  nosotros  los  llamados  á 
hacer  comentarios.  De  hacer  alguno  —  y  créanos  el  ex- 
celente amigo  Porras  que  no  es  aviesa  nuestra  inten- 
ción—, nosotros,  en  lugar  suyo,  hubiéramos  lanzado  tre- 
nos de  justa  indignación  para  condenar  el  olvido  en  que 
Celanova  y  (3rense  incurrieron  cerca  de  la  memoria  del 
magno  poeta,  que  supo  cantar  como  ninguno  sus  cos- 
tumbres y  su  carácter. 

Y  nada  más  decimos,  sino  enviar  con  estas  líneas  un 
efusivo  abrazo  al  excelente  jurisconsulto  gallego  que 
honra  el  foro  de  su  pequeña  patria  por  manera  no- 
table. 


NOTAS    DEL    RECOPILADOR  451 


(47)  In  memoriam.  (Pág.  363.) 

Don  Juan  Neira  Cancela,  escritor  á  las  veces  festivo  y 
á  las  veces  serio,  pero  poeta  siempre  —  que  no  sólo  son 
poetas  aquellos  que  escriben  renglones  cortos — ,  supo 
testimoniar  de  modo  galano  su  fervorosa  admiración  á 
nuestro  deudo. 

En  la  velada  de  Celanova  dejó  bien  puesto  el  pabe- 
llón de  su  prosapia  literaria,  y  ahí  está,  para  que  los 
lectores  de  este  tomo  aprecien  en  lo  que  vale,  la  her- 
mosa oración  fúnebre  que  con  exquisitez  suprema  salió 
de  los  labios  del  malogrado  Neira,  quien  duerme  ya  el 
eterno  sueño. 

¡Descanse  en  paz  nuestro  infortunado  amigol 

(48)  Mi  ofrenda.  (Pág.  365.) 

Es  D.  Benito  Fernández  Alonso  un  erudito  insigne, 
á  quien  deben  no  pocos  descubrimientos  la  arqueología 
y  la  heráldica  de  Galicia;  es  también  un  literato  de  la 
buena  cepa,  y  sobre  todos  estos  títulos  honorables  tiene 
uno,  para  nosotros  preeminente:  el  de  haber  sido  el 
amigo  mejor  y  más  entrañable  de  Curros  Enriquez. 

Así  en  las  horas  sedantes  como  en  los  momentos  gri- 
ses del  poeta  muerto,  Fernández  Alonso  fué  su  mejor 
consejero  y  su  más  desinteresado  camarada. 

Si  de  tales  virtudes  — hoy,  por  desdicha,  bien  raras 
en  la  amistad  —  no  hiciéramos  en  estas  líneas  público 
testimonio,  faltaríamos  á  uno  de  los  más  elementales 
deberes  que  imponen  la  verdad  y  la  justicia. 

Y  es  más  de  apreciar  y  de  reconocer  cuanto  dejamos 
manifestado,  teniendo  en  cuenta  que  el  Sr.  Fernández 
Alonso— con  cuya  amistad  nos  honramos  desde  niños — 
milita  en  campo  político  diametralmente  opuesto  al  en 
que  militó  Curros  Enriquez  durante  toda  su  vida. 

La  ofrenda  testimoniada  á  Curros  Enriquez  por  el 
Sr.  Fernández  Alonso  en  la  velada  de  Celanova  cons- 


454  NOTAS    DEL    RECOPILADOR 


tituye  una  página  sincerísima  de  admiración,  que  por 
lo  sencilla  y  conmovedora  hace  asomar  lágrimas  al  bal- 
cón de  nuestros  ojos. 

¡Ojalá  que  todos  los  que  se  titulan  amigos  entraña- 
bles del  bardo  desaparecido,  hubieren  imitado  el  ejemplo 
del  erudito  Fernández  Alonsol... 

(49)    Párrafos  de  un  discurso.  (Pág.  367.) 

La  culta  Vigo,  siguiendo  á  La  Coruña  en  la  hermosa 
obra  de  enaltecer  y  glorificar  la  memoria  del  poeta 
orensano,  se  ha  hecho  digna  del  reconocimiento  de  Es- 
paña entera. 

De  ese  reconocimiento  somos  nosotros  los  más  deudo- 
res, y  con  estas  lineas  enviamos  á  cuantos  elementos 
coadyuvaron  á  la  realización  de  tan  excelso  homenaje 
el  testimonio  de  nuestra  eterna  gratitud,  ya  que  asumi- 
mos la  representación  de  la  familia  del  vate  glorificado. 

Á  la  iniciativa  del  gran  periodista  y  literato  D.  José 
Ortega  Munilla,  al  magno  desprendimiento  de  la  So- 
ciedad coral  «La  Oliva»  y  al  talento  artístico  del  próxi- 
mo descendiente  de  aquel  insigne  novelista  que  en  vida 
se  llamó  D.  Juan  Valera,  deben  España  y  Galicia  que  la 
memoria  de  su  poeta  regional  se  perpetúe  en  mármol, 
para  que  sirva  de  recordación  á  las  generaciones  futuras. 

Antes  de  entrar  en  la  explicación  de  varios  puntos  de 
esta  nota,  copiamos  á  renglón  seguido  cuanto  acerca 
de  la  inauguración  del  monumento  erigido  á  Curros 
Enriquez  escribía  El  Impar ciaí  al  siguiente  día  de  la 
fiesta  cívica  celebrada  en  Vigo  el  día  12  de  agosto 
de  1911: 

«•Homenaje  á  un  poeta.  —  El  monumento  á  Carros 
Enriques.  — Pov  telégrafo.  (De  nuestro  corresponsal.) — 
Vigo,  13  (3,40  tarde).-—  En  el  paseo  de  Alfonso  XII  se 
organizó  esta  tarde  una  procesión  cívica  en  honor  del 
poeta  Manuel  Curros  Enriquez.  En  la  comitiva  figura- 


NOTAS    DEL    RECOPILADOR  455 


ban  las  autoridades,  Círculos  y  Sociedades  obreras,  la 
Prensa  y  colectividades  de  todas  clases,  una  represen- 
tación de  Cuba,  en  cuya  tierra  murió  el  poeta,  y  más 
de  veinte  carruajes  llenos  de  coronas.  La  procesión  re- 
corrió varias  calles  de  la  población  y  se  dirigió  á  uno  de 
los  jardines  de  la  Alameda,  donde  está  emplazado  el 
monumento,  de  mármol  blanco,  rematado  por  el  busto 
del  poeta,  obra  de  Coullant  Valora.  En  el  momento  en 
que  el  alcalde  tiraba  del  cordón,  dejando  caer  la  ban- 
dera de  Galicia  que  envolvía  el  monumento,  las  bandas 
de  música  entonaron  vibrantes  aires  gallegos,  entre  los 
frenéticos  aplausos  de  millares  de  personas  que  presen- 
ciaban el  solemne  acto.  Pronunciaron  discursos  el  se- 
ñor López  Mora,  como  presidente  honorario  de  «La 
Oliva»,  Sociedad  que  ha  erigido  el  monumento;  D.  Ma- 
nuel Lezón,  registrador  de  la  Propiedad  y  representan- 
te de  Celanova,  pueblo  natal  del  vate,  y  el  alcalde  de 
Vigo.  Las  coronas  fueron  depositadas  al  pie  del  monu- 
mento, ante  el  cual  desñlaron  cincuenta  hermosas  jóve- 
nes, dejando  ramos  de  flores.  Entre  las  coronas  figu- 
raba una  del  Circulo  de  Bellas  Artes  de  Madrid,  que 
estaba  representado  por  el  arquitecto  Sr.  Palacios.  Ter- 
minado el  acto,  se  celebró  en  el  Hotel  Moderno  un  ban- 
quete, organizado  por  «La  Oliva»,  en  obsequio  de  las 
autoridades,  de  los  oradores  y  de  las  representaciones 
que  asistieron  á  la  procesión.  Hubo  brillantes  brindis, 
dedicándose  un  cariñoso  recuerdo  al  Sr.  Ortega  Muni- 
lla,  iniciador  de  la  idea  del  monumento,  y  "^  El  Impar- 
cial,  en  cuyas  columnas  brillaren  tantas  veces  los  des- 
tellos de  la  inspiración  del  poeta. — Pascual, ^ 

* 
*  * 

Debemos  una  explicación   á   los   lectores   de    estas 
Obras  completas,  y  nos  complace  sobremanera  dársela 


456  NOTAS    DEL    RECOPILADOR 


muy  cumplida  en  este  tomo,  ya  que  la  ocasión  mués- 
trasenos  propicia. 

Habrá  parecido  extraña  nuestra  ausencia  en  aquel 
homenaje  con  que  Vigo  honró  la  memoria  de  nuestro 
deudo;  y  como  los  espíritus  malévolos  suelen  interpre- 
tar á  su  capricho  ciertos  actos,  de  ahi  que  necesaria- 
mente tengamos  que  hacer  un  poco  de  historia  para 
dejar  sentadas  las  causas  que  nos  impidieron  concurrir 
á  la  inolvidable  fiesta  cívica  de  Vigo. 

Dos  ó  tres  días  antes  de  inaugurarse  el  busto  de  Cu- 
rros Enríquez,  recibimos  un  telegrama  de  la  Sociedad 
«La  Oliva»  invitándonos  al  acto  y  recordándonos  una 
caria  que  decía  habernos  dirigido  con  anterioridad.  El 
telegrama  en  cuestión  fué  dirigido  á  EL  Liberal,  y  de 
El  Liberal  enviado  á  nuestro  domicilio  por  el  cariñoso 
amigo  D.  Galo  Salinas  Rodríguez.  La  carta  á  que  el 
telegrama  se  refería,  según  nos  dijo  Salinas,  sufrió  ex- 
travío en  la  redacción  del  periódico  aludido,  y  claro- 
está  que  por  esta  causa  ni  la  recibimos  ni  menos  podía- 
mos contestarla. 

Por  aquellos  días  hallábase  enferma  de  algún  cuida- 
do nuestra  madre;  y  á  mayor  abundamiento  de  peripe- 
cias, nuestro  hermano,  con  su  señora  é  hija,  habíanse 
dirigido  á  un  puerto  de  la  costa  cantábrica  para  reponer 
la  salud  de  la  niña,  también  enfermita.  No  teniendo 
nadie  que  al  cuidado  de  nuestra  madre  quedara,  no 
creímos  oportuno  dejarla  sola  en  trance  como  aquel,  y 
nos  apresuramos  á  contestar  al  telegrama  exponiendo 
las  causas  que  nos  obligaban  á  no  acudir  al  acto  de 
Vigo,  bien  á  nuestro  pesar.  Y  como  en  el  telegrama  era 
difícil  puntualizar  aquellos  motivos,  prometimos  expli-, 
Carlos  más  extensamente  en  carta  por  separado,  como 
así  lo  veriñcamos  á  las  pocas  horas  de  depositar  el  des- 
pacho telegráfico. 

La  Sociedad  «La  Oliva»,  ó  mejor  dicho,  su  dignísimo 


NOTAS    DEL    RECOPILADOR  457 


presidente,  no  contestó  á  nuestra  atenta  y  expresiva 
carta,  ni  al  telegrama  anterior;  y  como  á  nosotros  no 
nos  duelen  prendas,  y  de  la  verdad  de  nuestras  anterio- 
res aseveraciones  puede  testificar  nuestro  entrañable 
amigo  Sr.  Salinas  Rodríguez,  hacemos  aquí  punto,  de- 
jando que  el  lector  haga  el  comentario  que  le  plazca. 
La  verdad  de  lo  acaecido  es  ésta,  y  nuestra  conciencia 
tranquila  queda,  porque  la  verdad  la  informa. 


*  * 


Don  Manuel  Lezón,  sociólogo  eminente,  jurisconsulto 
notabih'simo  y  amigo  entrañable  de  nuestro  progenitor, 
llevó  á.  la  fiesta  de  Vigo  la  representación  de  Celanova; 
y  de  su  discurso  magno,  de  su  oración  magistral,  he- 
mos copiado  los  párrafos  más  importantes,  lamentando 
de  todas  veras  que  la  extensión  de  este  volumen  nos 
haya  privado  del  placer  de  insertar  integra  la  pieza  ora- 
toria. Casi  entera  va,  y  los  lectores  de  este  tomo  sabo- 
rearán con  verdadero  deleite  las  innúmeras  bellezas  de 
pensamiento  que  encierra,  la  ternura  exquisita  que  res- 
plandece en  cada  una  de  las  frases,  y  la  grandilocuen- 
cia soberana  con  que  el  orador  supo  expresar  su  grati- 
tud á  la  culta  Vigo,  á  la  ilustre  Sociedad  «La  Oliva»  y 
á  todos  los  elementos  que  fueron  alma  y  vida  de  aquel 
homenaje  solemne  ó  inolvidable. 

Celanova,  la  que  debía  haber  reclamado  para  sí  los 
restos  de  su  más  glorioso  cantor,  tuvo  su  único  acierto 
al  nombrar  emisario  tan  insigne  como  el  Sr.  Lezón 
para  que  la  representara  en  la  memorable  jornada  de 
Vigo.  La  modestia  del  Sr.  Lezón,  que  es  tan  grande 
como  su  talento,  aunque  no  lo  diga,  opinará  segura- 
mente del  mismo  modo  que  nosotros. 

El  orador,  con  su  discurso  estupendo,  ha  vindicado  á 
Celanova,  y  la  cuna  del  poeta  muerto,  gracias  á  la  ma- 


458  NOTAS    DEL    RECOPILADOR 


ravillosa  elocuencia  del  Sr.  Lezón,  halló  en  ella  el  Jor- 
dán que  la  redimiese  de  sus  culpas. 

Los  fragmentos  del  discurso  del  insigne  abogado,  hon- 
ra y  gloria  del  foro  español,  ocupan  en  este  tomo  el 
lugar  que  por  derecho  propio  les  corresponde,  y  al  no 
insertarlos  hubiéramos  cometido  un  pecado  horrendo 
de  lesa  ingratitud. 

Gratitud  inmensa  le  guardamos  al  ilustre  amigo,  y 
muy  gustosos  se  la  testimoniamos,  así  en  nombre  pro- 
pio como  en  el  de  nuestra  familia. 

<50)     Carta  abierta.  (Pág.  383.) 

Al  hablar  en  la  nota  correspondiente  á  Bando  memo- 
rabie  del  magno  homenaje  que  La  Coruña  dedicó  á 
nuestro  progenitor  con  motivo  de  la  recepción  de  sus 
restos,  primero,  y  del  entierro,  después,  hemos  elogiado 
la  labor  de  este  hombre  insigne,  que  era  entonces  al- 
calde-presidente del  Concejo  coruñés. 

El  Sr.  Sánchez  Anido,  cifra  y  compendio  de  aquella 
inolvidable  apoteosis  de  gloria  para  Curros  Enriquez, 
defíriendo  á  nuestro  ruego,  nos  envió  unas  cuantas 
líneas  para  que  figurasen  en  lugar  preferente  de  este 
libro.  Lean,  pues,  los  lectores  de  estas  Obras  completas 
la  hermosa  Carta  abierta  del  hoy  gobernador  civil  de 
Sevilla,  en  la  que  rebosa  una  sinceridad  desusada  en 
•estos  tiempos  y  una  fervorosa  admiración  sentida  y  de- 
mostrada hacia  el  autor  inmortal  de  Aires  d'a  miña 
Ierra, 

(51)     Carta  abierta.  (Pág.  385.) 

Todo  cuanto  decimos  en  la  nota  anterior,  agrade- 
ciendo la  gestión  llevada  á  cabo  por  el  Sr.  Sánchez  Ani- 
do, repetirlo  debemos  en  ésta  para  testimoniar  nuestra 
gratitud  al  Sr.  López  Pérez,  presidente  del  Centro  Ga- 


NOTAS    DEL    RECOPILADOR  459 


llego  de  la  Habana  en  la  triste  ocasión  del  fallecimiento 
de  nuestro  deudo. 

Al  comenzar  el  año  próximo  pasado  nuestra  tarea 
laboriosa  de  reunir  materiales  para  el  tomo  presente, 
<3reimos  cumplir  un  sacratísimo  deber  pidiendo  unas 
lineas  al  ilustre  abogado  para  que  figurasen  en  el  volu- 
men que  hoy  publicamos.  Quien  como  el  Sr.  López 
Pérez  se  portó  de  tan  gallarda  manera  en  ocasión  para 
nosotros  memorable,  derecho  tiene  á  honrar  con  su 
firma  el  penúltimo  tomo  de  las  Obras  completas  de  Cu- 
rros Enriquez. 

Por  más  que  algunos  espíritus  mezquinos  hayan  he- 
cho aparecer  á  nuestros  ojos  como  un  enemigo  del  poe- 
ta muerto  á  nuestro  amigo  respetable,  en  la  obra  rea- 
lizada por  el  Sr.  López  Pérez  está  patentizado  el  más 
rotundo  mentís.  Nosotros  no  olvidaremos  nunca  el  pro- 
ceder caballeroso  del  ex  presidente  del  Centro  Gallego 
de  la  Habana,  y  en  la  memoria  de  los  buenos  gallegos 
seguramente  vive  impreso  el  gratísimo  recuerdo  que  en 
Galicia  dejó. 

Mucho,  muchísimo  hemos  agradecido  al  Sr.  López 
Pérez  la  hermosa  epístola  que  á  nuestro  requerimiento 
tuvo  la  bondad  de  escribir  para  este  tomo.  Tenga,  pues, 
la  seguridad  nuestro  respetable  y  querido  amigo  que  la 
familia  de  Curros  Enriquez  le  vivirá  siempre  muy  reco- 
nocida. 

(52)    Dolora.  (Pág.  389.) 

Del  venerable  D.  Manuel  Martínez  Murguia,  del  his- 
toriador gallego  más  eminente  de  los  tiempos  contem- 
poráneos, del  que  fué  compañero  de  aquella  excelsa 
poetisa  cuanto  infortunada  mujer  que  en  el  mundo  se 
llamó  Rosalía  Castro,  es  la  Dolora  que  en  loor  de  Cu- 
rros Enriquez  figura  en  este  tomo,  y  para  él  fué  expre- 
samente escrita. 


460  NOTAS    DEL    RECOPILADOR 


Hay  un  párrafo  en  esa  Doíora  que  nos  ha  conmovido 
profundamente:  Martínez  Murguía  no  canta  sólo  el 
dolor  que  le  produce  la  muerte  de  su  amigo,  de  su  com- 
pañero; Martínez  Murguía  hace  público  reconocimien- 
to de  pruebas  de  estimación  recibidas  de  Curros  Enri^ 
quez  en  momentos  amargos,  en  días  crueles,  en  instan- 
tes críticos... 

¡Y  es  tan  íntima,  es  tan  sincera  esta  confesión,  que 
nuestros  ojos  se  nublan  de  lágrimas  y  nuestro  corazón 
se  oprime  de  pena!... 

jAh,  lectores  queridos,  y  qué  altísimo,  qué  noble  es 
el  ejemplo  dado  por  el  insigne  historiador  gallego! 

jyiuchos  que  en  vida  del  poeta  muerto  se  llamaron 
sus  amigos  «entrañables)s  y  á  los  cuales  hemos  negado 
hasta  el  saludo,  después  de  leer  innúmeras  cartas  que 
poseemos,  y  que  una  bendita  casualidad  trajo  á  nues- 
tras manos,  debían  á  Curros  Enríqucz  acaso  todo  lo  que 
son  y  todo  lo  que  valen,  y  ninguno  de  esos  caballeros 
tuvo  el  nobilísimo  rasgo  de  Murguía. 

Vaya,  pues,  para  el  Sr.  Martínez  Murguía,  con  estas 
líneas,  el  tributo  de  nuestro  reconocimiento,  que  bien 
acreedor  á  él  se  ha  hecho  por  la  sentidísima  Doíora 
con  que  nos  ha  honrado. 

(53)    Manuel  Curros  Enríquez.  (Pág.  395.) 

Más  de  veinte  años  van  transcurridos  desde  que  nos 
honramos  con  la  amistad  del  Sr.  Pedreira  y  Taibo, 
hombre  de  clarísimo  talento,  por  todos  reconocido. 

Muy  joven,  y  sin  otro  auxilio  que  su  propio  esfuerzo, 
ha  llegado  á  ocupar  honroso  puesto  en  el  profesorado, 
después  de  reñidas  y  brillantes  oposiciones,  en  las  que 
demostró  á  sus  jueces  aptitudes  nada  vulgares. 

La  publicación  de  su  libro  El  regionalismo  en  Gali- 
cia levantó  tempestades  de  indignación  en  unos  y  de 
clamoroso  aplauso  en  otros,  lo  cual  supone  que  Pedrei- 


NOTAS    DEL    RECOPILADOR  461 


ra  fué  discutido,  y  esto  dice  mucho  en  pro  de  nuestra 
querido  annigo. 

Pretendiendo  demostrar  las  excelencias  del  color  ver- 
de sobre  las  del  negro,  sostuvo  una  ardorosa  polémica 
con  el  llorado  poeta  Alfonso  Tobar  en  La  Revisto.  Con- 
temporánea, que  le  colocó  en  el  número  de  los  literatos 
de  la  buena  cepa, 

Á  nuestro  requerimiento  escribió  las  cuartillas  que 
con  sumo  placer  figuran  en  este  tomo,  y  no  hay  para 
qué  decir  cuánto  hemos  agradecido  al  cariñoso  amigo 
el  hermoso  articulo  dedicado  á  la  memoria  de  nuestro 
progenitor. 

(54)     Curros  íntimo.  (Pág.  397.) 

Hermoso  de  veras  es  el  articulo  con  que  Galo  Salinas 
nos  ha  honrado.  Patentiza  en  él  su  autor  de  manera 
admirable  el  inmenso  cariño  que  á  nuestro  deudo  pro- 
fesó; y  de  su  pluma  brotan  como  de  su  alma  notas  agu- 
das de  un  acerbo  dolor.  Algunos  reparos  habremos  de 
oponer,  sin  embargo,  no  á  la  hermosa  ofrenda  del  ami- 
go, sino  á  juicios  erróneos  en  que  ha  incurrido  Galo  por 
lo  que  respecta  á  nuestra  persona. 

¿Qué  éxito  podía  prometerse  nuestro  querido  amigo 
en  su  empresa  al  abrir  de  par  en  par  las  puertas  de  su 
voluntad  al  llamamiento  nuestro,  de  que  su  nombre 
figurase  en  este  tomo?  ¿Á  qué  hablar  igualmente  de 
recelos  sentidos? 

Galo  Salinas  no  tiene  derecho  á  decir  cosa  semejante 
de  nosotros. 

Como  queremos  muchísimo  á  Galo  Salinas,  y  siempre 
de  la  persona  que  más  se  quiere  es  de  la  que  más  duelen 
las  injusticias  recibidas,  creemos  con  sacratísima  fe  que 
(jalo  ha  sido  notoriamente  injusto  con  nosotros  en  esta 
ocasión,  y  por  eso  no  tenemos  inconveniente  en  pro- 
clamarlo aquí  de  manera  rotunda.  Desde  el  instante 


462  NOTAS    DEL    RECOPILADOR 


mismo  que  pensamos  en  que  figurasen  en  este  tomo 
diferentes  trabajos  literarios  de  amigos  y  admiradores 
de  nuestro  progenitor,  Galo  Salinas  fué  uno  de  los  pri- 
meros, por  no  decir  el  primero,  á  quien  nos  dirigimos 
en  solicitud  de  un  artículo  dedicado  á  la  memoria  del 
inmortal  poeta,  su  amigo  del  alma. 

Bastaba,  pues,  este  honroso  título,  por  nosotros  te- 
nido en  cuenta,  para  que  creyéramos  un  deber  de  con- 
ciencia que  el  nombre  de  Galo  Salinas  figurase  por  de- 
recho propio  en  este  volumen. 

Si  es  verdad  que  en  algunos  momentos  Salinas  puso 
ligerísimos  reparos  á  nuestra  petición,  no  es  menos 
cierto  que  aquéllos  eran  fundados  en  una  exagerada 
modestia,  pero  nunca  por  lo  que  atañe  á  nuestra  leal- 
tad, jamás  con  él  desmentida,  ni  á  nuestra  intención, 
que  tuvo  siempre  por  guia  el  recuerdo  de  la  amistad 
entrañable  que  existió  entre  Manuel  Curros  Enriquez  y 
Galo  SaUnas. 

* 
*  * 

Y  dicho  esto,  justo  es  que  consagremos  por  entero 
toda  la  gama  de  nuestros  elogios  para  el  hermoso,  el 
sentido,  el  vibrante  artículo  necrológico  que  á  nuestra 
instancia,  y  con  el  exclusivo  fin  de  que  figurase  en  el 
lugar  más  preferente  de  este  tomo,  salió  de  la  bien 
tajada  pluina  de  un  hombre  bueno  y  honrado,  porque 
Galo  Salinas  Rodríguez  es,  ante  todo  y  sobre  todo,  eso : 
bueno  y  honrado. 

Galo  Salinas  posee  un  alma  de  niño,  y  á  veces,  como 
los  niños,  tiene  la  hermosa  vehemencia  del  impúber. 
Poeta,  autor  dramático,  escritor,  periodista  y  literato, 
en  todas  estas  manifestaciones  del  saber  ha  conquistado 
un  nombre  y  una  posición  brillantes,  que  no  debe  á  na- 
die más  que  á  su  firmeza  en  el  trabajo  y  á  su  probidad 
en  la  concepción  literaria. 


NOTAS    DEL    RECOPILADOR  463 


Galo  Salinas  ha  sufrido  en  Galicia  una  odisea  grande, 
y  desde  su  célebre  Revista  Gallega  defendió  los  justos 
intereses  de  la  región  galaica,  poniendo  todas  las  iras 
de  su  alma  honrada  en  combatir  al  cacique  y  al  oli- 
garca. 

Como  todos  los  hombres  honrados  que  desprecian  el 
artificioso  y  miserable  vivir  logrado  á  costa  de  doblar 
el  espinazo,  Galo  Salinas  supo  siempre  mantener  en- 
hiesta y  firme  su  voluntad,  sin  que  la  rindiesen  jamás 
el  favor  ni  la  dádiva. 

Nosotros  nunca  podremos  olvidar  á  Galo  Salinas 
aquella  hermosa  poesía  que  dedicó  á  nuestro  querido 
hermano  Manuel,  cuando  éste  partió  á  Cuba  en  unión 
de  nuestro  progenitor  á  la  Habana  el  año  1904.  El  alma 
de  Curros,  cuyo  era  el  titulo  de  la  bellísima  composi- 
ción, arrancó  lágrimas  acerbas  á  los  ojos  de  cuantos  la 
escucharon,  y  patentiza  de  manera  palmaria  el  gran 
amor  que  Salinas  profesaba  á  Curros  Enriquez. 

Hemos  querido  nosotros  que  el  hermoso  artículo  de 
Galo  cerrara  con  llave  de  oro  esta  especie  de  corona 
poética  con  que  ponemos  fin  al  tomo  V  de  las  Obras 
completas  de  Curros  Enriquez,  creyendo  firmemente 
que  cumplimos  un  sagrado  deber  de  gratitud. 

Respecto  de  algunas  frases  que  en  este  artículo  nos 
prodiga  el  entrañable  amigo,  no  se  las  agradecemos,  por 
creer  que  son  hijas  de  la  más  estricta  justicia. 

Efectivamente,  nada  debemos  á  la  fortuna  y  todo  á 
nuestro  esfuerzo  propio,  ó  á  lo  sumo,  al  cariño  de  la 
familia  materna.  Nada  debemos  tampoco,  y  hemos  de 
repetirlo  en  buen  hora,  á  aquellos  que  pudieron  ayu- 
darnos en  horas  aflictivas  y  de  dolor  supremo.  ¡Mejor 
para  nosotros,  pues  de  esta  manera  no  tenemos  derecho 
á  guardar  ciertas  y  determinadas  gratitudes,  ni  macho . 
menos  á  rendir  culto  á  ídolos  falsosi 


464  NOTAS    DEL    RECOPILADOR 


NOTA  FINAL 

En  los  postreros  días  del  mes  de  junio,  y  ocupándo- 
nos en  la  corrección  de  las  últimas  pruebas  de  las  Notas 
de  este  volumen,  la  Casa  editora  de  estas  Obras  comple^ 
tas  nos  envió  una  carta  que,  con  el  sobre  á  ella  diri- 
gido, decía  lo  que  á  continuación  copiamos  ad  pedeni 
Literce  : 

«Habana,  22  de  mayo  de  1912. —  Señores  editores  de 
las  obras  de  Curros  Enríquez. — Muy  señores  míos:  Ten- 
go el  gusto  de  remitirles  algunas  poesías,  recogidas  en 
recortes,  de  tan  ilustre  poeta,  para  que  las  publiquen  en 
el  tomo  V,  en  publicación.  Al  mismo  tiempo  les  mando 
un  trabajo  literario  que  el  autor  dedicó  á  los  niños  de 
Ares,  y  forma  parte  de  una  Memoria  que  se  publicó  en 
esta  capital.  Sin  más,  de  ustedes, —  Un  admirador  del 
poeta, y> 

Acompañaban  á  la  carta  del  anónimo  admirador  de 
nuestro  deudo  una  Ríbeírana,  escrita  en  el  dulce  y 
agarimoso  dialecto  gallego;  Vacilación,  hermosa  poesía 
en  castellano;  un  fragmento  de  otra  poesía  en  gallego; 
un  artículo  en  prosa  dedicado  á  los  niños  de  Ares,  fe- 
chado en  la  capital  de  Cuba  el  año  1906;  «A  alborada)) 
de  Veiga  y  A  espina  (estas  dos  últimamente  citadas  se 
insertan  en  el  presente  volumen). 

Lamentamos  de  todas  veras  que  las  composiciones 
amablemente  remitidas  hayan  llegado  tarde  á  poder 
nuestro,  y  que  por  la  razón  apuntada  de  estar  ya  con- 
cluso el  tomo,  nos  veamos  en  la  imposibilidad  material 
de  insertarlas. 

Á  haber  sido  más  oportuno  en  el  envío  el  descono- 
cido admirador  de  Curros  Enríquez,  tenga  aquél  la  se- 
guridad de  que  estos  trabajos  verían  la  pública  luz  en 
el  presente  tomo. 


NOTAS    DEL    RECOPILADOR  465 


Agradecemos  en  lo  mucho  que  vale,  y  para  nosotros 
significa,  ia  bonísima  intención  del  anónimo  caballero, 
y  crea  de  buena  fe  que  sentimos  mucho  no  conocer  su 
nombre  ni  las  señas  de  su  domicilio,  para  escribirle  y 
demostrarle  nuestra  profunda  gratitud.  Téngala  por 
expresada  con  estas  líneas,  aunque  más  nos  complace- 
ría el  testimoniársela  á  cara  franca  y  nombre  descu- 
bierto. 

POST  SCRIPTUM 

Después  de  innúmeras  vigilias  y  de  ímprobos  traba- 
jos hemos  llegado  al  fin  de  nuestra  empresa  con  la  sa- 
tisfacción única  de  haber  cumplido,  en  la  humilde  me- 
dida de  nuestras  fuerzas,  el  deber  que  nos  impusimos. 

Fué  nuestro  deseo  que  en  la  recopilación  de  estas 
Obras  hubiera  presidido  un  perfecto  orden  cronológico, 
por  lo  que  respecta  á  las  fechas  en  que  las  poesías  y  los 
artículos  de  Curros  Enríquez  se  publicaron.  Esto  nos 
ha  sido  materialmente  imposible.  Excepción  hecha  de 
Aires  d^a  miña  térra,  O  Divino  Saínete,  El  Maestre  de 
Santiago,  Paniagua  y  Compañía  y  El  Padre  Feijóo,  el 
resto  de  la  obra  literaria  de  nuestro  progenitor  estaba 
desperdigado  en  libros,  periódicos  y  revistas.  De  aqué- 
llos y  de  éstas  se  ha  dado  el  caso  repetido  de  no  existir 
ya  colecciones  ni  en  bibliotecas  públicas  ni  en  particu- 
lares, y  por  tal  causa,  dicho  está  que  no  nos  fué  posible 
la  obtención  de  algunas  producciones. 

Lo  que  decíamos  en  el  primer  tomo  de  estas  Obras 
completas  —  y  queremos  referirnos  al  prólogo  que  por 
designios  de  la  fatalidad  nos  vimos  precisados  á  escri- 
bir —  habremos  de  repetirlo  hoy:  todas  las  deficiencias 
que  el  lector  haya  podido  observar  se  deben  á  nosotros, 
y  fuera  indigno  no  proclamarlo  con  honrada  firmeza. 

Si  las  nulidades  de  nuestro  talento  fueron  la  causa 

30 


466  NOTAS    DEL    RECOPILADOR 


primordial  de  deficie acias  tales,  conste  de  ahora  para 
siempre  que  nuestra  intención  fué  la  de  haber  querido 
acertar.  Hecha,  pues,  esta  sincera  declaración,  sólo  nos 
resta  encomendarnos  á  la  benevolencia  de  todos,  ya 
que  nuestro  deseo  dedicado  por  entero  estuvo  á  hon- 
rar y  enaltecer  la  n^iemoria  de  nuestro  progenitor,  dan- 
do al  público  lo  que  á  nosotros  llegó  de  su  labor  in- 
mortal. 

Si  algunos  trabajos  han  dejado  de  publicarse  en  estas 
Obras,  expuestas  y  razonadas  quedan  las  causas,  que 
repetimos  fueron  ajenas  á  nuestra  voluntad. 

Lo  que  reputarse  debe  por  obra  completa  en  estos 
tomos  figura,  y  con  esto  nuestra  conciencia  tranquila 
queda,  pues  hemos  cumplido  el  sagrado  deber  impuesto. 

El  Estudio  biográficO'politíco  de  Eduardo  Chao,  que 
ha  de  constituir  el  sexto  y  último  tomo  de  estas  Obras, 
hubiera  ocupado  el  lugar  quinto,  de  no  haberlo  impe- 
dido dificultades  de  orden  privado,  que  hasta  eí  presente 
no  hemos  podido  vencer  y  que  en  plazo  brevísimo  han 
de  quedar  orilladas. 

Y  para  concluir.  Por  lo  que  respecta  á  los  trabajos 
que  en  este  volumen  figuran  y  escritos  fueron  por  ami- 
gos y  admiradores  de  Curros  Enríquez,  nada  hemos  dé 
decir,  como  no  sea  tributar  de  nuevo  á  todos  y  á  cada 
uno  de  ellos  nuestra  profunda  gratitud. 

Si  unos  colocan  á  Curros  Enríquez  en  distinta  mira 
que  otros  lo  hacen,  en  lo  atinente  á  las  creencias  del 
poeta  fenecido,  no  somos  nosotros  los  llamados  á  po- 
ner un  definitivo  comento.  Nuestro  inmortal  progenitor 
pertenece  á  la  posteridad,  y  su  obra  literaria  ahí  queda, 
para  que  los  hombres  presentes  y  las  generaciones  futu- 
ras puedan  juzgarla. 


Errata.— En  la  página  376,  línea  14,  donde  dice  «¡O 
terrón!  jAyl  |Aideiña»,  debe  decir  «iO  terrón!  ¡Ay!  i  A 
aldeíña». 


1 


^ 


•H: 


UnÍYersíty  of  Toronto 
Library 


DO  NOT 

REMOVE 

THE 

CARD 

FROM 

THIS 

POCKET